De la "histeria" del desempleo a la "histéresis" del fin del trabajo (página 4)
Enviado por Ricardo Lomoro
Como señala un estudio del Injuve realizado durante la pasada década, "las altas tasas de desempleo alcanzadas en nuestro país desde finales de los setenta pudieron incentivar el incremento en la escolarización en educación universitaria ya que, por una parte, el coste de oportunidad de realizar este tipo de estudios disminuye al aumentar la tasa de paro, y por otra, porque las tasas de paro que soportan los individuos con estudios universitarios son sistemáticamente inferiores a la media del período considerado"; una mentalidad que ha estado vigente durante décadas.
El discurso sobre la universidad comenzó a cambiar durante la última década, y poco a poco empezó a escucharse un runrún: España producía demasiados nuevos graduados cada año, lo que provocaba que muchos de ellos terminasen desocupados y otros tantos desempeñen trabajos muy por debajo de su cualificación. El dato más revelador de todo ello es la tasa de paro entre universitarios en España, que triplica la media de la OCDE, junto a la gran cantidad de licenciados que ha tenido que abandonar el país durante los últimos años. La moraleja es muy clara: el mercado laboral no es capaz de absorber tal masa de universitarios, que han aumentado exponencialmente durante las últimas décadas. Aunque los licenciados siguen teniendo una menor tasa de desempleo, cursar una carrera universitaria en España no reduce tanto la posibilidad de escapar del paro como antes.
El lado negativo de la educación superior
Leer la investigación realizada por Gustavo Yamada de la Universidad del Pacífico (Perú) y publicada por IZA World of Labor probablemente despierte una sensación de déjà vu en cualquier lector español que se acerque a ella. Aunque el autor se centre sobre todo en los países en vías de desarrollo, el panorama que define su análisis es muy semejante al que se ha experimentado en España durante las décadas que siguieron al exilio del campo a la ciudad, en el que la población universitaria y el número de centros universitarios se dispararon en muy poco tiempo.
"A medida que el número de graduados superiores se eleva, muchos países en vías de desarrollo aumentan la cantidad de universidades públicas y privadas", explica en la introducción. Algo que también ha ocurrido en nuestro país, donde actualmente existen 82 universidades (50 públicas y 32 privadas), mientras que en 1968 tan sólo había 17, cuatro de ellas privadas. Una situación que el autor aconseja tomar con precaución, ya que puede dar lugar a un escenario problemático tanto para el país, que no ve recuperada la inversión que gasta en cada uno de estos estudiantes, como a nivel individual, provocando desempleo, exilio y la sobrecualificación de los trabajadores.
Por ello, anima a estos países a "regular la cantidad y calidad de los programas universitarios", así como a llevar a cabo iniciativas de información para el estudiante y sus padres con el objetivo de que cursar un grado no sea la salida por defecto cuando se concluye el instituto. "Un crecimiento rápido en los graduados universitarios en países en desarrollo puede exacerbar la sobrecualificación y el subempleo de los profesionales", señala Yamada, que sin embargo, desanima a que se lleven a cabo medidas drásticas como poner límite al número de universitarios. Estos son los tres puntos clave a los que ha de enfrentarse un país con demasiados universitarios:
Sobrecualificación y subempleo profesional. Dos de las grandes plagas a las que ha tenido que enfrentarse España en los últimos años. Según los datos de la Clasificación Nacional de Ocupación de 2011, en ninguna comunidad el número de sobrecualificados baja del 50%. Una situación que provoca la frustración de las expectativas del trabajador, que percibe un sueldo menor al que le correspondería por su preparación. Además, el subempleo provoca la infrautilización de la fuerza productiva, que trabaja menos horas de lo que querría, y cuyas habilidades no son aprovechadas por completo. Según los mismos datos, España se encontraría en un 23% de subocupación. No obstante, el estudio matiza que, en algunos casos, la sobrecualificación es una situación transitoria asociada a muchos trabajos que requieren formación adicional en el puesto de trabajo.
Recursos desperdiciados. Como señala la investigación, el crecimiento de las universidades privadas y públicas puede provocar un bajo retorno de la inversión realizada tanto por parte de estudiantes como del Estado. En muchos casos, estos recursos serán empleados en la formación de alguien que jamás necesitará las habilidades que ha aprendido. En otros, como en España, los frutos de la inversión serán recogidos en el extranjero: según los datos de la OCDE de 2011, nueve de cada diez emigrantes españoles tienen un diploma universitario.
¿Sabemos dónde (y para qué) estudiamos? Este quizá sea uno de los puntos más sensibles y menos conocidos de la situación educativa superior española: la proliferación de universidades, especialmente privadas, puede provocar que muchas de ellas proporcionen programas universitarios de baja calidad que no cumplan las expectativas del estudiante ni lo ayuden a obtener empleo. Como señala Yamada, gozar de información sobre los niveles de inserción en el mercado laboral tras concluir la licenciatura así como exigir el cumplimiento de determinados mínimos de calidad son buenas opciones para evitarlo. Sin embargo, como señaló un informe de la Fundación Compromiso y Transparencia publicado el pasado año, sólo un 30% de las universidades públicas y un 35% de las privadas ofrecen resultados de la inserción profesional de sus egresados.
No obstante, el autor también recuerda que la abundancia de universitarios no siempre es negativa, y no sólo porque las formas de ponerle límites es injusta: ello podría reducir el potencial de crecimiento económico del país, ralentizaría la mejora en el capital humano de los ciudadanos, resultaría muy complicado de regular en países con una capacidad institucional débil y, en último lugar pero probablemente más importante, intervenir en el mercado de la educación superior probablemente perjudicaría la movilidad social y económica de los más jóvenes.
No debemos olvidar que, durante décadas, el acceso a la universidad permitió a un gran número de españoles prosperar, como señala la investigación anteriormente citada: "El aumento del nivel educativo de la educación española resulta enormemente favorable, porque mejora la capacidad de los individuos para adaptarse a un mundo que se transforma rápidamente, confiriéndoles mayores oportunidades de inserción laboral y, desde un enfoque colectivo, el incremento del capital humano acumulado se convierte en uno de los factores claves para afrontar el desarrollo económico en una sociedad globalizada y altamente competitiva".
¿Ignorancia perezosa, miopía temporal o ceguera voluntaria?
En mi anterior Paper – La nueva normalidad: una economía desigual, dominada por la pobreza, la exclusión social y la marginalidad, publicado el 15/7/16, decía:
El enigma del "crecimiento futuro": entre todos lo mataron y él solito, se murió (el nuevo paradigma de la alquimia financiera: "burbujas" y "burbu-giles")
¿Cómo salir de la "realidad de la nada": cero crecimiento, cero inflación y cero esperanza?
Ya tenemos suficiente experiencia empírica para decir que la cura monetaria es inadecuada cuando ayuda a la "oferta" (banca y bolsa), en vez de a la "demanda" (trabajadores, pensionistas y familias) y a la inversión productiva.
Mientras que las acciones suben y suben, producto de la política monetaria, el desempleo y la desigualdad siguen aumentando y no hay crecimiento, no hay productividad, no hay cambios políticos y no hay esperanza.
Hay razones por las que la esperanza está en cero. El fracaso sistemático de los políticos para entender y revertir el peor experimento monetario desde 1929, ha creado una situación en la que es necesario un cambio profundo que sacuda o agite el manto de esta realidad de la nada.
En la era del "estancamiento secular": la economía es un sonámbulo que marcha hacia una salida accidental y desastrosa. Políticas macroeconómicas terribles y una clase dirigente que está interesada principalmente en mantener el statu quo, mientras que el bienestar de la gente y el desarrollo de la economía es algo secundario, siempre y cuando ellos mantengan su posición.
La desigualdad se incrementará porque la financierización de la economía tiende a la concentración de la renta y de la producción; y sí: la clase media tiende a mucho menos, porque en el escenario resultante de todas estas transformaciones no será necesaria.
La "nueva normalidad", después de casi una década de destrucción económica, está matando la productividad, la innovación, la libertad personal, y los sueños por una pobre asignación de capital y recursos, y mediante la limitación de ideas y expresión. Una sociedad rica crece desde abajo, no desde arriba.
La economía productiva (real) se ha deslocalizado (del primer mundo al tercer mundo), dejando a casi un 80% de los trabajadores manufactureros de los países avanzados, sin perspectivas de un empleo estable, con una remuneración digna, que le permita mantener el nivel de vida habitual y ahorrar para su retiro. Se han sustituido trabajo e ingresos, por créditos impagables.
¿Puede considerarse esta situación de precariedad y pobreza en los países avanzados (como no se había visto desde el fin de la II GM), como un "daño colateral" de la "nueva normalidad"? ¿Podemos estar ante un caso de "externalidades negativas" del nuevo paradigma de la alquimia financiera? (Como dirían los insensibles escribas, políticamente correctos.)
¿Seguiremos creyendo a las "serpientes encantadoras de hombres", que nos dicen que una aplicación para contratar transporte de viajeros que compite con los taxis tradicionales (Uber), tiene un valor de mercado de 50.000 millones de dólares (12/5/15)?
