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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 7)

Enviado por MANEL BATISTA


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A pesar de que Phil se desenvolvía perfectamente en inglés y el maharajá había estudiado en Oxford, el protocolo y hospitalidad hindú obligaba a destinar un intérprete para el visitante. Phil estaba convencido que en la Gran Bretaña no había otro Rolls Royce como aquel.

Casi dos horas y media después llegaban a las puertas del palacio de Kapurthala, cuya construcción recordaba bastante al famoso Thaj Mahal, por estar casi todo él forrado de placas de un mármol níveo, no obstante las dimensiones de esta singular edificación era superior al palacio-mausoleo.

Para Phil era la primera ocasión que visitaba el país, sus conocimientos sobre la India eran bastante someros, lo que se suele estudiar y leer el Kamasutra, pero que en modo alguno sobre las particularidades propias del país y sus especiales costumbres. Cuando mi compañero me contaba alguna de ellas no podía evitar el reírme a gusto por la disparidad de costumbres tan distintas a las culturas occidentales, y máxime con los "adornos" verbales que Phil añadía.

Una recua de sirvientes salió a recibir la comitiva, todos ellos vestidos a la usanza hindú, que de inmediato se afanaron en coger las maletas de los que viajaban acompañando al artista invitado. Phil que era un gran observador de la vida y su entorno, se detuvo unos instantes para ver con detenimiento la fachada principal del suntuoso palacio. El acceso a la puerta principal, se efectuaba a través de un puente construido con los mismos materiales que el resto de la edificación, ya que el palacio estaba posicionado casi en el centro de un lago con bancos de nenúfares que flotaban sobre las aguas y algún que otro cocodrilo que asomaba su hocico entre ellos, un excelente y eficaz sistema de seguridad, me dije por mis adentros.

Varios sirvientes se hicieron cargo de las maletas de Phil y desaparecieron con ellas en el interior del palacio. Phil siempre acompañado del interprete, le condujeron ante la presencia del maharajá, que le aguardaba en uno de los grandes salones sentado en una especie de recargado trono de oropeles y piedras de gran valor. El hombre permanecía sentado en una posición de gran dignidad y vestía como es natural, las ropas propias de su categoría social de la cultura hindú, en su enorme turbante blanco lucía en el centro frontal un diamante tallado de considerable dimensión que relucía más que el sol. A su izquierda en otro sitial, en este caso algo menos voluminoso pero no exento de adornos, se hallaba la esposa favorita del dignatario, la majaraní, una mujer de extraordinaria belleza de la que desde el primer momento Phil quedo muy impresionado, esta vestía una shari de un delicado color turquesa pálido y festones de oro puro, que todavía hacia resaltar mas su excelsa personalidad y belleza, en la frente le colgaba prendida de una cadena de oro, un rubí de intenso color rojizo, al igual que los pendientes y unas pulseras que lucía en las dos muñecas.

Después de las formalidades oficiales Phil se fue a descansar un par de horas, en el entretanto en palacio se hacían los preparativos para la celebración de la cena que el maharajá daba en honor al mi amigo concertista.

A Phil no se le quitaba de la cabeza la imagen de la bella majaraní que tanto le había impresionado, una vez hubo descansado y aseado, salió a dar un paseo por los jardines de palacio, tuvo la oportunidad de comprobar la bellezas de los mismos y lo exquisitamente cuidados, no había ni una hoja por los suelos, unos cuantos jardineros se ocupaban de que eso no ocurriera, al final de uno de los pasillos que formaban los recortados setos, venía a dar a la parte posterior del palacio, en el que habían grandes ventanales cubiertos con fines tules que por su extremada fineza trasparentaban y permitían ver el interior de las habitaciones. Phil picado por la curiosidad y por la novedad de todo ello, tomó asiento en un banco de mármol rosado que estaba a poca distancia de la edificación para desde allí poder fisgonear con disimulo y cierta comodidad.

No habían pasado demasiado tiempo cuando apareció en uno de los ventanales una de las sirvientas, era una muchacha joven, que parecía tener apenas 18 años. Le llamó la atención por su belleza, pero muy especialmente por que mostraba los senos fuera de una especie de corsé de seda rojo. Phil no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, a continuación la muchacha se puso hablar con otra algo mayor que ella que también vestía del mismo modo, también con los senos al aire.

Ante tal situación Phil no sabía que hacer, la tarde era plácida y el sol iba decayendo mientras teñía el cielo en multitud de tonos rojos. Se levantó del banco y se acercó lentamente en dirección al ventanal que distaba a unos escasos veinte metros de donde había estado sentado, lo hizo pausadamente como si fuera paseando, con los brazos cruzados en las espalda, su eterna curiosidad le empujaba a averiguar el motivo por el que aquellas dos mujeres sus senos estaban desprovistos de la lencería que la mayoría de las mujeres occidentales suelen llevar y el motivo por el que además eran exhibidos.

Cuando estaba a escasos dos metros de distancia, ambas mujeres a la vista de Phil detuvieron la conversación que mantenían y se retiraron prestas del ventanal desapareciendo tras los livianos cortinajes.

Phil se dijo que ya que había llegado hasta allí, trataría de averiguar el motivo por el que aquellas dos féminas llevaban descubiertas ciertas partes íntimas de su cuerpo. Miró a su alrededor y no vio a nadie, se acercó más al ventanal hasta poder tocar el liviano tul que lo cubría, le pareció oír susurros de voces femeninas en el interior de la dependencia, lo apartó lentamente hasta que pudo ver lo que tras de el había. Era una gran sala de considerables dimensiones bellamente decorada en cuyo centro había una especie de piscina con algunas flores de loto que flotaban en la superficie del líquido a la vez que le llegaba a su olfato un agradable aroma de perfume. En una de las esquinas en los suelos habían alfombras con varias mujeres sentadas y recostadas en ellas, todas ellas también llevaban los senos al descubierto, hablaban animadamente y al observar al intruso, y sonriendo pusieron a susurrarse al oído unas a otras, pero en ningún momento hicieron el menor gesto para ocultar sus ostentosas intimidades femeninas.

Repentinamente cesaron de cuchichear y sonreír, adoptando a la vez una actitud de reverencia y sumisión, Phil pronto comprendió el motivo del cambio de su actitud, por una puerta opuesta entraba la esposa favorita del maharajá, que unas horas antes pudo ver en el salón de recepciones, todas las mujeres se arremolinaron a su alrededor en actitud sumisa acompañándola hasta el lugar cuyo suelo estaba cubierto por mullidas y bellas alfombras.

