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La crisis del empleo de los jóvenes (Parte II) (página 5)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Levántate y anda. Apaga la tele. Desconecta el MP3. Date de baja en Facebook. Abandona el Twitter. Deja de enviar SMS. No recargues el móvil… Patea algún culo, aunque sea el equivocado. Revélate. Toma la calle. Manifiéstate. Tira piedras… Toma la Bastilla, asalta el Palacio de Invierno, revive el espíritu de mayo del 68…

Mientras te lo piensas, intenta contestar alguna de las siguientes preguntas, trata de reflexionar sobre alguna de las siguientes frases y actúa en consecuencia (ojalá). Te guste o no, tú heredaras el mundo. Que sea igual, peor o mejor, está en tu mano.

Nuestra generación fracasó (a las pruebas me remito), intenta que tus hijos no piensen lo mismo de la vuestra. De no ser así, sólo les quedará esperar el final del final…

¿Qué tan lejos puede llegar la desigualdad antes de que el sistema se derrumbe?

¿Es imaginable otro escenario posible?

¿Existen algunas medidas de prevención económica?…

Antes que sea demasiado tarde.

Tal vez haya que elegir caminos de heterodoxia.

Tal vez haya llegado el fin de la era de los simulacros cosméticos, máscaras y prótesis.

Tal vez estemos ante el fin de la economía de las siliconas.

Un ciclo que toca a su fin.

El fin de las promesas ficticias.

El fin del reino de lo homogéneo y simultáneo.

El fin de los "teoremas asesinos" de los Organismos Financieros Internacionales.

El espectáculo debe terminar.

Es imposible negar la miseria que crece en medio de la abundancia.

Es imposible no sentir el silencio de las víctimas.

¿Puede existir la liberación con exclusión?

Habrá que optar entre el hombre y el instrumento, entre la innovación y la tradición, entre lo nuevo y lo perdurable.

Habrá que optar por reconducir al capitalismo antes que muera de sobredosis… Si aún es posible.

Ni Wall Street, ni Silicon Valley, ni Hollywood, son los personajes de la Historia, es el hombre, y a él se debe responder…

Tal vez todo sea cuestión de cambiar una economía de cabotaje por una economía de altura…

Por mucho que la escenografía quiera tapar la realidad, cuando el móvil deje de ser el corazón de la información, cuando la vida cotidiana sea algo más que un SMS, cuando tus pensamientos puedan ir más allá del Twitter (140 caracteres), no heredarás el viento (humo).

Desde tu insignificancia (la levedad del ser), pero también desde tu grandeza (la fuerza del sujeto activo) podrás ayudar a evitar la "cadena de errores" (las alarmas no saltan hasta que ya es demasiado tarde). La derrota del pensamiento no es generalizada, y el triunfo de la barbarie todavía no es efectivo.

También los enemigos persisten y siguen siendo los mismos: los promotores del orden tal cual es. El objetivo sigue siendo indefectiblemente nietzscheano: "Castigar la estupidez". De otro modo, ésta triunfará en forma absoluta, hasta el punto que los autoritarismos de antaño parecerán opacos y pálidos en comparación con los que habrán logrado sojuzgar los cuerpos, pero también, y sobre todo, las almas.

Hay que hacer una revolución copernicana, terminar con el sometimiento de los hombres a la economía liberal y a su locura generalizada, para someter a la economía a un proyecto de vida en común. No ya servir al capital, sino poner este a disposición de los hombres. El triunfo del capitalismo determinó la muerte de lo político y de la política a favor de un elogio simple y llano de la técnica de la administración de los hombres como bienes.

Todo prolegómeno al reencanto del mundo pasa por esta revolución copernicana: terminar con esa religión de la economía que hace del capital su Dios, y de los hombres vulgares fieles moldeados a su voluntad. De modo que hay que promover un ateísmo en esta materia, al menos un confinamiento de la economía al único registro de los medios, y no de los fines. Debe estar al servicio y no exigir que se la sirva. Para que esto ocurra, debe someterse a lo político; desde hace demasiado tiempo, la política actúa como sirvienta de la economía.

Y tú joven amigo (mientras) inmóvil, paralizado, clavado como un insecto a un corcho, estás al completo servicio de un orden en el cual no tienes opción. Busca el sentido…

Esperando el estallido social (la hora de los "justos")

Cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás… (*)

(*) (De la letra del Tango "Yira, yira" de Enrique Santos Discépolo)

Estimado joven amigo: Según dicen los libros de Historia (es que a los viejos nos gusta la Historia)… ya en proceso de desatarse la revolución francesa, cuando la gente del pueblo, a falta de harina y trigo, fue directamente a Versalles a encarar a la Reina, ésta habría respondido con la frase: "Que coman pasteles" (Qu"ils mangent de la brioche), lo que causó un gran enojo en el pueblo, algo que sólo ayudó a odiar más a María Antonieta.

Hay muchas versiones que señalan por qué María Antonieta habría dicho aquello. Sin embargo, el filósofo Jean-Jacques Rousseau dice que la frase no provino de ella, sino de otra reina María Teresa de Austria (esposa de Luis XIV); la frase original era "S'il ait aucun pain, donnez-leur la croûte au loin du pâté" (Si no tienen pan, que les den el hojaldre en lugar del paté. "Pâtè en croûte"), pero para muchas personas María Antonieta fue la que dijo esa frase, que en cierto sentido ha sido analizada y reconocida por todo el mundo…

El 10 de agosto (1792) se produce la insurrección. Las Tullerías son asaltadas, el Rey se refugia en la Convención, que vota su suspensión provisional, y ambos son internados en el convento de los Feuillants. Al día siguiente, la familia real es transferida a la prisión del Temple. Allí moriría, casi dos años más tarde, su segundo hijo varón, a los 10 años de edad, conocido como Luis XVII, aunque por supuesto nunca reinó. Durante las matanzas de septiembre, la princesa de Lamballe, víctima simbólica, es salvajemente asesinada y su cabeza se exhibe en la punta de una pica, paseándola por delante de las ventanas tras las que se hallaba María Antonieta. Poco después, cuando ya la guerra ha empezado, la familia real queda retenida por la Convención. A principios de diciembre, se descubre el "armario de hierro" en el que Luis XVI guarda sus papeles secretos. El proceso, a partir de ese momento, es inevitable.

El 14 de agosto de 1793, María Antonieta es puesta a disposición judicial ante el Tribunal revolucionario, presentándose como acusador público Fouquier-Tinville. Si en el juicio de Luis XVI se había intentado guardar las apariencias de una cierta equidad, no se hizo así con el proceso a María Antonieta. El dossier se prepara a toda prisa; es, a todas luces, incompleto, Fouquier-Tinville no logra encontrar todos los documentos de Luis XVI.

María Antonieta es condenada a la pena capital el 16 de octubre, dos días después del inicio del juicio, acusada de alta traición. De madrugada escribe una carta a Madame Isabel, la hermana de Luis XVI:

"Acabo de ser condenada, no a una muerte honrosa, que se reserva para los criminales, pero voy a reunirme con vuestro hermano".

Al mediodía del día siguiente María Antonieta es guillotinada, sin haber querido confesarse con el sacerdote constitucional que le habían propuesto. Fue enterrada en el cementerio de la Madeleine, calle de Anjou-Saint-Honoré, con la cabeza entre las piernas. Su cuerpo fue exhumado posteriormente el 18 de enero de 1815 y transportado el 21 a Saint-Denis.

Frases relevantes en sus últimos momentos

• Días antes de su muerte, después de que su marido fuera ejecutado, sus hijos arrancados de su lado, el Delfín manipulado para acusarla de estupro, y completamente sola, en su prisión María Antonieta se golpeó la cabeza contra una viga del techo haciéndose una herida que no paraba de sangrar. La todavía reina no se quejó. Ante la pregunta de uno de los guardias: "¿Os habéis hecho daño?", María Antonieta contestó: "No, ahora ya no hay nada que pueda hacérmelo".

• Vale la pena recordar uno de sus momentos más estremecedores cuando supo el descuartizamiento cruel y sangriento de su leal amiga María Luisa de Saboya-Carignan, princesa de Lamballe, quien fuera salvajemente asesinada en la prisión de la Force, el 3 de septiembre de 1792, y su cabeza peinada y empalada fue desfilada por las calles entre risas y gritos salvajes.

• El día de su ejecución, mientras el pueblo entero la abucheaba e insultaba, María Antonieta se tropezó subiendo al cadalso y pisó al verdugo que estaba a punto de guillotinarla. La reina le dijo: "Disculpe señor, no lo hice a propósito".

Decía en "Los "animales" modelo" – (Paper publicado el 5/2/06):

Cuando la violencia es el mensaje

Hace alrededor de cuarenta años, los jóvenes bullían por el mundo -hoy aquí, mañana allá- pugnando por romper el cemento que cuajó tras el horror de la Segunda Guerra Mundial y el miedo a la Guerra Fría. La década de los 60, aquella década prodigiosa, trajo las protestas estudiantiles, la lucha por los derechos civiles y el rechazo de la guerra de Vietnam en los campus y en las contagiosas calles de los Estados Unidos. Los jóvenes disidentes pugnaban por quebrar en Praga y en más sitios el granito de las dictaduras comunistas. Fueron los años de la contracultura en la Costa Oeste y de los adoquines de mayo en París. La música trajo el pacifismo, la ilusión de las drogas y del amor libre. Florecieron las comunas, las formas de vida y de organización alternativas, y se alzó la canción, y el cine, y el teatro de protesta y de denuncia.

