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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 5)

Enviado por MANEL BATISTA


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Poco después salió la mujer que andaba siguiendo, estuvo unos instantes de pie en la acera, llevaba la maleta, lo cual interpreté que se marchaba del hotel, se quedó como si estuviera aguardando algo, Anette sin que yo le hubiese ordenado nada fue a por su pequeño automóvil, justo cuando llegaba un taxi que se detuvo frente a la mujer subiéndose en él a continuación. Con el automóvil de mi improvisada ayudante seguimos al taxi, cruzó toda la ciudad y se detuvo en una estación de ferrocarril en el barrio industrial de San Andrés. Anette aparcó su automóvil en una pequeña plazoleta adjunta a la estación. En la taquilla de venta de billetes habían unas seis personas, la mujer se colocó en la fila para adquirir un billete, Annette con mucho tino se situó detrás de ella simulando que también iba a adquirir un billete, de este modo podría conocer el destino. La mujer adquirió un billete con destino a Port-Bou, población situada justo en el paso fronterizo con Francia, Anette adquirió uno con el mismo destino.

Dado a que el tren no pasaría por la estación hasta dentro de casi cuarenta minutos, sugerí a Anette que ella se adelantara en su automóvil y nos encontraríamos en la estación del final de recorrido del tren en la frontera con Francia, partiendo ahora, llevaría ventaja suficiente para poder arribar con anterioridad al tren.

Acompañé a mi colaboradora hasta su automóvil y aproveché para comprar un par de revistas en el mismo kiosco de la estación, luego fui al bar y pedí un café con leche y un croissant que todavía estaba calentito. La mujer a quien andaba siguiendo también había ocupado una de las mesas de la cafetería, llevaba un libro en la mano y se puso a leerlo, pude ver que era de un conocido autor alemán.

Casi una hora después llegaba el tren que nos llevaría hasta la línea fronteriza, allí se debería cambiar de ferrocarril, los vagones españoles no tienen el mismo ancho de vía que el resto de los europeos y ello obliga a cambiar de tren. Pude comprobar la gran diferencia que estos tienen con los franceses; puntualidad deficiente, vagones sumamente anticuados y no excesivamente limpios, y especialmente muy lentos.

Los ciento setenta y cinco kilómetros nos demoraron algo más de tres horas y media.

Como los vagones no estaban compartimentados, no tenía obstáculos que impidieran tener un constante un control de visión de mi objetivo.

Anette me aguardaba en el andén de la estación de Port Bou, estaba ocupada en intentar distinguir de entre los pasajeros que se apeaban al objetivo perseguido, al darnos la vuelta para localizarle éste había desaparecido. Subí rápidamente una escalera que había al final del andén para poder tener desde allí una mejor visión, todo fue inútil, no aparecía. Repentinamente y por casualidad, me pareció ver al otro lado del tren en que había llegado, alguien que desaparecía por detrás de unos vagones de carga detenidos en una vía muerta.

Bajé a toda prisa de nuevo al andén apara advertir a mi ayudante de lo sucedido, nos desplegamos por la pequeña estación con el afán de localizar a la misteriosa mujer. Anette se situó en las puertas de acceso y salida de los andenes, yo traspasé las vías para poder inspeccionar los vagones cargueros en los que me había parecido ver a alguien que andaba por allí. De vez en cuanto miraba a Anette para ver si ella había localizado algo que nos indicara dónde estaba la mujer, en una de las ocasiones, vi que ésta me hacía señas con la mano para que fuera hacia donde ella estaba.

-Acabo de verla-, me dijo algo alterada señalando hacia el exterior de la estación.

-¿Dónde?- le pregunté.

-Alguien la esperaba con un automóvil, un Citrën DS color negro, se ha subido a él y ha arrancado a toda prisa en dirección a la línea fronteriza, donde está la aduana, pero he podido tomar la matrícula del coche-.-Bien, vamos a buscar tu Renault 4/4 e intentemos alcanzarles, quizás la suerte nos sea favorable. De todas maneras vamos a llamar a mis superiores en París y les daremos la matrícula para que la extiendan por todas las comisarías y patrullas de policía-.

Anette era una buena conductora, manejaba su pequeño automóvil con habilidad y verdadera maestría, le sacaba el máximo partido, a pesar de que yo iba encogido en el asiento del acompañante por dos razones, una que dado a mi tamaño las rodillas casi me tocaba al pecho y en segundo lugar por la velocidad con las que tomaba las curvas de la carretera. A pocos kilómetros de la estación nos detuvimos en una gasolinera, en el entretanto Anette repostaba de carburante, yo llamaba a París para dar la matrícula y modelo del automóvil en que la escurridiza mujer había subido. Acordé que cada hora les iría llamando para ver si el vehículo había sido localizado, recomendé muy especialmente que se dieran instrucciones de que no fuera detenido, simplemente que le siguieran y fueran informando periódicamente de su situación y movimientos.

Mi ayudante yo entramos en la cafetería de la gasolinera para tomarnos algo caliente y reflexionar, en el entretanto París extendía sus redes.

-Si tu fueras un terrorista y te hubiesen encargado ejecutar una catástrofe sonada en Francia, ¿dónde la efectuarías?- pregunté a Anette.

Se quedó un buen rato pensativa, – no se, quizás atentaría en una personalidad de renombre mundial, o volaría una fábrica de automóviles, la Renault por ejemplo, o volaría una presa de contención de un pantano-.

-Estoy de acuerdo contigo, pero tomemos al azar por ejemplo una petroquímica, ¿En que lugar de Francia se hallan?-.

-En Lyon y Marsella están las más importante, particularmente en Lyon-.

-Cierto, pero toda ellas están muy bien protegidas-.

Se nos acercó una camarera de la cafetería y dijo: -¿Alguno de ustedes es monsieur Alain?-.

-Si soy yo-.

-Le llaman al teléfono monsieur-.

Me acerqué rápidamente a la cabina -¿hallo?-.

-El Citroën DS cuya matrícula nos facilitó ha sido localizado en una carretera secundaria a la altura de la población de Argeles-sur-Mer-, me dijo una voz que no reconocí pero que se había identificado debidamente. -Lo han localizado dos gendarmes de tráfico, en estos momentos lo siguen con sus motocicletas-.

-Por favor denles instrucciones de que solo les sigan discretamente y que les vayan informando, ahora voy para allá. ¿Pueden averiguar quién es el propietario del automóvil?- pregunté.

-Afirmativo, es propiedad del gobierno francés, está asignado a la prefectura de Perpignan-.

-No digan todavía nada, sigan indagando, pero déjenles que sigan, voy a ver si puedo alcanzarles, gracias, les volveré a llamar desde otro punto-.

Me quedé de una sola pieza y desconcertado, el automóvil en el que se desplazaba una presunta terrorista, pertenecía al estado francés. No entendía nada.

Mientras íbamos en busca de la carretera que nos llevaría a la población que me habían indicado desde París, le conté a Anette la información que me habían dado por teléfono, como es de suponer se quedó estupefacta.

-Esto puede significar dos cosas; que quizás dispone de una organización en Francia que le da apoyo, o nos hemos equivocado de liebre-, dije.

Sobrepasamos la población estival de Argeles-sur-Mer, Anette conducía y yo centraba toda mi atención en mirar las gasolineras y restaurantes que estaban al pie de la ruta.

Antes de llegar a la ciudad de Perpignan nos detuvimos en una gasolinera para llamar a París.

Me informaron de que se habían detenido en un restaurante de la ciudad. También me dijeron que en la puerta de la Prefectura Central me aguardaba un inspector para cedernos un automóvil con chofer provisto de sistema de radio comunicación, lo que favorecería mucho nuestra labor de seguimiento y comunicación constante con la central.

En la puerta de la Prefectura nos aguardaba tal y como me habían dicho desde París, un inspector nos hizo entrega de un automóvil Peugeot 404, provisto de emisora de radio-teléfono y un agente de policía que nos hacía de chofer, con instrucciones especiales del prefecto de no intervenir a no ser que yo se lo ordenara específicamente. El funcionario me entregó un mapa de la ciudad en el que había señalado el restaurante donde había entrado nuestra "liebre".

Anette dejó estacionado su pequeño Renault en el lugar de aparcamiento de los automóviles de la Prefectura y se vino conmigo.

Unos minutos más tarde localizamos el restaurante que en la Prefectura nos habían indicado y el Citroën DS negro estacionado discretamente cerca de la puerta de entrada.

Decidimos quedarnos dentro de nuestro automóvil desde una esquina en la que pudiéramos pasar desapercibidos pero dispuestos para poder seguir los movimientos de nuestra "liebre".

Más tarde llegó un automóvil Seat de matrícula española que llamó nuestra atención y que se situó en paralelo al que estábamos vigilando y del que descendieron dos individuos, abrieron el maletero posterior y sacaron dos maletas que debían pesar lo suyo, pues se notaba que ambos individuos hacían esfuerzos para llevarlas. Nos sorprendió que se dirigieran directamente al Citroën negro estacionado unos metros más allá. Abrieron el maletero de este sin ayuda de ninguna llave depositaron allí las dos maletas y después de cerrarlo, regresaron a su automóvil y se fueron sin más dilación.

