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El dilema del 2012: Recortes o crecimiento (¿y por qué no, las dos cosas?) Parte II (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Es posible que fuese así, como tantas otras cosas del liberalismo dogmático que fallan en la vida real, si el sistema no estuviese de alguna forma "pervertido". En este mundo real en el que vivimos las cosas no son idílicas, en el caso que tratamos existe una cantidad inmensa de liquidez que corre por el mundo adelante, una cantidad tan ingente y volátil que en lugar de ayudar consigue empobrecer aún más a quien la sufre.

En resumen estamos ante cuantiosos fondos que se mueven sin pensárselo demasiado, que provocan burbujas y errores de inversión por su volumen e inmediatez y que un día se van de repente dando la puntilla y dejando a la economía endeudada y tocada.

Por si fuese poco tenemos la "Paradoja de Lucas" que dice que por alguna extraña razón el dinero no se mueve de ricos a pobres, y cuando esto pasa el pobre sale perdiendo según algunos estudios.

El gráfico que sigue no es de ninguna web conspiracionista sino del FMI, que lleva tiempo dándose cuenta de que algo falla en la teoría porque no se ajusta a la práctica. Quizá el mayor problema esté ahora en determinar en qué casos existe un exceso de "hot money" y en qué casos se produce una simple mala gestión por parte del país.

Para poder aplicar controles de capital el FMI se centra en tres condiciones, son países que: no tienen su divisa devaluada, consiguen almacenar reservas y la política monetaria o fiscal no funciona. Por supuesto las medidas deben ser de corto plazo y no destinadas a bloquear fondos a largo plazo. 

El procedimiento sería el siguiente, en un primer momento el país debe dejar su tipo de cambio subir (que normalmente no funcionará casi nunca bajo mi punto de vista) o expandir su política monetaria y endurecer su política fiscal (lo que resulta "neutro" para el país pero desincentivará a los inversores foráneos por los menores tipos, luego creo que es la opción adecuada). En caso de no funcionar se admiten los controles de capital, siempre que no sean discriminatorios.

Surge inmediatamente el debate sobre lo hecho por Brasil, el imponer una tasa del 6% a la adquisición de deuda por parte de extranjeros, lo que según el FMI "debe ser la última línea de defensa". A regañadientes pero parece que lo aceptan, lo comparto y así lo manifesté en su momento. Más controvertidas son aún sus nuevas medidas, idéntica actuación pero ahora con préstamos foráneos, y van más allá subiendo los aranceles a China. ¿Dónde acabarán?

Es difícil sobrevivir en un mundo con quantitative easing, carry trade feroz y dumping comercial, hemos tenido que llegar a esto para que el FMI se diese cuenta, pero rectificar es de sabios. Por si alguien cree que van de farol, lo cual es debatible como siempre, lean también su última propuesta, Basilea III no es suficiente hay que cobrar impuestos por los riesgos. Dará que hablar, o al menos esperemos que así sea y no haga falta otro desastre para darse cuenta que lo de ahora no puede seguir así.

– El viraje a tiempo del FMI (Project Syndicate – 5/5/11) Lectura recomendada

(Por Joseph E. Stiglitz)

Nueva York.- La reunión anual de primavera del Fondo Monetario Internacional fue notable ya que marcó el esfuerzo del Fondo para distanciarse de sus propios dogmas de hace muchos años sobre los controles de capital y la flexibilidad del mercado laboral. Parece que un nuevo FMI gradualmente -y cautelosamente- ha surgido bajo el liderazgo de Dominique Strauss-Kahn.

Poco más de 13 años antes, en la reunión de Hong Kong del FMI en 1997, el Fondo había intentado enmendar su carta para ganar más margen de acción y poder empujar a los países hacia una liberalización del mercado de capital. El momento no podría haber sido menos oportuno: la crisis del este de Asia recién se estaba gestando -una crisis que fue, en gran medida, el resultado de la liberalización del mercado de capital en una región que, dada su elevada tasa de ahorros, no la necesitaba en absoluto.

Ese accionar había sido defendido por los mercados financieros de Occidente -y los ministros de Finanzas occidentales que les son tan fieles-. Las desregulación financiera en Estados Unidos fue una causa importante de la crisis global que estalló en 2008, y la liberalización financiera y del mercado de capital en otras partes ayudó a propagar ese trauma "hecho en Estados Unidos" por todo el mundo.

La crisis demostró que los mercados libres y descontrolados no son ni eficientes ni estables. Tampoco necesariamente sirvieron de mucho a la hora de fijar precios (basta con ver la burbuja inmobiliaria), incluyendo los tipos de cambio (que son simplemente el precio de una moneda en términos de otra).

Islandia mostró que responder a la crisis imponiendo controles de capital podía ayudar a los países pequeños a manejar su impacto. Y el "alivio cuantitativo" (QE1) de la Reserva Federal de Estados Unidos tornó inevitable el deceso de la ideología de los mercados sin control: el dinero va hacia donde los mercados piensan que los retornos son más altos. Frente al auge de los mercados emergentes, y con Estados Unidos y Europa de capa caída, era evidente que gran parte de la nueva liquidez que se estaba creando encontraría su destino en los mercados emergentes. Esto resultó especialmente cierto dado que el conducto de crédito de Estados Unidos seguía obturado y muchos bancos comunitarios y regionales todavía estaban en una situación precaria.

El resultante incremento de dinero que ingresó en los mercados emergentes significó que hasta los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales que se oponen ideológicamente a intervenir creen que no tienen otra opción que hacerlo. De hecho, un país tras país ahora optó por intervenir de una manera u otra para impedir que el valor de sus monedas suba por las nubes.

Ahora el FMI bendijo ese tipo de intervenciones -pero, como una concesión para aquellos que todavía no están convencidos, sugiere que se las debería utilizar solamente como un último recurso-. Por el contrario, deberíamos haber aprendido de la crisis que los mercados financieros necesitan regulación, y que los flujos de capital transfronterizos son particularmente peligrosos. Estas regulaciones deberían ser una parte esencial de cualquier sistema para asegurar la estabilidad financiera; recurrir a ellas sólo como un último recurso es una receta para una continua inestabilidad.

Existe un amplio rango de herramientas de gestión de cuentas de capital, y lo mejor es que los países usen un portafolio de estas herramientas. Aún si no son plenamente efectivas, normalmente son mucho mejor que nada.

Pero un cambio aún más importante es el vínculo que el FMI finalmente trazó entre desigualdad e inestabilidad. Esta crisis fue, en gran medida, el resultado del esfuerzo por parte de Estados Unidos de estimular una economía debilitada por una mayor desigualdad a través de tasas de interés bajas y una regulación laxa (que hicieron que mucha gente pidiera prestado mucho más allá de sus posibilidades). Deshacer las consecuencias de este endeudamiento excesivo llevará años. Pero, como nos recuerda otro estudio del FMI, éste no es un patrón nuevo.

La crisis también puso a prueba los dogmas de larga data que responsabilizan a la rigidez del mercado laboral por el desempleo, ya que a los países con salarios más flexibles, como Estados Unidos, les fue peor que a las economías del norte de Europa, entre ellas Alemania. Por cierto, conforme los salarios se debiliten, a los trabajadores les resultará aún más difícil devolver lo que deben, y los problemas en el mercado inmobiliario se agravarán. El consumo seguirá siendo limitado, mientras que una recuperación sólida y sostenible no puede basarse en otra burbuja alimentada por la deuda.

Tan desigual como era Estados Unidos antes de la Gran Recesión, la crisis, y la manera en que fue manejada, llevó a una desigualdad de ingresos aún mayor, haciendo que la recuperación fuera mucho más difícil. Estados Unidos se está preparando para su propia versión de un malestar al estilo japonés.

Sin embargo, existen soluciones para este dilema: fortalecer la negociación colectiva, reestructurar las hipotecas, utilizar zanahorias y bastones para que los bancos vuelvan a prestar dinero, reestructurar las políticas impositivas y de gasto para estimular la economía hoy a través de inversiones a largo plazo, e implementar políticas sociales que aseguren oportunidades para todos. Como está hoy en día, con casi una cuarta parte de los ingresos totales y el 40% de la riqueza estadounidense en manos del 1% que más gana, Estados Unidos hoy es menos una "tierra de oportunidades" que incluso la "vieja" Europa.