¿Qué queda de todo aquello? Queda bastante, porque las corrientes de cambio impregnaron la vida cotidiana de la gente. El cambio tuvo la paradoja de integrarse tanto en los nuevos usos que desapareció como fuerza distinguible. "El sida y las calaveras del caballo y de los narcos fueron imprevistas resacas dolorosas de las noches de vino y flores" (dice Manuel Hidalgo – El Mundo – 9/12/05). El sistema decidió que ya había habido un reparto suficiente de libertades personales y de conquistas colectivas. Hoy hay más democracia que entonces, es verdad, pero el triunfo del mercado y del consumo, unidos diabólicamente a la inseguridad económica y al pánico al desempleo, han echado el cerrojo al espíritu del cambio. Sobran nuevos motivos para el surgimiento de otra generación revoltosa, pero, de momento, prima el instinto de conservación frente al afán de ruptura. Por poco tiempo, creo…

Todos tuvimos siempre una impresión maravillosa de Francia, una admiración por su cultura y su democracia, aún antes de visitar París y de conocer algunos de sus barrios no digo que deprimidos pero sí populares. Supe entonces que no todo París son los Champs Élysées, y eso se ha hecho hoy notorio gracias a la asonada de las zonas pobladas por inmigrantes (aunque pertenezcan a inmigrantes ya con muchos años en Francia), en las que la discriminación social y racial han finalmente eclosionado en disturbios en los que predominan la cólera y el descontento. No era, ya lo suponíamos, oro todo lo que relucía. Francia va a tener que aprender de verdad, o de nuevo, la tolerancia y la igualdad, la libertad y la fraternidad que parecía que sus habitantes habían dejado sólo para el himno nacional. Nada justifica los desmanes, pero son en definitiva una campanada, una voz de alerta para este país maravilloso. Los marroquíes, los moros, los negros, los latinos, los pobres en definitiva, deberán ocupar el lugar que se merecen como seres humanos.

Si no es así, y rápido, los coches seguirán ardiendo. Y luego sabe Dios que más…

Las huelgas generales, las letales olas de calor, los juicios a colaboradores nazis…, les parecen legítimos y suficientes motivos a un inglés para dar rienda suelta a su regocijo en su fuero interno…por la sencilla razón de que no resulta probable que sucedan en su propio suelo. A propósito de los recientes disturbios acaecidos en Francia, las chanzas y burlas sobre las barriadas en llamas son omnipresentes y, por las conversaciones de algunos, cabría pensar que tal cosa resulta efectivamente inimaginable en suelo inglés. Pero ha ocurrido: hace tan sólo cuatro años, tres localidades del norte de Inglaterra -en especial Bradford- presenciaron disturbios a gran escala. Las tensiones entre británicos blancos y de color -que representan uno de cada ocho residentes en Gran Bretaña- siguen siendo potencialmente explosivas. Como para dar fe de tal afirmación basta señalar la reciente apertura del juicio a dos hombres acusados del asesinato, en el año 2004, del estudiante de bachillerato Anthony Walter, de 18 años, en Huyton, Merseyside, que falleció porque el miembro de una banda le hundió el filo de un hacha en la sien. El muchacho estaba esperando el autobús en una parada en Huyton cuando un grupo de jóvenes blancos los acosaron a él, a su novia y a su primo. Los tres, para evitar complicaciones, se desplazaron a una parada cercana, pero sus acosadores los siguieron y atacaron bárbaramente a Anthony. Paul Taylor ya se ha declarado culpable de su asesinato. El fiscal sostiene que él y su amigo Michael Barton decidieron perseguir y dar alcance a Anthony Walter y a su primo "por ninguna otra razón que el color de su piel".

¿Hasta qué punto se halla extendida la violencia de carácter racial en Gran Bretaña?

Según el Crown Prosecution Service -departamento gubernamental que entiende de delitos penales y actúa bajo la supervisión de la fiscalía general-, la cifra de delitos debidos a odio racial en Inglaterra y Gales ha aumentado notablemente en el año 2005. El CPS ha denunciado a 4.600 personas por tales delitos de carácter penal entre marzo del 2004 y marzo del 2005, cifra que representa un aumento de un 29% sobre el año anterior. Pero la violencia no es el único problema. Al igual que en Francia, existen indicios de que las comunidades de color instaladas desde hace mucho tiempo en Gran Bretaña se hallan sometidas a una segregación no oficial, así como a la discriminación en el mercado de trabajo y al acoso policial. Trevor Phillips, responsable de la Comisión por la Igualdad Racial, advirtió que "ciertos distritos de ciudades inglesas van de cabeza hacia su pronta conversión en guetos"…

"Estamos contentos… ¡Qué bien se vive en el suelo!"

¿Cuántas personas podrían decir lo mismo?

La bomba atómica lanzada sobre Hiroshima destruyó 62.000 hogares. Las inundaciones provocadas por la rotura de los diques que separan la ciudad del lago Pontchartrain han desplazado o dañado irreversiblemente más de 200.000 viviendas del área metropolitana de Nueva Orleáns. Han sido arrasados por el agua los barrios marginales donde se concentran los afroamericanos más pobres: San Bernardo, Lafitte o Seventh Ward, pero también los barrios de los negros de clase media, Pontchartrain Park o City Park. Tampoco se han librado las mansiones de la alta burguesía blanca, expulsada de sus confortables casas de Lakeview o Lake Shore -tan sólo el 28% de la población de Nueva Orleáns es de raza blanca, frente a un 67% de ciudadanos afroamericanos-.

El paso del "Katrina" fue demoledor. Los muertos "oficiales" dejaron de contarse el 1 de octubre, cuando el Departamento de Salud declaró 1.067 fallecidos. Pero sigue habiendo decenas de personas buscando a familiares desaparecidos, 6.000 en total. Lo cierto es que el desbordamiento de las aguas del lago Pontchartrain y la destrucción de los barrios del este de la ciudad ha sido la causa del mayor éxodo producido en el interior de los EEUU. De los más de 1.300.000 habitantes de la gran Nueva Orleáns metropolitana, un 80% de almas tuvo que abandonar su hogar. Aunque el drenaje ha concluido, gran parte de esos residentes sigue sin regresar tres meses después, porque el agua, la electricidad y el gas no han sido aún restablecidos…

"Se diría que el ser humano puede soportarlo todo", escribió William Faulkner. "Incluso somos capaces de sobreponernos a la idea de que ya no nos será posible soportar más dolor"…

El edificio donde Faulkner escribió "La paga del soldado" es hoy una mítica librería cerrada por los destrozos del "Katrina". Algún muchacho guatemalteco o mexicano, transportado al Mississippi en busca de un sueño, arreglará el tejado de la casa en la que un día vivió el gran escritor del sur norteamericano.

Creamos nuestro Godot, que nunca va a venir. Le tenemos miedo, le veneramos, no queremos que nos abandone, nos humillamos, doblamos hasta renunciar a nuestra esencia sólo para apaciguar nuestro miedo por el futuro y no sentirnos abandonados en un vacío existencial.

Lo malo es despertar…

Así y todo, el único modo de orientarse en el porvenir es hacerse cargo de lo que ha sido el pasado cuyo entorno es inequívoco, fijo e inmutable.

Parafraseando a Henry George, podríamos acercarnos a la certeza de que "la pobreza que, en medio de la abundancia oprime y embrutece a los hombres y todos los males que de ella se derivan, nacen de la negación de la justicia".

Los acontecimientos de Londres, Nueva Orleáns y París, ocurridos durante el año 2005, puede que, para ciertos analistas y más aún para el público general, no tuvieran ninguna relación "aparente" y menos aspectos vinculantes.

Con toda humildad, intentaré establecer algunas afinidades, cierta correspondencia, encadenamiento, connotación, y por sobre todo una clara "igualdad" entre quienes los han provocado y/o padecido. A lo peor, puede servir como "alerta previa" ante próximos sucesos violentos…

"Low cost" (De los bolsones de "pobreza "a los bolsones de "odio")

Lo más sorprendente de estos sucesos es que hayan sorprendido tanto.

Lo único novedoso es la "ferocidad, que irá a más, si nadie se ocupa de reparar las causas.

Dos Inglaterras (la rica y el resto), dos Estados Unidos (el rico y el resto), dos Francias (la rica y el resto)…sólo pueden engendrar la "rebelión de los miserables".

Si desean pueden modificar la frase anterior sustituyendo la "rica" por la "blanca", el resto sigue igual, y los resultados serán los mismos…

En todos estos países (puede extenderse a la Unión Europea) existe segregación económica, territorial y étnica.

La "integración" (francesa) falló, la "multiculturidad" y el "comunitarismo" (inglés, norteamericano u holandés) falló. Los inmigrantes de segunda o tercera generación (en Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, Bélgica…) siguen siendo siempre "los otros" y los negros de "enésima" generación (en Estados Unidos) siguen siendo siempre "esclavos".

Ni Bush (el texano tóxico), ni Chirac (el megalómano), ni Blair (el chambelán), ni Villepin (el aristocrático), ni Sarkozy (el converso), supieron (quisieron?) escuchar "los gritos del silencio".

Ninguno de ellos supo (quiso?) ver los almacenes consentidos de la miseria, donde la gente de "bajo precio" habita.

Le Monde ha recordado en un editorial una frase de François Mitterrand, pronunciada en 1990, que retrataba ya la situación: ¿Qué puede esperar un ser joven que nace en un barrio sin alma, que vive en un edificio feo, rodeado de otras fealdades, de muros grises sobre un paisaje gris para una vida gris, con toda una sociedad a su alrededor que prefiere girar la mirada y que sólo interviene cuando hay que enfadarse, prohibir?

