De Ingapirca a la base de Manta: Origen y características de la dependencia (página 2)
Enviado por Jaime Mauricio Naranjo Gomez Jurado
2.1.1. Los Aborígenes:
Es la época más antigua del Ecuador y en ella caen más de nueve mil años, poco más o menos. La ausencia de la escritura dificulta una construcción certera de la forma en que se conceptuaba lo ecuatoriano. Sin embargo, si a los mitos, las leyendas y a la evidencia arqueológica nos remitimos, algo podremos decir del modo en que nos veíamos y éramos vistos.
En el campo de la mitología, se presenta a nuestros antepasados como los sobrevivientes de las más grandes calamidades. No es el único pueblo que se ve como el sobreviviente de grandes desastres y tribulaciones, pero en la mitología ecuatorial, este elemento es recurrente como recurrentes son ciertos elementos, por ejemplo, parientes cercanos que se refugian de una gran inundación, trepando con escasos alimentos, a un cerro grande.
Los Cañari contaban el mito de su origen diciendo que dos hermanos, antepasados de la nación, se salvaron del diluvio trepando al cerro Huacayñan o Guasano (Burgos, 1995: 108). Sobre este punto, el Dr. Richard Muller dice que: "Entre los indios Cañaris también existía una leyenda acerca del diluvio que por su encanto e ingenuidad puede ser comparada a los Kinder und Hausemaerchen de los hermanos Grimm. Cuando, según los Cañaris, las aguas invadieron el país, todos los habitantes perecieron excepto dos hermanos jóvenes que se escaparon a la cima de la montaña Huacaynan o Abgna. Al bajar el nivel de las aguas, los dos hermanos sufrieron la falta de alimento, pero encontraron que provisiones y chicha habían sido depositados misteriosamente a su alcance. Las investigaciones que hicieron condujeron al descubrimiento de que sus benefactores eran dos pájaros guacamayos, los cuales, por una transformación mágica, tomaron la figura de lindas muchachas vestidas a la manera del país. Entonces, los jóvenes salieron de su escondite y después de expresar algunas palabras de gratitud ganaron la confianza de las dos vírgenes con las que después se casaron. De aquellos dos matrimonios, dice la tradición, descendió toda la tribu Cañari" (Muller, 1929: 40-41).
En la región de Quito, Paccha y sus hijos, sobrevivieron al mismo diluvio o uno pachacuti, trepando al volcán Pichincha. "Velasco menciona una tradición de los Quitus que más tarde fue adoptada por sus conquistadores, los Caras, la que se refiere al origen del mundo. Paccha, el primer hombre, tenía tres hijos quienes a falta de enemigos atacaron un día una serpiente. Ésta, en su cólera, dispuso que la tierra fuese sujeta a un diluvio general. Paccha y sus hijos se refugiaron en la cima del Pichincha, adonde llevaron animales y alimentos", dice el mismo Dr. Muller (1929: 39-40), hablando de uno de los mitos de los Caranqui.
Pero no solo en el pasado se contaron estas cosas; al día de hoy, hay supervivencias de esos tiempos heroicos. Nuestros hermanos Shuaras cuentan que en tiempos antiguos, Tsunki –un ser misterioso—se transformó en una hermosa mujer que conquistó el corazón de un hombre casado. Éste, el hombre, temeroso de su esposa, escondió a Tsunki en un cesto. Dentro de él, Tsunki se volvió a transformar, esta vez en una culebra llamada Titinknapi. Un día, la esposa descubrió a Titinknapi y la persiguió para matarla. La culebra enojada, cobró venganza. "Entonces se obscureció el cielo, tembló la Tierra y los ríos inundaron los valles con sus aguas turbulentas y cubrieron las altas montañas… La humanidad entera sucumbió y fue devorada por los monstruos de los abismos. Sólo se salvó el esposo de Tsunki con su hijo mayor subiéndose a la palmera más esbelta de una alta montaña" (Pellizzaro: s.a.: 7-8).
Nuestros Tsáchilas del litoral de Pichincha, cuentan así mismo, que: "en tiempos de antes, vino una inundación. Al venir, destruyó todito, no dejaba nada. A los plátanos se los llevaba toditos; todos los árboles se llevaba, no dejaba nada. Entonces la gente se subía a una montaña para poder sobrevivir. Entonces así subidos en la montaña sobrevivían. Entonces, así mismo, cuando el agua de la inundación iba bajando, la balsa también iba bajando, así bajaba todo. Entonces cuando bajó el agua, no había dejado nada que comer. No había nada que comer;…" (Aguavil & Aguavil, 1985: 128). Luego del desastre, la ausencia de alimentos desata las pasiones entre los actores de este drama. Finalmente, dos esforzados hermanos descubren un maizal bien provisto del que toman maíz para calmar el hambre del pueblo sobreviviente y así se recupera la humanidad.
En el Norte de la Provincia del Pichincha, los pobladores de Cochasquí: "dicen que hubo un tiempo anterior a la memoria, en que no habían valles ni montañas; la Tierra era llana. El color del suelo era blanco. En ella vivía una generación de hombres buenos; ellos habían sido puestos por Dios. Más, con el transcurrir de los siglos, esta generación se pervirtió en grado sumo… Fue entonces que Dios decretó que el mundo se convirtiera en cielo y mar; lo inundó. La anegación, que fue general, liquidó a los malvados. La gente buena que aún quedaba, subió en una embarcación y, conforme subían las aguas, subía la embarcación con ellas… Cuando las aguas bajaron, los sobrevivientes descubrieron que su antiguo mundo ya no era llano, había mudado por profundos valles y elevadas prominencias. Ellos pensaron que estas montañas eran árboles enormes y que los estratos de diferentes colores, eran sus raíces… Este grupo de hombres buenos y salvos, fundó nueva generación; de ella venimos nosotros. Pero ellos no eran de esta parte del mundo. Vinieron de otra parte y se asentaron aquí. Así surgieron los Quitus" (Naranjo, 1990B: 181).
En las leyendas, los ecuatorianos somos los primeros héroes civilizadores del continente. En las leyendas de Quitumbe, Carán, Viracocha y Naimlap, se habla de famosos capitanes ecuatoriales que educaron a Suramérica saliendo de nuestro territorio. El Rey Tumbe envío un Capitán a recorrer Suramérica, sabiendo tiempo después, que éste y su gente, habían alcanzado países tan distantes como Chile, Paraguay y Brasil. En su turno, recorriendo la tierra hacia el Sur, el Príncipe Quitumbe –hijo de Tumbe–, alcanzó las costas de Lima. Carán conquistó y educó los Andes septentrionales después de ordenar la costa. Finalmente, el dios Viracocha abandonó el continente después de civilizarlo; embarcándose en Manabí, retornó al Cielo (Salvador, 1980: 196-214).
De Naimlap afirma el español Miguel Cabello Balboa que civilizó el Norte del actual Perú; "dicen los naturales de Lambayeque (y con ellos conforman los demás pueblos, a este valle comarcanos) que en tiempos muy antiguos, que no saben numerar, los vino de la parte suprema de este Pirú, con gran flota de balsas, un padre de compañas, hombre de mucho valor y calidad, llamado Naimlap, y consigo traía muchas concubinas, más la mujer principal, dícese haberse llamado Ceterni, trujo en su compañía muchas gentes, que así como a capitán y caudillo lo venían siguiendo, más lo que entre ellos tenía más valor eran sus oficiales que fueron cuarenta,… Habiendo vivido muchos años en paz y quietud esta gente y habiendo su señor y caudillo tenido muchos hijos, le vino el tiempo de su muerte, y porque no entendiesen sus vasallos que tenía la muerte jurisdicción sobre él, lo sepultaron escondidamente en el mismo aposento donde había vivido y publicaron por toda la tierra, que él (por su misma virtud) había tomado alas y se había desaparecido. Fue tanto lo que sintieron su ausencia aquellos que en su venida lo habían seguido, que aunque tenían ya gran copia de hijos y nietos, y estaban muy apasionados en la nueva y fértil tierra lo desampararon todo, y despulsados, y sin aliento ni guía salieron a buscarlo por todas partes, y así no quedó, por entonces, en la tierra, más de los nacidos en ella, que no era poca cantidad, porque los demás se derramaron sin orden, en busca del que creían había desaparecido" (Cabello, 1945: 311-312).
Más adelante, el Historiador Jorge Salvador Lara (1980: 209-210), anotando algo sobre la cuestión de Naimlap, indica que: "Y no solo nosotros sino aún científicos de tanta autoridad como Valcárcel son de la misma opinión sobre la procedencia ecuatorial de Naimlap. He aquí lo que el sabio peruano afirma en su clásica Historia de la Cultura Antigua del Perú `Naimlap y su comitiva llegan a la costa de Lambayeque en una gran flota de balsas. ¿De dónde? Probablemente no más lejos que del litoral de Manta y Portoviejo". O sea que la civilización de la costa del Perú tiene un origen concreto: el litoral del Ecuador.
En otro aspecto, si a la evidencia arqueológica nos remitimos, no solo que se ha demostrado que el Ecuador civilizó a América (Naranjo, 2001), sino que a través de sus testimonios veremos la gran autoestima que tenían nuestros antepasados. En oposición al redentor sangrante y a los santos de gesto agónico de la colonia, impuestos por los españoles, en la época aborigen las figuras de arcilla mostraban personas ricamente ataviadas, luciendo su autoridad dignamente; en la costa es donde se encuentran los mejores ejemplos. Por eso no nos extraña que los primeros escritores, los cronistas, hayan consignado dignificantes comentarios sobre los antiguos habitantes del Ecuador.
