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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 3)

Enviado por MANEL BATISTA


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Estuvo todo el día ingresada en la clínica para que le hicieran las analíticas, radiografías y demás pruebas médicas necesarias. Al finalizar la tarde el doctor vino a vernos a la habitación que habían asignado a Odette, nos dijo que todavía era prematuro poder dar un diagnóstico ya que algunos de los resultados de los análisis que se le habían practicado tardarían todavía unos días en obtenerlos.

-Lo mejor que puede hacer esta señorita es, olvidarse por unos días de trabajar y disfrutar de aires sanos-, me dijo dándome unas palmaditas en la espalda.

Le hice caso, me pareció una buena idea, ya en mi apartamento le propuse a Odette si le agradaría que hiciéramos un viaje, la respuesta fue positiva, le dije que eligiera el lugar donde ir, ella propuso visitar a su familia en las Landas, hacía más de tres años que no les veía.

Me pareció una proposición excelente, de este modo ella podría descansar y distraer la mente del trabajo del taller de pintura y a la vez estar con los suyos. Tres días más tarde André, Odette, y yo, enfilábamos la salida de París por la Porte de Châtillon para tomar la carretera en dirección a Mont-de-Marsan capital de la región de Las Landas. Phil tenía unos compromisos y no pudo acompañarnos pero nos dijo que en un par de días se uniría a nosotros, lo que Odette celebró.

Hicimos un viaje muy placentero, nos detuvimos unas cuantas veces para tomar algún refresco y repostar de carburante. Viajábamos con el Bentley que heredé de mi padre, que éste a la vez lo había también heredado del suyo, era un excelente automóvil, una verdadera joya de la mecánica británica de los años sesenta del pasado siglo, sus dos primeros propietarios cuidaron de el con verdadero mimo, cosa que también hacía yo. Viajar en este automóvil era un plus de confort que envidiaba cualquier automóvil moderno. Silencioso, confortable y seguro, solo se le podría achacar el elevado consumo de combustible, pero aun y así, su uso era una verdadera delicia.

Arribamos a Mont-de-Marsan a última hora de la tarde, a medida que nos acercábamos a la ciudad notaba que Odette estaba cada vez más excitada, a pesar de que casi todas las semanas hablaba con sus padres por teléfono, verlos personalmente después de tanto tiempo era muy distinto. Sus padres vivían en el 31 de la Avenue du Maréchal Foch una de las arterias principales de la ciudad.

Tuvimos la fortuna de encontrar una plaza de estacionamiento casi en la misma puerta de la casa, Odette fue la primera en bajar precipitadamente del auto e ir corriendo a llamar al picaporte de latón bruñido de una bonita y artística puerta de hierro forjado con cristales ahumados y visillos blancos por su parte interior. Al instante aparecieron por ella los padres de nuestra amiga, ambos aparentaban rozar ya los sesenta años, los rasgos faciales del padre se parecía mucho a los de Odette, no podía negar que era hija suya, era un hombre de complexión gruesa y faz bondadosa con mejillas y nariz sonrosadas y cabello blanco abundante, por el contrario su esposa era delgadita y bastante alta, en su cara se adivinaba que en su juventud había sido una bella mujer, se abrazaron a su hija locos de alegría, luego ella nos presentó a André y a mi.

-Sean bien venidos, pero ya les conocíamos, Odette nos ha hablado tanto de ustedes que ya les consideramos de la familia-, nos dijo el padre mientras nos estrechaba las manos acompañando una amplia sonrisa.

Nos invitaron a entrar en la casa, que por cortesía aceptamos pero debíamos ir a por un hotel. Dado a que estábamos fuera de la época vacacional, antes de salir de París pensé que no habría problema para encontrar habitaciones y no tuve la precaución de efectuar una reserva previa por teléfono.

Nos invitaron a tomar café y unas pastas que a decir verdad estaban deliciosas, la región de las Landas era famosa por su delicada pastelería. A Odette se la veía entusiasmada, contándoles a sus padres nuestro mecenazgo y cuanto la habíamos ayudado en los momentos difíciles, en los que desfallecía su voluntad de proseguir con sus trabajos pictóricos.

La madre nos invitó a cenar, pero la dije que todavía no teníamos hotel. –No deben preocuparse por ello, tenemos muy cerca de nuestra casa un hotelito que es propiedad de un primo nuestro, con toda seguridad podremos reservarles un par de habitaciones-, dijo esto y de inmediato se levantó para llamar por teléfono a su pariente. – Les agradará, es muy acogedor-, añadió.

Regresó con cara de satisfacción, -ya tienen ustedes habitaciones reservadas, ahora no tienen ustedes excusa para la cena-, nos dijo con una agradable sonrisa en los labios.

El padre de Odette, dijo acercándose a mi oído:-Si en algo estiman ustedes sus vidas, no se atrevan a rechazar la invitación a la cena que mi esposa les ha preparado, ha estado toda la tarde cocinando-, soltando a continuación una ruidosa carcajada secundada por su hija.

Odette nos acompañó hasta el hotel de su tío que efectivamente estaba a escasos doscientos metros de donde sus padres vivían, en una pequeña y coqueta plazoleta. Nos presentó a su pariente que con gran cortesía nos acompañó hasta nuestras habitaciones para que dejáramos las maletas.

La cena transcurrió con gran animación y en la que Odette fue la reina de la conversación. Luego tomó la palabra la madre, que era una de estas mujeres dulces de carácter, hablaba pausadamente y en un tono de voz suave y sostenido, al que debías estar atento para no perderte nada de lo que decía. El padre era menos hablador pero se le notaba satisfecho y orgulloso de su hija única, por sus progresos pictóricos en la capital. Para las gentes de provincias, ante la magnitud y grandeza de París, triunfar en ella era como convertirse en un rey, lo que le daba ante sus ojos paternos doble mérito a los logros de su hija, esas pequeñas y gratificantes satisfacciones que a veces pueden dar los hijos.

Eran algo más de las once de la noche y todavía estábamos los cinco en charla de sobremesa, manifiesto que estuve todo este tiempo con una sensación muy grata y relajada como hacía años no sentía, eran gentes sencillas y familiares y, buenos conversadores, algo que yo valoraba mucho en las personas. Llegó un momento en que la conversación fue decayendo paulatinamente, miré a los ojos de Odette y me pareció observarles con expresión de cansancio y unas ligeras ojeras debajo de ellos. Me levanté y yendo donde ella estaba sentada, le puse la mano sobre uno de sus hombros y le dije; – señorita, tiene usted cara de estar fatigada, ha sido un día de muchas emociones además del ajetreo del viaje, sería conveniente que se despidiera de todos nosotros y se fuera a descansar hasta mañana-.

Me miró con la dulzura con que era habitual en ella, expresión que me recordó a la de su madre, se levantó sin chistar les dio un beso a sus padres y se despidió de André y de mi con un cariñoso beso en la mejilla. -Un ángel de niña-, pensé.

Con André regresamos paseando sin prisa alguna al hotel, por el camino fuimos comentando los distintos aspectos de la agradable velada. André que era también un fino observador, me dijo: -¿Se ha fijado usted monsieur, los ojos de fatiga de la señorita Odette?, no me gusta nada-.

-Si, lo he observado por eso la he dicho que se fuera a dormir, las tribulaciones del día y el viaje le han hecho algo de mella, pero con un buen sueño reparador mañana estará como nueva-.

Desde el hotel llamé a Phil para comunicarle donde nos hospedábamos y al mismo tiempo confirmarle que le habíamos reservado una habitación en la misma planta en la que mi ayudante y yo estábamos.

-Excelente, espero poder estar con vosotros pasado mañana, tomaré un vuelo doméstico hasta Burdeos, ¿podréis venir a recogerme?-.

-No faltaría más, solo que deberás decirme en que vuelo llegas y la hora prevista-.

-Bien, pues así lo haré, mañana por la tarde te llamo-.

-Hasta mañana querido amigo y que tengas un feliz vuelo-. Apagué la luz de la mesita de noche y me quedé dormido profundamente.

Capítulo 12

A mi regreso de Kenitra le dije a mi chofer que me dejara en el hotel, tenía el propósito de ver si podía hacerme el encontradizo con el señor Eddie Constant con intención de sondearle. El día anterior a última hora de la tarde había recibido por vía diplomática, un informe muy confidencial, calificado de,"top secret", en el que advertían a la red de informadores del norte de África que el MI6 británico había interceptado algunos mensajes cuya autoría creían que pudieran ser originados por células de la OAS, en ellos se repetían en varias ocasiones la frase: "el Alfil está listo para entrar a la casilla que le corresponde", pero particularmente remarcaban la palabra Alfil en varias ocasiones. En la SGDE analizaron los mensajes interceptados por los británicos, llegando a la conclusión que la palabra Alfil muy bien podía representar a una o varias personas destinadas a ejecutar alguna acción subversiva contra alguien o institución muy significativo en territorio francés. Inmediatamente los servicios secretos franceses, británicos e italianos, intensificaron su actividad apoyados por las policías aduaneras y de carreteras.

