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Crecimiento vs. Desigualdad: ¿un falso debate? (Parte I) (página 4)

Enviado por Ricardo Lomoro


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No considerar este factor resulta especialmente equivocado en el caso de Estados Unidos, ya que, como explican Heathcote, Perri y Violante, el código tributario del país norteamericano "es muy progresivo, como se puede concluir tras comparar la distribución del ingreso antes y después del efecto de impuestos y subsidios".

Esta tesis ha sido ampliada por el propio Fabrizio Perri de la mano del economista Joe Steinberg. En un estudio para la Reserva Federal de Minneapolis, ambos compararon la evolución del 5% más rico y el 20% más pobre durante la crisis de 2008-2010. La conclusión es clara: "La redistribución vía impuestos y transferencias del 5% más rico al 20% más pobre alcanzó su máximo histórico durante la Gran Recesión. Como consecuencia de estos procesos, la desigualdad del ingreso disponible no aumentó".

Koen Caminada y Chen Wang confirman esta visión, pues señalan que "en Estados Unidos el 15% de la reducción de la desigualdad se da por la vía de los impuestos, con el 85% restante canalizándose mediante los subsidios y las transferencias fiscales. Poniendo estos datos en perspectiva, vemos que Estados Unidos es el país en el que los impuestos tienen un rol más importante en la redistribución de los ingresos. A continuación, encontramos a Israel y Canadá. En el resto de casos, las transferencias fiscales tienen un peso mucho más grande en este proceso".

La OCDE también ha llegado a conclusiones similares. Sus informes apuntan que "la redistribución del sistema impositivo estadounidense es la más progresiva de todos los países de la OCDE. En el extremo contrario encontramos a los países nórdicos o a Francia". Según dicho informe, "no hay países que extraigan más impuestos al 10% más rico que EEUU. En 2005, el decil más acaudalado ganó el 33,5% del ingreso monetario total, pero generó el 45,1% de toda la recaudación en concepto de fiscalidad directa".

Ignora las redistribuciones en especie

Por todo lo anterior, Alan Reynolds critica que los trabajos de Piketty se centren en los ingresos antes de impuestos y dejen en un segundo plano el impacto de los programas de gasto social. "Desde hace décadas, las transferencias fiscales han aumentado notablemente y las rentas altas aportan cada vez más en materia de recaudación. Sin embargo, el enfoque de Piketty nunca llega a considerar estos procesos, por lo que sus pesimistas conclusiones no se corresponden con la sociedad".

Reynolds entiende además que los informes de Piketty infravaloran los ingresos de buena parte de la población al no considerar la retribución en especie: cheques de comida, seguro sanitario, etc. Tomando datos de 2011, Gary Burtless ha calculado el impacto de estos factores, determinando que el sueldo de los estadounidenses sube un 12,6% cuando se consideran estos pagos.

Si a esa infravaloración del 12,6% le sumamos el impacto de los subsidios públicos, la diferencia entre los datos de Piketty y la situación real de los estadounidenses resulta aún más pronunciada. Así, Burtless estima que las transferencias fiscales suponen el 17,9% de los ingresos finales del trabajador medio.

Como vemos en la gráfica siguiente, el cálculo de Piketty solamente recoge el 62,1% de la verdadera renta de los trabajadores. El 38,9% se queda fuera de sus cálculos, debido a que sus trabajos no consideran el rol de los impuestos, los subsidios o los pagos en especie de las empresas.

Como la serie estadística de Piketty analiza numerosas décadas, este desfase pone en tela de juicio todos sus cálculos, no solamente los dedicados a los años más recientes.

edu.red

Así, sus números para 2010 dejan fuera el 37,9% de los ingresos reales de los estadounidenses, pero este diferencial también está vigente en todos los cálculos para años anteriores. Por ejemplo, en las estimaciones para 1970 vemos que el 23,5% de los ingresos reales no figuran en los datos de Piketty, mientras que para 1980 y 1990 encontramos una infravaloración del 29,1% y del 31,3%.

Suponiendo que estas fuentes de ingresos no hubiesen crecido tanto, el diferencial seguiría siendo muy significativo. Por ejemplo, si los niveles de 1980 se hubiesen mantenido en las tres últimas décadas, la medición del ingreso total para 2010 igualmente se quedaría muy corta: identificaría 7.688 millones de dólares frente a un escenario real de 8.835, un 14% más.

De hecho, la cuota del ingreso nacional que maneja el 1% más rico cae del 17,4% al 15,2% una vez se ajustan los datos. Por eso, Alan Reynolds ha explicado que un 23% del aumento de la desigualdad reflejado en los cálculos de Piketty queda automáticamente desmentido con esta simple corrección de su polémica metodología.

Un planteamiento discutido y discutible

Las críticas a Piketty no acaban aquí. Entre sus adversarios intelectuales también encontramos a quienes le afean que a menudo explique la riqueza como un fenómeno estático y rígido, marcado por la consolidación de élites. En realidad, no pocos informes muestran que la composición de las rentas altas es cambiante, especialmente en un país como Estados Unidos, tierra de alta movilidad social y elevada volatilidad empresarial.

Por otro lado, hay quienes critican la obsesión de Piketty con el bienestar relativo y no absoluto. Como sus informes se centran en comparar los ingresos de unas y otras personas, a menudo se ignoran otras variables, tales como la tasa de pobreza, el poder adquisitivo de las familias de ingresos más bajos, etc.

¿Más fuentes de críticas? Desde el campo monetario, no pocos autores critican que Piketty no considere el impacto de las políticas expansivas de los bancos centrales en la desigualdad de ingresos. Desde el campo fiscal, la oposición a las tesis del galo se centra en denunciar el radicalismo de sus propuestas de gasto (pide elevarlo al 66% del PIB) y de impuestos (habla de un tipo máximo del 80% para las rentas más altas).

Por último, en el ámbito de la filosofía y las ciencias políticas, parte de la oposición a Piketty argumenta que la desigualdad no es un problema cuando se produce en un contexto de mercado y libertad. El debate está servido.

– Prevención del desastre de la desigualdad (Project Syndicate – 14/5/14)

New Haven.- El voluminoso libro El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, del que tanto se ha hablado últimamente, atrajo una tención considerable al problema de la creciente desigualdad económica. Pero no es sólido a la hora de ofrecer soluciones. Como admite el propio Piketty, su propuesta -un impuesto global progresivo al capital (o a la riqueza)- "requeriría un nivel muy elevado y, sin duda, poco realista de cooperación internacional".

No deberíamos concentrarnos en soluciones rápidas. La preocupación realmente importante para los responsables de las políticas en todas partes es impedir los desastres -es decir, los acontecimientos atípicos que más importan-. Y, como la desigualdad tiende a cambiar lentamente, cualquier desastre probablemente se observe recién después de varias décadas.

El libro de Piketty se explaya profusamente sobre ese desastre -un retorno a niveles de desigualdad nunca vistos desde fines del siglo XIX a principios del siglo XX-. En este escenario, una pequeña minoría se vuelve súper rica – no, en su mayoría, porque sean más inteligentes o trabajen más que cualquier otro, sino porque las fuerzas económicas fundamentales redistribuyen los ingresos caprichosamente.

En El nuevo orden financiero: el riesgo en el siglo XXI, propuse un "seguro contra la desigualdad" como una manera de evitar el desastre. A pesar de la similitud de sus títulos, mi libro es muy diferente del de Piketty. El mío defiende abiertamente las finanzas científicas innovadoras y el seguro, tanto a nivel público como privado, para reducir la desigualdad, administrando cuantitativamente todos los riesgos que contribuyen a ella. Y soy más optimista sobre mi plan para impedir una desigualdad desastrosa que Piketty sobre el suyo.

El seguro contra la desigualdad exigiría que los gobiernos establecieran planes a muy largo plazo para hacer que las tasas del impuesto a las ganancias sean automáticamente más altas para la gente con ingresos elevados en el futuro si la desigualdad empeora significativamente, sin cambios en los impuestos si eso no sucediera. Lo llamé seguro contra la desigualdad porque, al igual que cualquier póliza de seguro, se ocupa de los riesgos de antemano. De la misma manera que tenemos que contratar un seguro contra incendio antes, y no después, de que se nos quema la casa, tenemos que lidiar con el riesgo de la desigualdad antes de que se vuelva mucho peor y cree una nueva clase poderosa de gente rica que usa su poder para consolidar sus ganancias.

