De la "histeria" del desempleo a la "histéresis" del fin del trabajo (página 5)
Enviado por Ricardo Lomoro
El propio Brynjolfsson afirma que no podría concluir que el progreso económico y el empleo se hayan separado para siempre. "No sé si podremos recuperarnos, pero espero que podamos", afirma. Pero eso, sugiere, dependerá de nuestra capacidad para reconocer el problema y tomar medidas como aumentar la inversión en la formación y educación de los trabajadores.
"Tuvimos suerte y la productividad creciente tiró de todo lo demás durante gran parte del siglo XX", sostiene. "Muchas personas, sobre todo los economistas, llegaron a la conclusión de que así era como funcionaba el mundo. Yo solía decir que si nos encargábamos de la productividad, todo lo demás se encargaría de sí mismo; era la estadística económica más importante. Pero eso ya no es cierto". Y añade "Es uno de los oscuros secretos de la economía: el progreso tecnológico sirve para hacer crecer la economía y crear riqueza, pero no existe ninguna ley económica que afirme que todo el mundo se beneficiará de ello". En otras palabras, en la carrera contra la máquina es probable que algunos ganen mientras muchos otros pierden.
– ¿Nos quitarán los robots el trabajo en 2025? El veredicto de los principales expertos (El Confidencial – 11/8/14)
(Por Miguel Ayuso)
El miedo a que las máquinas acaben con el trabajo que desempeñan los hombres y, por tanto, con su sustento, es tan antiguo como la propia industria. A principios del siglo XIX, los trabajadores ingleses se organizaron en uno de los primeros movimientos obreros, el ludismo, cuyo principal objetivo era acabar con las máquinas que, pensaban, eran las responsables de los despidos y los bajos salarios. En 1812, un grupo de trabajadores incendió en Nottingham sesenta máquinas de tejer medias, una acción que antecede en décadas a la creación de los sindicatos y las primeras huelgas.
Podríamos pensar que este miedo a la tecnología, o al menos a la idea de que su avance puede suponer un problema para los trabajadores y, en general, para la sociedad, es cosa del pasado. Pero estaríamos equivocados. El ludismo sigue muy presente. Y tiene más argumentos que nunca en la historia.
Un informe publicado esta semana por el prestigioso Pew Research Center, que cuenta con la opinión de 1.800 académicos y expertos en industria, trabajo y nuevas tecnologías, muestra que los profesionales están fuertemente divididos al valorar el impacto que el avance en la Inteligencia Artificial (IA) y la robótica tendrá sobre el mercado laboral. Si bien muchos coinciden en aceptar que, para 2025, los robots se ocuparán de muchos de nuestros trabajos, las ideas acerca del impacto que esto va a tener en nuestro devenir como sociedad son bien distintas.
La mitad de los participantes en el estudio creen que las máquinas acabaran con la mayoría de trabajos en 2025, y no sólo los manuales; la otra mitad cree que el avance de la robótica, por el contrario, creará más trabajo del que quite. Además, las opiniones están repartidas casi por igual entre los distintos campos profesionales.
Estos son los argumentos de uno y otro "bando".
Los nuevos luditas: "La automatización es como Voldemort"
El 48% de los encuestados en el informe se muestra preocupado por la proliferación de máquinas en todos los sectores profesionales. Muchos expertos consultados por el Pew Research Center aseguran que, por primera vez, el avance de la tecnología, que hasta ahora sólo había afectado a los trabajos de cuello azul, afectará también a los de cuello blanco. "Todo lo que pueda ser automatizado, se automatizará", asegura el experto en legislación digital Robert Cannon.
Según los defensores de esta postura, el auge de la robótica provocará un aumento aún mayor de la desigualdad, del paro de larga duración y, en definitiva, una ruptura del orden social. Estos son sus argumentos.
1. Ya se están sustituyendo a trabajadores y va a ir a peor
"La automatización es Voldemort, una terrible fuerza que nadie se atreve a nombrar", explica Jerry Michalski, fundador del think tank REX. "La automatización ha ganado la carrera al trabajo humano y mientras necesitemos una divisa fiduciaria para pagar el alquiler o la hipoteca los seres humanos serán expulsados del sistema en masa".
En opinión de Michalski, los únicos sectores que se librarán del auge de la robótica son aquellos que requieren esfuerzo humano local (jardineros, pintores, niñeras ), esfuerzo humano distante (editores, entrenadores, coordinadores…) y las posiciones de mayor nivel directivo. "El resto", asegura, "será sustituido por la automatización".
Podemos pensar que la llegada de los robots de verdad (no las aspiradoras) no es inminente, pero hay expertos que creen que está a la vuelta de la esquina. "Los avatares humanos electrónicos con capacidad sustancial para trabajar llegarán en años, no en décadas", asegura el pionero de internet Mike Roberts. "La situación se complica, además, por el fracaso total de los economistas para encontrar cualquier sistema sostenible alternativo a nuestro moderno modelo consumista y para acabar con la noción de que "sólo se puede cobrar un precio justo por un día de trabajo justo"".
2. Las consecuencias sobre la desigualdad serán muy profundas
La siguiente gran revolución tecnológica, que no será otra que la robótica, tendrá un impacto mucho mayor que las anteriores, según asegura Tom Standage, director de la edición digital de The Economist: "Las anteriores revoluciones tecnológicas fueron mucho más lentas, así que la gente tuvo más tiempo para adaptarse y moverse de un tipo de trabajo no cualificado a otro. Pero los robots y la IA amenazan a trabajos cualificados. La brecha adquisitiva entre los trabajadores cualificados cuyo trabajo no pueda ser automatizado y el resto se agrandará. Y eso es una receta para la inestabilidad".
"Por citar sólo un aspecto del auge de los robots y la inteligencia artificial, el uso generalizado de coches y camiones con piloto automático acabará con los taxistas y los camioneros, la ocupación número uno de los hombres en Estados Unidos", asegura Stowe Boyd, investigador de GigaOM, una consultoría de medios de San Francisco.
Según el profesor de Harvard Justin Reich, la destrucción de empleo será insostenible: "No estoy seguro de que vayan a desaparecer todos los trabajos, aunque es una posibilidad, pero los empleos que queden se van a pagar peor y van a ser más temporales que los que tenemos ahora. La clase media se va a hundir".
Los tecnooptimistas: "No va a haber menos cosas que hacer"
Un 52% de los expertos que han participado en el informe de Pew Research creen que la tecnología no acabará con más trabajos de los que pueda crear en la próxima década. Muchos coinciden en señalar que las ocupaciones no serán las mismas: en efecto, los robots acabarán con muchas de las profesiones que conocemos hoy en día, pero la humanidad será capaz de encontrar nuevos nichos productivos, tal como ocurrió en las anteriores revoluciones industriales. Otros, son más escépticos, sencillamente, creen que la tecnología no avanzará a tanta velocidad como para que tengamos que preocuparnos por el futuro de nuestros trabajos en la próxima década.
Estos son los principales argumentos de los expertos que, aseguran, no debemos preocuparnos por el futuro del trabajo.
1. La historia demuestra que la tecnología crea trabajos, no los destruye
Sí, los robots acabarán con algunos trabajos, pero crearán otros muchos nuevos. "Alguien tiene que crear y mantener todos estos nuevos dispositivos", asegura Vint Cerf, uno de los considerados "padres" de internet. "Históricamente, la tecnología ha creado más trabajos de los que ha destruido y no hay razón para pensar que esta vez no va a ocurrir lo mismo".
Aunque siempre va a haber gente en paro, cuando seamos miles de millones de personas habrá miles de millones de trabajos. No va a haber menos cosas que hacer
"Cuando la población del mundo era de 100 millones de personas había 100 millones de trabajos", explica Jonathan Grudin, veterano investigador de Microsoft. "Aunque siempre va a haber gente en paro, cuando seamos miles de millones de personas habrá miles de millones de trabajos. No va a haber menos cosas que hacer".
Aunque los robots acaben con algunos trabajos manuales, alguien tendrá que desarrollar y fabricar los robots y esto creará un enorme nicho laboral de empleos cualificados (ingenieros y programadores) y no cualificados (ensambladores). Los trabajos cambiarán, pero no necesariamente a peor. "No estoy de acuerdo con la idea de que las tecnologías emergentes van a desplazar la mayor parte de la fuerza de trabajo", explica Amy Web, CEO de Webbmedia Group. "Algunos sectores demandarán más trabajadores -ahora más que nunca se necesita un ejército de programadores talentosos para ayudar en el avance de la tecnología- pero aun así necesitaremos a gente que haga los paquetes, los ensamblajes, las ventas, la comunicación"
2. Hay trabajos que sólo los humanos pueden hacer
Aunque la mayoría de expertos coinciden en señalar que el auge de la robótica provocará un cambio radical en nuestros trabajos, hay quien asegura que algunas profesiones no se verán para nada afectados por ésta, pues nunca podrán ser automatizadas.
