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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 4)

Enviado por MANEL BATISTA


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Constant se acercó a su automóvil que estaba estacionado un poco más allá, permanecí unos instantes inmóvil, no fuera a ser que me viera. En cuanto se hubo alejado lo suficiente, fui de nuevo a la esquina en la que estuve y, la fortuna me trajo a los pocos instantes un taxi al que le pedí que me llevara al aeropuerto.

A mi llegada a Rabat fui directo a la legación diplomática de mi país, necesitaba poder hablar urgentemente por teléfono con París por un medio seguro, en la embajada disponían de un sistema telefónico blindado que ya había utilizado en algunas ocasiones y que permitía hablar con absoluta seguridad de no ser intervenida la conversación.

Efectué la llamada desde el despacho que utilizaba siempre que debía leer alguno de los informes o instrucciones que me eran enviados desde la central.

París me felicitó por el resultado que probablemente les abría un camino, aunque algo estrecho para continuar la investigación. Me pidieron que me trasladara a España y que desde allí aguardara nuevas instrucciones, me dijeron que a través del servicio de información español (CESID) tenían noticias de que habían movimientos de personajes todavía no identificados que se movían por las ciudades de Madrid y Barcelona, probablemente pertenecientes a la OAS, pero que ellos solo se limitaban en observarlos, ya que habían entrado legalmente en el país y no habían cometido ninguna clase de delito.

Avisé por teléfono a mi chofer para que viniera a recogerme y me llevara al hotel. Por el camino medité sobre la reunión mantenida en Argel y la posterior y actitud de Constant, me tenía desconcertado la extraña reunión con los tres individuos que mantuvo este a la salida de la casa, y todavía más, que los cuatro se expresaran en árabe, así se lo hice saber a París pero no hicieron demasiado hincapié en este detalle, solo me dijeron que anduviera con los ojos muy abiertos y que no me fiara de nadie, ni tan siquiera de mi propia sombra, esta fue exactamente la respuesta.

Por la mañana temprano, fui a la oficina para ver si había algún mensaje de alguno de mis "proveedores" de frutas. Fátima me entregó en una carpeta algunos telex recibidos que despaché pronto, luego saqué dinero del banco y le pagué dos meses anticipados a mi secretaria, no sabía cuanto tiempo podría durar mi viaje a España. Fui a la agencia de viajes y saqué un billete de avión para Lisboa, y a las 12,30 embarcaba. En el propio aeropuerto lisboeta alquilé un automóvil Peugeot 404 con el que me dirigí al paso fronterizo de Ciudad Rodrigo, primera población que se encuentra en suelo español después de cruzar la frontera.

Desgraciadamente el firme de las carreteras portuguesas no es como las de mi país, son además de accidentadas sumamente sinuosas debido a que la orografía de la zona es muy abrupta e irregular. La fortuna fue mi aliada, al llegar a la frontera española, era ya anochecido y llovía a cántaros, baje la velocidad y a paso casi de hormiga llegué a la caseta de los agentes carabineros, debido a la lluvia que caía, el oficial de guardia al ver que se trataba un vehículo de matrícula portuguesa se limitó hacerme señas con la mano para que siguiera y no comprobó mi identidad, hecho anormal, puesto que en este país había una férrea dictadura que ejercía un riguroso control de las personas que cruzaban sus fronteras en cualquiera de los sentidos. Me detuve en la ciudad de Salamanca, rechacé continuar por el mal tiempo que requería una gran atención en la conducción y estaba realmente agotado, en parte eran culpables el estado de las carreteras portuguesas, aunque las españolas solo las mejoraban ligeramente.

Dado a que era ya muy tarde, me detuve en un hotel de la periferia de la ciudad. La adormilada recepcionista no registró mi filiación, me dijo que ya la tomaría por la mañana, por el momento había entrado en territorio español sin conocimiento de las autoridades. Desperté bastante temprano para seguir viaje hasta Madrid, después de un abundante desayuno fui a abonar la factura pero la recepcionista que me había atendido a mi llegada acababa de cambiar su turno por el muchacho que me entregaba la factura que le acababa de requerir. Me acomodé detrás del volante y continué viaje sin que todavía las autoridades españolas tuvieran conocimiento de mi presencia en su territorio. Realmente, por muchas razones, preferí que a sí fuera.

Capítulo 20

Entré a Madrid por la que llaman Puerta de Hierro, no serían más de las doce y media. En una gasolinera de la provincia de Ávila tuve la precaución de comprar un plano de la ciudad que me dio un excelente servicio, permitiéndome que pudiera moverme por ella con bastante soltura. Madrid es una ciudad bastante complicada para desplazarse por ella, el trazado de sus calles, en especial en la llamada zona centro que en sus orígenes no tuvo una urbanización demasiado bien planificada, a excepción del conocido barrio de Salamanca cuya ordenación urbanística fue efectuada por el insigne urbanista y marqués que dio nombre a esta zona de la ciudad.

Acerté encontrar un hotel próximo a nuestra embajada, lo que me evitaba tener que moverme utilizando el coche por una ciudad cuyo tráfico es realmente anárquico. En esta ocasión la recepcionista me solicitó el pasaporte y cumplimentó una de las fichas que la policía les obliga rellenar con el fin de poder controlar el movimiento de personas, muy propio de las dictaduras.

Desde el hotel solicité por teléfono, reunirme con el embajador. Después de un par de minutos la secretaria mademoiselle Noël , me dio cita para las seis de aquella misma tarde.

Salí a la calle y compré varios periódicos locales. A la legua se adivinaba que la prensa española estaba censurada o dirigida. Me senté en la terraza de una cafetería de la calle Pintor Rosales para leer y observar, el tiempo invitaba a ello.

Almorcé en el mismo lugar que además de cafetería disponía también de restaurante, era jueves y me sirvieron un típico cocido madrileño, confieso que me complació largamente. Los periódicos poca cosa decían, alguna noticia suelta sobre la situación argelina y poco más sobre el Magreb, la controlada y censurada prensa local, no era una fuente informativa demasiado cabal. El tabú de España.

A la hora indicada me dirigí a la embajada, la puntualidad era en mi una devoción. Me identifiqué como Gerard Rondel. Tuve que aguardar unos pocos minutos, vino a buscarme mademoiselle Noël que me acompañó hasta la puerta de la estancia en la que se hallaba el embajador, monsieur Pierre Benoit de Chateauroux.

La acogida fue en principio algo fría, muy educadamente me invitó a sentarme en el sofá de la salita contigua a su despacho, llevaba en una mano un sobre blanco sellado con lacre rojo, despidió fríamente a su secretaria y nos quedamos solos uno frente al otro., el rostro del embajador era de lo más inexpresivo que jamás había visto. Me hizo entrega del sobre indicándome que tenía instrucciones de París para que lo abriera en su presencia.

Rompí el precinto y saqué de su interior unas cuantas cuartillas mecanografiadas y cogidas en una esquina con una grapa.

Las leí sin prisa, mientras pude ver que el embajador me observaba atentamente. Entre varias consideraciones se me instaba a que me pusiera a disposición del embajador, dado que su "gente" tenía información muy importante y tenía instrucciones concretas de cómo actuar.

-Y bien, señor embajador, me informan, entre otras consideraciones, que me ponga a su disposición, estoy a sus órdenes-, le dije con suma cautela e intentando no exteriorizar mi extrañeza.

-Verá señor Rondel, en nuestra legación llevamos bastante tiempo trabajando a fondo sobre la organización terrorista de la OAS, gracias a la buena "convivencia" con el jefe de la policía de Madrid, tenemos localizados a bastantes personajes de esta banda, sabemos que algunos de sus dirigentes han abandonado Argel y se mueven por España, especialmente en Madrid y Barcelona, este última ciudad por su proximidad con nuestro país y ser un lugar de paso, también Irún, en el país vasco, es otro punto que trabajamos por la misma razón. Gracias a los informes que usted ha ido enviando a la Central, han sido un factor fundamental para que pudiéramos progresar en nuestras pesquisas.

Ahora el encargo recibido para usted y para esta embajada es localizar a Alfil a toda costa y eliminarlo a cualquier precio-. –Tenemos localizados a varios de sus dirigentes, extremistas de derechas y fascistas todos ellos, sabemos que reciben ayuda de la policía y del propio ejército desde Argelia, algunos de ellos son hombres sobresalientes que dejaron el ejército para poder desarrollar su actividad política contraria a la república francesa, que al no poder con el General De Gaulle, se auto exiliaron en el sur de Francia y algunos otros en España. Aunque actúan con nombres falsos, conocemos sus verdaderas identidades, entre los más significativos están; Pierre Lagaillarde, Jaques Soustelle, Jean Garden, Alain Sarrien y el más significativo de todos y cabecilla, el general Raoul Salan, responsables de la muerte de más de 1.500 personas entre franceses y argelinos, la mayoría de ellos ejecutados en el propio Argel, y enemigo mortal del general De Gaulle.

Sin duda alguna estos personajes deben ser los que contrataron a Alfil.