¿Seguiremos creyendo a los "borradores de cabeza", que nos dicen que una plataforma online de alquiler de vivienda vacacional (Airbnb), tiene un valor de mercado de 24.000 millones de dólares (18/6/15)?
¿Hasta dónde puede llegar esta economía de "burbujas"? ¿Hasta cuándo se puede sostener esta "nueva realidad de la nada"? ¿Por cuánto tiempo más seguiremos siendo los "burbu-giles" de esta economía de casino?
Durante los últimos años, las ideas económicas innovadoras, lejos de ayudarnos a encontrar una solución, han sido parte del problema. Las "pseudomatemáticas" y la "charlatanería financiera", se han apoderado de Wall Street. Minería de datos, Algorithmic Trading, High Frequency Trading Kolm, el científico de la Universidad de Nueva York, advierte que las computadoras no están cerca de ser omniscientes. "En el caso de la mayoría de los modelos de predicción financiera, el grado de certeza es mucho, mucho más débil" que incluso los pronósticos del clima. (The Wall Street Journal – 2/4/15)
Desde que estalló la crisis financiera global en 2008, la deuda del mundo aumentó 57 billones de dólares, superando el crecimiento del PIB. La deuda gubernamental se incrementó 25 billones de dólares de los cuales 19 billones de dólares están en manos de las economías avanzadas -una consecuencia directa de la recesión severa, los programas de estímulo fiscal y los rescates bancarios-. Mientras que los hogares norteamericanos redujeron su deuda de manera considerable (principalmente a través de incumplimientos de pagos de hipotecas), la deuda de los hogares en muchos otros países siguió creciendo rápidamente. En todas las economías principales, el ratio deuda-PIB (incluida la deuda pública y privada) hoy es más alto que en 2007. Gran parte de esta acumulación de deuda fue generada por los esfuerzos destinados a respaldar el crecimiento económico frente a los vientos deflacionarios en contra luego de la crisis de 2008. (El dilema de la deuda – Project Syndicate – 19/4/15)
Los efectos riqueza y monetarios no sólo no sirvieron para alentar una recuperación económica significativa tras la recesión, sino que además engendraron nuevos desequilibrios desestabilizadores que amenazan con mantener la economía global atrapada en una serie continua de crisis.
Tomemos por caso a Estados Unidos, el más vivo ejemplo de la nueva receta de recuperación. Aunque la Reserva Federal incrementó su balance desde menos de un billón de dólares a fines de 2008 hasta 4,5 billones en el último trimestre de 2014, el PIB nominal sólo aumentó 2,7 billones. Los otros 900.000 millones de dólares se derramaron sobre los mercados financieros y alentaron una expansión del mercado accionario estadounidense al triple de su volumen. Entretanto, la economía apenas consiguió exhibir una recuperación claramente deficiente, con el crecimiento real del PIB estancado en una trayectoria del 2,3%, exactamente dos puntos porcentuales por debajo del 4,3% que había sido la norma en ciclos anteriores.
De hecho, y a pesar de la enorme inyección de liquidez por parte de la Reserva Federal, el consumidor estadounidense (que se llevó la peor parte en la violenta recesión de balances de 2008 y 2009) no se recuperó. El gasto real en consumo personal creció a un ritmo de apenas el 1,4% anual en los últimos siete años. Como era previsible, los efectos riqueza de la flexibilización monetaria los sintieron sobre todo los ricos, quienes concentran la mayor parte de las tenencias de acciones. Pero para la agobiada clase media, los beneficios fueron insignificantes.
El deficiente desempeño económico de Estados Unidos no impidió a otros imitar sus políticas. Por el contrario, ahora Europa lanzó su propio programa de FC. Incluso Japón, punto de partida de toda esta historia, encaró una nueva forma intensiva de FC, muestra de su aparente deseo de aprender las "enseñanzas" de sus propios errores (tal como los interpreta Estados Unidos).
Pero más allá del impacto de esta metodología sobre una u otra economía, están los riesgos sistémicos más amplios que surgen del alza de las bolsas y la debilidad de las divisas. Conforme los bancos centrales se pasan el testigo en la carrera de inyecciones excesivas de liquidez, el peligro de burbujas globales de activos y devaluaciones competitivas se hace mayor. Entretanto, un falso sentido de seguridad adormece a los políticos y les quita incentivos para confrontar los desafíos estructurales que tienen por delante.
En Estados Unidos y otros países, el debate de políticas después de la crisis se tornó del revés, y las consecuencias pueden ser devastadoras. Confiar en la ingeniería financiera y eludir la difícil tarea de hacer cambios estructurales no es receta para una recuperación sólida. Por el contrario, es promesa de más burbujas de activos, más crisis financieras y un estancamiento secular a la japonesa. (La política económica al revés – Project Syndicate – 29/4/15)
La propia Fed alerta de que la economía crece muy por debajo de su potencial. Seis años de estímulos no han llevado a un aumento relevante ni de las inversiones productivas ni de los salarios reales. Tras 22 billones de dólares de estímulos, todavía habrá alguno que diga que el problema es que no se hizo suficiente. (Un invierno difícil en EEUU -El Confidencial – 3/6/15)
Estamos viviendo lo que muchos denominan una "no capex recovery", esto es, una supuesta recuperación económica que no está siendo acompañada por la inversión en la economía real. Las empresas estadounidenses han dejado de invertir en la economía real para centrarse en las inversiones financieras. Esta práctica podría ser muy perjudicial en el largo plazo.
El sector empresarial ha perdido de vista la creación de valor en el largo plazo, para apuntarse a la especulación y aprovecharse de las intervenciones provocadas por los bancos centrales. Si en los últimos tiempos hemos hablado de las distorsiones provocadas por las políticas monetarias, añadamos una más: han matado el largo plazo. (Las empresas ya no invierten, especulan – El Confidencial – 4/6/15)
Cuando la crisis económica más profunda de nuestra vida continúa en su séptimo año, la mayoría de los países de la OCDE siguen obteniendo resultados insuficientes. En este año, se espera que el crecimiento del PIB de las economías avanzadas del mundo ascienda por término medio a un dos por ciento, frente al 3,2 por ciento a escala mundial, y 2016 no se presenta mejor, con un aumento de la producción de la OCDE de 2,5 por ciento, mientras que la tasa de crecimiento del PIB del resto del mundo es de 3,8 por ciento, próxima a la media del período anterior a la crisis.
Pero las perspectivas económicas a largo plazo de la economía mundial en conjunto parecen sombrías. Cuando las sociedades de muchos de los países de la OCDE envejecen y se espera que el crecimiento convergente se reduzca de su media anual de 3,6 por ciento en el período 2010-2020 al 2,4 por ciento, aproximadamente, en el período 2050-2060.
Ese bajón puede ser inevitable, pero se puede mitigar. La aplicación de políticas encaminadas a facilitar y recompensar las inversiones a largo plazo será decisiva para salir de la crisis actual e impulsar el potencial de crecimiento mundial. (El imperativo de la inversión a largo plazo – Project Syndicate – 10/6/15)
Durante milenios, el comercio internacional se ha centrado en el intercambio de bienes físicos (incluidas las personas durante la esclavitud). En los últimos años, los servicios se han convertido en un componente cada vez más importante de las economías avanzadas y el comercio mundial. Esta tendencia continuará y traerá consigo una mayor complejidad para el establecimiento de reglas y la negociación de acuerdos. El comercio refleja los cambios en la estructura de poder global (The Wall Street Journal – 3/6/15)
El libre flujo de ideas será fundamental; pero ¿cuáles serán las normas? y ¿quién dictará las pautas? ¿Cómo responderá la sociedad a un mundo que recompensa generosamente a los innovadores educados e ignora la creciente desigualdad de ingresos? La simple verdad es que la proliferación de las tecnologías disruptivas no creará muchos puestos de trabajo bien remunerados. Las destrezas de alta tecnología serán más valoradas y les darán más poder a algunos, pero muchos puestos de trabajo de alta calificación serán más automatizados.
Mientras las personas que perdieron sus empleos manufactureros en los países avanzados (ahora en vías de subdesarrollo) esperan el tsunami de inversiones productivas que prometieron los líderes de plastilina y jalearon los palmeros del "nuevo paradigma", para volver al mercado de trabajo, lo único constatable es el tsunami digital (que no alcanza para muchos -ni siquiera para los más cualificados) y de inversiones especulativas (que solo sirven para incrementar la brecha social).
Según un sondeo de la Fed realizado en 2013, el 10 por ciento de la población cuenta con un valor medio de 282.000 dólares invertidos en bolsa mientras que la clase media sólo llega a los 14.000 dólares. En el caso del 20 por ciento de la población con menos ingresos, la media expuesta a la renta variable ronda los 6.000 dólares. De ahí que el rally bursátil de los últimos años haya beneficiado enormemente a una pequeña parte de la sociedad estadounidense.
¿Burbuja? El valor de los activos en manos de los estadounidenses alcanza los 99 billones de dólares (El Economista – 11/6/15)
Una moraleja de la "nueva normalidad": a los que "perdieron la fe" en Detroit, se unen los que "entierran la esperanza" en Silicon Valley. Entre secretos y mentiras, ni las manufacturas han regresado (des-deslocalización), ni las nuevas tecnologías alcanzan para todos (factoría de ficciones).
