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Crecimiento vs. Desigualdad: ¿un falso debate? (Parte I) (página 2)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Xavier Sala-i-Martin es uno de los mayores expertos en todo el mundo en este tema. En este vídeo de su blog, explica perfectamente cómo desde 1970 se está produciendo un fenómeno muy importante. Algunos de los países más pobres, especialmente los asiáticos, están creciendo de forma espectacular. Como, además, están entre los más poblados, eso está haciendo que la desigualdad global, en términos absolutos, esté descendiendo. En Europa o EEUU podemos tener una percepción diferente, porque en ambas regiones sí ha habido un aumento de los índices que miden la desigualdad (especialmente el Coeficiente de Gini).

– Más desiguales, pero mejor: el anterior epígrafe parece contradecir la afirmación del informe de que "siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos 30 años".

Sin embargo, es cierto que si lo medimos en términos globales ha caído la desigualdad (como explica Sala-i-Martin). Y al mismo tiempo, dentro de la mayoría de los países la desigualdad interna se ha incrementado (como dice Intermon-Oxfam). Por ejemplo: es evidente que en China han aumentado las diferencias de ingresos entre ricos y pobres respecto a la situación de 1980. Pero al mismo tiempo, todo el país ha experimentado una mejoría muy notable, que le ha permitido acercarse a los países desarrollados y de la que se ha beneficiado la gran mayoría de su población (incluso aunque sigue muy lejos en renta per cápita).

En el caso del país asiático, el informe de la ONG presenta el siguiente gráfico, con la media de ingresos del 10% de sus habitantes más ricos desde 1980 a la actualidad. Y la pregunta que nos podemos hacer es ¿cómo están mejor los chinos: ahora o en 1980? Leyendo el estudio, parecería que hace 30 años porque eran más "iguales". En Corea del Norte, por ejemplo, el coeficiente de desigualdad debe ser muy parecido al de 1970. Pero no parece que sus ciudadanos tengan mucho que presumir ante sus vecinos chinos.

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– ¿Ingresos o riqueza?: éste es un tema clave cada vez que se habla de pobreza. Hay que aclarar siempre si nos referimos a rentas (es decir, el flujo anual de ingresos de una persona) o a riqueza (sus posesiones). Alguien puede ser muy rico en términos materiales (porque posee tres casas) y tener una renta pequeña (por ejemplo, un jubilado que vive de su pensión). Y al revés, alguien puede tener en un año unos ingresos puntuales muy elevados, pero no ser rico.

En el informe de Intermon-Oxfam hay demasiadas ocasiones en las que no queda claro de qué se está hablando. Quizás la frase en la que esta confusión es más evidente sea la que más ha transcendido de la parte dedicada a España. Los autores aseguran que "las 20 personas más ricas en España poseen una fortuna similar a los ingresos del 20% de la población más pobre". ¿Fortuna frente a ingresos? ¿Propiedades frente a rentas? Con esta confusión es difícil sacar conclusiones y uno duda de si en los datos globales no están cometiendo el mismo error. La mezcla de cifras, fuentes y referencias es constante. No es sencillo hacer un análisis preciso con unos datos tan poco fiables. De hecho, a lo largo de este martes han aparecido numerosos artículos en diversos medios que cuestionan la validez de los datos empleados; como Pablo Rodríguez Suanzes en El Mundo o Ricardo Galli, en su blog, por poner dos buenos ejemplos.

Al final, lo que dice realmente el informe de Credit Suisse del que se hace eco Intermon-Oxfam es que el 0,7% de la población del mundo (los 32 millones de personas más ricas) acumulan el 41% de la riqueza; y que el 68,7% de la población (3.200 millones de personas) acumula el 3% aproximadamente. Además, los 3.000-3.100 individuos más ricos acumulan entre el 0,6 y el 1% de la riqueza de todo el mundo (y hay que apuntar que incluso los autores del estudio de Credit Suisse alertan sobre la poca precisión que tienen este tipo de estudios).

– La distancia que hay de Slim a Gates: posiblemente el dato que más se ha comentado de todo el informe es ése que dice que "las 85 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial". Tras ver la confusión en los datos, es muy difícil aceptar la cifra. Pero incluso con las reservas expuestas, está claro que hay millonarios que poseen unas riquezas que igualan la suma de las propiedades de decenas de millones de personas.

Cada uno tendrá su opinión sobre el hecho de que los más ricos ganen tanto. A unos les parecerá horrible. Y otros pensarán que se lo merecen por su trabajo, esfuerzo o ingenio. Pero en cualquier caso, hay aquí otra cuestión que no se suele tener en cuenta. Entre los hombres más ricos del mundo se encuentra Carlos Slim (al que el informe de Intermon dedica una apartado especial, eso hay que reconocerlo) que ha creado gran parte de su fortuna a base de favores gubernamentales y obteniendo monopolios por su cercanía al poder. Nada hay de liberal ni de capitalismo en este proceso.

Pero junto al mexicano, aparecen en la listas de súper-millonarios personas como Bill Gates, Amancio Ortega o Ingvar Kamprad, el fundador de Ikea. Estos empresarios han logrado hacer que los muebles, la ropa o los ordenadores de miles de millones de personas del mundo sean más baratos y de mejor calidad. Es decir, han mejorado la vida de sus congéneres hasta extremos que no somos capaces de imaginar y les han permitido destinar parte creciente de sus rentas a otros menesteres. Por cierto, que los más favorecidas posiblemente sean las clases medias-bajas de los países occidentales, que han podido acceder a bienes que hasta entonces les estaban vetados. ¿Cómo y cuánto se debe remunerar eso?

Y otra cuestión: su riqueza no está atesorada en ningún banco. En realidad, la mayor parte de sus posesiones en realidad no es más que la estimación del valor de sus acciones en sus empresas, de las que viven decenas de miles de trabajadores. Nada de esto se explica tampoco en el informe.

– Por arriba o por abajo: una cuestión importante a la que no se suele aludir. Cuando hablamos de reducir la desigualdad hay dos opciones. Hacer más pobres a los ricos o más ricos a los pobres. Por alguna extraña razón, en casi todos los estudios parece que la opción preferida es la primera. No se dice explícitamente, pero todo apunta en esa dirección. ¿Por qué esa obsesión con quitarle dinero a los ricos? ¿No sería mejor subir las rentas de los que están en los últimos puestos de la lista? En parte, aquí hay una tendencia a pensar que la riqueza del mundo está creada y sólo se puede repartir, algo que no es cierto: el planeta es cada vez más rico gracias a la capacidad de innovación del ser humano. Si un país crece a base de comercio y trabajo, lo hará añadiendo más a la prosperidad mundial, no quitándoselo a nadie.

– ¿Quiénes son los ricos?: el informe recurre al ejemplo de EEUU en numerosas ocasiones. También en esto sigue la línea de estudios similares publicados en los últimos tiempos. Las estadísticas dicen que el 1%, 5% y 10% de los estadounidenses más ricos acapara un mayor porcentaje de la riqueza nacional que hace unas décadas. Parece un ejemplo de manual de cómo los que están arriba se aprovechan de su situación. Según Intermon: "La participación en la renta nacional estadounidense en manos del 10% más rico de la población se mantiene en el 50,4% (el porcentaje más elevado desde la Primera Guerra Mundial)".

Aquí también hay que hacer una salvedad. El 10% más rico en la actualidad no tiene por qué ser el 10% más rico de hace veinte años. Es decir, lo relevante para saber si en un país funciona la movilidad social y la meritocracia es saber cómo se mueven los individuos entre los diferentes grupos de renta según van desarrollando su carrera profesional.

Como explica Thomas Sowell en uno de sus últimos libros, medir los diferentes tramos de riqueza como si estos fueran compartimentos estancos es una falacia: "Los individuos que en 1996 se encontraban entre el 20% más pobre del país vieron cómo en 2005 su renta había aumentado en un 91%, con lo cual ya habían dejado mayoritariamente de pertenecer a la categoría estadística de los pobres. Los individuos pertenecientes al 1% más rico en 1996, por su lado, vieron cómo en el mismo período su renta se reducía en un 26% (por lo tanto, muchos de ellos dejaron de estar dentro de ese 1%). La historia concuerda con la hipótesis de que una de las variables principales que determinan el nivel de renta de un individuo es la edad, una variable que tiene la virtud de afectarnos a todos por igual. Encaja bien con el sentido común: hay pocos directivos de 20 años y pocos becarios de 60. Otra cosa es que los de la categoría de los pobres, que incluye cada año a gente distinta (y cada vez a más gente recién llegada a los Estados Unidos con lo puesto), tengan ahora rentas inferiores a las de hace unos años (o rentas superiores en valores absolutos pero menor participación en la renta nacional total)".