Mi interlocutor se levantó y fue a una de las librerías que estaban adosadas a las paredes de la salita, sacó uno de los libros y un sector de ella giró sobre si misma, dejando al descubierto una caja fuerte empotrada en la pared. Sacó de su interior un objeto envuelto en una funda de cuero, lo depositó sobre la mesita que había entre nosotros, -ábrala- me dijo.

Abrí el corchete metálico que hacía de cierre y saqué de ella una pistola automática Walther P38, perfectamente engrasada y oliendo al aceite que se utiliza para la limpieza y mantenimiento del armamento.

-Es un arma "limpia", úsela sin reparo cuando la ocasión lo merezca, no tenga escrúpulo alguno en su conciencia si se le presenta la ocasión, pero hay que evitar que este Alfil penetre en territorio francés y pueda ejecutar el plan por el que le hayan contratado-, me dijo, -son las instrucciones recibidas desde París esta misma mañana-.

Solicité al embajador que me permitiera utilizar uno de los teléfonos blindados de la legación, me alargó uno de su mesa, y se salió de la salita donde nos hallábamos para que pudiera hablar con mayor libertad.

Di detalle a mi jefe con toda propiedad de la información obtenida en Argel y la extraña actitud de mi contacto Constant. –Envíeme el informe escrito por el medio de siempre, y coordine con el embajador la búsqueda de este terrorista, el Presidente de la República está muy preocupado por este asunto, no hemos tenido más remedio que informarle, le pido el máximo esfuerzo para resolver este asunto, la orden viene ahora del propio presidente-.

Finalizada la conversación con París, se me ocurrió llamar a Washington, mi tío Thierry, por fortuna pudo atenderme inmediatamente. Después de los saludos, le expuse la situación con todo el detalle que me era posible.

-Hasta aquí nos han llegado noticias de la situación general y del peligro que me has estado contando, no es de extrañar que ello ocurra, y máxime cuando se trata de la libertad de un país y que desde dentro del mismo hay grupos que no desean esta separación de la metrópoli. Se me ocurre que podrías recurrir a unos amigos americanos que tengo en España, pertenecen a la legación diplomática de los EE.UU. en Madrid, figuran como agregados comerciales, pero en realidad son funcionarios de la "Compañía", ya sabes. Nos hemos hecho favores mutuos, quizás yo más que ellos a mi, pero no importa, ahora podría ser el momento de cobrármelos. Tómate nota de sus nombres y teléfonos, aunque de todas maneras les voy a llamar y les advertiré de tu contacto y del problema que estás tratando, ellos disponen con toda seguridad de una mayor información que nosotros, además me consta que están muy bien vistos y respaldados por el régimen de Franco, esta situación les permite acceder a información privilegiada del servicio de inteligencia, el CESID español-.

Agradecí a tío Thierry su ayuda y tomé buena nota de los datos que me había facilitado.

A continuación llamé a la embajada americana, y solicité hablar con el agregado comercial mister Frederick Ed Soudan, después de pasar por varios filtros, se puso al aparato el personaje que mi tío acababa de recomendarme. Por fortuna tío Thierry había sido más rápido que yo y tuvo tiempo de ponerle al corriente de mi llamada.

Francamente me atendió como esperaba, me brindó toda su colaboración y quedamos encontrarnos a última hora de la tarde en la cafetería Zahara de la Gran Vía.

Regresé al hotel y me tumbé en la cama, estaba fatigado y necesitaba meditar sobre el puzzle en que se había convertido la búsqueda de Alfil. Solo sabía que probablemente era alguien que trabajaba en solitario, que quizás procedía de algún país centroeuropeo, y que se hallaba en España, con toda probabilidad entre Madrid o Barcelona y que tenía una misión encargada que cumplir en territorio francés.

A eso de las seis de la tarde me encaminé, con el mapa de la ciudad en mano, a la Gran Vía en busca de la cafetería que el americano me había indicado, no fue difícil hallarla, pues es un local de considerables dimensiones que se halla bastante cerca de la Plaza de España. Aquella hora estaba muy concurrida, se palpaba un ambiente bullicioso, elegí una de las pocas mesas que estaban libres en un rincón del espacioso salón, se olía fuertemente a tabaco y a café, y en el ambiente se podía oír con toda claridad el ruido que hacían las cucharillas removiendo el azúcar en el vaso de cristal al que también se añadía el de los platillos que los empleados se afanaban en lavar a mano detrás del largo y asimétrico mostrador.

Mientras observaba el ir y venir de los camareros sirviendo en las mesas, se me acercó un hombre que vestía de traje obscuro alargándome la mano al tiempo que me decía; -¿es usted el señor que me ha llamado esta tarde por teléfono?-. No había duda de que se trataba del personaje que esperaba, su fuerte acento de inglés americano lo identificaban sin lugar a dudas.

-¿Y usted es Frederick Ed Soudan?-.

-Efectivamente, y usted es el sobrino de mi amigo Thierry, ¿cierto?

Sonreí y afirmé con la cabeza. Me dio un fuerte apretón de manos y tomó asiento al otro lado de la mesita, frente a mi.

A los pocos minutos de conversar, yo le llamaba Fred y el a mi Gerard. Fred era un individuo de unos cuarenta y cinco años, no demasiado alto, de rostro poco expresivo, diría que su aspecto rayaba en una expresión algo lúgubre, su piel era de un color algo cetrino, bien podría haber pasado por un empleado de pompas fúnebres, tenía en la cabeza abundante pelo negro bastante rebelde, sus manos eran bastante grandes y fuertes, lo había experimentado en el apretón que me dio al saludarme.

Iniciamos la conversación hablando de la relación que Fred tenía con mi tío, para abocarse luego a la guerra fría entre su país y la Unión Soviética. Ya entrados en materia le expuse el motivo de mi presencia en Madrid. Pronto me di cuenta que él sabía de mi y de mi misión más de lo que yo imaginaba.

Fred casi nunca sonreía, y si lo hacía parecía que le doliera el hígado o que soportaba una úlcera en el estómago, probablemente por este motivo su cara parecía tallada a cincel. Hablaba pausadamente, como si analizara previamente la frase que iba a soltar.

Bajando algo la voz, me dibujó a grandes rasgos su actividad en España. Le unía una excelente relación con los principales funcionarios del país, que era igual a decir con los servicios de información. En este caso España, a pesar de que habían pasado ya unos veinte años de su guerra civil y el establecimiento de la dictadura franquista, mantenía todavía un férreo control de las personas, sus movimientos y actividades, a todos los niveles y, a este banco de datos la embajada americana tenía de un modo muy discreto acceso, por este motivo mi tío me había introducido a entrevistarme con la persona que llevaba estos asuntos en la embajada de Madrid.

En aquellos años, España estaba plagada de espías de las dos potencias, los americanos disponían del favor de las autoridades y eran bien vistos, por decirlo de una manera, representaban el anticomunismo al igual que el gobierno español, los del otro bando debía guardarse mucho de que conocieran su ideología ya que eran perseguidos con saña, al igual que los masones y judíos, pero con toda seguridad el servicio de inteligencia español debía tener controlados a bastantes de ellos, en especial de los que trabajaban para Moscú, pero mientras no intoxicaran la población y se limitaran a espiar a los del bando opuesto, simplemente les observaban e indirectamente en ocasiones quizás hasta se servían de ellos en determinadas oportunidades.

En el sistema de información español, tenían una vasta lista de confidentes; taxistas, carteros, dependientes de comercios, y hasta algunos rateros de poca monta.

-Tengo noticias de que vuestro gobierno está muy preocupado por la amenaza de un terrorista solitario que al parecer ha sido contratado para que perpetre un atentado de gran dimensión en vuestro país-.

-Así es. Es una de las grandes preocupaciones que nuestro departamento tiene entre manos, pero la información que disponemos, no es lo suficiente evaluable para podernos acercar al personaje que creemos han contratado los dirigentes de la facción terrorista, sabemos muy poco de ello. Se dice que es un individuo de origen centroeuropeo, que trabaja solo y que al parecer está todavía en España-.

Me quedé mirando a mi interlocutor para ver como respondía, pero su rostro era impenetrable.

-Creo poder ayudarte-, me dijo.

El corazón me dio un vuelco, pero me habían enseñado a no exteriorizar las emociones y contuve el entusiasmo tanto como pude.

-Hace algunos días, mientras tomaba café aquí mismo con un funcionario de la policía estatal, me mostró una fotografía de un individuo y me preguntó si le conocía. Era rubio, llevaba el pelo largo y aparentaba tener alrededor de cuarenta años. Le dije que no me sonaba su cara pero que si me ampliaba información quizás pudiera ayudarle. Me dijo que había entrado en España hacía cuatro días, vino en avión desde Austria, no se le conoce actividad alguna en la actualidad, quiero decir que no ha mantenido ningún contacto con persona alguna, mi confidente me dijo que suele acudir por las tardes al hotel Los Galgos, lee algunos periódicos, toma una copa de vino no habla con nadie y luego se marcha. No me dijo más, pero pienso que quizás este pudiera ser tu hombre, ya que el perfil se acerca al que por otros conductos habéis averiguado-.

