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Réquiem por el Consenso de Washington (página 2)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Las condicionalidades y las normas de comercio internacional vinculadas a la asistencia externa y los créditos otorgados a los países en desarrollo no deben impedir que los gobiernos promuevan su economía

Al tiempo que pide flexibilidad en las políticas económicas, sostiene que para promover el desarrollo, es necesario complementar la creciente interdependencia económica de todos los países con un sistema bien estructurado de gobernanza mundial. Las políticas económicas nacionales centradas en el propio interés -incluidas las políticas comerciales mercantilistas o las políticas macroeconómicas y de tipos cambiarios que afectan a los demás países- por las cuales los países influyentes pueden perjudicar la economía de otros países deben evitarse mediante normas y disciplinas multilaterales. Sin embargo, la restricción de la autonomía política nacional no debe obligar a los funcionarios de los países en desarrollo a renunciar a las políticas que fomenten el desarrollo económico.

El informe sostiene que no existe una fórmula cuantificable única para lograr el equilibrio entre las disciplinas multilaterales y la autonomía de la política nacional que se adecue a todos los países y se aplique a todos los sectores de la economía. El grado de autonomía nacional necesario para promover el desarrollo de la economía difiere en cada país.

El informe advierte que el régimen de comercio multilateral debe tener más en cuenta las asimetrías existentes entre sus miembros y debe concertar acuerdos multilaterales efectivos para la gestión de los tipos de cambio

Los acuerdos comerciales bilaterales y regionales suelen imponer condiciones aún más estrictas, y además, existen muchos otros medios no comerciales de imposición de restricciones al espacio de política, en particular las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional (FMI).

La desregulación de los mercados financieros internos, la eliminación de controles crediticios, la desregulación de los tipos de interés y la privatización de los bancos eran elementos fundamentales de las reformas efectuadas en los decenios de 1980 y 1990. Paradójicamente, dice el informe, aunque el programa económico establecido hacía todo lo posible para "fijar precios correctos en los mercados financieros", no había ningún concepto que orientara la gestión de los precios más importantes, el tipo de cambio y la tasa de interés que le está estrechamente asociada. Las dos opciones de política sobre tipos cambiarios que finalmente se postularon fueron o bien permitir la libre flotación de la moneda o bien adoptar un tipo de cambio totalmente fijo, soluciones extremas que se denominaron "corner solutions".

El Informe sobre el Comercio y el Desarrollo subraya que las normas y reglamentaciones sobre comercio internacional que están dimanando de las negociaciones multilaterales y de un creciente número de acuerdos comerciales regionales y bilaterales podrían impedir la aplicación de las medidas de política económica que utilizaron las actuales economías maduras y los países de industrialización tardía para desarrollarse. Aunque estas normas y compromisos tienen el mismo peso para todos los signatarios en lo que respecta a las obligaciones jurídicas, desde el punto de vista económico suponen una carga mucho mayor para los países en desarrollo. Por tanto, es de crucial importancia interpretar el concepto de "condiciones equitativas" no desde el punto de vista de las restricciones jurídicas, sino de las restricciones económicas, teniendo en cuenta las distintas características estructurales y los distintos niveles de desarrollo de los países.

El informe sostiene que un régimen de comercio multilateral plenamente integrador debe tener suficiente flexibilidad para reflejar los intereses y las necesidades de todos sus miembros. En aras de una asociación mundial para el desarrollo, los países desarrollados deben acordar un nuevo marco o nuevas directrices para el tratamiento especial o diferenciado en la Organización Mundial del Comercio (OMC) sin recibir a cambio concesiones de los países en desarrollo…

Se recomienda que los gobiernos de los países en desarrollo se dediquen activamente a promover y desarrollar la empresa nacional, a diferencia de lo ocurrido en los años ochenta y noventa, cuando las instituciones de Bretton Woods les recomendaban que se mantuvieran prescindentes y dejaran que las fuerzas del mercado fijasen "precios correctos". En el informe se sostiene que esos países no deberían verse demasiado limitados por las normas comerciales internacionales o las condiciones impuestas por las entidades crediticias internacionales y no poder hacer lo que más convendría a sus economías. En los últimos años esa libertad de acción se ha convertido en un asunto importante y se suele hacer referencia a ella como "espacio de política".

En el informe se insta a los gobiernos a adoptar políticas macroeconómicas e industriales activas para acelerar la inversión privada y el mejoramiento tecnológico y estimular a las fuerzas creativas de los mercados: son las decisiones empresariales innovadoras y que conllevan riesgos las que generan nuevas líneas de producción y crean nuevas empresas y puestos de trabajo. De ser necesario, los gobiernos también deberían proteger las empresas nacientes, incluso aplicando con prudencia subvenciones y aranceles, hasta que los productores nacionales adquieran competitividad en el ámbito internacional en la venta de productos cada vez más sofisticados.

En el informe se señala que las profundas reformas realizadas por la mayoría de los países en desarrollo en los años ochenta y noventa, a menudo a instancias de las instituciones financieras y entidades crediticias internacionales, no dieron los resultados prometidos. Estas reformas hacían hincapié en una mayor estabilidad económica, una mayor confianza en las fuerzas del mercado y una rápida apertura a la competencia internacional. Sin embargo, en muchos casos la inversión privada no aumentó en la medida prevista, muchas economías se estancaron o incluso se retrajeron, y muchos países en desarrollo que ya tenían elevados niveles de pobreza comprobaron que esos pasos hacia una economía liberalizada aumentaban la desigualdad en vez de reducirla.

En el Informe sobre el Comercio y el Desarrollo 2006 de la UNCTAD se sostiene que la política monetaria podría desempeñar un papel más eficaz en apoyo del crecimiento centrándose en la fijación de un tipo de interés real bajo, que incitaría a invertir, y un tipo de cambio competitivo y estable, que promovería la producción nacional en los mercados mundiales. Se dice además que, para permitir que la política monetaria desempeñe ese papel, las economías de mercado emergentes deberían reducir su dependencia respecto de las corrientes de capital extranjero, como ya han hecho muchas de ellas, y establecer nuevos instrumentos no monetarios para estabilizar los precios, como la política de ingresos o la intervención directa en la formación de precios y, especialmente, de los salarios.

En el informe se destaca que toda prescripción para el desarrollo económico debe respetar la situación específica de cada país. No existe una fórmula uniforme…

El gobierno debería prestar apoyo al sector privado únicamente sobre la base de objetivos operacionales claramente establecidos que pudieran seguirse de cerca, y únicamente durante períodos especificados…

También se recomienda que los intentos para atraer inversión extranjera directa (IED) no apunten a una cantidad máxima sino a una calidad máxima, en el sentido de generar valor agregado nacional y progreso tecnológico…

Unas subvenciones transitorias y cuidadosamente concebidas pueden fomentar inversiones innovadoras, y una protección temporal respecto de las importaciones puede permitir que los procesos de aprendizaje se desarrollen entre las empresas nacionales, según se dice en el informe. Se añade que los aranceles aduaneros aplicados a los productos industriales siguen siendo un instrumento importante porque son fuente de ingresos fiscales difíciles de sustituir en muchos de los países más pobres del mundo, y porque los acuerdos internacionales han reducido el grado de libertad para usar otros instrumentos de política de apoyo de la diversificación y el mejoramiento tecnológico.