Las soluciones

Intermon-Oxfam no se queda sólo en el diagnóstico. También ofrece alternativas. Y algunas son realmente curiosas. De hecho, parecen contradictorias con el conjunto del informe.

En este sentido, hay que destacar que la parte más interesante del estudio es la que hace referencia a cuando "la riqueza se aprovecha de las políticas gubernamentales secuestrándolas, las leyes tienden a favorecer a los ricos". Los autores denuncian un fenómeno creciente en las sociedades occidentales. La capacidad de ciertos grupos de presión para sacar rentas (élites extractivas dirían algunos siguiendo la terminología que pusieron de moda Daron Acemoglu y James Robinson) es uno de los grandes peligros de las democracias. Lo curioso es lo que no dicen sobre esta cuestión.

– El problema y la solución: como decimos, el informe denuncia el peligro de que los políticos protejan a los grupos de interés y emitan leyes en su favor. Y como solución propone… ¡darles más poder a los políticos! El peligro para ellos es el "mercado", al que piden "regular" más, como si éste existiera en los sectores cerrados a la competencia o que se benefician de los favores gubernamentales. Por cierto, que es precisamente en estos sectores donde más regulación suele haber, precisamente para evitar la libre competencia. El problema no suele ser de falta de leyes, sino de la calidad de éstas.

– Más gasto público: el informe tampoco hace referencia a otro importante fenómeno. En los países occidentales (que es donde supuestamente más ha subido la desigualdad en las últimas décadas) el gasto público no sólo no ha bajado, sino que se ha disparado. Siempre se pide más intervención del Gobierno para hacer frente a la desigualdad. Y ya hemos apuntado que no está claro que ésta sea un problema. Pero para aquellos que creen que sí lo es (como Intermon-Oxfam), debería saltar una señal de alarma en lo que hace referencia al gasto público. En EEUU, su ejemplo más querido, estamos en máximos históricos en la relación gasto público/PIB, como puede verse en la siguiente tabla. Sólo en la Segunda Guerra Mundial, este indicador estuvo en un nivel superior. Y si creemos a Intermon-Oxfam, no sólo no ha caído la desigualdad, sino que ha aumentado. Así que no parece que ésta sea la solución mágica.

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– Los más ricos, en Washington: otra cuestión que no se cita. Se habla de los que se enriquecen y del Gobierno como si fueran dos grupos diferentes, pero cada día tienen más en común. Volvamos a EEUU. Seis de los diez condados más ricos de país son fronterizos con Washington D.C. Es más, los 13 condados que rodean a la capital norteamericana, y donde viven congresistas, asistentes, lobbistas y empleados públicos están entre los 30 más ricos del país. Todos ellos, sin excepción. Estar cerca de la capital es la mejor garantía de que un condado será rico. Y eso que hay más de ¡3.000 condados! en todo EEUU. Por eso, no está nada claro que la solución sea darle más poder a un Gobierno que ha generado esta situación (y en esto la culpa es tanto de administraciones demócratas como republicanas).

– Grupos de presión: como apuntamos, la advertencia de los autores sobre el poder de los grupos de presión y su capacidad de influir al legislativo es muy relevante. Eso sí, nada dice de grupos de presión no empresariales o de personas no adineradas; como si la presión de los sindicatos, las asociaciones profesionales o las organizaciones no gubernamentales no fuese importante. Su presencia en los medios y su capacidad de influencia también es enorme. Bien está denunciar la connivencia de los políticos con determinadas personas de alto poder adquisitivo, pero este análisis no puede quedar completo sin decir nada sobre esos otros grupos que buscan exactamente lo mismo que ellos: sacar provecho de su influencia para que las leyes se ajusten a sus deseos, necesidades o intereses.

– Los lobos de Wall Street (Project Syndicate – 23/3/14)

Londres.- "Qué narración sobre el estado del capitalismo del siglo XX", caviló el "orador motivacional" Jordan Belfort al rememorar su vida de fraude, sexo y drogas. Como jefe de la firma de corretaje Stratton Oakmont, él esquilmó a inversores cientos de millones de dólares en la década de 1990. Vi la película de Martin Scorsese El lobo de Wall Street y la misma despertó en mi la suficiente intriga como para incitarme a leer las memorias de Belfort, en las se basa el guion. Aprendí mucho.

Por ejemplo, la estafa conocida como "inflar y descargar", que hizo que Belfort y sus compañeros en Stratton lograran sus ganancias mal habidas, puede apreciarse con más claridad en el libro de memorias que en la película. La técnica funciona mediante la compra de acciones de empresas sin valor empleando testaferros, la posterior venta en un mercado al alza a inversores genuinos, y luego la descarga de todo.

No solamente se llevó a la ruina a pequeños inversores; lo que es más notorio es la codicia y la credulidad de los ricos, quienes se tragaron como verdaderas las mismas habladurías sin valor de los vendedores "jóvenes y estúpidos" que Belfort prefería contratar. Belfort fue(es) un muy refinado comerciante de aceite de serpiente, brillante en sus negocios hasta que las drogas arruinaron su buen juicio.

Belfort, personificando el elixir de éxito, después de un breve paso por la cárcel, profesa sentir vergüenza por su comportamiento, pero sospecho que en el fondo su desprecio por aquellos a los que estafó supera cualquier sentimiento de remordimiento. En su reciente libro, Capitalism in the Twenty-First Century, el economista Thomas Piketty describe a Stratton Oakmont como un ejemplo de "extremismo meritocrático" – la culminación de una transición de un siglo de duración desde la antigua desigualdad, que se caracteriza por la riqueza heredada y el estilo de vida discreto, a la nueva desigualdad, con sus bonos enormes y consumo conspicuo.

Se ha descrito a Belfort como una versión perversa de Robin Hood, una persona que roba a los ricos para dar lo robado tanto a sí mismo como a sus amigos. Los ricos consistían en la sociedad protestante con dinero que les fue heredado, cuyos miembros perdieron sus habilidades para proteger sus riquezas, mismas que fueron lícitamente confiscadas por astutos oportunistas -principalmente judíos– quienes eran lo suficientemente amorales como para tomar dichas riquezas para sí mismos. Sin embargo, las malversaciones de Stratton Oakmont no eran para nada la excepción en Wall Street. Como me dijo un buen amigo, quien fue regulador de la Comisión de Valores y Bolsa (SEC) durante 20 años, cuando le pregunté sobre el alcance del fraude, él me dijo: "En mi opinión es omnipresente. El sistema, simplemente, hace que sea demasiado fácil, y la naturaleza humana hace que se realicen maquinaciones en ambos lados. La codicia es la fuente de donde surgen todos los estafadores".

El lobo de Wall Street fue un depredador, pero también lo fueron todos los bancos de inversión de renombre que realizaban operaciones de venta en corto con los productos que vendían, y los bancos minoristas que ofrecían préstamos hipotecarios a prestatarios no viables, mismos que posteriormente ellos podrían volver a empaquetar y vender como títulos valores de calidad de inversión. Todos ellos fueron lobos con piel de oveja.

Un sistema bancario decente tiene dos funciones: cuidar los fondos de los depositantes y reunir a los ahorradores e inversores en intercambios mutuamente provechosos. Los ahorros se depositan en los bancos porque se confía en que ellos no los van a robar, y la custodia de dichos dineros tiene un precio. Los tratos que los bancos organizan entre prestatarios y prestamistas son la sangre vital de las economías modernas – y un trabajo riesgoso por el cual los banqueros merecen ser bien recompensados. Pero, el dinero que los bancos ganan por encima del costo de sus compensaciones por la prestación de un servicio esencial representa lo que el exregulador británico Adair Turner denomina "pérdida social", o lo que antes se describía como "usura".

