De la "histeria" del desempleo a la "histéresis" del fin del trabajo (página 6)
Enviado por Ricardo Lomoro
"El problema no es que haya desigualdad. Algo de desigualdad es intrínseco a cualquier economía capitalista funcional. El problema es que está en niveles históricamente altos y que esto está empeorando cada día. Nuestro país se está convirtiendo cada vez más rápido en una sociedad feudal más que en una sociedad capitalista", advierte.
Hanauer asegura que si la situación no cambia rápido se volverá a la Francia en el siglo XVIII, es decir, a la de antes de la Revolución.
"Tengo un mensaje para mis colegas forrados, para todos aquellos que viven en nuestras burbujas: despertad, esto no va a durar", escribe. Por ello pide medidas para acabar con la enorme desigualdad porque si no se actúa "las horcas (en referencia a la herramienta de labranza) van a venir a por nosotros. Ninguna sociedad puede aguantar esto. Si me muestras una sociedad altamente desigual, te mostraré un estado policial o una revolución. No hay otros ejemplos. No es si va a pasar, es cuándo".
Las revoluciones son como las bancarrotas
El lenguaje de Hanauer es duro y claro y ataca directamente a ciertos tópicos: "Sé que muchos de vosotros estáis convencidos de que la desigualdad es una ficción porque visteis a un niño pobre con un iPhone. Esto es lo que os digo: vivís en un mundo soñado".
Hanauer apunta que el todo mundo cree que cuando las cosas vayan muy mal alguien encontrará la forma de solucionarlo antes de que vaya a peor. Pero afirma a continuación que las cosas no suceden así: "Un día alguien se prende fuego en la calle, y entonces miles de personas salen a la calle y antes de que te des cuenta el país está ardiendo. Y no hay tiempo para ir al aeropuerto a coger el jet y volar a Nueva Zelanda. Las revoluciones son como las bancarrotas, que llegan de manera gradual hasta que se desatan repentinamente".
El multimillonario asegura que una revolución será terrible para todo el mundo, pero especialmente "para nosotros".
El modelo Ford y una nueva ley del capitalismo
Hanauer asegura asimismo que lo más irónico de la creciente desigualdad es que es totalmente innecesaria y autodestructiva, por lo que propone que se tomen medidas similares a las que adoptó Franklin D. Roosevelt tras la Gran Depresión para evitar disturbios sociales.
El empresario señala que el modelo para los ricos debería ser Henry Ford, "quien comprendió que sus trabajadores no eran simplemente mano de obra barata para ser explotada y que también eran consumidores. Qué gran idea. Mi sugerencia es que lo hagamos de nuevo. Las políticas actuales están destruyendo mi base de consumidores. Y la vuestra también".
Ante ello, Hanauer propone introducir nuevas ideas que refuten algunas de las creencias más sostenidas en los últimos tiempos, la cuales se han convertido en la base de la ortodoxia económica que actualmente rige el mundo de la economía. Hay que rechazar concepciones como que la economía es un mecanismo perfectamente eficiente, ya que en realidad es un ecosistema complejo formado por gente de carne y hueso interdependiente.
Por tanto, Hanauer plantea una nueva ley fundamental para el capitalismo: "Si los trabajadores tienen más dinero, las empresas tienen más clientes, lo que hace que los consumidores de clase media sean los verdaderos creadores de empleo, no los ricos empresarios como yo. La clase media crea a los ricos, no al revés".
La teoría es que las masas son realmente las creadoras de riqueza y prosperidad: cuanto más dinero tienen los trabajadores, más clientes tienen los negocios, que a su vez necesitan más empleados. Por eso defiende que se suba el salario mínimo.
Los salarios de los grandes ejecutivos
Hanauer recuerda el incremento exponencial de las ganancias de los altos ejecutivos. En las últimas tres décadas el salario de los consejeros delegados ha crecido 127 veces más rápido que el de los trabajadores. Desde 1950, la relación entre el salario del primer ejecutivo y los trabajadores se ha incrementado un 1.000%: han pasado de ganar 30 veces el salario medio a ganar 500 veces el salario medio. Y eso es un ejemplo de por qué no hay que tener miedo a subir los sueldos: nadie ha eliminado altos directivos, ni los ha externalizado a China ni ha automatizado sus empleos. Y lo mismo ha pasado con los trabajadores de industrias como las finanzas o la tecnología.
"El problema que tenemos nosotros los empresarios es que amamos que nuestros clientes sean ricos y que nuestros empleados sean pobres. Desde que existe el capitalismo, los capitalistas han dicho lo mismo sobre cualquier intento de subir salarios. Hemos tenido 75 años de quejas: cuando se instauró el salario mínimo, cuando se pidió que las mujeres cobraran de manera equitativa, cuando se crearon legislaciones contra el trabajo infantil…".
"Siempre han dicho lo mismo: nos vamos a la bancarrota, voy a tener que cerrar, voy a tener que despedir a todo el mundo", recuerda el empresario. Pero el resultado es que nunca ha pasado eso. De hecho, los datos muestran que cuanto mejor se trata a los empleos, mejor van los negocios, defiende Hanauer.
¿Cuánto puede consumir un multimillonario?
"Tiene sentido si lo piensas", continúa. Si un trabajador gana 7,25 dólares la hora, apenas tiene dinero de sobra para consumir tras pagar la vivienda, comprar comida y utilizar el transporte. "No va a ir a un restaurante, no va a comprar ropa", apunta mientras ataca a algunas creencias establecidas: "Nosotros los ricos hemos sido falsamente persuadidos y nos hemos autoconvencido de que somos los principales creadores de empleo. Simplemente no es verdad".
Y para defender su tesis pone un ejemplo simple. "Yo gano 1.000 veces el salario medio anual, pero no compro mil veces más cosas. Mi familia compró tres coches en los últimos años, no 3.000. No me compro 1.000 pares de pantalones al año. ¿Por qué iba a hacerlo? En lugar de eso, ahorro, y eso no hace mucho bien al país".
El empresario reconoce que evidentemente las cosas no son tan simples y que detrás de las dinámicas de empleo hay múltiples factores. Pero pide que se deje de decir que si se paga más a los empleados se va a disparar el desempleo y se va a destruir la economía.
"Lo más insidioso es pensar que si los ricos se hacen más ricos, es bueno para la economía; pero que si los pobres se hacen más ricos, es malo para la economía".
Nick Hanauer defiende además que con ciudadanos más ricos se podría reducir el tamaño del Estado. Su tesis es simple: se reduce la demanda del Gobierno porque habría menos subsidios para vivienda, menos vales gubernamentales de comida y menos necesidad de una sanidad pública. "Si vuelve la clase media no hace falta un Estado del Bienestar tan grande", concluye.
El conflicto más antiguo del mundo
El empresario asegura que el tema está calando en la sociedad por mucho que los multimillonarios no se den cuenta. Y el problema es que cada vez hay más gente que cree que el problema es el capitalismo cuando no es así. De hecho, Hanauer defiende que un capitalismo bien gestionado "es la mejor tecnología social jamás inventada para crear prosperidad. Pero el capitalismo sin control tiende hacia la concentración y el colapso".
Y concluye diciendo que el trabajo de las democracias es éste y por eso las inversiones en la clase media funcionan y las exenciones fiscales a los ricos no. "Equilibrar el poder entre los trabajadores y los multimillonario elevando el salario mínimo no es malo para el capitalismo. Es una herramienta indispensable para que los capitalistas inteligentes la utilicen para hacer el capitalismo estable y sostenible. Y nadie tiene tanto en juego como nosotros los ultramillonarios".
"El más importante y más antiguo conflicto es la batalla sobre la concentración de riqueza y poder. La gente como nosotros siempre ha dicho a los pobres que la situación es justa y buena para todos. Qué sinsentido. ¿Soy realmente una persona superior? ¿Soy el centro del universo económico y moral? Incluso el mejor de nosotros, en las peores circunstancias, estaría descalzo vendiendo fruta en una carretera sucia. No debemos olvidar esto. O podemos sentarnos, no hacer nada y disfrutar de nuestros yates. Y esperar que vengan las horcas", concluye el artículo.
– Lawrence Summers: el gran reto será encontrar nuevo empleo (The Wall Street Journal – 8/7/14)
(Por Lawrence H. Summers)
El gran problema económico de los milenios ha sido la escasez. La gente quiere mucho más de lo que se puede producir. El desafío ha sido producir la mayor cantidad posible y asegurar que todo mundo obtenga una participación justa.
En aspectos importantes, el problema ha cambiado. Por ejemplo, hay mucho más estadounidenses obesos que malnutridos. Pero eso es sólo un presagio de lo que está por venir. El desafío económico del futuro no consistirá en producir lo suficiente. Consistirá en proporcionar suficientes buenos empleos.
Lo que ha ocurrido en la agricultura en el último siglo es notable. La porción de trabajadores estadounidenses empleados en la agricultura ha disminuido de un tercio hace un siglo a entre 1% y 2% en la actualidad. ¿A qué se debe esto? Se debe a que la productividad agrícola ha aumentado de manera espectacular, y la mecanización está reduciendo la demanda por la mano de obra agrícola incluso cuando los alimentos son más abundantes que nunca.