-Sería bueno poder acercarme a el y vigilar sus movimientos y localizar donde se hospeda, quizás así pudiéramos averiguar si se trata de lo que ando buscando. En esta ocasión te agradecería me acompañaras dado a que tu has tenido la oportunidad de ver una fotografía suya, ¿te importa?-.

-En absoluto, si te parece vamos allá-.

Tomamos un taxi que en pocos minutos nos dejó en la misma puerta del hotel Los Galgos.

Fred me aconsejó separarnos, el entraría primero, y yo le seguiría a una distancia prudencial, acordamos que si el sujeto estaba allí, el americano pasaría por el lado de éste y dejaría caer un pitillo junto a sus pies y luego seguiría para encontrarnos en la cafetería del mismo hotel.

Fred se dio un par de paseos por todo el lobby y nada, ni rastro del hombre, yo le seguí con la vista a una distancia de unos cinco metros, me hizo una seña con la cabeza indicándome que le siguiera, se dirigió a la cafetería para ver si estaba en alguna de las mesas de allí, nada , aguardamos un buen rato recostados en la barra de la cafetería tomando él un wishky y, yo un Campari con hielo.

Después de una hora desistimos y decidimos marcharnos. Al llegar a la cristalera giratoria, nos cruzamos con una pareja que entraba, repentinamente Fred me cogió del brazo y salimos fuera. –Este es el individuo que vi en la fotografía, aquel que va acompañado de la muchacha rubia con la cara tan pintarrajeada-, me dijo sin soltarme del brazo y ayudándome a que me volviera para verlo.

Me alegré y sentí que el corazón había acelerado el ritmo.

-Vamos a observarles y cuando salgan les seguiremos, me alegro que vayamos los dos por si separan podamos seguir a ambos-.

En el lobby vi una tienda de souvenirs y periódicos, me dirigí a ella con discreción, para adquirir una cámara fotográfica de Kodak que una vez usadas y revelado el contenido se tiran.

La pareja se había dirigido a la cafetería de la planta baja y tomaron una mesa situada en un rincón. Fred se posicionó estratégicamente en otra cercana para ver si le era posible captar algunas palabras de la conversación que mantenían, hablaban animadamente, pero el hombre se le notaba que estaba pendiente de lo que le rodeaba, yo me situé en uno de los taburetes de la barra a unos tres metros de distancia de la pareja, disimuladamente dispuse la cámara fotográfica para tratar de sacar alguna fotografía de ambos en cuanto fuera posible, pero no era fácil dado a que el sujeto parecía que estuviera sospechando continuamente, Fred se dio cuenta de la circunstancia, me hizo un guiño con el ojo, se levantó y tropezó a propósito con la mesa de sus vecinos, consiguiendo que uno de los vasos que tenían sobre la mesa derramara algo del líquido contenido.

La representación de Fred, fue digna del mejor escenario teatral, excusándose y con el pañuelo tratando de limpiarle la falda de la señorita, a pesar de la oposición de ésta, momento que aproveché para sacar un par de fotografías de ambos.

Finalmente todo se serenó y volvió a sus cauces originales. Metí la cámara en el bolsillo de la chaqueta y me fui al lobby para sentarme en una butaca, desde allí podía controlar perfectamente las entradas y salidas de la cafetería, no había otro acceso. Fred se sentó de nuevo en la mesa que ocupaba antes del "incidente" para seguir tomándose su whisky, no sin antes ordenar a uno de los camareros que sirvieran a la señorita de la cara pintada un nuevo servicio de la misma bebida que tomaba antes del "derrame".

Casi una hora más tarde vi la pareja salir de la cafetería y cruzar el lobby cogidos del brazo en dirección a la puerta de salida. Me levanté rápidamente y crucé la puerta al mismo tiempo que ellos, lo que me permitió oír que hablaban en alemán, pero con un acento que denotaba que no eran de aquella nacionalidad. Torcieron a la derecha y echaron a andar calle abajo, en dirección al Paseo de la Castellana, procuraba seguirles a unos treinta metros de distancia, en una ocasión me giré para ver si Fred nos seguía y no alcancé a verle, con lo cual quedé extrañado, sin embargo más adelante pude verle en la acera opuesta, me hizo una señal de asentimiento con la cabeza.

Comenzaba a anochecer, lo que me obligó a acercarme algo más a ellos para no perderlos de vista. Al llegar a la Castellana, torcieron a la derecha en dirección a Cibeles, en este caso, y dado a la amplitud de esta avenida a Fred se le hizo muy difícil seguirnos desde el otro lado, cruzó y se puso a andar por el boulevar más cercano a nuestra acera. En Cibeles doblaron a la derecha y enfilaron la Gran Vía, iban conversando animadamente lo que facilitaba nuestra labor de discreto seguimiento.

A la altura de la plaza del Callao se metieron por las callejas de detrás del edificio de la telefónica, en la calle de la Ballesta se detuvieron frente una puerta y la muchacha hurgó en el interior del bolso del que sacó unas llaves, permanecí oculto en la sombra de una esquina, comprobé que Fred también había tomado una situación similar a la mía, entonces eché a caminar en dirección a ellos para ver con más precisión la puerta por la que en aquel momento estaban entrando. Miré el número y lo memoricé. La casa era vieja, de dos plantas, probablemente tendría algo más de ochenta años desde que fuera construida, me quedé frente a la puerta una vez la cerraron y, no me pareció oír el ruido que suelen hacer los ascensores, sin embargo oía las risas de la muchacha, y por el tiempo que las oí calculé que subían por la escalera al piso superior. Luego regresé a la esquina donde se hallaba Fred.

-Bien, ya hemos localizado donde se aloja el hombre-, dije.

-No corras tanto amigo-. Podría ser este el domicilio de la muchacha, no se si te habrás dado cuenta que quizás sea una prostituta que ha pillado esta tarde por la calle y ahora han venido al "nidito" de amor de ella. Vamos a esperar para ver si sale alguno de los dos.

Había en una de las esquinas una taberna con cristalera que daba a este lado de la calle y que desde allí permitía ver si alguien salía por aquella puerta, optamos por una mesa que estaba pegada al ventanal y allí fue pasando el tiempo mientras conversábamos.

Dos horas y media después vimos salir al sujeto, era ya muy obscuro y aquellas callejuelas estaban muy poco iluminadas, de nuevo procedimos a seguirle con las mayores precauciones, fue hasta la Gran Vía, la cruzó y se metió en un pequeño hotel de la calle Abada.

-Aquí es donde se hospeda este sujeto, ahora vamos a saber su filiación-. Fred se fue a una cabina telefónica cercana para efectuar una llamada, media hora más tarde llegó un automóvil de la policía, se bajó un agente que vestía una arrugada gabardina ,saludó a Fred, este cruzó con él unas palabras, luego me dijo que era un inspector de al policía amigo. Al poco tiempo salió del establecimiento y le entregó a Fred un papel escrito a mano marchándose después de despedirse y mi amigo darle las gracias. –Estoy en deuda contigo-, le dijo.

Regresamos a la taberna para leer la nota, en ella decía; Nombre: Vincenty Drozd, nacionalidad polaca, edad 47 años, raza blanca, suficiente para que pudiéramos obtener información de los bancos de datos de las policías europeas e Interpol.

-De todas maneras, no olvides que este hombre lo más probable es que proceda de algún país del Este y allí nadie tiene acceso a los archivos. Mañana tan pronto llegue a la embajada enviaré estos datos para que consulten los archivos del FBI y la Compañía-.

-Haré lo mismo, enviaré estos a París a la DGSE, para que los procesen. Quiero darte las gracias por esta colaboración tan importante que me has dado, no lo olvidaré.

Nos despedimos con un, hasta mañana.

A la mañana siguiente fui a un laboratorio fotográfico que había visto bastante cerca del hotel para que me revelaran las dos fotografías que le había hecho al sujeto e incluirlas en el informe.

Capítulo 21

Los días pasados en Roma fueron un bálsamo para mi alma viajera, estaba de vacaciones después de un par de duros años destinado en la ciudad de Argel en la que se vivía en constante tensión y sobresalto. Necesitaba relajarme y así fue.

De nuevo en París me reuní con la familia para trasladarnos como todos los años a la Costa Azul, en la casa que mis padres allí tenían. Este año las cosas habían cambiado bastante; los vecinos que teníamos habían vendido su casa y ahora estaba ocupada por una acaudalada familia sudamericana, eran bastante ruidosos y tenían la constante necesidad de ostentar sus riquezas, hasta el punto que en ocasiones rayaban en la más grande de las cursilerías.

Celebraban casi todos los días sonoras fiestas, parties, o saraos, aunque estos últimos habían caído en desuso por no ser tan finos, como ellos lo definían, e aquí un pequeña muestra de sus múltiples cursilerías. Una de las tardes nuestros nuevos vecinos nos invitaron a uno de sus parties, la señora de Ezeiza-Lambini se personó en nuestra casa y habló con mamá, desde un buen principio no congeniaron en exceso pues Laurita, que este era su nombre de pila y, como la llamaban sus hijos y esposo, tenía la horrible costumbre de hablar sin cesar y en tono excesivamente alto, cosa que a mi madre la molestaba enormemente, pero su educación y su sentido de la hospitalidad la impidieron pedirla que se callara o bajara el volumen de su voz.