En 2006, fui uno de los autores de un documento borrador junto con Leonard Burman y Jeffrey Rohaly del Centro de Políticas Tributarias del Instituto Urban y la Brookings Institution que analizaba variaciones para un plan de estas características. En 2011, Ian Ayres y Aaron Edlin propusieron una idea similar.

Lo que subyace debajo de ese tipo de planes es la presunción de que algún grado sustancial de desigualdad es económicamente saludable. La perspectiva de volverse rico claramente impulsa a mucha gente a trabajar mucho. Pero la desigualdad masiva es intolerable.

Por supuesto, no existe ninguna garantía de que un plan de seguro contra la desigualdad en efecto vaya ser implementado por los gobiernos. Pero es más probable que sigan este tipo de planes si ya están legislados y se implementan de manera gradual, según una fórmula conocida de antemano, y no repentinamente de una manera revolucionaria totalmente diferente de las prácticas pasadas.

Para ser realmente efectivos, los aumentos de los impuestos a la riqueza -que recaen más en las personas retiradas con un alto grado de movilidad u otras personas adineradas- tendrían que incluir un componente global; de lo contrario, los ricos simplemente emigrarían a cualquier país que tuviera las tasas impositivas más bajas. Y la impopularidad de los impuestos a la riqueza ha impedido la cooperación global. Finlandia tenía un impuesto a la riqueza pero lo eliminó. Lo mismo hizo Austria, Dinamarca, Alemania, Suecia y España.

Aumentar los impuestos a la riqueza ahora, como propone Piketty, le sonaría injusto a mucha gente, ya que significaría imponer un gravamen retroactivo sobre el trabajo realizado para acumular esa riqueza en el pasado -un cambio de las reglas de juego, y su resultado, después de que terminó el partido-. La gente mayor que trabajó mucho para acumular riqueza en el transcurso de su vida sería gravada por su austeridad para beneficiar a otros que ni siquiera hicieron el intento de ahorrar. Si les hubieran dicho que luego iba a haber un impuesto a las ganancias, tal vez no habrían ahorrado tanto; tal vez habrían pagado el impuesto a las ganancias y habrían consumido el resto, como todo el mundo.

Es más, una vez que se entendiera la realidad de un impuesto a la riqueza del tipo que propone Piketty, los ricos podrían procrear más, porque la riqueza en forma de hijos no se puede disipar con impuestos –razón por la cual quizá sería mejor gravar los ingresos y mantener una deducción para los aportes filantrópicos fuera de la familia-. Y, si tiene que haber impuestos a las ganancias, instituirlos ahora para que entren en vigencia recién en el futuro -y sólo si se agrava la desigualdad- evitaría la percepción de que se modificaron las reglas después de terminado el juego.

La ventaja de los incrementos del impuesto a las ganancias es que se podrían basar no sólo en el ingreso actual, sino en algún promedio de ingresos en el transcurso de años, y podría permitir deducciones para inversiones, compartiendo así algunas características con los impuestos a la riqueza sin penalizar a quienes ahorraron más para acumular más riqueza. Es más, un plan a largo plazo legislado por uno o varios países hoy, antes de que se produzca algún impacto sustancial en los pagos de impuestos reales, podría ayudar a promover un diálogo internacional sobre políticas futuras apropiadas para combatir la desigualdad. Eso crearía espacio para una respuesta impositiva más uniforme entre los países, reduciendo así la capacidad de los súper ricos de evadir impuestos cambiando de locación.

El libro de Piketty hace un aporte invalorable a nuestra comprensión de la dinámica de la desigualdad contemporánea. Él ha identificado un riesgo serio para nuestra sociedad. Los responsables de las políticas tienen la obligación de implementar un modo factible de asegurarse contra ese riesgo.

(Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is the author of Irrational Exuberance, the second edition of which predicted the coming collapse of the real-estate…)

– El "Financial Times" refuta la tesis económica de Piketty (El Confidencial – 23/5/14)

"La "estrella del rock" Thomas Piketty, cuyo libro El capital en el siglo XXI ha sido el éxito editorial del año y está dando mucho que hablar, se equivoca", según afirma el diario británico Financial Times, que en su portada revela que los datos en los que se basan las tesis expuestas por el economista francés contienen "una serie de errores que sesgan sus hallazgos".

La publicación ha realizado una investigación en la que ha encontrado "errores y entradas inexplicables en sus hojas de cálculo, similares a los que el año pasado socavaron el trabajo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff sobre deuda pública y crecimiento". 

La idea central del libro del profesor Piketty es que las desigualdades de renta están alcanzando niveles vistos por última vez antes de la Primera Guerra Mundial, pero el diario británico afirma que su investigación socava esta tesis y asegura que hay "poca evidencia en las fuentes originales del economista para confirmar su tesis de que una proporción creciente de la riqueza total está en manos de una minoría de ricos".

Polémica y críticas

Pese a que el galo proporciona datos detallados sobre la desigualdad de la riqueza en Europa y Estados Unidos en los últimos 200 años, en sus hojas de cálculo "hay errores de transcripción de las fuentes originales y fórmulas incorrectas. También da la sensación de que algunos de los datos están construidos sin una fuente original". Y añade: "Una vez que el FT ha limpiado y simplificado sus datos, las cifras europeas no muestran ninguna tendencia hacia el aumento de la desigualdad de la riqueza a partir de 1970". El autor francés explica al diario británico que para su obra utilizó un "conjunto diverso y heterogéneo de fuentes de datos" y aunque reconoce que los datos son mejorables, afirma que no cree que las conclusiones de su trabajo se fueran a ver afectadas por dicha mejora. 

Sobre el libro de Piketty, Antonio España señalaba hace unos días en su columna Monetae Mutatione los errores del economista. Decía que "propuestas como las que se recogen en su comentada obra, como el tributo global a las rentas altas o la del impuesto progresivo sobre la riqueza, no deja de ser como utilizar la motosierra con el pretendido objetivo de reducir la desigualdad cortando por arriba y modelar a un tiempo la sociedad según su característico ideal igualitario". 

Antonio España se hacía eco de la crítica, "con bastante acierto a mi juicio" que hacía McCoy en su Valor Añadido sobre lo poco novedoso de las aportaciones de Piketty y "más relevante aún, la miopía del economista francés, que se centra en atacar el síntoma y yerra completamente en el diagnóstico de las causas". McCoy señalaba en su columna que comparte la tesis de Robert Shrimsley publicada en el FT (The nine stages of the Piketty bubble): "Nos encontramos ante una burbuja intelectual que lo único que hace es subir la cotización del autor… desde la nada más absoluta. Pura economía financiera, de hecho". Y termina: "su propuesta es tan inconsistente como la negativa colectiva a alterar un modelo que no funciona".

– Mazazo a la "Pikettymanía" (El País – 24/5/14)

Un artículo de "Financial Times" acusa al economista de cálculos torticeros

(Por Amanda Mars)

El libro revelación, la obra económica más popular sobre uno de los temas calientes del momento, la desigualdad, ha sufrido un revés esta semana. The Financial Times ha publicado un análisis en el que aflora una retahíla de errores y pone en duda incluso las grandes conclusiones de la obra. Un extenso artículo publicado el viernes por el editor económico del rotativo, Chris Giles, atribuye al economista francés Thomas Piketty (París, 1971) cálculos torticeros en El capital en el siglo XXI, una obra de 600 páginas en la que analiza la evolución de la riqueza en Europa y EEUU en los últimos 200 años.

Las críticas se centran básicamente en el capítulo 10 de la obra, sobre la distribución de riqueza. Giles detecta diferentes incorrecciones: algunos parecen un simple error de transcripción, como tomar mal el dato de concentración de riqueza de Suecia. Le reprocha también que no justifica los ajustes que realiza en las proyecciones para épocas en las que no había datos; o que no usa el mismo método para todos los países. Además, le acusa de no ponderar la población cuando calcula la media europea (que hace solo con tres países, Suecia, Gran Bretaña y Francia) y de utilizar las comparaciones de años que más conviene a su tesis sobre el incremento de la brecha social.