Todo esto ha tenido vastas implicaciones. Decenas de millones de personas se han trasladado de zonas rurales a zonas urbanas para conseguir empleo en los sectores de manufactura y servicios. Para brindar apoyo a los que se han quedado atrás, el gobierno federal de EEUU ha gastado mucho más de US$ 100.000 millones en la última década. Aunque sin duda hay componentes globales, asegurar que haya comida disponible ya no es uno de los problemas en la agricultura estadounidense, como lo es asegurar el sustento de aquellos que antes trabajaron en la agricultura.
"El software se está comiendo al mundo"
Lo que ocurrió en la agricultura está ocurriéndole a gran parte del resto de la economía. En la frase de Marc Andreessen, "el software se está comiendo al mundo". La cantidad de estadounidenses que realizan trabajo de producción en la manufactura y los que tienen alguna discapacidad ya son parecidos. Hay buenos motivos para esperar en los próximos años un crecimiento de los empleos manufactureros. Pero la tendencia a largo plazo es inexorable y casi universal. Al igual que en la agricultura, la tecnología está permitiendo una producción mucho más abundante con mucho menos trabajadores. Ningún país puede aspirar a un mayor aumento en competitividad que China, pero incluso ese país ha sufrido un declive en los trabajos en la manufactura en las dos últimas décadas. Y las revoluciones de la robótica y de la impresión tridimensional apenas han comenzado.
¿Qué se puede decir de los servicios? En una generación hacia el futuro, los taxis ya no tendrán conductores; el proceso de pago en cualquier tienda minorista será automático; los servicios telefónicos de atención al cliente estarán automatizados con tecnología de reconocimiento de voz; los artículos de noticias rutinarios serán redactados por robots; el asesoramiento será transmitido por sistemas expertos; el análisis financiero se realizará por sistemas de software; un solo profesor podrá enseñar a miles de estudiantes, y el software les proveerá a los mismos tareas a la medida de sus cualidades, entre otras cosas.
Los que pierdan empleos debido al aumento en la productividad se verán liberados para asumir tareas en otros sectores. Pero existen muchos motivos para pensar que la revolución del software será incluso más profunda que la revolución agrícola. En esta ocasión, el cambio vendrá más rápido e impactará a un porcentaje mucho mayor de la economía. Los trabajadores que salían de la agricultura podían incorporarse a un amplio rango de trabajos en la manufactura y servicios. Ahora, sin embargo, hay más sectores que están perdiendo trabajos que creándolos. Y el aspecto de uso general que tiene la tecnología de software implica que incluso las industrias y los trabajos que crea no son para siempre. No hace mucho tiempo explicaban que la videocasetera perjudicaría a la industria de las salas de cine pero que Blockbuster crearía muchos empleos.
Tendencias inquietantes en el mercado laboral
La disponibilidad de empleo ya es un problema crónico en EEUU. Considere lo que ha ocurrido con los hombres entre 25 y 54 años de edad, un grupo que es aleccionador considerar ya que está marcado por una fuerte expectativa de trabajo universal. Hace unos 50 años, uno de cada 20 hombres entre esas edades estaba desempleado. Desde entonces, la fuerza laboral se ha vuelto sustancialmente más sana y mejor educada. En efecto, la mejoras en la educación han superado cualquier cosa que pudiéramos esperar que suceda en las próximas dos generaciones. Sin embargo, es razonable estimar que entre uno y seis hombres de entre 25 y 54 años no estarán trabajando cuando la economía regrese a condiciones cíclicas normales.
Si las tendencias actuales continúan, bien podría ocurrir que en una generación un cuarto de los hombres de edad media estarán sin trabajo en un momento dado. En tal mundo, más de la mitad de los hombres podría experimentar un periodo de desempleo de más de un año en algún momento durante sus años más productivos. Aún no sabemos del todo cómo será la capacidad de regresar a trabajar después de una experiencia de este tipo, pero la experiencia de hombres sin empleo durante mucho tiempo a raíz de la Gran Recesión es sin lugar a duda inquietante.
Por tanto el reto para la política económica será cada vez más generar suficiente trabajo para todos los que necesitan ingresos, poder adquisitivo y dignidad. ¿Qué requerirá esto? El papel del gobierno fue transformado para atender las necesidades de la era industrial por Gladstone, Bismarck y los dos Roosevelt. Necesitaremos lo equivalente si queremos atender las necesidades de la era de la información.
(Summers es el profesor Charles W. Eliot en la Universidad de Harvard y ex secretario del Tesoro)
– La grandísima depresión (Project Syndicate – 31/8/14)
Berkeley.- Primero aconteció la crisis financiera de 2007. Luego, se convirtió en la crisis financiera de 2008. Posteriormente, sobrevino la recesión de 2008-2009. Finalmente, a mediados de 2009, la situación se denominó como la "Gran Recesión". Y, debido a un cambio en el ciclo económico, que mostró una trayectoria ascendente a finales de 2009, el mundo entero lanzó un suspiro colectivo de alivio. Se creía que ya no nos iríamos a desplazar hacia la siguiente etiqueta, que hubiese contenido la muy temida palabra que empieza con la letra "D".
Pero la sensación de alivio fue prematura. Contrariamente a las afirmaciones de los políticos y sus asesores de alto rango sobre que el "verano de la recuperación" había llegado, Estados Unidos no experimentó un patrón en forma de "V" que denota una reactivación económica, tal como ocurrió después de las recesiones de finales de la década de 1970 y principios de los años ochenta. Y, la economía de Estados Unidos se mantuvo muy por debajo de su anterior tendencia de crecimiento.
De hecho, desde el 2005 al 2007, el PIB real (ajustado por la inflación) de EEUU creció en un nivel apenas superior al 3% anual. Durante la caída económica del año 2009, la cifra fue menor en un 11% – y desde aquel entonces ha bajado un 5% adicional.
La situación en Europa es aún peor. En lugar de una débil recuperación, la eurozona experimentó una segunda ola de contracción que comenzó en el año 2010. En el bache económico, el PIB real de la eurozona llegó a ser menor en un 8% en comparación con la tendencia del período 1995-2007; hoy en día, es menor en un 15%.
Las pérdidas de producción acumuladas en comparación con las tendencias del período 1995-2007 se sitúan en el 78% del PIB anual de EEUU, y en un nivel del 60% en la eurozona. Esta es una cantidad extraordinariamente grande de prosperidad perdida – y un resultado mucho peor de lo esperado. En el año 2007, nadie vaticinó la disminución de las tasas de crecimiento y de la producción potencial que en la actualidad las agencias estadísticas y de formulación de políticas están incorporando a sus estimaciones.
Hasta el año 2011, ya estaba claro -al menos para mí- que la Gran Recesión ya no era un apodo preciso. Era momento de empezar a llamar a este episodio "la Depresión Menor".
Pero la historia no termina ahí. Hoy en día, la economía del Atlántico Norte se enfrenta a dos shocks descendentes adicionales.
El primero, como Lorcan Roche Kelly de Agenda Research señaló, fue discutido por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, a pesar de que dichas declaraciones fueron extemporáneas, durante un reciente discurso. Draghi comenzó por reconocer que en Europa la inflación se ha reducido desde un nivel de alrededor del 2,5% a mediados de 2012 a 0,4% en la actualidad. Luego sostuvo que ya no podemos suponer que los conductores de esta tendencia -como por ejemplo una caída en los precios de los alimentos y la energía, el alto desempleo y la crisis en Ucrania- son de naturaleza temporal.
De hecho, la inflación ha venido disminuyendo durante tanto tiempo que ahora es una amenaza a la estabilidad de los precios – y las expectativas de inflación continúan cayendo. El tipo swap a 5 años -un indicador de las expectativas de inflación de mediano plazo- se redujo en 15 puntos básicos desde mediados de 2012, llegando a menos del 2%. Además, como señaló Draghi, se incrementaron las tasas reales de corto y medio plazo; las tasas de largo plazo no se incrementaron, debido a una disminución en las tasas nominales a largo plazo que se extiende mucho más allá de la eurozona.
La posterior declaración de Draghi sobre que el Consejo de Gobierno del BCE utilizará "todos los instrumentos no convencionales que estén disponibles" para salvaguardar la estabilidad de los precios y para anclar las expectativas de inflación en el mediano a largo plazo es una señal que dice algo. La pretensión de que la eurozona está en el buen camino hacia la recuperación se ha derrumbado; la única manera realista en la que se puede interpretar a los mercados financieros es anticipar una recesión de triple caída.
Mientras tanto, en EEUU, la Reserva Federal dirigida por Janet Yellen ya no se pregunta si es apropiado detener la compra de activos a largo plazo y elevar las tasas de interés hasta que se muestre un repunte significativo en el empleo. En cambio, a pesar de la ausencia de un aumento significativo en el empleo o un aumento sustancial de la inflación, la Fed ya está reduciendo sus compras de activos y está considerando cuándo, no si es que, va a elevar las tasas de interés.
Un año y medio atrás, los que esperaban que en el año 2017 se alcance un retorno a la senda de la producción potencial -sea lo que sea que esto signifique- estimaron que la Gran Recesión en última instancia cuesta a la economía del Atlántico Norte alrededor del 80% del PIB de un año, es decir $ 13 millones de millones, en pérdidas de producción. Si tal recuperación a cinco años comenzaría ahora -un escenario altamente optimista- significaría pérdidas de alrededor de $ 20 millones de millones. Si, como parece más probable, la economía va a tener un desempeño similar durante los próximos cinco años al que tuvo durante los últimos dos, la recuperación tomaría otros cinco años, lo que significaría que se perdería una masiva cifra equivalente a $ 35 millones de millones de riqueza.
