Íntimamente asociada a la estética del realismo mágico, según la cual al toparse con el ámbito latinoamericano -signado por lo sobrenatural, lo desmesurado o lo milagroso- los parámetros de la lógica racional sobre los que descansa la cultura en Occidente entran en crisis, la narrativa de Gabriel García Márquez (Colombia, 1928) constituye en sí misma un fenómeno de masividad inusitado. Iniciado a mediados de la década de 1940 en el periodismo, publicó sus primeros relatos en periódicos de Bogotá hacia 1950, año en el que sale a la luz La hojarasca, novela magnífica donde ya son notorios ciertos procedimientos bastante elaborados relativos al manejo del tiempo y de los puntos de vista narrativos. Del mismo año es Relato de un náufrago, texto a caballo entre la crónica y la ficción. El coronel no tiene quien le escriba (1958) es considerada por algunos su mejor novela. Le siguieron Los funerales de la Mamá Grande (1962) y La mala hora (1962). Pero será en 1967 cuando tendrá lugar el momento culminante de su labor creadora con la publicación de Cien años de soledad, texto con el que alcanzaría fama mundial. En la década de 1970, luego del éxito obtenido por su novela, recopila textos primerizos –Ojos de perro azul (1974)- y escribe nuevos de igual calidad –La increíble y triste historia de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada (1972)-. Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989) refrendan el nivel de su escritura. En 1992 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
"Ante la realidad sobrecogedora de un posible "fin del hombre" que a través de todo el tiempo humano debió parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad en la tierra". Gabriel García Márquez
La narrativa de José Donoso (Chile, 1924-1997) inaugura en su país un estadio de renovación entre el criollismo imperante hasta la década de 1950 y las nuevas tendencias. Su primera novela, Coronación, es de 1958 y ya presenta las constantes temáticas de su escritura: la soledad, la vejez, la decadencia, el encierro, los espectrales mundos interiores, lo monstruoso y el poder fascinante de las máscaras, el simulacro, los juegos y los territorios perturbadores de la infancia. En 1966 retoma muchos de estos aspectos en Este domingo, novela que no descarta un singular manejo del tiempo. En El lugar sin límites (1967), la ambigüedad sexual se plasma a través de una ambigüedad del punto de vista narrativo altamente significativa. No obstante, su principal novela es El obsceno pájaro de la noche (1970), la cual puede ser leída como una detenida meditación acerca de la esencia y los alcances de la instancia narrativa: la cita que encabeza el texto establece una serie de filiaciones a este respecto con el complejo universo de Henry James. Valiéndose de claves netamente políticas publica en 1978 Casa de campo, extensa alegoría sobre la historia de Chile, y en 1986 La desesperanza. El jardín de al lado (1981) se ocupa de la temática del exilio. El Mocho fue publicada póstumamente.
Capítulo XX
Cuestiones genéricas: La crónica
Ya en la década de 1950 la crónica comenzó a verse enriquecida con los aportes del llamado "nuevo periodismo" norteamericano. A partir de entonces el género se afianza, cobra nuevas significaciones y desarrolla sus múltiples posibilidades a través de textos de innegable importancia.
Con Operación Masacre (1957), Rodolfo Walsh (Argentina, 1927-1977) inaugura la "ficción documental" en su país. Texto de encasillamiento imposible, representa un cruce sumamente fértil de variados géneros discursivos: literatura, periodismo, ensayo histórico, crónica policial, argumentación jurídica, panfleto, etc. En 1958 retoma el procedimiento en una serie de notas publicadas bajo el título Caso Satanowski, donde investiga el asesinato de un prestigioso abogado y los manejos turbios de una Justicia cómplice del poder de turno. También muchos de sus relatos -por ejemplo el célebre "Esa mujer"- apelan al cruce de registros como principio constructivo. Finalmente, en 1969 aparece en forma de libro ¿Quién mató a Rosendo?, investigación sobre la dudosa muerte de un sincalista peronista. La "Carta abierta a la Junta Militar" (1977) representa la inmolación y el testamento de un hombre para quien escritura y acción eran dos caras de una misma realidad.
"En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía, pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces". Rodolfo Walsh
En la obra de Elena Poniatowska (México, 1933) también convergen la literatura con el collage periodístico, los ensambles discursivos, las entrevistas, la crónica y el reportaje. Conocedora a fondo de los recursos del nuevo periodismo norteamericano, esa influencia resulta innegable en su texto más importante, La noche en Tlatelolco (1971), testimonio acerca de la masacre estudiantil mexicana de 1968. Hasta no verte Jesús mío (1969) y Querido Diego te abraza Quiela (1978), recurren asimismo a experimentaciones discursivas de sesgo híbrido.
A partir de La pasión según Trelew (1973) y de manera contundente en La novela de Perón (1986), la narrativa de Tomás Eloy Martínez (Argentina, 1934) tampoco desdeña incorporar historia, testimonio e investigación periodística a su construcción.
