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Historias y anécdotas de Venatore, el cazador (página 2)

Enviado por MANEL BATISTA


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-La capacitación no ha de preocuparle, ingresaría usted en la unidad de conocimientos, así la llamamos, donde sería usted adiestrado por los mejores especialistas, la elite de Francia, con tres meses en sus manos estaría usted capacitado para ejercer perfectamente cualquier "encargo" del departamento-.

Llegado a este punto de la conversación, Cloters se levantó y me alargó inesperadamente su mano en el entretanto me decía; -le llamaré a usted dentro de unos diez días, ¿le parece?, le aseguro que de aceptar, gozará usted de una situación privilegiada, un sueldo envidiable y viajará por todo el mundo como quizás nunca hubiese soñado-, me dijo esto último guiñándome un ojo.

-Le prometo estudiarlo con todo interés-, le dije mientras le acompañaba hasta la puerta.

Alrededor de la dos del mediodía salí a la calle para ir al restaurante en el que habitualmente solía almorzar en la rue du Colisée, era un pequeño bristó que tenía un excelente chef de cocina que todos los días elaboraba algún plato especial para sorprender a su clientela.

Julien no tenía grandes aspiraciones profesionales, solía decir que con aquel pequeño restaurante tenía suficiente para vivir, a pesar de poseer los conocimientos culinarios para regentar uno de muy superior categoría, aún así, no era precisamente de clientela de lo que estaba falto. Yo había trabado cierto nivel de relación amistosa con el bueno de Julien, le alababa con cierto aire poético sus platos, cosa que yo sabía que a él le complacía, después de servirme una de sus especialidades del día se sentaba en mi mesa sin decirme nada, se quitaba el gorro blanco de cocinero y también el largo delantal del mismo color que casi le llegaba a los pies a la espera de mi comentario sobre las excelencias del mismo. Es por esta razón que yo tenía perennemente reservada una mesa en "La Belle Cuisine", de Julien.

Me sorprendió ver al fondo del pequeño local a Cloters acompañado de otros dos caballeros a quienes no reconocí, pues en La Belle Cuisine, casi nos conocíamos todos los habituales.

Al verme me hizo ademán para que compartiera mesa con ellos. Me acerqué sorteando algunas mesas y los tres se levantaron, Cloters me presentó a los dos caballeros invitándome a que me almorzáramos juntos, asentí gustosamente, me tenía bastante intrigado la proposición que me había efectuado hacía apenas cuarenta minutos, pero sentí que mi parte aventurera se despertaba, podría casi compararla a la emoción que sentí en mi primera ventura amorosa en el internado suizo.

Después de una conversación bastante superflua Cloters me informó que ambos caballeros habían atendido al reclutamiento que estaba efectuando para la DGSE e iban a celebrarlo. Extraña coincidencia que esta celebración fuera efectuada en el restaurante al que yo asistía todos los días, me dije, pero pronto eliminé mi sospecha y me sumergí de nuevo en la conversación, que en esta ocasión se había tornado más interesante ya que se hablaba sobre la organización del DGSE.

Capítulo 4

Un par de semanas más tarde llamó al teléfono de mi despacho Cloters, al que yo por mis adentros había bautizado como, el reclutador.

Monsieur Cloters era un individuo rodeado de un hálito algo misterioso. Había intentado a través de los medios que tenía a mi alcance saber de él, de su curriculum en la DGSE, pero todas mis pesquisas habían sido absolutamente infructuosas, siempre chocaba con los archivos del personal que eran impracticables. Intenté una maniobra de información mediante un compañero de carrera que tenía cierto acceso a los archivos del personal, pero en cuanto le efectué mi propuesta, cambió radicalmente su actitud amistosa y se volvió frío como un témpano de hielo. Dejé para mejor ocasión insistir en ello, pero confieso que la reacción que observé en mi camarada de estudios me dejó todavía más intrigado.

Cloters me preguntó si no me importaría que nos reuniéramos en la sede de la DGSE, respondí que no tenían ningún inconveniente en ir allí, prefería jugar en campo contrario. Al colgar el teléfono miré el reloj y calculé que en la costa Este de los EE.UU., serían alrededor de las 8 de la mañana, llamé a casa de mis tíos en Washington. Por fortuna tío Thierry estaba todavía en casa, le expliqué la proposición que me había hecho la DGSE, y le pedí consejo.

-Antes de aceptar deberías saber cuales iban a ser tus actuaciones en la organización, en una palabra qué pretenden de ti, esa es la pregunta a efectuarles, y te recomiendo exijas hablar con el máximo responsable, no olvides que perteneces al cuerpo diplomático francés y, para ejercer cualquier otro trabajo que no sea el tuyo propio deberás solicitar permiso a tus superiores-.