Para los progresistas, estos datos abismales son parte de la letanía habitual de frustración y furia justificada. Lo que es nuevo es que el FMI se sumó al coro. Como concluyó Strauss-Kahn en su discurso en la Brookings Institution poco antes de la reciente reunión del Fondo: "En definitiva, el empleo y la igualdad son los pilares de la estabilidad y la prosperidad económica, de la estabilidad y de la paz política. Esto está en el corazón del mandato del FMI. Se lo debe colocar en el corazón de la agenda política".

Strauss-Kahn está demostrando ser un líder sagaz del FMI. Sólo nos queda esperar que los gobiernos y los mercados financieros presten atención a sus palabras.

(Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy. Copyright: Project Syndicate, 2011)

¿Estaremos ante el final (anunciado) del fetichismo económico? (el día de la víctima)

"La aplicación de recetas mágicas para controlar los ciclos, defendida por los expertos hasta 2007, se ha revelado inútil en la actual crisis"… Adiós a la "economía vudú": las medidas clásicas no sirven (El Economista – 23/4/11)

En la película "Todo en un día", un profesor de economía, interpretado por Ben Stein, se lanza a un soliloquio improvisado. "¿Alguien sabe qué es esto? Chicos? ¿Nadie lo sabe? ¿Nadie lo ha visto antes? Es la curva de Laffer. ¿Alguien sabe lo que significa? Significa que, en este punto de la curva de ingresos, obtenemos exactamente la misma cantidad de ingresos que en este otro punto. Es muy controvertido. ¿Alguien sabe cómo lo llamó el vicepresidente Bush en 1980? ¿Nadie? Economía vudú".

En el siglo pasado, Ronald Reagan descubrió la economía vudú aunque, en sus respuestas políticas a la crisis financiera internacional, los banqueros centrales y gobiernos han adoptado formas más exóticas de vudú. Desde principios del siglo XX, a la economía le ha preocupado el ciclo empresarial. Economistas como John Maynard Keynes o Milton Friedman han desarrollado teorías que explican los ciclos de altibajos. Y, lo que es más importante, trataron de desarrollar herramientas para manejar los ciclos, fomentando el progreso y la creación de la riqueza mientras reducían los trastornos y el elevado coste de las crisis periódicas.

Pese a sus complejas distinciones doctrinales, los seguidores de Keynes y Friedman creían que las medidas políticas "correctas" permiten un alto grado de control sobre las economías. Durante la belle époque de finales de los años ochenta hasta 2007 más o menos, los economistas y políticos se han deleitado con la creencia de que casi todos los grandes problemas de la economía y la gestión económica eran perfectamente comprensibles, por no decir del todo previsibles y controlables. Pero la crisis financiera internacional sacó a la luz las grandes lagunas del conocimiento económico humano y la incapacidad para controlar los acontecimientos.

Economía "sine qua non"

Los políticos cuentan con dos grandes mecanismos para influir en la economía. Mediante la política fiscal, los gobiernos pueden ajustar el nivel de gasto relativo a los flujos de impuestos. Con la política monetaria, los estados o, en los últimos tiempos, los bancos centrales "independientes" pueden ajustar los tipos de interés y la oferta del dinero para gestionar la disponibilidad y el coste del crédito, además de la inflación. En último término, ambos mecanismos están pensados para influir sobre el grado de la demanda de la economía, creando un nirvana económico sobre el nivel "correcto" del crecimiento, el paro y la inflación.

Al inicio de la crisis financiera internacional, los políticos recurrieron a antiguos remedios, aumentando los déficits presupuestarios y recortando los tipos de interés. La única salida al problema del exceso de deuda era un crecimiento sólido e inflación.

El crecimiento aumentaría los ingresos y los flujos de efectivo de los ciudadanos, empresas y países endeudados, permitiéndoles pagar las deudas con mayor facilidad. La inflación ayudaría a reembolsar la deuda, reforzando un aumento en los ingresos y los flujos de efectivo, al menos en términos nominales. La inflación también reduciría el nivel real (con ajuste de la inflación y el poder de compra) de los créditos, reduciendo el grado de apalancamiento dentro del sistema financiero.

Era la solución menos dolorosa. Los bancos e inversores que habían prestado imprudentemente no se verían penalizados. Los prestatarios que habían aceptado más deuda de la que eran capaces de devolver, serían recompensados. Los ahorradores prudentes perderían, ya que el valor de sus ahorros caería en poder de compra. Pese a reconocer que los niveles de consumo tenían que reducirse para aumentar los ahorros y rebajar la dependencia de los préstamos, se apuntalaría el gasto para restaurar el crecimiento económico.

No se debatieron la moralidad y la ética a largo plazo de las medidas y sus efectos. Se impusieron las exigencias del corto plazo mientras los políticos invocaban conjuros económicos conocidos como que no hay otra alternativa o cualquier alternativa es peor.

Por desgracia, tres años después, la apuesta heroica del crecimiento y la inflación no parece estar funcionando. Un crecimiento letárgico y unos índices bajos de inflación, sobre todo si no se tienen en cuenta los precios de los alimentos y la energía, prolongan el ajuste y retrasan la recuperación prevista de la prosperidad precrisis.

Estímulos limitados

Ahora, las opciones políticas económicas son limitadas. La política fiscal implica gravar y gastar o pedir prestado y gastar. A medida que los ingresos fiscales caían a resultas de una actividad económica ralentizada, casi todos los gobiernos recurrieron en un principio a los préstamos para financiar sus amplios déficits fiscales. La crisis de la deuda europea subrayó los límites de la capacidad de los gobiernos para pedir prestado y gastar. Los tipos oficiales de interés, rondando el cero en Estados Unidos, la zona euro y Japón, limitan la capacidad para estimular la economía mediante la política monetaria.

Los políticos han recurrido a medidas nada ortodoxas, siguiendo los consejos del escritor inglés de ciencia ficción Arthur C. Clarke, que decía que "los límites de lo posible sólo se definen traspasándolos hacia lo imposible". Un elemento clave de esta estrategia es la facilitación cuantitativa, otra clase de economía vudú. No obstante, la facilitación cuantitativa podría no tener más éxito que las estrategias previas y plantear otros riesgos.

Alquimia cuantitativa

La facilitación cuantitativa suele describirse como la impresión de dinero pero, en realidad, es algo más compleja.

Normalmente, los bancos centrales regulan la cantidad de dinero de una economía cambiando los tipos de interés, o el precio del dinero. Esos cambios de los tipos deben afectar a la demanda del crédito y la oferta de dinero. Cuando los tipos de interés ya están cerca del cero, hacen falta otros medios para aumentar la oferta de dinero en la economía.

Si la economía estuviera basada totalmente en el efectivo, significaría sólo imprimir más dinero. En la Alemania de Weimar, el gobierno se apoderó de las imprentas de los periódicos para imprimir más dinero, dada la demanda de billetes.

En una economía moderna, basada en los créditos, los bancos centrales compran bonos del estado, que se mantienen en la hoja de balance de la entidad. El efectivo pagado por los bonos, por lo general en reservas o depósitos con un tipo de interés bajo o cero en el banco central, puede intercambiarse por los bancos para obtener activos de mayor rendimiento, como préstamos a los clientes. Las compras también aumentan el precio de los bonos del estado, reduciendo los tipos de interés. En teoría, la facilitación cuantitativa reduce el coste de tomar prestado y crea liquidez, aumentando la oferta de dinero y, con un poco de suerte, también estimula la demanda y la inflación.

La facilitación cuantitativa se puede producir de cuatro formas distintas. Puede implicar que el banco central amplíe su hoja de balance, compre bonos del estado, modifique sus criterios de adquirir títulos menos líquidos y más arriesgados, o una combinación. En todas sus formas, la preocupación subyacente es la monetización de la deuda, es decir, que el banco central compre bonos del estado con dinero creado artificialmente para financiar recortes fiscales o gasto del gobierno, provocando una hiperinflación.

Medidas desesperadas

A finales de los años treinta, Japón echó mano de la facilitación cuantitativa a una escala considerable, en un intento de revivir su economía estancada. Con los tipos de interés a cero desde 1999, el Banco de Japón empleó la facilitación cuantitativa (ryoteki kinyu kanwa en japonés) para ofrecer más dinero a los bancos comerciales para préstamos privados. Desde 2007, Estados Unidos, el Reino Unido y la zona euro han recurrido, todos ellos, a estrategias similares.