Se recomienda mantener los aranceles aprobados en el ámbito internacional a un nivel relativamente más alto y modular los aranceles aplicados en determinados sectores industriales en torno a un nivel medio relativamente inferior…

Ese enfoque flexible de los aranceles podría apoyarse fijando los límites globales a las subvenciones dentro de los cuales los miembros de la Organización Mundial del comercio (OMC) están autorizados a conceder de manera flexible subvenciones a empresas y los sectores económicos…

(Aclaratorio sobre el día y hora de la muerte del Consenso de Washington, aunque hacía ya tiempo que estaba en el "Corredor de la Muerte": Según se constaba en el Comunicado de Prensa de la UNCTAD, el contenido del Informe no podía ser citado ni resumido por los medios de información impresos, radiodifundidos, televisados o electrónicos antes de las 17.00 horas (hora media de Greenwich) del 31 de agosto de 2006)

Por la importancia y significado del Informe sobre el Comercio y el Desarrollo 2006 de la UNCTAD, más adelante, se ofrece al lector una versión resumida del mismo.

La repercusión en los medios (La "esquela" o "aviso fúnebre")

BBCMundo.com (1/9/06): "Golpe al Consenso de Washington"

"Una agencia de la Organización de Naciones Unidas hizo un llamado para que las naciones en vías de desarrollo tengan más libertad para ejecutar sus propias políticas económicas.

El informe de la Conferencia de las naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), indica que la agenda de reforma estándar -que se centra en la promoción de las fuerzas de los mercados- ha fracasado.

La UNCTAD afirma que los gobiernos de los países pobres deben fomentar el desarrollo de una manera más activa.

El informe critica el modelo de desarrollo conocido como el Consenso de Washington, que fue promovido por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Según la UNCTAD este enfoque asume que la inversión y el desarrollo se derivarán automáticamente tras la aplicación de una serie de reformas, pero esto no ha sucedido en muchos casos.

Por lo general, la fórmula del Consenso de Washington requiere la aplicación de reformas tendientes a reducir el papel del gobierno en la economía, con el fin de fomentar el comercio internacional y permitir el florecimiento de la empresa privada y las fuerzas del mercado.

Sin embargo, el informe sostiene que las expectativas raramente eran cumplidas"…

Responso

Resulta suficientemente aceptado que un economista es aquel que sabrá mañana por qué no sucedió aquello que predijo ayer.

Por cultura (temperamento), por ambición, por amor a la paradoja, por despecho y porque sí, por ansias de destacar, sorprender y violentar, los tecnócratas-burócratas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial del Comercio, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico…(la lista es más amplia), son la quintaesencia del intelectual que en otra época se hubiese apuntado a una ideología radical de derecha (últimamente llamada neoconservadora o neoliberal).

Su liberalismo es, pues, un liberalismo provocador, plagado de gestos, de paradojas, un liberalismo incómodo, contradictorio, asimétrico, falaz, sesgado, parcial, incompleto y, a regañadientes, pero liberalismo al fin (o al uso).

Estos "apóstoles" (tecnócratas-burócratas) sabían, desde el principio, que el Consenso de Washington era un "dogma" de Washington S.A. (los "profetas"), pero nunca un "consenso". Además, tampoco les interesaba. Consensuar con los "vasallos" (serviles y genuflexos) es algo que no entra en su cultura, y mucho menos en su ambición. Ordeno y mando. ¡Señor, sí Señor!

Sus "escribas" y "pastores" (los "titiriteros") -John Williamson & Compañía-, unas veces por exceso de teorización, otras por ignorancia supina o indiferencia, muchas por "estómago agradecido", pero nunca (nunca) por pragmatismo, experiencia local, humanidad, compasión, generosidad o misericordia, "decalogaron" el "dogma" fabricando una economía sin "salida de emergencia".

Los filósofos del caos de Washington, responsables de lo que se suponía que era la destrucción creativa, que produciría el desarrollo económico de forma espontánea, no habían tenido en cuenta la posibilidad de una crisis. No tenían estrategia de salida.

El grupo neoconservador quería dirigir el mundo, pero el proyecto no ha funcionado. La realidad es otra. La idea de la proyección de poder es irrelevante. Aunque nadie (al menos entre los "profetas", "apóstoles" y "escribas"), está dispuesto a decir que todo se ha acabado. Por lo menos, por ahora.

De esas "pompas" a estas "circunstancias".

Lo que tenía que pasar pasó, y lo único -constatable- que quedó, después del fracaso estruendoso es que el neoliberalismo termina siendo una esquizofrenia.

El descalabro de las terapias de choque y del "big bang". El final -imaginable- de las fórmulas económicas uniformes. El colofón -debido- de los refinados modelos econométricos desplegados por la economía neoclásica. El fin -previsible- de los "paradigmas". La consecuencia -pronosticable- del "fundamentalismo" del mercado y de las ideologías "simplistas".

¿Podemos llamarlo "Confusión de Washington" o sencillamente el "derivado" de la soberbia y la arrogancia de la "receta única" o de las "teorías generales"?

La última petulancia de los gurús de mano única. Entre la esquizofrenia y la debilidad doctrinal, ni vencieron, ni convencieron.

¿Podemos decir -soñar- que es el fin de la "ideología de los amos"?

Algo, al menos está claro: el neoliberalimo no funcionó. El modelo de los noventa fracasó. Pero todavía no emergió con claridad uno nuevo.

Por ahora, lo único verificable, pese al sacrificio devenido, es que no hay plan, ni mercado y que los únicos actores emergidos son los que se amparan en una institucionalidad informal corrupta. Todo un récord.

Mientras, tal vez, haya que irse acostumbrando que "hay que vivir sin "ismos", porque en la búsqueda de la verdad vale más seguir el propio camino que la ruta marcada por otros" (Gao Xingjian, Premio Nobel).

No hay "segunda generación de reformas" (ni consenso de Washington II, ni Consenso de Washington "plus", ni Agenda de Washington II, ni Agenda Neoliberal II, ni "El Ladrillo" II).

Nuestra ciencia reina de la economía está "desnuda". Los "deslumbrantes" modelos econométricos desplegados por la economía neoclásica resultan abstrusos, ahistóricos y asociales, sin tiempo ni lugar. Expresan una visión reduccionista e ignorante del proceso político.

Se acabaron los "dogmas" de fe. Se acabó aquello (de) que lo que es bueno para Washington (S.A.), es bueno para el resto del mundo y viceversa.

Para el hombre de la calle de un país en desarrollo lo que importa no es el incremento del producto bruto interno, sino poseer un empleo estable que le permita llevar una vida decente y, de modo creciente, un empleo fuera del sector agrícola. Los empleos -los buenos empleos- ofrecen la mejor vía hacia el desarrollo para las naciones pobres.

La clave para reducir la pobreza en los países pobres es el proceso llamado desarrollo de las capacidades productivas. El desarrollo de las capacidades productivas no será un resultado automático de la acción exclusiva de las fuerzas de mercado, sino de la interacción entre la iniciativa empresarial, las políticas del sector público y la acción internacional.

Para desarrollar las capacidades productivas deben concebirse estrategias específicas por país que mitiguen los principales obstáculos a la inversión, al progreso tecnológico y al cambio estructural. Estas estrategias no serán las mismas en todos los países.

El planteamiento de la reducción de la pobreza a través de la producción y el empleo no es totalmente nuevo. Pero se diferencia mucho de la orientación actual de las políticas destinadas a reducir la pobreza.

