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Desigualdades en la distribución de la renta en los países desarrollados (II) (página 3)

Enviado por Ricardo Lomoro


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A pesar de esto, señala la investigadora, lo que continuará sin mejorar serán las pensiones. "Un plan de jubilación es algo que el empleador solía proveer, era su responsabilidad. Pero los buenos planes de retiro con mayor cobertura es algo que ha estado desapareciendo", indicó.

"La disminución de los beneficios y las prestaciones sociales es algo que impacta la calidad del trabajo y debe haber una discusión de cómo mejorar esto", afirmó. "Uno de cada cuatro trabajadores está en un empleo malo".

Aunque Estados Unidos se ha visto afectado por la crisis económica desatada a partir de 2007, la eventual recesión no es directamente responsable de la situación, dice el estudio.

"Esta es una tendencia que hemos visto en los últimos 30 años. Lo que sucedió entre 2007 y 2010 es una continuación de lo que ha estado sucediendo todo este tiempo", manifestó Janelle Jones.

Y el impacto ha sido para los trabajadores en todos los niveles de capacitación y educación académica. Trabajadores con apenas un título de bachillerato o aquellos con algunos años de educación superior tiene muchas más probabilidades de encontrarse en un puesto malo en la actualidad que en 1979. Inclusive los que obtienen una licenciatura universitaria también ven sus perspectivas limitadas.

Otros estudios paralelos del centro de investigación que analizan la creación de trabajos buenos en ese período son igualmente deprimentes. De acuerdo al CEPR, la incapacidad de la economía para generar buenos empleos tiene varios elementos.

Uno tiene que ver con el salario mínimo y con una reducción en el reajuste para reflejar la inflación. También las políticas de liberalización y la privatización de empresas que permiten la imposición de nuevas condiciones laborales.

También apuntan un dedo acusador a los tratados de libre comercio con otros países que, según ellos, están diseñados para satisfacer los intereses corporativos y no los de los empleados.

Por encima de todo, resalta Jonelle Jones, está la creciente impotencia del empleado y falta de sindicalismo. "Ha habido una pérdida dramática en el poder de negociación del trabajador y de los sindicatos. La afiliación en estas organizaciones también está cayendo".

Con un alto desempleo, promediando 8,1%, el mercado laboral no le da muchas opciones al trabajador. Hay cuatro desempleados disputándose un trabajo, asegura.

Desde el punto de vista de los sindicatos, en las últimas décadas, el trabajador estadounidense ha perdido la tradición y la confianza de la capacidad colectiva de que gozó durante casi 40 años después de la Segunda Guerra Mundial. Trabajadores, especialmente del sector privado, tenían gran poder negociador porque su afiliación sindical era más del 20%.

Damon Silvers, asesor especial del AFL-CIO, el mayor sindicato de EEUU, explicó a la BBC que la economía actual está caracterizada por leyes sindicales débiles, reglas de comercio diseñadas para crear una caída libre de los sueldos mundiales y políticas monetarias para limitar sueldos.

"Eso ha garantizado que los trabajadores no hayan podido participar de la riqueza que ellos han generado en los últimos años", manifestó.

"Los sindicatos han tratado de negociar durante estos años recientes y ha habido grandes victorias como es el caso del seguro de salud", aseguró Silvers, "pero el poder económico y político de los empleadores en los últimos años ha sido simplemente superior al de los trabajadores".

El líder sindicalista señala al gobierno, que antes había entrado a nivelar el campo de juego, de haber inclinado la balanza en favor de los empleadores en este último período. "Mucho ha sido sutil, no han tenido que enviar a la guardia nacional a disolver huelgas. Las medidas tienen más que ver con aumentar los intereses, aplicar sistemas impositivos que permiten a los ricos a acumular más dinero e influir en elecciones".

"La pérdida del poder económico de la clase trabajadora en los últimos 30 años y sus consecuencias políticas son muy corrosivas para una democracia saludable", concluyó el representante del AFL-CIO.

Janelle Jones, coautora del informe del CEPR se lamenta que la tendencia continúa y no ha habido políticas que combatan la situación.

Para mejorar las condiciones, recomienda, en primer lugar, un aumento del salario mínimo. "Si ese sube, tendrá repercusiones a nivel de distribución de ingresos y participación de la riqueza generada".

En segundo lugar, continuó, tiene que haber más afiliación y presencia sindical como garantía de mejores sueldos y prestaciones sociales.

Advierte que entre más empleos de trabajadores sin sindicato se pierdan a trabajos del sector privado, la calidad de los trabajos seguirá bajando, en detrimento de los beneficios de salud y pensiones de todos.

– La dura verdad sobre el crecimiento mundial (Project Syndicate – 14/9/12)

(Por Michael Spence) Lectura recomendada

Nueva York.- Los países con altos ingresos tienen problemas económicos, en su mayoría relacionados con el crecimiento y el empleo. Actualmente, sus dificultades se extienden a las economías en desarrollo. ¿Qué factores subyacen a los problemas actuales y cuán apropiadas son las probables políticas de respuesta?

El primer factor importante es el desapalancamiento y la consiguiente reducción en la demanda agregada. Desde el comienzo de la crisis financiera en 2008, varios países desarrollados, luego de mantener la demanda con apalancamiento y consumo excesivos, tuvieron que recomponer tanto sus balances públicos como privados, algo que lleva tiempo –y que los perjudicó en términos de crecimiento y empleo.

El sector no transable de cualquier economía avanzada es importante (aproximadamente dos tercios de la actividad total). Para este gran sector, no hay posibilidad de sustituir la demanda local. El sector transable podría contrarrestar parte del déficit, pero no es lo suficientemente grande como para compensarlo completamente. En principio, los gobiernos podrían eliminar esa brecha, pero la elevada (y creciente) deuda limita su capacidad para ello (si bien el grado de las limitaciones es cuestión de acalorado debate).

En definitiva, el desapalancamiento implicará que el crecimiento sea modesto, en el mejor de los casos, en el corto y mediano plazo. Si la situación en Europa se deteriora, o se llega a un punto muerto respecto del "precipicio fiscal" estadounidense a principios de 2013 (cuando expiren los recortes impositivos y entren en vigor las restricciones automáticas del gasto), será mucho más probable que la economía empeore.

El segundo factor que subyace a los problemas actuales está relacionado con la inversión El crecimiento de más largo plazo requiere inversión por parte de las personas (en educación y habilidades), de los gobiernos y del sector privado. La inversión insuficiente eventualmente disminuye el crecimiento y las oportunidades de empleo. La dura verdad es que la contracara del modelo impulsado por el consumo que prevaleció antes de la crisis ha sido una inversión deficiente, en especial por parte del sector público.

Si se recorta la inversión para reequilibrar las cuentas fiscales, sufrirá el crecimiento en el mediano y largo plazo, reduciendo las oportunidades de empleo para los jóvenes que se incorporen al mercado laboral. Mantener la inversión, por otro lado, tiene un costo inmediato: implica posponer el consumo.

¿Pero el consumo de quién? Si casi todos están de acuerdo en la necesidad de más inversiones para aumentar y mantener el crecimiento, pero la mayoría cree que otros deben pagar por ello, la inversión será víctima de un impasse en términos de la responsabilidad sobre la deuda -que se reflejará en el proceso político, las decisiones electorales, y la formulación de medidas de estabilización fiscal.

El tema principal son los impuestos. Si la inversión del sector público tuviese que aumentar sin incidir sobre los impuestos, los recortes presupuestarios necesarios en otras partidas para evitar el crecimiento insostenible de la deuda serían inverosímilmente abultados.

El desafío más difícil es el de la inclusión: ¿cómo se distribuirán los beneficios del crecimiento? Se trata de un desafío de larga data que, especialmente en Estados Unidos, se remonta al menos hasta dos décadas antes de la crisis; no fue atendido y ahora atenta contra la cohesión social.

El crecimiento del ingreso de la clase media en la mayoría de los países avanzados se mantuvo estancado, y las oportunidades de empleo han disminuido, especialmente en el sector transable de la economía. La porción del ingreso que se destina al capital ha aumentado, a expensas del trabajo. En especial en EEUU, la generación de empleo ha sido desproporcionada en favor del sector no transable.

Estas tendencias reflejan una combinación de las fuerzas tecnológicas y de mercado globales, que actuaron durante las últimas dos décadas. En cuanto a la tecnología, las innovaciones para ahorrar mano de obra en el procesamiento de la información basado en redes y la automatización de transacciones han ayudado a abrir una brecha entre el crecimiento y la generación de empleo, tanto en el sector transable como en el no transable.

En el sector transable de las economías avanzadas, la automatización de la manufactura -que incluye la ampliación de las capacidades robóticas y la eventual impresión 3D- se ha combinado con la integración de millones de nuevos participantes a las cadenas globales de aprovisionamiento en rápida evolución para limitar el crecimiento del empleo. La creciente capacidad de las empresas multinacionales para descomponer estas cadenas globales de aprovisionamiento según sus funciones y geografía para luego reintegrarlas con costos de transacción aún menores, elimina la protección de los mercados de trabajo que solía provenir de la competencia local por los trabajadores.

