Expresando estos datos en términos del Coeficiente Gini, vemos que la desigualdad de capacidad de consumo se mantiene inalterada pese al paso del tiempo. Tanto si nos ceñimos al análisis por unidad familiar como si atendemos al criterio per cápita, comprobamos en ambos casos que la desigualdad se ha mantenido prácticamente inalterada a lo largo de las tres últimas décadas.
También resulta interesante analizar la desigualdad a partir de los datos que aporta la otra fuente consultada por Hassett y Mathur: la Encuesta de Consumo y Utilidades Energéticas Familiares. De acuerdo con la misma, los hogares estadounidenses de menos ingresos han mejorado sustancialmente su equipamiento doméstico (aquí entran accesorios y prestaciones dispares: aire acondicionado, calefacción, microondas, lavaplatos ).
La Encuesta RECS revela así el buen nivel de vida que disfrutan los estadounidenses de menos ingresos. Buena parte del quintil de menor renta (incluyendo aquí al 15% de la población que, según las estadísticas oficiales, vive "por debajo de la línea de pobreza") habita residencias de entre tres y cinco habitaciones (a lo que se unirían baños, pasillos, garajes ). Es por eso que Hassett y Mathur concluyen que "aunque existan diferencias, no se puede hablar de un problema de pobreza en Estados Unidos".
Considerando todo lo anterior, Hassett y Mathur aclaran que "hay una tendencia hacia un adelgazamiento de la brecha de consumo entre los hogares de menos renta y el resto". Esta visión resulta mucho más optimista que las alcanzadas por Thomas Piketty en sus trabajos sobre la desigualdad y el bienestar en Estados Unidos.
A ello se suma el hecho de que, a nivel mundial, la pobreza extrema se ha reducido de forma drástica en las últimas décadas.
Y lo mismo sucede con la desigualdad…
– Monsieur Pikkety va a América Latina (Project Syndicate – 30/5/14)
Santiago.- Hay pocas cosas que emocionen más a la vieja izquierda latinoamericana que un libro sobre la desigualdad escrito por un francés. Por ello, como era de esperarse, Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI) de Thomas Piketty ha sido todo un éxito en la región. En los dos meses transcurridos desde su publicación en inglés, se ha escrito más de un ensayo cuyo autor sostiene que la grand oeuvre del profesor de la Escuela de Economía de París confirma afirmaciones previas (en general, hechas por el propio autor) sobre los peligros de la desigualdad en América Latina.
Piketty teje una grandiosa narrativa sobre la dinámica de la acumulación de capital en una economía de mercado. Según su ahora famosa fórmula, si la tasa de retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía, la riqueza heredada aumentará más rápidamente que el ingreso salarial, y los dueños del capital tendrán una participación cada vez más alta en el producto nacional.
Nadie puede negar que en América Latina la distribución del ingreso es escandalosamente desigual. Sin embargo, lo que sorprenderá a los entusiastas de Piketty (muchos de los cuales aún no han leído su libro) es que su teoría tiene poco o nada que ver con los aspectos ya cuantificados de la dinámica de la distribución del ingreso en la región.
La teoría de Piketty se relaciona con lo que los economistas llaman la distribución funcional del ingreso, o la división entre los trabajadores y los dueños del capital. Pero la mala distribución que causa tanta inquietud en América Latina se relaciona con la distribución personal del ingreso laboral – es decir, la división entre los asalariados.
Esto se debe a que casi todos los datos sobre la distribución del ingreso en América Latina provienen de encuestas a hogares, las que rara vez capturan información veraz sobre cuánto ganan realmente esos rentiers de Piketty que perciben su renta como ganancias, dividendos o interés. Por ejemplo, los resultados de la CASEN 2009, la amplia encuesta de hogares que se realiza en Chile, sugieren que el ingreso producido por capital se encuentra distribuido de manera más igual que el ingreso laboral.
Por supuesto que nadie que esté en su sano juicio debería creer esto. Dichos resultados sólo revelan que los dueños de acciones y bonos tienden a entregar información falsa o incompleta a los encuestadores.
Ello, a su vez, revela dos datos -ambos desalentadores- sobre la distribución del ingreso en América Latina. Primero, la verdadera distribución del ingreso personal -que comprende a todos los ingresos, ya sean provenientes del trabajo o del capital- es probablemente peor de lo que sugieren las cifras de los titulares de prensa que por lo general se citan.
Segundo, aun si se pudiera hacer desaparecer por completo la dinámica del capital que tanto preocupa a Piketty, la distribución del ingreso en América Latina continuaría siendo abrumadoramente desigual. Y el remedio para esta mala distribución no radica tan sólo en los cuantiosos impuestos a la riqueza que Piketty propone.
¿Por qué no? Ciertamente, si el ingreso laboral está repartido de manera desigual, la redistribución de activos o de la renta de capital a los más pobres puede propiciar la igualdad. En una monografía reciente en la que utilizan un nuevo conjunto de datos que cubre muchos países, economistas del Fondo Monetario Internacional se muestran relativamente optimistas sobre el espacio para aumentar la redistribución sin socavar el crecimiento económico. Pero el mismo estudio nos recuerda que existen límites al monto de las rentas que el aparato fiscal puede redistribuir.
Los autores comparan el coeficiente de Gini (un índice de desigualdad que se emplea comúnmente, y que consiste de 100 puntos, en el que cero es una igualdad perfecta y 100 una desigualdad perfecta) antes y después de aplicarse los impuestos y las transferencias fiscales. Demuestran que pocos países redistribuyen lo suficiente para que se produzca una variación de 10 puntos en el coeficiente, y que las redistribuciones que resultan en cambios de más de 13 puntos en el Gini suelen tener consecuencias adversas para el crecimiento.
Los programas fiscales de redistribución, por lo menos en América Latina, en general son de mucho menor alcance. La reforma tributaria recientemente propuesta por el gobierno de Michelle Bachelet en Chile busca recaudar un 3% adicional del Producto Interno Bruto. Incluso si no se desperdicia ni un peso de ese dinero y todo se redistribuye a los chilenos más pobres, es poco probable que dicha reforma reduzca el coeficiente de Gini en más de tres puntos.
El problema es que en Chile, el coeficiente de Gini después de los impuestos es aproximadamente 50 (similar al de Brasil, Colombia y Perú), mientras que en los países avanzados se suele encontrar en la mitad de abajo de los 30, o incluso en la mitad de arriba de los 20. Lograr que Chile y algunos de sus vecinos se transformen en países con los niveles de igualdad de la OCDE requiere mucho más que una reforma tributaria.
Dicho de otra forma: si el campo de juego de una sociedad está muy desnivelado desde un inicio, esa sociedad seguirá bastante desigual aun después de una importante redistribución fiscal. Por lo tanto, la política debe enfocarse en lo que el politólogo Jacob Hacker, de la Universidad de Yale, llama la "pre-distribución": la estructura de la renta salarial determinada por el mercado.
Existen tres herramientas principales para mejorar la pre-distribución del ingreso. Primero, una reforma educacional – con fuerte énfasis en la educación técnica – dotaría a las personas de bajos ingresos de nuevos conocimientos que ellas podrían aportar al mercado de trabajo. Segundo, las políticas industriales focalizadas crearían una demanda de los servicios de esos trabajadores y sus nuevos conocimientos. Y, tercero, la modernización de los mercados de trabajo facilitaría mejor el calce entre las destrezas de los trabajadores y las necesidades particulares de las empresas, en un contexto productivo cada vez más heterogéneo.
Estas políticas no son sustitutos, sino complementos: todas deben llevarse a la práctica al mismo tiempo. Hacerlo no es fácil. En América Latina, los líderes de la centro-izquierda moderna, comprometidos con la justicia económica y social, deberán dar con el enfoque que se ajuste a las necesidades específicas de cada uno de sus países. No hay economista francés cuya magnum opus ofrezca un remedio pre-formulado.
(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University)
– Desiertos injustos (Project Syndicate – 31/5/14)
Berkeley.- La mejor crítica del libro Capital in the Twenty-First Century de Thomas Piketty que he leído hasta ahora es la que publicó mi amigo y co-autor frecuente Lawrence Summers en Democracy Journal de Michael Tomasky. Vaya y lea ese texto de inmediato.
