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INMIGRACION YLITERATURA: RELIGION


    1. Devoción católica
    2. Festividades católicas
    3. Funerales católicos
    4. Festividades judías
    5. Funerales judíos
    6. Notas

    En esta monografía me refiero a dos de las religiones que trajeron de sus países de origen los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950, y a la devoción que transmitieron a sus descendientes.

    La religión fue muy importante para los inmigrantes. Constituía una fuente de fortaleza frente a la adversidad, al tiempo que significaba un vínculo con sus tierras de origen.

    En la Colonia San José, donde arribó en 1857, el valesano Juan Bautista Blatter escribe que "para la Santa Religión nada había en común el primer año más que el deseo de tener un sacerdote. Al presente tenemos la dicha de tener uno quien nos hace todos los domingos hermosos sermones; la misa se dice hacia las diez y media a fin de que toda la gente de los alrededores puedan llegar a tiempo" (1).

    Los volguenses celebran con una misa la llegada a la nueva tierra. "Era el año 1878, en una calurosa tarde del 18 de febrero, cuando ancló en el puerto de Buenos Aires el trasatlántico ‘Hohenstab’, transportando a su bordo a las diecinueve familias alemanas, que llegaban después de una larga y penosa travesía, desde las lejanas tierras del Volga. (…) Se los alojó en el Hotel de Inmigrantes y allí, en la Santa Misa con que celebraron la llegada al País de la Esperanza, comieron el Pan de la Vida en la Santa Eucaristía y probaron el blanco pan de trigo argentino" (2).

    El sentimiento religioso estaba presente en la casa del gallego Onega. Para que su hija enferma aceptara comer, él recurría a lo que su imaginación le sugería, incluido el ángel de la guarda: "Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los personajes queridos y sagrados que se le ocurrían" (3).

    El padre de María Rosa Lojo, en cambio, le dio este consejo: "Veo a mi abuela materna pasar una a una las cuentas del rosario, mientras augura la condenación eterna de papá, ese ateo que osa desafiar la Voluntad Divina, sin cuya anuencia no se movería ni la hoja de un árbol. El ateo pierde una batalla cuando mamá logra enviarme al Sagrado Corazón (el Sacre Coeur de Magdalena Barat, las monjas con las que ella había estudiado). Sin embargo, no se desalienta. Unos días antes del ingreso escolar, me llama secretamente: ‘Tu madre y tu abuela se han empeñado en que vayas a ese colegio. Pero tú no seas tonta hija mía. No creas en lo que te dicen las monjas’ " (4).

    Una inmigrante gallega sufre una desgracia relacionada con la religión. Cuenta Guillermo Saccomanno: "A mi abuela le gustaba mucho escuchar y contar historias, y me hablaba de una parienta de ella, que entonces vivía enfrente de mi casa. En su aldea en España, esa mujer había tenido un hijo con el cura, y el chico se le había ahorcado a los treinta y tres años. Cuando yo tenía siete u ocho años, a la tardecita me cruzaba a la casa de esta otra gallega, que me contaba la historia de San Jorge y el dragón mientras me daba pan mojado en vino con azúcar" (5).

    En una novela de Gabriel Báñez, el catolicismo es una fuerza activa que intenta paliar las necesidades de los inmigrantes, aunque el sacerdote se excede en sus atribuciones: "Hacía poco más de quince años que el padre Bernardo Benzano estaba al frente de la parroquia Nuestra Señora de la Merced, pero desde los últimos cuatro sus tareas se habían multiplicado por la enorme cantidad de inmigrantes que llegaban a las costas. Procuraba chapas, documentación y hasta changas y empleos golondrinas a los recién llegados. (…) no sólo daba una mano a los más necesitados, sino que por su cuenta y obra cedía tierras fiscales y fundaba barrios y asentamientos que los funcionarios de la comuna calificaban de ilegales. A las villas las bautizaba con nombres de santos y ante cualquier amenaza argüía que la fe no podía ser expulsada" (6).

