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Reflexiones entorno a la guerra en Afganistán (página 2)


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En 1964 se había desarrollado en Afganistán lo que para algunos era una especie de monarquía parlamentaria, reinando Mohammad Zahir desde 1933. Aprovechando la salida del rey a Roma, en 1973 se declararía la República de Afganistán (73-78), tendente a relacionarse con otros países árabes para mantenerse al margen de la dependencia ya de la URSS ya de los Estados Unidos; quedando el monarca exiliado en Italia, pero su dirigente Daud Khan, primo y cuñado del rey, tuvo un giro monarquico apoyándose en varios miembros de la familia real, lo que llevo a los dos partidos de izquierda mayoritarios a unirse para hacer frente a tal movimiento. Daud Khan y buena parte de la familia real, que fueron luego asesinados, permaneciendo el rey Zahir en el exilio; con lo que el 27 de abril de 1978 se proclamaría la República Democrática de Afganistán. M.Taraki fue elegido presidente del Consejo Revolucionario y secretario general del combinado de izquierda partido del pueblo y partido Banner que acabarían fundiéndose en el partido democrático del pueblo. Los líderes del nuevo gobierno insistieron en que no eran marionetas de la URSS y proclamaron su política basada en el nacionalismo, los principios islámicos, la justicia socioeconómica y el no alineamiento con los bloques ni la intromisión en asuntos extranjeros; de ahí que Taraki promulgara una serie de reformas que incluían la eliminación de la usura, la igualdad de derechos para las mujeres y el reparto de tierras.

H.Amin sucedió a M.Taraki como primer ministro en 14 de septiembre de 1979. Amin introdujo cambios como la eliminación de la dote, la alfabetización sobre valores secularizantes o la reforma agraria, y conmovió la estructura de poder de los señores feudales y los dirigentes religiosos. En febrero de 1978 el embajador de Estados Unidos había sido secuestrado y asesinado; Estados Unidos interrumpió sus programas de ayuda económica y aumentó su hostilidad hacia un gobierno al que calificó de prosoviético, y el 24 de diciembre de 1979 comenzaba la invasión soviética, que llegaría a instalar 100.000 soldados en el país y la resistencia de los mujaidines, que se extendería a todo el país, contando además con voluntarios de otros países árabes (como Arabia Saudí, Irán y Pakistán, entre los que se encontraría Osama Ben Laden, preparado y financiado por la CIA estadounidense para hacer frente a los soviéticos) financiados por Arabia Saudí para "combatir a Satán". El general Zia-Ul-Haq dictador de Pakistán, recibiría un sólido respaldo de Washington y Londres a lo largo de sus 11 años de dictadura. Durante su gobierno (1977-1989) se crearía una red de madrasas (escuelas coránicas e internados religiosos) financiadas por el régimen saudí de las que saldrían voluntarios para Afganistán, donde también aflorarían las madrasas como centros de islamización.

Del partido del pueblo y de la facción Banner saldrían, según algunos, la facción títere de los soviéticos que instaurarían un gobierno comunista satélite con el nombramiento del presidente Brabak Karmal primero, Sultan Ali Keshmant después, y finalmente, Mohammed Nahibullah (1987, con quien empezó el cese el fuego, la amnistía de prisioneros y las negociaciones para la retirada de las tropas soviéticas), mientras que para otros se trataría de unos gobiernos realmente comunistas y de una invasión soviética semejante a la de la Primavera de Praga. Por tanto, según una versión, el enfrentamiento se producía entre las guerrillas islámicas anticomunistas y el gobierno pro-soviético, según otra, entre el intento afgano de llevar adelante un comunismo autóctono y antitotalitario y los impedimentos de la URSS.

Los demás, quienes no participaron en el nuevo gobierno, o fueron asesinados, como Taraki, o se sumarían a la resistencia hasta la expulsión de los soviéticos. Estados Unidos, Reino Unido y China proporcionarían armas a los rebeldes a través de Pakistan, y sobre todo los misiles Stinger, proporcionados por los Estados Unidos provocaron grandes reveses a las tropas soviéticas. El Politburo soviético aprobó una campaña de reconciliación en Afganistán en 1986. Una nueva Constitución de 1987 volvió a cambiar el nombre del país a República de Afganistán reafirmando su posición no-alineada dentro de la guerra fría. Los acuerdos de paz fueron finalmente firmados en abril de 1988, tras la mediación de la ONU, y con la participación de Estados Unidos, la Unión Soviética, Afganistán y Pakistan, se decidió devolverle al país el estatus de país no alineado. Se cambió el nombre PDPA por el de Partido Watan (Partido de la Patria). Ese mismo año Gorbachov ordena la paulatina retirada de las tropas soviéticas de Afganistán y el último soldado soviético abandonó el país el 15 de febrero de 1989. Sin embargo, la guerra civil siguió a la retirada de los soviéticos.

En 1992, tras la caída del gobierno comunista de Nahibullah, quien fue destituido y tuvo que refugiarse en la sede de la ONU, y tras la toma de Kabul por las guerrillas, una coalición de grupos islámicos, formada por ex rebeldes de las guerrillas, líderes religiosos e intelectuales, accedió al gobierno y proclamó un gobierno de transición: la República islámica; formado por cuatro vicepresidentes. Las autoridades anunciaron su disposición de negociar con los grupos rebeldes que no se apaciguaban y se entrevistaron, a las puertas de la capital, con el comandante Ahmed Sha Massud, del Jamiat-i-Islami, comandante de la futura Alianza Norte y que será asesinado por sicarios de Ben Laden antes del atentado de las Torres Gemelas del 2001 y de la guerra de Estados Unidos contra la nación.

Desde Pakistán, Gulbudin Hekhmatyar, jefe del grupo fundamentalista Hezb-i-Islami, amenazó con iniciar el bombardeo de la capital si no renunciaba Massud al gobierno. El presidente provisional Abdul Rahim Hatif dijo que el gobierno sería transferido a una coalición de todos los grupos rebeldes y en los días siguientes, fuerzas de Massud y de Hekhmatyar entraron en combate dentro mismo de Kabul. Un gobierno interino bajo el liderazgo de Sibgatullah Mojadidi asumió el poder, sobre fines de abril. La alianza de grupos musulmanes moderados encabezada por Ahmed Sha Massud, nombrado ministro de Defensa del nuevo gobierno, ganó el control de la capital, expulsando a los fundamentalistas islámicos encabezados por Gulbudin Hekhmatyar. Pakistán, Irán, Turquía y Rusia fueron los primeros países en reconocer al nuevo gobierno afgano. El 6 de mayo de 1992, el Consejo Interino disolvió formalmente al Partido Watan que había gobernado el país desde 1978.

Algunos cambios mostraban la intención del gobierno de introducir en el país la ley islámica: se prohibió la venta de alcohol y se intentó imponer nuevas reglamentaciones que obligaran a las mujeres a cubrirse la cabeza y a usar las ropas tradicionales del islamismo, comenzando el proceso de islamización al que acabarían oponiéndose otras facciones armadas. A fines de mayo, la mayoría de los grupos rebeldes afganos, el Hezb-i-Islami y el Jamiat-i-Islami inclusive, anunciaron un acuerdo de pacificación. El punto principal de convergencia fue la realización de elecciones en el plazo de un año y la salida de Kabul de las milicias del ministro de Defensa, Ahmed Sha Massud, y las uzbekas de Abdul Rashid Dostam. Pocos días después, el presidente Modjadidi escapó milagrosamente de un atentado. El 31 de mayo fue rota la tregua entre las dos principales facciones guerrilleras. En los primeros días de junio, la capital afgana se había convertido otra vez en campo de batalla entre las tropas de Hezb-i-Islami y Jamiat-i-Islami. En una semana de combates se registraron 5.000 muertos. Kabul presentaba el espectáculo de una ciudad devastada por la guerra. El 28 de junio Mojadidi dejó la presidencia en favor del líder de Jamiat-i-Islami, Buranuddin Rabbani. Hekhmatyar continuó la lucha contra Kabul, exigiendo el retiro de Massud y de las milicias de Abdel Rashid Dostam. Este había sido miembro del gobierno comunista, del cual defeccionó para unirse a las guerrillas musulmanas que tomaron el poder. En marzo de 1993, dirigentes de ocho facciones rivales anunciaron la firma de un acuerdo de paz en Islamabad, Pakistán.

En el acuerdo -auspiciado por el primer ministro pakistaní, Nawaz Sharif- Rabbani y Hekhmatyar resolvieron compartir el poder por un lapso de 18 meses, hasta la celebración de elecciones. Rabbani mantendría su cargo de presidente y Hekhmatyar asumiría como primer ministro. El poderoso general Abdul Rashid Dostam, cuyas milicias controlaban gran parte del norte del país, no participó de la conferencia de paz. El 17 de junio Hekhmatyar asumió como primer ministro. Massud renunció al Ministerio de Defensa, y éste quedó en manos de una comisión multigrupal. El primer ministro fijó su residencia lejos de la capital. Pocos días después, tropas leales a Hekhmatyar bombardearon Kabul. En enero de 1994, las milicias de Dostam, aliadas con el primer ministro Hekhmatyar, iniciaron una ofensiva contra la capital. La lucha entre ambos grupos siguió desintegrando el Estado central. Kabul permaneció dividida en zonas controladas por grupos rivales. La violencia estaba generalizada y los Talibán se irían decantando como los únicos capaces de restaurar la calma.

