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Perón Vs Perón – La construcción simbólica del adversario político en el discurso peronista: elecciones presidenciales 2003 (página 2)

Enviado por Mat�as Marini


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En aquella entrevista como caudillo provincial, Menem recuperaba claramente los ejes discursivos centrales del peronismo histórico: la patria, la lucha contra el imperialismo estadounidense, los liberales ("apátridas"), la búsqueda continua de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social. En los últimos meses del gobierno de Alfonsín el peronismo acusó al radicalismo por las privatizaciones de empresas estatales que tenían a Rodolfo Terragno como impulsor.

1.2. Breve historial discursivo y mediático del peronismo

En el plano del enunciado, de los contenidos del discurso, resulta complejo identificar las constantes o establecer los patrones del peronismo a lo largo de sus cambios en la historia del siglo XX. La mutación de las condiciones económicas tanto locales como internacionales ha hecho que los cuatro gobiernos peronistas (1946-55, 1973-74 y 1989-99 y 2002-) adaptaran sus políticas de gobierno de acuerdo a la posición de poder de otros actores socio-económicos con gran injerencia en el campo político: los sindicatos (la Confederación General del Trabajo), los industriales (la Unión Industrial Argentina), el sector rural (la Sociedad Rural Argentina), la economía regional y mundial (incluidos los organismos internacionales de crédito) y los medios de comunicación. En este sentido, los discursos políticos del peronismo han variado en relación con las condiciones de producción.

Sin desdibujar completamente su identidad comunicativa ante la sociedad, el peronismo ha logrado mantener en el tiempo un importante sector de votantes cautivos o tradicionales, a pesar de condiciones económicas que en los años noventa empobrecieron objetivamente al sector social beneficiario del peronismo histórico (la clase trabajadora y de menores recursos). Como indica Ricardo Sidicaro,

"En los años 90, cuando la gestión peronista en lugar de distribuir beneficios sociales realizó políticas que condujeron al retroceso de la situación económica de los sectores populares, no declinaron de manera notoria los votos por el oficialismo provenientes de la parte de la ciudadanía de menores recursos. […] el decenio de Menem planteó una constatación: con su sufragio por el peronismo los individuos pertenecientes a los medios populares expresan conductas electorales tradicionales que no se veían modificadas en términos cuantitativos por la pérdida de los niveles de bienestar, ya que en esos años, […] el gobierno les quitó ingresos, ocupación, salud y educación" (Sidicaro, 2002: 244).

Este fenómeno explica quizá la habilidad comunicativa del peronismo (sumado a su importante aparato partidario) para mantener su imagen primigenia de movimiento político garante de la justicia social contra la inequidad generada por la connivencia entre el Estado y un sector de privilegiado de poder social. El peronismo ha readaptado sus tácticas discursivas de acuerdo con las posiciones relativas que en el campo político ocuparon los actores arriba mencionados. Cada nuevo contexto ha ido dibujando en el horizonte político del peronismo otros adversarios, otros enemigos. En 1982 la Comisión Económica del Partido Justicialista presentó un texto prologado por Antonio Cafiero en el que se lee:

"La visión liberal del Estado tiende a contenerlo en un mínimo de acción neutralizándolo con respecto a las tensiones que existen en la sociedad […]. La concepción justicialista del Estado abandona la neutralidad liberal, que es intervención a favor de los poderosos, y participa […] en las cuestiones sociales, económicas y culturales, como poder supletivo e integrador" [el destacado es nuestro] (en Sidicaro op. cit.: 149).

Siguiendo similar línea discursiva, en 1986, mientras gobernaba la provincia de La Rioja, el entonces precandidato presidencial por el peronismo, Carlos Menem, declaraba ante la prensa sus ideas y proyectos para la Argentina. Entrevistado por Gustavo Beliz, quien luego sería su ministro del Interior, Menem respondió [las preguntas del periodista se destacan en cursiva]:

  • "¿Que propone de distinto el peronismo?
  • Un diverso tratamiento de la deuda externa, una actitud auténticamente soberana que debe traducirse, por ejemplo, en la nacionalización del comercio exterior y de los depósitos bancarios.
  • Me imagino la cara de un liberal al escuchar esto… Y la de muchos compañeros suyos, a los que ni se les ocurre proponer medidas así.
  • Sí, porque desgraciadamente el liberalismo y el vaciamiento ideológico son algo que también está muy cerca de nuestro movimiento. […] Nosotros tenemos una mayor concepción social de la economía. [Los radicales] piensan que eliminar la inflación es la panacea, y ni siquiera reparan que cualquier proceso de desarrollo presenta como condición ineludible una inflación del 60 por ciento anual promedio. Los liberales la hacen bien: cuando son gobierno destruyen el rol del Estado, con la excusa de achicarlo. Cuando son oposición tiene tela para cortar: se quejan de lo mal que funciona el Estado. Así arruinaron YPF, por ejemplo. La sociedad necesita una guía fuerte, y eso no puede surgir sin un Estado fuerte. Lo contrario implica caer en una de las grandes zonceras argentinas: `achicar el Estado es agrandar la Nación.´ Los militares, con este eslogan, destruyeron la Nación y el Estado. […] Algunos solucionan todo muy fácil: quieren privatizar empresas y racionalizar cien mil empleados públicos. No piensan en el costo social de semejante operación, en la desocupación que eso generaría" [el destacado es nuestro].

 

Por entonces, el senador Eduardo Menem aseguraba que

"La soberanía nacional no se vende, no tiene precio, no se enajena, ni se la debe poner en peligro […] ¿Por qué buscamos afuera lo que podemos tener en nuestro país? El justicialismo no les ha puesto ni les pondrá jamás una bandera de remate (a esas empresas) porque está en juego la soberanía del Estado" [el destacado es nuestro] (citado en Sebreli, 2002: 421).

Una vez a cargo del Poder Ejecutivo Nacional, Carlos Menem supo adaptarse a un contexto local e internacional que no ofrecía demasiado margen para el proyecto nacionalista que propugnaba. En su gestión se privatizaron gran parte de los activos del Estado, la deuda externa creció a niveles más elevados que durante la última dictadura militar con motivo del financiamiento para mantener el modelo de Convertibilidad, y el crecimiento de la desocupación alcanzó índices históricos. Los costos sociales del modelo conducido por Menem fueron tan drásticos como el liberalismo que criticó en su tiempo de gobernador.

Con marcadas modificaciones a los que habían sido los postulados del peronismo histórico, el nuevo rumbo de la economía impreso por Menem-Cavallo

"llevó hasta sus últimas consecuencias las políticas de apertura y desregulación económica ensayadas desde 1975. Se liberaron los precios, […] se liberó casi por completo la importación, y en la misma medida se eliminó la promoción industrial. El estado renunció a toda regulación sobre el mercado financiero. La nueva política alcanzó también al mercado laboral: se avanzó en la flexibilización de los contratos de trabajo, al tiempo que se reglamentaba restrictivamente el derecho de huelga y se reducía la capacidad de negociación de las grandes organizaciones sindicales" (Romero, 1994: pp. 368, 369).