Capítulo 25

En cierta ocasión mis obligaciones diplomáticas me llevaron a conocer a un personaje verdaderamente original y pintoresco.

Fui destinado transitoriamente a la embajada francesa de la ex colonia, Haití, una de las embajadas consideradas de tercer orden, mi misión era la de efectuar las funciones de secretario del señor Embajador, monsieur Louis de Queralty, un veterano del cuerpo diplomático en edad bastante avanzada, que llevaba ya en este destino algo más de veinte años, pero en realidad mi principal ocupación era informarme de los movimientos políticos que se barajaban en el pequeño país de las Antillas y otras cercanas.

En esta isla se tenía a gala presumir de que fue la segunda nación del continente americano en independizarse después de los Estados Unidos, y en agosto de 1791, fue la primera república de negros independiente del mundo, y una de las pocas rebeliones de esclavos culminada con éxito total.

El cultivo de la caña de azúcar y el café elevaron la economía isleña a un estatus de riqueza inusitado, decayendo muchos años después al descubrimiento y colonización de la península de Florida.

En la mayor parte de las islas que forman las Antillas caribeñas, domina la población de raza negra, los blancos ocupan un porcentaje de alrededor de un 20%, luego les siguen los mulatos con un 35% y el resto son negros prietos, como así se les llaman. Entre ellos existe una gran rivalidad ya que según el color, se pertenece a una escala social, a pesar de que hay algunos negros y mulatos muy ricos. La isla, en los tiempos coloniales tuvo una gran posición estratégica, fue entre otras, el almacén de los cazadores traficantes africanos de esclavos.

El embajador Queralty, se llevaba bien prácticamente con casi todo el mundo, en especial con los nativos adinerados, fueran de la escala de color de la piel que fueran, solía hablar con ellos en su propio idioma, el criollo, que era una mezcla de palabras de origen francés y otras de raíces africanas y algunas españolas.

Una de las debilidades de nuestro embajador era el asistir a las representaciones del Vudú y las mujeres, en especial las de color moreno. Se decía que se había divorciado en cinco ocasiones, pero una de las gobernantas de la residencia del embajador, con la que trabé una cierta relación amistosa, que llevaba casi los mismos años a su servicio desde la toma de posesión del cargo, me confirmó que seguramente serían bastantes más, sin contar las amantes ocasionales que solían estar en la residencia unos días y se marchaban discretamente y no regresaban nunca más.

En general la población de color de la isla es animista, a la vez que católica, y la práctica de sesiones de Vudú son el pan de cada día.

El embajador me llamó un medio día para invitarme a almorzar en la residencia, durante el almuerzo me invitó luego a asistir por la tarde a una sesión de Vudú que se celebraría en una humilde casita de una aldea cercana. Mi curiosidad me inclinó a aceptar, -un conocimiento más-, pensé.

A eso de la media tarde, cuando el sol bajaba en intensidad, nos fuimos con el auto del embajador al lugar en el que se celebraría el "celestial" evento.

Era una aldea formada por una escasa docena de humildes viviendas o mejor dicho chozas, construidas en medio de unos cafetales con tablas de madera y palmera y los techos cubiertos con hojas de los abundantes platanales cercanos a la zona. Por las calles deambulaban libremente gallináceas, cerdos, patos y algún que otro perro perezoso que convivía con todos ellos, y que al paso del automóvil revoloteaban espantados organizando una gran algarabía.

De una de las casitas salió un anciano negro prieto con el pelo totalmente blanco como la nieve, cubría su cuerpo con una especie de túnica del mismo color, tenía un andar cansino pero su aspecto impresionaba, sus descalzos pies dejaban ver una gran cantidad de cicatrices sanadas y unas uñas tan largas y negras que parecían las garras de una rapaz, vino a saludar con gran ceremonia a mi acompañante, intuí por ello que nuestro embajador debía ser cliente asiduo, y al que fui presentado por éste.

El anciano al que el embajador llamó Papa Etienne nos invitó a entrar en una de las casitas que tenía forma circular, en la que reinaba la oscuridad hasta que nuestros ojos se habituaron a ella. Lo primero que vi fue un montón de pequeñas velitas encendidas en una especie de altar cubierto por una tela de color azul, presidido por una figurilla que me pareció una virgen negra de hábito blanco, era fabricada de materia fluorescente que en la obscuridad lucía, las que había visto a miles por todo el mundo, estaba rodeada de fotografías clavadas en la pared con oxidadas chinchetas, con caras de personas, algo difíciles de identificar ya que éstas estaban hechas en blanco y negro y los personajes eran también negros por lo que solo se les distinguía el blanco de las órbitas oculares y la dentadura a los que sonreían.

Giré sobre mi mismo y pude ver que habían más personas en el recinto, todas ellas sentada en el suelo que era de tierra. Los asistentes, eran casi todo mujeres, el embajador y yo éramos los únicos seres de raza blanca.

Una mujer nos acercó unas burdas sillas en la que nos sentamos en un rincón de la estancia.

Se hizo un silencio absoluto cuando el anciano que nos había recibido se arrodilló frente la figurilla de la virgen negra y oró, no pude captar si los rezos eran católicos pues eran más un murmullo que otra cosa.

Percibí en una esquina opuesta de la estancia a un muchachillo de unos doce años que tenía entre sus piernas unos tamboriles y que al terminar el anciano los rezos comenzó a tocarlo en un ritmo cadencioso y suave.

El anciano Etienne, también llamado santero, se puso difícilmente en pie situándose de cara a los asistentes con los ojos en blanco, tal y como si hubiese entrado en trance, una de las mujeres que estaba sentada entre las demás, se arrastró hasta llegar a los pies del "oficiante", este cogió un ramo de alguna planta que tenía sobre aquella especie de altar de las velas prendidas, y con el ramo comenzó a sacudir a la mujer que ahora estaba estirada a sus pies y que aparentaba tener una especie de convulsiones cada vez más eléctricas, algo así como si estuviera poseída por algún espíritu invisible para los asistentes.

El ritmo de los tamboriles aumentó la frecuencia de su percusión a la vez que la mujer aumentaba las convulsiones, en el entretanto el santero le pasaba las hojas por encima del cuerpo, llegado un momento, la mujer fue despojándose de sus ropas hasta llegar a quedar totalmente desnuda y cada vez más convulsa, expulsaba por la boca una especie de espuma que probablemente era saliva, se sumaron a la escena otras mujeres que habían salido de una pieza anexa a la que nos hallábamos y que también seguían el compás del tamboril que ahora eran mucho más frenético, una de las mujeres que estaba sentada en el círculo que formaba con las demás, llevaba una gallina viva en la mano que sin dejar de convulsionarse entregó al santero agarrándola este por las patas. Papa Etienne, se hizo con una especie de machete y de un golpe cercenó la cabeza del ave que comenzó a sangrar abundantemente y a intentar revolotear alocadamente, el hombre dispuso al animal a poca distancia del abdomen de la mujer desnuda que todavía se movía en frecuentes convulsiones como si le hubiesen conectado dos cables de electricidad, yendo a parar la sangre sobre el abdomen de ella, en el entretanto profería una especie de rezos que a mi entender eran en creole, ya que no fui capaz de descifrar nada de lo que decía.

La mujer desnuda permanecía en el suelo, ahora algo más tranquila, como si la sangre de la gallina le hubiese pacificado el espíritu maligno que la poseía y que quizás pudiera llevar dentro de su cuerpo. Ahora que el ambiente había bajado de intensidad su frenesí, por el compás y el son de los tamboriles que ya era algo más suave y cadencioso, pude observar con mayor detenimiento el cuerpo de la mujer que todavía permanecía reposando del los esfuerzos realizados en el suelo, debo reconocer que era de una gran belleza, todo armonía, resaltada por el color ébano de su piel que brillaba en la oscuridad por su tersura, no me cansaba de admirar todas las formas de su bello y estilizado cuerpo, pensé que no sobrepasaría los diez y ocho años, y debía ser una de las bellezas del poblado. Manifiesto que en el poco tiempo que llevaba residiendo en Haití, pude observar haber visto mujeres mulatas de gran belleza y excelente cuerpo.

Repentinamente el santero volvió a coger el machete y con gran habilidad abrió el pecho del ave para arrancarle bruscamente con la mano el corazón que todavía sangraba e introduciéndolo en su boca se puso a masticarlo como si goma de mascar se tratase. En aquel momento los tamboriles reiniciaron la percusión con energía y todos los asistentes se pusieron a bailar como enfebrecidos a su son, incluido nuestro embajador que me hacía señas para que me incorporara al baile, cosa que hice tímidamente. Afortunadamente para mi, pues no me sentía integrado en la ceremonia, el baile duró unos pocos minutos, y en un santiamén desaparecieron todos los asistentes, únicamente permanecimos dentro de la estancia nuestro sudoroso embajador, el santero, la muchacha desnuda y yo.