La división de Afganistán es en parte el resultado de las rivalidades entre varios países de la región, como Irán, Arabia Saudita, Uzbekistán, Pakistán o Rusia, que intervienen directa o indirectamente en la guerra civil. Otros, menos implicados, ven sin embargo con preocupación el crecimiento del fundamentalismo islámico en el país por la influencia que podría tener en regiones musulmanas que controlan. Así, China teme que el islamismo se difunda en Sinkiang e India en Cachemira.

En 1995, el surgimiento del grupo armado Talibán (estudiantes, en persa) en el sur de Afganistán modificó el curso de la guerra. Estos guerrilleros, formados en Pakistán, tienen por objetivo crear un gobierno islámico unido en Afganistán y contarían con el apoyo de amplios sectores de la sociedad, en particular en las regiones habitadas por pushtus. Este apoyo y una ayuda exterior –que tal vez provenga de los servicios secretos pakistaníes– les permitió conquistar Qandahar y algunas provincias vecinas. Cuando en 1996 los talibán conquitan la capital, castraron al expresidente comunista Mohamed Najibullah y luego lo colgaron de una señal de tráfico con la boca llena de billetes. Hasta los primeros meses de 1997 la situación permaneció incambiada, pero a fines de mayo Dostam intentó abandonar su alianza con el desplazado presidente Burhanuddin Rabbani y asociarse a las milicias del Talibán. Pero la nueva alianza duró apenas dos semanas y los avances realizados por las fuerzas de Kabul fueron rápidamente revertidos. Ahmed Shah Masud, ex jefe militar de Rabbani se convirtió en el eje de la nueva alianza anti Talibán.

A los nuevos dirigentes de la que fuese la República islámica de Afganistán, versión sunní del experimento chiíta que en 1979 derrocó al Sha de Persia e instauró la República islámica de Irán, se les acabó denominando como Los Talibanes (el credo talibán es una rama islámica ultrasectaria, inspirada por la secta wahabí que gobierna Arabia Saudita) cuyo celo religioso iría progresivamente en aumento, como muestran las mutilaciones públicas y a la prohibición de cualquier actividad laboral a la mujer, a la que se obligó a llevar el burka o velo con rejilla. La historia subsiguiente hasta el atentado perpetrado por la organización de Osama Ben Laden y la posterior guerra ya nos es más conocida.

II.

VIOLENCIA, TERRORISMO, REFORMA Y REVOLUCIÓN.

Respecto a la Comuna de París Trosky pensaba que su fracaso se debió a la carencia de un partido centralizado que dirigiese con voluntad de hierro a las masas proletarias. Eran otros tiempos y ni siquiera los socialistas creían en que los hombres (no sólo los proletarios) pudieran dirigir sus propias vidas directamente sin necesidad de intermediarios. La experiencia de los funcionarios de la URSS nos es de sobra conocida y se impone en la actualidad una visión igualitaria de conjunto, sin escisiones entre proletarios y burgueses, o entre las masas y el partido, entre dirigentes y dirigidos. Pero para eso lo mejor es que no haya jerarquías, que siempre entrañan corrupción y abuso de poder.

En la era de la globalización sólo la democracia directa resulta ya admisible para los individuos, pues la tecnología lo permite. El caso de Internet rompe con la principal objeción clásica a una democracia directa: el argumento de que no se podría reunir en asamblea a millones de personas. Y bobadas como El Gran Hermano muestran que igualmente podríamos estar conectados al Parlamento (¿mundial?) votando leyes y echando de sus cargos a los diputados incompetentes, que no a veinte desgraciados en busca de fama y dinero fácil. El pueblo no es borrego cuando tiene al alcance el no serlo, muestra de ello es también el uso de los ordenadores, que se ha extendido enormemente sin que nadie dijera que el pueblo era demasiado estúpido como para aprender a mandar un e-mail (si bien hay muchas gentes y países que se están quedando fuera, lo que agrandará la desigualdad). Lo que nos iguala con los demás seres humanos, nuestra común naturaleza, está rodeada de innumerables diferencias culturales, que algunos quieren irreconciliables.

Es por eso el momento de recordar a Samuel Huntington y su tesis sobre el choque de las civilizaciones, que viene a decir que en el futuro no habrá conflicto de proximidad y de soberanía, ya que las convulsiones actuales habrán acabado con los conflictos puramente nacionalistas. Iremos hacia una reagrupación de civilizaciones enteras, algunas de las cuales buscarán el enfrentamiento. El blanco principal será Occidente y sobre todo Estados Unidos. "Hace unos años, Enzensberger escribió en Perspectivas de guerra civil que los conflictos bélicos van siendo cada vez menos entre Estados y más entre tribus o bandas dentro del Megaestado global en el que ya vivimos. Porque ese es el verdadero intríngulis de la cacareada globalización: que hoy padecemos ya una sociedad planetariamente estatuida, un Estado mundial en el que faltan, sin embargo, leyes comunes, controles internacionales, tribunales a los que recurrir contra los abusos, garantías y derechos reconocidos a todos, protección social, instituciones democráticas de alcance similar a las ambiciones económicas de los grupos multinacionales.

El Estado de bienestar no es un error que debe ser descartado para agilizar la especulación bursátil y la maximización de beneficios, sino un proyecto que tendría que aspirar a su verdadera escala planetaria" (Fernando Savater Armagedón. El País 13-9-2001). Según el italiano Giovanni Sartori diferentes religiones y culturas del mundo son más integrables que otras en nuestra sociedad occidental, en la "sociedad abierta". La sociedad multiétnica, de Giovani Sartori es un libro que plantea una serie de cuestiones relativas a la inmigración, con reflexiones que debiera hacerse hoy en día todo el mundo.

La obra analiza los casos en que el respeto a la cultura del inmigrante entra en conflicto no ya con las costumbres del país que le acoge, sino también con las leyes, con los derechos fundamentales de la persona y con la dignidad humana. El anti-islamismo de Sartori es meditado y juicioso, y aunque podamos no considerarlo de recibo, por diversas objeciones a sus tesis, sobre todo a la de la identidad preferente del anfitrión (Cfr.Entrevista a G. Sartori, El País 8 de abril de 2001); cuando, al contrario, la tradición republicana propuso siempre el espacio público como espacio de neutralidad en el que podrían convivir todas las tradiciones. Sartori arremete contra los defensores republicanos de la noción de ciudadanía: "Creo que los ciudadanistas, quienes siguen creyendo que la integración es una cuestión de mera concesión de la ciudadanía, están cometiendo un grave error. Los papeles no equivalen a integración. Conceder sin más la ciudadanía a personas que en gran parte vienen dispuestas a no integrarse y que acaban formando grupos o tribus de no integrables, y así fácilmente grupos de presión en contra precisamente de la sociedad abierta que aceptó acogerlos, es uno de los inmensos errores que se están cometiendo. Esos grupos que no quieren integrarse crean compartimentos estancos en la sociedad que rompen el principio de igualdad ante la ley que las sociedades que vivimos en pluralismo hemos creado durante siglos. Hay culturas que niegan los principios en los que nosotros vivimos y nosotros hemos de ser tolerantes, como antes dije, pero sólo ante la reciprocidad de la tolerancia.

El respeto a la identidad del anfitrión debe ponerse como condición para una integración. La alternativa es la desintegración y el conflicto de culturas" (Sartori Ibid.). Sin embargo el espacio público se supone que es un espacio sin identidad, que la identidad del anfitrión sería tan privada como la del huésped. Resulta al menos sorprendente que buena parte del movimiento izquierdista, tras la caída del muro de Berlín, se haya volcado sobre la etnicidad, olvidando que el comunismo era la continuación del proyecto ilustrado, un camino usurpado por el liberalismo (o del que quizá éste sea una fase transitoria) y optando por un retorno rousseauniano a los orígenes tribales. Sin embargo nunca se vio a Marx reivindicar sus raíces, ni el judaísmo, ni mucho menos su pertenencia al Estado prusiano (primer Reich; imperialismo), sino que terminó viviendo como apátrida en Londres, tras ser privado de su nacionalidad alemana y luego expulsado de Francia.

  Tras la desaparición de la URSS, los ciudadanos de la Federación Rusa retornaron al expediente cultural, los chechenos se acordaron que eran musulmanes y los rusos que había que realizarle honras fúnebres al Zar Nicolás II y potenciar la Iglesia cristiana ortodoxa. Resulta que durante 70 años se habían olvidado de sus filiaciones integristas y, tras la desmembración del poder y del proyecto soviético, retornaron a ellas como si fuesen el único reducto defensivo restante frente a la victoria y hegemonía total del capitalismo. Con ello el comunismo desaparecía y iba siendo paulatinamente sustituido por el comunitarismo étnico, el cual ha ido oscilando hacia el integrismo y el racismo, a pesar de partir de un republicanismo aristotélico.