"Por mucho que avance la robótica y la IA, la mano del hombre seguiría siendo necesaria a gran escala", asegura David Hughes, un coronel retirado del ejército estadounidense que fue un pionero de las telecomunicaciones. "De la misma forma que un avión tiene que tener pilotos y copilotos, no creo que todos los coches "autopilotados" puedan funcionar sin tripulación. La capacidad del ser humano para detectar eventos inesperados y tomar medidas de urgencia sin depender de la conducción automática seguirá siendo necesaria mientras los coches particulares sigan en las carreteras".
Para Pamela Rutledge, directora del Media Psychology Research Center, por mucho que avance la tecnología hay cosas que los robots nunca podrán hacer: todo aquello que requiera creatividad, capacidad de síntesis, resolución de problemas, innovación Los robots, de hecho, nos ayudarán a librarnos de las tareas más tediosas para que podamos dedicarnos a otras cosas. "Los avances tecnológicos permitirán a las personas dejar de hace tareas repetitivas para poder invertir toda su atención y energía en cosas donde realmente podemos marcar la diferencia", asegura Rutledge.
3. La tecnología no avanzará lo suficiente para tener un impacto significativo en el mercado laboral
Hay un grupo de expertos que prefieren ser menos entusiastas sobre el futuro de la tecnología. En su opinión, sencillamente, la robótica no avanzará tanto en la próxima década como para que se pueda hablar de la extinción de los trabajos manuales.
David Clark, científico del laboratorio de inteligencia artificial del MIT, cree que lo que realmente tendrá un impacto significativo será la llegada de los robots al sector servicios, algo que, en su opinión, es imposible que ocurra en la próxima década: "En 12 años no creo que los dispositivos autónomos vayan a ser verdaderamente autónomos. Creo que simplemente nos permitirán ofrecer unos servicios de mayor calidad pero con el mismo nivel de participación humana".
"La mayoría de la población permanecerá ajena a estas tecnologías en el futuro cercano", asegura Christopher Wilkison, funcionario retirado de la Unión Europea y experto en internet. "La robótica y la IA tendrán su nicho, sobre todo en banca, comercio y transporte. El riesgo de error y la imputación de la responsabilidad siguen siendo importantes obstáculos para la aplicación de estas tecnologías en el día a día".
4. Nuestras estructuras legales y sociales minimizarán el impacto de la automatización
"En última instancia, necesitamos una base amplia de población activa, de lo contrario no habrá nadie que pueda pagar este nuevo mundo", asegura Glenn Edens, director de investigación del Computer Science Laboratory de Xerox. Y, en su opinión, los gobiernos se asegurarán de que el desarrollo de la tecnología no provoque una destrucción de trabajos que sea insostenible.
"Quizás ya contamos con la tecnología suficiente para suplir gran parte de los trabajos", asegura Geoff Livingston, presidente de Tenacity5 Media, "pero la sociedad todavía no está preparada para aceptarlo".
– Digitalización y desempleo, el nuevo orden (El País – 6/1/15)
(Por Gregorio Martín Quetglas)
Un nuevo orden económico con serias consecuencias para el empleo se ha instalado entre nosotros sin que las autoridades europeas, por descontado tampoco las españolas, ni las patronales ni los sindicatos parezcan haberlo comprendido. Incluso en Estados Unidos, cuna y eje del desarrollo digital, están disparadas las alarmas. Las sinergias que se derivan del desarrollo de las ingenierías del software, robótica, telecomunicaciones y microelectrónica, han creado memorias más rápidas y baratas, mayor movilidad y ubicuidad de la información, máquinas inteligentes que combinadas con otras ramas del conocimiento como la medicina o la climatología, por ejemplo, han generado todo un universo nuevo: el de la digitalización. Un universo que, como ocurriera en su día con la electricidad, embebe los hábitos humanos y condiciona la cantidad y la calidad del empleo. Más que la sustitución del hombre por la máquina, es la aparición de nuevos productos y costumbres los que asolan muchos empleos.
Las implicaciones y preocupaciones de este nuevo orden han dejado de ser preocupaciones exclusivas de los tecnólogos. Los economistas finalmente les prestan atención (Foreing Affairs, julio-agosto; The Economist, 4 de octubre) y ya aceptan que el optimista principio de la "destrucción creativa de empleos" no se cumple esta vez. La pérdida de empleos provocada por la digitalización no encuentra contrapartida con la creación de otros que equilibrarían la balanza. Ni siquiera las start up, tan pregonadas como fuentes de empleo, funcionan. El pasado mes de septiembre, en Boston, la comunidad científica reconoció, a partir del censo americano de empresas, que aquellas llevan años reduciendo su capacidad para generar empleo. Las que sobreviven son autoempleo o tienen menos de cinco trabajadores. Instagram o WhatsApp no superan los cien empleados a pesar de haber alumbrado productos rompedores que fueron adquiridas por las "grandes ganadoras", que pagaron cantidades fastuosas por ella. Pero esos ingentes desembolsos de capital no tienen traducción positiva en el mercado laboral. Unas inversiones similares durante la era industrial hubieran supuesto la creación de miles de puestos de trabajo. Cuando Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, ante miles de emprendedores afirmaba hace unas semanas en la plaza de Las Ventas en Madrid que las start up generaban empleo no decía la verdad.
Mientras Schmidt, cuya empresa, con sus portentosos desarrollos tiene un modelo de negocio con preocupantes variedades de monopolio, niega la realidad, en Europa se la ignora directamente. Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, en su conferencia en Jackson Hole del pasado agosto sobre Desempleo en la zona euro, no dedicó ni un minuto de la hora larga en la que intervino a analizar los efectos sobre el mercado laboral de la tecnología. Draghi se limitó a la tradicional relación entre política monetaria y empleo, ignorando que la economía actual no puede explicarse solamente en términos propios de la era industrial. Esta carencia apareció de nuevo en la reunión de Milán de octubre del Consejo Europeo, incapaz de concretar presupuesto alguno para "medidas activas en favor del empleo", una expresión acuñada en lo mediático pero hoy vacía. Desgraciadamente, el empleo disponible, como la energía, es un recurso escaso que habrá que administrar racional y democráticamente. En la digitalización, la UE no sabe hacia dónde dirigir sus recursos. De hecho, muchos se preguntan si las líneas de I+D que financia, acaban siendo más productivas para las monopolísticas multinacionales digitales que para el empleo europeo. Una desorientación que puede llevar a repetir episodios como los vividos en España, que ha dejado la discusión a empresarios y sindicatos con muy dudosos balances sobre su eficiencia.
La coincidencia temporal de la consolidación digital con la crisis económica complica el análisis cuantitativo de sus efectos en el mercado de trabajo; pero no parece temerario asegurar que la estructura laboral asociada a los extraordinarios desarrollos digitales implica que se destruyan más empleos de los que se alumbran. La digitalización no debe confundirse como una suerte de Tercera Revolución Industrial. Frente a los cambios que dieron resultados tangibles, el universo digital lleva a cabo también tareas cognitivas de resultado inmaterial. Robots, ordenadores y redes, conjunta o separadamente, han impregnado conductas haciendo desaparecer trabajos y modelos de negocio. El ritmo de cambio es impresionante: en la actualidad se hacen más fotografías en un minuto que en todo el siglo previo a la liquidación de Kodak en 2012, las relaciones interpersonales son radicalmente nuevas, existen robots que trabajan respetando la seguridad de la persona, cursos masivos abiertos y gratuitos que ponen en tela de juicio el formato de enseñanza universitaria, se atisba el fin de la Galaxia de Gutenberg después de cerca de seis siglos de existencia
El producto digital, sorprendentemente, aúna valor creciente y coste decreciente. Es casi inagotable y está siempre disponible para personas y máquinas; tiene una enorme capacidad de acumulación y crecimiento por su uso (el trabajo del propio cliente lo expande, lo mejora y produce ganadores únicos en un mercado cuyos modelos de negocio sólo pueden comprenderse por su universalidad y monopolio); y un coste marginal casi nulo de su reproducción.
La industria, además, ha cambiado su cadena de fabricación: diseña con programas escritos por otros, que trabajan lejos de quien fabrica; usa realidad virtual para hacer los costosos prototipos de antaño; la logística de proveedores y clientes se ejecuta telemáticamente; la vieja factoría reduce su superficie con la robotización avanzada Lo digital hace que lo industrial se haga terciario. Más allá de la deslocalización, la industria no disminuye, se redefine.
En las relaciones cotidianas desaparece la intermediación, y con ella centenares de miles de puestos de trabajo. El autoservicio es una fuerza imparable que nació con el supermercado y la gasolinera, siguió con el comercio electrónico y ahora se sitúa directamente contra el empleo al difuminarse los papeles de productor y consumidor de la ingenuamente celebrada economía colaborativa. Los empleos se liman (el usuario releva a taxistas, hoteleros o agentes inmobiliarios y hasta quiere fabricar objetos en casa con impresoras 3D). Nada de todo esto ocurrió porque sí. Al preguntarse ¿tendrán empleo quienes hagan Apps para Apple, conduzcan para Uber, sean hoteleros Airbnb, etcétera? Decidieron que sí. En España esta desintermediación se practica a lomos de la economía sumergida, propia del desempleado desesperado, y de la autosatisfacción de un usuario, cada vez más ocupado y menos empleado.