Este desafío es especialmente difícil, ya que la política económica no se ha centrado en las tendencias distributivas adversas que surgen de los cambiantes resultados de los mercados globales. Sin embargo, las distribuciones del ingreso en las economías avanzadas, presumiblemente sujetas a fuerzas tecnológicas y de mercado globales similares son, de hecho, sorprendentemente diferentes. Esto sugiere que una combinación de políticas sociales y normas sociales diferentes efectivamente tiene un impacto distributivo. Si bien la teoría del impuesto óptimo sobre los ingresos se ocupa directamente de la relación inversa entre los incentivos a la eficiencia y sus consecuencias distributivas, aún falta mucho para alcanzar el equilibrio adecuado.

Un balance estatal saludable podría ayudar, ya que parte del ingreso que fluye hacia el capital iría al estado. Pero, con la excepción de China, las posiciones fiscales en todo el mundo son actualmente débiles.

Como resultado, el desapalancamiento continúa como una clara prioridad en muchos países, reduciendo el crecimiento, con contramedidas fiscales limitadas por las elevadas o crecientes deudas y déficits gubernamentales. Hasta ahora, hay poca evidencia de la voluntad por parte de los políticos, responsables de políticas y, tal vez, del público, para reducir aún más el consumo actual mediante impuestos y obtener margen para mayores inversiones orientadas al crecimiento.

De hecho, con presión fiscal, es más probable que ocurra lo contrario. En EEUU pocas medidas prácticas que se ocupan del desafío distributivo parecen haber sido incluidas en la agenda electoral de ambos partidos mayoritarios, más allá de la retórica en sentido contrario.

En la medida que esto también sea así en otras economías avanzadas, la economía mundial enfrenta un período extendido de varios años de bajo crecimiento, con un riesgo residual de resultados peores de lo previsto proveniente de los errores y el punto muerto en las políticas europeas, estadounidenses y de otros sitios. Ese escenario implica un menor crecimiento –posiblemente entre 1 y 1,5 puntos porcentuales menos– para los países en desarrollo, incluida China, nuevamente con preponderancia del riesgo a la baja.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is currently Chairman of the Commission on Growth and Development, an international body charged with charting opportunities for global economic growth. He is also Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman of the Fung Global Institute in Hong Kong. He was previously Dean of Stanford"s School of Business and Professor of Economics at Harvard University)

– Un caso de mala praxis macroeconómica (Project Syndicate – 30/9/12)

(Por Stephen S. Roach) Lectura recomendada

New Haven.- A la economía de Estados Unidos le están dando el remedio equivocado. Los responsables políticos diagnosticaron mal la enfermedad y recetaron una medicina experimental, de eficacia no comprobada y que podría tener efectos secundarios graves.

El paciente es el consumidor estadounidense, el mayor del mundo con creces, pero debilitado ahora por los rigores de la peor crisis que ha habido desde la Gran Depresión. Los últimos datos sobre el gasto de los consumidores en Estados Unidos son desalentadores. En el segundo trimestre de 2012, el crecimiento del consumo personal de los estadounidenses (ajustado según la inflación) cayó hasta el 1,5%, y todo indica que en el tercer trimestre seguirá igual de alicaído.

Por si fuera poco, estas cifras son solamente las últimas dentro de una tendencia que ya lleva cuatro años y medio. Entre el primer trimestre de 2008 y el segundo trimestre de 2012 incluido, el crecimiento anualizado promedio del gasto real en consumo llegó apenas al 0,7%, una cifra incluso más extraordinaria si se la compara con el 3,6% de la tendencia previa a la crisis, durante el decenio terminado en 2007.

La enfermedad es una prolongada recesión de balances que convirtió a una generación de consumidores estadounidenses en zombis: muertos vivientes en términos económicos. Es como lo que pasó en Japón en los noventa, solo que allí los zombis eran las corporaciones, que entonces prefiguraron lo que sería la primera de varias décadas perdidas en Japón; y ahora los consumidores estadounidenses están haciendo lo mismo con la economía de Estados Unidos.

Todo empezó después de una década de consumo excesivo, alentada por dos burbujas (la inmobiliaria y la crediticia). En 2007 las dos burbujas estallaron y las familias estadounidenses quedaron comprensiblemente concentradas en reparar los daños, es decir, pagar las deudas y volver a acumular ahorros, lo que explica la prolongada caída de la demanda de los consumidores.

Pero el remedio recetado sólo empeoró las cosas. La Reserva Federal se obstina en tratar la enfermedad como si se tratara de un problema cíclico y está empleando toda su capacidad de flexibilización monetaria para compensar lo que en su opinión es una caída transitoria de la demanda agregada.

Esta estrategia esconde una lógica retorcida, muy preocupante no solo para los Estados Unidos, sino también para la economía global. No hay nada de cíclico en los efectos duraderos de una recesión de balances que ya llevan casi cinco años. La realidad es que las familias estadounidenses apenas están empezando a sanear sus balances. En agosto de 2012, la tasa de ahorro personal no superó el 3,7%; si bien esto representa un alza respecto del mínimo de 1,5% registrado en 2005, es apenas la mitad del 7,5% promedio de las últimas tres décadas del siglo XX.

Encima, sobre las economías familiares aún gravita el peso de una deuda enorme. A mediados de 2012, el nivel general de endeudamiento de los hogares se redujo hasta el 113% de la renta personal disponible, lo cual representa una disminución de 21 puntos porcentuales respecto del máximo de 134% registrado antes de la crisis en 2007, pero sigue muy por arriba del 75% aproximado que fue la norma del período 1970-1999. Dicho de otro modo, a los estadounidenses todavía les falta andar mucho camino antes de sanear sus balances, y eso difícilmente puede ser señal de una caída temporal o cíclica de la demanda de los consumidores.

Además, el método empleado por la Reserva Federal enfrenta un obstáculo serio, el llamado límite inferior cero de la tasa de interés. Como ya no tiene margen para reducir más las tasas, ahora la Reserva Federal se volcó a la dimensión cuantitativa del ciclo crediticio y procura inyectar enormes dosis de liquidez en las ya maltrechas venas de los consumidores zombis.

Para justificar la eficacia de este método, la Reserva Federal cambió el discurso sobre el mecanismo de transmisión de la política monetaria cuantitativa. Si antaño se decía que reducir las tasas de interés incentiva la toma de préstamos, hoy se supone que la "flexibilización cuantitativa" actuará como estímulo para los mercados financieros y de activos, y que en los así revigorizados mercados financieros se generarán efectos riqueza que despertarán los adormecidos "espíritus animales" (las expectativas económicas) y estimularán a los consumidores a volver a gastar, cualesquiera sean las restricciones impuestas por sus problemas de balance pendientes.

No solo eso: según este razonamiento, una vez resuelto el problema de la demanda, las empresas comenzarán otra vez a contratar personal. Entonces, como por arte de magia, una solución no convencional habrá servido para cumplir con el largamente descuidado mandato de la Reserva Federal de combatir el desempleo.

Pero la apuesta política de la Reserva Federal está llevando a los Estados Unidos por el camino equivocado: es insistir con un método que nos conduce a recrear la locura de un modelo de consumo dependiente de los mercados de activos y de crédito, el mismo error que llevó a la economía estadounidense al borde del precipicio durante el período 2003-2006.

Si dos rondas previas de flexibilización cuantitativa no pudieron ayudar a las familias estadounidenses a sanear sus balances más rápido, nada indica que la tercera sea la vencida. La flexibilización cuantitativa es como mucho un arma sin filo, con un mecanismo de transmisión muy retorcido y, por ende, imprevisible. Y sobre todo, no hace prácticamente nada por resolver los problemas gemelos del apalancamiento excesivo y la falta de ahorro. Si en cambio se aplicaran políticas que apunten directamente al perdón de las deudas y a aumentar los incentivos al ahorro (que sin duda serían medidas controvertidas) al menos así se atacarían los problemas financieros de los consumidores zombis.

Además, la flexibilización cuantitativa tiene serios efectos secundarios. Uno que preocupa a muchos es que haya una escalada de la inflación, pero la economía mundial experimenta en este momento una caída de la actividad de tal magnitud (y que probablemente perdurará varios años más) que a mí no me parece tan importante.

Incluso más desconcertante es la facilidad con que los grandes bancos centrales (no solamente la Reserva Federal, sino también el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón) están dispuestos a inyectar en los mercados de activos excesos de liquidez enormes, que las debilitadas economías reales no pueden absorber. Esto coloca a los bancos centrales en la desestabilizadora posición de renunciar al control de los mercados financieros. Y en un mundo acosado por lo que parece ser una inestabilidad financiera endémica, tal vez esta sea la peor de las noticias.