Un "mundo de fantasías" (chucherías, aplicaciones triviales, juegos insignificantes, mensajitos frívolos, "streappers" caseros, pérdidas de privacidad, inseguridad, manipulación, siervos voluntarios, nuevos esclavos de la era digital ). Desnudos en la red (la civilización del espectáculo): un "declinismo" feliz. Mientras los "Zucks" se forran de lo lindo y los "Golmans", repiten la jugada. Del planeta web, a agarrados por los web. ¡Tonto el último!
No Comment (Si esto pide el FMI, ¡cómo estará el patio!; el que quiera entender que entienda)
Bruselas.- "La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, pidió el miércoles a los dirigentes de todo el mundo que modifiquen los regímenes fiscales, que controlen la corrupción y adopten medidas para reducir la desigualdad de los ingresos, que están lastrando el crecimiento mundial"… El FMI hace un llamado a los gobiernos para que reduzcan la desigualdad (The Wall Street Journal – 21/6/15)
"Las clases baja y media son los principales motores del crecimiento", afirmó Lagarde durante un discurso en Bruselas. "Lamentablemente, estos motores se han parado".
Lagarde responsabilizó al sobredimensionado sector financiero en las grandes economías como Estados Unidos y Japón, así como al acceso desigual a la tecnología y la educación, y a la baja movilidad social en todo el mundo de llevar a una "economía de exclusión", citando un término utilizado por el papa Francisco.
Aumentar la proporción de recursos que se destina a las clases baja y media en un punto porcentual puede acelerar el crecimiento económico de un país en hasta 0,38 puntos porcentuales en cinco años, mientras que incrementar la proporción de la clase alta parece reducir ligeramente el crecimiento local, dijo Lagarde citando datos del FMI.
"No hay que ser un altruista para apoyar políticas que aumenten los ingresos de la clase media y baja", dijo. "Reducir la desigualdad excesiva no es solo moral y políticamente correcto, sino que es una buena economía".
Los países deben adoptar primero medidas para asegurar un crecimiento estable con una corrupción mínima para que los menos ricos tengan la posibilidad de luchar, dijo.
En cuanto a la política fiscal, los gobiernos deberían eliminar desgravaciones fiscales populares que principalmente benefician a los ricos, como las deducciones de los intereses de las hipotecas, o las ventajas fiscales en las plusvalías y las opciones sobre acciones, dijo. Los países europeos deberían reducir los impuestos relacionados con los trabajadores, incluidas las contribuciones a la seguridad social, para ayudar a crear más empleos a jornada completa. Además, deberían invertir más en educación y salud, agregó
(Septiembre 2015) De la economía de la producción a la economía del entretenimiento
Usted podría ser nomofóbico (las personas nomofóbicas no pueden estar lejos de su celular e incluso llegan a tener dos por si acaso).
Algunos la llaman la "enfermedad del s.XXI" y expertos en adicciones afirman que el número de casos aumenta cada año. Hablamos de la nomofobia, el miedo irracional que sienten algunos cuando algo les impide interaccionar con su celular.
Un estudio británico reveló que en Reino Unido ya la sufre el 66% de la población, lo que supone un aumento respecto al 53% que se observó en el último sondeo realizado cuatro años antes. (BBCMundo.com – 17/2/12)
¿Qué es?
La nomofobia se identificó por primera vez en 2008 y sus nombre proviene del término inglés "no-mobile phobia" (fobia a estar sin móvil). Los expertos señalan que estas personas experimentan una gran ansiedad cuando se dan las siguientes situaciones: pérdida de celular, batería o crédito agotado y falta de señal.
El primer estudio que dio la voz de alarma sobre este fenómeno lo llevó a cabo el gobierno británico en 2008, con el fin de investigar las ansiedades que sufren los usuarios de celulares.
Incidencia
Entonces se observó que un 56% de hombres y un 48% de mujeres sufrían esta fobia y que un 9% se sentían "estresados" cuando su aparato se apagaba. Cuatro años después, el nuevo estudio elaborado por la empresa de dispositivos de seguridad para celulares SecurEnvoy, revela que la cifra de afectados aumentó en el país.
Tras encuestar a unas 1.000 personas, se constató que el 77% de los individuos con edades comprendidas entre los 18 y los 24 años sufrían nomofobia, mientras que en la franja de edad que va de los 25 a los 34 años, la incidencia fue del 68%. Es más, el sondeo descubrió que un 41% de los encuestados cargaban con ellos dos celulares para así nunca quedarse "desconectados".
A diferencia del anterior estudio, en este caso se vio una mayor incidencia en mujeres (70%) que en hombres (61%).
"No es una enfermedad"
"Todavía no se puede considerar una enfermedad. La nomofobia es más bien un síntoma de la adicción al móvil", señaló a BBC Mundo Francisca López Torrecillas, experta en adicciones de la Universidad de Granada quien actualmente trabaja en un estudio sobre nomofobia entre universitarios españoles.
Según detalló, los principales síntomas de una persona nomofóbica son el miedo a no disponer del celular. El nomofóbico no puede imaginar salir a la calle sin él y además invierte un mínimo de cuatro horas diarias consultándolo por motivos ajenos al trabajo.
El nomofóbico, apunta Torrecillas, "suele tener baja autoestima, ser introvertido, no tiene habilidades de afrontamiento. En su tiempo libre sólo usa el móvil, algo que va unido a no tener otras actividades de ocio".
Casos en España
Aunque en el caso de España no existen todavía cifras concretas, los expertos señalan que sí han notado un aumento de casos en los últimos años. Ahora están tratando de establecer si esto sería debido a la proliferación de teléfonos inteligentes, algo que intuyen podría tener que ver con el fenómeno. En cuanto a sexos, afirman, no se observaron diferencias significativas en cuanto a la incidencia de la fobia.
Según Torrecillas la mejor forma de detectar a un nomofóbico es hacer que anote el tiempo que invierte en su celular y, si sobrepasa las cuatro horas, tratarlo como un problema. "Sería bueno planificar otro tipo de actividades de ocio que no sean estar con el móvil: salir con los amigos, hacer ejercicio físico… Si hay un problema más personal deberían consultar con un especialista".
Adicción a la tecnología
La nomofobia ha sido vinculada con la adicción a la tecnología y, en lo que a celulares respecta, a la necesidad que sienten muchos de revisar constantemente cada mensaje, alerta o sonido que genera el celular.
A principios de este año un equipo de investigadores de la Universidad de Worcester en Reino Unido, determinó que esta ansiedad permanente, resultado de estar siempre conectados, eleva considerablemente los niveles de estrés de los usuarios. Paradójicamente, el estrés era mayor cuando el celular se usaba más para fines personales que laborales.
El estudio también hizo énfasis en el papel de los celulares inteligentes a la hora de incrementar nuestra necesidad de sentirnos conectados. "Mientras más los usamos más dependientes nos volvemos y en realidad aumentamos el estrés en lugar de aliviarlo", dijeron los investigadores. De hecho, finalizaron en su reporte, algunos sienten una necesidad tan extrema de estar en contacto que llegan a notar "vibraciones del teléfono que no existen"
¿Capitalismo unilateral? (el ganador se lleva todo)
Según el Informe: Riqueza: tenerlo todo y querer más, de Intermon Oxfam, publicado en enero de 2015:
La riqueza mundial se concentra cada vez más en manos de una pequeña élite. Esta élite rica ha creado y mantenido su vasta fortuna gracias a las actividades que desarrollan por defender sus intereses en un puñado de sectores económicos importantes, como el financiero y el farmacéutico y de atención sanitaria. Las empresas de estos sectores destinan millones de dólares cada año a actividades de lobby dirigidas a favorecer un entorno normativo que proteja y fortalezca aún más sus intereses. La mayoría de las actividades de lobby que se llevan a cabo en Estados Unidos trata de influir sobre cuestiones presupuestarias y fiscales, es decir, sobre recursos públicos que deberían orientarse a beneficiar al conjunto de la ciudadanía, en lugar de reflejar los intereses de los poderosos lobistas.
La riqueza mundial se concentra cada vez más en manos de una pequeña élite rica. Los datos de Credit Suisse revelan que, desde 2010, el 1% de los individuos más ricos del mundo ha incrementado su participación en el conjunto de la riqueza a nivel mundial. El año 2010 marca un punto de inflexión en cuanto a la participación de este grupo de personas en el conjunto de la riqueza mundial.
En 2014, el 1% más rico poseía el 48% de la riqueza mundial, mientras que el 99% restante debía repartirse el 52%. Prácticamente la totalidad de ese 52% está en manos del 20% más rico de la población mundial, de modo que el 80% restante sólo posee un 5,5% de la riqueza mundial. Si se mantiene esta tendencia de incremento de la participación de las personas más ricas en la riqueza mundial, en sólo dos años el 1% más rico de la población acaparará más riqueza que el 99% restante, y el porcentaje de riqueza en manos del 1% más rico superará el 50% en 2016.
