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De la "histeria" del desempleo a la "histéresis" del fin del trabajo (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Pero, aunque los bancos centrales se atribuyeron el mérito de la "gran moderación" de la inflación mundial que siguió, los factores estructurales (que determinan la intensidad de los efectos del aumento de los costos) desempeñó también un papel decisivo. Para empezar, la entrada de la enorme fuerza laboral de China en la economía mundial de mercado cambió el equilibro de poder entre el capital y la mano de obra en las economías avanzadas. Los sindicatos experimentaron una profunda pérdida de afiliados e influencia a causa del aumento de la competencia mundial y, en algunos países, de unas reformas legales deliberadas. Se permitió, en particular en los EEUU, que los salarios mínimos disminuyeran en comparación con los ingresos medios.

Más recientemente, los avances tecnológicos han llegado a ser un motor cada vez más importante de la transformación estructural y la tecnología de la información y la automatización del trabajo han reducido los salarios de los empleos que requieren escasas aptitudes y han erosionado aún más el poder político de las organizaciones sindicales y su influencia en el mercado. Los mercados laborales ultraflexibles de la actualidad, caracterizados por contratos temporales, con jornada parcial y sin especificación de un número determinado de horas son muy diferentes de los que engendraron -por el aumento de los costos- la inflación en los decenios de 1960 y 1970.

El resultado en muchos países ha sido un estancamiento de los salarios reales, un aumento de la desigualdad y una posible propensión estructural a una demanda nominal deficiente. Como los ricos son más dados a ahorrar, una mayor desigualdad suele producir un flojo aumento de la demanda, a no ser, claro está, que se presten a los pobres los ahorros de los ricos.

A consecuencia de ello, mientras que antes de la crisis financiera de 2008 se consideraba a los bancos centrales unos héroes en la lucha contra la inflación, acabaron cada vez más compensando las presiones deflacionarias estructurales mediante la fijación de unos tipos de interés lo bastante bajos para estimular auges crediticios, lo que provocó una creación excesiva de deuda y crisis financiera y ahora una escasez crónica de demanda agregada, al intentar todos los hogares, empresas y gobiernos reducir sus deudas.

Pero, aunque los factores estructurales y un endeudamiento excesivo sostienen la insuficiente demanda actual, una reacción puramente macroeconómica podría aun resolver el problema. Así como una restricción monetaria decidida hace treinta años acabó superando en última instancia las presiones causantes del aumento de los costos, una política igualmente decidida en la otra dirección podría, en teoría, impulsar el aumento actual de la demanda nominal.

La forma mejor de lograrlo no es mediante la combinación actual de tipos de interés ultrabajos y relajación cuantitativa. Al fin y al cabo, aunque ese método acabaría estimulando la demanda, lo haría aumentando el precio de los activos -y con ello exacerbando la desigualdad de la riqueza- y volviendo a estimular el aumento del crédito privado que alimentó la crisis financiera.

Pero las autoridades siempre tienen otra opción para crear demanda nominal: imprimir dinero para financiar sus déficits fiscales. La disponibilidad permanente de ese método -o que Friedman llamó "dinero lanzado desde un helicóptero"- hace de la demanda nominal deficiente uno de los pocos problemas económicos para los que siempre hay una solución.

No obstante, es casi seguro que semejante planteamiento puramente macroeconómico de la lucha contra la deflación no sería óptimo. Una estrategia mejor entrañaría también políticas que abordaran los factores estructurales del estancamiento de los salarios y del consumo.

Uno de esos factores es la excesiva flexibilidad del mercado laboral. Aunque la relajación de las normas relativas a la contratación y al despido de trabajadores probablemente haya contribuido a impulsar el empleo en algunos países, como, por ejemplo, el Reino Unido, también puede estar reduciendo los salarios reales. Del mismo modo que los mercados laborales pueden ser demasiado rígidos, también pueden ser demasiado flexibles.

El aumento de los salarios mínimos podría contribuir a limitar la erosión de los ingresos reales en el cuartil inferior y se puede recurrir a los sistemas impositivos y de asistencia social para encauzar ingresos hacia quienes más probablemente los gastarán.

Como la deflación, igual que la inflación, es en última instancia un fenómeno monetario, las armas fiscales y monetarias son los medios más decisivos para combatirla, pero no se debe pasar por alto la posible importancia de las políticas estructurales. Weidmann y Abe están en lo cierto: cierta presión que aumente los costos sería útil, pero harán falta políticas deliberadas para estimularlas.

(Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is a senior fellow at the Institute for New Economic Thinking and at the Center for Financial Studies in Frankfurt)

– La austeridad fiscal contra la sociedad europea (Project Syndicate – 16/2/15)

(Por Kemal Dervis)

Washington, DC.- En los últimos cinco años, la eurozona ha mantenido, sin el consentimiento popular expreso, una estricta orientación política sobre austeridad fiscal y reformas estructurales -a pesar de las serias repercusiones sociales, no solo en los países del mediterráneo e Irlanda, sino también en un país central de la Unión Europea, como Francia. A menos que los líderes de la eurozona reflexionen sobre su enfoque, el éxito del partido radical Syriza en Grecia en las elecciones generales llevadas a cabo recientemente podría resultar ser solo un paso adelante hacia la fragmentación social e inestabilidad política futuras en Europa. O podría marcar el inicio de una reorientación positiva y realista de la estrategia económica de Europa.

Claro, la sostenibilidad fiscal es esencial para evitar un refinanciamiento perjudicial de la deuda e inspirar confianza en los inversionistas y consumidores. Sin embargo, no se puede negar que es mucho más fácil respaldar la austeridad fiscal cuando se posee un nivel de riqueza que permite no depender de las ayudas sociales o correr el riesgo alto de desembocar en el desempleo de largo plazo. (Los ricos también siguen teniendo en gran parte control de los medios de comunicación, el discurso público y los flujos de capital transfronterizos).

Para los millones de trabajadores -y en especial los jóvenes- sin perspectivas de empleo, la sostenibilidad fiscal sencillamente no puede ser la única prioridad. Cuando se eliminan las ayudas de desempleo hay quienes resultan afectados. Y cuando los recortes al presupuesto se extienden a la educación, son los niños los que no pueden obtener los conocimientos necesarios para alcanzar su futuro potencial.

El sufrimiento inducido por la austeridad es particularmente excesivo en Grecia. Los recortes a las pensiones están impidiendo a los mayores vivir una vida con dignidad. Se ha puesto una gran carga en aquellos que sí pagan sus impuestos, mientras que muchos –a menudo los más ricos, que desde hace mucho ocultan su dinero en el extranjero– siguen evadiendo sus obligaciones. Los servicios de salud han colapsado por lo que muchos pacientes de cáncer están perdiendo acceso a un tratamiento que les puede salvar la vida. Los suicidios están aumentando.

Con todo, los acreedores griegos siguen ignorando estos acontecimientos. Claramente, esto no puede seguir así -situación que el ex director del Departamento Europa del Fondo Monetario Internacional, Reza Moghadam, reconoció durante un llamado reciente para cancelar la mitad de la deuda griega, siempre y cuando se llegue a un acuerdo sobre la realización de reformas creíbles que fortalezcan el crecimiento.

La sostenibilidad social es crucial para el éxito económico de largo plazo. Un país no puede prosperar si su sistema educativo carece de los recursos y capacidad para dotar de la preparación que posibilite triunfar en la economía digital a sus niños. Del mismo modo, no se puede poner en aplicación un programa de reformas si la desigualdad, la pobreza y la frustración social fortalecen a los partidos políticos extremistas, como el partido griego abiertamente fascista, Golden Dawn, o el partido francés de extrema derecha, antieuropeo, Frente Nacional, que ahora se jacta de tener el 25% del apoyo electoral.

Cuando los tiempos son difíciles, los inmigrantes y las minorías son blanco fácil. Como Joseph Stiglitz señaló recientemente es improbable que Hitler hubiera llegado al poder si la tasa de desempleo en ese entonces no hubiera sido del 30%. No ayuda que aquellos atrapados en guetos pobres que circundan las ciudades principales -aunque sean una minoría- tengan la tentación de usar la violencia y caigan en manos de reclutadores terroristas.

Independientemente de lo que puedan indicar los informes sobre las rentas corporativas y los índices bursátiles, un país no puede alcanzar un éxito incluyente y sostenido en términos económicos y humanos si no se abordan de modo adecuado estas cuestiones sociales fundamentales. Desde luego, no se puede abandonar la precaución fiscal. Después de todo, si los gobiernos o el sector privado gastaran de manera ilimitada dinero prestado o recientemente acuñado, simplemente habría más crisis, cuyos principales afectados serían los pobres. No obstante, la sostenibilidad social debe ser parte integrante del programa económico de un país, no solo una acotación.

La tendencia persistente a hacer declaraciones vacías sobre la sostenibilidad social mientras se aplican programas económicos centrados en una austeridad implacable es una de las principales causas de inestabilidad política en Europa. Aunque los programas de reforma orientados a crear marcos macroeconómicos viables siguen siendo esenciales, deben incluir disposiciones estrictas relativas a políticas anticíclicas para compensar la "paradoja de la frugalidad" (la tendencia a ahorrar más durante una recesión, lo que socava el crecimiento económico). Cuando la demanda agregada es inferior a la oferta agregada, los gobiernos deben aumentar el gasto público.