Un planteamiento orientado a la producción y el empleo incluiría un mayor gasto social y esfuerzos por expandir el comercio. Sin embargo, también se aumentaría la ayuda a los sectores productivos y se tomarían medidas para promover las actividades no transables y obtener productos nacionales que puedan sustituir eficientemente a una variedad de importaciones.

Pero los economistas e ideólogos del consenso de Washington ya están afinando la argumentación del fracaso y las nuevas instituciones que les permitan mantener sus puestos de trabajo.

Las elites empresarias internacionales ya han tomado nota del final de un ciclo de acumulación salvaje y se apresuran a diseñar modelos alternativos bajo su control, con el objetivo de mantener la tasa de ganancia en niveles razonables en lo que han asumido como un periodo defensivo.

Estamos en el "fin de una época" en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo aún no ha nacido…

Origen y contenido

El nombre "Consenso de Washington" fue utilizado por el economista inglés John Williamson en la década de los ochenta, y se refiere a los temas de ajuste estructural que formaron parte de los programas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, entre otras instituciones, en la época del re-enfoque económico durante la crisis de la deuda desatada en agosto de 1982.

Algunos se refieren a la "Agenda de Washington", otros a la "Convergencia de Washington", y unos pocos la llaman la "Agenda Neoliberal".

Años más tarde, Williamson convocó a una cincuentena de economistas de varios países, entre ellos, algunos latinoamericanos, a una conferencia que tuvo lugar el 6 y 7 de noviembre de 1989, en la capital federal, destinada a analizar los avances alcanzados y las experiencias obtenidas de la aplicación de las políticas de ajuste y de reforma estructural impulsadas por el Consenso de Washington. Las conclusiones que de esta conferencia surgieron dieron para un libro, el que fue editado por el propio Williamson y publicado por el Institute of International Economics de Washington.

Los pioneros

Margaret Thatcher había ya iniciado el proceso de ajuste económico y reforma estructural en Inglaterra, a su ascenso al poder en 1979. Las consecuencias sociales fueron desastrosas, reflejadas, entre otros indicadores, por una asimetría en la distribución del ingreso similar a la de un país del tercer mundo.

En Chile, los llamados "Chicago Boys", aplicaron también dichas políticas en los primeros años de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Más aún, buena parte de estas ideas habían sido planteadas en un libro que denominaron "El Ladrillo", escrito algunos meses antes del "golpe" de septiembre de 1973, por un grupo de connotados economistas asociados a la Universidad Católica de Chile y a la Universidad de Chicago.

¿Quiénes conforman el Consenso de Washington?

Aparte del Banco Mundial, conforman el "consenso" altos ejecutivos del Gobierno de EEUU, las agencias económicas del mismo Gobierno, el Comité de la Reserva Federal, el Fondo Monetario Internacional, miembros del Congreso interesados en temas latinoamericanos y los "think tanks" dedicados a la formulación de políticas económicas que apuntan a forzar cambios estructurales en Latinoamérica.

¿Qué es el Consenso de Washington?

El Consenso de Washington es la aplicación de los diez instrumentos de política económica neoliberal para llevar adelante el objetivo de un sistema capitalista mundial basado en la libertad del mercado para operar, donde predominan los más "aptos" en una especie de "darwinismo social", donde la vida social se concibe gobernada por las leyes de la competencia y del conflicto, llevando a una selección natural de la supervivencia del más fuerte y a la eliminación del más débil.

A continuación, una revisión breve de los principales instrumentos:

  1. La inflación como parámetro central de la economía. Para los impulsores del Consenso de Washington, las políticas de ajuste y reforma estructural tienen su origen en la crisis de la deuda. No es de extrañar que el control de la inflación sea un asunto prioritario para los organismos acreedores.

  2. Disciplina fiscal: No más déficit fiscal. Grandes y sostenidos déficit fiscales constituyen la fuente primaria de los trastornos macroeconómicos que se manifiestan como procesos inflacionarios, déficit de la balanza de pagos y fuga de capitales. Un déficit de presupuesto operacional que sobrepase un 1% a 2% del PIB se considera prueba fehaciente de una falla en la política aplicada.
  3. Prioridades en el gasto público. La necesidad de cubrir el déficit fiscal presenta la disyuntiva entre aumentar los ingresos fiscales o reducir el gasto público. El Consenso de Washington, influido por los economistas "reganianos" ("supply-siders"), optó por favorecer la reducción del gasto público.
  4. Reforma tributaria. El aumento del ingreso vía impuestos se considera una alternativa a la reducción del gasto público para paliar el déficit fiscal. Existe un amplio consenso, entre los tecnócratas neoliberales, en el principio de que la base tributaria debe ser amplia, mientras que la tasa tributaria marginal debe ser moderada.
  5. Tasas de interés. Existen dos principios generales referentes a los niveles de las tasas de interés que concitan el apoyo mayoritario del Consenso de Washington. El primero es que las tasas de interés deben ser determinadas por el mercado. El segundo principio apunta a la necesidad de tasas de interés real positivas, para incentivar el ahorro, por un lado y desalentar la fuga de capitales, por el otro.
  6. Tipo de cambio. Como en el caso de las tasas de interés, la tendencia es inclinarse por tipos de cambio determinados por las fuerzas del mercado. Se considera que el tipo de cambio real debe ser lo suficientemente competitivo como para promover el crecimiento de las exportaciones a la tasa máxima que el potencial del lado de la oferta del país lo permita, al mismo tiempo que se mantenga un eventual déficit de cuenta corriente a un nivel sustentable.
  7. Política comercial. Las restricciones comerciales cuantitativas deberían ser rápidamente reemplazadas por tarifas arancelarias que deberían irse progresivamente reduciendo hasta situarse en torno al 10 por ciento (o al 20 por ciento como máximo). La liberalización de las importaciones constituye un elemento esencial en una política económica orientada hacia el sector externo. El acceso a bienes intermedios importados a precios competitivos se considera un aspecto importante en la promoción de las exportaciones, mientras que una política proteccionista a favor de la industria nacional y en contra de la competencia extranjera es vista como una distorsión costosa que en última instancia termina por penalizar el esfuerzo exportador y por empobrecer la economía local.
  8. Inversión Extranjera Directa (IED). Deben abolirse las barreras de entrada de las empresas extranjeras; debe permitirse que estas compitan con las nacionales en iguales términos. Aunque la liberalización de los flujos financieros externos no es visto como de alta prioridad, una actitud restrictiva que limite la entrada de la inversión extranjera directa (IED) es considerada una insensatez. La IED, además de aportar el capital necesario para el desarrollo, provee capacitación y "know-how" para la producción de bienes y servicios tanto para el mercado interno como para la exportación.
  9. Privatizaciones. La lógica de las privatizaciones obedece a la creencia de que la industria privada se administra más eficientemente que la empresa estatal. En general, se considera que la privatización de empresas de propiedad estatal constituyen una fuente de ingresos de corto plazo para el Estado. En el largo plazo, se argumenta, el Estado se libera de la responsabilidad de financiar ulteriores inversiones. La creencia en la eficiencia superior de la empresa privada ha sido un dogma de fe para el Consenso de Washington.
  10. Desregulación. Una forma de promover la competencia es mediante la desregulación. Este proceso fue iniciado en los EEUU por la administración Carter, pero fue profundizado durante el mandato de Reagan. Se le ha juzgado, de manera general, como un proceso exitoso en esa nación y se ha partido de la base que también puede producir beneficios similares en otros países, especialmente en América Latina, donde se practicaban economías de mercado altamente reguladas, al menos en el papel.
  11. Derechos de propiedad. El sistema legal debería proveer derechos de propiedad seguros y sin costes excesivos y debería hacer accesibles tales derechos al sector informal.