Monsieur Queralt sacó del bolsillo del pantalón un puñado de arrugados dólares que ofreció al santero, Etienne los cogió con rapidez haciéndolos desaparecer en un visto y no visto, acto seguido éste se desprendió de su blanca túnica y cubrió con ella el desnudo cuerpo de la muchacha que comenzaba a dar señales de vida, pues se había incorporado y permanecía sentada en el suelo, su cara delataba sorpresa, como si hubiese estado dormida todo el tiempo y acabara de despertar y no supiera dónde se hallaba, su belleza era notoria y hubiese podido pasar modelos de vestidos para cualquiera de los modistos parisinos, llevaba prendido en su negro pelo una flor roja, que todavía resaltaba más la belleza de su sudoroso rostro

El santero le dio las gracias al embajador y sorprendentemente, éste ayudó a la muchacha a levantarse y tomándola del brazo salimos de la cabaña para dirigirnos al auto. Ella iba cabizbaja pero caminaba de un modo muy sensual, parecía que sus pies descalzos casi no pisaran el suelo, como si se deslizara, se acabó de cubrir el cuerpo con la túnica y subió a la trasera de nuestro automóvil seguida del embajador, yo me senté en el asiento delantero junto al chofer, un negro de proporciones desmesuradas y temible faz llena de cicatrices.

Durante todo el recorrido hasta Port-au-Prince, el embajador estuvo conversando conmigo haciendo caso omiso de la "vestal" de color que llevaba sentada a su lado. Llegados a la villa en la que estaba asentada la embajada, el embajador acompañó a la muchacha hasta una pequeña dependencia que había al fondo del jardín, entraron ambos allí cerrando la puerta. Desconocí el motivo por el que monsieur Queralty permaneció allí encerrado algo más de tres horas, pero en vista de la belleza de la "vestal", con toda seguridad no sería para practicar la santería con ella. Quizás fuera su pequeño harén.

Capítulo 26

Mi fiel André acababa de entregarme una carta que un viejo y buen amigo argentino me enviaba y a quién conocí muchos años atrás en una de mis misiones profesionales en circunstancias verdaderamente excepcionales, amistad que aún hoy después de los años transcurridos seguimos cultivando, por que la amistad es como una planta que necesita ser regada y abonada de vez en cuanto para mantener viva su lozanía y gozar de ella.

Al abrirla e iniciar su lectura, me vinieron a la memoria muchas de las situaciones y sucesos que compartí con Ernesto Trapiello y que por indirecta intervención fue la causa del primero de mis matrimonios.

En abril del setenta y dos, me destinaron una misión especial en Buenos Aires como agregado comercial transitorio en nuestra embajada de la Avenida Carlos Pelegrini, muy cerca del popular y a la vez elegante barrio de La Recoleta. Mi misión encargada, era negociar con la petrolera argentina : YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), una posible fusión con la multinacional petrolera francesa ELF, a fin de explotar conjuntamente los nuevos pozos petrolíferos y gas descubiertos en el Sur de la Patagonia.

En aquella época, Argentina estaba soportando una crisis que había hundido la economía del país, los bancos se habían quedado prácticamente sin divisas, y el banco Mundial tuvo que intervenir para auxiliar al gobierno. Me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme que había más dinero argentino en Suiza o Panamá que en el propio país. Las grandes fortunas llevaban años desviando su dinero al exterior, ellos decían que por cuestiones de seguridad. En el fondo, la realidad del hecho era que el capital quería echar fuera al gobierno peronista que les estorbaba para sus planes, y esta era una de las maneras para debilitarle y que fuera el propio pueblo a los que la propia Eva de Perón llamaba mis pobrecitos desarrapados, que provocara la salida de este.

Como ya dije, mi trabajo era conquistar la voluntad de determinados altos funcionarios de la petrolera argentina y evitar que efectuara alianza con la española Repsol.

El gobierno argentino no disponía del capital que se precisaba para construir los gaseoductos y oleoductos (pipeline) necesarios para transportar estos dos hidrocarburos desde el punto de extracción hasta las refinerías y parques de almacenamiento que se hallaban en los alrededores de la capital.

Argentina por aquel entonces contaba con unos cuarenta millones de habitantes repartidos entre 23 provincias autónomas, de los cuales algo más de un cincuenta por ciento habitaban en Buenos Aires capital y el Gran Buenos Aires, además de otras muchas ciudades que se repartían por el Norte y Este del país. Las distancias en este gran país tan poco poblado, son enormes, los productos extraídos del subsuelo debían recorrer por los pipe-line algo más de 2.500 kilómetros hasta llegar a las refinerías, lo cual significaba afrontar una obra faraónica de altísimo costo, pero en aquellos momentos el país no tenía esa disponibilidad financiera para ello. Esso y Shell también andaban tras esta fusión, pero tenían en su contra que eran anglosajones y no demasiado bien vistos por sus métodos de negociación que eran siempre de corte imperialista, y eso no satisfacía a sus interlocutores argentinos.

Ernesto Trapiello era por aquel entonces el Director General del Ministerio de Energía y Transportes argentino y mi interlocutor válido para las negociaciones con YPF. Hablaba un excelente francés pues su madre era francesa e hija de una familia burguesa de Burdeos, su padre era un rico hacendado propietario de fincas con grandes extensiones de terrenos en la famosa Pampa, era tal la dimensión de estas Haciendas que nunca habían logrado efectuar un censo exacto del número de cabezas de ganado que en ellas habían, recorrerlas a caballo podía ocupar bastantes días. Congenié pronto con Ernesto y su familia, me habían invitado en varias ocasiones a pasar unos días en la Hacienda Santa Susana que era la joya de sus propiedades, su madre era una dama con exquisita educación que procuraba mantener en todo instante, me recordaba mucho a mi madre, en cierta ocasión le hice este comentario, algo que le agradó grandemente y me tomó afición.

Hay un dicho popular francés que dice; "el mundo es un pañuelo", efectivamente, un buen día se hizo realidad; Buenos Aires una ciudad con casi diez millones de habitantes entre su centro (la City) y periferia conocida como el Gran Buenos Aires, fue motivo de un sorprendente e inesperado encuentro:. En una de las ocasiones, a la salida de las oficinas de YPF, en Diagonal Norte, casi me tropiezo con Má, que en aquellos momentos estaba tratando de estacionar su automóvil Ford Falcon con evidente dificultad en un lugar bastante reducido. Realmente me quedé sorprendido, no sabía que hacer, estaba algo turbado e indeciso por el casual encuentro, pero en el fondo me picaba la curiosidad, y como no, saber de la bella Manuela con la que hacía algunos veranos nos habíamos enamorado y que desde que regresaron a su país nunca más supe de ella. Decidí abordarla:.

-¿Puedo ayudarla a estacionar su automóvil señora?-, la dije acercando la cabeza a la ventanilla del lado donde ella estaba peleándose con el volante.

-Se giró rápidamente y al verme tuvo unos segundos de duda, como si estuviera hurgando a gran velocidad en su cerebro para encajar mi rostro con algún nombre. -¡¡ Alain !!- casi gritó. Se bajó precipitadamente del coche dejándolo medio estacionado y estorbando una buena parte del tránsito que por aquella vereda circulaba, colgándose de mi cuello y llenándome las mejillas de besos y del rimmel de sus pestañas.

-¡Qué sorpresa, que alegría !, ¿cómo vos por aquí?-, me preguntó en un momento que se tomaba un respiro, a la vez que me cogía de la mano y me arrastraba hasta la terraza de una próxima cafetería.

Aprecié su sincera espontaneidad, no podía disimular que se alegraba de verme. Su sola visión me recordaba los buenos momentos vividos con su hija Manuela.

Correspondí al afecto que me regalaba dándole un cariñoso abrazo. La seguí cogidos de la mano hasta la cercana terraza y tomamos asiento en una de las mesitas, mientras me aseteaba con un aluvión de preguntas, que la mayoría de ellas se daba ella misma la respuesta. Estaba realmente gozosa del encuentro.

Le conté que estaba casi recién llegado y el motivo de mi presencia en Buenos Aires. No me atreví a decirle que ya llevaba casi un mes en la ciudad ya que quizás se pudiese sentir ofendida por no haberles todavía contactado, pero lo cierto es que me había dejado en París el domicilio bonaerense de los Ezeiza-Lambini.

-¿Tienes compromiso este mediodía?-, me preguntó .

No sabía que responderle, por una parte no deseaba crearme obligaciones, pero por otra mi subsconciente estaba anhelando volver a ver a Manuela, aunque fuera por una sola vez . Me incliné por dejarme invitar, el corazón pudo más que mi voluntad.

-Pues no, estoy a tu disposición-.

-Vamos a almorzar juntos y ahora mismo llamo a Manuela para que se una a nosotros-, me dijo llena de entusiasmo.

Al oírla citar el nombre de Manuela, todavía el corazón aceleró algo sus latidos, guardaba un bellísimo y entrañable recuerdo de ella, y en el fondo siempre queda algo en algún rinconcito del corazón que te trae los bellos recuerdos sentimentales.

Sin más, se levantó y fue al interior del establecimiento, supuse que era para llamar por teléfono a su hija mayor.

Tomamos unos refrescos y charlamos de mil cosas que recordaban su estancia en mi país, de hecho como siempre, era Laurita, quien llevaba el peso de la conversación, yo me limitaba a escucharla con atención y una ligera sonrisa en mis lbios. Detuvo su charla por un momento para mirar el reloj.