Éste es ahora el caso…

Las distintas "fórmulas" de explosión social espontánea utilizadas resultan una advertencia de los peligros que se ciernen sobre todos nosotros.

En las sociedades complejas, interdependientes, globalizadas, todos los ciudadanos sin excepción están a merced de fuerzas económicas que no pueden controlar y necesitan y exigen protección del Estado.

No es un problema de integración, sino de promoción.

El hedonismo desalmado, la práctica de la deslocalización industrial, la competitividad y el librecambio, provocan la escasez de empleos de media y baja cualificación, que contribuyen a crear familias y grupos sociales estables.

Primero la desesperación, luego la cólera y finalmente…la violencia.

Lo explica muy bien Albert Camus en El Hombre Rebelde ¿Qué es un hombre rebelde? Es un hombre que dice no. Y se niega, no renuncia: es un hombre que dice sí.

Un esclavo que ha recibido órdenes toda su vida -sigue razonando Albert Camus- de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato ¿Cuál es el contenido de este no?

Habrá que saber escuchar para saberlo…

Tanto por las "penas y olvidos" del "Katrina", como por su reciente muerte, últimamente he recordado con frecuencia a Rosa Parks.

Nacida en Alabama, esta costurera se convirtió en una importante figura para la defensa de los derechos civiles en Estados Unidos. En 1955 se negó a cederle su asiento del autobús a un blanco, como dictaba la ley de la época, lo que concluyó con su encarcelamiento. Su historia puede leerse de primera mano en "My life", su autobiografía.

Aquel jueves de diciembre ella ni siquiera tenía que estar es ese autobús. En 12 años, Rosa Parks siempre había respetado una norma que ella misma se había impuesto tras ser empujada fuera de un autocar por James Blake, un conductor de Montgomery que insultaba a los negros y les obligaba a bajar, después de haber pagado, para entrar por la puerta trasera mientras él pisaba el acelerador. En 1943, Parks, una costurera activista de pocas palabras, se había resistido al rito humillante -otro más en la Alabama de mitad de siglo, racista por ley y abusona por tradición-, y aquel conductor la había arrastrado del abrigo y forzado a salir del autobús. Fue el mismo día en que, por ser negra, le negaron por segunda vez su derecho a registrarse para votar.

Desde entonces, Rosa acostumbraba a fijarse en el chófer y, si vislumbraba la piel ajada y el lunar junto a la boca de Blake, esperaba el siguiente autobús o iba andando. Nunca se había despistado. Hasta el 1 de diciembre de 1955 cuando, a la salida del trabajo en unos grandes almacenes, la modista subió a la línea de Cleveland Avenue. Se dio cuenta tarde de quién estaba al volante. Resignada a compartir espacio con uno de los blancos más despiadados de Montgomery, se sentó en una de las filas de la mitad de vehículo. Según la ley de Alabama, las 10 delanteras se reservaban a los blancos y, aunque no hubiera ningún pasajero de ese color, debían quedar libres; las 10 últimas se dejaban a los negros, y las 17 intermedias dependían del conductor. Cuando en la parada del cine Empire, un hombre blanco se quedó de pie, Blake gritó a Rosa y a los otros tres viajeros negros sentados en medio que se levantaran. Mientras los demás obedecían en silencio, ella sólo se corrió hacia la ventanilla y miró la cartelera del "western" que proyectaban enfrente, "A Man Alone" (Un hombre solo). Cuando Blake se enfrentó a ella y la amenazó con el arresto. Rosa contestó su célebre y digno "You may do that" (tú podrías hacerlo).

"La gente siempre dice que no dejé mi asiento porque estaba cansada, pero no es verdad", contaba Rosa Park en su autobiografía, aunque se tiene una imagen de mí entonces como la de una anciana. Tenía 42 años. No, de lo único que estaba cansada era de ceder".

Aquellas horas de detención, con una multa de 10 dólares y otros cuatro por los costes legales de recurrir la condena, desencadenaron un boicoteo de los autobuses de Montgomery de más de un año que hizo casi quebrar a la compañía (el 60% de sus clientes eran negros) y una batalla legal que terminó en el Tribunal Supremo, que ilegalizó la segregación en el transporte público desde el 20 de diciembre de 1956.

"Ahora sí que se han metido con la persona equivocada", dijo una joven de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP), en sus siglas en inglés), tras el arresto de Parks.

La lección que puede sacarse es que a menudo los débiles y los vulnerables tienen cosas útiles que enseñar a los fuertes.

Avanzando un poco más, Günter Grass en Mi Siglo, nos dice: "A veces, aunque con retraso de decenios, incluso ganan los que tiran piedras"…

"Despertares abruptos" producto de la falta de esperanza, dignidad y justicia.

El ascensor social no funciona. "Out of order".

Ante la fractura social, los líderes (apócrifos) de turno (rapacidad y ambición: pura ansia de poder) sólo atinan a proclamar la "tolerancia cero". Aunque -tal vez-, estos indocumentados conservadores compasivos, sean los "auténticos" terroristas.

¿Declararán la rebelión de los miserables como el eje del mal?

¿Revelarán que las manifestaciones violentas son un arma de destrucción masiva?

¿Invadirán las zonas de la revuelta?

¿Lanzarán bombas con uranio empobrecido a los pobres sublevados?

¿Les arrojarán explosivos con fósforo blanco a los invisibles de la Tierra?…

Para concluir, desearía recurrir a una magnífica frase de Charles Maurice de Talleyrand:

"Un descontento es un pobre que piensa"…

Cartas dirigidas a los "agitadores forasteros": "We shall overcome" (venceremos). "Los oprimidos no pueden seguir siendo por siempre víctimas de la opresión"

(El siguiente Apartado fue escrito el 28/8/13, en homenaje e invocación a M.L. King)

edu.red

Ha pasado medio siglo desde que un reverendo baptista revolucionara el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Se enfrentó a una multitud reunida en Washington, en la Marcha por la Libertad y el Trabajo, que reunió a más de 250.000 personas y ante las que pronunció sus palabras más recordadas. El sueño de Martin Luther King Jr. todavía no es una realidad plena, pero atrás quedaron los momentos más oscuros de la historia afroamericana.

En el país de la libertad de los años 50, los estados sureños todavía aceptaban leyes segregacionistas extremadamente rígidas. Los restaurantes, los colegios públicos y los autobuses estaban marcados por regulaciones que prohibían la mezcla de personas de raza blanca y raza negra. Bajo el lema "separados pero iguales" se ponía en práctica la discriminación contra las minorías de forma legal y socialmente aceptada.

Un hombre, el pastor baptista Martin Luther King Jr. , se puso al frente del Movimiento por los Derechos Civiles y con la no violencia como filosofía, inspirado por el pensamiento de Thoreau, logró lo que nunca antes había conseguido: que los negros fueran sujeto de los mismos derechos que los blancos.

Fue uno de los seis organizadores de la Marcha sobre Washington por la Libertad y el Trabajo el 28 de agosto de 1963, que concentró a miles de personas y atrajo cientos de negros de los estados más afectados por la discriminación como eran Mississippi, Georgia o Alabama. Bob Dylan y Joan Baez tocaban de fondo, pero el himno que se tarareaba era We shall overcome (venceremos).

King lideró a la masa desde el obelisco monumento a Washington hasta el Memorial Lincoln, donde dio su emblemático discurso. Un discurso que le salió del corazón, pues como ha explicado recientemente uno de sus asesores, Wyatt Walker, no era el que habían planeado. De hecho, Walker le aconsejó que no mencionara el sueño, pues "sonaba muy cliché". Sin embargo, el pastor habló a los manifestantes como en uno de sus sermones de domingo en la Iglesia. Y sus palabras llegaron.

El presidente de entonces, John Fitzerald Kennedy, considerado también uno de los grandes oradores y líderes de la historia contemporánea estadounidense, instó al Congreso a promulgar la ley de derechos civiles, donde la raza no tenía cabida como condición diferenciadora. Sin embargo no llegó a verlo. Tres meses después de la multitudinaria concentración, moría de un disparo en Dallas. Fue su sucesor, Lyndon Johnson, quien aprobó la Ley de Derechos Civiles en 1964 y la Ley de Derecho al Voto en 1965.

Aunque la Marcha sobre Washington reveló la necesidad de un cambio fundamental en la sociedad y la política estadounidense, y poco a poco la opinión pública comenzó a defender estos ideales, el pastor King fue muy criticado y acusado de defender ideas comunistas. Terminó sus días defendiendo aquello en lo que creía. Mientras preparaba el discurso que daría en una de sus intervenciones, fue asesinado en un hotel de Memphis en 1968, a la edad de 39 años. Cuatro años antes había recibido el Premio Nobel de la Paz.

El desarrollo en la desigualdad

La elección de Obama como presidente de los Estados Unidos bien podía ser algo que habría soñado Luther King. Cincuenta años después de sus palabras, un presidente afroamericano gobierna el país más poderoso del mundo. Y sin embargo, todavía hay mucho que hacer por la defensa de las minorías.

Durante sus dos legislaturas, Obama ha evitado siempre hablar de temas raciales, y se ha centrado en su lucha por la desigualdad económica de todos los estadounidenses. Pero si se indaga un poco más en ello, se puede observar que las cifras de aquellos más necesitados apuntan sobre todo a los negros. Y es que, según el mandatario demócrata, el progreso hacia la igualdad racial pasa por la igualdad económica.