¿Cuándo vamos a admitir que es hora de llamar a lo que está sucediendo por su verdadero nombre?
(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade )
– "La economía española no funciona. Pero la podemos cambiar mañana por la mañana" (El Confidencial – 16/9/14)
(Por E. Hernández)
Una de las cosas más llamativas de novelistas y ensayistas estadounidenses es que casi todos tienen muy claro cuál es el mensaje que deben transmitir a los medios, y Jeremy Rifkin es uno de los que mejor interpreta este papel. Es cierto que eso supone repetir prácticamente las mismas ideas y los mismos datos a uno y otro periodista, pero su experiencia les hace pensar que esta tarea de repetición e insistencia conseguirá que el mensaje se transmita de la forma concreta que quiere el autor. No siempre funciona, porque la transmisión no es uniforme: Le Monde, por ejemplo, publicó recientemente un artículo según el cual Rifkin había previsto el final del capitalismo para 2060, algo que él niega porque no cree, afirma, que este sistema se vaya a acabar ya.
Es normal que Rifkin no crea en el fin del capitalismo porque es un utopista oficial. El pensador norteamericano se ha distinguido, desde El fin del trabajo hasta La sociedad de coste marginal cero (Paidós) que vino a presentar ayer a la Fundación Rafael del Pino, por captar tendencias sociales y dirigirlas hacia un terreno que pudiera ser útil y rentable para los Gobiernos. Rifkin ha asesorado a Merkel y Zapatero sobre energías renovables, lo cual está haciendo ahora para China, y es también asesor de la UE en diversos asuntos, además de haber influido notablemente en la visión energética de Obama, y espera seguir ese camino con las novedades que anticipa en su nuevo libro.
En él, Rifkin señala que ha aparecido un nuevo paradigma económico nuevo, el procomún colaborativo, "que es el primer sistema que ha arraigado desde la llegada del capitalismo y del comunismo". Este nuevo modelo y el capitalismo tradicional pueden coexistir y actuar conjuntamente, pero terminarán compitiendo entre sí en una lucha que "será prolongada y muy reñida, y que definirá el siglo XXI. Esta economía del compartir está creciendo al lado del capitalismo, que seguirá existiendo de aquí a 35 años, pero que ya no será el único árbitro de la economía".
Hasta ahora sólo hemos visto una parte del procomún colaborativo, la que visualizamos a través de Google, Facebook o Twitter, pero eso es sólo el principio. "Ahora compartimos música, ya estamos comenzando a hacerlo con el coche y la vivienda a través de páginas como Airbnb; dentro de poco el conocimiento mismo podrá concretarse fácilmente a través de las impresoras 3D. "Hoy vemos cómo muchos jóvenes comparten canciones, vídeos o informaciones a través de páginas especializadas, blogs y redes sociales, y esa tendencia irá a más, porque estamos dejando de ser productores o consumidores para convertirnos en prosumidores, personas que producen y consumen al mismo tiempo, y porque cada vez lo hacemos con menor coste".
Esa sociedad de coste marginal cero (coste marginal: el incremento del coste total que supone la producción adicional de una unidad de un determinado bien) "ha devastado industrias del siglo XX como periódicos, discográficas o editoriales porque de pronto cientos de millones de personas pueden producir sus conocimientos sin pasar por ellos". La industria, afirma Rifkin, pensaba que su carta más poderosa era ese cortafuegos en qué consistía el paso del mundo virtual al físico, "pero con la internet de las cosas vamos a ver cómo, en veinte años, cientos de millones de personas producirán su propia energía a través de las renovables y cómo con esa energía podrán imprimir sus productos en sus impresoras 3D". Ese paso al mundo físico ya se ha dado y es inevitable.
"Está ocurriendo en Alemania, donde millones de particulares con pequeños negocios, y con cooperativas, que ponen sus recursos en común y que consiguen préstamos de los bancos con bajos intereses, han comprado sus paneles solares y sus molinos de viento, y una vez que los hayan pagado del todo llegas a coste marginal cero, porque ni el sol ni el viento te mandan la factura a final de mes. Acaba de presentarse en Chicago el primer coche impreso, realizado a través de 3D, salvo el chasis, y esta será la constante. Las impresoras 3D serán tan baratas que cada niño tendrá una para poderse hacer sus propios juguetes".
Un modelo factible
Este es el mundo que nos dibuja Rifkin: gente compartiendo sus conocimientos, que tiene instrumentos a mano para llevar sus ideas a cabo y en la que pequeños productores cooperarán de continuo. Son "personas que se oponen a los acotamientos en todas sus formas, y que quieren establecer una cultura transparente no jerárquica y colaborativa" y Rifkin los llama "los nuevos comuneros". Eso es lo que en teoría nos espera. Es cierto que, hasta ahora, el procomún colaborativo no es más que un medio para que los contenidos que producen muchos los aproveche exclusivamente un monopolio (Google, Facebook, Twitter…) o un oligopolio (los contenidos culturales gratis han servido para que las operadoras que facilitan el acceso a la red ganen mucho dinero) y que el nuevo terreno de juego ha supuesto la traslación de los monopolios de un lado a otro (en la música y en la cultura en general, el problema ya no está en la producción, que es barata, sino en la producción y en la visibilidad. Salen muchas cosas pero todas son invisibles), pero eso no desanima a Rifkin, que cree que este modelo es factible. También para nuestro país, que le da cierta pena.
"El mayor problema para España es que tenéis una economía que no va a ningún sitio. Millones de jóvenes están desempleados, y hay gente que vive con sus padres a los 35 años, pero eso se puede cambiar por la mañana si se quiere, porque hay dinero. Los cambios de paradigma ocurren cuando hay nuevas tecnología de la comunicación, nuevas fuentes de energía y nuevas formas de transporte. El siglo XX tuvo el teléfono, el petróleo y los coches. Hoy está internet, la energía renovable y el GPS. La tarea hoy es construir las infraestructuras para esa nueva economía y, si España tomase esa tarea como suya, podría crear empleo para veinte años en toda clase de trabajos, desde los poco formados hasta los muy cualificados. Para eso tendría que moverse desde la economía fósil del siglo XX a la energía renovable del XXI".
El mayor beneficiado de este tipo de cambio no será un país concreto, asegura Rifkin, sino la humanidad misma. "Estamos llegando a la sexta extinción a causa del cambio climático. Vamos tan rápido que de aquí a final de siglo van a desaparecer el 70% de las formas de vida de nuestro planeta si seguimos así. Por eso, la sociedad de coste marginal cero es lo mejor que nos puede pasar para resolver los problemas del cambio climático: reduciremos el uso de los naturales, compartiremos coches y ropa y podríamos eliminar hasta el 80% de los vehículos de las zonas de mayor densidad de población, porque gracias al acceso no nos hará falta ser propietarios".
Por eso le parece muy triste la situación de España, que habiendo llegado a estar a la par con Alemania, el modelo por excelencia en la energía renovable, prefirió pararlos. "Ahora queréis volver al siglo XX. Vuestro primer ministro dice que quiere digitalizar la economía, lo cual está muy bien pero no debe pararse sólo en el entrenamiento y la comunicación, sino que debería hacerlo también para poder compartir la energía, los transportes y la logística".
– Cómo reacondicionar el contrato social raído de Europa (Project Syndicate – 17/9/14)
(Por Kemal Dervis)
Washington, DC.- Durante gran parte del comienzo de 2014, la eurozona parecía estar en un estado de recuperación -débil e inestable, pero de todas maneras real-. En abril, el Fondo Monetario Internacional estimó que el crecimiento general del PBI alcanzaría el 1,2% este año, con una lenta disminución del desempleo, comparado con su previsión anterior de un crecimiento del 1%. Habiendo desaparecido la amenaza de tasas de interés insustentablemente elevadas en los países de la periferia de la eurozona, el camino hacia una recuperación moderada estaba supuestamente despejado, y lo que vendría después sería una cierta aceleración del crecimiento en 2015.
Si bien es importante no reaccionar de manera exagerada ante las cifras trimestrales, los datos recientes, así como algunos de los datos revisados para el primer trimestre, son profundamente desalentadores. El pesimismo de hace dos años ha regresado -y con justa razón.
Italia atraviesa una recesión indiscutida y está lejos de mostrar los tan esperados signos de vitalidad. El crecimiento francés es cercano a cero. Hasta el PBI de Alemania decayó en términos trimestrales en la primera mitad del año. Finlandia, un defensor acérrimo de las políticas firmes de austeridad, está en rojo en la primera mitad del año.
Las tasas de interés nominales para la deuda soberana de los países de la periferia se han mantenido extremadamente bajas y, aun cuando se tienen en cuenta las expectativas de una inflación muy baja (o inclusive deflación), las tasas de interés reales son bajas. La eurozona ahora enfrenta no sólo una crisis financiera, sino una crisis de estancamiento. Las tensiones con Rusia pueden hacer que la recuperación resulte aún más difícil, y es improbable que la eurozona pueda alcanzar un crecimiento del 1% en 2014 sin cambios importantes en las políticas.