Como es natural, asistimos, para ello se barajaban varias razones, la primera y principal era la curiosidad de ver estos parties tan divertidos que Laurita nos había contado y, en segundo lugar ver al tipo de personas que a ellos asistían.

O sea, que sobre la hora indicada nos personamos toda la familia en la colosal casa que los Ezeiza-Lambini habían alquilado, incluyendo a mis dos primas americanas que como todos los años pasaban unos días con nosotros. Dado a que éramos los vecinos más inmediatos nos permitía ver desde nuestra casa el número de invitados que ya habían llegado, mi madre odiaba llegar de los primero, pero tampoco deseaba ser de los últimos, era muy considerada. Llevábamos para la ocasión vestimentas propias de verano, informales, pero cual sería nuestra sorpresa cuando nos salió abrir un mayordomo con chaqué y los señores de la casa con vestidos casi de ceremonia. Miré a mi madre y adiviné que en aquel momento deseaba poder esfumarse como el genio de la lámpara, ella, que tanto la preocupaba el modo de vestir.

Por fortuna nuestra, los invitados que ya habían llegado iban vestidos más o menos de la misma guisa que nosotros. Me acerqué a mi madre y le susurré al oído: -mamá, relájate, no desentonamos tanto como a ti te parece-.

Laurita, independientemente que como ya dije, era muy habladora, era también simpática y ocurrente, todo cuanto decía lo adornaba con una encantadora sonrisa, en la que lucía una blanca y perfecta dentadura hollywoodiense, nunca supe si su sonrisa era natural o era para mostrarla a sus semejantes, un pequeño misterio.

Nos presentó a su familia que estaba casi alineada en el espacioso recibidor, se componía de su esposo, Martín, tres hijas cuya edad oscilaba entre los diez y seis y veintidós años, Beatriz, Elenita y Manuela, y por un momento creí que también nos iba a presentar a una doncella que en aquellos momentos atinaba a pasar por allí. Mi madre correspondió presentándonos a todos nosotros.

Confieso que las tres hijas de Laurita era muy bellas, en especial la mayor, Manuela, era alta y espigada, tenía una cabeza muy bien formada que cubría una larga y preciosa cabellera ondulada de negro azabache que le daba un toque ligeramente salvaje, unos enormes ojos de color verde aceituna muy obscuro enmarcados con unas pestañas que más bien parecían abanicos y finalmente unos labios rojos y sensuales que formaban un conjunto casi perfecto de una mujer sureña y sensual. Debo decir en su honor que era muy educada y sensible pero de talante algo serio.

La seguía Elena dos años menor, una jovencita de pelo castaño, grandes ojos azules y labios también sensuales, sonreía con facilidad y se le formaban dos simpáticos hoyuelos en las mejillas cuando lo hacía, vestía como nosotros, informal.

La pequeña Beatriz era una rubita sofisticada, de ojos azules, esbelta y con estilo, vestía como su (mamá, otra de las cursilerías), con traje de cocktail, con el que se le notaba que se sentía cómoda, seria, pero educada.

Finalmente Martín, el cabeza de familia, un hombre robusto de unos cincuenta años, de mirada vivaz y ojos muy obscuros, no llegué nunca a saber si eran negros o marrón muy oscuro, afable de trato y noblote, tenía puesto sobre sus anchos hombros una cabeza grande y sin un pelo, el poco que debía tener lo afeitaba, sin embargo lucía un grueso y poblado bigote muy negro, éste era el único signo de parecido con su hija mayor.

Laurita, tendría alrededor de cuarenta y seis años, pero seguía siendo una bella mujer, muy parecida a su hija Manuela, casi dos gotas de agua, conservaba todavía una buena figura que casi rivalizaba con las de sus hijas. Era sumamente activa y vivaz, lo de habladora ya lo dije, y llegué a intuir que debía madrugar más que su marido, pues ella llevaba los pantalones.

Independientemente a su notoria cursilería, confieso que eran muy agradables y con un alto sentido de la hospitalidad, muy propio del carácter argentino.

Me dediqué preferentemente a Manuela, se comprenderá por las razones ya aducidas con anterioridad. Fueron viniendo invitados, algunos de ellos eran conocidos nuestros de todos los veranos, parisinos también, otros eran desconocidos y de muy variadas nacionalidades, una pequeña Babel, pero muy cosmopolita, que en realidad era lo que a los Ezeiza-Lambini gustaba.

Manuela era una mujer que llamaba la atención donde estuviera. Simpática e inteligente, tiempo después me confesó que le agradé solo verme, cosa que me halagó enormemente. Manuela era sumamente romántica, me recordaba a una de mis primas americanas que siempre andaba leyendo poesía, cosa que yo odiaba, pero ahora que Manuela me "aficionó" a ella no la encuentro tan ridícula.

Manuela fue mi idilio de aquel verano, congeniamos pronto, especialmente al poder expresarnos en español o inglés. Mi madre había informado a su má, de que yo acababa de finalizar la carrera de diplomático, que fue motivo por el que organizara otro partie en mi honor.

Manuela y yo fuimos avanzando cada vez más en una relación que se inició romántica y divertida. En aquella época yo era un joven todavía algo alocado y con ganas de diversión, especialmente con el género femenino. Manuela vino a colmar todo lo que yo pretendía en aquella época de una muchacha, era además de todo lo dicho sumamente apasionada, hasta el punto que no había día en que no catáramos las dulces mieles del amor, no importaba el lugar; en su habitación, o en mi casa, o de pie en la cocina, en el bosque, no importaba, el apasionamiento de los dos era ciego. En cierta ocasión le dije que pidiera a sus padres permiso para irnos de excursión tres o cuatro días en mi Vespa, a pesar de que Manuela era ya mayor de edad y no lo precisaba, pero yo sabía que las familias sudamericanas tenían ancestrales costumbres religiosas donde la honestidad y pureza femenina debían ser guardadas celosamente como tesoro sagrado hasta llegar al matrimonio.

Laurita "má", no puso impedimento alguno, lo cual me sorprendió, pues yo en realidad esperaba ciertas reticencias maternales.

-Manuela, Alain me ha contado lo de esta excursión que habéis planeado, hablaré con "pá" pero no habrán impedimentos, yo me ocupo de ello-.

-Gracias ""-, dijo mientras la abrazaba con candor.

La excursión fue motivo de que nuestro amor de verano se acrecentara. Realmente en la Riviera italiana lo pasamos muy bien, Manuela como ya dije, era una muchacha dulce y sumamente romántica, pero la continuada relación íntima hizo que descubriera en ella facetas que me eran desconocidas;

¡ roncaba por la noche !, hasta el punto que los decibelios que emitía al aire sobrepasaban la escala sónica tolerable que no permitían conciliar el sueño, algo que para mi era sagrado, me percaté que no era posible dormir a su lado, opté por irme al baño y acostarme dentro de la bañera. Este detalle, que desde fuera parece una futileza, hizo que reflexionara profundamente respecto a la seriedad de una posible y futura relación, a pesar de todo valoré el conjunto global y el balance era todavía muy positivo. Manuela en el amor era única, creo que había nacido para ello, era todo dulzura y a la vez imaginativa, audaz, atrevida e insaciable, soltaba frases al oído que me excitaban en sobremanera, y en particular cuando sus sensuales y cálidos labios me rozaban al oído y suspiraba jadeando. Unos días después regresamos felices de nuestro viaje, dejamos a nuestras espaldas la bellísima ciudad marinera de Alassio no sin cierta dosis de tristeza por todo lo allí vivido.

A nuestro regreso, "má" organizó al día siguiente un pequeño "partie" íntimo y familiar, algo que a decir verdad nos sorprendió a todos, pero era el estilo de aquella familia y había que respetarlo, al fin y al cabo no dejaba de ser un agasajo a nuestras personas y era muy de agradecer, siempre he pensado que "má" Laurita, era de estas personas que son felices obsequiando a los demás. De todos modos no alcanzaba a ver el motivo de aquel inesperado cumplimento.

Nos reunimos las dos familias alrededor de una mesa exquisitamente preparada para un almuerzo, mi madre, algo tensa por lo repentino y desconocido motivo de la invitación, la sentaron a la derecha de "" Martín, el cabeza de familia tal y como mandan las reglas del protocolo social y, a mi padre a la derecha de Laurita. La mesa era ovalada lo cual permitía conversar con cierta comodidad con los comensales vecinos dado a que no era necesario efectuar excesivas contorsiones con la cabeza para poder ver al interlocutor. A Manuela y a mi nos sentaron juntos en centro de uno de los lados del óvalo, Beatriz y Elena con mi hermana al otro lado.