No es el tamaño del sistema financiero lo que debería alarmarnos, sino su concentración y conectividad. En el Reino Unido, una parte cada vez mayor de activos bancarios se concentra en los cinco bancos más grandes. La teoría económica tradicional nos dice que las ganancias excesivas son el resultado directo de la concentración de la propiedad.

La conectividad es el vínculo entre los bancos. Estos vínculos pueden crearse por su localización, como ocurre en Wall Street o la Ciudad de Londres. Sin embargo, dichos vínculos se hicieron globales mediante el desarrollo de productos financieros derivados, que se suponía iban a aumentar la estabilidad del sistema bancario en su conjunto al dispersar el riesgo. En lugar de ello, aumentaron la fragilidad del sistema mediante la correlación de riesgo a lo largo y ancho de un espacio mucho más grande.

Tal como un artículo escrito por Andrew Haldane del Banco de Inglaterra y el zoólogo Robert May señala, los derivados fueron como los virus. Los ingenieros financieros y los operadores de bolsa compartían los mismos supuestos acerca de los riesgos que tomaban. Cuando estas suposiciones resultaron ser falsas, todo el sistema financiero se vio expuesto a la infección.

La concentración y la conectividad se refuerzan mutuamente. Dos tercios del crecimiento reciente que se muestra en los balances financieros de los bancos en el Reino Unido está constituido por adeudos internos entre bancos en lugar que adeudos entre bancos y empresas no financieras – esto demuestra que se está frente a un caso claro de dinero que crea dinero.

Los reformistas desean poner un límite máximo a los bonos que ganan los banqueros, también desean crear barreras entre departamentos bancarios, o (más radicalmente) quieren limitar a los bancos para que estos solamente puedan tener acciones de un solo banco en el total de activos bancarios de sus balances. Pero, la única solución duradera es simplificar al sistema financiero. Como Haldane y May señalaron: "La homogeneidad excesiva dentro de un sistema financiero -es decir, que todos los bancos hagan lo mismo- puede minimizar el riesgo de cada banco en particular, pero va a ir a maximizar la posibilidad de que todo el sistema colapse". Mientras los bancos puedan obtener ganancias de operaciones con títulos valores, ellos continuarán expandiendo los instrumentos financieros derivados en exceso, con relación a cualquier demanda legítima de operaciones de cobertura que necesiten realizar las entidades no bancarias, y por lo tanto, los bancos continuarán creando productos redundantes cuya única función es la de obtener ganancias para sus inventores y vendedores.

Cómo reducir los derivados es ahora, de lejos, el tema más importante en la reforma de la banca, y la búsqueda de soluciones debe guiarse por el reconocimiento de que la economía no es una ciencia natural. Como May señala: "Las probabilidades relacionadas a que ocurra una tormenta en 100 años no cambian porque las personas piensen que tal tormenta se ha tornado en más probable".

En los mercados financieros, las probabilidades sí dependen de lo que las personas piensen. Cuanto menos tengan que pensar, las cosas van por mejor camino. Jordan Belfort tenía parcialmente la razón: las personas que se dedican a las finanzas no deben ser demasiado ingeniosas.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party"s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO"s intervention in Kosovo in 1999)

– La riqueza por encima del trabajo (El País – 30/3/14)

Actualmente, seis de los diez estadounidenses más ricos son herederos y no emprendedores

(Por Paul Krugman)

No parece arriesgado afirmar que Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI), la obra magna del economista francés Thomas Piketty, será el libro de economía más importante del año (y tal vez de la década). Piketty, posiblemente el mayor experto mundial en desigualdad de rentas y patrimonio, hace algo más que documentar la creciente concentración de la riqueza en manos de una pequeña élite económica. También defiende de forma convincente el argumento de que estamos volviendo al "capitalismo patrimonial", en el que las altas esferas de la economía están dominadas no solo por los ricos, sino también por los herederos de esa riqueza, de modo que el nacimiento tiene más importancia que el esfuerzo y el talento.

Por supuesto, Piketty reconoce que todavía no hemos llegado a eso. Hasta ahora, la opulencia del 1% superior de Estados Unidos se ha debido principalmente a los sueldos y las primas de los ejecutivos más que a las rentas procedentes de las inversiones y más aún que a la riqueza heredada. Pero seis de los diez estadounidenses más ricos son ya herederos, más que emprendedores hechos a sí mismos, y los hijos de la élite económica de hoy parten de una posición de inmenso privilegio. Como señala Piketty, "el riesgo de un giro hacia la oligarquía es real y da pocos motivos para el optimismo".

Así es. Y si quieren sentirse aún menos optimistas, piensen en las actividades a las que se dedican muchos políticos de Estados Unidos. Puede que la incipiente oligarquía de EEUU todavía no esté completamente formada, pero uno de nuestros dos principales partidos políticos parece entregado a defender los intereses de la oligarquía.

A pesar de los desesperados intentos de algunos republicanos por fingir que no es así, la mayoría de la gente se da cuenta de que el Partido Republicano actual pone los intereses de los ricos por encima de los de las familias corrientes. Sin embargo, sospecho que hay menos gente que se dé cuenta de hasta qué punto el partido defiende las rentas de la riqueza por encima de las nóminas y los salarios. Y el predominio de los rendimientos del capital, que puede heredarse, sobre los salarios -el predominio de la riqueza sobre el trabajo– es el fundamento del capitalismo patrimonial.

Para ver de lo que hablo, empecemos por las políticas y propuestas políticas reales. Todo el mundo sabe que George W. Bush hizo todo lo que pudo por bajarles los impuestos a los muy ricos, que las rebajas destinadas a la clase media que aprobó básicamente eran una estrategia política para ganar más votos. Lo que es menos sabido es que las mayores rebajas fiscales beneficiaron no a los que cobraban sueldos muy altos, sino a los que no tenían oficio ni beneficio y a los herederos de las grandes fortunas. Es cierto que el segmento tributario superior sobre la renta se redujo del 39,6% al 35%. Pero el tipo impositivo más alto sobre los dividendos bajó del 39,6% (porque tributaban como rentas ordinarias) al 15%, y el impuesto sobre el patrimonio se suprimió por completo.

Algunos de estos recortes fiscales se revocaron durante el mandato del presidente Barack Obama, pero la cuestión es que la gran campaña de reducción de la presión fiscal de la época de Bush consistió principalmente en bajar los impuestos que gravaban los rendimientos del capital. Y cuando los republicanos reconquistaron una de las cámaras del Congreso, inmediatamente presentaron un plan -la "hoja de ruta" del representante Paul Ryan- que instaba a la eliminación de los impuestos sobre los intereses, los dividendos, las plusvalías y las propiedades inmobiliarias. Según ese plan, alguien que viviese únicamente de las rentas no tendría que pagar ningún impuesto federal.

Esta parcialidad de la política en favor de los ricos se ha visto reflejada en una parcialidad de la retórica; a menudo, los republicanos parecen tan concentrados en elogiar a los "creadores de empleo" que se olvidan de mencionar a los trabajadores estadounidenses. En 2012, el representante Eric Cantor, líder de la mayoría republicana de la Cámara de Representantes, estuvo en boca de todos por conmemorar el Día del Trabajo con una publicación en Twitter que ensalzaba a los empresarios. Y más recientemente, Cantor les recordó a los asistentes a una concentración del Partido Republicano que la mayoría de los estadounidenses trabajan para otros, lo que explicaba, al menos en parte, por qué tenían tan poco éxito los intentos de poner de relieve el supuesto menosprecio de Obama hacia los empresarios. (Otra explicación es que Obama no ha hecho tal cosa).

De hecho, no es solo que la mayoría de los estadounidenses no posea una empresa, sino que los ingresos de las empresas y los rendimientos del capital están cada vez más concentrados en manos de unos pocos. En 1979, el 1% de las familias más ricas representaba el 17% de los ingresos empresariales; en 2007, el mismo grupo obtenía el 43% de los ingresos empresariales y el 75% de las plusvalías. Pero este pequeño grupo de élite recibe todo el cariño del Partido Republicano y la mayor parte de su atención política.