Participar, sin más, en una carrera tecnológica con Estados Unidos no es lo más inteligente, entre otras razones porque las condiciones de partida de España son muy distintas. De entrada, los empleos en los que se ocupa la clase media española están muy afectados por la crisis económica. La única fortaleza reside en los servicios a la persona. La solución, se dice, está en la educación; pero a corto y medio plazo poco va a ayudar a los seis millones de parados. Si se elabora una relación de empleos que: a) existan o puedan existir en breve. No los que podrían darse si hubiéramos actuado de otra manera en el pasado; b) que se ofrezcan en suelo español. No en California ni en China ni siquiera en Alemania, y c) que estén sin ocupar a causa de la supuesta falta de formación de los millones de personas no empleadas o subempleadas que tenemos. La lista es corta. La solución educativa ocupa al menos el tiempo de una generación para dar resultados; no resuelve el nuevo orden entre digitalización y empleo.
A lo lejos se vislumbra la alternativa siempre polémica de repartir el trabajo. Una posibilidad que supera a la tecnología y que abre un arduo debate político. Mientras tanto, las élites deben entender el nuevo orden que ya se ha instalado con lo digital.
(Gregorio Martin Quetglas es catedrático jubilado de Ciencias de la Computación y del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia)
Anexo: The future of employment: how susceptible are jobs to computerization?
(By Carl Benedikt Frey and Michael A. Osborne)
University of Oxford
September 17, 2013
Abstract
We examine how susceptible jobs are to computerisation. To assess this, we begin by implementing a novel methodology to estimate the probability of computerisation for 702 detailed occupations, using a Gaussian process classifier. Based on these estimates, we examine expected impacts of future computerisation on US labour market outcomes, with the primary objective of analysing the number of jobs at risk and the relationship between an occupation"s probability of computerisation, wages and educational attainment. According to our estimates, about 47 percent of total US employment is at risk. We further provide evidence that wages and educational attainment exhibit a strong negative relationship with an occupation"s probability of computerisation.
Introduction
In this paper, we address the question: how susceptible are jobs to computerisation? Doing so, we build on the existing literature in two ways. First, drawing upon recent advances in Machine Learning (ML) and Mobile Robotics (MR), we develop a novel methodology to categorise occupations according to their susceptibility to computerisation. Second, we implement this methodology to estimate the probability of computerisation for 702 detailed occupations, and examine expected impacts of future computerisation on US labour market outcomes.
Our paper is motivated by John Maynard Keynes"s frequently cited prediction of widespread technological unemployment "due to our discovery of means of economising the use of labour outrunning the pace at which we can find new uses for labour" (Keynes, 1933, p. 3). Indeed, over the past decades, computers have substituted for a number of jobs, including the functions of bookkeepers, cashiers and telephone operators (Bresnahan, 1999; MGI, 2013). More recently, the poor performance of labour markets across advanced economies has intensified the debate about technological unemployment among economists. While there is ongoing disagreement about the driving forces behind the persistently high unemployment rates, a number of scholars have pointed at computer controlled equipment as a possible explanation for recent jobless growth (see, for example, Brynjolfsson and McAfee, 2011).
The impact of computerisation on labour market outcomes is well-established in the literature, documenting the decline of employment in routine intensive occupations – i.e. occupations mainly consisting of tasks following well-defined procedures that can easily be performed by sophisticated algorithms. For example, studies by Charles, et al. (2013) and Jaimovich and Siu (2012) emphasise that the ongoing decline in manufacturing employment and the disappearance of other routine jobs is causing the current low rates of employment. In addition to the computerisation of routine manufacturing tasks, Autor and Dorn (2013) document a structural shift in the labour market, with workers reallocating their labour supply from middle-income manufacturing to low-income service occupations. Arguably, this is because the manual tasks of service occupations are less susceptible to computerisation, as they require a higher degree of flexibility and physical adaptability (Autor, et al., 2003; Goos and Manning, 2007; Autor and Dorn, 2013).
At the same time, with falling prices of computing, problem-solving skills are becoming relatively productive, explaining the substantial employment growth in occupations involving cognitive tasks where skilled labour has a comparative advantage, as well as the persistent increase in returns to education (Katz and Murphy, 1992; Acemoglu, 2002; Autor and Dorn, 2013). The title "Lousy and Lovely Jobs", of recent work by Goos and Manning (2007), thus captures the essence of the current trend towards labour market polarization, with growing employment in high-income cognitive jobs and low-income manual occupations, accompanied by a hollowing-out of middle-income routine jobs.
According to Brynjolfsson and McAfee (2011), the pace of technological innovation is still increasing, with more sophisticated software technologies disrupting labour markets by making workers redundant. What is striking about the examples in their book is that computerisation is no longer confined to routine manufacturing tasks
The technological revolution of the twenty-first century
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Employment in the twenty-first century
In this section, we examine the possible future extent of at-risk job computerisation, and related labour market outcomes. The task model predicts that recent developments in ML will reduce aggregate demand for labour input in tasks that can be routinised by means of pattern recognition, while increasing the demand for labour performing tasks that are not susceptible to computerisation.
However, we make no attempt to forecast future changes in the occupational composition of the labour market. While the 2010-2020 BLS occupational employment projections predict US net employment growth across major occupations, based on historical staffing patterns, we speculate about technology that is in only the early stages of development. This means that historical data on the impact of the technological developments we observe is unavailable. We therefore focus on the impact of computerisation on the mix of jobs that existed in 2010. Our analysis is thus limited to the substitution effect of future computerisation.
Turning first to the expected employment impact, reported in Figure III, we distinguish between high, medium and low risk occupations, depending on their probability of computerisation (thresholding at probabilities of 0.7 and 0.3).
According to our estimate, 47 percent of total US employment is in the high risk category, meaning that associated occupations are potentially automatable over some unspecified number of years, perhaps a decade or two. It shall be noted that the probability axis can be seen as a rough timeline, where high probability occupations are likely to be substituted by computer capital relatively soon.
Over the next decades, the extent of computerisation will be determined by the pace at which the above described engineering bottlenecks to automation can be overcome. Seen from this perspective, our findings could be interpreted as two waves of computerisation, separated by a "technological plateau". In the first wave, we find that most workers in transportation and logistics occupations, together with the bulk of office and administrative support workers, and labour in production occupations, are likely to be substituted by computer capital. As computerised cars are already being developed and the declining cost of sensors makes augmenting vehicles with advanced sensors increasingly cost-effective, the automation of transportation and logistics occupations is in line with the technological developments documented in the literature. Furthermore, algorithms for big data are already rapidly entering domains reliant upon storing or accessing information, making it equally intuitive that office and administrative support occupations will be subject to computerisation. The computerisation of production occupations simply suggests a continuation of a trend that has been observed over the past decades, with industrial robots taking on the routine tasks of most operatives in manufacturing. As industrial robots are becoming more advanced, with enhanced senses and dexterity, they will be able to perform a wider scope of non-routine manual tasks. From a technological capabilities point of view, the vast remainder of employment in production occupations is thus likely to diminish over the next decades.
More surprising, at first sight, is that a substantial share of employment in services, sales and construction occupations exhibit high probabilities of computerisation. Yet these findings are largely in line with recent documented technological developments. First, the market for personal and household service robots is already growing by about 20 percent annually (MGI, 2013). As the comparative advantage of human labour in tasks involving mobility and dexterity will diminish over time, the pace of labour substitution in service occupations is likely to increase even further. Second, while it seems counterintuitive that sales occupations, which are likely to require a high degree of social intelligence, will be subject to a wave of computerisation in the near future, high risk sales occupations include, for example, cashiers, counter and rental clerks, and telemarketers. Although these occupations involve interactive tasks, they do not necessarily require a high degree of social intelligence. Our model thus seems to do well in distinguishing between individual occupations within occupational categories. Third, prefabrication will allow a growing share of construction work to be performed under controlled conditions in factories, which partly eliminates task variability. This trend is likely to drive the computerization of construction work.