¿Todavía está ahí? ¿Qué quiere decir, que no está dispuesto a leer 5.000 palabras? Sería un tiempo bien invertido, se lo aseguro. Pero si todavía está ahí, no le voy a ofrecer una sinopsis ni le voy a revelar las partes más destacadas. Más bien, les voy a ampliar brevemente una información aclaratoria muy pequeña y menor, un aparte en la crítica de Summers sobre filosofía moral.
"Hay mucho de criticable en los acuerdos existentes entre las corporaciones y el gobierno", escribe Summers. "Sin embargo, creo que a la gente como Piketty que desestima la idea de que la productividad tenga algo que ver con la compensación habría que darle un tiempo para recapacitar". ¿Por qué? "Los ejecutivos que ganan más dinero no están dirigiendo compañías públicas" y "llenando los directorios de amigos", dice Summers. Por el contrario, son "elegidos por firmas de capital privado para dirigir las compañías que controlan. Esto no implica de ninguna manera justificar desde un punto de vista ético una compensación exorbitante -sólo se trata de plantear un interrogante sobre las fuerzas económicas que la generan".
Esta última oración indica que nuestra discusión filosófico-moral sobre quién merece qué se ha entremezclado con la economía de la teoría de la productividad marginal de la distribución de ingresos de una manera esencialmente inútil. Supongamos que efectivamente haya ejecutivos dispuestos a pagar toda una fortuna para contratarlo en una transacción verdaderamente fuera de su alcance, no porque usted les haya otorgado favores en el pasado o porque esperen favores de usted en el futuro. Eso, dice Summers, de ninguna manera significa que usted "se gane" o "merezca" esa suerte.
Si usted gana la lotería -y si el objetivo del gran premio que usted recibe es el de inducir a otros a sobreestimar sus posibilidades y comprar billetes de lotería y así enriquecer al operador de la lotería-, ¿usted "merece" acaso el premio? A usted lo pone contento que le paguen y el operador de la lotería está contento de pagarle, pero los demás que compraron los billetes de lotería no están contentos -o, quizá, no estarían contentos si entendieran cuáles eran en verdad sus chances de ganar y que su triunfo estaba destinado a engañarlos.
¿Tiene usted la obligación de pasar su vida post-victoria diciéndole a todo el mundo que lo que deberían hacer es poner el dinero que gastan en billetes de lotería en una cuenta de retiro con una alta inversión en acciones y con beneficios impositivos, por medio de lo cual, en lugar de pagar a la casa por el privilegio de apostar, ellos son la casa y ganan un 5% anual? ¿Está moralmente obligado, como el Antiguo Marinero de Coleridge, a contarle su historia a todo aquel con el que se cruza?
Yo diría que sí está obligado. Y diría que lo mismo se aplica en términos más generales a los generadores de desigualdad a los que nosotros los economistas llamamos "torneos". Parece ser que los torneos son buenos mecanismos de incentivo: si se ofrecen unos pocos premios grandes, mucha gente correrá a probar su suerte. Pero, dada la aversión humana al riesgo, la única razón sensata para organizar un torneo es que impone distorsiones cognitivas al participante típico. Usted, el organizador, los está perjudicando -es decir, a sus mejores exponentes y los más racionales- al alimentar sus distorsiones; como mínimo, usted está favoreciendo e incitando su autolesión (ya que ellos, como los participantes de la lotería, están haciendo una libre elección).
Pero hay más. Supongamos que, de alguna manera, a usted le pagan por su producto marginal genuino a la sociedad. El hecho de que usted sea lo suficientemente afortunado como para extraer su producto marginal es, digamos, una cuestión de suerte. Otros no son tan afortunados. Otros encuentran que su poder de negociación es limitado -tal vez a lo que sería su estándar de vida si se mudaran al Yukón y vivieran de la tierra-. ¿Usted merece su suerte? Por definición, no: nadie merece la suerte. ¿Y qué les debe a quienes estarían en condiciones de obtener lo que merecen si usted no hubiera sido tan afortunado de llegar primero?
Y, por supuesto, ¿en qué sentido usted es el responsable de vivir en el ambiente correcto para que usted y sus habilidades sean altamente productivas en la economía de hoy? ¿De qué manera, exactamente, usted eligió ser el hijo de los padres "correctos"? ¿Por qué, al final de cuentas, sus resultados favorables no son producto de la suerte, pura e inmerecida?
Tendríamos una discusión mucho más clara sobre cuestiones vinculadas a la desigualdad y la distribución si, simplemente, nos atuviéramos a consideraciones respecto del bienestar humano y los incentivos útiles. El resto es ideología meritocrática; y, como sugiere la recepción del libro de Piketty, esa ideología tal vez ya haya seguido su curso.
(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade )
– Sobre la negación de la desigualdad (El País – 8/6/14)
(Por Paul Krugman)
Hace algún tiempo publiqué un artículo titulado Los ricos, la derecha y los hechos en el que describía los esfuerzos por negar, obedeciendo a motivos políticos, lo evidente: el fuerte aumento de la desigualdad en Estados Unidos, sobre todo en lo más alto de la escala de ingresos. Probablemente no les sorprenderá oír que he descubierto un montón de malas prácticas estadísticas en las altas esferas.
Tampoco les sorprenderá saber que casi nada ha cambiado. Los sospechosos de rigor no solo siguen negando la evidencia, sino que insisten en desplegar los mismos argumentos desprestigiados: la desigualdad no está aumentado realmente; bueno, vale, sí está aumentando, pero da igual porque tenemos mucha movilidad social; en cualquier caso, es buena, y cualquiera que insinúe que es un problema es un marxista.
Lo que quizá les sorprenda es en qué año publiqué el artículo: 1992.
Lo cual me lleva a la última escaramuza intelectual, provocada por un artículo de Chris Giles, redactor jefe de economía de The Financial Times, arremetiendo contra la credibilidad del libro éxito de ventas de Thomas Piketty, titulado El capital en el siglo XXI. Giles afirma que el trabajo de Piketty comete "una serie de errores que distorsionan sus descubrimientos", y que, de hecho, no hay pruebas claras de que la concentración de la riqueza esté aumentando. Y como casi todos los que hemos seguido estas controversias durante años, me dije: "Ya estamos otra vez".
Como era de esperar, Giles no ha salido bien parado del debate subsiguiente. Los supuestos errores eran en realidad la clase de ajustes de datos normal en cualquier investigación basada en diferentes fuentes. Y la afirmación crucial de que no hay ninguna tendencia clara a una mayor concentración de la riqueza descansaba en una falacia conocida, una comparación de peras con manzanas de la cual los expertos han advertido hace tiempo, y que yo identifiqué en el mencionado artículo de 1992.
A riesgo de dar demasiada información, la cuestión es ésta. Tenemos dos fuentes de datos tanto sobre la renta como sobre la riqueza: los sondeos, en los que se pregunta a la gente sobre sus finanzas, y los datos fiscales. Los datos de los sondeos, si bien son útiles para seguir la pista de los pobres y de la clase media, subestiman manifiestamente las rentas más altas y la riqueza, hablando en líneas generales, porque es difícil entrevistar a suficientes multimillonarios. Por tanto, los estudios acerca del 1%, el 0,1% y demás se basan principalmente en los datos fiscales. Sin embargo, la crítica publicada en The Financial Times comparaba cálculos antiguos de concentración de la riqueza basados en datos fiscales con cálculos recientes basados en sondeos, lo cual ocasiona una distorsión inmediata que impide identificar una tendencia al alza.
En suma, este último intento de desacreditar la idea de que nos hemos convertido en una sociedad muchísimo más desigual ha quedado desprestigiado por sí solo. Y era de esperar. Hay tantos indicadores independientes que apuntan a un fuerte aumento de la desigualdad, desde los precios por las nubes de las propiedades inmobiliarias de más alto nivel hasta el apogeo de los mercados de bienes de lujo, que cualquier afirmación de que la desigualdad no está aumentando tiene que basarse casi por fuerza en un análisis erróneo de los datos.