En España el asunto se complica ya que nunca ha conseguido un grado de unificación semejante al de otros países, un espacio potente y neutro en el que convergiesen todas las divergencias, de ahí que sus fuerzas no hayan llegado nunca a confluir del todo en un espacio público común y generalizado. Si en el siglo pasado ya podía decirse lo de: Spain is different, todavía sigue el adagio vigente: "La monarquía absoluta en España, que sólo por encima se parece a las monarquías absolutas europeas en general, debe ser clasificada más bien entre las formas asiáticas de gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a la cabeza" (Marx, La Revolución en España, Progreso, Moscú, 1974, p.13. La España revolucionaria, New York Daily Tribune 9 de septiembre de 1854).

  Para que pueda haber una ciudadanía contra la etnicidad, un espacio público que limite y acepte todos los espacios privados sin permitir ningún vestigio de exclusión en su seno, la ciudadanía habrá de desvincularse de su definición tribal por nacimiento, lengua, costumbres, y concebirse de acuerdo con el artículo 2º de la Declaración de Derechos del Hombre (1948): "1. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición".

Así, cuando los miembros de una religión africana realizan la ablación de clítoris en Francia, el gobierno los detiene y los juzga, pero no por pertenecer a una determinada etnia o religión, sino por el delito de mutilación. No importa si el delito lo comete un Yakuza japonés cortándose el dedo meñique, o un bestia rociando de gasolina y prendiéndole fuego a su ex mujer, o un talibán afgano, o un saudí que le corta la mano a un ladrón, no son las formas privadas de creencia o ideología lo que está (o debe estar) prohibido y perseguido por la Ley, sino los delitos, como la mutilación, la agresión o el asesinato; se persigue, entonces, el delito, y no la creencia que lo pudiera promover. Así, cuando alguien es detenido como terrorista, no es detenido en cuanto terrorista vasco, daría igual que fuese un terrorista islámico, el delito sería el mismo, ASESINATO. No es delito (o al menos no debería serlo en una sociedad de libertad de creencias) el profesar idearios nacionalistas (bíblicos, ufológicos, nazis, demócratas o de cualquier otra índole), como lo sería el que por esos u otros motivos cualesquiera se queme gente o se pongan bombas.

Más allá de las reflexiones críticas pero no insultantes de Huntington o Sartori tenemos a Berlusconi y a Oriana Fallaci, esta última una periodista de un feminismo rabioso donde los haya, siempre con ganas de patear la entrepierna del otro género, cuyo anti-islamismo es ya una sarta de injurias ad hominem que avergüenzan al bando desde el que se hacen, más que darle la razón. Sus insultos, producto de su ignorancia hacia tradiciones que nos son ajenas, llegan hasta hacer revivir el racismo militante hacia los portadores de una confesionalidad, cuya complejidad no llega a vislumbrar; y a creerse, esta italo-americana, la heredera por excelencia, ¡con su prosa vulgar y soez!, de gentes como Homero y Dante, al que considera superior a Omar Khayyam, como si fuera ella quién para juzgar sobre semejantes hombres. Pero juzga mucho O.Fallaci, no sólo a los grandes hombres y a lo que debemos considerar valioso o detestable de cada cultura, (tiempos perversos donde semejantes dictámenes son los periodistas quienes los hacen), sino que condena a todo el Islam, por ser algo así como perros asquerosos y pasa sin solución de continuidad del dudoso deber de matar a Osama Ben Laden a la sugerencia del dudosisimo deber de exterminar a toda una raza (sic) o confesionalidad, identificando al singular con el plural: "Porque la verdad es que lo pretenden.

Osama Bin Laden afirma que todo el planeta Tierra debe ser musulmán, que tenemos que convertirnos al Islam, que por las buenas o por las malas él nos hará convertir, que para eso nos masacra y nos seguirá masacrando. Y esto no puede gustarnos, no. Debe darnos, por el contrario, razones más que suficientes para matarle a él. (…) Yo no voy a cantar padrenuestros y avemarías ante la tumba de Mahoma. Yo no voy a hacer pipí en el mármol de sus mezquitas ni a hacer caca a los pies de sus minaretes. (…) A veces, en vez de dichas imágenes, veía otras, para mí simbólicas (y por lo tanto, indignantes), de la gran tienda con la que, el verano pasado, los musulmanes somalíes hollaron, ensuciaron y ultrajaron durante tres meses la plaza del Duomo de Florencia. Mi ciudad. Una tienda levantada para censurar, condenar e insultar al Gobierno italiano que les albergaba, pero que no les concedía los visados necesarios para pasearse por Europa y no les dejaba introducir en Italia la horda de sus parientes: madres, abuelos, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos, cuñadas encinta e, incluso, parientes de los parientes. Una tienda situada al lado del bello Palacio del Arzobispado, en cuyas escalinatas dejaban sus sandalias o las babuchas que, en sus países, alinean fuera de las mezquitas. Y junto a las sandalias y a las babuchas, las botellas vacías de agua con la que se lavaban los pies antes de la oración.

Una tienda colocada frente a la catedral con la cúpula de Brunelleschi y al lado del Bautisterio con las puertas de oro de Ghiberti. (…)Gracias a una grabadora, los gritos de un vociferante muecín que puntualmente exhortaba a los fieles, ensordecía a los infieles y tapaba el sonido de las campanas. Y junto a todo esto, los amarillos regueros de orina que profanaban los mármoles del Bautisterio (¡qué asco! ¡Tienen la meada larga estos hijos de Alá! ¿Cómo hacían para llegar al objetivo, separado de la verja de protección y, por lo tanto, distante casi dos metros de su aparato urinario?). Junto a los regueros amarillos de orina, el hedor de la mierda que bloqueaba el portón de San Salvador del obispo, la exquisita iglesia románica (del año 1000) que se encuentra a la espalda de la plaza del Duomo y que los hijos de Alá habían transformado en un cagatorio. Lo sé de primera mano. (…) En el atrio de la iglesia de San Lorenzo, donde se emborrachan con vino, cerveza y licores, raza de hipócritas, y donde profieren todo tipo de obscenidades a las mujeres. (El verano pasado, en ese atrio, me las dijeron incluso a mí, que soy ya una mujer mayor. Y, como es lógico, les planté cara. Sí, sí les planté cara. Uno sigue todavía allí, doliéndole los genitales)" (Oriana Fallaci. La rabia y el orgullo II: Los hijos de Alá. Rehenes estadounidenses. El Mundo 1-10-2001). (Cfr. Oriana Fallaci. La rabia y el orgullo (I, II, III). El Mundo 30-9-2001; 1-10-2001 y 2-10-2001 respectivamente; originalmente publicado en Corriere de la Sera).

A Oriana Fallaci la han contestado adecuadamente varios intelectuales, como Rafael Sánchez Ferlosio, que ponía de manifiesto que a la italiana: "Sanchez Dragó le aplica el dicterio de ‘psicópata’; más ajustado habría sido, a mi entender; ver esta especie de ‘sermón escatológico’ como el producto de un ataque extremadamente virulento del más desaforado enyosamiento narcisista. Para rematar a la manera de mi amigo Fernando, que terminaba su artículo diciendo: ‘¡Viva Mussolini!’, diré a mi vez: ¡Allah akbar!" (Carta a El Mundo, 4-10-2001). También Umberto Eco contestaba (El País 14-10-2001: Pasión y razón. Originalmente publicado en La Republicca), quien no obstante descartar ligeramente a las invectivas de Fallaci o Berlusconi como algo "secundario" producto de "conclusiones pasionales dictadas por la emoción del momento" se muestra preocupado por el calado de ese discurso en los jóvenes y partidario de poder calificar a la cultura Occidental como ‘mejor’ hoy que otras, (en un análisis que no puede ser histórico, sino contemporáneo, ya que Occidente fue también Hitler y el fascismo), en virtud de que actualmente es la que más admite la autocrítica y la revisión de los propios presupuestos, es decir, en virtud de la "crítica de los parámetros, que Occidente persigue y anima". Luego indica que a los niños se les miente al decirles que todos somos iguales, porque en realidad todos somos también diferentes, y por tanto, no sólo hay que aprender en la escuela lo que tenemos en común, sino también a conocer y así poder valorar y respetar cuando son respetables, las diferencias: "El maestro de una ciudad italiana debería ayudar a sus niños italianos a entender por qué otros niños rezan a una divinidad diferente, o tocan una música que no se parece al rock. Naturalmente, lo mismo debería hacer un educador chino con niños chinos que vivan junto a una comunidad cristiana.

El paso siguiente será mostrar que hay algo en común entre nuestra música y la suya, y que también su Dios recomienda algunas cosas buenas. Objeción posible: nosotros lo haríamos en Florencia, ¿pero lo harán también en Kabul? Bien, esta objeción es lo más alejado que pueda haber de los valores de la civilización occidental. Nosotros somos una civilización pluralista, porque consentimos que en nuestro país se levanten mezquitas, y no podemos renunciar a ello sólo porque en Kabul encarcelan a los propagandistas cristianos. Si lo hiciéramos, nos convertiríamos también nosotros en talibán".