Piketty, que publicó en Internet las hojas de cálculo en las que basa sus explicaciones, respondió el viernes al Financial Times que "la disponibilidad de datos sobre riqueza (donde se concentran los reproches) son menos sistemáticas que para ingresos". Y que para homogeneizar las diversas fuentes de información (entre países, épocas, etc.) eran necesarios los ajustes. "No tengo duda de que mi base de datos histórica puede mejorar y mejorará", apuntó, si bien sostiene que no ha hecho uso sesgado de la información ni queda alterada la conclusión: la diferencia entre ricos y pobres crece.

El caso recuerda al sonado error descubierto en un estudio de dos prestigiosos economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, publicado en 2010 y en el que alertaban del lastre que el exceso de deuda pública suponía para el crecimiento de los países. En concreto, calculaban que la actividad se frenaba de forma muy abrupta cuando el lastre del pasivo superaba el 90% del PIB y la teoría -con porcentaje exacto incluido- fue utilizado como gran argumento intelectual por los principales defensores de los recortes de gasto público en las primeras fases de la crisis de la zona euro. El año pasado un estudiante de doctorado de la Universidad de Massachusetts descubrió que Reinhart y Rogoff habían omitido por error algunos datos de calado y usado metodologías más que discutibles.

Si entonces los reputados economistas admitieron los fallos pero salieron al paso recalcando que estos no ponían en tela de juicio sus conclusiones, la respuesta de Piketty es muy similar ahora. Pero igual que entonces los detractores de la austeridad a ultranza sacaron el máximo provecho del error de Rogoff y Reinhart, los críticos con la Pikettymanía y sus alarmas contra la brecha social también tienen ahora dónde rascar a golpe de artículos y blogs.

En medio del fuego, el Nobel Paul Krugman opinó hoy que algunos errores concretos puedan ser ciertos, pero defendió la idea global: "No es plausible que el aumento en la concentración de los ingresos del capital no reflejen un aumento más o menos comparable de la concentración del capital en sí mismo".

– Niño Becerra: "La desigualdad ha venido para quedarse" (El Economista – 25/5/14)

El catedrático de Economía Santiago Niño Becerra asegura que la desigualdad es un compañero de vida al que nos tenemos que acostumbrar, ya que ha hecho acto de presencia para quedarse.

Niño Becerra asegura que Thomas Piketty, el economista que ha devuelto a la actualidad internacional el concepto de desigualdad, a través de su libro "El capital en el siglo XXI", ya está dejando de estar de moda y que, a medida que la desigualdad de la que habla se acepte como algo a lo que nos tenemos que acostumbrar, puesto que "es inevitable, es irreversible", aún lo estará más.

La permanencia de la desigualdad la da por hecha Niño Becerra, fundamentalmente, por las siguientes razones: "Cada vez menos población es necesaria para producir lo que sea y cada vez el capital que posibilita lo anterior está en menos manos (porque cada vez se precisa más poder financiero para obtenerlo). Lo primero lleva a más desempleo estructural, más subempleo, menores salarios y más pobreza, que podría ser mitigada con una renta básica. Lo segundo lleva a una creciente riqueza de quienes ostentan la propiedad de ese capital y de sus vías de generación, sean personas, familias o corporaciones".

Del resultado de su análisis de la situación, el profesor de la Universidad Ramón Llull infiere que estamos ante una desigualdad "imparablemente creciente, mayor en los países calvinistas por sus raíces filosóficas. A mediados del siglo XIX una situación como esta, vista con los ojos de entonces y en aquellas circunstancias, hubiese dado lugar a una revolución, como la de 1848, pero hoy las revoluciones no están de moda".

Concluye Niño Becerra afirmando: "Airear la desigualdad ha sido útil porque se personalizaba una situación en unos momentos en los que había que ganar tiempo, pero ya se está llegando al final de ese camino: la desigualdad es la que es, así va a seguir. Y si el concepto de desigualdad ha llegado a la calle y se ha popularizado pienso que es porque las rentas medias y bajas están cayendo y porque la capacidad de endeudamiento de las clases media y baja se ha esfumado: en el 2006 había muchísima desigualdad, pero siempre era posible conseguir un crédito y para la inmensa mayoría de la población".

– La desigualdad pone en peligro el sueño americano (El País – 25/5/14)

Derecha e izquierda buscan fórmulas para abordar el debate sobre la creciente desigualdad

(Por Marc Bassets – Washington)

Las entradas al acto electoral costaban hasta cuatro mil dólares, unos tres mil euros. Bajo una carpa, los camareros servían vino y cócteles. El público lo formaban donantes del Partido Demócrata, muchos de ellos residentes en Potomac, un pueblo de bosques y mansiones ostentosas que figura en todos los ránquines de los lugares más ricos de Estados Unidos. Era el martes 13 de mayo. En algunos barrios de Potomac, la media de ingresos anuales de un hogar supera el medio millón de dólares. Si existe una patria del 1% en este país, o del 0,1% -la élite de la élite-, está en Potomac o en alguna de las poblaciones similares que rodean la capital, Washington.

Bill Clinton, presidente de EEUU entre 1993 y 2001, era el orador estrella de aquella reunión para recaudar fondos. Clinton acudió allí para apoyar a Anthony Brown, un candidato de su partido, el Demócrata, en las primarias para el cargo de gobernador de Maryland, el Estado donde se encuentra Potomac. El presidente no ha perdido el desparpajo ni la capacidad de seducción. "Maryland es un buen ejemplo del mensaje sencillo que intento llevar a América cada día: hay lugares en este país en los que la prosperidad está más repartida aunque la desigualdad aumente", dijo. Brown recaudó cerca de un millón de dólares en aquel acto.

Hace unos años escuchar la palabra desigualdad en boca de Clinton, y ante un público como el de Potomac, habría resultado insólito. La expresión no figura en ninguno de los discursos anuales sobre el estado de la Unión que pronunció cuando era presidente. Su retórica económica, similar a la de la tercera vía en Europa, ponía el acento en el crecimiento, la reforma del Estado de bienestar y la reducción del déficit.

Ahora es distinto. La desigualdad creciente de ingresos y de riqueza ocupa el centro del debate en EEUU. El presidente Barack Obama ha hecho de la igualdad de oportunidades el eje de su discurso económico. El populismo antielitista define el discurso en una izquierda que se prepara para el pos-obamismo. Los conservadores ya no evitan hablar de la disparidad de ingresos y la brecha entre clases sociales. Y en Roma el papa Francisco, con sus reflexiones sobre los excesos del capitalismo desbocado, se ha convertido en un aliado involuntario de Obama y un acicate para que la derecha revise sus mensajes más ásperos.

El libro del año -y quizá de la década- es un volumen de más de 600 páginas de un economista francés, Thomas Piketty, hasta ahora desconocido para el gran público, pero que en unas semanas se ha elevado en EEUU a la condición de superestrella con un tratado que demuestra con profusión de datos -muy al gusto norteamericano- el aumento de la desigualdad hasta unos niveles que se acercan a los del siglo XIX. La comparación con el siglo XIX no se sustenta sólo en la disparidad de ingresos -mientras los salarios reales de la clase trabajadora norteamericana apenas ha aumentado desde los años setenta, los salarios de 1% con más ingresos han subido un 165%, según datos citados por el Nobel Paul Krugman-, sino en la disparidad del patrimonio. Regresa el espectro de la sociedad de rentistas, marcada por la herencia: la idea de que los hijos y nietos de los ricos de Potomac seguirán siendo la clase dominante durante generaciones.

"La desigualdad alcanzó su marea más baja en Estados Unidos entre 1950 y 1980: el 10% superior en la jerarquía de ingresos se llevaban entre el 30% y el 35% de los ingresos nacionales de EEUU, aproximadamente el mismo nivel que Francia hoy", escribe Piketty en su libro, Capital en el siglo XXI. "Desde 1980, sin embargo, la desigualdad de ingresos ha estallado en EEUU. La parte del 10% superior ha aumentado del 30%-35% de los ingresos nacionales en los años setenta al 45%-50% en la década del año 2000". El incremento del 1% con más ingresos todavía es más acusado.

La Piketty manía tiene un precio. Los críticos escrutan los errores y fallos interpretativos en el libro. Este fin de semana, el diario Financial Times ha publicado una investigación que arroja dudas sobre los cálculos y métodos del economista francés. Hasta el punto de cuestionar una de sus conclusiones: que las desigualdades en la riqueza hayan regresado a niveles anteriores a la I Guerra Mundial.