Le di las gracias por sus consejos y le prometí mantenerle informado.

Por la noche me llamó Phil desde Budapest al apartamento que tenía por aquel entonces en el 15 del Boulevar Voltaire, mi gran amigo tenía que dar un concierto en la bella ciudad centroeuropea. Después de la recién finalizada guerra mundial estaba ahora bajo el control de la URSS, pero los comunistas le pagaban muy bien y él muy inteligentemente se dejaba querer. En la capital húngara la música se aprecia, se ama y se vive por un gran sector de sus gentes, es algo tradicional que ya viene de cuando formaban parte del Imperio Austrohúngaro, afición que les habían transmitido los inteligentes austríacos. De estos últimos se cuenta anecdóticamente que es uno de los pueblos más listos de Europa, pues habían logrado hacer creer al resto del mundo que Hitler era alemán y que Wagner era austríaco.

Phill estaba de tournée, me anunció que en julio daría un concierto en Roma y me invitaba a que me uniera a él. –Hace mucho tiempo que no nos vemos, Roma es una ciudad ideal para pasar unos días juntos y contarnos nuestras cosas, además, conozco allí una orquesta de cuerda formada por cinco señoritas italianas a cual más bella, que si se encuentran en la ciudad te las presentaré, bocatta de cardinale, muchacho, no te lo pierdas-, sentenció.

En verdad que me apetecía encontrarme de nuevo con Phil, hacía casi dos años que no nos habíamos visto, durante todo este tiempo solo en un par de ocasiones charlamos por teléfono, sin embargo nuestra proverbial amistad no se vio jamás debilitada, seguía firme y sólida como siempre.

Le prometí que me reuniría con él si mis ocupaciones profesionales no me lo impedían, pero nada le dije de la propuesta profesional que había tenido. Colgué el aparato, me arreglé y fui a visitar a mis padres, hacia algunos días que no les veía. Vivían en el distinguido distrito 16º de París desde que se casaron. Me abrió una doncella que no conocía, era menudita pero parecía simpática, hablaba un francés poco académico, tenía un acento que parecía de origen hispánico, -soy paraguaya- respondió a mi interés por su nacionalidad.

Salió a recibirme mi madre, como siempre iba impecablemente vestida y a pesar de sus cincuenta y seis años se mantenía en muy buen estado físico. Después de abrazarme y besarme efusivamente, pero sin perder las formas, me regañó por no llevar corbata. –Mamá me la he quitado en cuanto he llegado a casa para poder estar un poco más cómodo-, me excusé.

-¿Y papá?- pregunté.

-Está en su despacho, acaba de llegar de una de las fábricas del Norte, tiene allí algunos problemas con los obreros de una de ellas que no le dejan dormir. Que desagradecidos son estos obreros-, dijo esto último con cierto aire despectivo, como si le causara náuseas hablar de ellos.

No respondí a ello, la di un beso en la mejilla y fui a buscar a mi padre. Como había dicho mi madre, estaba en su despacho, se había quitado la chaqueta y arremangado las mangas de la camisa, estaba manejando unos documentos que sacaba de un elegante portafolio de piel de cabritilla de color granate oscuro.

-Hola papá, si te ve mamá de esa guisa te abroncará como ha hecho conmigo-, le dije bromeando mientras le abrazaba.

-Hola hijo, ¿que te trae por aquí?-, me dijo sonriendo por mi chanza con lo de mamá.

-Tenía ganas de veros y consultarte algunas cosas profesionales. ¿Qué te ocurre con los obreros? mamá me dijo que estabas bastante preocupado por ello-.

-No es gran cosa, simplemente me piden un aumento de sueldo exagerado y estoy negociando con los sindicatos, pienso que llegaremos pronto a un acuerdo, les he preparado unos balances que les abrirán los ojos y se darán cuenta que de aumentarles los salarios en el porcentaje que ellos piden dejaríamos de ser competitivos y a la larga deberíamos cerrar la fábrica de Le Havre, y ellos sin empleo-.

Me senté en el alfeizar del ventanal que daba al jardín que estaba abierto de par en par para paliar el calor que en París en el mes de Junio comienza a manifestarse.

-¿Te apetece alguna bebida?-.

-Pues ahora que lo dices, si, cualquier refresco me vendría muy bien, hoy hace un calor más propio de agosto-.

Mi padre se asomó a la puerta y llamó a Isabelita, la nueva doncella paraguaya que acudió como una exhalación. –No debes correr, a la señora no le agrada-, le advirtió, -tráenos un par de naranjadas que estén bastante frías-.

-Al momento monsieur-, dijo medio en castellano y francés.