Se pueden realizar críticas a ciertos sectores islámicos, identificando si se trata de la teocrácia sunní de Arabia Saudí o la República confesional shiíta de Irán, si se trata de sudaneses o de indonesios, de pakistaníes o de afganos, de tunecinos o de egipcios, porque tratamos con una enorme pluralidad y variedad que se aglutina equivocadamente bajo un denominador común. También cuando se critica a Occidente se está cometiendo la simplificación de aglutinar a una variedad diversa de países, lenguas tradiciones y formas de vida bajo un denominador común. Por eso decimos que resulta mejor la crítica matizada que la generalizada. Sin embargo, Marx, Freud y Nietzsche criticaron la religión en general y el cristianismo en particular en bloque, sin distinguir entre judíos e islámicos, entre cristianos ortodoxos, protestantes o católicos, y otros, toda religión es opio del pueblo (Marx) entraña un odio contra la vida (Nietzsche) o proviene de un infantilismo crónico (Freud); con lo cual nos damos cuenta de que se puede realizar una crítica del movimiento fundamental que anima a una pluralidad en la dirección de una forma de vida común. La forma de vida estadounidense pugna por imponerse como forma de vida fundamental del mundo occidental, aunque afortunadamente no lo consiga por completo, está claro que el capitalismo, los MacDonalds y la Cocacola invaden todo el orbe.

Del mismo modo el islamismo y la forma de vida que le va asociada pugna por imponerse en todo el mundo musulmán, aunque tampoco lo consiga por completo, pues está claro que el sometimiento de la mujer está presente en todo país musulmán si bien en unos en mayor grado que en otros. Por tanto condenar y criticar al Islam o condenar y criticar a Occidente significan condenar el elemento islamista e integrista del primero y el elemento capitalista y fundamentalista del segundo. Aunque habremos de repetir, entonces, que la crítica matizada de los elementos, puesto que la parte no es el todo, es la mejor opción pues con la critica generalizada se corre el riesgo de sugerir que la parte, si bien esencial o estructural, equivale al todo, con lo cual estaría siendo injusta con buena parte del bloque. El cristianismo ha acabado moderándose tras las críticas globales a las que se le sometió desde la Ilustración y el siglo XIX, aunque no sólo el racionalismo socavó la violencia de las guerras de religión sino que también el proceso de secularización, que arrebataría a la religión en el mundo occidental su vinculación directa con la política y el gobierno. Más allá del logro de la laicidad para el espacio público y político dudo mucho que se pueda llegar a erradicar la religiosidad, cuan superstición, como querían los ilustrados miembros de las luces; de modo que habremos de convivir con lo que consideramos alucinaciones, supersticiones, infantilismos y esperanzas ciegas, en mayor o menor grado, en nuestras sociedades del siglo XXI.

No creo que se le pueda objetar a nadie una confesionalidad mientras que se lleve a la práctica de forma moderada y conforme a las leyes de cada lugar, mientras que la intromisión de la religión islámica en la política me parece tan negativa como la de las Iglesias cristianas, ya católicas, protestantes u ortodoxas, con todas sus subdivisiones y peculiaridades. En tal caso de lo que se trata es de la polémica de las dos espadas, o de los dos reinos, y el problema reside en a quién se presta obediencia y conformidad, si al Estado o a la Iglesia, a la política o a la confesión.

La mayoría de las religiones no han tenido problemas para moderarse y mantener las dos lealtades, la primera en el espacio público, la segunda en el espacio privado, pero en el Islam, los moderados, aunque no son pocos, son desbordados por los integristas, gracias a las ayudas de gobiernos como el de los Estados Unidos, país paladín de la democracia, que curiosamente la defiende instaurando teocrácias y dictaduras por todo el mundo. No tengo mayor animadversión contra un tipo que rece en dirección a la Meca cinco veces al día; un católico que rece todas las noches antes de acostarse, vaya todos los domingos a misa y se cargue en los hombros íconos enormes, por la calle, durante la semana santa; un judío que vaya a la sinagoga todos los sábados; un proletario que vaya al fútbol todos los domingos o un ufólogo que lea a Giménez del Oso y J.J.Benitez todas las noches antes de acostarse. Simplemente sus opciones espirituales me parecen peores que las que yo he elegido, o quizá peores porque no las han elegido, pero de ningún modo les podré impedir que en el ámbito privado se espiritualicen como deseen, ya que no deseo yo tampoco, que en mi ámbito privado, nadie me imponga una determinada forma de espiritualización. Hay formas de espiritualización mejores y peores, pero no pueden determinarse estrictamente ni con claridad y si se pretende imponer alguna, serán siempre las peores, con la máscara de ser las mejores, las que tiendan a imponerse. De manera que las más diversas formas de espiritualidad habrán de convivir en un espacio común, el espacio de vivir y desenvolverse, en el que habrá muchas formas grotescas, pero siempre también formas sublimes.

En el ámbito público se imponen, por sí mismas, ciertas formas de espiritualización, ya que no hay manera de aprender ciencias, artes y letras, mediante la brujería, el horóscopo o la parapsicología. Las ciencias, las artes y la literatura son la espiritualidad que necesita un ciudadano crítico y el deber del Estado es proporcionar esa formación y no sólo la necesaria a los efectos de inserirse en el mercado laboral. Es a causa de ese defecto de la educación en Occidente que los trabajadores-consumidores, a falta de ser ciudadanos críticos, se lanzan hacia el ocultismo y el orientalismo, pues al no poder comprarse un alma en el Corte Inglés intentan comprar espiritualidad en el kiosko de la esquina, empaquetada en fascículos semanales. El problema, en este caso, no es que no haya una tensión entre ciudadano-material-público y persona-espiritual-privada, sino que hay una unidad de trabajador-consumidor-esotérico producto de un mercado que ha roto el equilibrio entre lo público y lo privado homogeneizando las subjetividades a medida que las diversifica e individualiza.

Con las religiones clásicas y establecidas, con tradición e infraestructuras, pasa otra cosa, hay un conflicto de espiritualidades o, como dijimos antes, de lealtades, entre el ciudadano y el religioso. La única solución que veo aquí, lo repito, y es la solución clásica, es la de separar el ámbito de la ciudadanía, de un espacio personal en el que se puedan detentar las más variadas ideologías, creencias o religiones; entre las que se encontrarán tanto las mejores como las peores. Mientras que en el caso de la unidad de trabajador-consumidor-esotérico la única solución que veo es la de estrellar aviones sobre las centrales nucleares, propagar enfermedades inoculándose virus mortíferos o envenenar los depósitos de agua potable, además de vandalismo, sabotaje e incendios.

Pero no creo que se haya consumado la producción en serie de seres humanos, ya que yo no podría escribir esto si además de trabajadores-consumidores-esotéricos no hubiese muchos ciudadanos críticos con y sin conflictos de lealtades. Me basta entonces con que el porcentaje de los ciudadanos tienda a aumentar y el de los esotéricos a disminuir, no mediante medidas violentas, sino a través del proselitismo no militante con que cuenta el espacio lógico de las razones, del cual, una vez hollado, es muy difícil apartarse. Una vez que se aprende a leer es difícil olvidar el arte de la lectura, mientras que quien aprende el catecismo de niño muy fácilmente lo olvida de mayor. En el primer caso se ha aprendido una forma, en el segundo tan sólo un contenido. Pero Oriana Fallaci no sabe de formas, sólo de contenidos, y precisamente de los más superficiales, zafios y simplones contenidos que se puedan alcanzar: los del trabajador-consumidor-esotérico. Los del patriota ciego, sordo y engreído. Porque el fundamentalismo Occidental es el peor integrismo del planeta y no puede ser aceptado como réplica al fundamentalismo islámico. ¿Desde dónde luchar contra todos los fundamentalismos si no se acepta y se fomenta la construcción de un espacio de nadie? Sólo el espacio de lo universal, lo común, puede aunar y recibir coexistencias diversas y diferentes en su interior, lo múltiple requiere lo uno.

Hay que distinguir entre reformismo y revolución. Desde el terreno reformista, hablamos de transformaciones graduales y no traumáticas de la sociedad, y desde el terreno revolucionario, de cambio radical, rápido y violento de todas las estructuras sociales. Para que se dé un cambio revolucionario lo necesario es que el Estado y los demás poderes se encuentren debilitados. Ese es el principal contra-argumento a mi juicio de la antiglobalización. En Francia hizo falta que el Estado se debilitase al perder la guerra franco-prusiana (1870) para que pudiera darse la Comuna de París (1871); en Rusia hizo falta que el Estado zarista se debilitase con la 1ª Guerra Mundial para que pudiera darse la revolución bolchevique. En la situación actual, con Estados Unidos sin rival tras la caída de la Unión soviética, el camino reformista se impone, al menos hasta que pudiera surgir un poder paralelo al de los gringos (como la Unión Europea) cuyo enfrentamiento debilitase las estructuras de dominación imperantes. Si bien el atentado del 11 de septiembre despierta la corroboración de la posibilidad teórica propia del anarquismo o de la teoría del caos de que un pequeño poder haga frente, contrarreste o incluso haga mutar o derribe a un poder mayor.