La policía francesa analizaba todos los casos. Informes y denuncias, que diariamente se sucedían en todo el territorio en busca de que pudiera acaecer algún hecho fuera de lo habitual y que diera hilo a una investigación.

Tuve la fortuna de que estando en el restaurante del hotel, el señor Eddie entró, las mesas estaban casi todas ocupadas, le hice una señal con la mano invitándole a que se acercara y ofrecerle el ocupar un puesto en la mía.

El caballero aceptó encantado y ocupó la silla del lado opuesto al mío.

Iniciamos una conversación algo circunstancial, hablamos desde la climatología hasta cómo nos había ido con nuestros respectivos clientes.

Con toda intención y para poder evaluar su reacción, le manifesté mi inquietud y preocupación por el estado de las cosas en nuestro país, en especial por las acciones terroristas en Francia y también en Argelia, todavía colonia o provincia francesa, según como se mire.

El señor Constant, dijo estar también muy preocupado, en especial por la división que se había efectuado dentro del propio ejército.

En este punto presté mucha atención pues la conversación podría quizás derivar al campo que me interesaba.

Le dije que compartía sus desvelos e inquietudes, pero que no acababa de entender esta división del ejército que el citaba y que realmente se palpaba, coincidiendo también con algunos artículos de opinión de varios periódicos nacionales.

Me explicó que una parte de oficiales y tropa no deseaban la independencia de Argelia como el General De Gaulle proponía. Esta fracción está muy arraigada en el territorio, consideran que es tierra francesa, tienen a sus familias, sus bienes y negocios allí enraizados desde hace muchos, muchísimos años y, saben que en el caso de que le fuera concedida la independencia a Argelia deberían de abandonarlo todo, y con toda seguridad pasarían a quedarse a la ruina, es por eso que están dispuestos a todo. Tengo compañeros míos de cuando yo estaba en activo, que piensan así, he hablado con alguno de ellos y los he visto bastante excitados en contra las noticias que provienen de la metrópoli.

Ahora la conversación había llegado al punto que más me interesaba y que había deseado. No podía dejar escapar la oportunidad.

-¿Qué haría usted monsieur Constant ante esta situación?, ¿tiene alguna solución al problema?-. Con esta pregunta pretendía que se definiera.

-Muy sencillo-, dijo sin dudar. –Si hacemos un balance económico y sociopolítico profundo, para Francia mantener Argelia como una provincia más es un dispendio económico que no revierte en nada positivo, en una palabra es una sangría económica insostenible. De otra parte los argelinos están deseando que los franceses nos vayamos del país, y de un momento a otro explotarán demandando la independencia y pueden haber ríos de sangre. En una palabra, soy partidario de retornarles el país a los argelinos, efectuando un pacto positivo y beneficioso para ambas partes, la prueba está en que algunos grupos de nativos se dice que han fundado una organización secreta paramilitar a la que llaman FNL (Frente de Liberación Nacional), que al parecer está al frente de ella un individuo radical y bastante exaltado conocido por Ben Bella y un tal H. Boumedienne, este último algo menos belicoso que el anterior. Esto puede acabar muy mal-.

-¿Pero como se arreglan todas las inversiones estatales y privadas que se llevan efectuadas en el país desde hace tantos y tantos años?-.

-Muy simple, se evalúan las propiedades francesas y se cobra con contratos de explotación y distribución del gas natural y petróleo que hay en el subsuelo, con un término de duración suficiente para poderla amortizar-, en este punto se detuvo para tomar aire y seguir expresando su idea. –Si no lo hacemos así, se corre el peligro que se genere una guerra civil y Francia lo pierda todo-.

-Sus razonamientos me parecen de una gran sensatez y me gustaría que fueran oídos en la metrópoli-, le dije.

-¿Pero como hacerlos llegar hasta los máximos responsables o al propio presidente de la república?-.

No podía esperar mejor oportunidad que la que ahora me brindaba.

-Yo si puedo-, le dije sin parpadear y mirándole a los ojos.

-¿Cómo?, ¿dice usted que puede hacer llegar mis comentarios a nuestros gobernantes?-.

-Si, tengo medios para ello-.

-Pero no entiendo, según me dijo usted se dedica a la importación de frutas ¿no es así?-.

-Efectivamente, pero creo que esta conversación deberíamos mantenerla en un lugar más discreto que el restaurante del hotel, las paredes pueden tener oídos, le invito a tomar café en mi habitación-.

-Encantado, soy un entusiasta del buen café-.

Encargué a uno de los camareros que hiciera llegar a mi habitación dos cafés y dos copas de coñac Hennessy.

Al llegar a la habitación le dije a mi acompañante que se pusiera cómodo. –¿Le molesta a usted que fume monsieur Rondel?-

-No en absoluto, puede usted hacerlo, simplemente abriré el ventanal para que circule el aire-.

Un camarero nos trajo una bandeja con los dos cafés y las copas de Hennessy. Le di una propina y cerré la puerta, luego me asomé al balcón y fui a sentarme en una de las dos butaquitas cercanas al ventanal que daba al jardín, en la mesita auxiliar cercana estaba la bandeja con los humeantes y aromáticos cafés, mi interlocutor se estaba sirviendo el azúcar y prendiendo el cigarro que había sacado de una funda de cuero que extrajo de su chaqueta. Me senté frente a el y di un primer sorbo a mi café mientras meditaba como le enfocaría a este hombre mis pretensiones.

-Verá señor Constant, lo que voy a contarle, y que le ruego por favor quede entre los dos, no debe tener trascendencia alguna, va en ello quizás mi seguridad y quizás también la de usted-, me detuve un momento para ver su reacción, permaneció impasible, simplemente arqueó las cejas a modo de pregunta.

-Le escucho-, dijo simplemente.

-Tengo dos oficios, uno el que usted ya conoce, el otro, es un trabajo especializado para el gobierno francés-.

-¿Es usted un espía?-, me disparó a bocajarro.

-Yo no diría eso, aunque se acerca algo. Soy simplemente un informador, me encargo de captar datos estratégicos, formando una red de colaboradores que solo dependen de mi, siguen mis directrices, me informan de lo que averiguan sobre la materia que les he pedido, luego envío todos los informes a París para que los analicen y procesen y hagan el uso que crean más conveniente. Muchos de estos se van a la papelera, otros se archivan y quizás algunos son de utilidad-.

Esperé unos momentos para ver su reacción, tomé otro sorbo al café que ya estaba comenzando a enfriarse mientras le observaba por encima de la taza. El hizo lo propio, dio una larga calada a su cigarro habano y fue expulsando el humo lentamente formando volutas. Me pareció un hombre equilibrado, más bien frío.

-¿Y ha pensado usted en mi colaboración?-.

-Pues para serle franco le diré que si, desde que tuvimos nuestra primera e informal conversación unos días atrás, me dije que usted podría ser un colaborador formidable, ya que reúne todas las características que considero necesarias para el desarrollo de esta actividad.

-¿Y cuales son estas características?-, preguntó. Tenía las sensación que mi interlocutor estaba interesándose en mi exposición.

-Usted es hombre con experiencia, proviene de una formación militar sólida, es conocedor de los dos países y se mueve desde hace tiempo por ambos con total libertad de movimientos, tiene acceso a sus antiguos camaradas de armas que todavía están en activo, lo que haría de usted una pieza importante en mi organización-.

-¿Y que saco yo de meterme en un compromiso de esta índole?-, dijo con toda franqueza mientras aprovechaba para dar otra calada a su cigarro para luego tirar la columna de ceniza del extremo del cigarro en el cenicero de la mesita.

Me quedé unos momentos pensativo, tenía una duda, que creo era fundamental, no sabía si atacar por el lado patriótico o por el económico. Al fin me decidí por hacer especial énfasis por el patriótico sin olvidar el económico, ya que era evidente que el señor Constant no tenía problemas económicos que le acuciaran.

-Principalmente monsieur por patriotismo, Francia ahora nos necesita, estamos en unos momentos muy delicados, en el país hay una convulsión y una división formada por los actos terroristas de la OAS, la duda sobre la independencia de Argelia, Marruecos recientemente liberado del protectorado francés y español también nos mira con recelo y se aleja del área de influencia francófona, Hassan II, precisamente no se distingue por la fidelidad hacia los que le apoyaron para suceder a su padre Mohamed V. Le repito una vez más, nuestro país está necesitado del esfuerzo de hombres de su valía para poder llegar a controlar estas situaciones.

Por otra parte, también debo informarle que todos los gastos que se puedan producir para desarrollar efectivamente la colaboración serán abonados puntualmente, bastará con tener un número de cuenta bancario-.

-Lo pensaré, pero le anticipo que la proposición me atrae, no obstante debo pensarlo-.

Estuvimos casi una hora más hablando sobre mi proposición, sobre la política y políticos de nuestro país, y finalmente el estado de la sociedad francesa.

Pero convinimos en que las próximas reuniones se efectuaran fuera del ámbito público. Le conté el seguimiento a que me sometió la policía marroquí y posterior detención e interrogatorio, lo que por prudencia y dado a que estaba convencido que todavía debía estar sometido a vigilancia policial, le dije que sería prudente seguir reuniéndonos en cualquiera de nuestras habitaciones. La contraseña para reunirnos sería dejar una tarjeta de visita en la recepción de nuestro hotel, lo cual querría decir que debíamos reunirnos en la habitación de quién hubiese dejado la tarjeta.