Papá vino a sentarse frente a mí, se repantigó en la butaca, le veía fatigado y con ojeras, probablemente aquella noche no habría pegado ojo, era un hombre sumamente responsable, vivía siempre los problemas de los demás en primera persona, y probablemente este con los obreros de Le Havre fuera motivo de ello.

-Bien hijo, cuéntame tus penas-.

-No son tales, verás; como ya sabes estoy destinado a prestar interinamente mis servicios en el Ministerio mientras no me den una plaza en algún país, pero no hay mal que por bien no venga, en el actual destino me va muy bien por que me permite estar en el eje donde se "cuecen" los temas internacionales, hago nuevas e interesantes relaciones que algún día probablemente puedan serme de utilidad y aprendo el manejo del protocolo que como sabes es muy importante en mi oficio-.

Mi padre asentía con la cabeza, me escuchaba con atención, daba gusto hablar con él, tenía una excelente cualidad, sabía escuchar y permitía que su interlocutor se expresara sin interrupciones.

Le conté con todo detalle lo referente a la proposición que el hombre de la DGSE me había hecho y de su insistencia.

Al finalizar se quedó unos breves instantes pensativo, frotándose suavemente la barbilla, en aquel instante llamaron a la puerta, –antré-.

Era Isabelita con una bandeja que contenía dos botellines de naranjada y dos vasos con algunas servilletas de papel, dejó todo sobre una mesita auxiliar que estaba a nuestro alcance y se marchó sigilosamente.

–Gracias-, le dijo papá.

Serví la naranjada, que estaba verdaderamente fría y bebí un sorbo en el entretanto mi padre hacía lo propio.

-Me parece interesante todo lo que me has contado, allí está la cumbre del poder, no olvides que desde allí se pueden cambiar gobiernos en muchos países de la tierra y casi te diré que hasta en nuestro país. Podría ser una interesante experiencia que enriquecería tu curriculum profesional, pero ciertamente antes deberás saber que menesteres exigirán de ti-.

-Coincides con lo que también me dijo tío Thierry esta mañana-.

A estas que entró mi madre, se sentó entre nosotros, -¿qué andáis tramando vosotros dos?-, dijo, creo que por decir algo.

-Nada de particular mamá, le contaba a Alain mis problemitas en las fábricas y el me ha consultado algunos planteos sobre su trabajo, poca cosa-, le respondió cariñosamente mi padre dándole un suave beso en la mejilla.

-Estos hombres, siempre con sus problemas-. -¿Vas a quedarte a comer Alain?, tenemos una excelente crema de puerros muy fría y pularda en salsa, pero si prefieres otra cosa la cocinera podría preparártelo-.

-La oferta es muy tentadora, tú ganas mamá, me quedo -.

Nos dirigimos los tres al comedor.

Capítulo 5

André había preparado toda la ropa que iba a ponerme para asistir a la inauguración pictórica, me levanté con cierta dificultad de la butaca mientras me parecía que los huesos de las piernas rechinaban. En la calle, afortunadamente había dejado momentáneamente de llover pero seguía haciendo el mismo helado vendaval que soplaba a ráfagas, aunque la lluvia en esta época del año era frecuente, hacía años que no había visto llover con tal intensidad en París, -será lo del cambio climático del que tanto hablan- me dije.

Me enfundé el smoking y André como de costumbre, tuvo que hacerme el lazo, nunca fui capaz de hacerlo correctamente por mi mismo, me ayudó a ponerme el abrigo negro con cuello y solapas de terciopelo del mismo tono, saqué del armario del recibidor un bastón también negro con el puño de marfil, me sentía más seguro con el, después de mi larga enfermedad había adelgazado mucho y perdí algo de masa muscular, no me sentía con demasiadas fuerzas. Poco después Phil llamaba a la puerta del apartamento.

-¿Preparado para triunfar?-, me dijo jovialmente mientras me cogía del brazo y nos dirigíamos al ascensor. Su sempiterno buen humor era admirable.

-Que iluso eres Phil, ¿es que no ves como estoy de avejentado?, trabajo tengo para sostenerme en pie-.

-Bueno, bueno, no seas quejita, es conveniente que salgas a menudo, que vuelvas a ser el que eras, a nuestro regreso y, con tu permiso le daré instrucciones a André para que te recuerde todos los días que debes salir a dar un paseo-.

No respondí, subimos a su automóvil que estaba estacionado en la puerta del edificio y el chofer arrancó suavemente.

La sala principal de la pinacoteca estaba muy concurrida, el ambiente lo calificaría casi de efervescente debido a la animada charla con que los invitados se expresaban. La iluminación era francamente muy cuidada, luces tenues e indirectas que llenaban el ambiente pero que no incidían en los cuadros que colgaban de las paredes, cada uno de ellos disponía de su propio foco lumínico que le daba vida propia y lo distinguía de los de ambos lados.