Con todo, la negación de la desigualdad persiste, prácticamente por las mismas razones por las que persiste la negación del cambio climático: hay grupos poderosos muy interesados en negar los hechos, o cuando menos en crear una sombra de duda. De hecho, pueden estar seguros de que la afirmación de que "todos los números de Piketty están equivocados" se repetirá hasta el infinito aunque se derrumbe rápidamente al ser sometida a escrutinio.
Dicho sea de paso, no estoy acusando a Giles de ser un sicario de la plutocracia, a pesar de que haya algunos autoproclamados expertos que se ajusten a esa definición. Y no hay nadie cuyo trabajo esté más allá de toda crítica. Pero cuando se trata de asuntos con carga política, los detractores del consenso tienen que ser conscientes de sí mismos; tienen que preguntarse si de verdad buscan la honestidad intelectual o si lo que están haciendo en realidad es actuar como duendes de la preocupación, desacreditadores profesionales de los credos liberales. (Por extraño que parezca, en la derecha no hay duendes que desacrediten los credos conservadores. Es curioso cómo funciona la cosa).
Por tanto, esto es lo que necesitan saber. Sí, la concentración tanto de renta como de riqueza en manos de unas cuantas personas ha aumentado enormemente a lo largo de las últimas décadas. No, la gente receptora de esas rentas y propietaria de esa riqueza no es un grupo en continuo cambio: la gente se desplaza con bastante frecuencia de la base del 1% a la cima del siguiente percentil y viceversa, pero eso de pasar de mendigo a millonario y de millonario a mendigo rara vez ocurre (la desigualdad de los ingresos medios a lo largo de varios años no está muy por debajo de la desigualdad en un año determinado). No, los impuestos y las ayudas no cambian significativamente el panorama; de hecho, desde la década de 1970, las grandes rebajas de impuestos en el extremo superior han provocado que la desigualdad después de impuestos aumente más deprisa que la desigualdad antes de impuestos.
Esta imagen incomoda a algunos porque favorece las demandas populistas de impuestos más altos para los ricos. Pero las buenas ideas no necesitan ser vendidas con engaños. Si el argumento en contra del populismo descansa en afirmaciones falsas sobre la desigualdad, habría que considerar la posibilidad de que los populistas tengan razón.
(© 2014 New York Times News Service)
– Thomas Piketty, un pensador francés menos radical de lo que se cree (The Wall Street Journal – 12/6/14)
(Por Pascal-Emmanuel Gobry)
El libro del economista francés Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI (será publicado en español por Fondo de Cultura Económica), ha desatado una tormenta en Estados Unidos. Paul Krugman, escribiendo en la revista The New York Review of Books, lo describió como "un llamado a las armas" para aquellos que desean "contener el creciente poder de la riqueza heredada". Comentaristas conservadores se han inquietado por el "marxismo suave" de Piketty (en las palabras de James Pethokoukis del centro de estudios American Enterprise Institute) y la alusión obvia, en el título del libro, a El Capital del propio Marx.
En más de 600 páginas llenas de datos, Piketty argumenta que el capitalismo crea un círculo vicioso de desigualdad porque la tasa de retorno de los activos es más alta, a largo plazo, que la tasa de crecimiento económico general. Esta divergencia, sostiene, amenaza con convertir la sociedad moderna en un orden neofeudal, un escenario que le gustaría evitar mediante la imposición de un impuesto global a la riqueza (a diferencia de a los ingresos).
¿Qué tan radical es Piketty? En realidad, no mucho. Con su acento, erudición fácil, camisa desabotonada y un cabello espeso y oscuro, es el típico intelectual francés, pero no todos los intelectuales franceses son radicales. En Francia, aún hay muchos marxistas de verdad, y es difícil confundir al afable Piketty con uno de ellos. Tal vez por eso no haya tenido el mismo impacto en el debate público en Francia como lo ha tenido en EEUU.
Piketty es un intelectual público muy conocido en Francia. Escribe una columna en el diario de izquierda Libération y fue un alto asesor económico del candidato presidencial socialista Ségolène Royal en las elecciones de 2007. Sin embargo, su libro no fue un fenómeno editorial en París. De hecho, la mayoría de los artículos noticiosos relacionados a él no han sido sobre el libro en sí sino sobre su inesperado éxito en EEUU.
La razón de este recibimiento dispar es bastante simple: lo que impulsa la discusión y las ventas es la controversia, y la idea de que el capitalismo produce una desigualdad cada vez mayor y fundamentalmente corroe el orden social es polémico en EEUU. En Francia, es lo opuesto a lo polémico: es el evangelio. Ciertamente, nadie es profeta en su tierra.
Es probable que exista otra razón por la que Piketty no es tan influyente en Francia como podría serlo: es un pensador serio. Se dice que Francia es singular en su amor por los intelectuales públicos, pero podría ser más acertado decir que está enamorada de su amor por los intelectuales públicos. En realidad, muchos de los intelectuales públicos más prominentes de Francia en la actualidad son pesos livianos, que opinan sobre cosas de las saben muy poco.
En Francia, muchos economistas famosos venden libros y aparecen en programas de entrevistas en televisión. Lo que la mayoría de ellos tiene en común es la falta de un título en economía y de publicaciones de economía reseñadas por sus pares. En mi caso, yo no soy economista, pero me han presentado como tal en un programa de noticias francés. Piketty es un economista académico sobresaliente, lo cual, en Francia, daña su credibilidad como economista.
Es un recordatorio gracioso de las diferencias entre Francia y EEUU. que, pese a que las opiniones de Piketty lo ubican muy a la izquierda en el espectro político estadounidense, en Francia, a menudo suena como un conservador. Se opuso a la última política emblemática del gobierno socialista, la globalmente infame semana laboral de 35 horas, e instó a recortar los impuestos a la nómina. En el fondo, Piketty sigue siendo el personaje más familiar en el debate de política: un economista neoliberal que ve muchas virtudes en las fuerzas del mercado pero favorece una redistribución estatal para solucionar algunos de los excesos del mercado.
En los círculos parisinos, se dice que Piketty desprecia a François Hollande, el presidente socialista de Francia, y lo considera un oportunista superficial. Algunos susurran que la enemistad se debe también a presuntamente tensa relación entre Hollande y su ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, quien fue pareja de Piketty. En el mundo bizantino del Partido Socialista de Francia, la intriga y el sexo casi siempre parecen ir de la mano.
Algunos en el pequeño mundo de economistas franceses respetados dicen que la mejor forma de entender a Piketty es a través de su historia personal. Se crio en una familia de clase obrera, con padres que habían estado activos en el partido trotskista Lutte Ouvrière (Lucha Obrera). Después de graduarse de la escuela secundaria a los 16 años, logró ingresar a la Escuela Normal Superior de París, la más selectiva de las híper selectivas grandes écoles de Francia. A los 22 años, obtuvo su doctorado y ganó el premio a la mejor tesis del año de la Asociación Económica Francesa. Su tema: la redistribución de la riqueza.
Piketty es, en resumen, esa cosa increíblemente rara: un producto puro de la meritocracia francesa, el niño de clase obrera que asistió a un colegio público, se abrió paso hacia una escuela de élite y terminó en un prestigioso servicio del gobierno (cofundó y lideró la Escuela de Economía de París, dirigida por el gobierno). Este es el modelo que forjó el renacimiento de Francia en la posguerra pero que ahora está en pedazos.
Sin dudas, conforme Piketty ascendió en los escalafones de la élite francesa, no pudo evitar ver que la mayoría de la gente en a su alrededor tenía padres y abuelos (y en muchos casos, pentabuelos) que habían sido mucho más privilegiados que los suyos. Por lo tanto, fue a trabajar tratando de unir lo que su bagaje cultural le indicaba y lo que encontraba en los modelos y hallazgos empíricos de la economía.
Piketty tiene razón en algunas cosas y está equivocado en otras, pero su perspectiva del mundo está lejos de ser radical. Incluso podría ser aceptada por alguien de derecha a quien le preocupa la desigualdad y que las enormes diferencias en la riqueza, si no se controlan, puedan socavar el orden social. De hecho, pese a todos los comentarios y objeciones sobre las ideas supuestamente revolucionarias de Piketty, esa percepción conservadora podría ser su contribución más duradera al debate en EEUU.
(Gobry es un escritor y emprendedor que vive en París)
– Economía post-crisis (Project Syndicate – 18/6/14)
Londres.- En la elección del Parlamento Europeo del mes pasado, los partidos euroescépticos y extremistas ganaron el 25% del voto popular. Las victorias más resonantes se registraron en Francia, el Reino Unido y Grecia. Estos resultados fueron ampliamente, y correctamente, interpretados como una señal del grado de descontento entre una elite europea arrogante y los ciudadanos comunes.
Más inadvertidos, porque son menos obvios desde un punto de vista político, son los murmullos intelectuales de hoy, cuya manifestación más reciente es el libro Capital in the Twenty-First Century del economista francés Thomas Piketty, una acusación fulminante a la creciente desigualdad. Tal vez estemos siendo testigos del inicio del fin del consenso capitalista neoliberal que ha prevalecido en todo Occidente desde los años 1980 -y que, para muchos, condujo al desastre económico de 2008-2009.
Particularmente importante es el creciente descontento de los estudiantes de economía con los programas universitarios. El descontento de los estudiantes importa, porque la economía ha sido durante mucho tiempo el faro político de Occidente.
Este descontento nació en el "movimiento económico post-autista", que comenzó en París en 2000, y se propagó a Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. La principal queja de sus seguidores era que la economía convencional que se les enseñaba a los estudiantes se había convertido en una rama de las matemáticas, desconectada de la realidad.
La revuelta progresó poco en los años de la "Gran Moderación" de los 2000, pero revivió luego de la crisis de 2008. Dos vínculos importantes con la red anterior son el economista estadounidense James Galbraith, hijo de John Kenneth Galbraith, y el economista británico Ha-Joon Chang, autor del éxito editorial 23 Cosas que no te cuentan sobre el capitalismo.
En un manifiesto publicado en abril, estudiantes de economía en la Universidad de Manchester defendían una estrategia "que comienza con los fenómenos económicos y luego les brinda a los estudiantes un kit de herramientas para evaluar de qué manera las diferentes perspectivas pueden explicarlos", en lugar de con modelos matemáticos basados en presunciones irreales. Notablemente, Andrew Haldane, director ejecutivo para Estabilidad Financiera en el Banco de Inglaterra, escribió la introducción.
Los estudiantes de Manchester sostienen que "la corriente convencional dentro de la disciplina (teoría neoclásica) ha excluido toda opinión disidente, y podría decirse que la crisis es el último precio de esta exclusión. Enfoques alternativos como la economía post-keynesiana, marxista y austríaca (así como muchos otros) han quedado marginados. Lo mismo puede decirse de la historia de la disciplina". En consecuencia, los estudiantes tienen escasa conciencia de las limitaciones de la teoría neoclásica, mucho menos de las alternativas.
El objetivo, según los estudiantes, debería ser "conectar las disciplinas dentro y fuera de la economía". La economía no debería estar divorciada de la psicología, la política, la historia, la filosofía y demás. Los estudiantes son específicamente proclives a estudiar cuestiones como la desigualdad, el papel de la ética y la justicia en la economía (a diferencia del foco prevaleciente en la maximización de las ganancias) y las consecuencias económicas del cambio climático.
La idea es que este tipo de intercambio intelectual ayude a los alumnos a entender mejor los fenómenos económicos recientes y mejorar la teoría económica. Desde este punto de vista, todos saldrían beneficiados con la reforma de los programas de estudio.
El mensaje más profundo es que la economía convencional es, por cierto, una ideología -la ideología del libre mercado-. Sus herramientas y presunciones definen sus temas. Si asumimos una racionalidad perfecta y mercados completos, estamos impedidos de explorar las causas de los fracasos económicos en gran escala. Desafortunadamente, esas presunciones tienen una profunda influencia en la política.
La hipótesis de mercados eficientes -la idea de que los mercados financieros, en general, evalúan los riesgos de manera correcta- brindó el argumento intelectual para una amplia desregulación de la banca en los años 1980 y 1990. De la misma manera, las políticas de austeridad que Europa utilizó para combatir la recesión del 2010 en adelante estaban basadas en la idea de que no había más recesión que combatir.
Esas ideas estaban emparentadas con las opiniones de la oligarquía financiera. Pero las herramientas de la economía, como se las enseña hoy en día, ofrecen poco margen para investigar los vínculos entre las ideas de los economistas y las estructuras de poder.
Los alumnos "post-crisis" de hoy tienen razón. ¿Entonces qué es lo que mantiene en funcionamiento el aparato intelectual de la economía convencional?
Para empezar, la enseñanza y la investigación económica está profundamente inmersa en una estructura institucional que, como sucede con todos los movimientos ideológicos, recompensa la ortodoxia y castiga la herejía. Los grandes clásicos de la economía, desde Smith hasta Ricardo y Veblen, no se enseñan en las aulas. El financiamiento a la investigación se asigna sobre la base de la publicación de diarios académicos que abrazan la perspectiva neoclásica. La publicación en estos diarios también es la base de cualquier promoción.
Es más, se ha convertido en un principio rector que cualquier avance hacia una estrategia más abierta o "pluralista" en cuanto a la economía presagia una regresión a modos de pensamiento "pre-científicos", de la misma manera que los resultados de la elección del Parlamento Europeo amenazan con revivir un modo más primitivo de la política.
Sin embargo, las instituciones y las ideologías no pueden sobrevivir por simple conjuro o recordatorios de horrores pasados. Tienen que enfrentar el mundo contemporáneo de la experiencia vivida.
Por ahora, lo mejor que puede lograr la reforma de los programas de estudio es recordarles a los alumnos que la economía no es una ciencia como la física, y que tiene una historia mucho más rica de la que se puede encontrar en los libros de texto estándar. En su libro La economía del bien y del mal, el economista checo Tomá Sedlácek demuestra que lo que llamamos "economía" no es más que un fragmento formalizado de una gama mucho más amplia de pensamiento sobre la vida económica, que va desde la épica sumeria de Gilgamesh hasta las metamatemáticas de hoy.
Por cierto, la economía convencional es una destilación lastimosamente estrecha del saber histórico sobre los temas que aborda. Debería aplicarse a cualquier problema práctico que pueda resolver; pero sus herramientas y presunciones siempre deberían estar en una tensión creativa con otras ideas vinculadas al bienestar y al florecimiento humano. Lo que se les enseña a los estudiantes hoy ciertamente no merece su estatus imperial en el pensamiento social.
(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, )
– Desigualdad del ingreso y desempleo juvenil (Project Syndicate – 25/6/14)
Cambridge.- En momentos en que El capital en el siglo veintiuno, el polémico libro de Thomas Piketty, encabeza varias listas de los más vendidos, la desigualdad del ingreso (que se ha estado ampliando desde los años 70) vuelve a ser centro de la atención mundial. En el debate acerca de este problema se han abordado muchas de sus repercusiones, como la menor cohesión social, el aumento de los barrios marginales, la explotación de la mano de obra y el debilitamiento de las clases medias. Pero hay un efecto que ha merecido relativamente poca atención: el desempleo juvenil y el subempleo en general.
Desde el inicio de la crisis económica global, el desempleo juvenil ha aumentado de manera importante. En los países desarrollados, un 18% de las personas de entre 18 y 24 años se encuentran sin empleo. Si bien la tasa de desempleo juvenil en Alemania sigue siendo relativamente baja (9%), es de un 16% en los Estados Unidos, 20% en el Reino Unido y más de un 50% en España y Grecia. Se estima que también en Oriente Próximo y el Norte de África los índices son muy elevados: un 28% y un 24% respectivamente. En contraste, sólo un 10% de los jóvenes de Asia del Este y un 9% de Asia del Sur están sin empleo.
No obstante, las autoridades han tomado relativamente pocas medidas para abordar el problema. Hoy el planeta arriesga padecer lo que la Organización Mundial del Trabajo ha llamado una "generación perdida": se espera que el desempleo juvenil llegue al 13% en 2018.
No hay un solo factor que explique esta tendencia. Por ejemplo, en China el desempleo juvenil se origina principalmente en el predominio del sector manufacturero, que ofrece muchas más oportunidades a los graduados de escuela secundaria que a los trabajadores formados en universidades.
Otro factor son los desajustes del mercado: en una encuesta realizada recientemente en nueve países de la Unión Europea, un 72% de los educadores respondieron diciendo que los recién graduados podían satisfacer las necesidades de los potenciales empleadores, pero un 43% de estos señalaron lo contrario.
Sea cual sea el factor principal que subyazca al alto desempleo juvenil, no hay duda de que la desigualdad del ingreso exacerba el problema. En pocas palabras, muchos empleos (en especial los más lucrativos) están al alcance casi exclusivamente de jóvenes procedentes de entornos pudientes.
Por ejemplo, en el Reino Unido solo un 7% de los niños y jóvenes van a escuelas privadas, pero cerca de la mitad de los directores ejecutivos del país y dos tercios de sus médicos han sido educados en ese sistema. Se estima que esta tendencia continuará y que la próxima generación de doctores habrá nacido en familias pertenecientes al 20% más rico de la población.
Hay varias razones posibles para este patrón. Para comenzar, es necesario haberse educado en los centros más prestigiosos para alcanzar los puestos de mayor estatus, y eso cuesta dinero. Más aún, muchos periodos de prácticas (requisito para la mayoría de esos empleos) no se pagan, con lo que se vuelven casi inaccesibles para quienes no cuenten con familias que puedan mantenerlos económicamente en el intertanto.
Y no se necesita solamente dinero. En muchos casos, los empleos y prácticas más valorados, e incluso las admisiones a los mejores centros educativos, son mucho más asequibles para quienes pertenecen a la red personal o profesional de los empleadores. En un mercado laboral que premia más los contactos que los conocimientos, los jóvenes con padres bien conectados cuentan con una ventaja evidente.
La desigualdad se agrava si los procedimientos de contratación vienen inherentemente sesgados. Si bien en teoría las empresas reconocen el valor de reunir talentos procedentes de una diversidad de medios, tienden a contratar candidatos con habilidades, experiencias y cualificaciones similares. Incluso si una persona con una formación o experiencia de trabajo diferente se las arregla para entrar en contacto directo con quienes seleccionan personal, debe superar la percepción de que representa una opción más riesgosa.
El hecho de que los resultados académicos se encuentren dentro de los principales criterios para contratar sesga todavía más los resultados. Es más probable que quienes han tenido el privilegio de recibir educación privada hayan logrado acceder a las universidades más reputadas. A menudo, la pequeña proporción de estudiantes pobres que logran ser admitidos y recibir becas en instituciones de primer nivel obtienen notas más bajas, sobre todo en los años finales de su formación, debido a que preparación previa es de menor calidad.
En la práctica, las limitaciones financieras impiden acceder a la universidad a muchos estudiantes capaces, ya que deben lograr un ingreso que solo un empleo a tiempo completo les puede dar. El resultado es que su capacidad económica se ve muy limitada, con independencia de su talento o ética de trabajo. Para generar mayor igualdad de oportunidades, los empleadores deberían reformular sus estrategias de contratación y considerar candidatos que respondan a criterios más amplios: la diversidad resultante beneficiaría mucho a sus empresas.
Si el estatus financiero sigue siendo un determinante clave para sus oportunidades, los jóvenes de entornos más pobres se irán desanimando progresivamente, lo que puede elevar el grado de conflictividad social. A menos que todos los jóvenes cuenten con perspectivas legítimas de mejorar su situación social y económica, seguirá ampliándose la brecha entre ricos y pobres y creándose un círculo vicioso del que será cada vez más difícil salir.
La buena nueva es que las iniciativas para paliar el desempleo juvenil reducen la desigualdad del ingreso, y viceversa. La sociedad que surja de ello será más estable, unida y próspera, algo que nos conviene a todos, seamos ricos o pobres.
(Mark Esposito is a member of the teaching faculty at the Harvard University Extension School, an associate professor of business and economics at Grenoble Graduate School of Business in France, and a senior associate at the University of Cambridge-CISL in the UK. He has advised the President of Terence Tse, an associate professor of finance at ESCP Europe, is the head of competitiveness studies at the i7 Institute for Innovation and Competitiveness)
– Guy Sorman: "En los últimos 30 años, el mundo ha experimentado un espectacular avance" (Libertad Digital – 7/7/14)
El francés cree que "el debate sobre los principales elementos del desarrollo está zanjado: el progreso es consecuencia natural de la libertad".
(Por Diego Sánchez de la Cruz)
Hablar de Guy Sorman es hablar de uno de los liberales franceses más importantes de las últimas décadas. De carácter amable y mente abierta, el filósofo galo es uno de los co-fundadores de Acción contra el Hambre y aparece de forma recurrente en las páginas de opinión de diarios como The Wall Street Journal o Le Figaro.
Sorman ha visitado España para participar en el Campus FAES 2014. En la sierra madrileña, el autor de Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo ha concedido a Libre Mercado la entrevista exclusiva que pueden leer a continuación.
Pregunta – Aunque ya tiene Vd. a sus espaldas numerosos libros y ensayos, uno de los más influyentes sigue siendo "La Economía no Miente". ¿Cuáles son las tesis centrales de este ensayo?
Respuesta – La principal tesis de este libro es que el debate sobre los principales ingredientes del desarrollo socioeconómico está ya zanjado: sabemos a ciencia cierta cuáles son los pasos que debe dar un país para alcanzar un mayor nivel de riqueza, porque hemos sido testigos de muchos experimentos y podemos extraer conclusiones.
En línea con todo esto, podemos decir que el elemento principal del progreso es el mantenimiento de un marco institucional estable, capaz de proteger los derechos de propiedad y de ofrecer certidumbre en el ámbito regulatorio y fiscal. Si a esto se le une un clima de respeto hacia el emprendimiento y el trabajo, entonces llegamos al progreso, que es la consecuencia natural de la libertad.
– Cuando le escuchamos hablar de la evolución del mundo en las últimas décadas, su visión optimista choca con la de muchos pensadores.
– En los últimos treinta años, el mundo ha experimentado un espectacular avance hacia la desaparición de la pobreza. Esto es algo que demuestran todos los estudios e informes sobre la cuestión. Por eso prefiero ponerme del lado de aquellos economistas que sí opinan que el mundo ha ido a mejor.
No tengo nada en contra de aquellas personas que no estén de acuerdo conmigo. El debate plural es un punto central en toda sociedad abierta. Eso sí: creo que es importante entablar discusiones basadas en la realidad. Por eso conviene subrayar los datos que sí tenemos disponibles, porque así podemos ver que cae la mortalidad infantil, que aumenta el bienestar y que las soluciones de mercado sí funcionan, al contrario de lo que ocurrió cuando se intentó el desarrollo por la vía socialista.
– Hay quienes anticiparon que esta crisis supondría el fin del capitalismo e iniciaría el declive de EEUU como superpotencia mundial. Vd. insistía en 2008 en que esta interpretación era equivocada. ¿Qué piensa ahora?
– Es importante recordar el ambiente intelectual que vivimos al comienzo de esta recesión. Por aquel entonces se decían cosas de este tipo: "Esta es la crisis definitiva del capitalismo", "Marx tenía razón", etc. En realidad, el mismo sistema capitalista se nutre y se enriquece de las crisis, son inseparables del mismo porque los procesos de innovación y de competencia requieren momentos de ajuste.
Entre quienes sí aceptan la economía capitalista encontramos dos visiones encontradas respecto al modo en que se deben capear estas situaciones. Los liberales clásicos abogan por dejar que el mercado se vaya reconvirtiendo y los keynesianos interpretan que el Estado tiene que intervenir. A menudo, esto se traduce en que los gobiernos hacen un poco de lo primero y un poco de lo segundo
– Ciertamente, EEUU está en un escenario como el que Vd. describe. ¿Cómo valora la salud económica del país norteamericano?
– La tasa de paro se está reduciendo, acercándose ya al 6%. Hay que considerar que, en una economía de semejante tamaño, estos niveles de empleo son muy elevados. Por otro lado, la tasa de crecimiento se está recuperando, coqueteando con niveles de expansión que, traducidos a economías emergentes, supondrían aumentos del PIB del 10%.
Hay más aspectos que debemos considerar. Por ejemplo: el número de patentes registradas en EEUU sigue a la cabeza de los rankings internacionales, lo que refuerza los procesos de innovación y destrucción creadora que necesita toda economía para seguir avanzando.
– En el contexto europeo, lo más parecido a una superpotencia económica como EEUU es Alemania, país al que Vd. pone como ejemplo cuando analiza los pasos a seguir para sacudirnos definitivamente la crisis y recuperar el bienestar perdido.
– La experiencia histórica de Alemania ha sido dura. Ha sufrido el comunismo y el nacional-socialismo. Ha atravesado duros procesos de hiperinflación. Por eso que ahora hay un camino claro: el de la economía de mercado. Este modelo se construye alrededor de un consenso que abarca a conservadores, socialdemócratas, liberales pero también a sindicatos y organizaciones empresariales. Ciertamente es una suerte que exista ese consenso en torno al liberalismo.
Por otro lado, la descentralización ha ayudado a Alemania, permitiendo que sus diferentes regiones se vayan adaptando a las necesidades de la economía del siglo XXI, cada una mediante diferentes estructuras. En cualquier caso, hay que subrayar que el éxito de EEUU o Alemania no es ninguna rareza pues, como comentábamos antes, los países que se acercan al paradigma liberal son aquellos que consiguen un alto grado de desarrollo y progreso.
– No se puede decir que su país esté avanzando en esa misma dirección. Cada vez hay más personas que ven a Francia como un ejemplo de retroceso.
– Tenemos problemas estructurales que nos están perjudicando notablemente. Por ejemplo, en Francia siempre hemos complicado sobremanera el trabajo de los empresarios. Fundar una compañía es muy difícil, por eso no sorprende que muchas de las grandes firmas de nuestro país sean proyectos creados hace mucho tiempo.
Incluso cuando las empresas ya están en marcha, los sindicatos complican mucho el desarrollo competitivo de las sociedades. No solamente eso: también hay que enfrentarse a una notable incertidumbre regulatoria y fiscal, que genera un clima de desconfianza y evita el desarrollo de una economía más sana.
En los últimos tres años, el gobierno galo ha anunciado todo tipo de planes fiscales y normativos que luego han sido desmentidos, enmendados, rectificados El resultado es un escenario en el que la incertidumbre es máxima. Por suerte, la pertenencia a la Unión Europea ayuda a que el sector privado mantenga el pulso competitivo hasta cierto punto, pues tenemos estabilidad monetaria y además debemos adaptarnos a un mercado único continental.
– La tradición anti-capitalista francesa tiene hoy una nueva estrella: el economista Thomas Piketty. ¿Qué opinión tiene de sus trabajos sobre la desigualdad?
– La verdad es que he leído su libro El Capital en el siglo XXI y, en mi opinión, este libro no es un libro sobre economía, sino un libro político. Hay fragmentos de su análisis que cubren aspectos históricos y resultan muy interesantes; sin embargo, el argumento central se enmarca en el marxismo de siempre, planteando al capitalismo como un sistema condenado a la auto-destrucción.
Piketty habla de un capitalismo en el que los grandes empresarios dejarán de invertir y obtendrán su riqueza de las rentas generadas por el capital de forma casi automática. Esto alimentaría una desigualdad extrema que acabaría, en última instancia, con la economía de mercado. El problema con esta tesis es que la Historia no avala, en absoluto, este tipo de visión de la economía. De hecho, el capitalismo ha alimentado un gran avance de las clases medias, lo que contradice la interpretación pesimista que hace Piketty.
En última instancia, hay que recordar que el socialismo ha perdido todos sus referentes ideológicos y esto ha desatado una histeria por encontrar nuevas caras y nuevos argumentos. Con Piketty se cumplen estos objetivos, de ahí la popularidad que está alcanzando.
– Por último, y aprovechando su visita a España, quiero preguntarle por la evolución económica de nuestro país.
Me sorprende que se estén tomando decisiones muy difíciles por parte del Gobierno, a pesar de las presiones. Era importante flexibilizar el mercado laboral y se ha hecho. Por otro lado, también me llama la atención la resistencia de las familias españolas, cuyas redes de apoyo han servido para mitigar los negativos efectos de la crisis.
Poco a poco, los indicadores económicos muestran una recuperación. Más exportaciones, más inversión, más empleo pero entiendo que muchas personas aún no perciben esos beneficios, por lo que el futuro político del país quedará legitimado porque la recuperación siga llegando a más gente.
– Lawrence Summers: el gran reto será encontrar nuevo empleo (The Wall Street Journal – 8/7/14)
(Por Lawrence H. Summers)
El gran problema económico de los milenios ha sido la escasez. La gente quiere mucho más de lo que se puede producir. El desafío ha sido producir la mayor cantidad posible y asegurar que todo mundo obtenga una participación justa.
En aspectos importantes, el problema ha cambiado. Por ejemplo, hay mucho más estadounidenses obesos que malnutridos. Pero eso es sólo un presagio de lo que está por venir. El desafío económico del futuro no consistirá en producir lo suficiente. Consistirá en proporcionar suficientes buenos empleos.
Lo que ha ocurrido en la agricultura en el último siglo es notable. La porción de trabajadores estadounidenses empleados en la agricultura ha disminuido de un tercio hace un siglo a entre 1% y 2% en la actualidad. ¿A qué se debe esto? Se debe a que la productividad agrícola ha aumentado de manera espectacular, y la mecanización está reduciendo la demanda por la mano de obra agrícola incluso cuando los alimentos son más abundantes que nunca.
Todo esto ha tenido vastas implicaciones. Decenas de millones de personas se han trasladado de zonas rurales a zonas urbanas para conseguir empleo en los sectores de manufactura y servicios. Para brindar apoyo a los que se han quedado atrás, el gobierno federal de EEUU ha gastado mucho más de US$ 100.000 millones en la última década. Aunque sin duda hay componentes globales, asegurar que haya comida disponible ya no es uno de los problemas en la agricultura estadounidense, como lo es asegurar el sustento de aquellos que antes trabajaron en la agricultura.
"El software se está comiendo al mundo"
Lo que ocurrió en la agricultura está ocurriéndole a gran parte del resto de la economía. En la frase de Marc Andreessen, "el software se está comiendo al mundo". La cantidad de estadounidenses que realizan trabajo de producción en la manufactura y los que tienen alguna discapacidad ya son parecidos. Hay buenos motivos para esperar en los próximos años un crecimiento de los empleos manufactureros. Pero la tendencia a largo plazo es inexorable y casi universal. Al igual que en la agricultura, la tecnología está permitiendo una producción mucho más abundante con mucho menos trabajadores. Ningún país puede aspirar a un mayor aumento en competitividad que China, pero incluso ese país ha sufrido un declive en los trabajos en la manufactura en las dos últimas décadas. Y las revoluciones de la robótica y de la impresión tridimensional apenas han comenzado.
¿Qué se puede decir de los servicios? En una generación hacia el futuro, los taxis ya no tendrán conductores; el proceso de pago en cualquier tienda minorista será automático; los servicios telefónicos de atención al cliente estarán automatizados con tecnología de reconocimiento de voz; los artículos de noticias rutinarios serán redactados por robots; el asesoramiento será transmitido por sistemas expertos; el análisis financiero se realizará por sistemas de software; un solo profesor podrá enseñar a miles de estudiantes, y el software les proveerá a los mismos tareas a la medida de sus cualidades, entre otras cosas.
Los que pierdan empleos debido al aumento en la productividad se verán liberados para asumir tareas en otros sectores. Pero existen muchos motivos para pensar que la revolución del software será incluso más profunda que la revolución agrícola. En esta ocasión, el cambio vendrá más rápido e impactará a un porcentaje mucho mayor de la economía. Los trabajadores que salían de la agricultura podían incorporarse a un amplio rango de trabajos en la manufactura y servicios. Ahora, sin embargo, hay más sectores que están perdiendo trabajos que creándolos. Y el aspecto de uso general que tiene la tecnología de software implica que incluso las industrias y los trabajos que crea no son para siempre. No hace mucho tiempo explicaban que la videocasetera perjudicaría a la industria de las salas de cine pero que Blockbuster crearía muchos empleos.
Tendencias inquietantes en el mercado laboral
La disponibilidad de empleo ya es un problema crónico en EEUU. Considere lo que ha ocurrido con los hombres entre 25 y 54 años de edad, un grupo que es aleccionador considerar ya que está marcado por una fuerte expectativa de trabajo universal. Hace unos 50 años, uno de cada 20 hombres entre esas edades estaba desempleado. Desde entonces, la fuerza laboral se ha vuelto sustancialmente más sana y mejor educada. En efecto, la mejoras en la educación han superado cualquier cosa que pudiéramos esperar que suceda en las próximas dos generaciones. Sin embargo, es razonable estimar que entre uno y seis hombres de entre 25 y 54 años no estarán trabajando cuando la economía regrese a condiciones cíclicas normales.
Si las tendencias actuales continúan, bien podría ocurrir que en una generación un cuarto de los hombres de edad media estarán sin trabajo en un momento dado. En tal mundo, más de la mitad de los hombres podría experimentar un periodo de desempleo de más de un año en algún momento durante sus años más productivos. Aún no sabemos del todo cómo será la capacidad de regresar a trabajar después de una experiencia de este tipo, pero la experiencia de hombres sin empleo durante mucho tiempo a raíz de la Gran Recesión es sin lugar a duda inquietante.
Por tanto el reto para la política económica será cada vez más generar suficiente trabajo para todos los que necesitan ingresos, poder adquisitivo y dignidad. ¿Qué requerirá esto? El papel del gobierno fue transformado para atender las necesidades de la era industrial por Gladstone, Bismarck y los dos Roosevelt. Necesitaremos lo equivalente si queremos atender las necesidades de la era de la información.
(Lawrence H. Summers is President Emeritus of Harvard University. During the past two decades he has served in a series of senior policy positions, including Vice President of development economics and chief economist of the World Bank, Undersecretary of the Treasury for International Affairs, Director of the National Economic Council for the Obama Administration from 2009 to 2011, and Secretary of the Treasury of the United States, from 1999 to 2001. He is currently the Charles W. Eliot University Professor at Harvard University)
– Europa y su pulsión de deuda (Project Syndicate – 7/7/14)
Cambridge.- Los líderes de la zona del euro continúan debatiendo sobre la mejor forma de revigorizar el crecimiento económico y los franceses e italianos ahora sostienen que se debe relajar el rígido tratado del "compacto fiscal". Mientras tanto, los líderes de los países miembros del norte de la zona del euro continúan propugnando una implementación más seria de las reformas estructurales.
Lo ideal es que ambas partes logren lo que desean, pero resulta difícil visualizar un resultado final que no implique una significativa reestructuración o reprogramación de la deuda. La incapacidad de los políticos europeos para contemplar este escenario representa una enorme carga sobre el Banco Central Europeo.
Si bien hay muchas explicaciones sobre las demoras de la recuperación en la zona del euro, queda claro que el exceso de deuda, tanto pública como privada, ocupa un lugar preponderante. La participación de las deudas brutas de los hogares y las instituciones financieras en el ingreso nacional es mayor hoy que antes de la crisis financiera. La deuda corporativa no financiera solo ha disminuido ligeramente. Y la deuda gubernamental, por supuesto, aumentó bruscamente debido a los rescates de los bancos y a la pronunciada caída de los ingresos fiscales por la recesión.
Sí, Europa también se ve afectada por una población envejecida. Los países del sur de la zona del euro, como Italia y España, han sufrido el aumento de la competencia china en las industrias textil y de manufactura liviana. Pero así como el boom del crédito precrisis enmascaró los problemas estructurales subyacentes, las restricciones crediticias posteriores a la crisis han amplificado profundamente la caída.
Es cierto, Alemania debe mucho a la voluntad del país hace una década para asumir dolorosas reformas económicas, especialmente con relación a las normas de los mercados laborales. Hoy día, Alemania parece gozar de pleno empleo y crecimiento superior al de la tendencia. Los líderes alemanes creen, con cierta razón, que si Francia e Italia adoptan reformas similares esos cambios obrarán maravillas para el crecimiento a largo plazo de sus economías.
Sin embargo, ¿cómo se explica la situación de Portugal, Irlanda y (especialmente) España, quienes han tomado pasos significativos para la reforma desde la crisis? Todos continúan experimentando tasas de inflación de dos dígitos, un crecimiento moribundo y, como dejó muy en claro el último Monitor Fiscal del Fondo Monetario Internacional, todos aún sufren significativos problemas de endeudamiento.
El exceso de deuda atrapa a los países en un círculo vicioso. Si la deuda pública y privada es excepcionalmente elevada, las opciones del país se ven limitadas y eso puede asociarse indiscutidamente con un menor crecimiento, que a su vez dificulta la salida de una trampa de la deuda. La campaña de la primavera pasada contra quienquiera se atreviese a preocuparse por los efectos a largo plazo de la deuda elevada ignoró en gran medida la considerable literatura académica, exactamente como el reciente y notablemente similar desafío a la investigación de Thomas Piketty sobre la desigualdad no consideró un cuerpo de evidencia mayor.
Es cierto que no todas las deudas son iguales y que existen sólidas justificaciones para aumentar el endeudamiento si su propósito es financiar inversiones en infraestructura altamente productiva. Europa muestra un importante retraso respecto de muchos países asiáticos en sus esfuerzos por ampliar el alcance de la banda ancha. Excepto en el caso de los países nórdicos, las redes eléctricas se han visto meticulosamente balcanizadas y son necesarios grandes esfuerzos para integrarlas.
El aumento de la deuda a efectos de aumentar significativamente o garantizar el crecimiento en el largo plazo tiene sentido, especialmente en un entorno de bajas tasas reales de interés. Un argumento similar puede esgrimirse a favor del gasto para mejorar la educación, por ejemplo, en el caso de las desfinanciadas universidades europeas.
Para las inversiones que no producen mejoras en el crecimiento, sin embargo, la justificación de un mayor estímulo resulta menos clara. Brad Delong y Larry Summers han sostenido que en una economía deprimida, los aumentos del endeudamiento a corto plazo pueden pagarse a sí mismos, incluso si los gastos no aumentan directamente el potencial en el largo plazo. Por el contrario, Alberto Alesina y Silvia Ardagna mantienen que en una economía con un gobierno grande e ineficiente, las medidas para la estabilización de la deuda dirigidas a reducir el tamaño del gobierno pueden en realidad resultar expansionistas.
Admito ser ajeno a este debate. (La palabra "austeridad" no aparece ni una sola vez en el libro publicado en 2009 que escribimos con Carmen Reinhart sobre la historia de las crisis financieras). Mi percepción general, sin embargo, es que ambas posturas son extremas. Por lo general, ni la austeridad absoluta ni el estímulo keynesiano rudimentario pueden ayudar a los países a escapar de trampas de alta inflación. Históricamente, otras medidas, incluidas la reprogramación de la deuda, la inflación y diversas formas de impuestos a la riqueza (como la represión financiera) típicamente desempeñaron un rol significativo.
Es difícil ver cómo los países europeos pueden evitar indefinidamente recurrir a la gama completa de herramientas de deuda, especialmente para reparar las frágiles economías de la periferia de la zona del euro. La expansiva garantía del BCE de hacer "todo lo necesario" efectivamente puede ser suficiente para ayudar a financiar en el corto plazo un mayor estímulo del que ahora se permite; pero esa promesa no solucionará los problemas de sostenibilidad de largo plazo.
De hecho, el BCE pronto tendrá que enfrentar el hecho de que las reformas estructurales y la austeridad fiscal están muy lejos de constituir una solución completa a los problemas de la deuda en Europa. En octubre y noviembre, el BCE anunciará los resultados de sus pruebas de resistencia a los bancos. Debido a que muchos bancos mantienen un gran volumen de deuda gubernamental de la zona del euro, los resultados dependerán en gran medida de la forma en que el BCE evalúe el riesgo soberano.
Si el BCE subestima groseramente los riesgos, su credibilidad como regulador quedará fuertemente empañada. Si muestra una mayor franqueza respecto de los riesgos, es posible que algunos países de la periferia encuentren dificultades para tapar los baches y requieran ayuda del norte. Esperemos que el BCE haga gala de franqueza. Es hora de mantener una conversación sobre el alivio de la deuda para toda la periferia de la zona del euro.
(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003)
– The Great Income Divide (Project Syndicate – 18/7/14)
Washington, DC.- Thomas Piketty"s book Capital in the Twenty-First Century has captured the world"s attention, putting the relationship between capital accumulation and inequality at the center of economic debate. What makes Piketty"s argument so special is his insistence on a fundamental trend stemming from the very nature of capitalist growth. It is an argument much in the tradition of the great economists of the nineteenth and early twentieth centuries. In an age of tweets, his bestseller falls just short of a thousand pages.
The book"s release follows more than a decade of painstaking research by Piketty and others, including Oxford University"s Tony Atkinson. There were minor problems with the treatment of the massive data set, particularly the measurement of capital incomes in the United Kingdom. But the long-term trends identified -a rise in capital owners" share of income and the concentration of "primary income" (before taxes and transfers) at the very top of the distribution in the United States and other major economies- remain unchallenged.
The law of diminishing returns leads one to expect the return on each additional unit of capital to decline. A key to Piketty"s results is that in recent decades the return to capital has diminished, if at all, proportionately much less than the rate at which capital has been growing, thereby leading to an increasing share of capital income.
Within the framework of textbook microeconomic theory, this happens when the "elasticity of substitution" in the production function is greater than one: capital can be substituted for labor, imperfectly, but with a small enough decline in the rate of return so that the share of capital increases with greater capital intensity. Larry Summers recently argued that in a dynamic context, the evidence for elasticity of substitution greater than one is weak if one measures the return net of depreciation, because depreciation increases proportionately with the growth of the capital stock.
But traditional elasticity of substitution measures the ease of substitution with a given state of technical knowledge. If there is technical change that saves on labor, the result over time looks similar to what high elasticity of substitution would produce. In fact, just a few months ago, Summers himself proposed a reformulation of the production function that distinguished between traditional capital (K1), which remains, to some degree, a complement to labor (L), and a new kind of capital (K2), which would be a perfect substitute for L.
An increase in K2 would lead to increases in output, the rate of return to K1, and capital"s share of total income. At the same time, increasing the amount of "effective labor" -that is, K2 + L- would push wages down. This would be true even if the elasticity of substitution between K1 and aggregate effective labor were less than one.
Until recently not much capital could be classified as K2, with machines that could substitute for labor doing so far from perfectly. But, with the rise of "intelligent" machines and software, K2"s share of total capital is growing. Oxford University"s Carl Benedikt Frey and Michael Osborne estimate that such machines eventually could perform roughly 47% of existing jobs in the US.
If that is true, the aggregate share of capital is bound to increase. Given that capital ownership remains concentrated among those with high incomes, the share of income going to the very top of the distribution also will rise. The tendency of these capital owners to save a large proportion of their income -and, in many cases, not to have a large number of children- would augment wealth concentration further.
Other factors could help to augment inequality further. One that has been largely neglected in the debate about Piketty"s book is the tendency of the superrich to marry one another – an increasingly common phenomenon as more women join the group of high earners. This, too, causes income concentration to occur faster than it did two or three decades ago, when wealthy men married women less likely to have comparably large incomes. Add to that the modern scale effects on professional and "superstar" incomes -a result of winner-take-all global markets- and a picture emerges of fundamental forces tending to concentrate primary income at the top.
Without potent policies aimed at counteracting these trends, inequality will almost certainly continue to rise in the coming years. Restoring some balance to the income distribution and encouraging social mobility, while strengthening incentives for innovation and growth, will be among the most important -and formidable- challenges of the twenty-first century.
(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)
– "Quitar dinero a los ricos y dárselo a los pobres genera más pobres" (Cinco Días – 22/7/14)
(Por Jaume Viñas)
En el siglo XIV, el filósofo y economista de origen andalusí Ibn Jaldún ya percibió que el aumento de impuestos podía desincentivar la actividad económica y acabar reduciendo los ingresos del "sultán". Esa misma idea fue plasmada seis siglos más tarde en una fórmula matemática por Arthur Laffer (Ohio, 1940), economista estadounidense y padre de la curva de Laffer. Ronald Reagan sustentó sus rebajas fiscales en las ideas de este economista con aires de showman y predicador. Desacomplejadamente liberal, el padre de la curva de Laffer aboga por drásticas reducciones fiscales para alentar el crecimiento y sostiene que el Estado de bienestar y las políticas redistributivas son fuentes de probreza.
El actual Gobierno español defiende como usted que las rebajas fiscales generan crecimiento, sin embargo, inició la legislatura en 2011 con la mayor subida de impuestos en Democracia. Aseguró que no había alternativa.
El Gobierno se equivocó.
¿Con un déficit fiscal del 9% del PIB, usted cree que era posible bajar los impuestos?
En España, el problema no es la baja imposición, sino el desempleo. No puedes equilibrar el presupuesto sin tener en cuenta este problema. Aumentar los impuestos no mejora su déficit, ni el desempleo ni la falta de crecimiento. Ningún país ha sido más próspero con subidas fiscales.
"El Estado de bienestar es el problema. Si regalas recursos, acabas en quiebra"
La Unión Europea recomendó a España subir impuestos. La idea era que para resolver el paro, primero era necesario equilibrar las cuentas públicas.
¡Fuego a la Unión Europea! La única manera de lograr más dinero con los impuestos es teniendo una economía mayor. España necesita crecer y tener más gente trabajado en compañías que tengan beneficios para elevar la recaudación. Mire lo que ha funcionado en el mundo. ¿Cree que Reagan es mejor que Obama? Yo sí. ¿Por qué no imitan lo que han hecho los presidentes de éxito?
¿Bastan rebajas fiscales para solucionar el grave problema del paro?
¿Por qué se grava el tabaco? Porque queremos que la gente deje de fumar. ¿Por qué gravamos el trabajo? ¿Queremos menos trabajadores? Lo que España ha estado haciendo, y lo digo con gran respeto, es gravar a la gente que trabaja y pagar a la gente que no trabaja. Y ahora ustedes están en shock porque hay más personas que no trabajan. Es una cuestión de incentivos. Si quitas dinero a los ricos y se lo das a los pobres generarás muchos pobres y no habrá gente rica. ¿Me sigue?
Sí. Usted propone acabar con el Estado de bienestar
El Estado de bienestar es el problema. La humanidad lleva 250.000 años sobre la tierra y ha sido en los últimos 20 años con el Estado de bienestar cuando se ha pagado a la gente por no trabajar. Comida gratis, sanidad gratis, educación gratis… Ese no es el camino. Cuando se regalan recursos, siempre se acaba en la quiebra.
La mayoría de europeos cree que el Estado de bienestar es una de las grandes aportaciones de Europa
Me parece maravilloso. Continúen así. Yo soy solo un economista y me encantan los experimentos. Llevemos la curva de Laffer al extremo. Regalen todo a la gente que no trabaja y quítenselo a la que trabaja. ¡Háganlo! Queremos trabajo y odiamos a quien lo crea.
¿No cree que uno de los principios fundamentales de un sistema fiscal deber ser la redistribución de la riqueza?
Cuando tratas de redistribuir, creas más pobreza. Lo que está haciendo el Gobierno es convertir a los contribuyentes en el enemigo. Un país necesita el pago voluntario de impuestos para sobrevivir a largo plazo. La gente tiene que sentir que el Gobierno es legítimo y justo. Y cuando los tipos impositivos son demasiado altos, la gente se siente engañada y ya no hay confianza. Y España se encuentra cerca de esta situación. Cuando alguien me da dinero, yo no lo odio, lo abrazo. Un Gobierno debe amar a sus contribuyentes, no odiarles ni maltratarles. Debe agradecer cada día y cada euro que le pagan.
¿Qué opina de Thomas Piketty y de su libro en el que defiende el incremento de los impuestos de capital?
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