En 1548, Pedro Cieza de León, buen conocedor de las Antillas, Centro América, Colombia y Perú, hablando de los pobladores de la región de Quito, dejó consignado el siguiente pensamiento:
Los naturales de la comarca, en general son más domésticos y bien inclinados y más sin vicio que ningunos de los pasados, ni aun de los que hay en toda la mayor parte del Perú, lo cual es según lo que yo vi y entendí; otros habrá que tendrán otro parecer; más si hubieren visto y notado lo uno y lo otro como yo, tengo por cierto que serán de mi opinión (Cieza, 1998: 24).
En 1570, el licenciado Pedro Rodríguez de Aguayo decía de los habitantes aborígenes del distrito de Quito que:
En la dicha provincia de Quito han crecido los naturales después de la conquista en gran número o más que en otra parte ninguna del Perú. Es gente que fácilmente ha venido, y cada día vienen, al conocimiento de nuestra Santa Fe Católica. Gente dócil y de buena disposición y dados al trabajo de la agricultura y otras artes de carpintería. Crían muchos ganados. Es gente remediada y bien vestidos de lana y algodón, el cual algodón se cría en la tierra de los dichos Yumbos (Rodríguez de Aguayo, 1998: 29).
Por último, el cronista milanés Girolamo Benzoni, hablando en 1550 de un dignatario manteño de la Península de Santa Elena, nos describe su porte:
Pasados los límites de Puerto Viejo se entra al país de Guancavilcas, provincia inferior del Reino del Perú y el primer pueblo que se encuentra en la costa se llama Colonchi y está situado cerca de la Punta de Santa Elena. Yo he visto varias veces al Señor de este pueblo que podía tener la edad de sesenta años y era de aspecto verdaderamente señorial; tenía el cuerpo robusto y sanísimo; iba vestido con una camisa sin mangas, teñida de rojo y al cuello llevaba un collar de seis vueltas, de oro finísimo, trabajado en forma de gruesos corales; en la mano tenía un anillo y las orejas, también horadadas, estaban llenas de oro y joyas; en el brazo izquierdo, cerca de la mano, traía, para conservar la vista, una piedra brillante como si fuera un espejo (Benzoni, 1985: 112-113).
Todos esos comentarios que pertenecen a los primeros 35 años de convivencia de los europeos con los ecuatorianos, muestran bien a las claras, la buena impresión que causaron a los invasores nuestros antepasados. Sumado todo esto a la información mitológica y legendaria del Ecuador antiguo, nos deja creer que antes de la llegada de los incas, los ecuatorianos tenían en muy alto su autoestima llegando, inclusive, a ser vistos como seres superiores por los pueblos vecinos.
2.1.2. Los Incas:
Con la invasión inca empieza una época de rechazo a lo ecuatoriano. Tanto los oficiales cuzqueños acuartelados en los Andes norteños como sus descendientes historiadores, se esforzaron por demostrarle al mundo de su tiempo que los habitantes de la región de Quito eran unos bárbaros que solo merecían la esclavitud. Según estos historiadores, eran tan salvajes que detestaban de cualquier manera, ser invadidos. Ellos –los incas– que si eran civilizados, tuvieron que soportar nuestra resistencia a ser elevados a la categoría de "colonizables", por la fuerza de su civilización.
Cuando el "Inca" Garcilaso de la Vega, hijo cuzqueño de un capitán español y una noble mujer inca, escribió sobre la conquista de la región ecuatorial a comienzos del siglo XVII, fue enfático en señalar que: "habiendo gastado Túpac Inca Yupanqui algunos años en la conquista de la paz, determinó hacer la conquista del reino de Quitu, por ser famoso y grande, que tiene setenta leguas de largo y treinta de ancho, tierra fértil y abundante, dispuesta para cualquier beneficio de los que se hacían para la agricultura y provecho de los naturales. Para lo cual mandó apercibir cuarenta mil hombres de guerra, y con ellos se puso en Tumi Pampa, que está a los términos de aquel reino, de donde envió los requerimientos acostumbrados al rey de Quitu, que había el mismo nombre de su tierra. El cual de su condición era bárbaro, de mucha rusticidad, y, conforme a ella, era áspero y belicoso, temido de todos sus comarcanos por su mucho poder, por el gran señorío que tenía" (Garcilaso, s.a.: 92). Visión mañosa la del escritor extranjero que nos habla de un bárbaro y rústico de mucho poder y gran señorío; en definitiva, la visión de un cuzqueño con profundos sentimientos de rencor y envidia hacia una tierra que según le habrán contado sus mayores, civilizó al Perú. No hay que olvidar que según la leyenda de Quitumbe, los incas se hacían descendientes de Guayanay, nieto de Tumbe.
Mucho antes de la aparición de Garcilaso, los incas que ocupaban Quito ya se habían armado con el discurso de nuestra supuesta barbarie. Cuando el antiguo gobernador inca de Quito, llamado por los españoles Mateo Yupanqui, fue entrevistado por el cronista Cabello Balboa sobre la región occidental del Pichincha, allí donde hoy descansan las ruinas de un importante complejo astronómico de los Caras, el mencionado informante se refirió a la región llamada de Yumbos como una tierra sin posibilidades. Frank Salomon y Clark Erickson, hablando de la región de Tulipe al oeste del volcán Pichincha, anotan que: "un Inca habitante de Quito, Matheo Yupanqui, convenció al cronista Cabello Balboa que, para los Incas, lidiar con los Yumbos era meramente un ejercicio de entrenamiento. Fue durante una tregua durante la guerra dinástica Inca de los años 1530, informó, que un ejército Inca hizo "jornadas contra las Provincias de los Yumbos; y aviendo vencido y sugetado, aquellas desnudas gentes, y conocido su pobreza y poco valor se bolvieron a el Quito´. Pero en ésta, como en otras varias instancias, los informantes Incas exageraron el dominio del imperio sobre los habitantes de la selva" (Salomon y Erickson, 1984: 57). Efectivamente; la región del noroccidente es privilegiada por tener diferentes alturas y climas en un espacio bastante pequeño. Eso la hace ideal para una producción agrícola diversificada. Si los incas buscaban terrenos como los del noroccidente, porqué no lo tomaron para si, más aún si sus habitantes originales eran desnudos, pobres y de poco valor. Las ruinas que hoy se pueden apreciar en aquella tierra, hablan más bien de un pueblo culto, organizado y en ningún momento dispuesto a tolerar a cualquier advenedizo.
Como podemos ver, son los incas y sus descendientes peruanos, los que dan inicio a lo que podríamos llamar la "leyenda negra del Ecuador". Son ellos los primeros en hablar de bárbaros, rústicos, ásperos, belicosos, desnudos, pobres, pusilánimes y cuántas otras expresiones que a nuestro parecer, son el inicio de la destrucción de nuestra elevada autoestima nacional y el comienzo de nuestra dependencia a ideales ajenos a la verdad.
2.1.3. Los Europeos:
Antes de pasar adelante, hay que anotar algo sobre el carácter de los europeos. Ellos –los europeos– se consideran y son considerados la Luz del Mundo, el Faro de la Civilización, la Bendición de la Humanidad. Su "raza", su ciencia, su arte y hasta su guerra, se consideran lo más avanzado y un ideal a seguir. No hay persona de escasas luces, que no proclame la superioridad de los europeos. Todos los grandes pueblos antiguos de la humanidad merecen duda sobre sus obras menos Grecia y Roma. En fin, de no ser por Europa, los americanos, africanos, asiáticos y australianos careceríamos de cultura y de humanidad.
Siempre se olvida, en cambio, la parte brutal de la "civilización" europea. No porque esa parte sea la menos importante, sino porque no conviene medir las debilidades de lo que se considera un ideal. ¿Quién podría hablar mal de un Superhombre? ¿Quién lo hará de un europeo?
Revisemos algunos aspectos de lo que se ha dado en llamar la "Civilización Occidental"; aquella misma que llegó a nuestro territorio con los españoles. Solo así podremos entender porqué con éstos nuestra autoestima continuó deteriorándose.
En una obra sobre Bartolomé de las Casas –uno de los grandes defensores de la esclavitud africana en América–, escrita por el fraile español Manuel Martínez de la Orden de Predicadores, se dice algo del tumultuoso carácter de los peninsulares: "fueron famosas, tristemente famosas, por ejemplo, las guerras entabladas por Sancho de Castilla, primero contra sus primos, los dos Sanchos de Aragón y de Navarra, y luego contra sus propios hermanos Alfonso VI de León y don García, rey de Galicia, y que reanudaba tres años después contra el de León. Vencido esta vez don Sancho y teniendo que huir con los suyos a uña de caballo, se atribuye a consejo del Cid, entonces a su servicio, el haber vuelto contra los leoneses, que dormían confiados, sembró el pánico entre ellos y degollando a cuantos pudieron. Salvó de milagro el rey don Alfonso, huyendo disfrazado a pedir asilo al rey moro de Toledo que se lo otorgó generosamente" (Martínez, 1980: 30).
Más adelante, el dominico Martínez señala que: "¡Culpas fueron del tiempo…! y de la negra ambición humana. Culpas en que incurrían hombres como el Cid de quien en contraste con el humanitarismo y la nobleza de que la leyenda le aureola, puede la crítica histórica decirnos cosas como las que siguen: ´El famoso Cid es el tipo, no de la caballería poética, el fiel a Dios y a su dama, sino uno de esos aventureros audaces, sin ley y sin fe, que alquilaban el valor de su brazo a quien mejor le pagase. Pasó la mitad de su vida al servicio de los sarracenos como soldado, como soldado de fortuna, y como pasó la otra mitad combatiéndolos, Abu-Bassan, el cronista árabe, llamóle el ´can de Galicia´, bandido sin honor, infiel a los juramentos y traidor a las capitulaciones. Los Beni-Hud de Valencia que le habían sacado de la oscuridad, pagáronle para que los defendiese contra los cristianos; y tan falso como cruel el caballero devolviese contra ellos, conquistándoles la ciudad; quemó a los prisioneros a fuego lento, arrojándolos a los perros de presa para que los despedazasen, torturábalos y los mataba para arrancarles el secreto de sus tesoros escondidos´." (Martínez, 1980: 31).
