* Su escritura posee un carácter autorreferencial. Esto se debe al hecho de que los ensayistas de aquel período, casi todos también poetas o narradores, aprovecharon el género para reflexionar sobre su propia obra y, lo que es todavía más importante, sobre el material con el que estaba hecha: la lengua castellana en trance de profunda renovación.
* Lo arriba apuntado determina la prioridad de un tipo de ensayo de filiación estética donde los creadores despliegan una interpretación, por cierto que comprometida, de su propia creación.
* Las cuestiones relativas a la filosofía estética pasan a ensanchar, por lo tanto, el universo temático del género.
* Esto no quita que los problemas socialmente inmediatos hayan sido olvidados. Antes bien, las novedosas perspectivas artísticas abren nuevas perspectivas de interpretación histórico-políticas hacia la realidad de "Nuestra América", según la expresión de José Martí.
* Trabajar por el brillo de la lengua castellana en América, atacar el principio de imitación en el arte propio del realismo, aplicar al lenguaje los principios de otras modalidades artísticas, profundizar en el conocimiento crítico de otras literaturas a fin de evitar posibles influencias y admitir un medido eclecticismo como modo de enriquecimiento expresivo, fueron algunos de los tópicos de reflexión estética que los modernistas se propusieron desarrollar en sus ensayos.
* En cuanto a las preocupaciones de sesgo ético, social y espiritual encaminadas a la toma de conciencia y búsqueda de una identidad latinoamericana, se puede trazar un arco que va desde el José Martí de Nuestra América (1891) o, incluso, del "Prólogo al Poema al Niágara" (1882), al Ariel (1900) de José Enrique Rodó (Uruguay, 1871- 1917) o bien a las mejores páginas de Rufino Blanco Fombona (Venezuela, 1874- 1944) y Baldomero Sanín Cano (Colombia, 1861-1957).
De esta manera, las dos grandes vertientes temáticas del ensayo modernista constituirán, de manera muy general, el origen y fundamento de una dilatada descendencia que habrá de extenderse a lo largo de todo el siglo XX.
En lo que atañe a la perspectiva dominada por la reflexión estética, y partiendo de textos como Los raros (1896), de Rubén Darío o El payador (1916), de Leopoldo Lugones, no puede dejar de nombrarse a Carlos Vaz Ferreira (Uruguay, 1873-1958), cuyas obras de carácter fragmentario representan una palmaria reacción hacia el positivismo. Otro tanto podría expresarse de los escritos de Alejandro Korn (Argentina, 1860-1936). Por su parte, Ricardo Rojas (Argentina, 1882-1957) intentó sistematizar a través de una obra monumental –La literatura argentina; ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata (cuya publicación fue iniciada en 1917)- el pasado literario argentino desde la época colonial. Sus trabajos sentaron la base de la historiografía literaria en ese país.
De indudable influencia en los campos de la filología y la crítica de perfiles estilísticos, los trabajos de Pedro Henríquez Ureña (República Dominicana, 1884- 1946) contribuyeron a consolidar los estudios literarios hispanoamericanos. Las corrientes literarias de la América hispánica (1949) es una de sus obras capitales.
Alfonso Reyes (México, 1889-1959) fue un polígrafo poseedor de una cultura vastísima. Su labor ensayística persigue rescatar la antigüedad griega y la tradición literaria española en un intento por "traducir" la milenaria cultura europea al contexto americano. Establecido desde 1927 en Argentina, estuvo vinculado al grupo de la revista Sur: Jorge Luis Borges llegó a considerarlo como a un maestro y puso bajo su advocación Discusión, su libro de ensayos de 1932. Discípulo de Reyes será José Antonio Portuondo (Cuba, 1911).
"Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas". Alfonso Reyes
Fundadora en 1931 de la citada revista Sur, Victoria Ocampo (Argentina, 1890- 1979) realizó a través de ese medio una invalorable tarea de difusión respecto de las tendencias literarias dominantes de su siglo (sobre todo europeas). Responsable de numerosas traducciones y autora de ensayos, su obra más personal es de corte autobiográfico y memorialista: sus Testimonios (de 1924 a 1972) abarcan diez volúmenes.
"En cuanto a su proyección latinoamericana, más que registrar cuántos escritores hoy célebres reconocen haber leído a los autores faro de la literatura del siglo XX en las traducciones de Sur, se debería intentar un trabajo comparativo sistemático con otras publicaciones contemporáneas, como Orígenes, o apenas anteriores, como Contemporáneos o Amauta, la revista de Mariátegui que cerró su ciclo justamente en 1931, cuando comenzó el de Sur, y con la cual existieron vinculaciones fracasadas en el proyecto inicial. Trabajos comparativos como éstos abrirían nuevos cauces para los estudios de la configuración de los campos literarios y su relación con la sociedad y la política en América Latina." María Teresa Gramuglio
En la misma línea contamos con una serie de narradores entre los cuales el cultivo del ensayo casi no puede ser separado de su producción estrictamente literaria, operándose así una verdadera problematización en torno a las fronteras genéricas: Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, José Lezama Lima, Octavio Paz y Julio Cortázar son de entre ellos los más destacados. Paralelamente, la perspectiva "americanista" o de especulación sobre la identidad cultural, tiene una fecha de nacimiento precisa: 1900, año de publicación de Ariel, de José Enrique Rodó, obra cumbre de la ensayística continental que despliega una fuerte crítica a los "antivalores" materialistas cifrados en la cultura norteamericana. El rescate de los valores espirituales de la latinidad se postula como la alternativa obligada.
José Ingenieros (Argentina, 1877-1925) integró evolucionismo, determinismo y moral a fin de postular la necesidad de un "nacionalismo positivo". Asimismo, Alcides Arguedas (Bolivia, 1879-1946) intenta en Pueblo enfermo (1909) explicar el problema del indio mediante un enfoque biologicista.
Ya en los años veinte y encuadrando la cuestión americanista en el marco teórico del socialismo, surge la contundente figura de José Carlos Mariátegui (Perú, 1894- 1930), quien está considerado el primer pensador marxista de América Latina. Su postura anticolonialista e indigenista se plasmó en Siete ensayos sobre la realidad peruana (1928). En 1926 fundó Amauta, una de las revistas culturales de mayor importancia en el continente.
"Para Mariátegui el socialismo era literalmente una construcción, un problema vivo con el que todos los peruanos tenían que enfrentarse, alejados de la noción de que había sólo una solución al problema o de que incluso el problema tenía solución. El socialismo (…) era, pues, una polémica, como lo decía el mismo subtítulo de la revista: "Doctrina-Arte-Literatura-Polémica". (…) Amauta es un fragmento que no se ha perdido de ese proyecto ambicioso de Mariátegui: hacer del pensamiento una de las maneras polémicas de vivir." Jorge Aguilar Mora
Los escritos de Manuel Ugarte (Argentina, 1878-1951) transmiten preocupaciones semejantes.
Hombre de pensamiento pero también de acción, el apasionamiento fue el sello distintivo de José Vasconcelos (México, 1882-1959), cuya obra atraviesa por tres etapas: a la inicial preocupación filosófica y literaria de sus ensayos de la década de 1910 le sigue un período combativo, signado por teorías sociales innovadoras. De esta época es Raza cósmica (1925). Luego de 1930 virará hacia un nacionalismo iberoamericano de derecha.
De formación autodidacta, Ezequiel Martínez Estrada (Argentina, 1895-1964) está considerado el ensayista más importante del siglo XX en su país. Nietzsche, Spengler, Freud, Sarmiento y Alberdi conforman el heterogéneo sustrato de influencias sobre el cual se cimenta su pensamiento. Su cosmovisión radicalmente pesimista lo condujo a juzgar severamente la realidad nacional, a la que consideraba por definición hostil y refractaria a todo atisbo civilizador. Radiografía de la Pampa (1933), La cabeza de Goliath (1940) y Muerte y transfiguración de Martín Fierro (1948) contienen lo medular de su pensamiento.
Su compatriota, Raúl Scalabrini Ortíz (Argentina, 1898-1959), fue integrante en la década de 1920 del grupo Martín Fierro, luego escribió ensayos de carácter político y económico. Su libro más recordado, El hombre que está solo y espera (1931), gira en torno al análisis del tipo porteño de clase media, surgido del aluvión inmigratorio y concebido como emblema de la nacionalidad argentina moderna. En Adán Buenosayres, la novela de Leopoldo Marechal, Scalabrini Ortíz aparece figurado en el personaje del petiso Bernini.