La toma del poder equivale a la toma de las armas, si bien hoy en día bajo la denominación armas no entra tan sólo las que posee en exclusiva el ejército, sino toda una serie de estructuras que vertebran a la sociedad. De hecho muchas de ellas ya están en manos de los ciudadanos, pero éstos no se dan cuenta de ello. Por ejemplo, ¿acaso no son ciudadanos los que trabajan en los medios de comunicación de masas? Esas armas letales están manejadas por gentes de a pie, pero que consideran que deben servir a los propietarios o accionistas de dichos medios, dado que pagan sus salarios.

En los Estados Unidos, dada una peculiaridad de su Constitución prevista para evitar la tiranía, la población puede tener armas, pero no tiene, sin embargo, el poder. La mayor arma es la toma de decisiones políticas (y económicas), seguida de los poderes económicos, mediáticos, financieros, legislativos, laborales, armamentísticos, etc. Por otra parte, ¿acaso no son ciudadanos de a pie quienes ejercen de soldados de la armada y policías? Otra vez vemos que el poder está en manos de una parte del pueblo, pero que es ejercido contra las otras partes en lugar de a favor de la liberación del conjunto. ¿Por qué? En este caso porque el sector armado y público del cuerpo social tiene la misión también pagada asalariadamente de mantener en buen orden al resto del pueblo. Las desigualdades económicas, además de las políticas, también enfrentan a unos ciudadanos contra otros en lugar de permitir su acción conjunta.

Una revolución requiere el apoyo del mayor número de poderes y hoy en los países poderosos ya no es suficiente contar exclusivamente con un amplio sector de las fuerzas armadas de un país para que pueda triunfar. Afortunadamente, diremos, pues el precio que hay que pagar al sector militar por el cambio ha sido a menudo el de un cambio hacia la dictadura militar, en lugar de un cambio hacia la igualdad y la libertad. Sin ese caldo de cultivo simultáneo en diversos ordenes la reforma podría acercarse paulatinamente a la situación deseada, sin necesidad de cambios traumáticos, pero entonces las transformaciones se realizarán necesariamente de manera mucho más lenta, si bien incruenta. ¿Qué reformas alentar para dirigirse hacia la toma del poder? Todas aquellas que aumenten la potencia de los individuos y permitan su máxima expresión y manifestación. Para ello hay que destruir las estructuras jerárquicas y crear al mismo tiempo estructuras horizontales.

Destruir la verticalidad en la mayor medida posible, solicitar que todo mando técnico sea electivo o por sorteo entre los implicados en una función y que sea en todo momento revocable. Conservar el privilegio de la acción o decisión política. Los jefes del ejército o de las empresas no son elegidos, ni propuestos por sorteo, tampoco los miembros de las Iglesias ni los miembros del poder judicial (excepto en Estados Unidos); pero el problema de la electividad y representatividad es que se delegan las decisiones políticas y con ello el principal poder. Los poderes saben como moverse para que la electividad les beneficie pues tienden a su conservación y sólo si la representatividad se separa de las decisiones políticas (quedando relegada a las decisiones técnicas) podrá el pueblo recuperar ese poder.

Es cierto que este discurso debe alejarse lo más posible del humanismo, ya que está claro que la filantropía burguesa no es sino una coartada para todas las dominaciones. Además, frente al decisionismo voluntarista, hay que darse cuenta de que las estructuras no cambian simplemente porque lo decidamos, no podemos decidir agitar los brazos y volar, ni podemos decidir no seguir las leyes de la gravedad. Pero las leyes económicas son leyes coyunturales y no leyes de la naturaleza, no son fijas sino mudables. La acción política puede influir en la transformación de las estructuras sociales tan sólo a partir de la configuración de unas estructuras sociales ya dadas, de modo que nuevamente, se plantea la acción política como orientación hacia la transformación de las estructuras sociales bien de manera revolucionaria como de manera reformista. No es lo mismo el decisionismo individual que las decisiones políticas, si un obrero decide no acudir una mañana al trabajo no por eso deja de ser obrero, sino que pasa a ser obrero en paro. Pero si tres millones de obreros decidiesen no acudir una mañana al trabajo se paralizaría la producción. La historia del movimiento obrero clásico muestra que su forma de forzar decisiones políticas fue la huelga, cuando no el terrorismo y el sabotaje. Hoy el extremo individualismo impide cualquier presión colectiva para forzar decisiones políticas y sólo la participación directa e individual parece una vía posible para recuperar el privilegio de la acción colectiva, entendida como algo más que la suma de todas las participaciones directas e individuales.

El Estado fuerte resulta una defensa para el colectivo de ciudadanos pero, al mismo tiempo, su mayor dominador. El peligro de la debilidad del Estado estriba en que signifique el fortalecimiento del mercado. El que el trabajo y el consumo estén garantizados a la ciudadanía, a una mayoría de la población, resulta un factor de estabilidad y calidad de vida inigualable por el momento; el problema de países como Colombia es que se está quedando sin la poca clase media que tenía, ya que a causa de la situación de guerra civil encubierta en la que viven, todos los que pueden, los profesionales, las clases medias, se marchan del país, quedando la sociedad cada vez más polarizada entre unos pocos riquisimos (políticos y narcotraficantes) que lo tienen todo, y una mayoría de pobrisimos que no tienen nada. Con lo cual el grado de conflicto alcanza cotas altísimas.

Hablo de dos caminos para que no ya la utopía, sino la mejora posible de un estado de cosas ya dado, llegue a producirse. Uno el reformista, más lento, el otro el revolucionario, más rápido. Pero desde luego, si pienso en las necesidades sociales de un país concreto, la búsqueda de un Estado fuerte resulta la única defensa de los ciudadanos y trabajadores frente a la utopía esclavista del neoliberalismo. Respecto a la Ley, ya se ha empezado ha hablar de la Renta Básica y a plantearse la Tasa Tobin. Desde luego que no es más que electoralismo, por el momento, pero ya es un avance que se empiece a hablar de ello. Respecto a una voluntad política férrea, deberá siempre precaverse de caer en la tiranía o la dictadura, sobre todo de ser la voluntad política férrea de unos pocos, y habrá que esperar que algún día la voluntad política se apodere de, sino todos, al menos una mayoría muy representativa de la población.

Volviendo al tema de la revolución, la mayoría de los intelectuales mantienen la tesis de que la violencia favorece a la reacción, pero la cosa no me parece tan simple. Proceso constituyente es el nombre institucional de la revolución. Y una revolución no es sino violencia regulada que aniquila el orden en curso. No hay proceso constituyente sin ruptura de legalidad. Yo estoy en contra de la violencia de unos pocos y poderosos sobre muchos débiles, pero comprendo la violencia inversa, la de unos muchos poderosos con la unión, o unos individuos aislados y sometidos, sobre unos pocos poderosos con la dominación. No veo contradicción entre manifestaciones pacifistas y los Black bloc, simplemente buscan fines semejantes con diferentes medios. "La violencia puede acabar con el movimiento sobre la globalización, que es una de las mejores esperanzas políticas de los últimos tiempos. (…) <no es revolucionario oponerse a medidas parciales (tasa Tobin, renta básica de ciudadanía) esperando el gran día del asalto al Palacio de Invierno>" (Joaquín Estefanía Las flores venenosas. El País Opinión 26-6-2001. Cita de las declaraciones de Susan George, una de las líderes del movimiento antiglobalización, en Internet, estractada y citada por Joaquín Estefanía, al hilo de las reflexiones entorno a la violencia en las manifestaciones). En la película La Batalla de Árgel, el líder de los terroristas, cuando le preguntan cómo ha sido capaz de enviar una mujer suicida a un mercado con una bomba, responde: <si tuviésemos los aviones de combate y los misiles de los franceses no necesitaríamos luchar de esta manera>. Una respuesta que podrían dar hoy los palestinos ante la misma pregunta. Unánime dictado político: «Toda violencia es condenable», dicen los encargados del monopolio de la violencia. Todo el mundo practicamente «rechaza la violencia», dicen las encuestas políticamente correctas. Miremos el Diccionario de la Real Academia. Voz violencia: «Del latín violentia. 1. Cualidad de violento. 2. Acción y efecto de violentar». Violento: «Que obra con ímpetu y fuerza». Violentar: «Aplicar medios violentos a cosas o personas para vencer su resistencia». La etimología latina ayuda a comprender la categoría: violencia es sinónimo de fuerza aplicada a resistencia. El Diccionario de Autoridades de 1726 lo recoge en su primera acepción: «Fuerza o ímpetu en las acciones, especialmente en las que incluyen movimiento». En sentido literal, «condenar la violencia» es algo así como excomulgar a la mecánica.