In short, our findings suggest that recent developments in ML will put a substantial share of employment, across a wide range of occupations, at risk in the near future. According to our estimates, however, this wave of automation will be followed by a subsequent slowdown in computers for labour substitution, due to persisting inhibiting engineering bottlenecks to computerisation. The relatively slow pace of computerisation across the medium risk category of employment can thus partly be interpreted as a technological plateau, with incremental technological improvements successively enabling further labour substitution. More specifically, the computerisation of occupations in the medium risk category will mainly depend on perception and manipulation challenges
Our model predicts that the second wave of computerisation will mainly depend on overcoming the engineering bottlenecks related to creative and social intelligence. As reported in Table III, the "fine arts", "originality", "negotiation", "persuasion", "social perceptiveness", and "assisting and caring for others", variables, all exhibit relatively high values in the low risk category. By contrast, we note that the "manual dexterity", "finger dexterity" and "cramped work space" variables take relatively low values. Hence, in short, generalist occupations requiring knowledge of human heuristics, and specialist occupations involving the development of novel ideas and artifacts, are the least susceptible to computerisation
Figure IV reveals that both wages and educational attainment exhibit a strong negative relationship with the probability of computerisation. We note that this prediction implies a truncation in the current trend towards labour market polarization, with growing employment in high and low-wage occupations, accompanied by a hollowing-out of middle-income jobs. Rather than reducing the demand for middle-income occupations, which has been the pattern over the past decades, our model predicts that computerisation will mainly substitute for low-skill and low-wage jobs in the near future. By contrast, high-skill and high-wage occupations are the least susceptible to computer capital
Conclusions
While computerisation has been historically confined to routine tasks involving explicit rule-based activities (Autor, et al., 2003; Goos, et al., 2009; Autor and Dorn, 2013), algorithms for big data are now rapidly entering domains reliant upon pattern recognition and can readily substitute for labour in a wide range of non-routine cognitive tasks (Brynjolfsson and McAfee, 2011; MGI, 2013). In addition, advanced robots are gaining enhanced senses and dexterity, allowing them to perform a broader scope of manual tasks (IFR, 2012b; Robotics-VO, 2013; MGI, 2013). This is likely to change the nature of work across industries and occupations.
In this paper, we ask the question: how susceptible are current jobs to these technological developments? To assess this, we implement a novel methodology to estimate the probability of computerisation for 702 detailed occupations.
Based on these estimates, we examine expected impacts of future computerization on labour market outcomes, with the primary objective of analysing the number of jobs at risk and the relationship between an occupation"s probability of computerisation, wages and educational attainment.
We distinguish between high, medium and low risk occupations, depending on their probability of computerisation. We make no attempt to estimate the number of jobs that will actually be automated, and focus on potential job automat ability over some unspecified number of years. According to our estimates around 47 percent of total US employment is in the high risk category. We refer to these as jobs at risk – i.e. jobs we expect could be automated relatively soon, perhaps over the next decade or two.
Our model predicts that most workers in transportation and logistics occupations, together with the bulk of office and administrative support workers, and labour in production occupations, are at risk. These findings are consistent with recent technological developments documented in the literature. More surprisingly, we find that a substantial share of employment in service occupations, where most US job growth has occurred over the past decades (Autor and Dorn, 2013), are highly susceptible to computerisation. Additional support for this finding is provided by the recent growth in the market for service robots (MGI, 2013) and the gradually diminishment of the comparative advantage of human labour in tasks involving mobility and dexterity (Robotics-VO, 2013).
Finally, we provide evidence that wages and educational attainment exhibit a strong negative relationship with the probability of computerisation. We note that this finding implies a discontinuity between the nineteenth, twentieth and the twenty-first century, in the impact of capital deepening on the relative demand for skilled labour. While nineteenth century manufacturing technologies largely substituted for skilled labour through the simplification of tasks (Braverman, 1974; Hounshell, 1985; James and Skinner, 1985; Goldin and Katz, 1998), the Computer Revolution of the twentieth century caused a hollowing-out of middle-income jobs (Goos, et al., 2009; Autor and Dorn, 2013). Our model predicts a truncation in the current trend towards labour market polarisation, with computerisation being principally confined to low-skill and low-wage occupations. Our findings thus imply that as technology races ahead, low-skill workers will reallocate to tasks that are non-susceptible to computerisation – i.e., tasks requiring creative and social intelligence. For workers to win the race, however, they will have to acquire creative and social skills.
(Septiembre 2015) "Disfruting" (¿se puede morir de éxito?)
¿Crearán los robots más empleo del que destruirán?
Mucho se ha debatido acerca del impacto que la proliferación de los robots tendrá en el empleo. Es evidente que la automatización de ciertas tareas supone eliminar algunos puestos de trabajo, pero también requiere de personal especializado capaz de supervisar, manejar, configurar y reparar esas nuevas tecnologías. La cuestión es, ¿el resultado neto será positivo o negativo?
Como vimos antes, dos investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, opinan que los robots -y el avance tecnológico en general- destruyen más puestos de trabajo de los que generan. Amparándose en las cifras de productividad y de empleo en Estados Unidos de los últimos años, argumentan que la relación directa entre ambas se rompió en el año 2000, y que la distancia entre estos parámetros está aumentando.
Según Brynjolfsson y McAfee, los progresos en automatización y robótica industrial han tenido un impacto "muy relevante" en la desaparición de miles de puestos de trabajo en los últimos quince años. Y advierten: la incorporación de la robótica a nuevos ámbitos como el derecho, los servicios financieros, la educación y la medicina empeorará aún más las cosas.
La tesis de estos investigadores desmiente a no pocos economistas. Brian Arthur, investigador del centro de I+D de Xerox en Palo Alto (California, EEUU), habla de la "economía autónoma", que define como "procesos digitales contribuyendo con otros procesos digitales y creando otros nuevos". En otras palabras, la tecnología trae consigo nuevas posibilidades e innovaciones, que favorecen el nacimiento y florecimiento de nuevas profesiones. Esta tendencia "va a cambiar el mundo laboral de un modo que apenas hemos siquiera empezado a vislumbrar", afirma Arthur, en un artículo publicado por la revista MIT Technology Review.
Por ahora, parece que la robótica está provocando una cierta polarización del empleo: por un lado, se crean puestos de trabajo cualificados y remunerados por encima de la media, y, por otro, aumenta el personal de baja cualificación, encargados de realizar tareas rutinarias donde las máquinas no llegan. Lo que también es innegable es que las tecnologías avanzan a un ritmo significativamente mayor que el empleo. Según la Ley de Moore -que no se cumple a rajatabla, pero continúa siendo un referente para la industria tecnológica-, cada dos años se duplica el número de transistores en un circuito integrado. Dicho de otro modo, con el paso del tiempo, la tecnología tiende a multiplicar su rendimiento y a dividir su coste, mientras que el empleo se mantiene estable.
Según la opinión de importantes analistas tecnológicos y económicos:
? No es posible extraer datos concluyentes de la relación de las variables macroeconómicas y del progreso tecnológico.
? Desde el año 2000, el aumento de la productividad en EEUU no es paralelo al incremento del empleo. Lo que no está claro es cuál es el peso exacto de las nuevas tecnologías en esta creciente brecha.
? Sí parece contrastado que la automatización y la robótica industrial producen una polarización del empleo: se crean puestos de trabajo cualificados y bien remunerados, y por otro lado oficios de baja cualificación.
? El progreso de la productividad de los últimos años tampoco ha sido directamente proporcional al incremento de los salarios.
? Tras un primer periodo de ajustes, parece probable que la proliferación de los robots genere el nacimiento de nuevas profesiones y la aparición de "start ups".
? Resulta inimaginable saber cómo funcionará una oficina en la que convivan empleados y robots.
No hay trabajos para todos y encima nos "prometen" menos (la vida de los demás)
"Sobre que éramos pocos, parió la abuela" "Cornuto e bastoniato" (dicho siciliano)
(Cornudo y apaleado / Encima de cornudo, apaleado / Curnuto e paliato / Curnuto e mazziato)
Mi padre, descendiente de sicilianos en primera generación, solía utilizar esta expresión popular ("Cornuto e bastoniato"), para "dramatizar" un suceso (muy) negativo para el hombre. En la sociedad machista y feudal siciliana, nada era peor afrenta para un varón que su esposa le fuera infiel ("metiera los cuernos") y además (para más inri), le zurrara ("pegara"). Encima de cornudo, apaleado.
Me acordé de mi padre y este dicho tradicional, al estudiar el tema de la "informatización, la robótica y la inteligencia artificial". Mientras en los países avanzados hay un desempleo (¿estructural?) del orden del 10%, que no saben cómo resolver, gracias a las "nuevas tecnologías", nos "prometen", para un futuro próximo, un paro del 47%. ¡Ahí es nada!
¿Qué se hará con (casi) la mitad de la población activa, en paro forzoso?
¿Qué propuestas tienen las "vacas sagradas", para los condenados a padecer a las puertas del paraíso?
¿Cómo explicarán los "santones" que en el "nuevo orden", se puede "morir de éxito"?
¿Quién reparará los "daños colaterales" (de los que quedaron de lado malo de las vías del tren)?
¿Estarán dispuestos a repartir el empleo disponible?
¿Habrá llegado la era en la que el hombre se "gane el pan "sin" el sudor de su frente"?
¿La "robotización" permitirá al individuo conseguir el mejor trabajo del mundo: "cobrar por no hacer nada"? Veamos que respuestas tienen, "los que saben" (supuestamente).