Capítulo 13

A la mañana siguiente Phil me llamó al hotel algo alarmado, nuestro amigo el doctor que había examinado a Odette le había llamado y le recomendaba que la llevara de nuevo para practicarle una nueva revisión.

-¿Te ha explicado el motivo?-, pregunté inquieto.

-Exactamente no, solo que había alguna duda en alguna de las pruebas y que para mayor seguridad prefería repetirlas, nada más que esto-.

-No se que hacer, ahora voy a ir con André a buscarla para que nos acompañe a conocer la ciudad y los alrededores, en particular la zona donde están las marismas de las Landas, se lo diré entonces. Aguarda en venir ya que si al fin debemos regresar te evitarás el viaje, te llamo más tarde-.

-Me parece oportuno, quedo a que me digas algo al respecto-.

Colgué el teléfono bastante preocupado, ¿qué contradicciones habrá podido encontrar el doctor en algunas de las pruebas efectuadas?.

Bajé al salón de desayunos y André ya estaba tomando café con leche y unas tostadas con mantequilla. Le conté la noticia que Phil acababa de darme, también mi ayudante se quedó sorprendido por la noticia, no obstante apuntó; -Ya me había extrañado esta repentina aparición de fiebre tan alta, pero confío que no será nada-.

Finalizando el desayuno llegó Odette para llevarnos a visitar la ciudad, se la veía contenta y sonriente, con esa alegría que comunicaba a todos los que la conocían, pero ligeramente moderada respecto a anteriores ocasiones, vestía pantalón de pana ajustado y un suéter de cuello alto que la favorecía mucho.

Se sentó con nosotros y se sirvió un café con leche, nos dijo que las medicinas que le habían recetado la habían aliviado mucho.

Nos propuso caminar por la ciudad, no era excesivamente grande y permitía poderse desplazar dentro de ella con cierta facilidad, mi avanzada edad me restaba posibilidades de caminar demasiado tiempo, pero Odette nos dijo que iríamos haciendo etapas para poder descansar en cada una de ellas, André era algo más joven que yo y se mantenía en bastante buen estado físico.

Alrededor del mediodía nos sentamos en la terraza de una cafetería de uno de los paseos principales con el fin de tomar un aperitivo que además de descansar nos reconfortaría.

Odette nos explicaba con todo detalle, la historia de la catedral que acabábamos de visitar, cuando repentinamente se encogió poniendo una cara de dolor indescriptible, André y yo nos dimos un gran susto, pues Odette seguía en aquella posición, intentamos hablar con ella preguntándole que es lo que le ocurría pero no nos respondía. Inmediatamente llamé a un taxi y le pedí que nos llevara al hospital más próximo.

La ingresaron inmediatamente en la sala de urgencias para que fuera atendida, en el entretanto llamábamos a sus padres para decirles dónde había sido internada su hija, al poco tiempo llegaron donde André y yo les dijimos y se reunieron con nosotros en las salas de espera.

Un par de horas más tarde, uno de los doctores vino a informarnos con semblante grave.

Nos invitó a que entráramos en una salita anexa a la sala de espera. Era una salita fría, exenta de todo elemento decorativo, olía a los fármacos clásicos de los hospitales. Estábamos los cuatro intrigados y preocupados, yo me temía lo peor, cuando un médico desea hablar contigo en privado, suele ser para darte una mala noticia.

-¿Quiénes de ustedes son los padres de la señorita?-, preguntó.

-Nosotros dos- señaló la madre de Odette levantando tímidamente la mano.

El doctor se quedó unos instantes mirándonos a los cuatro, en la salita había un silencio casi sepulcral no se si alguien de nosotros respiraba aguardando lo que el doctor iba a decirnos.

-Verán, de las varias exploraciones que hemos efectuado a la hija de ustedes nos dan unos resultados algo confusos, disculpen que les sea tan sincero y directo, pero pienso que ustedes deben conocer su estado real. Pendientes de los resultados finales de la analítica practicada, la hija de ustedes tiene algo en el páncreas que todavía no puedo determinar con precisión sin tener los resultados de la analítica en mano, pero si se trata de un adenocarcinoma, o tumor pancreático, tiene un difícil tratamiento-.

Se nos heló la sangre, los médicos utilizan palabras técnicas cuando deben tomar la decisión de comunicar una mala noticia, parece que a sí sea menos grave.

-Si fuera esto que usted piensa, ¿qué esperanzas de vida tiene?-, me atrevía a preguntar.

-Esto solo lo sabe Dios señor, pero no quiero adelantarme a los acontecimientos mientras no tenga los resultados de la ecografía abdominal que vamos a practicarle esta misma tarde, creo que esta prueba será definitiva para podar dar un diagnóstico certero-.

La madre de Odette se puso a llorar en silencio, le di el pañuelo que llevaba en el bolsillo superior de mi chaqueta y con el se secó las primeras lágrimas que comenzaron a rodar por las mejillas, el padre se levantó de la silla y se puso a caminar nerviosamente por dentro de la salita y hasta me pareció que mascullaba entre dientes algunas maldiciones por el infortunio.

André y yo no sabíamos que hacer ni decir, la noticia por lo inesperada nos había afectado mucho. Yo había visto padecer y morir muchas personas en mi largo recorrido profesional, algunas de ellas a las que les tuve afecto me dejaron un amargo recuerdo, pero lo de nuestra amiga Odette, tan joven, tan vital y tan cariñosa, era como un mazazo en mi ya viejo corazón. Aunque la esperanza nunca se pierde, aguardamos en la salita que un momento u otro el doctor regresara y nos diera una luz de esperanza.

Capítulo 14

Recibí de París instrucciones concretas de extremar sin dilación las gestiones que me habían sido encomendadas, se me recomendaba que me trasladara a Argel, ciudad en la que según el servicio secreto español les señalaba como la ubicación central del terrorismo de OAS, hacían particular mención en localizar u obtener pistas que nos condujeran al personaje u organización que por alguna razón fue bautizado como Alfil. Confié en que monsieur Constant se inclinara por aceptar mi proposición, ya que me podría ser de considerable ayuda a mis propósitos.

Dejé mi tarjeta de visita en el casillero de llaves de la chambre 215, tal y como con Constant habíamos convenido, y me fui a mi habitación en espera de ser contactado por él.

Al final de la tarde, Eddie Constant, llamaba a la puerta de mi habitación. Sostenía en las manos una bandeja que contenía un par de humeantes cafés y unos dulces.

Dado a que el calor del día era todavía bastante acusado, nos sentamos en la pequeña terracita que daba a mi habitación.

La conversación la inició Constant, estaba serio, se acomodó en la butaquita de mimbre y se aflojó el nudo de la corbata como si le agobiara, prendió uno de los cigarros que llevaba en el bolsillito superior de su chaqueta y bebió un breve sorbo de su café.

-He reconsiderado su ofrecimiento, me ha tenido todo el viaje ocupando mi pensamiento. He tenido la oportunidad de reunirme en Orán, con antiguos camaradas de armas para poder aquilatar el estado de ánimo de nuestros hombres, la consecuencia es que hay una escisión entre ellos, algunos consideran abandonar el ejército y quedarse a vivir en Argelia, sin importarles cual sea el resultado final, algunos en su día compraron tierras con sus ahorros y quieren acabar sus días trabajando en estas tierras, aman el país, llegaron aquí cuando eran todavía unos jovencitos y con los años se han ido apegando a la tierra, tienen amistades entre los nativos, otros se han casado con mujeres argelinas y ya hoy se sienten totalmente identificados con el país que les acogió. Esta parte de camaradas son partidarios de la independencia de Argelia. Entre los que me entrevisté tengo a dos compañeros que durante años estuvieron a mis órdenes, son gente de una gran fidelidad y creo que estarían dispuestos a colaborar con usted-.

-No sabe monsieur cuanto celebro sus comentarios, ¿quiere ello decir que usted también está en esta misma disposición?-, le dije.

-Lo he pensado bien, pienso ayudarle, pero no se lo tome usted a mal, quiero que me entienda, no desearía estar en la nómina de nadie, no se si me comprende, deseo obrar bajo la más absoluta libertad, este fue el principal motivo que tomara la excedencia del ejército-.

-Está usted en su derecho y valoraré mucho su ayuda-.

Le expliqué de una manera algo superficial los planes que desde París me enviaban, le conté el interés y preocupación DGSE tenía por un personaje aparecido en el concierto internacional del terrorismo, cuyo nombre asignado parecía ser el de Alfil, detectado por las redes del MI6 británico y los servicios secretos italianos. -La opinión generalizada por la DGSE y la SCEDE, es que la OAS está fraguando un atentado en suelo francés de gran alcance y repercusión mundial, y así lograr la intervención de la ONU para así consolidar su independencia-.

Constant, se quedó algo pensativo, de vez en cuanto le daba una calada a su cigarro, que ya estaba por la mitad. Intuí que en su fuero interno estaba buscando un modo de cómo poder colaborar con la búsqueda de Alfil.