La maharaní llevaba un shari que le cubría todo el cuerpo descendiendo desde la cabeza hasta llegar a los pies, dejando a la vista únicamente el rostro y los brazos. Esta al ir a sentarse sobre un gran cojín de seda adamascada, se apercibió de la presencia del invitado de su esposo, Phil intuyó que había sido visto por la dama y la saludó con un movimiento de la cabeza, al que la maharaní correspondió con el tradicional namasté hindú.

Acto seguido la dama dio instrucciones a una de las doncellas que la rodeaban y esta se dirigió presta al lugar en el que Phil se hallaba, corría a pasitos cortos y ligeros sobre las puntas de sus pies, como si no deseara tocar el piso. En idioma hindú le dijo algo que éste no entendía, mi amigo puso cara de no comprender, la muchacha se dio cuenta de ello y en signos le señaló una puerta de color blanco que estaba unos pasos a la derecha de Phil invitándole a que fuera hasta ella, Phil comprendió y al llegar la misma muchacha la había abierto.

Phil entró algo compungido, pues no sabía que le podía esperar, en su fuero interno pensó que la estancia podía ser una especie de harén del maharajá y que el hecho de invadirlo cometía un acto de vileza hospitalaria, pero su eterno espíritu de aventura y su imperecedera afición a las damas además de la extraordinaria belleza de la principal, podían más que su voluntad y el respeto a las normas de la hospitalidad.

La muchacha que le acompañaba le indicó por signos que se quitara los zapatos, cosa que obedeció. Phil pudo observar que todas las mujeres a excepción de la majaraní llevaban los senos sin cubrir y permanecían sentadas en el suelo rodeando a la dama, ésta volvió a saludarle con el namasté y en un perfecto inglés le invitó a sentarse en un cojín.

Phil tomó asiento en el lugar que la majaraní le acababa amablemente de indicar sin dejar de mirar los enormes ojos negros de grandes pestañas que le hechizaban, la mirada de aquella mujer parecía que le decía; llévame contigo estoy presa-, era como un imán que le atraía al campo magnético de aquella enigmática y bella mujer, cuya mirada le hechizaba como si se tratara de una encantadora de serpientes.

Entablaron una conversación bastante superflua, durante la misma, ella le confesó que había nacido en Inglaterra siendo hija de emigrantes hindúes que estaban bien posicionados económicamente, estudió letras en Cambridge y allí conoció a su esposo, luego después de unos años, éste se presentó un buen día en su casa de Stattford y la compró a sus padres. Dijo esto con un cierto aire de melancolía, sus ojos parecían decirle a Phil que estaba presa en una jaula de oro y diamantes, ya que desde que había entrado en el palacio, no había vuelto a salir de él y de esto hacía ya unos cinco años.

Unos minutos después la majaraní hizo un gesto a Phil dándole a entender que la visita había finalizado, Phil se atrevió a cogerle una mano y besarla, gesto prohibido en la India, pero que la majaraní agradeció con una sonrisa. Phil fue acompañado por una de las jóvenes sirvientas hasta la puerta por la que había entrado y, después de ponerse el calzado salió de nuevo a los jardines.

Al llegar a la habitación que le habían destinado, se encontró con el intérprete Shatun que le había asignado el consulado británico, Phil le invitó a entrar a sus aposentos, pero el joven le dijo que debían ir al gran salón por que el maharajá le había dado instrucciones de que deseaba verle. A Phil el corazón le dio un vuelco, -¿sabe usted el motivo por el que el maharajá desea verme?-.

-No tengo la menor idea-, respondió al joven intérprete.

Uno de los sirviente les acompañó hasta el gran salón, el mismo en el que unas horas antes había sido Phil recibido. En esta ocasión había menos gente, el maharajá estaba de pie hablando con un personaje que iba envuelto en una túnica blanca con ribetes de rojo carmín y la cabeza totalmente afeitada, que al ver la entrada del "extranjero" calló hizo el namasté doblando a la vez el tronco a modo de reverencia y se fue por una de las puertas del gran salón.

El maharajá se acercó ceremoniosamente a Phil, se detuvo a poca distancia de éste e inmediatamente un sirviente se acercó con una especie de jofaina con agua y otro le seguía con una pequeña toalla de manos, ambos se semiagacharon frente a su señor, este se lavó las manos e inmediatamente ambos personajes se fueron silenciosamente. El maharajá se acercó algo más a Phil y le tendió la mano para saludarle.

-Le he mandado llamar, mister Lafurcade para que elija entre los varios pianos que tenemos en palacio y pueda usted elegir el más conveniente para el concierto de mañana-, dijo ceremoniosamente y con gran parsimonia a la vez que se atusaba el largo y negro bigote que le imprimía un aire misterioso y severidad. Phil siguió al maharajá hasta la estancia contigua en la que se hallaban tres pianos de las mejores marcas. Después de probar los tres, eligió uno de fabricación inglesa. En un momento dado el maharajá hizo un ademán y los dos sirvientes que anteriormente le habían servido los elementos para que éste se lavara las manos, se acercaron a él nuevamente con una especie de orinal que parecia ser de plata, se arrodillaron frente a su amo y uno de los sirvientes se puso unos guantes blancos de fina seda y procedió delicadamente a separar la tela de la especie de pantalón que su amo llevaba, a la altura de poco más abajo de la cintura, siempre con gran delicadeza el sirviente sacó al exterior el miembro viril de su amo, en el entretanto el otro, acercaba aquella especie de orinal de plata para que éste efectuara una micción y depositara sus reales orines.

Phil no salía de su asombro, hasta el punto de sentirse violento, no sabía si echar a correr o reír a carcajada partida, miró a Shatun, este comprendió rápidamente la situación, discretamente se acercó al oído de Phil y le aclaró la situación.

-El maharajá es considerado en la India además de un rey, un Dios, por ello nadie de casta inferior o también llamado paria, puede tocar la piel al rey-dios, le va en ello la vida-.