"El hombre porteño es en sí mismo una regulación completa, oclusa, impermeable, es un hombre que no pide a la providencia nada más que un amigo gemelo para platicar. El hombre europeo es siempre un segmento de una pluralidad, algo que unitariamente aparece mutilado, incompleto. El porteño es el tipo de una sociedad individualista, formada por individuos yuxtapuestos, aglutinados por una sola veneración: la raza que están formando". [El hombre que está solo y espera]
Asimismo, una singular combinación entre ficción y reflexión suele caracterizar la obra de Eduardo Mallea (Argentina, 1903-1982). Miembro destacadísimo de la revista Sur y director durante veintisiete años (1931-1958) del suplemento cultural del diario La Nación, Mallea fue en su momento la figura paradigmática del escritor argentino. Su obra resulta inseparable del proceso de modernización de la realidad nacional operado durante la primera mitad del siglo XX: las transformaciones sociales nacidas de las sucesivas oleadas inmigratorias indefectiblemente movieron a los sectores intelecuales "aristocráticos" a abordar cuestiones relativas a la identidad. Cuentos para una inglesa desesperada (1926) es su primer libro. Entre otros, le siguieron: Conocimiento y expresión de la Argentina (1935), La ciudad junto al río inmóvil (1936), Historia de una pasión argentina (1937), La bahía del silencio (1940), etc.
"Considerado en general, el hombre de Buenos Aires muestra al primer examen una sorprendente inteligencia y una aptitud asimiladora de cultura no menos sorprendente. Pero en esta precocidad orgánica de su intelecto, en esta aptitud primera, tan aparentemente positiva, es donde echa raíces su verdadero defecto. Porque esa facilidad, que sería, como medio, magnífica, como fin no es nada; como fin es una trampa, ya que envuelve al sujeto en una suerte de red pérfida, sin permitirle librarse, desarrollarse, extenderse, tener, en suma, no acortada fertilidad". Eduardo Mallea
En El pecado original de América (1954), su libro más conocido, el ensayista, narrador y poeta H. A. Murena (Argentina, 1923-1975) expone que lo constitutivo del hombre americano, considerado como producto de la inmigración europea, es el desarraigo, hecho que lo lleva a ser una especie de paria cultural. Estuvo vinculado al grupo Sur y fue un eminente traductor.
Capítulo VII
Cuestiones genéricas: La crónica
Ya adelantamos al principiar este recorrido cómo el género crónica, en tanto forma discursiva fundadora de la literatura hispanoamericana, estuvo destinado a signar el desarrollo de la misma. Tampoco el modernismo escapará a ese destino.
La denominada crónica modernista constituye así una de las novedades del período en lo que a tipos textuales se refiere. Repasemos sus características:
* El hecho sociológico e histórico de la profesionalización del escritor, coincidente con la aparición de los grandes periódicos nacionales en Hispanoamérica, se vincula estrechamente con el nacimiento de esta forma genérica. El escritor modernista hace de la escritura una herramienta de sustento económico y se inclinará a las posibilidades que a tales fines el periodismo le ofrece.
* Sin embargo, esas crónicas no son de mero consumo. Contienen los elementos de estilo y reflexión intelectual indispensables para la conformación de un "periodismo literario" hasta entonces inexistente.
* De todos modos sería un error suponer que la crónica modernista implica un sistema organizado de pensamiento. Antes bien, apunta a la reflexión inmediata de un acontecimiento casi simultáneo.
* Entonces, y en su carácter de retrato del acaecer presente, se configura como un decir típico de la modernidad: su gusto por sintetizar lo nuevo, raro, veloz y mudable así lo prueba.
* No obstante, la impronta individual de quien escribe es una marca irrenunciable. El subjetivismo, sumado a una modalidad estilística reconocible en el manejo de la lengua, convierten a la crónica en un discurso personalísimo, opuesto al anonimato del periodismo a secas.
* Al colindar con el ensayo, la crítica de arte, el relato breve, el apunte descriptivo o el poema en prosa, la crónica se sustrae a toda definición unívoca o bien se define como género híbrido por excelencia.
* Su modo de operar, empero, es más o menos estable: un hecho de actualidad servirá de pretexto y punto de partida para el desarrollo de una gama de meditaciones de índole diversa (filosóficas, morales, religiosas, artísticas…). La finalidad informativa de base se diluye -o realza- en una segunda instancia donde predomina la doble intención estético-intelectual.
Fueron destacados cronistas del período modernista: Justo Sierra, José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, Luis G. Urbina, Rubén Darío, Amado Nervo, Manuel Díaz Rodríguez (Venezuela, 1871-1927), Juan José Tablada y Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873-1927). Las características arriba apuntadas son fundamentales porque en ellas descansará el desarrollo posterior del género a lo largo del siglo XX. A este respecto no se puede dejar de nombrar aquí a Roberto Arlt (Argentina, 1900-1942) quien, a partir de 1929 y durante toda la década de 1930, publica en el diario El mundo de Buenos Aires una columna titulada "Aguafuertes porteñas". Ellas constituyen textos híbridos donde la descripción costumbrista, la opinión, el esbozo narrativo -e incluso dramático- y la reflexión sociológica se amalgaman. Invalorables testimonios de una época de profundos cambios en los modos de vida urbanos, las aguafuertes son además un complemento ineludible de los textos estrictamente literarios de Arlt.
"He sido un "enfant terrible". A los nueve años me habían expulsado de tres escuelas, y ya tenía en mi haber estupendas aventuras que no ocultaré. Estas aventuras pintan mi personalidad política, criminal, donjuanesca y poética de los nueve años, de los preciosos nueve años que ya no volverán". Roberto Arlt
Capítulo VIII
La revolución como hecho estético
El 20 de noviembre de 1910 tiene lugar la rebelión de Francisco Madero contra el régimen conservador de Porfirio Díaz. Este hecho, fundamental en la historia moderna de México, habría de ser seguido por una intrincada serie de avatares políticos no siempre ajenos a la lucha armada que se prolongarían por dos décadas aproximadamente. No obstante, y más allá de sus innegables consecuencias en el plano social, el complejísimo proceso contenido bajo el rótulo "Revolución mexicana", habrá de dejar profundas huellas en el campo de la creación artística. Por poner sólo ejemplos correspondientes a las artes plásticas, bastaría mencionar los nombres de Diego Rivera, Alfaro Siqueiros y Frida Khalo.
En lo referente al ámbito específico de la producción literaria, el proceso revolucionario iniciado en 1910 constituirá el disparador de una serie narrativa riquísima y muy difícil de abarcar que se extenderá a lo largo de unos cuarenta y cinco años.
A pesar de haber dado a la imprenta en 1911 Andrés Pérez, maderista, se considera que Mariano Azuela (México, 1873-1952) inicia la serie con Los de abajo (1916). Esta novela, publicada inicialmente en forma de folletín en el periódico El paso del Norte a finales de 1915, se encuentra estructurada como una sucesión de "cuadros" realistas donde aparecen representados tipos característicos del período revolucionario inicial.
"Los de abajo, como el subtítulo primitivo lo indicaba, es una serie de cuadros y escenas de la revolución constitucionalista, débilmente atados por un hilo novelesco. Podría decir que este libro se hizo solo y que mi labor consistió en coleccionar tipos, gestos, paisajes y sucedidos, si mi imaginación no me hubiese ayudado a ordenarlos y presentarlos con los relieves y el colorido mayor que me fue dable." Mariano Azuela
Sin embargo, la figura protagónica central -Demetrio Macías- excede los límites propios de la representación del personaje típico para perfilarse, en el final de la obra y mediante su asociación a un complejo simbolismo terrestre connotado ya en su nombre, como un carácter universal y trascendente. Asimismo, y a pesar de ser Azuela un hombre de formación universitaria -era médico-, la novela no oculta su desconfianza hacia los intelectuales. El médico Luis Cervantes, uno de los personajes principales, es el emblema del "letrado" -el nombre tampoco es casual- advenedizo y corrupto que sólo participa de la lucha para enriquecerse. Paralelamente, Alberto Solís transmite en el texto la opinión del autor: también es un intelectual, pero un escepticismo radical le impide cualquier clase de idealismo y, meramente, se deja arrastrar por los acontecimientos. En efecto, ya desde el mensaje que el enigmático título parece encerrar (los de abajo, esto es, el pueblo ajeno a los distintos bandos en pugna, se halla destinado a ocupar siempre ese lugar), hasta la conclusión final de la historia (la única salida se cifra en la lucha por la lucha misma y en una especie de comunión, en el sentido religioso del término, con la propia tierra en el momento de la muerte), la obra no intenta disimular en ningún momento su intrínseco desencanto.