Esta breve lista tomó autonomía y se constituyó en la base de lo que luego se denominara neoliberalismo o fundamentalismo de mercado. Con posterioridad la "lista" inicial fue completada, ampliada, explicada, y corregida. Se ha hablado del consenso de Washington II, y del Consenso de Washington III.

Otras formulaciones

Ha habido otras formulaciones del Consenso de Washington. Fischer, comentando el escrito de Williamson, habla de cuatro aspectos fundamentales: marco macroeconómico equilibrado; gobierno de menores dimensiones y más eficiente; sector privado eficiente y en expansión; y políticas destinadas a la reducción de la pobreza. Krugman resume el consenso en "…la virtud victoriana en política económica: mercados libres y moneda sólida".

El mismo Williamson reformulará y matizará los diez puntos, en el año 1993, en otro artículo ("La democracia y el Consenso de Washington"), en donde defiende de nuevo la necesidad de un consenso y matiza el alcance del mismo, distinguiendo tres tipos de medidas de política económica:

  1. aquéllas en las que se ha conseguido consenso;
  2. aquéllas en las que existe controversia técnica (no relacionadas con temas de equidad);
  3. aquéllas en las que todavía queda controversia para años, porque implica valores políticos; sobre todo por problemas de equidad.

De hecho, Williamson acepta (a sugerencia de R. Feinberg) cambiar el concepto de "Consenso de Washington" por el de "convergencia universal". Este segundo es menos exigente (sic) (?) y, además, permite olvidar que "Washington" predica, pero no siempre practica las normas que contiene.

En un artículo de su propia autoría ("No hay consenso"), publicado en septiembre de 2003, John Williamson, comenta y aclara:

…"Distintos significados. Sin embargo, resulta claro que, con el tiempo, muchos llegaron a usar la expresión en un sentido muy distinto del mío. Hay no menos de dos significados diferentes. Uno de ellos identifica al Consenso de Washington con el neoliberalismo…

Si bien creo que la mayoría de los miembros de la Sociedad Mont Pelerin apoyarían buena parte de las reformas que figuran en mi versión del Consenso de Washington, hay una serie de doctrinas neoliberales que brillan por su ausencia en mi lista: el monetarismo, las tasas impositivas bajas que requiere la "economía de la oferta", el Estado mínimo que niega toda responsabilidad de corregir la distribución del ingreso o la internacionalización de las externalidades, y la libre circulación del capital…

Esta interpretación alternativa de la expresión, a la que terminé considerando populista, nunca habría podido surgir si alguien se hubiera embarcado en el cuidadoso tipo de análisis taxonómico que me inculcó Machlup. Es posible decir que esta acepción populista surge porque los opositores a la reforma decidieron explotar el indudable resentimiento que algunos reformadores sentían por la expresión. Éstos pensaban que las reformas se habían adoptado por la presión de Washington, y no por el propio interés racional de la nación. Si estos opositores a la reforma también pudieran reinterpretar el Consenso de Washington como un conjunto extremista de creencias fundamentalistas sobre el mercado, habría una posibilidad mayor de desacreditar la reforma.

A esta posibilidad sin duda contribuiría el hecho de que las 10 reformas estaban muy sesgadas hacia la liberalización, lo que era defendible puesto que este programa estaba originalmente dirigido a la América Latina de 1989, pero se vuelve grotesco cuando se lo interpreta como un programa para todos los países en cualquier época (como lo han hecho los críticos populistas).

La segunda explicación alternativa posible es que el Consenso de Washington implica el conjunto de políticas que siguen colectivamente las instituciones de esa ciudad que asesoran a los países en desarrollo: las instituciones de Bretton Woods (el FMI y el Banco Mundial), el Banco Interamericano de Desarrollo, el Tesoro y quizá la Reserva Federal de Estados Unidos. En la medida en que yo era un testigo veraz de la escena de Washington en 1989, inicialmente mi concepto original y esta alternativa se identifican, aunque ya he admitido que Washington nunca compartió mi entusiasmo por la búsqueda de un tipo de cambio competitivo. Pero con el paso del tiempo ambos conceptos comenzaron a diferir en mayor medida cuando cambió la posición colectiva de las instituciones. Una discrepancia importante se relaciona con el interés que empezó a demostrar Washington en promover la convertibilidad de la cuenta capital…

"Consenso II" no. Cuando una expresión llega a adquirir significados tan dispares, conviene eliminarla del vocabulario. Esto sugerimos en un nuevo libro que editamos Pedro Pablo Kuczynski y yo, "Alter the Washington Consensus: Restarting Growth and Reform in Latin America", donde intentamos preguntar cómo debería ser el programa de la política económica para América Latina en el año 2003, dadas las decepciones de los últimos años.

El libro contiene cuatro mensajes principales. Primero, sostenemos que los resultados decepcionantes de estos últimos años se deben sobre todo a las series de crisis que azotaron la región… Un paso importante sería pasar de una política fiscal procíclica a una anticíclica, practicando la austeridad en exportación y establecer un tipo de cambio competitivo para asegurar que los recursos liberados en los sectores que compiten con los importados fluyan hacia el sector exportador.

La liberalización financiera a menudo tuvo lugar sin el complemento apropiado de supervisión prudencial que exige un sistema financiero liberalizado. Con demasiada frecuencia, las empresas privatizadas no se vendían en un mercado competitivo, ni estaban apropiadamente reguladas. Así que, para completar la reforma de la privatización y del comercio, es importante remediar esas omisiones. Además el único mercado que experimentó escasa liberalización es el laboral. Resulta así que la mitad de la fuerza laboral trabaja en el sector informal. Creemos que sería mucho mejor que las exigencias en los contratos de trabajo se llevaran a niveles realistas, para que los trabajadores recibieran beneficios básicos como seguro de salud, derechos jubilatorios, y alguna clase de seguro de desempleo

Pero sería errado dar la impresión de que la única tarea en esta coyuntura es completar lo que a menudo llamamos "reformas de segunda generación", y esto es parte de nuestro tercer mensaje. La nueva idea más importante de la economía del desarrollo en los años noventa fue el reconocimiento de la función crucial de las instituciones para permitir que una economía funcione con eficacia… Se concluye que el estado de desarrollo institucional suministra la única variable que predice fielmente el grado de desarrollo de un país…

En nuestro libro sostenemos que dichas reformas son propensas a generar confrontaciones políticas con algunos de los grupos de interés, como la judicatura y los profesores de enseñanza pública…

El mensaje final del libro trata sobre la distribución del ingreso, un tema de importancia capital en América Latina. El punto de partida es reconocer que los pobres pueden serlo menos, de dos maneras. Una es aumentando el tamaño global del pastel económico del cual toda la sociedad obtiene su ingreso. La otra es redistribuyendo un pastel de tamaño fijo, de modo que los ricos obtengan una proporción menor y los pobres una mayor. Dado que un país donde los pobres reciben una proporción muy pequeña del ingreso de los ricos para realmente hacer mella en la pobreza, es sensato pensar que América Latina haga algo en ese sentido. Tradicionalmente, el sistema fiscal ha distribuido el ingreso gravando con impuestos progresivos a los ricos y utilizando este producto para financiar gastos sociales que benefician desproporcionadamente a los pobres. Vemos que esto es viable, especialmente recurriendo más a los impuestos sobre la propiedad (que son progresivos) para financiar a los gobiernos subnacionales que en años recientes han cobrado importancia en muchos países de América Latina. Pero también sostenemos que la innovación clave es mejorar la distribución del ingreso que la innovación clave para mejorar la distribución del ingreso provendrá de permitir que los pobres accedan a los medios que les permitirán salir de la pobreza: educación para aumentar su capital humano, reforma del registro empresarial para que sus microempresas operen en el sector formal, microcréditos que les permitan comprar capital físico, y, en ciertos lugares, reforma agraria para proporcionarles acceso a la tierra.