Según observó el sociólogo Victor Armony de la Universidad de Quebec en Montreal,

"el fenómeno Menem resulta difícil de comprender: se trata de un presidente que fue elegido por sus promesas populistas y nacionalistas (plenos empleo, proteccionismo y salariazo), que aplicó medidas diametralmente opuestas a su plataforma partidaria (privatización, desregulación, apertura de los mercados) y que fue recompensado por el electorado, no sólo una, sino varias veces" (2002:326).

A la luz de la citada entrevista y la posterior acción política de Menem es dable sostener que todo discurso construye, según las condiciones del campo político en que opera, al menos tres "entidades" enunciativas: la imagen del que habla (el enunciador), la figura del opositor (el otro) y la imagen de aquél a quien se habla (el destinatario o perceptor). En el contexto del acto de enunciación se configuran entonces estas dos entidades del imaginario (enunciador y perceptor), las imágenes de la fuente y del destino del mensaje elaborado por el discurso político. El lenguaje (aquí el discurso político) construye la imagen de las personas que lo utilizan.

Esta distinción permite que, en diferentes momentos, el emisor/enunciador (sea éste partido político –institución- o individuo) pueda construir imágenes diferentes de sí mismo (Sigal y Verón, op. cit.: 23). Este ha sido el caso de Menem en particular, y del peronismo en general. Recuérdese que según las palabras del peronista Antonio Cafiero "la concepción justicialista del Estado abandona la neutralidad liberal". El rol del Estado durante la gestión de Menem, ¿fue entonces la negación del justicialismo o un indicio de cómo los discursos se adaptan a las variables del campo político dado? ¿Fue acaso una muestra de la imposibilidad teórica de definir al peronismo como ideología?

La importancia de los medios de comunicación en el campo político se explica en gran parte por el modo en que la progresiva mediatización de la sociedad imprime cambios en la estrategia comunicativa de los actores políticos.

En este sentido, la investigación de los discursos sociales y políticos resulta concomitante con la investigación de los procesos de mediatización de las sociedades. La presencia de los medios forma parte de las estrategias de los actores políticos para definir sus posiciones desde el discurso. Los medios son soportes discursivos. El estudio de la posición discursiva de los actores dentro del campo político guarda correspondencia con el modo en que éste es afectado por la evolución de los soportes mediáticos (Sigal y Verón, op. cit.: 11). Al decir de Jesús Martín-Barbero:

"Más que a sustituir, la mediación televisiva o radial ha entrado a constituir, a hacer parte de la trama de los discursos y de la acción política misma, ya que lo que esa mediación produce es la densificación de las dimensiones simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la política. […] En los medios se hace, y no sólo se dice, la política" (2002: 314).

1.2.1. Perón, el enunciador absoluto

La aparición del fenómeno peronista en la arena política argentina coincidió temporalmente con el auge del paradigma de masas en los estudios internacionales de la comunicación. La hipótesis de la Aguja Hipodérmica (o Bala Mágica) intentó demostrar cómo el Estado podía disponer de un monolítico dispositivo comunicativo para diseñar sus mensajes masivos con pretensiones de lograr un efecto uniforme sobre todos los receptores.

El paradigma de masas coincide con la figura de grandes líderes políticos que aparecían como emisores únicos y enunciadores totales que construían sus imágenes gracias a la ausente descentralización del sistema de medios de comunicación masiva. Desde la psicología, fue el conductismo el soporte para explicar la relación directamente proporcional del estímulo-respuesta, mensaje-efecto, en los discursos de masas.

Gran parte de la vida política del movimiento peronista se desarrolló en torno de la persona de un líder político que hizo de su figura la de un enunciador absoluto capaz de encarnar y representar colectivos abstractos como Patria, Pueblo y Trabajadores. Juan Domingo Perón construyó una performance de político radial, de hombre de radio caracterizado por extensas alocuciones admonitorias posibles gracias a un sistema estatal de medios de comunicación con protagonismo de la radiofonía. Si bien hizo su aparición tecnológica en el primer gobierno peronista, la televisión como soporte de la llamada videopolítica adquirió su rol central más tarde, en la década del ochenta, sobre todo a partir de la campaña del radical Raúl Alfonsín y la llegada de profesionales de la comunicación en la gestión de las campañas (entre ellos, el fallecido David Ratto y el publicista Gabriel Dreyfus).

La personalización del discurso no fue sólo patrimonio exclusivo del rasgo carismático del propio Perón (siguiendo, en este caso, los ítems estudiados por Max Weber como el atractivo personal, las conductas que satisfacen demandas colectivas, las proezas particulares, etcétera), sino también de su capacidad discursiva para encarnar colectivos abstractos que los peronistas destinatarios del mensaje identificarían sólo con su presencia (nosotros los peronistas, nosotros los argentinos, nosotros los trabajadores).

El lenguaje político de Perón tuvo la capacidad de ampliar el concepto de ciudadanía más allá de los derechosvico-políticos para incorporar su dimensión socio-económica, los llamados derechos de tercera generación. A partir de allí, le otorgó al obrero conciencia de grupo, de clase, y no ya de individuo atomizado y aislado.

"Perón les habló como a una fuerza social cuya organización y vigor propios eran vitales para que él pudiera afirmar con éxito, en el plano del Estado, los derechos de ellos. Él era su vocero, y sólo podía tener éxito en la medida en que ellos se unieran y organizaran. Continuamente subrayó Perón la fragilidad de los individuos y lo arbitrario del destino humano, y por lo tanto la necesidad de los trabajadores de depender solamente de su propia voluntad para materializar sus derechos" (James, 1990: 32).

El liderazgo político de Perón cumplió el rol de un operador de mecanismos constructores de relaciones sociales: con sus adversarios, con sus adherentes, con entidades abstractas o imaginarias. Un liderazgo comunicativo que logró operar desde el discurso la idea de alianzas sociales entre sectores diversos, estrategia que fue retomada por Carlos Menem y su consenso social gracias a los efectos reales y simbólicos de la Convertibilidad.

El control que el primer gobierno peronista (1946-1955) ejerció sobre la prensa le permitió gozar de una relación privilegiada con las masas obreras que constituyeron la primera base social de este movimiento que Perón supo crear desde sus tres cargos durante el gobierno de Edelmiro Julián Farrell.

La novedad, el acontecimiento, incurría por entonces en la definición incluida en el marco conceptual, donde se expone cómo la construcción de la noticia supo ser un proceso regulado por el Estado para evitar cambios en el statu quo o una merma de la autoridad y poder político. La circulación de la información puede amenazar a los poderes constituidos. "La preparación de la opinión pública de un país soberano es parte de la soberanía que ejerce el gobierno y no puede cederla al extranjero sin verse incurso en el delito de alta traición", afirmó Perón (Sirvén, 1984: 15).