Una de las asesoras de Obama y amiga cercana, Valerie Jarrett, declaró para el diario estadounidense The Washington Post, que "si se miran los datos de pobreza y desempleo, estos afectan desproporcionadamente a la gente de color. La gente sin seguro sanitario es un número también desproporcionado de esta raza. Hay un solapamiento inevitable en intentar conseguir una igualdad racial e intentar crear un mayor poder económico".

Este mismo diario señala datos preocupantes: mientras que la tasa de paro para blancos y negros en los años 50 era de un 5% y un 10.9% respectivamente, de acuerdo con el Instituto de Política Económica, medio siglo después las cifras no han mejorado. Hoy en día, el porcentaje de negros desempleados sigue siendo el doble que el de personas de raza blanca.

Sea como sea, aunque la sociedad estadounidense todavía tiene retos que afrontar y superar, esta semana el gigante americano tendrá una razón para celebrar lo que ocurrió hace medio siglo: los negros ignorados del sur se convirtieron en ciudadanos reales con derecho a voto.

– Lecciones de desobediencia civil: Carta desde la cárcel de Birmingham (Blog de Luis del Pino – Libertad Digital – 19/1/12)

Quizá las palabras más famosas de Martin Luther King sean las de aquel conocido discurso que lleva por título "I have a dream", tengo un sueño. Pero hay una carta escrita por aquel gran hombre que, aunque no tan conocida, resume infinitamente mejor todo su ideario.

Se trata de una auténtica lección magistral sobre desobediencia civil, sobre los cómos y los porqués del movimiento de resistencia pacífica que Martin Luther King lideraba. La escribió en 1963 mientras estaba encarcelado en la prisión de Birmingham, Alabama, como resultado de su participación en las protestas contra la discriminación racial en los comercios de aquella ciudad del Sur de los Estados Unidos.

La idea de la carta surge como respuesta a la declaración pública que algunos religiosos de la localidad efectuaron, en la que instaban a poner fin a las manifestaciones. El líder de los derechos de los negros consiguió sacar su respuesta de la cárcel a través de sus abogados, que se encargaron de que se publicara. En la carta, Martin Luther King -que era pastor protestante- le dio un espectacular repaso a los pastores, obispos y rabinos firmantes de aquella declaración pública. Y, de paso, nos dejó un auténtico tratado sobre táctica, estrategia y fundamentos teóricos de los movimientos de lucha por los derechos civiles.

No hay aspecto relacionado con los movimientos cívicos que en la carta no se toque: las fases de la acción no violenta, la necesidad de la provocación pacífica, el carácter letal del fuego amigo, la respuesta a las acusaciones de extremismo, el derecho a la objeción de conciencia frente a las leyes, la actitud de la Iglesia ante las injusticias sociales… Martin Luther King utiliza una prosa llena de lógica y de imágenes poderosísimas para transmitir un mensaje fundamental: la injusticia no puede triunfar si los que luchan por la Justicia están dispuestos a sufrir por defenderla.

Se trata de una carta muy larga, pero les recomiendo que no se pierdan una sola palabra de la misma. Léanla con tranquilidad. Seguro que, mientras lo hacen, no podrán evitar que les vengan a la mente situaciones de rabiosa actualidad.

Y hay una buena razón para ello: la naturaleza intrínseca de la injusticia y la opresión no varía a lo largo de la Historia. Lo único que cambia son las excusas. De la misma manera, tampoco varía a lo largo de la Historia la naturaleza intrínseca de la misión que anima a quienes luchan contra esa opresión y esa injusticia. Por eso las enseñanzas de Martin Luther King resultan útiles para cualquiera que no se conforme con vivir en un mundo injusto.

(Nota. he procurado traducir la carta de la forma más fiel posible, pero el que quiera consultar el texto original en inglés puede encontrarlo, por ejemplo, en la siguiente dirección http://realhistoryarchives.blogspot.com/2007/01/in-dire-need-of-creative-extremists.html)

Carta desde la cárcel de Birmingham

(Por el Dr. Martin Luther King Jr., 16 de abril de 1963)

(Respuesta a una carta pública elaborada por ocho religiosos de Alabama (Obispo C.C.J. Carpenter, Obispo Joseph A. Durick, Rabino Hilton L. Grafman, Obispo Paul Hardin, Obispo Holan B. Harmon, Reverendo George M. Murray, Reverendo Edward V. Ramage y Reverendo Earl Stallings)

Queridos hermanos en el Señor,

Estando confinado aquí, en la cárcel de Birmingham, he tenido la oportunidad de leer su reciente declaración calificando nuestras presentes acciones de "poco inteligentes y extemporáneas". Raras veces me detengo a contestar a las críticas dirigidas contra mi trabajo o mis ideas. Si respondiera a todas las críticas que llegan a mi mesa, a mis secretarias no les quedaría apenas tiempo en el día para otra cosa que no fuera ese tipo de correspondencia, y yo no tendría horas en el día para hacer ningún trabajo útil. Pero como creo que son ustedes hombres de auténtica bondad y que sus críticas están expresadas de forma sincera, quiero tratar de responder a su carta de una manera que confío en que sea razonable y paciente.

Creo que debería explicar por qué estoy aquí, en Birmingham, ya que puede que ustedes se hayan visto influidos por las opiniones que critican a los "agitadores forasteros" llegados a la ciudad. Tengo el honor de ser presidente de la Conferencia Sureña de Liderazgo Cristiano, una organización que opera en todos los estados del Sur y que tiene su sede en Atlanta, Georgia. Tenemos unas ochenta y cinco organizaciones afiliadas en todo el Sur y una de ellas es el Movimiento Cristiano de Alabama por los Derechos Humanos. Con frecuencia compartimos el personal y los recursos educativos y financieros con nuestras organizaciones afiliadas. Hace varios meses, nuestra organización afiliada en Birmingham nos pidió que estuviéramos preparados para participar en un programa de acción directa no violenta, en caso necesario. Nosotros accedimos sin dudarlo y, llegado el momento, hemos cumplido nuestro compromiso. De modo que estoy aquí, junto con varios de mis colaboradores, porque me han invitado. Estoy aquí porque tengo aquí vínculos organizativos.

Pero lo fundamental es que, si estoy en Birmingham, es porque aquí está la injusticia. Al igual que los profetas del siglo VIII a.C. dejaron su tierra y llevaron la palabra de Dios mucho más allá de los confines de sus pueblos de origen, y al igual que San Pablo dejó su ciudad de Tarso y llevó la palabra de Cristo hasta los confines del mundo greco-romano, yo también estoy impelido a llevar la palabra de la libertad más allá de mi ciudad. Como Pablo, debo responder constantemente a las peticiones de ayuda de los macedonios.

Además, soy consciente de las interrelaciones existentes entre todas las comunidades y estados. No puedo quedarme sentado en Atlanta y despreocuparme de lo que sucede en Birmingham, porque la injusticia cometida en cualquier lugar constituye una amenaza a la Justicia en todas partes. Estamos inmersos en una red indestructible de relaciones mutuas, atados a un mismo destino. Cualquier cosa que afecte a una persona de manera directa, afecta indirectamente a todos. Nunca más nos podremos permitir el vivir con la idea estrecha y provinciana de los "agitadores forasteros". Ningún ciudadano de los Estados Unidos puede ser considerado nunca forastero en ningún punto del país.

Ustedes deploran las manifestaciones que están teniendo lugar en Birmingham, pero siento decirles que en su declaración se han olvidado de expresar una preocupación similar por las condiciones que han motivado esas manifestaciones. Estoy seguro de que ninguno de ustedes se conforma con ese tipo de análisis social superficial que trata meramente de los efectos, ignorando las causas subyacentes. Es lamentable que se estén celebrando manifestaciones en Birmingham, pero resulta todavía más lamentable que la estructura del poder blanco en esta ciudad no le haya dejado a la comunidad negra ninguna otra alternativa.

En cualquier campaña civil no violenta existen cuatro fases: recopilación de información para determinar si existen injusticias; negociación; auto-purificación y acción directa. En Birmingham, hemos recorrido todos esos pasos. Creo que no hace falta recordar el hecho de que esta comunidad se encuentra enfangada en la injusticia racial: Birmingham es, probablemente, la ciudad más segregada de los Estados Unidos; su vergonzosa historia de brutalidad es bien conocida; los negros han sufrido un tratamiento terriblemente injusto en los tribunales; ha habido más atentados con bomba sin resolver, contra las iglesias y las viviendas de los negros en Birmingham, que en cualquier otra ciudad de los Estados Unidos. Estos son los hechos desnudos y terribles. En estas condiciones, los líderes negros trataron de negociar con los responsables municipales, pero estos rehusaron sistemáticamente entablar negociaciones de buena voluntad.

Entonces, el pasado mes de septiembre, se presentó la oportunidad de hablar con los líderes de la comunidad empresarial de Birmingham. En el curso de las negociaciones, los comerciantes realizaron ciertas promesas – por ejemplo, eliminar de las tiendas los humillantes carteles raciales. Aceptando estas promesas, el Reverendo Fred Shuttlesworth y los líderes del Movimiento Cristiano de Alabama por los Derechos Humanos aceptaron una moratoria de todas las manifestaciones. Pero, a medida que fueron pasando las semanas y los meses, nos dimos cuenta de que habíamos sido víctimas de una promesa incumplida. Unos pocos carteles que fueron retirados, volvieron enseguida a ser colocados; los carteles restantes nunca llegaron a ser eliminados.