La ciudad de México en la década de 1960 es el tema central de las reflexiones de Carlos Monsivaís (México, 1938). Como cronista de la cultura urbana, Monsivaís apela a un estilo que une la sátira a la interpretación crítica. La cultura de masas y los escritores norteamericanos de la generación perdida -Hemingway y Fitzgerald- son sus referentes. Fue muy popular su libro Amor perdido, de 1977. Por último, se considera a Biografía de un cimarrón (1966) de Miguel Barnet (Cuba, 1940) el texto inaugural del género testimonial en el subcontinente. El libro consta de una serie de entrevistas que Barnet hizo a un viejo sobreviviente de la época de la esclavitud. La canción de Rachel (1969) y Gallego (1983) también se originan en historias reales.
Capítulo XXI
El imperio de los procedimientos (continuación)
A los autores principalísimos de la corriente del boom se les agregaron otros que, si bien pertenecían por lo menos a una generación anterior, aquel fenómeno literario contribuyó a divulgar. Tal es el caso de Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1909-1994), de quien podría decirse que es uno de los narradores más profundos y complejos en lengua española del siglo XX. Publica en 1941 El pozo, breve novela considerada por la crítica precursora de las rupturas que recién dos décadas más tarde tendrían lugar en la narrativa del continente. De 1950 es su principal obra, La vida breve, verdadera metanovela cuyo tema es la construcción de un espacio imaginario, textual: la ciudad de Santa María. Los adioses (1954) tensa hasta el límite las posibilidades del saber del narrador: ¿hasta qué punto puede ser relatado lo secreto, lo elidido, lo oculto? El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964) integran, junto con numerosos cuentos y novelas breves, la saga de Santa María, aquella ciudad imaginaria creada por el personaje principal de La vida breve. Onetti se radicó en España en 1973 y allí siguió escribiendo hasta su muerte. Su última novela, Cuando ya no importe, data de 1993. Ascendencias onettianas posee la espléndida escritura de Juan Martini (Argentina, 1944).
"Las técnicas literarias existen. Lo único que pido es que se usen cuando son necesarias y no por recurso o moda. Pensemos, por ejemplo, en el "boom" de la literatura latinoamericana. Un par de años y sólo quedará lo legítimo".
"La literatura jamás debe ser "comprometida". Simplemente debe ser buena literatura. La mía sólo está comprometida conmigo mismo. Que no me guste que exista la pobreza es un problema aparte". Juan Carlos Onetti
Habiendo publicado El túnel en un temprano 1948, Ernesto Sábato (Argentina, 1911) adquiere estatura continental con Sobre héroes y tumbas (1961), lúcida revisión en clave alucinatoria del pasado histórico de su país y profundizada después en su tercera novela, Abadón, el exterminador (1974).
"El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo debí sufrir amargas humillaciones. Dada mi formación científica, a nadie le parecía posible que yo pudiera dedicarme seriamente a la literatura. Un renombrado escritor llegó a comentar: "¡Qué va a hacer una novela un físico!". ¿Y cómo defenderme cuando mis mejores antecedentes estaban en el futuro?"
Ernesto Sábato Augusto Roa Bastos (Paraguay, 1917) es otro escritor extraordinario asimilado al fenómeno del boom. Lo mejor de su obra se halla contenido en la que él denominó "trilogía sobre el monoteísmo del poder", integrada por Hijo de hombre (1959), su primera novela, Yo, el Supremo (1972) y El fiscal (1993). En ellas son una constante la representación de ciertos momentos relevantes de la historia del Paraguay -por ejemplo, la Guerra del Chaco, en la que Roa Bastos participó siendo muy joven- con profundas meditaciones sobre la lógica (o ilógica) del poder.
A dos libros se reduce la narrativa de Juan Rulfo (México, 1918-1985): los cuentos de El llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955). Sin embargo, y pese a su exigüidad, esta obra deslumbrante clausuró el ciclo de la revolución, incorporó elementos temáticos y procedimentales del todo novedosos (por ejemplo la referencia a mitos universales y la discontinuidad temporal fundada en una técnica constructiva deudora del montaje cinematográfico) y sepultó definitivamente todo atisbo regionalista en el sentido tradicional del término. La obra de Rulfo, adelantada en más de un lustro a la eclosión del boom, constituye un estadio indispensable para arribar a él.
"Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aún de la literatura". Jorge Luis Borges
Los novedosos planteos narrativos de Fernando Alegría (Chile, 1918) guardan sólidos lazos con las estéticas de vanguardia y se perfilan como claramente superadores en relación al criollismo de cuño realista. Su extensa obra, que abarca el cuento, la novela y el ensayo, se inicia hacia 1950. Otro tanto acontece con la obra de Salvador Garmendia (Venezuela, 1928), que presupone un seguro distanciamiento de la vertiente regionalista predominante en su país a partir de la incidencia de Rómulo Gallegos. Interesado por las temáticas urbanas e influenciado por el pensamiento existencialista vía Sartre, la obra narrativa de Garmendia no descuida la minuciosa experimentación con el lenguaje. Los pequeños seres (1959), Los habitantes (1961), Días de ceniza (1963), La mala vida (1968) y Los pies de barro (1973) son algunos de sus libros.
Capítulo XXII
Cuestiones genéricas: El cuento (continuación)
Indisolublemente ligada al boom de la literatura latinoamericana y a acontecimientos históricos de peso como la Guerra de Vietnam y la Revolución Cubana, la generación del "60 estuvo signada por una fuerte toma de posición política y una apertura hacia manifestaciones culturales de procedencia diversa. En el Río de la Plata su incidencia será más que benéfica en lo que respecta al cultivo del cuento.