Phil hizo un gesto de haber comprendido la explicación que el intérprete le acababa de dar, y siguió observando en absoluto silencio y respeto la hilariante escena que se estaba produciendo ante si. Finalizada la ceremonia de la deposición de los reales efluvios líquidos, el sirviente sacudió con gran suavidad el falo de su señor y después de secarlo debidamente lo regresó a su posición original, siempre siguiendo el mismo ritual de delicadeza y respetuosa veneración. Más tarde supo que los reales orines, eran conservados en depósitos especiales para ello, ya que existe una leyenda en la que se dice que tirando los orines, se va un poco el alma de quien proceden.

Al regreso a sus habitaciones Phil aprovechó para contarle al intérprete el casual encuentro con la majaraní y la extrañeza de que las doncellas que la rodeaban llevaban todas ellas los senos sin cubrir.

-En la India el que los senos de las mujeres no estén guardados bajo alguna ropa, no se le da la importancia que se le da en occidente. Verá, por ejemplo besarse en la boca un hombre y una mujer como suelen hacer ustedes, es un acto rechazable, pecaminoso diría, sin embargo los enamorados se dan besos en las axilas, este es para nosotros, algo muy erótico y estimulante, al igual que el dedo pulgar del pie que se besa y se chupa para estimular a la mujer al coito-.

Phil, a través de estas extrañezas comenzaba a descubrir la incógnita y misteriosa India. No le extrañaba ahora que en los salones y en la habitación que ocupaba, hubiesen delicadas figuritas en actitudes y posiciones muy eróticas que probablemente en occidente podríamos considerar casi de ofensivas al buen gusto y discreción. No hay que olvidar que la India posee una cultura que se remonta a casi cuatro mil años, y que supera con creces a la occidental.

Phil se dio una buena ducha, no era amante de utilizar bañeras para su aseo, se metió en la cama con los pensamientos de los sucesos vividos en el día, y muy particularmente de la belleza de la majaraní que le había cautivado.

Capít. 36

Regresamos a Buenos Aires después de nuestro idílico viaje de bodas por los Estados Unidos, la familia nos aguardaba en el aeropuerto, a excepción de mis padres que ya habían regresado a París.

Después de arreglar mis cosas profesionales en Argentina, regresamos a París para reintegrarme de nuevo a mi despacho en el Ministerio de asuntos Exteriores. Manuela estaba encantada de vivir en París, su ciudad soñada, a decir verdad, no había una excesiva diferencia entre BsAs y mi ciudad natal, salvo el idioma ,las costumbres y la torre Eiffel, sin olvidar a los nativos de cada país, pues en Buenos Aires hay muchas calles y edificios que recuerdan París, al igual que las hay que recuerdan Milán o Barcelona, ello se debe a que en los años del gran esplendor económico argentino de finales del siglo XIX y primer tercio del XX, hacendados millonarios cuyos orígenes eran de las ciudades citadas, contrataban a los mejores arquitectos del momento para que les construyeran edificios como los que existían en sus ciudades natales, este es el marchamo y legado que la gran urbe argentina posee y que le confiere el sello de ser la ciudad del continente americano más europea. Confieso que Buenos Aires sería para mi la ciudad elegida para vivir, si París no existiese, claro está.

Algunas de mis tardes libres, las dedicaba a mi esposa para ir mostrándole la ciudad, París, uno de los lugares que a Manuela más le fascinaban era el barrio de Montmatre y en especial la plazoleta donde están los artistas pintores, además del Sagrado Corazón, un día me confesó que desde que había visto en el cine el film de, Un americano en París había quedado prendada de este rincón de la ciudad y en especial de esta típica callejuela en la que el actor Gene Kelly exponía sus obras al aire libre, y que muy probablemente en el film no dejaba de ser un decorado muy logrado en ambientación.

A los pocos meses de residir en nuestra casa de París, Manuela me anunció de manera muy romántica que íbamos a ser padres.

Una tarde lluviosa y fría, ya camino de las navidades, regresando de mis ocupaciones en el Ministerio de Exteriores, al abrir la puerta de nuestro piso, encontré la casa en penumbra, dejé la gabardina y el paraguas en el armario del recibidor y al llegar al salón, repentinamente se prendieron todas las luces, mi sorpresa fue mayúscula ya que Manuela estaba rodeada de mis padres y hermanos, todos ellos sonrientes y alegres, yo no comprendía el motivo de aquella inesperada alegría, mi madre vino a mi con los brazos abiertos, la seguía mi esposa, mis hermanos y papá permanecieron de pié tras el sofá.

Me abrazaron al unísono mi madre y Manuela, ambas me besaban en las mejillas locas de alegría, yo todavía no comprendía nada. Manuela al ver mi cara de estupor y sorpresa, me dijo: -querido, vamos a ser papás-.

El corazón me dio un vuelco, ahora la sorpresa era todavía mayor, claro que en derecho no debía ser así, pues Manuela y yo nos aplicábamos con harta frecuencia y afición a los juegos que vienen a reportar el estado en que ahora mi esposa se hallaba.

-¿Estás segura querida?-, se me ocurrió decirle.

-Nada más cierto, el doctor me ha hecho las pruebas pertinentes y no hay duda alguna-.

Ahora comprendía la alegría que todos compartían con nosotros, este bebé iba a ser el primer hijo, primer nieto y primer sobrino. Me pregunté si ambos estaríamos preparados para ser padres, este era un estatus que nunca me había pasado por la cabeza.

Mi madre nos miraba gozosa, pero creo que mi cara reflejaba algo de preocupación, se acerco a mi y cogiéndome del brazo me llevó a una de las esquinas del salón, -hijo, noto en tu cara como si no te alegraras de tener un hijo, ¿te ocurre algo?-.

-No mamá, es solo la sorpresa y no se si estamos preparados para educar un niño-.

-No temas hijo, el niño os irá enseñando a ser padres, no lo dudes, solo deberéis poner cariño y voluntad, lo demás vendrá poco a poco, no olvides que los bebés vienen a un mundo de adultos y no saben hablar nuestro idioma, pero se las arreglan para sobrevivir, ¡¡ lloran cuando algo les conviene y necesitan !!, solo deberéis intentar interpretar su necesidad del momento-.

Las palabras de mi madre fueron un bálsamo para mi conciencia, me quitó un peso de encima. Fui a unirme a la alegría de los demás y participar de ella.

Con los meses, mi esposa lucía con orgullo materno el aumento de su cintura , ya en el quinto mes de embarazo, el ginecólogo nos dio la noticia de que Manuela llevaba dos bebés en su seno materno, motivo por el que mi madre organizara una cena en la que había invitado a toda la familia y alguno de sus más íntimos amigos.