Y, al igual que en tantas otras experiencias pasadas, nuestras esperanzas se vieron frustradas y la sombra de una profunda desilusión se abatió sobre nosotros. No nos quedaba ninguna otra alternativa, salvo prepararnos para la acción directa, en la que utilizaríamos nuestros propios cuerpos como forma de plantear nuestro caso ante la conciencia de la comunidad local y de toda la nación. Conscientes de las dificultades que eso implicaba, decidimos realizar un proceso de auto-purificación: comenzamos a realizar una serie de seminarios sobre la no violencia, preguntándonos una y otra vez: "¿Eres capaz de aguantar los golpes sin responder?", "¿Eres capaz de soportar la prueba de la cárcel?". Decidimos planificar nuestro programa de acción directa para la Semana Santa, ya que ese es el periodo de mayor actividad comercial del año, después de las Navidades. Siendo conscientes de que la acción directa tendría unas graves consecuencias económicas, pensamos que ese sería el mejor momento para presionar a los comerciantes, con el fin de que aceptaran efectuar los cambios necesarios.

Entonces nos dimos cuenta de que la elección de alcalde de Birmingham se iba a celebrar en marzo, y rápidamente decidimos posponer las acciones hasta después de la jornada electoral. Cuando descubrimos que el Comisionado de Seguridad Pública, Eugene "Bill" Connor, había conseguido los votos suficientes como para disputar la segunda vuelta, decidimos de nuevo posponer nuestras acciones hasta después de esa segunda vuelta, para que nadie utilizara las manifestaciones con el fin de enturbiar el debate sobre los problemas existentes. Como muchos otros, decidimos esperar a que el Sr. Connor fuera derrotado, y con este fin aceptamos un retraso tras otro. Y habiendo respondido de esa forma a lo que percibíamos que era una necesidad de la comunidad, pensamos que ya no quedaban motivos para retrasar aún más nuestro programa de acción directa.

Puede que ustedes se pregunten: "¿Por qué la acción directa? ¿Por qué las sentadas, las manifestaciones y demás? ¿No es más recomendable la negociación?". Tienen ustedes toda la razón al pedir negociaciones. De hecho, ese es el principal objetivo de la acción directa. La acción directa no violenta trata de provocar tal crisis y de inducir tal tensión, que una comunidad que ha rehusado sistemáticamente negociar, se vea obligada a enfrentarse al problema. La acción directa busca dramatizar el problema de tal modo que ya no pueda ser ignorado. Quizá pueda resultar chocante que yo diga que el provocar tensión es parte del trabajo de los activistas de la no violencia, pero debo confesar que no me da miedo la palabra "tensión". Siempre me he opuesto de manera ferviente a la tensión violenta, pero existe un tipo de tensión constructiva, no violenta, que resulta imprescindible para el desarrollo. Sócrates creía que es necesario crear tensión mental para que los individuos se liberen de las cadenas de los mitos y las medias verdades, y se adentren en un mundo liberador, de análisis creativo y de apreciación objetiva. De la misma manera, los activistas de la resistencia no violenta deben crear en la sociedad ese tipo de tensión que ayudará a los hombres a salir de las oscuras simas del prejuicio y el racismo, para ascender a las majestuosas alturas de la hermandad y la comprensión.

El objetivo de nuestro programa de acción directa es crear una situación de crisis tal, que abra inevitablemente la puerta a la negociación. Por tanto, coincido con ustedes en su llamamiento a negociar. Nuestro querido Sur ha estado atrapado durante demasiado tiempo en una trágica voluntad de vivir instalados en el monólogo, en lugar de en el diálogo.

Uno de los puntos básicos de su declaración pública es que la acción que mis asociados y yo hemos puesto en marcha en Birmingham es extemporánea. Algunos preguntan: "¿Por qué no han dado tiempo al nuevo gobierno municipal para actuar?". Lo único que puedo responder a esta cuestión es que el nuevo gobierno municipal de Birmingham no actuará a menos que se sienta tan presionado como el gobierno saliente. Nos equivocaríamos lamentablemente si pensamos que la elección de Albert Boutwell como alcalde traerá una nueva era a Birmingham. Aunque el Sr. Boutwell es una persona mucho más amable que el Sr. Connor, los dos son segregacionistas, comprometidos con el mantenimiento del statu quo. Tengo la esperanza de que el Sr. Boutwell sea lo suficientemente razonable para darse cuenta de lo fútil que es resistirse de plano a los esfuerzos por acabar con la segregación, pero no se dará cuenta de ello sin la presión de los defensores de los derechos civiles. Amigos, debo decirles que no hemos conseguido ni un solo avance en cuanto a derechos civiles sin presionar con determinación, de forma legal y no violenta. Por desgracia, es un hecho histórico que los grupos privilegiados raramente renuncian a sus privilegios de manera voluntaria. Los individuos quizá puedan comprender las razones morales y abandonar voluntariamente sus posturas injustas; pero, como Reinhold Niebuhr nos recuerda, los grupos tienden a ser más inmorales que los individuos que los componen.

Nuestras dolorosas experiencias nos han enseñado que el opresor no concede nunca voluntariamente la libertad, sino que esa libertad debe ser demandada por el oprimido. Para ser sincero, todavía estoy por ver una sola campaña de acción directa que no fuera "extemporánea" a ojos de aquellos que no han sufrido en sus carnes la injusticia de la segregación racial. Llevo años escuchando la palabra "¡Espera!". Esa palabra resuena en los oídos de cada negro con una lacerante familiaridad. Pero ese "¡Espera!" ha significado casi siempre "¡Nunca!". Debemos entender, como dice uno de nuestros distinguidos juristas, que "una Justicia demasiado lenta es una Justicia inexistente".

Hemos esperado más de 340 años a disfrutar de los derechos que nos conceden nuestra Constitución y nuestro Creador. Las naciones de Asia y de África se mueven a velocidad de vértigo hacia la independencia política, pero nosotros seguimos avanzando a paso de tortuga en pos del objetivo de que nos sirvan una simple taza de café en un simple bar. Quizá resulte fácil, para aquellos que nunca han sufrido las penetrantes heridas de la segregación, decir "¡Espera!". Pero cuando has visto a turbas enfurecidas linchar a tus madres y a tus padres a voluntad y ahogar a tus hermanos y hermanas a su antojo; cuando has visto a policías llenos de odio insultar, golpear e incluso matar a tus hermanos y hermanas negros; cuando ves a la inmensa mayoría de tus veinte millones de hermanos negros asfixiándose en una hermética caja de pobreza en medio de una sociedad rica; cuando de repente ves que la lengua se te traba y las palabras te faltan al tratar de explicar a tu hija de seis años por qué no puede ir al parque de atracciones que acaba de anunciarse en televisión, y ves lágrimas en sus ojos cuando se le dice que Funtown está vedado a los niños de color, y ves nubes ominosas de inferioridad comenzando a formarse en su pequeño cielo mental y la ves cómo comienza a distorsionar su personalidad, desarrollando una amargura inconsciente hacia los blancos; cuando tienes que inventar una respuesta para tu hijo de cinco años que te pregunta "Papá, ¿por qué los blancos tratan tan mal a la gente de color?"; cuando atraviesas en tu coche el país y te ves obligado a dormir noche tras noche en los incómodos rincones de tu automóvil, porque ningún motel te aceptaría; cuando experimentas, un día sí y el otro también, la humillación de ver esos ubicuos carteles que dicen "Blancos" y "Negros"; cuando tu nombre de pila pasa a ser "Negro", tu primer apellido "Chico" (independientemente de la edad que tengas) y tu segundo apellido "Eh, tú"; cuando a tu mujer y a tu madre nunca se les otorga el respetado título de "Sra."; cuando te sientes agobiado de día y atemorizado de noche por el simple hecho de ser negro; cuando te ves obligado a vivir siempre como de puntillas, sin saber muy bien qué esperar a continuación, y te ves inundado de miedos internos y resentimientos externos; cuando estás constantemente luchando contra la degeneradora sensación de no ser nadie… entonces entiendes por qué nos resulta difícil esperar. Llega un día en que la gota colma el vaso de nuestro aguante, y en que los hombres dejan de estar dispuestos a que los mantengan sumergidos en los abismos de la desesperación. Espero, señores, que entiendan ustedes nuestra legítima e inevitable impaciencia.

Expresan ustedes una gran ansiedad acerca de nuestra disposición a violar las leyes. Se trata, ciertamente, de una preocupación legítima. Puesto que nosotros instamos de forma tan diligente a todo el mundo a obedecer la resolución de la Corte Suprema de 1954, que prohíbe la segregación en las escuelas públicas, podría parecer paradójico, a primera vista, que nosotros incumplamos leyes conscientemente. Alguien podría preguntar: "¿Cómo pueden ustedes defender que se incumplan algunas leyes y se respeten otras?". La respuesta está en el hecho de que existen dos tipos de leyes: las justas y las injustas. Yo soy el primero en defender que se obedezcan las leyes justas. Todos tenemos la responsabilidad, no solo legal, sino también moral, de obedecer las leyes justas que se promulguen. Pero, a la inversa, todos tenemos la responsabilidad moral de desobedecer las leyes injustas. Estoy de acuerdo con San Agustín cuando dice que "una ley injusta no es ley".