En este período, los más ricos de este 1% más, los milmillonarios incluidos en la lista Forbes han acumulado riqueza a un ritmo aún más rápido. En 2010, las 80 personas más ricas del mundo poseían una riqueza neta de 1,3 billones de dólares. En 2014, la riqueza conjunta de las 80 personas que encabezaban la lista Forbes ascendía a 1,9 billones de dólares, lo cual supone un incremento de 600.000 millones de dólares en sólo cuatro años. Mientras tanto, aunque la mitad más pobre de la población mundial incrementó su riqueza total (expresada en dólares estadounidenses) más o menos al mismo ritmo que los milmillonarios entre 2002 y 2010, a partir de ese año su riqueza ha ido reduciéndose.
A inicios de 2015, estas 80 personas poseen la misma riqueza que el 50% más pobre de la población mundial; esto quiere decir que 3.500 millones de personas comparten la misma cantidad de riqueza que estas 80 personas enormemente ricas. Dado que la riqueza del resto de la población no se ha incrementado al mismo ritmo que la de las 80 personas más ricas, la participación de este grupo en la riqueza mundial ha aumentado, al igual que la brecha entre las personas muy ricas y el resto. En consecuencia, el número de milmillonarios que poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población del planeta se ha reducido rápidamente en los últimos cinco años. En 2010, 388 milmillonarios igualaban en riqueza a la mitad más pobre de la población mundial; en 2014, esta cifra se había reducido a tan sólo 80 milmillonarios.
Según el Informe: Europa para la mayoría, no para las elites, de Intermon Oxfam, publicado en septiembre de 2015:
En 2015, la población europea está sufriendo unos niveles inaceptables de pobreza y desigualdad. Los países europeos se jactan de ser democracias estables que protegen a sus ciudadanos, pero la Unión Europea se enfrenta a niveles de pobreza y exclusión que la mayoría consideraría inaceptables en el siglo XXI. En el seno de las prósperas naciones de la Unión Europea, 123 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social, lo cual supone una cuarta parte de la población, mientras que casi 50 millones de personas sufren severas privaciones materiales, ya que carecen de dinero suficiente para pagar la calefacción de sus viviendas o hacer frente a gastos imprevistos
Europa se enfrenta a unos niveles de pobreza y desigualdad inaceptables. En vez de dar prioridad a las personas, la toma de decisiones políticas está cada vez más influida por las élites ricas que las manipulan para su propio beneficio, lo cual agrava la pobreza y la desigualdad económica y erosiona sustancialmente y de forma continuada las instituciones democráticas. Las medidas de austeridad y los injustos sistemas fiscales europeos tienden a favorecer los intereses particulares de los poderosos. Es hora de cambiar el curso de la pobreza y la desigualdad en Europa, anteponiendo a las personas frente a todo lo demás
En los últimos años, un gran número de países de la Unión Europea han experimentado un incremento en el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. Entre 2009 y 2013, en los 27 países de la Unión Europea, 7,5 millones de personas más han pasado a formar parte de la población que padece privaciones materiales severas, registrándose un incremento en 19 países. En muchos países el paro sigue siendo muy elevado, e incluso los afortunados que tienen un empleo han visto cómo sus ingresos se estancan o se reducen hasta convertirse en salarios de miseria. Las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes son los colectivos con más probabilidades de vivir en situación de pobreza.
La pobreza en la Unión Europea no es un problema de escasez, sino de distribución de los recursos (renta y riqueza). Credit Suisse calcula que el 1% más rico de los europeos (incluyendo a los países que no son miembros de la Unión Europea) posee casi un tercio de la riqueza del continente, mientras que el 40% más pobre de la población comparte menos del 1% del total de la riqueza neta en Europa. Dicho de otro modo: los siete millones de personas más ricas de Europa poseen la misma riqueza que los 662 millones más pobres (incluyendo a los países que no forman parte de la Unión Europea)
¿Qué ha pasado con el modelo social europeo? La utilización de ingentes cantidades de recursos públicos para rescatar a instituciones privadas consideradas "demasiado grandes para caer" ha obligado a los contribuyentes a asumir las pérdidas, además de generar un incremento de la deuda soberana y, en último término, obstaculizar el crecimiento económico. Desde 2010, el coste de los ajustes ha recaído sobre las poblaciones, que además han tenido que hacer frente a la disminución del empleo y de los ingresos durante más de cinco años. Además, las estimaciones de Oxfam prevén que, si las políticas de austeridad se mantienen, en 2025 entre 15 y 25 millones de personas más tendrán que enfrentarse a la perspectiva de vivir en situación de pobreza
El incremento de la pobreza y la desigualdad también es consecuencia de la aplicación de políticas públicas poco adecuadas para un momento de recesión, reduciendo las trasferencias de la seguridad social, limitando el acceso a servicios públicos de calidad, dando prioridad a los saldos presupuestarios frente al empleo digno y debilitando la negociación colectiva, el diálogo social y, en último término, las democracias. El concepto de acceso universal a unas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos y ciudadanas, aceptado durante mucho tiempo, está ahora en juego
¿Se ha perdido de confianza en la "economía de mercado", en los países avanzados?
El escepticismo de las clases medias es, probablemente, la consecuencia política más palmaria de la crisis económica. La cohesión social que ha permitido mantener a las clases medias dentro del "sistema de economía de mercado" ha saltado por los aires.
Está acreditado que a medida que se produce un ensanchamiento de las desigualdades salariales o un deterioro creciente de las condiciones laborales (empleo de usar y tirar), la polarización social tiende a aumentar. La identificación con el sistema económico se evapora. No hay interés para permanecer dentro.
Si el modelo económico y social no es capaz de proteger a los hogares, parece evidente que no hay ninguna razón para creer en él. Sobre todo cuando en paralelo el sistema fiscal se ha apoyado fundamentalmente en los asalariados al tiempo que privilegiaba a quienes obtienen sus rentas de fuentes no salariales.
Hasta hace muy poco tiempo se entendía que la erradicación de la pobreza dependía fundamentalmente de la creación de empleo, pero el nuevo orden económico internacional lo que ha provocado es, en realidad, un deterioro sin parangón de las condiciones salariales en los países occidentales, lo que explica que ya no basta con tener una ocupación para escapar de la pobreza. De ahí que muchos gobiernos se vean obligados a echar mano de los impuestos para asegurar un mínimo de supervivencia.
El problema es que esos recursos salen, precisamente, de otros asalariados con ingresos insuficientes, lo que provoca un círculo vicioso. Una especie de socialización de la pobreza. Se ha quebrado la creencia de que la historia es una progresión continúa -con altibajos en determinados procesos históricos- en pos de mayores cotas de libertad y educación.
Millones de hogares que antes tenían sentido de pertenencia a las clases medias se ven hoy muy cerca de la pobreza relativa. Sin duda, por la eclosión de eso que se ha venido en denominar "trabajadores pobres", y que afecta no sólo a los empleados de baja cualificación, sino también a ciudadanos bien formados atrapados por una frustración creciente.
Anteriormente, el sistema se basaba en que los empresarios pagaban a los trabajadores lo suficiente para que éstos pudieran comprar lo que sus empresas vendían. Ese pacto social es el que se ha quebrado, y de ahí la radicalización de las clases medias, que progresivamente se han visto amenazadas y han ido abandonando su papel de ciudadanos para convertirse en espectadores de una realidad que se cuenta en la televisión como un producto de entretenimiento.
El costo de la desigualdad y la falta de oportunidades, han acabado por demostrar a las clases medias de los países avanzados, que esa "realidad" que se cuenta por televisión es pura propaganda, y como lo resumió muy bien George Orwell: "Toda propaganda es mentira, incluso cuando dice la verdad".
La crisis de las clases medias en los países avanzados es anterior al estallido de la burbuja del crédito. Su origen hay que encontrarlo en la insuficiencia de puestos de trabajo (los altos niveles de desempleo estructural en muchos países) y el deterioro de algunos servicios públicos esenciales (deficiencias de los sistemas educativos y sanitarios) que antes servían de pararrayos social, Como consecuencia de ello, un número cada vez más relevante de ciudadanos se siente extraño al sistema económico.
Lo que se ha roto son las certezas y el mundo previsible. El mundo de la seguridad, del que hablaba Stefan Zweig. Hasta hace bien poco, se pensaba que los avances técnicos -y su corolario en términos de productividad- serían suficientes para lograr el progreso social. Hoy ya no es así.
Mientras que en la sociedad industrial o de clases la cuestión social giraba en torno a cómo repartir la riqueza producida de forma colectiva (y la historia del siglo XX refleja hasta qué punto la lucha entre los diferentes agentes económicos fue encarnizada), en la nueva sociedad del riesgo se seguirá produciendo de una manera desigual, pero su volumen ya no estará garantizado. Y es aquí cuando surge lo que ha venido a definirse como los "nuevos pobres". O la nueva pobreza, como se prefiera. Un fenómeno en el que se ven envueltos nuevos colectivos que antes se consideraban protegidos contra las inclemencias económicas: profesionales, empleados públicos, pensionistas, parados de larga duración o estudiantes con dificultades para su inserción laboral.