-Le sugiero ir mañana a ver a mis viejos camaradas de Orán, podríamos entrevistar a los dos que le dije, son gente de honor y de gran fidelidad, ¿qué le parece?-.

-Es una idea perfecta, toda cuanta información podamos enviar a París les ayudará a confrontarla con otras que les llegan de otros orígenes y puedan llegar a alguna consecuencia que les permita evitar un hipotético atentado-.

-Bien, entonces voy a llamar por teléfono a uno de ellos para decirle que vamos a llegar alrededor del medio día-.

-Aguarde, sugiero que no nos desplacemos juntos, debemos evitar de todas las maneras que la policía marroquí nos relacione. A pesar de que después de mi encuentro con ésta no he vuelto a ver a nadie que continuara siguiéndome, pero estoy seguro que siguen vigilándome, o bien han sobornado al chofer del auto que tengo alquilado o han extremado las precauciones para no ser vistos.

Sugiero desplazarme en avión y usted en automóvil y encontrarnos en algún hotel de la ciudad de Orán-.

-Podríamos coincidir en el hall del Royal Hotel, en el Boulevard de la Soummam, en Quahran. Es un hotel discreto un poco apartado del centro y cercano a los cuarteles donde están mis dos camaradas-.

Tomé nota de los datos que me facilitó Constant y acordamos encontrarnos alrededor del medio día.

Constant agotó su cigarro mientras hablábamos de fútbol, del que era él gran aficionado, era un apasionado seguidor del París St.Germain, me mostró con gran satisfacción el carnet de socio de dicha entidad parisina de viejo raigambre deportivo en el país, creo que es uno de los primeros que fueron fundados en la ciudad de París.

Le dije que a mi me gustaba también este deporte pero que no me apasionaba por el y no era partidario o seguidor de ninguno de ellos, a lo sumo del O.G.C.Niza, por que en nuestros veraneos familiares en esta ciudad de la Costa Azul mi padre tenía relación con un dirigente del equipo de la ciudad y este venía con frecuencia a visitarnos y en alguna ocasión me había invitado a presenciar algún match en el coqueto estadio municipal.

Nos despedimos y quedamos encontrarnos en el lugar previsto.

Bajé a recepción y pedí que me tramitaran un billete de avión de ida y regreso para Orán. Una hora y media después me avisaban de recepción que ya tenían el billete a mi disposición.

Se me ocurrió llamar a Washington para ver si podía localizar a mi tío Thierry. Una media hora más tarde la telefonista de la centralita me pasó la llamada. Después de los habituales saludos, le pedí a mi tío que nos expresáramos en lengua alemana, idioma que él también hablaba a la perfección, de este modo eliminaríamos bastantes posibilidades de que si habían escuchas telefónicas esta no fueran entendidas. Tío Thierry entendió inmediatamente el motivo sin necesidad de más explicaciones.

Le informe del encargo que me había efectuado últimamente París, a lo que me respondió diciéndome que haría algunas averiguaciones a través de unos amigos americanos que prestaban sus servicios en la CIA, la también llamada "La Compañía", me dijo que si obtenía alguna información que creyera que pudiera ser de mi interés me enviaría un cable a nuestra embajada de Rabat. Le di las gracias y bajé a recepción a por mi billete.

Capítulo 15

Tal y como habíamos convenido, me encontré con Constant en el Royal Hotel de Orán, yo me había aposentado en una esquina del hall en el que había un grupito de de butaquitas alrededor de una mesa con algunos periódicos. Fingía que leía el Paris Match pero estaba al tanto de todo cuanto ocurría a mi alrededor, desde allí controlaba las entradas y salidas y a la vez también a través del gran ventanal que estaba a mi lado dominaba una buena parte de la acera. En la esquina opuesta había un caballero de pie con un maletín en el suelo junto a una de sus piernas, parecía que aguardaba a alguien, un jovenzuelo vestido de botones se le acercó para entregarle lo que me pareció que eran algunas revistas y periódicos al que le daría una buena propina, pues el muchacho le reverenció en varias ocasiones.

A través del ventanal vi que se acercaba monsieur Constant acompañado de un individuo vestido de militar con el grado de capitán, por su aspecto calculé que tendría poco más de cuarenta años, caminaba bastante erguido e iba charlando animadamente con Constant.

Al entrar al hall del hotel, monsieur Constant me vio y me hizo una señal con la cabeza indicándome que me había visto y que interpreté de que me mantuviera allí donde estaba.

Ellos dos se fueron directos al hombre que unos instantes antes había visto darle la propina al botones. Se saludaron militarmente llevándose la mano derecha a la sien, hablaron unos segundos y los dos a quienes yo no conocía dirigieron su mirada a donde me hallaba.

Acompañados de Constant vinieron los tres a mi encuentro, me puse en pie y mi colaborador hizo las presentaciones; -Raymond Gallard, Pierre Lalan-, sin embargo curiosamente no dio mi nombre en ningún momento, detalle que agradecí. El tal Gallard que era el que vestía ropas castrenses me dio un fuerte apretón de manos, sin embargo Lalan se limitó a saludarme con un movimiento de cabeza, llevaba en una mano el maletín y en la otra las revistas y periódicos.

Les invité a que se sentaran, pedí unos refrescos y Constant un Pernod con hielo y agua muy fría.

Mi colaborador expuso verbalmente y síntetizado el currículum de los dos hombres que tenía delante, usaba un tono de voz moderado, aunque no había nadie cercano a donde nos hallábamos era prudente no alzar la voz.

Gallard estaba asignado al servicio de información del Estado Mayor, lo cual significaba que por sus manos pasaban la mayor parte de informes y comunicados secretos, una gran fuente informativa, todos los ejércitos del mundo poseen su propio cuerpo de inteligencia independiente del gubernamental.

Lalan, era un militar con el grado de coronel en la reserva, estaba recientemente jubilado en contra de su voluntad, puesto que se sentía todavía en perfectas condiciones para el ejercicio de su profesión de toda la vida, estaba realmente molesto con los que habían sido sus superiores por no haber tenido en cuenta su brillante hoja de servicios y haberlo puesto de patitas en la calle sin miramientos ni explicaciones, eso si, con una sustanciosa paga mensual de por vida, que le permitiría vivir con excelentes comodidades. Pero Lalan era hombre que había nacido para ser militar y lo llevaba en la piel. A medida que conversábamos era cada vez más hablador, sin embargo Gallard era más reservado, medía muy bien las palabras que iba a soltar y estaba siempre en guardia.

Durante la conversación pude comprobar que Constant era muy bien considerado y respetado por sus dos viejos camaradas, de lo que me alegré ya que facilitaba que ambos personajes fueran tomando confianza de mi presencia gracias a haber sido presentado por Constant.

En un momento de la conversación mi colaborador sin especificar excesivamente les dijo que yo colaboraba con un departamento de información del gobierno. Que mi presencia en el norte de África era por la misión que me había sido asignada. Les informó de que me había sido encomendada una delicada misión y que solicitaba de ellos la máxima colaboración posible por el bien de la patria, dijo esto último poniendo cierto énfasis en sus palabras, quizás para apelar al patriotismo de sus dos camaradas.

En este punto intervine para resaltarles que la nación estaba pasando unos momentos muy difíciles que ninguno de los presentes ignoraba, y que una de las grandes preocupaciones eran los actos terroristas que venían sucediéndose con cierta frecuencia tanto en territorio francés como en la propia Argelia, se conocían la mayoría de las autorías de los actos terroristas, la OAS, organización que todo el mundo comentaba que estaba formada por antiguos militares franceses arraigados fuertemente al país y que rechazaban la posibilidad de que la metrópoli diera la independencia a los argelinos.

Me detuve unos instantes para valorar la reacción de ambos. Lo hicieron como esperaba, tal y como Constant me había informado, eran dos patriotas y como tales estaban preocupados por la situación.

De un modo algo velado les reafirmé que era un funcionario estatal con una misión concreta a llevar a cabo. Noté que el haberme de algún modo sincerado con ellos les agradó y comenzaron a ser más participativos en la conversación.

Lalán, quizás el más directo de los dos, me preguntó: -monsieur, exactamente ¿qué precisa usted de nosotros?-.

Medité muy bien lo que le iba a responder, debía ser muy cauto, a pesar de que me eran recomendados por Constant y que con toda seguridad que éste los habría seleccionado muy bien.

Les expliqué los temores que París tenía de la posible preparación de un eventual atentado en Francia de gran envergadura y resonancia mundial. Les Informé también de que parecía que éste quizás pudiera ser llevarlo a cabo por un grupo o por una persona a la que llamaban provisionalmente Alfil, por haber sido detectado este nombre en varios comunicados interceptados por los servicios secretos británicos, pero cuya naturaleza y origen les era absolutamente desconocido.