Hay entonces muchos tipos de violencia, el diálogo no es sino la disminución de la violencia a niveles de convivencia pero no por ello deja de entrar dentro de la categoría, pues disminución no es eliminación; no se puede eliminar una propiedad de la naturaleza. Los desequilibrios de poder generan violencia porque sólo se dialoga con quienes, de un modo u otro, tienen la misma potencia. Por eso el diálogo es la violencia menor que se produce entre potencias semejantes y la justicia un equilibrio entre fuerzas.

Ciertamente, acciones como la de estrellar aviones contra las Torres Gemelas de New York y contra el Pentágono en Washington son terribles. Son fenómenos revolucionarios violentos y extremos de los que no se sabe si surgirán modificaciones perjudiciales o beneficiosas para la humanidad. Al tiempo que caía el World Trade Center (Centro de comercio mundial) se desplomaban las Bolsas de todo el mundo, subía el precio del petróleo y el euro mejoraba su cotización frente al dólar. ¿Es necesaria tanta violencia? ¿Es acaso esa violencia simplemente locura o acaso no será una reacción? La violencia bélica, armada o terrorista, es la reacción última, la opción final tras otros intentos de vencer las resistencias por otros medios y el producto de una situación sin más salida que esa; no es siempre, simplemente, la supuesta acción gratuita del desequilibrio mental. Vivimos en un mundo que causa efectos que generan violencia. El hambre genera violencia, la soledad y la frustración generan violencia, la explotación genera violencia, la enajenación mental genera violencia. El hambre, la frustración, la enajenación y la explotación no son fenómenos gratuitos sino efectos causados por una coyuntura determinada y gestados por la confluencia de los poderes vigentes. La paz mundial es un eufemismo para ocultar un mundo realmente sumido en la violencia, pero con islotes occidentales de cierta seguridad individual o disminución de la violencia. No podemos apesadumbrarnos por un atentado en las pequeñas parcelas del mundo donde se protegen las libertades y la seguridad individuales y no apesadumbrarnos por las consecuencias destructivas con altos costes en víctimas humanas de las políticas generadas por esos islotes de relativa paz y bienestar. Por un día sufrieron los ricos, por una vez han sabido lo que sentían los vietnamitas, los iraquíes o los serbios. Para españoles o colombianos los atentados terroristas son algo cotidiano y no digamos para israelíes y palestinos; ya que aunque no sean tan espectaculares y mortíferos son constantes y diarios.

En el momento del atentado no sólo los palestinos de Gaza festejaron el acontecimiento, seguramente los 40 millones de pobres de Estados Unidos no pudieron llorar por las almas de los bien vestidos habitantes de Manhattan ni por el desplome de las torres y de las acciones bursátiles. El FMLN salvadoreño festejó el atentado, lo que motivaría una inspección del aeropuerto de la capital salvadoreña por inspectores de EEUU una semana más tarde (Diario de Hoy, 23-9-2001: Web-elsalvador.com). Muchos países y ciudadanos que perciben sus miserias como inversamente proporcionales a la opulencia estadounidense recibieron la noticia con una sensación ambigua, mezcla de satisfacción y pena al mismo tiempo. Los iraquíes o los sudaneses, bombardeados por los Estados Unidos, bajo embargos que representan los modernos asedios bélicos a las ciudades transformados en asedios a naciones enteras a as que se quiere vencer provocando la miseria, la enfermedad y el hambre entre su población, no pudieron seguramente, ni siquiera sentir pena; todo debió ser satisfacción. "Nos conmueve la muerte de miles de inocentes en los atentados del 11 de setiembre. Tanto como la de millones de víctimas de un sistema injusto que empobrece, excluye y mata por hambre, por enfermedades curables, por represión, por bombardeos, por asesinatos (…). Y desde ya, cualquier ciudadano sensato de Washington, Aranjuez, Sonora, Rawalpindi, Catamarca, Valparaíso, Ciudad del Cabo, Cochabamba, Paysandú, Guatemala, Lahore, Sao Pablo, o la mas remota aldea del planeta, tiene derecho a no sentirse parte de ninguno de los dos trozos en los que Bush pretende partir al mundo. Si la emprende… será su guerra. NO la nuestra" (Eduardo Galeano El teatro del Bien y del Mal. SERPAL &  Web-eurosur.org, 22-9-2001). Nada cambio en las vidas de la mayoría de los habitantes del planeta. El cantante ciego del Brasil seguía tocando en el metro madrileño sin siquiera tener noticias de lo ocurrido, en Africa proseguía la hambruna y la enfermedad, en los arrabales de India, Filipinas, México o Los Angeles, una enorme cantidad de seres humanos siguieron rebuscando en la basura algo que comer. Dentro de los lugares privilegiados del Imperio, muchos ciudadanos cultos y con conocimientos especializados, en desacuerdo con la forma político-económica imperante, no reaccionaron con plena adhesión hacia las víctimas y se hicieron reflexiones como las antecedentes. Hollywood había preparado ya a medio mundo para recibir unas imágenes no menos impactantes por el hecho de no ser virtuales y el individualismo triunfante las recibía con preocupación pero también con inmutabilidad, pues en poco parecía afectar a la vida del televidente lejano, excepto en la subida de la gasolina o la bajada de sus acciones bursátiles. El acontecimiento tuvo el golpe de lo inesperado e inusual, pero se haría cotidiano si se volase un edificio a la semana y se habitaría esa barbarie con normalidad. Como normal es ya que los niños pidan limosna por las calles, que a las puertas de los bancos duerman los mendigos, que los africanos, asiáticos y suramericanos padezcan hambre, miseria y violencia generalizada. Como normal es ya la corrupción política y el desentendimiento mayoritario de los asuntos públicos. Como normal es ya combinar trabajo y consumo, trabajo y fútbol, trabajo y religión, trabajo y televisión, trabajo y drogadicción, como únicas y privilegiadas formas de existencia.

Tras el 11 de septiembre de 2001 el mundo entero se escandaliza de que haya Estados que alienten, protejan y financien el "terrorismo", pero nadie recordó que el 11 de septiembre de 1973 los Estados Unidos promovieron el golpe de Estado de Pinochet y la muerte de Salvador Allende. Todos se escandalizan de que Osama Ben Laden viva en Afganistán pero nadie se escandaliza de que fuese formado por la CIA y financiado por Arabia Saudí, para luchar contra la invasión soviética del país de los mujaidines. Todos se escandalizan de que Irán financie a Hezbolá, o Siria a la Yihad Islámica, pero nadie se escandaliza de que los Estados Unidos formase y financiase a los sádicos de la Contra antisandinista nicaragüense o a los torturadores chilenos o argentinos. Nadie recuerda ya el Irangate, la financiación mediante el narcotráfico del aporte de armas de la administración Reagan a Irán cuando se hallaba en guerra con Irak. Todos se escandalizan ahora de que en Pakistán se adiestren y formen los "terroristas" islámicos dispuestos a actuar en Bosnia, Cachemira o Chechenia, pero nadie se escandaliza de que el "terrorista" (para el gobierno cubano) Mas Canosa, ahora hijo, sea financiado, protegido y alentado por los Estados Unidos, entrenando a sus milicias y planeando sus golpes desde campos en el suelo de Miami que nadie ha osado bombardear nunca. La llamada Escuela de las Américas, fue un centro de entrenamiento de torturadores latinoamericanos de la CIA, donde se graduaron con buena nota gentes luego caídas en desgracia como el general Noriega de Panamá. Nadie desconoce que el IRA recibe grandes aportaciones recaudando fondos en los Estados Unidos o que Arabia Saudí y sus petrodólares son la principal fuente de financiación del integrismo islámico en el mundo, pero nada se piensa hacer a esos respectos. Todo el mundo se indigna cuando viaja a Irán y no le dejan entrar en el país si en su pasaporte se refleja que ha estado en Israel, pero nadie se indigna porque no te dejen entrar en los Estados Unidos si perteneces o has pertenecido al partido comunista y eres tan imbécil como para declararlo.