"Me preguntará que por qué sigo entonces en la revolución. La revolución es el huracán y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval…" [Los de abajo]
"En calidad de médico de tropa tuve ocasiones sobradas para observar desapasionadamente el mundo de la revolución. Muy pronto la primitiva y favorable impresión que tenía de sus hombres se fue desvaneciendo en un cuadro de sombrío desencanto y pesar. El espíritu de amor y sacrificio que alentara con tanto fervor como poca esperanza en el triunfo a los primeros revolucionarios, había desaparecido. Las manifestaciones exteriores que me dieron los actuales dueños de la situación, lo que ante mis ojos se presentó, fue un mundillo de amistades fingidas, envidias, adulación, espionaje, intrigas, chismes y perfidia. Nadie pensaba ya sino en la mejor tajada del pastel a la vista. Naturalmente no había bicho que no se sintiera con méritos y derechos suficientes para aspirar a lo máximo. […]
Mi situación fue entonces la de Solís en mi novela. "¿Por qué -le pregunta el seudorrevolucionario y logrero Luis Cervantes- si está desencantado de la revolución, sigue en ella?" "Porque la revolución -responde Solís- es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, sino la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval."" Mariano Azuela
Posteriormente, Azuela publicará: Los caciques (1917), Las moscas (1918), Domitilo quiere ser diputado (1918) y Las tribulaciones de una familia decente (1918), en las cuales la sensación de frustración ante el proceso revolucionario se acentúa.
Martín Luis Guzmán (México, 1887-1976) también participó en las luchas revolucionarias a las órdenes de Pancho Villa. Luego debió abandonar dos veces su país por razones políticas. En su segundo exilio compuso sus dos novelas fundamentales: El águila y la serpiente (1929) y La sombra del caudillo (1929). Con la llegada al gobierno de Lázaro Cárdenas, regresó a México en 1936. Entonces se abocó a la redacción de una monumental autobiografía ficticia de su antiguo caudillo titulada Memorias de Pancho Villa e integrada por cinco volúmenes recopilados en 1951.
Otro escritor a quien se considera representante capital de esta serie es Rafael Muñoz (México, 1899-1972). Sus novelas más destacadas son: Se llevaron el cañón para Bachimba (1931), Si me han de matar mañana (1934) y Vámonos con Pancho Villa (1935).
Tal como ocurría con Azuela, aunque desde otra perspectiva ideológica, el militante comunista y periodista José Mancisidor (México, 1894-1956) expresa su desconfianza hacia los dirigentes que traicionan el espíritu revolucionario en La asonada (1931). Típica novela proletaria aunque de marcado aliento revolucionario es La ciudad roja (1932). Se considera a Frontera junto al mar (1953) su mejor novela; allí se narra por medio de un lenguaje muy elaborado el desembarco norteamericano en Monterrey de 1914. También José Revueltas (México, 1914-1976) adhirió al realismo social de sesgo comprometido. De su copiosa producción, tangencialmente conectada al fenómeno revolucionario y como derivada de él, se destacan Los muros del agua (1941), Los días terrenales (1949) y Los motivos de Caín (1957).
Por último, apuntemos que la figura femenina de mayor relieve dentro de este ciclo narrativo es Nelly Campobello (México, 1909). En Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México (1931), utiliza un singular recurso narrativo: relata según el punto de vista de una niña que es testigo de los eventos revolucionarios.
A modo de balance, puede concluirse que la literatura de la revolución mexicana conformó básicamente un dilatado y riquísimo relevamiento de tipos humanos, prácticas sociales y usos lingüísticos acorde al proceso de afirmación nacional desplegado en el plano político.
Un intento de superación de esta tendencia dominante será el llevado a cabo por el grupo de escritores surgidos del seno de la revista Contemporáneos entre 1928 y 1931, quienes, además de fundar la poesía mexicana moderna, también incidieron en el campo de la narrativa: Jaime Torres Bodet (México, 1902-1974) publica en 1927 su primera novela, Margarita en la niebla; Gilberto Owen (México, 1905-1952), Novela como nube en 1928 y antes, en 1925, La llama fría; aunque eximios poetas, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia contribuyeron respectivamente con El joven (1928) y Dama de corazones (1928).
Por su parte, los integrantes de la corriente poética de vanguardia fundada por Manuel Maples Arce y denominada "estridentismo", algo antes también habían aportado sus propuestas innovadoras al campo de la narrativa: El café de nadie (1926), de Arqueles Vela (México, 1899-1977), es la única novela producida por el grupo.
"El café de nadie es muy breve, como la mayoría de las novelas de vanguardia de aquel período y caben algunas dudas respecto de si llamarla novela o cuento. Sin embargo, no cabe duda de que estas obras, altamente imaginativas, hicieron una contribución considerable al desarrollo de la novela contemporánea." John S. Brushwood
No obstante, habrá que esperar hasta el decenio que va de 1945 a 1955 para asistir a la clausura de la serie o, mejor sería decir, a una superación benéfica que posibilite novedosas propuestas narrativas. Una novela como Al filo del agua (1947), de Agustín Yáñez, es y no es propia de la serie al tiempo que anticipa las perturbadoras atmósferas de los mejores cuentos de El llano en llamas (1950) y de Pedro Páramo (1955), ambos de Juan Rulfo: textos que, de alguna manera, están inaugurando técnicas procedimentales que serán moneda corriente una década más tarde.
Por último, la vigencia de los tópicos propios de la serie narrativa de la revolución mexicana, si bien que abordados según los dictados del llamado boom de la literatura latinoamericana de los años "60, puede apreciarse en una obra como La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes.
"Sin embargo, hay una obligada carencia de perspectiva en la novela mexicana de la revolución. Los temas inmediatos quemaban las manos de los autores y los forzaban a una técnica testimonial que, en gran medida, les impidió penetrar en sus propios hallazgos. Había que esperar a que, en 1947, Agustín Yáñez escribiese la primera visión moderna del pasado inmediato de México en Al filo del agua y a que en 1953, al fin, Juan Rulfo procediese, en Pedro Páramo, a la mitificación de las situaciones, los tipos y el lenguaje del campo mexicano, cerrando para siempre -y con llave de oro– la temática documental de la revolución. Rulfo convierte la semilla de Azuela y Guzmán en un árbol seco y desnudo del cual cuelgan unos frutos de brillo sombrío: frutos duales, frutos gemelos que han de ser probados si se quiere vivir, a sabiendas de que contienen los jugos de la muerte." Carlos Fuentes
Capítulo IX
El Club de los Poetas Vivos: Bajo el signo de las vanguardias
En líneas generales, la serie de poetas que a continuación repasaremos nació en los años que conforman el último cuarto del siglo XIX. Sus primeras publicaciones datan, aproximadamente, del período comprendido entre 1910 y 1925. En mayor o menor medida y a través de caminos diversos, todos ellos intentarán hallar alternativas válidas a la estética del modernismo, hasta entonces imperante. Esta actitud de renovación y recambio tan visible en la esfera del arte, se irá acentuando a medida que la modernidad, en tanto modalidad específica de la cultura occidental, avanza y se consolida: lo moderno, por su misma esencia, se define como aquello que constantemente tiende a devenir posmoderno. Así es como arribamos en el mundo hispanoamericano al fenómeno artístico de las vanguardias, las que, gestadas a lo largo de la década de 1910, se han de consolidar en el período de la primera posguerra (es decir, de manera algo más tardía que en Europa).
Aunque formado en los esquemas del modernismo, Juan José Tablada (México, 1871-1945) fue un innovador que introdujo en nuestra lengua el haikai japonés y ensayó poemas ideográficos. Esto lo sitúa en las puertas de la poesía contemporánea y su originalidad contribuyó no poco en la gestación de los movimientos de vanguardia hispanoamericanos.
"Los aspectos más delicados o ínfimos de la naturaleza como así también los entrañables paisajes de mi tierra intenté plasmar a través de imágenes nuevas sin descuidar por ello la exactitud en el uso de las palabras". Juan José Tablada
NOCTURNO ALTERNO
Neoyorquina noche dorada
Fríos muros de cal moruna
Rector"s champaña foxtrot
Casas mudas y fuertes rejas
Y volviendo la mirada
Sobre las silenciosas tejas
El alma petrificada
Los gatos blancos de la luna
Como la mujer de Loth
¡Y sin embargo
es una misma
en Nueva York
y en Bogotá
La Luna…!
También parte del modernismo Porfirio Barba Jacob (Colombia, 1883-1942) al retomar motivos de José Asunción Silva, pero con posterioridad incursiona en tendencias totalmente disímiles. Su obra es por ello de difícil clasificación.