Esperamos que este programa no sea rotulado "Consenso de Washington II". No es obra de quienes trabajan en Washington. No intenta comunicar un consenso (ni siquiera llegamos a un consenso total entre nosotros). La frase adquirió un grado tal de ambigüedad que entorpece la claridad de pensamiento. Permitan, en cambio, que el programa sea evaluado por sus méritos, como contribución a un muy necesario debate, el cual debería ser el derrotero de la reforma económica mientras (ojalá) dejamos atrás la marchita retórica ideológica de los años noventa".

El FMI y el Consenso de Washington

La década de los "80 constituyó un periodo difícil para las economías latinoamericanas. Años de importante crecimiento económico habían dado paso a una asombrosa crisis de la deuda dejando a la región en situación de urgente necesidad de reformas económicas y asistencia internacional. Simultáneamente, la histórica importancia atribuida al inventario de recursos naturales y humanos de una nación se vio desafiada por el concepto de que la llave a la prosperidad residía en la apropiada aplicación de determinadas políticas económicas. Fue en este contexto que el economista John Williamson presentó el documento que delineaba las prescripciones para el desarrollo económico en los mercados emergentes.

De acuerdo con Williamson, "las tres grandes ideas aquí son la disciplina macroeconómica, una economía de mercado y la apertura al mundo (al menos en lo referente al comercio y a la IED). Estos tres conceptos intentaron abordar los desafíos específicos de América Latina, donde los efectos del espiral de la deuda, la inflación galopante, la corrupción en las industrias estatales y el proteccionismo en sentido estricto habían devastado a las economías. Se recetaban políticas macroeconómicas de "ajuste de cinturón" tales como la reducción del gasto público y mayores tasas de interés a modo de controlar el déficit presupuestario ascendente y la correspondiente inflación. La transferencia de la mayor parte de las empresas del sector público al sector privado y la adopción de los principios del mercado se encontraban orientados a reducir el abrumador control estatal sobre la industria y el potencial de corrupción a nivel gubernamental. Se entendía que la apertura de América Latina a través de la desregulación del sector público y de la liberalización comercial y de capitales contribuiría a atraer inversión extranjera y aumentar la sana competencia.

Este "Consenso de Washington" fue promovido y elaborado por unos pocos, cuyos intereses no llamaban a engaño. Si uno se fija en sus máximos valedores, ve dónde estaban sus intereses. El secretario del Tesoro norteamericano, Robert Rubin, provenía de Wall Street, al igual que los anteriores secretarios, Roger C. Altman y Nicholas Brady. Todos trabajaban en sociedades de inversión. Ernest Stern, antiguo presidente del Banco Mundial, director de la Banca Morgan, y el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, también había sido directivo de un banco de inversión. Suma y sigue.

El "Consenso" fue redactado por un grupo de economistas estadounidenses, funcionarios del Gobierno de EEUU, del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Un consenso muy limitado. Jamás fue objeto de debate. Ni siquiera fue ratificado formalmente por los países a los que les ha sido impuesto. Ha sido y es un ejercicio autoritario, codicioso e insolidario cuyos corifeos intentaron (y algunos, aún intentan) justificar por el carácter pretendidamente científico-económico indiscutible de sus directrices.

Dado que el Consenso fue publicado durante un periodo en el cual la amplia mayoría de naciones desarrolladas ya habían aceptado tales reformas, Williamson consideró naturalmente que su acuerdo sólo iba a tener que hacer frente a una modesta oposición. Irónicamente, el término "Consenso de Washington" se transformó rápidamente en un ignominioso cliché asociado con la agenda neoliberal, imperialista y fundamentalista del mercado.

Una explicación, tal vez sorprendente, de por qué el Consenso de Washington adquirió tan mala reputación, es que la teoría de Williamson, cayó en desgracia en el FMI. Ravi Kanpur, catedrático de economía en la Universidad de Cornell, ha señalado que, "podría ser útil comenzar por la observación de que el Consenso de Washington se convirtió en lo que hizo y no en lo que dijo". Sin considerar las intenciones de su arquitecto, el FMI sistemática y universalmente aplicó la interpretación más conservadora de los principios del Consenso, convirtiéndolo de un conjunto de amplios lineamientos de política en un modelo de desarrollo neoliberal.

Así fue como el "Consenso" ordenó disciplina presupuestaria (pasión por eliminar el déficit), reforma fiscal (que favorece a quienes más poseen), liberalización comercial (desarme de aranceles de países menos desarrollados sin contrapartida de los países ricos, apertura a la inversión extranjera (sin normas ni controles), privatizaciones (el patrimonio público al alcance de los poderosos), desregulaciones (disminución o suspensión de garantías laborales, controles sociales y ambientales), garantía absoluta del derecho de propiedad y gobiernos de menor dimensión (salvo en su faceta policial).

Al cabo de más de una década de aplicación irrestricta de las recomendaciones del Consenso de Washington América Latina había entrado en tirabuzón.

La deuda externa regional pasó en diez años, entre 1991 y 2001, de 492.000 a 787.000 millones de dólares. El crecimiento no derramó sus beneficios sobre las sociedades (las desigualdades, la pobreza y la miseria aumentaron de manera exponencial), y después de haberse demostrado vacilante a lo largo de la década se precipitó en 2002: en diciembre de ese año, el FMI y otros organismos internacionales calculaban un resultado negativo entre el 8 y el 12% para ese año. "Las crisis se multiplicaron a medida que los países de la región ligaban su supervivencia financiera a los mercados internacionales de capital". En 2001, el financiamiento exterior (préstamos bancarios, compra de acciones u obligaciones) bajó un 17% respecto al año precedente; las inversiones directas, por su parte, cayeron un 11% y la tendencia se acentuó en 2002.