    Un sacerdote ayudó a los Ranni a salir de Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino, que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por dar a luz a mi hermano, en la frontera inglesa la dejaron pasar…" (7).

    Y un obispo facilita la salida de Hungría del judío Lajos Fehér. El emigrante "consiguió un pasaporte falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa mención del obispo de la zona que la religión profesada por el portador era la católica" (8).

    Vinculado a la religión recuerda Máximo Yagupsky, judío de Entre Ríos, a su abuelo: "Muchos aldeanos plantaban junto a sus casas parrales o higueras. Y cierta vez, siendo yo muy niño aún, pregunté a mi abuelo por qué había plantado una higuera y por qué en el huerto de los Kaplan había una parra. Mi abuelo se sonrió y acariciándome, me dijo: ‘Cuando seas grande y estudies la Biblia, lo comprenderás. En el Libro de Reyes, está dicho que durante el reinado del más sabio de los hombres, el rey Salomón, los judíos gozaban de paz y seguridad y cada cual se solazaba a la sombra de una higuera o de su viña’. No lo entendí cabalmente. Mi abuelo era parco en el hablar. Pero más luego, toda vez que pasaba junto a la chacra del rabí don Israel Halperín, lo encontraba sentado al pie de su higuera, envuelto en su taled, el manto ritual, estudiando Talmud o leyendo los Salmos. Comprendí que don Israel gozaba en la campiña entrerriana del solaz esperado en Sion" (9).

    Otro abuelo, el de la cantante Julia Zenko, cantaba en los templos judíos (10).

    Devoción católica

    En una de las plazoletas del Hotel de Inmigrantes, se honra a la Virgen de Medugorje, traida de Bosnia Herzegovina.

    Santa Francisca Javier Cabrini es venerada por quienes dejaron su tierra. La religiosa "recorrió Europa y las tres Américas, fundando colegios, orfanatos, hospitales, asistiendo a los presos, mineros, y en particular a los inmigrantes más indigentes, por eso el Papa Pío XII la proclama ‘Patrona de los Emigrantes’ el 8 de septiembre de 1950" (11).

    De la Virgen de Covadonga se despide un emigrante. El asturiano Modesto Montoto escribe en su diario, el viernes 14 de octubre de 1927: "a las cinco zarpó el ‘Alfonso XIII’. A causa de la lluvia y niebla consiguiente no me fue posible admirar nuestras costas. Con el corazón lanzo un adiós a los míos, a la Santina de Covadonga y a Asturias" (12).Otro asturiano, que siente la misma devoción, hizo pintar en uno de sus restaurantes un mural en el que aparece un barco con el nombre de la Virgen de su tierra (13). Una hija de asturianos nacida en la Argentina es "devota salesiana de María Auxiliadora" (14).

    Mi abuelo paterno, de Lugo, y el materno, de La Coruña, festejaban con el mayor lujo posible sus onomásticos, a los que consideraban más importantes que sus cumpleaños. El primero ponía tablas sobre caballetes e invitaba a comer puchero a todos sus inquilinos y a los vecinos. El segundo festejaba en familia; en esa fecha nunca podían faltar las castañas.

    En mayo de 2000, la colectividad italiana de Mar del Plata honró las reliquias de San Antonio de Padua Los sicilianos marplatenses son devotos de María Santísima della Scala, cuya imagen hicieron entronizar en 2001 en esa ciudad. Mi familia materna veneraba a San Alfonso, en Lombardía; esa devoción llegó a América.

    Festividades católicas

    La Navidad es una ocasión muy especial, que se recuerda, por lo general, vinculada a la infancia de quienes debieron dejar su país.

    En El angel del capitán, de Chuny Anzorreguy, el croata Miro Kovacic expresa: "Recuerdo también las Navidades. Blancas, desde ya, con frío y nieve. Pero con una luna grande brillando en el cielo obscuro. Nosotros, los hijos, ayudábamos a preparar el árbol, que por una tradición y como garantía de felices futuras Navidades, debía tener una punta que tocara el techo de la casa. Esa era condición sine qua non. Debajo de él se ubicaban prolijamente los regalos" (15).