Asociado al peronismo de izquierda, Germán Rozenmacher (Argentina, 1936- 1971) buceó con un estilo ágil y directo, que mucho le debía a su profesión de periodista, en la sórdida realidad de las clases medias bajas asimiladas a los bordes de una ciudad multitudinaria como Buenos Aires. Cabecita negra (1962) y Los ojos del tigre (1968) son sus recordados libros de cuentos.
También por esos años inicia su labor literaria el narrador y dramaturgo Abelardo Castillo (Argentina, 1935), con sendos libros de cuentos: Las otras puertas (1963) y Cuentos crueles (1966), a los que siguen Las panteras y el templo (1976), El cruce del Aqueronte (1982) y Las maquinarias de la noche (1992). Miguel Briante (Argentina, 1944-1995) es otro escritor que se inicia como cuentista en este mismo contexto: Las hamacas voladoras (1964), El hombre en la orilla (1968) y Ley de juego (1983) son los volúmenes que agrupan su narrativa corta. También escribió la novela Kincón (1974 y 1994).
María de Monserrat (Uruguay, 1915) fue designada en 1966 por el periódico Primera Plana de Buenos Aires como "la mejor cuentista uruguaya". L. S. Garini (Uruguay, 1903) publica en 1963 Una forma de la desventura y logra una efectiva gravitación en la narrativa contemporánea de su país. Alberto C. Bocage (Uruguay, 1929) pasa del ámbito urbano de Las prisiones (1967) al descubrimiento de la naturaleza agreste: Cuentos del monte (1969) y El puestero del diablo (1972). Cultor de un realismo prescindente de las técnicas de vanguardia es Carlos Martínez Moreno (Uruguay, 1917).
"En el fondo lo que pienso de mi obra es que fue tan hermoso escribirla, como hacer el amor con la palabra durante cuarenta años". Julio Cortázar
No obstante, la figura central de la cuentística de los años "60 a causa de su proyección continental -y aun occidental- es la de Julio Cortázar (Argentina, 1914- 1984). Aunque ya venía publicando series de cuentos magistrales desde los inicios de la década del "50 (Bestiario data de 1951; Final del juego, de 1956; Las armas secretas, de 1959), los escritores centrales del boom coincidieron en señalarlo como un "maestro", confiriéndole así un lugar predominante en el sistema literario hispanoamericano. De 1963 es su novela consagratoria Rayuela y nuevas incursiones en el género breve: Historias de cronopios y de famas (1962) y Todos los fuegos el fuego (1966). Seguirá publicando libros de cuentos de calidad sobresaliente hasta su muerte: Octaedro (1974), Alguien que anda por ahí (1977), Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982).
Los textos de Cortázar, situables en el punto inaudito donde lo fantástico confluye inesperadamente con lo cotidiano, presuponen una mirada que torna relativos, disloca o escinde espacios, tiempos y sujeto de la representación. Sus relatos suelen apelar a procedimientos sustentados en esquemas duales, combinados de manera diversa, entre los que se mueve -o es arrastrado- el personaje y donde uno de los componentes de dicha dualidad sustrae, fagocita o pasa a formar parte impensadamente del otro. Detrás de estos artificios late una profunda reflexión acerca de la crisis del modelo de conciencia unitaria y, como no podía ser de otra manera, de las limitaciones del lenguaje en tanto herramienta válida para representar el mundo.
"Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido". Jorge Luis Borges
Junto a los de Cortázar y a causa de su sobresaliente calidad literaria, bien vale aquí una mención a los estupendos relatos de Rodolfo Walsh agrupados en Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967).
"Por otro lado para Walsh la ficción es el arte de la elipsis, trabaja con la alusión y lo no dicho, y su construcción es antagónica con la estética urgente del compromiso y las simplificaciones del realismo social. (…) Siempre alusivo y sutil, Walsh cultivaba el álgebra de la forma como un modo de asegurar la autonomía y la eficacia específica de sus cuentos." Ricardo Piglia
De los cuentistas herederos del espíritu socialmente comprometido del Grupo de Boedo citaremos a Bernardo Kordon (Argentina, 1915-2002). Iniciador del "neorrealismo urbano", exploró la ciudad y sus personajes marginales a través de relatos de un realismo directo. Su primer libro de cuentos, La vuelta de Rocha, data de 1936. Le siguieron: Relatos de la tierra verde (1939), Un horizonte de cemento (1940), La selva iluminada (1942), Alias Gardelito (1961), etc. En cambio, Humberto Costantini (Argentina, 1924-1986) no desdeña conjugar su compromiso social con técnicas narrativas contemporáneas. De por aquí nomás (1958), Un señor alto, rubio, de bigotes (1963), Una vieja historia de caminantes (1966), Bandeo (1975) y De dioses, hombrecitos y policías (1979), representan sus principales contribuciones al cuento.