El Banco de Inglaterra adquirió 175.000 millones de libras en activos a finales de octubre de 2010, principalmente de títulos del estado británico y pequeñas cantidades de deuda de alta calidad del sector privado. En noviembre de 2010, el Comité británico de Política Monetaria (MPC) votó a favor de incrementar el total de compras de activos a 200.000 millones de libras. El Banco Central Europeo (BCE) se ha servido de operaciones de financiación (una forma de facilitación cuantitativa) para inyectar efectivo en las economías de la zona euro. Ha ampliado los activos que pueden usar los bancos como colateral en préstamos denominados en euros del BCE.

La Reserva Federal (Fed) estadounidense ha sido la más agresiva a la hora de emplear la facilitación cuantitativa, lanzando varias series de compras. La escala de la operación del Fed puede calcularse a partir del incremento en tamaño del porfolio. De 700.000/800.000 millones de dólares de notas del Tesoro en 2007, el Fed aumentó el tamaño de su cartera de títulos a 2,1 billones de dólares en junio de 2010. Los pronósticos actuales indican que seguirá incrementándolo hasta llegar a casi 2,5 billones de dólares.

Entre noviembre de 2008 y marzo de 2010, el Fed compró alrededor de 1,25 billones de dólares en deuda bancaria, títulos respaldados por hipotecas (MBS) y notas del Tesoro. Tras un breve descanso, reanudó las compras en agosto de 2010, cuando el crecimiento económico cayó por debajo de las expectativas. En un principio, el Fed se comprometió a reinvertir los reembolsos de su cartera MBS en facilitación cuantitativa, por un valor aproximado de 30.000 millones de dólares al mes. En noviembre de 2010, el Fed anunció más medidas de facilitación cuantitativa, comprometiéndose a comprar 600.000 millones de dólares en títulos del Tesoro antes de finales del segundo trimestre de 2011.

Su presidente, Ben Bernanke, ha intentado en repetidas ocasiones diferenciar entre las medidas del Fed y la facilitación cuantitativa, prefiriendo referirse a ellas como "facilitación crediticia". En defensa de su política, sobre todo en un artículo de opinión publicado en Washington Post, ha asegurado a los críticos que la facilitación cuantitativa no es inusual y encaja perfectamente en la serie de medidas políticas a la disposición de los bancos centrales. Como respuesta, una serie de economistas de renombre publicaron una carta abierta en la que instaban al Fed a reconsiderar y suspender sus planes de compra de activos a gran escala.

Los peligros de estas medidas

Los defensores de la facilitación cuantitativa creen que rebajará los tipos de interés, fomentará el gasto y el crecimiento, y recortará el paro. Sostienen que, además, la facilitación cuantitativa permite a los bancos aumentar los préstamos, reduce los tipos hipotecarios, animando a la refinanciación, e impulsa los precios de los activos, fomentando todavía más el gasto gracias al efecto de una mayor riqueza.

En realidad, sin embargo, sus ventajas podrían ser inaprensibles puesto que, de por sí, unos tipos más bajos y una mayor oferta de dinero podrían no impulsar la actividad económica.

En Estados Unidos, muchos hogares están paralizados por los altos niveles actuales de deuda, bajos precios de la vivienda, perspectivas laborales inciertas y salarios estancados. Por ello, recortan los préstamos, y no al contrario. Para las empresas, la ausencia de demanda y, en algunos casos, el exceso de capacidad hace improbable que los tipos bajos de interés fomenten los préstamos y las inversiones.

En lugar de prestar a los clientes, las reservas creadas por la facilitación cuantitativa han permanecido directamente en las hojas de balance de los bancos o se han reciclado en títulos del estado. Las entidades comerciales estadounidenses disponen de unos volúmenes de efectivo y títulos del estado que superan los préstamos a los clientes. Y eso fue, precisamente, lo que se observó Japón cuando se implantó la facilitación cuantitativa.

Una liquidez mal gestionada

El crecimiento esclerótico de los créditos refleja las restricciones de capital de los bancos en diversos grados, por las pérdidas y también incrementos previstos de los requisitos oficiales de reservas de capital. El sistema financiero frágil y el riesgo de conmociones de financiación implican que los bancos estén gestionando bien la liquidez. Las previsiones económicas inciertas también han vuelto a los bancos más precavidos a la hora de ofrecer crédito a las entidades, aparte de los bancos "demasiado grandes para quebrar".

Los efectos generales sobre la actividad económica real han sido limitados. Hasta la fecha, los programas de facilitación cuantitativa del Fed han reducido los tipos de interés a largo plazo pero el crédito bancario se ha contraído, el mercado inmobiliario sigue débil y la recuperación económica, vacilante. La experiencia coincide con la de Japón, donde un periodo prolongado de facilitación cuantitativa no resultó en la recuperación económica, el crecimiento ni la reducción del paro o la inflación.

"Dios mío, ¿qué hemos hecho?"

"El economista Jeffrey Sachs ataca en un artículo en el Financial Times a la clase política europea y estadounidense, y les acusa de tener una fallida estrategia económica y una ausencia de liderazgo que han provocado el colapso de la confianza del mercado en sus economías. El problema es que no han sabido diagnosticar el verdadero problema al que se enfrentan: la globalización"… Occidente fracasa frente a la globalización: no hay estrategia ni liderazgo (El Economista – 18/8/11)

El economista, director del proyecto Milenio de Naciones Unidas, comienza dejando claro que no hay que culpar a las agencias de calificación, ya que "los gobiernos en Europa y América han sido incapaces de afrontar las realidades de los mercados globales de capital y la competencia de Asia", por lo que se merecen la mayor parte de los reproches.

Además, para salir de esta situación hace falta mostrar al público una solución "valiente, técnicamente sólida y basada en valores sociales", y según Sachs, los líderes transatlánticos han fallado en todos los sentidos.

Sachs analiza el problema que ha supuesto la globalización para las economías desarrolladas. Recuerda que los empleos de baja cualificación en fábricas y las nuevas inversiones en amplias parcelas de la industria han sido perdidos por culpa de la competición internacional. Este empleo sólo se pudo mantener en la década pasada gracias una burbuja inmobiliaria basada en bajos tipos de interés y en la desregulación, hasta que colapsó.

En sentido critica que tanto las autoridades europeas como estadounidenses "han virado entre paquetes de estímulo dirigidos al consumo, un callejón sin salida, y la austeridad sin ninguna visión sobre la inversión". Y es que según él, el camino de la recuperación no se debe basar en una nueva burbuja inmobiliaria, sino en una mejora de las capacidades, una mejora de las exportaciones y en inversiones públicas en infraestructuras y energías sin carbón.

Pero las críticas de Sachs no se dirigen sólo a la incapacidad de crear empleo, si no en el fracaso para responder a los valores sociales. Eso sí, asegura que esto no implica tener grandes déficits, ya que las deudas públicas ya son demasiado grandes a ambos lados del Atlántico. "Lo que implica es un equilibrio completamente diferente entre los recortes sociales y las subidas de impuestos a los ricos".

Es un hecho que la globalización ha supuesto no sólo un golpe duro para los menos cualificados, si no que ha provocado una bonanza para los súper-ricos, ya que han sido capaces de invertir en proyectos muy rentables en economías emergentes.

En este sentido, Sachs recuerda las palabras de Warren Buffett de mediados de agosto (2011), y asegura que los más ricos han sido capaces de convencer a sus gobiernos de que les recorten impuestos en el nombre de la competitividad. "Al final, los más pobres son doblemente golpeados, primero por las fuerzas de los mercados globales y después por la capacidad de los ricos para pagar impuestos más bajos alrededor del mundo".

¿Cómo debe ser la estrategia económica de salida?

En este punto, pide una mejora del sistema fiscal, que debería basarse en tres realidades. Primero, se debería incrementar la inversión en capital humano e infraestructuras. Segundo, se debería recortar el gasto superfluo, como por ejemplo en las guerras de Iraq, Afganistán y Yemen. Tercero, se deberían equilibrar los presupuestos a medio plazo, y en gran parte este equilibrio debería venir de incrementos de impuestos a los ricos y a los beneficios empresariales internacionales que se esconden en paraísos fiscales.

El economista aclara que las inversiones en infraestructuras no tienen necesariamente que incrementar los déficits si los nuevos proyectos se pagan por sí mismos, como en el caso de puestos, que pueden generar ingresos con futuros peajes, y que con las normas de contabilidad no cuentan como deuda financiera neta.