    Ennio Carota recuerda la Navidad en Italia, en relación con la figura protectora de la nona: "Sólo esas abuelas de ayer daban a las fiestas un toque tan especial. Un mes antes ya estaba haciendo sus galletitas y yo, junto a ella, pelando uvas para il vino cotto, un típico dulce de su Apulia natal. Eramos pobres, pero había alegría, había amor y todo ello nos hacía olvidar la pobreza" (16).

    Canela evoca esa festividad en el mismo país, durante la guerra: "Nací en 1942, fui la última de once hermanos y mis recuerdos son de finales de la Segunda Guerra Mundial. Hacía muchísimo frío y al regreso de la Misa de Gallo había un tentempié –algo de nueces, almendras-, porque lo importante llegaba en el mediodía del 25, alrededor de la mesa familiar. (…) Mi madre amasaba fideos y los servía en caldo bien colado" (17).

    Agata, la inmigrante creada por Dal Masetto, describe sus sentimientos en esos días: "La llegada de la Navidad me colmaba de un manso entusiasmo. La sentía acercarse en el correr de los días y era como si estuviese a punto de acceder a un descubrimiento. Pensándolo bien, jamás ocurría nada nuevo, pero el acontecimiento tal vez estuviese justamente en esa expectativa, en la posibilidad no concretada de un cambio casi milagroso, en esa fiebre que me ponía en el corazón y en las venas una impaciencia feliz. Así había sido siempre. La noche anterior a Navidad solía haber gran movimiento en la casa: se preparaba el almuerzo del día siguiente. Carlo y yo disfrutábamos de aquel clima febril, ayudábamos en lo que podíamos y antes de acostarnos colocábamos un plato vacío en la ventana. Por la mañana encontrábamos un turrón, dos o tres naranjas, algunas mandarinas, castañas, maníes (en una oportunidad en mi plato hubo también un par de zuecos). Juguetes, jamás. Pero incluso con tan poco nos sentíamos contentos y festejábamos como si nos hubiésemos topado con un tesoro. El resto de la jornada se deslizaba en aquel clima apacible y era como si se hubiese establecido una tregua en las inquietudes o en las confusiones del resto del año" (18).

    La Navidad en la nueva tierra es evocada por los inmigrantes, a veces comparada con la de sus países de origen. La italiana María Cuda escribe: "Desde que vivo en la Argentina, mi Navidad es distinta, porque a pesar de ser gran parte de la población de Capital y Gran Buenos Aires de origen europeo, mantiene sus costumbres en forma muy variada. Tal vez por eso y más allá del respeto a los preceptos religiosos que la gente continúa observando, me resulta contradictorio encontrar el clásico pavo, las frutas secas y el pan dulce, en un clima netamente veraniego. Encuentro la justificación en la nostalgia, la tradición y el amor que el inmigrante siente por su tierra lejana, pero tan cercana aquí en el corazón. Por eso, las Fiestas mantienen, también en este país, el espíritu de unidad familiar y son motivo de intercambio de presentes. Algunas expresiones cambian y, en vez de ser la ‘Befana’ y medias, son los zapatos, el pasto, el agua para los camellos de los tres Reyes Magos. Finalizando, diría que el espíritu común es el deseo de buenos augurios y el sentimiento compartido de la creencia en Dios, Nuestro Señor" (19).

    En Frontera sur, la Navidad de los gallegos es descripta así: "Nadie hacía caso al belén armado en la primera sala, junto al zaguán, con un gordo Jesús tallado que dejaba pequeñas a todas las demás figuras, y cuya tosquedad ratificaba el carácter laico de la celebración de aquel día" (20).

    En La pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de antes: "En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una sidra… ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía siempre después de probarla" (21) Una escena semejante narra Miriam Becker, quien recuerda cómo sus padres, judíos rumanos, agasajaban a sus vecinos de otras nacionalidades y creencias (22).

    Entre los alemanes del Volga, "en la Nochebuena, además del Pesebre y el Niño Dios, cobraba importancia el Pelznikell, notable personaje malévolo con el que se asustaba a los más pequeños, pero que terminaba repartiéndoles dulces y regalos" (23).