Antes el trabajador era necesario para que algunos ganaran, ahora hay gente que gana sin necesidad de que nadie trabaje para ellos. El resultado de esta situación es una profunda desigualdad. Que no solo alcanza a los parados, sino también a una gran parte de los trabajadores asalariados
De "clase media" a "nuevos pobres"
Dice un graffiti, a la entrada de una "villa miseria" (barrios marginales de las grandes ciudades) en Buenos Aires: "Bienvenida clase media"
La realidad económica y la "proletarización" de la clase media
Últimamente se está hablando mucho de un informe de 91 páginas publicado en enero por el Ministerio británico que lleva por título "Global Strategic Trends Programme 2007-2036. Como su nombre sugiere, se trata de anticipar y combatir los riesgos para el desarrollo de nuestro mundo globalizado y la estabilidad del sistema internacional en los próximos 30 años, enfocando con luz concentrada la evolución probable de la economía y el comportamiento de los diversos grupos sociales.
El horizonte imaginado por los militares británicos es tremebundo. Vislumbran una terrible amenaza que se cierne sobre las clases medias occidentales, acosadas por un creciente desorden social en sus hábitats urbanos, casi destruidos por la violencia, la ausencia de servicios y poblado por unos residentes envejecidos y con pensiones cada vez más bajas. Sus hijos sólo encuentran empleos precarios, en una competencia feroz con inmigrantes asiáticos o africanos, mientras contemplan que el poder y las riquezas en la sociedad transnacional en la que viven son patrimonio de un elitista club de ricos del que -sin posibilidad alguna de movilización- han sido excluidos para siempre.
El contralmirante Chris Parry, coordinador del trabajo, considera probable que las clases medias abandonen su actual relativismo moral, que ya no les rendirá beneficios, y abracen sistemas de creencias más rígidos como el marxismo. Los burgueses se reencarnarían en una inédita "clase universal" capaz de transformar el orden social según sus necesidades, sustituyendo al extinto proletariado de las antiguas economías industriales.
La prospección de los militares británicos analiza el comportamiento de las clases medias como un nuevo poder insurgente estructurado a escala internacional y definido por su posición socioeconómica y su acceso a la sociedad del conocimiento. Podrían, de esta forma, movilizar a sus simpatizantes de manera espontánea e inesperada para las fuerzas del orden.
A la vez que impulsa el nacimiento de clases medias en las economías emergentes, la globalización las está socavando en los países industrializados. A escala global, según el estudio prospectivo impulsado por el Ministerio de Defensa británico, las clases medias se pueden ver distanciadas de un grupo reducido muy rico, y esas diferencias hacerse más explícitas "incluso para aquéllos que van a ser materialmente más prósperos que sus padres y abuelos". A más largo plazo, todas ellas pueden sentirse amenazadas, con lo que las clases medias podrían convertirse en revolucionarias, sustituyendo en ese papel al proletariado en la tradicional visión de Marx, concluye dicho estudio. No es descabellado.
Van a afrontar mayor desorden social y más violencia en un entorno urbano de menor bienestar social y sistemas de pensiones en crisis. La revolución del "proletariado de clase media", como lo llama el estudio, consistiría en que las clases medias del mundo se unirían, haciendo uso de su acceso al conocimiento y sus instrumentos, "para transformar los procesos transnacionales de acuerdo con sus propios intereses de clase", es decir, para construir "otra" globalización, aunque no esté aún definida.
Estamos ante una pleamar de las clases medias a nivel global y en esa revolución podrían participar las chinas, que se cuentan en decenas o centenares de millones de personas, a cuyos intereses ha respondido el régimen comunista introduciendo en la Constitución y desarrollando por ley la propiedad privada.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) observa por su parte el efecto de la globalización sobre el mercado laboral y los salarios. No es que estos hayan bajado en términos absolutos, ni estemos en un juego de suma cero en el que lo que unos ganan con la globalización lo pierden otros, porque como indica el estudio del Fondo, el tamaño de la tarta de la economía ha aumentado. Aunque las ganancias en productividad también han empujado el peso relativo de los salarios a la baja (un 8% desde 1980, la mayor parte desde 1990), casi todos han ganado, si bien ha crecido también la desigualdad.
Con la entrada de China, India y la otrora Europa del Este, Rusia incluida, en la economía global, se ha multiplicado por cuatro la oferta global de mano de obra efectiva. Es lo que Clyde Prestowitz, en un libro famoso llamó los "3.000 millones de nuevos capitalistas", que hacen que el poder se desplace hacia Oriente. Pero también éste y el Sur van a Occidente. El Fondo recuerda que los países desarrollados no sólo importan más productos y servicios de las economías emergentes, sino también mano de obra: la fuerza laboral de EEUU cuenta ahora con un 15% de inmigrantes, proporción comparable a la de importaciones en relación con el PIB.
Además, en las economías de los países desarrollados se ha producido una precarización del empleo, especialmente entre los más jóvenes y también entre los hijos de las clases medias con situaciones más fijas, además de entre los menos cualificados. Esta precarización es la que está detrás del aumento de algunos movimientos de extrema derecha en países europeos. Y es la que puede contribuir a que se cumpla el pronóstico del Ministerio de Defensa británico. Pues, aunque sus integrantes vivan mejor, los fundamentos de las clases medias occidentales -y de las bajas, claro- se están viendo demediados.
La ONU proyecta que la población en edad laboral aumente en el mundo en un 40% de aquí a 2050. O se encuentra trabajo, especialmente en países que ya tienen población joven, como África y América Latina, o se convertirá en pasto de los radicales, con efectos que estamos viendo estos días en Argel y en Casablanca, después de Nueva York, Bali, Madrid y Londres, por no contar los que se han evitado. Un radicalismo alimentado, no sólo por los "malditos de esta tierra", sino también por los que en sus países son, a menudo, los "hijos frustrados de las clases medias"
Desempleo y desigualdad ("países avanzados en vías de subdesarrollo")
El "gran secreto" del crecimiento económico de los países avanzados está en su mercado interior. El "gran secreto" de la fortaleza de ese mercado interior está en tener una masa de consumidores con un nivel de ingresos suficiente para demandar gran parte de los productos ofrecidos. En EEUU el consumo interno representa el 68% del PIB. En Europa podríamos decir que está en el orden del 60%.
Cuesta trabajo entender (si fuera posible) cómo se puede haber renunciado a ese "mercado interior" con una demanda "cuasi cautiva", para terminar facilitando la creación de una "nueva clase media" en los países proveedores (emergentes), donde fue a parar la producción industrial que se deslocalizó (y los empleos que se perdieron).
¿Nos quitarán los robots todos los trabajos?
– El avance tecnológico hace saltar las alarmas: ¿cuánto empleo puede destruir? (El Economista – 28/1/13)
En un contexto donde los robots y los ordenadores son cada vez más y más inteligentes, una pregunta toma cada vez más sentido: ¿es posible que el avance tecnológico conduzca el desempleo a niveles inimaginables? ¿Podría soportar una economía desarrollada una tasa de paro del 50%, del 75%?
No hace tantos años era impensable que los coches pudieran circular sin conductor. Pero hoy ya es una realidad, e incluso hay territorios que se han atrevido a modificar sus leyes para permitir el vehículo automatizado. Conductores de autobuses urbanos, camioneros de larga distancia, taxistas, y solo por poner algunos ejemplos son puestos de trabajos que podrían quedar en la cuerda floja si este tipo de vehículo prospera.
"Todos esos trabajos van a desaparecer en los próximos 25 años", predice Moshe Vardi, científico informático de la Rice University, en Houston. Vardi plantea una pregunta igualmente aterradora: ¿está preparado el mundo desarrollado para una economía en la que el 50% de la población está en paro?
Un análisis de Associated Press, que recoge The Washington Post, a partir de los datos de 20 países muestra que millones de empleos de cualificación y retribución media han desaparecido en los últimos cinco años, empleos que, por otro lado, constituyen la columna vertebral de la clase media en los países desarrollados. ¿Volverán estos empleos cuando la economía mundial se recupere o se perderán para siempre como consecuencia del avance tecnológico?
Cada vez que ha aparecido un nuevo invento en los dos últimos siglos -barco de vapor, locomotora, telégrafo, teléfono, por citar algunos- han desaparecido empresas y puestos de trabajo. Aunque han surgido nuevos negocios con nuevos empleados. "Es cierto que la tecnología ha destruido puestos de trabajo, pero también ha creado otros muchos", recuerda el ganador del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Sin embargo, y por primera vez, estamos viendo máquinas que pueden pensar, o algo parecido.
¿Condenados al paro?
Peter Lindert de la Universidad de California-Davis ofrece un mensaje tranquilizador. No cree que los trabajadores están condenados al desempleo: con los conocimientos adecuados y la educación, dice, pueden aprender a trabajar con las máquinas y ser lo suficientemente productivos para defenderse de la amenaza de automatización.
Un ejemplo: el fenómeno y ascenso del iPhone ha permitido crear, según datos de Apple, cerca de 290.000 puestos de trabajo desde 2007, empleos relacionados con el desarrollo de las aplicaciones. Eso sugiere que la nueva tecnología sigue creando nuevos tipos de trabajos que requieren mayores habilidades y creatividad.
Sea como sea, lo que ocurrirá en el mercado laboral sigue siendo una incógnita. Muchos puestos de trabajo de baja remuneración podrían mantenerse al abrigo de la ofensiva tecnológica: los robots son demasiado torpes para poner en orden las habitaciones de un hotel o para dejar relucientes los platos sucios de los restaurantes concurridos, recuerda el Washington Post.