Las dos doncellas que se habían traído de Buenos Aires sirvieron los majares, si, digo bien, eran manjares muy selectos, los Ezeiza-Lambini no escatimaron en calidades, más tarde supe que la comida había sido encargada en uno de los más refinados restaurantes de Niza, el ayudante o mayordomo se encargó de abrir con cierta destreza, la verdad que algo teatral, las botellas de champagne Mümm cordón rouge a temperatura optima para su degustación, que fue sirviéndonos con habilidad, parsimonia y solemnidad, sus gestos me recordaron a un sacerdote católico oficiando la misa en el acto de la bendición del vino del cáliz en la consagración, a fe mía que aquel champagne acompañaba perfectamente a los dulces postres que eran de la mejor calidad.

La conversación fue desarrollándose por cauces normales de temas mundanos, "má" con su natural simpatía y espontaneidad casi me obligó a que contara las particularidades de nuestro viaje a la Riviera italiana. Noté que por debajo de la mesa se deslizaba sobre uno de mis muslos la suave mano de Manuela, que de inmediato me puso en tensión. Miré a mi madre y la note algo más relajada, mi padre había entablado animada conversación con Martín, probablemente Mümm colaboraba en ello, era palpable que ambos se caían bien, mi padre hablaba un buen español y era factor básico para el buen entendimiento de ambos.

En mi relato ensalcé las bellezas de los lugares visitados, y naturalmente obviando las intimidades ocurridas. A este punto, la audaz Elena, preguntó en que hotel nos hospedamos.

-Era un hotel exento de lujos, pero sumamente cómodo y en la misma orilla del mar-, respondí intentando quitar importancia a la pregunta que me había parecido algo inoportuna. Vi que Manuela se sonrojaba ligeramente mientras Elena y Beatriz se sonreían por lo bajo, actitud que me contrarió. Automáticamente pasé a la contra.

-Elena, ¿tienes ya algún novio que te corteje? y tu Beatriz ¿que tal andas en ello?-.

Se les fue la sonrisa de inmediato, no obstante Elena, me lanzó una mirada entre dura y a la vez simpática, como si quisiera decirme: touchè.

Hacía unos momentos que Laurita se había ausentado de la reunión, habíamos tomado posiciones en la terraza del jardín trasero de la casa para que nos sirvieran el café.

Apareció Laurita sonriente con un paquetito en la mano muy bien envuelto. Se plantó en el centro de la reunión y pidió silencio.

Todas las miradas convergieron en ella y su paquetito bien envuelto que llevaba asido por una de las cintas del lazo. Carraspeó un poco para aclararse la voz y con aire de cierta solemnidad nos dijo:

-Tengo un pequeño obsequio para Alain, en prueba de nuestra amistad y por haber tenido esta caballerosa deferencia con nuestra hija Manuela-.

Dio un paso adelante para situarse frente a mi que, sorprendido, me levante de la butaquita en la que estaba sentado. "Má", solícita, me hizo entrega del paquetito mientras me decía: -para que nuca te olvides de Manuela-, frase que me dejó de una pieza, y que interpreté como si fuera un obsequio de compromiso. Estuve tentado de rechazarlo, pero no me pareció oportuno y, que de hacerlo, hubiese sido una descortesía ante la hospitalidad de aquellas gentes.

Lo acepté y procedí a abrirlo con sumo cuidado, a pesar de su reducido tamaño pesaba un poco. El envoltorio ocultaba una pequeña caja de nácar que abrí con delicadeza. En su interior había un precioso reloj de oro de una prestigiosa marca Suiza. Agradecí el obsequio aunque veladamente dije que era inmerecido. Laurita le dio la vuelta y en la tapa que cubría la maquinaria estaba grabado mi nombre y el de Manuela. Esto me olía decididamente a una especie de obligación. Lo fijé en la muñeca, pero mi intención era otra.

A partir de aquel día fui espaciando cada vez más mis visitas a los Ezeiza-Lambini, no entraba en mis planes tomar todavía compromisos ni vanas esperanzas que quizás no cumpliera.

Los Ezeiza-Lambini regresaron a Buenos Aires a finales del mes de Agosto. Les despedí en la terminal del aeropuerto de Niza, Manuela lloraba y a "má" se le comunicó la tristeza de su hija. Nos abrazamos y nos dimos un largo beso de despedida, pues yo sabía que muy probablemente no volveríamos a vernos. Y mi madre al fin descansó…..

Capítulo 22

El trágico fallecimiento de mi amiga pintora, me sumió en una especie de depresión moral, precisamente ella que había logrado reanimar mi estado psíquico, ahora sin pretenderlo me había golpeado en lo más recóndito de mi alma.

Trataba en muchas ocasiones dejar de pensar en ello, pero no tenía fuerzas para apartarlo de mi mente, a pesar de que André y yo, aun sin decirlo evitábamos hablar de ello.

A las ocho y media de la mañana me entregaban todos los días en mi domicilio, los tres periódicos a los que estaba suscrito, France Soir, Le Figaró y l´Humanité, este último era para enterarme de cómo les iban las cosas a los comunistas franceses, uno de los cánceres de la república.

A mi edad, los periódicos suelen abrirse por las páginas dedicadas a la política internacional y a las de la necrología, mejor expresado, la lista de los seres humanos que han dejado atrás su paso por el planeta. Yo no era inmune a ello y me parecía que la consulta diaria era un símil a una carrera de supervivencia en la que de vez en cuanto alguien conocido entraba en boxes su carrocería y abandonaba. Aquel día venían en la lista dos "dimisionarios" conocidos, uno de ellos era la persona que me captó para trabajar en los servicios secretos de mi país, monsieur Cloters, de la DGSE, que con el tiempo llegamos a tener una buena relación de amistad, tenía con él una deuda de honor, en cierta ocasión y gracias a su eficaz información pude salvar mi vida de un peligro inminente.

Tomé la decisión de ir a su entierro, de algún modo debía distraerme. Le dije a mi leal André que íbamos a salir, que me dispusiera un traje y corbata negros, le expliqué el motivo de nuestra salida.

París cuenta con tres grandes y famosos cementerios; Montmartre, Montparnasse, ambos intramuros de la ciudad y el de Père-Lachaise o también conocido por el cementerio del Este, este último es el más prestigioso, no se el por que del prestigio de un cementerio, pues allí no hay vida, solo muerte, pero es la necrópolis parisina más visitada, alrededor de dos millones de visitantes anuales y un millón de seres inhumados, deben ser los terrenos de Francia con más contenido de calcio en su subsuelo. Tiene una superficie de unas 44 hectáreas, casi la de 44 estadios de rugby. Entre las muchas personalidades enterradas allí, se hallan; Molière, Lafontaine, y los famosos Abelardo y Eloisa, los restos de estos procedían del cementerio que en su día fueron enterrados, siendo la venta de estos terrenos en favor de la Revolución allá por el año 1792 a excepción del sepulcro en el que ambos amantes yacían y que más adelante se dice de su traslado al Père-Lachaise, a partir de aquí la leyenda es ya de libre interpretación.

André sacó el Bentley del garaje y enfilamos el camino del cementerio del Este. Afortunadamente los días tormentosos habían quedado atrás y París enfilaba los inicios primaverales con buen tiempo, lucía un tímido sol que la clásica neblina del Sena enturbiaba. Cruzamos le Pont Neuf, el más antiguo de la ciudad, construido por allá los inicios del siglo XVII, y en poco más de treinta minutos entrábamos en el cementerio. Dadas las dimensiones del mismo, André se acercó a las oficinas para que le indicaran el camino para poder llegar hasta donde monsieur Cloters iba a ser depositado con gran ceremonia oficial en su "box". Le facilitaron un plano que nos permitió hallar el lugar con facilidad.

No me sorprendió el gran número de personas y personalidades que rodeaban el panteón familiar de Cloters. Desde que nos conocimos casi cuarenta años atrás, éste había escalado a puestos muy altos dentro de la administración, convirtiéndose en un hombre sumamente influyente, y sobretodo muy respetado, pues por sus manos habían pasado los dossieres de la mayor parte de hombres prominentes de la nación, de los políticos y los no políticos pero cuyas fortunas influían en la política.

Un pequeño corrillo humano del que destacaba el presidente del BNP, el gran banco parisino, y otros hombres conocidos del mundo de las finanzas. André fue a estacionar el auto lo más cerca posible y mientras me acercaba andando al panteón fui distinguiendo a los personajes que también habían acudido al sepelio.

Me reuní a un grupo en el que se hallaba el que había sido mi antiguo jefe en el servicio de información, como siempre dirigiendo el cotarro, al acercarme a él, le dije socarronamente: -Y ahora ¿donde me va usted a destinar?-.

Se quedó mirándome unos instantes con semblante taciturno y serio, finalmente me dio un abrazo y siguiendo con mi anterior socarronería respondió: -¡Venatore!, le voy a destinar otra vez a Argelia-.

Ambos nos reímos a gusto, aunque creo que fue la primera vez que veía reír aquel hombre.

Pocos minutos después, llegó el automóvil presidencial precedido por dos agentes motorizados y seguido de dos automóviles más. Rápidamente descendieron varios individuos y rodearon al presidente de la república que hacía solo un par de meses que había sido elegido. Todavía no había tenido la oportunidad de verle en persona, los periódicos, revistas y la televisión del país llevaban desde su elección, llenándonos de noticias sobre el nuevo presidente, monsieur Sarkozy, ahora tenía la ocasión de observarle al natural y sacar mis conclusiones particulares.