Luego de contarnos sobre otros crímenes, no solo en España sino en otros países europeos, termina diciendo Martínez que: "A vista de tales hechos, repetimos, ¿por qué hemos de escandalizarnos ni creer inverosímiles los cometidos por los conquistadores en América? Obras fueron, no solo del tiempo, sino de la condición humana desde Caín hasta nuestros días…, en una u otra forma" (Martínez, 1980: 37). ¿Condición humana o condición europea, padre Martínez?
En otro tema, si bien la esclavitud no solo se ha dado en Europa, también es cierto que es donde adquiere los niveles más dramáticos. El "comercio triangular" como se lo conoce, es una de las más espantosas prácticas de las que se tenga noticia; "… la trata de negros experimentó cualitativa y cuantitativamente un giro radical con el descubrimiento del Nuevo Mundo, cuya mano de obra aborigen fue sustituida por la importación masiva de negros africanos, considerados a partir de ese momento como bienes muebles susceptibles de compraventa según el precio del mercado, regulado en función de la oferta y la demanda del comercio triangular entre Europa, África y América. Europa inundaba las costas africanas con aguardiente y armas de fuego, África aportaba las ´piezas de ébano´ y de América procedían los metales preciosos" (Gispert, 1990: 560).
Es que todo lo anterior es consecuencia de una actitud europea hacia lo humano; no es consecuencia de un momento de la historia, es práctica consuetudinaria entre pueblos como los de Europa. El caso del racismo –el amo y el siervo, el fuerte y el débil–, es un tema recurrente entre los europeos desde Aristóteles hasta Hitler. José Carlos Mariátegui menciona que "el sociólogo Vilfredo Pareto, que reduce la raza a sólo uno de los varios factores que determinan las formas de desenvolvimiento de una sociedad, ha enjuiciado la hipocresía de la idea de la raza en la política imperialista y esclavizadora de los pueblos blancos en los siguientes términos: ´La teoría de Aristóteles sobre la esclavitud natural es también la de los pueblos civiles modernos para justificar sus conquistas y su dominio sobre pueblos llamados por ellos de raza inferior. Y como Aristóteles decía que existen hombres naturalmente esclavos y otros patrones, que conveniente que aquellos sirvan y éstos manden, lo que es además justo y provechoso para todos; parecidamente los pueblos modernos, que se gratifican ellos mismos con el epíteto de civilizados, dicen existir pueblos que deben naturalmente dominar, y son ellos, y otros pueblos que no menos naturalmente deben obedecer y son aquellos que quieren explotar; siendo justo, conveniente y a todos provechoso que aquellos manden, éstos sirvan. De esto resulta que un inglés, un alemán, un francés, un belga, un italiano, si lucha y muere por la patria es un héroe; pero un africano si osa defender su patria contra esas naciones, es un vil rebelde y un traidor. Y los europeos cumplen el sacrosanto deber de destruir los africanos, como por ejemplo en el Congo, para enseñarles a ser civilizados´." (Mariátegui, 1991: 9-10).
Otro caso de estudio tiene que ver con la Inquisición. Este Tribunal dedicado a la "santa tarea" de averiguar, mostró con los mejores colores su origen europeo, o sea, intolerante hasta la médula. Dedicado a analizar los criterios opuestos, elaboró y aplicó con entusiasmo los más intrincados procesos "judiciales" para evitar el libre pensamiento. Sin embargo, para el historiador francés Jean-Pierre Dedieu, la cuestión del Santo Oficio no es para tanto. En determinados momentos, el francés se impone sobre el historiador y nos dice que: "… el Oficio sabía ser eficaz. Intentemos evaluar sus efectos. Podemos adelantar, con prudencia, algunas cifras: en toda España debieron pasar ante él unas doscientas mil personas en total, un tercio antes de 1530; hubo como máximo unas diez mil ejecuciones, las cuatro quintas partes en el transcurso de los treinta primeros años; un proceso por cada cinco mil españoles y año a finales del siglo XV y a comienzos del XVI, a continuación uno por cada veinte mil, y en el siglo XVIII uno por cada cien mil. Es poco." (Dedieu, 1990: 87). Si uno mismo o un ser querido era el perseguido, el discriminado, el apresado, el atormentado, el expropiado o el ejecutado, ¿qué importa si a un tercio lo fastidiaron antes o después de cualquier año? ¿qué un "máximo" de 10.000 seres humanos fue vejado públicamente? ¿qué la cifra de estigmatizados haya decaído con el paso de los siglos? ¿o que muchos más hayan tenido que dejar su patria por siempre para no ser parte de la estadística? Solo un europeo puede tener el empacho de decir y publicar que todo lo computado Es poco. ¿Qué opinión tendría el historiador francés si –Dios guarde- el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fuese hechura ecuatoriana, por ejemplo?
¿Qué decir del colonialismo, el machismo, el nazismo, el capitalismo o el genocidio? Prácticas desarrolladas e impuestas por Europa en el resto del mundo. Y todo este espíritu se estableció en lo que hoy es el Ecuador, hace cinco siglos. Las consecuencias de ese horror se pueden ver hasta ahora en un pueblo atemorizado e incapaz de responder.
2.1.4. Los Oficiales Coloniales:
Todo lo visto se aplicó también en nuestro país al punto de que los mismos oficiales del coloniaje se apenaban de la suerte de nuestros antepasados indígenas. En 1570, en la Relación de la Ciudad y Provincia de Quito, el licenciado Salazar de Villasante, Gobernador de Quito, dice que: "soldado me certificó que acaecieron a entrar en unos pueblos de los Quijos los soldados, y tomarles toda cuanta comida tenían para su año, sin les dejar cosa, y morir de hambre padres e hijos más de 5000 personas. Un hijo bastardo del doctor Vásquez, que se llama Juan Vásquez, que era soldado, echó un lebrel a una india y se la comió en un credo y yo hice la probanza de esto en la residencia que tomé al dicho Melchor Vásquez. A él no pude prender. Otros soldados cortaban las tetas a las mujeres, porque yendo con ellos no andaban tanto como querían. Otras muy muchas cosas de grandes crueldades hicieron y lo consentía el dicho Melchor Vásquez" (Salazar, 1570: 93-94).
En el año 1765, Joaquín Merisalde y Santiesteban, hablando del impuesto denominado mita, anota que: "puede tanto el horror de esta pensión cruelísima, que lloran los padres al nacimiento del hijo varón, y suelen para reservarlos imponerles alguna lesión, torciéndoles brazos y piernas, o quitándoles la vida de una vez" (Merisalde, 1765: 404). ¿Cómo podemos sentirnos los descendientes de personas que después de ser violentadas a tal extremo, no hallaron quién les hiciera justicia? El decaimiento de la autoestima es el síntoma más relevante de este "estilo" de vida. La violencia verbal y física contra nuestro pueblo trajo como lamentable consecuencia, una sociedad desconocedora de sus propias virtudes y exaltadora de sus defectos.
2.1.5. Los Filósofos:
Vale la pena citar a un par. Carlos María La Condamine que tiene colegio, calle y monumentos en el Ecuador pues aquí vivió a mediados del siglo XVIII, decía de sus anfitriones que:
Yo creí reconocer en todos los Americanos un mismo carácter fundamental… La insensibilidad es la base de su carácter… Dejo a otros la decisión de establecer si esta insensibilidad deba honrarse con el nombre de apatía o envilecer con el de estupidez. Ella nace seguramente del pequeño número de sus ideas, que no sobrepasa el límite de sus necesidades… Glotones hasta la gula cuando tienen para satisfacerse; sobrios cuando la necesidad les obliga serlo, hasta vivir sin nada sin demostrar deseo de nada; cobardes y vagos hasta el exceso, si la borrachera no los transporta; enemigos de la fatiga; indiferentes a toda clase de gloria, honor, reconocimientos, ocupados únicamente por el objeto del momento y siempre determinados por éste; sin darse preocupaciones por el porvenir; incapaces de providencia y reflexión: cuando nada les molesta se abandonan a una dicha infantil que manifiestan con saltos y risas desenfrenadas, sin objeto ni intención: pasan la vida sin pensar y envejecen sin salir de la infancia, de la cual conservan todos los defectos (Juncosa, 1986: 15-16).
Estas ideas han sido tan aceptadas entre muchos mal llamados ecuatorianos, que Osvaldo Hurtado afirma de este extranjero lo que sigue: "Los más ilustres viajeros, Alexander von Humboldt y Charles Marie de La Condamine, a pesar de que permanecieron por largo tiempo en el país dejaron pocos testimonios referidos a las costumbres, quizá porque su principal preocupación fue científica o por que con un discreto silencio quisieron reciprocar las finas atenciones que les prodigaron los generosos anfitriones que les acogieron como huéspedes, algunos en sus casas." (Hurtado, 2007: 7-8). Si la verborrea del francés de marras obedeció a discreto silencio, qué les hubiera endilgado a los pendejos anfitriones de haberle atacado la locuacidad?
Pero sigamos adelante, otro de los que vino con el "pensador" antes citado, en el año 1735, el marinero Antonio de Ulloa y que también tiene alguna calle en la ciudad de Quito, dice de nosotros que:
Si se quiere considerarlos como hombres, los límites de su espíritu parecen incompatibles con la excelencia del Alma y su imbecilidad es tan visible, que apenas en algunos casos puede concebirse otra idea sobre ellos, que sean en parte bestias (Juncosa, 1986: 16).