Otros autores, ya sea por el camino de la reacción o bien de la exasperación de los modelos modernistas, se entregan a búsquedas que claramente resultan anticipatorias de las vanguardias. Se los denomina "posmodernistas" y entre todos sobresalen: Luis Carlos López (Colombia, 1883-1950), Baldomero Fernández Moreno (Argentina, 1886-1950), Delmira Agustini (Uruguay, 1886-1913), Carlos Sabat Ercasty (Uruguay, 1887-1982), Enrique Banchs (Argentina, 1888-1968), Alfonsina Storni (Argentina, 1892-1938) y Juana de Ibarbourou (Uruguay, 1895-1979). Mención especial merece Demetrio Korsi (Panamá, 1899-1957), el primer poeta de su país en interesarse por las posibilidades de la estética negrista.
Por su tardía incorporación a la literatura y a pesar de la edad, Macedonio Fernández (Argentina, 1874-1952) se vincula al juvenil ultraísmo de la revista Martín Fierro. Inclasificable, raro y complejo fenómeno literario, Macedonio fue algo más que un mero precursor de la vanguardia; y si bien compartía rasgos comunes con ella, intentó una poesía de ribetes conceptuales sumamente personal y de hondas implicancias metafísicas.
No a todo alcanza Amor, pues que no puedo
romper el gajo con que Muerte toca.
Mas poco Muerte puede
si en corazón de Amor su miedo muere.
Mas poco Muerte puede,
pues no puede entrar su miedo en pecho donde Amor.
Que Muerte riegue a Vida; Amor a Muerte.
Iniciador en México de la poesía contemporánea, la obra de Ramón López Velarde (México, 1888-1921) combina equilibradamente un genuino nacionalismo con una vocación universalista. Suele presentárselo como a un heredero dilecto de las audacias del Lunario sentimental del argentino Leopoldo Lugones.
"López Velarde nos conduce a las puertas de la poesía contemporánea" Octavio Paz
Dos son sus temas fundamentales: la tranquila vida provinciana que enmarca memorias y vivencias infantiles y un erotismo de sesgo trágico asociado a la muerte.
"Una sola cosa sabemos: que el mundo es mágico". Ramón López Velarde
MI PRIMA ÁGUEDA
Mi madrina invitaba a mi prima Águeda
a que pasara el día con nosotros,
y mi prima llegaba
con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible
luto ceremonioso.
Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto…
Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos…
(Creo que hasta le debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo.)
A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
y el timbre caricioso
de la voz de mi prima.
Águeda era
(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.
El personalísimo mundo poético de Gabriela Mistral (Chile, 1889-1957) le canta sobre todo al amor, aunque considerado en su aspecto abstracto, universal. Asimismo, la naturaleza americana (manifestada a través de la presencia de paisajes imponentes) y la referencia a ritos ancestrales son tópicos recurrentes en su escritura. Un sentimiento de religiosidad honda acompañado de una sostenida actitud de penetración hacia los enigmas de la existencia dota a su obra de inquietud y misterio. Fue la primera figura de las letras hispanoamericanas en obtener el Premio Nobel (1945).
"En la literatura de la lengua española, represento la reacción contra la forma purista del idioma metropolitano español. He tratado de crear con modificaciones nativas. No debe haber obstáculos a que los países hispanoamericanos, en donde las palabras nativas sirven para designar objetos desconocidos en Europa, mezclen sus respectivos vocabularios." Gabriela Mistral
Exponentes indiscutibles de la llamada poesía pura, los textos de Mariano Brull (Cuba, 1891-1956) diluyen todo componente emocional en aguas del intelecto. Las palabras aparecen así despojadas de toda connotación vivencial y afectiva. Incluso, en los casos extremos, del concepto mismo, amenazando con devenir en puro significante. No obstante, esa supuesta falta de calidez no disimula una efectiva carga de espiritualidad.
VERDE HALAGO
Por el verde, verde
verdería de verde mar
Rr con Rr.
Viernes, vírgula,
virgen enano verde
verdularia cantárida
Rr con Rr.
Verdor y verdín
verdumbre y verdura
verde, doble verde
de col y lechuga.
Rr con Rr
en mi verde limón
pájara verde.
Por el verde, verde
verdehalago húmedo
extiéndeme. -Extiéndete.
Vengo del Mundodolido
y en Verdehalago me estoy.
De los jóvenes rioplatenses que en la década del veinte se agruparon en torno a la revista Martín Fierro, fue Oliverio Girondo (Argentina, 1891-1967) quien más fiel permanecería a los ideales de la vanguardia artística a través de los años. Su poesía supone una permanente transgresión a las normas del estilo y sus búsquedas expresivas -que van del "feísmo" del barroco hispánico al surrealismo– nunca parecen agotar sus posibilidades. La ciudad en tanto espacio artificial signado por la marca de lo moderno fue tema central en sus primeros textos: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925).
"Lo cotidiano es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo".
"Fuimos nosotros, los americanos, quienes hemos oxigenado el castellano, haciéndolo un idioma respirable, un idioma que puede usarse cotidianamente". Oliverio Girondo
APARICIÓN URBANA
¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al espanto,
al asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo desnudo,
casi azul, de tan blanco.
Hablaban de un caballo.
Yo creo que era un ángel.
Considerada una de las mayores voces líricas del continente, la trayectoria poética de Cesar Vallejo (Perú, 1893-1938) va desde los ecos todavía modernistas o posmodernistas de Los heraldos negros (1918) hasta la intensa y personal escritura de los Poemas humanos (Póstuma), pasando por las audacias vanguardistas de Trilce (1922). Pero más que los procedimientos, importa en Vallejo la genuina plasmación poética de tópicos inseparables e íntimos respecto de la condición del hombre en el mundo: la nostalgia por los escenarios de la infancia, una presentida culpa inmanente al existir, la promesa certera de la muerte, la incertidumbre y desprotección de un hombre arrojado y perdido en el camino de su existencia, el absurdo del mundo que deviene en incomunicación y la búsqueda siempre imposible de un conocimiento trascendente. Asimismo, el rechazo de las desigualdades sociales, la solidaridad con el prójimo sufriente y la esperanza de un triunfo futuro de la justicia en el mundo, fueron otras temáticas que, en el plano de la ideología personal, el poeta supo canalizar a través de su adhesión al marxismo.
LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la vida, tan fuertes… yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… ¡Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948) comenzó a formular su doctrina poética de manera orgánica en Santiago de Chile y Buenos Aires hacia 1914. Este dato cronológico lo ubica como predecesor de las vanguardias y lo señala como primer gran poeta contemporáneo de la América hispana. Durante los años de la Primera Gran Guerra, en París, alternó con los movimentos artísticos que por aquel entonces allí pululaban. Aunque siempre buscó diferenciarse de ellos, sobre todo del surrealismo, al que acusaría con argumentos semejantes a los que bastante después esgrimiría el narrador cubano Alejo Carpentier:
"Los surrealistas rebajan la poesía a la banalidad del truco espiritista". Vicente Huidobro
En 1918, ya radicado en Madrid, entra en contacto con el naciente ultraísmo. Su primer libro, Ecos del alma, data de 1911, pero su texto más recordado es Altazor, o el viaje en paracaídas, de 1931.
Concibió al hombre moderno como a un "animal metafísico cargado de congojas" y su poesía, más allá de los arrestos lúdicos, despliega una visión no poco desolada del mundo contemporáneo por medio de tópicos como el absurdo, la incomunicación y el vacío.
"Nada anecdótico ni descriptivo. La emoción debe nacer de la sola virtud creadora".
"Hay que crear. He aquí el signo de nuestro tiempo". Vicente Huidobro
DÉPART
La barca se alejaba
Sobre las olas cóncavas
De qué gargantas sin plumas
brotaban las canciones
Una nube de humo y un pañuelo
Se batían al viento
Las flores del solsticio
Florecen al vacío
Y en vano hemos llorado
sin poder recogerlas
El último verso nunca será cantado
Levantando un niño al viento
Una mujer decía adiós desde la playa
TODAS LAS GOLONDRINAS SE ROMPIERON LAS ALAS
Iniciadores de la poesía contemporánea en Colombia, los textos de León de Greiff (Colombia, 1895-1976) conjugan una forma caudalosa, "sinfónica" -la música ha sido una de sus grandes devociones- e impulsada por marcados ritmos, con un contenido muchas veces hermético. Su lírica se aboca a desarrollar motivos elegíacos o nostálgicos nacidos de su más recóndita intimidad, hecho este que en sus tramos iniciales lo situó en las antípodas de la poesía pura predominante en las diversas tendencias de vanguardia. Su primer libro, Tergiversaciones, es de 1925.