El Banco Central Europeo ha anunciado que ofrecerá nuevo respaldo en materia de política monetaria y ha decidido utilizar todos los instrumentos si no una flexibilización cuantitativa directa (todavía no está comprando bonos soberanos). Pero no resulta para nada claro si el caballo proverbial que se lleva hasta el agua finalmente va a querer beber.
Si las expectativas de crecimiento y empleo se mantienen lúgubres, será difícil reavivar la demanda, en especial la inversión empresarial privada, no importa cuán bajas estén las tasas de interés o cuántos recursos tengan los bancos para una potencial actividad crediticia. El mensaje del presidente del BCE, Mario Draghi, en su discurso el mes pasado en Jackson Hole, Wyoming, así como su conferencia de prensa en septiembre fueron un claro llamado a un mayor respaldo fiscal para impulsar la demanda efectiva.
El problema económico esencial es claro: existe una necesidad casi desesperada de un mayor espacio fiscal en la eurozona para impulsar la demanda agregada, inclusive más inversión en Alemania. Pero también hay una necesidad persistente de reformas estructurales profundas del lado de la oferta, de manera que el estímulo fiscal se traduzca en un crecimiento sustentable a largo plazo, no sólo rebotes temporarios y mayores aumentos en los ratios de deuda de los países.
Cuáles son las "mejores" reformas estructurales, en verdad, sigue siendo motivo de debate. Pero en la mayoría de los países éstas incluyen alguna combinación de reformas tributarias, del mercado laboral, del sector de los servicios y educativas, así como reformas en la administración territorial, especialmente en Francia.
Esas reformas deberían tener como objetivo alcanzar un contrato social reacondicionado minuciosamente que refleje las realidades de la demografía y los mercados globales del siglo XXI, sin dejar de ser sensible al compromiso de los europeos con una justicia distributiva y una equidad política, y que resguarde a los ciudadanos de las sacudidas. Es fácil reclamar "reformas" sin especificar su contenido o sin tener en cuenta el contexto social, histórico y político.
Al mismo tiempo, no será posible diseñar este nuevo contrato social país por país. Europa se ha vuelto demasiado entrelazada en infinidad de sentidos -no sólo en términos puramente financieros y económicos, sino también psicológicos-. Tal vez haya sorprendido a muchos que fuera una corte alemana, y no francesa, la que prohibiera a Uber, la aplicación móvil que está revolucionando el negocio de los taxis.
Si no se puede forjar el nuevo contrato social en toda Europa, al menos se tendría que aplicar a la eurozona a fin de dar cabida a las reformas estructurales necesarias. De lo contrario, considerando que la política y la economía de la reforma de la eurozona están vinculadas de manera inseparable, la expansión fiscal podría resultar tan ineficiente como los esfuerzos de los responsables de las políticas monetarias para impulsar el crecimiento.
El ministro de Finanzas de Italia, Pier Carlo Padoan, está impulsando correctamente un "tanteador de reformas" en la eurozona, que permitiría una comparación directa entre las reformas nacionales. Pero, más allá del tanteador, la voluntad de superar la trampa del estancamiento debe ser algo más que la suma de las voluntades nacionales. A Alemania debería tranquilizarla lo que está sucediendo en Francia e Italia; por el contrario, los europeos del sur deben poder confiar en que sus esfuerzos recibirán el impulso adicional que generaría una mayor inversión en toda la región, particularmente en Alemania.
Un nuevo contrato social no surgirá por arte de magia. Ahora es el momento de que la nueva Comisión Europea proponga -y el nuevo Consejo Europeo y Parlamento Europeo respalden- un pacto político para legitimar y sostener las reformas necesarias para solucionar los problemas económicos de Europa.
(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)
– La edad de la vulnerabilidad (Project Syndicate – 13/10/14)
(Por Joseph E. Stiglitz)
Nueva York.- Dos nuevos estudios muestran, una vez más, la magnitud del problema de la desigualdad que azota a Estados Unidos. El primero, el informe anual sobre ingresos y pobreza, emitido por la Oficina del Censo de Estados Unidos, muestra que, a pesar de la supuesta recuperación de la economía desde la Gran Recesión, los ingresos de los estadounidenses comunes continúan estancándose. El ingreso promedio de los hogares, ajustado a la inflación, se mantiene por debajo de su nivel hace un cuarto de siglo.
Antes se pensaba que la mayor fortaleza de Estados Unidos no era su poder militar, sino un sistema económico que era la envidia del mundo. Sin embargo, ¿por qué otros buscarían emular un modelo económico mediante el cual una gran parte -incluso una mayoría- de la población ha visto que sus ingresos se estancan mientras que los ingresos de los ubicados en la parte superior de la distribución de ingresos se disparan al alza?
Un segundo estudio, el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo corrobora estos hallazgos. Cada año, el PNUD publica una clasificación de países según su índice de desarrollo humano (IDH), el cual incorpora otras dimensiones del bienestar además del ingreso, que incluyen las relacionadas a la salud y educación.
EEUU según el IDH ocupa el quinto lugar en el mundo, y se encuentra por debajo de Noruega, Australia, Suiza y los Países Bajos. No obstante, cuando su puntuación se ajusta por el factor desigualdad, esta cae 23 puntos – uno los más grandes descensos de ese tipo entre los países altamente desarrollado. De hecho, EEUU cae por debajo de Grecia y Eslovaquia, países que las personas normalmente no consideran como modelos a seguir o como competidores de EEUU en la disputa por los primeros puestos en las tablas de clasificación.
El informe del PNUD hace hincapié en otro aspecto del desempeño social: la vulnerabilidad. Señala que, si bien muchos países lograron sacar a las personas de la pobreza, la vida de muchas de dichas personas continúa siendo precaria. Una pequeña vicisitud -por ejemplo, una enfermedad en la familia– puede empujarlas nuevamente a la indigencia. La movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad ascendente es limitada.
En Estados Unidos la movilidad ascendente es más un mito que una realidad, mientras que la movilidad descendente y la vulnerabilidad es una experiencia ampliamente compartida. Esto se debe, en parte, al sistema de atención de salud de Estados Unidos, el cual continúa dejando a los estadounidenses pobres en una situación precaria, a pesar de las reformas del presidente Barack Obama.
Aquellos en la parte inferior se encuentran sólo a pocos pasos de la quiebra, enfrentando todo lo que esto implica. Con frecuencia, es suficiente que enfrenten una enfermedad, divorcio o pérdida de una fuente laboral para que se vean empujados al abismo.
La Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible de 2010 (también llamada "Obamacare") tenía la intención de alivianar estas amenazas – y hay fuertes indicios que señalan que esta ley sí se encuentra en camino de reducir significativamente el número de estadounidenses sin seguro médico. Sin embargo y en parte debido a un fallo de la Corte Suprema y a la obstinación de los gobernadores y legisladores republicanos, quienes en dos docenas de Estados de EEUU se han negado a ampliar Medicaid (seguro para los pobres) -a pesar de que el gobierno federal paga casi la totalidad de la factura- 41 millones de estadounidenses permanecen sin seguro. Cuando la desigualdad económica se traduce en desigualdad política -tal como ha sucedido en grandes partes de EEUU- los gobiernos prestan poca atención a las necesidades de aquellos en los estratos inferiores.
Ni el PIB ni el IDH reflejan cambios en el transcurso del tiempo o las diferencias entre países en cuanto a la vulnerabilidad. No obstante, en Estados Unidos y en otros lugares se ha mostrado una marcada disminución en la seguridad. Aquellos con empleos se preocupan sobre si van a ser capaces de mantenerlos; los que no tienen empleos se preocupan sobre si van a conseguir uno.
La reciente crisis económica aniquiló la riqueza de muchos. En EEUU, incluso después de la recuperación del mercado de valores, la mediana de la riqueza cayó más del 40% desde el año 2007 al 2013. Eso significa que muchas de las personas mayores y aquellas que se acercan a la jubilación se preocupan sobre sus niveles de vida. Millones de estadounidenses han perdido sus viviendas, millones de personas más se enfrentan a la inseguridad de saber que puede que ellas pierdan las suyas en el futuro.
Estas inseguridades se suman a las que durante mucho tiempo han enfrentado los estadounidenses. En los zonas urbanas centrales marginadas del país miles de jóvenes hispanos y afro-americanos se enfrentan a la inseguridad de una policía y un sistema judicial que son disfuncionales e injustos; cruzarse en el camino de un oficial de policía que tuvo una mala noche puede llevar a una pena de prisión injustificada – e incluso a peores situaciones.
Tradicionalmente, Europa ha entendido la importancia de abordar la vulnerabilidad mediante el suministro de un sistema de protección social. Los europeos han reconocido que un buen sistema de protección social puede incluso conducir a un mejor desempeño económico en general, debido a que las personas individuales están más dispuestas a asumir riesgos que conduce a un mayor crecimiento económico.
No obstante, en muchas partes de Europa en la actualidad, el alto desempleo (12% en promedio, 25% en los países más afectados), junto con los recortes en la protección social que fueron inducidos por la austeridad, se han traducido en un aumento sin precedentes en la vulnerabilidad. Esto implica que la disminución en el bienestar de la sociedad puede ser mucho mayor a la disminución que muestra las medidas convencionales del PIB – cifras que por sí solas ya son bastante sombrías, debido a que la mayoría de los países publican ingresos reales per cápita (ajustados a la inflación) que son menores en la actualidad que aquellos que mostraban antes de la crisis – es decir, se ha perdido un lustro.