La opinión de los "catedráticos" (Nobeles, grandes bonetes, y algunos "noveleros")
– Dar por perdidos a los parados (El País – 16/2/14)
(Por Paul Krugman)
Allá por 1987, mi compañero de Princeton Alan Blinder publicaba un estupendo libro titulado Hard heads, soft hearts. Era, como pueden imaginar, una defensa de una política económica tenaz, pero compasiva. Por desgracia, lo que en realidad hemos conseguido -especialmente de los republicanos, aunque no solo de ellos- ha sido lo contrario. Y es difícil encontrar un mejor ejemplo de la naturaleza despiadada y necia del actual Partido Republicano que lo que sucedió la semana pasada, cuando los republicanos del Senado emplearon una vez más el obstruccionismo para bloquear las ayudas a los parados de larga duración.
¿Qué sabemos del paro de larga duración en Estados Unidos?
Primero, que sigue estando casi más alto que nunca. Históricamente, los parados de larga duración -los que llevan 27 semanas o más sin trabajo- solían representar entre el 10% y el 20% de los parados totales. Hoy la cifra asciende al 35,8%. Pero ahora hemos dejado que prescriba la ampliación de las prestaciones por desempleo, que entró en vigor en 2008. En consecuencia, hay pocos parados de larga duración que estén recibiendo algún tipo de ayuda.
Segundo, si creen que el típico parado estadounidense de larga duración es una de esas personas -de color, con poca formación, etcétera-, se equivocan, según un estudio de Josh Mitchell, del Urban Institute. La mitad de los parados de larga duración son blancos no hispanos. Los titulados universitarios tienen menos probabilidades de quedarse sin trabajo que los trabajadores con menos formación, pero cuando esto sucede, tienen más probabilidades que otros de unirse a las filas de los parados de larga duración. Y los trabajadores de más de 45 años corren un mayor riesgo de pasar mucho tiempo parados.
Tercero, en un mercado laboral decaído, el paro de larga duración tiende a perpetuarse porque, en la práctica, los empresarios discriminan a los parados. Muchos sospechaban que esto estaba ocurriendo, y el año pasado, Rand Ghayad, de la Universidad Northeastern, nos ofrecía una confirmación espectacular. Envió miles de currículos ficticios en respuesta a distintas ofertas de empleo y descubrió que la probabilidad de que los empresarios respondiesen se reducía drásticamente si el solicitante ficticio llevaba más de seis meses sin trabajar, aunque estuviera más cualificado que otros solicitantes.
Lo que todo esto da a entender es que los parados de larga duración son en su mayoría víctimas de las circunstancias, estadounidenses corrientes que han tenido la mala suerte de quedarse sin trabajo (cosa que le puede suceder a cualquiera) en un momento de extraordinario debilitamiento del mercado laboral, en el que el número de personas que buscan trabajo triplica el número de ofertas de empleo. Una vez que eso ocurre, el propio hecho de que estén desempleadas hace muy difícil que encuentren un nuevo trabajo.
¿Y cómo pueden los políticos justificar la supresión de una pequeña ayuda económica a sus conciudadanos más desafortunados?
Algunos republicanos justificaban el obstruccionismo de la semana pasada recurriendo al manido argumento de que no podemos permitirnos una subida del déficit. En realidad, los demócratas supeditaban la ampliación de las prestaciones a unas medidas destinadas a incrementar los ingresos fiscales. Pero en cualquier caso, esta es una objeción extraña en un momento en el que los déficits federales no solo están bajando, sino que claramente están bajando demasiado deprisa, lo cual está frenando la recuperación económica.
En la mayoría de los casos, sin embargo, los republicanos justifican su rechazo a ayudar a los parados afirmando que la razón por la que tenemos tanto paro de larga duración es que la gente no se esfuerza lo suficiente por encontrar trabajo, y que la ampliación de las prestaciones es uno de los motivos por los que no se hace ese esfuerzo.
Quienes dicen esta clase de cosas -gente como, por ejemplo, el senador Rand Paul- probablemente imaginan que están siendo tenaces y realistas. Lo cierto, sin embargo, es que están defendiendo una fantasía que no concuerda con la realidad. Por ejemplo: si el paro está alto porque la gente no está dispuesta a trabajar, lo que reduciría la oferta de mano de obra, ¿por qué no suben los salarios?
Pero es bien sabido que la realidad tiene un sesgo liberal. Cuanto más falla su doctrina económica -recuerden que se suponía que las medidas de la Reserva Federal iban a conducirnos a una inflación descontrolada-, con más fuerza se aferran los conservadores a dicha doctrina. Más de cinco años después de que la crisis financiera sumiese al mundo occidental en lo que cada vez se parece más a una depresión casi permanente, y convirtiese la ortodoxia del libre mercado en un sinsentido, resulta difícil encontrar un republicano destacado que haya cambiado de opinión sobre bueno, sobre lo que sea.
Y esta impermeabilidad ante la realidad va acompañada de una asombrosa falta de compasión.
Si siguen los debates sobre el paro, se sorprenderán de lo difícil que es encontrar a alguien del bando republicano que dé señales siquiera de una pizca de compasión por los parados de larga duración. El hecho de estar parado se presenta siempre como una opción, algo que solo les sucede a los perdedores que, en el fondo, no quieren trabajar. En efecto, uno tiene a menudo la sensación de que el desprecio por los parados es lo primero, que las supuestas justificaciones de las políticas despiadadas son una racionalización a posteriori.
La consecuencia es que, en la práctica, a millones de estadounidenses se les ha dado por perdidos, rechazados por sus posibles empleadores y abandonados por unos políticos cuya falta de claridad mental solo es comparable a la dureza de sus corazones.
(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service 2014)
– ¿Muerte a las máquinas? (Project Syndicate – 21/2/14)
(Por Robert Skidelsky)
Londres.- A comienzos de la Revolución Industrial, se produjo en las Midlands y el norte de Inglaterra una revuelta de trabajadores textiles (en su mayoría tejedores) que destruyeron maquinarias e incendiaron fábricas, en protesta porque según ellos, las máquinas de reciente introducción los despojaban de sus salarios y de sus empleos.
Los rebeldes tomaron nombre e inspiración de un personaje legendario llamado Ned Ludd, supuestamente un aprendiz de tejedor que en 1779, en un "arranque de furia", destruyó dos máquinas de tejer. En 1985, Robert Calvert compuso en su honor una balada que comienza así: "Dicen que Ned Ludd era un joven idiota/Que sólo sabía romper y destruir". Luego dice: "Encaró a sus compañeros y les dijo: "Muerte a las máquinas"/Que pisotean nuestro futuro y nuestros sueños".
El alzamiento ludita llegó a un clímax en 1811 y 1812. Alarmado, el gobierno envió más tropas a controlar las áreas rebeldes que las que tenía Wellington para combatir a Napoleón en la guerra de la península ibérica. Más de cien luditas fueron ahorcados o deportados a Australia. Estas medidas lograron restaurar la paz: las máquinas vencieron y los luditas se convirtieron en una nota a pie de página en la historia de la Revolución Industrial.
Los historiadores señalan que los luditas fueron víctimas de una conjunción temporaria de aumento de precios y caída de los salarios, que los expuso al riesgo de hambruna en una sociedad con escasa provisión de protección social. Pero los luditas echaron la culpa de sus males a las máquinas.
Los nuevos telares mecanizados podían convertir el hilo en tejido mucho más rápido que el más diestro de los artesanos en su taller. Decenas de miles de familias se veían de pronto condenadas a la indigencia, atrapadas entre unos costos fijos (el alquiler y mantenimiento de sus aparatos domésticos) y la caída de precios de sus productos.
Aunque el sufrimiento de esta gente despertó cierta simpatía (Lord Byron hizo en su defensa un alegato brillante en la Cámara de los Lores), nadie tomó en serio sus argumentos. No se podía detener el progreso: el futuro estaba en la producción mecanizada, no en la anticuada producción artesanal. En palabras de Adam Smith, tratar de regular la industria era como tratar de "regular el viento".
Thomas Paine ofició de portavoz del radicalismo de la clase media con estas palabras: "Cada máquina para el ahorro del trabajo es una bendición para la gran familia de la que somos parte". Claro que en los sectores alcanzados por el avance tecnológico se produciría desempleo en forma temporal; pero en el largo plazo, la producción mecanizada incrementaría la riqueza real de la comunidad y así permitiría el pleno empleo con salarios más altos.
Al principio, David Ricardo (el economista más influyente del siglo XIX) pensaba lo mismo. Pero en la tercera edición de sus Principios de economía política (1817), agregó un capítulo sobre la mecanización en el que cambió su postura, declarándose "convencido de que el reemplazo de la mano de obra humana por las máquinas suele ser muy perjudicial para la clase trabajadora" y que "la misma causa capaz de aumentar la renta neta del país puede al mismo tiempo volver redundante a la población". Por ello "la opinión de la clase trabajadora según la cual el empleo de maquinarias es frecuentemente dañoso para sus intereses no se basa en prejuicio o error, sino que es compatible con los principios correctos de la economía política".
Detengámonos en esta frase: las máquinas pueden ¡"volver redundante a la población"! Predicción más desoladora no se hallará en ningún libro de economía. Los discípulos ortodoxos de Ricardo la pasaron por alto, atribuyéndosela a una rara distracción del Maestro. ¿Será así?