Era de complexión delgada, enjuto diría, talla media, aunque pude observar que reforzaba su altura con los tacones de sus zapatos algo más gruesos de lo habitual. Complejo de bajito, pensé.

Destacaba de su cara algo afilada una nariz ligeramente prominente que se empeñaba en ser algo ganchuda. Le debe gustar meter las narices en todos los sitios, tendrá afán de protagonismo, pero debe ser de carácter tenaz.

La prensa francesa estaba algo dividida respecto al nuevo presidente, era hijo de inmigrantes, hecho que ya dividía opiniones para su aceptación, pero en el país inventor de la moderna libertad y democracia, se le daba la oportunidad de demostrar su valía y patriotismo, a pesar de no tener un limpio pedigrí nacional.

Pronto fue rodeado por un grupo de personalidades que deseaban poder cruzar algunas palabras con la máxima autoridad política del país. Este correspondía con gesto algo estudiado y cierta cordialidad.

Mi antiguo jefe, me asió de un brazo y me acercó hasta este grupo de personalidades. Curiosamente el presidente fijó su mirada en él, nos envió una sonrisa y se acercó donde nos hallábamos ambos. Le estrechó la mano a mi acompañante con cordialidad, y éste me presentó como el hombre que había prestado grandes e importantes servicios a la nación, esta frase de presentación me dejó de una sola pieza, aunque algo de razón llevaba. Me sentí algo incómodo, pues sobre mi conciencia pesaban algunos pasajes de mi vida en el servicio secreto de los que no me podía vanagloriar en exceso, aunque todos ellos fueron en el más estricto cumplimiento de las órdenes que se me habían confiado.

El señor Sarkocy me estrechó la mano con cierta fuerza y me puso la izquierda sobre el hombro, -Es un honor conocer a un fiel servidor del pueblo-, me dijo acercándose algo más a mi oído.

Se dio un cuarto de vuelta e hizo un gesto a uno de los hombres que le acompañaban, cuchicheó algo al oído de éste que consultó una pequeña libreta de cubiertas negras que sacó del bolsillo, mostrándole una página al presidente.

Éste se volvió a nosotros y dirigiéndose a mi antiguo jefe le dijo: – ¿Por que no se pasan ustedes el jueves por Eliseo y almorzamos mientra hablamos de algunas cosas?, necesito a mi lado gente con mucha experiencia, soy todavía novato en este oficio-, dijo acabando la frase con una ligera sonrisa de disculpa. Afirmamos ambos con la cabeza a modo de aceptación y conformidad.

El Presidente de la República Francesa es además Copríncipe de Andorra, Jefe de Estado, y Gran Maestre de la Legión de Honor, y una de sus ventajas es que puede elegir su Primer Ministro y que éste pueda conseguir el apoyo de la Asamblea Nacional.

-Si no es indiscreción ¿de donde le viene a usted esta relación amistosa con el señor presidente?-, pregunté.

-Muy sencillo, el señor presidente sabe que yo también tengo acceso a los mismos dossieres que tuvo Cloters-.

Nos interrumpió la conversación la llegada del automóvil fúnebre con el féretro de Cloters…..

Capítulo 23

A primera hora de la mañana fui a recoger el resultado del carrete fotográfico que había entregado el día anterior al laboratorio. Por suerte, había obtenido un par de fotografías con sus correspondientes clichés, que permitían distinguir con suficiente nitidez el rostro de ambos personajes.

Llamé a Fred al número que me había facilitado y acordamos encontrarnos en las cercanías del hotel en el que se hospedaba el pretendido Alfil.

Fred no había perdido el tiempo, tuvo la precaución de pedirle a su amigo policía que investigara a la mujer que acompañaba al sujeto y que siguiera sus movimientos.

Antes de reunirme con Fred, pasé por la embajada y el embajador envió las dos fotografías por teletipo, poco después me reunía con Fred en el lugar acordado.

Tomamos posiciones en una cafetería que estaba en el mismo frente del hotel de la calle Abada, era el punto perfecto para la observación. En la calle llovía con cierta intensidad, una hora después vimos al individuo que salía y se dirigía con paso vivo en dirección contraria al lugar que ocupábamos, salí disparado para seguirle mientras Fred se quedaba allí por si el perseguido se me evadía y regresaba al hotel. Puede localizarle un poquito más arriba, el y yo éramos casi los únicos que no llevábamos protección para la lluvia que caía. Mantuve una distancia de unos diez metros, lo que me permitía tenerle controlado todo el tiempo. Caminaba con paso muy ligero y arrimado a las fachadas de los edificios tratando de evitar mojarse, al llegar a un centro comercial de la Plaza del Callao entró en el y se dirigió a la planta segunda. Se acercó al departamento de venta de maletas y compró una de tamaño mediano de color rojo, pensé que probablemente el sujeto tenía intención de viajar.

Sin perderlo de vista, compré allí mismo un paraguas plegable para guarecerme de la lluvia.

De nuevo me dispuse a seguir al individuo que ahora se dirigía de nuevo a su cercano hotel, entró en el mismo y pidió la llave al recepcionista y desapareció del lobby.

Fred me aguardaba en la cafetería de enfrente.

-Tengo malas noticias-, me dijo al saludarme.

-¿Qué ocurre?-, le dije algo sorprendido.

-Mi amigo el inspector de policía, ha entrado en la vivienda de la muchacha y no hay nada ni nadie, está absolutamente vacía, sin restos ni señales de que hubiera estado allí-.

-Pero si los vimos entrar y luego salió él por aquella puerta-, dije algo desconcertado y con una ligera conciencia de fracaso.

-Si, estoy de acuerdo, yo también vi lo mismo que tu, pero esto es lo que me ha dicho el policía-.

-Yo voy a dedicarme al sujeto y si te parece bien tu podrías ir a comprobar la vivienda de la mujer, no acabo de comprender esta misteriosa desaparición-

Fred llamó a su amigo policía y acordaron encontrarse en la puerta del domicilio de la mujer. Yo me quedé sentado en la cafetería leyendo un periódico y haciendo guardia para ver si el individuo salía.

Pasó toda la mañana y el individuo no salía del hotel, dado a que éste no me conocía, me atreví a acercarme al hall del hotel y preguntar por él. Como sabía su nombre le pregunté al recepcionista si podía confirmarme si el señor Drozd estaba todavía en su habitación.

Miró el casillero de las llaves y me confirmó que todavía estaba en la habitación. Decidí quedarme en el hall simulando que leía una sobada revista que encontré sobre una de las mesitas auxiliares.

Un buen rato de espera me dio tiempo de pensar en todo lo que estaba sucediendo.

No fue excesivamente difícil localizar al pretendido Alfil, cosa que ahora bien pensado, no entraba dentro de la lógica. Tampoco lo era que por arte de ensalmo la muchacha que le acompañaba desapareciera repentinamente sin dejar rastro de ninguna clase.

Todo parecía demasiado fácil, demasiado coincidente pensé, comencé a pensar que aquello olía mal.

¿Y quién podía confirmarme que Alfil fuera el individuo que estábamos siguiendo?. Repentinamente se me prendió una idea,

¡ la mujer!. El hombre quizás había sido el cebo. Habíamos centrado toda la atención sobre el individuo y casi menospreciado la presencia de la mujer como si de una comparsa se tratara.

Salí a la calle rápidamente y tomé un taxi para trasladarme a la calle de la Ballesta donde estaba la casa en la que la muchacha se había aparentemente refugiado. Fred estaba con su amigo policía de pie ante la puerta.

Les expliqué mi corazonada. El policía español sacó una ganzúa del bolsillo de su sempiterna gabardina y al primer intento la puerta se abrió.

Tal y como yo había ya estimado, no había ascensor, llamamos a una puerta que correspondería a alguna vivienda de la planta baja, no hubo respuesta alguna, en la escalera había un hedor bastante desagradable, Martínez, que era como se llamaba el policía, llamó ahora con más insistencia y fuerza, nada, nadie acudía a abrir. Subimos al piso superior, en el rellano había una única puerta. Llamamos y nadie respondió, entonces Martínez volvió a echar mano a su efectiva ganzúa, la habilidad de éste hizo que se abriera la puerta inmediatamente.

Entramos en la vivienda y tal y como ya con anterioridad había dicho el policía español, estaba absolutamente vacía, solo paredes sucias y algunos papeles de periódico esparcidos por el suelo. Una de las habitaciones tenía una ventana que daba a la parte posterior de la vivienda a un pequeño jardín absolutamente descuidado y lleno de hierbajos. Me llamó la atención que una de las paredes del jardín había una puerta de color verde muy obscuro ligeramente entreabierta y que aparentaba comunicar a otro pequeño jardín de la parte trasera de otra casa.

