El dilema del 2012: Recortes o crecimiento (¿y por qué no, las dos cosas?) Parte II (página 5)
Enviado por Ricardo Lomoro
¿Han cambiado las características de los individuos europeístas y euroescépticos a lo largo de esta década? Un análisis en detalle de los determinantes de la desconfianza a nivel individual revela que si bien muchas características de los individuos (edad, clase social) siguen estando asociadas de la misma forma que hace diez años con diferentes opiniones sobre la UE, el efecto de la ideología del individuo ha cambiado de dirección: en 2001 los europeos de izquierdas tendían, en media, a desconfiar menos de la UE que los de derechas. Hoy sucede lo contrario: ideológicamente, son los europeos de izquierdas los que más desconfían de la UE.
Si, como apuntan estos datos, la crisis económica y su gestión ha deteriorado el apoyo a la UE en los países más duramente afectados por la crisis y entre los sectores más progresistas de la población, ¿existen formas de recobrar la confianza de los europeos en la UE y de dotar de una legitimidad democrática a los intensificación del proceso de integración de la que ahora carece?
Es cierto que, dada la heterogeneidad de intereses que conviven en la UE, la capacidad de adoptar políticas que agraden a amplios sectores de europeos y que hagan por tanto recobrar la confianza de éstos en las instituciones supranacionales es limitada. Sin embargo, los propios datos de Eurobarómetro muestran que sí existen políticas demandadas de manera casi unánime por los europeos: la abrumadora mayoría de los europeos creen que la Unión Europea debería endurecer las políticas contra los paraísos fiscales (89%), regular los salarios en el sector financiero (82%), o establecer un impuesto a los beneficios de los bancos (84%) o a las transacciones financieras (el 72%). La UE puede aprovechar el amplio consenso ciudadano sobre estas cuestiones como una oportunidad para ganar la confianza ciudadana que ha perdido durante la crisis. O puede elegir ignorar estas demandas y agrandar los problemas de desconfianza ciudadana a medida que estas cuestiones sean cada vez más centrales en la agenda política de los europeos. Hagan ustedes sus apuestas.
– Somos el 99,9% (El País – 11/12/11) Lectura recomendada
(Por Paul Krugman)
"Nosotros somos el 99%" es un gran eslogan. Define correctamente el problema como una oposición entre la clase media y la élite (en vez de entre la clase media y los pobres). Y también va más allá de la idea consagrada, reiterada pero errónea, de que la creciente desigualdad se deriva principalmente de que a la gente culta le va mejor que a la que tiene menos cultura; los que más han salido ganando en esta nueva Edad de Oro han sido un puñado de gente muy rica, no licenciados universitarios en general.
Sin embargo, el eslogan del 99% apunta en todo caso demasiado bajo. Una gran parte de las ganancias del 1% más rico se concentran en un grupo todavía más pequeño, el 0,1% más alto (la milésima parte más rica de la población).
Y en Estados Unidos, mientras que los demócratas, en líneas generales, quieren que la súper élite contribuya al menos en parte a la reducción del déficit a largo plazo, los republicanos quieren rebajarle los impuestos y al mismo tiempo recortar la Seguridad Social y la asistencia médica en nombre de la disciplina fiscal.
Antes de llegar a esas discrepancias políticas, veamos unas cuantas cifras.
El último informe de la Oficina Presupuestaria del Congreso sobre la desigualdad no analizaba detalladamente el 1% más alto, pero un informe anterior, que sólo llegaba hasta 2005, sí lo hacía. De acuerdo con ese informe, entre 1979 y 2005 los ingresos después de impuestos y ajustados a la inflación de los estadounidenses con una posición media en la distribución de la renta aumentaron un 21%. El número equivalente para el 0,1% más rico aumentó un 400%.
En su mayoría, estas enormes ganancias reflejaban un aumento drástico en la parte de la renta antes de impuestos correspondiente a la súper élite. Pero también ha habido grandes reducciones de impuestos que han favorecido a los ricos. En concreto, los impuestos sobre las plusvalías son mucho más bajos que en 1979, y la milésima parte más rica de los estadounidenses representan la mitad de todos los ingresos derivados de las plusvalías.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿por qué defienden los republicanos nuevas rebajas fiscales para los muy ricos al tiempo que advierten sobre los déficits y exigen recortes drásticos en los programas de Seguridad Social?
Pues bien, aparte de gritar "¡Guerra de clases!" siempre que se plantean estas preguntas, la respuesta habitual es que la súper élite "crea empleo", o sea, que hace una aportación especial a la economía. Por eso, lo que necesitan saber es que esto es economía mala. De hecho, sería economía mala incluso si EEUU tuviera la economía de mercado perfecta e ideal de las quimeras conservadoras.
Después de todo, en una economía de mercado ideal, a cada trabajador se le pagaría exactamente lo que él o ella aporta a la economía al decidirse a trabajar, ni más ni menos. Y esto sería igualmente válido para los trabajadores que ganan 30.000 dólares al año y para los ejecutivos que ingresan 30 millones al año. No habría ninguna razón para considerar que las aportaciones de los que se embolsan 30 millones de dólares merecen un tratamiento especial.
Pero, dirán ustedes, los ricos pagan impuestos. Y en efecto, así es. Y podrían -y deberían, desde el punto de vista del 99,9%- pagar una parte considerablemente mayor, en vez de optar a todavía más exenciones fiscales, a pesar de la supuesta crisis presupuestaria, por todas las cosas magníficas que se supone que hacen.
Así y todo, ¿no es verdad que algunos de los muy ricos se hacen así de ricos creando innovaciones que son mucho más valiosas para el mundo que la renta que reciben? Claro que sí, pero si se fijan en quiénes componen realmente ese 0,1%, es difícil no llegar a la conclusión de que, en general, a los miembros de la súper élite se les paga de más, no de menos, por lo que hacen.
Porque, ¿quiénes son ese 0,1%? Muy pocos de ellos son innovadores a lo Steve Jobs: la mayoría de ellos son mandamases de empresas y embaucadores financieros. Según un análisis reciente, el 43% de la súper élite son ejecutivos de empresas no financieras; el 18% se dedica a las finanzas, y otro 12% son abogados o están en el sector inmobiliario. Y estas no son, por decirlo suavemente, profesiones en las que exista una clara relación entre los ingresos de alguien y su aportación a la economía.
La paga de los ejecutivos, que se ha disparado durante la última generación, la deciden unas juntas directivas nombradas por esas mismas personas cuyo sueldo establecen; los consejeros delegados que hacen una mala labor reciben de todas maneras nóminas espléndidas, y hasta los ejecutivos fracasados y despedidos a menudo reciben millones según salen por la puerta.
Mientras tanto, la crisis económica ha demostrado que gran parte del valor aparente creado por las finanzas modernas era un espejismo. Como lo expresaba recientemente el director de estabilidad financiera del Banco de Inglaterra, la supuestamente alta rentabilidad antes de la crisis sencillamente reflejaba un aumento del riesgo, un riesgo que corrían no los propios embaucadores, sino los inversores ingenuos o los contribuyentes, que acabaron cargando con el muerto cuando todo salió mal. Y como señalaba mordazmente, "si la creación de riesgo fuera una actividad con valor añadido, los que juegan a la ruleta rusa contribuirían desproporcionadamente al bienestar mundial".
Entonces, ¿debería el 99,9% odiar al 0,1%? No, ni mucho menos. Pero debería hacer caso omiso de toda la propaganda sobre la "creación de empleo" y exigir que la súper élite pague muchos más impuestos.
(Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008. © 2011 New York Times Service)
Generación "ni-ni": ni estudia, ni trabaja (el problema crece en toda Europa por el paro y la falta de alternativas)
"La crisis está dejando descolgados a muchísimos jóvenes. En España, 800.000 ciudadanos entre 18 y 24 años ni estudian, ni trabajan. Representan uno de cada cinco, una de las cuotas más elevadas de la Unión Europea. En los tres últimos años han empeorado las cifras de la llamada generación ni-ni. En 2008 suponían el 13,9% de los europeos de 18 a 24 años y en 2010 eran ya el 16,5%, según alerta un reciente estudio del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cedefop). Y todo indica que los datos de 2011 van a ser todavía peores"… La crisis eleva al 22% los jóvenes que ni estudian ni trabajan (El País – 16/12/11)
Hay grandes diferencias entre los distintos países de la UE. Y España, con un paro juvenil cercano ya al 50%, está entre los que tienen peores datos: son el 22,4% (en 2008 eran el 17%, y un año antes, el 13,8%). Con más de 800.000 jóvenes que ni estudian ni trabajan, unos 280.000 más que en 2007 (si se cruzan los porcentajes de la Encuesta Europea de Fuerza del Trabajo de Eurostat con los datos del padrón del INE), España ocupa el quinto puesto de la Unión en este preocupante ranking. Por delante están Letonia (22,5%), Irlanda (24,1%), Italia (24,2%) y Bulgaria (27,8%). Donde menos hay es en Holanda (5,9%) y Luxemburgo (6,9%). Este último está en el grupo de los únicos cuatro países que han logrado reducir sus cifras durante la crisis, junto a Alemania Malta, de forma levísima, Bélgica.