Claro que si las máquinas acaban con puestos de trabajo cualificados, la gente se empleará cada vez más en trabajos de servicios con salarios bajos. ¿Qué clase de sociedad se creará entonces? Se necesita una gran clase media para producir un gasto de consumo que impulse un crecimiento económico saludable, recuerdan los economistas.
Cifras sorprendentes
En su libro Las luces en el túnel, el ingeniero informático y empresario californiano de Silicon Valley, Martin Ford, prevé una economía dominada por los ordenadores con un 75% de desempleo antes de finales de este siglo.
Otro ejemplo revelador. Entre las grandes de la era digital, Apple emplea a 80.000 personas en todo el mundo, Google 54.000, y Facebook 4.300. En conjunto, estas tres empresas emplean a menos de una cuarta parte de los 600.000 empleados que tuvo General Motors, en la década de 1970. Y hoy, GM da trabajo a 202.000 personas, en un momento en que fabrica más coches que nunca.
En un discurso pronunciado el año pasado, el exsecretario del Tesoro de EEUU Lawrence Summers declaró que el mayor problema económico del futuro no sería la deuda federal o la competencia de China, sino "las dramáticas transformaciones que la tecnología está provocando".
Summers imaginó una máquina llamada el "hacedor" que podría hacer cualquier cosa o proporcionar cualquier servicio. La productividad se dispararía. Aquellos capaces de diseñar mejores "hacedores" ser harían de oro. Pero todos los demás no tendrían ningún valor en el mercado de trabajo.
Summers alertó de que el mundo se está moviendo en esta dirección y que, aunque ha completado sólo el 15% de este viaje, ya se están "observando sus consecuencias".
– De cómo la tecnología está destruyendo el empleo (MIT Technology Review – 25/6/13)
(Por David Rotman)
Dado su comportamiento, académico, calmado y razonado, quizá no nos demos cuenta de lo provocadora que resulta en realidad la opinión de Erik Brynjolfsson. Brynjolfsson, profesor de la Escuela Sloan de Administración y Dirección de Empresas del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés) y su colaborador y coautor, Andrew McAfee, han estado defendiendo durante el último año y medio que los impresionantes avances que se han producido en la tecnología de computación -desde la robótica industrial mejorada, hasta los servicios de traducción automáticos- son responsables en gran medida del lento crecimiento del empleo en los últimos 10 o 15 años. Y, lo que es aún peor para los trabajadores, estos académicos del MIT prevén una perspectiva deprimente para muchos tipos de trabajos según se vayan adoptando estas potentes nuevas tecnologías no solo en la fabricación, los servicios y los comercios, sino en profesiones como el derecho, los servicios financieros, la educación y la medicina.
Que los robots, la automatización y el software son capaces de sustituir a las personas es algo evidente para cualquiera que haya trabajado en la fabricación de automóviles o como agente de viajes. Pero la afirmación de Brynjolfsson y McAfee es más preocupante y polémica. Creen que este rápido cambio tecnológico ha estado destruyendo trabajos a un ritmo mayor del que los está creando, contribuyendo al estancamiento de los ingresos medios y al aumento de la desigualdad en Estados Unidos. Y sospechan que sucede algo similar en otros países tecnológicamente avanzados.
Quizá la prueba más condenatoria, según Brynjolfsson, es un gráfico que solo podría encantar a un economista. En economía, la productividad -el valor económico creado por una unidad dada de producción, por ejemplo una hora de mano de obra- es un indicador clave del crecimiento y la creación de riqueza. Es una medida del progreso. En el gráfico que le gusta mostrar a Brynjolfsson, hay dos líneas que representan la productividad y empleo respectivamente en Estados Unidos. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las dos líneas iban en paralelo, el aumento de puestos de trabajo correspondía a aumentos en la productividad. El patrón queda claro: según las empresas generaban más valor gracias a sus trabajadores, todo el país se hacía más rico, lo que impulsaba una mayor actividad económica y creaba aún más puestos de trabajo. Pero a partir del año 2000, estas dos líneas empiezan a divergir; la productividad sigue creciendo con fuerza, pero el empleo decrece de repente. Para el año 2011 ya existe una brecha significativa entre ambas líneas, se observa un crecimiento económico sin que haya un aumento paralelo en la creación de puestos de trabajo. Brynjolfsson y McAfee lo denominan el "gran divorcio". Y Brynjolfsson está convencido de que la tecnología está detrás tanto del saludable aumento de la productividad como del débil aumento de los puestos de trabajo.
Esta resulta ser una afirmación sorprendente, porque amenaza la fe que muchos economistas tienen puesta en el progreso tecnológico. Brynjolfsson y McAfee aún creen que la tecnología sirve para aumentar la productividad y la riqueza de las sociedades, pero también piensan que tiene un lado oscuro: el progreso tecnológico está eliminando la necesidad de muchos tipos de trabajos y dejando al trabajador medio en peor situación que antes. Brynjolfsson señala a un segundo gráfico que indica que los ingresos medios no aumentan, incluso con un aumento significativo del producto interior bruto. "Es la gran paradoja de nuestra era", afirma. "La productividad está en niveles récord, la innovación nunca ha sido más rápida, pero al mismo tiempo tenemos unos ingresos medios decrecientes y tenemos menos puestos de trabajo. La gente se está quedando atrás porque la tecnología avanza muy rápido y nuestras habilidades y organizaciones no consiguen mantener el ritmo".
Brynjolfsson y McAfee no son luditas. De hecho, a veces se les acusa de ser demasiado optimistas sobre el alcance y velocidad de los recientes avances digitales. Brynjolfsson explica que empezaron a escribir Race Against the Machine (Una carrera contra la máquina, sin traducción al español por el momento), el libro de 2011 en el que exponían gran parte de sus argumentos, porque querían explicar los beneficios económicos de estas nuevas tecnologías (Brynjolfsson se pasó gran parte de la década de 1990 desenterrando pruebas de que la tecnología de la información estaba aumentando la productividad). Pero se hizo aparente que las mismas tecnologías que estaban logrando que los trabajos fueran más seguros, fáciles y productivos también estaban reduciendo la demanda de muchas tipos de trabajadores humanos.
Existen pruebas anecdóticas por todas partes de que las tecnologías digitales suponen una amenaza para el empleo. Los robots y la automatización avanzada están instalados en muchos tipos de fabricación desde hace décadas. En Estados Unidos y China, las mayores potencias mundiales de la fabricación, hay menos personas trabajando en la manufacturación ahora que en 1997, debido en parte a la automatización. Las plantas automovilísticas modernas, muchas de las cuales se transformaron con la llegada de la robótica industrial en la década de 1980, suelen usar máquinas que sueldan y pintan chasis de forma autónoma, trabajos que antes hacían humanos. Más recientemente se han introducido robots más flexibles y mucho más baratos que sus predecesores, como Baxter de Rethink Robotics, que llevan a cabo tareas sencillas para pequeños fabricantes en toda una gama de sectores. El sitio web de una start-up de Silicon Valley llamada Industrial Perception tiene un vídeo del robot que ha diseñado para usar en almacenes cogiendo y lanzando cajas como un elefante aburrido. Y sensaciones como el coche sin conductor de Google nos dan una idea de lo que podrá lograr la automatización algún día no muy lejano.
En el trabajo administrativo y los servicios profesionales se está dando un cambio menos dramático pero con un impacto potencial sobre el empleo mucho mayor. Tecnologías como la Web, la inteligencia artificial, los macrodatos y las analíticas mejoradas -todas posibles gracias a una disponibilidad cada vez mayor de potencia de computación barata y capacidad de almacenaje- están automatizando muchas tareas rutinarias. Han desaparecido incontables trabajos de oficina tradicionales, como muchos de los que hay en la oficina de correos y en los servicios de atención al cliente. W. Brian Arthur, investigador visitante en el laboratorio de sistemas de inteligencia del Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto (EEUU), lo denomina la "economía autónoma". Es mucho más sutil que la idea de robots y la automatización encargándose de trabajos humanos, afirma: implica "procesos digitales hablando con otros procesos digitales y creando nuevos procesos", permitiéndonos hacer muchas cosas con menos gente y haciendo que más trabajos humanos queden obsoletos.
Arthur afirma que es principalmente esta avalancha de procesos digitales la que sirve para explicar cómo ha crecido la productividad sin que haya habido un aumento significativo de la mano de obra humana. Y afirma que "las versiones digitales de la inteligencia humana" están sustituyendo cada vez más incluso a aquellos puestos para los que se creía que hacían falta personas. "Esto cambiará todas las profesiones en formas que ni siquiera hemos empezado a ver", avisa.
McAfee, director asociado del Centro de Negocios Digitales del MIT en la Escuela Sloan, habla rápidamente y con cierta admiración cuando describe avances como el coche sin conductor de Google. Pero, a pesar de su evidente entusiasmo por las tecnologías, no cree que los trabajos recién desaparecidos vayan a volver. De hecho sugiere que la presión sobre el empleo y las desigualdades resultantes solo empeorarán con el avance exponencial de las tecnologías digitales a lo largo de las próximas décadas -alimentadas con "la cantidad suficiente de potencia de computación, datos y geeks"-. "Me gustaría equivocarme", afirma, "pero cuando se desplieguen todas estas tecnologías de ciencia ficción, ¿para qué necesitaremos a la gente?".