Dos y medio siglos después del inicio de las invasiones, el Ecuador estaba listo para subordinarse a todo modelo extranjero y depender de lo que quisieran que dependiésemos. Aquí hacemos para el país, la maldición que el Abad Luigi Brenna lanzó a la América toda:
… siempre debe quedar lejos de nosotros el temor… de que un día América llegue a ser para Europa lo que hoy Europa es para América… (Juncosa, 1986: 31).
En definitiva, este "hombre de Dios" nos dice que nuestra domesticación y subordinación es tal que nunca podremos siquiera imaginar cobrarle a Europa por todos los crímenes aquí cometidos. A los ecuatorianos nos ocurre igual con lo extranjero: nunca dudamos de su "superioridad".
2.1.6. Los Viajeros:
Al despuntar el siglo XIX, todas las condiciones que exige la dependencia estaban dadas. Cuando los colonialistas abandonaron físicamente el Ecuador, se quedaron en nuestra incapacidad para proponernos una verdadera independencia como la que habíamos perdido tres siglos antes. Los viajeros de los siglos XIX y XX, en parte, auspiciaron la dependencia y, en parte, la describieron, mostrándonos un panorama sombrío.
José Caldas, un granadino muy a la medida de los suyos, demostraba que el título de sabio que alguien le endilgó, no pasaba de ser un membrete exagerado. En 1805, cuando visitaba estas tierras, tuvo la "sabiduría" de afirmar que: "La fruta es de un consumo grande en Quito. Las señoras usan y abusan de ella. No hay paseo, no hay función que no se celebre con la fruta. Es increíble la cantidad que come de una vez alguna de aquellas damas a cualquiera hora sin experimentar malas consecuencias" (Caldas /1805/ 1998: 63). Graciosa apreciación por ignorante la del "sabio". Consumir frutas y verduras en abundancia, es lo más aconsejado; al menos preferible al descontrolado consumo de aguardiente al que son tan aficionados sus compatriotas, al punto de entregar a cada gobernación departamental el derecho de expender libremente alcohol de mala calidad; sin duda, uno de los motivos de la descontrolada violencia en la que viven. Pero que esto no sorprenda; ya se ve que es una costumbre muy de latinoamericanos andar por allí buscando qué criticar, como si tuvieran las mejores condiciones espirituales, intelectuales y materiales para hacerlo.
Y no solo que tienen la fea y aldeana costumbre de criticar la tierra que les brinda pan, zapatos y techo, sino que además se sienten autorizados a hablar insultantemente de quien los protege. El que citamos a continuación puede caer en la categoría de los viajeros pues era de Venezuela. A pesar de que aquí le hemos obsequiado con títulos y honores, conservó la mentalidad criticable que expusimos más arriba. En una carta a un amigo suyo –otro extranjero–, escribió así de nuestras antepasadas guayaquileñas:
Al fin escribió Ud una carta, a los cuarenta días de estar en Guayaquil; pero lo dispenso, porque sé que Ud es alegre y divertido, y en Guayaquil han estado Uds de atar. ¡Cuántos edecancitos quedarán en esa pobre ciudad! Yo los contemplo con gusto, aunque esté privado de tantos placeres, cuantos Uds han disfrutado en tan largos y tan cortos días que han pasado entre las bellas: bueno, bueno. Yo aquí me consuelo con las solas ideas, y no sé cuándo dejaré un trabajo que tanto me cansa, y ocupaciones que son fuera de mi genio.
Si la niña es linda y es bella, puede Ud. apropiársela: yo no tengo derechos sobre ella, y los que Ud me considere los cedo a Ud tan franca y cordialmente como es nuestra amistad.
Muchas gracias por sus deseos de acompañarme; pero más creo que Ud quiera acompañar a la que le ha inspirado un fuego celestial.
Una visita a todas las amigas: salude Ud a los compañeros y mis amigos, y créame suyo de corazón…
Esta carta escrita por Antonio José de Sucre a su amigo Daniel F. O´Leary, el día 7 de septiembre de 1822, y citada por Salcedo-Bastardo (1995: 76), nos releva de todo comentario. Sin embargo, diremos que si toda la carta es un insulto a las primeras damas con las que tuvo la suerte de tratar en su vida, el párrafo segundo (en negrillas por nosotros), es particularmente ofensivo en tratándose de un individuo que se decía amigo de la dignidad y las buenas costumbres. Pero ya sabemos a qué viene tanto extranjero advenedizo, ¡A eso! A vivir de nosotros. De hecho, el autor de tan tristes líneas, admitía en otra carta al mismo O´Leary, seis años y cuatro meses después, un 7 de enero de 1829, que: "demasiado justificado de que no tengo apego al dinero, hasta el caso de estar en el día mantenido por mi mujer,…"(Salcedo-Bastardo, 1995: 376). ¡Pobre marquesita!
Y si de cartas se trata, un fragmento de la que viene nos deja verdaderamente pasmados. Desde Pativilca –una aldea del Perú–, el día 7 de enero de 1824, Simón Bolívar le escribía una carta a su entonces amigo el vicepresidente de la Gran Tontería, General Francisco de Paula Santander (Lecuna & Barret, 1950: 864). Entre otras cosas, el caraqueño decía que:
… no quiero encargarme tampoco de la defensa del Sur, porque en ello voy perder la poca reputación que me resta con hombres tan malvados e ingratos. Yo creo que he dicho a Usted, antes de ahora, que los quiteños son los peores colombianos. El hecho es que siempre lo he pensado, y que se necesita un rigor triple que el que se emplearía en otra parte. Los venezolanos son unos santos en comparación de esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios, y los indios son todos truchimanes /¿inclinados a la trampa?/, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio de moral que los guíe. Los guayaquileños son mil veces mejores.
Años después, en septiembre de 1828 y después de huir de los viciosos y bajos peruanos de quienes se había nombrado Dictador, su buen amigo Santander ("mi querido general", como lo llama amorosamente su Bolívar), contrataba sicarios entre los mejores colombianos para que asesinaran al desintegracionista y santo venezolano. El plan marchaba sobre ruedas y de no entrometerse una truchiwoman quiteña –la Coronel Manuela Sáenz–, Bolívar no hubiera llegado a arar en el mar de Santa Marta.
En todo caso y algo repuestos de tantas sandeces, hemos llegado a la conclusión de que con héroes como éstos es comprensible que nos hallemos como de hecho nos hallamos al día de hoy.
Y no solo los africanizados latinoamericanos criticaban y critican nuestra forma de ser sino que todo extranjero entrometido se siente con el deber de enseñarnos. Un italiano llamado Caetano Osculati, decía en 1847 que: "Extraños son los usos de esta ciudad /Quito/ que puede llamarse totalmente india y difieren mucho de los que se observan en el Perú y Chile, donde la civilización está bastante adelantada, por el mayor número de residentes extranjeros y la continua comunicación con los europeos" (Osculati /1847/ 1998: 144). En las palabras anteriores se descubre el afán no disimulado por colocarnos a la cola de los pueblos periféricos. Somos ciudad y nación de poderosa raíz india; ¿menos civilizados que los pobres chilenos y miserables peruanos, por tener menos europeos que ellos?, lo ponemos en absoluta duda. Sin embargo, allí están los descarados intentos por reafirmar la dependencia que llega a tal punto que cuando citan a autores como Caetano dicen: "observador sereno y sincero" (Espinosa y Páez, 1998 :189). Es decir, somos incapaces de desautorizar a unos desautorizados.
En definitiva, las obras de estos viajeros están llenas de apreciaciones subjetivas en contra nuestra. Un norteamericano de apellido Terry (/1832/ 1998: 140-142), que en 1832 se escandalizaba de una boda en Quito, por el consumo de alcohol cuando por esos días un ebrio compatriota suyo, Samuel Houston –llamado por los indígenas norteamericanos "el Gran Borracho" y de quien el gobierno yanqui tomó la idea del "Tío Sam"—, le arrebataba Texas a los mexicanos.
Otro norteamericano de apellido Orton opinaba de las ecuatorianas, en 1867, que: "sus pasatiempos son los quehaceres de aguja y la chismografía, sentadas como sultanas turcas sobre divanes o en el suelo" (Orton /1867/ 1998: 165-166). ¿Será por eso que los Huayna Capacs, Bolívares, Sucres o Rivets, entre muchos otros, las prefirieron? ¿No se confundiría con las mujeres algodoneras de la Confederación del sur norteamericano?
Finalmente, en 1928, el belga Henry Michaux se burlaba de la cortesía quiteña escribiendo lo que sigue:
Pues bien, precisamente no hay calles en Quito, no hay más que salones en donde la gente se saluda: "Señorita, hijito; mi queridísimo, buenas tardes, buenos días, mucho gusto de…". El saludo que se cruzan es perpetuo, sin la esperanza de que se acabe y según se estila aquí, se dan el abrazo, unos se arrojan en los brazos de otros, tambaleando como toneles mal dirigidos. Se cae sobre uno y ese uno sobre otro. Las muchachas os descubren incluso a un kilómetro de distancia y yo las odio a todas y ando frío, tieso, presuroso y ciego como una máquina y fastidiado como todo (Michaux /1928/ 1998: 177)
… Como todo…, como todo buen europeo y extranjero a quien le entregamos la autoridad suficiente para que nos observe y describa sin que por un lado, tenga la capacidad moral ni intelectual para hacerlo y por el otro, nosotros el porqué soportar tantas burrumbadas.