    El padre Benzano "detestaba a Papá Noel, le parecía un gordo infame, tan infame como los anuncios de la revista El Hogar cuando lo mostraba de compras navideñas en Gath y Chaves o en la capitalina Avenida Alvear. Decía que era un cerdo explotador de renos, un obeso y presuntuoso oligarca, muy distinto de los desvencijados Reyes Magos que sí podían, con camellos y todo, pasar por el ojo de una aguja" (24).

    Gladys Onega recuerda el Día de Reyes de su infancia: "Todo estaba preparado para el goce y todo el dolor nos esperaba. En los zapatos encontrábamos treinta, cuarenta y hasta cincuenta pesos. Eran cantidades que no hubiéramos soñado tener en aquella patria pastoril. Pero nos esperaba algo peor: tampoco podíamos gastarlas, correr a comprar la bicicleta ni la Marilú. Ese mismo día mi padre depositaba el dinero en la libreta de ahorros que había abierto para cada uno de nosotros en su propia caja fuerte y no lo volvíamos a ver jamás" (25).

    Máximo Yagupsky se refiere al Día de Reyes en su familia: "mi padre me llevaba personalmente a una juguetería para que no me faltase un regalo, pero marcándome, al mismo tiempo, que no había misterio en el hecho de que los juguetes aparecieron por la mañana en los zapatos, porque los judíos no creíamos en eso" (26).

    El 17 de marzo, los irlandeses festejan el día de San Patricio. El 25 de julio es el día de Santiago Apóstol, el santo de los gallegos. El 13 de octubre se realiza la Procesión náutica de los molfettenses en La Boca, en honor a la Virgen de los Mártires, y el 10 de diciembre, la comunidad italiana se congrega en una procesión por las calles de Floresta en honor a San Sebastián. En esa oportunidad, la orquesta ambulante La Píccola Italia ejecuta piezas frente a las casas de los paisanos.

    Relacionadas con el catolicismo, encontramos las festividades celtas, que también llegaron a la nueva tierra.

    El Samain "es uno de los cuatro festivales celtas importantes. Marca el final del año celta. Sabemos de su importancia tanto en la Galia como en las Islas Británicas por su aparición en el antiguo calendario Coligny. No sabemos a ciencia cierta a quién estaba dedicado, pero seguro que Samain era el festival de los muertos" (27).

    La fiesta de Halloween, "que parece un carnaval norteamericano es nada menos que una importante celebración celta. El calendario ritual irlandés comienza con el gran festival de SAMAIN, que se celebra el 1° de noviembre. Era una fiesta en la que se realizaban ofrendas a los antepasados para compartir la buena suerte. Hoy los irlandeses en esta fecha hacen una gran limpieza de sus casas, y dejan alimentos para sus antepasados la Víspera de Todos los Santos. Por otra parte, cada 31 de octubre, último día del año según el calendario celta, bajan a la tierra los espíritus de las frutas, los vegetales y los muertos para perseguir y atormentar a los humanos. El término HALLOWEEN surge de la corrupción de la frase "All Hallows Eve" que significa Víspera de Todos los Santos" (28).

    San Patricio es la "fiesta de todos los celtas". "El 17 de marzo, como todos los años, los irlandeses festejan su santo patrono. Pero desde hace tres años se unen a esta celebración, celtas de varias nacionalidades. Sólo bastó dar una recorrida por todos los pubs que se aglutinan, curiosamente, cerca de Retiro –y de la Torre de los Ingleses- para encontrarse con parejas formadas por individuos de diferentes comunidades celtas y una sola idea: beberse toda la cerveza Guiness y todo el whisky irlandés que hallaron durmiendo desde hace justo un año" (29).

    Y Santiago Apóstol, la de todos los gallegos celtas: "Este mes –dice el editorial de julio de 1996- Viajero Celta hace un alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de España y duerme su sueño eterno en Santiago de Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje a todos los gallegos celtas" (30).