Decía Carlos Gabetta, Director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique, en un artículo publicado en enero de 2003 ("Entre Washington y Brasilia"):

"La "modernización" neoliberal se tradujo por "una dependencia tecnológica y financiera creciente; impresionantes desigualdades en aumento; elevado nivel de pobreza y una extrema vulnerabilidad de los pobres a perturbaciones macroeconómicas particularmente fuertes. Argentina vuelve a la producción primaria (energía y agro alimentos) y se cierran numerosas industrias; México desarrolla una industria de ensamblado de muy bajo valor agregado, de tal manera que el crecimiento de ese sector es muy dependiente de la coyuntura en Estados Unidos. Con la recesión estadounidense, la caída supone la supresión del 25% de los empleos en las industrias de ensamblado en sólo un año. Brasil resiste mejor, pero las importaciones le ocasionan una sustitución parcial de su producción nacional. Sin subestimar otras causas de la crisis, la lógica financiera introducida por el funcionamiento de una Economía casino como las llamaba Keynes tiende a imponer una gran inestabilidad y por lo tanto fluctuaciones importantes de la actividad económica. La lógica financiera de esos regímenes ampliamente abiertos al exterior sin estar preparados para ello, imprime al crecimiento un perfil de montaña rusa que explica su incapacidad para reducir la pobreza. Casi todas las economías latinoamericanas están en crisis abierta (Argentina) o latente, con una impresionante disminución de crecimiento.

América Latina, la región durante mucho tiempo considerada modelo de aplicación de la doctrina neoliberal, tiene todos los indicadores económicos salvo la inflación en rojo y ha visto agravarse la situación social hasta límites intolerables. Con un modelo de crecimiento basado en la inversión extranjera y la apertura del comercio, afronta ahora, en plena crisis, un periodo de iliquidez y guerra comercial internacional en condiciones altamente desfavorables".

Firme oposición al Consenso

Joseph Stiglitz, ex-economista jefe del Banco Mundial y principal crítico del FMI, ilustra las fallas del Consenso de Washington. En su libro del año 2002, "El malestar en la globalización", Stiglitz discrepa con los principales temas de las diez recomendaciones del Consenso, destacando los peligros de impulsar el conservadurismo fiscal, la amplia liberalización comercial y la privatización generalizada como la panacea para el subdesarrollo económico. Stiglitz observa que uno de los temas dominantes del Consenso de Washington es el de la implementación de políticas fiscalmente conservadoras, esto es, aumentar tasas de interés y reducir el gasto público. Idealmente, reconoce, estas políticas promueven el desarrollo al fomentar el ahorro individual, filtrar programas de gobierno innecesarios y fortalecer el tipo de cambio del país. En la práctica, sin embargo, los efectos de ambas políticas pueden ser nocivos. Las altas tasas de interés pueden perjudicar a los bancos en mercados emergentes, forzándolos a otorgar préstamos en moneda devaluada. Esta presión fiscal cuando se aplica de forma concertada con el intento de los bancos por recuperar cantidades masivas de deuda a corto plazo puede provocar el colapso de estas vitales instituciones financieras. Stiglitz hace referencia al pensamiento keynesiano para recordar que el gasto público en un país en desarrollo es la única fuente de capital capaz de evitar el estancamiento del mercado.

El Consenso también pregona el libre comercio y la apertura de los mercados internos, presumiendo que esta liberalización permite a los países encontrar su nicho en el mercado internacional. Sin embargo, los países en desarrollo a menudo poseen incipientes industrias nacionales que resultan poco competitivas y son rápidamente arrolladas por la competencia extranjera, por lo cual el forzar el libre comercio en estos países sólo destruye la industria nacional antes de que llegue a desarrollarse completamente. Además, dicha inversión extranjera habitualmente no llega a volcar el prometido ingreso de capitales a largo plazo. Según lo señalado por Stiglitz en la revista Harvard International Review en la primavera de 2003, "los países en desarrollo podrían atraer empresas para que extrajeran sus riquezas naturales siempre que se las dejaran a precios lo suficientemente bajos… lo que es aún peor, la mayor parte del dinero era especulativo "dinero caliente" que seguía ingresando cuando todo iba bien, pero que volaba en el momento en que las cosas se complicaban". Cuando las inversiones extranjeras desaparecen rápidamente, los países que han sido explotados en materia de recursos naturales se vuelven incapaces de fomentar el empleo o la prosperidad a largo plazo por sí solos. Por el contrario, están expuestos a breves períodos de gran florecimiento económico y largos períodos de estancamiento.

Stiglitz también ilustra los peligros de las rápidas privatizaciones de industrias estatales, una transición que describe como terreno fértil para la corrupción. A menudo, los sectores de control estatal son vendidos a los burócratas que los dirigen o a sus "amigotes" políticos. Esta es una práctica evidente hoy en día en la Rusia post-comunista, donde el entrecruzamiento de política y negocios ha conducido a la corrupción generalizada. Tales privatizaciones fraudulentas eliminan los supuestos beneficios de la competencia y producen ganancias extraordinarias y profunda desigualdad del ingreso, los cuales constituyen los peores efectos del capitalismo. Además, la evidencia sugiere que cuando un país transfiere un gran porcentaje de su comercio del sector público al privado, se deben instalar instituciones para supervisar a las nuevas empresas privadas. En los Estados Unidos, existen varias organizaciones de vigilancia, tales como SEC, FCC, IRS y grupos de seguimiento del congreso, que garantizan la integridad de las transacciones financieras; cuando el alcance de estas organizaciones se vio reducido por los esfuerzos de desregulación que comenzaron con el gobierno de Reagan, se tornaron posibles las mayores fallas a nivel de bancos de ahorro y crédito, así como los escándalos de corrupción en Enron de ese período. Cuando la privatización tiene lugar en ausencia de instituciones similares, el resultado es la anarquía financiera, un estado sin ley donde los más ricos y los más despiadados violan las leyes impunemente.

Los préstamos condicionales del FMI

Las preocupaciones de Stiglitz se vieron reflejadas de forma sorprendente en la experiencia de los deudores latinoamericanos del FMI. En estricto seguimiento de la disciplina macroeconómica, privatización y liberalización del comercio y de los mercados de capital formuladas por el Consenso y originalmente imaginadas por Williamson como un medio viable para impulsar el crecimiento saludable, el FMI incluyó mandatos coercitivos de reforma en sus préstamos sin tener en cuenta las circunstancias individuales del país deudor. Los principios del Consenso de Washington se convirtieron en condiciones sin las cuales el FMI negaba el financiamiento. Como tal, el FMI forzó a los bancos centrales a aumentar pronunciadamente las tasas de interés, despojó a los estados de sus empresas, abrió las compuertas de forma imprudente al capital extranjero y redujo radicalmente las tarifas proteccionistas, empujando a las economías latinoamericanas a la crisis, una por una. Esta es la situación que se reflejó en Ecuador. Un colaborador del periódico The London Observer explicaba el 8 de octubre de 2000, "tratando de cumplir con la montaña de obligaciones del FMI, Ecuador cometió la tontería de liberalizar su diminuto mercado financiero, dejando libres de controles del gobierno a los bancos locales y permitiendo que la deuda privada y las tasas de interés explotaran". El gobierno ecuatoriano no deseaba implementar nuevas reformas nocivas, pero aún así el pequeño país que necesitaba desesperadamente los préstamos del FMI, no tuvo otra opción.

Luego de una década de intentos fallidos para estimular el crecimiento a través de su versión expropiada del Consenso de Washington, el FMI dejó a América Latina peor de lo que la había encontrado.