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre los dos tipos de leyes? ¿Cómo determinar si una ley es justa o injusta? Una ley justa es una norma hecha por el hombre que está en consonancia con las leyes morales o con la Ley de Dios. Una ley injusta es aquella que no está en armonía con las leyes morales. En palabras de Santo Tomás de Aquino: una ley injusta es una ley elaborada por los hombres que no hunde sus raíces en las leyes eternas y en el Derecho Natural. Cualquier ley que engrandezca la personalidad es justa. Cualquier ley que degrade a las personas es injusta. Y así, todas las leyes de segregación racial son injustas, porque la segregación distorsiona el alma y daña la personalidad. Esas leyes proporcionan a los segregadores una falsa sensación de superioridad, de la misma manera que proporciona una falsa sensación de inferioridad a los segregados. La segregación racial, usando la terminología del filósofo judío Martin Buber, sustituye la relación "Yo-usted" por una relación "Yo-ello" y termina relegando a las personas al mero estado de cosas. Por tanto, la segregación no es solo inadecuada desde el punto de vista político, económico y sociológico, sino que es moralmente inaceptable y pecaminosa. Dice Paul Tillich que el pecado es separación. ¿Y acaso no es la segregación racial una expresión existencial de la trágica separación del hombre, de su espantoso distanciamiento, de su terrible pecaminosidad? Es por eso por lo que puedo instar a la gente a obedecer la decisión de la Corte Suprema de 1954, ya que es moralmente correcta, y al mismo tiempo pedir a las personas que desobedezcan las normas de segregación racial, porque son moralmente incorrectas.

Veamos un ejemplo más concreto de leyes justas e injustas. Una ley injusta es una norma que un grupo de personas mayoritario -en términos numéricos o de poder- impone a otro grupo minoritario, pero sin que ellas mismas se vean obligadas a cumplir esa norma. Se trata de una diferenciación hecha ley. Por la misma razón, una ley justa es aquella que una mayoría impone a una minoría, pero que ella misma también está dispuesta a cumplir: se trata de la equidad convertida en norma legal.

Déjenme darles otra explicación. Una ley es injusta si se impone a una minoría que, por carecer del derecho a voto, no ha podido tomar parte en el proceso de desarrollo y aprobación de esa ley. ¿Alguien puede sostener que el Congreso de Alabama que estableció las leyes de segregación racial de este estado fue elegido democráticamente? En toda Alabama se utilizan todo tipo de métodos tortuosos para impedir que los negros se registren como votantes, y hay algunos condados en los que no existe ni un solo negro registrado, a pesar de ser negra la mayoría de la población. ¿Puede ser considerada democrática ninguna ley aprobada en esas circunstancias?

En ocasiones, una ley puede ser justa en apariencia e injusta a la hora de aplicarla. Por ejemplo, yo he sido arrestado acusado de manifestarme sin permiso. No hay, en principio, nada malo en tener una ordenanza que exija pedir permiso para manifestarse. Pero esa ordenanza se vuelve injusta cuando se la utiliza para preservar la segregación racial y para denegar a los ciudadanos los derechos de asamblea y de manifestación pacíficas que la Primera Enmienda les reconoce.

Espero que entiendan la distinción que trato de hacer. Yo no defiendo, en ningún caso, que nadie trate de evadirse de la Ley o de burlarla, como haría un fanático segregacionista. Eso llevaría a la anarquía. Aquel que desobedezca una ley injusta debe hacerlo abiertamente, voluntariamente, aceptando de antemano la pena que corresponda. Yo sostengo que una persona que infringe una ley que es injusta según su conciencia, y que está dispuesta a aceptar la pena de cárcel para que la comunidad tome conciencia de la injusticia de esa ley, está en realidad expresando el máximo de los respetos por la Ley.

Por supuesto, no hay nada nuevo en este tipo de desobediencia civil. Un ejemplo sublime es la negativa de Sadrac, Mesac y Abednego a obedecer las leyes de Nabucodonosor, basándose en que estaba en juego una ley moral más poderosa. Esa desobediencia fue también practicada de forma magnífica por los primeros cristianos, que estaban dispuestos a enfrentarse a leones hambrientos y a atroces torturas, antes que someterse a ciertas leyes injustas del Imperio Romano. Hasta cierto punto, la libertad académica es una realidad hoy en día porque Sócrates practicó la desobediencia civil. En nuestra propia nación, el Tea Party de Boston representó, asimismo, un acto masivo de desobediencia civil.

No debemos olvidar nunca que todo lo que hizo Adolf Hitler en Alemania fue "legal" y que todo lo que hicieron los luchadores de la libertad en Hungría fue "ilegal". Era "ilegal" ayudar y consolar a los judíos en la Alemania de Hitler. A pesar de lo cual, si yo hubiera vivido en Alemania por aquella época, estoy seguro de que habría ayudado y consolado a mis hermanos judíos. Si hoy en día viviera en un país comunista en el que se intenta erradicar ciertos principios importantes para la Fe cristiana, defendería abiertamente que se desobedecieran las leyes anti-religiosas del país.

Debo confesaros dos cosas, mis hermanos cristianos y judíos. En primer lugar, debo confesar que en los últimos años me han desilusionado enormemente los blancos moderados. Casi he alcanzado la lamentable conclusión de que el principal obstáculo para los negros en su lucha por la libertad no son los supremacistas del White Citizens' Council, ni los miembros del Ku Klux Klan, sino los blancos moderados, que están más preocupados por el "orden" que por la Justicia; que prefieren una paz negativa, plasmada en la ausencia de tensión, antes que esa paz positiva que la presencia de la Justicia proporciona; que constantemente dicen "Estoy de acuerdo con tu objetivo, pero no puedo aprobar tus métodos de acción directa"; que creen, con una actitud paternalista, que tienen derecho a fijar el calendario para la libertad de otro ser humano; que tienen un concepto mítico del tiempo y que constantemente aconsejan a los negros que esperen "un momento más propicio". Una comprensión inadecuada por parte de las personas de buena voluntad es mucho más frustrante que una absoluta incomprensión por parte de gentes malintencionadas. Una aceptación tibia es mucho más descorazonadora que un abierto rechazo.

Tenía la esperanza de que los blancos moderados entendieran que la Ley y el Orden existen con el propósito de hacer prevalecer la Justicia, y que cuando fracasan en ese objetivo, se convierten en diques peligrosamente estructurados que bloquean el flujo del progreso social. Tenía la esperanza de que los blancos moderados entendieran que la actual tensión en el Sur constituye una fase necesaria del proceso de transición desde una aborrecible paz negativa, en la que el negro aceptaba pasivamente su grave situación, a una paz sustantiva y positiva, en la que todos los hombres respeten la dignidad y el valor intrínseco de las personas. De hecho, los que practicamos la acción directa no violenta no somos los creadores de la tensión, sino que nos limitamos a hacer aflorar una tensión oculta, que ya estaba ahí presente. La sacamos a la luz, donde se la puede ver y se puede lidiar con ella. Como un forúnculo, que no puede curarse si se lo mantiene tapado, sino que debe destaparse para que exponga toda su fealdad a esas medicinas naturales que son el aire y la luz, la injusticia también debe ser expuesta, con toda la tensión que su exposición provoca, a la luz de la conciencia de los hombres y al aire de la opinión pública de la nación, si es que queremos curarla.

En su carta, declaran ustedes que nuestras acciones, aunque pacíficas, deben ser condenadas porque provocan violencia, pero ¿es esta una afirmación lógica? ¿No equivaldría a condenar a una víctima de un robo porque su posesión de dinero provocó la malvada acción del ladrón? ¿No sería como condenar a Sócrates porque su inquebrantable compromiso con la verdad y sus investigaciones filosóficas provocaron que un confundido populacho le obligara a beber cicuta? ¿No sería como condenar a Jesús porque su conciencia de la divinidad y su eterna devoción a Dios provocaron el diabólico acto de la crucifixión? Debemos comprender que -tal como los tribunales federales han establecido sistemáticamente- es incorrecto pedir a un individuo que cese en sus esfuerzos de obtener sus derechos constitucionales básicos porque esos esfuerzos puedan provocar violencia. La sociedad debe proteger a la víctima del robo y castigar al ladrón.

También tenía la esperanza de que los blancos moderados rechazaran el mito relativo al tiempo, en lo que concierne a la lucha por la libertad. Acabo de recibir una carta de un hermano blanco de Texas, que me escribe: "Todos los cristianos saben que las personas de color terminarán por conseguir la igualdad de derechos, pero es posible que tengas una prisa excesiva, de carácter religioso. Al Cristianismo le ha costado casi dos mil años conseguir lo que ha conseguido. Se necesita tiempo para que las enseñanzas de Jesucristo se materialicen en la Tierra". Esa actitud surge de un trágico malentendido acerca del tiempo, surge de la noción extrañamente irracional de que hay algo en el propio flujo del tiempo que terminará por curar inevitablemente todos los males. Cuando de hecho, el tiempo es, en sí mismo, neutral; se lo puede utilizar de forma constructiva o destructiva. Tengo cada vez más la sensación de que las personas malintencionadas han utilizado el tiempo de forma mucho más efectiva que las gentes de buena voluntad. En nuestra generación, no vamos a tener que arrepentirnos solo por las odiosas palabras y acciones de la gente de mala voluntad, sino también por el atroz silencio de las buenas personas. El progreso humano no discurre nunca sobre ruedas de inevitabilidad; se produce gracias al esfuerzo incansable de los hombres que están dispuestos a colaborar con Dios. Y, sin este duro esfuerzo, el propio tiempo se convierte en un aliado de las fuerzas del estancamiento. Debemos utilizar el tiempo creativamente, sabiendo que siempre es buen momento para actuar de forma correcta. Ahora es el momento de hacer que se cumplan las promesas de democracia y de transformar nuestra actual elegía nacional en un creativo salmo de hermandad. Ahora es el momento de elevar las políticas de esta nación, sacándolas de las arenas movedizas de la injusticia racial y asentándolas sobre la firme roca de la dignidad humana.