Los tres me escuchaban atentos y en silencio, casi sin parpadear, Lalán fue el primero en hablar:

-Ahora recuerdo que hace unos días me encontré en una cafetería al coronel Lacroix, estuvimos charlando un buen rato, Lacroix fue ascendido al grado de coronel cuando yo me jubilé, lo había tenido de comandante en mi compañía algunos años, y me tiene en gran estima. Es hombre de acción, muy inquieto y aunque no lo confiesa simpatiza con algunos de los que no desean que Argelia obtenga la independencia, pero hablando con él uno adivina esta inclinación con los camaradas que llamaría reticentes a la independencia-.

-¿Crees que podrías obtener alguna información que pudiera darnos alguna pista?-.

-No se, pero puedo intentarlo. Voy a llamarle esta tarde y veré de reunirme con él y sonsacarle información-.

Estuvimos hablando casi dos horas más, logré de ellos la palabra de que toda información que obtuvieran y no perjudicara a sus compañeros me la facilitarían. Envié un informe a París en el que les explicaba el esperanzador e interesante contacto realizado.

Capítulo 16

Me anticipé a la llegada del doctor y le esperé fuera de la salita en la que nos hallábamos, deseaba tener una conversación sincera y sin la presencia de los padres de mi joven amiga.

No tuve que aguardar demasiado tiempo, abordé al doctor cogiéndole del brazo y me situé frente a el. Le rogué que por favor me hablara con absoluta confianza y, me diera su impresión sobre el estado real de la enfermedad por la que mi amiga Odette se debatía.

Se quedó unos instantes pensativo y cabizbajo, luego levantó la cabeza y me miró a los ojos diciéndome: -en confianza, le diré que la señorita tiene muy pocas esperanzas de vida, en su estado la ciencia ya nada puede hacer por ella-.

-¿Pero no hay la más mínima posibilidad de…? -balbucí.

-Si usted es católico señor, solo puede rezar para que la Divina Providencia obre un milagro-, me respondió con semblante grave.

-¿Cuánto tiempo de esperanza de vida le queda?-, pregunté temeroso.

-No es fácil pronosticar el tiempo, pero dado a lo avanzado de su enfermedad, pudieran ser unos pocos meses, tal vez semanas, no es fácil adivinarlo con propiedad-.

Le di las gracias al doctor por su sinceridad y me fui a la salita en la que estaban André y los padres de Odette. La verdad es que no sabía que hacer ni que decirles a aquellas buenas personas, sentía un gran dolor dentro de mi al pensar que un ser tan joven y válido se iba de nuestro lado, era como una flor de primavera que se moría lentamente. Me vinieron a la mente las imágenes de una Odette, alegre, contenta, dedicada a su pasión, la pintura, festejando sus éxitos con nosotros dos, con unos pastelitos y un humeante café en la buhardilla de París. Lo feliz que se sintió la noche que le di cobijo en mi apartamento y su inocencia al traerme el cuadro que yo había adquirido para poder obtener dinero que le permitiera saldar sus cuentas con el casero, y ahora en cualquier momento, su alma, se iba a desvanecer como el humo de un pitillo que se cuela silenciosamente por una pequeña rendija, privándonos de gozar de su entusiasmo y de la frescura de su vida.

Me acerqué a André que estaba sentado en una silla cerca de una ventana, como pude y, en voz baja, aprovechando que los padres de Odette se habían ausentado por unos instantes para ir a los aseos, le puse a André al corriente de mi conversación con el doctor y de las nulas esperanzas que éste me había dado.

Repentinamente entró a la salita una enfermera preguntando por los padres de Odette, le dijimos que se habían ido a los aseos, pero la cara de la enfermera delataba que algo grave ocurría, le pregunté qué deseaba y ella me respondió preguntándome si éramos familiares. No necesité más, aquella mujer con su pregunta acaba de decirnos que Odette nos había dejado para siempre.

Con André nos quedamos hasta que el cuerpo de Odette fue sepultado en la tumba familiar. Al abandonar la ciudad nos embargaba la tristeza y el dolor de haber perdido una sincera y leal amiga…..

Capítulo 17

Regresé de Argel bastante esperanzado, los contactos no podían ser más adecuados para la misión que me había sido encomendada.

En la recepción del hotel me dieron una nota de un "cliente" solicitándome que le contactara. Yo ya sabía que este "cliente" era la contraseña para que me comunicara con la legación diplomática de mi país en Rabat, opté por ir después del almuerzo, intentaba utilizar el teléfono cuanto menos me fuera posible, no me fiaba de nadie, ya que el servicio secreto de la policía marroquí espiaba hasta el aire, tenían confidentes por todas partes. Se decía que quien entraba en uno de sus calabozos, no solía salir por su propio pie, la crueldad con que trataban a los que sometían a interrogatorio corría por todos los mentideros diplomáticos. Debía ser sumamente cauto y procurar pasar lo más desapercibido posible.

Llevaba unos días observando que en el hall del hotel en el que me hospedaba, había siempre un individuo leyendo el periódico ocupando siempre el mismo lugar, sin embargo no siempre era la misma persona. Tuve la impresión de que se podía tratar de un policía y que precisamente estaba vigilando todos mis movimientos.

Por la tarde me desplacé al consulado para ver que es lo que el "cliente" deseaba. Fui andando, a pesar de que había una buena distancia, pero necesitaba andar y de paso podría apreciar mejor si me estaban siguiendo.

Al salir del ascensor, fije mi vista en el rincón en el que solía estar el hombre del periódico. Efectivamente allí estaba puntualmente, dejé la llave de la habitación en el mostrador de recepción y salí, pero había preconcebido una estratagema para comprobar si los marroquíes estaban sometiéndome a vigilancia. Salí y después de andar unos pocos pasos, giré en redondo y regresé al hotel, me crucé con el hombre del periódico en la puerta de éste en el mismo instante que el salía caminando algo precipitadamente. Ya no tenía la menor duda de que estaba sometido a vigilancia.

Caminé casi cuarenta y cinco minutos hasta llegar a la legación diplomática, por el camino, procuré observar discretamente si era seguido por el individuo del periódico o por alguien más, no puede observar nada anómalo, y si lo estaban haciendo debo felicitarles por la efectividad del medio utilizado para que no pudiera darme cuenta.

En el consulado me entregaron un sobre cerrado y lacrado, con el me trasladé a la salita en la que siempre me encerraba para poder leer los mensajes que me eran remitidos desde París. En esta ocasión me daban información sobre los nuevos contactos efectuados por mediación de monsieur Constant. Tanto de uno como de otro me decían que estaban en principio "limpios" de sospecha, lo cual representaba que podía confiar en ellos. Me apremiaban también a que investigara sobre Alfil, me confirmaban de nuevo que habían obtenido noticias de que en Argel se estaba gestando algo muy grande. Nada más.

Al abandonar la legación diplomática, me crucé en la escalinata de salida con un individuo cuyo rostro me fue por un momento familiar. Me quedé al final de la escalinata mirando a la puerta y vi extrañado que entraba, me quedé muy desconcertado, no tenía duda que era uno de los individuos que estaban apostados en el hall del hotel.

Subí de nuevo la escalinata y entré en la recepción del consulado, el personaje no estaba allí, solicité al funcionario de recepción que le solicitara al señor cónsul si tenía un momento para recibirme, éste gestionó mi solicitar y al colgar el teléfono me dijo que podía subir a la primera planta que me aguardaba el señor cónsul en su despacho.

Me llevé una sorpresa al ver al individuo del periódico sentado en una butaquita junto a la mesa de trabajo del cónsul, monsieur Vincent de Beiron.

Este observó mi sorpresa, que era casi imposible disimularla, sonriendo me dijo,: -acérquese, le presento a su ángel tutelar-, dijo esto señalando al personaje, que se levantó para estrecharme la mano y volvió a ocupar la butaquita en la que se hallaba. Con un gesto monsieur Beiron me señaló otra butaca y tomé asiento. Todavía no salía de mi incredulidad.

-Veo que parece usted extrañado por la presencia del funcionario de esta legación-, me dijo el señor cónsul. –Hace unos días recibí de París instrucciones para que le pusiera un hombre de nuestra confianza cerca de usted, con el fin de que fuera un elemento de protección y ayuda para usted, me recomendaron que este trabajo se efectuara en el más puro anonimato-.

La explicación de monsieur Beiron me sacó de la duda, pero me dio que pensar, quizás París considere que puedo correr algún riesgo en la misión encomendada y por este motivo destinaron a este hombre a cubrir mis espaldas.

-No deben preocuparse, yo seguiré actuando como si nada hubiese sucedido, sigan con su misión y yo continuaré mi programa, pero agradezco mucho la cobertura que se me facilita-.

En esta ocasión tomé un taxi para regresar al hotel, dejé una de mis tarjetas comerciales en la casilla de mi colaborador Constant, como señal de que le indicaba que necesitaba verme con el.

Bajé al comedor y vi en una esquina cenando a Constant, me hizo una seña con la cabeza dándome a entender que había recibido el aviso.

Finalizada la cena fui a por el ascensor, en una esquina del hall había otra vez un hombre leyendo el periódico, hice como el que no lo ha visto y subí al ascensor. Llamé por teléfono al bar del hotel para que me subieran dos cafés y una copa de Armagnac.