"Es difícil hacer generalizaciones para toda Europa, pero lo que parece estar ocurriendo es que los jóvenes están siendo víctimas del paro (esto ha sido peor en países como España), pues son los más fáciles de despedir; y de los recortes de las ayudas sociales. En Reino Unido se espera que bajen un 20% en los próximos tres años, además de lo que ya se han reducido", señala Neil Lee, economista del instituto de investigación The Work Foundation, de la Universidad de Lancaster.
El catedrático Psicología Social de la Universidad de Valencia José María Peiró distingue dos grandes grupos de jóvenes bajo la etiqueta de ni-ni (ni estudian ni trabajan). Primero, los que lo son porque no les queda más remedio: han fracasado en los estudios y no encuentran trabajo. Segundo, los de tipo "sabático", que se toman un tiempo antes de ponerse a trabajar, al final o en medio de los estudios. "Lógicamente, estos tienen salario de reserva, quizás por la familia", añade.
Precisamente el apoyo familiar -más en los países del sur de Europa-, junto con las ayudas sociales y el trabajo sumergido -el Ministerio de Economía estimó a principios de 2011 que la economía sumergida en el 20% del PIB español-, amortiguan el impacto social de una cifra como ese 22,4% de ni-nis.
Aventurar cuántos jóvenes pertenecen a cada situación es realmente complicado, pues la encuesta europea simplemente señala a los jóvenes parados o inactivos que no han estudiado, ni siquiera un cursillo de inglés o de informática, en el último mes. Y en realidad las variantes son infinitas: el que encuentra trabajo pero lo rechaza por las malas condiciones del empleo o porque tiene que desplazarse; el que vuelve a estudiar, pero se frustra y lo deja (en Madrid, se titula sólo el 10% de los matriculados en escuelas de adultos, según CC OO); el que decide agotar el paro antes de ponerse otra vez manos a la obra; el que se desanima tras mucho tiempo buscando empleo…
Sin embargo, parece claro que el primer grupo que señala Peiró, el de los que no trabajan porque no pueden, y ni se les pasa por la cabeza retomar los libros, crece en medio de la crisis. Sobre todo en un país como España, que ha mantenido durante toda la década un porcentaje de abandono escolar temprano cercano al 30%, aunque ahora haya bajado al 28%. Fue en 2008 cuando en España empezó a crecer mucho la cifra de ni-nis y se disparó en 2009, precisamente cuando todos esos jóvenes escasísimamente formados empezaron a engrosar masivamente las filas del paro.
Antes de la crisis los jóvenes españoles ya tenían serias dificultades para acceder a empleos de calidad
Es decir, que son precisamente los más vulnerables los que están engordando la estadística, asume el catedrático de Economía de la Pompeu Fabra José García-Montalvo. "Las tasas de paro que han crecido más rápidamente son las de los jóvenes con menos formación; a diferencia de otras crisis anteriores, mucho más rápido que las tasas de desempleo de los universitarios", señala.
Así, no hay trabajo, y el reenganche en el sistema educativo se hace complicado, no solo porque a los jóvenes les pueda costar más o menos tomar la decisión, sino "la escasa relevancia de los programas de segunda oportunidad para mejorar la formación de los alumnos que abandonan", señala el profesor de Economía de la Universidad de Vigo Alberto Vaquero.
Anexo V:
– Miniempleos en la calle Karl Marx (El País – 18/12/11)
Siete millones de alemanes tienen trabajo precario con sueldo inferior a 400 euros
(Por Juan Gómez)
La de Carlos Marx es la calle principal de Neukölln, un gran barrio popular al sur de Berlín. Aunque hace unos años que la zona está de moda entre estudiantes y jóvenes emprendedores que encarecen los alquileres y van expulsando a los locales, a mediodía presenta su cara de siempre: una calle bulliciosa de lenguas foráneas (sobre todo turco) en la que casi todas las tiendas presentan "liquidaciones especiales" que nunca se agotan. Antes de comer ya hay borrachos pasando frío por los soportales. Señoras con hiyab echan un vistazo de paso a las papeleras, por si contienen algo rescatable. El Berlín de la precariedad y del 14% de paro, olvidado en las guías y los panegíricos mediáticos sobre la capital de Alemania, es un buen sitio para abrir un centro público de empleo. Parados como Usta Ömer, de 39 años, buscan trabajo anónimamente, sin la presión de los funcionarios de la agencia estatal de empleo.
Ömer hojea el taco de ofertas de miniempleos que cuelga de la pared en el JobPoint de Karl Marx Strasse. Lleva en paro cuatro años, en los que solo ha podido trabajar en una panadería y cumpliendo pequeñas tareas en minijobs diversos. Es un caso común en Alemania, donde más de siete millones de personas trabajan sujetos a este tipo de contrato. Su explosión llegó en 2003, junto a los demás recortes de la Agenda 2010 diseñada por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (SPD). El presidente electo Mariano Rajoy ha sugerido que lo implantará en España por recomendación del Banco Central Europeo.
Son contratos basura con un pago máximo de 400 euros mensuales, que el empleado cobrará neto. El empresario paga un 2% al fisco, un 15% al plan de pensiones y un 13% a la Seguridad Social: 120 euros en caso de que la paga ascienda a 400 euros. La media salarial de miniempleados ronda en toda Alemania los 230 euros. Al empleado no le descuentan impuestos ni la cotización a la Seguridad Social. La razón es bien simple: las contribuciones a la Seguridad Social no dan derecho a que el empleado se beneficie del servicio de salud ni goce de un plan público de pensiones. En suma, un minijob deja casi completamente desamparado al empleado, que tendrá que asegurarse por otras vías.
En Alemania es imposible sobrevivir así, de modo que muchos combinan este tipo de actividad con otro trabajo. La mayoría se asegura con el cónyuge o suma su minisueldo a las ayudas sociales conocidas como Hartz IV. En Alemania, 1,3 millones de trabajadores ganan tan poco en sus empleos que requieren ayudas sociales para mantenerse. El Estado patrocina así indirectamente a las empresas, que ahorran gastos sociales y pagan sueldos por debajo del umbral de la pobreza. Es fácil imaginar las consecuencias que la generalización de este tipo de contratos tendría en un país como España, que carece de un sistema de subsidios sociales comparable al alemán.
El empresario o particular alemán que ofrezca minijobs tiene la obligación de atenerse al máximo de horas fijado por el contrato. No puede pagar más de 400 euros al empleado, porque entonces saltaría el marco salarial y tendría que ofrecerle un contrato corriente. Así que, si el contrato de minijob estipula una retribución de cinco euros por hora, el empleado podrá trabajar 80 horas al mes. Ni un minuto más.
Esta regla hace reír a Martina, que salía esta semana de buscar trabajo en la gran oficina de empleo en la avenida de Sonnenallee: "En las cocinas de los restaurantes se trabaja por jornadas completas, 40 horas semanales; te pagan los 400 euros, y el resto, en negro". Mirando de reojo al edificio oficial, la alemana de 27 años prefiere no dar su apellido. Aunque no llega a la abierta hostilidad de la Agencia de Inmigración al norte de Berlín, la gris oficina de empleo en la Sonnenallee sugiere al visitante la noción de haber hecho algo malo.
En el sindicato de hostelería NGG, Karin Vladimirov calcula en "más de un 50%" la tasa de empresarios en su sector que aprovechan el minijob y pagan en negro las horas extras". "El propio sistema lo facilita". La hostelería es uno de los ramos más afectados por la introducción del modelo: 810.000 personas trabajan en dichas condiciones, de los cuales un tercio tienen otra ocupación principal, por ejemplo como estudiantes. Los otros dos tercios no hacen nada más. Vladimirov estima, "sin asomo de duda", que el miniempleo ha socavado los contratos tradicionales en el sector e "impulsado la precariedad". Sobre todo entre las mujeres.
La patronal y los dos grandes partidos alemanes defienden el minijob como "una puerta de entrada al mundo laboral". El Gobierno se plantea incluso elevar el techo hasta los 450 euros.
Alemania tiene 2,7 millones de parados, el 6,4% de la población activa. El economista del Instituto de Investigación Económica DIW Markus Grabka descarta que las buenas cifras de paro tengan algo que ver con el auge de estos empleos a partir de 2003. La tasa de paro se ha reducido sustancialmente en los últimos años gracias, por un lado, a la expansión económica, y por otro, al aumento de los trabajos a tiempo parcial, también precarios. Además, el Gobierno ha excluido del recuento a los parados que participan en cursos de formación subvencionados.
Para Grabka, "los minijobs erosionan los derechos básicos de los trabajadores" sin contrapartidas públicas. La factura la paga el "contribuyente y los empleados" a costa de que "siga aumentando la horquilla social entre ricos y pobres". El economista del DIW, que es uno de los cinco grandes institutos económicos alemanes, no había oído aún que los minijobs podrían convertirse en el último grito de las exportaciones alemanas: "Oh, vaya… ¡no lo dirá en serio!".