Prendido a la ideología neoliberal

El FMI continuó (y en gran medida, continúa) yendo a la carga con sus principios rectores básicos apoyados en los diez mandamientos del Consenso. No obstante, el colapso de las economías argentina y mexicana dio lugar a algunos desplazamientos menores en la ideología del FMI. Por ejemplo, ahora se reconocen los peligros de abrir rápidamente los mercados emergentes a los ingresos de capital, así como el hecho de que los países pueden utilizar efectivamente una política fiscal para contrarrestar crisis potenciales (aún cuando esto contradice el mandato de ajustar el cinturón sobre el gasto público). Con todo, la esencia del Consenso permanece intacta. La disciplina fiscal continúa reinando como objetivo primordial; en abril de 2005 el FMI suspendió un préstamo de US$ 40 millones a Nicaragua como respuesta a una serie de cambios a nivel del presupuesto del Congreso que incrementaron el déficit. El fomento de la privatización, la liberalización comercial y la inversión extranjera directa también se mantienen arriba en la lista de prioridades a pesar del recurrente fracaso en su implementación, ejemplificado por los caóticos efectos sobre Bolivia. En 2003, el FMI apuntaló la privatización de las industrias bolivianas del gas y del petróleo. Luego, después de exhortar a La Paz a que redujera su déficit, el FMI presionó al gobierno para que gravara a los ciudadanos (aumentando el impuesto a la renta) en contraposición con las recién llegadas compañías del gas y del petróleo, mencionando la inquietud por mantener una atmósfera de inversión que resultara atractiva para los inversionistas extranjeros. La recomendación culminó en una crisis monetaria y en el derrocamiento del gobierno boliviano.

Problemas adicionales de la economía de los años 90 han sido las crisis sistémicas globales y la aceleración de los cambios. Ante estas crisis, relacionadas en parte con expectativas o pánicos de diversos agentes económicos, el establecimiento de un consenso y la promoción de la "cultura de la estabilidad" permitirían aprovechar las oportunidades surgidas en los países emergentes.

La realidad económica de esta última década del milenio ha sido compleja, y ha suscitado comentarios muy diversos. De hecho, en el año 1994-95 hubo en México una crisis económica y financiera; y en 1997-98 ha habido otra, iniciada en el sureste asiático, y con efectos en América Latina y Rusia.

Tal vez, el principal problema del Consenso de Washington es que en él queda prácticamente excluido el tema de la equidad. Esta exclusión es grave, porque uno de los lugares donde más se aplican las políticas de ajuste derivadas del consenso (e implementadas por el FMI) es en América Latina. Y éste es el continente más desigual del planeta: el PIB per cápita del 20% más rico es 18,7 veces el PIB per cápita del 20% más pobre, cuando en la OCDE la proporción es de 6,8 y la media mundial es de 7,1. En todo caso, en el año 1990 Williamson argumentaba la exclusión directa de los problemas de equidad del modo siguiente:

"Intenté describir aquello que normalmente se creía acertado, más que exponer mi opinión. Es decir, mi pretensión era elaborar una lista positiva más que una lista normativa (…) Deliberadamente, excluí de la lista cuanto fuera básicamente redistributivo -no aquello que tuviera consecuencias equitativas como un subproducto de la búsqueda de objetivos de eficiencia-, porque pensé que el Washington de los ochenta era una ciudad muy desdeñosa con las preocupaciones sobre la igualdad".

Por la lectura del párrafo anterior resulta innegable que el "ínclito" Williamson, fue un claro intérprete de la "ideología de los amos". Hay "argumentaciones" que se comentan solas…Y "fracasos", que también…

Otras crisis del "Consenso"

En su trabajo titulado: "Desarrollo económico: del Consenso al Post-Consenso de Washington y más allá, de abril de 2003, el Profesor de Economía de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Bustelo, con referencia a la crisis del Consenso de Washington, realiza el siguiente comentario:

… "En primer término, han sido ciertamente mediocres, por no utilizar un adjetivo más contundente, los resultados de la transición en los PECO y, más inequívocamente, en Rusia y en otras antiguas repúblicas de la Unión Soviética. La aplicación de "terapias de choque" (especialmente la liberación abrupta de los precios y la estabilización recesiva), combinada con un proceso indiscriminado de privatizaciones y de otras medidas de liberalización (adoptadas además de forma simultánea o en "big bang", provocaron una caída considerable de la renta per cápita.

En particular, Stiglitz ha hecho una gran labor al poner en solfa el argumento ortodoxo de que la transición en los PECO y la antigua Unión Soviética ha fracasado no por los inconvenientes de sus bases teóricas y de sus prescripciones de política económica sino porque esas últimas fueron puestas en práctica por gobiernos incompetentes y corruptos. Además, el fracaso de las políticas y estrategias de transición inspiradas en el Consenso de Washington contrasta con el éxito espectacular de la transición en China, donde no se adoptó ese recetario, muy al contrario, un enfoque gradualista del cambio de sistema.

En segundo lugar, se produjo una gran insatisfacción con los resultados económicos y sociales de las reformas orientadas al mercado que se llevaron a cabo en América Latina en los años ochenta y buena parte de los noventa. En los años noventa se puso afortunadamente fin al "decenio perdido" de los años ochenta, por utilizar una expresión de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), puesto que el crecimiento se recuperó y la hiperinflación desapareció. Sin embargo, la expansión de los primeros años noventa fue relativamente escasa y no permitió una reducción sustancial de la pobreza. Ésta, que afectaba al 48,3% de la población latinoamericana en 1990 (esa proporción había sido de 40,5% en 1980), apenas cayó al 43,5% en 1997, según datos de la CEPAL. Empezó a hablarse de la necesidad de emprender "reformas de segunda generación", más orientadas a cuestiones sociales, tras la de "primera generación", que fueron las aplicadas en los años ochenta y primeros noventa y que se basaron en la estabilización y en la liberación.

En tercer lugar, las crisis asiáticas de 1997-98 fueron, en buena medida, el resultado de la aplicación de políticas defendidas por el Consenso. En particular, los países más afectados por dichas crisis (Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, así como, aunque en menor medida, Malasia y Filipinas) habían llevado a cabo en años anteriores una liberalización financiera indiscriminada y sin creación simultánea de mecanismos adecuados de supervisión bancaria y de regulación de las instituciones financieras no bancarias. Tal fenómeno incentivó el endeudamiento externo a corto plazo y provocó otras vulnerabilidades financieras. Además, el Estado había abandonado su tradicional política de coordinación de las inversiones del sector privado, lo que facilitó la sobreinversión, el exceso de capacidad y una merma de rentabilidad en las empresas. En definitiva, las crisis asiáticas fueron crisis de liberalización o de infrarregulación. Por añadidura y como es bien conocido, el FMI abordó esas crisis con un diagnóstico equivocado y con remedios que, al menos durante un año entre mediados de 1997 y mediados de 1998, fueron contraproducentes. Resultó un clamoroso error, reconocido luego por el propio FMI, achacar las crisis a un exceso de intervención estatal en un contexto de "capitalismo de amiguetes" (crony capitalism). Promover, como hizo el FMI en Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, políticas restrictivas de demanda (contención radical del gasto público y fuerte aumento de los tipos de interés) no hizo sino agravar tales crisis, puesto que el problema no era de déficit presupuestario (inexistente) ni de inflación (moderada). Los errores del FMI en Asia Oriental provocaron, como es bien sabido, una fuerte desavenencia entre las dos instituciones gemelas de Bretton Woods, puesto que el Banco Mundial se desmarcó enseguida de las condiciones de las políticas de "rescate" del Fondo, y han legado en la región un poso de resentimiento contra éste, sus políticas y su sustento teórico".