¿Por qué está pasando esto? Bueno, tengan en cuenta que los hermanos Koch se encuentran entre los 10 estadounidenses más ricos, al igual que los cuatro herederos de Wal-Mart. Las grandes fortunas sirven para comprar una gran influencia política, y no solo mediante contribuciones a las campañas. Muchos conservadores viven dentro de una burbuja intelectual de comités de expertos y medios de comunicación cautivos que, en última instancia, está financiada por unos cuantos megadonantes. No es de extrañar que quienes están dentro de la burbuja tiendan a dar por hecho, instintivamente, que lo que es bueno para los oligarcas es bueno para Estados Unidos.

Como ya he insinuado, las consecuencias pueden parecer cómicas a veces. Lo que sí hay que recordar, sin embargo, es que la gente de dentro de la burbuja tiene mucho poder, y lo emplea para defender a sus patrocinadores. Y la deriva hacia la oligarquía continúa.

(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008 – © 2014 New York Times Service)

– ¿Qué pasó con los superricos de 1987? (Vozpópuli – 3/4/14)

(Por Juan Ramón Rallo)

Son muchos quienes tienen una visión estática de la riqueza y caen en el error de considerar que, cuando una persona se convierte en rico, él y sus herederos serán ricos -y cada vez más ricos- para siempre. Sin ir más lejos, el economista de moda, Thomas Piketty, trata de demostrar en su deliciosamente equivocada obra, Capital en el siglo 21, que es muy probable que exista una tendencia dentro del capitalismo a que la rentabilidad del capital se sitúe por encima de la tasa de crecimiento de la economía, de manera que la clase capitalista irá acumulando cada vez una porción creciente de la renta nacional, agravando las desigualdades sociales.

Todavía peor: Piketty también ve probable que los más ricos dentro de la clase capitalista tengan mayores facilidades para obtener una tasa de retorno superior a la de los capitalistas de menor dimensión, con lo que el curso natural dentro del capitalismo será a que los superricos (y sus herederos) se queden con porciones crecientes de la riqueza total. Con tal de demostrar su punto, Piketty echa mano de la revista de billonarios elaborada anualmente por Forbes: si uno agrega la riqueza de la cienmillonésima parte de la población mundial adulta en 1987 (las 30 personas más ricas del mundo) y la compara con la riqueza de la cienmillonésima parte de la población mundial adulta en 2010 (las 45 personas más ricas del mundo), llegará  a la conclusión de que ésta ha crecido a una tasa media real del 6,8% (descontando ya la inflación): el triple que el crecimiento anual medio del conjunto de la riqueza mundial (2,1%).

Los superricos, pues, son cada vez más superricos según Piketty, y no porque se lo merezcan merced a su exitosa gestión empresarial, sino simplemente por haber acumulado una enorme cantidad de riqueza capaz de autorreproducirse en modo de piloto automático. Tal como dice Piketty: "Una de las lecciones más impactantes del ranking de Forbes es que, superado un cierto umbral de riqueza, todas las grandes fortunas, hayan tenido su origen en la herencia o en la empresa, crecen a tasas extremadamente elevadas, con independencia de si su propietario trabaja o no trabaja".

Sin embargo, Piketty da un salto lógico inadmisible: que la riqueza del estrato más rico de la sociedad haya crecido a una tasa de retorno anual media del 6,8% entre 1987 y 2010 no significa que las personas ricas de 1987 sean las mismas que las de 2010. Por ejemplo, si el sujeto A es en 1987 la persona más rica del mundo con 20.000 millones de dólares, podría suceder que en 2010 esa persona A se haya arruinado por completo y que otro sujeto B sea, en ese momento, la persona más rica del mundo con 40.000 millones. ¿Concluiríamos a partir de ese hecho que la conservación y acrecentamiento de la riqueza es un proceso simple y automático que no requiere de ninguna destreza personal por parte del propietario? Evidentemente no.

Por suerte, no hay necesidad alguna de lanzar hipótesis teóricas sobre el crecimiento de la riqueza de los superricos entre 1987 y la actualidad ya que podemos, simplemente, estudiar qué ha sucedido con los superricos de 1987. ¿Su riqueza ha crecido desde entonces a un 6,8% anual, como afirma Piketty, o se ha estancado e incluso retrocedido, habiendo sido desplazados por otros creadores de riqueza?

Los diez hombres más ricos del mundo en 1987

En 1987, la revista Forbes comenzó a elaborar su lista de billonarios. Si le echa un vistazo casi tres décadas después, probablemente se sorprenda de no conocer a casi nadie. Y no, la razón esencial no es que muchos de ellos ya hayan muerto, sino que prácticamente todos ellos han visto mermar su patrimonio de un modo muy considerable.

Comencemos por el hombre más rico del mundo en 1987: el japonés Yoshiaki Tsutsumi, con una fortuna estimada de 20.000 millones dólares. La última vez que apareció en la lista de Forbes fue en el año 2006 y su riqueza se había hundido a 1.200 millones de dólares, que descontando la inflación equivalían a 678 millones. Desde entonces su fortuna ha seguido en declive y ya ni siquiera figura en la lista de Forbes. Pero, tomando como referencia el último valor conocido (678 millones de poder adquisitivo similar al de 1987), tendríamos que su riqueza se habría hundido un 96% desde 1987: según Piketty, debería haberse multiplicado por seis.

Sigamos con otro japonés, Taikichiro Mori, el segundo hombre más rico del mundo en 1987. En aquel entonces amasaba una fortuna de 15.000 millones que le llevaron a convertirse en 1991 en el hombre más rico del mundo, superando a Tsutsumi. Taikichiro Mori falleció en 1993 y legó su fortuna a dos sus dos hijos: Minoru Mori y Akira Mori. El patrimonio combinado de ambos a día de hoy es de 6.300 millones de dólares, equivalentes a 3.075 millones de dólares de 1987: un hundimiento del 80% de su riqueza.

No he sido capaz de encontrar datos referidos a la fortuna actual de los hombres (o de sus herederos) que ocupaban el tercer y cuarto puesto de la lista, Shigeru Kobayashi y Haruhiko Yoshimoto, con unas fortunas de 7.500 y 7.000 millones de dólares respectivamente. Pero el hecho de que estuvieran plenamente invertidos en el sector inmobiliario japonés en 1987 y que apenas exista rastro alguno de ellos (o de sus familias) por internet, parece sugerir que no habrán seguido mucha mejor suerte que Tsutsumi y Mori.

El quinto lugar de la lista lo ocupaba en 1987 Salim Ahmed Bin Mahfouz, cambista profesional y creador del mayor banco de Arabia Saudí (National Commercial Bank of Arabia Saudi). En aquel entonces gozaba de una fortuna de 6.200 millones de dólares. En 2009 falleció su heredero, Khalid bin Mahfouz, con una riqueza de 3.200 millones, equivalentes a 1.700 millones de 1987; esto es, un empobrecimiento del 72,5%.

En el sexto puesto nos encontrábamos con los hermanos Hans y Gad Rausing, dueños de la multinacional sueca Tetra Pak: entre los dos contaban con un patrimonio de 6.000 millones de dólares. En la actualidad, Hans Rausing, de 92 años de edad, posee un patrimonio de 12.000 millones de dólares (y ocupa el puesto 92 entre los más ricos del mundo); Gad murió en el año 2000, pero se estima que sus herederos amasan una fortuna de 13.000 millones de dólares. En total, pues, han pasado de 6.000 millones de dólares a 25.000. Eliminando la inflación, empero, sucede que el enriquecimiento ha sido bastante menor: de 6.000 millones a 12.200, lo que equivale a una tasa de rentabilidad media anual del 2,7%. Muy alejada del 6,8% que sugería Piketty.

En el séptimo lugar estaba un trío de hermanos: los hermanos Reichmann, propietarios de Olympia and York, uno de los mayores promotores inmobiliarios del mundo. Su riqueza también se estimaba en 6.000 millones de dólares, pero cinco años después protagonizaron una de las bancarrotas más sonadas de la historia, lo que dejó reducido su patrimonio a 100 millones de dólares. Uno de los hermanos, Paul, consiguió recuperarse de las cenizas y hoy la riqueza de sus herederos se estima en unos 2.000 millones de dólares, equivalentes a 975 millones de 1987: es decir, unas pérdidas del 84%.