¿Una nueva economía?
Pero, ¿son responsables estas tecnologías realmente de una década de pobre crecimiento del empleo? Muchos economistas del trabajo afirman que los datos están lejos de ser concluyentes, en el mejor de los casos. Puede haber más explicaciones, entre ellas los acontecimientos relacionados con el comercio global y las crisis financieras de principios y finales de la década de 2000, responsables de la relativa lentitud en la creación de empleos desde el cambio de siglo. "Nadie lo sabe en realidad", afirma Richard Freeman, economista del trabajo de la Universidad de Harvard (EEUU). Según él, es porque resulta muy difícil "desenredar" los efectos de la tecnología entre otros efectos macroeconómicos. Pero se muestra escéptico respecto a que la tecnología haya podido cambiar tanto una amplia gama de sectores empresariales lo suficientemente rápido como para explicar las cifras de empleo recientes.
Las tendencias de empleo han polarizado a la fuerza de trabajo y vaciado la clase media.
David Autor, economista del MIT que ha estudiado en profundidad la conexión entre el empleo y la tecnología, también duda de que esta pueda ser responsable de un cambio tan drástico en las cifras de empleo total. "Ha habido una fuerte caída del empleo que empezó en el año 2000. Algo cambió", afirma. "Pero nadie conoce la causa". Es más, duda incluso de que la productividad haya crecido de manera significativa en Estados Unidos en la última década (los economistas pueden mostrarse en desacuerdo respecto a esa estadística puesto que hay distintas formas de medir y pesar los inputs y outputs económicos). Si tiene razón, aumenta la posibilidad de que el pobre crecimiento del empleo sea resultado simplemente de una economía ralentizada. El frenazo súbito en la creación de empleo "es un gran puzle", afirma, "pero no existen demasiadas pruebas de que esté relacionado con los ordenadores".
Autor admite que las tecnologías informáticas están cambiando el tipo de trabajos disponibles, y que esos cambios "no son siempre para mejor". Por lo menos desde la década de 1980, afirma, los ordenadores han ido haciéndose con tareas como la contabilidad, el trabajo administrativo y los trabajos repetitivos en la fabricación y todos ellos suponían ingresos de clase media. Al mismo tiempo han proliferado los empleos con sueldos mayores asociados que exigen creatividad y habilidad para resolver problemas, a menudo auxiliados por ordenadores. También lo han hecho los trabajos para la mano de obra no cualificada: la demanda ha aumentado en el campo de la restauración, el mantenimiento, la asistencia domiciliaria y otros servicios que son casi imposibles de automatizar. El resultado, afirma Autor, ha sido una "polarización" de la fuerza de trabajo y un "vaciado" de la clase media, algo que ha sucedido en numerosos países industrializados a lo largo de las últimas décadas. Pero "eso es muy distinto a afirmar que la tecnología está afectando a la cifra total de empleo", añade. "Los empleos pueden cambiar mucho sin que haya cambios importantes en los índices de ocupación".
Es más, incluso aunque las tecnologías digitales actuales estén reteniendo la creación de empleo, la Historia sugiere que lo más probable es que este sea un shock doloroso, pero temporal; según los trabajadores vayan ajustando sus capacidades y los emprendedores creen oportunidades basadas en las nuevas tecnologías, la creación de empleo rebotará. Por lo menos ese siempre ha sido el patrón. La pregunta entonces es saber si el caso de las tecnologías informáticas actuales será distinto, creando un desempleo no deseado a largo plazo.
Por lo menos desde la Revolución Industrial, que comenzó en el siglo XVIII, las mejoras en la tecnología han ido acompañadas de un cambio en la naturaleza del trabajo, al mismo tiempo que destruían algunos tipos de trabajo en el proceso. En 1900, el 41 por ciento de los estadounidenses trabajaban en el sector agrícola; para el año 2000 esa cifra era de solo el 2 por ciento. Igualmente, la proporción de estadounidenses empleados en la fabricación ha caído del 30 por ciento en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a alrededor del 10 por ciento en la actualidad, en parte debido a una mayor automatización, sobre todo, durante la década de 1980.
Aunque estos cambios pueden resultar dolorosos para los trabajadores cuyas habilidades ya no casen con las necesidades de las empresas, Lawrence Katz, economista de la Universidad de Harvard, afirma que no hay un patrón histórico que demuestre que conduzcan a un descenso neto del empleo en un periodo de tiempo prolongado. Katz ha investigado en profundidad cómo han afectado los avances tecnológicos al empleo a lo largo de los últimos siglos -describiendo por ejemplo cómo los artesanos más hábiles de mediados del siglo XIX fueron sustituidos por trabajadores menos cualificados en las fábricas-. A pesar de que los trabajadores pueden tardar décadas en adquirir la experiencia necesaria para los nuevos tipos de empleo, explica, "nunca nos hemos quedado sin empleos. No existe una tendencia a largo plazo de eliminar el trabajo de la gente. En el largo plazo, las tasas de empleo son relativamente estables. La gente siempre ha sido capaz de crear nuevos trabajos. A la gente se le ocurren nuevas cosas que hacer".
Aun así Katz no desecha la idea de que puede haber algo distinto en las tecnologías digitales actuales, algo que podría afectar a una gama aún mayor de trabajos. La pregunta, afirma, es si la historia económica nos servirá como una guía. ¿Los cambios en el empleo producidos por la tecnología serán temporales mientras la fuerza de trabajo se adapta, o asistiremos a un escenario de ciencia ficción en el que los procesos automatizados y los robots con capacidades sobre humanas se hagan cargo de una amplia gama de labores humanas? Aunque Katz espera que el patrón histórico se mantenga, "es una pregunta real", afirma. "Si la tecnología resulta lo suficientemente transformadora, ¿quién sabe qué pasará?".
Dr. Watson
Para analizar la pregunta de Katz, merece la pena observar cómo se están instalando en la industria las tecnologías más avanzadas que existen en la actualidad. Aunque no cabe duda de que estas tecnologías se han hecho con algunos trabajos humanos, encontrar pruebas de trabajadores desplazados por las máquinas a gran escala no es tan fácil. Un motivo por el que resulta difícil señalar con precisión el impacto neto sobre el empleo de la automatización es que esta se suele usar para hacer a los trabajadores humanos más eficientes, no necesariamente para sustituirlos. Un aumento de la productividad significa que las empresas pueden hacer el mismo trabajo con menos empleados, pero también permite a las empresas ampliar la producción con los empleados existentes e incluso entrar en nuevos mercados.
Tomemos como ejemplo Kiva, el robot naranja brillante, una bendición para las empresas de comercio electrónico que están arrancando. Creado y vendido por Kiva Systems, una start-up fundada en 2002 y adquirida por Amazon por 775 millones de dólares (unos 590 millones de euros) en 2012, sus robots están diseñados para correr por grandes naves, recogiendo estanterías con los productos de un pedido y entregándoselas a humanos que los empaquetan. En el gran almacén de pruebas de Kiva y su planta de ensamblado que se encuentra en las afueras de Boston (EEUU), flotas de robots se pasean con una energía aparentemente infinita: algunas máquinas recién ensambladas llevan a cabo pruebas para demostrar que están listas para ser enviadas a clientes en todo el mundo, mientras otras esperan para demostrar al visitante cómo son capaces de responder casi instantáneamente a una orden electrónica y traer el producto deseado a la estación de trabajo de un empleado.
Un almacén equipado con robots de Kiva es capaz de manejar hasta cuatro veces más pedidos que un almacén parecido sin automatizar en el que los trabajadores pueden pasar hasta el 70 por ciento de su tiempo yendo de un lado para otro para buscar los productos. (Casualmente o no, Amazon compró Kiva poco después de que un reportaje en prensa revelara que los trabajadores en uno de los gigantescos almacenes de la empresa solían caminar más de 15 kilómetros diarios).
A pesar del potencial que tienen los robots para ahorrar trabajo, Mick Mountz, fundador y director ejecutivo de Kiva duda de que las máquinas hayan eliminado los empleos de muchas personas o que lleguen a hacerlo en el futuro. Para empezar, afirma, la mayoría de los clientes de Kiva son empresas de venta online, algunas de ellas con un crecimiento tan rápido que apenas tienen tiempo para contratar a nuevo personal. Al conseguir que las operaciones de distribución sean más baratas y eficientes, la tecnología robótica ha ayudado a sobrevivir e incluso a expandirse a muchos de estos comerciantes. Antes de fundar Kiva, Mountz trabajaba en Webvan, una empresa de envío de comestibles en línea que fue uno de los fracasos más sonados de la era de las puntocom. A Mountz le gusta mostrar las cifras que demuestran que Webvan estaba condenada al fracaso desde el principio; un pedido de 100 dólares (unos 76 euros) costaba a la empresa 120 dólares (unos 91 euros). Queda claro lo que Mountz pretende explicar: algo tan mundano como el coste de manipulación puede conducir a un nuevo negocio a una muerte temprana. La automatización puede resolver ese problema.