El argumento de los pesimistas puede resumirse de este modo: si con máquinas que cuestan cinco dólares por hora se puede producir lo mismo que con trabajadores que cuestan diez por hora, los empleadores tendrán un incentivo para reemplazar a los trabajadores con máquinas hasta el punto en que ambos cuesten lo mismo, es decir, cuando los salarios de los trabajadores hayan caído a cinco dólares por hora. Y a medida que aumente la productividad de las máquinas, los salarios tenderán a caer todavía más, hasta llegar a cero, momento en que la población se vuelve redundante.
Pero la historia nos muestra otra cosa: la participación de los trabajadores en el PIB se mantuvo constante a lo largo de toda la Era Industrial. El argumento de los pesimistas no tuvo en cuenta que al reducir el costo de los bienes, las máquinas aumentaban el salario real de los trabajadores (con lo que podían comprar más bienes) y que el aumento de la productividad de la mano de obra permitía a los empleadores pagar un salario más alto a cada uno de los trabajadores (a menudo bajo presión de los sindicatos). Además, se basaba en el supuesto de que las máquinas y los trabajadores fueran sustitutos cercanos; pero la mayoría de las veces, los trabajadores todavía podían hacer cosas de las que las máquinas no eran capaces.
Sin embargo, en los últimos 30 años, la participación de los trabajadores en la renta nacional viene cayendo, debido a lo que Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, profesores del MIT, denominan "segunda edad de las máquinas". La tecnología informática penetró profundamente en el sector servicios y se apoderó de trabajos en los que hasta entonces el factor humano y las "funciones cognitivas" se consideraban indispensables.
Por ejemplo, en el comercio minorista, Walmart y Amazon son los mejores ejemplos de cómo las nuevas tecnologías pueden impulsar una caída de los salarios. Como para los trabajos del sector los programas informáticos y los seres humanos son sustitutos cercanos, y dada la previsible mejora del poder de cómputo, no parece haber nada que impida que los trabajadores de gran parte de la economía de servicios se vuelvan redundantes.
Claro que siempre quedarán actividades donde se necesite habilidad humana, y esta habilidad también puede mejorar. Pero en términos generales, es cierto que cuanto más puedan hacer las máquinas, menos necesitarán hacer los humanos. Esta promesa de "ahorro del trabajo" debería llenarnos de esperanza más que de malos presentimientos. Pero el problema es que en sociedades como las nuestras no hay mecanismos que permitan convertir la redundancia en ocio.
Lo cual me lleva otra vez a los luditas. Estos afirmaban que al ser las máquinas más baratas que la mano de obra, su introducción deprimiría los salarios. Los luditas priorizaban la habilidad sobre el ahorro; los más perspicaces comprendían también que el consumo depende del ingreso real y que deprimir el ingreso real sería destructivo para las empresas. Y sobre todo, comprendían que la solución a los problemas creados por las máquinas no estaba en las recetas del laissez faire.
Aunque en muchos aspectos los luditas se equivocaron, tal vez se merecen más que figurar en una nota a pie de página.
(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour Party )
– El crecimiento futuro es un enigma (Project Syndicate – 27/2/14)
(Por Jean Pisani-Ferry)
París.- Para la mayoría de los gobiernos, saber qué tasa de crecimiento económico puede esperarse en años futuros es una pregunta clave. Y al menos para las economías avanzadas, se ha vuelto particularmente difícil de responder.
Si el pasado es buen predictor del futuro, el panorama es sombrío. A partir de 2008, el crecimiento económico estuvo siempre por debajo de las previsiones. De los países más afectados por la crisis financiera, sólo unos pocos (Estados Unidos, Alemania y Suecia) pudieron retomar una senda de crecimiento sostenido, e incluso en esos casos, el PIB de 2013 fue mucho menor a lo que se proyectaba antes de la crisis.
La opinión de consenso entre economistas y políticos es que la crisis financiera y la crisis del euro dañaron la demanda y la oferta, pero que ya comenzó un proceso gradual de recuperación.
Por el lado de la demanda, dice este argumento, la demanda interna todavía padece los efectos del endeudamiento privado de antes de la crisis y del endeudamiento público que se generó como consecuencia de la crisis, y es probable que esto siga así varios años más, hasta que el peso de las deudas empiece a reducirse en forma sostenida. Entonces los consumidores comenzarán gradualmente a gastar e invertir otra vez (como ya comienza a ocurrir en Estados Unidos) y la política fiscal volverá a ser neutral (como ya sucede en Alemania).
Por el lado de la oferta, la crisis redujo el crecimiento potencial de la producción porque (al menos en Europa) las empresas invirtieron menos y eso impidió la adopción de nuevas tecnologías. Además, en algunos casos (por ejemplo el Reino Unido) la caída de los salarios y la flexibilidad de las normas de despido alentaron a las empresas a sustituir capital por mano de obra, con lo que se redujo el nivel de producción por empleado. La saturación de los mercados de capitales y la resistencia al malestar social también demoraron el reemplazo de empresas viejas por otras nuevas más eficientes. El resultado agregado fue una productividad menor a la prevista: en el Reino Unido, se necesitaron más horas-hombre por unidad de producto en 2013 que en 2007. Es probable que el efecto de la crisis sobre la oferta también se mantenga hasta que las empresas inviertan en nuevos equipos, se acelere la innovación y se reanude el proceso de rotación en los mercados de trabajo.
Pero la tesis de que las economías avanzadas se recuperarán gradualmente ha sido blanco de críticas en sus dos partes. Por el lado de la demanda, hace poco Larry Summers (economista de Harvard y alto funcionario estadounidense durante las presidencias de Bill Clinton y Barack Obama) indicó que es posible que los problemas de las economías avanzadas sean producto del estancamiento secular.
Summers considera que el endeudamiento anterior a la crisis no fue una anomalía exógena, sino la consecuencia de una insuficiente demanda global. La distribución global del ingreso se había modificado, con transferencia de ingresos de las clases medias de los países avanzados hacia los ricos y hacia las economías emergentes, lo que dio lugar a un exceso de ahorro a escala mundial. El único modo de evitar el estancamiento era que la clase media se endeudara cada vez más, con la ayuda de bajos tipos de interés y grandes facilidades para el crédito.
Dicho de otro modo, la sobreabundancia de ahorro (como la denominó el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke) ya existía antes de la crisis y puede seguir afectando la demanda global, a menos que las clases medias de los países emergentes se conviertan en el nuevo consumidor de última instancia de la economía global. Aunque es probable que eso suceda en algún momento, los esfuerzos de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional en el contexto del G-20 para lograr dicho proceso de redistribución de la demanda todavía no han sido suficientes.
Por el lado de la oferta, las dudas surgen de una nueva disputa entre los economistas y los expertos en tecnología en relación con el ritmo del avance tecnológico. Para Robert Gordon, de la Universidad Northwestern, las tecnologías de la información y las comunicaciones ya dieron la mayor parte del aumento de productividad que podía esperarse de ellas, y no hay a la vista una nueva gran ola de innovación que pueda compensar la desaceleración del crecimiento potencial. Los países rezagados todavía podrán cosechar los dividendos de la modernización, pero los países que ya están en la frontera tecnológica deberán aceptar que a partir de ahora, un crecimiento anual per cápita muy bajo, apenas superior al 1%, será lo normal.
En cambio, dos investigadores del MIT, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, aseguran que todavía está por producirse una "segunda era de las máquinas". Afirman que el crecimiento incesante del poder computacional, la conectividad internacional y el potencial casi infinito para generar innovaciones nuevas a partir de la recombinación de procesos existentes producirán grandes transformaciones en la producción y en el consumo, así como la máquina de vapor transformó el mundo en el siglo XIX. Esto permitiría esperar una aceleración del crecimiento, al menos si se lo mide correctamente.
Combinar los cuestionamientos a la idea de recuperación de las economías avanzadas citados por Gordon y Summers es desalentador. Si la tesis de Gordon sobre un bajo crecimiento de la productividad es correcta, la herencia de deuda de la crisis y los problemas con las finanzas públicas durarán mucho más de lo previsto. Si además, Summers tiene razón en que la demanda seguirá siendo insuficiente, es probable que la combinación de problemas financieros y desempleo masivo persistente aliente a los gobiernos a adoptar soluciones radicales: impago de deudas, inflación o proteccionismo financiero.
Si por el contrario la razón la tienen Brynjolfsson y McAfee, el crecimiento será mucho más firme y el endeudamiento dejará de ser problema antes de lo esperado. En este caso, la cuestión será cómo lidiar con los efectos que las nuevas tecnologías tendrán en cuanto a reducción de la necesidad de mano de obra y aumento de la desigualdad de los ingresos.
Esto vale especialmente si estas transformaciones se dan en el contexto de desempleo masivo persistente descrito por Summers. El riesgo está en que se produzcan problemas sociales inmanejables, conforme los avances tecnológicos comiencen a ser vistos como beneficio para los ricos y causa de más padecimiento para las masas. En semejante escenario, los gobiernos necesitarán encontrar respuestas innovadoras.