2.1.7. Los Científicos Sociales:
"Para muestra, un botón", nos dice el viejo refrán. Leamos las palabras del eminente maestro de generaciones José Gabriel Navarro (1933: 35-36), en una conferencia dada en la Universidad Central del Ecuador:
… algunos etnógrafos han juzgado con benevolencia la capacidad de ciertos grupos indígenas de América, como el de los mexicanos, del que han admirado su inteligencia fácil y espontánea, pero subrayando su poca imaginación y escasa vida sentimental… Pedro de Quiroga, en su interesante libro Coloquios de la Verdad defiende mucho al indio, admite que haya malos como en toda asociación humana, pero también no deja de anotar los defectos dominantes de la raza: la ociosidad, la mentira, la embriaguez, el desaseo. "Para gobernados –dice—no son a propósito, por ser gente que jamás halló yugo que les cuadre; pues si es grave y pesado no lo quieren sufrir; si es justo y bueno, luego lo quiebran; y si es suave y amoroso, respingan en él como ganado cerrero y sin dueño"… Pero si nosotros tenemos idea completa de lo que es el indio de América, no la tenemos ni remota de lo que fueron sus pueblos primitivos. Lo que sobre estos nos han contado cronistas e historiadores es fantástico y tanto que la etnografía lo ha desmentido ya. Grandes imperios, ricos, populosos y civilizados como los de los Aztecas e incas, admirablemente organizados en política, con una perfecta y regular dinastía real, con leyes sabias y gobiernos que sabían educar bien a los pueblos y dotarles de inequívocas obras de cultura: escuelas, artefactos, caminos estupendos, puentes y calzadas sorprendentes, palacios magníficos. Hoy todo esto ha pasado al mundo de la fantasmagoría, desde que la antropología y sicología americanas lo han contradicho. Y no es que esos cronistas e historiadores de Indias hubieren mentido, sino que no comprendieron la organización característica de los aborígenes y la interpretaron a su modo, con lo que sus equivocaciones son sinceras.
Desde comienzos del siglo anterior, los científicos de lo social demostraron una inteligencia menos que pobre. ¿Señor Quiroga, a quién le puede "cuadrar" cualquier forma de yugo? Si, es verdad, a usted, que no quiso parecerse al ganado del cerro, sin amo y sin yugo; usted si honró a la dependencia. Y el maestro Navarro, tan celebrado en este país de raigambre indígena, que nos dice que la antropología y la sicología han contradicho las obras materiales, intelectuales y espirituales de los nativos americanos. A qué antropología y sicología se refiere, ¿a las de la dependencia?, por que las científicas han demostrado largamente la creatividad y logros de nuestros antepasados aborígenes.
De cualquier modo, así aparecen en el siglo XX y son legítimos herederos de la cultura de la pobreza y la dependencia. Su visión de la realidad poco o nada aporta al cambio de mentalidad que requiere la sociedad sobre si misma. Como estudiosos de los hechos sociales, ellos son los llamados a buscar soluciones imaginativas y renovadoras a los problemas creados por la dominación interna y externa que sufre el pueblo ecuatoriano. Sin embargo, nada concreto han propuesto la gran mayoría de ellos. Al contrario, sus trabajos reafirman la postura reinante, o sea, que nuestra sociedad es "algo" a partir de las invasiones inca y española y que estamos condenados al subdesarrollo eterno. Y su propuesta de desesperanza es la más peligrosa pues, si bien, los anteriores fundaron la dependencia, éstos la abalizan con un discurso seudo científico.
Muchos son los ejemplos que pudiéramos citar aquí a este respecto; sin embargo, excusamos prolijidad pues nos interesa llegar a la actualidad, período crucial en el que debemos plantear recomendaciones fundamentadas para lograr el cambio que necesitamos.
Historiadores, arqueólogos, antropólogos, sociólogos y politólogos, como lo más distinguido y destacado de las nacientes ciencias sociales ecuatorianas, trabajan sobre un Ecuador de la post invasión soslayando o negando abiertamente los fundamentos históricos y sociales de la nación como un conjunto. La mayoría desconocidos para un pueblo sumido en la ignorancia y el día tras día; otros, los menos, conocidos hombres públicos que han tomado parte activa en la confirmación de la dependencia.
Como afirmamos en Tierra de la Mitad (2001), los historiadores contemporáneos del Ecuador soslayan el pasado aborigen del país dando desmedida importancia al Período de la Dependencia, como calificamos a estos últimos 500 años.
Con una historia de diez mil años, el Ecuador vivió una época verdaderamente independiente durante los primeros nueve mil quinientos años. Sin embargo, a esa época de auténtica civilización y progreso espiritual y material, historiadores como Pareja Diezcanseco (1994), Salvador Lara (1995) o Ayala Mora (2001), le entregan miserables porcentajes de sus obras que van del cinco al diez por ciento del peso de sus libros. Según lo anterior, para ellos, el 95% de la historia nacional vale un 5% y al último 5% de época dependiente, le entregan hasta el 95% del peso de sus obras. El que historiadores de otras colonias latinoamericanas hagan lo propio no es consuelo; es solo la demostración palmaria de que la dependencia no halla fronteras entre los subdesarrollados. A todos ellos les dedicamos un proverbio africano que dice:
Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.
A un costado de los distinguidos historiadores, los humildes arqueólogos contribuyen con su desconocido y pobre talento, a fortalecer la dependencia. En los círculos académicos serios se viene demostrando que buena parte de los logros americanos tienen su génesis en territorios del moderno Ecuador. Sin embargo, una mentalidad obediente y sumisa a los patrones extranjeros –como que todo lo bueno es de origen inca y a eso no escapa ni el yaraví ni las papas con cuero–, insiste en que no fuimos nosotros. Un desconocido arqueólogo de apellido Salazar, afirma que: "De pronto, un pueblo que hasta hace pocos años parecía no haber inventado nada, resulta que lo ha inventado todo" (Salazar, 1996: 46). No todo pero si buena parte de ello, es de origen ecuatorial. La arqueología científica, no la dependiente, nos demuestra que la casa, la ciudad, la cerámica, el oro, el figurín, la trepanación craneana, la moneda, el platino trabajado y la ortopedia, entre muchas otras cosas, tienen su origen en el Ecuador continental, mucho antes de que los incas aprendieran a cantar (Naranjo, 1990A, 1996, 2001).
Y los antropólogos que fueron llamados por las musas para desentrañar el origen y estructura de la cultura ecuatorial y que hasta ahora –una generación después—nada saben decir sobre ella a no ser que es multi cultural e incapaz de proyectar identidad, también han contribuido con gruesos eslabones para la pesada cadena de la dependencia. Pero que más pesada que decirle al pueblo que tiene muchas culturas cuando no pueden definir la estructura y forma de una sola (la cultura ecuatorial) o que las piedras y las hierbas tienen más identidad que un ecuatoriano. La razón de estos disparates tiene una sencilla explicación: tratando de entender los anticuados y aburridos discursos de los antropólogos norteamericanos y europeos de las décadas de 1940 y 1950, son totalmente ignorantes de la realidad ecuatoriana. Imagínense ustedes que para uno de éstos el poblamiento humano del Ecuador se explica así: "El origen de la población indígena del Ecuador parece encontrarse en migraciones Chibchas que partieran de América Central hace 1.000 y 2.000 años" (Iturralde, 1980: 61). En 1980, los profesionales sabían que el Ecuador lleva unos 10.000 años de historia y que sus primeros antepasados son de filium paleomongól. Que los chibchas fueron un pueblo aborigen de Cundinamarca, en el centro andino de la moderna Colombia y que ese violento país no está en Centro América.
Finalmente, los sociólogos. Uno de ellos, el "mejor" pues llegó a Presidente, no tiene la más pobre idea de los primeros nueve mil quinientos años de historia ecuatoriana. En un texto suyo dice que comenzó a "hurgar en el proceso histórico del Ecuador" (Hurtado, 1977: 11). Y en el índice de la misma obra, inicia el proceso histórico del Ecuador en el año 1533. Si para un sociólogo, las instituciones de la época aborigen no son dignas de ser tomadas en cuenta para un análisis de la realidad nacional, tampoco lo serán los ecuatorianos que las desarrollaron. En una sociedad de raigambre indígena como la ecuatoriana, esta omisión es muy grave pues se deja sin interpretar buena parte del proceso social de la nación. Con razón la tormenta de desatinos durante su nefasto gobierno.
Todos éstos están perdidos en el espacio; perdidos en discursos intrascendentes que no contribuyen para nada al desarrollo de las ideas en el pueblo. Abdón Ubidia (2001: 9) lo advierte en la presentación de su obra: "hay antropólogos que afirman que lo híbrido ha devorado los conceptos de lo culto, lo popular y lo masivo. Hay sociólogos que definen la llamada globalización como un proceso fatal y avasallante, unitario, sin globalizadores ni globalizados. Hay filósofos que han decretado el fin de la historia, economistas que reducen la economía a los juegos financieros y politólogos que no encuentran diferencias entre izquierda y derecha". La falta de dirección hacia los intereses nacionales por parte de estos "científicos", es elocuente; ninguno está capacitado para discernir sobre el verdadero problema de la sociedad ecuatoriana y, menos aún, de cómo desactivarlo para que deje de causar el daño que hasta el día de hoy ocasiona.
2.2. Curva de la Autoestima:
De lo expuesto anteriormente, se descubre la existencia de un pensamiento social que nada tiene de estático. Por lo corto de la vida humana, se tiene la impresión de que todo está inmóvil, quieto; sin embargo, al observar espacios de tiempo mayores, se descubre, no sin sorpresa, movimiento constante en las formas de pensar de una comunidad sobre si misma y acerca de las otras. El Ecuador no es ajeno a esta situación. Por ello, en el estudio de su proceso histórico, podemos observar movimientos ondulatorios o curvas en la autoestima nacional.