Además, dentro de su estrategia para salir de la crisis, pide que la recuperación se base en las exportaciones. Sachs asegura que parte de esto se debe conseguir con mejores cualificaciones y tecnologías, lo que es otra razón para no hacer recortes en educación. Pero además cree que la política fiscal también puede ayudar en este sentido: pone el ejemplo de los proyectos de China en África, con sus préstamos a países para que financien infraestructuras desarrolladas por empresas chinas.

La última pieza que falta para cualquier recuperación, "es la claridad de intenciones de la clase política". Así, critica con fuerza la supeditación de una respuesta coherente de la Unión Europea a las elecciones regionales alemanas o a partidos minoritarios finlandeses. También lanza un dardo al BCE: "ha estado tan dividido que también ha abandonado algunas de sus funciones fundamentales como la de estabilizar unos mercados en estado de pánico". Sachs culmina asegurando que no hay manera de que el euro sobreviva si las instituciones europeas continúan tan débiles, lentas y divididas.

EEUU tampoco se libra de las críticas y asegura que se ha convertido en una mezcolanza de intereses sectoriales, regionales y de clase. "Barack Obama es el increíble líder menguante, esperando a ver si le llaman los poderosos barones del Congreso". Además, asegura que el país no puede prosperar si sus políticos van con el sombrero en la mano de los intereses creados que financian sus campañas interminables.

El economista mantiene que las recientes turbulencias en los mercados (agosto 2011) y el estancamiento de Europa y Estados Unidos reflejan estos defectos fundamentales. "No hay estrategia de crecimiento, sólo la esperanza que los asustados y endeudados consumidores volverán a comprar casas que no necesitan y que no pueden permitirse".

El pecado original del euro: las diferencias norte-sur en la Eurozona (desestabilizadores automáticos)

Los países mediterráneos mantienen fuertes divergencias con sus vecinos del norte que explican buena parte de la actual crisis.

Básicamente, los ocho pequeños cuadros del gráfico se pueden dividir en dos: desarrollo económico y finanzas públicas.

Desarrollo económico y legislativo: como puede verse en la primera tabla, los países del sur son sustancialmente más pobres que los del norte. Este hecho se debe a muchas causas (históricas, sociales, etc.) pero también se explica por la rigidez de sus economías e introduce un factor de desequilibrio en las relaciones dentro de la Eurozona. De esta manera, la productividad por hora es mucho mayor en los países ricos (incluso aunque allí la mano de obra es más cara), lo que se traduce en mayor producción industrial, menor desempleo y más inversión en el exterior. También por eso son más eficientes, más flexibles y están mejor preparados para resistir una crisis como la actual.

Finanzas públicas: las otras tres tablas hacen referencia a la salud de las cuentas de las administraciones. También aquí se puede ver una importante diferencia entre unos y otros. Así, mientras los políticos del sur de Europa han dilapidado el dinero de sus contribuyentes, acumulando una deuda neta que supera el 100% de su PIB (de media, España estará a final de año alrededor del 65-70%). Los países del norte se mantienen en el entorno del 80%. Además, el déficit de los periféricos seguirá este año por encima del 5% (lo que quiere decir que no se han apretado el cinturón tanto como dicen), mientras que el de los vecinos del norte estará en el 3%. No es extraño que los rendimientos de los bonos vayan del 2% de media para unos mientras sobrepasan el 8% para los otros.

Con este panorama, uno de los objetivos de cualquier política que quiera sentar las bases de un futuro sólido para la Eurozona debe ser la armonización. Sería muy difícil para cualquier unión monetaria sobrevivir con unos territorios tan diferentes. Puede que, en este sentido, la crisis sea un proceso doloroso pero inevitable en ese camino de construcción europea que comenzó hace más de medio siglo y que hoy algunos piensan que podría descarrilar.

– Los estipendios de la ignorancia económica (Project Syndicate – 21/11/11)

(Por Robert Skidelsky) Lectura recomendada

Londres.- Los políticos son maestros en el arte de "pasar la pelota". Todo lo bueno que ocurre es un reflejo de sus talentos y esfuerzos excepcionales; y, todo lo malo es causado por personas o situaciones que les son ajenas.

La economía es un campo clásico para esta estrategia. Tres años después del casi colapso de la economía mundial, la débil recuperación se agotó en la mayoría de los países desarrollados, y la inercia económica de la misma arrastrará al resto. Los expertos vaticinan una recesión de "doble caída", pero en algunos países la primera caída no finaliza: El PIB griego ha estado cayendo durante tres años.

Cuando les pedimos a los políticos que expliquen estos lamentables resultados, responden al unísono: "Esto no ocurre por culpa nuestra". La recuperación, canta el estribillo, se ha "descarrilado" por la crisis de la eurozona. Pero esto se dice para marear a la perdiz. La crisis de la eurozona no descarriló la recuperación; esta crisis es el resultado de una falta de recuperación. Es el resultado natural y predecible, y (por muchos) pronosticado de la política deliberada de los principales países europeos para reprimir la demanda agregada.

Dicha política estaba destinada a producir una crisis financiera, debido a que se veía obligada a dejar a los gobiernos y a los bancos con activos disminuidos y deudas de mayor tamaño. A pesar de la austeridad, el pronóstico de déficit estructural de este año en el Reino Unido ha aumentado del 6,5% al ??8%, por lo que se requieren £22 mil millones adicionales ($34,6 mil millones) en recortes en un año. El primer ministro David Cameron y el canciller George Osborne echan la culpa a la crisis de la eurozona; pero, la verdad es que se debería echar la culpa al analfabetismo económico de Cameron y Osborne.

Por desgracia para todos nosotros, en la actualidad se debe repetir la explicación. Las depresiones, recesiones, contracciones -llámeselas como se las quiera llamar- se producen porque el sector privado gasta menos de lo que gastó anteriormente. Esto significa que si sus ingresos caen porque el gasto de una empresa u hogar es el ingreso de otra empresa u hogar.

En esta situación, el déficit público se eleva de forma natural, a medida que los impuestos sobre los ingresos disminuyen y los gastos del seguro de desempleo y otros beneficios aumentan. Estos "estabilizadores automáticos" taponan parte de la brecha en el gasto del sector privado.

Pero si el gobierno comienza a reducir su propio déficit antes de que se recupere el gasto en el sector privado, el resultado neto será una mayor reducción en el gasto total, y por lo tanto, en los ingresos totales, lo que causará que el déficit público se amplíe, en lugar de reducirse. Es cierto que si los gobiernos dejan de gastar por completo, los déficits con el tiempo caerán hasta llegar a cero. Las personas se morirán de hambre en el ínterin, pero el presupuesto se equilibrará.

Esta es la lógica de locura de la política económica actual en gran parte de Europa (y también en otros lugares). Por supuesto, no se la aplicará hasta llegar a un amargo final. Si se la aplica de forma extrema, la economía se agrietará a lo largo del camino; es decir, se afectarán los bancos, el sistema monetario, la cohesión social, la legitimidad del régimen político, etc. Nuestros líderes pueden tener deficiencias intelectuales, pero no son suicidas. La reducción del déficit con el tiempo se pondrá en el congelador, ya sea abiertamente, como yo preferiría, o subrepticiamente, que es la forma cómo actúan los políticos. En el Reino Unido, ya se habla del Plan A +.

A aquellos que ven la necesidad de implementar tal estrategia de crecimiento, y que son también quienes quieren ayudar a sus amigos, les gusta la idea de recortes de impuestos, en especial para los ricos. Esto orada un agujero en los actuales planes de reducción del déficit, pero si el gobierno sigue recortando el gasto, tiene el beneficio (visto desde el punto de vista conservador) de la reducción del papel del Estado a medida que transcurra el tiempo.

Aparte de las cuestiones de equidad, reducir las tasas de impuesto en los niveles superiores es una forma inferior de aumentar el gasto, porque los ricos tienen una mayor propensión a ahorrar. Las reducciones de impuestos deberían estar especialmente dirigidas a los pobres si se quiere que el dinero se gaste para estimular la economía.