Mientras, Kiva está contratando. Unos globos naranjas, del mismo color que los robots, sobrevuelan múltiples cubículos en su amplia oficina, señalando que el ocupante del cubículo ha llegado en el último mes. La mayoría de estos nuevos empleados son ingenieros de software: mientras los robots son los representantes de la empresa de cara al exterior, las innovaciones menos conocidas de la misma tienen que ver con los complejos algoritmos que guían los movimientos de los robots y deciden dónde se almacenan los productos. Estos algoritmos sirven para que el sistema sea adaptable. Puede aprender, por ejemplo, que determinado producto apenas se pide, así que se debe almacenar en una zona remota.
Aunque este tipo de avances sugieren cómo algunos aspectos del trabajo se pueden someter a la automatización, también ilustran el hecho de que los humanos siguen siendo mejores en determinadas tareas, por ejemplo, empaquetando varios artículos juntos. Muchos de los problemas tradicionales de la robótica -cómo enseñar a una máquina a reconocer objetos, como por ejemplo una silla- siguen siendo básicamente irresolubles y son especialmente difíciles de resolver cuando los robots tienen libertad para moverse en un entorno relativamente desestructurado como una fábrica o una oficina.
Las técnicas que usan una gran potencia computacional han hecho mucho para ayudar a los robots a comprender su entorno, pero John Leonard, profesor de ingeniería en el MIT y miembro de su Laboratorio de Ciencia de la Computación e Inteligencia artificial (CSAIL por sus siglas en inglés), afirma que aún quedan muchas dificultades evidentes. "Parte de mí ve que existe un progreso acelerado; la otra parte ve los mismos problemas de siempre", afirma. "Veo lo difícil que es hacer cualquier cosa con robots. El gran desafío es la incertidumbre". En otras palabras, la gente sigue siendo mucho mejor a la hora de enfrentarse a cambios en su entorno y a reaccionar ante sucesos imprevistos.
Leonard explica que, por ese motivo, en muchas aplicaciones es más fácil imaginar a los robots trabajando con humanos que solos. "Que haya gente y robots trabajando juntos puede suceder mucho antes de que los robots reemplacen a los humanos", afirma. "Esto último es algo que no sucederá a escala masiva en lo que me queda de vida. El taxi semiautónomo seguirá teniendo un conductor".
Uno de los robots más amables y flexibles diseñado para trabajar con humanos es Baxter de Rethink. Creación de Rodney Brooks, el fundador de la empresa, Baxter necesita un entrenamiento mínimo para llevar a cabo tareas sencillas como recoger objetos y meterlos en una caja. Está diseñado para usarse en plantas de fabricación relativamente pequeñas en las que los robots industriales convencionales costarían demasiado y supondrían un peligro muy grande para los trabajadores. La idea, según Brooks, es hacer que los robots se encarguen de los trabajos aburridos y repetitivos que nadie quiere hacer.
Resulta difícil que Baxter no te caiga bien inmediatamente, en parte porque parece tan decidido a agradar. Las "cejas" de su pantalla se levantan en una interrogación cuando está perplejo; sus brazos se retiran sumisa y suavemente cuando se choca. Cuando se pregunta a Brooks por el argumento de que los robots industriales avanzados de este tipo podrían suprimir puestos de trabajo, responde que él no lo ve así. Los robots, según Brooks, pueden servir a los trabajadores de una fábrica como los taladros a los obreros de la construcción. "Los hacen más productivos y eficaces, pero no se deshacen de trabajos".
Las máquinas creadas en Kiva y Rethink se han diseñado y construido ingeniosamente para trabajar con personas, haciéndose cargo de las tareas que los humanos no suelen querer hacer o aquellas que no se nos dan especialmente bien. Están diseñados específicamente para potenciar la productividad de estos trabajadores. Y resulta difícil ver cómo incluso estos robots que son cada vez más sofisticados podrían sustituir a los humanos en la mayoría de los trabajos de fabricación e industriales a corto plazo. Pero los trabajos administrativos y algunos trabajos profesionales podrían ser más vulnerables. Eso es porque la unión de inteligencia artificial y macrodatos empieza a dar a las máquinas una capacidad de razonar más parecida a la humana para resolver muchos tipos de problemas nuevos.
Aunque solo se trate de que la economía esté sufriendo un periodo de transición, para muchos éste resulta muy doloroso.
En los suburbios del norte de la ciudad de Nueva York, IBM Research está llevando la computación superinteligente a los dominios de profesiones como la medicina, las finanzas o el servicio de atención al cliente. Los esfuerzos de IBM han dado lugar a Watson, un sistema informático conocido sobre todo por haber ganado a los campeones humanos del concurso televisivo Jeopardy! en 2011. Esa versión de Watson se encuentra ahora en una esquina de un gran centro de datos en las instalaciones de investigación de la empresa, acompañada de una brillante placa que conmemora sus días de gloria. Mientras, los investigadores del complejo ya están probando nuevas generaciones de Watson en medicina, donde la tecnología podría ayudar a los médicos a diagnosticar enfermedades como el cáncer, a evaluar a los pacientes y a prescribir tratamientos.
A IBM le gusta denominarlo computación cognitiva. Básicamente, Watson usa técnicas de inteligencia artificial, procesado y análisis de lenguaje natural avanzados, y cantidades ingentes de datos extraídos de fuentes específicas para la aplicación concreta (en el caso de la sanidad, son revistas médicas, libros de texto e información recogida de los médicos u hospitales que usen el sistema). Gracias a estas técnicas innovadoras y a una gran potencia de computación, el sistema puede producir rápidamente "consejos", por ejemplo, la información más reciente y relevante que sirva para guiar el proceso diagnóstico de un médico y las decisiones relativas al tratamiento.
A pesar de la sorprendente capacidad del sistema para darle sentido a todos esos datos, Watson aún está en sus inicios. Aunque tiene capacidades rudimentarias para "aprender" de patrones específicos y evaluar distintas posibilidades, está lejos de tener el tipo de juicio e intuición que suelen ser necesarios en un médico. Pero IBM también ha anunciado que empezará a vender los servicios de Watson a los centros de llamadas para atención al cliente, que no suelen necesitar un juicio humano tan sofisticado. IBM explica que las empresas alquilarán una versión actualizada de Watson para usarla como "agente de atención al cliente" que responde a preguntas de los consumidores. Ya ha firmado acuerdos con varios bancos. La automatización no es nada nuevo en los centros de llamadas, evidentemente, pero la capacidad mejorada de Watson para el procesado del lenguaje natural y su habilidad para tirar de grandes cantidades de datos, sugieren que este sistema podría hablar claramente con los clientes, y ofrecerles consejos específicos incluso sobre preguntas técnicas y complejas. Resulta fácil imaginarlo sustituyendo a muchos agentes humanos en su nuevo campo.
Perdedores digitales
La disputa sobre si la automatización y las tecnologías digitales son responsables en parte de la falta de trabajos actual ha puesto el dedo en la llaga para muchas personas preocupadas por su propio trabajo. Pero esta solo es una consecuencia de lo que Brynjolfsson y McAfee creen que es una tendencia más generalizada. Afirman que la rápida aceleración del progreso tecnológico ha ampliado mucho la brecha entre los ganadores y los perdedores económicos, la desigualdad en los ingresos sobre la que se han preocupado numerosos economistas durante décadas. Señalan que las tecnologías digitales tienden a favorecer a las "superestrellas". Por ejemplo, alguien que crea un programa de ordenador para automatizar la preparación de los impuestos podría ganar millones o miles de millones de dólares al mismo tiempo que elimina la necesidad de innumerables contables.
Las nuevas tecnologías están "entrando en el terreno de las habilidades humanas de una forma sin precedentes", afirma McAfee, y muchos trabajos de clase media están en el punto de mira; se ven afectados incluso trabajos que exigen una cualificación relativamente alta en medicina, educación o derecho. "La zona media parece estar desapareciendo", añade. "La superior y la inferior se están separando claramente". Aunque la tecnología sea solo un factor, según McAfee, ha sido uno "poco apreciado", y es probable que sea cada vez más significativo.
No todo el mundo está de acuerdo con las conclusiones de Brynjolfsson y McAfee, sobre todo con la opinión de que el impacto de los últimos cambios tecnológicos quizá sea algo distinto a lo que ya hayamos visto. Pero resulta difícil ignorar su aviso de que la tecnología está ampliando la brecha de ingresos entre quienes la dominan y todos los demás. Y aunque la economía solo esté pasando por una transición parecida a otras que ya ha sufrido, es extremadamente dolorosa para muchos trabajadores y habrá que enfrentarse a eso de alguna manera. Katz, de Harvard, ha demostrado que Estados Unidos prosperó a principios del siglo XX en parte porque la educación secundaria empezó a ser accesible para muchas personas en un momento en el que el empleo agrícola se estaba acabando. El resultado, al menos hasta la década de 1980, fue un aumento de los trabajadores educados que encontraban trabajo en los sectores industriales, aumentando sus ingresos y reduciendo las desigualdades. La lección de Katz: las consecuencias dolorosas a largo plazo para la fuerza de trabajo no siguen inevitablemente de los cambios tecnológicos.
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