En la malla de la Carrera de Desarrollo Social & Gestión Política, impartida en las aulas de la Universidad Cristiana Latinoamericana, aparecía la cátedra denominada Origen del Pensamiento Social Ecuatoriano, ofrecida por el autor de estas líneas. En esa materia, fundamental para el estudio de la política, se exponían precisamente los cambios que ha sufrido nuestra mentalidad social respecto de nosotros mismos. Allí se decía que de una elevada autoestima en la época anterior a los incas, se había caído a niveles muy bajos de valoración de lo ecuatoriano, después de la invasión.
De la época anterior a los incas, se estudiaron los mitos y las leyendas de origen de la nación ecuatoriana. Adicionalmente, las noticias y descripciones que de la dignidad de las personas y comunidades humanas hicieran los cronistas. Finalmente, entraban en el análisis los vestigios materiales del pasado; sobre todo, se estudiaban las representaciones de los personajes de alto rango modelados en terracota.
De los incas en adelante, se revisaron los textos escritos que hablaban de esta sociedad, en sus diferentes etapas, desde más o menos el 1500 después de Cristo hasta nuestros días.
Con esas tareas, se logró construir una curva que de lo más alto –siglo XV–, caía al fondo de un deprimente y oscuro abismo –siglo XVIII–, se levantaba tímidamente en el XIX y volvía a declinar en el siglo XX. La tendencia nos señala pocas probabilidades de recuperación de nuestra autoestima para los primeros lustros del siglo XXI (ver el Cuadro 1).
Con los estudios efectuados por esta investigación, el diagnóstico anteriormente mostrado, ha probado ser válido. En las siguientes páginas, veremos qué es lo que ocurre en la actualidad, fundamentándonos en los datos sociales modernos.
CUADRO QUE MUESTRA LA CURVA DE LA AUTOESTIMA NACIONAL
Siglos XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI
III. CARACTERÍSTICAS ACTUALES DE LA DEPENDENCIA
Vistos los elementos que crearon y configuraron la dependencia, veamos a ésta en los tiempos modernos. Ella está presente en todos los ámbitos de la vida social ecuatoriana; en lo político, en lo social, en lo económico, en lo intelectual y hasta en lo espiritual. Cada día se arraiga más, sin que encuentre una real oposición a su expansionismo. Sin embargo, el día es llegado de empezar a entenderla para poder neutralizarla.
A continuación, se describen y analizan algunos ejemplos de la dependencia en los ámbitos de lo político, lo social, lo económico, lo intelectual y lo espiritual. De lo que se reflexione, puede llegarse a plantear alternativas para eliminar la dependencia.
3.1. Dependencia Política:
Los símbolos de un país, se entiende, son los emblemas que mejor representan a la sociedad que se reproduce dentro de un territorio y un tiempo definidos. Sin estos símbolos o con ellos copiados, ninguna comunidad humana puede entenderse. Cuando las banderas recuerdan las de las metrópolis de turno y los escudos son de origen europeo, nadie puede sentirse realmente seguro de tener identidad. "Gracias al paradigma del modelo romano que le infundió la Revolución Francesa, el Libertador pudo desplegar los signos de la modernidad política dentro de los ritos del triunfo barroco que heredó de sus Padres", nos lo dirá mejor el francés Georges Lomné, en su Revolución Francesa y lo simbólico en la liturgia política bolivariana (1989: 41). Vean ustedes cómo mira un francés –un europeo–, al "¿libertador?" americano: un copiador de los elementos neoclásicos de Europa que "heredó de sus Padres" los europeos; lo miran como a todo lo no europeo, sin valor alguno.
Hablando de la bandera, el autor de seudónimo Jacinto Jijón y Chiluisa, en su obra Longos… nos dice que la zarina de Rusia Catalina La Grande, logró "… enredarse con Francisco Miranda y hacer modelajes privados de su ropa interior lo cual sirvió de modelo cromático para las banderas de tres ínsulas longas" (Jijón y Chiluisa, 1998: 123-124). Sin duda, el reflexivo e irreverente autor, alude a las banderas de Venezuela, Colombia y Ecuador. Si el origen de la bandera venezolana está en Rusia, no lo podemos asegurar. Lo que si sabemos es que el origen de la nuestra está en la mirandina convertida después en la grancolombiana. Así mismo, conocemos que el nombre de la república y el escudo ovalado son de origen francés. En este último –el escudo–, aparecen elementos decimonónicos euroasiáticos que vagamente expresan lo nacional: laureles y olivos griegos, haces consulares, sol afrancesado, símbolos zodiacales asiáticos y lanzas o picas europeas, amen del óvalo francés del Siglo XVIII en el que se retraban todos los Luises, aquellos con nombres de sillones o fue que las banquetas tomaron sus nombres? Para terminar, el uniforme de diario de nuestros soldados es prusiano, porque el camuflado de combate es inglés. Imaginen ustedes este cocktail: compartimos el escudo con los argentinos, la bandera con los caribeños y el uniforme con los chilenos y, en último término, imitamos sin éxito a rusos, franceses, alemanes e ingleses.
Si en los elementos patrios mencionados más arriba pueden forzar alguna duda, en la Constitución Política del Estado no hay la más mínima sospecha de su origen afrancesado. Se burlan quienes pretenden que en el Ecuador han existido diecinueve constituciones; en verdad, lo que tenemos es una misma constitución enmendada o remendada dieciocho veces. Desde sus humildes orígenes republicanos (porque antes existieron las cartas de Quito, Guayaquil, Cuenca y Cúcuta), aquel 28 de septiembre de 1830, la constitución ha privilegiado el tratamiento de la división del poder y los derechos del ciudadano, muy en acuerdo con los anhelos revolucionarios de los franceses del siglo XVIII, o sea, cómo romper el poder de la Monarquía y la Iglesia y cómo tener los mismos derechos ciudadanos de un Rey o un Obispo.
Para el caso ecuatoriano, lo primero es un absurdo porque la autoridad es una unidad que no debe ser dividida; de hacerlo, producimos una reacción en cadena cuya explosión destroza, como de suyo lo ha hecho, la majestad del estado. Lo segundo es una entelequia porque para nosotros no todos los ecuatorianos son ecuatorianos; veamos: recién en 1929 las mujeres pudieron votar, desde 1978 los analfabetos fueron ciudadanos y, hasta hoy, los soldados son cosa aparte. Como se trata de una misma constitución, estos vicios vienen desde el inicio. En 1830 eran ciudadanos los hombres casados o mayores de 22 años que supieran leer y escribir, que tuvieran una propiedad valorada en 300 pesos o una profesión o empresa útil sin sujeción a otro; por ejemplo, un sirviente doméstico o un jornalero no eran ciudadanos pues estaban sujetos a tercera persona. De todo lo anterior estaban excluidas las mujeres (Oña, 1987: 104). La pregunta del millón es cuántos ecuatorianos caían en la categoría de ciudadanos: ¿ocho mil, diez mil, doce mil? Calculen ustedes; lo que nosotros sabemos es que para esa época, en un territorio ecuatoriano indefinido, con una historia blanca de solo treinta tres décadas, habitaban alrededor de setecientos mil seres humanos, muy pocos de los cuales eran considerados ciudadanos. Por eso Andrés Guerrero afirma que: "hay dos clases de ciudadanía, a pesar de que en la Constitución se proclama el igualitarismo. El problema responde al trauma poscolonial" (Guerrero, 2000: 63). Lo primero es una verdad: no todos somos ecuatorianos, de allí las "dos clases de ciudadanía"; lo segundo es una noticia de última hora, un flash informativo: ¿existe algo poscolonial en el Ecuador de hoy?
De una constitución dependiente tiene que desprenderse un régimen dependiente. La democracia –gobierno del pueblo, según los griegos que la idearon–, es para los entendidos o sería mejor decir sus beneficiarios, la panacea de los regímenes de gobierno. Frases tales como "el mejor sistema de gobierno en el mundo" o "la peor democracia es superior a la mejor dictadura", son muletillas clásicas de quienes medran de ese régimen de gobierno. Evidentemente que para un reducido porcentaje de ecuatorianos, esa forma es ideal. Sus amigos en el poder les garantizan la riqueza y seguridad a través de todos los medios de los que se puede servir la corrupción y la impunidad. Desde que los conocemos, los demócratas son los individuos que más cuentas tienen con la ley y con la sociedad. Los diarios no tienen las suficientes planillas como para publicar todos los actos criminales que se cometen en nombre de ésta. Pero todos sumados no alcanzan al peor mal que la democracia sustenta: la desigualdad entre los seres humanos. Una cosa es la vida principesca de quienes se han beneficiado de esta monstruosidad y otra la vida de millones de personas bajo la línea de la pobreza. Ejércitos de ignorantes, desempleados, sin salud y techo, deambulan en busca de algo que llevar a sus familias, mientras unos pocos imitan con éxito el estilo de vida del primer mundo. Y las gentes humildes son engañadas una vez más con el dicho de que "lo que pasa es que en el Ecuador la democracia está mal aplicada". ¡Señores, es donde mejor aplicada está! En sus orígenes, esta forma de gobierno despótico beneficiaba a una tercera parte de la población de las polis griegas pues ciudadanos solo podían ser aquellos que ostentaban el poder y la riqueza en esa "clásica" cultura europea. Las dos terceras partes restantes, estaban formadas por los esclavos y los bárbaros o extranjeros, que carecían de todos los derechos y sufrían todos las cargas. ¿No les recuerda todo lo anterior a un mediando país de la América Meridional? Pero, en verdad, que no todo es idéntico: entre los griegos, los extranjeros no eran humanos; aquí los vemos como a superiores. En esto último, la democracia griega sigue siendo mejor que la nuestra.