De hecho, la mejor opción de todas es que el mismo gobierno gaste el dinero. Los gobiernos pueden hacer esto de forma consistente con un plan de reducción del déficit a mediano plazo en el cual se realiza una distinción crucial entre las cuentas de presupuesto que son corrientes y las que son de capital. Una cuenta corriente es aquella que incluye el gasto en bienes perecederos y servicios que no producen activos. Una cuenta de capital es aquella que se utiliza para la compra o construcción de activos duraderos que proporcionan un rendimiento futuro potencial. El primer tipo de cuenta es un cargo sobre los impuestos, el segundo tipo no lo es.

Si las reglas actuales de contabilidad son demasiado insensibles para hacer esta distinción, una entidad independiente podría ejecutar las inversiones. Un banco de inversión nacional que sería capitalizado por el gobierno, podría prestarse del sector privado, y podría invertir en infraestructura, vivienda, y en el "reverdecimiento" de la economía. Al mismo tiempo esto serviría para tapar un agujero en la demanda y mejoraría las perspectivas de crecimiento a largo plazo de la economía. Hay indicios de que funcionarios en el Reino Unido y Estados Unidos están empezando a moverse en esta dirección.

Si nada funciona, será el momento de rociar el campo, con lo que Milton Friedman llamó "dinero helicóptero"; es decir, poner el poder de compra directamente a los bolsillos de las personas, al proporcionar a cada familia con un vale para gastos que contenga una fecha de caducidad. Esto por lo menos mantendría la economía a flote hasta que se desarrolle el programa de inversiones a largo plazo.

Sería mejor si estos esquemas podrían ser acordados por todos los países del G-20, tal como sucedió brevemente en el caso de las medidas de estímulo coordinadas en abril del año 2009. Si esto no ocurre, grupos de países deberían dedicarse a desarrollar tales esquemas por su cuenta.

La Unión Europea necesita desesperadamente una estrategia de crecimiento. Sus planes de rescate financiero actuales sólo ayudan a que países como Grecia e Italia se presten dinero a bajo costo en un medio en el cual se enfrentan tasas de interés de mercado que son prohibitivas, mientras que la insistencia que tienen los esquemas en cuanto a lograr una mayor reducción en los déficits presupuestarios en dichos países reducirá aún más el poder adquisitivo europeo. Los gobiernos beneficiarios tendrán que recortar sus gastos; los bancos tendrán que soportar grandes pérdidas.

A largo plazo, la eurozona debe ser reconocida como un experimento fallido. Debe ser reconstituida con una cantidad mucho menor de miembros, incluyéndose únicamente a países que no tienen de forma persistente déficits en sus cuentas corrientes. Todo lo demás que ha sido propuesto para salvar a la eurozona en su forma actual – una tesorería central, una autoridad monetaria que se ocupa de aspectos que van más allá del manejo de la inflación, la armonización fiscal, un nuevo tratado – es una quimera política.

(Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick. Copyright: Project Syndicate, 2011)

Cambio de rumbo del FMI (¿será por qué la crisis le tocó a "uno(s) de los nuestros?)

En un discurso ante el Parlamento el mes de noviembre (2011), el primer ministro británico, David Cameron, planteó una pregunta retórica: "¿Hay un sólo partido dominante en Europa que piense que la respuesta al problema de la deuda debe ser más gasto y más endeudamiento?"

Cameron trataba de vituperar a los partidos socialdemócratas de Europa, incidiendo en el hecho de que carecen de la facultad de aplicar el tipo de programa que les gustaría.

Pero sorprendentemente (vista la historia reciente) es el FMI quien ha retomado la senda del keynesianismo, ante la huida de la escena de los gobiernos en la actual crisis financiera europea

Es cierto que en múltiples ocasiones en los últimos dos años ha obligado a Europa a emprender medidas de austeridad, pero lo ha hecho a cambio de conceder grandes sumas de dinero a los países en problemas y más forzado de lo que quisiera por sus socios del Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea.

"Ha hecho un montón de enemigos, pero también ha ayudado a evitar una catástrofe", apunta Jarad Vady de The New Republic.

El rol del FMI en las distintas crisis

Ahora bien, no siempre ha sido un abanderado del keynesianismo. Recuerda Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, que el FMI, en su concepción original, fue creado para presionar a los países para que aplicaran políticas más expansivas de las que escogerían por sí solos.

En sus primeros años cumplió a rajatabla con su mandato. En la década de los cuarenta trabajó para mantener un alto nivel de empleo y de ingresos reales. Pero 40 años después la globalización financiera liberó a las economías ricas de la necesidad del dinero del FMI. Y el organismo se deslizó desde la flexibilidad keynesiana hacia la ortodoxia de la Escuela de Chicago. Fue la época en que las grandes crisis golpearon América Latina (década de 1980), México de nuevo en 1994-1995, los tigres asiáticos en 1997 y Rusia, Brasil, Argentina y Turquía en los siguientes cinco años.

Jacob Kirkegaard, investigador senior del Instituto Peterson, recuerda: "El FMI creció muy apegado a la idea de la austeridad presupuestaria. No importaba cuál fuera el problema", dice Kirkegaard, porque "el FMI siempre decía lo mismo: recortar el presupuesto".

Pero dos eventos en los años más recientes hicieron volver al FMI a sus orígenes keynesianos: la crisis financiera de 2008 y la llegada de un director nuevo, Dominique Strauss-Kahn. Bajo el liderazgo de Strauss-Kahn, el FMI se convirtió en un baluarte contra el cuidado y la ortodoxia alemana. "Realmente cambió las cosas", apunta Jack Boorman, ex asesor especial del director gerente del FMI desde 2003 a 2007.

Claro que, a ojos del Bundesbank, Strauss-Kahn era un socialista francés en quien no se podía confiar, explica Kinkegaard. Los ánimos se calentaron aún más cuando en febrero de 2010 el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, dijo que los bancos centrales podrían prevenir futuras crisis persiguiendo una tasa de inflación algo más elevada.

Mientras los líderes ortodoxos de Europa abogaron por la austeridad, el FMI luchó para que los países pusieran el pie en el pedal del keynesianismo. En abril de 2010, cuando se aprobó el primer rescate a Grecia, los economistas del Fondo presionaron para conceder al país heleno una ayuda más generosa de la que finalmente se aprobó, pero se encontraron con la resistencia de la Comisión Europea y el BCE.

Según Boorman, el rescate hubiera sido muy diferente si el FMI hubiera estado al mando. Los economistas del Fondo sólo pudieron advertir de que las hipótesis y las previsiones económicas de sus socios -BCE y UE- eran demasiado optimistas.

"Empíricamente se ha demostrado que tenía razón", apunta Kirkegaard. "Lo que dijo que ocurriría en Grecia, ha ocurrido". La austeridad ha hecho más difícil que el país heleno cumpla con los objetivos de déficit. Y eso ha impulsado la credibilidad del fondo.

Cuando llegó el momento de diseñar el rescate a Irlanda y posteriormente el de Portugal, el FMI dispuso de mayor libertad para fijar las condiciones del rescate.

El freno de Alemania y las limitaciones del FMI

Sin embargo, Alemania ha limitado en gran medida la influencia del FMI sobre los periféricos, en lugar de seguir su consejo sobre las cuestiones importantes para gestionar la crisis. El resultado han sido severas medidas de austeridad en todo el continente y una crisis que ha ido a peor. A diciembre de 2011 el gobierno británico está preparando planes de contingencia para algo que se creía impensable: la disolución del euro.

Tampoco hay que olvidar que el FMI tiene sus límites: no dispone del dinero suficiente para impedir una catástrofe de tal magnitud, aunque los líderes europeos han estado debatiendo los últimos tiempos (diciembre 2011) como incrementar los recursos del Fondo y poder dar crédito (por la puerta trasera) a España e Italia.

"Pero si hay algo que la crisis europea ha demostrado es que el FMI ya no puede ser acusado de no tener las ideas correctas", apunta Jarad Vady en The New Republic.

Antes el FMI, ahora la OCDE… ¿estaremos ante un cambio de paradigma?

"Los gobiernos de varios países desarrollados deberían considerar crear impuestos que graven el patrimonio y los bienes inmuebles, o incrementar los ya existentes, en el marco del conjunto de medidas pensadas para detener y revertir la creciente desigualdad de rentas, dijo el lunes la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico"… La OCDE aboga por impuestos en países desarrollados para combatir la desigualdad (The Wall Street Journal – 5/12/11)

En su primer informe sobre el tema desde 2008, la OCDE dijo que la diferencia entre ricos y pobres en la mayoría de sus 34 miembros ha seguido aumentando. La renta media del 10% de la población más rica de las economías desarrolladas es ya nueve veces la del 10% más pobre, mientras que en la década de 1980 la diferencia era de cinco veces.