La desigualdad aumenta la desconfianza en las instituciones (movilidad osificada)
La brecha empírica entre el nivel de ingresos de los ricos y los pobres se ha venido incrementando en las últimas décadas tanto en el panorama internacional como nacional. Si bien es cierto que la esperanza de vida y la capacidad de consumo de los más pobres han ido mejorando en términos absolutos, la desigualdad económica relativa no ha hecho más que crecer durante el último ciclo expansivo.
Especialmente ahora, tras años de crisis económica por la que los trabajadores de cualificación más baja -y más expuestos a los vaivenes del mercado- han sufrido en sus propias carnes los efectos materiales y psicológicos de la crisis, la desconfianza en las instituciones de la sociedad de mercado se ha extendido y acentuado. Pero, al margen de la coyuntura presente, una notable cantidad de estudios sociales elaborados por instituciones de prestigio concluyen que el deterioro de la confianza es un destacado fenómeno social en las últimas décadas.
En diciembre de 2011, Charles Green (consejero delegado de la consultora Trusted Advisor Associates, y autor de varios libros sobre la confianza en el mundo empresarial) ha escrito en Forbes un artículo titulado "¿Pueden coexistir la desigualdad de rentas y la confianza en las empresas?". El autor expone los alarmantes niveles de pobreza de su aparentemente rica y desarrollada sociedad, y afirma que el principal problema no es tanto la pobreza absoluta de su país (un pobre estadounidense o canadiense no es un pobre zambiano o haitiano), como que la desigualdad económica en los EE.UU. cada vez está más asociada con un proceso de estratificación social en el que la movilidad individual entre los diferentes estratos se está "osificando".
Es decir, que el entramado institucional que sostiene a muchas de las sociedades y economías occidentales en nuestros días (con sus reglas formales e informales, principios, valores y creencias) ha dejado de ser meritocrático, y las virtudes de la sociedad mercantil, como el espíritu de superación, el esfuerzo, la dedicación y la sana rivalidad pro-social, que son algunas de las motivaciones libertarias que alimentaron el sueño americano, han dejado de ser un modelo a imitar en amplios sectores de la sociedad.
Este cambio conduce según Green a la desconfianza, tanto en las personas como en el sistema y sus organizaciones: "Si tú eres un pobre, y cuentas con escasas perspectivas de mejorar tu condición en la vida, no es probable que seas una persona confiada. Más bien es probable que seas resentido, hostil, suspicaz, escéptico, y no muy inclinado al acatamiento de las leyes".
Pero, ¿qué es la desconfianza, y por qué la confianza fortalece la economía?
A finales del año 2011, la palabra desconfianza y sus emociones asociadas flotan en el ambiente productivo, financiero, directivo y político. Una expresión bastante abstracta del concepto se emplea, en los últimos años, con el sentido de la desconfianza que revelan "los mercados". Pero los mercados están integrados por personas que toman decisiones, y que lo hacen condicionados en este caso por la emoción del miedo, que es la más relevante en la desconfianza.
¿Qué se entiende por desconfianza? La teoría de la decisión explica la desconfianza como la conciencia de una alta probabilidad de que un interlocutor incumpla las reglas (formales o informales) o acuerdos (expresos o tácitos) en una interacción. El descuento de esta probabilidad obliga a ser al menos precavido siguiendo las indicaciones de la teoría de la elección racional.
El mundo empresarial, por su parte, ha enfocado la desconfianza fundamentalmente como una cuestión de marketing y de calidad: las empresas que no invierten suficientemente en prestigio de marca y en gestión de calidad son evaluadas por los consumidores, y por la sociedad en general, como organizaciones menos fiables.
Pero estas dos visiones (la teórica y la empírico-empresarial) se alejan de lo que la gente común entiende por desconfianza en la vida cotidiana. La gente generalmente desconfía de quien duda que tenga buenas intenciones y de quien sabe que en el pasado se ha comportado de manera desleal. La gente desconfía cuando cree que puede ser engañada, cuando cree que su interlocutor puede traicionar sus expectativas aunque tal interlocutor disfrute de un "prestigio de marca" cara a la sociedad. También se desconfía de los desconfiados, y de ahí el carácter expansivo de la desconfianza.
Además, la gente desconfía cuando presiente que no puede expresar con libertad sus demandas, críticas o aportaciones, porque cree que puede recibir una represalia por hacerlo ante la que no tiene capacidad de defenderse.
Las empresas y las economías requieren confianza, y si bien es cierto que existen fuerzas inherentes en la sociedad de mercado tanto para aumentar como para disminuir las emociones impulsoras de la confianza, las empresas y las economías más prósperas son aquellas en las que la gente más coopera para mejorar su condición personal y social.
Sin embargo, para cooperar mucho y con muchos es importante que el sujeto confíe en los extraños, en las empresas y en los interlocutores del mercado. Cuanto más se confía más se tiende a cooperar, y cuanto más se coopera, más confiados venimos a ser. La confianza, como la desconfianza, se realimentan a sí mismas.
Los esfuerzos inútiles conducen a la tristeza, y ésta a la desconfianza
La emoción del descontento es una variante de la tristeza y conduce a la frustración, ésta a la desesperanza, y de ahí, bien a la pérdida de la autoestima o la ira anti-social. Tanto el deprimido como el agresivo padecen trastornos psicológicos de desconfianza. Otra variante más astuta y calculadora del descontento consiste en la adaptación al medio a través del cinismo desconfiado o la astucia oportunista. Estos cuatro arquetipos patológicos (depresión, agresividad, hipocresía y ventajismo) están crecientemente extendidos en las sociedades modernas, y se caracterizan por un descontento crónico que induce a posturas fatalistas y a desconfiar obsesivamente.
Por otra parte el fatalismo y la desconfianza crónica, características de la desigualdad asumida como algo irremediable, activan igualmente dos emociones anti-sociales que vuelven a realimentar la desconfianza, y que son la envidia y el odio. Adam Smith lo expresó con acierto en "La riqueza de las naciones" refiriéndose a las emociones que generan las desigualdades económicas: "La opulencia de los ricos excita la indignación de los pobres, quienes, forzados por la necesidad y alentados por la envidia, tienden a invadir sus posesiones… En todo momento (al rico) le asedian enemigos desconocidos, a quienes jamás provocó, pero a quienes no puede aplacar".
El esfuerzo sin resultados, o sea, la osificación social, puede deberse a que existen fuertes barreras a la mejora de la mayoría creadas por grupos de casta y privilegio; circuitos cerrados de acceso a la información y a las oportunidades; opacidad, amiguismo, corrupción y nepotismo.
Ante esto mucha gente tiende a alinearse emocionalmente con uno de los cuatro arquetipos de la desconfianza, y la desconfianza creciente refuerza el papel compensador del Estado, que intenta promover la confianza de manera artificial a fin de evitar la ruptura del orden social.
Sin embargo, ¿qué garantía existe de que los grupos que controlan el aparato del Estado no formen también parte del juego de la desigualdad y la desconfianza? No se pierda de vista que la política y los poderes públicos están siendo objeto de una creciente desconfianza, a la par que las empresas y el sistema financiero.
Mecanismos de huida o de negociación
El círculo vicioso de la desigualdad osificada y su consecuente desconfianza obsesiva puede ser cortocircuitado diseñando instituciones que propicien el que fluya gran cantidad de información fiable, para liberalizar el acceso a la información y la igualdad de oportunidades. Cuando la gente dispone de buena (y barata) información puede diseñar mejor sus estrategias vitales, y ello facilita que las personas puedan decidir salir del bucle osificado, o bien plantear demandas y negociar un cambio de situación.
Obviamente se trata de que las personas puedan elegir qué es lo que más les conviene en la gestión de su vida, y que sean capaces de escapar o proponer una negociación ante una tesitura que consideran injusta. El gran problema de la desconfianza es que la gente se vea abocada a desconfiar y seguir desconfiando dentro de relaciones, políticas o económicas, en las que el incentivo más prudente consiste en permanecer en la trampa de la no-cooperación.
Albert O. Hirschman publicó un volumen en 1970 titulado "Exit, voice, and loyalty", donde plantea que el descontento con las organizaciones puede enquistarse y destruir la lealtad necesaria para la supervivencia de las mismas. Muchas organizaciones-trampa, e incluso sociedades enteras, están habitadas por "zombis emocionales" que desconfían obsesivamente y padecen (con frecuencia sin saberlo) depresión, agresividad, hipocresía o ventajismo. Hirschman enfatizó la importancia de establecer mecanismos de salida (exit) o de expresión negociadora (voice) para que la gente que aún no es un zombi emocional pueda reconducir su situación, y así que se pueda evitar la degradación de las empresas y de las sociedades por causa de la deslealtad (actitud prima hermana de la desconfianza)
– Sección IV –
Carta a los dalits, paganos o "paganinis" de la crisis (desde la Europa de los náufragos): la deuda y la vida
IV – ¿Coyuntural o estructural? (manifiesto de un economista "defraudado")
De la "macro"…
(Marzo 2011) Entre 1950 y 1990, la época de la antigua forma de luchar contra la inflación en las contracciones por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos, la tasa de desempleo en los Estados Unidos posterior a la recesión se reducía en un 32,4 por ciento por término medio durante un año respecto de su valor inicial hacia su tasa natural. Si la tasa de desempleo de los EEUU hubiera comenzado a seguir esa vía después de llegar a su punto máximo en la segunda mitad de 2009, ahora ascendería a 8,3 por ciento, en lugar de a 8,9 por ciento.