– ¡Vamos, Manuela nos espera en el restaurante! -, dijo toda decidida mientras se levantaba y se agarraba de mi brazo para ir hasta su automóvil, que dicho de paso, tenía una denuncia pegada el cristal, que ella cogió tirándola arrugada a una papelera pública que había a su alcance.

Poco después detenía su auto frente la puerta de un prestigioso restaurante bonaerense llamado La Cabaña, en el que se pueden degustar las mejores carnes de vacuno del mundo, o al menos es lo que dicen los argentinos, claro que también en Texas suelen presumir de lo mismo y también brasileños y venezolanos.

El restaurante La Cabaña, es uno de los que cuentan con más prestigio de la capital BsAs que es como así la abrevian en su escritura sus habitantes, tiene una cuidada decoración que transpira elegantemente por todos sus rincones el sello y estilo propio de los famosos gauchos argentinos.

En una mesa central pude distinguir mientras nos atendía la señorita recepcionista, a Manuela, ella también nos había visto y se levantó para venir a saludarnos. Mientras se acercaba a nosotros vi el cambio que había experimentado, era ahora una mujer que había madurado en su belleza, el traje sastre de color verde musgo que llevaba, con falda ajustada a sus caderas, hacía que resaltara más su silueta, la cara había perdido ligeramente los rasgos algo aniñados de cuando la conocí, siendo ahora los de una mujer, de una bellísima mujer. Sentí algo en mi interior que me inclinaba a abrazarla de nuevo y besar aquellos sensuales y cálidos labios que algunos años atrás había besado tantas veces. Se acercaba con una sonrisa que a la vez, además de simpatía, demostraba sorpresa, yo notaba que un hálito invisible flotaba en el aire que todavía mantenía prendida una llamita de amor que la acompañaba atrayéndola hacia mi.

Nos dimos un cariñoso abrazo y en ello pude ver que casi todo el restaurante nos estaba observando, pues el camino que Manuela recorrió hasta llegar a nosotros captó la atención en especial de los caballeros, a pesar de que Argentina es un país de bellas mujeres, pero la de Manuela era excepcional. En argentina a estas bellas mujeres de pelo negro y grandes ojos, suelen llamarlas familiarmente, "morochas".

El almuerzo, como era de esperar, transcurrió sobre el intercambio y recordatorio de anécdotas y situaciones del viaje de la familia a Europa y de los personajes y ciudades que durante el mismo fueron conociendo. Agradecí en mi fuero interno que en ningún momento se produjera una situación que pudiera representar incómoda y que guardara relación con el idilio veraniego que Manuela y yo mantuvimos en aquel entonces. En momentos fugaces me la quedaba mirando analizando centímetro a centímetro aquel bello y perfecto rostro, que a medida que le miraba despertaba en mi los deseos de poseerla de nuevo.

En momento dado Má, poniendo como excusa que tenía un compromiso con unas amigas, se marchó dejándonos solos.

Nos quedamos mirándonos fija y profundamente a los ojos en silencio, poca cosa podíamos decirnos que no nos hubiésemos dicho ya en el pasado.

-Bien, Alain, ¿y que es de tu vida?, ¿cómo tu por Buenos Aires?-. me disparó con voz suave y aterciopelada la bella Manuela. La pregunta removió todos mis huesos, traté de serenarme y le respondí contándole lo mismo que le había dicho a su .

Estuvimos algo más de un ahora hablando sobre futilezas, pero siempre sorteando los límites de nuestra historia amorosa pasada.

La conversación llegó a un punto en el que le pregunté que era de su vida. Por sorpresa mía me dijo que al poco tiempo de haber regresado del viaje a Europa se había casado con el hijo de un matrimonio amigo de la familia.

Me quedé algo sorprendido y me pareció experimentar unos atisbos de celos en mi interior. Repentinamente creí haber perdido para siempre aquella bellísima mujer, que alguien más decidido que yo se la había llevado. Bien mirado este sentimiento repentino no dejaba de ser un acto natural del machismo posesivo que todos los hombres que con mayor o menor mesura nacemos.

Pero mi condición de persona bien educada, hizo que la felicitara por su matrimonio, a pesar de que sentía en mi interior una cierta llaguita que me pinchaba en el corazón.

-¿Eres feliz?-, me atreví a preguntarle.

-Lo fui-, me respondió con un cierto aire de tristeza que le apareció como una sombra en su rostro.

Por unos momentos me quedé algo indeciso, no sabía cómo continuar aquella conversación, pero aquel " lo fui " me alentó.

-No entiendo, ¿acaso ahora tu matrimonio no funciona todo lo bien que debiera?-, dije esperanzado.

Manuela, se quedó unos instantes pensativa con la mirada fija en lo etéreo, unos instantes después reaccionó. –Soy viuda-, dijo.

Intenté disimular cuanto me fue posible mi sorpresa. -Cuanto lo siento, te ruego me disculpes si con mis preguntas te he recordado algo que quizás te haya entristecido-.

-No, no debes preocuparte, ya superé este trance-, me dijo mientras pasaba la mano por encima de la mesa y me cogía la mía. Sentí de nuevo una especie de comezón en mi interior y escalofrío, la miré a los ojos y los tenía algo entristecidos, con un aire que más bien diría que suplicantes, le acaricié suavemente la mano que me había alargado, tuve la sensación que estaba pasando un mal rato. Al fin respiró profundamente, me miró a los ojos y me dijo: -Una año después de regresar de nuestro viaje familiar por Europa, conocí al hijo de un socio de mi papá, nos vimos con bastante frecuencia y nuestras dos familias parecían complacidas en nuestra relación, hasta que casi sin darme cuenta me encontré frente a un sacerdote en el altar de una iglesia y a mi derecha a Julio-, llegada a este punto suspiró de nuevo y parecía que tomaba aire, bajó la mirada y casi sin voz siguió:

-Te juro Alain, que en aquellos momentos mi pensamiento estaba en Niza, mi alma no podía estar en otro sitio-, en estos momentos su mano que estaba cogida a la mía efectuó una mayor presión.

Respiró de nuevo profundamente, me miró dulcemente a los ojos y prosiguió: -Dos meses después del matrimonio, Julio se mató en un accidente de la avioneta que pilotaba y con la que se trasladaba a la hacienda principal que la familia tiene en la Patagonia. Nunca hemos sabido el motivo por el que capotó y cayó al vacío, los expertos nos dijeron que probablemente a Julio le hubiese dado un colapso, o algo que le dejara sin sentido, pues la avioneta iba a muy poca altura y llegó a aterrizar aunque sin abrir el tren de aterrizaje, la mala fortuna hizo que una de las alas chocara con una roca y provocara el incendio del aparato en el que Julio murió quemado. Los expertos creen en esta teoría, basándose en que Julio estaba todavía con el arnés de seguridad puesto y por lo que sea no le dio tiempo a salir del aparato-. De esto hace ya tres años.

-Cuanto lo siento-, no tenía más palabras que decirle.

Manuela, me cogió la otra mano y me dijo: -¿Me acompañas?, tengo que hacer unas compras y me agradaría que me acompañaras, naturalmente si tienes un poco de tiempo para dedicarme.

-¡¡ Camarero !!, la cuenta por favor-.

Te acompañaré con mucho gusto, por algo somos viejos amigos- la dije levantándole con mi dedo índice la barbilla para que me mirara otra vez con aquellos inmensos ojos verde aceituna. Pagué la cuenta y fuimos a por un taxi.

Dos semanas más tarde Manuela y yo nos casábamos por lo civil en un juzgado de la antigua capital de la República Argentina, Mar del Plata.

Capít. 27

Nos sorprendió la operación llevada a cabo por aquellos dos hombres del auto de matrícula española, tan pronto cerraron el maletero del auto negro de la gendarmería se marcharon directamente a su coche y partieron.

Nos quedamos quietos en el interior de nuestro vehículo para ver en que paraba aquella extraña operación. No cabía en mi cabeza que funcionarios de la prefectura colaborara con un presunto terrorista que parecía tener encargada una misión de señalada violencia, era una situación difícil de comprender.

Pasado algún tiempo vimos salir y dirigirse al automóvil negro dos individuos y una mujer, que sin duda era la sospechosa que andábamos siguiendo. Nuestro chofer puso en marcha el motor de nuestro automóvil con el fin de que estuviera rápidamente disponible.

Efectivamente, subieron los tres al vehículo y tomaron una carretera comarcal que llevaba al interior de la provincia, la D45 que conducía a la población de Alès.

El chofer que nos habían asignado era un verdadero experto en el seguimiento y persecución, mantuvo todo el tiempo una distancia prudencial respecto al automóvil que seguíamos y en el que vimos subir a nuestra "liebre".

Cruzamos la población de Alès alrededor de media tarde, justo a la salida de la población el automóvil negro se salió de la carretera y tomó por un camino forestal sin pavimentar, retrocedimos un poco para que nos fuera fácil ver si el automóvil que andábamos siguiendo regresaba de nuevo a la carretera, pero me asaltó la duda de que no sabíamos a donde iba a parar aquel camino forestal. Por el radio teléfono nuestro chofer Pierre, llamó a la central de la prefectura y comunicó con toda precisión donde nos hallábamos y les preguntó que nos indicaran dónde iba encamino forestal.