Manuela se sentía feliz y yo la secundaba en ello. Con el tiempo fui habituándome a la idea de ser padre y mi amor por aquel ángel de piel blanca y cabellera negra ondulada fue creciendo a medida que pasaban los días, era un amor más intenso, quizás menos rosa, pero la sentía constantemente en mis entrañas.

A menudo imaginaba ver a los dos pequeños correteando por la casa, llevándoles a la escuela y jugueteando con ellos, serían una pieza más del engranaje amoroso que Manuela y yo habíamos fundado. La felicidad inundaba la familia.

Capít. 37

El concierto de Phil fue un verdadero acontecimiento en el estado de Khapurtala, el maharajá había invitado a todos sus amigos de los estados que rodeaban el suyo propio, alguno de ellos se desplazó a propósito para tan magno acontecimiento, desde su residencia fuera del país, principalmente del Reino Unido.

Para el acto, el maharajá mandó habilitar una parte de los jardines para el lugar de la celebración. Un amplio estrado de madera de unos sesenta centímetros de altura a modo de escenario, que soportaba el piano que Phil había elegido el día anterior.

Para la cuarentena de invitados, había dispuesto unas filas de butacas de gran comodidad, que formaban un arco como si éstas abrazaran el estrado.

Phil se pasó la mañana efectuando ensayos en uno de los pianos de palacio, siempre acompañado por el intérprete. A media tarde fueron llegando los invitados que eran recibidos por el hombre de confianza, una especie de secretario del maharajá, con gran solemnidad muy propia de la India en las castas altas.

Era asombrosa la gran cantidad de automóviles de la marca Rolls Royce, ya que cada invitado llevaba no menos de dos de estos lujosos vehículos, ocupados por su dueño y los sirvientes, simplemente espectacular. En un descanso de sus ensayos, Phil se asomó a uno de los ventanales que daban a la fachada principal del palacio, quedó impresionado por el número de automóviles de tan célebre marca que habían aparcado en la explanada frontal del edificio.

Phil pensó que probablemente en la propia fábrica de esta marca de automóviles, no los habría en aquellos momentos en stock.

Phil renovó sus ensayos, pero al poco tiempo el intérprete le hizo una señal para que detuviera éste, acababa de entrar al salón la majaraní acompañada de dos de sus jóvenes sirvientas. Phil se levanto inmediatamente para saludarla, esta le hizo el habitual saludo hindú, acompañando el mismo con una seductora y a la vez enigmática sonrisa. La dama tomo asiento cerca del piano y con una elegante ademan invito a Phil a continuar con sus ejercicios. Phil le pregunto si deseaba que tocara algo por la que ella tuviera preferencia, a otra sonrisa, que a Phil pareció seductora, la majaraní le pidió amablemente si podía interpretarle algo romántico y alegre, Phil asintió con una de sus sonrisas más encantadoras, y que de las que solía tener un gran repertorio, eligió La Primavera de Vivaldi, a la que inició con gran suavidad pero imprimiéndole su propia personalidad musical. La dama estuvo todo el tiempo muy atenta y haciendo breves comentarios con las dos muchachas que la acompañaban, que seguían mostrando con toda naturalidad sus senos como él había visto el día anterior, cosa que a un casanova como era Phil le excitaba todavía más.

Después de un par de composiciones, la majaraní se despidió de Phil esta vez, inusitadamente, le estrechó la mano con cierta presión, hecho casi inconcebible en la India, en el entretanto se acercaba más a Phil y le decía con voz muy suave : – En breve mi esposo, el maharajá y yo, viajaremos a Europa-. Acompañó a esta frase con una caída de sus grandes párpados y mirando fijamente a su interlocutor largamente a los ojos. Phil sostuvo unos instantes aquella sedosa y pequeña mano, de la que quedó prendado, y que la majaraní separó suavemente de la suya, le hizo el namasté y se retiró del salón, siempre acompañada de las dos jóvenes sirvientas, que se afanaban en ponerle bien los pliegues del shari, en la India la estética se cuida mucho, es casi obsesiva.

Al atardecer estaba todo dispuesto para el concierto, todos los invitados estaban sentados en sus correspondientes asientos, saludándose unos a otros ceremoniosamente, mientras los sirvientes de cada uno de ellos se sentaban en el suelo cerca de su señor, con la finalidad de acudir presto a cualquier requerimiento de este.

El organizador y secretario del maharajá había situado el trono de su rey y esposa en la primera fila en situación, como no, preferente.

El programa contemplaba en primer lugar el concierto y acto seguido una cena en el salón del trono.

Phil había pedido al intérprete que le localizara una partitura del himno nacional, ya que la India recientemente había obtenido la independencia de la Gran Bretaña, sin embargo los británicos, que siempre se han distinguido por su reflexión y diplomacia, concedieron al país la independencia política pero lo "admitieron" en la Commenwelth, de este modo se aseguraban la continuidad de los lazo que mantendrían la unión de ambos países para seguir comerciando entre los países pertenecientes a esta real organización en condiciones favorables para ambos lados.

Puntualmente al atardecer, cuando el sol muestra su disco en un color rojo encendido y parece ahogarse en el Ganges, hizo presencia en el estrado Phil, siempre acompañado del intérprete, fue recibido con una gran ovación por los asistentes, que llevaban sus albos vestidos de gala, cargados de piedras preciosas y condecoraciones. Sus mujeres favoritas, las habían situado a uno de los lados del auditorio, el espectáculo era fantástico, propio de esas películas que muchos años atrás el cine nos había presentado, de un oriente mágico, misterioso y colorido, las favoritas vestían el hábito propio de las mujeres hindúes que formaban un abanico multicolor que daba alegría al acto.

Para la ocasión, Phil vestía de impecable frack. El secretario personal del maharajá efectuó la presentación del pianista, lo cual motivó otra serie de aplausos. Pocos instantes después hizo presencia en el recinto el propio Maharajá seguido de su esposa favorita, todos los asistentes se pusieron en pie y le saludaron con el namasté seguido de aplausos, momento que Phil aprovechó para tocar el himno del país, se hizo un silencio absoluto con todo los asistentes de pie, nada se movía, a excepción del velo de la majaraní que una suave brisa lo mecía permitiendo ver su bellísimo rostro. El maharajá permaneció de pie en actitud sobria y majestuosa, finalizado el himno el público emocionado explotó en una estruendosa salva de aplausos, la India hacía poco tiempo que había obtenido su independencia de la corona británica y los hindúes estaban todavía muy sensibilizados.