El octavo escalón estaba tomado por otro japonés, Yohachiro Iwasaki, con una fortuna de 5.600 millones. Su heredero, Fukuzo Iwasaki, murió en 2012 con un patrimonio de 5.700 millones, equivalentes a 2.800 millones de 1987: es decir, unas pérdidas patrimoniales del 50%.

Mucha mejor suerte corrió el noveno hombre más rico del mundo de 1987: el canadiense Kenneth Roy Thomson, propietario de Thomson Corporation (hoy parte del grupo Thomson Reuters). En aquel momento disfrutaba de un patrimonio de 5.400 millones de dólares y, cuando murió en 2006, había conseguido incrementarlo hasta 17.900 millones, equivalentes a 9.300 millones de 1987. En este caso, su tasa de retorno media anual ascendió al 2,9%: de nuevo, muy alejada del 6,8% certificada por Piketty.

Por último, nos encontrábamos con Keizo Saji, con un patrimonio de 4.000 millones de dólares. Saji murió en 1999 con una fortuna de 6.700 millones de dólares, lo que descontando la inflación del período los habría dejado en 4.600 millones: esto es, una tasa de retorno media anual del 1,1%.

La muy complicada conservación del capital

En contra de lo que muchos suelen imaginar y de lo que Thomas Piketty pretende demostrar, no es nada sencillo conservar tu patrimonio en una economía de mercado: éste siempre se halla al albur de las cambiantes preferencias de los consumidores, de la aparición de nuevos competidores que puedan terminar desplazándote o del posible recalentamiento (y ulterior colapso) del precio de los activos. Es falso que exista un umbral a partir del cual la acumulación de capital opere de un modo cuasi-automático.

Al contrario, cuanto mayor sea el patrimonio personal de un individuo más complicado le resulta rentabilizarlo: las oportunidades para reinvertir a altas tasas de retorno todo su capital son muy escasas a menos que se quiera dar el salto a otros mercados en los que normalmente no se tiene ninguna ventaja competitiva. Las mismas razones que llevan a un Estado grande a ser un pésimo gestor de capitales sirven para explicar por qué los billonarios se van quedando sin ideas y facultades para gestionar su fortuna… hasta el punto de que no son capaces de reinventarse continuamente y terminan viendo sus haciendas diezmadas. No en vano, la sabiduría popular a este respecto vale más que las elucubraciones de muchos economistas miopes: from shirtsleeves to shirtsleeves in three generations. Hoy, de hecho, ni siquiera se necesitan tres generaciones, bastan tres décadas para perderlo casi todo.

En 2013, los apellidos Tsutsumi, Mori, Reichmann, Iwasaki o Saji son casi irrelevantes. Asimismo, en 1987, muchos de los hombres más ricos del mundo a día de hoy –Bill Gates, Amancio Ortega, Larry Ellison, Jeff Bezos, Larry Page, Sergey Brin o Mark Zuckerberg– o estaban trabajando en un garaje, o estudiando en bachillerato, o jugando en el jardín de infancia. Veremos cuántos de ellos siguen en la lista dentro de tres décadas y qué otros geniales creadores de riqueza habrán entrado en ella.

(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y licenciado en Derecho. Actualmente ejerce de director del Instituto Juan de Mariana y de profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y en los centros de estudios OMMA e Isead. Asimismo, es analista económico de esRadio y autor de diversos libros)

– The Future of Economic Progress (Project Syndicate – 15/4/14)

Washington, DC.- Slowly but surely, the debate about the nature of economic growth is entering a new phase. The emerging questions are sufficiently different from those of recent decades that one can sense a shift in the conceptual framework that will structure the discussion of economic progress -and economic policy- from now on.

The first question, concerning the potential pace of future economic growth, has given rise to serious disagreement among economists. Robert Gordon of Northwestern University, for example, believes that the US economy will be lucky to achieve 0.5% annual per capita growth in the medium term. Others, perhaps most carefully Dani Rodrik, have developed a version of growth pessimism for the emerging economies. The key premise, common to many of these leading analysts, is that technological progress will slow, including the catch-up gains that are most relevant for emerging and developing countries.

On the opposite side are the "new technologists". They argue that we are at the beginning of a fourth industrial revolution, characterized by truly "intelligent machines" that will become almost perfect substitutes for low- and medium-skill labor. These "robots" (some in the form of software), as well as the "Internet of things," will usher in huge new productivity increases in areas such as energy efficiency, transport (for example, self-driving vehicles), medical care, and customization of mass production, thanks to 3D printing.

Second, there is the question of income distribution. In his instantly famous book, Thomas Piketty argues that fundamental economic forces are fueling a persistent rise in profits as a share of total income, with the rate of return on capital constantly higher than the rate of economic growth. Moreover, many have observed that if capital is becoming a close substitute for all but very highly skilled labor, while education systems need long adjustment times to supply the new skills in large quantities, much greater wage differentials between highly skilled and all other labor will cause inequality to worsen.

Perhaps the US economy in ten years will be one in which the top 5% -large capital owners, very highly skilled wage earners, and global winner-take-all performers- get 50% of national income (the percentage is not far below 40% today). Though national circumstances still differ greatly, the fundamental economic trends are global. Are they politically sustainable?

The third question concerns the employment effects of further automation. As was true in previous industrial revolutions, human beings may be freed from much "tedious" work. There will be no need for cashiers, call operators, and toll collectors, for example, and less need for accountants, travel or financial advisers, drivers, and many others.

If the "technologists" are half-right, GDP will be much higher. So why should we not rejoice at the prospect of a 25- or 30-hour workweek and two months of annual leave, with intelligent machines taking up the slack?

Why, with all this new technology and imminent productivity increases, do so many continue to argue that everyone has to work more and retire much later in life if economies are to remain competitive? Or is it just the highly skilled who have to work harder and longer, because there are not enough of them? In that case, perhaps older workers should retire sooner to make room for the young, who have skills more appropriate to the new century. If such a shift were to increase overall GDP, fiscal transfers could pay for early retirement, while retirement itself could become a flexible and gradual process.

Finally, there is the question of climate change and possible natural-resource constraints, issues that have become more familiar over the last decade. Will these factors impede long-term growth, or can a transition to a clean-energy economy fuel another technological revolution that actually increases prosperity?

As these questions move to the top of the policy agenda, it is becoming clearer that the traditional focus on growth, defined as an increase in aggregate GDP and calculated using national accounts invented a century ago, is less and less useful.

The nature and measurement of economic progress should involve a new social contract that allows societies to manage the power of technology so that it serves all citizens. Working, learning, enjoying leisure, and being healthy and "productive" should be part of a continuum in our lives, and policies should be explicitly aimed at what facilitates this continuum and increases measured wellbeing.

The trends underpinning widening inequality will have to be counteracted using many policy instruments, with tax regimes and life-long, inclusive, and affordable education and health care at the center of the effort to ensure equity and social mobility. Though the quality of human lives can still be greatly improved, even in the advanced countries, focusing on aggregate GDP will be less helpful in achieving this goal.

The questions surrounding future economic growth are becoming clearer. But we are only at the start of the process of creating the new conceptual framework needed to enable national and global policies to advance the cause of human progress.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

– La economía de tecnología avanzada y de proximidad (Project Syndicate – 15/4/14)

Londres.- Un informe reciente ha revelado que el patrimonio de las cinco familias más ricas de Gran Bretaña es mayor que el del 20 por ciento de las más pobres del país combinadas. Parte de la riqueza procede de nuevas empresas, pero dos de ellas están encabezadas por un duque y un conde cuyos antepasados eran propietarios de los campos por los que se extendió Londres en el siglo XIX.

La riqueza debida al terreno urbano no es un fenómeno exclusivo de Londres. Como muestra el reciente libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, en todas las economías avanzadas la riqueza acumulada ha aumentado rápidamente en comparación con los ingresos a lo largo de los 40 últimos años. En muchos países, la mayoría de esa riqueza -y la parte del león del aumento- corresponde a la propiedad inmobiliaria de viviendas y locales comerciales y la mayor parte de dicha riqueza no radica en el valor de los edificios, sino en el del terreno urbano sobre el que se encuentran.