En menos de un minuto nos informaron que el camino forestal era bastante corto, poco menos de un kilómetro y que no tenían constancia de que fuera a ningún lugar, al menos en los planos detallados de la zona no figuraba ninguna vivienda, ni edificación de tipo alguno, opinaban que era un sendero utilizado por la gente que se dedicaban a la elaboración del carbón vegetal, tan habitual en aquella zona de la región.

No acababan de darnos esta noticia cuando vimos que el automóvil negro que seguíamos, asomaba el morro de nuevo a la carretera y se incorporaba a la misma en sentido contrario al que nosotros habíamos situado el nuestro. Al pasar a nuestra altura, pudimos comprobar que dentro del vehículo solo iban dos gendarmes, lo que nos dejó bastante sorprendidos.

-¿Dónde debe andar la mujer que les acompañaba?-, se preguntó Anette.

-No se, debe haberse quedado en algún lugar del camino forestal. Quizás haya alguna cueva o algo parecido en el que pudiera ocultarse-, opiné.

Nos sacó de dudas un Renault 4L, de un color azul y bastante desvencijado que se incorporó a la carretera en sentido contrario al que había hecho con anterioridad el otro automóvil. Pierre se acercó lo suficiente como para comprobar que el 4L iba conducido por una mujer, pero no sabíamos si realmente era la que nosotros andábamos siguiendo o era un cebo para despistarnos en el caso de que hubiesen detectado nuestro seguimiento.

Pierre contactó con la Prefectura de Montpellier, para informar de todo lo referente al automóvil negro y a los dos ocupantes, ya que su comportamiento, a nuestro ver era altamente sospechoso.

-Tan pronto los localicemos vamos a detenerles y nos aclararán todo los pasos que han dado durante las última doce horas, les aseguramos que hablarán. Les tendremos informados-, dijo una voz que sonaba a metálica al otro lado.

-Gracias, nos será de mucha ayuda lo que ustedes puedan averiguar-, cierro.

El Renault desvencijado al llegar al cruce de carreteras en la población de Sommières tomó la comarcal D40 que llegaba hasta la ciudad de Nimes y luego la autopista A9 que sube en dirección Norte, camino de Montélimar, Valence, y desde ésta última puede continuar en dirección norte a Lyon hasta París, o doblar al Este dirección Grenoble camino a Ginebra.

Pierre mantuvo todo el tiempo una distancia de unos doscientos metros. Cuando el sol iba escondiéndose el 4L paró en un área de servicio de autopista para repostar, aprovechamos también para hacerlo nosotros, al finalizar la operación, la mujer estacionó el Renault en la zona del restaurante y entró en el mismo. Le pedí a Pierre que fuera a comprar unos sandwitches y algunos refrescos para el camino, ya que no sabíamos lo que la persecución podría durar.

Casi una hora después la ocupante del 4L se subió al auto y arrancó, era ya de noche y la visión se nos redujo considerablemente, por lo que nuestro chofer tuvo que reducir la distancia entre ambos, pero ello nos favorecía ya que el conductor del vehículo que nos precedía, solo podía ver las luces de los faros de los automóviles que llevaba atrás.

Casi cuatro horas después llegamos a Lyon, eran ya casi las diez de la noche, el 4L se detuvo unos instantes y habló con un peatón que caminaba por la acera, probablemente le preguntaría por alguna dirección ya que éste hacía movimientos con los brazos con los que debía reforzar su explicación. Le seguimos hasta que se detuvo en la plaza Des Celestins, en la que se halla el teatro de la ópera de la ciudad y un discreto hotel del mismo nombre en el que nuestra liebre se hospedó, puesto que no volvió a salir.

Anette acompañada de Pierre entraron y preguntaron en recepción el nombre de la nueva clienta recién llegada, nuestro chofer mostró su identificación policial lo que facilitó que la recepcionista le diera los datos de la nueva huésped.

Se había registrado con otro nombre y nacionalidad a los utilizados en Madrid y Barcelona, ahora era una maestra británica en vacaciones, Nelly Chaiser, nacida en Newport Pagnell, condado de Buckinghamshire, esta era ahora su nueva personalidad.

Situamos nuestro automóvil de tal manera que bloqueaba la salida de donde había estacionado el Renault 4L, así de este modo no se nos iba a escapar sin apercibirnos de ello. Ahora nos faltaba abrir el maletero del auto e intentar ver el contenido de las dos maletas, que intuimos habría trasladado del automóvil negro al Renault.

El 4L era un automóvil sencillo, en Francia les llamamos los "cuatro latas", no fue nada difícil abrir la puerta trasera. Previamente Anette se había situado en la puerta de cristal del Hotel des Celestins, desde allí controlaba perfectamente quien salía del ascensor o de las escaleras, y le daba tiempo de darnos un silbido de aviso, y en el caso de que viera que no nos daba tiempo la entretendría como pudiera a la ahora llamada Nelly Chaiser.

Las dos maletas estaban dentro del maletero, una al lado de la otra, eran unas buenas maletas de una marca de prestigio, pero no nos fue posible abrirlas sin dejar huellas notorias que sin duda serían advertidas rápidamente por la mujer. Confieso que las cerraduras de las maletas eran infinitamente más seguras que el portón trasero del 4L. Nos llamó la atención el peso de ambas, había que hacer una fuerza notable para levantarlas, lo que nos dejó bastante preocupados.

Nos dirigimos al hotel y ocupamos nuestras habitaciones, podíamos estar tranquilos, ya que el 4L no podría salir de donde estaba estacionado gracias a haber situado nuestro auto en una posición que se lo impedía. Si la mujer quería salir, debería avisar a la recepcionista y esta avisaría a Anette, y naturalmente esta a nosotros. Antes de retirarnos a nuestras habitaciones, dimos instrucciones a la recepción de que si veía salir a la mujer del 117, nos avisara por la línea telefónica, de este modo teníamos una doble seguridad garantizada.

A las siete de la mañana estábamos ya los tres desayunando en el salón del hotel, a estas horas de la mañana éramos los únicos huéspedes que hacían uso, ya que la mayor parte de huéspedes solían ser actores del cercano teatro o viajantes de comercio, que probablemente iniciaban su actividad algo más tarde.

Pierre acabó antes que nosotros y bajó al lugar de estacionamiento del hotel, el 4L azul seguía allí, como centinela permanente. Se sentó en el interior de nuestro vehículo para hablar a través del radioteléfono con la prefectura de Montpellier.

Cuando Anette y yo nos unimos a él, nos explicó que desde la prefectura le habían informado que los dos agentes que llevaban el Citroën negro, habían sido detenidos y en aquellos momentos estaban sometidos a severo interrogatorio en los calabozos de la Prefectura. Le habían recomendado además que no perdiéramos de vista a la mujer que andábamos siguiendo, más adelante nos darían más novedades.

Para no llamar la atención, ahora situamos nuestro automóvil en un extremo opuesto del parque de estacionamiento, de este modo podíamos controlar todos los movimientos de la mujer una vez saliera del establecimiento y a la vez su automóvil.

Durante todo el día la mujer no apareció, estábamos bastante intrigados, Pierre se acercó en un par de ocasiones a la recepción, en una de ellas la recepcionista le dijo que la habitación 117 había llamado dos veces a Argel y una a Barcelona.

Finalizando la tarde, cuando se iniciaba el anochecer, nuestra liebre salió precipitadamente del hotel en dirección a su automóvil, llamaba la atención su vestimenta, llevaba una vestimenta negra muy ajustada a su cuerpo y un gorro de lana del mismo color, en la espalda le colgaba una especie de pequeña mochila también en color muy obscuro, automáticamente nuestro conductor puso en marcha el motor del auto y comenzó a seguir discretamente el 4L que ya salía de la zona de estacionamiento.

La seguíamos a muy poca distancia, ya que se metió por el interior del barrio antiguo industrial de Lyon y parecía que en ocasiones dudaba de la ruta, ya que paraba en alguna esquina para leer el nombre de la calle. Próximo a la zona donde se hallaban las industrias petroquímicas, detuvo el automóvil junto un pequeño muro que separaba la calle de la orilla del caudaloso río Ródano.

Aguardamos a prudencial distancia con las luces de nuestro auto apagadas, el lugar era muy solitario, pues no habían viviendas por los alrededores, solo naves industriales y chimeneas que echaban humo, comenzó a caer un fuerte aguacero que nos impedía tener una buena visibilidad. Unos minutos más tarde dos personas llegaron en una motocicleta, se acercaron desde la acera opuesta dirigiéndose al 4L, sin mediar palabra subieron al automóvil y este arrancó.

Proseguimos con nuestro seguimiento, un poco más allá de donde habíamos estado con anterioridad, el Renault paró, subió a la desierta acera arrimando casi hasta rozar el lado izquierdo de su carrocería a un alta pared del recinto de una central nuclear que precisamente había sido inaugurada hacia pocos meses.

Ya había anochecido y comenzaba a llovisquear, la visibilidad no era demasiado óptima, paramos nuestro automóvil a unos cien metros del 4L apagamos el motor las luces y nos quedamos atentos para ver qué iba a suceder, todavía yo tenía algunas dudas de que a quien estaba siguiendo fuera Alfil.