Constant no tardó demasiado en llamar a la puerta, le abrí, llevaba en la mano un humeante cigarro habano ya prendido. Nos acomodamos en la terracita que daba a mi habitación, corría un poco de brisa que era un alivio después de haber soportado el calor del día.

Le expliqué a monsieur Constant las órdenes que había recibido de París referentes a Alfil, se quedó unos momentos pensativo, se levantó y me pidió permiso para utilizar el teléfono. En breves momentos comenzó a hablar en patois, dialecto que se habla en algunos lugares de la Costa Azul, guarda cierto parecido con su idioma madre, el francés, tiene también algo de italiano y muchas palabras cuyo origen probablemente sean medievales. Pude entender algo de lo que decía, pues mis veraneos familiares en Niza me habían dado la oportunidad de oírle hablar a algunos campesinos y pescadores de los pueblos cercanos. Creo que conversaba con alguien del país vecino. No estuvo más de tres minutos. Colgó el teléfono y me dijo: -Mañana regreso a Argel, desde allí le llamaré, voy hacer una gestión a muy alto nivel, será muy delicada y quizás hasta arriesgada. Prendió de nuevo el cigarro habano que se le había apagado y se lo fumó tranquilamente mientras conversábamos sobre nuestro país y mil cosas banales.

A la mañana siguiente fui temprano a la oficina que había alquilado en el mismo centro de la ciudad, era una zona muy popular, llena de tiendas y oficinas con el famoso bazaar también muy cerca, lo cual le daba el doble carácter de modernidad y la tradición popular árabe, una zona bulliciosa, llena de vida con vendedores ambulantes que vendía de todo.

Recogí la correspondencia que tenía en el buzón de correos, contenía unas seis o siete cartas que sin mirarlas puse en el bolsillo de la chaqueta. No subí directamente a la segunda planta que era donde se hallaba mi pequeña oficina, entré en una cafetería que estaba al otro lado de la calle justo enfrente del edificio, me aposenté junto a una mesita situada en la acera, casi a la entrada del local, desde allí podía ver con bastante facilidad quien entraba y salida del edificio. Pedí al camarero un té con menta bien frío, que en un instante me lo puso sobre la mesa acompañado de un platito que contenía unos cuantos dátiles muy maduros que resultaron ser deliciosos. Marruecos y quizás Túnez son las dos ciudades del mundo islámico probablemente más europeizadas además de Egipto, una buena parte de las mujeres lucen ropas occidentales aunque siempre con un toque árabe que las distingue de las europeas.

Pasó un muchacho algo desarrapado con los mocos que le asomaban por los orificios de la nariz, el pelo de la cabeza rapado al cero ofreciendo a gritos periódicos franceses y marroquíes, le adquirí Le Monde y France Soir, versiones especiales editadas para Marruecos y Argelia, en ellos una buena parte de sus noticias y artículos estaban destinados al lector local, mientras el resto trataba sobre la metrópoli.

Llamé al camarero para pagarle la cuenta, era un hombre amable que hablaba un francés regular, pero de trato sumamente servicial. Le dejé en el platillo el importe y una buena propina. Al levantarme para cruzar la calle, oí a mis espaldas;: -monsieur, monsieur, -, me di la vuelta y era el voluntarioso camarero que me llamaba para darme uno de los periódicos que le había adquirido al muchacho y que había olvidado en una de las sillas. Le di las gracias y correspondí con una sonrisa a su amabilidad, el hombrecillo se me acercó algo más y me dijo: – monsieur, excuse mi atrevimiento, pero ¿necesita usted por casualidad una secretaria?-.

Quedé algo sorprendido, rápidamente pensé que podría ser muy conveniente tener alguien que cuidara de la oficina en mi ausencia, y al mismo tiempo daría una mejor imagen cara a los que muy probablemente estaban controlando mis movimientos en el país. –Pues es posible que si pueda necesitar de una secretaria, pero no dispongo de mucho dinero para poder pagar un generoso sueldo-.

-No importa monsieur, se trata de mi hija que ha finalizado sus estudios de bachillerato y no encuentra trabajo, le cobraría poco dinero-, me dijo mientras con los dedos pulgar e índice hacía el movimiento que indica dinero.

-Déjeme que lo piense, luego más tarde le diré algo-.

-Gracias monsieur, gracias-, me dijo mientras se alejaba y entraba en la cafetería de nuevo.

Subí a la oficina, abrí todas ventanas, olía a cerrado y los muebles estaban algo polvorientos. El aspecto de aquella pieza era francamente lamentable, y la verdad es que yo no tenía ningunas ganas de ponerme a efectuar trabajos caseros. Decidí, incorporar una secretaria que además de hacer de tal, mantuviera aseada la oficina, por lo que bajé de nuevo y fui a por el camarero.

El hombrecillo estaba sirviendo en una de las mesitas del exterior de la cafetería, en cuanto me vio se acercó solícito. -¿Su hija podría incorporarse hoy mismo al trabajo?-, le pregunté.

-Ahora mismo la aviso, si está en casa, en diez minutos estará aquí monsieur, no vivimos lejos de aquí-.

Efectivamente, en menos de quince minutos una muchacha de unos dieciocho años, espigada y delgadita que vestía a la europea, aunque llevaba el pelo cubierto por el clásico chador , estaba frente a mi. –Me llamo, Fátima-, me dijo con tímida y suave voz que casi no se oía, la pedí que se sentara en la única silla que tenía al otro lado de mi mesa de trabajo.

Me quité la chaqueta y aflojé un poco el nudo de la corbata, hacía bastante calor y el sol entraba a raudales por el ventanal que tenía a mi espalda. Con una ligera sonrisa para animarla, le dije que me escribiera en una cuartilla y un bolígrafo que le entregué, su currículum abreviado.

En menos de cinco minutos me entregó la cuartilla escrita manualmente con una letra muy correcta y perfectamente legible, en ella decía ser poseedora del título de bachiller superior, hablaba y escribía francés muy correctamente además del árabe, y chapurreaba algo de inglés y español. Había hecho también unos cursos de mecanografía y taquigrafía. Decía tener poco más de diez y siete años, aunque aparentaba tener algunos más.

Me agradó su currículum y la empleé provisionalmente por unos cuatro mil dinhars mensuales, cantidad que le satisfizo.

En la oficina no disponía de máquina de escribir, le di un dinero para que fuera a comprar unos cuantos utensilios de limpieza y dedicara su primera actividad en asear la oficina, en el entretanto yo iba a comprar una máquina de escribir.

Dos horas más tarde subía cargado hasta los topes a la oficina, al abrir la puerta creí haberme equivocado, pues mi nueva secretaria, Fátima, había transformado la pieza. Además de efectuar una limpieza a fondo, puso sobre la mesa un jarroncito de barro fino que había comprado y unas flores que daban otro aspecto al lugar. –Creo haber hecho una buena adquisición con esta muchacha-, me repetí.

Saqué de la caja la máquina de escribir, un paquete de hojas de papel blanco, papel de calco, lápices, bolígrafos, rollos de recambio de cintas de escribir y demás enseres propios de oficina adquiridos en una papelería del bazaar.

Inmediatamente Fátima, sin que yo la dijera nada colocó cada una de las cosas en su sitio oportuno. Cada vez estaba más convencido de haber efectuado un excelente fichaje.

Con el fin de comprobar su habilidad en la escritura, la dije que iba a dictarle una carta y que en lugar de tomarla en taquigrafía, que lo efectuara directamente a máquina.

-¿Cuánta copias precisará usted monsieur?-.

-Una solamente-.

Inicié el dictado ligeramente pausado, vi que se desenvolvía bastante bien, sin necesidad de tener que repetirle ninguna palabra, luego seguí dictando con algo más de velocidad, y finalmente a una velocidad propia de una conversación. Al finalizar sacó el original y la copia del tabulador de la máquina y me lo entregó.

Ni una falta de ortografía, ni tachaduras, además del texto perfectamente centrado en el papel. Quedé sumamente impresionado, lo cual me acabó de reafirmar mi acierto en contar con los servicios de esta tímida pero efectiva muchacha.

Capítulo 18

André y yo regresamos a Paris consternados, nos parecía imposible que nuestra joven amiga Odette hubiese fallecido, que se hubiese desvanecido con la misma rapidez que lo hace el humo de un cigarrillo, sin duda la íbamos a echar mucho de menos, la buhardilla no iba a ser nunca más lo que fue durante los meses en que ella la había habitado, estaba llena de alegría y luminosidad, en adelante, no iba a ser lo mismo…..

Llamé por teléfono a Phil para comunicarle la tragedia. Mi amigo del alma no daba crédito a la noticia. –Mira, vengo a por ti y nos vamos los tres a almorzar a un restaurante que me han recomendado en Montparnas, con entristecernos no vamos a resucitarla-, su frivolidad parecía cruel de su parte, pero era muy distinto, Phil trataba con ello despejarme la mente y evitar que entrara en una etapa depresiva que en nada me hubiese favorecido.

-Bien te aguardamos-, le dije.

Fui a sentarme a mi butaca favorita con vistas a la plaza del Trocadero y la cúspide de la torre Effiel. Estaba agotado física y mentalmente, me entró somnolencia, pero rechacé dormirme, para distraerme me puse a pensar en sucesos vividos con Phillipe cuando todavía éramos bastante jóvenes. Me vino a la memoria un viaje a Roma que efectuamos en el año 1962.