Calificáis como extremadas nuestras actividades en Birmingham. Me molestó bastante, en un principio, que unos religiosos como yo pudiesen considerar mis acciones no violentas como propias de un extremista. Me puse a pensar que me encuentro situado entre dos fuerzas contrapuestas que operan en el seno de la comunidad negra. De un lado está la fuerza de la complacencia, compuesta en parte por negros que, a consecuencia de los largos años de opresión, han quedado tan faltos de respeto por sí mismos y de la sensación de ser "alguien", que se han adaptado a la segregación racial; esa fuerza de la complacencia la forman también unos cuantos negros de clase media que, como gozan de un cierto grado de seguridad académica y económica y como, hasta cierto punto, sacan provecho de la segregación, se han despreocupado de los problemas de las masas. La fuerza contraria es la de la amargura y el odio, peligrosamente próxima a defender la violencia. Esa fuerza se expresa en los diversos grupos nacionalistas negros que florecen por toda la nación, el más conocido y más numeroso de los cuales es el movimiento musulmán de Elijah Mohamed. Nutrido por la frustración de los negros debida a la persistencia de la discriminación racial, este movimiento se compone de personas que han perdido su fe en América, que han repudiado completamente el Cristianismo y que han llegado a la conclusión de que el hombre blanco es un "demonio" incorregible.

He tratado de mantener mi posición entre estas dos fuerzas contrapuestas, afirmando que no necesitamos emular ni la inacción de los complacientes, ni el odio y la desesperación de los nacionalistas negros. Porque existe otra actitud mejor: la del amor y la protesta no violenta. Agradezco a Dios que haya conseguido, debido a la influencia de la Iglesia negra, que la senda de la no violencia pase a constituir una parte fundamental de nuestra lucha.

De no haber surgido esta filosofía, estoy convencido de que hoy en día muchas de las calles del Sur estarían inundadas de sangre. Y estoy, además, convencido de que si nuestros hermanos blancos descalifican como "demagogos" y "agitadores forasteros" a aquellos de nosotros que utilizamos la acción directa no violenta, y si rehúsan apoyar nuestros esfuerzos pacíficos, millones de negros, presa de la desesperación y la frustración, buscarán refugio y seguridad en las ideologías nacionalistas negras – una perspectiva que conduciría inevitablemente a una aterradora pesadilla racial.

Los oprimidos no pueden seguir siendo por siempre víctimas de la opresión. El anhelo de libertad acaba por manifestarse, y esto es lo que ha ocurrido con el negro americano. Algo dentro de él le ha recordado que tiene, desde que nace, derecho a la libertad; y algo fuera de él le ha recordado que esa libertad puede conquistarse. Consciente o inconscientemente, se ha dejado cautivar por el Zeitgeist y, junto a sus hermanos negros de África y a sus hermanos cobrizos y amarillos de Asia, América del Sur y el Caribe, el negro estadounidense camina con una sensación de urgencia hacia la tierra prometida de la justicia racial. Si se reconoce este impulso vital que se ha apoderado de la comunidad negra, se puede comprender fácilmente el porqué de las manifestaciones públicas. El negro lleva dentro de sí muchos resentimientos concentrados y muchas frustraciones latentes, y tiene que liberarlos. Así que déjenle manifestarse, déjenle realizar peregrinaciones de oración hasta el ayuntamiento, déjenle participar en caravanas de la libertad – y traten de entender por qué debe hacer esas cosas. Si sus emociones reprimidas no encuentran escape de manera pacífica, buscarán expresarse mediante la violencia; y esto no es una amenaza, sino la constatación de un hecho histórico. Por eso no he dicho a mi pueblo: "Libraros de vuestro descontento", sino que he tratado de mostrar que este descontento normal y sano puede encauzarse de manera creativa hacia la acción directa no violenta. Y ahora me encuentro con que ustedes califican este enfoque como extremista.

Sin embargo, aunque me molestó inicialmente el calificativo de extremista, a medida que iba pensando sobre el tema fui sintiéndome más y más satisfecho con esa etiqueta. ¿Acaso no fue Jesús un extremista del amor: "Amad a vuestros enemigos; perdonad a los que os insultan; haced el bien a los que os odian y rezad por los que sin piedad abusan de vosotros y os persiguen"? ¿Y no era Amós un extremista de la Justicia: "Dejad que la justicia discurra como el agua y que la equidad corra como un inagotable manantial"? ¿No era Pablo un extremista del Evangelio: "Llevo en mi cuerpo las señales de nuestro Señor Jesucristo"? ¿Y no era Lutero un extremista: "Me mantengo en mis palabras; no puedo obrar de otra manera: que Dios me ayude"? ¿Y John Bunyan: "Permaneceré en la cárcel hasta el fin de mis días antes que destruir mi conciencia"? ¿Y Abraham Lincoln: "Esta nación no puede sobrevivir siendo mitad libre y mitad esclava"? ¿Y Thomas Jefferson: "Creemos que esta verdad es evidente por sí misma: que todos los hombres fueron creados iguales…"? Así que la cuestión no es si debemos ser extremistas, sino qué tipo de extremistas debemos ser. ¿Seremos extremistas del odio o del amor? ¿Seremos extremistas de la preservación de la injusticia o de la difusión de la Justicia? En aquella dramática escena del Gólgota, tres fueron los hombres crucificados y nunca hemos de olvidar que los tres fueron crucificados por el mismo delito: el de ser extremistas. Dos de ellos eran extremistas de la inmoralidad, y por eso cayeron más bajo que el mundo que les rodeaba. El otro, Jesucristo, era un extremista del amor, de la verdad y de la bondad, gracias a lo cual se elevó por encima de ese mismo mundo. Quizás el Sur, la nación y el mundo necesitan desesperadamente extremistas creativos.

Tenía la esperanza de que los blancos moderados se percatarían de esta necesidad. Quizá pequé de excesivo optimismo; quizá mis esperanzas fueran demasiadas. Supongo que debía haberme dado cuenta de que pocos miembros de la raza opresora son capaces de comprender los profundos gemidos y los apasionados deseos de la raza oprimida, y aún son menos los capaces de entender que la injusticia necesita ser extirpada mediante una acción poderosa, persistente y decidida. Doy gracias, sin embargo, porque algunos de nuestros hermanos blancos del Sur han captado el sentido de esta revolución social y se han comprometido con ella. Es verdad que todavía son demasiado pocos en número, pero su calidad es enorme. Algunos -como Ralph McGill, Lillian Smith, Harry Golden, James McBride Dabbs, Ann Braden y Sarah Patton Boyle- han escrito acerca de nuestra lucha con palabras elocuentes y proféticas. Otros han marchado a nuestro lado por calles anónimas del Sur y se han consumido en cárceles mugrientas y llenas de chinches, sufriendo los abusos y la brutalidad de policías que los consideraban "sucios amigos de los negros". A diferencia de tantos de sus hermanos y hermanas moderados, ellos han comprendido la urgencia del momento y han sentido la necesidad de combatir la enfermedad de la segregación mediante el poderoso antídoto de la "acción".

Permitan que les señale mi otra gran desilusión: he sufrido un enorme desencanto con la Iglesia blanca y sus ministros. Cierto es que existen algunas excepciones notables: no ignoro que cada uno de ustedes ha adoptado algunas posiciones significativas en torno a esta cuestión. Le aplaudo a usted, Reverendo Stallings, por su actitud cristiana el pasado domingo, al dar la bienvenida a los negros durante los oficios, sin ningún tipo de segregación. Y aplaudo a la jerarquía católica de este estado por haber integrado hace ya varios años la Universidad de Spring Hill.

Pero, a pesar de estas importantes excepciones, tengo que reiterar honestamente que la Iglesia me ha defraudado. No lo digo como uno de esos críticos negativos que siempre es capaz de encontrar algo equivocado en la Iglesia. Lo digo en mi calidad de ministro del Señor, que ama a la Iglesia, que creció en su seno, que se ha sostenido gracias a sus bendiciones espirituales y que seguirá siendo fiel a ella mientras le quede un hálito de vida.

Cuando me vi de repente aupado al liderazgo de la protesta de los autobuses en Montgomery (Alabama), hace unos cuantos años, creía que la Iglesia blanca nos apoyaría. Creía que los ministros, sacerdotes y rabinos del Sur se contarían entre nuestros más firmes aliados. Pero, en lugar de ello, algunos se han revelado como enemigos frontales, negándose a comprender el movimiento de la libertad y juzgando equivocadamente a sus líderes. Y muchos otros han sido más cautos que valientes, y han preferido mantenerse en silencio detrás de la narcótica seguridad de las vidrieras.

A pesar de mis sueños rotos, acudí a Birmingham con la esperanza de que los líderes religiosos blancos de esta comunidad comprenderían lo justo de nuestra causa e intentarían, llevados por la preocupación moral, actuar como canal para que nuestras justas quejas llegaran a oídos de las esferas del poder. Confiaba en que cada uno de ustedes comprendería. Pero de nuevo he sufrido un desencanto.

He oído a muchos líderes religiosos sureños aconsejar a sus feligreses que acaten tal o cual decisión que acaba con la segregación, porque así lo manda la Ley. Pero todavía estoy esperando que los líderes religiosos blancos digan: "Acatad esta norma porque la integración racial es moralmente justa y porque los negros son vuestros hermanos". Ante las evidentes injusticias sufridas por los negros, he visto a los hombres de iglesia blancos permanecer al margen mientras formulaban piadosas irrelevancias y trivialidades mojigatas. En medio de la terrible lucha sostenida para librar a nuestra nación de la injusticia racial y económica, he oído a muchos hombres de iglesia decir: "Esas son cuestiones sociales, que nada tienen que ver con el Evangelio". Y he visto a muchas congregaciones consagrarse a una religión completamente de otro mundo, que hace una extraña y nada bíblica distinción entre el cuerpo y el alma, entre lo sagrado y lo secular.