El complemento de la presencia lejana, casi mística del líder en sus apariciones radiales y gráficas, fue la búsqueda por utilizar a los géneros radiofónicos como herramientas de cohesión social. Así, el radio teatro, cuyos guiones eran supervisados por el gobierno con la concurrencia de artistas relevantes como Enrique Santos Discepolo, fueron un invalorable instrumento de socialización política. En cada entrega o capítulo, las historias retrataban de modo maniqueo las relaciones entre la clase trabajadora, de pocos recursos, y el grupo social adinerado, históricamente favorecido por el Estado anterior al peronismo, según definió el mismo Perón.

El nuevo Estado peronista venía a desmantelar la injusticia social y a balancear las estructuras sociales de poder. A través de los medios, el peronismo fue dando vida a sus históricos interlocutores válidos, tanto positivos como negativos. En aquel contexto fueron apareciendo los descamisados, la oligarquía, los políticos, el imperialismo (este último colectivo fue en un momento identificado comunicativamente de modo singular en la figura del ex embajador estadounidense Spruille Braden, acusado por Perón de resumir todos los males augurados por la oposición).

1.2.2. Comunicar desde el exilio

Durante los diecisiete años y medio de exilio de Perón se da en la Argentina uno de los pocos casos en el mundo de un líder que protagoniza la vida política de una nación estando ausente de los medios de comunicación, al contrario del período 1946-1955. La ausencia de Perón entre los años 1955 y 1973 hizo desaparecer del espacio público el acto de enunciación, entendido como la presencia corpórea identificable del emisor del mensaje.

Al amparo de la distancia física de Perón, se multiplicaron los enunciadores políticos que pugnaban por la legitimidad como portadores de la palabra oficial del líder radicado en Venezuela y finalmente en España. Se potenciaron los líderes políticos del peronismo provincial y las ramas sindicales, se gestaron el vandorismo, las misivas de John William Cooke desde Cuba y, más tarde, la Juventud Peronista y Montoneros.

En el exilio la palabra de Perón ya no podía ser pública (decretos de las dictaduras prohibían que se lo nombrara explícitamente), a diferencia de la suerte de monopolio que durante su gestión presidencial había logrado gestar para sostener su comunicación gubernamental. Aquí se produjo el primer desfase entre el acto de enunciación y el acto de recepción que, en el discurso de Perón, se habían caracterizado por haber coincidido temporalmente.

El acto de enunciación del líder, otrora delimitado en un tiempo y un espacio, se tornó impreciso. La enunciación pública del peronismo de la proscripción fue por momentos inequívoca, ambigua y hasta ilegítima según los grupos que buscaban el monopolio de la verdad en la reconstrucción discursiva del movimiento político. La anarquía de representantes y enunciadores debilitó las posibilidades de establecer un contrato de veredicción desde el discurso político. "Una de las propiedades fundamentales de todo discurso político, el de ser enunciado necesariamente desde una posición de verdad, es constantemente puesto en jaque en la situación de circulación de cartas o instrucciones: cada enunciación puede ser verdadera o no serlo" (Sigal y Verón, op. cit.: 119).

En aquel estadio de desordenado flujo comunicativo cada sector del peronismo creyó ver en Perón un gesto de aprobación o consentimiento para su acción política. El regreso del líder al país ofreció como corolario una masacre entre peronistas por lograr un lugar de preponderancia en un movimiento que en sus 18 años de proscripción gestó diferentes y hasta por momentos antitéticos proyectos políticos. ¿Fue aquélla una táctica comunicativa de Perón para mantener el liderazgo del movimiento, según la máxima maquiavélica "divide y reinarás"? ¿Se debió a la imposibilidad de designar un interlocutor válido en Argentina y supletorio de Perón? ¿Fue una errónea interpretación de los llamados "auténticos representantes" de los sectores enfrentados?

Históricamente, los intentos de construir un "peronismo sin Perón", como el encarado por el sindicalista metalúrgico Augusto Timoteo Vandor en la década del ’60, fueron abortados en poco tiempo. Presente o ausente en la escena nacional, la figura del líder rigió verticalmente las acciones del movimiento. Tan rica en significados fue la verba de Perón que en cada intervención discursiva cada una de sus palabras podían interpretarse como justificativo e impulso para grupos peronistas antagónicos. "Elevó el ejercicio de la ambigüedad hasta una forma artística", escribió Joseph Page, biógrafo de Perón (Sebreli, op. cit., 235). Tendencias de izquierda y derecha tenían por referente al mismo líder que ampliaba la base de su movimiento a fuerza de desatar pugnas intestinas que pusieron en riesgo el control y la unidad de la militancia.

"Cuando se hacen dos bandos peronistas, yo hago el Padre Eterno: los tengo que arreglar a los dos. Yo no puedo meterme a favor de uno o del otro, aunque alguien tenga razón. A mí solamente me interesa que no se dividan […] Por eso, en mi función de conductor superior, si me embanderase pasaría a meterme en la conducción táctica" (Conducción política, en clase del 12.04.1951, citado en Feinmann, 1998: 42). Pero el Perón de 1973 retornó para "descender" en la historia. Dejó de ser el artífice, el gran demiurgo de un movimiento con varios rostros, el conductor de todo el conjunto. Desde Ezeiza, abandonó la estrategia para pasar a la táctica. "La patria peronista" del sindicalismo y los grupos de derecha; "la patria socialista" de los Montoneros. Pero en su retorno, Perón abandona el conjunto y se acerca desde su breve gobierno a la derecha peronista, en directo enfrenamiento con el otro sector. Debilitado el mito gestado desde Madrid, este "segundo" Perón es una pieza, un instrumento más del movimiento peronista, ya no su indiscutido conductor.

1.2.3. Un giro copernicano: la impronta menemista

Ante las elecciones de octubre de 1983, que significaban el retorno a la democracia, el peronismo se presenta como el partido mayoritario e invencible. Era el primer proceso electoral luego de la muerte de Perón, y el partido estaba presidido desde el exilio por su viuda, María Estela Martínez (Isabel). Luego de las pujas internas por determinar la fórmula presidencial, y ante la ausencia (y el silencio) de Isabelita, se llegó a la conclusión de que Italo Argentino Luder, ex presidente interino en 1975, sería quien represente al justicialismo en la transición hacia la democracia. Apoyado por las 62 Organizaciones lideradas por el metalúrgico Lorenzo Miguel, Luder le había ganado la puja a Antonio Cafiero, uno de los líderes del Movimiento de Unidad, Solidaridad y Organización (MUSO). Su compañero de fórmula fue Deolindo Bittel, compañero de Cafiero en el MUSO y representante del partido en la Multipartidaria. El peronismo continuaba su organización vertical y no realizaba internas.