Del 4L salieron las tres personas por las puertas de la derecha, una de ellas se subió al techo del vehículo, la mujer y el otro hombre se fueron a la trasera abriendo la puerta del vehículo y con evidente esfuerzo sacaron las dos maletas.

Ahora ya no había duda alguna, tenía la certeza de que en las maletas debían llevar los elementos explosivos y que muy probablemente colocarían el artefacto explosivo en el reactor de la central para que estallara y causara la fuga de radioactividad que alcanzaría a todos los seres vivos en un radio no inferior a 5 kilómetros. Inmediatamente le dije a Pierre que por la radio comunicara con la prefectura de Lyon para que enviaran inmediatamente varias patrullas para que nos ayudaran a prender a los terroristas además de un equipo de expertos en sistemas explosivos.

Le dije a Anette que se quedara en el automóvil al cuidado del radio teléfono. En modo alguno quería que se expusiera a cualquier eventual peligro, no sabía como iban a reaccionar aquella gente.

Pierre y yo nos bajamos del automóvil procurando no hacer ruido, mi compañero empuñó su arma reglamentaria, yo hice lo propio con la que el embajador de mi país me había facilitado y me vino a la memoria sus palabras : "no dude de utilizarla si es necesario para abatir a este terrorista", se refería a Alfil.

A unos veinticinco metros de distancia Pierre gritó: – ¡¡¡Policía!!!,-

-¡¡¡ Arriba las manos, están ustedes detenidos !!!.-.

Por toda respuesta uno de los hombres le disparó dos tiros que le alcanzaron, cayendo casi a mis pies, yo iba ya prevenido y con el arma montada, tal y como me habían ensañado, disparé hacia el lugar de donde vi los dos fogonazos y oí un fuerte grito, -le alcancé, me dije-, el otro individuo se dio la vuelta y a la escasa luz de un farol pude ver que estaba montando una metralleta, disparé y mi disparo dio en el blanco, cayó desde el techo del automóvil al pavés del suelo, al pasar por su lado vi que se retorcía y de un hombro le brotaba bastante sangre, no tuve piedad le pegué un disparo en cada rodilla, así no podría huir. Una de las maletas estaba todavía en el techo del 4L, pero la mujer y la otra maleta no estaban, habían saltado al otro lado del muro.

Subí rápidamente al techo del auto y me asomé por encima del muro, estaba todo muy obscuro y seguía lloviendo, lo que era un serio inconveniente, las dos farolas más cercanas del interior de las instalaciones las habían roto y habían dejado de iluminar, no veía nada, a lo lejos se oían las sirenas de la policía y bomberos acercándose a gran velocidad, sin dudarlo salté al interior del recinto de la central nuclear, caminé agachado procurando no hacer ruido, agucé mi oído pero ahora las sirenas de la policía que acudía en nuestra ayuda no permitían que oyera nada.

Por mi pensamiento pasó lo acertado que estuve en que mi ayudante, Anette, se hubiese quedado en el interior del auto.

Centré de nuevo todos mis sentidos en tratar de oír cualquier ruido que me orientara para poder localizar a Alfa pero las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca y estorbaban a mis oídos. Seguí recto por un pasillo que formaban un entramado de tuberías de un diámetro considerable, pero la obscuridad y la fina lluvia que caía no permitían ver más allá de un par de metros de distancia.

Repentinamente oí un ruido a mi espalda, me giré rápidamente y vi algo que se acercaba a toda velocidad buscando mi cabeza, este acto reflejo me salvó la vida, me aparté de un salto pero a pesar de mi rápida reacción, el objeto impactó sobre mi hombro izquierdo produciéndome un fuertísimo dolor que me dejó el brazo izquierdo sin sensibilidad por unos momentos. En la derecha llevaba la pistola y disparé, a continuación oí un fuerte ruido metálico y un grito que me pareció femenino, a la vez que un fogonazo casi a quemarropa hizo que notara una fuerte quemazón en el muslo izquierdo, me mantuve todavía en pie e hice dos disparos más en dirección al fogonazo, luego me desmayé perdiendo el conocimiento.

Desperté en la cama de un hospital con una pierna vendada y el brazo izquierdo escayolado hasta el hombro. Abrí los ojos y me pareció ver en los pies de la cama a mi ayudante Anette y un hombre vestido con un uniforme verde claro, que resultó ser el doctor que me había atendido, ambos al verme con los ojos abiertos se acercaron.

El doctor me tomó las pulsaciones y me dijo que quizás tendría algunas náuseas motivadas por el cloroformo, me tranquilizó diciéndome que no debía preocuparme ya que era una reacción muy normal y casi necesaria.

-Ha salido usted de una de buena- me dijo, mientras Anette me pasaba la mano suavemente por la frente.

Notaba que mi boca estaba como pastosa y, la lengua me daba la sensación de que había doblado su tamaño y no cabía en su habitual alojamiento.

El doctor me recomendó que tratara de dormir, que ya hablaría todo lo que quisiera en un par de horas, a continuación me dejó solo con Anette que seguía de pie en la cabecera de la cama. Traté de cerrar los ojos pero me era difícil, me iban viniendo a la memoria las últimas imágenes vividas, finalmente con los últimos fogonazos de los disparos me quedé nuevamente dormido.

No se cuanto tiempo dormí, pero al despertar noté un dolor soportable pero insistente en el hombro, el mismo que había recibido el impacto de un objeto pesado y contundente, afortunadamente aparté la cabeza a tiempo, por que de no haber sido así no lo estaría contando.

Anette estaba a hora sentada en una silla junto a la cabecera de la cama, hablaba con una joven enfermera que vestía absolutamente de blanco, me pareció una paloma.

-¿Qué me pasó?-, pregunté con voz pastosa.

Anette se levantó de la silla y se acercó a mi, me acarició el cabello y me dijo: -De buena te has librado, tienes la clavícula rota y una bala te atravesó la masa muscular de la pierna, por fortuna no tocó el hueso. El doctor me ha dicho que en una semana ya estarás en condiciones de salir del Hospital-.

-¿Y Alfil?-.

-La dejaste frita, tus dos últimos disparos dieron en el blanco, una bala le entró por la boca y le salió por la nuca y la segunda en pleno estómago-. –Se han llevado su cuerpo y todas sus pertenencias los de "especiales", para investigar. Es hasta ahora un personaje misterioso, pero lo que se trata en realidad es saber quién la contrató.

Me interesé por nuestro valiente chofer, Pierre.

-Pierre, está ingresado en una unidad de cuidados intensivos, intentando salir del post operatorio. Uno de los disparos le atravesó un pulmón, y le partió una costilla por la mitad, está grave, muy grave, pero los doctores confían en que pueda superar su estado actual, sin embargo el resto de su vida tendrá una gran deficiencia respiratoria que le impedirá hacer excesivos esfuerzos o practicar su deporte favorito, el rugby, se portó como un valiente-

-Has de saber que en las maletas había la carga suficiente de explosivos que hubiesen hecho volar por los aires toda la central nuclear y cuyas consecuencias hubiesen sido casi apocalípticas. Te has ganado una medalla muchacho-, me dijo sonriente Anette mientras me pasaba la mano suavemente por la frente.

Me sentía fatigado, muy fatigado, pero a la vez íntimamente contento por que había podido alcanzar el objetivo que me había sido encomendado. Sentía el placer que produce el deber cumplido y con ello volví a dormirme…….

Capít. 28

Estaba en mi apartamento de París escribiendo mis memorias cuando mi fiel Andrè me pasó el teléfono, tenía una llamada de mi ex jefe en Servicio de Información, monsieur Jaquier de la SCEDE, me llamaba para recordarme que habíamos sido invitados por el presidente de la República a un almuerzo durante el entierro del compañero "reclutador", Cloters.

-Buenos días señor, ¿cómo está usted?-. A Jaquier le había tratado siempre con el máximo respeto, su jerarquía dentro y fuera de la organización le hacía merecedor de ello.

-Le llamo para recordarle que hoy tenemos una importante cita con la máxima autoridad de la nación-.

-No se me había pasado por alto jefe-. Le llamaba todavía así, a pesar de hacer más de veinticinco años de haberme jubilado del servicio, pero yo sabía que este tratamiento semi familiar le hacía feliz.

-Ya me lo imaginaba, pero como usted muy bien sabe, una de mis costumbres es revisar y controlar, lo siento moriré así, no puedo hacerle más-.

-No tiene importancia-, le dije.

-Voy a enviarle un coche oficial para que le recoja alrededor de las 12 del medio día, ¿de acuerdo?-.

-Estaré dispuesto a esta hora, hasta luego-.

Le di instrucciones a Andrè para que me preparara un traje azul marino y corbata negra, me había fijado que el presidente llevaba casi siempre corbata de este color, desconozco el motivo por el que la llevaba pero por respeto elegí este.

Alrededor de las doce Andrè me avisó de que el portero del edificio le informaba que abajo me aguardaba un auto oficial.

A la salida del ascensor me encontré con un buen mozo, bastante más alto que yo, que me saludó y me acompañó hasta el Peugeot negro de cristales tintados de gris estacionado frente a mi domicilio, me abrió la puerta muy diligente y luego tomó asiento junto al conductor.