(Abril 2011) Estados Unidos reabre el debate sobre si el fenómeno de la globalización -en términos de deslocalización- beneficia o no a la economía del país, concretamente por la debacle que conlleva en materia de empleo. Los datos del Departamento de Comercio pertenecientes a la primera década del siglo XXI muestran que las multinacionales estadounidenses -que dan trabajo al 50% de la población ocupada del país- redujeron en 2,9 millones los puestos laborales en territorio nacional, mientras emplearon a 2,4 millones de personas más en el extranjero.
(Junio 2011) Hace más de tres décadas, el comercio y la tecnología empezaron a abrir una brecha entre las ganancias del nivel más alto y las demás. La paga de los titulados por prestigiosas universidades ha remontado el vuelo. Pero la paga y prestaciones de la mayoría de los trabajadores se han mantenido o bajado. Y la consiguiente división también ha hecho que las familias estadounidenses de clase media se sientan menos seguras.
(Junio 2011) Los datos de los EEUU, el Reino Unido, la periferia de la eurozona, Japón e incluso las economías de los mercados emergentes están dando señales de que parte de la economía mundial -en especial las economías avanzadas- puede estar estancándose, si es que no entrando en una recesión de doble caída. También ha aumentado la aversión global al riesgo, así como la opción de seguir "extendiendo y fingiendo" o "demorando y rezando" sobre Grecia se está volviendo cada vez menos deseable, y es cada vez más probable el fantasma de una salida desordenada.
(Junio 2011) Japón podría enfrentarse a una tercera "década perdida" de débil crecimiento económico que lo obligará a luchar por reducir la peor carga de deuda entre los países desarrollados, según advirtió el lunes la agencia de calificación Moody's.
(Julio 2011) La economía global se encuentra en medio de su segundo "pánico" del crecimiento en menos de dos años. Tendremos que acostumbrarnos a ellos. En un mundo post-crisis, son claras señales de una recuperación fallida.
(Julio 2011) Según una amplia gama de indicadores -el crecimiento del empleo, los niveles de desempleo, el crédito bancario, la producción económica, el crecimiento del ingreso, los precios de las viviendas y las expectativas de los hogares de bienestar financiero- la recuperación de la economía estadounidense desde el final de la recesión, en junio de 2009, ha sido la peor, o una de las peores, desde que el gobierno comenzó a seguir estas tendencias tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
(Julio 2011) En la recesión más reciente y en las dos anteriores -1990-91 y 2001- en los EEUU, los empleadores han sido más rápidos a la hora de despedir empleados y recortar sus horas de trabajo que en las recesiones que las habían precedido. Muchos de ellos también fueron más lentos para volver a contratar. Como resultado, la "recuperación sin empleo" se ha convertido en la norma.
(Agosto 2011) Nos enfrentamos a dos problemas que interactúan: una economía global que está perdiendo la batalla para restaurar el crecimiento y la ausencia de respuestas creíbles de política. Demasiados países parecen centrarse más en los resultados políticos que en el desempeño económico. Los mercados simplemente reflejan estas fallas y riesgos.
(Diciembre 2011) Las perspectivas para la economía mundial en 2012 están claras, pero no son auspiciosas: recesión en Europa, crecimiento anémico en el mejor de los casos en Estados Unidos, y una abrupta desaceleración en China y en la mayoría de las economías emergentes.
(Diciembre 2011) El aumento de la desigualdad -debido en parte a la reestructuración corporativa que ha eliminado empleos- está reduciendo más aún la demanda agregada, porque los hogares, los más pobres y quienes perciben ingresos laborales tienen una mayor propensión marginal a gastar que las empresas, los hogares más ricos y quienes perciben rentas de capital. Por otra parte, a medida que la desigualdad impulsa protestas en todo el mundo, la inestabilidad social y política podría representar un riesgo adicional para el desempeño económico.
… a la "micro"
(Octubre 2009) Un estudio de la Cruz Roja muestra que un número cada vez mayor de personas en Europa está buscando ayuda debido a la crisis económica global.
(Enero 2011) El gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, se dirigió a las familias británicas y no escondió la dura situación a la que éstas enfrentan, sino todo lo contrario. Advirtió que en 2011 las familias continuarán viendo recortada su renta disponible, "un precio inevitable que hay que pagar" por la crisis financiera. Con la inflación en tasas preocupantemente altas, el poder adquisitivo de los británicos acabará en 2011 en niveles de 2005, un estancamiento tal que hay que irse 80 años atrás en el país anglosajón para ver algo similar, añadió.
(Febrero de 2011) El director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss Kahn, ha alertado el 1 de febrero que el mundo se enfrenta a "la perspectiva de una generación perdida de gente joven, destinada a sufrir durante toda su vida lo peor del desempleo y sus condiciones sociales".
(Febrero 2011) Estados Unidos en los años 70, tenían 20 millones de empleos manufactureros, con una población total de unos 220 millones. A principios del año 2011, sólo se mantienen 12 millones de empleos en las fábricas norteamericanas, pero con una población total de 320 millones de habitantes. En los años 70, Estados Unidos controlaba el 28% de la fabricación mundial de bienes y China sólo el 4%. En enero de 2011 Estados Unidos produce el 20% mundial y China el 19%.
(Febrero 2011) Desde que asumió el cargo el presidente Obama, en enero de 2.009, el número de estadounidenses que necesitan cupones de comidas se ha disparado desde los 32 millones hasta los 43 millones. La tasa de desempleo ha pasado desde el 7% hasta el 9%. Esa es la realidad de la situación.
(Febrero 2011) A lo largo de la crisis, algunos analistas han preferido utilizar en lugar de la tasa oficial de paro en EEUU, una tasa alternativa más amplia que también proporciona el Bureau of Labor Statistics (conocida como U-6). Se trata del indicador que, además de los desempleados, tiene en cuenta a todas aquellas personas que están disponibles para trabajar pero no buscan activamente empleo, y a quienes trabajan a tiempo parcial por razones económicas (como el recorte de horas por la reducción en la producción debida a la crisis). Aplicando esa metodología, el desempleo alcanzó el máximo en octubre de 2009, llegando al 17,4%, y tras bajar y volver a subir, en enero (2011) se sitúa en el 16,1%, el nivel más bajo desde abril 2009. En este caso, también ha caído respecto a diciembre 2010, en el que se situó en el 16,7%.
(Febrero 2011) Para el 90% de los estadounidenses, los ingresos se han mantenido prácticamente invariables durante los últimos diez años. Sin embargo, el 10% restante ha visto crecer su patrimonio a un ritmo creciente. De acuerdo con los datos recogidos por CNNMoney.com, desde la década de los 70 el incremento ha sido constante y las diferencias, cada vez más evidentes. Si en 1950 el 90% de la población controlaba el 68% de la economía, en 2009 un exiguo 10% de los estadounidenses tenían en sus manos casi la mitad de la riqueza del país.
(Mayo 2011) La destrucción de empleo, el repunte del precio de los productos básicos, el encarecimiento de la gasolina y, por su fuera poco, los ajustes impulsados por el gobierno para reconducir sus cuentas públicas que, en última instancia, inciden sobre todos los ciudadanos. Toda una suma de factores que reducen cada vez más la riqueza de los hogares y, como muchos coinciden, hacen plantearse si la clase media estadounidense está en peligro de extinción.
(Mayo 2011) Sólo el 24,9% de los norteamericanos podrían conseguir 2.000 dólares en 30 días, según un estudio publicado por el National Bureau of Economic Research. Annamaria Lusardi de la George Washington School of Business, Daniel J. Schneider de Princeton University y Peter Tufano de la Harvard Business School preguntaron: "¿Cuánto confía usted en que podría conseguir 2.000 dólares si surgiese una necesidad inesperada durante el mes que viene?" Un 24,9% afirmó estar seguro de que podría, un 25,1% dijo que probablemente podría, un 22,2% dijo que probablemente no y un 27,9% que seguro que no.
(Mayo 2011) ¿Estamos condenados a una recuperación sin empleo? ¿Es el futuro uno en el que los trabajos son tan escasos que muchos trabajadores tendrán que aceptar una miseria para encontrar un empleo, y volverse cada vez más dependientes de las transferencias sociales a medida que los salarios del mercado caen por debajo del nivel de subsistencia? ¿O deberían las sociedades occidentales esperar una nueva ronda de magia tecnológica, como la revolución de Internet, que produzca una nueva ola de creación de empleo y prosperidad?