Tras el atentado, todos los dirigentes de Estados enfrentados a los Estados Unidos, excepto los de Irak, mostraron las más exageradas condolencias y los más desmedidos ofrecimientos de apoyo. Desde Arafat donando sangre para las víctimas (como si no tuviera suficientes entre las de su pueblo para donar toda su sangre) hasta Gadafi diciendo que ha sido un crimen abominable, pasando por Fidel Castro, que ese sí, con su ironía peculiar latina dijo que estaba con Estados Unidos ya que habían padecido los cubanos mucho terrorismo: "El presidente cubano Fidel Castro, expresó hoy la posición de su país frente al dilema planteado por Washington de estar con el terrorismo o con Estados Unidos, con la moral que asiste a Cuba de haber sufrido más de 40 años de terrorismo" (Diario Granma Internacional Digital de Cuba. 22-9-2001). En España el antiamericanismo clásico se representa en una izquierda que condenaba a los Estados Unidos por no haber entrado los aliados en nuestro país, )a diferencia de otros países europeos que les tienen ligados a su liberación del nazismo: aunque sepamos que fueron los rusos con 20 millones de bajas en la 2ªGM, frente a los estadounidenses con 300 mil, quienes hicieron el esfuerzo de guerra de detener a los nazis); condenando a la Península Ibérica a la Dictadura como bastión anticomunista. Y una derecha antiamericana clásica que identificaba a los Estados Unidos con la pérdida de las últimas colonias y con el fin del Imperio español. Aunque luego fuese el PSOE quien dando un giro de 180º metiera al país en la OTAN. Desde la prensa actual, gentes tan dispares como Bernard Henry Levy (El Mundo, 25-10-2001; información como siempre copiada por Savater) y Gabriel Albiac (Pacifismo fascista, en: El Mundo 24-9-2001), recordaban que el antiamericanismo en Francia estuvo ligado a la extrema derecha, sugiriendo con ello que no apoyar unilateralmente los bombardeos de Afganistán supondría ser un neofascista. De ese modo se corroboraba la dicotomía maniquea de Bush y se descartaba la opción pacifista como un hacerle el juego a los poderes inconfesables. Sin embargo, hay que insistir en que el pensamiento crítico, cuando existe, no es partidista, dogmático, ni fiel a ninguna secta, Iglesia o doctrina, se revuelve contra la suciedad y la mentira allí donde éstas habiten e incluso se revuelve contra sí mismo, depurándose continuamente de sus propias excrecencias ideológicas. De ese modo se puede dudar de si el acto fue terrorismo o un acto de guerra, dilema que ha planteado Gustavo Bueno (cfr.www.filosofia.org) al proponer combatir el integrismo islámico deconstruyendo sus raíces con racionalismo crítico. Por eso no está tan claro ni que haya una guerra de civilizaciones, ni que el Estado afgano (y sobre todo el pueblo afgano) tenga que padecer necesariamente unos incesantes bombardeos.

La idea de que el enemigo se torne para el poder como algo difuso y difícil de combatir es una de las constataciones del evento de las Torres gemelas más aleccionadoras para quienes se involucran en luchas sociales y políticas. Lo importante, hoy, a mi juicio, de los movimientos reivindicativos del presente es, sobre todo, no ofrecer una cabeza visible que pueda ser represaliada por el poder, que cada militante sea una célula autónoma de acción política y no dependa de mandos ni jefes; se puede orientar, realizar acciones conjuntas, pero hoy resulta sumamente peligroso (en unos lugares más que en otros) el presentar una organización jerárquica tradicional frente a unas fuerzas del Estado y multinacionales enormemente poderosas y dispuestas a jugar sucio. Es una lástima que semejante enseñanza, la de no presentar un claro blanco de respuesta, nos la tengan que dar los terroristas islámicos. Por otra parte, en España siempre hemos tenido esa tradición, desde Viriato el guerrillero antiromano hasta los anarquistas de la guerra civil. Hablando Marx de la guerra de independencia contra la invasión napoleónica decía: "Los franceses se desconcertaron por completo al descubrir que el centro de la resistencia española estaba en todas partes y en ninguna" (p.21). "Entretanto, no había manera de atacar la raíz de una organización de esta índole" (p.34). Y hablando de los fueros medievales: "En las Vascongadas, las asambleas, completamente democráticas, no admitían ni al clero" (p.44). (Marx & Engels La revolución en España. Artículos del New York Daily Tribune. Editorial Progreso, Moscú 1974). Tras los atentados no era posible ninguna acción contra quienes los perpetraron, ya que quienes los ejecutaron murieron. Con los atentados suicidas no hay sanciones posibles contra los autores directos, puesto que se matan y los indirectos son muy difíciles de determinar. No cabe juzgar ni aplicar represalias a un suicida si tiene éxito en su empeño, pues no hay nadie ya a quien juzgar o sobre quien vengarse. Se gira entonces el punto de mira hacia quienes les instigaron o les dieron apoyo logístico. Pero cabría la posibilidad teórica de un grupo suicida independiente que desapareciera en la acción terrorista, al que no se podría vincular con ningún credo religioso o ideológico ni a ningún país o Estado. El problema está en los móviles, que siempre se vinculan a alguna causa que, sostenida por otros, justifica la inmolación de uno o varios en su nombre. Llegará el día de las inmolaciones nihilistas y el mundo quizá llegue a enfrentarse a acciones suicidas independientes, producto del malestar que genera la sociedad Occidental ya no sólo allende de sus fronteras sino en su propio seno. El peligro mayor para la sociedad de la industria, la tecnología y la opulencia, vendrá del descontento y la insatisfacción de hombres formados en su propio seno, con capacidad intelectual para acciones de verdadero peso, más allá del oficinista que, preso de un día de furia, estalla cogiendo un subfusil y entrando en un MacDonalds a matar a todo ser viviente en su interior y luego suicidarse. El atentado de las Torres Gemelas ha demostrado al mundo entero que la protesta brutal que supone la inmolación propia, a poco de formación que se tenga, puede llegar a ser de una magnitud semejante a la de una catástrofe de la naturaleza.

Por una vez un huracán pasó por un país rico en lugar de por un país pobre, lo cual es para éste incluso un buen negocio. "Sobre el impacto económico directo: la base productiva del país no se ha visto seriamente dañada (…). Nadie ha cifrado todavía los daños económicos, pero me sorprendería que las pérdidas fuesen superiores al 0,1% de la riqueza de Estados Unidos, algo comparable a los efectos materiales de un gran terremoto o huracán (…). ¿Huirán los inversores de las acciones y de las obligaciones empresariales en busca de activos más seguros? Dicha reacción no tendría mucho sentido; después de todo, los terroristas no van a volar el S&P 500. Es cierto que a veces los mercados reaccionan de manera irracional, y algunas bolsas extranjeras se desplomaron después del atentado (…).Y posiblemente habrá dos efectos favorables. En primer lugar, lo que ha motivado la ralentización económica ha sido una caída en la inversión empresarial. Ahora, de repente, necesitamos nuevos edificios para oficinas (…). En segundo lugar, el atentado abre las puertas a algunas medidas sensatas para luchar contra la recesión. En las últimas semanas ha tenido lugar un acalorado debate entre los liberales respecto a si defender o no la clásica respuesta keynesiana a la recesión económica, un aumento temporal del gasto público (…). Ahora parece que realmente conseguiremos un rápido aumento del gasto público, independientemente de lo trágicas que sean las razones (…).Ahora las malas noticias (…). Ya hay quien anima a vender deducciones fiscales para las empresas y una reducción del impuesto sobre plusvalías para responder al terrorismo" (Paul Krugman Después del horror. El País 15-9-2001). Excepto por lo innecesario de la recaudación de dinero para ayudar a los damnificados y a las víctimas, todos cubiertos por compañías de seguros, el acontecimiento se asemejaba a la acción de un fenómeno de la naturaleza. ¿No puede el hombre estar produciendo debido a sus vertidos contaminantes el llamado cambio climático y generando con ello fenómenos meteorológicos devastadores? La diferencia estriba en que la política económica de los Estados Unidos puede favorecer el surgimiento de un huracán o de lluvia ácida y no sufrir directamente sus consecuencias, mientras que en el caso de los atentados terroristas es quien siembra el odio el que cosecha tempestades.

Desde luego que el dilema no viene dado por la alternativa entre capitalismo demócrata-representativo y los islamismos. La mayoría del planeta no escogeríamos la segunda opción aunque fuese la única alternativa, pues entre dos males de sabios es escoger el mal menor. Pero siempre tendrá el intelectual independiente y el ciudadano crítico que negarse a aceptar las dicotomías maniqueas del estilo: "Quien no está con nosotros está contra nosotros", que dijeran Bush-Blair. Se puede estar ni con unos ni con otros, ya que ni las dos únicas opciones son blanco y negro, ni las alternativas tienen que contarse entre las dos partes de un conflicto. Bien puede apostarse por Europa, por ejemplo, que no es ni los USA ni Afganistán, aunque esté más cercana del primero. El problema se define por el malestar generalizado de quienes nos beneficiamos y vivimos en la primera opción sin saber aún cómo crear una forma nueva o reformar drásticamente la vigente. Por eso todos los acontecimientos que hacen mella en el sistema actual no pueden ser recibidos del todo con pánico, ya que si bien podrían suponer un mal mayor, también presentan la posibilidad de una transformación radical o del comienzo de una serie de transformaciones que llevasen a poder estar más seguros de que la opción Occidental es la mejor entre las posibles.