El Profesor Paul Krugman describe cómo ha funcionado el contraste con la realidad de la lista de Washington, y prevé (ya en julio/agosto de 1995) los problemas que, efectivamente, han surgido durante la segunda mitad de la década.

… "El dominio de cinco años del Consenso de Washington se puede considerar, de manera muy práctica, como una especie de burbuja especulativa que afectaba, no sólo al proceso económico habitual, para el cual el excesivo optimismo del mercado puede constituir una profecía que se cumpla por sí misma temporalmente, sino un proceso político más sutil, a través del cual las creencias comunes de los políticos e inversores demostrarán que son mutuamente fortalecedoras. Por desgracia, cualquier proceso de autofortalecimiento de estas características tiene que enfrentarse, al final, con una comprobación con la realidad, y si resulta que ésta no es tan buena como el mito, la burbuja estalla. Por todas sus especiales características, la crisis mexicana marca el principio del deshincharse del Consenso de Washington. Este deshincharse garantiza que la segunda mitad de los noventa será un periodo mucho más problemático para el capitalismo mundial que la primera".

Volviendo a Stiglitz; en un artículo titulado: "El Consenso Post-Consenso de Washington", publicado en septiembre de 2004, decía:

"Si existe un consenso en la actualidad sobre cuáles son las estrategias con más probabilidades de promover el desarrollo de los países más pobres del mundo, es el siguiente: sólo hay consenso respecto de que el Consenso de Washington no brindó la respuesta. Sus recetas no eran ni suficientes para un crecimiento exitoso, si bien cada una de sus políticas tuvo sentido para determinados países en determinados momentos…

Este último falló al no comprender las estructuras económicas de los países en desarrollo, al concentrarse en un conjunto de objetivos demasiado estrecho y en un conjunto de instrumentos demasiado limitado. Por ejemplo, los mercados por sí mismos no producen resultados eficientes cuando la tecnología está cambiando o cuando se aprende acerca de los mercados; dichos procesos dinámicos hacen al corazón del desarrollo; asimismo, hay importantes externalidades en este tipo de procesos dinámicos, lo cual genera un rol importante para el gobierno. Los países exitosos del este asiático reconocieron este papel; las políticas del Consenso de Washington no lo hicieron…

Ciertamente, los gobiernos pueden empeorar las cosas. Sin duda, el Consenso de Washington representó, en parte, una reacción a los fracasos del Estado al tratar de corregir las fallas del mercado. Pero el péndulo osciló demasiado lejos en sentido contrario y durante demasiado tiempo. Las políticas del Consenso en muchos casos presuponían lo peor sobre la naturaleza y capacidad de los gobiernos y aplicaron una misma regla para todo. Esto resultó en un fuerte sesgo contrario a fundamentar el asesoramiento sobre políticas en un análisis sobre qué intervenciones son adecuadas y en qué contextos o para crear las instituciones o capacidades de los estados para intervenir de manera efectiva…

Si el éxito del este asiático sugiere que para un desarrollo exitoso es deseable un mayor papel del Estado de lo que se destacaba tradicionalmente en las políticas del Consenso de Washington, los fracasos en el África subsahariana y en América Latina han reforzado las dudas acerca de las estrategias de dicho Consenso. El crecimiento de América Latina durante los años noventa -la década de la reforma- fue apenas la mitad de lo alcanzado en los años sesenta y setenta, las décadas marcadas por las políticas "fallidas" de sustitución de importaciones (…) la apertura de los mercados expuso a los países a la volatilidad de los mercados internacionales de capitales, lo cual tuvo consecuencias sumamente negativas durante la crisis financiera global de 1997-1998.

En África, los costos de una creencia simplista en la magia del mercado fueron palpables y enormes. Por ejemplo, las condicionalidades de políticas impuestas a los países de la región con demasiada frecuencia se concentraron de una manera excesivamente estrecha en la liberalización de los precios agrícolas, sin prestar suficiente atención a los prerrequisitos para hacer que esto fuera efectivo, tales como mercados en funcionamiento para insumos y productos, disponibilidad del crédito e infraestructura (especialmente vial); la insistencia en una ventaja comparativa estática llevó a la falacia de composición en virtud de la cual el aumento de las exportaciones de productos primarios por parte de muchos países desembocó en el colapso de sus precios; las reformas del sector financiero se centraron demasiado en que las tasas de interés fueran determinadas por el mercado en mercados muy tenues y rudimentarios, llevando en muchos casos a períodos prolongados de tasas de interés muy altas, sin mejorar la disponibilidad del crédito…

Si el Consenso de Washington tuvo sus frutos, aún no se ha gozado de ellos o por lo menos los ciudadanos de muchos países aún no lo han hecho… Si las reformas expusieron a los países a un mayor riesgo, evidentemente no les dieron las fortalezas para una recuperación rápida; en América Latina en su conjunto siguió casi media década de caída en el ingreso per cápita.

Como los fracasos especialmente las crisis, primero la mexicana, luego las del este asiático, la de Rusia y luego la argentina- pusieron de manifiesto que no todo iba bien, los defensores del Consenso de Washington sucesivamente trataron de cambiar la receta proponiendo distintas versiones de un Consenso de Washington "plus". México demostró que aún cuando un país tuviera su edificio fiscal en orden y mantuviera la inflación bajo control, podía sufrir una crisis. El problema, supuestamente, era una falta de ahorro interno. Pero cuando los países del este asiático enfrentaron crisis -países con los niveles de ahorro más altos del mundo- se buscó una nueva explicación. Ahora se trataba de una falta de transparencia (aparentemente olvidando que la última serie de crisis se había producido en los países nórdicos, que se encontraban entre los más transparentes del mundo). La culpa la tenían las instituciones financieras débiles, pero si se encontraban esas instituciones financieras débiles en los Estados Unidos y en otros países industriales avanzados, qué esperanza quedaba para los países en desarrollo? Para entonces, los consejos del Consenso de Washington, del FMI y del Tesoro de los Estados Unidos sonaban huecos: "ex post" siempre podían encontrar alguna falla y agregar algo a la lista cada vez más extensa de cosas que debían hacer los países"…

De fracaso en fracaso hasta la derrota final

Todo parecería que había acabado en el año 2000. El gozo en un pozo. Pero no ha sido así, lamentablemente, los "Organismos Internacionales" continuaron -"erre que erre"- negando la evidencia, unos cuantos años más. Prueba de ello son algunos de los artículos publicados por el Fondo Monetario Internacional, en "Perspectivas de la economía mundial", de los que se indican a continuación sus títulos y fechas correspondientes:

. La pobreza y la globalización – Mayo de 2000

. Comunidad de Estados Independientes: ¿Se acelerará la reforma estructural al mejorar la macroeconomía? – Octubre de 2000

. Flujos internacionales de capital a los mercados emergentes – Octubre de 2000

. Renovación del impulso de la reforma estructural e institucional – Octubre de 2000

. La integración comercial y la integración financiera – Septiembre de 2002

. América Latina: La incipiente estabilidad brinda la oportunidad de acelerar la resistencia a las crisis – Septiembre de 2003

. Región Asia y Pacífico: Se requiere mayor flexibilidad del tipo de cambio para lograr un crecimiento más equilibrado – Septiembre de 2003

. La Comunidad de Estados Independientes: Las reformas estructurales son fundamentales para sostener la recuperación del crecimiento – Septiembre de 2003

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