    Funerales católicos

    En su novela En la sangre, Eugenio Cambaceres describe con desprecio el funeral del tachero italiano. Dice que los amigos del finado "habiéndose pasado la voz para el velatorio, poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y botas negras recién lustradas". El comportamiento de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado: "Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximábase al muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvían la cara" (31).

    María Teresa Andruetto evoca un funeral de la colectividad piamontesa en Córdoba: "Alguien nos alzó/ hacia el tufo de la muerta/ (se llamaba Elizabeta),/ para que viéramos" (32).

    Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro Tana, personaje de Báñez, "se hizo célebre en una tarde cuando la policía descubrió que convivía con el cadáver de su legítima esposa desde hacía por lo menos dos años. Era tanto el amor del japonés por su mujer que a la hora de su muerte la vació, la limpió con acaroína y formol y la rellenó con estopa para conservarla a su lado. El bonsai conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio mismo, pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo continuó compartiendo el progreso de las flores junto a su esposa sino que además empezó a prepararle sus platos favoritos y a festejarle los aniversarios. El día en que lo descubrieron ella estaba tomando el café con leche en la cama, y parecía tan verídica y lozana en su desayuno que apenas si sospecharon cuando vieron que no mojaba la medialuna. Lo que más le impresionó al padre Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto, que no supo si rezarle un responso o concederle la extremaunción" (33).

    En "Buenos Aires 1910 – Memoria del Porvenir", vimos una foto de un funeral que nos llamó la atención. En medio de una familia, sentado en una silla está ¡el muerto!. Parece que se sacaban así la foto para mandarla a la tierra natal, para que vieran que efectivamente el fallecido ya no pertenecía al mundo de los vivos (34).

    Festividades judías

    María Arcuschín evoca el Pésaj de su infancia entrerriana: "Para dicha festividad, nuestracasa se pintaba íntegramente y se cambiaba la vajilla. Todo tenía que ser renovado. Simbólicamente puro. Al despertarnos por la mañana, y ver todo distinto, nos daba la sensación de vivir en una casa nueva. Por la noche empezaba la festividad. Nuestros padres regresaban de la sinagoga, vestidos con sus mejores ropas (…) La mesa estaba puesta con sus mejores galas, iluminada por dos candelabros ubicados en el centro.. Un botellón de grueso cristal dejaba ver el vino que papá había preparado meses antes, haciendo fermentar la uva cultivada en el huerto casero. Esta era depositada en damajuanas colocadas en la galería, y así con el calor del sol fermentaban y se convertían en zumo exquisito. Mamá llenaba las copitas destinadas a cada uno de nosotros y para los invitados que rodeaban nuestra mesa, sobrinos cuyos padres habían muerto. Compartían nuestra cena y disfrutaban el significado de los festejos. A la cabecera, en medio de las copas de papá y mamá, se destacaba muy especialmente una copita de plata, cuya trayectoria fue muy larga. Viajó desde Ucrania traída celosamente y guardada en una caja, como una preciosa carga destinada a continuar la tradición" (35).

    Máximo Yagupsky evoca –en diálogo con Mario Diament- festividades judías: "recuerdo la cena de Pesaj en mi casa con la presencia de don David Garovetzky. (…) Estábamos pues celebrando la Pascua, y don David propuso un aditamento al himno Daieinu, que se canta en esa celebración. Daieinu es el estribillo con el que se cierra cadenciosamente cada uno de los versos que mencionan los portentos que Dios ha hecho a favor de Israel. Don David, levantando la voz y girando su rostro de derecha a izquierda, dijo: ‘Habría que agregar otro verso en el que dijéramos: ‘Si el Señor, a más de habernos dado la libertad de Egipto, la Santa Ley, el día sábado, etcétera, no nos hubiera hecho venir a esta tierra ubérrima, ¿nos habría, acaso, dejado satisfechos?’. Y la concurrencia meneó la cabeza y respondió daieinu, daieinu".