Juan José Manauta (Argentina, 1919) y Andrés Rivera (Argentina, 1924) conjugaron en sus narraciones el realismo social con la economía expresiva de la escuela norteamericana. Por último, supo trazar situaciones de gran complejidad psicológica Enrique Wernike (Argentina, 1915-1968). En Centroamérica también empiezan a gravitar nuevos nombres vinculados a una renovación efectiva del cuento con posterioridad a 1960. Álvaro Menén Desleal (El Salvador, 1930) apela a temáticas universales, a técnicas de hibridación genérica y al humorismo en sus relatos. Cuentos breves y maravillosos, su primer libro, data de 1963. Incursionó en la narrativa fantástica Antonio Benítez Rojo (Cuba, 1931): El escudo de hojas secas (1969) y Heroica (1976). Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942), profundo conocedor de la literatura universal y de la narrativa corta de su región -es un eminente antólogo de la misma-, maneja con igual maestría los registros realista y fantástico. Ha publicado Cuentos (1963), Nuevos cuentos (1969) y De tropeles y tropelías (1972).
Es previsible que las cuestiones acerca de la identidad nacional y las fronteras lingüísticas que la presencia norteamericana fomenta en Puerto Rico, resulten inherentes al quehacer literario de ese país. Cuentista y novelista opositor a la intervención extranjera fue José Luis González (Puerto Rico, 1926-1996). René Marqués (Puerto Rico, 1919-1976) reflexiona asimismo en torno a la identidad nacional desde perspectivas existencialistas. A su primer libro de cuentos, Otro día nuestro (1955), le siguió En una ciudad llamada San Juan (1960). También Pedro Juan Soto (Puerto Rico, 1928) denuncia los efectos del neocolonialismo en colecciones de cuentos como Spiks (1956); Usmail (1959) y Un decir (de la violencia) (1976). Cruza estas problemáticas con reivindicaciones a la condición femenina el primer libro de Rosario Ferré (Puerto Rico, 1945), Papeles de Pandora (1976).
Capítulo XXIII
La narrativa posterior al boom ya no pudo, en líneas generales, sustraerse a esa tendencia revisionista, distanciadora y crítica de la escritura hacia su propia sustancia constitutiva -la lengua-, sus posibilidades representativas y, por ende, su situación en cuanto a los códigos tradicionales del realismo. Bien puede decirse que a partir de los años "60 la literatura hispanoamericana definitivamente perdió su inocencia.
Al respecto, la narrativa de José Emilio Pacheco (México, 1939) no deja de reflexionar sobre su condición intrínseca de ficción. Así ocurre con los cuentos de El principio del placer (1972) y sobre todo en la novela Morirás lejos (1967), estructurada como un deslumbrante juego de espejos donde los distintos planos de la representación se superponen hasta el vértigo.
"Dicen que por las mañanas lee los periódicos y que nada se le va. Que al mediodía lee poemas, novelas, ensayo, crítica y nada se le va. Por la noche mira la televisión con su hija más pequeña y nada se le va. José Emilio Pacheco hurga, investiga, lee, camina por las calles y produce su obra: periodismo cultural, cuentos, novelas, teatro, adaptaciones cinematográficas. Pero el centro animador de su obra literaria es la poesía, de la cual ha publicado más de catorce libros". Elena Poniatowska
La preocupación en torno al puro aspecto significante del lenguaje campea en la obra narrativa y ensayística de Severo Sarduy (Cuba, 1937-1993), autor de la novela Cobra (1972) y de ensayos como Escrito sobre un cuerpo (1969) y Barroco (1975).
Antonio Skármeta (Chile, 1940) cruza en sus textos una mirada crítica y comprometida hacia temas de nítido contenido sociopolítico, apelando a un tratamiento que, sin desdeñar la parodia, suele recurrir también a registros de lograda poesía. Aunque originariamente fue un cuentista excelente –El entusiasmo (1967), Desnudo en el tejado (1969) y Tiro libre (1973)-, es también autor de la popular novela Ardiente paciencia (1983), inspirada en la figura de Pablo Neruda y llevada al cine y, después, al teatro con el título de El cartero.
"Toda mi literatura ha crecido biológicamente. A medida que va cambiando el cuerpo, van cambiando también las esferas de la realidad que se atraen, de modo que lo biográfico está asumido muy fuertemente: del joven adolescente al joven que se interesa por los procesos sociales; de éste, al hombre ya sin pelo que vivía en Europa". Antonio Skármeta
La reelaboración de códigos narrativos de la novela policial "dura" norteamericana y la ciencia ficción, su posterior inserción en los universos de Macedonio Fernández, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges y su final fusión con elementos provenientes de la teoría literaria y la crítica histórica, hallan en Ricardo Piglia (Argentina, 1941) a un genial alquimista. Resultante del proceso anterior es un híbrido personalísimo y fascinante caracterizable como "ficción crítica". Los cuentos de Nombre falso (1975) y las novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992) y Plata quemada (1997) constituyen lo esencial de su obra. También transita las fronteras genéricas, aunque de manera sutil, José Pablo Feinmann (Argentina, 1941) en una novela como El ejército de ceniza (1986).
Textos dotados de una pormenorizada elaboración formal e influidos por la novela objetivista francesa y las desoladas atmósferas de Samuel Beckett, son los de Salvador Elizondo (México, 1932). Su más destacada novela es Farabeuf o la crónica de un instante. Por su parte, Sergio Pitol (México, 1933) desarrolló una extensa obra narrativa deudora de múltiples influencias (que van de Rulfo hasta Kafka y Virginia Wolf pasando por Borges, Gogol y Tolstoi). Su primera novela, El tañido de la flauta, es de 1973. Su compatriota Fernando del Paso (México, 1935) obtuvo en 1966 el premio Xavier Villaurrutia por su novela José Trigo. Palinuro en México (1979) y Memorias del Imperio (1990) son otras de sus obras principales.