Phil se acercó al borde del estrado y solicitó la autorización del maharajá para iniciar el concierto, se hizo el silencio más absoluto.

Procedió asentarse en el taburete rectangular que estaba frente al piano, reguló la distancia con los pedales y arrancó con piezas de Chopin. Hizo todo un recorrido de diversos compositores; rusos, alemanes, austríacos, e italianos, que duró algo más de una hora y media. Finalmente y como despedida tocó La Primavera de Vivaldi, lo hizo con toda intención, recordando la pieza que le solicitó tocar la majaraní, precisamente ésta le miró discretamente lanzándole una turbadora sonrisa, al finalizar el público estaba rendido a Phil, todos los asistentes puestos en pié aplaudían con entusiasmo, Phil se acercó al borde del estrado y saludó con una reverencia al maharajá y esposa, ésta en un acto de osadía, se atrevió a acercarse al estrado y obsequiar con un ramo de flores al concertista, a la vez que le enviaba una ardiente mirada con aquellos inmensos ojos negros de los que mi amigo se había prendado.

Phil estuvo todavía un par de días como huésped del maharajá, en uno de ellos fue invitado a acompañar a este en la caza del tigre desde el elefante real. Una experiencia excepcional, algo que solo lo había podido ver en algunos reportajes cinematográficos.

Al tercer día, una comitiva de Rolls Royce acompañó a Phil hasta la escalerilla del avión que le llevaría a Londres, se iba con cierta melancolía amorosa. No había tenido la oportunidad de despedirse de la majaraní de la que se había quedado tremendamente cautivado.

Capít. 38

Los mellizos que Manuela y yo aguardábamos con anhelo, nacieron prematuramente a los siete meses de embarazo, los doctores que atendieron el parto pudieron salvar la vida los bebés, pero pocos días después nos dieron la nefasta noticia de que no prolongarían sus vidas algo más de unas pocas semanas, habían nacido con una deficiencia funcional en sus pulmones que le condenaba inexorablemente a muerte. Esta noticia nos hundió en la más grande de las tristezas, principalmente a Manuela, que durante el embarazo había preparado y decorado la habitación que los mellizos ocuparían, habíamos elegido dos nombres para ellos, Héctor y Emilo .

Al conocer la noticia todo nuestro mundo se vino abajo. Acompañamos sus pequeños cuerpos hasta el cementerio y quedó depositado en el panteón familiar. Conociendo su inexorable final, Manuela que era profundamente creyente, se preocupó de que nuestros bebés fuesen bautizados unos pocos días antes de que su débil hilo de vida, llegase a su fin.

Pasaron algunos meses de los que tratábamos sobreponernos de la tragedia, yo, gracias a mis ocupaciones profesionales en el ministerio, poco a poco fui superándola, pero no fue así para Manuela. Comprendo que para una mujer que a engendrado un ser en su seno y que durante todo este tiempo ha mantenido de un modo natural una comunicación con aquel diminuto ser en formación, ha de ser muy duro recuperarse de las esperanzas fallidas y de los planes de futuro que para él hubiese soñado, y que repentinamente se esfuman.

Yo trataba de que mi esposa, se quedara poco tiempo sola, la llevaba a visitar museos, visitábamos a algunos amigos, al teatro y que me acompañara en algunos viajes profesionales, pero veía que lentamente se iba consumiendo, perdió el apetito, con lo cual adelgazó exageradamente provocándole un estado de mal humor que afloraba con cierta frecuencia y que deterioraba nuestra relación.

Puse todos los medios necesarios para que nuestra relación mejorara, me armé de toda la paciencia y comprensión de la que era capaz, la convencí de que se acudiera a la consulta de un psicólogo amigo de la familia, de prestigiosa experiencia profesional. Hubo una pequeña mejora con el tratamiento, pero fue insuficiente, todo acabó por estallar como una bomba en nuestras manos, cuando en una visita al ginecólogo éste le dijo a Manuela que había quedado incapacitada para tener más hijos. Sus lágrimas hubiesen podido llenar un océano, y finalmente acabamos divorciándonos, Mi adorada Manuela, un buen día hizo la maleta y se marchó a Buenos Aires, me dejó sobre la mesita de noche un sobre que contenía un papel con un breve escrito, en el, decía, que no se veía capaz de hacerme feliz, que al lado de su familia intentaría sobrellevar la tragedia. Nada más.

Me quedé de una sola pieza, lo primero que hice fue ir rápidamente al aeropuerto de Orly para ver si tuviera la fortuna de encontrarla y convencerla de que no se marchara, pero no la hallé.

Al regreso a casa llamé a Buenos Aires, hablé con mi suegra, me dijo que Manuela el día anterior la había llamado para decirla sin más, que iba para allá, sin explicación alguna. Me dijo que la había encontrado muy nerviosa y que hablaba entrecortadamente. Má, me recomendó que no fuera todavía a Buenos Aires, que aguardara a que Manuela se asentara en casa unos días y que luego me llamaría para informarme de su estado.

Regresé a casa descorazonado y triste. Como puede cambiar la vida de las personas en unas horas.

Dos semanas más tarde me llamó Má para decirme que habían tenido que ingresar en un sanatorio mental a Manuela, se había desquiciado, y los doctores recomendaron su ingreso clínico.

Dos meses más tarde me despertó el teléfono a la madrugada de un lunes, al descolgar el auricular, oí en primer lugar unos sollozos entrecortados, después de requerir varias veces ¿quién llama?, entre sollozo y sollozo una voz femenina me dijo:

-Soy Má-.

-Díme, ¿ocurre algo?-, le dije medio adormilado todavía.

-Manuela a muerto-, me dijo temblorosa.

-¿Cómo ha sido?-, dije sobresaltado y dando un salto en la cama

-Se ha suicidado, se tiró por la ventana de su habitación en el hospital-. A continuación se cortó la comunicación.