Por aquellas fecha Phil tenía contratados un par de conciertos en esta deliciosa y bella siempre sorprendente ciudad, nos hospedamos en el Hotel Royal, muy cercano a la Piazza Navona, una ubicación perfecta para nosotros. Phil procedía de Budapest, donde había dado unos conciertos un par de días antes, yo me desplacé desde Niza en tren hasta Milán y en el mismo medio de transporte hasta la estación Termini de Roma, no tenía ninguna prisa, estaba de vacaciones, podía permitirme el lujo de viajar en un medio de transporte menos rápido, pero más seguro que el avión. Curiosamente en el vagón restaurante del tren que me llevaba a Roma, entablé conversación con un elegante caballero con el que compartí mesa, según me dijo, llevaba dos días y sus correspondientes noches viajando en tren, procedía de Helsinky, hablaba un inglés fluido casi perfecto, tenía modales refinados y vestía con un toque de distinción.

Hablamos de nuestros respectivos países, observé que conocía bien París y otras ciudades del mundo, lo que me indicaba que era un hombre que había viajado mucho, un hombre mundano, no era fácil determinar su edad, aparentaba no superar los cincuenta años, aunque quizás tuviera más, pero su porte y vestimenta muy actual, hacían que uno dudara, pero no alcanzaba a adivinar cual sería su profesión, podía pasar por un hombre de negocios, o quizás un escritor, no me atrevía a preguntarle directamente por su ocupación, tenía unas manos muy estilizadas y blancas, pensé en que quizás fuera pianista, pues me recordaban a las de mi amigo Phil, de todos modos no me pareció oportuno hacerlo. Me tenía intrigado, pero opté por no hacer caso a mi curiosidad.

Por mi parte le conté que estaba en viaje de vacaciones y me desplazaba a Roma para encontrarme con un amigo y para pasar unos días en su compañía, añadí que viajaba en tren por que el avión me causaba cierto respeto.

-¿Le agrada a usted la compañía de los hombres?-, me lanzó la pregunta con toda naturalidad, sin parpadear.

Me quedé mudo de sorpresa por lo inesperado de la pregunta, jamás pensé que alguien pudiera hacerme una pregunta de esta índole sin haber tenido un previo atisbo de amistad. Balbuceé no se que, algo inteligible, pero seguro que no dije nada conexo. Creo que el hombre se dio cuenta de mi atolondramiento y con toda naturalidad me dijo: -no debe usted preocuparle mi pregunta, en mi país es algo muy natural que dos seres del mismo género se amen y vivan juntos, no por eso dejan de ser seres humanos-.

Aspiré profundamente, necesitaba aire, me tomé unos segundos para coordinar lo que iba a responderle, y me puse a mirar fugazmente por la ventanilla del vagón como si tuviera interés en ver el paisaje, aunque tenía ganas de levantarme y salir a toda prisa del vagón restaurante y dejarle allí plantado. Finalmente opté por decirle: -En mi país, su pregunta podría sonar impertinente monsieur, a pesar de que los franceses somos en general bastante liberales y tolerantes en lo que al sexo y sus relaciones se refiere, este tipo de relaciones no están perseguidas por el estado, pero en general, no es una situación demasiado bien vista por la sociedad. ¿Por qué me lo pregunta?-, le dije, ya ahora algo más recuperado de la sorpresa y con cierto aplomo.

-Oh, siento que le haya podido importunar con mis palabras, nada más lejos de ello, no era mi intención, simplemente al decirme usted que iba a pasar unos días con un amigo, se me ocurrió que quizás usted fuera como yo-, dijo llanamente excusándose.

-¿Cómo usted, ha dicho?-.

-Si, eso dije, soy bisexual, y de ello he hecho mi profesión, acompaño señoras o también caballeros, indistintamente, esta es mi manera de vivir, ahora me desplazo a Roma por que tengo una cita con un caballero de la vieja nobleza romana que ha solicitado mis servicios de compañía-, dijo todo esto con la misma naturalidad con que se había dirigido a mi, como si estuviéramos hablando sobre arte o deportes.

-Pues la verdad monsieur……estoy sorprendido, y le ruego me disculpe, es la primera vez que me tropiezo con un caso de su profesión-.

-No tiene importancia, disculpe por no haberme presentado, me llamo Paavo Nooli, como ya habrá adivinado soy finlandés, nacido en Helsinky, de padres protestantes.

Ya recuperado de la sorpresa, le respondí presentándome: -Soy parisino, me llamo Alain, nací en el seno de una familia de industriales, de religión católica y pertenezco al cuerpo diplomático francés-.

-Entonces es un honor para mi viajar en la compañía de alguien que muy probablemente algún día será embajador de su país-, dijo sonriendo y mostrando una hilera de perfecta y blanca dentadura.

-Todo se dará, pero primero debo hacer los méritos necesarios para lograrlo-, de dije.

El tren se desplazaba a bastante velocidad, pero el sistema ferroviario italiano no era ni por asomo como el francés. En mi país, tanto las vías como los vagones estaban mejor cuidados y el viajero francés lo apreciaba y se sentía orgulloso de su SNCF. Acabábamos de pasar velozmente por una estación pero no me dio tiempo de leer el cartel de la población, pero por el tiempo que llevábamos desde que partimos de Milán calculé que deberíamos estar casi a la mitad del camino para llegar a Roma.

Paavo me alargó una tarjeta suya, de su domicilio en Helsinky, en la que anotó varios teléfonos, -si alguna vez viene usted a mi país, allí tiene usted su casa-, me dijo mientras me la entregaba.

Yo no llevaba ninguna mía, me las había dejado en Niza, pero él se anotó mis datos y teléfonos en una de las suyas.

Seguimos charlando bastante tiempo, quizás más de dos horas, hasta que uno de los camareros anunció en voz alta la proximidad de la Estazione Termini.

Me despedí del improvisado y sorprendente compañero de viaje finlandés algo precipitadamente y fui a mi compartimento para recoger la maleta y una bolsa auxiliar.

Sorteando como pude el bullicio de pasajeros que transitaban por la estación, alcancé entre el bullicio, a tomar un taxi para que me llevara al hotel, pronto me di cuenta que el taxista iba dando un rodeo por la ciudad, no quise decirle nada, no importaba, estaba de vacaciones y sin ganas de entablar una discusión, deambular por Roma es en todo momento una grata aventura donde uno puede encontrarse con lo más imprevisible, es una ciudad donde siempre se descubre algo nuevo. Al acercarnos a la barroca fontana de Trevi, le pedí que se detuviera, deseaba contemplarla de nuevo, tanta belleza junta, era un placer para los sentidos. Recordé haber leído en una ocasión que con anterioridad a su construcción, había allí un acueducto que suministraba agua fresca a los romanos, 19 años antes del nacimiento de Cristo. Debe su nombre a que se halla justo en el cruce de tres calles, en italiano tre vie, por ello la llamaron la fontana de Trevi. En el fondo del estanque centelleaban centenares de monedas que cada una representaba un deseo de quien la había tirado con la esperanza de que éste se cumpliera. Una joven pareja mientras se besaban abrazados dulcemente, lanzaban al unísono una moneda que llevaba una buena parte de su alma y anhelos futuros…

Algunos años más tarde Hollywood la hizo mundialmente popular con una endulcorada película que tituló Three coins in the fountain, en la que contaba la historia de tres parejas enamoradas rodaba alrededor de la fuente de las tre vie y que mi admirado Frank Sinatra cantó y vendió millones de copias de la música.

Me registré en el hotel, Phil todavía no había llegado y aproveché para darme un paseo por la próxima Piazza Navona, admiré una vez más las fuentes y las perfectas y bellas estatuas cinceladas en el níveo mármol de Massa-Carrara. Me senté en el borde de la repisa de una de ellas, pues los bancos como siempre, estaban abarrotados de turistas, pude ver como un par de mozalbetes de mala catadura, que vestían y peinaban como nuestros Teddy Boys parisinos, se aproximaban a dos muchachas de innegable aspecto foráneo, uno de ellos se situó delante de ellas interrumpiéndoles el paso, mientras el otro aprovechando los momentos de indecisión de ambas, introducía con gran maestría la mano dentro del bolso de una de ellas, retirándola con absoluta suavidad con una billetera y pasaporte en ella, éste echó a correr, pero me bastó estirar una de mis piernas para que se interrumpiera su carrera y fuera a caer de bruces en el suelo a dos metros de mi, de un salto pisé la billetera y el pasaporte al tiempo que le agarraba por una de sus muñecas mientras se incorporaba, le retorcí el brazo y se lo puse en la espalda, el chico bramaba y pedía auxilio a su compañero, pero el otro al ver que la gente se arremolinaba alrededor del que yo tenía asido con fuerza, optó por correr en sentido contrario, por fortuna una pareja de carabinieri se presentaron y poco tuve que decirles, los dos pajaritos eran viejos conocidos de las autoridades, eran simplemente rateros de tres al cuarto. Las dos muchachas a las que había robado se acercaron para recuperar sus valores, eran dos señoritas de nacionalidad británica y en su agradecimiento me invitaron a cenar en el restaurante La Dolce Vita, de la misma piazza.