Los países en vías de desarrollo han cerrado filas contra las tácticas imprudentes de los grandes bancos centrales. Los líderes de las economías emergentes temen que se produzcan efectos derrame sobre los mercados de commodities y distorsiones de los tipos de cambio y de los flujos de capital que supongan un riesgo para aquello que más les preocupa, la estabilidad financiera. Seguir la pista de los flujos transfronterizos que pueda impulsar la flexibilización cuantitativa en los países llamados avanzados es sin duda difícil, pero estos temores no están para nada infundados. Inyectar liquidez en los países desarrollados, donde las tasas de interés son nulas, alentará a los inversores famélicos de rendimientos a irse a competir por oportunidades de crecimiento en otra parte.

La economía global lleva varios años de crisis en crisis, y el remedio ya es parte de la enfermedad. En una época de tasas de interés nulas y flexibilización cuantitativa, la política macroeconómica perdió contacto con la dura realidad que nos dejó la crisis. Y mientras los médicos usan una medicina no comprobada para tratar la dolencia equivocada, nadie le presta atención al paciente, que sigue tan enfermo como siempre.

(Stephen S. Roach was Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's Chief Economist, and currently is a senior fellow at Yale University"s Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer …)

"Uno de cada siete niños menores de 15 años vive de las ayudas sociales. En la Antigua RDA, es uno de cada cuatro; en la capital, Berlín, uno de cada tres"… Alemania es próspera, pero crece la brecha entre ricos y pobres (El País – 17/10/12)

A primera vista Alemania parece un país superlativo. En el ámbito económico apenas hay otra nación industrializada a la que le vaya mejor que a la República Federal. En el extranjero cunde el asombro ante un "milagro laboral" que no conoce el paro juvenil masivo que padecen los Estados en crisis del sur de Europa. Las máquinas y automóviles "Made in Germany" están muy solicitados en todo el mundo. En relación con el tamaño de su población, Alemania es la nación exportadora número uno a escala mundial. Pero a la hora de hacer balance social, queda poco de todo ese brillo.

La República Federal es también un país de contrastes donde los más ricos son cada vez más ricos y los pobres, muy a menudo, jamás dejan de ser pobres.

Ahora se habla mucho de este asunto en los programas de debate. La ministra de trabajo Ursula von der Leyen, la mujer más importante del panorama político alemán después de la canciller, Angela Merkel, ha proporcionado tema para la discusión. Esta cristianodemócrata ha presentado el cuarto informe sobre pobreza y riqueza del Gobierno federal, que deja bien claro que las diferencias crecen.

Este mosaico de cifras de más de 500 páginas se lamenta de la existencia de "una distribución muy desigual del patrimonio privado". Así, "el 10% de los hogares con mayor riqueza reúne más de la mitad de la totalidad del patrimonio neto". Es más, el porcentaje que corresponde a esa décima parte superior al resto "no ha dejado de aumentar con el transcurrir del tiempo". Al mismo tiempo, el informe registra grandes diferencias en lo que respecta a la evolución de los salarios. "En Alemania han experimentado una evolución positiva al alza en el ámbito de los ingresos más altos". Sin embargo, el 40% de los empleados a tiempo completo situado al final de la escala ha tenido que soportar pérdidas en su salario como resultado de la inflación. "Semejante evolución de los salarios ofende al sentido de la justicia de la población", comenta al respecto el informe.

Por el momento, esto no ha provocado agitación en el país. Casi nadie sale a la calle a manifestarse. Ciertamente, en la franja central de la sociedad cunde el miedo a verse obligado dentro de poco a vivir del subsidio público básico (Hartz IV) en estos tiempos de paro. Pero la clase media no se desmorona; desde la reunificación, ha demostrado ser asombrosamente estable. El politólogo berlinés Klaus Schroeder señala que en la Europa del sur, del centro o del este la situación es "mucho más desigual". A pesar de los contrastes crecientes, Alemania todavía ocupa una posición relativamente buena. "Estamos justo detrás de los países escandinavos".

Sin embargo, se oyen muchas voces críticas. "La enfermedad de la pobreza se ha hecho resistente al remedio básico del crecimiento económico", critica Ulrich Schneider, director de la Asociación de Beneficencia paritaria.

Con ello alude a un problema sobre el que ha llamado reiteradamente la atención la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE): en Alemania, el ascenso social resulta extraordinariamente difícil. Si uno lleva varios años sin trabajo, tiene muy pocas posibilidades de volver a integrarse en el mercado laboral. El sistema de enseñanza desatiende a los niños procedentes de familias en las que los padres tienen poca o ninguna formación ya que existen muy pocos colegios de jornada completa.

Todos los años, el Instituto Federal de Estadística establece cuántas personas corren el peligro de caer en la pobreza, es decir, cuántas personas disponen de menos dinero que la media de la sociedad. A pesar del auge económico, su número ha experimentado un ligero aumento en 2011. El 15,1% de la población se enfrenta al problema de la pobreza. De acuerdo con la definición de los expertos en estadística, en el caso de un hogar unipersonal este problema comienza a partir de unos ingresos netos de menos de 848 euros al mes. En Alemania, uno de cada siete niños menores de 15 años vive de las ayudas sociales. En la Antigua RDA, es uno de cada cuatro; en la capital, Berlín, uno de cada tres.

En Alemania, la pobreza y la riqueza se heredan; en eso están de acuerdo los economistas y los expertos en educación. Por eso, el investigador del mercado de laboral más conocido del país, Joachim Möller, lanza el siguiente aviso: "Cuando la frustración de los más pobres se transforma en letargia, alcohol y criminalidad, toda la sociedad lo padece. Eso es algo podemos ver en América". Pero el país del "milagro laboral" parece estar todavía muy lejos de llegar a una situación así.

– La felicidad es igualdad (Project Syndicate – 19/10/12)

(Por Robert Skidelsky) Lectura recomendada

Londres.- El rey de Bután quiere hacernos felices a todos. Señala que los gobiernos deberían dedicarse a maximizar el Producto Nacional de Felicidad de sus poblaciones en lugar del PNB. ¿Este nuevo hincapié en la felicidad representa un viraje o solo es una moda pasajera?

Es fácil entender por qué los gobiernos deberían dejar de centrarse en el crecimiento económico cuando éste se vuelve inaprensible. Las perspectivas de crecimiento este año para la eurozona son nulas. La economía británica y la griega se están contrayendo, aunque en Grecia llevan más años de contracción. Incluso las previsiones apuntan a una desaceleración de la economía china. ¿Por qué no dejar de lado el crecimiento y mejor disfrutar lo que tenemos?

Sin duda, este sentimiento pasará cuando se restablezca el crecimiento, lo que seguramente sucederá. No obstante, se ha producido un cambio profundo en la forma de concebir el crecimiento, que probablemente le quitará importancia al crecimiento en el futuro –en especial en los países ricos.

El primer elemento que influyó para dejar de lograr el crecimiento fue la preocupación en torno a su sostenibilidad. ¿Podremos seguir creciendo a tasas como las de antes sin poner en riesgo nuestro futuro?

Cuando las personas empezaron a hablar de los límites "naturales" del crecimiento en los años setenta, se referían al inminente agotamiento de alimentos y recursos naturales no renovables. Recientemente el debate se ha centrado en las emisiones de carbono. Como se destaca en el Informe Stern de 2006, debemos sacrificar crecimiento ahora para asegurar que en el futuro no terminemos fritos.

Curiosamente, un tema tabú de este debate es la población. Entre menos personas haya menor será el riesgo de calentamiento del planeta. Sin embargo, en lugar de aceptar el declive natural de sus poblaciones, los gobiernos de los países ricos absorben más y más personas para frenar los salarios y por ende crecer más rápidamente.

Hay inquietudes más recientes que se refieren a lo decepcionante que resulta el crecimiento. Se va entendiendo cada vez más que el crecimiento no necesariamente aumenta nuestro sentido de bienestar. Entonces, ¿por qué seguir creciendo?

La base de este planteamiento se hizo hace tiempo. En 1974 el economista Richard Easterlin publicó un famoso artículo, "Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence." (¿Mejora el crecimiento económico el bienestar humano? Evidencia empírica). Después de correlacionar el ingreso per cápita y los niveles de percepción de felicidad en varios países, llegó a la asombrosa conclusión: tal vez no.

Easterlin no encontró correlación entre la felicidad y el PNB per cápita una vez logrado superar un nivel bajo de ingresos (suficiente para satisfacer las necesidades básicas). En otras palabras, el PNB es una medida insuficiente del sentimiento de satisfacción personal.

Ese resultado fomentó nuevos esfuerzos para concebir índices alternativos. En 1972, dos economistas, William Nordhaus y James Tobin introdujeron una medida que denominaron "Bienestar Económico Neto (BEN)", que se calcula descontando las "malas" entradas del PNB, como la contaminación y se le suma las actividades externas del mercado como el esparcimiento. Mostraron que una sociedad con más esparcimiento y menos trabajo podría tener el mismo bienestar que una con más trabajo -y por ende más PNB- y menos esparcimiento.