Podría parecer extraño. Aunque vivimos en el mundo virtual de tecnología avanzada de la red Internet, el valor de la cosa más física -el terreno- no cesa de aumentar, pero no hay contradicción: el precio del terreno aumenta por los rápidos avances tecnológicos. En una época de tecnología de la información y la comunicación (TIC), es inevitable que valoremos lo que una economía con gran densidad de TIC no puede crear.

La TIC ya ha brindado nuevos productos y servicios notables, pero, como Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, del MIT, sostienen convincentemente en su reciente libro La segunda era de las máquinas, los cambios en verdad espectaculares aún están por llegar, pues los robots y los programas informáticos van a eliminar un número enorme de puestos de trabajo.

Una consecuencia es el sorprendente fenómeno de una enorme creación de riqueza con muy poca aportación laboral. El patrimonio neto de Facebook está valorado en 170.000 millones de dólares, pero sólo da trabajo a 6.000 personas. La inversión que hizo falta para crear el programa informático que lo administra no representó más de unos 5.000 años-hombre de ingeniería informática.

Esa notable tecnología ha contribuido a aportar ingresos medios en aumento y seguirá haciéndolo, pero la distribución de esa abundancia ha sido muy desigual. La parte del león del crecimiento ha ido destinada a la mitad superior, el diez por ciento superior o incluso el uno por ciento superior de la población.

Sin embargo, a medida que los más acomodados se hacen más ricos, gran parte de sus ingresos en aumento no se gastarán en servicios y bienes con gran densidad de TIC. Hay un límite para el número de iPads y teléfonos inteligentes que se pueden necesitar y su precio no cesa de bajar.

En cambio, un porcentaje cada vez mayor del gasto de consumo va dedicado a la compra de bienes y servicios con grandes valores subjetivos de moda, diseño y marca y a competir por la propiedad de bienes inmuebles de determinada localización, pero, si el terreno en el que se encuentran las casas y los apartamentos deseados no abunda, la consecuencia inevitable es el aumento de los precios.

Así, pues, el valor del terreno urbano está aumentando -en Londres, Nueva York, Shanghái y muchas otras ciudades- en parte por la demanda de los consumidores, pero también su valor en aumento hace de él una clase de activos atractivos para los inversores, porque se esperan más aumentos de precios. Además, los rendimientos de la propiedad inmobiliaria han aumentado enormemente con la espectacular reducción de los tipos de interés a lo largo de los 25 últimos años, que ya había avanzado mucho incluso antes de la crisis financiera de 2008.

La causa de esos bajos tipos de interés es objeto de debate, pero un factor probable es la reducción del costo de la inversión comercial en "máquinas" informáticas. Si se puede construir una empresa que llegue a contar con un patrimonio de 170.000 millones de dólares con tan sólo 5.000 años-hombre de ingeniería informática, no se necesita pedir demasiado dinero prestado.

El hecho de que la tecnología sea tan potente no sólo hace que el terreno físico sea más valioso, sino también que el aumento futuro del empleo vaya a concentrarse en los puestos de trabajo que no se pueden automatizar, en particular los servicios, que se deben prestar físicamente. La Oficina de Estadísticas del Trabajo de los Estados Unidos prevé que entre las categorías profesionales que aumentarán más rápidamente en los diez próximos años figurarán "las profesiones de apoyo en materia de atención de salud" (auxiliares de enfermería, celadores y asistentes) y "trabajadores encargados de preparar y servir alimentos", es decir, puestos de trabajo con salarios abrumadoramente bajos.

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En resumen, la TIC crea una economía que es a un tiempo de tecnología compleja y de proximidad; un mundo de robots y aplicaciones, pero también de moda, diseño, terreno y servicios presenciales. La economía es el resultado de nuestra notable capacidad para resolver el problema de la producción y acabar -gracias a la automatización– con la continua necesidad de mano de obra.

Pero es una economía que probablemente padecerá dos efectos secundarios adversos. En primer lugar, puede ser inherentemente inestable, porque cuanto más radique esa riqueza en la propiedad inmobiliaria, más apalancamiento aportará el sistema financiero para apoyar la especulación inmobiliaria, que ha sido la causa principal de las peores crisis financieras del mundo. Para mantener alejado ese peligro, hacen falta cambios importantes en la política monetaria y financiera y de mayor alcance que los introducidos como reacción ante la crisis de 2008.

En segundo lugar, a no ser que formulemos deliberadamente políticas que fomenten y sostengan el crecimiento no excluyente, una sociedad muy desigual resulta virtualmente inevitable, pues los valores del terreno y la riqueza en aumento intensifican los efectos de la desigual distribución de los ingresos que la TIC produce directamente. De hecho, la economía moderna puede asemejarse a la del siglo XVIII, cuando las tierras que poseían el Duque de Westminster y el Conde de Cadogan eran aún simples campos al oeste de Londres, más que a las sociedades de clases medias en las que se crio la mayoría de los ciudadanos de los países desarrollados.

(Adair Turner, former Chairman of the United Kingdom"s Financial Services Authority, is a member of the UK"s Financial Policy Committee and the House of Lords)

– El Capital en el siglo XXI (Fedea – 22/4/14)

(Por Manuel Bagues)

Desde la reciente traducción al inglés de su libro Le capital au XXIe siècle, el economista francés Thomas Piketty está alcanzado el estatus de estrella de rock en los medios de comunicación. Y esto es una gran noticia porque, como bien dice Piketty, la ciencia económica (y las demás ciencias sociales) son demasiado importantes como para dejarlas únicamente en manos de los académicos. No es fácil añadir mucho más a todo lo que se ha dicho al respecto en estas últimas semanas (FT, NYTimes, Economist, Krugman y un largo etc.), pero por si acaso aún queda alguien que no haya leído este magnífico libro, que no haya seguido en directo el debate entre Piketty, Krugman, Stiglitz y Durlauf, o que le dé pereza leer las diapositivas de alguna de sus múltiples presentaciones, quizás merezca la pena recordar algunas de sus principales tesis.

El libro de Piketty reúne los resultados de muchos años de trabajo y de numerosos artículos académicos. Piketty, tras completar a los 22 años una brillante tesis en teoría económica, fue contratado por el MIT. Sin embargo, al cabo de dos años decidió regresar a Europa y hacer algo que a los economistas nos suele dar mucha pereza: recoger datos. Como explica en una reciente entrevista, aunque tenía mucho éxito con sus artículos de teoría económica y publicaba en las mejores revistas, pensó que era imprescindible disponer de datos históricos adecuados sobre renta y riqueza.  Conjuntamente con varios co-autores, durante los últimos 15 años se ha dedicado a recopilar incansablemente información detallada acerca de la evolución histórica de la distribución de la renta y la riqueza en 20 países Piketty llega a la conclusión de que el "capitalismo" es un gran sistema en términos de su capacidad para crear riqueza pero, advierte, no corrige automáticamente los aumentos en la desigualdad. En su opinión, no debemos dejarnos engañar por el descenso en la desigualdad experimentado por Europa Occidental y Estados Unidos después de la segunda guerra mundial. Este se debería a una combinación de eventos extraordinarios: la voluntad política de introducir un sistema impositivo muy progresivo, la destrucción de capital causada por la guerra y unas décadas de crecimiento económico excepcional. En el futuro, en ausencia de políticas impositivas suficientemente agresivas, Piketty pronostica un aumento de la desigualdad que podría volver a alcanzar los niveles del siglo XIX.

Piketty comienza su argumento discutiendo la importancia del capital en la economía. El ratio entre el valor del capital y la renta nacional no es constante a lo largo del tiempo. La evolución histórica de este ratio depende de la tasa (neta) de ahorro y la tasa de crecimiento de la economía (crecimiento de la productividad más crecimiento demográfico). Cuanto más bajo sea el crecimiento económico, a igual tasa de ahorro, mayor peso tendrá el capital. A mediados del siglo XIX en Europa Occidental el valor del capital equivalía a siete años de producción. En menos de 100 años este ratio había bajado a dos años, en gran parte debido al efecto destructor de las dos guerras mundiales y al fuerte crecimiento económico. Sin embargo, en las últimas décadas el crecimiento económico se ha ralentizado y el valor del capital ha vuelto a aumentar hasta situarse en torno al 500-600%.