Me quedé tumbado en la cama, con el auricular todavía en la mano, en la obscuridad de la habitación, boca arriba, lloroso y respirando agitadamente, me pasaban por la mente las imágenes de una Manuela feliz, alegre, apasionada, que me hechizó desde el primer momento en que la conocí, allá, en la casa vecina a la nuestra en Niza, nuestras excursiones en la Vespa, nuestro amor carnal desenfrenado y, nuestro reencuentro casual en Argentina, y así, después de varias horas me dormí.

Me levanté pensando que había soñado la llamada telefónica nocturna de Má, que nada era real. Una buena ducha me puso a tono y me devolvió a la cruel realidad. Me tomé unos días de permiso y volé a Buenos Aires.

Capít. 39

Algunos meses después del concierto de Phil en la India, éste recibió a través de su representante musical, un mensaje escrito de la majaraní . En el, le comunicaba simplemente que se hallaba en París por una semana, y nada más.

Phil vino a visitarme al ministerio, me entregó la nota para que la leyera, estaba hecha en papel de muy buena calidad, de color lila sumamente pálido, apenas perceptible, la letra era firme y muy bien equilibrada en los trazos, lo cual indicaba que su autor era persona reposada y meticulosa y a la vez que sensible.

-Y bien, ¿qué piensas hacer al respecto?- le pregunté.

-Tu No la has visto, sino no me harías esta pregunta. Es una de las mujeres más bellas que he conocido, a la vez que me atrajo este misterio oriental que la rodea.¿podrías averiguar dónde se hallan hospedados en París?-.

-Lo vamos a saber de inmediato- le dije mientras me arrellanaba en mi butacón de trabajo y cogía el auricular del teléfono de la mesa.

Jarrier, uno de los funcionarios del ministerio que se conocía a todas las almas de la ciudad, vino a verme de inmediato.

Le presenté a Phil y le pedí que si podía averiguar dónde se hospedaba el maharajá.

-Lo sabremos en un periquete-, dijo con firmeza mientras usaba el teléfono. En el entretanto marcaba el número, nos dijo que tenía un buen amigo que trabajaba precisamente en el consulado de la Índia. Después de una breve conversación, colgó el teléfono y nos dijo, que el maharajá había alquilado toda una planta en el Hotel Ritz de la Place Vendôme, y dijo más:.-El maharajá se ha desplazado esta mañana a Bruselas para una importante reunión de naciones pertenecientes a la UNESCO, muy probablemente estará allí varios días-.

-Gracias amigo Jarrier, por tan valiosa información-,le dije.

-Ya lo sabes, ¿qué piensas hacer ahora?- le dije a Phil que estaba como ausente de pie frente al ventanal que daba al jardín de patio interior del edificio.

Se giró lentamente con las manos en los bolsillos del pantalón, con una leve sonrisa no exenta de cierta picardía para decirme:.

-Lo que te dije al principio mi querido amigo, tu no la has visto-.

-Si hubieses visto estos enormes ojos negros que cuando miran a los tuyos te encienden el alma, comprenderías-.

-¿Me permites que la llame desde tu teléfono?-, me preguntó.

-No hay inconveniente, pero utiliza este otro las llamadas no quedan registradas-.

Consultó en el listín telefónico el número del Ritz, luego marcó el número.

-Buenos días, páseme por favor con las habitaciones del excelentísimo señor Maharajá de Khapurtala-, dijo con voz firme aunque con cierta amabilidad.

-De parte de monsieur Phillip Lafurcade-.

Phil me hizo ademán para que yo cogiera el pequeño auricular auxiliar del teléfono que me permitiría oír la conversación. En primer lugar atendió una voz femenina en inglés, pero que denotaba su origen hindú. Phil solicitó hablar con la majaraní, pasó casi un minuto, ya creí que se había interrumpido la comunicación, pero no fue así, una voz dulce, encantadora, casi angelical dijo un "Hallo" que parecía una canción celestial, ya sin poderla ver uno podía enamorarse de aquella voz y su contenido.

Después de mutuos saludos y buenos deseos, la noble dama de un modo elegante y sutil, le pidió a Phil si estaría dispuesto a ir a tocarle algunas partituras en sus habitaciones, -la suite principal dispone de un magnífico piano-, dijo.

La dama, le había tocado la vena sentimental y amorosa a mi amigo, y como diría uno de los mosqueteros; entró a matar. –Excelencia, por usted tengo todo el tiempo que sea necesario para tocarle todas las piezas que usted desee-.

-¿Le parece mister Lafurcade venir esta misma tarde a merendar?-, le invitó.

-Será un placer volver a verla madame, vendré alrededor de las cinco y treinta minutos, ¿le parece usted conveniente?-.

-Me parece muy bien, no tarde-, le dijo en tono sugerente y con aquella voz que sonaba a gloria.

-Habrás observado querido Alain que este "no tarde" es tremendamente explícito-.

-Efectivamente, pero querido amigo, te sugiero que seas sumamente cauto, los hindúes de esta casta son tremendamente poderosos y posesivos, si te pillaran con un desliz con cualquiera de sus esposas, esta sería ajusticiada e irían a por el traidor que le quedarían pocos días de vida-.

-Tendré en cuenta tu consejo querido, pero y con todo voy a intentarlo. Ya te contaré como haya ido nuestro primer encuentro en París-.

Me quedé pensativo, la osadía de mi compañero de juventud, era la propia de los hombres que se dan en una zona de nuestro país, La Garduña, son en general, caballerosos, fieles a sus amigos, intrépidos, algo bravucones y pendencieros, así nos los relataba Alexandre Dumas. No hay nada que atraiga tanto a Phil como un reto femenino.

Pasaron un par de días y no sabía nada de Phil, ante este silencio pensé que no hubiese tenido algún grave contratiempo, pues como es sabido, las mujeres de los hindúes de alta clase, son inasequibles para los demás, es algo sagrado.

Pensé ir a visitarle a su casa. Por la tarde cuando salí de mis obligaciones en el ministerio, tomé un taxi y me desplacé a su domicilio.

Cuando llegué, el conserje me saludó, ya que me conocía, y me informó que monsieur Philip tenía visitas desde el día anterior, hecho que me sorprendió, pero no desistí de subir a su piso, estaba realmente intrigado.

Llamé al timbre de la puerta y hubo una pequeña tardanza en que acudiera a abrir la puerta, finalmente el propio Phil la abría.

-Hola, Alain,¿tu por aquí?-, me dijo con voz jovial, pero en tono suave, como si no deseara despertar a alguien que estuviera durmiendo.