No invertimos demasiado tiempo en el recorrido, pues mi casa no esta demasiado lejos del Palacio del Eliseo.

Los guardianes de la puerta saludaron al vehículo oficial, aunque no sabían quién había en su interior, tenían órdenes de efectuar el saludo, ya que se sobrentendía que solían llevar a personalidades.

El Palacio del Eliseo fue construido en el año 1848 y el primer inquilino fue Napoleón III, aunque la obra se había iniciado en el siglo XVIII.

El automóvil se detuvo frente la puerta principal de acceso al palacio, en la puerta aguardaba un ujier que muy diligente abrió la puerta, me dio el saludo de bienvenida a la vez que me hacía ademán para que me dirigiera a la puerta donde me aguardaba una señorita que vestía un traje sastre, color azul marino, que también me hizo ademán para que la siguiera, se puso a mi derecha y no hice otra cosa que caminar al paso vivo que ella marcaba.

Cruzamos un bello salón de estilo Luís XV, con el techo y los frisos decorados primorosamente, y que era la antesala al despacho del presidente de la república.

La señorita llamó suavemente a la puerta que se abrió al instante, dejando ver el fondo del salón en el que se veía un grandioso tapiz con alegorías de caza, y justo debajo de el, la mesa de trabajo del presidente.

Entré flanqueado por la señorita que me acompañó hasta un ala del salón en la que había un bello tresillo tapizado en seda adamascada de color rojo carmín, allí estaban sentados el presidente, señor Sarkozy y, mi antiguo jefe en el SCDE monsieur Jaquier.

Ambos se levantaron para saludarme, acto que me hizo sentir, tonto de mi, importante.

Aquel descendiente de húngaros, era un hombre de talante locuaz, a su modo simpático, que dominaba excelentemente el arte de captarse la simpatía y voluntad de las personas, y debo confesar que me impresionó favorablemente, le sobraba quizás la tanda de ademanes que utilizaba mientras hablaba para reforzar su idea, me recordaba a los italianos que son capaces de hablar simplemente con sus gesticulaciones.

Después de hablar un buen rato sobre política internacional, el presidente se dirigió a mi interesándose por mis acciones en el servicio de información francés. Pienso que el sabía más que yo de mi mismo, pero tuvo la deferencia de disimularlo.

Se me anticipó Jaquier y le relató todo mi curriculum, haciendo especial hincapié en el escabroso tema de la persecución y final de Alfil.

Textualmente al finalizar apuntó que mi acción había librado a Francia de una catástrofe que hubiese podido costar la vida a unos cuantos cientos de ciudadanos.

El presidente escuchó el relato muy serio, y yo para quitar algo de mérito al hecho, le conté al presidente a titulo de anécdota, la experiencia del santero y el embajador en Haití. El presidente no pudo aguantar y estalló en una fuerte risotada coreada por el propio Jaquier.

El presidente carraspeó para aclararse la voz y me dijo:. -Dado a su eficiente servicio a Francia, sepa que dispondré que salga publicado en el diario oficial, la condecoración que el gobierno de la nación le dará en el acto de que todos los años se celebra en La Bastilla que coincide con el día de la liberación de París-.

A mi edad y viniendo del propio presidente de la República, me sentí emocionado, era una distinción inesperada, y creo con toda seguridad que monsieur Jaquier tuvo bastante que ver en ello.

El presidente se levantó invitándonos a que le acompañásemos, nos seguía su fiel secretario, un joven de unos cuarenta años que había estado a su lado durante toda la campaña electoral, un hombre de su partido que ahora además de hacer de secretario es su asesor de imagen. Nos llevó a un salón contiguo, que como el resto del Elíseo tenía una exquisita decoración.

Era un salón algo más pequeño que el del despacho de presidencia, muy acogedor e íntimo, en el centro había una mesa redonda primorosamente preparada para el almuerzo, y una señorita vestida con uniforme de delantal almidonado de camarera que estaba de pie junto a la misma dispuesta a servirnos.

Durante el almuerzo el presidente estuvo muy hablador, nos relató la llegada de sus padres a Francia y anécdotas de su familia y de su labor política hasta llegar donde el siempre había pretendido, pero llamó mucho mi atención al ver que era un hombre que también sabía escuchar, cualidad muy importante en un dirigente y muy poco practicada por algunos.

Dos horas más tarde el presidente miró su reloj y a su secretario, éste le hizo una señal con la cabeza, el presidente se levantó y tuvo la deferencia de acompañarnos hasta la puerta.

-He tenido una grata satisfacción conocerle-, me dijo.

-Lo mismo le digo señor presidente, gracias por su amabilidad y por dedicarnos este tiempo-, le dije casi reverencialmente, aquel hombre me había cautivado, por su sencillez y agudeza.

El mismo automóvil oficial que me recogió, me dejó en la puerta de mi casa en la plaza del Trocadero.

Unos meses después me fue impuesta la cruz de Chevalier, con honores y una apreciable paga de por vida, que con franqueza no esperaba.

Capít. 29

Cuando dejé de prestar mis servicios en la SCEDE, procedí a comunicarlo al Ministerio de Asuntos Exteriores como era preceptivo, a la vez que solicitaba me fuera renovada mi incorporación al cuerpo diplomático, solicitud que fue aceptada con cierta brevedad, eran tiempos en que el mundo necesitaba mucho de los servicios diplomáticos.

El planeta estaba en plena etapa de lo que la prensa mundial llamó la guerra fría, los rusos presionaban a los EE.UU. e intentaban tomar posiciones en países en que los americanos tenían algunos intereses estratégicos, en especial Oriente Medio, que además de la relativa proximidad con el bloque soviético, eran poseedores de grandes reservas de petróleo, algo a lo que también aspiraba la CCCP.

En Asia, el ejército comunista ocupó Manchuria y se preparaba para invadir la península de Corea más allá del paralelo 38º, finalmente el ejército comunista de Mao Zedong, aunque fue poco receptivo a la escasa ayuda soviética, consiguió derrotar al pro-occidental ejército nacionalista chino apoyado por los americanos.

El Plan Marshall. En Estados Unidos se extendió la idea de que el equilibrio del poder en Europa no se alcanzaría sólo con la defensa militar del territorio, sino que también había que atajar los problemas políticos y económicos para evitar la caída de Europa Occidental en manos comunistas. A raíz de estas ideas, en junio del 47, la Doctrina Truman sería complementada con la creación del Plan Marshall, un plan de ayudas económicas destinado a la reconstrucción de los sistemas político-económicos de los países europeos y, mediante el afianzamiento de las estructuras económicas capitalistas y el desarrollo de las democracias parlamentarias, frenar el acceso al poder de partidos comunistas en las democracias occidentales europeas, especialmente en Francia e Italia. Este fue un modo de mermar la influencia soviética. Más tarde Rusia inventó el Comecon que trataba de ser la contraposición del Plan Marshall americano.

En mayo del 49 se creó la OTAN o NATO, según se mire, estableciéndose en la República Federal Alemana como producto de de la fusión de las zonas de ocupación aliada. Como réplica. En octubre de este año, los soviéticos proclaman a su zona de ocupación como la República Democrática Alemana,

Los rusos en 1961 cerraron Berlín a cal y canto, ya que detectaron una gran cantidad de fugas de "cerebros" del Este al Oeste, aprovechada por los alemanes occidentales y a la vez los americanos, cuyo máximo exponente fue el doctor E.von Braun.

En el noviembre del 63 cae asesinado en Dallas, John F. Kennedy, y el tejano Lindon B. Johnson pasa a ser el presidente accidental.

En esta época soy destinado a Paraguay como cónsul de Francia en Asunción. Los americanos están bajo el schok del asesinato del que consideraban el mejor presidente de todos los tiempos, después de Abraham Lincoln. Están convencidos de que el asesinato no ha sido obra de una sola persona, lo certifica que L.Oswald, el autor de los disparos que mataron a JF Kennedy, fue asesinado pocos días después de ser apresado, por un gangster de poco pelo, llamado Jack Ruby, lo asesinó de unos disparos a quemarropa cuando era conducido a la Corte para ser interrogado por el juez, a pesar de ir rodeado de policías. Hay la creencia de que ha sido una conspiración, una coalición entre la Cosa Nostra, el equivalente de la mafia italiana en los Estados Unidos, con italoamericanos ya nacidos en el nuevo continente, pero con grandes conexiones delictivas entre ellos y, otros grupos jamás identificados.

Con este estado de cosas me incorporé al consulado lleno de entusiasmo, era mi primera oportunidad para demostrar mi valía diplomática.

Tomé posesión de mi nuevo cargo con el beneplácito del entonces nuestro embajador en Paraguay, en honorable Marcel de la Croix, perteneciente a una larga familia de políticos y diplomáticos cuyos orígenes se perdían en los tiempos del Rey Sol, y gran amigo de mi tío Thierry, por aquel entonces ya jubilado.

El consulado estaba en la misma residencia en la que yo vivía, se componía de una gran casa de estilo colonial de dos plantas rodeada de jardín. La planta baja estaba destinada a atender a los que necesitaban de los servicios del consulado, y en la planta superior mi vivienda privada.