Medidas más recientes han tratado de incorporar una serie más amplia de indicadores de "calidad de vida". El problema es que uno puede medir muchas cosas pero no la calidad de vida. Cómo podemos combinar cantidad y calidad en algún índice de "sentimiento de satisfacción personal" es una cuestión de moral y no de economía, por lo que no sorprende que la mayor parte de los economistas se apeguen a sus medidas cuantitativas de "bienestar".

Sin embargo, otros descubrimientos han empezado a influenciar el debate actual sobre el crecimiento: las personas pobres de un país son menos felices que las personas ricas. En otras palabras, una vez satisfechas las necesidades básicas, los niveles de felicidad de las personas dependen mucho menos de su ingreso que de su ingreso en comparación con algún grupo de referencia. Constantemente comparamos nuestro bienestar con el de otros y podemos sentirnos superiores o inferiores cualquiera que sea nuestro nivel de ingreso; el bienestar depende mucho más de cómo se distribuyen los frutos de ese crecimiento que de la cantidad absoluta.

En otras palabras, lo que es importante para el sentimiento de satisfacción es el crecimiento del ingreso mediano y no del ingreso medio –el ingreso de una persona típica. Pensemos en una población de diez personas (digamos, una fábrica) cuyo director ejecutivo gana 150,000 dólares al año y las otras nueve personas ganan 10,000 dólares cada una. La media de sus ingresos es 25,000 dólares, pero el 90% gana 10,000 dólares. Con este tipo de distribución del ingreso, sería sorprendente si el crecimiento aumentara el sentimiento de bienestar de una persona típica.

No es un ejemplo vano. En las últimas tres décadas, los ingresos medios han estado aumentando constantemente en las sociedades ricas, pero los ingresos típicos se han estancado o incluso reducido. Es decir, una minoría -una muy pequeña minoría en países como los Estados Unidos y Gran Bretaña- han absorbido la mayor parte de los rendimientos del crecimiento. En esos lugares no queremos más crecimiento sino más igualdad.

Más igualdad no solo produciría la satisfacción que resulta de más seguridad y más salud, sino también la satisfacción que se origina de tener más esparcimiento, más tiempo para estar con la familia y amigos, más respeto de nuestros semejantes y más opciones de vida. Una gran desigualdad nos hacen ávidos de bienes porque constantemente estamos pensando que tenemos menos que los demás. Vivimos en una sociedad agresiva con padres súper dinámicos y madres protectoras, que se presionan mutuamente e impulsan a sus hijos a "salir adelante".

El filósofo del siglo XIX, John Stuart Mill, tenía una visión más civilizada:

"Confieso que no me fascina el ideal de vida que adoptan aquellos que piensan…que atropellar, aplastar, dar codazos y obstaculizarse mutuamente, que en sí constituye el tipo de vida social existente, sea el destino más deseable para la humanidad… El mejor estado de la naturaleza humana es uno en el que si bien nadie es pobre tampoco nadie desea ser más rico y nadie tiene motivos para temer que los esfuerzos de otros para progresar lo hagan retroceder".

Esa lección ahora la han olvidado muchos economistas, pero no el rey de Bután -o las muchas personas que han entendido los límites de la riqueza cuantificable.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author o…)

– La distribución de la renta y la crisis: antes y después (I) (Fedea – 20/6/12)

(Por Javier Andrés) Lectura recomendada

La OCDE ha publicado recientemente un estudio sobre la evolución de la desigualdad de renta en sus países miembros, sus causas y la relación que las políticas encaminadas a reducirla tienen con el crecimiento económico. La conclusión general es que la desigualdad, medida por los índices de Gini para diversas definiciones de renta disponible -individual, familiar- ha aumentado entre 1980 y 2008, a pesar de que este periodo ha sido uno de los de más rápido crecimiento en la región.

Entre las principales causas de esta evolución el estudio identifica los cambios en las tasas de desempleo, que han afectado de forma desigual a los diferentes grupos sociales, la polarización de los salarios entre los trabajadores empleados a tiempo completo y las diferencias en la situación contractual –contratos temporales, a tiempo parcial. Estos cambios vienen asociados en parte al propio proceso de globalización y al progreso técnico sesgado en favor del empleo cualificado, y ante ellos no todos los países han acertado con el diseño adecuado de las políticas sociales, con lo que la distribución de la renta se ha hecho más desigual incluso una vez corregida por transferencias.

El ritmo de desarrollo de muchas economías emergentes ha permitido una convergencia en renta per cápita a escala global. Sin embargo el aumento de las desigualdades en países que han hecho bandera del estado del bienestar ha sido identificado en una serie reciente del Financial Times sobre "Capitalism in Crisis" como uno de los principales factores de deslegitimación del capitalismo en la actualidad, por lo que la preocupación por la distribución de la renta debe ser prioritaria en el proceso de salida de la crisis.

La desigualdad y la crisis financiera están relacionadas de forma compleja. David Moss muestra en el siguiente gráfico una correlación significativa entre ambos fenómenos para Estados Unidos. No está muy claro qué causa a qué pero se observa que las dos grandes crisis han venido precedidas por una notable concentración de la renta en manos del 10% de la población con los ingresos más altos. Esta concentración alcanzó una de sus cotas máximas precisamente en 1928 para reducirse después paulatinamente hasta los años 70 y aumentar de nuevo continuamente hasta 2007. Una posible explicación de esta observación la aporta Raghuram Rajan en su artículo "The True Lessons of the Recession" para quien los shocks de precios del petróleo y la caída en el crecimiento de la productividad tras la posguerra terminaron con buena parte de la base industrial de las economías avanzadas y con la fase de crecimiento rápido e integrador en la que una mano de obra no excesivamente cualificada era el recurso necesario para el crecimiento. El traslado de muchas de estas actividades a países emergentes, y el shock que supuso la incorporación a la producción industrial de millones de trabajadores en estos países, dieron lugar a una polarización de la demanda de trabajo que abrió la brecha salarial y aumentó las tasas de desempleo y/o la precarización de los trabajadores de cualificación media y baja.

edu.red

Los países desarrollados se enfrentaron a este incremento de la desigualdad con estrategias muy diferentes. Algunos fueron a la raíz del problema mediante la aplicación de reformas de mercados diseñadas para mantener una base industrial con costes laborales unitarios competitivos -Alemania por ejemplo- y otros, como los países escandinavos, mejoraron además el diseño de los esquemas de protección social y la eficiencia de su estado del bienestar. En otros países fueron el sector público y el sector financiero los que jugaron este papel mitigador de las diferencias, en ambos casos recurriendo al endeudamiento -lo que es consistente con los resultados de Azzimonti, de Francisco y Quadrini. En el caso de los gobiernos mediante políticas monetarias y fiscales expansivas que mantuvieron el empleo público, compensando la presión de la competencia exterior. Para autores como Brender y Pisani es la preeminencia del objetivo de pleno empleo, más que la superioridad en la producción de activos financieros, lo que explica el elevado déficit exterior de Estados Unidos y de otros países avanzados.

En cuanto al papel del mercado financiero, es cierto que el acceso al crédito barato permitió mitigar las diferencias en consumo -en comparación con las de renta- y la percepción de la desigualdad, pero la dirección de causalidad está siendo objeto de un debate con argumentos más políticos. Así, Rajan defiende que la política de crédito barato fue una respuesta deliberada a la desigualdad por parte de los gobiernos, aplicado por agencias semipúblicas -en el caso de Estados Unidos, Freddie Mac y Fannie Mae. Krugman y Acemoglou consideran, por el contrario, que la acumulación de desequilibrios financieros y la desigualdad fueron el resultado conjunto de la desregulación que favoreció la expansión del crédito y la acumulación de riesgos por parte del sector privado, al tiempo que provocaba una progresiva concentración de rentas en muy pocos perceptores debida a la separación progresiva entre la propiedad y la gestión en muchas grandes corporaciones, en particular en el sector financiero -Wolf.

Independientemente de si el sector público erró por querer favorecer a los más pobres o por hacerlo con los más ricos -cuestión que no es trivial pero que no me toca discutir aquí- el hecho es que el endeudamiento y las disparidades de renta evolucionaron conjuntamente, como lo hicieron en los años previos a la Gran Depresión. La cuestión es si, como entonces, es posible salir de la crisis con una mejor distribución de la renta. Las perspectivas no son muy halagüeñas debido al aumento del desempleo entre los trabajadores menos cualificados. El propio informe de la OCDE clasifica las distintas políticas de crecimiento en función de su efecto sobre la distribución. Entre las que pueden favorecer ambos objetivos están las dirigidas a fomentar el acceso a la educación en todas sus formas -incluidas las políticas activas de empleo- así como la eliminación de las diferencias profundas entre tipos de contratos indefinidos y temporales. Por el contrario, para recuperar la competitividad y reconstruir parte del tejido productivo es necesario un realineamiento rápido entre los ingresos laborales y la productividad que difícilmente puede tener éxito sin ampliar la brecha salarial. Además no parece que la elevada deuda pública acumulada permita que la contribución del estado del bienestar a la reducción de la desigualdad pueda ser tan determinante como lo fue tras la depresión del siglo pasado.