(Junio 2011) España cuenta con una tasa de población en riesgo de pobreza del 19,5%, por encima de la media de la UE-27, que se sitúa en el 16,3% (población en riesgo de pobreza se define a aquellas personas que, incluyendo las transferencias sociales, se sitúan por debajo del umbral de pobreza). Entre los países de la UE la mayor proporción de población en riesgo de pobreza corresponde a Letonia, con un 25,7%, figurando a escasa distancia Rumanía (22,4%) y Bulgaria (21,8%). Lituania supera levemente el 20%, mientras que Estonia y Grecia comparten un 19,7%. España figura en el séptimo lugar de la UE-27 con una tasa de población en riesgo de pobreza del 19,5%, si bien alcanza un 25,2% en la población mayor de 65 años. Mientras, Italia (18,4%), Portugal, el Reino Unido y Polonia (los tres con cifras por encima del 17%) también superan la media europea. La mayoría de países de la UE (16 en total) logran situar el porcentaje de población en riesgo de pobreza por debajo del promedio. Alemania, Malta, Irlanda y Luxemburgo cuentan con cifras en torno al 15%, mientras que Suecia, Dinamarca y Francia ya bajan al entorno del 13%. Austria (12%), Eslovenia (11,3%), Países Bajos (11,1%), Eslovaquia (11%) y sobre todo la República Checa, con tan sólo un 8,6%, figuran entre los países con menor riesgo de pobreza entre su población.
(Septiembre 2011) La tasa de pobreza en Estados Unidos aumentó en 2010 por cuarto año consecutivo hasta el 15,1%, lo que representa 46,2 millones de personas que viven con menos de 1.000 dólares al mes, según los datos divulgados hoy por la Oficina del Censo.
(Septiembre 2011) La desaceleración económica mundial podría generar un fuerte incremento del desempleo en el año 2012 en el conjunto de los países del G20, según un informe conjunto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la OCDE.
(Octubre 2011) Según un estudio realizado por el Instituto de Estudios Fiscales (IFS, siglas en inglés), una organización de investigación financiera independiente, los ingresos medios de la población británica bajarán un 7% hacia finales de la presente década. Como consecuencia, 3,1 millones de niños, un 23,1%, vivirán en la pobreza absoluta en 2020, frente a los 2,8 millones, un 21,1%, contabilizados en la actualidad.
(Noviembre 2011) La crisis financiera mundial ha hecho mucha mella en el empleo. La factura en puestos de trabajo ha sido alta en casi todo el mundo. Cicatrizar esta herida costará mucho tiempo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que harán falta cinco años, hasta 2016. Según los cálculos de la agencia dependiente de la ONU, recuperar los niveles de empleo previos al estallido financiero precisa 80 millones de empleos. Sin embargo, "la reciente desaceleración económica" hace que esto no sea posible a corto plazo, por lo que retrasa un año su pronóstico inicial de recuperación.
(Diciembre 2011) Uno de los legados de la última gran bonanza económica vivida entre las grandes potencias y los países emergentes es una brecha mayor entre ricos y pobres. La desigualdad ha aumentado al nivel más alto de los últimos 30 años en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), debido sobre todo a la creciente diferencia entre los salarios, que suponen el 75% de los ingresos de un hogar. Lo ha hecho precisamente en esos años de crecimiento, según el informe hecho público ayer por la OCDE con datos de 2008, previos a la Gran Recesión.
(Diciembre 2011) El último informe de la Oficina Presupuestaria del Congreso sobre la desigualdad no analizaba detalladamente el 1% más alto, pero un informe anterior, que sólo llegaba hasta 2005, sí lo hacía. De acuerdo con ese informe, entre 1979 y 2005 los ingresos después de impuestos y ajustados a la inflación de los estadounidenses con una posición media en la distribución de la renta aumentaron un 21%. El número equivalente para el 0,1% más rico aumentó un 400%.
(Diciembre 2011) La crisis está dejando descolgados a muchísimos jóvenes. En España, 800.000 ciudadanos entre 18 y 24 años ni estudian, ni trabajan. Representan uno de cada cinco, una de las cuotas más elevadas de la Unión Europea. En los tres últimos años han empeorado las cifras de la llamada generación ni-ni. En 2008 suponían el 13,9% de los europeos de 18 a 24 años y en 2010 eran ya el 16,5%, según alerta un reciente estudio del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cedefop). Y todo indica que los datos de 2011 van a ser todavía peores.
Asalto a la ilusión
Cuando era pequeño, mi padre, hijo de inmigrantes (que sabía muy bien lo que era la pobreza), me decía: si tú estudias y terminas la escuela primaria, nunca tendrás que ser peón de campo… si terminas el colegio secundario, nunca tendrás que ser peón de albañil… y si terminas la universidad… tendrás la vida asegurada.
Ese "paradigma" fue cierto hasta en la remota, falaz y fugaz Argentina. Ese país donde alguna vez sus pobladores se creyeron que eran ingleses que hablaban en francés, y un día descubrieron que eran italianos que hablaban en español. Ese país que se creyó elegido por Dios, para que en sus campos creciera de noche lo que no se podían comer durante el día. Ese país que estaba predestinado al éxito y terminó siendo el mayor ejemplo mundial de fracaso económico.
Así y todo, al menos hasta los años 80, ese proyecto de vida fue cierto. El ascensor social funcionaba. Los hijos (en la mayoría de los casos) superaban a sus padres en "calidad" de trabajo, "nivel" de remuneración y "progreso" social. En definitiva mi padre tuvo razón y sus dos hijos universitarios… tuvieron la vida asegurada.
Después paso lo que pasó en Argentina, y eso ya es otra historia…
Luego de casi 25 años de exilio voluntario en la "avanzada" Europa, ¿podría hacer a mis hijas (o nietos) el planteo que mi padre me hizo en la lejana Argentina, allí por 1950?
¿Pueden hoy los jóvenes, mejor preparados que sus padres (en un gran porcentaje), esperar un nivel de vida más alto que el de sus padres? No digamos un mejor nivel de vida… ¿al menos un trabajo mejor que el de sus padres? No digamos un trabajo mejor… ¿al menos un trabajo?
Todas las respuestas son NO. Con un 50% de paro juvenil, no hay casi ninguna (podría decir, ninguna, sin pecar de pesimismo) probabilidad de que puedan tener un mejor trabajo que sus padres. "Década perdida" o ¿generaciones perdidas?…
Y no estoy hablando de los ni nis (que va de suyo), sino de graduados universitarios (a veces, con masters e idiomas). Un 50% de paro juvenil universitario, varios años de espera antes de tener un primer empleo. Becarios eternos, estudiantes aparcados en guarderías universitarias (el master del master, el idioma del idioma…). "Talludos" que se ven obligados a continuar viviendo "con" sus padres o (peor aún) "de" sus padres.
Han destruido el mercado de trabajo, han roto el ascensor social, han limitado las posibilidades de constituir nuevas familias, han cercenado la natalidad…
Han transformado el Primer Mundo en el Tercer Mundo. Lo que se dice, todo un éxito. Bravo por la financierización de la economía, por la globalización, por el librecambio, por la desregulación, por la privatización, por la deslocalización, por la competitividad, por la economía de casino, por la turboeconomía, por la economía de "manos libres". Bienvenidos al subdesarrollo.
¿Qué guerra o catástrofe natural asoló Europa para que su clase media tenga que recurrir a la Cruz Roja en busca de ayuda?
¿Qué razón hay para admitir la perspectiva de una generación perdida de gente joven, destinada a sufrir durante toda su vida lo peor del desempleo y sus condiciones sociales?
¿Qué siniestro ha ocurrido en los EEUU donde desde enero de 2009 el número de estadounidenses que necesitan cupones de comidas se ha disparado desde los 32 millones hasta los 43 millones?
¿Qué acontecimiento trágico ha ocurrido en el Reino Unido para que el poder adquisitivo de los británicos acabara en 2011 en niveles de 2005, un estancamiento tal que hay que irse 80 años atrás en el país anglosajón para ver algo similar?
En el "Manifiesto de economistas aterrados", escrito en 2011 en Francia por cuatro economistas galos –Philippe Askenazy, Thomas Coutrot, André Orléan y Henri Sterdyniak-, lanzado en España en abril de 2011 y al que se han adherido ya más de tres mil doscientos colegas (a enero de 2012), se denuncian las diez falsas evidencias que "se invocan para justificar las políticas que actualmente se llevan a cabo en Europa". El análisis de estos economistas, aunque formulado con aliento socialdemócrata, conecta con una percepción que tiende a generalizarse. Porque constatan que, pese a la crisis, "no se han puesto de ninguna manera en cuestión los fundamentos del poder de las finanzas", por lo que esta recesión requiere "la refundación del pensamiento económico".