Por su parte, Evaristo Rivera Chevremont (Puerto Rico, 1896-1976) intentó aunar en su obra el paisaje exuberante y luminoso de su tierra con las fuentes más puras del verso castellano. Empero, también consagró su juventud a la tarea de insertar el quehacer artístico de su país dentro de la estética general de la vanguardia en tiempos de la primera posguerra. La intuición de una espiritualidad cósmica, el entorno natural, los enigmas de la existencia y, aún, las vivencias personales, son temas recurrentes en una poesía que apela a las formas clásicas de expresión, preferentemente el soneto. En 1919 publica El templo de los alabastros, su obra inicial.
A la manera de Girondo, también incorpora a sus poemas de vanguardia el paisaje urbano y elementos técnicos provenientes de la modernidad Manuel Maples Arce (México, 1898-1981), fundador y principal teórico del movimiento estridentista que, en los años de la revolución, se propuso una renovación integral del arte mexicano. El nombre de sus primeros libros no deja margen de duda en relación a su actitud rupturista: Rag. Tintas de abanicos (1920), Andamios interiores (1922), Urbe (1924). Germán List Arzubide (México, 1898) es otro destacadísimo integrante del grupo.
"El libro Andamios interiores es un contraste todo él. A un lado el estridentismo: un diccionario amotinado, la gramática en fuga, un acopio vehemente de tranvías, ventiladores, arcos voltaicos y otros cachivaches jadeantes; al otro, un corazón conmovido como bandera que acomba el viento fogoso, muchos forzudos versos felices y una briosa numerosidad de rejuvenecidas metáforas." Jorge Luis Borges
En cambio, el movimiento poético denominado "nativismo" intentó integrar a la vanguardia las propuestas del criollismo. Fernán Silva Valdés (Uruguay, 1887-1975), autor de Agua del tiempo (1921), y Pedro Leandro Ipuche (Uruguay, 1899-1976), responsable de Alas nuevas (1922), fueron sus mayores exponentes.
La filiación poética de Ricardo E. Molinari (Argentina, 1898-1996) presenta dos vertientes bien diferenciadas. Por un lado, la poesía contemporánea en las lenguas más importantes de la cual fue un profundo conocedor; por otro, la tradición clásica española de la que repetidamente se declaró heredero. Autor de una obra abundantísima, en la que se destaca la melancolía que nace de las cosas ausentes, unida a un hondo sentimiento de soledad y desamparo. A esto habría que sumarle una angustiada reflexión existencial sobre la situación del hombre ante la muerte y la nada. En lo formal, siempre domina la expresión equilibrada y armónica carente de toda suerte de inclinación hacia la fragmentación violenta. La oda y la elegía vienen a ser, entonces, las formas recurrentes para la expresión del genuino lirismo de este poeta mayor de las letras hispanoamericanas.
"Mi poesía es mi mundo: canto lo que no tengo, las cosas que me faltan". Ricardo Molinari
ODA A UNA NOCHE DE INVIERNO
Cuando el olvido crece como una paloma te recuerdo, y el viento
inacabable grita en los árboles y penetra igual que una sorpresa por la garganta negra
de la chimenea. Arde el fuego, lento, y la soledad sorprendida anda en sus rotas colmenas.
en estas arcanidades nostálgicas, levantada.
El alma busca su calor en los antiguos y remordidos libros, en el pasar fugitivo por la atrocidad de la tierra;
y tanto te he amado, que hallo dulce el pasado, las lluvias y el frío del tiempo.
Miro mi espantajo conmigo, callado e inhiesto,
y sin miedo acomodo mi pensamiento a estas lumbres,
por si muero velando el fuego, esta noche, la eternidad y el misterio mágico
de mis antepasados -yo mismo- parados y desiertos
a mi alrededor.
Y arreglo mis pesados y áridos cabellos, la nube desentendida y ondulante;
nada en nada más cerrada, y el desear, en querer sin deseo,
y pienso en ti, soñado, y amanece.
Además de ser el lírico mayor de Puerto Rico, Luis Palés Matos (Puerto Rico, 1898-1959) con seguridad representa el máximo exponente de la llamada poesía negra o afroamericana. Dueños de un poderoso sentido del ritmo y conocedores de los efectos significativos de las sonoridades verbales que los sustentan, los versos de Palés Matos evocan mitologías, costumbres, ritos y supersticiones de la cultura negra antillana. Asimismo, debajo del pintoresquismo regionalista estos textos trasuntan una dimensión mucho más profunda y universal. En tal sentido, el misterio de la muerte en cuanto enigma existencial o bien la esencia de la negritud son abordados desde una perspectiva no poco onírica o extrañada. El mestizaje cultural típico del mundo antillano cobra cuerpo en esta elaboradísima poesía (a pesar de la forma externa engañosamente popular) a través de una serie de riquísimos contrastes. Su libro más importante es Tuntún de pasa y grifería (1937).
"El decir poético de Palés Matos gusta moverse entre el barroquismo y el prosaísmo, la emoción y la ironía, lo espiritual y lo físico, lo soñado y lo real, lo exótico y lo local, todo lo cual es en él uno y lo mismo". Federico de Onís
DANZA NEGRA
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.
Es la danza negra de Fernando Poo.
El cerdo en el fango gruñe: pru-pru-prú.
El sapo en la charca sueña: cro-cro-cró.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
Rompen los junjunes en furiosa ú.
Los gongos trepidan con profunda ó.
Es la raza negra que ondulando va
en el ritmo gordo del mariyandá.
Llegan los botucos a la fiesta ya.
Danza que te danza la negra se da.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Pasan tierras rojas, islas de betún:
Haití, Martinica, Congo, Camerún;
las papiamentosas antillas del ron
y las patualesas islas del volcán,
que en el grave son
del canto se dan.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.
Es la danza negra de Fernando Poo.
El alma africana que vibrando está
en el ritmo gordo del mariyandá.
Calbó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocorocó dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Luego de un breve período signado por los énfasis propios de las vanguardias -en su caso, el ultraísmo-, será Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986) uno de los primeros poetas de peso del continente en buscar alternativas antes genuinas y personales que meramente programáticas. De este modo, no tarda en arribar a un tipo de poesía que conjuga una expresión sencillamente engañosa a temas surgidos de complejas reflexiones intelectuales. Lo cotidiano se da así la mano con lo trascendente; la meditación filosófica, con la referencia a escenarios de lo cotidiano; el vocablo coloquial, con el léxico más depurado. Cualquier motivo pareciera ser una invitación a la especulación metafísica -a la "perplejidad", según el idiolecto borgeano-: la presentida anulación del decurso temporal, el enigma de la propia identidad o los avatares del idealismo, que torna ilusorio al "universo", constituyen aspectos que hacen del lirismo y la metafísica una amalgama indiscernible. Su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, es de 1923; el último, Los conjurados, de 1983. De la profusa producción poética que se desarrolló en ese dilatado lapso de tiempo, destaquemos El otro, el mismo (1964).
"La metafísica es la única finalidad y justificación de todos los temas".
"Creo que no soy más que eso. Un poeta torpe, pero un poeta, espero". Jorge Luis Borges
Fueron también destacados vanguardistas: Jacobo Fijman (Argentina, 1898- 1970), Carlos Mastronardi (Argentina, 1901-1976), Jorge Cuesta ( México, 1903- 1942) y Raúl González Tuñón (Argentina, 1905-1974).
Capítulo X
Entre selvas, pampas, cuchillas y llanos
Expresiones variadas se utilizan para denominarla: criollismo, novela de la tierra o narrativa regionalista. Lo cierto es que las primeras manifestaciones de dicha corriente se remontan a la primera década del siglo XX, aunque tenga su período de mayor esplendor en el quinquenio que va de 1915 a 1930.
El criollismo surge de una curiosa amalgama de procedimientos propios del realismo o, más precisamente, del naturalismo -representación de sujetos degradados o fatalmente determinados por las condiciones adversas del medio ambiente, gusto por las imágenes truculentas, predominio de espacios rurales y personajes típicos, etc.- con una utilización estilizada del lenguaje que mucho le debe a las maneras modernistas. El hecho, bien mirado, no ha de resultar tan singular si se piensa que el regionalismo implicaría una suerte de reacción contra las tendencias cosmopolitas de la primera etapa modernista (aquella caracterizada como "preciosista"). Es así como el criollismo configurará una modalidad bastante autónoma surgida del segundo momento del modernismo, el denominado "mundonovista". Por ello, además, la novela de la tierra buscará muchas veces exaltar los valores de la raza, nacionales o autóctonos, sin que esto signifique caer en glorificación alguna de cualquier forma de "barbarie": modernos al fin, los autores criollistas -salvo excepciones como es el caso de Horacio Quiroga– no hallarán una síntesis al dilema operado entre su cosmovisión urbana (literalmente: "civilizada") y los motivos literarios de sus obras.