La traducción al inglés de Capital en el siglo XXI se ha encaramado a las listas de libros más vendidos siguiendo la estela de otros libros de académicos que definieron las controversias de su época. Lo logró Francis Fukuyama con El fin de la historia. Publicado tras la caída del muro de Berlín, el libro de Fukuyama teorizaba sobre el triunfo del capitalismo liberal. Unos años después, otro politólogo norteamericano, Samuel Huntington, diagnosticó el momento con El choque de las civilizaciones, escrito durante las guerras balcánicas de los años noventa.

Si ahora se habla de desigualdad en EEUU, no es por Piketty. "Ocurre que los libros navegan sobre olas", comenta durante una entrevista telefónica el historiador Michael Kazin, profesor en la Universidad de Georgetown y director de la revista progresista Dissent. En el momento de la conversación Kazin estaba sumergido -como parte de la clase intelectual de izquierdas en este país- en la lectura del libro. Piketty ha captado lo que los alemanes llaman el zeitgeist, el espíritu de la época.

"El libro de Thomas Piketty tiene tanto éxito porque la sociedad de EEUU está muy preocupada por el enorme crecimiento de la desigualdad que se ha producido desde los años setenta", dice, en un correo electrónico, el economista Emmanuel Saez. Saez, profesor en la Universidad de Berkeley, ha sido uno de los colaboradores más estrechos de Piketty en la recuperación minuciosa de estadísticas históricas sobre la concentración de ingresos y riqueza. "El libro tiene un éxito particular en EEUU porque alerta contra el retorno de la sociedad patrimonial, en la que los herederos acaban imponiéndose. Esto toca una fibra en América, un país que se fundó sobre la base del ideal meritocrático", argumenta Saez.

La desigualdad se agravó durante los años de Ronald Reagan en la Casa Blanca -un republicano que creía en la desregulación de los mercados y las rebajas de impuestos- y continuó con Clinton. La gran recesión, que se originó en la burbuja inmobiliaria de la pasada década, ha dejado más paro y una clase media que ha visto cómo se reducían sus ingresos y se agrandaba la distancia con el 1%, que salió de la crisis indemne. Lo peor -el terror a caer por el abismo, a precipitarse hacia una gran depresión similar a la de los años treinta- ha pasado. Y, al contemplar el paisaje después de la tormenta, es cuando surge en primer plano el problema de la desigualdad.

"Hay menos miedo por el corto plazo y más miedo por el largo plazo", constata desde Chengdu (China) el economista Tyler Cowen, profesor de la Universidad George Mason, en las afueras de Washington, y autor de Average is over (se acabó la medianía). Cowen describe en su libro un mundo desarrollado en el que las personas con un alto nivel de educación y habilidades tecnológicas prosperarán y acumularán más ganancias, y quienes carezcan de esta formación verán cerrada la entrada a los mejores trabajos y los mejores barrios. Una distopía: países desarrollados y democráticos divididos entre los que tienen (y saben desenvolverse con las máquinas) y los que no tienen (y no saben); entre los habitantes de pueblos como Potomac y las personas que subsistirán con empleos precarios y el salario mínimo.

La pregunta sobre el efecto de la desigualdad en la calidad democrática, o en la democracia a secas, vuelve a ser pertinente. "Entonces como ahora", ha escrito Krugman en alusión a la Francia de la Tercera República, "una riqueza inmensa permite comprar una inmensa influencia, no sólo en las políticas que se adoptan, sino en el discurso político". Cowen, un economista cercano a posiciones que en EEUU se llamarían libertarias, y en Europa liberales, no niega la existencia de las desigualdades ni su posible efecto pernicioso en la democracia si una parte de la población se distancia de las instituciones. La mayoría de miembros del Congreso de EEUU son hoy millonarios. Politólogos como Nicholas Carnes, de la Universidad de Duke, ven una relación directa entre la clase social de los legisladores y la despreocupación por las políticas que benefician a las clases medias.

Durante décadas, para la derecha en EEUU las desigualdades no supusieron ningún problema. El problema era la falta de oportunidades, pero como éste era el país del ascensor social, el del sueño americano, todo parecía solucionado. El propio Clinton, que es demócrata, apenas hablaba de desigualdad cuando era presidente (y los republicanos Reagan y Bush padre e hijo, menos). La revuelta del Tea Party -el movimiento populista y conservador que irrumpió tras la llegada del demócrata Obama a la Casa Blanca, en 2009, y marcó la agenda del Partido Republicano durante estos años- puso a la izquierda a la defensiva. Las bajadas de impuestos y los recortes en el gasto monopolizaban el discurso económico. En dos años esto ha cambiado. En las elecciones presidenciales de 2012, el candidato republicano, Mitt Romney, pagó cara su imagen de plutócrata desconectado del norteamericano de a pie. La parálisis del ascensor social pasó a ser un hecho ampliamente admitido, a izquierda y derecha. Desde entonces la lucha contra las desigualdades forma parte del vocabulario mitinero de Obama. Lo llamativo es que los conservadores hayan hecho suyo este discurso.

Para Piketty, la causa de las desigualdades hay que buscarla en la acumulación de las rentas de capital, que crecen a un ritmo más rápido que la economía, lo que abre la brecha entre las clases medias y los más ricos. Para Cowen, en cambio, es el abismo tecnológico. Para Charles Murray, seguramente el intelectual de más peso hoy en la derecha norteamericana, las desigualdades son reales y ponen en peligro la cohesión de EEUU, pero no se explican por las diferencias de ingresos, ni por las políticas fiscales, sino por las diferencias de valores o culturales.

En el ensayo Coming apart. The state of white America, 1960-2010 (El distanciamiento. El estado de la América blanca, 1960- 2010), Murray explica el declive de la clase trabajadora blanca por su desapego, desde los años sesenta, a lo que él considera las virtudes fundacionales de EEUU: religiosidad, laboriosidad, honestidad y matrimonio. Los miembros de esta clase, expone el autor, se casan menos, trabajan menos, van más a la cárcel y frecuentan menos la iglesia que las élites (Murray se divorció una vez, es agnóstico y defiende el matrimonio homosexual). Han entrado en una espiral que les distancia cada vez más de las élites industriosas, religiosas y cuyos miembros son proclives a casarse entre ellos y, por tanto, a procrear hijos más inteligentes (el uso del coeficiente intelectual en sus estudios es uno de los aspectos más discutidos de este intelectual).

Murray no ha leído a Piketty, dice en un correo electrónico. A la pregunta de por qué en EEUU el debate político gira de repente en torno a la desigualdad, responde: "Porque finalmente la izquierda socialdemócrata logró elegir a uno de los suyos presidente de Estados Unidos, y la izquierda americana, al mismo tiempo, se ha vuelto más parecida a la izquierda de Europa, donde la desigualdad ha dominado el debate durante décadas".

"La desigualdad importa porque en la sociedad real las personas evalúan su bienestar económico en relación con otros", observa el pikettyano Saez. "Por eso la desigualdad siempre será un problema en cualquier sociedad, no importa lo rica que sea. Dicho esto, la gente está más dispuesta a considerar justas las desigualdades basadas en el mérito que en la herencia".

"La clase media está desapareciendo. Se siente insegura", dice Roger Hickey, codirector de la Campaña por el Futuro de América, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido Demócrata. "No encuentran empleo, los salarios no suben, los conservadores desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad. A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de aquella gran clase media que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial. Supieron lo que era la seguridad, la oportunidad, la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. Ahora todo esto está amenazado".

"No creo que a los americanos les preocupe que los ricos ganen más. Les preocupa que sus salarios estén estancados. Los americanos no son receptivos ante los discursos sobre la desigualdad", opina Cowen. "En este país la envidia se dirige sobre todo a las personas con las que fuiste al instituto, a tus parientes, a tus amigos".

No es la desigualdad lo que debería alarmar a políticos y ciudadanos, sino los obstáculos de los pobres para salir de la pobreza, argumenta Robert Doar, que fue comisionado en la Administración de Recursos Humanos de Nueva York con el alcalde Michael Bloomberg. El multimillonario Bloomberg abandonó el cargo en diciembre. Su sucesor, el demócrata Bill de Blasio, llegó a la alcaldía con la bandera de la lucha contra las desigualdades, que se habían agravado durante los 12 años de Bloomberg.