    El judío evoca asimismo el Iom Kippur, asociado a un acontecimiento desgraciado: "Recuerdo cuando en el pueblo de Domínguez, en la noche de Iom Kippur, la más sagrada para el judaísmo, unos vándalos antisemitas penetraron en la sinagoga a altas horas y profanaron los rollos de la Torá, los hombres realmente cultos e ilustrados de la catolicidad de la provincia se hermanaron con nosotros en la indignación".

    Recuerda que en una oportunidad, un criollo hizo una bendición en hebreo: "don Manuel del Pozo, que era el criollo que estaba con su rancho junto a nuestra casa, venía todos los viernes a escuchar kiddush. Y cuando cierta vez mi padre se había ausentado a Paraguay, llamado por menesteres religiosos, vinieron don Manuel y su esposa, doña Polonia. Yo le dije: ‘Don Manuel, esta noche no hay kiddush porque papá no está’. Me replicó: Cómo no hay kiddush? Déme una copa’. Le servimos una copa y se hizo toda la bendición consagratoria del sábado en hebreo, de memoria. Y cuando se retiró dijo todavía ‘gut shabes’ " (36).

    Luis León escribe sobre Rosh Hashaná, el año nuevo hebreo, el cual "no obstante el desfasaje del primer día con el del calendario gregoriano, es para toda la gente un momento de esperanza y alegría, donde se concentran expectativas y se busca celebrar con el resto de la familia" (37).

    Nissin Mayo recuerda las vísperas de Roshana en su casa paterna: "Hacíamos selijot en casa, a la madrugada, cansados y con sueño, para exaltar a Dios y solicitarle perdón (selijot) por los pecados cometidos en el año que terminaba. Nos reuníamos mis padres (Marcos y Cadén) y nuestros hermanos, tíos, primos y amigos (los valientes de la madrugada). En los cantos que entonábamos se destacaban algunas voces sonoras y afinadas. Llegaba luego el ansiado desayuno con boios, borrecas, roscas y otras exquisiteces preparadas por mamá, que había aprendido el delicioso arte culinario sefaradí con su madre en Urlá, su pueblo natal de pescadores, en Turquía a orillas del mar Egeo, pegado a Esmirna. Después del selijot, ya estábamos espiritualmente preparados para recibir el nuevo año. Entonces nos deseábamos todos: una añada nueva que tengamos, con salud, alegría, hechos buenos, escritos en libros de vida………Amén" (38).

    El sábado es festejado por un personaje de Ana María Shua: "El tío Sansón llegaba jadeando, los sábados a la tarde, agotado a causa de los esfuerzos que debía hacer para no trabajar. Caminar, primero, cuadras y cuadras, para festejar el sábado en casa de su hermana porque viajar está prohibido. Golpear después con el mango del paraguas en la puerta de hierro hasta que alguien de la casa, desde el primer piso, lo escuchara, porque tocar el timbre está prohibido" (39).

    Juan Jorge Nudel relata que una familia de judíos argentinos observaba tres festividades: "Los Goldman eran una familia judía creyente si bien no practicante, que se reunían todos en las fiestas tradicionales que a estas alturas sólo consistían en tres: Pascua judía (una noche), Año nuevo judío y el día del Perdón" (40).

    Funerales judíos

    El funeral judío es evocado por Horacio Vázquez-Rial. El viudo, gallego, "maravillado al ver que el cuerpo de Raquel, que él recordaría siempre en otra forma, era entregado a la tierra sin caja, juzgó que su retorno a lo elemental sería rápido y perfecto. Allí, en el cementerio, oyó a un anciano judío decir una frase que le acompañaría en lo que le quedase de vida; ‘Que el espíritu que el Señor le concedió regrese junto a él’ ".

    En esa misma novela se afirma que los judíos tratantes de blancas no podían ser enterrados junto a sus hermanos de fe. La comunidad judía creó una organización para protegerse de la Zwi Migdal, que atraía la censura de la sociedad hacia quienes profesaban esa religión, aunque la mayoría fueran inocentes. Cuenta un tratante arrepentido: "Los judíos siempre se preocuparon mucho por la moral. Y por las apariencias. Había un comité de protección de las mujeres y los niños judíos. Hablaron con el rabino. (…) Y el rabino nos prohibió entrar al templo. Y después prohibió que nos enterraran como Dios manda" (41).