Como es natural, se sumó Phil, pues le llamé al hotel y estaba recién llegado; -Muy pronto comienzas amigo-, me dijo jocosamente.

Nos recogimos temprano al hotel, agradeciéndoles a las dos simpáticas inglesitas su invitación, Phillip tenía al día siguiente un concierto de piano en el palacio del Quirinal, hoy sede del gobierno italiano. Este magnífico palacio del siglo XVI, fue mandado iniciar su construcción por el Papa Gregorio XIII con el fin de que abrigara la sede Pontificia, el edificio fue finalmente culminado en el siglo XVIII bajo el pontificado del papa Clemente XIII, después que intervinieran varios arquitectos de gran prestigio de la época.

En el espacioso patio interior del edificio, el llamado patio de Honor, se había preparado el escenario para que el virtuoso Phillip Lafurcade interpretara Chopin a las autoridades gubernativas del país y sus invitados. Un escenario muy especial para asistir al regalo del romanticismo del pianista y compositor polaco interpretado por mi amigo de toda la vida y del que me sentía muy orgulloso.

A la caída de la tarde vino a recogerle al hotel un automóvil oficial, un Lancia muy clásico que en menos de veinte minutos nos dejaba en la puerta del Palazzo, nos recibió un elegante caballero que luego supe que era el director de protocolo.

El repertorio que Phil había preparado, se abría con la Polonesa en la bemol Op.53, le seguían las danzas Tarantela, L´Ecsosaises, y el ballet de las Sílfides. Para la ocasión Phillip se había vestido de frac y yo de smoking, como mandan los cánones de estos eventos sociales. Para entonces contábamos ambos con 37 años, en plenitud de vida y conocimientos, ¿qué más podíamos pedirle a la vida?……

Al día siguiente Phillip me presentó un "cuarteto de cuerda" femenino que nos deleitó con su "música"·…

Capítulo 19

Almorzaba en el restaurante del hotel, cuando se me acercó uno de los botones para decirme que tenía una llamada telefónica. Era Constant. -Creo que debería usted venir a Argel cuanto antes. Como le dije, he tenido una entrevista a muy alto nivel, y he averiguado algo que sería imprudente contarle por teléfono-.

-Ahora mismo tomo el primer vuelo, dígame a que número puedo localizarle para darle la hora de mi llegada-. Me dio un número que anoté en una servilleta de papel y lo metí en uno de los bolsillos de la chaqueta. Interrumpí el almuerzo y me acerqué a una agencia de viajes próxima al hotel.

A la caída del sol, llamaba a Constant desde el aeropuerto de llegada, me dio una dirección de la ciudad y tomé un taxi, por cierto bastante desvencijado, que en algo más de media hora me dejó en el domicilio que Constant me había indicado.

A pesar de que la luz solar ya se ausentaba, pude ver que el lugar estaba en un barrio nada elegante, parecía ser un barrio de gente trabajadora o marginal, que olía a rayos. Me abrió una mujer ataviada con la vestimenta habitual del mundo islámico, solo que se expresaba en un francés más que excelente, lo cual me sorprendió. Me invitó a pasar a una sala bastante espaciosa llena de alfombras en el suelo y grandes cojines y poco iluminada, había además en el centro de la pieza, una artística mesita baja, decorada con incrustaciones de marfil, nácar y maderitas de distintas tonalidades que artísticamente cubrían toda la superficie, me llamó la atención un mueble de tanta belleza y calidad en aquel peculiar lugar. La mujer me invitó a que me sentara y se excusó por unos instantes, desapareciendo por una de las puertas de la sala.

Un minuto después llamaban a la puerta y la misma mujer fue a abrirla, en esta ocasión apareció acompañada de Constant y un individuo que vestía con ropas militares pero sin distintivos de rango.

Después de las oportunas presentaciones, Constant tomó la palabra.

-Hamin, es un fiel amigo que tuve bajo mi mando durante muchos años, en la actualidad es el hombre de confianza del general Raymond Sardoniere. Le confieso, dentro del más estricto secreto, que Hamin simpatiza con el movimiento de la OAS, y mantiene contacto frecuente con ellos, yo le he pedido la necesidad que usted tiene de saber que es o quién es, Alfil. Después de mucho conversar, me ha confesado que deseaba conocerle a usted personalmente y que solo a usted le desvelaría este secreto tan fielmente guardado por la organización.

No dejó de sorprenderme que aquel hombre sin conocerme, estuviera dispuesto a revelarme algo que la organización llevaba con tanto secreto, pero dejé que se explicara, ignoraba si iba a ser sincero o simplemente era una trampa que se me estaba tendiendo. Procuré ser lo más cauto posible.

-Me ha informado monsieur Constant que usted está intentando descubrir quién es, Alfil-.

-Efectivamente-, respondí cauteloso.

Constant, permanecía callado, se diría que a la expectativa de los acontecimientos.

-En París hay el convencimiento que se está gestando un atentado que pueda tener gran repercusión mundial, los servicios de información nos han alertado de la posibilidad de que una persona o personas a las que denominan Alfil, sean la cabeza ejecutora de éste-, dije mirándole fijamente a los ojos para poder apreciar su reacción.

Hamin miró a Constant y se quedó unos instantes pensativo, dirigía su mirada a los pies, con lo cual no pude sacar consecuencias de su reacción ante mi pregunta.

Respiró profundamente y volvió a mirar a Constant, este le hizo un casi imperceptible movimiento de cabeza como si asintiera a lo que fuera a decir.

-No se si debo estar aquí y ni tan siquiera explicarle nada, pero por la amistad que me une a Constant, le diré únicamente que Alfil, que yo sepa, es una sola persona, que no pertenece a la organización, ha sido contratada para llevar a cabo un programa concreto y del que desconozco los detalles, no tiene jefes que le dirijan ni domicilio fijo conocido-.

-Pero ¿se puede saber su verdadero nombre?-, pregunté.

-No, en absoluto, en realidad nadie lo sabe, solo quien le contrató-, aquí Hamin se detuvo, dejó de hablar y se encerró en un silencio.

Lo rompí para preguntar si al menos se sabía la nacionalidad del individuo.

Hamin alzó la cabeza y miró de nuevo a Constant, este asintió de nuevo con un movimiento afirmativo de la cabeza.

-Solo se que es centroeuropeo, eslovaco creo, y en estos momentos se halla en España, probablemente en Madrid-, dijo esto como forzado, repentinamente sin decirnos nada, se levantó y salió por una de las puertas de la sala.

Constant y yo nos quedamos algo sorprendidos mirándonos interrogativamente el uno al otro en silencio. Lo rompió Constant; -Debe usted excusarle, ha hecho un sobrehumano esfuerzo por venir aquí a contarle esto, sepa que se juega la vida y quizás la de los suyos. He tenido que presionarle mucho para llegar a esta consecuencia. Le juré que esta entrevista quedaría en el más puro anonimato, de hecho no se llama Hamin y ni tan siquiera pertenece al ejército, sin embargo está en una situación privilegiada para enterarse de muchas cosas que suceden en el seno del ejército-.

No quise presionar más a mi interlocutor, Constant había hecho lo que le pedí, ahora estaba en una situación comprometida, me pidió que hiciera el uso que debiera respecto a la información recibida, pero que olvidara nombres y lugares, ya que cualquier filtración podía representar la pérdida de la vida.

Me levanté y le dije a Constant si quería venir conmigo. Me respondió que se iba a quedar allí todavía unos momentos, necesitaba hablar con el llamado Hamin. –Nos veremos mañana en nuestro hotel-, me dijo mientras me alargaba su mano.

Salí a la calle para tomar un taxi, ya había anochecido, el lugar no era demasiado céntrico además de estar poco iluminado, con lo cual eché andar hasta una esquina cercana que daba a una calle principal y algo mejor iluminada.

Había bastante de tráfico pero no pasaba ningún taxi libre. Me di la vuelta para ver si venía alguno desde el otro lado, y repentinamente me pareció ver que de la puerta de la casa en la que había estado, salían cuatro personas, la distancia no me permitía poderlas distinguir con propiedad, pero dos de ellas vestían como los nativos, los otros dos a la europea.

La situación me dejó intrigado, me acerqué lentamente, los cuatro personajes se habían detenido a unos sesenta metros de donde yo me hallaba, por lo que no podía oír la conversación y tan siquiera distinguir sus caras a pesar de que se habían detenido bajo un farol que a decir verdad iluminaba bien poco.

Procuré acercarme sin ser visto, lo hice pasando entre los automóviles que estaban estacionados junto a la acera, reduje la distancia a unos veinte metros, creí identificar por sus ropas al tal Hamin, ahora sin la barba y el bigote y, a Constant, pero los otros dos que iban vestidos a la usanza islámica no me era posible identificarles, pero si me sorprendió que hablaran entre ellos en árabe.

Después de unos minutos de charla se despidieron y cada uno se fue por lugares distintos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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