Señalé esta circunstancia a los dos acompañantes y bajamos inmediatamente a la planta baja. Martínez volvió a llamar con insistencia, pero a la ausencia de respuesta utilizó su artilugio que abría por arte de ensalmo todas las puertas. Al abrir, nos invadió un hedor insoportable que nos obligó a cubrirnos la boca y nariz con nuestros pañuelos. Habían algunas luces encendidas, lo que nos extrañó, el desorden era notorio, al final de un corto pasillo encontramos tres puertas una de ellas estaba abierta de par en par con la luz prendida, sobre una cama había el cuerpo de una persona boca a bajo, nos acercamos a ella y comprobamos que estaba muerto, tenía un limpio agujero de bala en la nuca, y debajo de la cabeza un charco de sangre ya coagulada de color granate casi negra que empapaba las sábana, sin embargo no se observaban síntomas de violencia.

Martínez opinó que llevaba unos dos días muerta, acabamos de registrar la casa y nada de particular hallamos.

Me dirigí hasta el fondo de la vivienda y salí al pequeño jardín acompañado de Fred, me fijé en que una parte de los hierbajos estaban pisoteados y formaban una especie de caminito que se iniciaba en la puerta de salida de la casa y finalizaba en la puertecilla verde que separaba un jardín del otro, cruzamos esta puerta y el jardín, este algo más cuidado, de la casa vecina en la pared del fondo había una puerta con cristales, la abrimos sin dificultad alguna, entramos con suma cautela y se oía música moderna, a la izquierda unos aseos con los signos femeninos y masculinos, abrimos otra puerta y ésta era el acceso a una cafetería.

Empezaba a ver la luz al rompecabezas, la mujer que seguía probablemente habría asesinado a la persona que yacía en la cama y salió por el jardín, atravesó la cafetería y salió a la otra calle paralela a la anterior. Deduje que quizás se sintiera seguida o advertida de ello, y optó por esta solución para darnos esquinazo.

Martínez fue a su automóvil y por radio pidió una ambulancia, un juez y un forense, ordenó también la detención inmediata del hombre que se hospedaba en el hotel de la calle Abada.

-Este nos contará muchas cosas-, dijo con aire sombrío.

Le di las dos fotografías de las dos personas y me quedé con los clichés. Martínez era un policía muy efectivo y con gran experiencia. Arregló para que dieran difusión inmediata de las fotografías de ambos personajes, a todas las patrullas y controles aduaneros, con instrucciones precisas de su detención e inmediato traslado a la comisaría central de Madrid.

Fred y yo nos fuimos al hotel de la calle Abada para ver si el individuo ya hubiese sido detenido. Cuando estábamos pagando el taxi, pudimos comprobar como el sujeto que perseguíamos salida esposado y metido en el interior de un coche celular sin demasiados miramientos. Martínez que nos había visto, se acercó y nos confirmó que la fotografía de la mujer había sido enviada por todo el país, vía teletipo.

Le acompañamos a la comisaría central de la Puerta del Sol, donde había sido llevado al detenido. Se decía que quien entraba en esta comisaría "hablaba" hasta por los codos.

-Ahora lo importante era poder localizar a la mujer-, le apunté al inspector.

-No se preocupe usted, la encontraremos y si ha salido del país, sabremos cuando y donde se dirigía-.

Le di las gracias y le dejé con Fred, no sin antes advertirles que estaría localizable o bien en mi hotel o en la embajada de Francia.

Tomé un taxi para ir a mi embajada. El secretario del embajador me dijo que lamentablemente no podía atenderme, cumplía con unos compromisos diplomáticos ineludibles y prefijados, pero se ofreció en atenderme él personalmente.

Me entregó un sobre sellado con lacre, lo abrí en su presencia, ya que confiaba que éste sabía mi personalidad de funcionario de la DGSE.

Contenía un pequeño informe de escasamente una página. Venía a decirme que la Interpol les había facilitado algunos datos de la persona que correspondía a la fotografía que les habíamos remitido por teletipo el día anterior. Se trataba de una mujer de unos 32 años, huida de la República Democrática de Alemania, que pudo cruzar el muro de Berlín unos meses atrás. Se identificó ante las autoridades de la Alemania Occidental como Andrea Smitch, licenciada en Filosofía, y que había prestado servicio en el ejército con el cargo de archivera en el STASI. Viaja con pasaporte de esta nación. No se le conocía ocupación estable. Al parecer da clases de filosofía a alumnos de bachillerato a nivel particular. El gobierno alemán le dio un pasaporte provisional para que pudiera transitar y acreditar su personalidad, condicionado a que cada trimestre se presente en alguna comisaría para que sea registrada su presencia en el país.

Doblé el folio y me lo puse en el bolsillo, al despedirme del secretario le indiqué que saludara de mi parte al señor embajador.

Al llegar al hotel, me encontré en recepción, con una nota en el casillero de la llave de mi habitación, me había llamado Fred desde su oficina de su embajada.

Le llamé desde mi habitación; -Han localizado a la mujer-, me dijo.

-¡Magnífico!-, casi grité. –¿Dónde la han localizado?-.

-Hace una hora tomó un vuelo a Barcelona-.

-Fred, ¿sería posible que no la detuvieran pero que no la perdieran de vista?, voy ahora mismo a Barajas para tomar un vuelo a Barcelona, quiero verla personalmente y ver sus movimientos, quiero estar absolutamente seguro que es la persona que pretendo encontrar-.

-Voy a llamar ahora mismo a Martínez, no te muevas del hotel-.

Unos minutos después Fred me informaba que a mi llegada al aeropuerto de Barcelona, me esperaría un inspector de la policía y se pondría a mi disposición, -está todo bajo control, no te preocupes-.

Hice precipitadamente la maleta con mis pertenencias y salí disparado a por un taxi.

Capítulo 24

Por fortuna a mi llegada al aeropuerto de Barajas pude embarcar en un vuelo a Barcelona que salía en treinta minutos, una hora y media después tomaba tierra en el Prat. De nuevo volvía a ver el mar, siempre me había gustado vivir en alguna ciudad ribereña.

En las llegadas de los vuelos domésticos se me acercó un joven de unos treinta años, me dijo que el inspector Martínez le había encargado que colaborara conmigo. Como era natural, pertenecía a la policía española.

-Buenos días, me llamo Eleuterio Guillén, soy inspector de policía, mi compañero Martínez me ha pedido que colabore con usted para cuanto precise del caso que usted está llevando-, me dijo mientras me estrechaba la mano y mostraba su placa de identificación.

En el propio automóvil del inspector Guillén mientras nos desplazábamos a la ciudad, me informó que la mujer que yo estaba persiguiendo la habían controlado en cuanto descendió del avión que la trajo a Barcelona.

-Se ha hospedado en una pensión de mala muerte del barrio chino de la ciudad, se nota que desea pasar desapercibida. La tenemos bajo vigilancia constante, no lleva allí más de dos horas.

Le agradecí sinceramente su colaboración, pedí que me llevara a un hotel cercano en el que se hospedaba la mujer. Me dejó en la puerta de un pequeño hotel a escasa distancia de la pensión en la que se hallaba la alemana del Este. Me hizo entrega de un pequeño aparato que dijo que se llamaba walkie talkie, era del tamaño de un radio-transistor y permitía hablar con alguien que tuviera uno igual y estuviera sintonizado con la misma frecuencia. –Con el podrá contactar conmigo en cualquier momento del día, se alimenta por pilas que en el caso de que se le agoten puede adquirir otras iguales en cualquier establecimiento-, a continuación lo sintonizó con el suyo y me hizo una breve demostración del sencillo funcionamiento.

Le pedí que me aguardara unos minutos en el hall mientras dejaba mi breve equipaje en la habitación.

El inspector Guillén me acompañó hasta la misma puerta de la pensión en la que se había hospedado la mujer. Le agradecí su colaboración y le dije que si precisaba en algún momento de su ayuda le contactaría a través de aquel pequeño ingenio electrónico que me había hecho entrega.

En un quiosco cercano compré un periódico y refugiado tras el me dispuse a vigilar los movimientos de entradas y salidas de la pensión. El barrio era bastante sucio y algo lúgubre, y el pavimento de la calle permanecía húmedo, como si hubiese llovido, las cloacas despedían un olor bastante desagradable, posiblemente eran todavía conducciones cuyos orígenes podían proceder de la época post medieval. Las personas del entorno, por su aspecto, eran de nacionalidades diversas; chinos, árabes, negros africanos, y algunos latinoamericanos, sin embargo por lo que veía dominaban los de origen magrebí.

La pensión "Carlota", que era así como se llamaba, tenía una constante entradas y salidas de parejas, por lo que deduje que quizás también cumpliera con la función de "meuble".

Llevaba ya casi una hora de vigilancia cuando entró un individuo en solitario, con aspecto inconfundible de magrebí, llamaba la atención por su delgadez y estatura así como también el tono de su piel morena, llevaba un traje de buena talla, color gris bastante oscuro y corbata de color azul marino, lucía una barba negra corta y bien cuidada y en una de sus manos portaba un fino maletín portafolios. Dado a que su aspecto desentonaba con los personajes que se movían en el barrio captó toda mi atención. Con cierta cautela me acerqué al portón de entrada de la pensión y pude ver que el hombre del traje gris hablaba con una mujer que estaba tras el mostrador de la pequeña recepción. Luego desapareció por la escalera que estaba justo al lado de la recepción. Lamenté que la salita de la recepción fuera tan pequeña, pues no permitía poder tomar una posición dentro de ella que permitiera escuchar discretamente las conversaciones, de haberlo hecho probablemente hubiese corrido el peligro de ser excesivamente visto y era algo que no me convenía.