De un depuradísimo manejo del lenguaje hace gala Arturo Azuela (México, 1938). El tamaño del infierno (1975), su inicial novela, es un ambicioso recorrido a lo largo de cien años de historia mexicana. Mientras Jorge Ibargüengoitía (México, 1928-1983) parodia los códigos de la narrativa de la revolución en la novela Los relámpagos de agosto (1964), premiada con el galardón de Casa de las Américas.
Eximio poeta en sus comienzos, Homero Aridjis (México, 1940) derivó luego hacia la novela. 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985) reconstruye en primera persona y apoyándose en minuciosas documentaciones la España previa al descubrimiento. Su continuación lleva por título Las aventuras de Juan Cabezón en América (1992).
La narrativa de Reinaldo Arenas (Cuba, 1943-1990) establece una clara ruptura con los autores canónicos de la isla, tales como Alejo Carpentier. Publicó su primera novela, Celestino antes del alba, en 1967. Le siguió Un mundo alucinante en 1969. En tanto que Jesús Díaz (Cuba, 1940) intenta conciliar los postulados de la vanguardia artística con los de la revolución, que es un tema central en su obra narrativa. Las iniciales de la tierra (1980) es su novela fundamental.
De no fácil lectura, la obra de Juan José Saer (Argentina, 1937) constituye un extenso ciclo novelístico en torno a un único interrogante: ¿cuál es el alcance de la escritura en tanto instrumento de representación de la realidad? Cicatrices (1969), El limonero real (1974), Nadie nada nunca (1980), El entenado (1984) y Glosa (1986) son algunos de sus textos destacables.
Secretario personal de Pablo Neruda entre 1945 y 1947 fue Jorge Enrique Adoum (Ecuador, 1923). Aunque demostró sobradamente extraordinarias dotes para la poesía -en 1952 obtuvo el Premio Nacional de Poesía y en 1961 el Premio de Poesía de Casa de las Américas-, su texto más descollante es una novela de carácter experimental: Entre Marx y una mujer desnuda (1976).
Pero quizá la figura mayor del post-boom sea Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929). La experiencia vital de este escritor ha determinado en gran medida su adscripción a la esfera de los "extraterritorial", esa categoría definitoria de la gran narrativa del siglo XX (Joyce, Kafka, Conrad, Beckett, Borges, son ejemplos conocidos). Se inició en la década de 1950 como crítico cinematográfico en la revista Carteles bajo el seudónimo de G. Caín; esos artículos, testimonio de la innegable influencia del cine en su obra posterior, integran el libro Un oficio del siglo XX (1963). Adhirió en un primer momento a la Revolución Cubana, pero en 1965 rompe definitivamente con Fidel Castro y se exilia en Londres. Esta situación de lejanía y destierro respecto de su ciudad natal articula lo mejor de su obra. La nostalgia de La Habana anterior a la revolución -verdadero territorio de la infancia-, unida a inagotables juegos de sentido en relación a los planos sonoro y conceptual del lenguaje, además de experimentos con las voces narrativas y la utilización paródica de variados géneros discursivos, campean a lo largo de sus dos novelas fundamentales: Tres tristes tigres (1967) y La Habana para un infante difunto (1979).
También pulsa un registro vinculado a la musicalidad propia del habla oral Luis Rafael Sánchez (Puerto Rico, 1936). Su novela La guaracha del Macho Camacho (1966) resultó un acontecimiento literario que trascendió las fronteras y le dio a su autor fama internacional. En ella, además de ensayar una escritura elaboradamente rítmica, se acomete la desacralización de formas discursivas socialmente prestigiosas mediante la parodia. La importancia de llamarse Daniel Santos (1990) y los cuentos agrupados en En cuerpo de camisa (1966) completan lo principal de su obra.
Parejamente, Manuel Puig (Argentina, 1932-1990) es uno de esos escritores para quienes ningún tipo textual merecería ser discriminado del ámbito de la literatura. Así, sus novelas suelen nutrirse de géneros discursivos socialmente marginados de los registros artísticos "cultos", logrando resultados notables. La resignificación paródica operada en sus novelas exige un lector bastante competente y despojado de toda inocencia. La traición de Rita Hayworth (1968), Boquitas pintadas (1969), The Buenos Aires Affair (1973), El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979), Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980) y Cae la noche tropical (1988), constituyen lo esencial de su obra.
"La traición de Rita Hayworth es la mejor, la primera y auténtica novela "pop" latinoamericana". El Comercio, Lima
Osvaldo Soriano (Argentina, 1943-1997) también integra en su narrativa formas nacidas de los registros populares a contenidos comprometidos con la realidad política de su país. Triste, solitario y final (1973) fue la primera novela de una larga serie.
Antes de dar por concluido este recorrido, no quisiéramos obviar la posibilidad de, al menos, enumerar someramente cuatro "claves" que faciliten en alguna medida el acercamiento del lector a la narrativa hispanoamericana contemporánea. Intentemos desarrollarlas a continuación:
1) La impronta mítica
No pocas veces la narrativa hispanoamericana se ha lanzado a reformular, aludir o utilizar de manera cifrada numerosos elementos provenientes de los grandes mitos de la humanidad: aquellos relatos primordiales que, mediante el uso del simbolismo, se abocan a "explicar" verdades de profundo sentido cósmico o metafísico. Incluso un escritor como Carlos Fuentes sitúa en esa característica uno de los rasgos definitorios de la nueva novela del subcontinente.