"La movilidad y la pobreza son temas más importantes y merecedores de nuestra atención que la desigualdad", dice Doar en la sede en Washington del American Enterprise Institute (AEI), el laboratorio de ideas más influyente de la derecha de EE UU, donde ahora trabaja. Añade que a él le preocupa que la "obsesión" por querer que los ricos pierdan ingresos o patrimonio no acabe dañando a los pobres. Si los ricos son menos ricos, continúa, la economía flaqueará y el paro crecerá. Y en un país con menos ricos se reducirá la recaudación fiscal porque, si éstos pierden ingresos y patrimonio, pagarán menos impuestos.

Lo que tienen en común estos conservadores -Cowen, Murray, Doar- es que no rehúyen la cuestión de la desigualdad, aunque discrepen de las causas y las soluciones. El debate intelectual, instigado desde instituciones como el AEI, donde se cocinaron desde la revolución reaganiana hasta la invasión de Irak, refleja un cambio político: tras los años de individualismo del Tea Party, el Partido Republicano se ha dado cuenta de que corre el riesgo de perder la iniciativa ideológica y aparecer como un partido antipático, insensible a las dificultades de la clase trabajadora, puede ser letal. La derecha se esfuerza por articular un conservadurismo con rostro humano.

Y en la izquierda renace un nuevo populismo, una palabra que en EEUU carece de las connotaciones negativas que tiene en Europa y América Latina. "Hay aspectos demagógicos (en el populismo norteamericano), claro", dice Kazin, autor de The populist persuasion (la fe populista), historia de referencia en EEUU sobre el populismo, publicada en 1995. "Pero el núcleo del populismo", dice, "es la exigencia a los políticos de que estén a la altura de su palabra y de los ideales fundadores de este país, que consisten en que la élite debe servir a los intereses del pueblo". El significado de populismo, en EE UU, es literal: la defensa de los intereses del pueblo frente a las élites. Y no sólo el Tea Party representa esta tradición.

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Thomas Piketty, autor de "Capital en el siglo XXI'"

"La forma más racional para reducir la desigualdad es apostar por la fiscalidad progresiva sobre las rentas y también sobre la riqueza neta de los individuos" (entrevista a El País – 13/4/14)

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Emmanuel Saez, economista de la Universidad de Berkeley

"El libro de Piketty tiene un éxito particular en EEUU porque alerta contra el retorno de la sociedad patrimonial, en la que los herederos se imponen. Esto toca una fibra en un país que se fundó sobre el ideal meritocrático".

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Michael Kazin, historiador progresista de Georgetown

"El núcleo del populismo es la exigencia a los políticos de que estén a la altura de su palabra y de los ideales fundadores de este país, que consisten en que la élite debe servir a los intereses del pueblo".

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Barack Obama, presidente de Estados Unidos

"Los salarios medios apenas se han movido. La desigualdad se ha ahondado. La movilidad hacia arriba se ha estancado". (En enero, Obama pronunció por primera vez la palabra desigualdad en un discurso del estado de la Unión).

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Charles Murray, politólogo conservador

"La izquierda socialdemócrata logró elegir a uno de los suyos presidente de EEUU, y la izquierda americana, al mismo tiempo, se ha vuelto más parecida a la izquierda de Europa, donde la desigualdad ha dominado el debate durante décadas".

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Tyler Cowen, economista de la Universidad George Mason

"No creo que a los americanos les preocupe que los ricos ganen más. Les preocupa que sus salarios estén estancados. Los americanos no son receptivos ante los discursos sobre la desigualdad".

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Robert Doar, miembro de un "think tank" conservador

"Si los ricos son menos ricos la economía flaqueará y el paro crecerá. Y en un país con menos ricos se reducirá la recaudación fiscal".

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Roger Hickey, ala izquierda del partido demócrata

"A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de la gran clase media construida tras la Segunda Guerra Mundial".

"Hay una larga historia en este país de populismo progresista", dice Hickey. El activista recuerda a los agricultores que en el siglo XIX se organizaron contra las compañías de ferrocarriles y los monopolios, y las políticas del presidente Franklin Roosevelt como respuesta a la gran depresión de los años treinta. También contenía elementos populistas el discurso sobre la great society (la gran sociedad) del presidente Lyndon Johnson, del que esta semana se ha conmemorado medio siglo. La great society incluía medidas igualitaristas en el ámbito de los derechos civiles, como el fin de la segregación legal; y de la economía, como la lucha contra la pobreza y la creación de seguros médicos gratuitos para los mayores de 65 años y las personas con menos ingresos.

Di Blasio, el nuevo alcalde de Nueva York, resucitó esta tradición cuando, en campaña, decía que Nueva York se había convertido en una dickensiana historia de dos ciudades, donde conviven casi 400.000 millonarios mientras casi la mitad de ciudadanos viven cerca o en el umbral de la pobreza. El eslogan del movimiento Occupy -el 99% contra el 1%- se ha incorporado al lenguaje corriente. "Hoy, después de cuatro años de crecimiento económico, los beneficios empresariales y los precios de las acciones son inusualmente altos, y a los que están arriba nunca les ha ido mejor", dijo Obama en el último discurso sobre el estado de la Unión, en enero. "Pero los salarios medios apenas se han movido. La desigualdad se ha ahondado. La movilidad hacia arriba se ha estancado".

Era la primera vez que Obama pronunciaba la palabra desigualdad en un discurso sobre el estado de la Unión, el ritual anual en el que los presidentes definen sus prioridades. En boca de un político cerebral e instintivamente centrista como él, los intentos de hablar el lenguaje del populismo a veces suenan forzados. Nada que ver con Elizabeth Warren, senadora demócrata por Massachusetts desde enero de 2013 y estrella de la izquierda populista. Profesora de derecho en Harvard y jurista especializada en bancarrotas, Warren electriza a las bases progresistas con un lenguaje claro contra los bancos, las grandes corporaciones y las élites. "Ella habla el idioma populista", dice Kazin, que en su libro insiste en que el populismo, de izquierdas y derechas, es más una retórica que un programa político.

"¡Preséntate, Elizabeth, preséntate!", gritaban algunas personas congregadas, esta semana, para ver a Warren en una conferencia sobre el nuevo populismo organizada por la Campaña por el Futuro de América en un hotel de Washington. Se referían a la campaña para la nominación del Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de 2016. La exsecretaria de Estado Hillary Clinton es la favorita, pero si tiene un inconveniente es que es poco populista, demasiado cercana a Wall Street y asociada a la presidencia probusiness -favorable a las grandes empresas- de su marido, Bill Clinton.

"La defensora del pueblo, la tribuna del 99%, la senadora Elizabeth Warren", anunció el presentador. "Me dicen que os habéis pasado el día hablando de populismo, del poder de las personas para conseguir cambios en este país", dijo Warren. "Es algo en lo que creo de verdad". La senadora cargó contra los bancos, que han superado la crisis sin que ningún gran banquero vaya a la cárcel; denunció a los conglomerados que eluden el pago de impuestos; señaló a los políticos que negocian tratados de libre comercio de espaldas a los trabajadores. "El juego está amañado. Y eso no está bien", repetía como un estribillo. Sus palabras tenían un timbre izquierdista y profundamente americano. Porque éste no es un populismo antisistema. Al contrario. Los populistas norteamericanos defienden el sistema contra quienes creen que lo han traicionado.

"(Los americanos) varían, alteran y renuevan cada día las cosas secundarias; se cuidan mucho de no tocar las principales", escribió Alexis de Tocqueville, francés como Piketty, en los años treinta del siglo XIX. "Les encanta el cambio; pero temen las revoluciones".

– ¿Falseó Thomas Piketty los datos sobre la desigualdad? (BBCMundo – 26/5/14)

(Por Marcelo Justo)

El sorprendente best seller del economista francés Thomas Piketty sobre el aumento de la desigualdad global sigue dando que hablar.

El Financial Times publicó una dura crítica a los datos de su libro "El capital en el siglo XXI" y el semanario The Economist le contestó saliendo en su defensa.

Según Chris Giles, editor económico del Financial Times, Piketty comete errores en las proyecciones que hace para épocas en las que no había información, en el método que usa para distintos países y en un uso tendencioso de las estadísticas para probar su principal tesis, que la riqueza ha aumentado a mayor velocidad que el crecimiento económico en los últimos 300 años con un fuerte incremento de la desigualdad.