El informe emitido por la Comisión Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social (que presidí) hizo hincapié en que el PIB no es una buena medida para mostrar cuán bien se desempeña la economía. Los informes del Censo de Estados Unidos y del PNUD nos recuerdan la importancia de esta percepción. Ya se ha sacrificado demasiado en el altar del fetichismo del PIB.
Independientemente de cuán rápido crece el PIB, un sistema económico que no puede brindar ganancias a la mayoría de sus ciudadanos, y en el cual una proporción creciente de la población se enfrenta a una inseguridad cada vez mayor, es, de manera fundamental, un sistema económico fracasado. Y las políticas, por ejemplo la política de la austeridad, que aumenta la inseguridad y conduce a ingresos y nivel de vida menores para grandes proporciones de la población, son, de manera fundamental, políticas erróneas.
(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank)
– Soluciones globales a los problemas de la globalización (Project Syndicate – 27/11/14)
(Por Ian Goldin)
Oxford.- Estas últimas décadas de globalización e innovación trajeron el progreso más veloz que haya conocido el mundo: se redujo la pobreza; aumentó la expectativa de vida; se creó riqueza en una escala que nuestros ancestros no hubieran podido imaginar. Pero no todo son buenas noticias: hoy los logros de la globalización están en riesgo.
El mundo se benefició con la globalización, pero al mismo tiempo no supo manejar las complicaciones derivadas de la mayor integración de las sociedades, de las economías y de la infraestructura de la vida moderna. Quedamos expuestos a peligrosos riesgos sistémicos que trascienden las fronteras.
Son amenazas que se derraman a través de los límites nacionales y de las líneas tradicionales de división entre industrias y organizaciones. La integración del sistema financiero propaga las crisis económicas; el transporte aéreo internacional esparce las pandemias; la red informática interconectada crea abundantes oportunidades para el ciberdelito; los yihadistas de Medio Oriente usan Internet para reclutar jóvenes europeos; suben los niveles de vida, y con ellos, la emisión de gases de efecto invernadero, lo que acelera el cambio climático.
Un subproducto de la globalización es que la misma crisis que ayer ardía en un lugar y se apagaba poco después hoy puede ser la chispa que inicie un incendio internacional. Una pandemia, una inundación o un ciberataque en la City londinense o en Wall Street pueden hundir al mundo en un caos financiero.
Para mantener los logros de la globalización, es necesario que los países acepten una responsabilidad compartida por el manejo de los riesgos que engendró. Ningún gobierno nacional (tanto si es poderoso, como los de Estados Unidos y China, o débil, como los de Irak y Liberia) podrá resolver solo estos desafíos complejos e interrelacionados.
Aunque los riesgos emanados de la globalización que exigen una respuesta verdaderamente global son relativamente pocos, son por definición riesgos que trascienden la naciónEstado; de modo que no tendrán solución eficaz sin una acción coordinada. La naturaleza de la respuesta debe estar a la altura de la amenaza.
En el caso de las pandemias, la clave está en sostener a los países donde se produzcan brotes y ayudar a los que corran más riesgo de infección. Peligros que abarcan todo el mundo, como el cambio climático o una nueva crisis financiera, tal vez demandarán la cooperación de decenas de países y un amplio espectro de instituciones. Casi siempre se necesitará el esfuerzo de la comunidad internacional.
Una característica importante de los riesgos de un mundo globalizado es que suelen agravarse con el tiempo. Por eso, que un hecho aislado se convierta en una amenaza global puede depender de la rapidez con que se lo identifique y de la eficacia de la respuesta. Basta pensar en el ascenso del Estado Islámico, el brote del ébola, la lucha contra el cambio climático o el contagio financiero de 2008 para ver lo que sucede cuando un peligro pasa demasiado tiempo inadvertido o sin que se le dé una respuesta coordinada y correcta.
Y sin embargo, justo cuando más se necesitan instituciones regionales e internacionales sólidas, menos apoyo tienen. Cada vez más ciudadanos de Europa, Norteamérica y Medio Oriente culpan a la globalización por el desempleo, el aumento de la desigualdad, las pandemias y el terrorismo, y consideran que el aumento de la integración, la apertura y la innovación es más una amenaza que una oportunidad.
Esto crea un círculo vicioso. Los temores del electorado se manifiestan en su creciente apoyo a partidos políticos que piden más proteccionismo, menos inmigración y más control nacional de los mercados. Los gobiernos de Europa, Norteamérica, Asia y Oceanía están adoptando puntos de vista cada vez más provincianos, y privan a los organismos regionales e internacionales de la financiación, la credibilidad y el poder de liderazgo que necesitan para implementar una respuesta apropiada a los desafíos de la globalización.
Aunque en lo inmediato puedan evadir sus responsabilidades globales, los países no podrán tener a raya las amenazas transfronterizas para siempre. Los peligros endémicos de un mundo globalizado no dejarán de crecer a menos que se los enfrente. Los riesgos que plantea el Estado Islámico, el ébola, la crisis financiera, el cambio climático o el aumento de la desigualdad exigen abandonar el cortoplacismo político, o todos lo lamentaremos.
(Ian Goldin, Director of the Oxford Martin School, Professor of Globalization and Development at the University of Oxford, and Vice-Chair of the Oxford Martin Commission for Future Generations, is the co-author of The Butterfly Defect: How Globalization Creates Systemic Risks, and What to Do about )
– El valle de la desesperación (El País – 3/1/15)
(Por Paul Krugman)
En 2014, la creciente desigualdad en los países avanzados recibió por fin la atención debida cuando El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, se convirtió en un inesperado (y merecido) éxito de ventas. Los sospechosos habituales insisten en su lucrativa negación, pero para todos los demás es evidente que la renta y la riqueza están más concentradas en el extremo superior de lo que lo habían estado desde la Belle Époque, y que la tendencia no da muestras de remitir.
Pero esa historia trata de lo que ocurre dentro de los países, y por lo tanto, es incompleta. La verdad es que hay completar el análisis al estilo Piketty con una visión global, y yo diría que, al hacerlo, se percibe mejor lo bueno, lo malo, y lo potencialmente muy feo del mundo en que vivimos.
Así que permítanme sugerirles que echen un vistazo a un excelente gráfico del aumento de los ingresos en el mundo elaborado por Branko Milanovic, del Centro de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (al que me incorporaré este verano). Lo que Milanovic muestra es que el aumento de los ingresos desde la caída del Muro de Berlín ha sido una historia de "cumbres gemelas". Por supuesto, los ingresos han crecido en lo más alto a medida que las élites del mundo se hacían más y más ricas. Pero también ha habido enormes beneficios para lo que podríamos denominar la clase media mundial, formada en gran parte por las cada vez más numerosas clases medias de China e India.
Y digámoslo claramente: el aumento de las rentas en los países emergentes ha generado enormes mejoras en el bienestar humano, al sacar a cientos de millones de personas de la pobreza agobiante y darles una oportunidad de tener una vida mejor.
Y ahora, las malas noticias. Entre esas dos cumbres gemelas (la élite mundial cada vez más rica y la creciente clase media china) se encuentra lo que podríamos llamar el valle de la desesperación. Para la gente alrededor del percentil 20 de la distribución de la renta mundial, los ingresos han crecido, si acaso, a un ritmo lento. ¿Y quién es esa gente? Básicamente, las clases trabajadoras de los países avanzados. Y aunque los datos de Milanovic solo lleguen hasta 2008, podemos estar seguros de que, desde entonces, a ese grupo le ha ido incluso peor, hundido por los efectos del elevado desempleo, el estancamiento de los salarios y las políticas de austeridad.
Es más, el esfuerzo de los trabajadores de los países ricos es, en varios sentidos importantes, la otra cara de los ingresos por encima y por debajo de ellos. La competencia de las exportaciones de las economías emergentes sin duda ha sido un factor para el descenso de los salarios en los países más ricos, aunque no ha sido la fuerza dominante. Más importante es que el incremento de los ingresos en la cima se obtuvo en gran medida a base de exprimir a los que estaban por debajo reduciendo los salarios, recortando las prestaciones, aplastando a los sindicatos y desviando una parte cada vez mayor de los recursos nacionales a los trapicheos financieros.
Y, quizá aún más importante, los ricos ejercen una influencia enormemente desproporcionada sobre la política. Las prioridades de las élites -la preocupación obsesiva por los déficits presupuestarios, con la consiguiente supuesta necesidad de cercenar los programas públicos- han contribuido en gran medida a ahondar el valle de la desesperación.
Así que, ¿quién defiende a los que han quedado atrás en este mundo de cumbres gemelas? Se podría haber esperado que los partidos convencionales de izquierdas adoptasen una actitud populista en nombre de las clases trabajadoras de sus países. Pero, en cambio, lo que hemos visto -por parte de líderes que van desde François Hollande en Francia a Ed Miliband en Gran Bretaña, y, sí, al presidente Obama- es un torpe balbuceo. (Obama, en realidad, ha hecho mucho por los estadounidenses trabajadores, pero es manifiestamente negado a la hora de vender sus logros).