Para los "aterrados" expertos son falsas las siguientes evidencias: 1) la de que los mercados financieros sean eficientes; 2) la de que los mercados financieros favorezcan el crecimiento económico; 3) la de que los mercados son buenos jueces de la solvencia de los Estados; 4) la de que el alza excesiva de la deuda pública es consecuencia de un exceso de gasto; 5) la de que hay que reducir los gastos para reducir la deuda pública; 6) la de que la deuda pública transfiere el precio de nuestros excesos a nuestros nietos; 7) la de que hay que tranquilizar a los mercados financieros para poder financiar la deuda pública; 8) la de que la Unión Europea defiende el modelo social europeo; 9) la de que el euro es un escudo contra la crisis, y 10) la de que la crisis griega ha permitido por fin avanzar hacia un gobierno económico y una verdadera solidaridad europea.
Obviamente, no todas "las falsas evidencias" de los "economista aterrados" son por igual convincentes, pero lo es el predominio que ellos denuncian: la política neoliberal como única opción que viene impuesta desde los mismos centros de decisión en los que se gestó la crisis. No se trata de un problema ideológico sino empírico: el ajuste infinito nos lleva a una recesión de profundidad incalculable.
Manifiesto de un economista "defraudado" (además de "aterrado"): no se puede justificar lo injustificable
No es cierto que los pobres sean los culpables de la crisis (créditos subprime).
No es cierto que las reformas estructurales se deben limitar al sector trabajo.
No es cierto que para mejorar la competitividad los trabajadores deban aceptar contratos basura y despido libre.
No es cierto que para resolver el problema del déficit público haya que limitar el gasto en sanidad, educación, pensiones y otros gastos sociales.
No es cierto que el problema de la deuda en la eurozona sea más grave que en los Estados Unidos o en el Reino Unido.
No es cierto que no se puedan restablecer el crecimiento en el corto plazo y, al mismo tiempo, abordar los problemas de la deuda en el mediano y largo plazo, como respuesta válida a la crisis.
No es cierto que los países que manejan su política monetaria necesiten del mercado para financiar su deuda.
No es cierto que el poder lo tenga el "mercado". En los países soberanos el poder lo tiene el Estado a través de su banco central y Ministerio de Hacienda. Nunca el "mercado".
No es cierto que (únicamente) con "rigor fiscal" se sale de la crisis. Es mucho lo que está en juego. Sin una acción audaz, Europa (me animaría a decir que EEUU también) podría verse arrastrada a una espiral bajista de deterioro de la confianza, de estancamiento del crecimiento y de menor empleo. Y ninguna región quedaría inmune ante semejante catástrofe.
Es aritméticamente imposible que todos los países en la eurozona se escapen simultáneamente de la crisis de la deuda a base de deflación. ¿Vamos a morir juntos?
– Sección V – Algo en lo que creer (¿volver a crecer o morir al borde del futuro?)
¿Oferta o demanda?
Salarios, inflación y competitividad (un TAC de la eurozona a marzo del 2011)
Desmontando el gran mito de la productividad (Eurostat – Marzo 2011)
Con la información disponible podemos observar que la evolución discrepante de los salarios nominales y los reales en la última década en algunos países es de las más preocupantes de Europa.
Argumentos hay muchos, unos hablan de la convergencia y sus efectos, otros simplemente señalan excesiva rigidez, e incluso hacen mención a una alta dependencia energética que golpea las cuentas cuando el precio de los insumos se dispara. Según algunos analistas, y esta es una idea importante, el diferencial vendría dado por pagar salarios superiores a la productividad (¿indexación?), lo que paradójicamente nos llevaría, de ser así, a perder competitividad y a la vez poder adquisitivo, es decir, un desastre. Dicho argumento seguramente sería el más destacable. Aún así podría resultar interesante buscar respuesta a la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto que el BCE esté siempre centrado de la macroeconomía alemana y central pueda estar afectando al resto de países de la eurozona?
Podríamos pensar que si un Banco Central está a disposición de un país, y hace las cosas bien, la inflación estará siempre en un rango mucho más saludable que si se "sufre" una política monetaria no ajustada a las necesidades, provocando muy probablemente diferenciales de precios.
Para diferenciar entre "percepción" y realidad les presento un trabajo muy interesante al respecto. "Monetary Policy and Housing Bubbles: A Multinational Perspective" de Bill Seyfried y Rollins College (2009).
En el análisis se realiza una aproximación a esta cuestión mediante la conocida Regla de Taylor, que serviría como referente para conocer qué tipos de interés debería establecer un Banco Central en la economía según su macroeconomía. De hecho hay indicios de que esta regla se siguió en los 90 por los diversos países que iban a integrarse en la moneda única (Stefan Gerlach and Gert Schnabel 1999). El problema fue que, después de acostumbrarse a una política monetaria ortodoxa pero adaptada, tuvieron que lidiar con que el BCE realizase una política "para todos" principalmente centrada en Alemania y Francia, las grandes economías de la zona, y por tanto dejando de centrarse en ellos.
Vemos que, mientras para unos el tipo de cambio es aceptablemente satisfactorio, para otros fue muy contraproducente. Podríamos pensar no obstante que o bien los cálculos de la regla de Taylor no son todo lo exactos que debiesen o que como en la Eurozona las economías más influyentes son Francia y Alemania es lógico que en la política monetaria tengan algo más de peso y por tanto en la compensación de "fuerzas" hayan tenido más influencia. Eso podría ser cierto, pero hay evidencias de que, aún a nivel agregado, las medidas fueron demasiado laxas no existiendo ni la más mínima compensación. Así se expresa el propio Taylor en este informe, en el que relaciona a Reserva Federal y Banco Central Europeo en una política inapropiada que creó desequilibrios.
Solo hay que ver que las diferencias acumuladas respecto a los tipos marcados por el BCE y la regla de Taylor para los distintos países. Mientras Alemania, Austria Finlandia o Bélgica reciben una política adecuada, para todos los demás fue excesivamente laxa, especialmente para algunos, dando un agregado poco satisfactorio. El asunto que queda por aclarar es si este hecho, además de hacer más intensa la burbuja padecida, no habrá tenido también un efecto determinante en los diferenciales de inflación y por tanto en una pérdida de competitividad. ¿Resultaría perjudicial la política del BCE?
No comment (XIII): lecturas recomendadas (el que quiera entender que entienda)
– ¿Demanda u oferta? (Project Syndicate – 7/1/11)
(Por Raghuram Rajan)
Chicago.- La economía es enteramente un asunto de demanda y oferta. Las dos están equilibradas y, si no, unas fuerzas potentes las impulsan para que lo estén, pero, en vista de los altos y persistentes niveles de desempleo ahora existentes en los Estados Unidos, es necesario preguntarse por la naturaleza real del problema: ¿es demasiado baja la demanda agregada o hay problemas con la oferta?
El gobierno del Presidente Barack Obama parece creer que se trata de un problema de demanda y ha aprobado una medida de estímulo tras otra, reduciendo los impuestos y aumentando las transferencias y el gasto gubernamental para impulsar el consumo y la inversión. La Reserva Federal tiene una idea similar, no sólo al mantener unos tipos de interés mínimos a corto plazo, sino también al lanzarse a una política arriesgada en relación con los tipos a largo plazo. Algunos economistas progresistas quieren algo más incluso.
¿Por qué no han dado resultado hasta ahora esas políticas para reducir el empleo, pese a que ya está en marcha la recuperación del crecimiento? El economista progresista dice que el estímulo ha dado resultado, al evitar una recesión mucho más profunda -si no peor-, pero que han sido medidas demasiado tímidas para producir una recuperación sólida.
El economista conservador responde que, precisamente porque el Gobierno se ha tomado tanta libertad con el dinero de los contribuyentes, las familias, temerosas de los impuestos futuros, están esforzándose por aumentar sus ahorros. Además, el Gobierno, cada vez más activista, ha dejado preocupadas a las empresas por las futuras medidas tributarias y reglamentadoras, por lo que se muestran reacias a invertir.
Probablemente la verdad se encuentre a medio camino de las dos posiciones. El gasto gubernamental -en particular, en prestaciones por desempleo, ayuda a los estados y algunos proyectos de obras públicas- probablemente contribuyera a evitar una contracción mayor, pero los continuos números rojos preocupan a las familias, que también están intentando rehacer sus ahorros y reducir la deuda después de una orgía de gasto. La incertidumbre en materia de reglamentación infundida a sectores como, por ejemplo, el de la salud dificulta no sólo la adopción de decisiones de inversión a largo plazo, sino también las contrataciones a largo plazo por parte de las empresas.
No obstante, antes de apresurarnos a juzgar la política actual, debemos reconocer la tendencia a un aumento lento de los puestos de trabajo en las más recientes recuperaciones de los EEUU. Desde 1960 hasta 1991, las recuperaciones de las recesiones en este país solieron ser rápidas. Desde el momento más profundo de la recesión, la economía tardó ocho meses, por término medio, en recuperar los puestos de trabajo perdidos. Las recuperaciones de las recesiones de 1991 y 2001 fueron muy diferentes. Por ejemplo, en 2001 la producción sólo tardó un trimestre en recuperarse, pero la de los puestos de trabajo tardó 38 meses.