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A su vez, un aumento del peso del capital en la economía podría conllevar un aumento del peso de las rentas del capital. La clave está en la elasticidad de sustitución entre capital y trabajo, es decir, en cómo de fácil es sustituir el capital por el trabajo. Si la elasticidad es superior a uno, quizás gracias a las nuevas tecnologías que facilitan la sustitución de la mano de obra por máquinas, la cantidad de capital en la economía podría crecer a un ritmo mayor de lo que disminuye la productividad marginal del capital, de forma que el peso de las rentas del capital en la economía aumente. Según Piketty, esto es precisamente lo que ha ocurrido en las economías occidentales desde los años 70.

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Las rentas del capital tienden a estar mucho menos repartidas que las rentas del trabajo, por lo que estas variaciones tienen un efecto directo sobre el grado de desigualdad de una sociedad. La concentración de la riqueza alcanzó niveles muy elevados en Europa en los siglos XVIII y XIX.  El 10% de la población poseía el 80-90% de la riqueza total. La desigualdad comienza a descender a partir de la primera y de la segunda guerra mundial, cuando se produce una masiva destrucción del capital acumulado, un fuerte crecimiento económico y un aumento de los impuestos a los más ricos. Por el contrario, en los últimos años la desigualdad ha comenzado de nuevo a aumentar, pero sigue siendo muy inferior a los dramáticos niveles que se alcanzaron en el siglo XIX. 

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Piketty señala que en el futuro la evolución de la desigualdad dependerá de cómo evolucione la tasa de retorno del capital (neta de impuestos) y del crecimiento de la economía (productividad más crecimiento demográfico).  Históricamente la tasa de retorno del capital ha sido superior al crecimiento económico (Gráfica 10.9). Sin embargo, durante gran parte del siglo XX, la combinación de un fuerte crecimiento económico y un sistema impositivo muy progresivo consiguió reducir la tasa de retorno del capital, neta de impuestos, por debajo de la tasa de crecimiento (Gráfica 10.10).

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En las últimas décadas la tasa (neta) de retorno del capital ha superado de nuevo a la tasa de crecimiento. La competencia internacional para atraer capitales ha reducido la presión impositiva y, al mismo tiempo, las tasas de crecimiento parecen estar ralentizándose, tanto en términos de productividad como en términos demográficos. Según Piketty, si no hacemos nada por evitarlo, en el siglo XXI la desigualdad seguirá aumentando y podría volver a situarse en los niveles del siglo XIX, con el regreso a lo que denomina el "capitalismo patrimonial", en el que las grandes fortunas son el resultado de las herencias. Las predicciones de Piketty deberían preocuparnos especialmente en países como España, donde se combina un panorama demográfico desolador con unas perspectivas de crecimiento muy poco halagüeñas.

Pero Piketty no es determinista. Al contrario, opina que el futuro depende tanto de la economía como de la política y de las medidas fiscales que las sociedades adopten. La solución preferida de Piketty, un tanto utópica, sería la introducción de un impuesto a la riqueza a escala mundial. Si todos los gobiernos intercambiasen automáticamente la información bancaria, sería posible gravar a las grandes fortunas y transferir estas rentas al resto de la sociedad.

Una de las principales controversias del libro está relacionada con el papel inequívocamente negativo que Piketty asigna a la desigualdad. Un cierto nivel de desigualdad puede contribuir a fomentar la innovación y el crecimiento económico. La introducción de tasas impositivas marginales del 80% a la riqueza y a la renta, tal y como propone Piketty, podrían tener un efecto negativo sobre la actividad económica. Sin embargo, Piketty insiste en que un nivel de desigualdad demasiado elevado corrompería el funcionamiento de la democracia y cercenaría la igualdad de oportunidades. Otros puntos objeto de debate son el papel del capital humano o la posibilidad de que la tasa de retorno del capital pueda mantenerse a los mismos niveles en un contexto de bajo crecimiento de la productividad y de la población.

Durante muchos años las discusiones académicas sobre desigualdad habían estado centradas en el incremento en la desigualdad de la rentas del trabajo, atribuible en parte al cambio tecnológico sesgado en favor de los trabajadores más hábiles. El trabajo de Piketty pone de relieve el papel fundamental que sigue teniendo en el siglo XXI la distribución de las rentas del capital como determinante de la desigualdad.

– The Oligarchy Fallacy (Project Syndicate – 22/4/14)

Cambridge.- Income inequality has received a lot of attention lately, particularly in two arenas where it previously received little: American public debate and the International Monetary Fund. A major reason is concern in the United States that income inequality has returned to Gilded Age extremes; but inequality has increased in many other parts of the world as well, and remains high in Latin America.

What have we learned so far? Perhaps what is most interesting about the current discussion is that much of the focus has been on the consequences of inequality beyond its adverse effect on the welfare of the poor.

One such avenue of debate starts from the hypothesis that inequality is bad for overall economic growth. Another begins with the view that inequality leads to volatility and instability. Did inequality cause, for example, the subprime mortgage crisis of 2007 and hence the global financial crisis of 2008?

A third proposition is that inequality translates into envy and unhappiness: someone who would have been happy at a given income is unhappy if he discovers that others are getting more. A persuasive version of this claim holds that top executives demand and receive outlandish compensation not because they value the money so much, but because they compete with each other for status.

A fourth concern appears to trump even the first three. It is the fear that, because there is so much money in politics, the rich succeed in persuading governments to adopt policies that favor them as a class. Whereas the first three sources of concern are amenable to self-correction, at least in a democracy, the concentration of economic and political power in an oligarchy is self-reinforcing. In the US, recent Supreme Court decisions regarding campaign contributions suggest that the influence of money in politics will only grow.

But pursuing the anti-oligarchy argument is not the best way to reduce inequality. Rather, we should work from the premise that poverty in particular, and inequality in general, is simply undesirable. Even in the US, most voters care about inequality, and even among the top 1%, approximately two-thirds believe that income differences are too large and support progressive taxation. Most Americans believe in helping the less fortunate, provided that it can be accomplished without undermining economic efficiency through excessive government intervention or distortion of incentives.

The problem is that, despite their economic self-interest, voters often elect, and reelect, politicians who enact laws that are inconsistent with such goals. Ten years ago, for example, America"s elected leaders somehow hoodwinked the median US voter -who is most likely to leave little to his or her heirs- into believing that it was necessary to eliminate taxes on $ 5 million estates in order to protect small family-owned farms.

In other words, the problem is not that the median voter is unwilling to trade off growth in exchange for more equality. The problem is that the political process produces outcomes that deliver both less growth and less equality.

For the US, the most sensible measures include expansion of the Earned Income Tax Credit (EITC), elimination of payroll taxes for low-income workers, a cut in deductions for high-income taxpayers, and restoration of higher inheritance taxes. These are policies that reduce inequality efficiently, at relatively low cost to aggregate income. Other policies -including universal pre-school education and universal health care- may even promote overall economic growth while reducing inequality, especially if they are financed by efficiency-enhancing measures such as the elimination of fossil-fuel subsidies (and, preferably, their replacement with a tax).

Meanwhile, many government programs that are billed as ways to improve income distribution benefit the poor relatively little and impair economic efficiency. The original rationale for agricultural subsidies was largely to help small farmers, but the main beneficiary has long been agribusiness. Mortgage subsidies contributed to the subprime loan crisis, without even primarily helping lower-income families. And yet many Americans are persuaded to support such policies, not because it is in their interest, but because they do not understand the economics.

Other countries have similar programs that are sold as pro-equality but are inefficient or even undermine their stated goal. In developing countries, distortionary measures that tax, subsidize, or regulate food and energy prices tend to be poor tools for improving income distribution, and frequently have the opposite effect. Of the more than $ 400 billion that countries spend on fossil fuel subsidies each year, for example, far less than 20% of the benefits go to the poorest 20% of the population. A disproportionately small share of social spending goes to the poorest 40%. Conditional cash transfers, on the other hand, have proven highly effective; they reach the poor while promoting education and health.

The anti-oligarchy argument claim is that the rich have too much money, which they use to elect politicians who will enact laws that favor their interests. But it seems better to argue about the best policies to improve income distribution efficiently, and to point out which politicians support them. "Yes" to the EITC and pre-school education; "no" to subsidies for oil, agriculture, and mortgage debt.