Tomé la decisión de continuar mi guardia tanto tiempo como fuera necesario, me puse a caminar por la acera de enfrente sin alejarme excesivamente procurando no llamar la atención, los cristales de los escaparates me eran de gran utilidad ya que permitían poder controlar la puerta disimuladamente efectuando el efecto espejo. En varias ocasione fui abordado por algunas señoritas bastante pintarrajeadas que ejercían la prostitución, invitación que rechacé. En un par de ocasiones vi pasar un automóvil de la policía que patrullaba en la zona, no pude ver muy bien su interior, pero al llegar a la altura donde me hallaba bajaba ostensiblemente la velocidad, posiblemente estuvieran siguiendo instrucciones del inspector Guillén.

Algo más tarde salían de la pensión el hombre del traje gris acompañado de la mujer que andaba yo siguiendo, presuntamente Alfil, observé que ninguno de los dos llevaba el maletín con el que el hombre había entrado. Procedí a seguirles discretamente a distancia prudencial, en el entretanto intentaba contactar por el walkie talky con el inspector Guillén. Al segundo intento lo pude establecer, le informé de los acontecimientos, me dijo que mientras yo les seguía él efectuaría un registro de la habitación que ocupaba la mujer, -luego le llamo a usted para informarle-.

La mujer y el hombre me precedían en una veintena de metros, al llegar a las Ramblas entraron en un restaurante, me quedé unos instantes fuera aguardando en la acera para ver si se quedaban allí definitivamente, unos minutos después decidí entrar y procuré sentarme en una mesa cercana a ellos que estaba situada justo a sus espaldas.

Desde donde me había aposentado pude oír algunas palabras sueltas de su conversación, hablaban sin duda alguna en inglés. El hombre del traje gris se dirigió en español al camarero que fue a atenderles, aunque su acento era innegablemente de origen norteafricano.

A través de una de las vidrieras del restaurante pude apercibir al inspector que cruzaba el boulevard y se dirigía a la puerta de donde me hallaba, vino a sentarse en una de las sillas de mi mesa y con suma precaución de no alzar excesivamente la voz me dijo que había ordenado al recepcionista que le abrieran la habitación en la que se hospedaba la mujer, en ella encontró un maletín o portafolios que contenía dinero, no llegaron a contarlo, ya que no deseaban que pudieran sorprenderles husmeando, pero que a grosso modo podrían haber unos cuatrocientos mil dólares americanos, nuevecitos y puestos en fajos con una cinta de precinto.

-¿Quiere usted que les detengamos por entrada ilegal de divisas en el país?- apuntó Guillén.

-No por dios, gracias, todavía no, no tengo la absoluta seguridad de que sea este el objetivo que París anda buscando, aunque tiene muchos visos de serlo-.

No deseaba correr el albor de fallar en la primera misión de importancia que París me había encomendado.

El inspector me dijo haberle sacado al recepcionista un duplicado de la llave de la puerta de la habitación de la mujer de la que me hizo entrega, -ahí tiene la llave de la habitación, podrá entrar en ella cuando su objetivo no esté y le permitirá husmear en sus pertenencias, quizás pueda hallar algo que le sea de su interés. No debe preocuparse por la recepcionista, es una fiel colaboradora de la policía, ah por cierto la habitación es la número 16-.

Le agradecí el detalle, tomé un taxi para ir a mi consulado. El señor Cónsul me recibió tan pronto supo de mi presencia, en el consulado se había recibido noticias mías desde París y Madrid, era uno de los pocos medios seguros que tenía para contactar con mis jefes y recibir órdenes.

El cónsul era un hombre del Midi de mi país, era de carácter abierto y locuaz, me dio todo tipo de facilidades para poder comunicarme con París e incluso puso a mi disposición una señorita funcionaria buena conocedora de la ciudad para que me ayudara. Pensé que podía ser bastante provechosa la colaboración de Anette, que así se llamaba, y acepté gustosamente. Era una señorita muy bien parecida, procedía de una familia de clase media, natural de la ciudad de Carcassonne, tierra de los Cataros, poseía una excelente educación lo cual permitía mantener con ella conversaciones amenas. Llevaba un pequeño automóvil Renault al que yo a duras penas podía entrar dada mi estatura, pero que nos sería bastante útil para movernos por una ciudad como Barcelona que tenía una alta densidad de tráfico.

Le pedí a mi colaboradora que fuéramos a apostarnos cerca de la pensión Carlota, ya por el camino la puse al corriente de la misión que me había sido encomendada, aunque por sus respuestas adiviné que conocía una buena parte de la misión.

Cruzamos la bulliciosa y cosmopolita ciudad abriéndonos paso con el pequeño Renault 4-4, a través del denso tráfico.

En la puerta de la pensión estaba estacionado un automóvil del que salió el inspector Guillén, le presenté a mi colaboradora a la que saludó elogiando su belleza.

-La mujer sigue estando en el restaurante con el hombre que la acompañaba, le doy el relevo a la señorita, yo de usted registraría todos los efectos de la mujer, quizás pueda hallar algo que le abra camino-.

Anette se quedó en el interior de la pequeña recepción hablando con la recepcionista, acordamos que en el caso de que la pareja regresaran, la recepcionista llamará al teléfono de la habitación y al tercer timbre cortaría, mientras, entretendría a la pareja para que me diera tiempo a salir de la habitación.

Subí los escalones rápidamente y la llave de la habitación que el inspector Guillén me había facilitado comprobé que funcionaba perfectamente. Era una pieza realmente pequeña, una cama, una mesita de noche, un desvencijado armario, un par de ajadas sillas y un estrecho baño, precisamente no demasiado moderno ni excesivamente limpio, eso era todo.

Abrí el armario y todo lo que contenía era una pequeña maleta con ropas femeninas, dos pasaportes de diversas nacionalidades, con toda seguridad falsos, ambos con la fotografía de la misma mujer, pero con distintos nombres y nacionalidades, de los que tomé nota en una servilleta de papel que llevaba en el bolsillo. También estaba en un rincón del armario el maletín con el dinero, comprobé que estaba todavía completo. Saqué todo lo que contenía la maleta, en el fondo de la misma encontré un sobre algo arrugado que ya había sido abierto, saqué un papel doblado que había en su interior y procedí a leer su contenido, estaba escrito a mano en idioma inglés, se la citaba un encuentro en un barrio de la ciudad francesa de Lyon, hablaba de Villeurbanne, una zona obrera e industrial, daba como día de encuentro el 27 de Octubre, o sea, a cinco días vista de la fecha actual, añadía y rematcaba que en el encuentro estaría un tal Arsène que llevaba "instrucciones concisas". Finalmente firmaba un tal Alin Sarrien.

Me metí el sobre en el bolsillo y salí rápidamente de la habitación, baje a toda prisa las escaleras y se lo entregué a mi colaboradora para que fuera a alguna copistería a sacar un fotocopia del contenido, estaba jugando con el tiempo, ya que en cualquier momento podían aparecer y si lo echaban de menos se dispararían las alarmas de la desconfianza y se echaría a perder la operación.

Por fortuna Anette regresó en pocos minutos, restituí el sobre en su lugar y salí.

Con mi colaboradora nos fuimos a una cafetería cercana cuya situación nos permitía ver con cierta comodidad.

Anette era una mucha de treinta y dos años, culta, con titulación universitaria de filología, dominaba varios idiomas, terriblemente observadora y activa, con un fuerte carácter que controlaba muy bien. Congeniamos desde el primer día y se convirtió en una excelente y efectiva compañera con gran capacidad analítica. Ponía gran entusiasmo en todo cuanto hacía, pero sin perder jamás el sentido práctico de lo que más convenía en cada ocasión, sabía ser sutil en las decisiones y pasar desapercibida cuando la ocasión lo requería.

Anette fue al consulado para enviar a la DGSE la fotocopia de la carta que llevaba en la maleta la mujer que tenía sometida a vigilancia. En el entretanto mi colaboradora se había ausentado, la pareja regresó y subieron a la habitación de la pensión. Al regreso de Anette por fortuna todavía ninguno de los que vigilaba había salido.

-En la legación han enviado la fotocopia por teletipo, he quedado que les llamaría cada cuarto de hora para conocer la respuesta, quizás con ella sepa usted que determinación tomar-.

-Efectivamente, debo tener la absoluta seguridad de que a quien estoy siguiendo es Alfil-.

Alrededor de una hora más tarde el individuo salió por el portal, no llevaba ya el maletín con el que había entrado, Anette que se había provisto de una cámara fotográfica le captó varias veces simulando ser ella una turista que fotografiaba alguna parte de la calle.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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