Yo diría que el problema con estos líderes convencionales es que no se atreven a desafiar las prioridades de las élites, en particular su obsesión por los déficits públicos, por miedo a que se les considere irresponsables. Y eso deja el campo libre a los líderes no convencionales -algunos de ellos seriamente alarmantes- que están dispuestos a dar solución a la indignación y la desesperación de los ciudadanos de a pie.
Los izquierdistas griegos que podrían llegar al poder a finales de este mes son probablemente los menos peligrosos de todos, aunque sus exigencias de que se alivie la deuda y de que se ponga fin a la austeridad pueden provocar un tenso pulso con Bruselas. En otros lugares, sin embargo, observamos el ascenso de partidos nacionalistas y contrarios a los inmigrantes, como el Frente Nacional en Francia o el Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP, en sus siglas en inglés) en Gran Bretaña. Y hay gente todavía peor esperando entre bastidores.
Todo esto hace pensar en algunas analogías históricas desagradables. Recordemos que esta es la segunda vez que hemos experimentado una crisis financiera global seguida por una prolongada recesión en todo el mundo. Entonces, como ahora, cualquier respuesta eficaz a la crisis fue bloqueada por las élites que exigían presupuestos equilibrados y divisas estables. Y el resultado final fue dejar el poder en manos de personas, por así decirlo, no muy agradables.
No estoy insinuando que estemos al borde de repetir al pie de la letra la década de 1930, pero sí que afirmaría que los líderes políticos y de opinión tienen que afrontar el hecho de que nuestro actual sistema mundial no está funcionando bien para todos. Es fantástico para la élite y ha sido muy positivo para los países emergentes, pero el valle de la desesperación es algo muy real. Y van a pasar cosas malas si no hacemos algo al respecto.
(Paul Krugman, galardonado en 2008 con el premio del Banco de Suecia en homenaje a Alfred Nobel, es profesor de Economía de la Universidad de Princeton)
– Piketty: "La mayor desigualdad la provoca el desempleo" (El País – 11/1/15)
(Por Alicia González)
Empieza a estar cansando del apelativo de estrella de rock que le atribuyeron los medios estadounidenses cuando viajó a aquel país para presentar su libro -El capital en el siglo XXI-. Pero es difícil imaginar otro economista europeo que lidere las listas de ventas con una obra tan profundamente académica y que provoque semejante euforia allá donde va. "En realidad, el éxito del libro revela la necesidad de una mayor democratización del debate económico, de permitir que la gente se forme su opinión y de incorporar a ese debate los problemas que realmente importan a la gente", apunta Thomas Piketty (Clichy, 1971). Un éxito no exento de severas críticas vertidas desde los más importantes medios internacionales. "La verdad es que los mismos que han criticado mis trabajos me han dado un premio al mejor libro del año. No puedo pedir más", dice con una sonrisa.
El autor francés ha visitado esta semana Madrid, para promocionar la edición en español de su libro, con una agenda realmente de estrella mediática. No había minutos ni huecos suficientes en el día para atender la cantidad de solicitudes de encuentros, reuniones y entrevistas de todo tipo que había suscitado su visita, en la que ha reservado un hueco destacado al mundo político. No en vano, él fue asesor de campaña de la candidata socialista Ségolène Royal en las elecciones a la Presidencia de Francia de 2007. Ha sido el propio Piketty quien tenía interés en reunirse con los responsables de Podemos durante su visita a Madrid para evitar que su debate con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, fuera interpretado como una adhesión a los postulados de los socialistas españoles. "Me gusta escuchar todas las propuestas. Me hubiera gustado también reunirme con alguien del Gobierno pero no han mostrado ningún interés", explica.
Piketty atribuye el éxito de su obra a la necesidad de saber de los ciudadanos, pero hay algo más. Su libro se ha convertido en un símbolo de la angustia y la rabia de un mundo que aún lucha por dejar atrás la peor crisis económica desde la Gran Depresión y en el que el aumento de la desigualdad ha pasado a ocupar un lugar prioritario en las agendas políticas. Porque la desigualdad hace que los ciudadanos pierdan su fe en un sistema por el que se sienten injustamente tratados y cuyo estatus, en semejantes condiciones, no tienen ningún interés en mantener, con las consiguientes consecuencias políticas que se empiezan a observar en Europa. Él sostiene que su trabajo es tan sencillo que cualquiera puede leerlo, "cualquiera sin ninguna formación económica específica", afirma. Pero las fórmulas que recogen muchos de los capítulos de su libro parecen indicar lo contrario.
El economista francés sostiene que a lo largo de la historia, y aún más en los últimos años, el rendimiento del capital ha sido mayor al crecimiento de la economía y que, por tanto, quienes contaban inicialmente con ese capital -en forma de inmuebles, herencias o patrimonio– se beneficiaban más del crecimiento que quienes dependían de su trabajo. Una fórmula matemática que se ha revelado en toda su crudeza con la crisis y que ha suscitado el enfado de las clases medias, que se sienten las paganas de la crisis, duramente golpeadas por las políticas de austeridad, el recorte de los servicios y las subidas de impuestos pero que en la práctica no resulta tan simple. "Es cierto que el caso de Europa no es exactamente el mismo que el de Estados Unidos. El movimiento Somos el 99% tiene más sentido allí, o en lugares como Londres, porque el peso del sector financiero y del capital en la economía es mucho mayor. En Europa, la mayor fuente de desigualdad procede del desempleo", admite el economista.
Los datos de recientes estudios de la OCDE corroboran esa matización. Son los países más golpeados por el desempleo durante la crisis aquellos en los que más ha crecido la desigualdad, especialmente entre el 10% de los hogares con ingresos más bajos. Grecia y España, las economías con mayor tasa de paro, son los países en los que la renta disponible de los hogares más pobres se ha reducido con más virulencia. En cambio, hay otras economías, como Polonia o Chile, que han logrado que las rentas disponibles de sus ciudadanos más pobres aumenten en esos años de crisis y que lo hagan incluso más que las del 10% más rico. "No se puede responsabilizar a los demás de lo que pasa. Los ciudadanos y los gobiernos son responsables de sus decisiones y de las consecuencias de sus políticas", repite incesante el economista en sus intervenciones.
Piketty publicó su obra (originalmente en francés en 2013) justo cuando se empezaba a entrever el final de la crisis y cuando los datos empezaban a reflejar unos niveles de disparidad de rentas entre los países más desarrollados no vistos desde finales de la Primera Guerra Mundial. El debate sobre la desigualdad ya comenzaba a coger fuerza en Estados Unidos y fue, precisamente, la enorme repercusión de su libro en aquel país, ya en 2014, la que disparó la popularidad de Piketty y la enorme difusión de su obra. "Estoy aún más sorprendido de la acogida que ha tenido el libro en China o en Corea, aquello realmente me ha impresionado", admite.
Lo cierto es que son muchas las voces que vienen denunciando las consecuencias que esa creciente disparidad de rentas tiene para el futuro de las economías y las sociedades desarrolladas y emergentes. En 2005, el economista Branco Milanovic, antiguo economista jefe del Banco Mundial ya publicó un libro -Mundos separados- sobre la disparidad global de ingresos y el aumento de la desigualdad y su recopilación de ensayos de 2011 sobre esa cuestión -Los que tienen y los que no- es considerada una de las referencias mundiales en la materia. En 2010, el entonces economista de la Universidad de Chicago y actual gobernador del Banco de la Reserva de India, Raghuram Rajan, alertó en su libro Las grietas del sistema de que el enorme endeudamiento de los hogares había sido propiciado, precisamente, por las autoridades con el objetivo de reducir aparentemente las disparidades de renta en la población. Ese endeudamiento, al final, ha debilitado las posibilidades de las familias en la recuperación. El listado de autores y de trabajos es largo y la preocupación sobre el fenómeno es tan patente que hasta los distinguidos participantes del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza) lo designaron, en enero de 2014, el mayor reto de la economía global en los próximos años.
La gran aportación de Piketty a la historia económica es el exhaustivo trabajo llevado a cabo para recabar los datos sobre los que basa sus tesis. El economista francés ha utilizado la información tributaria facilitada por los propios individuos y no las encuestas sobre los ingresos de los hogares, uno de los métodos más utilizados para analizar la desigualdad. Ese sesgo, que no es nuevo, sí resulta especialmente útil para analizar la distribución entre las rentas más altas y permite al público en general comparar la evolución de sus ingresos con los de los más ricos. Su exhaustivo trabajo de recolección está disponible a través de la página web de la Escuela de Negocios de París -World Top Incomes Database- con datos de más de 27 países, pero no todos tienen la misma fiabilidad.
"Si algo bueno tiene la publicidad que está recibiendo el libro es que ello nos está propiciado un mayor acceso a los datos de muchos países emergentes y una mayor transparencia en los datos disponibles para los ciudadanos en general, lo que se convierte en un instrumento para luchar contra la corrupción. China es la que va más retrasada en este sentido", apunta. Países como Brasil, México, Turquía o Corea empiezan a facilitar a Piketty y a su equipo los datos tributarios. Eso permitirá ajustar sus tesis con más precisión porque la explosión de las clases medias en las grandes economías emergentes en los últimos años tiene mucho más que ver con el fuerte crecimiento vivido por esos países que con los rendimientos del capital previos a su irrupción en la economía global. "Ese fuerte crecimiento ha sido uno de los aspectos más positivos de la globalización y es una de las grandes fuerzas que han permitido reducir la desigualdad a nivel mundial", reconoce entusiasta.