The alternative to such engagement is a very roundabout strategy that would achieve more enlightened policies by weakening the ability of the rich to buy votes. However important that goal may be, attaining it requires reducing the share of income that goes to the rich by addressing inequality, which requires pursuing pro-equality policies, like the EITC and pre-school education. Is complaining about oligarchy really a more effective strategy for achieving these policies than arguing the case for them directly?

(Jeffrey Frankel, a professor at Harvard University's Kennedy School of Government, previously served as a member of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers. He directs the Program in International Finance and Macroeconomics at the US National Bureau of Economic Research)

– El capital 2.0: La desigualdad, al centro del debate (El País – 27/4/14)

Piketty prevé la vuelta de los "rentistas" de Balzac o Austen en el futuro y una desigualdad creciente

(Por Luis Garicano)

En las últimas décadas, ningún libro "serio" de economía ha disfrutado del enorme impacto que está teniendo el reciente libro del economista francés Thomas Piketty Le capital au XXIe siècle. Su publicación en inglés en Estados Unidos ha puesto a un libro denso, de alto contenido teórico y con nada menos que 600 páginas en el número uno de ventas en Amazon, y ha convertido a su autor en una "estrella de rock", de acuerdo con The New York Times.

Hasta este libro, el economista francés Thomas Piketty era conocido por su investigación sobre la desigualdad salarial realizada con el también economista francés Emanuel Saez. Su trabajo ha mostrado hasta qué punto, en Estados Unidos, los frutos del crecimiento se concentraban en el 1% más rico de la población.

Pues bien, en Capital en el siglo XXI, Piketty extiende el análisis a la desigualdad de la riqueza. Para hacerlo, ha llevado a cabo, con un amplio equipo de colaboradores, un profundo trabajo de archivo que incluye todos los datos existentes sobre todas las formas de riqueza desde hace tres siglos en países que van desde Inglaterra o Francia hasta EEUU.

Su análisis le lleva a una conclusión pesimista sobre el futuro del capitalismo: veremos un futuro con crecimiento reducido, dominado por una clase de "rentistas" hereditarios, como los que figuran en las novelas de Honoré de Balzac o Jane Austen, y con niveles de desigualdad de riqueza e ingresos crecientes. Veamos por qué.

El argumento parte de una observación conocida desde el trabajo de Solow: la relación entre riqueza de los países y la renta que generan cada año es estable en el largo plazo, y está determinada por la relación entre su tasa de ahorro y su tasa de crecimiento económico. Por ejemplo, en una economía donde la tasa de ahorro es el 10% anual y el crecimiento es del 2%, la riqueza será cinco veces la renta generada. Si, por ejemplo, la renta anual es 100 y la riqueza 500, al año siguiente la renta será 102 y la riqueza será 510, y el coeficiente continúa en cinco. Si el crecimiento económico baja (como él prevé) al 1,5% y la tasa de ahorro continúa en el 10%, la riqueza será en el largo plazo siete veces la renta.

Y esto ¿por qué importa? Porque supone que la parte del pastel que va a los ricos crece. La razón es que los rendimientos del capital históricamente han sido, de acuerdo con los cálculos de Piketty, bastante estables, alrededor de un 5% anual. Por ejemplo, una casa de medio millón de euros genera en media en el largo plazo un alquiler de 25.000 al año, o unos 2.000 euros al mes.

Pues bien, si el capital crece con respecto a la renta y el rendimiento del capital es constante, entonces la parte de la tarta que va a las rentas del capital aumentará. Por ejemplo, si la riqueza es cinco veces la renta y el rendimiento el 5%, el 25% de la renta (cinco por 5%) va al capital y el 75% al trabajo. Pero si sube a siete veces la renta, entonces el 35% va al capital y el 65% al trabajo. Mientras el rendimiento del capital sea mayor que el crecimiento económico, la parte del pastel que va a los ricos aumentará. Piketty sugiere que "lo natural" en el capitalismo es volver a la economía de los herederos y los rentistas, de los grandes patrimonios, que podíamos ver en las novelas de Jane Austen y de Balzac.

Si esta tendencia a la concentración de riqueza es, como sugiere Piketty, una ley de hierro del capitalismo, ¿por qué hemos tenido unas décadas en las que el crecimiento ha beneficiado a todos? ¿Por qué no vivimos en el mundo de Balzac ya? La respuesta de Piketty, expresada en una preciosa serie de gráficos elaborados con datos originales, es que las guerras mundiales y la inflación, seguidas por años de elevado crecimiento económico, destruyeron una enorme proporción de la riqueza existente e igualaron radicalmente nuestras sociedades. Ahora que estamos en un largo periodo de paz, con tasas de crecimiento reducidas, la tendencia a la concentración de riqueza vuelve a imponerse y volvemos a los niveles del siglo XIX.

La incertidumbre clave en el análisis (y su salto al vacío clave) es si será cierto que permanentemente tendremos tasas de retorno del capital mayor que la tasa de crecimiento económico como (según él documenta) ha solido suceder en el pasado. Nada requiere que esto sea así. A medida que el capital crece, los rendimientos decrecientes habituales en la economía deberían llevar a que también la tasa de rendimiento del capital caiga, reduciendo los ingresos de los rentistas. O si, al contrario, el capital sigue siendo tan productivo, ¿por qué debería bajar el crecimiento?

La solución propuesta por Piketty es un impuesto global a la riqueza no sobre los ingresos, sino sobre la riqueza. Piketty propone que por encima de un millón de euros, el impuesto sea del 1% de la riqueza, y por encima de cinco millones, el 2%. La razón por la que debe ser global es clara: los ricos no encontrarán así formas de evadir el impuesto.

¿Cuál es la relevancia de este análisis para la España actual? En términos de ingresos, la propia investigación de Piketty (resumida en un artículo con sus coatures del verano de 2013 en el Journal of Economic Perspectives) muestra que la concentración en el 1% no ha sucedido en España. Tras una fuerte caída de la desigualdad tras la Guerra Civil, el 1% ganaba la misma proporción de la renta en 2011 que en 1960. ¿Y en términos de riqueza? De nuevo, un trabajo de investigación de los coautores de Piketty en el citado diario muestra que el 1% no ha incrementado sustancialmente su participación en la riqueza del país.

Pero esto es lo que ha sucedido hasta la crisis. Tras la crisis sí se han producido muchas de las cosas que, en un plazo más largo, preocupan a Piketty. En primer lugar, la parte de la renta que fluye a las rentas del capital, que históricamente se llevaban algo más de un tercio de la tarta total, ha subido en ocho puntos porcentuales estos años de crisis, debido a que los beneficios han subido en un cuarto a la vez que los salarios caían. En segundo lugar, como notaba recientemente Samuel Bentolila en el blog Nada es gratis, se produce un fuerte aumento del número de hogares por debajo del 60% de la renta media.

¿Por qué es preocupante la creciente concentración de riqueza? Para mí, la consecuencia más preocupante que observamos es la desvirtuación de la democracia: que los ricos "compren los Gobiernos" para asegurarse la preservación de su riqueza, permitiendo agujeros y exenciones fiscales e incluso la eliminación de los impuestos que amenazan la acumulación del capital (el impuesto de sucesiones). La democracia requiere una ciudadanía informada y que pueda participar y un mínimo de igualdad. Trabajar en esa dirección no requiere solo, como quiere Piketty, cambios fiscales, sino, de forma mucho más importante y prioritaria, requiere cambios institucionales que aseguren la participación ciudadana y una ciudadanía mucho mejor formada.

(Luis Garicano es catedrático de Economía y Estrategia en la London School of Economics y autor del libro El dilema de España: ser más productivos para vivir mejor)

– Thomas Piketty: el gurú de la desigualdad (El Confidencial – 28/4/14)

(Por Kike Vázquez)

Thomas Piketty (1971), es un economista francés que está revolucionando el pensamiento actual con su nuevo libro "Capital in the Twenty-First Century", publicado recientemente por Harvard University Press (o en su original francés "Le Capital au XXIe siècle" de Éditions du Seuil). En su opinión el capitalismo es fantástico por lo bien que asigna los recursos existentes, pero es tremendamente torpe distribuyendo la renta. Por ello, si no hacemos nada, nos arriesgamos a sufrir su verdadera cara: la concentración de la riqueza mundial en unas pocas manos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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