Tal vez estas hipótesis parezcan descabelladas. Pero aunque sean preguntas ciertamente difíciles de responder, no son en absoluto irrelevantes.
(Jean Pisani-Ferry teaches at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General for Policy Planning in Paris. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)
– El enigma de la innovación (Project Syndicate – 9/3/14)
(Por Joseph E. Stiglitz)
Nueva York.- Alrededor del mundo, existe un gran entusiasmo por el tipo de innovación tecnológica que se simboliza en el Valle del Silicón. Según esta forma de ver las cosas, el ingenio de los Estados Unidos es su verdadera ventaja comparativa, ventaja que otros se esfuerzan por imitar. Sin embargo, existe también un enigma: es difícil detectar los beneficios de esta innovación en las estadísticas del PIB.
Lo que ocurre hoy en día es análogo a los avances de tuvieron lugar hace algunas décadas atrás, a principios de la era de las computadoras personales. En el año 1987, el economista Robert Solow -galardonado con el Premio Nobel por su trabajo pionero sobre el crecimiento- se lamentaba indicando que: "Se puede ver la era de las computadoras en todas partes, menos en las estadísticas de productividad". Hay varias explicaciones posibles para esto.
Quizás el PIB realmente no capture las mejoras en los estándares de vida que la innovación de la era de la computadora está engendrando. O, tal vez esta innovación es menos importante de lo que sus entusiastas creen. Sucede que hay algo de verdad en ambas perspectivas.
Recordemos la forma cómo hace unos años, justo antes del colapso de Lehman Brothers, el sector financiero se enorgullecía de su capacidad de innovación. Debido a que las instituciones financieras habían atraído a las mejores y más brillantes mentes de todo el mundo, uno no habría esperado nada menos. No obstante, al examinar esto de manera más detenida, se hizo evidente que la mayor parte de dicha innovación implicaba idear mejores formas para estafar a los demás, manipular a los mercados sin ser descubierto (al menos, no durante un largo periodo) y explotar el poder de mercado.
En este período, cuando los recursos fluían hacia este sector "innovador", el crecimiento del PIB fue marcadamente menor al que se registraba anteriormente. Incluso en los momentos más propicios, el sector financiero no condujo hacia un aumento de los estándares de vida (con excepción de los estándares de vida de los banqueros), y con el tiempo condujo hacia la crisis de la cual recién ahora nos estamos recuperando. La contribución social neta de toda esta "innovación" fue negativa.
De manera similar, la burbuja del punto-com que precedió a este período se caracterizó por la innovación – existen sitios Web a través de los cuales uno puede pedir en línea refrescos y comida para perros. Por lo menos este período dejó un legado de motores de búsqueda eficientes y una infraestructura de fibra óptica. Sin embargo, no es nada fácil evaluar cómo el ahorro de tiempo que implica las compras en línea, o el ahorro de costos que pudiese derivarse de una mayor competencia (debido a que es más fácil comparar los precios en línea), afecta a nuestros estándares de vida.
Dos cosas deben quedar en claro. En primer lugar, puede que la rentabilidad de una innovación no sea una buena medida de su contribución neta a nuestros estándares de vida. En nuestra economía actual en la cual "el ganador se lleva todo", un innovador quien desarrolla un mejor sitio Web para la compra y entrega de comida para perros puede atraer a todos los clientes alrededor del mundo que usan la red de Internet para realizar pedidos de comida para perros, obteniendo dicho innovador grandes ganancias en el proceso. Pero, sin el servicio de entrega, gran parte de las mencionadas ganancias simplemente hubiesen sido percibidas por otros. La contribución neta del sitio Web al crecimiento económico puede que sea, en los hechos, una contribución relativamente pequeña.
Es más, si una innovación, como por ejemplo los cajeros automáticos en la banca, conduce a un aumento en el desempleo, ninguno de los costos sociales -ni el sufrimiento de aquellos que son despedidos, ni el aumento en los costos fiscales por tener que pagar a estas personas las prestaciones por desempleo- se refleja en la rentabilidad de las empresas. Del mismo modo, nuestra métrica del PIB no refleja el costo del aumento de la inseguridad que las personas puedan llegar a sentir cuando aumenta el riesgo de pérdida de un puesto de trabajo. Es de igual importancia el hecho de que con frecuencia la métrica del PIB no refleja, de manera precisa, la mejora en el bienestar de la sociedad que se deriva de la innovación.
En un mundo más simple, en el cual la innovación significaba simplemente la reducción del costo de la producción de, digamos como ejemplo, un automóvil, era fácil evaluar el valor de una innovación. Sin embargo, cuando la innovación afecta a la calidad de un automóvil, la tarea se torna mucho más difícil. Y, esto se hace aún más evidente en otros ámbitos: ¿Cómo evaluamos con precisión el hecho de que, debido a los avances médicos, la cirugía cardíaca tiene ahora mayor probabilidad de éxito que en el pasado, lo que a su vez conduce a un aumento significativo en la esperanza y calidad de vida de las personas?
No obstante, uno no puede evitar la incómoda sensación de que, cuando todo está dicho y hecho, la contribución de las más recientes innovaciones tecnológicas al crecimiento a largo plazo, en lo que se refiere a los estándares de vida, puede ser sustancialmente menor a la que los entusiastas afirman que es. Se ha dedicado una gran cantidad de esfuerzo intelectual a la elaboración de mejores maneras de maximizar los presupuestos de publicidad y marketing -dirigiéndose dichos esfuerzos específicamente hacia determinados clientes, en especial hacia clientes ricos, quienes realmente pueden comprar el producto. Sin embargo, es posible que los estándares de vida se hubiesen elevado aún más si todo ese talento innovador se hubiese asignado a investigaciones fundamentales- o incluso a investigaciones más aplicadas que pudiesen haber dado lugar a nuevos productos.
Sí es verdad, estar mejor conectados unos con otros, a través de Facebook o Twitter, es realmente valioso. Pero, ¿cómo podemos comparar estas innovaciones con otras como ser el láser, el transistor, la máquina de Turing y el mapa del genoma humano, cada una de los cuales ha dado lugar a una avalancha de productos que a su vez conducen a transformaciones?
Por supuesto, tenemos motivos para soltar un suspiro de alivio. Si bien puede que no sepamos cuánto están contribuyendo a nuestro bienestar las recientes innovaciones tecnológicas, al menos sabemos que, a diferencia de lo que ocurrió con la ola de innovaciones financieras que caracterizaron a la economía mundial pre-crisis, el efecto de las más recientes innovaciones es positivo.
(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. His most recent book is The Price of Inequality: How )
– Salarios, beneficios y ocupación (La Carta de la Bolsa – 24/3/14)
(Por Santiago Niño Becerra)
Puede parecer que el título lo dice casi todo, pero no: hay más.
En principio podría pensarse que existe -que debería existir- una relación positiva entre los tres elementos del título: a más actividad, más producción, más ocupación, más beneficios y mayores salarios; de hecho eso es lo que sucedía en los 60 y 70, pero nada de eso sucede ahora, es más, en realidad sucede todo lo contrario.
En el gráfico que sigue se muestra la evolución del peso de los salarios en la renta mundial en porcentaje, es decir, qué parte de la renta mundial es debida a los salarios. La película empieza en 1970.
Fuente: Michel Husson, "La teoría de las ondas largas y la crisis del capitalismo contemporáneo", Diciembre 2013.
¿Qué observamos?, pues que en 33 años el peso de los salarios ha caído la friolera de siete puntos, aunque en realidad la cosa es peor: desde el máximo alcanzado en 1979 hasta el mínimo del 2006, la caída fue de once puntos, y el tramo final está por ver porque ya pueden intuir por donde va ir la tendencia. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué explica tal caída?
A finales de la década de los 70 se alcanza el máximo del máximo del valor que se le ha dado al factor trabajo; llegándose al máximo de la relación "producción – trabajo" (producción – pleno empleo – salarios altos – consumo creciente – beneficios – inversión), a partir de ahí, nuevo submodelo y la oferta pasó a ser la protagonista.
La obsesión pasa a ser el control de la inflación, de ahí la NAIRU: el desempleo no importa porque la oferta no debe tener trabas para aumentar los beneficios y de ahí la cotización de las acciones: "incrementar el valor para el accionista", y la inflación tiene que caer a fin de no drenar las rentas. Además las reorganizaciones productivas, y el inicio de la robotización. Y aquello-que-se-denominó globalización. A partir de ahí el trabajo cada vez fue menos importante, más sustituible, más barato, más precario, y hasta hoy.
En el gráfico siguiente puede observarse la variación anual de los salarios reales en USA desde mediados del 98 a medidos del 2013.