Más datos quizás también le lleven a ajustar más las recetas para combatir los perjuicios de la disparidad de rentas. Piketty se ha declarado favorable a establecer un impuesto sobre la riqueza pero se muestra absolutamente contrario y crítico con el tipo del 75% sobre las rentas más altas que puso en marcha el presidente francés François Hollande y al que acaba de dar carpetazo el gobierno presidido por Manuel Valls. "Una cosa son los ingresos y otra el patrimonio, la riqueza. Básicamente estoy en contra de la propuesta de Hollande porque se trataba de un gesto de cara a la galería y sin ninguna voluntad de cambiar el modelo. La recaudación de ese impuesto era anecdótica. Hollande debería empezar por simplificar el sistema tributario francés", señala.
El también profesor de la Paris School of Economics es especialmente crítico con el manejo de la crisis en Europa, desde las políticas de austeridad aplicadas a la modificación de los Tratados europeos aprobada en 2012 y la competencia fiscal entre los países de la eurozona que ha desvelado el escándalo de los Luxleaks. "Si todo el mundo hace lo que ha hecho Luxemburgo y elimina casi por completo la tributación de las grandes empresas, toda Europa se convertirá en un paraíso fiscal", subraya. "Creo que habría que avanzar hacia una mayor cooperación tributaria, como primer paso, empezando por la armonización de la fiscalidad empresarial", defiende. Más aún. "Las políticas de austeridad, el empeño en reducir el déficit a toda velocidad, el aumento del desempleo y la ausencia de inflación hacen mucho más difícil la salida de la crisis", remata.
Pese a lo que la experiencia europea demuestra, Piketty se muestra optimista ante la posibilidad de una mayor coordinación fiscal en la región y cree que con los incentivos o las sanciones apropiadas los cambios son posibles. "Tampoco parecía posible acabar con el secreto bancario suizo y hoy día eso es una realidad. Estados Unidos impuso sanciones a los bancos suizos que habían contribuido a ocultar información tributaria de sus ciudadanos y el secreto bancario se acabó", recuerda. "Las cosas siempre se pueden cambiar".
– Se buscan empleos europeos (Project Syndicate – 9/1/15)
(Por Justine Doody)
Berlín.- Cuando en 1997 la Unión Europea celebró su primera cumbre sobre crecimiento y empleo, el desempleo en toda la UE era de un 11%. En el otoño pasado, cuando se realizó otra, no parecía que se hubiera avanzado demasiado desde entonces: la cifra era esta vez de un 11,5%, tras haber llegado a ser un 6,8% en el primer trimestre de 2008.
Para que la UE cumpla su promesa de paz y prosperidad, será necesario que encuentre maneras de crear oportunidades para un mayor número de sus ciudadanos. El desempleo juvenil es un problema especialmente preocupante, incluso en países donde las estadísticas de empleo son positivas en otros aspectos, mientras que en aquellos donde las condiciones del mercado laboral son peores representa una potencial fuente de inestabilidad social y política.
La participación en la fuerza laboral se vincula no solamente con los niveles de ingresos, sino también con la autoestima, la inclusión social y el estatus social. Quedar fuera del mercado laboral aumenta el riesgo de caer en la pobreza y sufrir peor salud, y mientras más dure el desempleo, más dañinos serán los efectos. Los jóvenes que carecen de empleo tienen menos oportunidades en etapas posteriores de sus vidas, lo que representa un derroche de formación y habilidades que conlleva efectos perjudiciales para las economías de sus respectivos países.
No hay duda de que algunos países de la UE se las han arreglado para capear la crisis razonablemente bien. Según una nueva clasificación de Justicia social del proyecto Indicadores de Gobernanza Sostenible (IGS) de la Bertelsmann Stiftung, Austria, Dinamarca y Alemania encabezan la lista en términos de acceso al mercado laboral, seguidos por Suecia y Finlandia. Pero incluso en estos países hay margen de mejora. Por ejemplo, hubo un tiempo en que Dinamarca era un modelo de reforma del mercado laboral, pero desde el inicio de la crisis del euro su desempleo ha aumentado de un 3,5% en 2008 a un 6,4% en noviembre de 2014.
Alemania ha reducido radicalmente su índice de desempleo en la última década, incluso durante la crisis económica. Tras años de un alto desempleo estructural de largo plazo, a partir de 2003 el país llevó a cabo una serie de reformas, entre las que se incluía la del ámbito laboral, que convirtieron a su economía en una de las más destacadas de la UE.
El sistema alemán de formación vocacional ha hecho coincidir las habilidades de la fuerza laboral del país con las necesidades de sus empresas, contribuyendo así a un bajo desempleo juvenil. Pero sigue existiendo un factor problemático: el surgimiento de un mercado laboral dual en que a los trabajadores temporales y con salarios bajos les resulta difícil dejar las condiciones de trabajo inadecuadas en que se encuentran y pasar a formar parte del mercado laboral general.
Los mercados laborales duales son un problema en toda la UE. Austria ha sido el país que mejor lo ha enfrentado, según el estudio de IGS: solo un 8,1% de los empleados temporales encuestados había tomado ese tipo de trabajo por no poder encontrar empleo permanente. Alemania se halla en un distante segundo lugar: un 21% de encuestados manifiestan que preferirían trabajar de manera permanente. En Europa del sur, donde la crisis se ha hecho sentir de manera más intensa, el problema es todavía peor. En España y Chipre más del 90% de las personas en puestos temporales no puede encontrar empleo permanente.
Otro problema en Alemania y Austria, que encabezan la clasificación, es la falta de oportunidades de formación para ciertos grupos, lo que reduce las oportunidades y la movilidad en el mercado laboral. En Austria, a partir del cuarto grado se divide a los niños en diferentes ramas de formación, con lo que su desarrollo educacional posterior queda fijado desde muy temprano.
El estatus social de los padres a menudo determina la capacidad de sus hijos de acceder a la educación superior. Los hijos de padres con mayores ingresos y de aquellos que tuvieron acceso a instituciones de educación terciaria tienen muchas más probabilidades de graduarse en la universidad. En Alemania, las oportunidades educacionales para hijos de familias inmigrantes y de bajos ingresos son menores que en muchos otros países con economías avanzadas.
Las condiciones del mercado laboral para los inmigrantes son también un tema espinoso en los países escandinavos, que por lo demás tienen buenos indicadores de acceso al empleo. En Dinamarca, los inmigrantes de países no occidentales muestran menores tasas de empleo y formación que los demás. De manera similar, en Suecia, a pesar de que el país posee un excelente historial general de no discriminación, los inmigrantes tienen dificultades para integrarse en la sociedad y se enfrentan a desventajas en el mercado laboral en comparación con los suecos nativos.
Más aún, aunque Suecia tiene una de las más altas tasas de empleo de la UE, no ha podido enfrentar adecuadamente su persistente problema de desempleo juvenil, que en la actualidad es de un 23%. En España y Grecia, el desempleo juvenil supera el 50%, y la situación no es mucho mejor en otros países afectados por la crisis, como Chipre, Portugal, Italia y Croacia. En la UE como un todo, el desempleo juvenil fue un desesperanzador 21,9% en noviembre. Según un estudio, esto cuesta a la UE 150 mil millones de euros ($ 183 mil millones) al año en gastos y salarios perdidos, además de las adversidades que sufren los muchos jóvenes que no pueden encontrar empleo.
En febrero de 2013 los líderes de la UE lanzaron una Iniciativa de Empleo Juvenil, con un presupuesto de 6 mil millones de euros, para ayudar a aliviar el problema. Sin embargo, en junio de 2014 la Canciller alemana Angela Merkel admitió que hasta ahora no ha funcionado. La última cumbre de la UE sobre empleo no aportó mucho en términos de nuevas ideas.
La UE ha señalado que los jóvenes no deberían estar sin empleo ni formación por más de cuatro meses, pero se han dado pocos pasos para que esto se haga realidad. A menos que se adopten pronto nuevas formas de abordar este problema, corremos el riesgo de que los jóvenes desempleados de Europa acaben por convertirse en una generación perdida.
(Justine Doody writes for the Bertelsmann Stiftung"s SGI News and BTI Blog. Daniel Schraad-Tischler is Senior Project Manager at the Bertelsmann Stiftung)
– De estado benefactor a estado innovador (Project Syndicate – 14/1/15)
(Por Dani Rodrik)
Princeton.- Un espectro está acechando a la economía mundial -el espectro de la tecnología que mata el empleo-. La manera en que se enfrente este desafío determinará el destino de las economías de mercado y las políticas democráticas del mundo, de la misma manera que la respuesta de Europa al ascenso del movimiento socialista a fines del siglo XIX y principios del siglo XX dio forma al curso de la historia subsiguiente.
Cuando la nueva clase trabajadora industrial comenzó a organizarse, los gobiernos apaciguaron la amenaza de la revolución desde abajo que Karl Marx había vaticinado expandiendo los derechos políticos y sociales, regulando los mercados, erigiendo un estado benefactor que proveyera amplias concesiones y seguro social y aliviando los altibajos de la macroeconomía. En efecto, reinventaron el capitalismo para hacerlo más inclusivo y darles a los trabajadores una participación en el sistema.