-Verás Phil, pasaba por aquí…..-, no se lo tragó.

Se rió sinceramente y me dijo, -amigo, no cuela tu excusa, has venido a fisgonear, jajaja-.

Yo tampoco pude evitar la risa.

-Ven, ven, no te quedes aquí-, me dijo a la vez que me cogía por el brazo y me llevaba hasta el salón de su lujoso apartamento.

En la penumbra del salón y recostada en una especie de sofá o chaiselong, me pareció distinguir la silueta de una mujer, todavía cogido del brazo, Phil me condujo hasta el lugar en que ésta se hallaba, aunque todavía y dado a la escasez de luz, no la podía distinguir con precisión, mis ojos necesitaban aclimatarse a la penumbra.

-Te presento a mi amiga Indira, que en nuestro idioma significa Espléndida-, Phil a continuación fue a abrir un poco los cortinajes del salón para que entrara algo más de la luz diurna.

¡ Santo cielo !, de súbito pude ver medio tendida a la Venus de Milo que me miraba con unos enormes ojos obscuros adornados con largas y espesas pestañas, llevaba puesto un batín azul marino y por debajo de este asomaba un pijama de seda blanco que a todas luces debía pertenecer a mi amigo, puesto que le sobraba por todas partes. Quedé verdaderamente impresionado de aquella belleza, Phil se había quedado corto al describírmela.

Me adelanté para saludarla, mientras ella me alargaba la mano para que se la besara, en el entretanto Phil la informaba de nuestra gran amistad de toda la vida. Le pedí excusas por presentarme de improvisto y no obsequiarla con un presente de bienvenida.

En un exquisito inglés me exculpó de mi aparente falta de cortesía y me dijo que ya me conocía, dado a que monsieur Phillip la había hablado de mi. Se levantó con gran ligereza y se fue a la habitación contigua al salón, por el camino, sus andares eran como si no tocara el alfombrado suelo, su cintura se cimbreaba suavemente en cada paso de tal manera incitaba a poseerla.

-¿Qué te ha parecido?- me dijo Phil ante mi cara de estupor.

-Inexplicable, "superbe", no se que decir, no había visto en mi vida una belleza como tal, no tengo palabras-, no era capaz de decir más.

-Indira, es el nombre con que fue "bautizada" al casarse con el maharajá, pero ella, aunque hija de hindúes emigrantes, nació en el Reino Unido y tiene una dilatada educación europea, piensa como nuestras mujeres, y ello le hace difícil aceptar las costumbres de la casta de su esposo, y a la vez le crea un gran desasosiego psíquico, su verdadero nombre es Elizabeth, es el que consta en su pasaporte británico, aunque tiene también la nacionalidad hindú y en éste pasaporte se llama Indira.

-¿Y cómo es que estáis aquí, los dos en tu apartamento?, ¿no crees que es muy peligroso para ambos?-.

-No estamos, solos, en la habitación de al lado hay dos de sus sirvientas, que desde que vinimos hasta ahora no se han movido de ella, son de su absoluta confianza, en el caso de que se llegara a saber nuestro encuentro, siempre dirían que simplemente su ama estaba escuchando un concierto de piano-.

-No creo que colara, pero allá tu-, le dije.

Estuvimos hablando de mil cosas, la majaraní era una persona culta y se expresaba de manera encantadora, su voz sonaba a una dulce canción que regalaba los oídos. Había substituido el atuendo que llevaba y ahora vestía según su rango y costumbres hindúes, iba toda de blanco puro, resaltaba además de su exquisita belleza las joyas con que adornaba su cuello y brazos.

Las ropas eran de finísima seda natural que a contra luz traspasaba y permitía adivinar la silueta de quien las portaba, yo estaba verdaderamente como hipnotizado ante tan grande conjunto de belleza que jamás pude contemplar.

Indira no quitaba ojos de Phil, se adivinaba que estaba enamorada de él, hablaba conmigo y no apartaba la vista de mi amigo. Finalmente no pude contenerme y le pregunté, un poco a bocajarro, si le gustaba Phil, me respondió con un profundo suspiro que acompañó de un velado, si. Entrado ya en este terreno, me atreví con todo respeto, a preguntarle hasta que punto estaba enamorada de Phil. Me contestó que estaba dispuesta a todo con tal de poder vivir siempre junto a él. Yo tuve mis dudas, sabía que cuando el maharajá se enterase reaccionaría con virulencia y las consecuencias podrían llegar a ser funestas para ambos y por otra parte Phil no era hombre de largas relaciones con las mujeres, desde muy joven había sido inconstante con ellas, una vez había conseguido lo que se proponía, se alejaba de ellas, sin embargo tenía la rara habilidad de quedar como gran amigo de todas ellas.

Un par de horas más tarde Phil tomó de la mano a Indira y me dijo que iba a llevarla al hotel, pero me rogó que le aguardara en su apartamento, ya que deseaba hablarme. Asentí y allí me quedé aguardándole.

Capít. 40

Mientras mi amigo acompañaba a la majaraní al Ritz, estuve pensando en que pararía el berenjenal en el que se había metido. Claro está que, bajo mi punto de vista, el "trofeo" valía la pena el riesgo que entrañaba, la descomunal belleza de aquella mujer invitaba a correr todos los riesgos. Me asomé al ventanal que daba a la Avenida Klèber y me quedé mirando el tránsito de vehículos y personas que se afanaban unos en sujetar sus sombreros y las mujeres en sujetar sus faldas, pues el fuerte viento que soplaba hacía estragos. Vi que una jovencita cuyas manos llevaba ocupadas con un par de bolsas, llevaba una falda de vuelo ancho y una ráfaga de viento se las subió a hasta la cabeza, aprovecho para decir que tenía unas bonitas piernas, la pobre no tuvo más remedio que soltar las bolsas y colocar su vestido donde le correspondía. Así distraído, casi no oí que habían llamado con cierta insistencia a la puerta, fui a abrirla, ya que la chica de servicio que Phil tenía la había dado unos días de permiso.

Cual sería mi sorpresa cuando al abrir me encontré con dos hombres de considerable tamaño, vestidos a la europea pero llevaban el clásico turbante hindú envuelto en sus cabezas, que sin duda identificaba su origen.

-Qué desean-, les dije en francés.