Las ganancias del periodo de crecimiento no se han repartido por igual entre los distintos sectores sociales, siendo los trabajadores menos cualificados del mundo desarrollado los que han visto empeorar su posición relativa. La única solución sostenible al dilema crecimiento y/o igualdad debe provenir de la educación y de un uso eficiente de los recursos públicos destinados al bienestar. Si Europa acaba superando la fase crítica en la integración en la que se encuentra en la actualidad, deberá atender a las disparidades en este terreno con la misma intensidad con la que está empezando a aplicarse en otros tipos de desequilibrios.

– La distribución de la renta y la crisis (II) (Fedea – 31/10/12)

(Por Javier Andrés)

En la primera entrega de Inequality in Focus de abril de 2012 del Banco Mundial se afirmaba que 2011 será recordado como el año en el que la desigualdad en la distribución de la renta volvió a ocupar un lugar central entre las preocupaciones de política económica y social, y el exhaustivo informe reciente de The Economist viene a corroborar esta preocupación. La crisis financiera tiene desde luego buena culpa de este renovado interés, pero la desigualdad en la distribución de la renta lleva más de dos décadas en aumento en la mayoría de los países del planeta, en particular en los más desarrollados.

Son numerosos los estudios que muestran que la distribución de la renta en el mundo ha empeorado en los últimos años. Y esto a pesar de la convergencia entre países que no ha podido compensar el aumento de las disparidades dentro de muchos de ellos. El índice de Gini, que mide la distribución de la renta -con valores extremos 0, cuando todos los individuos de la muestra tienen la misma renta, y 100 si un individuo acumula toda la renta- ha aumentado entre 1995 y 2007 en dos tercios de los 141 países analizados por Ortiz y Cummins. Todavía más preocupante es el hecho de que desde 1980 el 20% de la población mundial con renta más alta acumula más del 80% de la renta total mientras que el 40% más pobre apenas recibe el 3% de la misma y que el índice de Gini de distribución de la riqueza es sustancialmente mayor que el de la renta, lo que indica que estas diferencias pueden ser muy persistentes.

Por regiones, las disparidades de renta han tendido a corregirse en aquellas en las que las diferencias eran más acusadas –América Latina, África– y a empeorar en la mayoría de los países asiáticos y en particular en los más desarrollados, como se recoge en el Gráfico 1 -de los mismos autores- que refleja el índice de Gini y su tasa de variación desde los años 1990 y 2000 hasta 2008. Esto podría interpretarse como una tendencia a la convergencia en la desigualdad hacia un nivel socialmente aceptable y económicamente eficiente, que incentivaría la especialización y la acumulación de capital humano de quienes quieren escapar de la pobreza, como muestra, por ejemplo, el análisis clásico de West para Estados Unidos -gracias Juanfran por recordarme este trabajo. Sin embargo hay otros datos relativos a la evolución de la desigualdad que no son consistentes con esta interpretación y que indican que las grandes diferencias de renta no van necesariamente asociadas a una mayor eficiencia y por lo tanto que no tienen por qué ser un factor que ayude al crecimiento en el futuro.

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Por una parte el incremento de la desigualdad ha tenido lugar fundamentalmente en los extremos de la distribución. Como calcula Bonesmo Fredriksen -Gráfico 2- el rasgo principal de esta distribución es la polarización de la renta con un fuerte crecimiento en el decil superior y un estancamiento cuando no disminución de la renta en el decil más bajo. En este periodo el aumento de la renta disponible ha sido similar para el resto de grupos de la población en la Unión Europea y, en menor medida, en Estados Unidos. De los factores habitualmente citados como explicativos del crecimiento de la desigualdad, la expansión del sector financiero y un tratamiento fiscal más favorable parecen haber contribuido más a la polarización en la parte alta de la distribución que el comercio internacional o el progreso técnico.

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En segundo lugar, esta desigualdad de rentas incorpora un componente nada desdeñable de desigualdad de oportunidades que no sólo no incentiva una mejor asignación de recursos sino que la dificulta perpetuando las diferencias sociales. No resulta sencillo distinguir entre la proporción de la dispersión de rentas que se debe a factores exógenos a los individuos ("circunstancias") de aquella causada por factores sobre los que estos tienen algún control ("esfuerzo"). Los factores circunstanciales conforman lo que entendemos por desigualdad de oportunidades y el propio informe de The Economist señala que su contribución a la desigualdad observada de la renta es muy diferente por países. Así en Noruega y Suecia las circunstancias ajenas a la elección de los individuos explican entre el 3% y el 11% de la dispersión de la renta, mientras que en Guatemala o Brasil esta proporción supera el 30%. E incluso estas estimaciones constituyen un límite inferior porque las circunstancias no son todas fácilmente observables e influyen con frecuencia en el esfuerzo de los individuos por mejorar su posición en la escala social. Como muestran Checchi, Peragine y Serlenga en diversos trabajos las diferencias de oportunidades son también una causa fundamental de la desigualdad de rentas observada en la Unión Europea, en particular en la Europa Mediterránea y Central -con la excepción de algunos países del Este- llegando a explicar el 25% del total en algunos casos.

Y para poner las cosas más difíciles está el efecto de la crisis que muy previsiblemente no seguirá las pautas de la de 1929 en Estados Unidos, tras la cual la desigualdad de la renta, que había empeorado sustancialmente como ahora, mejoró durante varias décadas. En Europa, y aunque no tenemos aún una perspectiva temporal suficiente, los datos de Eurostat -sobre los que me ha llamado la atención Samuel- muestran que la crisis ya ha hecho mella en la distribución de la renta. Como se puede observar en el Gráfico 3 el cociente entre la media de renta del quintil superior y la del inferior -Q80/Q20- de la distribución ha aumentado significativamente entre los países más desarrollados –UE(15) y Eurozona- desde los valores anteriores a la crisis, mientras que disminuye entre los nuevos países miembros de la UE.

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En un estudio muy completo para el Programa de Desarrollo de la Naciones Unidas Atkinson y Morelli, concluyen que no hay un patrón inequívoco sobre la relación entre crisis financieras y distribución de la renta. Las desigualdades sociales efectivamente disminuyeron tras algunas crisis importantes, pero también aumentaron en otros casos, lo que indica que las estrategias alternativas de política económica para combatir la recesión inciden en la desigualdad. En la misma dirección apuntan los resultados del reciente informe del Fondo Monetario Internacional, Taking Stock: A Progress Report on Fiscal Adjustment que señala que el ajuste fiscal -la forma que adopta y su intensidad- es determinante en el impacto que las recesiones tienen sobre la distribución de la renta. El informe analiza una muestra de 48 países emergentes y desarrollados entre 1980 y 2010 y encuentra una clara influencia negativa sobre la igualdad de las tecnologías de la información -como proxy del progreso tecnológico sesgado en favor de la cualificación- del comercio internacional -aunque en este caso la relación con la desigualdad es muy no lineal y la evidencia no es concluyente- y de algunos cambios en los impuestos y en el gasto público que han dado lugar a una estructura fiscal más regresiva. Pero junto a ello, el informe encuentra para el conjunto de la muestra y en especial para la OCDE que las consolidaciones fiscales como tales han contribuido a empeorar la distribución de la renta, en particular cuando el ajuste ha sido muy intenso y cuando este se ha basado fundamentalmente en el gasto productivo y social.

Toda esta evidencia añade otra restricción más -y ya van muchas- a las decisiones de política económica que tienen que tomar los países más afectados por la recesión actual. Entre los muchos deberes que no se hicieron en el pasado está el no haber aprovechado para promover un crecimiento más integrador. El FMI advierte que sus resultados no deben interpretarse como que el ajuste fiscal no es necesario, sino en el sentido de incorporar la variable social y de desigualdad a las decisiones macroeconómicas para evitar un mayor deterioro del equilibrio social en algunos países. El informe de The Economist concluye con una propuesta que denomina True Progresivism cuyo objetivo es compatibilizar la reducción de las desigualdades con el crecimiento necesario para superar la recesión y mantener la senda de crecimiento de años atrás. Algunas de estas medidas, como la educación, son cruciales pero sólo efectivas a largo plazo. A corto plazo es preciso rediseñar el proceso de ajuste fiscal para hacerlo financiera y socialmente sostenible.