"No sé si se ha advertido el uso sutil que Rulfo hace de los grandes mitos universales en Pedro Páramo. Su arte es tal, que la trasposición no es tal: la imaginación mítica renace en el suelo mexicano y cobra, por fortuna, un vuelo sin prestigio. (…) Todo ese trasfondo mítico permite a Juan Rulfo proyectar la ambigüedad humana de un cacique, sus mujeres, sus pistoleros y sus víctimas y, a través de ellos, incorporar la temática del campo y la revolución mexicanos a un contexto universal." Carlos Fuentes
Lo cierto es que no son escasos los relatos que echan mano de componentes provenientes del imaginario simbólico. Así ocurre con el tópico de la travesía, por medio de la cual el sujeto protagonista de la narración podrá llegar a adquirir algún tipo de conocimiento trascendente: novelas estructuradas a partir de viajes son Los de abajo, de Mariano Azuela, La vorágine, de José E. Rivera, Los pasos perdidos, El siglo de las luces, Concierto barroco o El arpa y la sombra, todas de Alejo Carpentier, también cuentos magistrales como "Talpa" y "Luvina", de Juan Rulfo o diversos relatos de Horacio Quiroga; por no citar grandes segmentos de Hijo de hombre, la excelente novela de Augusto Roa Bastos.
Ahora bien, será bastante común que estos viajes cuasi iniciáticos sean representados en el plano espacial según figuras que connotan lo circular: categorías como origen y fin se tornarían así relativas y simbólicamente equivalentes. Asimismo, y en lo que atañe a los aspectos temporales, la figuración del círculo se verá correspondida por apelaciones a modalidades cíclicas que no desdeñarán la utilización de parámetros surgidos de los ritmos de la naturaleza o de ciertos momentos claves del ciclo anual a fin de marcar el transcurso del tiempo. Un maestro consumado en el manejo de tales factores es, una vez más, el citado Roa Bastos.
2) El cine y sus huellas
Cuando hablamos de los efectos del cine en la narrativa por cierto que no nos referimos a una influencia de mero corte temático. Antes bien, aludimos a la similitud de los modos de construir un relato por parte de la literatura con los que propone el cine. Pensando puntualmente en la técnica del montaje, capital en la conformación de esta última discursividad, es visible en gran parte de la narrativa contemporánea una inclinación a la discontinuidad en lo relativo al manejo de los distintos segmentos temporales que, sumados, constituyen la historia contada. Ello también hay que leerlo como una forma de reacción por parte de la narrativa contemporánea hacia el modelo realista, en el cual el desarrollo del relato se fundamentaba en la concatenación cronológica -consecutiva- de los hechos de la diégesis.
Texto eminentemente discontinuo en cuanto al manejo temporal es Pedro Páramo, de Juan Rulfo: compuesta por sesenta y nueve fragmentos "montados" según pautas que niegan cualquier atisbo de continuidad cronológica, esta novela no puede ocultar su deuda con el discurso cinematográfico. También la primera obra de Gabriel García Márquez, La hojarasca, conjuga la alternancia de tres puntos de vista narrativos con una pluralidad de tiempos dispuestos "a-cronológicamente" que abarcan un lapso de treinta años. No obstante, ya en algunos cuentos de Horacio Quiroga de la década de 1920 -para ser precisos, los agrupados en Los desterrados– pueden rastrearse procedimientos de fragmentación temporal de clara procedencia cinematográfica.
3) Narrar la verdad
Una de las diferencias fundamentales entre el modelo narrativo realista y el contemporáneo radicaría en que, mientras el primero hace todo lo posible por disimular el artificio, el segundo lo exhibe sin ninguna clase de pudor. Esta desinhibición hacia lo que constituye la mecánica de la ficción es una de sus marcas. En lo que respecta al modelo realista, en cambio, está claro que una de las maneras más efectivas de ocultar procedimientos es mediante la presencia de una voz narrativa omnisciente -y omnipresente- en relación a los hechos por aquéllos representados. Precisamente, ese conocimiento pleno del relator respecto de lo que relata asegurará la permanencia del "efecto de realidad" por todos los medios buscado. Sin embargo, a partir de las experimentaciones llevadas a cabo por escritores como Henry James, las cosas comenzarán a cambiar. Al tiempo que su saber respecto de lo narrado se vaya tornando deficiente, cuando no falaz o directamente nulo, el narrador se transformará en una instancia poco y nada confiable para el lector contemporáneo. Este último, entonces, deberá habituarse a transitar con asiduidad los pantanosos territorios de la incertidumbre: de alguna manera habrá de colaborar con la voz narrativa reconstruyendo historias elididas, recuperando sentidos extraviados o sustrayéndose al engaño de las falsas perspectivas. A medida que el lector va perdiendo su inocencia, el relato se vuelve cada vez más sobre sí mismo, deviene "metarrelato", cuestionando el poder representativo del lenguaje -la sustancia con que está hecho- y cuestionándose en tanto vehículo para dar cuenta de la verdad.
"Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos". "Las babas del diablo", frag.
Numerosos textos de Juan Carlos Onetti -un excelente ejemplo es la novela corta Los adioses-, constituyen una muestra acabada en lo referido a la desconfianza que la instancia narrativa despliega en relación a la posibilidad de conocer la verdad de los hechos relatados. Narradores confinados en espacios ajenos a la acción de los participantes centrales de una historia se entregan obsesivamente a la especulación, la reconstrucción o la conjetura en torno a sucesos cuyos pormenores apenas adivinan.
De modo recurrente, los textos parecieran tomar conciencia de su carácter de tales. No será extraño que tematicen, entonces, precisamente la construcción de aquello que bien podría denominarse "espacios de textualidad". Desde esta perspectiva debiéramos leer en la literatura hispanoamericana el reiterado reenvío a lugares indisolublemente ligados a la propia actividad narrativa: Comala y Luvina en Juan Rulfo, Macondo en Gabriel García Márquez o San Blas en Augusto Monterroso, por no hablar de los casos extremos del planeta Tlön ideado por Jorge Luis Borges o la ciudad de Santa María, donde se desarrolla la mayoría de las obras de Juan Carlos Onetti. Justamente su novela más importante, La vida breve, trata acerca de la construcción de ese ámbito puramente ficcional.
"Yo viví en Buenos Aires muchos años, la experiencia de Buenos Aires está presente en todas mis obras, de alguna manera; pero mucho más que Buenos Aires, está presente Montevideo, la melancolía de Montevideo. Por eso fabriqué a Santa María, el pueblito que aparece en El astillero: fruto de la nostalgia de mi ciudad". Juan Carlos Onetti
Por último, la desconfianza del narrador hacia las posibilidades representativas de su decir, afectará también la manera que adopte para plasmar a sus personajes. Éstos ya no poseerán las marcas de acabamiento o unidireccionalidad propias del discurso realista: son, en cambio, sujetos "en proceso", abiertos y variables. La novelística contemporánea gusta así de jugar a los equívocos en relación al carácter o psicología de sus actores. Un mismo sujeto denominado de dos maneras distintas y correlativas al punto de vista narrativo adoptado, o bien dos sujetos poseedores de un mismo nombre, acaso sean ya recursos bastante conocidos -un ejemplo magnífico de esta clase de "equívoco" puede encontrarse en La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa– que, interpretados en profundidad, no ocultan la concepción fragmentaria de la conciencia del hombre contemporáneo unida a la acuciante pregunta por la propia identidad.
4) Hibridajes genéricos
Ya sea por medio del cruce, la alusión o, directamente, la recreación, otra señal de la literatura hispanoamericana contemporánea consiste en explorar las posibilidades artísticas de los distintos géneros discursivos, aun de aquellos que, tradicionalmente, fueron tenidos como ajenos por completo al ámbito de la creación literaria.
Contamos así con una serie de textos de clara intención lúdica que, por caminos diversos, hacen literatura a partir de construcciones discursivas -cultas o no- previamente establecidas. Esto es, que parten de un gesto irónico que el lector atento de ninguna manera puede permitirse pasar por alto.
Así, pueden considerarse un valioso antecedente de estas exploraciones los experimentos narrativos que Jorge Luis Borges llevó a cabo con el género policial en cuentos como "El jardín de senderos que se bifurcan", "La muerte y la brújula" o "Emma Zunz", por no hablar de la serie Seis problemas para don Isidro Parodi, escrita en colaboración con Adolfo Bioy Casares. A su vez, cuentos como "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", "Utopía de un hombre que está cansado" y "There are more things", intentarían otro tanto pero en relación a la ciencia ficción.
Básicamente, lo que hace Borges es tomar los códigos de un género literario y transgredirlos (el detective puede ser la víctima del asesino), parodiarlos (el apellido del memorable investigador Isidro Parodi parece ser prueba suficiente) o los fusiona con los de otro género canónico (de ahí esas típicas "mezclas" de ensayo y ficción tan borgeanas).
Las posibilidades siempre apasionantes e inesperadas de escribir en las indecisas fronteras donde historia, testimonio, filosofía, crítica e imaginación se confunden, serán brillantemente ejercitadas por un notable escritor como Ricardo Piglia.
Otro caso relevante lo constituye la literatura del guatemalteco Augusto Monterroso. También edificada sobre los pilares de la ironía y la parodia, no deja de resignificar géneros discursivos íntimos de la literatura culta y los tratados filosóficos: citas académicas -muchas veces deliberadamente mal atribuidas-, prólogos eruditos -y ridículamente pedantes-, índices onomásticos -del todo inútiles-, notas de agradecimiento -superfluas-, aforismos, bibliografías abultadísimas, etc. Uno de sus libros más importantes, La oveja negra y demás fábulas, reúne una serie de verdaderas "antifábulas" carentes de moraleja o, lo que es peor, de paradojal moraleja inmoral. Su única "novela" se titula Lo demás es silencio y en verdad se trata de un texto inclasificable que, además de poner formalmente en crisis al género novelístico, ensaya una ácida burla de la institución literaria con el pretexto de homenajear a un escritor latinoamericano consagrado.