Apercibí que no me habían entendido, pero además observé que sus rostros no demostraban precisamente amabilidad. Inmediatamente comprendí que debían ser dos "enviados" del séquito del maharajá, pues uno de ellos en un correcto inglés me preguntó: -¿Es usted el señor Phillip Lafurcade?-.

Reaccioné inmediatamente y les respondí que mi nombre era Alain Charrutiers, les afirmé que no conocía a la persona que habían citado, que aquella era mi casa.

Dado a que uno de ellos hizo ademán de entrar al piso sin que yo le hubiera dado paso franco, le intercepté y les dije seriamente que iba a llamar a la policía, la frase surtió efecto, se dieron media vuelta sin decir más y se marcharon.

Comprendí inmediatamente que andaban tras los pasos de Phil y que de caer en sus manos algo grave podría ocurrirle a mi amigo.

Fui corriendo al teléfono, busqué en el listín telefónico el número del Ritz y llamé con la intención de ver si podía encontrarle y advertirle del peligro que corría.

Recordé que conocía al jefe de personal de este lujoso hotel, pues le había tratado con cierta frecuencia cuando estuve al cargo del protocolo del ministerio.

La telefonista me pasó la llamada de inmediato.

-Hola Pierre, soy Alain Charrutiers- hablaba con rapidez, pues no podía peder ni un minuto de tiempo. Le expliqué muy rápidamente que precisaba hablar con mi amigo Philip a quien él conocía.

-No cuelgues el aparato, vamos a ver si le localizamos-.

Cinco minutos que me parecieron una eternidad, -Hallo-. Era la voz de Phil, lo habían localizado.

-¡¡ Phil sal inmediatamente del hotel y refúgiate en mi apartamento, te andan buscando, allí estará André a quién voy avisar ahora mismo. Un par de sicarios del maharajá andan tras tuyo, han estado aquí, en tu apartamento pero les he podido convencer que esta era mi casa y se han marchado confundidos!!-.

-Acabo de dejarla ahora mismo en sus habitaciones-.

La voz de Phil denotaba preocupación pero no estaba nervioso.

-¿Cómo son estos individuos?-.

Se los describí, pero lo más significativo de ambos era el turbante. Phil me dijo que estaba dentro del despacho del director del hotel, con lo cual estaba momentáneamente a salvo.

-Alain, no debes preocuparte, ahora mismo voy a tu apartamento y allí nos veremos-.

-Hasta luego pues-.

Advertía a Andrè de que Phil nos visitaría y que yo llegaría en poco tiempo.

Llegué a mi apartamento antes que Phil, una hora después éste se hallaba entre nosotros.

-Pero ¿eres consciente del peligro que estás corriendo?-, le dije como saludo.

Phil entraba sonriendo, despreocupado, como siempre, yo conocía bien aquella mirada y sonrisa socarrona, había aflorado su vena aventurera y de empedernido Casanova.

Le expliqué la impresión que yo tenía del hecho, le di los pormenores de aquellos dos sicarios que fueron a visitarle y que tuve la fortuna de confundir, pero le aconsejé que se fuera de París, y a poder ser a muchos kilómetros de Europa y dejara pasar el tiempo.

Su respuesta fue: -¿No me invitas como mínimo a tomar un café?-.

-Eres incorregible Phil, un día vas a tener un serio disgusto-.

-¿No te acuerdas del tiempo del internado suizo?, de las dos amiguitas suecas y de la aventura que corrimos para poder acostarnos con ellas?-

-Lo recuerdo perfectamente, pero no nos jugábamos la vida-, le respondí.

-Si, lo se, pero la misma sensación de peligro y placer que experimentamos, es lo mismo que ahora he sentido, no puedo evitarlo querido Alain-.

Me encogí de hombros, Phil era así, incorregible, temerario, y a la vez caballero, repartía buen humor por todos sus poros, nada podía detenerle cuando de unas faldas se trataba.

-No debes preocuparte-, me dijo. –Mañana partiré de gira, Tel Aviv, Cairo y, luego Brasil para finalizar en Manila, voy a estar casi cinco meses fuera de Francia-.

Aquella noche durmió en mi casa y al día siguiente le acompañé a su apartamento para que hiciera las maletas y le dejé en Orly dos horas más tarde.

Algunos meses más tarde, leí en el periódico británico The Thames, que la majaraní de Khapurtala había sido repudiada por su esposo el Maharajá y ésta se había ido a vivir con sus padres a la Gran Bretaña.

Capít. 41

Ya en el ocaso de mi vida, cuando pocas cosas te satisfacen, los amigos van cayendo como las hojas en otoño, los familiares más próximos han sucumbido, soy el último de los Charrutiers que queda sobre el planeta, todo eso pesa sobre el alma y te llena de melancolía.

Hacía alrededor de cuarenta y dos años que perdí a Manuela, que fue mi único amor verdadero, tuve con el tiempo algunas aventurillas y escarceos amorosos, pero jamás pudieron distraerme del recuerdo de mi Manuela.

Un buen día de otoño, tomé la decisión de irme definitivamente de París, llamé a André para que preparara el Bentley y me acompañó a la notaría de monsieur Clichy, le pedí que hiciera una escritura en la que donaba mi apartamento al fiel servidor Andrè, y la villa de Niza que había heredado de mis padres, la cedía a mi prima americana Amelie de Montpenzat, en recuerdo de los buenos momentos vividos con ellos los veranos de nuestra juventud.

Al día siguiente traspasé mis fondos dinerarios y bonos a la cuenta que tenía en un banco de la capital Argentina y encargué a una agencia internacional de transportes que se preocupara de enviar en un container el Bentley que había sido de mi abuelo paterno a Buenos Aires.

Dos días más tarde me despedí de André, que lloraba como un niño por mi marcha, el sabía que no volveríamos a vernos nunca más, treinta años de servicio pesan mucho, yo tampoco pude contener la emoción estuvimos varios minutos enzarzados con un intenso abrazo, mientras los altavoces de la terminal anunciaba la próxima salida de mi vuelo.

Doce horas más tarde, el vuelo BsAs 2032 de Air France, tocaba tierra en el aeropuerto de Ezeiza de Buenos Aires, ¿recuerdan?.

Decidí pasar los días que podían quedarme de mi vida cerca de Manuela.

Así se lo conté al autor de esta novela.

Navidades del 2011

 

 

Autor:

Manel Batista i Farrés

Febrero del 2010

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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