El PJ sentía seguro el triunfo en las presidenciales. Luder había manifestado que "ser candidato peronista es tener la certeza de ser presidente". Pero el justicialismo habría hecho una mala lectura de la realidad. Según Silvio Waisbord "el peronismo todavía creía que las viejas identidades políticas y culturales que lo convirtieron en el ganador de cualquier batalla electoral durante cuatro décadas estaban intactas" (Waisbord, 1995: 32). Pero esa misma confianza en su poder de convocatoria le jugaría en contra. Al respecto, Luder declaró más tarde:

"Intenté un discurso político dirigido a todos los sectores sociales, pero reconozco, y se lo decía a los justicialistas, que ellos hacían un discurso dirigido a los peronistas, creyendo ingenuamente que era suficiente. Yo les decía que estaban en un triunfalismo ingenuo […]. La clientela política habitual, una convocatoria a invocar las viejas lealtades no es suficiente en una elección presidencial" (en Waisbord, op. cit.: 30).

Pero esa confianza en la historia y en los números de afiliación no fue suficiente, y Raúl Alfonsín se impuso el 30 de octubre de 1983. Esto significaba además un cambio en la faz de la comunicación política. El peronismo, que había mantenido la exclusividad de los actos en espacios públicos, en torno a la figura de Perón y basándose en la simbología de los rituales oficiales del Día de la Lealtad y el Día de los Trabajadores, perdió ese monopolio para compartirlo con Alfonsín.

La televisión y las técnicas de marketing comercial aplicadas al mensaje político no eran herramientas reconocidas explícitamente por el peronismo. Los sindicalistas creían que estos factores traicionaban los principios del partido.

Ellos aún priorizaban la relación directa del líder político con las masas. Según la opinión de Héctor Cámpora sobre su elección presidencial en 1973: "La campaña del Frente [Frente Justicialista de Liberación Nacional, Frejuli] fue única y las otras fuerzas políticas quedaron en buena medida confinadas a los medios de comunicación. Es que el peronismo había ganado la calle, y no quedaba espacio para nadie más". En 1983 el candidato Ítalo Luder hizo saber su desinterés por la publicidad profesional cuando dijo en un programa de televisión que no tenía agencia y que confiaba más en su fogoneada intuición de político que en la destreza de los publicitarios (Borrini, 2003: 87, 105). El peronismo marcaba el desdén por los medios de comunicación como herramienta de comunicación política con la ciudadanía. Este antecedente hacía que las relaciones entre política y comunicación profesional nunca fueran para el Partido Justicialista una cuestión de fácil conciliación.

Sin embargo, en su mencionada campaña a gobernador, Antonio Cafiero había convocado a varios diseñadores y publicistas con el objeto de no dejar lugar alguno para la improvisación y el azar. El grupo de trabajo convocado rediseñó incluso el escudo peronista, innovándolo, y estableció un modelo similar de pintadas callejeras con el propósito de unificar las acciones proselitistas del aparato cafierista.

En estas elecciones a gobernador bonaerense de 1987 se comenzó a hacer uso de la televisión y la publicidad, en detrimento de la enunciación pública, característica del viejo peronismo. A pesar de que Antonio Cafiero se impone al candidato radical Juan Manuel Casella en Buenos Aires, los gremialistas defensores de la tradición partidaria siguen mostrando desagrado hacia el advenimiento de la videopolítica.

Pero la campaña presidencial de 1989, protagonizada por Carlos Menem, conservó poco de los elementos utilizados por Cafiero dos años atrás. El candidato riojano otorgó privilegio a los contactos personales por medio de recursos más artesanales como la puesta en marcha por la vía pública del Menemóvil, los masivas "ñoquiadas" (Borrini, op. cit.: pp. 188, 189) y las giras por el interior del país montando caballos. Estos recursos proselitistas, que en los hechos significaron un retroceso para la comunicación profesional, permitieron la victoria de Menem al adaptarse a la personalidad del candidato y dada la situación de extrema crisis económica del país.

Aquella campaña presidencial del peronismo para las elecciones de 1989 reforzó la práctica de estrategias que tienen como objetivo acercarse (no acercar) a los votantes. La apatía del electorado hacia la clase política hace que éste se aleje de las tareas proselitistas. De esta manera, los actos públicos pierden protagonismo en beneficio de las caravanas, en donde el candidato va hacia los votantes. El justicialismo hizo la lectura del electorado que no había hecho en 1983, donde la confianza en su estructura partidaria le jugó en contra. Notaron que había que buscar a la gente en vez de convocarla a actos multitudinarios al estilo de los rituales de Perón en espacios públicos. Además, era necesario atraer a los votos independientes, reacios a concurrir a mítines partidarios.

Para pelear su reelección en 1995, Carlos Menem evaluó la necesidad de acudir al asesoramiento profesional para lo que contrató a la agencia Ayer Vázquez. En vísperas de las elecciones, una propaganda con la imagen del candidato con traje rezaba "No detengamos la historia, Menem 1995", en referencia a la reforma del Estado iniciada en su gestión y cuya segunda parte tendría lugar en el siguiente período presidencial. Las alternativas rupturistas, como la de Bordón-Álvarez, no lograron hacer mella sobre Menem, a pesar de la buena elección del Frente País Solidario. Otro anuncio nominaba las obras públicas ya terminadas (con sus respectivas imágenes, como la Ruta 40 a Esquel en la provincia de Chubut y la Ruta 234 de Pichi Traful en Neuquén) y las proyectadas para el período 1995-1999.

Por su parte, la imagen que el radicalismo reflejaba en la sociedad argentina de 1995 había quedado marcada por la anticipada renuncia de Alfonsín a su mandato en 1989, la escalada de la hiperinflación, el desorden civil de los últimos meses de gobierno y la firma el 14 de noviembre de 1994 del llamado "Pacto de Olivos", acuerdo entre los dos partidos tradicionales de la Argentina para reformar la Constitución Nacional, lo que permitió la reelección de Menem, otorgó autonomía a la ciudad de Buenos Aires, creó el Consejo de la Magistratura, otorgó entidad a los partidos políticos y agregó un senador por provincia.

Aquel acuerdo entre las fuerzas políticas históricas del país difundió por doquier en las pantallas la imagen del ex presidente y por entonces jefe de la UCR, Raúl Alfonsín, junto a Carlos Menem paseándose por los patios de la residencia presidencial de Olivos, concertando los pormenores del pacto. El modelo económico neoliberal de Menem había logrado eliminar la inflación, un mal endémico de la economía argentina, fuertemente asociado a la imagen de Alfonsín y su partido centenario. El considerable consenso social y mediático suscitado por el Plan de Convertibilidad que el 2 de abril 1991 puso en marcha el ex ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo, morigeró considerablemente la autoridad moral del radicalismo como oposición y alternativa electoral. La UCR dejaba por entonces de ser un interlocutor válido de la sociedad para convertirse en el garante de la continuidad del modelo económico de Carlos Menem. Su posición contestataria la retomaría en 1997, con el impulso crucial del Frepaso, liderado por Carlos "Chacho" Álvarez.