"Los temas marcados como "urgentes" en la agenda económica del presidente Barack Obama son abrumadores. Se verá tentado a empezar por arriba e ir bajando: evitar el llamado "abismo fiscal", llenar vacantes en su gabinete, abrir el diálogo con los nuevos líderes de China y persuadir a Europa para que no caiga en el suicidio económico"… Los retos económicos de EEUU a largo plazo (The Wall Street Journal – 7/11/12)

Sin embargo, tras festejar su reelección, sería sabio (por parte) de Obama considerar algunos de los asuntos que serán esenciales para la prosperidad de Estados Unidos durante la próxima década:

Empleos y salarios

EEUU tiene un problema grave de desempleo. Alrededor de 3,6 millones de estadounidenses están desocupados desde hace un año o más. Casi uno de cada cinco hombres de entre 25 y 54 años no tiene trabajo. Las políticas fiscal y monetaria deberían ser calibradas para que más de estas personas regresen a trabajar antes de que se vuelvan permanentemente ineptos para un empleo.

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Sin embargo, EEUU tenía un problema de sueldos incluso antes de la recesión de 2007-2009. El hombre promedio entre 25 y 65 años ganó US$ 40.081 en 2011, cerca de 16% menos que en 1999, en términos reales. A las mujeres les fue un poco mejor, ya que ganaron US$ 30.061, o 4% más que en 1999.

Un crecimiento económico más rápido es una condición necesaria pero probablemente insuficiente para que los salarios vuelvan a subir. Como han documentado los economistas David Autor y Frank Levy del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), los empleos de ingresos medios que pueden ser fácilmente automatizados o trasladados al extranjero están desapareciendo, y con ellos los sueldos de la clase media.

Ascenso social

Los próximos cuatro años serán más productivos si comienzan con un reconocimiento de que la brecha entre los ganadores y los perdedores en la economía estadounidense se ha estado ampliando. Detrás del cambio hay razones, incluidas las fuerzas del mercado, el avance de la tecnología, la globalización y las cambiantes costumbres sociales. La distancia entre el penthouse y la planta baja se ha ampliado, pero los escalones que permiten el ascenso, como la educación, no han mejorado conmensurablemente.

La rebelión de los ricos y su "teoría de la fuente del poder"

A principios del siglo XIX Estados Unidos presumía de ser una de las sociedades más igualitarias del planeta. La sociedad estadounidense del siglo XIX era relativamente igualitaria en términos económicos. Mucho más que hoy en día. Tras el revulsivo que supuso la revolución industrial, donde una gran oligarquía controlaba toda la producción, y la desigualdad alcanzó una de sus cotas más altas, la situación fue estabilizándose hasta los años ochenta del siglo XX. Desde entonces, la brecha entre ricos y pobres no ha dejado de crecer: entre 1980 y 2007 la desigualdad ha aumentado en un escandaloso 135%. Hoy en día, en EE.UU., el 1% de la población controla el 23,5% de la riqueza. Y las cifras son similares en el resto de los países industrializados. En España, en 2008, el 1% más rico de la población controlaba el 18,3% de la riqueza del país (Davies, J., Sandström, S., Shorrocks, A., y Wolff, E., 2008).

Este auge de la desigualdad es el que trata de analizar un nuevo estudio, "The Rise of the Super-Rich" (El auge de los super-ricos) publicado en la revista "American Sociological Review", que, centrándose en el caso estadounidense, asegura que, a partir 1980, los ricos supieron imponer sus criterios en el Congreso, los sindicatos perdieron fuelle, disminuyeron los impuestos a las rentas altas y, en definitiva, el 1% más adinerado no dejó de acumular riqueza, mientras el resto de la sociedad la perdía. Una tendencia que no ha disminuido ni un ápice desde entonces, y que es similar a la que están viviendo las sociedades europeas.

La desigualdad vuelve a niveles de la era industrial

La situación no es nueva. Con la llegada de la industrialización se vivió una situación parecida en todo el mundo occidental: la brecha de la desigualdad creció enormemente, auspiciada por gobiernos y élites. Entre 1913 y hasta que finalizó la II Guerra Mundial, el 1% de la población acumuló entre el 11,3% y el 23,9% de la riqueza de Estados Unidos. Tal como el propio Franklin D. Roosevelt argumentó en un discurso en 1932, durante una reunión de la Commonwealth, la revolución industrial había sido posible "gracias a un grupo de titanes financieros cuyos métodos no habían sido examinados con demasiado cuidado". El presidente justificó esto tirando de pragmatismo, en su opinión Estados Unidos tenía el derecho de aceptar esta realidad "agridulce". El resultado, tal como reconocía el propio presidente, era que la igualdad de oportunidades había desaparecido.

En 1928 la diferencia entre ricos y pobres de Estados Unidos alcanzó su cenit: el 1% de la población controlaba cerca del 25% de la riqueza. Desde entonces, pese a la "agridulce" visión de Roosevelt, la brecha empezó a disminuir. La lucha por los derechos civiles, los sindicatos -que pese la represión de la Guerra Fría tuvieron una gran fuerza en los Estados Unidos- y, en definitiva, la extensión de cierto estado del bienestar, lograron que en 1975 la diferencia entre ricos y pobres disminuyera notablemente: en 1975 el 1% más rico "solo" acumulaba el 8,9%. La brecha había disminuido en un 63%. La situación ha dado un vuelco desde entonces, al menos a nivel estadístico: ¿Qué ha ocurrido en los últimos 30 años para que la brecha de la desigualdad sea similar a la de la revolución industrial?

El ejemplo veneciano

Para la experiodista del "Financial Times" y actual redactora jefe de Reuters, Chrystia Freeland, el hecho de que la brecha entre ricos y pobres sea la mayor desde la época dorada de la industrialización no es accidental: "Ahora, como entonces, los titanes están buscando tener una mayor presencia en la política, que coincida con su poder económico. Ahora, como entonces, el peligro inevitable reside en que van a confundir su propio interés con el del bien común". Esta es la teoría que traza en su último libro, "Plutocrats: The Rise of the New Global Super-Rich and the Fall of Everyone Else" (Plutócratas: el auge de los nuevos super-ricos globales y la caída del resto del mundo, Pinguin Press).

Para Freeland la situación que estamos viviendo se parece en gran medida a la que se dio en la República de Venecia en el siglo XVI, y que acabó para siempre con la prosperidad de la ciudad de los canales. Una lección histórica que utiliza para ilustrar el peligro al que nos enfrentamos si no se trata de atajar rápidamente esta desigualdad.

A principios del siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas de Europa. Su sistema económico se regía por la "colleganza", una forma básica de sociedad anónima, creada para financiar una expedición comercial. Estas primeras empresas tenían una particularidad esencial, estaban abiertas a todo el mundo, lo que permitía a cualquier emprendedor participar en las finanzas junto a hombres de negocios ya establecidos, que financiaban sus viajes comerciales.

Este sistema llevó a la prosperidad a la República Veneciana, que se convirtió en el centro neurálgico del comercio mundial. En 1315, justo cuando Venecia se encontraba en el punto más alto de su poder económico, las personas más adineradas de la República presionaron para que se legislara a su favor. Se creó un veto oficial a la movilidad social, El libro de oro, un registro de la nobleza, que dejaba fuera del sistema a todo aquel que no estuviera inscrito en el mismo.

Bajo el control de los oligarcas Venecia empezó a recortar las oportunidades económicas de la población general y la prosperidad de la República entró en barrena. La ciudad se estancó: en 1500 la población de la ciudad era menor que la que tenía en 1330. Nunca volvió a recuperar su esplendor.

La desigualdad proviene de decisiones políticas

El caso de Venecia sirve para ilustrar una idea clara: si las élites económicas toman partido en las decisiones políticas estas irán encaminadas a su propio beneficio, que no es el del conjunto de la sociedad. "La ironía del auge político de los plutócratas", cuenta Freeman, "es que, como los oligarcas de Venecia, están amenazando el sistema que han creado".

Para Thomas W. Volcho y Nathan J. Kelly, autores del estudio de la "American Sociological Review", cuya tesis es similar a la de Freeman, el aumento de la desigualdad no es casual, y no tiene que ver con la crisis (aunque ésta ha aumentado la brecha), sino con unas determinadas decisiones políticas, fruto de la presión del 1% más rico. El fundamento teórico de su trabajo se basa en la "Power Resource Theory" (la teoría de la fuente del poder), según la cual la distribución de la riqueza y el poder se debe al éxito o fracaso de las distintas ideologías políticas. En su opinión, los trabajadores y la clase media solo tienen dos formas de lograr una distribución progresiva de la riqueza: a través de la política y el mercado. Esta desigualdad iría de la mano, por tanto, del declive de los partidos de izquierda (que empujaban a favor de la redistribución de la riqueza en la esfera política) y los sindicatos (que empujaban en el mercado). En EEUU, desde 1978, los tipos impositivos máximos han bajado del 39% al 15%, lo que en su opinión es decisivo para entender el aumento de la brecha entre ricos y pobres.