En una carta de respuesta al periódico británico, Piketty defendió sus conclusiones.

"Tenemos que trabajar con la información que hay que es muy heterogénea: datos sobre la herencia, la propiedad, escasa información sobre la propiedad y riqueza y las declaraciones impositivas. A estos datos hay que hacerles además ajustes para homogeneizar las comparaciones entre distintos países. De hecho, es posible que mi estimación de la concentración de la riqueza sea conservadora y que la realidad sea peor de lo que he medido", señala Piketty.

Impacto y polémica

El libro fue publicado en inglés el pasado 10 de marzo y trepó al número uno de las obras más leídas de Amazon en abril, hecho más que sorprendente si se tiene en cuenta que es un mamotreto de 650 páginas, lleno de datos y estadísticas.

Su impacto fue comparado con el que tuvo Adam Smith en el siglo XVIII, Karl Mark en el XIX y John Maynard Keynes en el XX, pero fue el corolario de la tesis fundamental del libro el que más contribuyó a la polémica.

Si el análisis histórico de Piketty es correcto, el capitalismo tiene una falla sistémica: produce una creciente desigualdad.

Este diagnóstico fue virulentamente criticado por importantes sectores de la prensa de derecha anglosajona, desde The Wall Street Journal del grupo Murdoch hasta el británico Daily Telegraph.

Pero es la crítica del Financial Times, enfocada en la base de datos de Piketty, la que puso en tela de juicio el valor mismo del libro.

En su defensa salió el viernes pasado un medio de indudable filiación capitalista: The Economist.

"La repercusión por la crítica del Financial Times contenía cierta apenas disimulada satisfacción de los detractores de Piketty, muchos de los cuales no han leído el libro. La mayoría de los datos recogidos por Piketty y otros economistas han sido usados para crear el "World Top Income Database". Este trabajo no ha sido cuestionado. Hay un par de errores que parecen ser de transcripción o de ajustes hechos a datos que requieren una evaluación del investigador", señala el semanario británico.

En gran medida los ataques a "El capital en el siglo XXI" se deben a que, si las premisas del libro son correctas, las implicaciones a nivel de política económica son claras.

Según Jorge Gaggero, miembro fundador de Tax Justice en América Latina, hay una clara puja de intereses en torno a la polémica.

"Es lógico que un libro de casi 700 páginas de ese alcance, escrito por alguien de formación neoclásica, que rechaza las fórmulas matemáticas para recuperar una visión histórica de la economía, suscite esta crítica de los que están interesados en sacar el tema de la agenda global", indicó a BBC Mundo.

¿Piketty subestima la desigualdad?

Otra crítica que se le ha hecho al libro es que, en realidad, subestima la desigualdad al utilizar un cálculo muy conservador de la riqueza en paraísos o guaridas fiscales.

En su trabajo, Piketty se basa en los datos de otro investigador de la Paris School of Economics, Gabriel Zucman, quien calcula en unos US$ 8 billones la riqueza oculta en las guaridas fiscales.

El estudio de Zucman se basa en los datos disponibles de estudios macroeconómicos (balanza de pagos, por ejemplo) y solo incluye activos financieros, dejando afuera otro tipo de riqueza (yates, obras de arte, etc.).

Según un informe de James Henry, profesor del Centro para la Inversión Internacional Sostenible de la Universidad de Columbia, sobre la riqueza oculta ("The price of offshore revisited"), Piketty incurre en una subestimación que minimiza la desigualdad real planetaria.

"Hay unos US$ 21 billones ocultos en guaridas fiscales. La mitad de esta suma está en manos de las 91.000 personas más ricas del mundo, un 0,001% de la población mundial, que controla una tercera parte de toda la riqueza mundial. Pero más allá de este error sobre el monto y crecimiento de esta riqueza oculta, que el mismo Piketty ha admitido, los cuestionamientos que se le han hecho son triviales", indicó Henry a BBC Mundo.

En su carta al Financial Times, el mismo Piketty reconoce la necesidad de una mejor contabilización de esa riqueza oculta.

"En realidad es muy posible que mis propias estimaciones no tomen plenamente en cuenta la riqueza offshore o en paraísos fiscales, algo que profundizaría la desigualdad", señala el economista.

El otro libro de Piketty

En otro trabajo de Piketty, editado con el británico Anthony Barnes Atkinson y publicado por la Universidad de Oxford, "Top Incomes, a Global Perspective", hay dos análisis diferenciados: el de los países desarrollados en el primer tomo y de los países en desarrollo en el segundo.

En este segundo tomo, que abarca a muchas naciones asiáticas (India, China, Japón, Indonesia, Singapur) y fue publicado en 2010, figura una sola de América Latina: Argentina.

El autor de este estudio, Facundo Alvaredo, que ha colaborado con Piketty en la Paris School of Economics, señala que durante mucho tiempo Argentina fue identificada como una de las economías con menor desigualdad relativa en América latina, pero que durante los 80 y 90 el aumento de la desigualdad ha superado el promedio de América latina.

Las polémicas consecuencias de este análisis se ven en la valoración que hace del Peronismo como el período en que "el gobierno se embarcó en una fuerte política redistributiva durante tres años (entre 1946 y 1949), estableciendo las bases para el estado del bienestar y el desarrollo de la poderosa clase media que caracterizó al país hasta fines de la década de 1960".

El impacto de una perspectiva político-económica semejante sobre toda la región, calificada como la más desigual del mundo, es evidente.

En medio de la polémica una cosa es indudable: el trabajo de Piketty ha estimulado una nueva camada de investigaciones sobre el tema.

"En los últimos 10 años ha habido un creciente interés sobre la desigualdad, pero ninguno con un aporte tan abarcativo como el de Piketty. Esto está abriendo puertas a nuevas investigaciones que mejorarán los datos y la información", indicó a BBC Mundo Gaggero.

De ahí a un cambio de política global hay un largo trecho.

– Picketty omite el knowhow (Project Syndicate – 27/5/14)

Cambridge.- Los marcos teóricos son muy buenos porque nos permiten comprender en términos simples aspectos fundamentales de un mundo complejo, como lo hacen los mapas. Pero, al igual que éstos, sólo sirven hasta cierto punto. Los mapas de ruta, por ejemplo, no muestran las condiciones del tráfico ni indican los trabajos viales que se puedan estar realizando.

Una manera útil de comprender la economía mundial se encuentra en el marco que presenta Thomas Piketty en su celebrado libro Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI). Piketty divide el mundo en dos elementos fundamentales: el capital y el trabajo, que se emplean en la producción y participan en los ingresos.

La diferencia principal entre ellos es que el capital es algo que se puede comprar, poseer, vender y, en principio, acumular sin límites, como lo han hecho los súper ricos. El trabajo es el uso de una capacidad individual que otros pueden remunerar pero no poseer, ya que la esclavitud ha dejado de existir.

El capital tiene dos características interesantes. En primer lugar, su precio lo determina el monto de los futuros ingresos que pueda producir. Si un terreno produce más del doble que otro en términos de toneladas de maíz o de alquiler comercial, naturalmente su valor tendría que ser el doble. Si no lo fuera, su dueño lo vendería para adquirir el otro terreno. Esta condición de no-arbitraje implica que, en equilibrio, todo capital produce la misma rentabilidad ajustada al riesgo, la cual Piketty estima que históricamente ha sido de 4 a 5% al año.

La segunda característica interesante del capital es que se acumula mediante el ahorro. Un individuo o un país que ahorra 100 unidades de ingreso deberían recibir, a perpetuidad, un ingreso anual de unas 4 a 5 unidades. A partir de esto, es evidente que si el capital se reinvirtiera en su totalidad y la economía creciera menos del 4 a 5%, el capital y el ingreso que produce aumentarían en relación a la economía.

Piketty sostiene que, debido a que los países ricos están creciendo menos del 4 a 5%, se están volviendo más desiguales. Esto se puede ver en las cifras que nos muestra, a pesar de que en Estados Unidos gran parte del aumento de la desigualdad no se debe a esta lógica, sino al aumento de lo que Piketty llama los "súper gerentes", quienes reciben sueldos extremadamente altos (sin embargo, no explica por qué).