En su más reciente obra –"Colonialismo y Soberanía"–, Diego Delgado Jara dice que: "en nuestro país no tenemos control ni gobierno soberano y autónomo sobre el mismo, sino dominio y administración colonial por intermedio de los propios gobernantes de turno, consolidados y apuntalados por los partidos y dirigentes políticos al servicio –público o disimulado—de esa misma metrópoli y que en forma conjunta actúan contra los intereses nacionales y populares!" (Delgado, 2004: 25-26). Cuanta razón le asiste al crítico autor de las palabras arriba citadas. Por eso, el neoliberalismo es el fiel compañero y cómplice de la democracia. Aunque las dictaduras coquetean con él, es en la democracia donde mejor se aviene. Esto tiene una razón: el neoliberalismo es una imposición norteamericana y ellos son demócratas por convicción. Mal visto por la metrópoli que sus colonias allende Texas, cambien la democracia y el neoliberalismo por algo digno para sus pueblos. Como en la dependencia todos compiten por ser los mejores sirvientes, el Ecuador no puede excusar su participación en el empleo de herramientas que lo mantengan sujeto a una capital extranjera. En verdad, el nuestro es un país muy rico en recursos; cualquier sistema económico que se aplique aquí con sentido nacional, tendrá éxito. Desde los tiempos precolombinos, fuimos comerciantes; eso quiere decir que tenemos experiencia en el área económica. Sin embargo, nos aferramos al neoliberalismo porque eso beneficia al primer mundo y a unos cuantos agentes nativos.
La conformación administrativa del estado –metrópoli versus provincia— parte de una concepción imperial. Que esta concepción tenga su origen en España o en la Roma de los Césares o en una tercera fuente, resulta secundario. Lo que si parece importante es que su estructura carece de originalidad nacional. Un poder agolpado en una ciudad, disfrutando de los beneficios de esa centralización, es un modelo que nos recuerda a todos los imperios conocidos. Hasta finales del siglo XV, lo que hoy llamamos Ecuador, conoció regiones políticas autónomas que se confederaban según sus necesidades históricas, sociales, económicas o militares, por citar unos casos. Sin embargo, conservaban su identidad política muy al margen de esa confederación. Este hilo se cortó con la invasión inca, trayendo problemas que hasta el día de hoy estorban al normal desenvolvimiento de la nación. Los expertos del Consejo Nacional de Modernización del Estado –CONAM–, señalan que "el sentido común nos lleva a afirmar que, para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, sus necesidades deben ser satisfechas por las instituciones cercanas a ellos. Es así que el Ecuador apuesta a la descentralización de la actividad pública como una estrategia de modernización del Estado" (CONAM, 2001: 2). Inteligente deducción de los expertos: la descentralización administrativa del estado es prioritaria. Sin embargo, nada dicen del proceso colonial de la centralización y mucho menos de la estructura política del Ecuador anterior a los incas. Por el contrario, se dejan asesorar por el técnico alemán Jonás Frank para conseguir la desconcentración. ¿Estamos frente a otro modelo no ecuatoriano para ecuatorianos?
El pensamiento político de los ecuatorianos, básicamente procedente de tres grandes vertientes –conservadorismo, liberalismo y socialismo–, es de origen europeo. Carlos Paladines refiere que: "entre las corrientes externas de pensamiento, la más importante por su presencia fue sin duda la francesa. Sin descartar la vertiente española que constituye, a pesar de las diferencias que puedan señalarse, una unidad de desarrollo con nuestra Ilustración, mucho mayor que la que generalmente se ha señalado" (Paladines, 1992: 67). Así que esas tres maneras filosóficas de ver el mundo vienen de Europa y ya sabemos cómo ve esa raza a la humanidad. Solo lo europeo es humano, lo demás es infrahumano. Como no estamos en aquel continente, caemos en la segunda categoría. Pues bien, si todos los partidos políticos del país, sin excepción, proceden de esas filosofías de vida, no cabe duda de que proceden de Europa; si esto es efectivamente así, es comprensible porqué socialcristianos, socialdemócratas, chinos y cabezones, tienen la "obligación" de destruir sobre lo destruido. La receta es fácil: si los europeos creen inferiores a los ecuatorianos, en sus filosofías políticas debe aparecer este ingrediente. Los sirvientes nativos del pensamiento ilustrado tienen que actuar en consecuencia. Desde esta perspectiva, ningún partido político que se respete puede trabajar por el Ecuador; debe hacerlo en su contra.
Ningún sistema legal puede adaptarse a una realidad si es que procede de otra. El sistema judicial del Ecuador entierra buena parte de su origen en códigos ajenos. Los romanos, los españoles y los franceses idearon para su realidad, muchas de las leyes y preceptos que hoy intentan guiar al ecuatoriano. Reglas consuetudinarias de esos pueblos, se convirtieron en leyes allí donde eran aplicables. Con el pasar del tiempo, los códigos romano y napoleónico, desembarcaron en nuestro territorio y adquirieron carta de ciudadanía. No negamos el valor de esas leyes pero creemos que ellas, obligatoriamente, deben tener alguna raigambre con nuestro mundo conceptual. No estamos seguros de que así sea, pues una de las grandes quejas nacionales es que contamos con muchas y buenas normas que, sin embargo, no se aplican correctamente en nuestro medio. Las llamadas Leyes de Indias tenían fama de ser muy justas y en nada beneficiaron a nuestros antepasados indios. Sin duda, las leyes nacionales han beneficiado a un reducido círculo de ecuatorianos, perjudicando a la gran mayoría: los así llamados "de poncho".
En nuestras relaciones internacionales es donde mejor queda expuesto lo dicho. Nuestras leyes parecen haber servido mejor a nuestros socios mundiales que a nosotros mismos. Instituciones y países extranjeros han sido los grandes beneficiarios de una política exterior llamada a tolerar las imposiciones de poderes extraños como los del Primer Mundo con todo y sus organismos (OEA, ONU, etc.), en paralelo a su silencio cuando se nos ha perjudicado. El "panamericanismo", como postulado y práctica, es un triste ejemplo de lo anotado. Cuando se trata de proteger los intereses no ecuatorianos, es particularmente eficiente; no así cuando tiene que velar por el Ecuador. Todos los enfrentamientos armados que hemos tenido en el último medio siglo con el Perú, por ejemplo, han inclinado las simpatías continentales hacia este último, por esta mal llamada amistad y hermandad americana. Si no tenemos claridad jurídica en el interior, no podemos aspirar a una relación justa con lo exterior.
3.2. Dependencia Social:
Si la comunicación es el vehículo de las experiencias, aquí nos encontramos frente a otro grave problema. Trasmitimos nuestra forma de ser con estructuras idiomáticas ajenas. Es que ninguno de los idiomas "oficiales" del Ecuador, es originario de aquél. El quechua al que se quiso naturalizar ecuatoriano cambiando la E por la I y la O por la U, es un idioma procedente del extremo sur del moderno Perú. De raíces netamente altoperuanas (Bolivia y Perú) o aymáras, ese idioma fue introducido en los Andes ecuatorianos por los incas primero y los evangelizadores católicos después. Oleadas posteriores de quechuas desplazados por la colonización europea, lo introdujeron en la Amazonía occidental ecuatoriana, o sea, en la región de Quijos, por Napo y Sucumbíos actuales (Oberem, 1980: 313). No existió un quichua quitense anterior a los incas, como quiere Juan de Velasco (1978: 171). Su origen es impuesto y en nada es el idioma "nativo" de los ecuatorianos.
¿Qué decir del español? El idioma de Cervantes es de origen Romance, es decir, mediterráneo hasta la médula. Desembarcó de las naves castellanas tan temprano como los conquistadores que lo hablaban y uno que otro roedor que lo escuchaba. Ese idioma que se perfeccionó en el reino de Castilla, allá por el siglo IX de la Era Cristiana, fue impuesto a nuestros antepasados por los conquistadores íberos. De él como del quechua, vienen el mayor número de construcciones lingüísticas de nuestro país. Apellidos y topónimos ecuatorianos proceden, básicamente, de estos dos idiomas.
Un tercer idioma extranjero empieza a enraizarse en el país: el inglés. El idioma de Shakespeare, se perfeccionó en la Inglaterra de inicios del segundo milenio de la presente Era. Procede de las lenguas anglosajonas y arribó a las costas de América, con los peregrinos del Mayflower, allá por 1615. Más que por lo británico, la idolatría por lo norteamericano le está entregando carta de naturalización, al punto de que lo encontramos en algunas materias de la escuela y colegio, en los rótulos publicitarios de muchos "shop´s and mall´s" y hasta en uno que otro programa cómico de la televisión donde se emplea el "spanglish", hijo mestizo de gringo y chicana.
Por el contrario, los centenarios y milenarios idiomas de raigambre nacional, retroceden sin protección alguna, ante el avance de la dependencia. En la Amazonía, el shuar, el a´i, el huao y el siona-secoya, son hablados por unas 42,000 personas; en el litoral, el awa, el chapalaache y el tsafiqui son hablados por unos 8,000 individuos (Benítez y Garcés, 1998)(Bolla, 1972)(Borman, 1976)(Moore, 1966)(Pérez, 1980)(Robalino, 2000). Poco más o menos, 50,000 ecuatorianos mantienen a duras penas, su identidad lingüística. Sin embargo y al margen de apellidos y topónimos originarios de estos idiomas nativos y de los ya extinguidos cañari, puruhá, manteño, etc. que se hablaron antes del año 1500, los restantes doce millones de ecuatorianos trasmiten su cultura en peruano y español. Hablando estadísticamente, un 0.4% de la población ecuatoriana habla en idiomas vernáculos; el restante 99.6% lo hace en lenguas naturalizadas.