Volviendo al tema de la revolución, la mayoría de los intelectuales mantienen la tesis de que la violencia favorece a la reacción, pero la cosa no me parece tan simple. Proceso constituyente es el nombre institucional de la revolución. Y una revolución no es sino violencia regulada que aniquila el orden en curso. No hay proceso constituyente sin ruptura de legalidad. Yo estoy en contra de la violencia de unos pocos y poderosos sobre muchos débiles, pero comprendo la violencia inversa, la de unos muchos poderosos por la unión (revolucionaria), o la de unos individuos aislados y sometidos (anarquista), sobre unos pocos poderosos con la dominación. No veo contradicción entre manifestaciones pacifistas y los Black bloc, simplemente buscan fines semejantes con diferentes medios. "La violencia puede acabar con el movimiento sobre la globalización, que es una de las mejores esperanzas políticas de los últimos tiempos. (…) «no es revolucionario oponerse a medidas parciales (tasa Tobin, renta básica de ciudadanía) esperando el gran día del asalto al Palacio de Invierno»" (Joaquín Estefanía Las flores venenosas. El País Opinión 26-6-2001). Estefanía cita de las declaraciones de Susan George, una de los líderes del movimiento antiglobalización, tomadas de Internet, extractadas y citadas por Joaquín Estefanía, al hilo de las reflexiones entorno a la violencia en las manifestaciones de Génova. Pero sobre la imposibilidad de distinguir netamente entre heroísmo y terrorismo. Sobre este asunto cabe resaltar los magníficos artículos sobre la guerra en Afganistán de: Eqbal Ahmad El terrorismo de ellos y el nuestro. Masiosare-Rebelión 21-10-2001; Tariq Ali Sí, existe una alternativa efectiva al bombardeo de Afganistán. The Independent-Rebelión 15-10-2001; Ted Grant & Alan Woods Y cuando ellos crearon el desierto, le llamaron paz. Rebelión-El Militante 17-9-2001, en: . El primero y los dos últimos, sin embargo, consideran que hay un terror gratuito anarquizante, el de la víctima que responde ciegamente, y un terror revolucionario comedido y de objetivos claros. Stepan, personaje de Los justos de Camus, representaría al terrorista víctima que responde al maltrato recibido, mientras que Kaliayev sería el personaje que representaría el terror revolucionario. De modo que, a la manera del marxismo clásico, se sigue queriendo diferenciar entre el terrorismo de Estado y el terrorismo revolucionario, por un lado, y el terrorismo de corte anarquizante por otro, al que culpan de servir a la reacción. Un esquema tradicional que no es ya valedero en nuestros días. Sobre el particular media la posición de Noam Chomsky: "Pregunta: Tal vez a los estados árabes les da lo mismo si los palestinos desaparecen, pero está claro que los palestinos no van a desaparecer (…). Respuesta de Noam Chomsky: Ojalá estuviera de acuerdo con usted. Pero no lo creo. Creo que tendemos a subestimar la eficacia de la violencia. Si usted contempla la historia, la violencia generalmente tiene éxito (…). Es cierto que hay un grado de resistencia que no complace a EE.UU. e Israel, pero tienen numerosos medios violentos que pueden utilizar para reprimirla y hay un límite de lo que resiste la carne y la sangre. Hay verdaderamente un límite. Es lo que los gobernantes han comprendido a través de toda la historia. Y usualmente funciona (…). El hecho desagradable es que la violencia generalmente funciona, a menos que sea limitada desde el interior. No hay fuerza fuera de Estados Unidos que pueda limitarla. Hay una fuerza dentro de Estados Unidos que puede limitarla".  (Noam Chomsky en su escrito: Perspectivas de Paz en Oriente Próximo, Znet: conferencias Maryse Mikhail. Universidad de Toledo 4-10-2001: http://www.zmag.org/Spanish/0701cho1.htm). La historia nos enseña que muchos pueblos han perecido y desaparecido a lo largo del tiempo, sin que apenas queden vestigios de su existencia. Chomsky nos habla de la eficacia de la violencia de los poderes más fuertes, cuando no tienen otros que los contrarresten, pero habría que preguntarse sobre la eficacia de la reacción terrorista, es decir, la respuesta violenta del débil frente a su confrontación contra una potencia mayor.

Desde el punto de vista hegeliano continuaríamos en el Fin de la Historia, como ha insistido Fukuyama recientemente, ya que no habría alternativa al macropoder estadounidense, no existiría un contrapeso ni equilibrio entre poderes; de modo que si bien es necesario en el interior del Estado la separación de poderes para que se vigilen los unos a los otros, no existiría ya semejante cosa respecto al poder de la globalización. Ahora bien, desde una perspectiva no hegeliana, el todo no sería ya siempre mayor que la suma de las partes, ni siquiera mayor que una pequeña parte, y el atentado del 11 de septiembre habría demostrado que un pequeño poder puede poner en jaque al máximo poder, en una línea que, hasta llegar a la teoría del caos y la micropolítica foucaultiana, hunde sus raíces en el intuitivo romanticismo del culto al genio y en la esperanzadora idea de que no hay poema que deje intacto al mundo, por recoger un corolario de contrarrestación del Gran poder por un pequeño poder que no pase por la violencia terrorista que hace uso de aviones y bombas o de aviones-bomba y hombres-bomba. En ese sentido ya Nietzsche decía de sí mismo "soy dinamita" refiriéndose a sus escritos y su teoría del genio de inspiración romántica era portadora de la idea tanto aristocrática como anarquista, pero hoy contemplada como neoliberal, y desde luego absolutamente antihegeliana, de que un individuo particular y excepcional  podía variar la historia universal.

Es lamentable el terrorismo, la violencia más descarnada súbita y revolucionaria, pero se olvida en ese caso que el Estado se define como el monopolio de la violencia, como un centro de ejercicio del poder a través de medios coactivos constantes. Los ciudadanos pueden ser víctimas de un grupo terrorista y también víctimas del centro de poder que tiene la misión de protegerles. Pero no basta el permiso de portar armas o la recuperación de la autodefensa para que se pueda considerar que los individuos de un Estado dejan de estar sometidos a éste, como el ejemplo de los Estados Unidos manifiesta con claridad. El derecho a portar armas supone el derecho a defender directamente la propia propiedad privada, no es una devolución de poder sino un permiso para ejercer el poder del Estado, individual y únicamente en la dirección en que el Estado lo consiente y lo alienta.

El principio del pueblo armado como precaución contra la dictadura resulta ya anacrónico y quedó obsoleto ante el enorme grado de desarrollo de los medios de destrucción y coacción estatales, del mismo modo que la idea épica de la guerra tuvo su canto de cisne en la carga de la caballería polaca contra los tanques alemanes durante la primera guerra mundial. Hoy en día, cuando vemos los pueblos armados, o se trata de los Estados Unidos de Norteamérica, caso singular en el que la industria del armamento toma parte y que puede garantizar una relativa seguridad de las personas para ciertos sectores sociales, a pesar de las armas del pueblo que sumen a las clases desfavorecidas en ghettos de violencia generalizada, dada su estructura federal y su enorme potencia represora; o bien se trata de casos en los que no existe Estado más que nominalmente y la situación es de guerra civil encubierta, como en Colombia; o también de casos en que no puede el Estado cumplir con la defensa de la seguridad e inviolabilidad de las personas y pasa entonces a manos privadas e individuales, como en México; o bien casos no existe prácticamente nada a lo que se pudiera denominar Estado, como en algunas partes de Africa o Asia. Sin contar los casos de dictaduras basadas en la militarización y adoctrinamiento de la población como Afganistán.

Palestinos e Israelíes son pueblos armados porque se encuentran en situación de guerra constante. Se les otorga armas contra el vecino pero si acabasen con el vecino se les desarmaría para que no se pudieran volverse contra, ni retar, al Estado. Los pueblos casi no participan en el poder sino que lo sufren, lo padecen cuando están desarmados y lo ejercen contra sí mismos cuando están armados. Lamentable son las casi 6000 víctimas civiles de los atentados de New York, pero lo peor que ha coincidido con nuestra vida, para los que somos aún jóvenes, fueron los entre millón y millón y medio de muertos en Ruanda a lo raíz de los enfrentamientos entre hutus y tutsis. Pero los medios no se ocuparon tanto como ahora, no hubo respuesta de nadie, estamos tan acostumbrados a la muerte de africanos en masa que no nos inmutamos con ello, además no afecta a nuestra economía; pero si los estadounidenses sufren entonces el mundo tiene que ponerse de luto. El 11 de septiembre de 2001 mucha gente estaba de luto, pero por los 35615 niños que murieron ese día de hambre en el mundo (Fuente: FAO) y que no tuvieron ninguna cobertura mediática. Muchos, incluso en Occidente, no compartimos las decisiones de M.Albright, que respondía afirmativamente ante la pregunta de si la muerte de medio millón de niños irakies valía la pena: "Es una decisión difícil, pero sí, vale la pena". La masacre de civiles inocentes nunca nos parecerá sostenible. («Nous ne partageons pas l'attitude de Mme Albright qui, lorsqu 'on lui demande si la mort d'un demi million d'enfants irakiens " vaut la peine " répond : " c'est un choix difficile, mais oui, cela en vaut la peine ". Le massacre de civils innocents ne nous paraît jamais souhaitable». Jean Bricmont La fin de ‘la fin de l`histoire’, versión española en Znet. La posición de la Secretaria de Estado de los USA también fue recordada por Noam Chomsky en su escrito: Perspectivas de Paz en Oriente Próximo, Znet: conferencias Maryse Mikhail.  http://www.zmag.org/Spanish/0701cho1.htm. Universidad de Toledo 4-10-2001: Donde se nos recordaba la responsabilidad occidental en los conflictos de Irak, Palestina y el genocidio del pueblo kurdo).

 

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