Las revoluciones tecnológicas de hoy exigen una reinvención igualmente integral. Los potenciales beneficios de los descubrimientos y las nuevas aplicaciones en la robótica, la biotecnología, las tecnologías digitales y otras áreas nos rodean y son fáciles de ver. Por cierto, muchos creen que la economía mundial puede estar en el umbral de otra explosión de nuevas tecnologías.
El problema es que la mayor parte de estas nuevas tecnologías traen aparejado un ahorro de mano de obra. Conllevan la sustitución de trabajadores con una calificación baja o mediana por máquinas operadas por una cantidad menor de trabajadores altamente calificados.
Sin duda, algunas tareas de baja calificación no se pueden automatizar fácilmente. Los porteros, por mencionar un ejemplo común, no pueden reemplazarse con robots -al menos no todavía-. Pero pocos empleos están realmente a salvo de la innovación tecnológica. Consideremos, por ejemplo, que habrá menos basura generada por el ser humano -y, en consecuencia, menos demanda de porteros- a medida que la fuerza laboral se vaya digitalizando.
Un mundo en el que robots y máquinas hagan el trabajo de los seres humanos no tiene por qué ser un mundo con un alto nivel de desempleo. Pero ciertamente es un mundo en el que una parte importante de las alzas de la productividad queda en manos de los dueños de las nuevas tecnologías y las máquinas que las encarnan. El grueso de la fuerza laboral está condenado al desempleo o a salarios bajos.
En rigor de verdad, algo así ha venido sucediendo en los países desarrollados durante por lo menos cuatro décadas. Las tecnologías que requieren una alta capacitación y un nivel elevado de capital son el principal culpable detrás del crecimiento de la desigualdad desde fines de los años 1970. Todo indica que esta tendencia probablemente continuará, produciendo niveles sin precedentes de desigualdad y la amenaza de un conflicto social y político generalizado.
No tiene por qué ser así. Con una dosis de pensamiento positivo y de ingeniería institucional, podemos salvar al capitalismo de sí mismo -una vez más.
La clave es reconocer que las nuevas tecnologías disruptivas producen grandes beneficios sociales y, simultáneamente, pérdidas privadas. Estas ganancias y pérdidas se pueden reconfigurar de manera que todos resulten beneficiados. De la misma manera que con la anterior reinvención del capitalismo, el estado debe desempeñar un papel importante.
Consideremos cómo se desarrollan las nuevas tecnologías. Cada potencial innovador enfrenta una gran ventaja, pero también un alto grado de riesgo. Si la innovación es exitosa, su pionero obtiene un gran beneficio, al igual que la sociedad en general. Pero si no lo es, el innovador es desafortunado. Entre todas las nuevas ideas que se persiguen, sólo unas pocas, llegado el caso, se vuelven comercialmente exitosas.
Estos riesgos son especialmente altos en los albores de una nueva era de innovación. Así las cosas, alcanzar el nivel socialmente deseable de esfuerzo innovador requiere de emprendedores osados -que estén dispuestos a asumir riesgos elevados- o una cuota suficiente de capital de riesgo.
Los mercados financieros en las economías avanzadas ofrecen capital de riesgo a través de diferentes tipos de acuerdos -fondos de riesgo, operaciones bursátiles públicas, capital de riesgo, entre otros-. Pero no hay ninguna razón por la cual el estado no debería desempeñar este rol en una escala mucho mayor, permitiendo no sólo una mayor dosis de innovación tecnológica sino canalizando también los beneficios directamente a la sociedad en general.
Como ha señalado Mariana Mazzucato, el estado ya desempeña un papel importante a la hora de financiar las nuevas tecnologías. Internet y muchas de las tecnologías clave utilizadas en el iPhone han sido efectos colaterales de programas de investigación y desarrollo subsidiados por el gobierno y proyectos del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Pero, por lo general, el gobierno no tiene ninguna participación en la comercialización de estas tecnologías exitosas, de modo que las ganancias quedan enteramente en manos de los inversores privados.
Imaginemos que un gobierno estableciera una cantidad de fondos de riesgo públicos gestionados profesionalmente, que asumieran participaciones de capital en un corte transversal de nuevas tecnologías, recaudando los fondos necesarios mediante la emisión de bonos en los mercados financieros. Estos fondos operarían en base a principios de mercado y tendrían que ofrecer un reporte periódico a las autoridades políticas (especialmente cuando su tasa general de retorno cayera por debajo de un umbral especificado), pero fuera de eso serían autónomos.
Diseñar las instituciones correctas para el capital de riesgo público puede ser difícil. Pero los bancos centrales ofrecen un modelo de cómo esos fondos podrían operar con independencia de la presión política cotidiana. La sociedad, a través de su agente –el gobierno- entonces terminaría siendo el copropietario de la nueva generación de tecnologías y máquinas.
El porcentaje de las ganancias de los fondos de riesgo públicos obtenido a partir de la comercialización de nuevas tecnologías sería devuelto a los ciudadanos comunes traducido en un dividendo por "innovación social" -un ingreso que complementaría las ganancias que reciben los trabajadores en el mercado laboral-. También permitiría reducir las horas de trabajo -y acercarnos, finalmente, al sueño de Marx de una sociedad en la que el progreso tecnológico les permite a los individuos "cazar por la mañana, pescar por la tarde, apacentar el ganado por la noche y dedicarse a criticar después de cenar".
El estado benefactor fue la innovación que democratizó –y, por ende, estabilizó- al capitalismo en el siglo XX. El siglo XXI requiere un cambio análogo hacia el "estado innovador". El talón de Aquiles del estado benefactor era que exigía un alto nivel de impuestos sin estimular una inversión compensatoria en capacidad innovadora. Un estado innovador, establecido según los lineamientos planteados más arriba, reconciliaría el capital con los incentivos que exige esa inversión.
(Dani Rodrik is Professor of Social Science at the Institute for Advanced Study, Princeton, New Jersey. He is the author of One Economics, Many Recipes: Globalization, Institutions, and Economic Growth and, most recently, The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World )
– ¿Nos hemos vuelto demasiado flexibles? (Project Syndicate – 22/1/15)
Londres.- Al comenzar 2015, la realidad de la deficiente demanda mundial y de los riesgos deflacionarios en las economías más importantes del mundo resulta patente. En la zona del euro, el crecimiento del PIB está aminorándose y la inflación se ha vuelto negativa. Los avances del Japón hacia su objetivo de inflación del dos por ciento se han estancado. Ni siquiera las economías que están experimentando un crecimiento económico más sólido cumplirán sus metas: este año la inflación en los Estados Unidos no llegará al 1,5 por ciento y la tasa de China fue en el pasado mes de noviembre la más baja en los cinco últimos años: 1,4 por ciento.
En las economías avanzadas, la baja inflación refleja no sólo las repercusiones temporales del descenso de los precios de los productos básicos, sino también el estancamiento de los salarios a largo plazo. En los EEUU, el Reino Unido, el Japón y varios países de la zona del euro, los salarios medios reales (ajustados a la inflación) siguen siendo inferiores a los niveles de 2007. De hecho, en los EEUU, los salarios reales correspondientes al cuartil inferior llevan tres decenios sin aumentar y, aunque los EEUU crearon 295.000 nuevos empleos en el pasado mes de diciembre, los salarios netos bajaron.
En el mundo en desarrollo la situación no es mucho mejor. Como muestra el último informe sobre El salario en el mundo de la Organización Nacional del Trabajo, los aumentos de salarios van muy rezagados respecto del incremento de la productividad.
Como el aumento real de los ingresos es decisivo para impulsar el consumo y los precios, los bancos centrales y los políticos están ahora dedicados por primera vez a fomentar los aumentos de los salarios. En el pasado mes de julio, el Presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, acogió con beneplácito que algunas empresas alemanas hubieran aumentado los salarios por encima de la inflación. El Primer Ministro del Japón, Shinzo Abe, ha dado un paso más, al instar repetidas veces a las empresas a aumentar los salarios y alentarlas a hacerlo reduciendo el impuesto de sociedades. Sin embargo, hasta ahora las presiones han surtido poco efecto.
Esa actitud no habría sorprendido a los economistas monetaristas que observaron la elevada inflación del decenio de 1970. En aquella época, muchas autoridades achacaron los rápidos aumentos de precios a los factores que aumentaban los costos, como, por ejemplo, las subidas excesivas de los salarios obtenidas por los sindicatos con sus presiones. Los ministros de Hacienda y los bancos centrales instaban con frecuencia a la moderación de los salarios y muchos países introdujeron incluso políticas oficiales que regían los salarios y los precios.
Pero dichas políticas resultaron en gran medida ineficaces. En cambio, pareció cada vez más claro, como dijo Milton Freedman, que "la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario". Si la demanda nominal aumenta más rápidamente que el crecimiento potencial real, la inflación es inevitable y sólo se puede limitar el aumento de la demanda mediante una combinación de política fiscal y monetaria. De hecho, se venció por fin la inflación a comienzos del decenio de 1980, cuando los bancos centrales aumentaron los tipos de interés al nivel necesario, fuera el que fuese, para limitar la demanda nominal, aun cuando provocara un desempleo elevado y transitorio.
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