Football, basketball, baseball, ping pong, jockey o judo, son entre muchos otros, deportes que han llegado al Ecuador desde lejanas tierras. Sin modificación ni adaptación alguna, estas prácticas físicas se han vuelto rutinarias entre nosotros sin preocuparnos siquiera por las características del lar nativo de la práctica, las exigencias físicas del lugar de origen, las características étnicas de los inventores, el desarrollo histórico posterior de x o z deporte y su forma de arribo al país. Solo importa que desde hace años, está de moda en otras regiones del orbe y esa es suficiente carta de presentación.
¿Qué importa todo lo anterior si lo que vale es el desarrollo físico de los practicantes? ¿Para qué inquietarnos acerca del nacimiento del surfing si lo que importa es aprovechar mejor el tiempo de ocio? En buena medida, quien así se pregunta parece estar con la razón. Vivir la vida cuestionándolo todo, es un privilegio que pocas mentes alcanzan. Sin embargo, no por ello hemos de caer en el embrujo del facilismo. Es cierto que muchas de las cosas que vienen de afuera no son malas y no lo son en la medida en que se las conoce bien. Más este no es el caso de todo lo que importamos. Aunque no lo parezca, es fundamental conocer lo que adquirimos para no dejarnos dominar por ello. Lo contrario es riesgoso porque además de imponer modelos extraños a nuestra realidad, podemos implementarlos mal. Allí esta el caso clásico del football que durante tantos años sirvió para apuntalar nuestros formidables sentimientos de inferioridad; como nadie, nos sentimos mejor siendo los eternos perdedores en ese deporte. A tal punto llegó lo dicho que fuimos capaces de acuñar frases tan derrotistamente vergonzosas como jugamos como nunca y perdimos como siempre. Ahora preguntamos nosotros: ¿qué efecto creen ustedes que ha tenido sobre toda una generación una frase como la acuñada con anterioridad? ¿Porqué piensan ustedes que no desarrollamos como debemos en muchas actividades en las que nos iniciamos? Por todo lo mencionado más arriba: importamos sin medida ni control y, fundamentalmente, sin conocimiento de causa, arriesgando gravemente nuestra propia autoestima.
Así vivimos nuestra existencia social, al margen de la creatividad. La mayoría de cosas que nos rodean tienen su origen muy lejos de nosotros. Obedecen a otros modos de vida y a otras circunstancias. Las traemos, las desempacamos y las instalamos donde caigan, sin desempolvarlas siquiera. Nunca nos preguntamos qué efecto pueden tener sobre nosotros y nuestros descendientes. Sentirnos parte de una colectividad cuya capacidad intelectual se limita a imitar no es saludable. Desde la forma en que saludamos hasta la forma en que dormimos, son modas adquiridas por imitación. Los griegos de los días de Platón, mostraban la mano derecha para provocar la misma reacción en una persona que se les atravesaba por el camino, para verificar que ésta no estuviese armada. ¿Porqué saludan así nuestros civiles? Los europeos medievales en armadura saludaban a su dama levantando el visor del yelmo o casco con su mano derecha, para que la afortunada les conociera el rostro. ¿Porqué saludan así nuestros militares? Pintamos los buses escolares y los taxis de color amarillo por precaución o por moda. Abusamos del graffiti por comunicación o por moda. Las mujeres que exhibimos en nuestros concursos de belleza representan verdaderamente a la mayoría de las ecuatorianas o es una cuestión de moda. Nos mojan en carnaval, nos hacen descansar el día del trabajo, nos hacen bailar en círculos durante la fiesta del sol, nos inquietan con calabazas desdentadas y nos hacen comprar muchas cosas en nombre de un anciano colorado y de ojos azules, vestido para la nieve en pleno trópico, porque son parte de nuestra estructura cultural o por que están de moda. ¿Quién sabe de dónde viene el carnaval, el primero de mayo, la fiesta del Intiraimi, el halloween o el Papá Noel? Podemos aventurar diez cosas sobre cada una de estas celebraciones pero lo interesante es que ninguna nos pertenece. Es cierto que hemos adaptado algún detalle nuestro a estas cuestiones, pero en términos mayores son fiestas que vinieron de cualquier parte y se impusieron como algo propio.
Las tres comidas diarias si es que la suerte no nos abandona, la distribución de los cubiertos sobre la mesa que a más de uno nos ha causado problemas, el modo de sentarnos, las abreviaciones de los nombres de los amigos, la forma en que llamamos a nuestras mascotas y hasta la cama, pertenecen a sociedades alejadas a la nuestra. El fantasma de que no podemos hacerlo por nosotros mismos, ronda por todos los rincones de nuestra existencia colectiva.
Existencia colectiva, decíamos, que se manifiesta en expresiones tan triviales como la forma en que nos vestimos o peinamos. Cuando estamos casuales vestimos de jean and jaquet; cuando formales lo hacemos de traje o smokin, dependiendo de la gravedad de la ocasión. Estas formas del vestir tienen su origen en los EEUU, en Inglaterra o en cualquier parte, menos en el Ecuador (Estrada, 1984: 99). Si por el contrario, alguien comete la imprudencia de colocarse un poncho en plena ciudad, es un indio o un pendejo que, a la sazón, son sinónimos para la mayoría de los desorientados ecuatorianos. Más la cosa no termina allí; los orgullosos indígenas lucen sus hermosos trajes nacionales: sombrero, ruana, pantalón a la rodilla y alpargatas, son elementos recurrentes en estos trajes. Aunque no nos lo crean, estos vestidos son tan extranjeros como el pullover, el bikini o la corbata. Lo único original en ellos es el color que denota procedencia ecuatoriana (rojo) o no ecuatoriana (otros colores). El sombrero es de Nueva York; el poncho no es solamente ecuatoriano y en tiempos anteriores a los incas, se lo utilizó en la costa y en la Amazonía, exclusivamente; la camisa tiene cuello y bordados españoles, el pantalón llega a la canilla superior como lo hacía el calzoncillo francés del siglo XVIII; por fin, las alpargatas son de la región de la Mancha en España. Una vez más, los únicos originales en el vestir son los pocos indígenas del litoral y oriente del país; aquel 0.4% de la población nacional del que hablamos anteriormente. A todo esto, la minifalda y la pollera no son una excepción.
Los peinados estrambóticos inspirados en los plumajes del papagayo, pencos blancos y puerco espines, que lucen los jóvenes actuales como hace treinta años lucimos unas melenas desordenadas, por sencilla y mecánica imitación de las modas norteamericana y europea, amén de algún cabeza de rodilla que se declara inferior a toda forma de vida alemana (neonazi, skin head), son otro ejemplo de la dependencia en la que nos movemos. Y no es que no tengamos referentes. En la primera cerámica de América que apareció en la manifestación cultural Valdivia de la costa ecuatoriana, hace 5.200 años, destacan unas encantadoras figuritas humanas que tienen como rasgo preponderante al peinado; son miles de esas figuras hasta ahora descubiertas y muy difícilmente se pueden hallar dos que luzcan el mismo tocado. Porqué ningún hombre o mujer modernos vuelven a esos estilos? Porque no existe ningún estilista ecuatoriano que se haya preocupado de estudiar y modernizar esos peinados. De los objetos que se pueden apreciar en las vitrinas de los museos, cientos de ellos llevan peinados hermosos que avergonzarían a cualquiera de los estilos modernos importados por nuestra generación: sin embargo, nos hacemos incapaces de reconocerlo.
Lo mismo tenemos que decir de los muebles, edificios y ciudades en las que habitamos. Sillones y mesas de estilo danés, Luis XV o rústico, recogen el cansado peso de nuestros cuerpos después de un agitado día recorriendo calles de ciudades diseñadas en damero mediterráneo que desembocan en anchas calles y avenidas de aire neoyorquino, flanqueadas por centenas de casas y edificios de estilo dominó, neoclásico o californiano, inspirados en los diseños de Frank Lloyd Wright, Neumayer o Mies Van De Rohe. Son calzadas y fachadas de cualquier estilo urbanístico y arquitectónico que se pueda reputar como no – ecuatoriano. Por 1941, el norteamericano Albert Franklin (1945) se quejaba de la falta de equilibrio entre las fachadas del naciente barrio de La Mariscal y atribuía ese desorden al mal gusto de lo que él bautizó como la "gente decente", o sea, aquella que aceptaba como bueno todo lo extranjero en oposición a lo propio. Qué cerca estaba este observador extranjero de describir nuestra dependencia. Y una vez más, tenemos referentes propios que modernizados, pueden llevarnos a vivir como ecuatorianos. Deberíamos enorgullecernos de conocer que la primera casa de América construida con la técnica antisísmica del bajareque, apareció de la mano de la primera ciudad planificada en el continente, allá por el año 5.500 antes de ahora, en la península de Santa Elena. Era una casa grande y cómoda, de forma elíptica que podía alojar bien a una familia numerosa; más de un centenar de estas estructuras separadas por calles pavimentadas con conchas, fueron construidas en torno a pequeñas plazoletas que a su vez, giraban en torno a una plaza rectangular de 300 por 100 metros, flanqueada por cúmulos artificiales de tierra, con edificios ceremoniales en sus cúspides (Holm, 1985). Qué arquitecto o urbanista ecuatoriano se ha preocupado de estudiar estas estructuras arquitectónicas y urbanas que resultan ser el germen de los modelos habitacionales posteriores no solo del Ecuador sino que de toda la América?
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