Reconocido como el iniciador de la novela histórica en su país, Eduardo Acevedo Díaz (Uruguay, 1851-1921) es autor de algunas narraciones de claros perfiles regionalistas, por ejemplo su cuento más famoso, "El combate de la tapera" (1892).
"En "El combate de la tapera" el protagonista es el pueblo, el pueblo llano que decide sacrificarse o es arrastrado al sacrificio en medio de una tormenta de sangre y de fuego. El mayor acierto narrativo se cifra en la elección de personajes que en su lenguaje campesino no definen la lucha con machacones discursos patrióticos, sino que la construyen y la mentan con una dicción "bárbara" que ni siquiera esconde un trágico sentido del humor, aun ante la inminencia de la muerte." Pablo Rocca
Asimismo Manuel P. Bernárdez (Uruguay, 1867-1942), Carlos Reyles (Uruguay, 1868-1938), autor de la novela El gaucho Florido (1932), Javier de Viana (Uruguay, 1868-1926), Adolfo Montiel Ballesteros (Uruguay, 1888-1971) y, posteriormente, Víctor Dotti (Uruguay, 1907-1955), fueron profundos conocedores de la realidad campera a la cual supieron recrear en ajustados cuentos y novelas de innegable aliento nativista. En cuanto al prolífico Enrique Amorim (Uruguay, 1900-1960), la crítica coincide que sus textos más logrados son los que rescatan el ambiente rural de su infancia: El paisano Aguilar (1934), El caballo y su sombra (1941), Corral abierto (1956), La desembocadura (1958).
En la otra orilla del Plata se considera iniciador de la corriente a Benito Lynch (Argentina, 1880-1951), quien en 1916 publica Los caranchos de la Florida, novela no exenta de crueldad pero de refinado tratamiento psicológico de los personajes. A ella le sigue El inglés de los güesos (1924), donde los componentes naturalistas se asordinan.
"Tal vez las de Benito Lynch sean más novelas que Don Segundo Sombra. Don Segundo tiene un defecto que he advertido hace tres o cuatro años tratando de leerle a Borges, no digo todo el libro, sino algunos capítulos. El defecto es que Güiraldes quiere escribir esa historia con un lenguaje muy moderno, de literatura de vanguardia, y creo que hay incompatibilidad entre esa literatura de vanguardia y el tema del campo". Adolfo Bioy Casares
También Enrique Larreta (Argentina, 1875-1961) bordeó el criollismo en su novela Zogoibi (1926), mientras que Ricardo Güiraldes (Argentina, 1886-1927) será el responsable de uno de los textos mayores de esta tendencia y de la literatura de su país. Con Don Segundo Sombra (1926) logra una equilibrada combinación entre la forma característica de la novela de aprendizaje y una temática propia del relato regionalista, todo ello aunado por una prosa de elevado refinamiento estético.
"El narrador de Don Segundo Sombra no es el chico agauchado; es el nostálgico hombre de letras que recupera, o sueña recuperar, en un lenguaje en que conviven lo francés y lo cimarrón, los días y las noches elementales que aquél no hizo más que vivir". Jorge Luis Borges
A caballo entre el nativismo y el indigenismo se encuentra la obra de Enrique López Albújar (Perú, 1872-1966), autor de Cuentos andinos (1920), Nuevos cuentos andinos (1937) y la novela Matalaché (1928).
Mariano Latorre (Chile, 1886-1955) se destacó por el cuidado en la plasmación de costumbres y tipos sociales en libros como Cuentos del Maule (1912) y Cuna de cóndores (1918). Los norteamericanos Mark Twain, Bret Harte y Stephen Crane influyeron en su obra.
Pero son tres los nombres fundamentales de la narrativa de la tierra.
Considerado el fundador del cuento moderno hispanoamericano, Horacio Quiroga (Uruguay, 1878-1937) empezó escribiendo ficciones urbanas de atmósfera enrarecida o decadente bajo los influjos del modernismo (mejor: de la lectura que de Poe hicieron los modernistas). En 1904 descubre las posibilidades literarias del Chaco argentino. De esta época data "La insolación", una de sus primeras narraciones de ambiente que ya contiene en germen muchos de los elementos que dos décadas más tarde desarrollará con maestría.
"Pero ahora el escritor va más allá: comienza a crear su propio mundo: una atmósfera cruda, tensa; personajes descarnados, parcos, que apenas pronuncian unas pocas palabras, sólo las necesarias, que ponen en la acción su fuerza, y cuyas angustias y conflictos son sugeridos antes que explicitados, aunque por cierto sin ningún menoscabo para su perfecta captación. Ese camino que ha emprendido Quiroga exhibe un sólido mojón inicial: "La insolación" (…)." Jorge Lafforgue
En 1909 se instala en Misiones. Éste será, quizá, el hecho capital de su existencia, pues de aquella experiencia de vida surgirán sus mejores cuentos.
La culminación de su obra tiene lugar en 1926 con la publicación de Los desterrados, volumen de orgánica coherencia, casi una novela, conformado por una serie de cuentos sutilmente vinculados entre sí. No obstante, este libro había sido precedido por Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1919), El salvaje (1920), Anaconda (1921) y El desierto (1924), donde los elementos que en aquél aparecen llevados a su máximo de perfección son una constante en crecimiento: el alcohol, la insolación, el delirio y la fiebre como vehículos de la crisis de la razón; la humanización del animal y su obligada contraparte, la animalización del hombre; la muerte en tanto irreversible proceso de desintegración de la conciencia del sujeto; una cosmovisión no desprovista de matices existenciales acerca del hombre arrojado en un medio que le es del todo ajeno; el manejo sutil de figuraciones simbólicas que aluden al espectro que va de lo cósmico a lo sexual, etc.
Horacio Quiroga se suicidó ingiriendo cianuro la madrugada del 19 de febrero de 1937, un año antes de que Leopoldo Lugones, su antiguo maestro y amigo, tomara igual resolución.
"La escritura y la muerte: doble representación. Duelo sin fin (o con un fin previsible). El hombre, litigante, acosado, expuesto, concluye cediendo. No puede Quiroga no ceder (frente) a la muerte. Aunque a lo largo de su vida él haya ensayado, con tenacidad y desvelo y entrega, una forma de vencerla, de exorcizarla. Desde siempre ella ha sido el tema de sus textos; ya lo hemos dicho: ha sido su gran tema. Primero proclamándola, con énfasis prestados; luego ciñiéndose a modelos que le permitían hacer de ella, de la muerte, el inexorable remate de un proceso; para, finalmente, asumirla visceralmente, hasta volverla el vertebrador explícito y perplejo de su discurso, hasta desmadejar la trama discursiva y ser la propia escritura al desnudo. Su cuerpo desnudo: la muerte asumida es la muerte de su escritura. El vaso de cianuro será sólo una rúbrica." Jorge Lafforgue
Rómulo Gallegos (Venezuela, 1884-1969) también se formó a la sombra del Modernismo, aunque su escritura posteriormente habría de virar hacia los cánones propios del realismo del siglo XIX. La novela que le otorgó celebridad en toda América fue Doña Bárbara (1929), cuya articulación ideológica descansa sobre la dicotomía sarmientina civilización vs. barbarie: Santos Luzardo (cifra de la "santa" "luz" de la Razón) es un joven abogado de la ciudad que retorna a los llanos natales para hacerse cargo de las tierras de sus mayores ("Altamira" es el sugestivo nombre de la heredad). Una vez allí deberá enfrentarse a Doña Bárbara, mujer inescrupulosa y propietaria de "El Miedo", quien echará mano de todo tipo de argucias y aun recursos violentos para apoderarse de la hacienda de Luzardo. El simbolismo es claro: la lucha entre ambos es la del progreso que engendra la civilización frente al atraso inherente a los modos de vida del llano. Conforme a la ideología positivista del autor, a la postre será Santos Luzardo quien triunfe.
Sobre la misma tierra (1934), Cantaclaro (1934) y Canaimá (1935) son otras de sus novelas adscriptas a los mismo tópicos. Rómulo Gallegos llegó a ser presidente de su país en 1947.