    María Inés Krimer es la autora de La hija de Singer, obra en la que -escribe Damián Tabarovsky- "cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte del padre y el duelo de treinta días que según la tradición judía deben transcurrir hasta la despedida" (42). En "Villa Crespo de mi infancia", José Mantel recuerda un midrash, "encuentro para homenajear a un difunto" que se organiza al cumplirse un aniversario de la muerte de un judío. En esa oportunidad "el ‘arrecibido que le sea’ era la infaltable frase para que le llegasen al difunto las oraciones, al terminar. Y ‘cafés alegres’, el deseo de despedida" (43).

    …..

    En la alegría, en la tristeza, siempre está presente la religión ancestral, la misma que enlaza el pasado con el presente, y se proyecta hacia el futuro.

    NOTAS

    1. Vernaz, Celia E.: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
    2. Chiérico, Edgardo Ariel: "Colonia San Miguel, un nuevo museo", en La Capital, Mar del Plata, 9 de abril de 2000.
    3. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
    4. Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en Sitio al margen. Buenos Aires, noviembre de 2002.
    5. Chiaravalli, Verónica: "Un corazón tomado por la memoria", en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.
    6. Báñez, Gabriel: Vírgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
    7. Gaffoglio, Loreley: "El teatro me contuvo", en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
    8. Weisz, José Martín: …mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, MILA, 2002.
    9. Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
    10. Kiron: "El canto es magia", en La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de octubre de 2002.
    11. Folleto entregado en 2002 en el Hotel de Inmigrantes.
    12. Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la emigración", en www.telepolis.com.
    13. Mural pintado por Carlos Salatino y Beatriz Sevilla, en Belgrano, en 2001.
    14. Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
    15. Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
    16. Becker, Miriam: "Casera e italiana", en La Nación, Buenos Aires, 23 de diciembre de 2001.
    17. Becker, Miriam: op. cit.
    18. Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
    19. Cuda, María: "En Argentina", en DANTE Noticias, N° 68/ Octubre-Noviembre 1998.
    20. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
    21. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
    22. Becker, Miriam: "La última idische mame", en La Nación, Buenos Aires, 23 de marzo de 1997.
    23. Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis, 1986.
    24. Báñez, Gabriel: op. cit.
    25. Onega, Gladys: op. cit.
    26. Diament, Mario: oo. cit.
    27. S/F: "Samain", en Viajero Celta. Año I, N° 12. Buenos Aires, Noviembre de 1996.
    28. S/F: "Erin’s cakes", en Viajero Celta. Año I, N° 12. Buenos Aires, Noviembre de 1996.
    29. S/F: "San Patricio Fiesta de todos los celtas", en Viajero Celta. Año III, N° 26. Buenos Aires, Marzo de 1998.
    30. S/F: "Editorial", en Viajero Celta. Año I, N° 9. Buenos Aires, julio de 1996.
    31. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
    32. Andruetto, María Teresa: .Kodak. Córdoba, Ediciones Argos, 2001
    33. Báñez, Gabriel: op. cit..
    34. "Buenos Aires 1910, Memoria del Porvenir", en Shopping Abasto, 1999.
    35. Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
    36. Diament, Mario: op. cit
    37. León, Luis: "El año nuevo", en SEFARaires, N° 9. 2003.
    38. Mayo, Nissin: "Vísperas de Roshana en mi casa paterna", en SEFARaires, N° 5, 2002.
    39. Shua, Ana María: El libro de los recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1992.
    40. Nudel, Juan Jorge: Pensión "La Rosales". Buenos Aires, MILA, 2002.
    41. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.
    42. Tabarovsky, Damián: "La hija de Singer, por María Inés Krimer", en Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2002.
    43. Mantel, José: "Villa Crespo de mi infancia", en SEFARaires, N° 3, julio de 2002.

     

     

    Trabajo enviado por

    Lic. María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional