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Crecimiento vs. Desigualdad: ¿un falso debate? (Parte I) (página 3)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Tradicionalmente la economía ha considerado la desigualdad un mal necesario. Por una parte se consideran positivos los incentivos, y que por tanto se permita funcionar la meritocracia, recibiendo más quien más lo merece. Por la otra siempre ha existido un gran temor a establecer medidas que corrijan dicha desigualdad, puesto que pueden resultar dañinas para el crecimiento, incluso más perjudiciales que la propia enfermedad, o desincentivadoras. Sea por un motivo u otro, ni la desigualdad se consideraba un problema relevante, ni tampoco contaba con un excesivo respaldo intelectual. Hasta ahora.

En los últimos meses estamos viviendo un repunte en esta temática sin precedentes, quizá porque existe la percepción de que es la población menos favorecida quien está cargando con la mayor parte de la factura de la crisis, no siendo su principal culpable, o quizá porque cuando nos dicen que un 1% de la población controla el 39% de la riqueza mundial nos resulta indignante, véase el Occupy Wall Street y su eslogan "We are the 99%".  Piketty puede convertirse en la cara visible de estas reivindicaciones, y puede darle legitimidad académica al debate tras pasarse más de 20 años estudiando las desigualdades en la renta y la riqueza, así como por ser considerado uno de los mayores expertos a nivel mundial en la materia.

Su tesis principal se fundamente en que el retorno neto del capital normalmente es superior al crecimiento económico, algo que Piketty ilustra como "r > g",  lo que produce una desigualdad entre aquellos que poseen la riqueza, generalmente distribuida en pocas manos, y todos los demás. Este fenómeno se consolida a lo largo del tiempo gracias al interés compuesto, de forma que cada vez el capital o riqueza es mayor en relación a la renta, lo que mide como "capital to income ratio" o riqueza total entre renta nacional anual. Siendo dicha relación de unas 7 veces en el Siglo XIX, de 2 veces tras la II Guerra Mundial y de casi 6 veces en la actualidad.

Nos advierte de que la prosperidad vivida a mediados del siglo pasado no es lo normal, puesto que se produjo por una serie de factores poco comunes: guerras (destrucción de capital, reconstrucción, requerimiento de mano de obra…), alto crecimiento económico, tecnología, aumento población y fuerte carga impositiva a las altas rentas. En la gráfica de abajo puede observarse que a lo largo de la historia el retorno neto sobre el capital siempre ha sobrepasado ampliamente el crecimiento económico existente, salvo en el siglo pasado. Por ello la solución de Piketty es gravar las rentas del capital hasta que su retorno neto (después de impuestos) agregado se sitúe por debajo del crecimiento económico.

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r > g

Así dicho suena bien, e incluso lógico, pero para lograrlo plantea un impuesto del 80% a las rentas superiores al millón de dólares, del 50-60% por encima de 200.000 dólares, y un impuesto a la riqueza del 10% anual en las mayores fortunas, o del 20% una única vez en patrimonios altos. Quizá sea por este tipo de propuestas por las cuales la figura de Piketty está tan polarizada, siendo para unos el nuevo Marx, y para otros un economista que sin duda pasará a la historia situado al lado de los grandes.

Todo el mundo alaba su gran trabajo, pero no todo el mundo comparte sus conclusiones. Y es que Piketty parece ver en el fin de la desigualdad el objetivo a conseguir y no un simple medio para un objetivo mayor, como podría ser el desarrollo, el progreso, la felicidad o lo que se decida. En otras palabras, terminar con la desigualdad no nos llevará por si solo a un mundo mejor, y por tanto éste no puede ser el objetivo último a alcanzar. Asimismo tan importante es querer reeditar los sucesos positivos del Siglo XX como reconocer que el capitalismo, con sus vicios y virtudes, ha alcanzado el mayor crecimiento y bienestar para la población de la historia.

Dicho esto, también hay que señalar que existen cada vez más indicadores que parecen mostrar que la desigualdad actual es excesiva y que es necesario actuar contra ella. Véase un reciente artículo del New York Times ("The American Middle Class Is No Longer the World"s Richest" 22-04-2014) donde se disgrega la renta por clases sociales, llegando a la conclusión de que la clase media estadounidense es hoy más pobre, después de impuestos, que la de otros lugares como Canadá, y está perdiendo posiciones a pasos agigantados con todos los grandes países europeos. Además, en el caso de la clase baja el resultado es aún peor, claramente superada en la comparativa.

Estados Unidos está creciendo, es uno de los ejemplos de cómo salir de la crisis, pero su creciente desigualdad está provocando no solo que la mayor parte de su población esté peor que la de otros países comparables, sino que además, ajustando los datos por inflación, su clase media se ha estancado desde el año 2000. ¿Es este un crecimiento sostenible? ¿Es el modelo un país en donde solo su élite se ha beneficiado económicamente en los últimos 14 años?

Otro interesante aporte al respecto es el realizado por Amparo Castelló-Climent y Rafael Doménech ("Human capital and income inequality: Some facts and some puzzles" 23-04-2014), donde muestran que a pesar de que cada vez somos más iguales en nuestros conocimientos, ello no ha ayudado a disminuir la desigualdad en los ingresos. No sé si esto podrá ser achacable a lo que Piketty denomina "arbitrariedad" de las altas rentas, las cuales a su juicio no estarían justificadas por su mérito sino por otros factores, pero desde luego da que pensar.

Más contundente es, si cabe, el FMI. En uno de sus últimos trabajos ("Redistribution, Inequality, and Growth" Febrero 2014) llegan a conclusiones que como mínimo podemos calificar de impactantes, por ejemplo que la baja desigualdad después de impuestos está altamente correlacionada con un crecimiento más alto y más duradero, o que, contrariamente a lo popularmente asumido por los economistas, las políticas redistributivas no tienen un impacto negativo en el crecimiento salvo en casos extremos, e incluso en algunos casos pueden ser positivas: tal es el caso del gasto en sanidad o educación.

Piketty se ha dado a conocer al gran público en el momento justo, puesto que ahora estamos más preocupados que nunca por esta cuestión, por ello y porque es uno de los mayores expertos a nivel mundial sobre la distribución de la renta y la riqueza probablemente pasará a la historia junto con su libro "Capital in the Twenty-First Century". No obstante la solución no puede ser eliminar la meritocracia ni dejar de ver las virtudes del capitalismo aunque, si no ponemos un techo a la creciente desigualdad, probablemente los problemas irán creciendo hasta provocar medidas que pueden ser perjudiciales para todos. Tenemos un problema, y necesitamos una, buena, solución.

– El problema de la derecha con Piketty (Project Syndicate – 30/4/14)

Berkeley.- Hace poco, Kathleen Geier intentó hacer una reseña (publicada en The Baffler, una revista en Internet) de las críticas conservadoras al nuevo libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI). Lo que más llama la atención es la pobreza del análisis de la derecha de los argumentos de Piketty.

El razonamiento de Piketty es minucioso y complicado, pero hay cinco puntos que se destacan especialmente:

1. La relación entre la riqueza de una sociedad y la renta anual tiende a crecer (o decrecer) hasta un nivel igual a la tasa de ahorro neto dividida por la tasa de crecimiento.

2. El tiempo y el azar llevan inevitablemente a la concentración de la riqueza en manos de un grupo relativamente pequeño, al que denominaremos "los ricos".

3. Conforme los beneficios inmediatos de la industrialización van siendo cosechados, la tasa de crecimiento de la economía tiende a disminuir; al mismo tiempo, la tasa de ahorro neto aumenta, debido a la reducción de impuestos progresivos, el fin de la destrucción caótica de la primera mitad del siglo XX y la ausencia de motivaciones sociológicas suficientes que lleven a los ricos a gastar sus ingresos o su riqueza en vez de ahorrarlos.

4. Una sociedad donde los ricos poseen un alto grado de influencia económica, política y sociocultural es en muchos aspectos una sociedad indeseable.

5. En una sociedad donde el cociente entre la riqueza y la renta anual es un múltiplo muy grande de la tasa de crecimiento, el control de la riqueza se transmite por vía hereditaria (en lo que Geier denominó "heiristocracy" – "gobierno de los herederos"); esa sociedad es incluso más indeseable, en muchos aspectos, que una meritocracia dominada por una élite de emprendedores ricos.

Bueno, incluso en esta versión resumida, el razonamiento de Piketty es complejo. Uno esperaría que tal complejidad atrajera un gran número de críticas sustanciales. De hecho, Matt Rognlie atacó el punto (4) con el argumento de que la tasa de rendimiento de la riqueza decrece rápidamente a medida que aumenta el cociente entre riqueza y renta anual, de modo que, paradójicamente, cuanta más riqueza tienen los ricos, menos participan de la renta total, y su influencia económica, política y sociocultural también disminuye.

Tyler Cowen, de la Universidad George Mason, haciéndose eco del pensamiento de Friedrich von Hayek, criticó los puntos (4) y (5). Según Cowen, los "ricos ociosos" son un recurso cultural valioso precisamente porque constituyen una aristocracia con tiempo libre. No estar atados a la rueda kármica de tener que producir, ganar dinero y gastarlo en artículos de primera necesidad y de uso cotidiano es precisamente lo que les permite tener una visión a largo plazo o heterodoxa de las cosas y crear, por ejemplo, gran arte.

Hubo otros cuyo único "argumento" fue dar por sentado que habrá una nueva revolución industrial que pondrá nuevos beneficios al alcance de todos y que irá acompañada de otra ola de destrucción creativa. De ocurrir tal cosa, permitiría una mayor movilidad ascendente, lo que negaría los puntos (2) y (3).

Pero lo más extraordinario en relación con los críticos conservadores del libro de Piketty es lo poco que han desarrollado cualquiera de estos argumentos y lo mucho que se han dedicado en cambio a cuestionar las capacidades analíticas del autor, sus motivaciones e incluso su nacionalidad.

Clive Crook, por ejemplo, señala que "las limitaciones de los datos que presenta (Piketty) y la grandiosidad de las conclusiones que extrae (…) roza(n) la esquizofrenia", dando lugar a conclusiones que "o bien no se sustentan en los datos y análisis (del autor) o bien se contradicen con ellos". En opinión de Crook, Piketty se dejó llevar por su "terror al aumento de la desigualdad".

Entretanto, James Pethokoukis considera que el trabajo de Piketty se podría resumir en un tuit: "Karl Marx no estaba equivocado, estaba adelantado. Eso es todo. Lo siento, capitalismo. #desigualdadXsiempre".

Y también está la pueril acusación que hace Allan Meltzer de exceso de galicismo: porque resulta que Piketty trabajó con un colega francés, Emmanuel Saez, "en el MIT, donde era profesor Olivier Blanchard (del Fondo Monetario Internacional, que) también es francés. Francia implementó por muchos años políticas de redistribución del ingreso destructivas".

Al combinar todas estas líneas de la crítica conservadora, salta a la vista el verdadero problema de la derecha con el libro de Piketty: que su autor es un extranjero mentalmente inestable y comunista. La vieja táctica de la derecha estadounidense, que destruyó miles de vidas y carreras en tiempos del maccartismo. Pero decir que determinadas ideas con "antiestadounidenses", en cualquier sentido que sea, es un epíteto, no un argumento.

Ahora, en ciudades estadounidenses de centroizquierda como Berkeley, California, donde vivo y trabajo, el libro de Piketty fue recibido con una aprobación rayana en la reverencia. Quedamos impresionados por la cantidad de trabajo que el autor y sus colegas dedicaron a reunir, combinar y depurar los datos; la inteligencia y la habilidad con que construyó y presentó sus argumentos; y el trabajo denodado de Arthur Goldhammer en la traducción al inglés.

Claro que todos tienen un 10 o un 20% del argumento de Piketty con el que no están de acuerdo, y todos tienen dudas sobre, tal vez, otro 10 o 20%. Pero en ambos casos, el 10 o el 20% de cada uno es diferente. Es decir, hay un consenso mayoritario en que cada una de las partes del libro es básicamente correcta, lo que implica que casi todos están de acuerdo en que el argumento general del libro es, en términos generales, acertado.

A menos que los críticos de derecha de Piketty suban su nivel en el debate y presenten argumentos realmente válidos, esa será la evaluación que prevalecerá del libro de Piketty. Y no la van a cambiar colgándole el sambenito de "rojo" y "francés".

(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade…)

– El problema de la desigualdad… ¿dónde? (Project Syndicate – 8/5/14)

Cambridge.- Leer el influyente último libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI), lo deja a uno con la impresión de que el mundo nunca fue tan desigual desde los tiempos de los reyes y los barones ladrones. Es extraño, porque hay otro libro excelente publicado hace poco, The Great Escape (El gran escape) de Angus Deaton (del que hice una reseña), según el cual habría que concluir que el mundo nunca ha sido tan igualitario.

¿Cuál de las dos visiones es correcta? La respuesta depende de que uno contemple los países individualmente o el mundo en su conjunto.

El dato principal del libro de Deaton es que durante las últimas décadas, varios miles de millones de habitantes de los países en desarrollo (particularmente en Asia) lograron salir de niveles de pobreza realmente desesperantes. El mismo mecanismo que aumentó la desigualdad en los países ricos niveló el campo de juego para miles de millones de personas a escala global. En perspectiva, y asignando la misma consideración (por poner un ejemplo) a un indio que a un estadounidense o un francés, los últimos 30 años han sido de los mejores de la historia por lo que respecta a la mejora de las condiciones de vida de los pobres.

Por su parte, el brillante libro de Piketty estudia detalladamente la desigualdad interna de los países, especialmente en los países ricos. Gran parte del revuelo cultural en torno de su libro se origina en personas que se ven a sí mismas como de clase media en sus países, pero que vistas en el contexto global, son clase media alta, e incluso ricas.

Los hechos que Piketty y su coautor, Emmanuel Saez, establecieron en los últimos 15 años son materia de abstrusos debates técnicos. Pero yo encuentro que sus resultados son convincentes, especialmente en vista de que otros autores han llegado a conclusiones similares usando métodos totalmente diferentes. Por ejemplo, Brent Neiman y Loukas Karabarbounis, de la Universidad de Chicago, sostienen que la participación de los trabajadores en el PIB viene disminuyendo a escala global desde los años setenta.

Pero Piketty y Saez no ofrecen un modelo, tampoco en este último libro. Y la falta de un modelo, combinada con su énfasis en países de clase media alta, es muy importante a la hora de formular políticas. ¿Serían los seguidores de Piketty tan entusiastas acerca de su propuesta de instituir un impuesto global progresivo a la riqueza si el objetivo fuera corregir las inmensas disparidades entre los países más ricos y los más pobres, en vez de las diferencias que hay entre aquella gente que en términos mundiales está bien y los ultramillonarios?

Piketty sostiene que el capitalismo es injusto. ¿No lo fue el colonialismo también? En cualquier caso, la idea de instituir un impuesto global a la riqueza supondría una infinidad de problemas de credibilidad y aplicación, además de ser políticamente improbable.

Aunque Piketty tiene razón cuando dice que en las últimas décadas la rentabilidad del capital creció, no tiene suficientemente en cuenta el amplio debate que hay entre los economistas respecto de las causas. Por ejemplo, si el factor principal de ese aumento fue el ingreso masivo de mano de obra asiática a los mercados de comercio internacional, entonces el modelo de crecimiento propuesto por el premio Nobel de Economía Robert Solow sugiere que a la larga, los stocks de capital se ajustarán y los salarios aumentarán, a lo cual también contribuirá el retiro de trabajadores de la fuerza laboral conforme alcancen la edad jubilatoria. Si, en cambio, la disminución de la participación de los trabajadores en la renta se debe al aumento inexorable de la automatización, entonces seguirá habiendo una presión a la baja en ese sentido, como expliqué hace algunos años en un artículo sobre la inteligencia artificial.

Felizmente, hay formas mucho mejores de hacer frente a la desigualdad en los países ricos y al mismo tiempo fomentar un crecimiento a largo plazo en la demanda de productos de los países en desarrollo. Por ejemplo, implementar un impuesto al consumo con tasa relativamente uniforme (y un alto mínimo no imponible, para que sea progresivo) sería un modo mucho más sencillo y eficaz de cobrar impuestos a las riquezas acumuladas en el pasado, especialmente en tanto se pueda vincular el domicilio fiscal de los ciudadanos con el lugar donde obtuvieron sus ingresos.

Un impuesto progresivo al consumo sería relativamente eficiente y no distorsionaría las decisiones de ahorro tanto como los actuales impuestos a las ganancias. ¿Por qué tratar de implementar un improbable impuesto global a la riqueza, cuando existen alternativas que permitirían recaudar importantes sumas, sin afectar el crecimiento, y a las que se les puede dar un carácter progresivo definiendo un mínimo no imponible elevado?

Además del impuesto global a la riqueza, Piketty recomienda para Estados Unidos un impuesto a las ganancias con una tasa marginal del 80%. Aunque estoy firmemente convencido de que Estados Unidos necesita un sistema impositivo más progresivo (particularmente respecto del 0,1% más rico de la población), no entiendo por qué Piketty da por sentado que una tasa del 80% no causaría distorsiones significativas, sobre todo teniendo en cuenta que este supuesto se contradice con el voluminoso trabajo de los premios Nobel Thomas Sargent y Edward Prescott.

Además de un impuesto progresivo al consumo, hay muchas políticas prácticas que se pueden adoptar para reducir la desigualdad. En el caso particular de Estados Unidos, Jeffery Frankel, de la Universidad de Harvard, sugirió la eliminación de los impuestos a los salarios para los trabajadores de bajos ingresos, una reducción de las exenciones para trabajadores de altos ingresos y aumentar los impuestos a la herencia. Frankel también señala que la universalización de la educación preescolar colaboraría con el crecimiento a largo plazo, a lo que yo añado que también habría que insistir más en la educación continua de los adultos, tal vez por medio de cursos en Internet. También se pueden cobrar impuestos a las emisiones de dióxido de carbono, que ayudarían a mitigar el calentamiento global y serían una importante fuente de recaudación.

Al aceptar la premisa de Piketty, de que la desigualdad es más importante que el crecimiento, no hay que olvidar que los ciudadanos de muchos países en desarrollo dependen del crecimiento de los países ricos para escapar de la pobreza. El primer problema del siglo XXI sigue siendo ayudar a los extremadamente pobres de África y otros lugares del mundo. Desde ya que el 0,1% de élite debería pagar mucho más en impuestos, pero no olvidemos que en lo que respecta a reducir la desigualdad global, el sistema capitalista lleva tres décadas de avances impresionantes.

(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003)

– Las mejores críticas al trabajo de Thomas Piketty sobre la desigualdad (Libertad Digital – 10/5/14)

El polémico economista francés recibe un aluvión de críticas por parte de numerosos colegas a sus estudios sobre la "desigualdad".

(Por Diego Sánchez de la Cruz)

La publicación de El Capital en el siglo XXI ha convertido a Thomas Piketty en el nuevo economista de referencia de la izquierda estadounidense. Desde Krugman hasta Stiglitz, no son pocos los ámbitos izquierdistas en los que no se aplauden los estudios de Piketty sobre la "desigualdad". En Google el interés por sus trabajos ronda los 200 millones de búsquedas.

Sin embargo, pese al aplauso unánime de numerosos iconos del progresismo, las críticas a sus estudios no han tardado en llegar. Por ejemplo, el prestigioso economista estadounidense Tyler Cowen ha señalado en la revista Foreign Affairs que "la izquierda está recurriendo a los estudios de Piketty para conseguir la munición intelectual y estadística que necesitan protestas como las de los indignados".

Según Cowen, es preocupante que Piketty quiera "organizar eficientemente los recursos públicos para que supongan dos tercios del ingreso nacional". Esta reivindicación de un gasto público del 66% del PIB vendría demostrando que "Piketty solamente se preocupa por evitar que la riqueza se concentre en el sector privado. Si hablamos del sector público, ahí no parece haber problema".

En su crítica, Cowen subraya además que Piketty "ignora la movilidad social, que es especialmente alta entre las grandes empresas y las grandes fortunas. Los ricos de hoy en día no se apellidan Rockefeller o Ford, sino Gates o Buffett".

Schuchman: "Hostilidad medieval"

En una columna para el Wall Street Journal, el gestor financiero y articulista Daniel Schuchman apunta que, "aunque el libro está lleno de estadísticas, su verdadero fondo no es el análisis económico. En realidad, estamos ante un extraño sermón ideológico en el que se admiten algunos aspectos positivos del capitalismo, pero se fomenta una hostilidad casi medieval hacia las rentas del capital".

Schuchman señala que el impuesto del 80% que propone Piketty para las personas de mayores ingresos "ni siquiera está pensado para generar recursos públicos, sino que está diseñado para acabar con ese nivel de ingresos. Además, Pîketty afirma que ninguna de estas medidas reducirá el crecimiento económico, la productividad, el emprendimiento o la innovación, algo sin duda equivocado".

Por todo lo anterior, Schuchman entiende que "en la mente de Piketty, la economía es un juego de suma cero, en la que si un grupo mejora su posición, otro necesariamente va a peor".

De Rugy: "Eliminemos barreras al capital"

En la revista National Review, Veronique de Rugy también critica el libro de Piketty, centrándose principalmente en su énfasis en medidas de redistribución fiscal. "Si nos preocupa que las clases medias y bajas tengan menos acceso a las rentas del capital, no es necesario reivindicar que el Estado suba impuestos y aumente el gasto".

De Rugy subraya que es más recomendable "ofrecer soluciones de mercado, tales como la capitalización de las pensiones o la rebaja de los impuestos al ahorro". Según la economista gala afincada en Estados Unidos, "si la desigualdad que anticipa Piketty la generan las rentas del capital, retiremos las barreras que complican que las clases medias y bajas accedan a estas fuentes de riqueza".

Por su parte, Michael Tanner adopta un punto de vista similar al de Veronique de Rugy y señala, igualmente, que mejorar el acceso de las clases medias y bajas a las rentas del capital solucionaría muchos de los problemas que denuncia Piketty. "Sin embargo, a la izquierda no le gustan estas medias. En vez de recortar la desigualdad enriqueciendo a los de abajo, quieren disminuirla empobreciendo a los de arriba", apunta el académico del Instituto Cato.

Furchtgott-Roth: "Cae en errores garrafales"

Analizando las reflexiones de Thomas Piketty sobre el salario mínimo en Estados Unidos, Diana FurchtgottRoth detecta "errores garrafales" en la obra del economista galo. De acuerdo con El Capital en el siglo XXI, el salario mínimo habría estado congelado entre 1980 y 1990, "manteniéndose constante en niveles de 3,25 dólares por hora. Sin embargo, lo cierto es que en ese periodo se dieron dos aumentos, equivalentes de hecho a una subida del 27%".

Otro error de Piketty llega en sus datos sobre el salario mínimo en la década de 1990. El libro del economista galo "apunta que la Administración Clinton lo subió hasta los 5,25 dólares por hora, cuando en realidad el aumento fue hasta los 5,15 dólares por hora". Más flagrante aún es el error cometido a la hora de analizar el periodo de gobierno de George W. Bush, "pues señala que el salario mínimo se mantuvo congelado, cuando en realidad experimentó una subida del 41%".

Según Furchtogott-Roth, "Piketty también miente cuando afirma que Obama sí ha aumentado el salario mínimo. Su Gobierno sí pretende elevarlo hasta los $ 10,1 dólares por hora, pero de momento no se ha aprobado ningún aumento. Esto no le gustará a Piketty, pero es una buena noticia: como explicaron más de 500 economistas en una carta al Gobierno de Obama, dicha subida del salario mínimo acabaría con 500.000 empleos. Entre los firmantes de la misiva encontramos a Premios Nobel de economía como Vernon Smith, Eugene Fama, Robert Lucas y Edward Prescott".

Por último, Furchtogott-Roth critica que Piketty ponga a Francia como ejemplo "cuando el desempleo juvenil en el país galo llega al 24%, muy por encima del 16% estadounidense. Más llamativo aún es el caso de Alemania, donde no hay salario mínimo y el paro no llega al 8% entre los trabajadores de menos de 25 años".

Taleb: "Datos sesgados"

El influyente Nassim Taleb, conocido por su libro El cisne negro, ha destacado que "las mediciones y cálculos de la base de datos empleada por Piketty están sesgadas y registran una gran desviación".

La discrepancia metodológica que manifiesta Taleb le lleva a argumentar que los estudios y trabajos de Piketty "arrojan la ilusión de grandes cambios estructurales en los datos de desigualdad".

Clive Crook: "Bordea la esquizofrenia"

En Bloomberg View encontramos más críticas a la obra de Piketty. Clive Crook denuncia que el economista galo "bordea la esquizofrenia, pues llega a conclusiones grandiosas a partir de datos muy limitados y muy subjetivos".

Crook critica que "en la visión de Piketty, acumular capital es casi un pecado. Parece que lo único que importa es la desigualdad, ni siquiera se plantea que quizá no sea un problema o, por lo menos, el problema clave".

McCloskey: "Schumpeter nos lo advirtió"

En el blog del American Enterprise Institute, Abby McCloskey recuerda que Joseph Schumpeter advirtió hace siglos que "el capitalismo puede entrar en crisis si las élites intelectuales acaban constituyéndose en un grupo de interés que fomenta la hostilidad contra el sistema del laissez faire".

McCloskey entiende que Piketty es uno de esos teóricos que tanto preocupaban a Schumpeter, pues el recordado economista austriaco siempre temió que los capitalistas podrían acabar cavando su propia tumba si acababan enviando a sus hijos a universidades en las que serían bombardeados con propaganda anti-mercado.

Winship: "Ignora sus propios estudios"

Analizando la metodología de Piketty, Scott Winship denuncia en la revista Forbes que los datos sobre desigualdad salarial en Estados Unidos que contiene El Capital en el siglo XXI parten de una premisa equivocada.

¿El motivo? "Toman únicamente las rentas antes de impuestos, ignorando así el rol de los impuestos y las transferencias de gasto público". Según el artículo, "Piketty obvia sus propios estudios, pues en trabajos anteriores ha estudiado la progresividad del sistema tributario estadounidense. Parece que ahora ya no le preocupa la redistribución canalizada por la política fiscal".

Winship también aporta sus propias estimaciones, esta vez considerando la renta después de impuestos y subsidios. Según estos cálculos, "el 90% de la población se ha enriquecido en hasta $ 21.000 dólares desde 1979 hasta 2012. Con la metodología de Piketty, lo que nos encontramos es una caída de $ 3.000 dólares. He aquí el problema de analizar solamente los ingresos antes de impuestos".

Finegold: "Ignora los bancos centrales"

Escribe Jonathan Finegold que "la explosión de las rentas del capital guarda una fuerte relación con las condiciones monetarias vigentes en las últimas décadas. Piketty ignora cómo los bancos centrales han alimentado este proceso". Según su crítica, el aumento de la desigualdad se explicaría "por el subsidio a los ricos que supone la política de dinero fácil".

Algo similar denuncia el Instituto Mises, que subraya que "la desigualdad de ingresos aumenta cuando se dan grandes burbujas" económicas. ¿Quién las causa? Los bancos centrales. Sin embargo, Piketty "no habla de este tema". Según el think tank estadounidense, "a la Administración Obama le gusta Piketty porque apoya su narrativa, según la cual el Estado no solamente no ha causado la desigualdad, sino que además debe solucionarla con más impuestos a la renta y al patrimonio".

IREF: "Es un determinista económico"

Según el Instituto Francés de Estudios Económicos y Fiscales (IREF), Piketty cae en la contradicción de advertir que "hay que cuidarse del determinismo económico" y, a continuación, enunciar proyecciones de este corte. "Pretende decirnos cómo van a evolucionar las rentas del trabajo y el capital durante los próximos cien años", subraya un informe centrado en criticar las "trompeterías estadísticas" de Piketty.

El IREF destaca que Piketty sí reconoce que en el siglo XX se produjo una reducción de la brecha entre rentas altas y bajas. "Sin embargo, para el siglo XXI asume todo lo contrario en base a curvas que recuerda las fallidas predicciones de Malthus en el siglo XVIII o el Club de Roma en la década de 1970", denuncia.

A esto se une un llamado a analizar la riqueza de forma dinámica y no estática: "Los cálculos de Piketty están equivocados porque la realidad económica no es fija y constante. La movilidad social es significativa y la riqueza no es algo rígido e inmutable".

LIEPP: "Una medición equivocada"

Por su parte, el Laboratorio Interdisciplinar de Evaluación de Políticas Públicas (LIEPP) entiende que "los cálculos de Piketty no miden de forma correcta la evolución de las rentas del capital. Cuando corregimos su metodología vemos que, en realidad, esta vía de ingresos se ha mantenido estable en Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña…".

Por tanto, se pierden los fundamentos de la tesis de Piketty, según la cual las rentas del capital están creciendo de forma exponencial y anticipan una creciente desigualdad.

– Eso sí que es ser rico (El País – 11/5/14)

(Por Paul Krugman)

La última "lista de los ricos" de Institutional Investor, una recopilación de los 25 gestores de fondos de cobertura mejor pagados, se ha publicado en la revista Alpha; y resulta que estos tipos ganan un montón de dinero. ¡Sorpresa!

Pero antes de desdeñar el estudio por no aportar nada nuevo, pensemos en lo que significa que estos 25 hombres (sí, todos son hombres) ganasen un total de 21.000 millones de dólares en 2013. En concreto, pensemos en el modo en que su buena fortuna echa por tierra varios mitos populares sobre la desigualdad de rentas en Estados Unidos.

En primer lugar, la desigualdad actual no tiene que ver con los licenciados. Tiene que ver con los oligarcas. Quienes hacen apología de la creciente desigualdad casi siempre intentan disfrazar los enormes ingresos de los verdaderamente ricos mezclando a estos con los meramente acomodados. En vez de hablar del 1% o el 0,1% con más dinero, hablan del aumento de los ingresos de los titulados universitarios, o tal vez del 5% con ingresos más elevados. El objetivo de esta tergiversación es suavizar la imagen, para que parezca que estamos hablando de profesionales altamente cualificados que salen adelante gracias a la formación y al trabajo duro.

Pero muchos estadounidenses tienen una buena formación y trabajan mucho. Por ejemplo, los profesores. Sin embargo, no ganan un dineral. El año pasado, esos 25 gestores de fondos de cobertura ganaron más del doble que todos los maestros de educación infantil de Estados Unidos juntos. Y no, no siempre ha sido así: la enorme distancia que ahora separa a la clase media-alta de los verdaderamente ricos no apareció hasta la época de Reagan.

En segundo lugar, no hagan caso de la retórica sobre los "creadores de empleo" y todo eso. Los conservadores quieren hacerles creer que las grandes remuneraciones del Estados Unidos moderno van a parar a los innovadores y a los emprendedores, personas que crean empresas y hacen que avance la tecnología. Pero eso no es lo que hacen los gestores de los fondos de cobertura para ganarse la vida; su negocio es el de la especulación financiera, que John Maynard Keynes definía como "prever lo que la opinión media espera que será la opinión media". O, puesto que gran parte de sus ingresos proviene de los honorarios, en realidad su negocio consiste en convencer a otros de que pueden prever la opinión media sobre la opinión media.

Hubo una época en la que uno habría podido alegar, sin reírse, que todos estos tejemanejes eran productivos, que de hecho la élite financiera ofrecía a la sociedad un servicio acorde con la remuneración que recibía. Pero, a estas alturas, las pruebas indican que los fondos de cobertura son un mal negocio para cualquiera excepto sus administradores; no ofrecen un rendimiento lo bastante elevado para justificar esos enormes honorarios y son una fuente importante de inestabilidad económica.

En líneas más generales, seguimos viviendo a la sombra de una crisis propiciada por un sector financiero sin control. Se evitó la catástrofe total rescatando a los bancos a costa de los contribuyentes, pero seguimos estando muy lejos de haber recuperado los millones de puestos de trabajo perdidos y los miles de millones de pérdidas económicas. Con esos antecedentes, ¿de verdad están dispuestos a afirmar que los que más dinero ganan en Estados Unidos -que son básicamente directores financieros o ejecutivos de grandes corporaciones- son héroes económicos?

Para acabar, un análisis pormenorizado de la lista de los ricos respalda la tesis que ha hecho famosa Thomas Piketty en su libro Le capital au XXIe siécle (El capital en el siglo XXI), es decir, que nos encaminamos hacia una sociedad dominada por la riqueza, mucha de ella heredada, más que por el trabajo.

A primera vista, puede que esto no resulte tan evidente. Al fin y al cabo, los que integran la lista de los ricos son hombres hechos a sí mismos. Pero en su inmensa mayoría se hicieron a sí mismos hace mucho tiempo. Como señala Matt Levine, de Bloomberg View, en la actualidad, muchos de los ingresos de los principales directores financieros no proceden de invertir el dinero de otros, sino de las rentas obtenidas del dinero que ellos mismos han acumulado (es decir, la razón por la que ganan tanto es que ya son muy ricos).

Y esto es, si se paran a pensarlo, una consecuencia inevitable. Con el tiempo, la desigualdad de rentas extrema conduce a una desigualdad de riqueza extrema; de hecho, el porcentaje de riqueza del 0,1% con más ingresos de Estados Unidos ha vuelto a los niveles de la edad dorada de finales del siglo XIX. Esto, a su vez, significa que las rentas altas provienen cada vez más de las rentas de las inversiones, no de los salarios. Y es solo cuestión de tiempo que las herencias se conviertan en la mayor fuente de gran riqueza.

Pero ¿por qué es importante todo esto? Esencialmente, por los impuestos.

Estados Unidos tiene una larga tradición de imponer impuestos altos a las rentas elevadas y a las grandes fortunas, con la idea de limitar la concentración del poder económico y, además, recaudar dinero. Hoy día, sin embargo, la mera insinuación de que se recupere esa tradición se topa con afirmaciones airadas de que gravar a los ricos es destructivo e inmoral (destructivo porque disuade a los creadores de empleo de que se dediquen a lo suyo e inmoral porque la gente tiene derecho a quedarse con lo que gana).

Pero esas afirmaciones se apoyan básicamente en mitos relacionados con quiénes son en realidad los ricos y cómo han amasado sus fortunas. La próxima vez que oigan a alguien dar un discurso sobre lo cruel que es perseguir a los ricos, piensen en los tipos de los fondos de cobertura y pregúntense si de verdad sería tan terrible que pagasen más impuestos.

(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service 2014)

– La economía de Piketty es pobre, gris, aislada, sin vida… (El Confidencial – 13/5/14)

(Por J. M. de la Viña)

…un sueño de eternidad imposible, parte contratante del mismo contubernio que tanto critica, sin la declamación de Calderón sin la Barca.

Que el capitalismo es desigual es consustancial, lo mismo que la vida misma no es la misma para todos. ¿Debería ser así? ¿Es intrínsecamente malo si no todos se esfuerzan lo mismo ni lucen entendederas similares, si no se retuercen el intelecto por igual ya que pocos ansían soñar?

Si las reglas del juego son diferentes dependiendo del lugar que ocupa cada uno en la escala social o corrupta, la herencia o el sitio donde se nace, ¿es dramático el capitalismo?

Piketty se centra en el análisis de las desigualdades, en el papel de las élites en la evolución de la economía, cómo se llegan a convertir en extractivas incluso las que alguna vez poseyeron alguna virtud.

El debate parece polarizado en dos bandos irreconciliables. Los que piensan que las desigualdades están alcanzando niveles dramáticos al continuar degenerando el sistema social y económico mediante mecanismos perversos, que no de mercado, que permiten la concentración de riqueza de manera abusiva en unas pocas manos.

La oposición la constituyen aquellos otros que justifican y defienden el fomento de desigualdades excesivas en aras de la supuesta libertad de mercado. Libertad que no es tal a causa del dumping humano y medioambiental defendido por ellos, entre otras muchas causas. Proceso de consolidación de las élites extractivas, las cuales, antes o después, serán factor primordial que colapse esta civilización, según tesis de la NASA y de este su seguro servidor.

Son dos los factores que provocarán el previsible infortunio: el colapso medioambiental, acelerado por el cambio climático, junto con la escasez progresiva de recursos no renovables. Terca realidad terrenal englobada en la entropía física que postula el segundo principio de la termodinámica, científico, mal que pese, por mucho que jorobe y sea anatema para la terca ortodoxia económica.

El segundo factor lo denominaremos entropía social, política, económica y educativa. No es más que el proceso degenerativo ¿inexorable? de los sistemas sociales, políticos, económicos y educativos de cualquier civilización pasada o la futura, si algo sublime se entremezclara entre la porquería y los desbarajustes que esta va a legar.

Consolidación injusta de poder y riqueza en unas pocas manos mediante perversos mecanismos sibilinos, o no tanto, que extraen riqueza del pueblo mientras lo envilecen aplicando medidas degenerativas excepcionalmente activas. Elites extractivas que corrompen las leyes del libre mercado que juran defender mediante el fomento del dumping humano y medioambiental, del deterioro acelerado de la convivencia en este planeta, de él mismo.

De todos los artículos supurados a granel estos días escojo el publicado este fin de semana en El País por J. Bradford DeLong, exsecretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos.

De su razonamiento selecciono el segundo apartado, que no es más que una posible definición parcial de la entropía social: "El tiempo y el azar llevan inevitablemente a la concentración de la riqueza en manos de un grupo relativamente pequeño, al que denominaremos "los ricos"".

Se produce mediante la consolidación de oligopolios y privilegios obscenos en aquellos mercados maduros donde los márgenes decrecientes y los beneficios reducidos deberían ser la norma si actuasen en mercados realmente libres, consolidando la inevitable tendencia al monopolio. Reducciones debidas a una cada vez menor innovación, a la inexistencia de INNOVACIÓN.

Apartado este que enlaza con el punto tercero mencionado por DeLong, que incluiría el concepto de entropía económica: "Conforme los beneficios inmediatos de la industrialización van siendo cosechados, la tasa de crecimiento de la economía tiende a disminuir".

Las famosas TICs han alcanzado la madurez en apenas treinta años. No sólo no han producido ansiado empleo, sino que son causa activa de su destrucción, de la homogeneización de la sociedad eliminando peculiaridades, cercenando el llamemos talento que pretenda escaparse al guion puerilmente innovador, al que se salga del tiesto establecido por la entrópica ortodoxia uniformadora en vigor.

Al fomentar la uniformidad a golpe de tecla, la ignorancia y la ineducación son, paradójicamente, consecuencia sino causa del resurgimiento de nacionalismos excluyentes de todo tipo, de extremismos religiosos, idiomáticos, ideológicos, políticos o mentales, llámese populismo, posmodernismo o cerrilidad. Colectivos que pretenden diferenciarse mediante mecanismos autoritarios limitadores de la libertad y la diversidad a escala tribal o grupal, con el fin de contrarrestar la globalización en curso.

Preocupantes efectos secundarios que llenarían de gozo y horror a mi admirado Orwell. Gozo por su clarividencia, porque no anduvo tan descaminado cuando describió el oscuro escenario de 1984. Pánico porque tal futuro está ya entre nosotros, convirtiéndose en aliado indisoluble de las élites acaparadoras que dominan la economía financiera mientras estrangulan la economía real e impiden INNOVAR.

La entropía social, política, económica y educativa se sigue incrementando a rajatabla igual que el segundo principio de la termodinámica continúa rigiendo el inexorable destino de este planeta. Fenómeno ferozmente ignorado por la economía mainstream y las élites extractivas que rellenan generosamente el ego y el estómago de flojos gurús nobelados, modernos inquisidores que mantienen amordazada su evolución teórica.

Sus atribulados estudiantes, meros peones víctimas prematuras del sistema entrópico en vigor, son incapaces de exigir siquiera su inclusión en los caducos y reduccionistas planes de enseñanza. Se conforman en sugerir la conexión de la economía con las "ciencias sociales hermanas", eliminando las molestas matemáticas que implican codos, esfuerzo y duro razonamiento.

No se plantean hacerlo, y menos todavía definirla, en función de la realidad biológica y natural de este planeta, ni de la evolución del cambio climático, porque necesita de buenas dosis de matemáticas sin pervertir. Aprender y aplicar muchas otras ciencias, revolucionar los planteamientos creando nuevos desarrollos teóricos. Estudiantes que ansían extender el mismo enfoque pobre de postulados, de intelecto gris, aislado del entorno, que continúa deteriorando la exuberancia de este planeta, la diversidad y la vida.

Mucho me temo que Piketty sólo aporta recetas obsoletas. Arregla el problema de la desigualdad con soluciones al uso, con medidas impositivas extremas. Escandalizados depredadores lo convierten en comunista peligroso o extranjero, lo cual hoy en día es todavía peor. Los ojos de economistas ortodoxos se rasgan las vestiduras, otros aplauden con las orejas, algún que otro heterodoxo retuerce su pacata sabiduría con maldad y alevosía.

Al menos calienta el debate, lo cual no es cosa mala dada la sequía intelectual que padecemos, no sólo en los ámbitos económicos. Los inquisidores lacayos de las élites extractivas evitan plantear los temas centrales promoviendo de vez en cuando cortinas de humo como esta para despistar.

La desigualdad latente del capitalismo no tiene por qué ser mala si se aplica con igualdad, garantizando la recurrente igualdad de oportunidades, el mismo juego limpio para todos. El destino debería ser el que cada uno se labrara con su esfuerzo y su tesón, con su inteligencia y dedicación, con su mérito en vez de su lugar en la escala social o corrupta, o su caradura, su herencia o su lugar de nacimiento.

Parece razonable que gane más el más listo y espabilado, el más arriesgado y trabajador, el más innovador o el que promueva la mejor INNOVACIÓN. Mientras la economía no incorpore los desafíos que ya están emergiendo, el discurso obsoleto será disuelto por el viento, entre mierda y contaminación. Por el progresivo agotamiento de los recursos naturales, por el cambio climático y por el abandono de todo valor, sea moral o ético.

El resto es poesía y declamación, ripio y obnubilación, pura defecación mental, aunque lo inspire Calderón, esta vez con la Barca.

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

 ¿Qué es la economía? Un sinvivir. ¿Qué es la economía? Una ilusión, una sombra, una ficción; el menor bien es grande, el mejor para no morir; mortal de necesidad es un sueño si no surge acompañado de intelecto, de razón y cordura, de belleza y sensibilidad, de cruda y lacerante sabiduría natural; malignos son los sueños si no vienen arropados por la terquedad terrenal, la biodiversidad herida, la física de este planeta, el frenesí de este rufián; de los sueños desgarrados que, esperemos, algún día se hagan realidad. Soñemos. ¿Servirá? 

– Piketty y el Zeitgeist (Project Syndicate – 13/5/14)

Princeton.- Últimamente, donde sea que vaya todos me preguntan lo mismo: ¿qué piensa de Thomas Piketty? En realidad, son dos preguntas en una: ¿qué piensa de Piketty, el libro, y qué piensa de Piketty, el fenómeno?

La primera pregunta es mucho más fácil de responder. Quiso la suerte que yo fuera uno de los primeros lectores de la versión en inglés de Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI). La editorial que lo publicó, Harvard University Press, me envió las galeradas del libro con la esperanza de que yo escribiera un comentario elogioso para la contratapa. Cosa que hice con agrado, ya que el alcance, la profundidad y la ambición del libro me parecieron impresionantes.

Desde luego que ya conocía el trabajo empírico que Piketty y otros colegas (entre ellos Emmanuel Saez y Anthony Atkinson) hicieron en relación con la distribución del ingreso. Ya antes de la publicación del libro, esta investigación entregó hallazgos sorprendentes sobre el aumento de ingresos de los súper ricos y demostró que en muchas economías avanzadas, la desigualdad alcanzó niveles que no se veían desde principios del siglo XX. Fue un auténtico tour de force.

Pero el libro va mucho más allá de ese trabajo empírico, al presentar un fascinante relato de la dinámica de la riqueza en el capitalismo, a modo de advertencia. Piketty nos exhorta a no dejarnos engañar por la aparente estabilidad y prosperidad que experimentaron las economías avanzadas durante unas pocas décadas de la segunda mitad del siglo XX: según su relato, puede ser que las fuerzas dominantes del capitalismo sean fuerzas productoras de desigualdad e inestabilidad.

Tal vez más que el argumento en sí, lo que hace de Capital in the Twenty-First Century una lectura excelente es la sensación de estar viendo a una mente brillante encarar las grandes preguntas de nuestro tiempo. El énfasis de Piketty en la naturaleza política de la distribución del ingreso; el sutil camino de ida y vuelta que recorre entre las leyes generales del capitalismo y el papel de la contingencia; y que esté dispuesto a ofrecer remedios audaces para salvar al capitalismo de sí mismo (aunque para muchos tal vez sean impracticables) son hechos tan refrescantes para un economista cuanto son escasos.

Así que me gustaría poder decir que tuve la clarividencia de prever el enorme éxito académico y popular que tendría el libro publicado. Pero lo cierto es que la acogida que recibió me tomó totalmente por sorpresa.

Por una sencilla razón: el libro no es nada fácil de leer. Tiene casi 700 páginas (incluidas las notas), y aunque Piketty no le dedica mucho espacio a la teoría formal, no puede evitar de vez en cuando alguna que otra ecuación o letra griega. Las reseñas del libro hablaron mucho de las referencias de Piketty a Honoré de Balzac y Jane Austen, pero lo cierto es que el lector se encontrará ante todo la prosa seca y acompañada de estadísticas propia de un economista, mientras que las alusiones literarias son pocas y muy espaciadas.

La respuesta de la profesión económica no fue uniformemente positiva. El argumento del libro gira en torno de varias identidades contables que relacionan el ahorro, el crecimiento y la rentabilidad del capital con la distribución de la riqueza en las sociedades. Piketty tiene el mérito de darles vida a estas relaciones abstractas poniéndolas en cifras reales cuya evolución sigue a lo largo de la historia, pero son relaciones ya conocidas por los economistas.

El pronóstico pesimista de Piketty se basa en una ligera extensión de este marco contable. Bajo ciertos supuestos razonables (a saber, que los ricos ahorren una cantidad suficiente) la ratio entre la riqueza heredada y la renta de la economía (o los salarios) tenderá a crecer siempre que r, la tasa de rentabilidad promedio del capital, sea superior a g, la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto. Piketty afirma que esta ha sido la norma histórica, excepto durante la tumultuosa primera mitad del siglo XX. Si el futuro se presenta así, entonces nos espera una distopía en la que la desigualdad aumentará a niveles nunca antes vistos.

Sin embargo, en economía es peligroso extrapolar, y las pruebas que presenta Piketty en apoyo de su tesis distan de ser concluyentes. Como muchos argumentaron, también puede ocurrir que la rentabilidad del capital, r, empiece a disminuir si el stock de capital de la economía llega a ser demasiado grande respecto de la mano de obra y otros recursos, y si la tasa de innovación se desacelera. O, como señalaron otros, cambios en los países emergentes y en desarrollo podrían impulsar una aceleración de la economía global. Las ideas de Piketty merecen ser tomadas en serio, pero no son de ningún modo una ley de hierro.

Tal vez la causa del éxito del libro haya que ir a buscarla al Zeitgeist. Si el libro se hubiera publicado hace diez, incluso hace cinco años, justo después de la crisis financiera global, probablemente no hubiera tenido el mismo éxito, aun cuando entonces se hubieran podido reunir argumentos y pruebas similares. Hace ya bastante que en Estados Unidos se viene incubando malestar por el aumento de la desigualdad. Pese a la recuperación de la economía, los ingresos de la clase media están estancados o en disminución. De modo que ahora parece aceptable hablar de la desigualdad en Estados Unidos como el principal problema al que se enfrenta el país. Tal vez esto explique por qué el libro de Piketty concitó más atención allí que en su país de origen, Francia.

Capital in the Twenty-First Century renovó el interés de los economistas en la dinámica de la riqueza y su distribución, un tema que preocupó a economistas clásicos como Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx. Llevó al debate público detalles empíricos fundamentales y un marco analítico sencillo pero útil. Cualesquiera sean las razones de su éxito, su aporte a la profesión económica y al discurso público ya es innegable.

(Dani Rodrik is Professor of Social Science at the Institute for Advanced Study, Princeton, New Jersey. He is the author of One Economics, Many Recipes: Globalization, Institutions, and Economic Growth and, most recently, The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World…)

– La gran contradicción de Piketty (Vozpópuli – 15/5/14)

(Por Juan Ramón Rallo)

Tal suele decir al economista Tyler Cowen, si fueran ciertas las conclusiones de Thomas Piketty acerca de una tasa de retorno del capital que aumenta por encima del crecimiento del conjunto de la economía (su famosa desigualdad r>g), la propuesta de política económica más razonable no sería un impuesto global sobre la riqueza (tal como propone Piketty) sino la privatización de las pensiones estatales. A la postre, si existe alguna tendencia subyacente que impulse a que la inversión se revalorice sobreproporcionalmente al resto de la economía, ¿por qué reprimir políticamente esa tendencia (impuesto sobre la riqueza) en lugar de permitir que toda la sociedad se aproveche de ella (privatización de las pensiones)?

Extrañamente, Cowen acusa a Piketty de omitir cualquier referencia a la privatización de las pensiones como alternativa a su ambicionado impuesto sobre la riqueza. Pero no: en su libro, Capital en el siglo XXI, Piketty sí valora escuetamente la posibilidad de privatizar las pensiones y, a mi juicio, sus opiniones a este respecto son mucho más sabrosas y reveladoras de lo que podría serlo cualquier omisión.

Piketty, sobre la privatización de las pensiones

Así, de acuerdo con Piketty, la transición hacia sistemas de pensiones privados y de capitalización -merced a los cuales los trabajadores podrían beneficiarse de la sobreproporcional revalorización del capital- no es una buena idea por lo siguiente: "A la hora de comparar los méritos del sistema de reparto y del sistema de capitalización hay que tener en cuenta que el retorno del capital resulta extremadamente volátil. Sería muy arriesgado invertir todos los ahorros para la jubilación en los mercados financieros globales. El hecho de que r>g como media no significa que eso sea cierto para toda inversión individual. Para una persona con recursos que pueda esperar entre 10 y 20 años para cosechar los beneficios, el retorno sobre el capital puede ser ciertamente atractivo. Pero cuando se trata de sufragar los gastos básicos de toda una generación, sería bastante irracional jugárselo todo a la ruleta rusa". Es decir, según Piketty las pensiones no pueden privatizarse porque la tasa de retorno sobre el capital es una magnitud individualmente demasiado volátil e incierta.

Llegados a este punto, recordemos el propósito general de la obra del francés: de acuerdo con este economista, el capitalismo tiende a exhibir una tasa de retorno del capital superior al crecimiento del conjunto de la economía, lo que provoca que los capitalistas se vayan volviendo proporcionalmente más ricos y copando porciones mayores de la renta de una sociedad. Tal como el propio Piketty resume: "El empresario tiende a convertirse en un rentista que domina crecientemente a aquellos que no poseen nada salvo su trabajo. Una vez acumulado, el capital tiende a reproducirse a sí mismo más rápido de lo que aumenta la producción. El pasado devora al futuro". O todavía peor: "Con independencia de si la riqueza de una persona de 50 o 60 años es producto del ahorro o de la herencia, lo cierto es que, a partir de cierto nivel, el capital tiende a reproducirse a sí mismo y a acumularse exponencialmente. La lógica de r>g implica que el empresario siempre termina transformándose en un rentista".

La contradicción de Piketty

Es obvio que existe una contradicción profunda entre estos dos razonamientos de Piketty. Por un lado, el francés proclama que el capital se reproduce solo y de manera automática, lo que contribuye a su irrefrenable acumulación en cada vez menos manos; por otro, sostiene que el capital sólo se autorreproduce en términos medios, siendo altamente volátil e incierto como mecanismo individual de acumulación de riqueza. De hecho, este último razonamiento es el que yo mismo ofrecí hace unas semanas para criticar la visión de Piketty de que los superricos son cada vez más superricos: no sólo sucede que los multimillonarios de finales de los 80 no son los mismos que los multimillonarios actuales sino que muchos de ellos han perdido desde entonces más del 80% de su fortuna.

Es más, si de alguna manera deseáramos combinar las dos afirmaciones anteriores de Piketty, el sentido común nos indica que deberíamos hacerlo de forma inversa a cómo lo está haciendo el francés. Salvo honrosas excepciones, la fortuna de los superricos suele estar concentrada en unas pocas empresas (Bill Gates en Microsoft, Amancio Ortega en Inditex, Larry Ellison en Oracle, los hermanos Koch en Koch Industries, la familia Walton en Wal-Mart, etc.) que, por consiguiente, sí están sometidas a una volatilidad e incertidumbre potencialmente muy elevadas: si alguna de esas compañía desapareciera, la fortuna del correspondiente superrico se extinguiría. En cambio, las pensiones privadas de capitalización se hallarían invertidas en una amplia y diversificada cartera con millares de empresas, de modo que las clases medias se hallarían expuestas a la volatilidad del conjunto del mercado y no de una empresa o de un sector en particular: en ese sentido, la rentabilidad media de los mercados de valores durante el último siglo se sitúa alrededor del 5,5% anual. A largo plazo -el plazo en el que se invierte para la jubilación- se trata de un retorno bastante estable y con escaso riesgo: todo lo contrario que la inversión en empresas individuales.

A menos que Piketty esté sugiriendo que las empresas de los superricos son sistemáticamente más conservadoras que las del resto de la economía, carecería de sentido su afirmación de que cuanto más rico se vuelve un individuo, más automáticamente se capitaliza su riqueza. Ahora bien, si Piketty asume que las inversiones de los ricos son muy poco arriesgadas, entonces no se entiende que, a su vez, sostenga que los más ricos obtienen rendimientos extraordinarios por encima del resto del mercado.

¿Más rentabilidad a menor riesgo? Si eso fuera así, sólo cabrían dos explicaciones: una, que las empresas de los superricos gocen de privilegios gubernamentales; dos, que las empresas de los superricos generen mucho más valor para los consumidores que todas las restantes debido a ubicarse siempre dos pasos por delante de la competencia. En el primero caso, lo razonable sería que Piketty reclamara la supresión de tan nocivos incentivos gubernamentales; en el segundo, que Piketty aplaudiera la excelente gestión de los accionistas a la hora de maximizar el valor de sus modelos de negocio pese a la presión competitiva. Sin embargo, este último reconocimiento atentaría de lleno contra una de las tesis centrales del libro del francés: a saber, que la acumulación de capital es un proceso automático e independiente de los méritos del inversor a la hora de gestionar su capital (motivo por el cual puede ser sujeto a un tributo sobre la riqueza).

En definitiva, como dice Tyler Cowen, si aceptamos el mensaje esencial del libro de Piketty, las pensiones públicas deberían ser privatizadas. El economista francés sólo es capaz de esquivar esta inapelable conclusión incurriendo en una profunda contradicción interna que pone en solfa la perspectiva filosófica con la que analiza sus datos económicos. En el fondo, y como ya explicamos, la gestión y acumulación de capital es un muy complejo proceso de adaptación a un entorno dinámico y cambiante cuyos riesgos y dificultades sólo pueden minimizarse o a través de un extraordinario conocimiento del sector económico en el que se está invirtiendo (sólo disponible para los ahorradores exitosos y habilidosos) o a través de una amplia diversificación de activos (sólo disponible para los ahorradores medios). Ahorro e inversión empresarialmente inteligente: los dos grandes activos que explican el enriquecimiento de una sociedad respetuosa con los derechos de propiedad y los contratos.

– Reconstruir la política europea (Project Syndicate – 15/5/14)

Princeton.- Muchos europeos tiemblan de sólo pensar que, tal como parece probable, la inminente elección para el Parlamento Europeo se salde con una exhibición de fuerza de los partidos antieuropeístas, que casi seguramente querrán presentarse como los auténticos ganadores. Pero con sólo preocuparse no se resolverá la crisis política de la Unión Europea.

Una crisis que ya es muy profunda. En este momento, los partidos antieuropeístas (el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, el Partido de la Libertad de Geert Wilders en los Países Bajos y el Partido de la Independencia de Nigel Farage en el Reino Unido) son los que mejor lograron organizarse dentro de una única "familia" política. Eso sucedió a la par que muchos europeos dejaron de confiar en las otras familias ya establecidas (la socialdemocracia, el liberalismo y el bloque del Partido Popular Europeo, PPE).

El problema es que desde hace varios años los fundamentos intelectuales y morales de los viejos partidos europeos vienen sufriendo un desgaste acelerado, debido en parte a su omisión (o su incapacidad) de adaptarse al sistema paneuropeo. A menos que se apresuren a actuar para reposicionarse como representantes creíbles y eficaces de los intereses de los votantes, corren el riesgo de diluirse en el segundo plano de la política y dejar que el centro del escenario vaya siendo ocupado por populistas irresponsables.

Tomemos el caso de la socialdemocracia, cuya misión ha sido, históricamente, facilitar la redistribución de los recursos. Como en Europa esa redistribución se da fundamentalmente en el nivel de cada país (ya que es allí donde existe la autoridad fiscal necesaria), no parece un proyecto apto para Europa en su conjunto.

De hecho, europeizar la socialdemocracia en las condiciones actuales tal vez sea imposible. Cuanto más profundamente se integra Europa, menos capacidad tienen los gobiernos nacionales para redistribuir, porque las personas, las empresas y los puestos de trabajo pueden, simplemente, irse de los países con impuestos más altos, como ya ocurrió en países como Francia. Y para sostener un Estado de Bienestar paneuropeo financiado con impuestos a las ganancias personales o corporativas harían falta importantes transferencias entre países, lo que agravaría las tensiones, que ya son grandes, entre los estados miembros de la Unión Europea.

En cuanto al liberalismo económico, su capacidad de atraer un electorado amplio también está dañada. Después de la crisis económica global, creció entre los votantes la demanda de intervención estatal, lo que sugiere que muchos dejaron de confiar en los sistemas desregulados del pasado.

Finalmente, están las fuerzas democristianas de centroderecha del PPE, que surgieron en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, trayendo consigo un énfasis (con bases religiosas) en la solidaridad social como alternativa al colectivismo inhumano del fascismo y el comunismo. Pero con la considerable secularización que se produjo después en Europa occidental, la idea de basar las decisiones políticas en la doctrina social de la Iglesia resulta anticuada para los votantes. Por eso hoy la centroderecha parece vaciada intelectualmente: un grupo de partidos quietistas que se oponen al cambio y no ofrecen ideas nuevas.

Así las cosas, puede ser que el entusiasmo con que los partidos antieuropeístas han acogido al presidente ruso Vladímir Putin y a sus políticas económicas y sociales profundamente antiliberales sea lo único que esté obrando a favor de las familias políticas establecidas. Pero no tiene por qué ser así. Europa puede crear un sistema político eficaz y apto para el siglo XXI, adoptando para ello una nueva visión política que tenga en cuenta las tendencias y los imperativos actuales.

Esa visión, como todos los conceptos más eficaces de Europa, sería una mezcla de ideas francesas y alemanas. En este momento, Francia está rendida al éxito impresionante del libro Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI) del economista Thomas Piketty, donde analiza el aumento de la desigualdad en ausencia de niveles de crecimiento económico excepcionales. El mensaje del libro (un llamado a hacerle frente al aumento de la desigualdad y un alegato a favor de más crecimiento económico) tiene importantes derivaciones en materia de políticas. Pero lo que el pikettismo requiere no es tanto, impuestos a las ganancias sino a la riqueza.

La idea de usar un impuesto a la riqueza para superar la crisis de deuda de Europa también cuenta con considerable apoyo del lado oriental del río Rin, pero por otras razones. A los alemanes todavía les preocupa que los llamen al rescate de los sobreendeudados gobiernos del sur de Europa. En opinión de Alemania, semejante transferencia de deuda pública sería injusta, sobre todo porque el alto endeudamiento público suele ir de la mano de mayores niveles de riqueza de los particulares que en el norte de Europa. Este argumento, planteado por el Bundesbank, parece favorable a un impuesto a la riqueza.

De hecho, ese impuesto podría estimular la actividad económica y el crecimiento. Las casas vacías y los campos baldíos (una visión muy frecuente en el sur de Europa) son una inversión relativamente segura que, con lo poco que paga de impuestos, no es demasiado costosa para sus propietarios. Elevar la tasa impositiva alentaría la venta de esas propiedades, lo que llevaría a una recuperación y mejora en el uso de la tierra y las construcciones; en la práctica, funcionaría como un enorme paquete de estímulo.

Dado que el impuesto a la riqueza se usaría más que nada para saldar grandes deudas públicas ya contraídas, su implementación sería en el nivel nacional. Al aplicarse a propiedades inmuebles, sería más efectivo y controlable que los intentos de gravar factores de producción móviles. Y presentarlo como un gravamen por única vez orientado a resolver la herencia de políticas erradas del siglo XX serviría para evitar que desaliente la actividad económica futura.

La inminente elección para el Parlamento Europeo puede ser el llamado de atención que los partidos proeuropeístas necesitan con urgencia. Felizmente para ellos, hay una forma convincente de combinar la preocupación, fundamentalmente francesa, por los peligros de la desigualdad con la preocupación, fundamentalmente alemana, por el exceso de deuda pública. Los impuestos a la propiedad y a la riqueza pueden ser la base de una nueva alineación política en Europa.

(Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University, Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization)

– ¿Crece o no la desigualdad en EEUU? (Libertad Digital – 17/5/14)

Los trabajos de Thomas Piketty sobre desigualdad sólo recogen el 62% de la verdadera renta de los estadounidenses.

(Por Diego Sánchez de la Cruz)

El creciente interés que han despertado los trabajos de Thomas Piketty ha reabierto el debate sobre la desigualdad de ingresos en Estados Unidos. Economistas de renombre como Paul Krugman o Joseph Stiglitz han recibido con entusiasmo los estudios del francés.

Sin embargo, las estimaciones de Piketty también han sido objeto de muchas críticas que quizá están siendo eclipsadas por el estatus de estrella mediática que está alcanzando el economista galo. ¿Ha ido a más la desigualdad salarial como sostiene Piketty en sus trabajos o estamos ante una polémica vacía? El debate está servido.

Lo cierto es que numerosos académicos estadounidenses defienden que la tesis de Piketty es falsa. Es el caso del profesor Robert Gordon, de la Northwestern University. Según sus cálculos, "el porcentaje de la renta nacional que gana el 10% más rico apenas ha aumentado desde 1986… Aunque hubo un leve repunte entre 2000 y 2006, ya a mediados de 2009 vemos que los niveles registrados eran los mismos que hace treinta años".

Por su parte, Bruce Meyer, de la Universidad de Chicago, y James Sullivan, de la Universidad de Notre Dame, sí estiman que la desigualdad de ingresos aumentó ligeramente en los años 80, si bien ambos determinan también que las diferencias salariales "se mantuvieron estables a lo largo de la década de 1990". Para el periodo posterior al año 2000, "la desigualdad de ingresos sí ha aumentado, pero en niveles muy reducidos".

Piketty no analiza la redistribución fiscal

La mayoría de los trabajos que han dado fama a Piketty analiza los datos de desigualdad de ingresos, pero solamente antes de impuestos. Esto supone dejar fuera de toda consideración el impacto de la fiscalidad, los subsidios y las transferencias que entregan las Administraciones.

No pocos economistas consideran que éste es el pecado capital de las investigaciones del francés. Por ejemplo, los ya mencionados Meyer y Sullivan explican que "analizando 45 años de historia económica vemos que los impuestos y las transferencias fiscales reducen de forma notable el aumento de la desigualdad". Es por eso que en sus trabajos se desmiente la tesis de Piketty, quien dibuja un escenario salarial cada vez más divergente.

Por su parte, las investigaciones de Richard Burkhauser, Jeff Larrimore y Kosali Simon calculan la desigualdad de ingresos después de impuestos y de transferencias fiscales. Dichos trabajos se centran en tres años previos a periodos de crisis: a saber, 1989, 2000 y 2007. La conclusión vuelve a poner en tela de juicio las tesis de Piketty, pues estos tres investigadores calculan que el Coeficiente Gini apenas se ha movido entre 1989 y 2007, un intervalo de casi dos décadas.

Concretamente, el trabajo de Burkhauser, Larrimore y Simon arroja un Coeficiente Gini de 0,394 puntos en 1989, 0,390 puntos en el 2000 y 0,396 en 2007. Así, el aumento de la desigualdad apenas llegaría al 0,5%. Una vez más vemos que, una vez consideramos los mecanismos de redistribución fiscal (impuestos y subsidios), las diferencias reales en los ingresos de los estadounidenses se mantienen constantes.

Este mismo enfoque es el que adoptan Jonathan Heathcote, Fabrizio Perri y Giovanni Violante, quienes apuntan que "los impuestos y las transferencias fiscales son centrales en el proceso de reducción de la desigualdad. En la práctica, estas medidas reducen la desigualdad de ingresos y benefician a los hogares de menos renta, en prejuicio de unidades familiares con mayores ingresos".

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