Literatura eminentemente fragmentaria, su uso casi exclusivo de componentes textuales y paratextuales con fines paródicos exige la participación de un lector altamente competente, un lector que pueda tomar parte activa de ese juego desacralizador.
Equiparables a los de Monterroso son los procedimientos de Manuel Puig, pero con una fundamental diferencia: Puig gusta de trabajar sobre la base de géneros tradicionalmente considerados "bastardos" en relación a la literatura. Anónimos, informes policiales, diálogos telefónicos, cartas de amor, folletines, radioteatros, relatos de filmes, diarios íntimos, composiciones escolares, etc. También sus textos exigen un lector sagaz que pueda percibir el gesto paródico central sobre el cual gira el efecto paródico de esta literatura.
Por su parte, escritores como la puertorriqueña Rosario Ferré o su compatriota Luis Rafael Sánchez han utilizado procedimientos de adulteración textual a fin de dar cuenta cabal de la realidad lingüísticamente híbrida de su isla. Pero quizá sea el cubano Guillermo Cabrera Infante quien haya llevado hasta sus últimas consecuencias artificios lúdicos de estas características.
"Ortega (José Ortega y Gasset, no Domingo Ortega) dijo, Yo soy yo y mi circunstancia. (Un hebreo diría, le dije, yo soy yo y mi circuncisión.)"
"Los malos siempre ganan: fue Abel quien perdió primero." El infierno puede estar empedrado de buenas intenciones, pero el resto (la topografía, la arquitectura y la decoración) lo hicieron las malas intenciones. Y no es cualquier cosa como construcción."
"Freud olvidó una sabiduría de otro judío, Salomón: el sexo no es el único motor del hombre entre la vida y la muerte. Hay otro, la vanidad. La vida (y esa otra vida, la historia) se ha movido más por la rueda de la vanidad que por el pistón del sexo."
"Dice Rine, siempre llevando todo a las tablas, que el mal no compone, que los malos saben hacer un magnífico primer acto, un segundo acto bueno, pero que siempre fracasan en el tercer acto. Ésta es una versión boy meets girl/boy loses girl/boy finds girl de la vida. Los malos quedarán hechos polvo en una obra sakesperiana -por los cuatro y los cinco actos-. Pero ¿qué pasa con las vidas en un acto?"
Tres tristes tigres, frgs.
Como el lector sospechará, la cantidad de material crítico dedicado a cubrir los distintos autores, géneros y períodos de esta dilatada literatura es varias veces abundantísima. De todos modos, una obra general de lectura accesible y erudición envidiable sigue siendo la ya clásica Historia de la literatura hispanoamericana, de Enrique Anderson Imbert [México, Fondo de Cultura Económica, varias ediciones]. Mucho más reciente pero no menos excelente resulta el Diccionario de literatura latinoamericana, coordinado por la profesora Susana Cella [Bs. As., El Ateneo, 1998]. Su prodigalidad en nombres, fechas y menciones precisas a obras y movimientos torna a este ambicioso compendio en un referente de consulta imprescindible. Un completo panorama de la poesía modernista se encuentra en el volumen titulado El Modernismo Hispanoamericano (Antología) [Bs. As., Ediciones Colihue, 1982], junto a una completa cronología y una nutrida introducción a cargo de la profesora Inés La Rocca. En cambio, para las diversas variedades de la prosa modernista -ensayo, crónica, cuento y poema en prosa- resulta ineludible La prosa modernista hispanoamericana (Introducción crítica y antología), a cargo de José Olivio Jiménez y Carlos Javier Morales [Madrid, Alianza, 1998]. Las certeras observaciones que los citados estudiosos despliegan en este libro han sido invalorables para la confección de nuestro trabajo. Asimismo, y en lo que a poesía contemporánea se refiere, nos hemos servido casi exclusivamente de la notable Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea: 1914-1987, también seleccionada, prologada y anotada por José Olivio Jiménez [Madrid, Alianza, 2000]. Por su parte, un inteligente intento tendiente a contextualizar el fenómeno del boom es el ensayo de Carlos Fuentes titulado La nueva novela hispanoamericana [México, Joaquín Mortiz, 1980]. En lo que respecta a narrativa breve, pueden ser de mucha utilidad al lector, por un lado, la compilación efectuada por Fernando Sorrentino: 30 cuentos hispanoamericanos (1875-1975) [Bs. As., Plus Ultra, 1979] o, por otro, la selección de las profesoras Hebe Monges y Alicia Farina de Veiga: Antología de cuentistas latinoamericanos [Bs. As., Ediciones Colihue, 1990]. También es digno de destacar 16 cuentos latinoamericanos, con prólogo de Antonio Cornejo Polar [Coedición latinoamericana-Aique, 1992]. El complejísimo fenómeno de las revistas literarias se halla brillantemente desarrollado en el volumen colectivo editado por Saúl Sosnowski y titulado La cultura de un siglo: América latina en sus revistas [Bs. As., Alianza, 1999]. Por último, no quisiéramos dejar de estipular nuestra deuda con la sintética a la vez que inteligente Storia della letteratura ispano- americana del profesor Vanni Blengino [Roma, Tascabili Economici Newton, 1997, col. Il sapere], la cual obró en no pocas oportunidades de inapreciable Norte a lo largo del itinerario que ahora concluimos.
Autor:
Eugenia Sol
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