La campaña de Duhalde en 1999 estuvo desgastada por la contemporánea intención de Menem de obtener su segunda reelección como presidente. Esto obligó al bonaerense a retrasar el lanzamiento oficial de su campaña y embarcarse en un extenso enfrentamiento judicial y mediático con su ex compañero de fórmula en 1989. El desorden del equipo de campaña se vio agravado por el cambio de agencia publicitaria a mitad de camino. Duhalde cambió a De Luca Publicidad y Equipos de Difusión por el brasileño Duda Mendonça, ex asesor de la triunfal campaña de Fernando Henrique Cardoso en Brasil y de José Manuel de la Sota en Córdoba, cuando en diciembre de 1997 logró quebrar quince años de gobernación radical. Otro aporte internacional para el bonaerense fue el del asesor James Carville, colaborador de Bill Clinton, quien a mediados de 1998 le aconsejó la convocatoria a un plebiscito en su provincia para asestar un duro golpe a la intención reeleccionista de Menem. Entre los colaboradores de la campaña de Duhalde estaba la legisladora Cristina Fernández de Kirchner.

Cierta incoherencia del proselitismo duhaldista tocó su punto más álgido cuando el candidato buscó su posicionamiento político mediante una embestida pública contra el sector financiero, cuestionó los costos que el pago de la deuda externa tenía sobre la recuperación económica y abogó por la condonación de la misma a los países más pobres. La embestida de Duhalde contra el sistema, que la Alianza y De la Rúa nunca cuestionaron durante su campaña, provocó por parte del referente económico del bonaerense, Jorge Remes Lenicov, continuas intervenciones públicas para equilibrar el discurso político del candidato, asegurando entonces "el compromiso del justicialismo de honrar el pago de la deuda externa, mantener la convertibilidad y respetar la política de privatizaciones, para no desentonar con las promesas de la Alianza" (Borrini, op. cit.: 194).

1.2.3.1. Menem presidente

A poco de asumir la Presidencia en 1989 y luego de haber avanzado erráticamente en estrategias económicas que no se consolidaban definitivamente, Carlos Menem inició un gran proceso de privatización de empresas estatales entre las que estaban los medios de comunicación. Históricamente, el peronismo había retenido para sí la gestión estatal de los medios. En 1973 y por acción de José López Rega las emisoras privatizadas por la gestión de Pedro Eugenio Aramburu fueron re-estatizadas compulsivamente.

Durante la administración nacional de Menem, en cambio, la libertad de prensa conoció su época de mayor vigor en un contexto democrático. Incluso la figura del desacato, que penaba a periodistas que criticasen a las autoridades políticas, fue derogada durante este período. Nunca en la Argentina el periodismo y los medios gozaron de tanta libertad para criticar y objetar las acciones del poder político.

Este nuevo escenario mediático imprimió su registro en el campo político al alimentar una cultura de la espectacularización de la política argentina en la que el menemismo hizo un uso constante de los shows televisivos y de figuras del mundo artístico como respaldo propagandístico de su acción de gobierno. Respecto de la profusa lógica de la aparición mediática empleada por Carlos Menem, el periodista Carlos Ulanovsky reseñó que el ex mandatario

"hizo su campaña presidencial de 1989 como un viejo caudillo: a caballo, con poncho y patillas, recorriendo pueblo por pueblo todo el país. Pero después de ganar las elecciones se convirtió en el gobernante más mediático de todos. Bailó con Mirtha Legrand y con la odalisca Fairuz, comió los tallarines con Tato Bores, cantó con Susana Giménez, jugó a todos los deportes y publicitó todas las marcas.

"Condujo el programa Tiempo Nuevo, cuando al periodista Bernardo Neustadt lo tuvieron que operar.

"Ubicó a Gerardo Sofovich a su diestra, como si se tratara de un funcionario más. Modificó su look para dar mejor en televisión.

"Los medios tienen para él tanto peso político que los confunde con la oposición: cada vez que puede arremete contra ellos sugiriendo cómo tendrían que informar.

"Su último mensaje mediático fue: ‘Antes los políticos golpeaban las puertas de los cuarteles, ahora golpean las de los canales de televisión" (Ulanovsky, 1999: 92).

Progresivamente, el formato del discurso político ha ido identificándose con el modelo propuesto por los medios. Este acoplamiento estructural entre ambos activó, según Martín-Barbero, dos dispositivos de desfiguración de la política: el de la espectacularización y el de la sustitución:

"El primero vacía a la política de su substancia: al predominar la forma sobre el fondo, el medio sobre le mensaje, el discurso político se transforma en puro gesto e imagen, capaces de provocar reacciones –cambiar la intención de voto, modificar súbitamente los porcentajes de adhesión- pero no de alimentar la deliberación […]. Confundida con el discurso publicitario la palabra del candidato es sometida a la fragmentación que impone el medio […]. El segundo se desprende […] de la hegemonía de la imagen sustituyendo la realidad: […] el política va interiorizando la función comunicativa hasta vivir de la imagen que proyecta más que de las ideas u objetivos del partido que representa" (op. cit.: 312-313).

Carlos Menem logró desacralizar el espacio político inaugurado por la figura conciliadora, mística y siempre por encima de las internas del General (como se escribió arriba, esta figura de Perón se resquebrajó con su regreso en 1973 y su público enfrentamiento con la izquierda del movimiento). Con su inclusión en la lógica comunicativa de los medios masivos, Menem reforzó la videopolítica y terminó por secularizar la relación Estado-medios, característica de los precedentes gobiernos peronistas.

En el plano discursivo, Menem ya no se propuso encarnar los abstractos absolutos y las entidades imaginarias del discurso de Perón (la Patria, los Trabajadores, los Argentinos, el Pueblo), incluso hasta se esforzó por desarticular gran parte del imaginario simbólico del peronismo histórico. Como analiza Juan José Sebreli, "con el líder carismático desaparecía el otro sujeto del movimientismo, el ‘pueblo’, considerado como una unidad homogénea, como una entidad ontológica supraindividual" (2002: 437).

En sus campañas políticas para obtener la reelección presidencial se limitó a señalar las bondades del Plan de Convertibilidad, haciendo hincapié en las posibilidades de comprar electrodomésticos y automóviles en cuotas fijas y sin interés. Además, hizo de su vida privada y sus preferencias personales un rasgo distintivo de su personalidad política, fundiendo el hombre público con el privado.