Además, los gobiernos que hoy están centrados estrechamente en las cuestiones microeconómicas deben dedicar el mismo nivel de atención y compromiso a diseñar y aplicar políticas sociales que se concentren explícitamente en asegurar los medios de subsistencia, la salud, la educación y la vivienda de los segmentos más vulnerables de la población. Además, mediante la utilización de nuevas tecnologías para analizar grandes cantidades de datos, deberían mejorar la eficiencia de los programas sociales y promover al mismo tiempo la participación de los ciudadanos interesados.

La Comisión Europea y el FMI han admitido sus errores -no solo los pronósticos macroeconómicos erróneos en los que se basó el programa de Grecia, sino también la decisión de no tener en cuenta la sostenibilidad social- y han aceptado que el programa no ha producido los resultados esperados. Con todo, por alguna razón los acreedores de Grecia se niegan a negociar con el nuevo gobierno (que goza de un fuerte apoyo interno) para diseñar un nuevo programa que incorpore alivio de la deuda, un menos superávit fiscal y reformas estructurales qua apoyen el crecimiento y promuevan la cohesión social. Esto debe terminar.

Los últimos cinco años han resaltado el desafío de alcanzar la estabilidad financiera. Pero la estabilidad política y social ha resultado ser incluso más difícil. Los encargados del diseño de políticas deben dedicar al logro de la sostenibilidad social los mismos esfuerzos y recursos que dedican al cumplimiento de las reformas financieras de Basel III. La prosperidad futura de Europa -y su papel global- dependen de ello.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

– La era de la adaptación (Project Syndicate – 19/2/15)

(Por Klaus Schwab)

Ginebra.- El mundo debe dejar de mirar atrás. Desde la crisis financiera de 2008, hemos desperdiciado demasiada energía intentando volver a la época de la rápida expansión económica. La errada suposición de que los problemas del mundo posteriores a la crisis eran sólo temporales ha sustentado políticas que sólo han producido recuperaciones deslucidas, sin abordar problemas fundamentales como el elevado desempleo y la desigualdad en aumento.

La época posterior a la crisis se ha acabado y ya tenemos aquí el "mundo posterior a la época posterior a la crisis". Ha llegado la hora de adoptar un nuevo marco de soluciones realistas que fomenten una prosperidad compartida dentro de la economía mundial de ahora y del futuro.

En esta nueva era, el crecimiento económico se dará más lentamente -pero de forma potencialmente más sostenible- que antes de la crisis y el cambio tecnológico será su fuerza motriz. De hecho, así como la Revolución Industrial transformó el potencial productivo de las sociedades en los siglos XIX y XX, una nueva ola de avances tecnológicos está remodelando la dinámica económica e incluso social actual. La diferencia radica en que las repercusiones de esta revolución serán aún mayores.

Un rasgo destacado de dicha revolución es la magnitud y la escala de las alteraciones que causa. La Revolución Industrial se produjo de forma relativamente lenta, como las olas largas en el océano; aunque comenzó en el decenio de 1780, no se sintieron de verdad sus repercusiones hasta los decenios de 1830 y 1840. En cambio, la revolución tecnológica actual afecta a las economías como un maremoto, sin apenas avisar y con una fuerza inexorable.

El ritmo del cambio se ha acelerado por el carácter interconectado del mundo actual. El progreso tecnológico se está produciendo dentro de un ecosistema complejo y profundamente integrado, lo que significa que afecta simultáneamente a las estructuras económicas, los gobiernos, las disposiciones de seguridad y la vida diaria de las personas.

Para preparar un país a fin de que coseche los beneficios de un cambio rápido y de gran alcance, las autoridades deben tener en cuenta la totalidad del ecosistema en el que está produciéndose, velando por que el Estado, las empresas y la sociedad se ajusten a cada una de las trasformaciones. Dicho de otro modo, para competir en la economía del siglo XXI hará falta una adaptación implacable.

Nada quedará fuera. Habrá que replantear todos los usos y las normas. Todos los sectores económicos correrán el riesgo de quedar patas arriba. El servicio Uber que permite compartir coches, por ejemplo, no sólo ha cambiado cómo se trasladan las personas de un lado a otro; también parece estar encabezando una revolución a escala minorista en la que los bienes y los servicios quedan "uberizados": los clientes pagan por usarlos, no para poseerlos.

Entretanto, la industria manufacturera quedará trasformada igualmente por la tecnología de las impresoras 3D. Las cadenas de suministro quedarán eliminadas o remodeladas, como ha descrito recientemente el director gerente de una importante manufactura de aluminio. Sabe que, para tener éxito, las empresas tendrán que prever esas tendencias y reaccionar antes ellas. El fenómeno del pez grande que se come al chico es cosa del pasado. En el mundo posterior a la época posterior a la crisis, los peces rápidos dominarán y los lentos morirán.

Pero la revolución tecnológica actual no está sólo remodelando lo que producimos y cómo lo hacemos; está remodelando fundamentalmente lo que somos: nuestros hábitos, intereses y concepciones del mundo.

Pensemos en la enorme diferencia existente entre las formas como los jóvenes y las generaciones mayores interpretan la intimidad en la era de la red Internet. También está alargando la duración de nuestra vida, pues uno de cada dos niños nacidos ahora en Suiza tiene una esperanza de vida de más de cien años.

En conjunto, las repercusiones del progreso tecnológico serán positivas, lo que no quita para que represente una amenaza en gran escala.

Por ejemplo, la automatización de los empleos impelerá en última instancia a más personas hacia los empleos más productivos y mejor pagados, los más idóneos para la nueva era del "talentismo", cuando la imaginación y la innovación humanas, no el capital ni los recursos naturales, impulsan el crecimiento económico, pero, si los trabajadores no adquieren las aptitudes para ocupar esos nuevos puestos, se quedarán rezagados.

El Estado, más que ningún otro sector, puede modelar las repercusiones del cambio tecnológico, velando por que se aborden los imperativos y se aprovechen las oportunidades. De hecho, debería estar en la vanguardia de semejante cambio, creando un medio que fomente la innovación y la creatividad del sector privado, sin por ello dejar de velar por que los ciudadanos estén equipados para competir.

Naturalmente, los gobiernos no pueden estar siempre en posición avanzada. También tendrán que reaccionar ante las nuevas necesidades y exigencias, como, por ejemplo, la de que los servicios públicos alcancen el mismo nivel de eficiencia y comodidad en materia de tecnología avanzada que los ofrecidos por las empresas privadas.

El cambio puede ser aterrador, pero es inevitable y, en realidad, es un importante venero de oportunidades para mejorar nuestros sistemas, nuestras estrategias y a nosotros mismos. La última ola de cambio tecnológico dista de haber llegado a su cresta. Deberíamos estar ilusionados -y esperanzados- por el listón que podría hacernos saltar.

(Klaus Schwab is Founder and Executive Chairman of the World Economic Forum)

– La transformación digital de Europa (Project Syndicate – 13/3/15)

(Por John Chambers)

San José.- Europa está en los albores de una transformación tecnológica sin precedentes, a la que denomino "el Internet de Todo": la penetración de la Web en la vida cotidiana. Tecnología de vestir que nos dirá si estamos durmiendo bien y cuándo necesitamos hacer ejercicio. Sensores callejeros que nos ayudarán a evitar atascos de tráfico y encontrar estacionamiento. Aplicaciones de telemedicina que permitirán a los médicos tratar pacientes a cientos de kilómetros de distancia.

Esta enorme transición modificará la interacción de los ciudadanos con sus gobiernos, revolucionará industrias enteras y cambiará nuestro modo de relacionarnos. En Europa, la Internet de Todo se presenta como la mejor esperanza de revitalizar una economía moribunda y encarar el pertinaz problema de desempleo. Por todo el continente, empresas, ciudades e incluso países enteros se posicionan como líderes en innovación, crecimiento y creación de puestos de trabajo.

El ejemplo más reciente es Francia. El mes pasado, el primer ministro Manuel Valls y yo anunciamos un ambicioso acuerdo de colaboración cuyo objetivo es promover una transformación digital de todo el país. El acuerdo, que incluye una inversión de cien millones de dólares de Cisco en start-ups francesas, puede transformar la gestión de la energía, la atención de la salud y la educación, lo que impulsará la competitividad económica, la creación de empleo, el dinamismo y el crecimiento de Francia.

El programa francés es un enorme paso hacia una Europa digital, que se suma a la iniciativa Industrie 4.0 de la canciller alemana Angela Merkel y a los planes del Reino Unido de ampliar sus centros de innovación para fomentar avances tecnológicos y soluciones pioneras en energía, transporte, atención de la salud y educación.