Apliquemos entonces esta teoría al mundo y veamos que tan bien funciona. En los 30 años que van desde 1983 a 2013, Estados Unidos pidió prestado al resto del mundo, en términos netos, más de US$ 13,3 billones, o cerca del 80% de su PIB de un año. Antes de que comenzara este período, en 1982, Estados Unidos ganaba alrededor de US$ 36 mil millones provenientes del resto del mundo como ingreso financiero neto, producto del capital que había invertido previamente en el extranjero.

Si se supone que la renta de este capital fue del 4%, ello equivaldría a ser dueño de US$ 900 mil millones en capital extranjero. O sea, si hacemos los cálculos, Estados Unidos hoy tendría una deuda con el resto del mundo de alrededor de US$ 12,4 billones (13,3 menos 0,9). Al 4%, esto representaría un pago anual de US$ 480 mil millones. ¿Correcto?

Tremendamente incorrecto. En términos netos, Estados Unidos no le paga nada al resto del mundo por su deuda. Por el contrario, ganó alrededor de US$ 230 mil millones en 2013. Suponiendo un rendimiento del 4%, esto equivaldría a poseer US$ 5,7 billones en capital extranjero. De hecho, la diferencia entre lo que Estados Unidos "debería" pagar si estuviera correcto el cálculo de Piketty es alrededor de US$ 710 mil millones en renta anual, o US$ 17,7 billones en capital – el equivalente a su PIB anual.

Estados Unidos no es la única excepción a este errado cálculo, y las brechas son sistemáticas y profundas, como lo hemos demostrado Federico Sturzenegger y yo.

En el extremo opuesto se encuentran países como Chile y China. En términos netos, Chile no ha recibido mayores préstamos en los últimos 30 años, pero le paga al resto del mundo como si hubiera pedido prestado el 100% de su PIB. En los últimos 10 años, en términos netos, China le ha prestado al resto del mundo alrededor del 30% de su PIB anual, pero no recibe nada a cambio. Desde el punto de vista de su riqueza, es como si esos ahorros no existieran.

¿Qué está ocurriendo? La simple respuesta es que las cosas no se hacen sólo con capital y trabajo, como lo sostiene Piketty, sino que también incluyen el knowhow.

Para apreciar el efecto de esta omisión, consideremos que los préstamos netos de US$ 13 billones obtenidos por Estados Unidos, dramáticamente subestiman la cuantía de los préstamos brutos, que se aproxima más bien a los US$ 25 billones. Estados Unidos utilizó US$ 13 billones para cubrir su déficit y el resto para realizar inversiones en el extranjero.

Este dinero se mezcla con el knowhow como inversión extranjera directa, y el retorno para ambos se aproxima más al 9%, en comparación con el 4% o menos que se les paga a los prestamistas. De hecho, el 9% de US$ 12 billones es más que el 4% de US$ 25 billones, lo que explica este aparente misterio.

Chile y China colocan sus ahorros en el exterior sin mezclarlos con knowhow -compran acciones y bonos– y como consecuencia reciben solamente el 4 a 5%, o menos, que Piketty supone. Por el contrario, en Chile y China los inversores extranjeros aportan un knowhow de gran valor; por lo tanto, el influjo de capital bruto rinde más que los ahorros brutos en el exterior. La diferencia en este rendimiento no se puede arbitrar, porque el knowhow es necesario para obtener mayores rentas.

El punto es que la creación y el desplazamiento de knowhow constituyen una fuente importante de creación de riqueza. Después de todo, Apple, Google y Facebook en conjunto valen más de US$ 1 billón, a pesar de que el capital que se invirtió en ellos originalmente fue sólo una mínima fracción de esa cantidad.

Quién se embolsa la diferencia es un tema a explorar. El knowhow no reside en individuos sino en equipos con fuerte cohesión. Cada uno de sus miembros es crucial, pero fuera del equipo, cada individuo tiene un valor mucho menor. Los accionistas pueden querer hacerse de la diferencia en forma de ganancias, pero no pueden prescindir del equipo.

Y aquí viene el papel de los súper gerentes: buscan embolsarse parte del valor creado por el equipo. Detrás del crecimiento de la riqueza y de la desigualdad no yace sólo el capital, sino también el knowhow.

(Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American Development Bank, is Professor of the Practice of Economic Development at Harvard University, where he is also Director of the Center for International Development)

– Piketty se equivoca (El Confidencial – 31/5/14)

(Por Daniel Lacalle)

"There is always inequality in life. Some men are killed in a war and some men are wounded and some men never leave the country. Life is unfair" John F. Kennedy.

Si recuerdan el incidente del año pasado con las famosas hojas de Excel de Rogoff y Reinhardt, no les sorprenderá la ronda de acusaciones que hemos vivido esta semana respecto al polémico libro de Thomas Piketty "El Capital en el siglo XXI".

El Financial Times publicaba el pasado sábado un artículo cuestionando los datos y las conclusiones del libro sobre el aumento desproporcionado de la riqueza en las clases altas en los últimos años. Piketty respondía en detalle unos días después. Gracias a la polémica, hoy disponemos de gran cantidad de datos y se puede contrastar la relevancia de cada uno.

El problema de fondo siempre es el mismo. No es el análisis económico, sino la conclusión política lo que falla. Lo mismo ocurrió con las conclusiones sobre deuda y crecimiento de Reinhardt y Rogoff. Aunque no se desmentía que los países con más endeudamiento crecen menos, si se ponía en duda la conclusión drástica de que dejasen de crecer o decreciesen.

En el caso de Piketty es similar. No se desmiente la validez de muchos datos, pero se desmonta radicalmente la conclusión política, que aparece forzada, retorcida y desligada de los mismos. Su recomendación de que se debe expropiar y confiscar la riqueza no proviene de la información recopilada, enormemente valiosa, sino de su filosofía personal y percepción política: que la riqueza es injustificada y debe ser redistribuida, por supuesto, por el Estado. Desprecia el factor riesgo y el esfuerzo en la generación de riqueza e ignora las ineficiencias y obstáculos creados por el estado.

Olvidar, como hace Piketty, que el importantísimo aumento de la riqueza en las clases bajas que él mismo muestra en sus datos es una gran noticia y un éxito del capitalismo demuestra una perspectiva de la economía recaudatoria

Piketty asume que la acumulación de riqueza es uniforme y constante, a pesar de mostrar, en sus propios datos, enormes caídas y fluctuaciones -de hasta el 78%- en los periodos recesivos. Para él la riqueza es simplemente acumulativa, cuando el propio análisis de las mayores fortunas en treinta años muestra bancarrotas y variaciones muy relevantes.

Piketty también olvida, al calcular la riqueza del 1% de la población, un factor esencial: la deuda contraída. En vez de analizar una rentabilidad sobre el capital empleado de los distintos extractos de población, asume que quien ha tomado un préstamo, creado una empresa y ganado una fortuna, no merece el fruto de su riesgo y esfuerzo comparado con quien se haya quedado en casa. O aún peor, asume que ese esfuerzo es irrelevante, su fruto inmerecido y que debe entregarse al Estado para que lo redistribuya,… si lo hace. Piketty no analiza en ningún caso si las políticas redistributivas aplicadas en su país, Francia, han sido efectivas. Claramente no, cuando muestra un aumento de la desigualdad similar al de países más liberales.

Olvidar, como hace Piketty, que el importantísimo aumento de la riqueza en las clases bajas que él mismo muestra en sus datos es una gran noticia y un éxito del capitalismo demuestra una perspectiva de la economía recaudatoria. Dicho aumento de riqueza proviene de depósitos y valor de inmuebles, con un porcentaje de deuda contraída mucho menor que el de las clases medias o altas.

Ignorar el riesgo y esfuerzo tomado para acceder a esa riqueza lleva a desincentivar que se siga creciendo. ¿Para qué esforzarse? Al asumir la riqueza en los países avanzados como una anomalía injusta, casi gratuita, comete un grave error. Lo demuestra el hecho de que ignore totalmente el impacto negativo en crecimiento y desigualdad de los países con un alto nivel de clientelismo e intervencionismo o corrupción.

No es de extrañar, porque Piketty no cuestiona el papel de los estados ni su nivel de intervención en la economía, de hecho la justifica, al analizar la riqueza desde un punto de vista recaudatorio, no de esfuerzo, riesgo o creación de valor.

Redistribución. Siempre, por supuesto, partiendo de la base de que su dinero no es suyo y su éxito, inmerecido.