Su habilidad para tratar con la prensa fue adecuada para un nuevo entorno en donde la palabra del líder político ya no era lineal, omnipresente y directa hacia el destinatario, sino más bien mediada constantemente por un periodismo tan fuerte como el poder político. Si el discurso de Perón se caracterizó por la alocución, el modelo de Menem fue el de la conversación. Como señala Silvia Tabachnik en su estudio "El menemismo en escena", la conversación es el género de interacción discursiva que Menem impuso como formato genérico dominante en el medio televisivo, desplazando las formas antagónico-argumentativas de la discusión mediante recursos como el sarcasmo, el comentario displicente, la apelación a todo tipo de fórmulas cristalizadas (clisés, lugares comunes) o sentencias pronunciadas como inapelables. Una operación recurrente de la estrategia discursiva de Menem fue "el uso frecuente de la autorreferencial como instancia última de legitimación de decisiones o actos de gobierno que comprometieron a la sociedad en su conjunto" (2002: 334).

El protagonismo de los medios audiovisuales y del periodismo impuso nuevas reglas discursivas a la comunicación política, a veces reduciendo la autonomía del poder político para decidir sus estrategias frente al electorado o a la opinión pública.

Una de las reglas más importantes, señaladas por Eliseo Verón, fue la referida al acercamiento de la mirada del espectador, un acercamiento que comenzó a ser privilegio de los periodistas en su rol de mediadores del discurso político (cuando no de operadores y hacedores). A excepción de la campaña oficial, "el político no me mira a los ojos sino de modo indirecto, a través del periodista. El contacto entre su mirada y la mía se verifica en el contexto de la interfaz política/información" (1998: 129). Estas nuevas reglas de mediación, aplicadas sobre el político que no dominaba por completo el proceso de enunciación audiovisual, lejos estuvieron de constituir un obstáculo contra la mencionada habilidad de Menem para relacionarse favorablemente con los medios como soporte discursivo.

La búsqueda de "fallas en la comunicación" como chivo expiatorio para suplir los errores en la gestión política fue una constante del radicalismo de Alfonsín (quien aludía no ser comprendido por los demás actores político-económicos y cuyo ministro de Economía Juan Carlos Pugliese pronunció la célebre frase "Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo") y de De la Rúa ("¡Qué lindo es dar buenas noticias!", anunciaba en uno de sus spots como presidente), que también se reiteró en el menemismo. El epítome de esta tendencia lo protagonizó el mismo De la Rúa cuando, luego de la reactivación de la causa judicial por sobornos en el Senado de la Nación para la aprobación de la Ley de Reforma Laboral en el año 2000, el ex presidente radical dijo que "en el programa de Tinelli empezó la crisis de mi gobierno." Como otrora, cuando el entorno del radical Arturo Illia responsabilizó en 1966 a la revista Tía Vicenta y sus caricaturas del Presidente por la caída del gobierno nacional.

Luego de su primer traspié electoral en octubre de 1997, el discurso televisivo por Cadena Nacional pronunciado por el ex presidente Carlos Menem la noche misma de la derrota de su partido omitió mencionar el resultado de los comicios. Menem sólo hizo referencia a los éxitos acuñados por su gestión, poniendo en evidencia el microclima político que el ex Presidente era capaz de generar para ponerse a salvo, a la vez que significaba un intento por despegarse del fracaso de Eduardo Duhalde quien reconoció ser "el padre de la derrota".

El Gobierno nacional evitó explicar el fracaso a partir de sus propias falencias y hasta llegó a buscar fundamentos en un supuesto déficit en la comunicación, dejando a las claras la importancia que su administración le concedía a las formas de expresión simbólica de su gestión.

"El riesgo de sustituir la política por la comunicación y por la imagen es un flaco servicio que se le hace a la política. Pero ignorar que la política es también diálogo, proximidad, simpatía mediática, hablar y escuchar al pueblo, también es un error" (Del Rey Morató, op. cit.: 154-155).

1.3. Referencias bibliográficas del marco conceptual e histórico

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2. Los hechos, los dichos, los actores

2.1. Antecedentes políticos de las elecciones presidenciales de 2003

El 19 de diciembre de 2001, cuando todos los medios esperaban que De la Rúa pronunciara su renuncia de un momento para el otro, mientras afuera de la Casa Rosada la agitación social iba en aumento; el ex presidente radical, luego de un silencio que no se condecía con la diligencia de la prensa, convocó a una conferencia para instar al justicialismo a "asumir el rol que la historia le demandaba" y se dignase a conceder su apoyo inmediato para un gobierno de coalición ante la emergencia nacional.

Como si de un discurso más se tratara, De la Rúa dijo: "Una pronta respuesta del justicialismo, sin embargo, es necesaria; no puede seguir el cuadro de violencia en la calle que arriesga situaciones más peligrosas". Desde el Congreso nacional el diputado Humberto Roggero, presidente del bloque justicialista, le hizo saber a De la Rúa que su partido no estaba dispuesto a ninguna clase de alianza de gobierno. "De ninguna manera el justicialismo va a prestar ni hombres ni nombres a ninguna política de co-gobierno en la República Argentina", fueron las definitivas palabras de Roggero. Así, el justicialismo le pasaba la factura al radicalismo que en 1976, mediante la figura de Ricardo Balbín, le hizo saber al gobierno peronista de Isabel que no tenía soluciones para evitar su inminente derrocamiento por los militares.

El gobierno de la Alianza poco había hecho para revertir la derrota electoral de octubre de 2001, la primera auditoría ciudadana a un gobierno que atravesaba la mitad de su período. "No perdimos porque no tuvimos candidatos" fue uno de los argumentos públicos de De la Rúa para no hacerse cargo de la derrota. El avance de poder de Eduardo Duhalde y la Unión Industrial Argentina (UIA) -el llamado "Partido de la devaluación"- resumida en la figura de Ignacio de Mendiguren, ya tenía un considerable tiempo de gestación. La renuncia de De la Rúa descomprimió parcialmente una situación política que de allí en más el peronismo encauzaría casi exclusivamente, sin otro contendiente que él mismo.

La frustración aliancista esparció en la opinión pública con más intensidad la idea de que la gobernabilidad de la Argentina es transversal al peronismo. "A la Argentina le está haciendo falta un liderazgo que no tuvimos desde 1999 en adelante, le está haciendo falta gobernabilidad. Esto es cualquier cosa menos peronismo", dijo Menem en referencia al gobierno de Eduardo Duhalde (13.02.2003, en Costa Salguero).