Tenía a mi cargo una secretaria francoparaguaya, de padre nativo y madre francesa, que le permitía hablar un exquisito francés, un buen inglés americano y español, había sido educada en un colegio religioso para señoritas en París, cuya rígida educación ahora la transmitía en sus maneras. Por desgracia no había sido excesivamente afortunada en el reparto de caras que le había tocado al nacer. Poco agraciada y piel ligeramente cetrina con algunas cicatrices causadas por unas viruelas juveniles, era alta y desgarbada, por el contrario su carácter era muy dulce y como ya he dicho, sumamente educada y metódica, además de efectiva y leal.

La otra persona era un joven de veintiocho años, de piel morena hijo de un matrimonio francés nacido en una de nuestras antiguas colonias africanas, Mali. Hablaba también un buen inglés americano a la vez que el español y el guaraní idioma ancestral hablado en el país como segundo idioma, protegido por la UNESCO con el fin de que no se perdiera una lengua tan antigua y extendida algunas zonas de cuatro países limítrofes; Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil, cuyos aborígenes todavía lo mantenían como medio de comunicación entre si, se calculaba que era hablado alrededor de un millón de personas.

Y finalmente la cocinera llamada Mame, una nativa, de complexión robusta que se pasaba el día cantando canciones con mucho ritmo por toda la cocina, hasta el punto que en alguna ocasión tuve que llamarle la atención por que sus cánticos se oían desde mi despacho.

Asunción cuenta con una nutrida colonia francesa y un notorio grupo de descendientes de franceses, el guaraní se utilizaba en la mayor parte de los barrios periféricos de la ciudad especialmente hablado por las gentes de raza autóctona y trabajadora.

A los pocos meses de estrenar mi cargo, vino a verme una dama que le dijo a mi secretaria Aline con cierto aire de misterio, que era urgente que la atendiera el señor Cónsul, no quiso decirle nada más.

Miré mi reloj de bolsillo y comprobé que todavía me quedaba una hora para asistir a la inauguración de una nueva escuela francesa que la colonia de paisanos había construido y sufragado de sus propios bolsillos. Le dije a Aline que la hiciera pasar.

Vi ante mi, una mujer que debía sobrepasar ligeramente los cincuenta, bastante bien parecida, vestía buenas ropas pero algo desarregladas, como si se hubiera vestido precipitadamente sin cuidar los últimos detalles, dijo llamarse Marie Tourane.

La invité a que tomara asiento frente a mi, me mostró su pasaporte francés sin habérselo solicitado. Por su acento comprobé que era de la zona del Midi de mi país, cosa que certificaba su documentación.

¿En que puede serle útil este consulado madame Tourane?-, le pregunté para así iniciar la conversación.

-Estoy preocupadísima-, respondió sin añadir más.

-¿Y cual es el motivo que la tiene a usted tan preocupada?-.

Se quedó unos instantes como meditando y mirando al techo de la estancia, finalmente dijo escuetamente: – Mi marido ha desaparecido -.

-Pero señora este es un asunto propio para ser denunciado a las autoridades del país, nada tiene que ver con las funciones propias de este consulado-.

-Lo se señor cónsul, pero el caso es excepcional-.

Puse cara de sorprendido para ver si se explicaba algo más.

-Verá, la mañana de ayer mi esposo salió, como todos los días, me dijo que iba a su oficina, que se halla al otro lado de la ciudad, se llevó el automóvil, como todos los días, pero llegada la noche, no sabía nada de él-.

Me quedé meditando por unos momentos, me preguntaba ¿cuál sería el motivo por el qué esta mujer vino al consulado y no había acudido a la policía?.

-¿Puede usted ser algo más explícita señora?, me desconcierta que usted haya venido a verme a mi, al cónsul de Francia y no a las autoridades del país para que averigüen el paradero de su esposo-. –Si usted lo desea puedo llamar ahora mismo al jefe de la policía, a quien conozco y mantengo una buena relación, para pedirle que busquen a su marido-.

-No, no por favor-, me dijo con cara de asustada, y que hacía que aumentara el misterio.

-Pues la verdad no se que hacer-, le dije sin convencimiento alguno.

-Verá, mi esposo no es realmente francés de nacimiento, aunque tiene la nacionalidad-. Aquí se detuvo y miró a todo su alrededor como si esperara ver a alguien que nos estuviera espiando.

Arqueé las cejas como diciéndola que no entendía nada de lo que trataba decirme.

-Mi esposo tiene quince años más que yo, el había nacido en Alemania, poco después de la guerra se vino a París y allí nos conocimos. A los pocos días nos casamos y esto le permitió adoptar la nacionalidad francesa. En 1946 no era difícil obtener la nacionalidad, había tantísima gente que se había dado por desaparecida que las autoridades simplificaron mucho el procedimiento, para un extranjero solo bastaba estar casado con un súbdito francés y cumplimentar un par de formularios.

Dos meses después me dijo que le había salido un importante empleo en Paraguay y nos venimos-. Se detuvo unos momentos y respiró profundamente.

-Llevamos aquí casi veinte años, mi esposo tiene una oficina de negocios internacionales y nuestra posición económica es francamente buena. Realmente desconozco al detalle el tipo de negocios a los que se dedica, casi nunca habla de ellos conmigo. En ciertas ocasiones le han visitado algunos clientes alemanes, y durante la estancia de estos suele estar distinto, algo así como nervioso y tenso, no se como explicarlo, inquieto diría. Suele viajar con cierta frecuencia a Brasil, a una ciudad que se llama Curitiba. En cierta ocasión me llevó con el y francamente me sorprendió la cantidad de alemanes que allí residen, son gente mayor, de una media de edad de algo más de sesenta años, muy estirados y excesivamente ceremoniosos. Viven en casas francamente singulares, lujosas y con gran cantidad de servidumbre, a la que tratan con cierto despotismo-.

A medida que la señora se explicaba, me vino a la cabeza una idea. Dejé que siguiera, no quise interrumpirla, puesto que a medida que avanzaba en su relato me iba interesando su contenido y posible desenlace. De hecho parecía que su relato fueran pensamientos en voz alta y yo fuera una especie de confesor o psiquiatra.

Como una especie de chispazo, me vino a la memoria que poco tiempo atrás, una de las mujeres que venían a efectuar la limpieza del consulado, oí que le contaba a mi secretaria Aline que un día efectuando la limpieza del sótano de uno de los restaurantes de más prestigio de Asunción, regentado por dos hermanos de nacionalidad alemana, había un gran baúl de madera que siempre le había llamado la atención y no se había atrevido nunca en abrirlo para fisgonear su interior. La mujer siguió con su relato, en el que decía que finalmente se atrevió a abrirle, pues no estaba cerrado con llave. Cual sería su sorpresa al ver que solo contenía ropas militares de color negro que olían a naftalina.

Yo picado de curiosidad y con un presentimiento, intervine y acercándome a la mujer le pregunté : -¿Está usted segura que eran trajes de militares?-.

La mujer con cara de extrañada por mi intervención, que con toda seguridad no esperaba, afirmó: -Absolutamente señor y eran de color negro-, y para mayor abundamiento dijo : -eran muy bonitos y llevaban bordadas en plata las solapas de la chaqueta una especie de rayos, dos, uno al lado del otro-.

No me cabía ya la menor duda, eran trajes de la antigua Gestapo de Hitler. Me acerqué a su oído y le recomendé que si en algo estimaba su vida, no se le ocurriera contar a nadie este descubrimiento. Me miró con los ojos casi desorbitados con gesto de no comprender, -se lo digo muy seriamente, no repita esto a nadie, va en ello su vida y la de los suyos-.

Este hecho y lo que la señora Tourane acababa de contarme de su marido, completaban el pequeño rompecabezas. Ahora ya casi no tenía duda de que el esposo de madame había sido alguien de cierto relieve en la organización de la policía militar nazi. Me confirmaban mis sospechas las frecuentes visitas de su esposo a Brasil para establecer "negocios" con súbditos alemanes, que ella acababa de contarme.

En aquella época se sospechaba que una gran cantidad de mandos militares alemanes, ante la perspectiva latente de que iban a perder la guerra, se refugiaron en varios países de América latina cargados con los bienes producto de los pillajes efectuados en los países que habían invadido. Con ellos pudieron comprar voluntades, posesiones y documentos que les acreditaban sus nuevas vidas y nacionalidades, se convirtieron repentinamente en ciudadanos intachables bajo el abrigo del país.

Me excusé con madame Tourane y le prometí ocuparme de investigar el paradero de su esposo con toda la discreción posible, aunque le recalque que no era misión de este consulado. Mi secretaria le tomo sus datos personales y los de su marido para que formaran parte de nuestro archivo.

Al día siguiente fui a visitar al capitán de la policía paraguaya con quien mantenía una excelente relación, gracias a que ambos éramos socios del Country Club de la ciudad, y habíamos tenido ocasión de jugar al tenis como parejas de dobles en varias oportunidades. Tenía pensado exponerle el caso y mis sospechas en el mismo.

El capitán González era un gran profesional y un hombre siempre dispuesto a colaborar con los amigos. Yo sabía que solía ir todas las mañanas al Club para desayunar y allí me fui, era el lugar perfecto para poder charlar con bastante libertad y nuestro encuentro podía pasar en principio como casual.

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