Si algo se desprende de los datos del libro de Piketty, y confirmado por Angus Deaton en el excelente libro "The Great Escape: Health, Wealth, and the Origins of Inequality" es que el mundo hoy ha conseguido reducir la pobreza radicalmente y mejorar la calidad de vida de la mayoría.

Lo que olvida Piketty es donde se crea el verdadero problema de pobreza y desigualdad, que no es en Estados Unidos, Suecia o Reino Unido, países a los que gran parte de los ciudadanos del mundo buscan emigrar por sus oportunidades, sino en los países muy intervenidos y los eternamente emergentes. El propio Kenneth Rogoff lo mencionaba en un excelente artículo "¿Dónde está el problema de la desigualdad?". El capitalismo ha conseguido una mayor reducción de la pobreza global en los últimos treinta años que en todo el periodo analizado por Piketty en su libro.

En mi opinión, Piketty pierde la perspectiva sobre el gran problema, que es el intervencionismo, clientelismo y corrupción. Merece la pena leer el estudio de Anne Krueger "La economía política de las sociedades rentistas" (1), donde se muestra que la falta de libertad, instituciones independientes y transparencia tienen mayor impacto sobre la desigualdad, pobreza y crecimiento para todos los ciudadanos.

Piketty no rechaza la desigualdad como algo negativo, pero asumía, incorrectamente, que los niveles de la misma llegaban a máximos cercanos a los registrados antes de graves conflictos o guerras y que, por lo tanto, se debía prevenir con megaimpuestos para evitar un estallido bélico.

Pues bien, ese análisis apocalíptico se desmonta cuando los datos muestran que los niveles de desigualdad no son ni remotamente cercanos a los de épocas pre-bélicas y, sobre todo, cuando pasa de puntillas, no por casualidad, sobre el hecho de que el mayor aumento de la riqueza de las clases pobres y medias se dio entre 1980 y 1995, esa era neoliberal malvada para algunos. Un aumento en Reino Unido del 34% de la renta per cápita real para las clases más pobres y un 39% en Estados Unidos. Lo comentaba en "Desigualdad, pobreza e ideología".

Los mayores errores del libro de Piketty se encuentran en las conclusiones sobre el Reino Unido, donde la diferencia entre sus datos y los del Financial Times llevan a conclusiones diametralmente diferentes, como muestra The Economist y, en el caso de Estados Unidos, John Cassidy. No sólo no ha aumentado la desigualdad a niveles pre-belicos, sino que en el caso de Reino Unido se ha moderado. En el caso de Estados Unidos se muestra que el porcentaje de riqueza total del primer percentil alcanzó su máximo en 1995 y no ha aumentado, de hecho ha descendido.

A Piketty no parece preocuparle si el Estado distribuye bien o mal, despilfarra, o acapara hasta un 50% de la riqueza y propone algo que es simplemente impracticable: una tasa global a la riqueza. Es imposible asumir que todos los países del mundo adopten una medida así. Y él lo sabe, pero su propuesta será recibida con brazos abiertos por gobiernos y partidos. Ya lo comentábamos cuando hablábamos de los paraísos fiscales. No se puede pretender una medida global de semejante calado por una sencilla razón: siempre va a existir un grupo de países que no van a estar dispuestos a implementarla.

Piketty no rechaza la desigualdad como algo negativo, pero asumía, incorrectamente, que los niveles de la misma llegaban a máximos cercanos a los registrados antes de graves conflictos o guerras y que, por lo tanto, se debía prevenir con megaimpuestos para evitar un estallido bélico

Buscar la igualdad a cualquier precio es desincentivar la creación de riqueza y empobrecer a todos. Pretender que un mega-impuesto distribuye correctamente la riqueza es despreciar el esfuerzo y el riesgo. Pensar que las medidas confiscatorias no tienen impacto sobre el crecimiento y el progreso es más que aventurado, sobre todo cuando no menciona que el periodo en que más ha crecido la desigualdad en los países con más sector público de Europa, según sus propios datos, ha coincidido con un creciente gasto y poder político.

Atraer capital y crear riqueza, mejorando la renta disponible de todos, genera más oportunidades y crecimiento. La desigualdad no se reduce con políticas confiscatorias, sino con incentivos para crear riqueza.

No hace falta entrar en medidas confiscatorias. El fracaso de las mismas ya lo vivimos hace muy poco, cuando la tasa marginal del impuesto sobre la renta era del 80% y Reino Unido, por ejemplo, era "el enfermo de Europa, condenado a mendigar, pedir prestado o robar" (Henry Kissinger).

El objetivo primordial debe ser garantizar la libertad, que permite crecimiento y desarrollo. Como me decía un taxista el otro día en Londres "volver a 1973 le debe parecer estupendo a cualquiera que no haya vivido en 1973… o a un loco".

El premio Pulitzer Charles Krauthammer decía que "existe una razón por la que en Nueva York hay una estatua de la libertad. Que no es una estatua de la igualdad". El debate continuará.

(1) Krueger, Anne "The Political Economy of the Rent-seeking society" American Economic Review"

– La desigualdad real en EEUU permanece estable desde los años 80 (Libertad Digital – 31/5/14)

El enfoque más adecuado para medir el bienestar no es tanto analizar los ingresos como la capacidad de consumo de los hogares.

(Por Diego Sánchez de la Cruz)

La reciente publicación de El Capital en el siglo XXI ha convertido a Thomas Piketty en uno de los economistas favoritos de la izquierda estadounidense. Según sus tesis, la brecha entre rentas altas y bajas lleva años desarrollando una tendencia creciente que anticipa un mundo de mayor desigualdad socioeconómica.

Sin embargo, la pesimista interpretación que hace Piketty de las últimas décadas ha sido puesta en tela de juicio por Kevin Hassett y Aparna Mathure, entre muchos otros. Ambos economistas han subrayado que "los datos de ingresos no siempre son la mejor referencia para medir el nivel de bienestar de una sociedad". En su caso, el enfoque adecuado es el que pondera la capacidad de consumo de los hogares.

¿Cómo determinarlo? Hassett y Mathur citan dos fuentes centrales:

  • En primer lugar, la Encuesta Nacional de Gasto de los Consumidores (CEX, por sus siglas en inglés).

  • En segundo lugar, la Encuesta de Consumo y Utilidades Energéticas Familiares (RECS, por sus siglas en inglés).

Ateniendo a la primera de estas dos fuentes, encontramos que "desde 1980 hasta la actualidad, el aumento de la desigualdad ha sido mínimo. De hecho, este indicador habría ido a menos durante la reciente crisis (2007-2009)". Hassett y Mathur construyen incluso un Coeficiente Gini dedicado a medir la desigualdad por capacidad de consumo de forma análoga al Coeficiente Gini que estudia la desigualdad según nivel de ingresos. El resultado vuelve a ser revelador: apenas hay cambios pese al paso de los años.

Con el índice CEX como referencia, vemos que en el año 1984, los hogares correspondientes al 20% más rico de la población estadounidense amasaban el 37% del gasto de consumo en el país del Tío Sam. Para dicho ejercicio, el 20% de menor renta sumaba alrededor del 10%.

En el año 2005, el quintil de mayor renta mejoró su posición relativa de forma muy sensible, alcanzando cotas del 38% o 39%. No obstante, el estallido de la Gran Recesión volvió a achicar las diferencias, con el 20% más humilde ganando un punto porcentual en el total de consumo nacional.

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Expresando estos datos según el Coeficiente Gini, vemos que las diferencias según la capacidad de consumo se han mantenido prácticamente iguales a lo largo de los últimos treinta años. Concretamente, de 1984 a 1990, la ratio fue de 4,21 puntos, mientras que entre los años 2000 y 2010 dicho indicador se quedó en 4,46, con tendencia a la baja desde el estallido de la Gran Recesión.

No obstante, la mejor forma de optimizar estos cálculos pasa por considerar varios factores: por un lado, los datos de la encuesta CEX se refieren a cada hogar, por lo que cabe adaptarlos a una escala per cápita; por otro, al analizar una muestra de años tan significativa es recomendable controlar los datos para considerar el aumento de la población.

Establecidas estas correcciones, vemos que el crecimiento del gasto de consumo del 20% más rico ha ido prácticamente parejo al desempeño del 20% de menor renta. De hecho, tanto en la crisis de las "punto com" como durante la Gran Recesión, las rentas más bajas han experimentado mejores datos que el quintil de mayores ingresos.

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