En definitiva, lo que Kelly y Volcho quieren dejar claro es que, pese a lo que muchos piensan, la desigualdad no es fruto de los vaivenes del mercado, que se escapan del control, sino de unas determinadas decisiones políticas. Es cierto que el mercado influye en las decisiones gubernamentales (algo que se ha hecho evidente en los últimos tiempos), pero esas decisiones repercuten a su vez en la economía. Un círculo vicioso destinado a crear mayor desigualdad, si no se toman medidas para atajar la tendencia.

– La desigualdad está acabando con el capitalismo (Project Syndicate – 21/11/12)

(Por Robert Skidelsky) Lectura recomendada

Londres.- Hay un consenso general de que los créditos bancarios excesivos provocaron la crisis de 2008-2009, y que la imposibilidad para recuperarse adecuadamente de dicha recesión radica en el rechazo de los bancos a otorgar créditos debido a sus hojas de balance "quebradas".

La historia típica preferida de partidarios de Friedrich von Hayek y la escuela austriaca de economía cuenta que en el periodo previo a la crisis los bancos ofrecieron más créditos a los prestatarios de lo que los ahorradores habrían estado dispuestos a dar, gracias al crédito barato que dieron los bancos centrales, en particular, la Reserva Federal estadounidense. El dinero de los bancos centrales abundaba en los bancos comerciales, que daban créditos para muchos proyectos malos de inversión, y la explosión de la innovación financiera (especialmente de instrumentos derivados) estimulaba el frenesí crediticio.

Esta pirámide invertida de deuda se colapsó cuando la Reserva finalmente frenó la fiebre de gasto mediante un aumento de las tasas de interés. (La Reserva incrementó la tasa de los fondos federales de referencia de 1% en 2004 a 5.25% en 2006 y así la mantuvo hasta agosto de 2007). Como resultado, los precios de las viviendas cayeron dejando una estela de bancos zombis (cuyos pasivos superaban por mucho sus activos) y arruinaron a los prestatarios.

Ahora parece que el problema es de volver a lanzar los créditos bancarios. Los bancos dañados que no quieren otorgar préstamos de algún modo tienen que sanearse. Este ha sido el objetivo de los vastos rescates en los Estados Unidos y en Europa, seguidos de varias rondas de facilitación cuantitativa, que sirvieron a los bancos centrales para imprimir dinero e inyectarlo al sistema bancario a través de una serie de canales poco ortodoxos. (Los Hayekianos se oponían a dicho método porque señalaban que el crédito excesivo había provocado la crisis y no se podía salir de ella otorgando más crédito).

Asimismo, los sistemas regulatorios se han endurecido en todas partes para evitar que los bancos pongan en riesgo nuevamente el sistema financiero. Por ejemplo, además de su mandato de estabilizar los precios, al Banco de Inglaterra se le ha encomendado la nueva tarea de mantener "la estabilidad del sistema financiero".

Este análisis aparentemente verosímil, depende de la idea de que la oferta de crédito es esencial para un buen funcionamiento de la economía: mucho dinero la arruina, y muy poco la destruye.

No obstante, se puede ver desde otro punto de vista: que la demanda de crédito en lugar de la oferta es un motor crucial de la economía. Después de todo, los bancos están obligados a dar crédito sobre la base de aval adecuado; y previo a la crisis, los precios crecientes de la vivienda fungieron como tal. En otras palabras, la oferta de crédito resultó de la demanda de crédito.

Así pues, la cuestión del origen de la crisis adquiere otro enfoque. La culpa no fue tanto de los acreedores depredadores sino de los deudores imprudentes o engañados. Entonces, la pregunta que surge es: ¿Por qué las personas querían tanto crédito? ¿Por qué en los días anteriores a la recesión el coeficiente deuda-ingreso de los hogares se elevó a niveles nunca antes vistos?

Supongamos que las personas son ambiciosas y que siempre quieren más de lo que les permiten sus posibilidades. Entonces, ¿por qué se manifestó de modo tan obsesivo esta ambición?

Para dar una respuesta debemos ver lo que está pasando con la distribución del ingreso. El mundo se estaba volviendo gradualmente rico, pero la distribución del ingreso entre países se estaba haciendo cada vez más desigual. Los ingresos medios se han estancado o incluso han caído en los últimos treinta años, incluso cuando el PIB per cápita ha aumentado. Esto significa que los ricos han estado acaparando una proporción enorme del crecimiento de la productividad.

¿Y qué hicieron los relativamente pobres para estar a la altura en este mundo de expectativas crecientes? Hicieron lo que los pobres siempre han hecho: endeudarse. En tiempos pasados se endeudaban con los prestamistas; ahora se endeudan con los bancos o con las compañías de tarjetas de crédito. Además, como su pobreza era relativa y los precios de las viviendas aumentaban rápidamente, los acreedores con gusto les permitían endeudarse cada vez más.

Por supuesto, algunos estaban inquietos por la caída de la tasa de ahorro de los hogares, pero pocos estaban demasiado preocupados. En uno de sus últimos artículos, Milton Friedman, escribió que hoy los ahorros se hacen en forma de casas.

Para mí, este punto de vista explica mucho mejor que el enfoque ortodoxo por qué después de todo el dinero que los bancos centrales han inyectado, los bancos comerciales no han reanudado el crédito, y por qué la recuperación económica se ha desacelerado. Así como los prestamistas no obligaron al público a obtener créditos antes de la crisis, ahora tampoco pueden obligar a los hogares fuertemente endeudados a obtener créditos, o a las empresas a solicitar préstamos para expandir la producción cuando los mercados están inactivos o contrayéndose.

En resumen, la recuperación no solo es responsabilidad de la Reserva, el Banco Central Europeo o el Banco de Inglaterra. Necesita la participación activa de los responsables del diseño de políticas fiscales. Nuestra situación actual no requiere prestamistas de último recurso, sino gastadores de último recurso, y ese papel solo lo pueden desempeñar los gobiernos.

Si los gobiernos, con sus ya elevados niveles de endeudamiento, creen que ya no pueden pedir más crédito al público, entonces deben pedir crédito a sus bancos centrales y gastar los fondos excedentes en obras públicas y proyectos de infraestructura. Esta es la única forma de reactivar las grandes economías occidentales.

Sin embargo, más allá de esto, no podemos mantener un sistema que permite que una parte tan grande del ingreso nacional se concentre en tan pocas manos. La redistribución concertada de la riqueza y el ingreso ha sido a menudo esencial para la supervivencia a largo plazo del capitalismo. Estamos a punto de volver a aprender esa lección.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author o…)

"El Gobierno alemán ha maquillado el borrador del informe oficial que alertaba sobre el aumento de la desigualdad social en el país. Por fuera, la versión del informe fechada el 21 de noviembre es igual que la conocida hace dos meses, pero al segundo borrador le faltan puntos particularmente críticos con la situación social en Alemania. En las alrededor de quinientas páginas de noviembre no se encuentran frases como "la riqueza privada está repartida de forma muy desigual" y faltan, además, informaciones completas sobre la evolución de los salarios en el país"… Merkel maquilla el informe sobre la desigualdad social en Alemania (El País – 28/11/12)

El segundo borrador omite algunos puntos particularmente críticos con la realidad del país.

En septiembre (2012) aún se leía que "el desarrollo en el tramo más alto de los salarios es positivo" mientras que "en el tramo más bajo, el poder adquisitivo ha retrocedido" si se tiene en cuenta la inflación de la última década. La Federación Alemana de Sindicatos (DGB) criticó duramente las tachaduras en el texto: "el Gobierno quiere aguar, maquillar y disimular pasajes críticos de su propio informe".

Steffen Seibert, portavoz de la canciller Angela Merkel, dijo que "es normal que un informe sea modificado en el proceso de coordinación entre Ministerios. Seibert defendió al Gobierno recordando que "el mercado laboral se ha recuperado" desde la redacción del informe anterior, presentado en 2007. Después aseveró que "la estampa [que ofrece el informe] sobre la pobreza y la riqueza en Alemania es realista y tiene en cuenta los problemas".

Sin embargo, otras "fuentes del Gobierno" citadas por la agencia Reuters reconocen que el embellecimiento del informe partió de presiones del ministro de Economía, el líder liberal Philipp Rösler (FDP). El diario muniqués Süddeutsche Zeitung, el primero en llamar la atención sobre "el botox" inyectado al informe, explica que en el FDP molestaron "sobre todo las advertencias de que está creciendo la desigualdad social en Alemania".

El Informe sobre pobreza y riqueza se redacta en el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, cuya cartera lleva la democristiana Ursula von der Leyen (CDU). Allí destacan ahora que este segundo borrador tampoco será la versión definitiva. El Gobierno quiere terminarlo antes de que termine el año.