Un actor eje para esta idea fueron los sindicatos cuyos dirigentes, de origen justicialista, convocaron múltiples paros contra la gestión de Alfonsín en la figura de Saúl Ubaldini; se mantuvieron pasivos durante el menemismo a pesar de las privatizaciones y el sostenido crecimiento del desempleo, y retomaron su plan de acción con once paros que debilitaron el gobierno de De la Rúa y Domingo Cavallo, con un explícito llamado a la desobediencia civil promovida por el titular de la CGT disidente, el camionero Hugo Moyano: "¡Vamos a proponer, vamos a organizar la desobediencia civil, compañeros!", gritó en su sexto paro contra De la Rúa. De encabezar manifestaciones públicas, Moyano pasó inmediatamente a alzar las manos junto al nuevo presidente interino del país, Adolfo Rodríguez Saá. Con Duhalde, Jorge Remes Lenicov y la gestión del presidente de la Unión Industrial Argentina, se produjo una devaluación de la moneda nacional que por momentos rozó el 300% y afectó el poder adquisitivo de los salarios. Los sindicatos no ofrecieron oposición.

Presente o ausente (discursivamente ambas situaciones pueden tener el mismo poder de significación), el peronismo exige definiciones a quien gestione el Ejecutivo. Las tendencias centrífugas del justicialismo permiten que cíclicamente distintos sectores internos busquen la hegemonía del partido vinculando a sus designios el destino de gobiernos nacionales. En su interinato, Rodríguez Saá se quedó literalmente a oscuras cuando en la residencia presidencial de Chapadmalal un presunto boicot del peronismo bonaerense le habría cortado el suministro de energía eléctrica. Desde San Luis, en una renuncia presidencial transmitida en vivo y en directo con mala calidad de imagen, Rodríguez Saá acusó directamente al gobernador cordobés José Manuel de la Sota por conspirar.

Por entonces, De la Sota buscaba posicionarse como el candidato presidencial del PJ y en los pasillos de la Casa Rosada durante la presidencia del puntano llegó a decir ante la prensa que era un hombre muy joven, con ideas nuevas y ganas de gobernar el país. Pero el cordobés tuvo escasa proyección en las encuestas. Previamente, Duhalde había apostado a la figura de Carlos Reutemann, también tentado por el menemismo, quien rechazó ambas propuestas. El gobernador de Santa Fe contaba con una buena imagen ante el electorado. Incluso el FMI llegó a realizar observaciones positivas respecto de su capacidad de gestión.

"Soy peronista y como tal me siento bien en el poder, cómodo" fueron las palabras del justicialista misionero Ramón Puerta en su breve comandancia interina de la República. Corría diciembre de 2001. El poder político se licuaba al compás de las protestas populares y crecía la interna del único partido capaz de poner en regla la convulsión institucional. Con las puertas de la Casa Rosada casi en llamas, cada gobierno parecía tan efímero como enfurecidas eran las manifestaciones capitalinas, amplificadas por la omnipresencia de la prensa en cada esquina. La revista Veintitrés retrató en su tapa a Eduardo Duhalde con la banda presidencial aferrado al bastón, rodeado por manos que agitaban cacerolas en su derredor. El tiempo frenético de la calle, ¿marcaba el del poder político? ¿Eran los medios testigos de una agitación popular o autores simbólicos de un descontrol civil sostenido en el tiempo?

Amenazada la estabilidad del gobierno provisional e incluso su liderazgo en el peronismo bonaerense (que por las magnitudes del distrito electoral lo proyectaban al resto del país), Duhalde convocó a elecciones para elegir presidente y vicepresidente de la Nación para el 27 de abril de 2003, luego de un enfrentamiento entre la Policía Bonaerense y movimientos piqueteros que reclamaban la vigencia y ampliación de los planes sociales que subsidiaban a familias de desocupados.

El asesinato de los militantes piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán por acción de miembros de la Bonaerense en la llamada por algunos medios "masacre del Puente Pueyrredón" (26 de junio de 2002), fue minuciosamente retratado en una infografía que el diario Clarín reprodujo en primera plana a partir de una serie de fotografías que mostraban la ruta del homicidio y la actuación policial. Desde entonces, los medios dejaron de presentar a los piqueteros como la amenaza contra la civilidad para focalizar sobre la acción policial. Duhalde declaró más tarde que su peor día como presidente fue "en Avellaneda, en un enfrentamiento con la Policía, mataron a dos militantes sociales (los piqueteros Kosteki y Santillán). Fue muy duro. El peor día. Uno piensa en estos militantes sociales que podían ser yo cuando joven o cualquier chico con toda la energía de la juventud. Por suerte [sic], los autores están detenidos."

El adelantamiento de las elecciones presidenciales establecido por Duhalde (cuyo período presidencial debería haber finalizado el 10 de diciembre de 2003) dispersó un posible estallido de su liderazgo político y provocó una inmediata respuesta del entonces pre-candidato justicialista Carlos Menem quien repetía que, según los tiempos jurídicos de la Constitución Nacional, Duhalde debía completar el mandato trunco de De la Rúa, hasta diciembre de 2003.

Con este nuevo calendario electoral, Duhalde empezaba a marcar los tiempos de la política y presentaba para la estrategia del menemismo dos obstáculos:

  1. uno, de índole jurídica, según el cual para ocupar nuevamente la Presidencia de la Nación Menem debía aguardar el cumplimiento de un entero período presidencial de cuatro años, por lo que nunca podría ser designado antes de diciembre de 2003. Este argumento recibió varias críticas y contra-argumentos que argüían la finalización del período constitucional de De la Rúa desde el momento mismo de su dimisión.
  2. El otro obstáculo, de tipo electoral y no declarado públicamente por Menem, constaba en que el llamado a elecciones por parte de Duhalde era sólo para cubrir los cargos de presidente y vice, dejando intacto el Parlamento configurado en octubre de 2001, período delarruísta, con importante presencia del duhaldismo. Recién en diciembre de 2003 se renovarían efectivamente las bancas con lo que cambiaría el escenario de desequilibrio de poder que habría de enfrentar un eventual tercer gobierno de Carlos Menem. De vencer los comicios presidenciales de abril, Menem debería gobernar al menos hasta diciembre con un mapa político desfavorable, con clara hegemonía de Eduardo Duhalde.

El corolario de estos antecedentes políticos fue el Congreso Nacional Justicialista celebrado en Lanús el 24 de enero de 2003, cuando la mayoría duhaldista dentro del PJ logró sustituir la interna para afiliados (en la que el riojano tenía posibilidades de vencer) por un sistema de pseudo lemas que habilitó la candidatura de tres peronistas.

El electorado tendría en la elección tres candidatos de origen justicialista, con lo que Menem veía licuado la mayoría automática que podría ofrecerle el aparato del partido para vencer en la primera vuelta. Esta resolución motivó una presentación judicial por parte del apoderado legal de Menem con el objeto de declarar "nulo de nulidad absoluta" el Congreso. Tal pedido no prosperó en la Justicia Electoral.

2.2. Los operadores mediáticos, los operadores políticos

-Si gana, ¿va a acordar con Duhalde una convivencia?

-(Se ríe.) Le contesto con una frase de Maquiavelo:

la política es el arte de lo imposible [sic].