Desde mediados de la década de 1990, las diferencias de renta han aumentado rápidamente incluso en países como Suecia y Alemania, donde tradicionalmente hay menos desigualdad. Sólo dos miembros de la OCDE -México y Chile- se libran de la tendencia generalizada, pero partían de una situación en la que registraban las distribuciones de ingresos más desiguales de los 34.

La OCDE indica que la creciente desigualdad está alimentando la insatisfacción con las estructuras sociales y económicas en varios países desarrollados.

"El impacto social está comenzando a desatarse en muchos países", comentó Ángel Gurría, secretario general de la OCDE. "Los jóvenes que no ven un futuro para sí mismos sienten cada vez más que no están representados. Ahora se les han unido los quienes creen que están soportando lo peor de una crisis en la que no han tenido responsabilidad, mientras que las personas con rentas altas no parecen afectadas".

La OCDE dijo que diversos factores han contribuido al incremento de la desigualdad. El cambio tecnológico ha sido desproporcionalmente beneficioso para los más cualificados, al igual que los cambios en el mercado laboral y otras normas pensadas para responder a la mayor competitividad en un periodo de rápida globalización. Los recortes de los impuestos a las rentas altas y las reducciones de las prestaciones sociales para los desempleados o los trabajadores con salarios bajos también han desempeñado un papel, según la OCDE.

"Este estudio disipa las asunciones de que los beneficios del crecimiento económico se trasladarán automáticamente a los desfavorecidos y que una mayor desigualdad promueve una mayor movilidad social", dijo Gurría. "Sin una estrategia integral para el crecimiento inclusivo, la desigualdad seguirá aumentando".

La OCDE dijo que esta estrategia debería incluir mejores sistemas educativos y más formación cuando la gente se integra en el mundo laboral, y agregó que también ayudaría garantizar el libre acceso a la educación y los servicios de salud.

Pero el organismo, con sede en París, agregó que los gobiernos también deberían revisar sus sistemas impositivos para asegurarse de que los ciudadanos con rentas más altas pagan en impuestos "lo que les corresponde en justicia".

"Esto puede lograrse aumentando los tipos impositivos marginales a los ricos, pero también mejorando el cumplimiento fiscal con eliminaciones de las deducciones fiscales y volviendo a valorar el papel de los impuestos en todos los tipos de propiedad y renta", dijo la OCDE.

La OCDE indicó que la desigualdad de los ingresos es generalmente elevada en los países anglófonos, ya que tanto Estados Unidos como Reino Unido están en el grupo de países en el que el 10% más rico posee rentas 15 veces superiores a las del 10% más pobre. Ese ratio es, de media, de cinco a uno en varios países del norte de Europa, como Dinamarca, Noruega, Finlandia y Suecia.

El estudio de la OCDE sólo cubre el periodo hasta 2007, pero sus autores aseguran que no es probable que los niveles de desigualdad hayan cambiado durante la crisis financiera e inmediatamente después.

"Imagino que no habrá demasiado cambio", indicó Michael Forster, principal autor del estudio. "Ha habido un enorme incremento del desempleo, pero al menos temporalmente algunas de las rentas más altas han descendido porque la renta del capital se ha reducido".

Anexo VI:

– Titulaciones y dólares (El País – 13/3/11)

(Por Paul Krugman)

Es una verdad universalmente reconocida que la educación es la clave del éxito económico. Todo el mundo sabe que los trabajos del futuro requerirán grados aún más altos de destreza. Esa es la razón por la que, en una comparecencia reciente con el ex gobernador de Florida Jeb Bush, el presidente Obama afirmaba: "Si queremos más buenas noticias en relación con el empleo, tenemos que invertir más en educación".

Pero eso que todo el mundo sabe es inexacto. Al día siguiente del acto de Obama y Bush, The Times publicaba un artículo sobre el uso cada vez más frecuente de programas informáticos para realizar investigaciones legales. Resulta que los ordenadores pueden analizar rápidamente millones de documentos y llevar a cabo de forma barata una tarea que antes requería legiones de abogados y procuradores. Así que, en este caso, el progreso tecnológico está reduciendo en realidad la demanda de trabajadores cualificados.

Y no es un ejemplo aislado. Como se señala en el artículo, los programas informáticos también han empezado a sustituir a los ingenieros en labores como el diseño de procesadores. En términos más generales, la idea de que la tecnología moderna elimina solo trabajos de baja categoría, que los trabajadores bien formados salen ganando claramente, puede que predomine en el debate popular, pero realmente hace décadas que está anticuada.

Desde 1990 más o menos, el mercado laboral de EEUU se ha caracterizado no por un aumento general de la demanda de aptitudes, sino por un vaciado: tanto el empleo bien remunerado como el poco remunerado han crecido rápidamente, pero los trabajos con sueldos intermedios -los empleos con los que contamos para mantener una clase media fuerte- se han quedado rezagados. Y el hueco que hay en medio se ha hecho más grande: muchas de las ocupaciones mejor pagadas que crecieron rápidamente en los años noventa han experimentado un crecimiento mucho más lento últimamente, aun cuando el crecimiento del empleo peor remunerado se ha acelerado.

¿Por qué está pasando esto? La creencia de que la educación se está volviendo más importante que nunca se basa en la idea aparentemente plausible de que los avances tecnológicos hacen aumentar las oportunidades laborales de quienes trabajan con la información (en términos generales, que los ordenadores ayudan a quienes trabajan con sus mentes, mientras que perjudican a quienes trabajan con sus manos).

Sin embargo, hace algunos años, los economistas David Autor, Frank Levy y Richard Murnane sostenían que esa era la forma errónea de enfocar el asunto. Los ordenadores, señalaban, sobresalen en tareas rutinarias, "tareas cognitivas y manuales que pueden llevarse a cabo siguiendo normas explícitas". Por tanto, cualquier tarea rutinaria -una categoría a la que pertenecen muchos trabajos cualificados no manuales- está en la línea de fuego. Por el contrario, las labores que no pueden llevarse a cabo siguiendo normas explícitas -categoría a la que pertenecen muchos tipos de trabajos manuales, desde los conductores de camión hasta los conserjes- tenderán a aumentar aun cuando exista un progreso tecnológico.

Y esta es la cuestión: la mayoría de las labores manuales que todavía se realizan en nuestra economía parecen ser de la clase que es difícil automatizar. Concretamente, en un momento en el que los trabajadores de producción en el sector de la fabricación representan un 6% del empleo de EEUU, no quedan muchos trabajos que perder en la línea de montaje. Mientras tanto, buena parte del trabajo cualificado actualmente realizado por trabajadores bien formados y relativamente bien pagados pronto podría estar informatizado. Las aspiradoras robóticas son monas, pero los conserjes robóticos aún están lejos; la investigación legal informatizada y el diagnóstico médico con ayuda de ordenador ya están aquí.

Y luego está la globalización. Antiguamente, solo los obreros tenían que preocuparse por la competencia extranjera, pero la combinación de ordenadores y telecomunicaciones ha hecho posible proporcionar muchos servicios a larga distancia. Y la investigación de mis compañeros de Princeton Alan Blinder y Alan Krueger indica que los trabajos bien pagados realizados por empleados altamente cualificados son, en todo caso, más "trasladables al exterior" que las labores realizadas por trabajadores peor pagados y con menos formación. Si están en lo cierto, el aumento del intercambio internacional en los servicios vaciará aún más el mercado laboral de EEUU.

¿Y qué nos dice todo esto sobre la política? Sí, tenemos que arreglar la educación estadounidense. En concreto, las desigualdades a las que se enfrentan los estadounidenses en sus comienzos (los niños inteligentes de familias pobres tienen menos posibilidades de licenciarse que los hijos mucho menos capaces de familias ricas) no solo son un escándalo; representan un desperdicio enorme del potencial humano del país. Pero hay cosas que la educación no puede hacer. En concreto, la idea de que enviar más jóvenes a la universidad puede restaurar la sociedad de clase media que antes teníamos es una falsa ilusión. Ya no es cierto que tener una titulación universitaria le garantice a uno un buen trabajo, y se está volviendo menos cierto con cada década que pasa.