En septiembre (2012), el informe aún señalaba que se está abriendo más la horquilla entre ricos y pobres y que esto "lesiona el sentimiento de justicia de la población". Todo lo cual "ponen en peligro la cohesión de la sociedad" alemana. La versión edulcorada de noviembre dice en lugar de esto que la reducción del poder adquisitivo de los sueldos más bajos "se debe a que se han creado muchos puesto de trabajo de jornada completa". El primer borrador advertía del crecimiento del número de trabajadores de jornada completa a quienes los sueldos no alcanzan para vivir.

A mediados de noviembre (2012), la democristiana Merkel sostuvo en su discurso sobre los presupuestos de que "las diferencias sociales han disminuido" en el país. El borrador de septiembre criticaba justo lo contrario. La nueva versión ya es mucho más acorde con el discurso preelectoral de la canciller.

– El estallido que viene (El País – 30/11/12)

El mundo que prometía un bienestar sostenido está roto y la sociedad avanza hacia mayores cotas de desigualdad. Nos están preparando para aceptar sin violencia un gran retroceso en las conquistas sociales

(Por Adolfo García Ortega) Lectura recomendada

Lo habrá, tarde o temprano lo habrá. Habrá un estallido social. El mundo que prometía un bienestar sostenido está roto. Los políticos no lo ven, o no lo saben o quizá sea que han llegado a ese estado de ceguera, necedad y estupidez que les impide salir de su discurso hueco, repetido y refractario. Es el bloqueo del poder partitocrático tal como lo conocemos. E intuyo que lo que se prepara es el control del estallido.

Como ciudadano pensante podría hacer un análisis negativo, incluso muy negativo, y no dejaría de ser realista. Pero se impone partir de una esperanza: la sociedad europea, sobre todo la del sur o medio-sur, sigue viva, avanza, crece, palpita, mira hacia el horizonte y no se resiste. Lucha. Esto también es real.

Ahora lo que recorre Europa es una luz. No una de esas luces de final del túnel, sino una luz pequeña, una ligera claridad, una luz de linterna que alumbra, por fin, el interior de lo que pasa. Lo primero que ilumina esa luz es que Europa tiene un problema político que no ha sabido resolver todavía. Y a esto se añade otro aspecto, trágico: los serios problemas de ciertos estratos de su población, tales como los mayores, los jóvenes, los inmigrantes, los parados, etcétera, pendientes cada uno de su inhóspito y tambaleante futuro. Y esto conduce a nuestro mayor problema: somos más viejos, somos más pobres, pero los ricos son más ricos. Hay, pues, un brote agresivo de injusticia y desigualdad.

Aunque surgen recelos por todas partes, y más con el maquillaje del Premio Nobel de la Paz a la UE (seguro que en Bosnia aún se ríen de esta broma de mal gusto), hay que reconocer que existe un camino que la sociedad europea en su conjunto ha recorrido modélicamente, un camino común hacia una identidad común, un bienestar común y una cultura diversificadamente común; un camino que no han recorrido por igual los políticos. Porque ahora hay un abismo entre la sociedad europea y sus políticos.

Es más, asumamos de una vez, con decisión, que la clase política es el gran problema que impide modificar la realidad en Europa. ¿Por qué? Porque los políticos no han contribuido a eliminar los prejuicios de unos sobre otros, sino que los han aumentado; y tampoco han articulado los mecanismos reales contra la injusticia, para lo cual, básicamente, estaban elegidos. Han entregado a los ciudadanos a los bancos, a las instituciones financieras, a los principios inmorales de un capitalismo sin control. Y esto todos: los políticos de derecha y los políticos de izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis, derecha e izquierda han terminado por ser parodias recíprocas. O, lo que es peor, cómplices de una vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.

Y al no haber una política económica verdaderamente común (salvo la malhadada monetaria), se han evidenciado, en cada país, las miserias de esos mismos políticos: la corrupción, la ineptitud, la mala gestión, la incapacidad práctica e intelectual y el error sistemático. Esto ha llevado a cuestionar, y más que nunca y con más razones que nunca, su papel delegado de representatividad.

¿Cuáles son los verdaderos males que aquejan a Europa? A mi modo de ver, son los siguientes: 1. La fractura del equilibrio económico sostenible, que requiere actualmente redimensionarse. 2. Las diferencias entre Estados, aumentadas por la quiebra entre el Norte y el Sur. 3. La corrupción (tanto en el Norte como en el Sur) tan capilarmente extendida. 4. La política estandarizada y necia. 5. La codicia financiera, estimulada por una banca abusiva en extremo. 6. La falta de futuro nítido. 7. El vertiginoso incremento del paro y el desempleo, que ha de verse en términos no ya económicos sino de población. Y 8. El desvío o traspaso de responsabilidades y cargas a las capas más débiles o clases medias de la sociedad (ciudadanos, profesionales, trabajadores, parados) y no a la banca, ni a los grandes empresarios ni a la clase política, con el consiguiente aumento de la injusticia social generalizada.

Es decir, es imperativo asumir sin eufemismos si existe o no una respuesta a la cuestión capital de la redistribución de la riqueza y del sistema productivo y de consumo. Si la respuesta es inequitativa, toda revolución debería ser inminente. Si es equitativa, ha de formularse una eficaz respuesta política de carácter legislativo. Estamos lejos de esto. Porque esto lleva a pensar (y a propugnar) que es necesaria otra forma de vida, que partiría de esta sencilla pregunta que nadie se hace: ¿por qué las cosas valen lo que algunos dicen que valen y por qué no valen menos? Es decir, ¿por qué prima la ganancia y el beneficio por encima de la vida misma?

Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la hemos concebido hasta ahora, y es una crisis sistémica. La representatividad y el modo de acceso a ella, sobre todo en algunos países, está cuestionada, y con razón. Es, por tanto, una crisis política. Una crisis en la que otra vez sobrevuela por Europa el fantasma de la intolerancia, del radicalismo nacionalista (de izquierda y de derecha), y otra vez se silencian las voces que, mayoritariamente, se declaran no sectarias, aplicándoles la categoría de "alternativas", como estigma de lo que no es una opción viable. ¡Y ya lo creo que lo es!

Es urgente preguntarse si hay un futuro real para Europa. Y la respuesta siempre sería positiva, obviamente: hay, sin duda alguna, un futuro porque la gente existe, la gente vive. Sin embargo, no es tan fácil. Hay tres escenarios de futuro: uno deseable, otro indeseable y otro lamentable.

El futuro deseable pasa por una total unión política, la creación de unos Estados Unidos de Europa reales. Eso permitiría conseguir una globalidad y una corresponsabilidad económica y social, con la creación de un plan de crecimiento y racionalización de recursos, producción y consumo; y no una política de austeridad que suponga la exclusión y la tortura social. En este sentido, faltan nuevas ideas y nuevos nombres que las procuren.

El futuro indeseable es aquel que conlleve ruptura de tratados que garantizan grandes márgenes de libertad, el avance de posturas muy radicales (ya las hay en Grecia, Finlandia, Hungría, Holanda, Francia…), la negatividad de la multiculturalidad, es decir, su fracaso, y, sobre todo, la desvinculación de la sociedad de los millones de parados, jóvenes en especial, dando por sentada una sobrecogedora falta de solidaridad.

Pero hay un futuro lamentable que me temo más cercano; un futuro probable y resultadista. Será el de una Europa sin influencia estratégica mundial, con grandes carencias en las conquistas sociales, con un adelgazamiento brutal de la garantía igualitaria que ofrece "lo público". Será una Europa en la que cualquier mejoría se anunciará para plazos cada vez más lejanos, bajo la amenaza de que "lo peor aún está por llegar", causando desaliento. Será una Europa dividida en dos, la que funciona y la que no. Y habrá países de esa Europa fractal en los que invertir será un chollo: ya se podrá comprar a centavo el dólar, ya se podrá comprar un país (y lo que contiene) muy barato, aceptando gustosos una inversión en industrias que exigirán unas condiciones laborales muy desprotegidas, con sueldos muy bajos. Que la sociedad vuelva a escalar clases sociales, desde posiciones muy bajas también.

Nos están preparando para esto, para aceptar sin violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una necesidad inevitable. No de otro modo se entiende la gran presión que sufren las clases medias, una auténtica incertidumbre social, y la brutal represión de todas las manifestaciones de protesta con el fin de atemorizar. Es decir, se está controlando el estallido, se está modulando su impacto y su alcance.

Ante todo esto, desolador sin duda, creo que la única esperanza, la única vía de salida, radica en ir en dirección contraria a la que vamos. Eso lo saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser políticos, porque solo serán imbéciles.

(Adolfo García Ortega es escritor)

"La OCDE denuncia el uso fraudulento de los contratos temporales y asegura que el paro juvenil subirá más del 7% el año que viene. Un 20% de los trabajadores puede tardar entre 3 y 5 años en encontrar empleo, afirma el organismo internacional. "Las perspectivas de una recuperación inmediata son remotas", concluye"… La OCDE denuncia contratos temporales hasta los 39 años y prevé un paro juvenil del 60% en 2013 (Vozpópuli – 30/11/12)

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