Diversas ciudades también están haciendo suya la digitalización. Barcelona adoptó una estrategia Smart City que incluye la instalación de sensores de estacionamiento en las calles y un sistema de transporte público conectado. Niza ha creado un "bulevar conectado" con iluminación inteligente y monitoreo ambiental. Y el puerto de Hamburgo tiene un sistema digital que reduce la congestión del tráfico naval, ferroviario y terrestre.

Proyectos como estos se multiplican por todo el continente y generan valor por miles de millones de dólares en la forma de reducción de costos, mejor productividad y mayores ingresos. Por eso, además de oportunidades de crecimiento, la dirigencia europea ve la necesidad de no quedarse atrás.

Para crear una Europa verdaderamente digital se necesitan conexiones de banda ancha de alta velocidad y calidad, tanto alámbricas como inalámbricas. Los gobiernos europeos han adoptado una Agenda Digital que incluye el objetivo de conectar el 50% de los hogares europeos a servicios de banda ancha ultrarrápida (de 100 Mbps o más) de aquí a 2020, y que para entonces todas las casas tengan conexiones de al menos 30 Mbps. Estos objetivos merecen un compromiso firme. Los gobiernos no deben dejar de alentar inversiones importantes en banda ancha y en la infraestructura de la que dependen los dispositivos móviles que hoy son una herramienta habitual de nuestras vidas.

Europa también debe alentar a los emprendedores, lo cual demanda fomentar una cultura de asunción de riesgos, facilitar el acceso a capitales interesados en nuevos emprendimientos e invertir en instituciones educativas sólidas. Ya muchos países lo están haciendo, de modo que bien puede ocurrir que la próxima tecnología disruptiva no salga de Silicon Valley, sino de un laboratorio en París, Londres o Berlín.

A más largo plazo, Europa necesita una fuerza laboral capacitada para las carreras de la nueva economía digitalizada. Se estima que en Europa habrá un faltante de habilidades digitales, y que resolverlo permitiría la creación de 850.000 empleos en 2015 y el doble de eso en 2020. En un continente donde el desempleo juvenil supera el 50% en algunos países, no faltarán jóvenes y otras personas interesadas que puedan desempeñar esos empleos si se les da la formación necesaria.

Ese faltante no se puede resolver de un día para el otro, pero los países que no hagan nada al respecto corren el riesgo de quedar rezagados. Una provisión sostenida de talentos demandará un compromiso generacional con la enseñanza de la matemática y la ciencia, programas de capacitación técnica y dar a jóvenes de muy diversos intereses orientación acerca de la enorme variedad de posibilidades que ofrece una carrera tecnológica.

En la marcha de Europa hacia la transformación digital, las posibilidades de crecimiento son inmediatas y significativas. El continente ya es el principal bloque económico del mundo, con un PIB que en 2014 ascendió a más de 14 billones de euros (15,2 billones de dólares). Pero su crecimiento viene en bajada. La Comisión Europea estima (y creo que es una estimación conservadora) que la revolución digital puede estimular un "2,1% adicional de crecimiento del PIB sobre la línea de base".

La Internet de Todo también será un motor clave de creación de empleo. Sólo los avances en computación en la nube pueden crear 2,5 millones de puestos adicionales en Europa de aquí a 2020. La transformación digital traerá oportunidades y nuevos tipos de trabajo: desarrolladores de sistemas, ingenieros de redes de transporte, consultores en dispositivos médicos, analistas de datos, ingenieros electricistas para redes de distribución inteligentes, etcétera.

En horas de delinear el rumbo económico de Europa para la década venidera, la dirigencia europea debe poner la transformación digital como base de su estrategia. Eso hará posible una Europa más fuerte, más veloz, más dinámica y, también, más digital.

(John Chambers is Chairman and CEO of Cisco)

– Talento vs. capital en el siglo XXI (Project Syndicate – 13/5/15)

(Por Klaus Schwab)

Ginebra.- Cuando los responsables de las políticas financieras intentan promover el crecimiento económico, casi invariablemente se centran en buscar nuevas maneras de liberar capital. Pero, si bien esta estrategia puede haber funcionado en el pasado, existe el riesgo de que no se le preste la atención que merece al papel que juega el talento a la hora de generar y concretar las ideas que hacen posible el crecimiento. De hecho, en un futuro de cambio tecnológico rápido y de automatización generalizada, es menos probable que el factor determinante -o el límite incapacitante- para la innovación, la competitividad y el crecimiento sea la disponibilidad de capital que la existencia de una fuerza de trabajo calificada.

Fuerzas geopolíticas, demográficas y económicas están reformulando incansablemente los mercados laborales. La tecnología, en particular, está cambiando la naturaleza del trabajo en sí, haciendo que sectores y ocupaciones enteras se vuelvan obsoletas, a la vez que se crean industrias y categorías de empleos completamente nuevas. Según algunas estimaciones, casi la mitad de las profesiones de hoy podrían estar automatizadas en 2025. La especulación sobre qué las reemplazará va de las predicciones de oportunidades inesperadas hasta los pronósticos de desempleo en gran escala en tanto las máquinas vayan desplazando gran parte de la mano de obra humana.

Las primeras señales de esta alteración ya son visibles. El desempleo global llegó a 212 millones de personas, según la Organización Internacional del Trabajo, y será necesario que se creen otros 42 millones de nuevos empleos cada año si la economía mundial ha de ofrecer empleo a la creciente cantidad de personas que ingresan al mercado laboral. Mientras tanto, el año pasado, el 36% de los empleadores a nivel mundial dijeron enfrentar dificultades para encontrar talento, el porcentaje más alto en siete años.

Para hacer frente a esta discordancia entre la oferta y la demanda hará falta que los gobiernos, los líderes empresariales, las instituciones educativas y los individuos superen los incentivos para centrarse en el corto plazo y empiecen a planear un futuro en el que el cambio sea la única constante. Todos debemos repensar qué significa aprender, la naturaleza del trabajo y los roles y responsabilidades de varios actores a la hora de asegurar que los trabajadores de todo el mundo puedan explotar plenamente su potencial.

Los ejecutivos de recursos humanos de algunas de las compañías más grandes del mundo prevén profundas alteraciones que van desde una mayor adopción de Internet móvil y tecnología de nube, el uso de los grandes volúmenes de datos ("big data"), acuerdos de trabajo flexibles, hasta impresión 3-D, materiales avanzados y nuevos suministros de energía, según los primeros resultados de una encuesta del Foro Económico Mundial. Su visión del impacto general en los niveles de empleo en sus industrias fue, en general, positiva -siempre que las nuevas habilidades de la fuerza laboral puedan desarrollarse rápidamente en sus propios sectores y en el mercado laboral en términos más amplios.

En tanto la tecnología, cada vez más, se hace cargo del trabajo basado en el conocimiento, las habilidades cognitivas que son centrales para los sistemas educativos de hoy seguirán siendo importantes; pero las habilidades actitudinales y no cognitivas necesarias para la colaboración, la innovación y la solución de problemas también se volverán esenciales. Las escuelas y universidades de hoy, que están dominadas por estrategias para el aprendizaje que son fundamentalmente individualistas y competitivas por naturaleza, deben rediseñarse y pasar a centrarse en cómo aprender a aprender y adquirir las habilidades necesarias para colaborar con los demás. Las habilidades únicamente humanas, como poder trabajar en equipo, manejar relaciones y entender las sensibilidades culturales se volverán vitales para las empresas en todos los sectores, y deben convertirse en un componente central de la educación de las generaciones futuras.

Es más, considerando que la educación se está convirtiendo cada vez más en una actividad para toda la vida, las empresas deben repensar su papel a la hora de ofrecer formación a una fuerza laboral competitiva. Algunas compañías ya lo entendieron y están invirtiendo en el aprendizaje continuo, la actualización de la formación y la enseñanza de nuevas capacidades para sus empleados. Sin embargo, la mayoría de los empleadores todavía espera obtener un talento pre-formado en las escuelas, las universidades y otras compañías.

Las empresas, cada vez más, tendrán que trabajar junto con los educadores y los gobiernos para ayudar a que los sistemas educativos estén a la altura de las necesidades del mercado laboral. En vista del cambio rápido en el conjunto de habilidades requeridas para muchas ocupaciones, las empresas deben redireccionar la inversión hacia una capacitación en el trabajo y un aprendizaje para toda la vida, particularmente a medida que la generación Y vaya ingresando a la fuerza laboral en busca de objetivos y diversidad de experiencia donde sus antecesores buscaban remuneración y estabilidad.

Los ciclos comerciales naturalmente conllevan picos y caídas en el empleo, y las empresas socialmente responsables deberían seguir los ejemplos exitosos de Coca-Cola, Alcoa, Saudi Aramco, Africa Rainbow Minerals y Google en lo que concierne a trabajar para mitigar el desempleo y mejorar las capacidades de la gente para ganarse la vida.

Los gobiernos también tienen un papel que desempeñar en la creación de un entorno en el cual sus ciudadanos puedan sacarle provecho a su potencial. Los responsables de las políticas económicas deben utilizar una métrica más fuerte para evaluar el capital humano y reexaminar la inversión en educación, el diseño de un currículum, las prácticas de contratación y de despido, la integración de las mujeres en la fuerza laboral, las políticas de retiro, la legislación para la inmigración y las políticas de asistencia social. El respaldo regulatorio al emprendedurismo y las pequeñas y medianas empresas sigue siendo una de las maneras más subutilizadas de dar rienda suelta a la creatividad, mejorar el crecimiento y generar empleo.

Proteger a los trabajadores y a los consumidores es esencial, pero resguardar a industrias específicas del impacto de los nuevos modelos de negocios no frenará la próxima ola de transformación. En lugar de intentar controlar a las empresas innovadoras como Airbnb y Uber, los gobiernos deberían introducir regulaciones que permitan su crecimiento sostenido, a la vez que se buscan maneras de apalancar sus tecnologías y estrategias empresariales para impulsar el bienestar social. Esas políticas incluyen cursos de educación online para los desempleados, seguro de los trabajadores digitales, sindicalización virtual y políticas tributarias destinadas a la economía colaborativa.

Destrabar el talento latente del mundo, y así su capacidad plena para el crecimiento, requiere que miremos más allá de los ciclos comerciales y los informes trimestrales. El futuro está lleno de potencial, pero sólo si somos lo suficientemente inteligentes -y lo suficientemente valientes- como para aprovecharlo.

(Klaus Schwab is Founder and Executive Chairman of the World Economic Forum)

– Un mundo de desinversión (Project Syndicate – 20/5/15)

(Por Michael Spence)

Milán.- Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó hace 70 años, gran parte del mundo -incluida la Europa industrializada, Japón y otros países que habían estado ocupados- quedó geopolíticamente escindido y aquejado por una deuda soberana importante. Muchas de las economías principales incluso quedaron en ruinas. Uno podría haber esperado un período prolongado de cooperación internacional limitada, crecimiento lento, alto desempleo y privación extrema, debido a la capacidad limitada de los países para financiar sus inmensas necesidades de inversión. Pero eso no es lo que sucedió.

Por el contrario, los líderes mundiales adoptaron una perspectiva de largo plazo. Reconocieron que las perspectivas de reducción de deuda de sus países dependían del crecimiento económico nominal, y que sus perspectivas de crecimiento económico -para no mencionar una paz continuada- dependían de una recuperación a nivel mundial. De modo que utilizaron -y hasta tensaron- sus balances para inversión, abriéndose al mismo tiempo al comercio internacional, ayudando así a restablecer la demanda. Estados Unidos -que enfrentaba una considerable deuda pública, pero que había perdido poco en términos de activos físicos- naturalmente asumió un papel de liderazgo en este proceso.

Dos características de la recuperación económica de posguerra son sorprendentes. En primer lugar, los países no veían sus deudas soberanas como una limitación coercitiva, y en cambio persiguieron la inversión y el potencial crecimiento. En segundo lugar, cooperaron entre sí en múltiples frentes, y los países con los balances más sólidos impulsaron la inversión en otras partes, engrosando la inversión privada. El estallido de la Guerra Fría puede haber fomentado esta estrategia. En cualquier caso, los países no actuaron por cuenta propia.

La economía global de hoy tiene similitudes asombrosas con el período inmediato de posguerra: el alto desempleo, los niveles de deuda elevados y en aumento y una escasez global de demanda agregada están limitando el crecimiento y generando presiones deflacionarias. Y ahora, como entonces, el nivel y calidad de la inversión han sido inadecuados de manera consistente. El gasto público en capital tangible e intangible –un factor crítico en el crecimiento a largo plazo- ha estado muy por debajo de los niveles óptimos desde hace algún tiempo.

Por supuesto, también existen nuevos desafíos. La dinámica de la distribución de ingresos ha cambiado de manera adversa en las últimas décadas, impidiendo un consenso en materia de políticas económicas. Y las poblaciones que envejecen -resultado de una creciente longevidad y de una caída de la fertilidad- están poniendo presión sobre las finanzas públicas.

De todas maneras, los ingredientes de una estrategia efectiva para impulsar el crecimiento económico y el empleo son similares: se deberían utilizar los balances disponibles (soberanos y privados) para generar demanda adicional y fomentar la inversión pública, inclusive si esto resulta en un mayor apalancamiento. Una investigación reciente del FMI sugiere que, dado el exceso de capacidad, los gobiernos probablemente se beneficiarían de los multiplicadores sustanciales de corto plazo. Más importante aún, el foco en la inversión mejoraría las perspectivas de un crecimiento sostenible a largo plazo, que les permitiría a los gobiernos y a los hogares emprender un desapalancamiento responsable.

Del mismo modo, la cooperación internacional es tan crítica para el éxito hoy como hace 70 años. Como los balances (públicos, cuasi públicos y privados) con capacidad para invertir no están distribuidos de manera uniforme en el mundo, hace falta un esfuerzo global determinado -que incluya un papel importante para las instituciones financieras multilaterales- para destrabar los canales de intermediación congestionados.

Existen muchos incentivos para que los países colaboren, en lugar de utilizar el comercio, las finanzas, la política monetaria, las compras del sector público, las políticas tributarias u otros factores para debilitarse mutuamente. Después de todo, dada la conectividad que caracteriza a los sistemas financieros y económicos globalizados de hoy, una plena recuperación en alguna parte es prácticamente imposible sin una recuperación abarcativa prácticamente en todas partes.

Sin embargo, en su mayoría, la cooperación limitada ha sido la elección del mundo en los últimos años. Los países creen no solamente que deben arreglárselas por sí solos, sino también que sus niveles de deuda imponen una limitación dura a la inversión que genera crecimiento. La desinversión y la depreciación resultantes de la base de activos de la economía global están moderando el crecimiento de la productividad y así minando las recuperaciones sustanciales.

A falta de un programa de reinversión internacional vigoroso, se utiliza la política monetaria para respaldar el crecimiento. Pero la política monetaria normalmente se centra en la recuperación doméstica. Y, aunque medidas no convencionales redujeron la inestabilidad financiera, su efectividad a la hora de contrarrestar las presiones deflacionarias generalizadas o restablecer el crecimiento sigue siendo dudosa.

Mientras tanto, los ahorristas se ven limitados, los precios de los activos están distorsionados y los incentivos para mantener o inclusive aumentar el apalancamiento mejoraron. Las devaluaciones competitivas, inclusive si no son objetivos manifiestos de los responsables de las políticas, se están volviendo cada vez más tentadoras -aunque no solucionarán el problema de la demanda agregada.

Esto no quiere decir que una repentina "normalización" de la política monetaria sea una buena idea. Pero, si se iniciaran programas de inversión y reforma en gran escala como complementos de medidas de políticas monetarias no convencionales, la economía podría encaminarse en un sendero de crecimiento más resiliente.

A pesar de sus beneficios obvios, este tipo de estrategia internacional coordinada sigue siendo esquiva. Aunque se están negociando acuerdos de comercio e inversión, son cada vez más regionales en cuanto a su alcance. Mientras tanto, el sistema de comercio multilateral se está fragmentando, junto con el consenso que lo creó.

Dado el nivel de interconexión e interdependencia que caracteriza a la economía global de hoy, la reticencia a cooperar es difícil de entender. Un problema parece ser la condicionalidad según la cual los países no están dispuestos a comprometerse a implementar reformas fiscales y estructurales complementarias. Esto es particularmente evidente en Europa, donde se sostiene, con cierta justificación, que sin este tipo de reformas el crecimiento seguirá siendo anémico, lo que sustenta o incluso exacerba las limitaciones fiscales.

Pero si la condicionalidad es tan importante, ¿por qué no impidió la cooperación hace 70 años? Quizá la idea de que las economías seriamente afectadas, con perspectivas limitadas para recuperaciones independientes, desaprovecharían la oportunidad que presentaba la cooperación internacional fuera improbable. Tal vez siga siéndolo. Si es así, crear una oportunidad similar hoy podría cambiar los incentivos, disparar las reformas complementarias necesarias y poner a la economía global en un camino hacia una recuperación de largo plazo más sólida.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in Hong …)

– El fin del trabajo tal como lo conocemos (Project Syndicate – 1/7/15)

París.- En 1983, el economista y premio Nobel norteamericano Wassily Leontief hizo lo que por entonces fue una predicción alarmante. Las máquinas, dijo, probablemente reemplacen la mano de obra humana de la misma manera que el tractor reemplazó al caballo. Hoy, con unos 200 millones de personas desempleadas en el mundo -30 millones más que en 2008-, las palabras de Leontief ya no parecen tan estrafalarias como en otro momento. De hecho, pocas dudas existen respecto de que la tecnología está en proceso de transformar completamente el mercado laboral global.

Sin duda, las predicciones como la de Leontief hacen que muchos economistas se sientan escépticos, y con buenos motivos. Históricamente, los incrementos de la productividad rara vez destruyeron el empleo. Cada vez que las máquinas mejoraban la eficiencia (incluido cuando los tractores sustituyeron a los caballos), desaparecían los antiguos empleos, pero se creaban nuevos. Es más, los economistas son expertos en desmenuzar los números, y los datos recientes demuestran una desaceleración -no una aceleración- de las alzas de productividad. En lo que concierne a la cantidad real de empleos disponibles, existen razones para cuestionar las predicciones sombrías de los agoreros. Sin embargo, también hay motivos para pensar que la naturaleza del trabajo está cambiando.

Para empezar, como observó el economista del MIT David Autor, los avances en la automatización de la mano de obra transforman algunos empleos más que otros. Es cada vez más factible que los trabajadores que desempeñan tareas de rutina como el procesamiento de datos sean reemplazados por máquinas; pero aquellos que desarrollan labores más creativas tengan más chances de experimentar mejoras en la productividad. Mientras tanto, los trabajadores que ofrecen servicios en persona podrían no ver un cambio en absoluto en sus empleos. En otras palabras, los robots pueden dejar sin trabajo a un contador, impulsar la productividad de un cirujano y no afectar en nada el trabajo de un peluquero.

Los trastornos resultantes en la estructura de la fuerza laboral pueden ser, al menos, tan importantes como la cantidad real de empleos que se ven afectados. Los economistas definen el desenlace más probable de este fenómeno como "la polarización del empleo". La automatización crea empleos de servicios en el extremo inferior de la escala salarial y aumenta la cantidad y rentabilidad de los empleos en el extremo superior. Pero se crea un pozo en el sector medio del mercado laboral.

Este tipo de polarización viene desarrollándose en Estados Unidos desde hace décadas, y también está ocurriendo en Europa -con consecuencias importantes para la sociedad-. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la clase media ha sido la espina dorsal de la democracia, el compromiso civil y la estabilidad; aquellos que no pertenecían a la clase media de manera realista podían aspirar a ser parte de ella, o inclusive creer que ya eran parte de ella, cuando no era el caso. En tanto los cambios en el mercado laboral derriban a la clase media, podría desatarse una nueva era de rivalidad de clases (si es que esto ya no sucedió).

Además de los cambios generados por la automatización, el mercado laboral está siendo transformado por plataformas digitales como Uber que facilitan los intercambios entre consumidores y proveedores individuales de servicios. Un cliente que llama a un conductor de Uber está comprando no sólo un servicio, sino dos: uno de la compañía (la conexión con un conductor cuya calidad está avalada por las calificaciones de los clientes) y el otro del conductor (el transporte de un lugar a otro).

Uber y otras plataformas digitales están redefiniendo la interacción entre consumidores, trabajadores y empleadores. También están tornando redundante la empresa reconocida de la era industrial -una institución esencial, que permitía la especialización y ahorraba costos de transacción.

A diferencia de lo que sucede en una empresa, la relación de Uber con sus conductores no se basa en un contrato de empleo tradicional. En su lugar, el software de la compañía actúa como mediador entre el conductor y el consumidor, a cambio de un honorario. Este cambio aparentemente pequeño podría tener consecuencias de amplio alcance. En lugar de ser regulado por un contrato, el valor de la mano de obra está siendo objeto de las mismas fuerzas de mercado que afectan a cualquier otra mercancía, ya que los servicios varían de precio dependiendo de la oferta y la demanda. La mano de obra pasa a estar marcada por el mercado.

Otros cambios menos disruptivos, como el ascenso del capital humano, también podrían mencionarse. Una cantidad cada vez mayor de graduados jóvenes rehúyen a empleos aparentemente atractivos en compañías importantes. Prefieren ganar mucho menos y trabajar para empresas nuevas o industrias creativas. Si bien esto puede explicarse en parte por el atractivo del estilo de vida que conlleva el empleo, también puede ser una manera de aumentar su ingreso general de toda la vida. En lugar de alquilar su conjunto de habilidades y competencias por un precio preestablecido, estos graduados jóvenes prefieren maximizar el flujo de ingresos de toda la vida que pueden obtener a partir de su capital humano. Una vez más, este comportamiento mina el contrato de empleo como una institución social básica y hace que muchas de sus características asociadas, como la tributación anual sobre la renta, disten de ser óptimas.

No importa lo que pensemos de los nuevos acuerdos, es poco probable que podamos detenerlos. Algunos podrían sentirse tentados a resistir -prueba de ellos son los recientes enfrentamientos entre conductores de taxis y de Uber en París y las demandas legales contra la compañía en muchos países-. El acuerdo de Uber puede ser fraudulento según el marco legal existente, pero ese marco, llegado el caso, va a cambiar. Los impactos transformadores de la tecnología a la larga se harán sentir.

En lugar de intentar frenar lo irrefrenable, deberíamos pensar en cómo poner esta nueva realidad al servicio de nuestros valores y bienestar. Además de repensar las instituciones y las prácticas predicadas sobre los contratos de empleo tradicionales -como los aportes a la seguridad social-, necesitamos empezar a inventar nuevas instituciones que empleen esta transformación impulsada por la tecnología para nuestro beneficio colectivo. La médula espinal de las sociedades del mañana, después de todo, no será erigida por robots o plataformas digitales, sino por sus ciudadanos.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General for Policy Planning for the French government. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)

– Automatización, productividad y crecimiento (Project Syndicate – 26/8/15)

Berlín.- Parece evidente que, si una empresa invierte en la automatización, su fuerza laboral -aunque posiblemente reducida- será más productiva. Entonces, ¿por qué las estadísticas indican otra cosa?

En las economías avanzadas, en las que muchos sectores tienen tanto el dinero como la voluntad de invertir en la automatización, el aumento de la productividad (representada por el valor añadido por empleado o las horas trabajadas) ha sido baja desde hace al menos quince años. Y en el período transcurrido desde la crisis financiera de 2008, el crecimiento económico global de esos países ha sido también escaso: tan sólo el cuatro por ciento por término medio o menos.

Una explicación es la de que las economías avanzadas han acumulado demasiada deuda y han tenido que desapalancarse, lo que ha contribuido a una tónica de subinversión del sector público y ha deprimido el consumo y también la inversión privada, pero el del desapalacamiento es un proceso temporal, por lo que no limita el crecimiento indefinidamente. A largo plazo, el crecimiento económico global depende del aumento de la fuerza laboral y de su productividad.

A eso se debe la pregunta que se hacen tanto los políticos como los economistas: ¿es la desaceleración de la productividad una situación permanente y una limitación del crecimiento o se trata de un fenómeno de transición?

No es fácil responderla, entre otras cosas por la gran diversidad de factores que contribuyen a esa tendencia. Aparte de la subinversión del sector público, no hay que olvidar la política monetaria que, sean cuales fueren los beneficios y los costos, ha trasladado la utilización de la liquidez a la compra de acciones propias, mientras que la inversión real ha seguido apagada.

Entretanto, la tecnología de la información y las redes digitales han automatizado una diversidad de trabajos manuales y de oficina. Habría sido de esperar que esa transición, cuyo año fundamental en los Estados Unidos fue el de 2000, causara desempleo (al menos hasta que se ajustase la economía), acompañado de un aumento de la productividad, pero en los años inmediatamente anteriores a la crisis de 2008 los datos de los EEUU revelan que la productividad tenía tendencia a bajar y, hasta la crisis, el desempleo no aumentó en gran medida.

Una explicación es la de que en los años anteriores a la crisis la demanda estimulada por el crédito estaba apoyando el empleo. Sólo cuando estalló la burbuja crediticia, que desencadenó un ajuste abrupto, en lugar de la adaptación gradual de las aptitudes y el capital humano que habría habido en tiempos más normales, se encontraron de repente millones de trabajadores desempleados. Eso quiere decir que la lógica económica que equipara la automatización con el aumento de la productividad no ha quedado invalidada; simplemente, la prueba se ha retrasado.

Pero en el enigma de la productividad hay algún factor más, además de la crisis de 2008. En los dos decenios que precedieron a la crisis, el sector de la economía de los EEUU que produce bienes y servicios internacionalmente comercializables -un tercio de la producción total- no produjo aumento alguno de los empleos, pese a que estaba creciendo más rápidamente que el sector no comercializable en cuanto al valor añadido.

La mayoría de las pérdidas de empleo en el sector comercializable correspondieron a las industrias manufactureras, en particular después del año 2000. Aunque algunas de las pérdidas pueden haber sido consecuencia de los aumentos de productividad resultantes de la tecnología de la información y la digitalización, muchos se produjeron cuando las empresas trasladaron segmentos de sus cadenas de suministro a otras partes de la economía mundial, en particular a China.

En cambio, en los años anteriores a 2008 el sector no comercializable de los EEUU -dos tercios de la economía- registró grandes aumentos del empleo. Sin embargo, esos empleos -con frecuencia de servicios para los hogares- engendraron por lo general menos valor añadido que los del sector manufacturero que habían desaparecido. Se debió en parte a que el sector comercializable estaba empezando a contratar empleados con mayores niveles de aptitudes y formación. En ese sentido, la productividad aumentó en el sector comercializable, aunque los cambios estructurales en la economía mundial fueron, desde luego, más importantes, al pasar los empleados a ser más eficientes en la producción de las mismas cosas.

Lamentablemente para las economías avanzadas, los aumentos del valor añadido por habitante añadidos al sector comercializable no fueron suficientes para superar el efecto del traslado de trabajadores de los empleos del sector manufacturero a los de los servicios no comercializables (muchos de los cuales existían sólo gracias a la demanda interna estimulada por el crédito en los días felices anteriores a 2009). A eso se debieron unos aumentos flojos de la producción global.

Entretanto, al pasar a ser más ricas las economías en desarrollo, también invertirán en tecnología para afrontar los costos laborales en aumento (tendencia ya evidente en China). A consecuencia de ello, ya se puede haber alcanzado el nivel mayor de la productividad mundial y del crecimiento del PB.

El principio organizativo de las cadenas de suministro mundiales durante la mayor parte del período de la posguerra ha sido el de trasladar la producción a fuentes de mano de obra de bajo costo, porque la mano de obra era y es el menos móvil de los factores económicos (la mano de obra, el capital y los conocimientos). Así seguirá siendo en el caso de los servicios con valor añadido, que no se prestan a la automatización, pero en el caso de las tecnologías digitales con gran densidad de capital el principio organizativo cambiará: la producción se trasladará a los mercados finales, que cada vez se encontrarán más no sólo en los países avanzados, sino también en las economías en ascenso, a medida que aumenten sus clases medias.

Martin Baily y James Manyika han señalado recientemente que ya habíamos visto esta situación. En el decenio de 1980, Robert Solow y Stephen Roach sostuvieron por separado que la inversión en TI no mostraba repercusiones en la productividad. Después la red Internet pasó a estar disponible de forma general, las empresas se reorganizaron y también sus cadenas de suministro mundiales y se aceleró la productividad.

La burbuja de las punto.com de finales del decenio de 1990 se debió a un cálculo equivocado de la oportunidad -no de la magnitud- de la revolución digital. Asimismo, Manyika y Baily sostienen que probablemente la muy comentada "Internet de las cosas" tardará unos años en aparecer en los datos de la productividad agregada.

Las organizaciones, las empresas y las personas tienen que adaptarse, todas ellas, a los cambios de la estructura de nuestras economías debidos a la tecnología. Esas transiciones serán largas, recompensarán a algunos y obligarán a hacer ajustes difíciles a otros y sus efectos en la productividad no aparecerán en los datos agregados durante algún tiempo, pero los primeros que tomen la iniciativa serán los que probablemente se beneficien más.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in Hong …)

– Razones por las que la Reserva Federal debe aplazar la subida (Project Syndicate – 28/8/15)

(Por Anders Borg)

Jackson Hole (Wyoming).- Cuando los bancos centrales de todo el mundo se reúnan esta semana en Jackson Hole para la celebración anual del Simposio sobre Política Económica de la Reserva Federal, un tema de debate fundamental será la actual agitación de los mercados de valores mundiales. Hay muchas razones para ello, pero la espera de la próxima subida de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal -tal vez tan pronto como a comienzos de septiembre- es claramente una de ellas.

Los argumentos a favor de una subida de los tipos de interés son válidos. La economía de los Estados Unidos está cobrando impulso. El Fondo Monetario Internacional pronostica un crecimiento anual del tres por cierto en 2015 y 2016, acompañado de unas tasas de inflación de 0,1 por ciento y 1.5 por ciento, respectivamente. Cuando una economía está normalizándose, es lógico que se reduzcan las medidas expansionistas, como las introducidas después de la crisis de 2008. Como la Reserva Federal ha anunciado claramente que irá adoptando gradualmente políticas menos expansionistas, su crédito podría verse perjudicado, si no lo hace.

Pero hay otras razones poderosas para que la Reserva Federal aplace las subidas de los tipos de interés y mantenga la política expansionista en los próximos trimestres. Para empezar, la recuperación de los EEUU sigue siendo débil. Históricamente, un crecimiento del tres por ciento durante una recuperación no es precisamente impresionante. En otras recuperaciones recientes, el crecimiento alcanzó con frecuencia el cuatro por ciento o incluso el cinco por ciento, cuando el aumento de la utilización de la capacidad impulsó la productividad y la inversión.

A lo largo de los tres últimos decenios, los EEUU han podido crecer a una tasa anual media de un 2,5 por ciento, aproximadamente. Algunos atribuyen el crecimiento relativamente lento a factores demográficos, que han reducido la fuerza laboral, además de a unos niveles débiles de productividad, que han sido bajos.

Pero puede que se subestime el potencial de producción de los Estados Unidos y se exagere la propensión inflacionaria. El mercado laboral de los EEUU funciona bien. El desempleo ha bajado hasta el cinco por ciento y no da señales de recalentamiento. El índice del costo del empleo indica que hasta ahora los aumentos de salarios han sido sorprendentemente bajos.

Una razón para explicarlo es la de que durante la recuperación ha aumentado la flexibilidad del mercado laboral. El empleo por cuenta propia, los contratos temporales o los acuerdos sobre la jornada laboral parcial explican muchos de los puestos de trabajo creados durante los últimos años. Los empleos con jornada completa y todas las prestaciones son ahora mucho menos comunes. Esa "uberización" en marcha del mercado laboral de los EEUU significa que se ha modificado el equilibrio en el proceso de fijación de salarios. A consecuencia de ello, tardará más en notarse la demanda de salarios y la inflación que en el pasado.

Además, la economía está experimentando un cambio tecnológico debido a la digitalización y la mundialización. Los cálculos de Citigroup indican que casi la mitad de todos los puestos de trabajo padecerán una perturbación en los próximos decenios. Los empleos que requieren aptitudes inferiores y menos capacitación son particularmente vulnerables, pero también está claro que probablemente resultarán afectadas muchas otras categorías profesionales, incluidas las de administración, contabilidad, logística, banca y diversas actividades de servicios. Las empresas podrán reducir el número de empleados y los costos de producción y al tiempo mejorar el servicio prestado a los clientes, lo que, como la "uberización", afectará al proceso de fijación de salarios.

Yo creo que los banqueros centrales están subestimando las repercusiones de ese cambio estructural. En las economías más tecnológicas, como los EEUU, el Reino Unido y los países nórdicos, existe el riesgo de que los modelos macroeconómicos tradicionales exageren la presión de los costos laborales.

Otra razón por la que la Reserva Federal debería aplazar la subida de los tipos de interés es la de que la agitación financiera en los mercados en ascenso, en particular China, podría tener repercusiones importantes en la economía mundial, con algunas consecuencias claras para la economía de los EEUU. En particular, es probable que unos precios menores de la energía y de los productos básicos frenen la presión inflacionaria. Cuando la inflación está baja durante un período largo, no se espera que suba demasiado. Sí a ello se suman los precios de los productos básicos y la energía, hay riesgo de que las perspectivas de inflación sigan siendo demasiado bajas para sostener una recuperación equilibrada.

También es probable que las consecuencias mundiales de una bajada de las divisas de los mercados en ascenso sean deflacionarias. El efecto directo es el de que un dólar más fuerte reduzca el costo de los bienes importados. El efecto indirecto, que podría ser importante, es el de que las manufacturas ligeras y competitivas en materia de costos aumenten en los mercados en ascenso, lo que reforzaría la presión deflacionista de la mundialización durante años por venir.

También existe el riesgo de que, si la Reserva Federal se precipita al aumentar los tipos, se produzca una mayor inestabilidad en el mercado de divisas. Sus políticas monetarias heterodoxas han sido necesarias para los EEUU, pero, como han inundado los mercados mundiales con liquidez, las corrientes de las grandes carteras se han trasladado a los países con mercados en ascenso, cuyas divisas no son tan líquidas como el dólar. Cuando la inversión vuelva a los dólares, las fluctuaciones de las divisas en esos mercados menos líquidos pueden llegar a ser excesivas.

La Reserva Federal tiene claramente el deber de considerar cómo afectan sus decisiones normativas al sistema financiero mundial. Una excesiva inestabilidad de las divisas no interesa a los Estados Unidos, entre otras cosas porque unas grandes depreciaciones de los tipos de cambio en los mercados en ascenso intensificarían los efectos de la mundialización en los puestos de trabajo, los salarios y la inflación de los EEUU, en vista de que, con unas divisas extranjeras más débiles, la externalización pasa a ser una solución económicamente viable.

Otra razón para que la Reserva Federal se replantee la subida de los tipos es la de que la legitimidad de las instituciones de Bretton Woods depende del buen funcionamiento del sistema financiero mundial. El centro de gravedad de la economía mundial está trasladándose a Asia, Latinoamérica y África, pero el FMI y el Banco Mundial parecen seguir reflejando la realidad del decenio de 1950. Si se considera que la Reserva Federal está desencadenando una crisis importante en los mercados en ascenso, el sistema financiero mundial resultará, casi con toda seguridad, perjudicado a largo plazo.

La Reserva Federal debería considerar que unos precios menores de los productos básicos, unas presiones inflacionistas reducidas, las modificaciones del mercado laboral y más cambios tecnológicos perturbadores son argumentos suficientemente convincentes para aplazar la subida de los tipos. Si a eso se añade un riesgo de excesiva inestabilidad del sistema financiero mundial, la balanza se desequilibrará aún más.

Hay mucho tiempo para que la Reserva Federal indique que ha cambiado su posición normativa y el cónclave de Jackson Hole es una oportunidad excelente para iniciar esa comunicación. Si los datos han cambiado, las consecuencias normativas deberán cambiar también. Siempre que las autoridades intentan pasar por alto unas realidades cambiantes, es cuando más padecen una mayor pérdida de crédito.

(Anders Borg, a former Swedish finance minister, is Chair of the World Economic Forum"s Global Financial System Initiative)

– ¿Se empobrecerán los estadounidenses? (Project Syndicate – 31/8/15)

(Por Martin Feldstein)

Cambridge.- Robert Gordon, de la Northwestern University, ha iniciado un importante y animado debate sobre la futura tasa de crecimiento económico de Estados Unidos. Aunque su libro, The Rise and Fall of American Growth no se publicará hasta enero de 2016, su tesis ha recibido atención en The Economist y Foreign Affairs. Claramente, hay que tomar en serio la sombría evaluación que Gordon propone para las perspectivas del crecimiento estadounidense. Pero, ¿es correcta?

Gordon sostiene que los grandes cambios tecnológicos que elevaron el nivel de vida en el pasado son mucho más importantes que cualquier cosa que pueda ocurrir en el futuro. Señala ejemplos como la fontanería o plomería, los automóviles, la electricidad, los teléfonos y la calefacción central, y sostiene que todos fueron mucho más importantes para el nivel de vida que innovaciones recientes como la Internet y los teléfonos móviles.

Coincido con Gordon en que preferiría renunciar a mi teléfono móvil, e incluso a Internet, a quedarme sin fontanería y electricidad. Pero eso solo quiere decir que somos afortunados por vivir en la actualidad y no hace un siglo (e incluso más aún por no vivir hace dos siglos o en la Edad Media). Que estas grandes innovaciones hayan sucedido en el pasado no es motivo para ser pesimistas sobre el futuro.

Gordon también señala la reciente desaceleración del crecimiento real (ajustado por inflación) del PBI. Según las estadísticas oficiales de EEUU, el PBI real por trabajador creció a una tasa anual promedio del 2,3 % entre 1891 y 1972, pero solo al 1,5 % desde entonces.

Pero las estadísticas oficiales sobre el crecimiento del PBI no captan la mayor parte de las mejoras en nuestro nivel de vida que provienen de los bienes y servicios nuevos y mejorados. Eso significa que la tasa oficial de crecimiento no refleja el aumento en el ingreso real derivado del aire acondicionado, los medicamentos contra el cáncer, los nuevos procedimientos quirúrgicos y muchas otras innovaciones más mundanas. Por otra parte, como el gobierno de EEUU no incluye nada en el PBI a menos que se venda en el mercado, la gran expansión del entretenimiento por televisión y la introducción de servicios como Google y Facebook han quedado completamente excluidos de las cuentas nacionales.

Esto significa que el verdadero aumento en el ingreso real en realidad fue mayor al que implican las estadísticas oficiales… tal vez, mucho mayor. Eso es tan cierto para los datos de la primera mitad del siglo XX como para los actuales. No queda claro si el problema de medición era mayor en el pasado que recientemente, pero resulta irrelevante cuando pensamos en el futuro. Independientemente de que un crecimiento del ingreso per cápita del 1,5 % según las cifras oficiales en realidad, esté más cercano al 3 %, estaremos disfrutando el mayor nivel de ingreso real heredado del pasado. También lo harán las generaciones futuras.

De hecho, sencillamente no hay motivo para creer, como a menudo se expresa en las encuestas y aparece en el libro de Gordon, que los niños de la generación actual no disfrutarán un nivel de vida tan elevado como el de sus padres. Eso puede ser cierto para alguna gente, especialmente quienes cuentan con ingresos relativamente elevados, pero decididamente no lo es para la mayoría.

Piensen en alguien que ha sido padre recientemente a los 30 años de edad y se encuentra en la mitad de la distribución del ingreso. Dentro de 30 años, su hija tendrá la edad que hoy tiene el padre con ingresos medios. Si el ingreso real crece tan solo al 1,5 % anual, el ingreso medio dentro de 30 años será aproximadamente un 60 % superior al actual.

Incluso si la hija gana un 30 % menos que la media en ese momento, su ingreso aún será mayor que el ingreso medio actual. Y si las innovaciones y las mejoras implican que el ingreso real per cápita crece tan solo al 3 % anual, el ingreso medio dentro de 30 años será más del doble del actual.

Entonces, los estadounidenses son afortunados por haber heredado las innovaciones del pasado y porque su ingreso real continuará creciendo en el futuro, pero ese no es motivo para volverse complacientes. EEUU puede aumentar su tasa de crecimiento futura mejorando su sistema educativo, elevando sus tasas de ahorro e inversión para volver a los niveles del pasado, y corrigiendo las características de sus sistemas de impuestos y transferencias que reducen el empleo y las ganancias.

Gordon se centra en el efecto de la innovación tecnológica sobre los ingresos reales de los estadounidenses, pero una importante limitación de su argumento es que desestima la innovación en las políticas. La economía estadounidense –y las de muchos otros países– podrían crecer más rápidamente en el futuro si los responsables de las políticas adoptan las reformas apropiadas.

(Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan"s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board…)

– ¿Cuánto debemos temer a los robots? (El Confidencial – 6/9/15)

Numerosos trabajos pueden desaparecer en el futuro. El remedio está en aumentar la formación y apostar por una renta complementaria que ayude a quienes perciben los salarios más bajos

(Por Luis Garicano)

¿Recuerdan la leyenda del inventor del ajedrez? El rey, encantado con el invento, ofreció al inventor una recompensa. El inventor le pidió cobrar 1 granito de trigo por el primer cuadrado, 2 por el segundo, 4 por el tercero, y así sucesivamente. El rey, con escasa habilidad aritmética, dijo sí. Desgraciadamente para él, la suma de granitos es fácil de calcular aritméticamente, pero inimaginable para nuestras mentes. El resultado del cálculo es aproximadamente 1.8 con 19 ceros detrás. Escríbanlo: el número de granitos tiene 19 ceros. Hagan un poco de aritmética mental y se convencerán. Los granitos de la casilla 10 son 1.024, y los de la 11 son 2.048: en cada casilla hay más granos que en la suma de todas las casillas anteriores. Multiplicar por 1.000 lleva diez casillas, luego en 60 habremos multiplicado por 1.000 6 veces, y esto tiene 18 ceros. Wikipedia nos informa de que este número de granitos es la producción global de trigo de… ¡21.000 años!

Pues bien, la progresión de las tecnologías de la información que utilizamos para leer nuestro WhatsApp o El Confidencial es como la de los granitos de trigo en el tablero. La ley que ha guiado esta evolución, la Ley de Moore, formulada por el co-fundador de Intel (el fabricante de microchips) en 1965, dice que el número de transistores en un circuito integrado se dobla cada 20 meses, y como consecuencia, la capacidad de los ordenadores se dobla cada 18 meses. Es decir, como los granitos de arroz del cuento, entre hoy y el 6 marzo del 2017, la capacidad de los ordenadores crecerá lo mismo que desde 1941 hasta hoy. Los ejemplos de esta progresión son muchos: el ordenador del Cohete Apollo que llegó a la luna (el Apollo Guidance Computer) tenía 64 kbytes de memoria, que es menos de lo que tiene el tostador de su casa.

Y esta progresión explosiva de las tecnologías de la información determinará la respuesta a la pregunta clave para el destino de la economía, y de nuestras vidas laborales, en las próximas décadas: ¿cómo cambiarán los robots el empleo? Hay una cosa segura, espero, tras nuestro pequeño ejercicio de aritmética: los ordenadores y la automatización avanzarán mucho. ¿Pero cuánto? ¿A qué empleos afectarán?

Empecemos por lo más sencillo. El principio clave es fácil de entender: las ocupaciones más en peligro son aquellas que consisten en tareas rutinarias, es decir, tareas que pueden ser descritas por procedimientos definidos por unos pasos concretos, predecibles, y que por tanto pueden ser descritas por un algoritmo. Por ejemplo, casi todas las tareas en la cadena de montaje de una fábrica de coches son procedimientos rutinarios ("torcer la tuerca A y meter el tornillo B; luego apretar") que ahora hacen robots. O las tareas de muchos empleados en banca o en seguros, que se dedicaban a rellenar papeles a bolígrafo, copiarlos y archivarlos.

Los trabajos que, por el contrario, mejor resisten a esta evolución de la tecnología de la información son de dos tipos: los trabajos manuales del sector servicios y los trabajos intelectuales más abstractos. Los primeros, "manuales en servicios", como cuidar un bebé, hacer las camas del hotel, cuidar un jardín, proteger la seguridad de un banco, han visto enormes crecimientos recientes de demanda, con incrementos tanto del número de empleados como de su sueldo. También los segundos, cognitivos abstractos, como escribir un programa de ordenador o imaginar el guion de una serie de televisión, han visto estos aumentos de demanda, con aún mayores crecimientos de sueldos y empleos.

La consecuencia de estos cambios es la "polarización" del mercado de trabajo, su concentración en los extremos alto y bajo: la tecnología ocasiona la destrucción de muchos de los empleos "de clase media" que proporcionaban a enormes segmentos de la población una existencia tranquila, productiva, y bien remunerada, sin mayores cambios pero también sin mayor inseguridad. En su lugar vemos más empleos con baja remuneración (el empleo manual en servicios) y más empleos con elevados salarios (el empleo abstracto cognitivo).

El problema al aplicar esta sencilla hipótesis es que, dada la progresión geométrica con la que comenzábamos, el número de tareas que los ordenadores son capaces de hacer se expande continuamente. En cierto modo lo que hoy consideramos que no es nada rutinario (escribir un artículo en el periódico) mañana puede ser rutinario y hecho por el ordenador. En un reciente libro, los economistas Brynjolffson y McAfee ilustran este problema con un ejemplo fabuloso. En 2004, dos economistas ilustres habían usado la conducción como ejemplo de tarea difícilmente rutinizable. Escribían: "Girar a la izquierda con tráfico requiere tantos factores que es difícil imaginar que se puedan descubrir las reglas que imiten el comportamiento de un conductor". Pues bien: en 2010, solo 6 años después de que a estos economistas les pareciera imposible que los robots pudieran conducir, Google anunciaba un coche que se conducía sólo. Mirando hacia adelante parece claro que ocupaciones que parecían imposibles de reemplazar, como conductor de camiones o buses, pueden no existir en 30 años. Lo mismo puede suceder con los radiólogos (los Rayos X los puede diagnosticar un buen sistema experto), los traductores (Google translate ya es un buen punto de partida) o, por qué no, los periodistas.

Por otro lado, no cabe asustarse en exceso: la preocupación por lo que el progreso tecnológico puede hacer al empleo ha existido desde hace mucho tiempo. La mecanización de la agricultura expulsó a millones del campo, que encontraron trabajo en la industria. Luego los robots desplazaron a los trabajadores de la industria, que encontraron empleo en el sector servicios, en empleos que hace 40 años eran en muchos casos inimaginables, desde profesores de zumba en el gimnasio a "coaches de mindfulness". Lo más probable es que esto siga sucediendo, es decir que la economía dinámicamente genere nuevos empleos y nuevas necesidades a medida que hay exceso de trabajadores en algunos segmentos. Además, muchos empleos simplemente nunca se automatizarán: bomberos, fisioterapeutas, ortodoncistas.

¿Qué debemos hacer ante esta evolución del trabajo? Dos medidas me parecen necesarias: tenemos que incrementar la formación, para asegurar que los trabajadores pueden adaptarse a los cambios que vengan. Pero la formación que ahora adquieren nuestros estudiantes debe cambiar. Se trata, más que de enseñar conocimientos concretos que se harán deprisa obsoletos, de enseñar a los estudiantes a aprender. Deben aprender a aprender.

Pero la educación no es suficiente en un mundo con el rápido cambio tecnológico que experimentamos. Muchos se encuentran en callejones sin salida con bajos salarios, en empleos de servicios que no generan los ingresos suficientes para salir adelante. Aquí mi opinión (y la de Ciudadanos) es que la sociedad debe complementar estos bajos ingresos, que serán cada vez más frecuentes, para que alcancen un salario digno que haga que el trabajo pague suficiente para vivir la vida que uno desea. Las dos alternativas posibles que hay parecen crear nuevos problemas: primero, introducir en vez de un complemento salarial un salario mínimo más alto parece de todo punto contraproducente, porque acelerará la tendencia de sustituir trabajadores por máquinas que se quiere combatir. En segundo lugar, introducir una renta mínima básica para todos es una medida aparentemente satisfactoria, pero puede crear una enorme "subclase" marginada en las afueras del mercado de trabajo. Nuestra solución garantiza la participación laboral de los trabajadores y la dignidad que eso conlleva para ellos.

Por tanto mejorar la Educación para facilitar a los jóvenes, y no tan jóvenes, el acceso a los nuevos empleos e introducir una medida de complemento de las rentas para los empleos que crecerán de servicios manuales, tales como el cuidado de niños y ancianos, de protección, etc. son dos ejes clave del programa de Ciudadanos que responden a los retos de este cambio tecnológico.

¿Qué hacer con el 50% de los trabajadores, que perderán sus empleos por la robotización? (la "botica" de los "business angels" y los "agregadores" de talento)

edu.red

– 30 profesiones que aseguran un trabajo para la próxima década (Expansión – 24/2/14)

(Por Montse Mateos)

El intendente de organización, el "agro chef" o el "wiki writer" son algunos de los nuevos profesionales que tendrán garantizado un trabajo en 2030. Un futuro laboral en el que surgen nuevas posiciones que tienden un puente entre el ámbito virtual y real, y en el que además aparecen expertos, como el gestor de marca personal que vela por la identidad laboral de los trabajadores independientes.

El mundo virtual y el real se aproximan en un futuro laboral que está más cerca de lo que muchos podrían pensar. Los profesionales de hoy están al borde de la obsolescencia si ya no se han reinventado; y los que quieran asegurarse un empleo para 2030 tendrán que ir preparándose para ser arqueólogos digitales o wiki writer, dos de las treinta posiciones que, a partir de las predicciones de un grupo de expertos, ha identificado Sodexo en su informe sobre Tendencias laborales 2014. El mundo imaginario que hace 30 años nos presentaba Spielberg en su Regreso al futuro, no tiene que ver con patinetes ni vehículos voladores, sino como una manera diferente de acometer una realidad virtual, cubrir unas necesidades y crear nuevas profesiones a partir de la fusión de otras más tradicionales.

Este cambio de actores supone otra manera de acometer las relaciones entre profesionales, jefes y empleados. Las empresas también tendrán que adaptarse a esta nueva realidad en la que ya no son protagonistas absolutos: los trabajadores interpretan el papel principal, ellos son los que deciden, porque dentro de poco más de tres lustros los puestos serán mucho más que un empleo, se convertirán en el detonante que revolucionará nuestro modo de vida.

El informe de Sodexo aglutina las treinta profesiones en tres grupos: fusión de carreras, resolución de problemas y todo lo relacionado con el equipamiento. Un ejemplo de las profesiones que integran el primer grupo es la mezcla de trabajo en la salud humana y el medio ambiente, que ha dado lugar al campo de la enfermería de salud ambiental, que implica el tratamiento de los pacientes expuestos a toxinas. Y también otras aficiones que pueden dar lugar a profesionales tan saludables como el agro chef, una combinación de agricultor y cocinero.

Los nuevos actores del mercado laboral surgen de la fusión de otros tradicionales

El segundo apartado lo integran aquellas actividades que tienen que ver con la resolución de problemas como salida profesional. Las redes sociales como Facebook y Twitter nos mantienen conectados, pero esta relación es muy vulnerable. Es en este escenario en el que entran en juego todo tipo de posiciones relacionadas con la gestión de la huella digital. Algunas empresas estarían dispuestas a pagar un buen sueldo a aquellos que, en un momento de necesidad, puedan desenterrar lo que alguien, ya sea un empleado, un candidato o un proveedor, trató de ocultar. Por ejemplo, un email enviado de manera compulsiva tratando de ridiculizar a los compañeros de trabajo o a una empresa.

Las ocupaciones más futuristas, algunas impensables en el presente, se encuentran en el tercer grupo. Desde el responsable de las relaciones entre avatares hasta el arquitecto de sistemas globales. Los expertos coinciden en que ser futurista debería ser la segunda profesión de todos, pero para muchos es su primera ocupación.

FUSIÓN

* Operador de vehículo autónomo (Autonomous vehicle operator). Se necesitarán chóferes para el desplazamiento de profesionales. Una versión sofisticada del chófer tradicional con conocimiento de recorridos alternativos que faciliten la movilidad de un punto a otro.

* Agricultor chef (Chef farmer). Los cocineros y los agricultores trabajarán juntos en el desarrollo de las semillas, el crecimiento de determinados productos basados en la demanda del cliente y cultivados para la creatividad del chef.

* Planificador de identidad digital (Digital identity planner). Creador de identidad digital, mantenimiento y seguimiento.

* Enfermera de la salud medioambiental (Enviromental Health Nurse). Profesional que aúna el conocimiento de medioambiente y sus efectos en la salud de las personas.

* Tecnólogo financiero (Financial Technologist). Técnico de las finanzas online.

* Investigador (Grassroots Research). Investigador de pasados oscuros; nadie está libre de culpa en el mundo futuro.

* Oficina de consejería (Office concierge). Se impone la creación de oficinas bases a las que los empleados acuden de manera intermitente. Se necesitarán gerentes que organicen el espacio en función de las necesidades del profesional.

* Organizador de la comunidad online (Online community organizer). Es el encargado de gestionar la comunidad online en las empresas.

* Coordinador de la atención personal (Personal care coordinator). Servirá de puente entre el individuo y todas las organizaciones de la salud y los servicios.

* Gestor de capitales (Seed capitalist). Experto en gestión de capitales relacionados con incubadoras, spin off, inversión en start up, y su seguimiento.

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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