Carlos Menem, en entrevista con La Nación

4 de mayo de 2003

Antes y durante el período electoral aquí estudiado, los cuadros políticos de Duhalde y Menem negociaban la convivencia política de ambos bloques y el reparto de los espacios de poder. En el nivel de los medios de comunicación (la visibilidad de la política) la estrategia era emular un enfrentamiento irreconciliable. "Existe un pacto entre la señora Carrió y el presidente interino", declaró Menem en referencia a un acuerdo del Gobierno con el ARI (Alternativa para una República de Iguales) para desplazar a algunos miembros de la Corte Suprema de Justicia.

Aquella acusación pública del riojano desviaba la mirada de los medios fuera del foro en donde dialogaban ambas manifestaciones del peronismo. Ese sector era el no visible, cuya agenda política rara vez emerge a la superficie de los medios masivos. Desde fines de 2002, hombres de ambos sectores armaban la agenda política que, además de establecer el reparto de cuotas de poder, incluía pautas para el enfrentamiento discursivo durante la campaña, como la expresa consigna de no trasladar los discursos al terreno judicial.

Entre los operadores de Duhalde estaban José Pampuro (secretario general de la Presidencia), Juan Carlos Mazzón (secretario privado de Duhalde y desde varios años operador político clave de cualquier gobierno de signo peronista) y Eduardo Camaño (presidente de la Cámara baja). Por Menem actuaban Alberto Kohan y Eduardo Bauzá (jefes de campaña en la primera vuelta), Juan Carlos Romero (gobernador de Salta, candidato a vicepresidente y jefe de campaña en el ballottage), José Luis Manzano, Ramón Puerta (fuerte en el peronismo misionero y luego apoyado por Duhalde) y Miguel Ángel Toma (ex jefe del Servicio de Inteligencia del Estado). Mazzón y Eduardo Fellner fueron los encargados de lograr consensos entre los gobernadores del norte para lograr el apoyo a Kirchner. José Pampuro, mientras tanto, operaba en el ámbito de los intendentes duhaldistas de la provincia de Buenos Aires.

Los equipos de gestión política permanecen invariables por períodos más extensos que los exhibidos en los medios de comunicación o el aquí llamado ámbito de la visibilidad. Territorialmente, la acción política se subdivide en regiones de alianzas y lealtades que permite a los candidatos establecer sus hegemonías electorales más allá de los gobiernos que se sucedan. En el caso de Menem, si bien luego de la primera vuelta los medios anuncian la renuncia de Kohan y Bauzá a la jefatura de campaña (lo que dio lugar al ascenso de Romero), ambos continuaron operando para el menemismo: Kohan con contactos muy importantes en el sector empresarial y Bauzá como hacedor de acuerdos políticos.

Iniciado el camino hacia el ballottage, Menem declaró ante los medios que había designado a Ángel Maza (gobernador de La Rioja) como el encargado de negociar con los gobernadores los nuevos acuerdos políticos de cara a las elecciones del 18 de mayo. Maza era el rostro del menemismo en La Rioja, pero fuera de ese territorio no tenía la capacidad de operación que demostró otro encalve político de Menem: el mismo Romero. Estos dos gobernadores (Maza y Romero) fueron los actores políticos del menemismo que durante el proceso electoral estudiado se movieron como operadores para garantizar el tejido del poder político en el norte.

El miércoles 7 de mayo, una semana antes de la renuncia de Menem y mientras los medios ya comenzaban a difundir la enorme ventaja en sondeos a favor de Kirchner (la consultora Equis de Artemio López, elegida por el oficialismo, difundió una diferencia de 58,5% contra 21,7%), Romero planificaba un viaje a Córdoba y la región del norte, mientras Menem se concentra en los distritos de la provincia de Buenos Aires, bastión electoral de Kirchner, en donde el menemismo se encontraba disperso desde el 27 de abril en desencuentros protagonizados por Alberto Kohan, Alberto Pierri y Luis Patti. El gobernador de Salta, con importante hegemonía política en el noroeste, era una figura política que se presentaba como el lazo de Menem con importantes sectores del poder político federal.

En el caso del gobernador tucumano Julio Miranda, meses antes de las elecciones presidenciales, los medios en conjunto pusieron su atención sobre los casos de desnutrición infantil de la provincia norteña. El caso icónico lo representó una niña que con su guardapolvo escolar y su mochila dijo ante las cámaras que no se alimentaba todos los días y luego comenzó a llorar. De inmediato, la pequeña fue entrevistada por varios medios audiovisuales.

El periodista Jorge Lanata viajó hasta Tucumán para transmitir su programa en vivo y en directo desde un hospital provincial. El gobernador fue duramente calificado por los editorialistas de la prensa, quienes vinculaban el hambre de la población con los elevados gastos políticos del aparato clientelista tucumano.

En poco tiempo, mientras los medios agotaban sus espacios con informes especiales sobre el hambre en Tucumán, el presidente Duhalde envió a su esposa hasta la provincia para implementar un plan de ayuda alimenticia que lograra frenar el proceso de desnutrición. Con micrófono en mano "Chiche" Duhalde reportaba periódicamente su estadía en el norte ante las cámaras. Aquel gesto político del presidente dejó en claro que el gobernador Miranda era un actor clave para su estrategia política y que nadie debería entrometerse con su figura. A pesar de que el santacruceño perdiera en Tucumán por tres puntos ante la fórmula Menem-Romero, Miranda y el candidato a gobernador del oficialismo tucumano, José Alperovich, pusieron a disposición de Kirchner (de Duhalde) la maquinaria del Estado provincial.

Para los medios de comunicación, especialmente la televisión, los representantes visibles de ambos sectores del peronismo eran, en el caso del Frente por la Lealtad: el diputado y sobrino de Carlos Menem, Adrián Menem, defensor de su tío en cuanto foro televisivo se discutiera el pasado del riojano; el hermano del ex presidente, Eduardo Menem; la diputada por La Rioja Alejandra Oviedo y el ex comisario e intendente de Escobar, Luis Abelardo Patti, cuya plataforma política como candidato a la gobernación de Buenos Aires hacía hincapié casi exclusivo en la seguridad pública, la delincuencia y la objeción a los llamados jueces "garantistas", quienes juzgarían a favor de los derechos del delincuente y no de la víctima. A favor de Menem, Patti argumentaba irregularidades electorales en la primera vuelta, la sustracción de boletas y hasta sugirió que el riojano no se presentase en los comicios para evitar convalidar un fraude.

Desde el sector de Duhalde, las batallas mediáticas las libraba el diputado nacional y presidente del bloque justicialista en la Cámara Baja, José María Díaz Bancalari, uno de los promotores públicos de la división del justicialismo en tres pseudo lemas electorales, acto formalizado en el Congreso Nacional Justicialista de Lanús realizado el 24 de enero de 2003.

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