Abundan las explicaciones. Algunos economistas sostienen que, a diferencia de las recesiones pasadas, en las que los trabajadores eran despedidos temporalmente por un sector industrial y volvían a ser contratados cuando se consolidaba la recuperación, en 1991 las pérdidas de puestos de trabajo fueron más permanentes. El aplazamiento por parte de las empresas de decisiones difíciles relativas al cierre de instalaciones inviables y despidos de trabajadores hasta la llegada de una recesión exacerbó la situación. A consecuencia de ello, los trabajadores desempleados tuvieron que buscar puestos de trabajo en otros sectores industriales, lo que requirió más tiempo y formación.
Otros indican que, gracias a la red Internet, a las empresas les resulta ahora más fácil contratar rápidamente. Así, pues, en lugar de apresurarse, como hacían en el pasado, ante la primera señal de recuperación por miedo a no poder hacerlo más adelante y perder ventas, hoy día las empresas prefieren asegurarse de que la recuperación está bien consolidada antes de contratar. Eso explica también el actual aumento de las contrataciones temporales.
Sea cual fuere la explicación correcta y como indica la historia de las recesiones recientes, no debe extrañarnos que la recuperación del empleo esté retrasándose. Sin embargo, hay un aspecto del problema que esta vez es diferente: los despidos en la construcción, que constituye otra causa más de del flojo aumento del empleo, además de una enseñanza positiva para la formulación de políticas.
En el último auge, los empleos en el sector de la construcción aumentaron en gran medida, con un crecimiento del 50 por ciento de la inversión inmobiliaria, como porcentaje del PIB, de 1997 a 2006. Como han mostrado mi colega Erik Hurst y sus coautores, los estados que tuvieron el mayor aumento de la construcción, como porcentaje del PIB, en el período 2000-2006 solieron ser los que en el período 2006-2009 tuvieron la mayor contracción en ese sector. Esos mismos estados solieron tener también el mayor aumento de la tasas de desempleo entre 2006 y 2009.
Los desempleados no son sólo trabajadores de la construcción, sino también de sectores subsidiarios, como, por ejemplo, agentes inmobiliarios y bancarios, además de los que trabajan en viviendas, como, por ejemplo, fontaneros y electricistas. Así, pues, las pérdidas de puestos de trabajo se extienden mucho más allá del sector de la construcción.
Resulta difícil de creer que un aumento de la demanda agregada vaya a impulsar suficientemente el mercado inmobiliario -cuyo auge se debió, conviene recordarlo, a la creencia en una constante apreciación de los precios que probablemente no abrigarán muchos ahora- para volver a brindar empleo a esos trabajadores. Hurst calcula que ese desempleo "estructural" puede representar hasta tres puntos porcentuales del empleo total. Dicho de otro modo, de no ser por la construcción, la tasa de desempleo en los EE.UU. ascendería al 6,5 por ciento, situación mucho más boyante que la actual.
Las autoridades deben recordar que el auge de la vivienda fue fomentado por una política monetaria relajada y encaminada a intensificar el aumento de los puestos de trabajo cuando los EEUU se recuperaron de la última recesión. De hecho, en la época en que se abandonaban los estudios para ocupar puestos de trabajo no especializado, muy abundantes en el sector de la construcción, las tasas de graduados de la enseñanza secundaria en Las Vegas se redujeron en gran medida. Ahora esos desempleados sin estudios padecen una tasa de desempleo tres veces mayor que los titulados universitarios, por lo que les va a resultar muy difícil volver a formar parte de la fuerza laboral.
La enseñanza que se desprende para las autoridades está clara: en lugar de intentar constantemente impulsar el gasto y crear posibles problemas para el futuro, una forma más sostenible de mejorar el aumento de los puestos de trabajo es la de facilitar el "readiestramiento" de los desempleados, en particular los que habían tenido empleos relacionados con la construcción. Al final, la oferta de una fuerza laboral mejor creará una demanda más sólida y sostenible.
(Raghuram Rajan es profesor de Finanzas en la Escuela Booth de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago y autor de Fault Lines: How Hidden Fractures Still Threaten the World Economy ("Líneas de fallas. Las fracturas ocultas que aún amenazan a la economía del mundo"). Copyright: Project Syndicate, 2011)
– Un Pacto de Competitividad, ¿por qué resistirse? (El País – 13/2/11)
(Por Juergen B. Donges)
En su reciente cumbre, el Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno ha decidido estudiar la propuesta de la canciller Ángela Merkel, apoyada a grandes rasgos por Nicolas Sarkozy, de diseñar para la zona euro un Pacto de Competitividad, dentro del que se aplicarían las políticas económicas nacionales oportunas para lograr un potencial de crecimiento y de empleo sostenible en los países miembros. Otros países de la UE, si lo desean, podrían adherirse al pacto. Los detalles de un acuerdo definitivo quedan por concretar, lo que previsiblemente sucederá en marzo.
En el foco están las reformas estructurales pendientes. Se refieren, entre otras, al endeudamiento estatal, la financiación de la Seguridad Social, el sistema educativo, el modelo de investigación científica y desarrollo tecnológico, y el funcionamiento del mercado de trabajo. En estas áreas, las distorsiones que existan generan costes innecesarios en la economía, además de reducir la eficiencia en la asignación de los recursos, con consecuencias negativas para el crecimiento y el empleo. Ponerle remedio debe ser una prioridad absoluta para todo gobierno sensato.
Sin embargo, el llamado plan Merkel ha levantado bastantes reticencias entre los líderes europeos. El grupo de los países escépticos incluye a Austria, Bélgica, España, Irlanda y Luxemburgo y, fuera de la zona euro, a Reino Unido y Polonia. Parece ser que no todos quieren que sus economías sean competitivas. O que no lo sean tanto las demás de su entorno. ¡Curiosa postura! Porque bien mirado, el plan Merkel actualiza una larga historia de proyectos institucionales, aprobados en diversas cumbres europeas por unanimidad desde finales de los años noventa, con el objetivo de convertir el mercado común en uno de las áreas más competitivas y dinámicas del mundo. Las previsiones, hasta ahora, no se han cumplido. Pero no por eso el reto de la competitividad ha perdido su urgencia en un mundo de actividad económica globalizada.
En Alemania, las reformas estructurales emprendidas durante los últimos siete años han contribuido a la robustez actual de la competitividad internacional de la economía. En España, las reformas no han hecho más que empezar, pero si se profundiza en ellas las perspectivas económicas a medio plazo podrían mejorar.
Un factor clave de la competitividad internacional es el coste laboral. Hemos visto que desde la introducción del euro la evolución de los costes laborales unitarios se ha ido diferenciando notablemente entre los países miembros. En el período 1999-2009, estos costes aumentaron en la economía alemana con una tasa media del 0,7% al año, en Francia 2%, en España 3%. Para el conjunto de la zona euro, el incremento anual fue del 1,9%. Como en la unión monetaria ya no existe el tipo de cambio como mecanismo de ajuste, las divergencias de costes laborales generan en las balanzas de pagos por cuenta corriente un superávit en los países con bajos incrementos de los costes y un déficit en los países en los que los aumentos han sido comparativamente mayores. No conduce a nada señalar con el dedo a Alemania, como si fuera el villano de los desequilibrios. Es mejor analizar las tendencias de los dos componentes de los costes unitarios laborales -los salarios y la productividad del factor trabajo- y corregir los desperfectos encontrados. En España, respecto a Alemania, los salarios han subido demasiado y la productividad laboral ha acumulado con los años un importante retraso. La consecuencia es que el euro para las empresas españolas se ha apreciado en términos reales, mientras para las empresas alemanas se ha devaluado.
Para elevar de forma duradera la productividad, es necesaria una intensa inversión en el aprendizaje y la formación profesional de la fuerza laboral. Es inexorable la innovación en procesos de producción y de prestación de servicios. Métodos modernos de gestión en las empresas y las administraciones públicas también repercuten positivamente en la productividad. Los efectos apetecidos no se consiguen con rapidez, pero a medio plazo son seguros, como en diversos países lo demuestra la experiencia.
Para que la evolución de los salarios sea compatible con la competitividad de la economía ha de guardarse la vinculación con la productividad laboral, como bien propugna el plan Merkel. En economías con un paro laboral elevado, como la española, la productividad aparente es superior a la real, lo que reduce el margen disponible para subidas salariales económicamente sostenibles. La estructura de los salarios debe reflejar adecuadamente las diferencias de la productividad entre las regiones y los sectores y entre las cualificaciones profesionales, como las hay en todas las economías. Un convenio colectivo a nivel nacional es todo menos favorable a efectos de competitividad.
En ningún caso es recomendable que se mantenga una indexación automática de los salarios respecto a la inflación, ya sea directamente, como en Bélgica o Luxemburgo, ya sea indirectamente como en España mediante las cláusulas de salvaguarda, incluidas en la gran mayoría de los convenios colectivos. A juzgar por la evidencia empírica disponible, la indexación salarial debilita la posición competitiva de las empresas, en vez de reforzarla. Además, no promueve más empleo, pero sí más paro, con la consiguiente discriminación de los que buscan trabajo, incluidos los jóvenes. A la postre, la indiciación ni siquiera garantiza el poder adquisitivo de los salarios, porque puede convertir repuntes inflacionarios transitorios en permanentes y alimentar así un sesgo inflacionista en la economía. ¿Cui bono?