Fuente: http://www.zerohedge.com/news/2013-05-08/chart-day-recoveries-these-who-needs-wage-growth
¡Tremendo!, ¿verdad? La tendencia no deja lugar a dudas: hacia abajo, abajo, abajo. Pero la cosa es aún peor: la variación, obviamente, no es lineal: se producen picos y valles; pues bien, observen que excepto en Marzo del 2009, los máximos son cada vez menos máximos, y siempre los mínimos son cada vez más mínimos. Es decir, ni siquiera la tendencia se ve compensada por algún pico ocasional que rompa con el anterior por arriba.
El factor trabajo cada vez tiene un menor valor práctico y, consecuentemente, se valora menos. Si estuviésemos hablando de cobre, café, manganeso, madera, petróleo o mármol, lo encontraríamos lógico y hasta deseable, el problema es que estamos hablando de personas y las personas son las que consumen.
Y, ¿cómo han consumido si la tendencia de sus salarios reales ha apuntado a la baja, pues a través de un superinvento: el crédito-masivo: concediendo a esas personas -cuyo trabajo cada vez valía menos- una creciente capacidad de endeudamiento para que compensasen sus menores salarios reales y consumieran; los problemas son a) que eso ha dado lugar a una deuda que en numerosísimos casos no se puede pagar y b) el hecho de que esa capacidad de endeudamiento se ha agotado en muchísimas ocasiones. Ahora imaginen lo que le ha ido sucediendo a la clase media.
(Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull)
– Desigualdad del ingreso y desempleo juvenil (Project Syndicate – 25/6/14)
Cambridge.- En momentos en que El capital en el siglo veintiuno, el polémico libro de Thomas Piketty, encabeza varias listas de los más vendidos, la desigualdad del ingreso (que se ha estado ampliando desde los años 70) vuelve a ser centro de la atención mundial. En el debate acerca de este problema se han abordado muchas de sus repercusiones, como la menor cohesión social, el aumento de los barrios marginales, la explotación de la mano de obra y el debilitamiento de las clases medias. Pero hay un efecto que ha merecido relativamente poca atención: el desempleo juvenil y el subempleo en general.
Desde el inicio de la crisis económica global, el desempleo juvenil ha aumentado de manera importante. En los países desarrollados, un 18% de las personas de entre 18 y 24 años se encuentran sin empleo. Si bien la tasa de desempleo juvenil en Alemania sigue siendo relativamente baja (9%), es de un 16% en los Estados Unidos, 20% en el Reino Unido y más de un 50% en España y Grecia. Se estima que también en Oriente Próximo y el Norte de África los índices son muy elevados: un 28% y un 24% respectivamente. En contraste, sólo un 10% de los jóvenes de Asia del Este y un 9% de Asia del Sur están sin empleo.
No obstante, las autoridades han tomado relativamente pocas medidas para abordar el problema. Hoy el planeta arriesga padecer lo que la Organización Mundial del Trabajo ha llamado una "generación perdida": se espera que el desempleo juvenil llegue al 13% en 2018.
No hay un solo factor que explique esta tendencia. Por ejemplo, en China el desempleo juvenil se origina principalmente en el predominio del sector manufacturero, que ofrece muchas más oportunidades a los graduados de escuela secundaria que a los trabajadores formados en universidades.
Otro factor son los desajustes del mercado: en una encuesta realizada recientemente en nueve países de la Unión Europea, un 72% de los educadores respondieron diciendo que los recién graduados podían satisfacer las necesidades de los potenciales empleadores, pero un 43% de estos señalaron lo contrario.
Sea cual sea el factor principal que subyazca al alto desempleo juvenil, no hay duda de que la desigualdad del ingreso exacerba el problema. En pocas palabras, muchos empleos (en especial los más lucrativos) están al alcance casi exclusivamente de jóvenes procedentes de entornos pudientes.
Por ejemplo, en el Reino Unido solo un 7% de los niños y jóvenes van a escuelas privadas, pero cerca de la mitad de los directores ejecutivos del país y dos tercios de sus médicos han sido educados en ese sistema. Se estima que esta tendencia continuará y que la próxima generación de doctores habrá nacido en familias pertenecientes al 20% más rico de la población.
Hay varias razones posibles para este patrón. Para comenzar, es necesario haberse educado en los centros más prestigiosos para alcanzar los puestos de mayor estatus, y eso cuesta dinero. Más aún, muchos periodos de prácticas (requisito para la mayoría de esos empleos) no se pagan, con lo que se vuelven casi inaccesibles para quienes no cuenten con familias que puedan mantenerlos económicamente en el intertanto.
Y no se necesita solamente dinero. En muchos casos, los empleos y prácticas más valorados, e incluso las admisiones a los mejores centros educativos, son mucho más asequibles para quienes pertenecen a la red personal o profesional de los empleadores. En un mercado laboral que premia más los contactos que los conocimientos, los jóvenes con padres bien conectados cuentan con una ventaja evidente.
La desigualdad se agrava si los procedimientos de contratación vienen inherentemente sesgados. Si bien en teoría las empresas reconocen el valor de reunir talentos procedentes de una diversidad de medios, tienden a contratar candidatos con habilidades, experiencias y cualificaciones similares. Incluso si una persona con una formación o experiencia de trabajo diferente se las arregla para entrar en contacto directo con quienes seleccionan personal, debe superar la percepción de que representa una opción más riesgosa.
El hecho de que los resultados académicos se encuentren dentro de los principales criterios para contratar sesga todavía más los resultados. Es más probable que quienes han tenido el privilegio de recibir educación privada hayan logrado acceder a las universidades más reputadas. A menudo, la pequeña proporción de estudiantes pobres que logran ser admitidos y recibir becas en instituciones de primer nivel obtienen notas más bajas, sobre todo en los años finales de su formación, debido a que preparación previa es de menor calidad.
En la práctica, las limitaciones financieras impiden acceder a la universidad a muchos estudiantes capaces, ya que deben lograr un ingreso que solo un empleo a tiempo completo les puede dar. El resultado es que su capacidad económica se ve muy limitada, con independencia de su talento o ética de trabajo. Para generar mayor igualdad de oportunidades, los empleadores deberían reformular sus estrategias de contratación y considerar candidatos que respondan a criterios más amplios: la diversidad resultante beneficiaría mucho a sus empresas.
Si el estatus financiero sigue siendo un determinante clave para sus oportunidades, los jóvenes de entornos más pobres se irán desanimando progresivamente, lo que puede elevar el grado de conflictividad social. A menos que todos los jóvenes cuenten con perspectivas legítimas de mejorar su situación social y económica, seguirá ampliándose la brecha entre ricos y pobres y creándose un círculo vicioso del que será cada vez más difícil salir.
La buena nueva es que las iniciativas para paliar el desempleo juvenil reducen la desigualdad del ingreso, y viceversa. La sociedad que surja de ello será más estable, unida y próspera, algo que nos conviene a todos, seamos ricos o pobres.
(Mark Esposito is a member of the teaching faculty at Harvard University Extension School, an associate professor of business & economics at Grenoble Graduate School of Business in France, and a senior associate at the University of Cambridge-CISL in the UK. He has advised the President of the Terence Tse, an associate professor of finance at ESCP Europe, is the head of competitiveness studies at the i7 Institute for Innovation and Competitiveness)
– "Las horcas vienen a por nosotros": un multimillonario de EEUU pide acabar con la desigualdad para evitar la revolución (El Economista – 4/7/14)
"Las horcas están viniendo a por nosotros". Así se titula el artículo que ha escrito el multimillonario Nick Hanauer en la revista Politico, todo un aviso para los más ricos de entre los ricos sobre la bomba de relojería que supone la creciente desigualdad. Un compendio de datos, anécdotas personales y opiniones que tratan de despertar a los ultramillonarios y desmontar algunas creencias establecidas sobre el funcionamiento de la economía.
Hanauer hizo fortuna al ser uno de los primeros inversores en Amazon, a la que llegó gracias a su amistad con Jeff Bezos, el fundador del gigante del comercio online. Posteriormente fundó Gear.com y aQuantive, que vendió a Microsoft en 2007 por 6.400 millones de dólares. Un multimillonario gracias a Internet y que ahora se dedica al capital riesgo.
No es la primera vez que ataca a sus pares. Desde que empezó la crisis ha pedido en numerosas ocasiones más impuestos para los ricos y ha desatado polémicas aquí y allá hasta el punto de que llegó a ser censurado en una charla en el importante evento tecnológico TED. Pero ahora vuelve a la carga abogando por un salario mínimo más elevado que combata la desigualdad porque, a la larga, también beneficiará a los ricos.
Una desigualdad que se acrecienta
"Veo horcas. Al mismo tiempo que gente como tú y como yo nos enriquecemos por encima de lo que cualquier plutócrata soñara, el resto del país (el 99,99%) se está quedando muy atrás", comienza el artículo.
El multimillonario recuerda que la desigualdad está agudizándose y que lo hace realmente rápido. Por ejemplo, en 1980 el 1% más rico acumulaba el 8% de los ingresos del país, mientras que el 50% más pobre tenía el 18% del total. Hoy, el 1% acumula el 20% de la riqueza y el 50% apenas el 12%.
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