He recorrido de arriba a abajo Alabama, Mississippi y los demás estados del Sur. En los calurosos días de verano y en las diáfanas mañanas otoñales, me he quedado mirando las bellas iglesias sureñas, con sus altos campanarios que apuntan al Cielo. He visto las impresionantes siluetas de sus enormes seminarios. Y siempre acababa preguntándome: "¿Qué clase de personas rinden culto aquí? ¿Quién es su Dios? ¿Dónde estaban sus voces cuando los labios del gobernador Barnett pronunciaban palabras de obstrucción y de desprecio? ¿Dónde estaban cuando el gobernador Wallace hizo un claro llamamiento al odio y a la provocación? ¿Dónde estaban sus palabras de apoyo cuando negros y negras magullados y cansados decidieron abandonar las oscuras mazmorras de la complacencia, para ascender las luminosas colinas de la protesta creadora?".

Sí, sigo preguntándome lo mismo. Profundamente desalentado, he llorado pensando en la laxitud de la Iglesia. Pero tengan por seguro que mis lágrimas han sido lágrimas de amor. Sí, amo a la Iglesia. ¿Cómo podría no amarla? Me encuentro en la peculiar situación de ser hijo, nieto y bisnieto de predicadores. Y sí, considero que la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Pero, ¡cómo hemos envilecido y lacerado ese cuerpo con nuestro olvido de los aspectos sociales y con nuestro temor a ser inconformistas!

Hubo una época en que la Iglesia era muy poderosa – cuando los cristianos primitivos se alegraban de que se les considerase dignos de sufrir por aquello en lo que creían. En aquella época, la Iglesia no era un mero termómetro que registraba las ideas y principios de la opinión pública; por el contrario, era un termostato que pretendía transformar las costumbres de la sociedad. Cada vez que los primeros cristianos entraban en una ciudad, aquellos que detentaban el poder se sentían amenazados y trataban inmediatamente de condenar a los cristianos como "perturbadores de la paz" y "agitadores forasteros". Pero los cristianos continuaban con su labor, convencidos de ser una "colonia celestial", obligada a obedecer a Dios antes que al Hombre. Aunque eran pocos en número, su compromiso era grande. Estaban demasiado ebrios de Dios como para sentirse "astronómicamente intimidados". Con su esfuerzo y su ejemplo, pusieron fin a antiguas aberraciones, como el infanticidio y las peleas de gladiadores.

Las cosas son distintas en la actualidad. Demasiado a menudo, la Iglesia contemporánea tiene una voz débil e intrascendente, de sonido incierto. Demasiado a menudo, se manifiesta como acérrima defensora del statu quo. En vez de sentirse perturbada por la presencia de la Iglesia, la estructura de poder de una típica comunidad se beneficia del espaldarazo tácito -y a veces explícito- de la Iglesia a la situación imperante. Pero el juicio de Dios se cierne hoy sobre la Iglesia más que nunca. Si la iglesia de hoy no recupera el espíritu de sacrificio de la Iglesia primitiva, perderá su autenticidad, hará que se desvanezca la lealtad de millones de personas y terminará siendo considerada un club social irrelevante, carente de sentido en el siglo XX. Todos los días me encuentro con jóvenes cuyo desencanto por la actitud de la Iglesia se ha convertido en auténtica indignación.

Quizá he sido, una vez más, demasiado optimista. ¿Acaso está la religión institucional demasiado ligada al statu quo como para poder salvar a nuestra nación y al mundo? Tal vez tenga que orientar mi fe hacia la Iglesia espiritual interior, esa Iglesia dentro de la Iglesia, y ver en ella la verdadera ekklesia y la esperanza para todo el orbe. Pero agradezco nuevamente a Dios que algunas almas nobles de la jerarquía eclesiástica hayan roto las paralizantes cadenas del conformismo y se hayan unido a nosotros como colaboradores activos de la lucha por la libertad. Han abandonado sus tranquilas congregaciones y han marchado con nosotros por las calles de Albany (Georgia). Han recorrido las autopistas del Sur en tortuosas caravanas por la libertad. Sí, incluso han ido a la cárcel con nosotros. Algunos han sido despedidos de sus congregaciones y han perdido el apoyo de sus obispos y de sus colegas eclesiásticos. Pero han actuado movidos por el convencimiento de que la justicia derrotada es más poderosa que la maldad triunfante. Su testimonio ha sido la sal del espíritu que ha conseguido preservar el verdadero significado del Evangelio en estos tiempos de turbación. Han logrado excavar un túnel de esperanza a través de la negra montaña de la decepción.

Espero que la Iglesia en su conjunto esté a la altura de las circunstancias en estas horas decisivas. Pero, aunque la Iglesia no acudiese en ayuda de la Justicia, no pierdo la esperanza en el futuro. No abrigo ningún temor acerca del resultado de nuestra lucha en Birmingham, incluso aunque nuestras motivaciones no sean bien comprendidas actualmente. Alcanzaremos la meta de la libertad en Birmingham y en toda la nación, porque el objetivo de América es la libertad. Aunque se nos maltrate y se nos menosprecie, nuestro destino está ligado al de América. Antes de que los peregrinos desembarcaran en Plymouth, nosotros ya estábamos aquí. Durante más de dos siglos, nuestros antecesores trabajaron en este país sin cobrar ningún salario; hicieron del algodón el rey; edificaron las mansiones de sus amos mientras eran víctimas de enormes injusticias y vergonzosas humillaciones – y, sin embargo, gracias a una vitalidad sin límites, siguieron multiplicándose y prosperando. Si las inenarrables crueldades de la esclavitud no pudieron detenernos, es evidente que la oposición a la que ahora nos enfrentamos está condenada al fracaso. Conquistaremos nuestra libertad, porque en nuestras exigencias resuenan los ecos del sagrado legado de nuestra nación y de la voluntad eterna de Dios.

Antes de terminar, me siento obligado a mencionar otro punto de su declaración que me ha turbado profundamente. Alaban ustedes calurosamente a la policía de Birmingham por mantener el "orden" e "impedir la violencia". Dudo de que ustedes aplaudiesen con tanta ligereza a los miembros de la Policía si hubieran visto el trato detestable e inhumano que se depara a los negros aquí, en la cárcel municipal; si les hubiesen visto empujar e insultar a ancianas y niñas negras; si les hubiesen visto abofetear y patear a los jóvenes y a los adultos negros; si hubiesen contemplado cómo -en dos ocasiones distintas- se negaron a darnos de comer porque queríamos cantar juntos para bendecir la mesa. No puedo unirme a ustedes en sus alabanzas al Departamento de Policía de Birmingham.

Es verdad que la Policía ha demostrado un cierto grado de disciplina a la hora de enfrentarse a las manifestaciones. En ese sentido, se han comportado de modo bastante "no violento" en público. Pero, ¿con qué objetivo? Con el de preservar el funesto sistema de la segregación racial. A lo largo de los últimos años, he predicado sin cesar que la no violencia exige que los medios que utilizamos sean tan puros como los fines que perseguimos. He tratado de dejar claro que es incorrecto utilizar medios inmorales para lograr objetivos loables. Ahora, debo decir que es igualmente incorrecto, o quizá más, valerse de medios loables para defender unos objetivos inmorales. Quizá el señor Connor y sus policías se hayan mostrado bastante no violentos en público -como hiciera el Jefe de Policía Pritchett en Albany (Georgia)- pero han utilizado los medios loables que les brinda la no violencia para mantener el objetivo inmoral de la injusticia racial. Como dijo T. S. Eliot: "La última tentación es la mayor de las traiciones: obrar bien con unos fines equivocados".

Hubiese preferido que aplaudiesen ustedes a los negros que han participado en las sentadas y manifestaciones de Birmingham, por su sublime muestra de valor, por su disposición a aceptar los sufrimientos y por su increíble disciplina a la hora de enfrentarse a las provocaciones. Algún día, el Sur reconocerá a sus verdaderos héroes. Se recordará a los numerosos James Meredith de nuestra época, con su noble sentido de la misión que les anima y les permite enfrentarse a muchedumbres vociferantes y hostiles, y con esa angustiosa sensación de soledad que caracteriza la vida del pionero. Se recordará a las ancianas negras oprimidas y maltratadas, simbolizadas por aquella mujer de setenta y dos años de Montgomery (Alabama) que, cuando los suyos decidieron no montar en los autobuses que practicaban la discriminación racial, se levantó movida por su sentido de la dignidad y respondió con sencilla profundidad a alguien que le preguntaba acerca de su cansancio: "Tengo los pies cansados, pero mi alma descansa". Se recordará a los jóvenes alumnos de los institutos y las universidades y a los jóvenes y no tan jóvenes ministros del Señor, que desafiaron las leyes de segregación racial sentándose pacífica y valientemente en los restaurantes, dispuestos a ir a la cárcel porque así se lo dictaba su conciencia. Llegará el día en que el Sur se entere de que, cuando esos hijos desheredados de Dios se sentaban en los restaurantes, de hecho estaban defendiendo lo mejor del sueño americano y los más sagrados valores de nuestra herencia judeocristiana, conduciendo así de nuevo a nuestra nación hacia esos grandes manantiales de la democracia, profundamente cavados por los padres fundadores al formular la Constitución y la Declaración de Independencia.

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