(Juergen B. Donges es asesor científico del Instituto de Estudios Económicos de la Universidad de Colonia. Presidió entre 2000 y 2002 el comité de sabios que aconseja al Gobierno alemán)
– El autoengaño de la competitividad en Europa (Project Syndicate – 15/2/11)
(Por Ann Mettler)
Bruselas.- Para los observadores veteranos de la economía europea, la cumbre más reciente de la Unión dejó una rara sensación de déjà vu. Hace poco más de una década, los líderes europeos anunciaron con grandes fanfarrias la "Agenda de Lisboa", un plan de políticas para hacer de Europa "la economía basada en el conocimiento más competitiva del mundo". El nuevo "Pacto de Competitividad" propuesto en la cumbre de la UE por Francia y Alemania no anunció las mismas pretensiones de grandeza global, sino que se presentó como un paso necesario para asegurar la supervivencia del euro.
Con la excepción de lo que parece ser un esfuerzo encubierto para forzar a los países de la UE a aumentar los impuestos sobre sociedades, el Pacto de Competitividad no tiene nada ostensiblemente irrazonable. Aumentar la edad de la jubilación a los 67 años, abolir la indexación de los sueldos y obligar a los países a consagrar en sus constituciones nacionales un mecanismo de freno de la deuda son medidas razonables para mejorar la competitividad y restablecer la confianza en el euro.
Lamentablemente, sin embargo, los líderes de los gobiernos aparentemente no aprendieron ninguna de las lecciones del fracaso de la Agenda de Lisboa. En efecto, los planes actuales parecen estar condenados a frustrarse por dos razones.
En primer lugar, una agenda de política creíble requiere objetivos específicos con plazos claros. Pero, a pesar de su actitud de liderazgo en relación con el Pacto de Competitividad, los franceses ya se han distanciado del compromiso de elevar la edad de la jubilación a los 67 años. Según Bloomberg, un funcionario francés dijo a los periodistas en la cumbre que eso no sucedería después de que la edad de la jubilación había pasado de los 60 a los 62 años el año pasado. Dadas las enormes protestas que generó esa medida, la declaración del funcionario parece muy creíble.
El resultado probable -al típico estilo europeo, basado en el consenso- será renunciar a los plazos y los objetivos específicos a favor de una promesa ambigua y abierta de realizar más reformas de las pensiones. Posiblemente se harán excepciones similares en el caso de otros países que no puedan conciliar algún aspecto del nuevo pacto con sus circunstancias nacionales. Bélgica, por ejemplo, insiste en su sistema de indexación automática de los sueldos. Después de que cada país haya obtenido su "cláusula de excepción" y de que las metas del Pacto de Competitividad se hayan diluido lo suficiente para garantizar su aprobación, con seguridad no quedará mucha sustancia.
En segundo lugar, los objetivos no sólo deben ser específicos sino también vinculantes. Las sanciones por el incumplimiento deben aplicarse -sin interferencia política. Una de las lecciones más importantes de la Agenda de Lisboa es que el llamado Método abierto de coordinación -un enfoque inofensivo de examen por homólogos sin repercusiones para quienes no cumplen- es claramente el enfoque equivocado para poner en marcha reformas a nivel nacional.
Sin embargo, aun cuando la Comisión Europea tenía los medios legislativos y el mandato político para imponer sanciones -por ejemplo, para castigar el no cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento- los Estados miembros lograron evitar el castigo al hacer una "reforma" de los requisitos. En efecto, Alemania y Francia encabezaron los esfuerzos para hacer el Pacto más "flexible" cuando ya no pudieron cumplir el tope del 3% del PIB para el déficit fiscal.
Este episodio es lo que hace que las actuales maniobras para marginar a la Comisión Europea de la aplicación del Pacto de Competitividad resulten sospechosas. El Pacto, organizado meramente como un programa de políticas intergubernamentales, no puede funcionar porque no se puede confiar en que los Estados miembros de la UE supervisarán su propio desempeño e impondrán sanciones a sus socios -o a sí mismos.
Un sistema como ese sería el equivalente político de dejar que los prisioneros vigilen la cárcel. De hecho, el que en el Pacto de Competitividad no se mencione siquiera la estrategia Europa 2020, que los dirigentes de la UE aprobaron hace menos de un año como el prototipo para el desarrollo económico, refuerza la impresión de que la toma de decisiones es descoordinada, ad hoc y totalmente errática, que es más vistosa que efectiva en la aplicación.
La falta de consenso sobre las características elementales de un marco económico -ya sea una edad de jubilación en consonancia con las perspectivas demográficas de Europa o un compromiso legislativo con la disciplina presupuestal- hacen que uno se cuestione cómo pudieron siquiera los países de la eurozona emprender una unión monetaria. Esa pregunta pertenece al pasado, por supuesto, pero demostrar públicamente la falta de convergencia en la eurozona debilitará más la confianza en la moneda común -y en el momento más inoportuno.
Justo cuando los mercados financieros parecen haberse tranquilizado, los dirigentes europeos aumentaron otra vez las expectativas de un cambio de política importante -solo para presenciar otra cumbre que degenera en pleitos. Es difícil imaginar que se puedan superar las diferencias de política de Europa para marzo, la fecha límite autoimpuesta por los dirigentes europeos, cuando se celebre la siguiente cumbre.
Una cosa es cierta: se necesitará mucho más que una Agenda de Lisboa recalentada, con objetivos laxos y sanciones ineficaces, para restablecer la confianza en el euro y salvaguardar la unión monetaria.
(Ann Mettler es Directora Ejecutiva del Consejo de Lisboa, un grupo de expertos con sede en Bruselas. Copyright: Project Syndicate, 2011)
– La falsa panacea de la flexibilidad del mercado laboral (Project Sindícate – 22/3/11)
(Por Heleen Mees)
Ámsterdam.- La competitividad se ha convertido en una de las palabras económicas de moda en nuestros tiempos. Barack Obama la pregonó a los cuatro vientos durante su discurso sobre el Estado de la Unión en enero, y los líderes europeos desde el conservador David Cameron en Gran Bretaña hasta el socialista José Luis Zapatero en España y el nuevo ministro de Economía de Japón Kaoru Yosano la abrazaron como una prioridad. Ahora bien, ¿qué tipo de competitividad tienen en mente?
Cuando se le preguntó durante una entrevista en septiembre de 2007 si los gobiernos europeos deberían liberalizar los códigos laborales de sus países, Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, respondió que las leyes de protección del empleo de Europa inhibían significativamente el desempeño económico y resultaban en un desempleo crónicamente alto en todo el continente. En Estados Unidos, a la gente se la puede despedir más fácilmente que en cualquier otro país, y la tasa de desempleo en aquel momento estaba entre las más bajas del mundo.
Pero ya no estamos en septiembre de 2007 y el desempleo estadounidense es del 9,4%, no del 4,5%. Y, según el sucesor de Greenspan, Ben Bernanke, no hay motivos para suponer que la tasa de desempleo alcance el 5% -normalmente considerada la tasa de desempleo natural- en el futuro cercano.
En los años 2000, Estados Unidos perdió dos millones de empleos en el sector privado en general -el total cayó de 110 millones en diciembre de 1999 a 108 millones en diciembre de 2009, a pesar del gasto masivo del consumidor-. Esa caída del 1,4% se produjo en una década en la que la población de Estados Unidos creció aproximadamente el 9,8%.
Para entender lo que está sucediendo, consideremos el caso de Evergreen Solar, el tercer fabricante más grande de paneles solares en Estados Unidos, que anunció en enero que cerraría su principal fábrica estadounidense, despediría a sus 800 empleados en el lapso de dos meses y trasladaría la producción a China. La gerencia de Evergreen mencionó el mayor respaldo gubernamental que existe en China como su razón para el traslado.
Evergreen es sólo uno de muchos casos que sugieren que Estados Unidos podría encontrarse en medio de lo que el economista de Princeton Alan Blinder en 2005 definió como la Tercera Revolución Industrial. Según Blinder, entre 42 y 56 millones de empleos estadounidenses -aproximadamente un tercio de todos los empleos en los sectores privado y público en el país- son vulnerables de terminar en el exterior. Blinder también predijo que el mercado laboral flexible y fluido de Estados Unidos se adaptaría mejor y más rápido a la globalización que los mercados laborales europeos.
En todo caso, recién estamos en las primeras etapas de esa revolución, y el resultado sigue siendo incierto. Pero una comparación preliminar entre Alemania, la mayor economía de Europa, y Estados Unidos sugiere que la primera está mejor equipada para arreglárselas en la era de la globalización.
Multinacionales alemanas como Siemens y Daimler están aumentando la inversión para satisfacer la demanda tanto de los mercados emergentes como del mercado interno. Las compañías planean incorporar cientos de miles de empleos en todo el mundo sólo este año. Mientras que muchos de estos empleos estarán en Asia, ambas compañías dicen que también sumarán empleos altamente calificados en Alemania.
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