"Sólo un drama puede desarrollarse en este medio: el que Sarmiento definió en el subtítulo de Facundo: "Civilización y Barbarie". Un hombre llamado Santos Luzardo se enfrenta a una mujer llamada Doña Bárbara y su conflicto, simbolizado en sus nombres, es el de los primeros cien años de la novela y de la sociedad latinoamericanas. La permanencia del feudalismo español frente a las exigencias ilustradas del ánimo liberal de inspiración francesa y anglosajona forman el trasfondo de la historia y de la literatura, de Bolívar a Sarmiento y de Sarmiento a Gallegos. Y si en la vida social esa pugna tiende a resolverse en una juridicidad liberal incapaz de transformar, por sí sola, las viejas estructuras coloniales, en la literatura se resuelve en un naturalismo, también de estirpe liberal, más cercano al documento de protesta que a la verdadera creación." Carlos Fuentes
Tal vez José Eustasio Rivera (Colombia, 1888-1928) haya sido una especie de romántico tardío. Su primer libro –Tierra de promisión (1921)- agrupaba una serie de sonetos que mucho le debían a la estética parnasiana vía modernismo. Pero su aporte literario fundamental pertenece al género narrativo y se reduce a una sola novela: La vorágine (1924).
A diferencia de Quiroga, en cuyos cuentos la naturaleza aparece despersonalizada, y de Gallegos, donde se la personifica a través de la mediación del personaje central femenino de su novela capital, en la escritura de Rivera la selva es, directamente, el personaje central del relato: sujeto de acciones tales como seducir, atraer y aniquilar, la selva se opone al intelectual Arturo Cova, principal narrador y protagonista de la historia. Además la novela apela a una forma bastante singular de construcción: un narrador general recopila una serie de relatos secundarios de los cuales el fundamental es el de Cova. El efecto buscado -y logrado- mediante la relación inclusiva operada entre esa pluralidad de voces consiste en la recreación textual de la noción centrípeta de "vorágine".
"Anoto ex profeso la expresión poeta, tratándose de un novelista, pues La vorágine es eso, por encima de sus grandes calidades: un inmenso poema épico, donde la selva tropical, con su ambiente, su clima, sus tinieblas, sus ríos, sus industrias y sus miserias, vibra con un pulso épico no alcanzado jamás en la literatura americana." Horacio Quiroga
En lo que respecta a las distintas alternativas de ruptura hacia la estética criollista y sus modelos provenientes del realismo, cabe situar en Ecuador uno de los primeros intentos de probado espesor artístico. La antología de relatos titulada Los que se van. Cuentos del cholo y el montuvio (1930) reúne a algunos de los escritores que posteriormente conformarán el denominado "Grupo de Guayaquil" y a los que se considera como efectivos iniciadores de la narrativa moderna en su país: José de la Cuadra (Ecuador, 1904-1944), Alfredo Pareja Diezcanseco (Ecuador, 1908), Demetrio Aguilera Malta (Ecuador, 1909-1981), Joaquín Gallegos Lara (Ecuador, 1909-1947) y Enrique Gil Gilbert (Ecuador, 1912-1973).
"En los tres sectores que se ubicaron trataron emocionalmente de captar el sentimiento, el anhelo, el dolor, la dicha, el poder del pueblo en el que se desarrolla su trabajo. El grupo de Guayaquil, la capital del montuvio, trata en sus obras del paisaje del hombre trabajador de la costa, el montuvio sumido en las inmensidades y posibilidades de su paisaje exorbitante, la manigua [selva]. El grupo de Quito procura expresar la gran tragedia de las capas campesinas, de los cholos, junto con la descripción del paisaje andino y del sistema económico latifundista, rezago feudal de la colonia española. Los del Austro, al igual que los de Quito, analizan al pueblo cholo y todo lo que él puede significar en el desarrollo político, económico social y cultural del país". Jorge Icaza
A manera de singulares -e incipientes- intentos superadores de los códigos meramente regionalistas pueden ser leídos los relatos de Salvador Salazar Arrué [Seud. Salarrué] (El Salvador, 1899-1975), figura destacadísima en la literatura de su país.
"Mediante un estilo impresionista y con la abundante interpolación de modismos y regionalismos indígenas, Salazar Arrué narra desde el interior del indio, recurso con el que logra expresar eficazmente los sentimientos de sus personajes. De este modo obtiene en sus relatos un tono poético en el cual lo real está firmemente entrelazado con lo misterioso." Fernando Sorrentino
Mientras que Víctor Cáceres Lara (Honduras, 1915) conjugará la representación del ambiente regionalista con una actitud de denuncia ante la explotación del campesinado: Humus (1952) está considerado uno de los mayores libros de cuentos de Honduras. Abelardo Díaz Alfaro (Puerto Rico, 1920) se ocupó del tema del "jíbaro" -el habitante rural de su país- en los cuentos de Terrazo (1948).
Asimismo, en el área rioplatense también puede ser leída la obra narrativa de Roberto Arlt como otra forma de reaccionar contra el criollismo entonces imperante. En El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1933), todas novelas de ambiente urbano, tal vez se proponga Arlt llevar a cabo un proyecto análogo al de Horacio Quiroga pero escenificado en la ciudad: la creación de una nutrida galería de tipos pintorescos.
Personalidad literaria de estatura sobresaliente fue Manuel Gálvez (Argentina, 1882-1962). Su copiosísima producción de signo realista y la variedad de problemáticas que a través de ella asedió suponen un ambicioso intento por representar un panorama de la Argentina de su tiempo. Su novelística, que se inicia en 1914 con La maestra normal, también podría ser válidamente considerada en tanto modo de superar los esquemas regionalistas: al menos sus intentos por plasmar personajes arquetípicos parecieran ser suficiente prueba de ello. Excelente es El mal metafísico (1916), donde se describe el mundo de la bohemia porteña de principios del siglo XX. Historia de arrabal (1923) bordea el naturalismo al describir las clases bajas asimiladas a una ciudad en vías de crecimiento. Hombres en soledad (1938), en cambio, es un fresco de la alta burguesía porteña en tiempos de la caída del presidente Yrigoyen.
Los novelistas del llamado "Grupo de Boedo", si bien desde una ideología que abrevaba en las fuentes del realismo social, elaboran ficciones de irrecusable atmósfera urbana: Leonidas Barletta (Argentina, 1902-1975), autor, entre otras novelas, de Royal Circo (1926), Elías Castelnuovo (Argentina, 1893-1982) responsable de Tinieblas (1923), Malditos (1924), Entre los muertos (1925), etc., Alvaro Yunque (Argentina, 1889-1982), dedicado sobre todo al cuento, publicó Barcos de papel (1926) y, algo posterior, Cesar Tiempo (Argentina, 1906-1980).
La impronta regionalista, aunque reelaborada a la luz de diversas tendencias, pervive en la obra de varios escritores temporalmente posteriores al movimiento.
La única obra del periodista Alfredo Varela (Argentina, 1914-1988), El río oscuro (1943), aúna los postulados de la literatura comprometida -Varela fue militante marxista- a las formas típicas de la novela de la tierra. El cineasta Hugo del Carril tomó este texto como base para su filme Las aguas bajan turbias (1953).
Otros casos de notar están dados por narradores como Antonio Di Benedetto (Argentina, 1922-1986), Hugo Foguet (Argentina, 1923), Haroldo Conti (Argentina, 1925-¿1976?), Daniel Moyano (Argentina, 1930-1992), Héctor Tizón (Argentina, 1929), Juan José Hernández (Argentina, 1930) y Carlos Hugo Aparicio (Argentina, 1935), quienes se identifican no sólo por ser escritores de provincias sino además por proponer, cada uno a su modo, formas de superación efectivas hacia el regionalismo tradicional.
Algo más tardía, en Uruguay la reacción contra el nativismo llegará recién hacia mediados de siglo por obra de la llamada "Generación Crítica", la cual supuso una toma de posición implacable ante la literatura, la historia y la situación política del país. Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti constituyen sus referentes narrativos de mayor peso.
Un proceso semejante acontece con la literatura trasandina. Previsiblemente dominada por tendencias regionalistas desde comienzos del siglo XX, la presencia de escritores que de a poco reaccionan contra ese estado de cosas por medio de búsquedas expresivas más osadas no se hará esperar. Por caminos diversos, los textos de Manuel Rojas (Chile, 1896-1973), Carlos Coloane (Chile, 1910) y Carlos Droguett (Chile, 1912) intentan superar los esquemas criollistas. Pero recién a partir de la década de 1950 tendrá lugar una renovación total en el seno de aquella narrativa. Marta Brunet (Chile, 1901-1967), José Donoso, Enrique Lafourcade (Chile, 1927), Enrique Lihn (Chile, 1929-1988), Jorge Edwars (Chile, 1931), son los principales nombres asociados a ese cambio.