De modo que si queremos una sociedad en la que la prosperidad esté bien repartida, la educación no es la respuesta; tendremos que proponernos construir esa sociedad directamente. Tenemos que recuperar la capacidad de negociación que los trabajadores han perdido durante los últimos 30 años para que tanto los empleados corrientes como las superestrellas tengan poder para negociar unos buenos salarios. Tenemos que garantizar lo básico, sobre todo la asistencia sanitaria, a todos los ciudadanos. Lo que no podemos hacer es llegar adonde tenemos que ir limitándonos a darles a los trabajadores titulaciones universitarias, que puede que no sean más que entradas para trabajos que no existen o que no proporcionan sueldos propios de la clase media.

(Por Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y Premio de Economía 2008. © 2011. New York Times Service)

– Empleos y estructura en la economía global (Project Syndicate – 16/3/11)

(Por Michael Spence and Sandile Hlatshwayo)

Nueva York.- La economía global está en una encrucijada a medida que los mercados emergentes (y de modo más amplio los países en desarrollo) cobran cada vez más importancia, tanto para la estabilidad macroeconómica y financiera como por su impacto sobre otras economías, incluidos los países avanzados.

Consideremos por ejemplo lo que ha sucedido en los últimos 20 años en los Estados Unidos. En algunas partes del sector comercializable (las finanzas, los seguros y el diseño de sistemas de cómputo) el valor agregado y el empleo crecieron, mientras que en otras (la electrónica y los automóviles) creció el valor agregado pero el empleo disminuyó a medida que los puestos de menor valor agregado salieron al extranjero. El efecto neto fue un aumento insignificante del crecimiento en el sector comercializable.

La economía estadounidense no tenía un problema notorio de desempleo hasta la crisis de 2008 porque el sector no comercializable absorbía la mayor parte de la expansión de la fuerza laboral. Ahora ese ritmo de crecimiento del empleo parece insostenible. El gobierno y la atención a la salud por sí solos representaron casi el 40% del aumento neto del empleo en toda la economía desde 1990 hasta 2008. La debilidad fiscal, el reajuste del valor de los bienes inmobiliarios y la disminución del consumo indican que existe la probabilidad de un desempleo estructural de largo plazo.

Una respuesta posible es afirmar que los resultados de los mercados siempre favorecen a todos a la larga. Pero ni la teoría ni la experiencia apoyan ese argumento. Por ejemplo, en los Estados Unidos si bien muchos bienes y servicios son más baratos de lo que serían si el país estuviera aislado de la economía global, no podemos dar por sentado que estos ahorros en los costos necesariamente compensen la reducción de las oportunidades de empleo. La gente podría estar dispuesta a sacrificar los precios bajos de las mercancías a cambio de la garantía de que habría amplias opciones de empleos productivos y bien remunerados ahora y en el futuro.

Una segunda respuesta es reconocer las implicaciones en términos de la distribución, pero aceptarlas como el precio de la eficiencia y la apertura. Según este punto de vista, la alternativa -no tener un sistema de mercado eficiente que opere en una economía global relativamente abierta- sería mucho peor.

Probablemente sí haya que elegir entre los niveles de ingreso y la distribución por un lado y la gama de oportunidades de empleo por el otro. No es realista definir el reto en términos de resistir o de vencer a las poderosas fuerzas de mercado que operan en la economía global. Más bien, el desafío radica en cómo reorientar de la mejor manera los incentivos marginales para mejorar los efectos en la distribución.

Hay varias dimensiones en las que se puede actuar. Por el lado de la oferta, el Estado puede invertir o hacer inversiones conjuntas con el sector privado en capital físico (infraestructura), instituciones, capital humano y los soportes de conocimientos y tecnológicos de la economía. Estas inversiones generalmente tienen el efecto (tanto en países avanzados como en países en desarrollo) de elevar los rendimientos de la inversión privada, con lo que ésta se expande en magnitud y alcance e impulsa el empleo. Reformar el sistema impositivo para favorecer la inversión y eliminar la complejidad y la ineficiencia ayudaría.

Los empleos de alto valor agregado con salarios elevados, especialmente en el sector comercializable, generalmente exigen personas altamente calificadas. Por supuesto, el que haya más y mejor educación no garantiza que el número de esos empleos se pueda ampliar de manera significativa debido al alcance del sector comercializable. Pero una mayor cantidad de titulaciones en ciencias e ingeniería podría promover el crecimiento del empleo y -junto con inversiones del sector público en tecnologías prometedoras-también podría aumentar el alcance del sector comercializable.

Dicho eso, los incentivos privados y los objetivos sociales no están perfectamente alineados. Tampoco son diametralmente opuestos. Las empresas multinacionales tienen acceso a una abundante oferta global de mano de obra relativamente barata en múltiples categorías de capacitación, por lo que no hay muchos beneficios para las inversiones que aumentan la productividad de la mano de obra en los sectores comercializables de los países de ingresos altos. No obstante, las coinversiones del sector público, si se orientan de manera adecuada, podrían reorientar estos incentivos mediante la disminución del costo de la inversión privada en tecnología.

De forma análoga, las inversiones en infraestructura añadirían empleos directamente y mejorarían la competitividad y la eficiencia en una amplia gama de sectores. Dada la difícil situación fiscal actual, también se deberían explorar las operaciones conjuntas entre el sector público y el privado, aprovechando la larga experiencia que existe sobre inversiones en infraestructura para apoyar el crecimiento en los países en desarrollo.

Restablecer los elementos de la competitividad en las manufacturas es complicado. Una vez que se han perdido la mano de obra calificada, los programas de capacitación y las instituciones técnicas en industrias específicas, es difícil recuperarlas. La política de largo plazo debería incluir una evaluación dinámica de la fuerza competitiva y el potencial de empleo en todos los sectores y a todos los niveles de capital humano, con el objetivo de promover resultados de mercado que cumplan objetivos sociales.

La mayoría de los países invierten recursos públicos en activos que tengan por efecto aumentar su capital humano y su base tecnológica y, por lo tanto, su competitividad. Eso continuará y debe continuar. Es una forma benigna de competencia global que aumenta la productividad en todas partes, siempre que los mercados para los productos terminados e intermedios permanezcan abiertos.

Para que un sistema global abierto sobreviva en un mundo en el que los Estados nación son los principales encargados de la toma de decisiones, será necesario administrarlo y guiarlo no sólo para que logre la eficiencia y la estabilidad (por importantes que sean estos objetivos), sino también para que garantice que sus beneficios se distribuyan de manera equitativa entre los países y dentro de ellos.

Si el empleo en los países avanzados, como los Estados Unidos, logra una recuperación firme junto con el crecimiento, será más fácil obtener apoyo político para una economía global abierta. Pero, en vista de las tendencias adversas en el sector comercializable y del agotamiento del sector no comercializable como fuente de creación de empleos, el escenario más probable es que el desempleo siga siendo pertinazmente elevado a pesar de un regreso al crecimiento normal. En ese caso, las posturas políticas se dividirán y se polarizarán y aumentará la inclinación por las "soluciones" proteccionistas, lo que pondrá en peligro la apertura económica global.

No es buena idea suponer que los mercados solucionarán por sí solos estos problemas de distribución; la evolución de la estructura y de la distribución del ingreso es en gran medida el resultado de los incentivos del mercado. Todos los países, los avanzados y los emergentes, deben abordar cuestiones de inclusión, distribución y equidad como parte central de sus estrategias de crecimiento y desarrollo.

Paul Samuelson dijo alguna vez que toda buena causa merece algo de ineficiencia. Tenía razón moral, pragmática y políticamente.

(Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, miembro visitante distinguido del Consejo de Relaciones Exteriores, e investigador superior en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford. Su último libro es: The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– La crisis ideológica del capitalismo occidental (Project Syndicate – 6/7/11)

(Por Joseph E. Stiglitz)

New York.- Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología -la creencia en los mercados libres y sin restricciones- llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años ochenta hasta el año 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año.

Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EEUU yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.

Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideología e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial – o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.

En los EEUU, este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo – no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.

Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad – y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.

Hace una década, en medio de un auge económico, los EEUU enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud – impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego– rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.

Los remedios para el déficit de EEUU surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en su lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EEUU en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EEUU ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.

Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasó en el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.

Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.

Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socava la confianza y una espiral descendente se pone en marcha.

¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso – incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible. Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.

(Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– El timo del capital empresarial (El País – 10/7/11)

(Por Paul Krugman)

Y ahora, la economía de la filtración -concretamente, la idea de que cualquier cosa que haga aumentar los beneficios empresariales es buena para la economía- vuelve a ponerse de moda.

Aparentemente parece algo extraño. Durante los dos últimos años, los beneficios se han disparado, mientras que el paro ha seguido siendo desastrosamente elevado. ¿Por qué iba a creerse nadie que entregar aún más dinero a las empresas, sin límites ni requisitos, conduciría a una creación de empleo más rápida?

Sin embargo, la teoría de la filtración está claramente en alza; y hasta algunos demócratas se la están creyendo. ¿A qué me refiero? Fíjense primero en los argumentos que blanden los republicanos para defender unas lagunas fiscales escandalosas. ¿Cómo puede alguien exigir unos recortes drásticos en Medicare y Medicaid y, al mismo tiempo, defender unos beneficios fiscales especiales que favorezcan a los gestores de fondos de cobertura y a los propietarios de aviones de empresa?

Pues esto es lo que un portavoz de Eric Cantor, el líder de la mayoría de la Cámara, le decía a Greg Sargent, de The Washington Post: "No se puede ayudar al asalariado gravando a quien paga el sueldo y da trabajo". Proseguía dando a entender, de forma poco sincera, que los beneficios fiscales en cuestión ayudan principalmente a las pequeñas empresas (en realidad, están destinados sobre todo a las grandes). Pero el argumento básico era que todo aquello que deje más dinero en manos de las empresas se traducirá en más empleo. Es decir, es pura filtración.

Y luego está el problema de la repatriación.

Se supone que las grandes empresas estadounidenses deben pagar impuestos sobre los beneficios de sus filiales extranjeras, pero solo cuando esos beneficios se vuelven a transferir a la empresa matriz. Ahora hay un plan -impulsado, por supuesto, por una gran campaña de presión– para ofrecer una amnistía en virtud de la cual las empresas podrían recuperar los fondos sin apenas pagar impuestos. Y hasta algunos demócratas están apoyando esta idea, afirmando que crearía empleo.

Como señalan quienes se oponen a este plan, ya conocemos esta historia: en 2004 se ofrecieron unas vacaciones fiscales similares, vendiéndolas con un argumento similar, y fue un completo fracaso. Efectivamente, las empresas aprovecharon la amnistía para volver a traerse un montón de dinero a Estados Unidos. Pero usaron ese dinero para pagar dividendos, reducir sus deudas, acaparar otras empresas y volver a comprar sus propias acciones; prácticamente de todo, salvo aumentar la inversión y crear empleo. De hecho, no hay pruebas de que las vacaciones fiscales de 2004 hiciesen nada por estimular la economía.

Sin embargo, lo que sí que hicieron las vacaciones fiscales fue brindar a las grandes empresas la oportunidad de evitar pagar impuestos, porque al final habrían repatriado gran parte del dinero que trajeron durante la amnistía y habrían pagado impuestos por él. Y también les dieron a estas empresas un incentivo para trasladar aún más puestos de trabajo al extranjero, puesto que ya sabían que tendrían bastantes posibilidades de traerse a casa los beneficios obtenidos fuera prácticamente sin pagar impuestos gracias a futuras amnistías.

No obstante, como ya he dicho, hay una campaña a favor de que se repita este desastroso comportamiento. Y esta vez, las circunstancias son todavía peores. Piensen en ello: ¿Cómo puede alguien imaginar que la falta de capital empresarial es lo que está frenando la recuperación en Estados Unidos ahora mismo? Después de todo, es un hecho de sobra conocido que las empresas ya han acumulado grandes cantidades de dinero que no están invirtiendo en sus propios negocios.

De hecho, ese capital ocioso se ha convertido en un argumento conservador de primer orden, ya que la derecha afirma que las empresas no son capaces de invertir debido a la incertidumbre política. Eso es falso casi con total seguridad: las pruebas apuntan claramente a que la verdadera razón por la que las empresas acumulan capital inactivo es la falta de demanda de los consumidores. En cualquier caso, si las empresas ya tienen gran cantidad de dinero que no están utilizando, ¿por qué el hecho de ofrecerles un beneficio fiscal que poder añadir a esta montaña de dinero iba a servir para acelerar la recuperación?

Está claro que no serviría de nada; las afirmaciones sobre que unas vacaciones fiscales empresariales crearían empleo, o que poner fin a los beneficios fiscales para los aviones de empresa destruiría empleo, no tienen sentido.

Esto es lo que deberían responderle a cualquiera que defienda los grandes favores a las corporaciones: la falta de capital empresarial no es el problema al que hace frente Estados Unidos. Las grandes empresas ya tienen el dinero que necesitan para expandirse; lo que falta es un motivo para expandirse, al estar los consumidores contra las cuerdas y el Gobierno recortando drásticamente el gasto.

Lo que necesita nuestra economía es que el Gobierno genere empleo directamente y que se aligere el peso de las deudas hipotecarias de los consumidores sometidos a presión. Lo que no necesita en absoluto es que se transfieran miles de millones de dólares a unas grandes empresas que no tienen intención de contratar a nadie salvo a más integrantes de los grupos de presión.

(© 2011. New York Times Service)

– Cómo achicar el déficit de crecimiento de Estados Unidos (Project Syndicate – 21/9/11)

(Por Michael Spence)

Milán.- A medida que la economía estadounidense continúa chisporroteando tres años después de que erupcionó la crisis financiera global, algo va quedando en claro: los Estados Unidos no puede generar mayores tasas de crecimiento del PIB y del empleo sin que exista un cambio en la mezcla de los componentes de la economía domésticos y aquellos orientados a la exportación. Por encima de todo, esto requerirá de un cambio estructural y de mayor competitividad en un sector transable ampliado.

Durante más de una década antes de la crisis que comenzó en 2008, la economía de EEUU se alimentó (y alimentó a gran parte de la economía global) con consumo excesivo. El ahorro en el sector hogares disminuyó y se estabilizó en alrededor de cero, mientras que las tasas de interés bajas llevaron a un exceso de apalancamiento, a una burbuja de activos, y a un ilusorio aumento en la riqueza.

El gobierno, también, desahorró al funcionar con déficits. En general, la economía de EEUU gastó más de lo que generó en ingresos, teniendo un déficit en la balanza comercial (más precisamente un déficit en cuenta corriente), y se prestó la diferencia del extranjero. Tanto los patrones de gasto de los hogares como los del gobierno en cuanto a los ingresos eran insostenibles.

Con una demanda interna más que amplia, impulsada considerablemente por la expansión rápida del gobierno y de la atención médica para la salud, la economía de EEUU sostuvo crecimiento y empleo enfrentando grandes aumentos en la fuerza laboral (27 millones de nuevos trabajadores desde 1990), a pesar de que importantes vientos en contra fueron creados por nueva tecnología de la información que ahorra empleos. Dejando de lado la sostenibilidad financiera, el aspecto más preocupante del patrón fue el aspecto distributivo: un crecimiento muy bajo de salarios en el rango de ingresos medios.

Además, con el exceso de confianza en la demanda interna, la estructura de la economía de EEUU se desarrolló con un sesgo hacia el sector no transable (que es el sector donde se crearon todos los nuevos empleos) y con confianza insuficiente en la demanda externa y por lo tanto en las exportaciones. Esto llevó a movimientos de ingresos y precios que provocaron que el ámbito del sector transable se contraiga, a medida que los eslabones de las cadenas de suministros globales que tienen un menor valor añadido se trasladaron a economías emergentes.

La crisis financiera que comenzó en 2008 provocó un alto repentino a las modalidades insostenibles en el lado de la demanda. Los precios de los activos cayeron, las familias comenzaron un largo proceso de desapalancamiento, el ahorro aumentó, y el gobierno, ante la caída de los ingresos y el aumento de los gastos del seguro de desempleo, no conseguía cubrir la diferencia.

Pero este modelo, también, es claramente insostenible. El efecto neto es que la demanda interna se ha reducido dramáticamente, y la demanda total (interna y externa) es también demasiado baja. Como resultado, la economía de EEUU casi ha dejado de crecer, especialmente ahora que el gobierno federal (junto con los gobiernos estatales y locales) está frenando sus propios déficits presupuestarios.

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