Capítulo XI
El Club de los Poetas Vivos: Saliendo del laberinto vanguardista
Más arriba señalamos cómo en el área del Río de la Plata el Borges de los años "20, luego apenas de su "error ultraísta", se abocó a la búsqueda de una expresión cada vez más personal y en lo posible alejada de las "fórmulas" estridentes recetadas por las vanguardias. La composición de aquéllas, por lo demás, podría reducirse a los términos de una anulación del componente emocional o subjetivo, en lo tocante al costado temático, y en una tendencia a la fragmentación y a la valoración preponderante del aspecto sonoro de la palabra en detrimento del significado, respecto del plano formal.
A continuación comprobaremos que Borges no fue el único en tomar ese camino.
La poesía eminentemente visual y colorista de Carlos Pellicer (México, 1899- 1977) constituye a primera vista una celebración a la exaltación de los sentidos. Sin embargo, y más allá de la expresión sensual orientada sobre todo a la pintura del paisaje americano -"tropicalista" también se la ha calificado-, hay en su obra carices más recónditos: la espiritualidad nacida de la fe católica, un marcado panteísmo (o "franciscanismo") que tiende a hermanar la voz del yo poético con la naturaleza y, en fin, una sostenida meditación de ribetes trascendentales en torno a lo que significa la experiencia humana y geográfica de América. Colores en el mar y otros poemas, su primer libro, es de 1924.
DESEOS
Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!
Por su parte, el camino que Francisco Luis Bernárdez (Argentina, 1900-1978) ensayó a fin de superar la estética vanguardista a la cual se había enrolado a través de sus primeros libros (Orto y Bazar son ambos de 1922), fue el del retorno a los clásicos.
"Continúo una línea tradicional. Mi verdadera preocupación es de orden religioso más que de orden estético. Quiero ser fiel a mí mismo. He querido remozar, y creo que lo he logrado, esa corriente que arrancó de Garcilaso de la Vega, que pasó por Fray Luis de León y llega a su plenitud en Lope. He querido continuar en la idea de que en el pensamiento no hay ornamentos". Francisco Luis Bernárdez
Ferviente militante católico, ello indudablemente influyó en el plano de su creación artística. El amor a Dios, la espiritualidad religiosa y la exaltación mística de los elementos de la naturaleza son temas recurrentes que, en lo tocante al procedimiento, se unen a un gusto por la claridad extrema, la definición, el silogismo riguroso y los juegos de oposiciones. La ciudad sin Laura (1947) es su libro más importante.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o si son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir la noche obscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir "siempre" y en adelante no volver a decir "nunca".
Y es además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras. […]
También Leopoldo Marechal (Argentina, 1900-1970) se inició en la literatura como parte integrante del grupo de jóvenes poetas que, en los años de la década de 1920, se agrupó en torno de la revista Martín Fierro. Pero luego de aquellos primeros escarceos vanguardistas (Los aguiluchos es de 1922; Días como flechas, de 1926), se dedicaría a la elaboración de una estética de cuño personal marcada por un rigor y una disciplina crecientes y orientadas a la perfección de la forma. Su poesía no desdeña la meditación en torno a temáticas de sesgo trascendente (el amor, la muerte, el espíritu opuesto a los sentidos) enmarcadas en una sostenida perspectiva religiosa o, quizá sea mejor decir, metafísica. También fueron motivo de su poetizar la suma de elementos, paisajes y costumbres autóctonos que conforman la noción de nacionalidad o patria. Se le han señalado vinculaciones con la poesía del Siglo de Oro español. Asimismo y para expresarse eficazmente, su innegable idealismo no desdeña las formas del lenguaje simbólico.
La patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempo de labranza,
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma al aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta..)
DE LA ADOLESCENTE
Entre mujeres alta ya, la niña
quiere llamarse Viento.
Y el mundo es una rama que se dobla
casi junto a sus manos,
y la niña quisiera
tener filos de viento.
Pero no es hora, y ríe
ya entre mujeres alta:
sus dedos no soltaron todavía
el nudo de la guerra
ni su palabra inauguró en las vivas
regiones de dolor, campos de gozo.
Su boca está cerrada
junto a las grandes aguas.
Y dicen los varones:
"Elogios impacientes la maduran:
cuando se llame Viento
nos tocará su mano
repleta de castigos".
Y las mujeres dicen:
"Nadie quebró su risa:
maneras de rayar le enseñaron los días".
La niña entre alabanzas amanece:
cantado es su verdor,
increíble su muerte.
Como respuesta acaso inevitable al nacionalismo imperante en la literatura mexicana durante el período posterior al inicio de la revolución (1910), un grupo de autores se aglutina en torno a la revista Contemporáneos (1920-1932) y se proponen, a lo largo de la década de los años "20, cultivar una poesía de sentido universal y trascendente. José Gorostiza (México, 1901-1973) es uno de los mayores exponentes del grupo y quien, con seguridad, llevó hasta las últimas consecuencias sus postulados. Dueño de una obra tan exigua como intelectualmente densa, sus poesías persiguen apresar la esencia de las cosas por medio de un lenguaje a la vez exacto y palpitante.
"José Gorostiza es, entre todos, el de más fina emoción. Sus poesías acusan, en vez de espontaneidad, pureza y perfección definitivas, elaboriosa decantación". Xavier Villaurrutia
"La poesía, para mí, es una investigación de ciertas esencias -el amor, la vida, la muerte, Dios- que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de esas esencias". José Gorostiza
PAUSAS II
No canta el grillo. Ritma
la música
de una estrella.
Mide
las pausas luminosas
con su reloj de arena.
Traza
sus órbitas de oro
en la desolación etérea.
La buena gente piensa
-sin embargo-
que canta una cajita
de música en la hierba.
Detrás de la enumeración de geografías y paisajes, más allá del registro minucioso de viajes y regresos, late en la poesía de Jorge Carrera Andrade (Ecuador, 1902- 1978) la angustia existencial del hombre contemporáneo, el sentimiento de vacío y aun las crisis sociales. Todo ello expresado mediante formulaciones puramente líricas que no desdeñan su gusto por la metáfora sorprendente aunque jamás hermética.
"Defiendo la poesía lírica porque es la única que ha dado libertad al hombre, ayudándole a conocerse a sí mismo". Jorge Carrera Andrade
La obra de Nicolás Guillén (Cuba, 1902-1989) supone la más acabada y genuina asimilación entre las formas estróficas y métricas de la tradición hispánica culta con la diversidad de matices temáticos provenientes de la poesía negra (que él prefería llamar mulata), naturalmente amalgamados en el marco mestizo del ámbito cultural antillano. Según José Olivio Jiménez, su producción transita tres carriles bien definidos: el de la poesía negra, el de la poesía social y el de la poesía neopopularista de raíz folclórica. Íntimamente vinculados a la musicalidad espontánea de la palabra oral, sus textos parecen exigir la lectura en voz alta a fin de transmitir su firme esencia popular. Por lo demás, sus cada vez más radicales convicciones políticas lo llevaron a despojar su poesía de motivos pintorescos para precipitarse en el costado social, político, económico y moral de su isla, primero, y las Antillas, después, llegando por esa vía a captar en profundidad la dolorosa realidad social del subcontinente americano. Motivos de son y Sóngoro Cosongo son sus primeras obras (1930 y 1931, respectivamente).
"La poesía de Guillén más que racial es social, proletaria, humana, rebelde." E. M. Estrada
PROBLEMAS DEL SUBDESARROLLO
Monsieur Dupont te llama inculto,
porque ignoras cuál era el nieto
preferido de Víctor Hugo.
Herr Müller se ha puesto a gritar,
porque no sabes el día
(exacto) en que murió Bismarck.
Tu amigo Mr. Smith,
inglés o yanqui, yo no lo sé,
se subleva cuando escribes "shell".
(Parece que ahorras una ele,
y que además pronuncias "chel".)
Bueno ¿y qué?
Cuanto te toque a ti,
mándales decir cacarajícara,
y que dónde está el Aconcagua,
y que quién era Sucre,
y que en qué lugar de este planeta
murió Martí.
Un favor:
que te hablen siempre en español.
Surgida de las vanguardias de los años "20, la poesía de Eugenio Florit (Cuba, 1903-1999) rrecorrerá un largo camino en el que ensayará las más variadas estéticas: neogongorismo, poesía pura, superrealismo, neoclasisimo, poesía testimonial… La variedad expresiva que tal recorrido supone se verá, sin embargo, aunada por el buen gusto y la tendencia hacia un lirismo contemplativo ideal para canalizar los temas de naturaleza elegíaca tan comunes a su obra. De 1927 es 32 poemas breves, su primer libro; Doble acento, 1930-1936 (1937) fue prologado por Juan Ramón Jiménez.
"La poesía: hecha de dulce resonar y armonioso pensamiento". Eugenio Florit
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