Me dio la oportunidad de volver a encontrarme con amistades que hacía años no veía.

A primer vistazo, las pinturas que vi colgadas en las paredes no podía decir que fueran de mi agrado, demasiado modernas, quizás las salvaban el limpio colorido, vivo y combinado con cierta armonía, pero los motivos plasmados en los lienzos, no me decían nada, era ese tipo de pintura que necesitas adivinar lo que quiere comunicar, o que no sabes si ha sido colgado al revés, una especie de acertijo, definitivamente no era mi pintura, mejor dicho no hubiese gastado un franco por ellas, o mis conocimientos de pintura eran obtusos o a los pintores actuales se les había acabado la inspiración y el buen gusto por las cosas bellas que nos rodean, pensé.

Se acercó a saludarme una dama muy elegante que llevaba un vestido de seda natural de color negro con un generoso escote palabra de honor y fino collar de perlas gris obscuro, probablemente las perlas eran australianas, ya que en esta isla-continente se obtienen en sus cálidos mares, llevaba varias vueltas alrededor de su garganta, dado a su edad, se me ocurrió pensar que además de adorno, lo llevaba para disimular algunas de sus incipientes arrugas. Así, a primera vista, no lograba recordar el origen de nuestra diríamos amistad ya que su rostro no me era desconocido, hasta que la oí hablar.

-Giulia D´Oria-, la dije mientras besaba la mano que me ofrecía después de haberse quitado el guante a juego con su vestido, que le llegaba hasta casi el codo.

-Cuanto tiempo sin coincidir, ¿qué es de su vida querido amigo?-, me dijo.

Inmediatamente mi cerebro entró en veloz actividad para encontrar la página en la que tenía memorizado todo lo relativo a la elegante dama. En cuestión de fracciones de segundo unas neuronas me facilitaron la información deseada. La dama pertenecía a una prestigiosa familia genovesa, descendiente directa del almirante y hombre de estado, Andrea D´Oria, por cuyas hazañas llegaron a distinguirle con el título de Príncipe de Melfi. Cuando la conocí era la esposa del embajador plenipotenciario de Italia en la República Argentina, precisamente nos había presentado mi buen amigo Phil también en una exposición de arte escultórico en Buenos Aires a la que acudimos. Luego coincidíamos en ocasiones en el fastuoso teatro de la ópera de esta ciudad en la avenida Carlos Pelegrini, lugar en el que solíamos encontrarnos la colonia europea residente en la ciudad porteña.

Después de los primeros saludos, me contó que su esposo había fallecido hacia ya unos nueve años, todo ello a una velocidad inaudita que casi no daba tiempo a entenderla, amén del francés que combinaba de palabras italianas con el que se expresaba, llegué a pensar que hablaba expresamente a tal velocidad para disimular esa carencia. Era una dama de carácter vivaz y elegancia personal innata, conocía a todo el mundo, ser la esposa de un diplomático le había dado la oportunidad de conocer infinidad de personajes del mundo social, de las artes, la política y la ciencia. Solía repetir en más de una ocasión, haber sido muy amiga de Sir, Winston Churchill, me pregunté si el primer ministro inglés en alguna ocasión fue capaz de entender algo de lo que aquella dama le decía, dada a la velocidad con que se expresaba.

Vino a salvarme Phil, al que acompañaba cogido del brazo, un joven de unos treinta años, vestido bastante convencional, larga melena rubia y barba de unos tres o cuatro días. –Alain, quiero presentarte a Robert de Menetray, pintor de moda en París, los cuadros que hay a la derecha del salón son los suyos-.

Le estreché la mano que me tendía el joven pintor, mientras yo intuía que debía ser el autor de aquellos a los que yo no hubiese dado un franco por todos ellos. Charlamos unos minutos mientras nos acercábamos a sus obras y me iba explicando cómo se inspiraba para plasmar su arte, afortunadamente para mí en ningún momento solicitó mi opinión evitando tener que comprometerme en emitir un juicio desfavorable, cosa que por mis adentros agradecí. El tal Robert compartía la exposición con una pintora también joven, todavía no consagrada, de carácter vivaz que vestía como deben vestir los pintores: terriblemente mal, llevaba puestos unos descoloridos blue jeans, camisa floreada de faldones largos, mocasines auténticamente indios, y cabellera rubia larga no demasiado arreglada, sin embargo tenía un bello y fino rostro oval y un escultural cuerpo que se adivinaba debajo de la infernal blusa. Su pintura era infinitamente más digerible que la de su compañero de exposición, tenía unos quince cuadros dedicados todos ellos a reproducir famosos jardines parisinos y ramos de flores. Admito que era un tipo de pintura que a me satisfacía largamente, hasta el punto que adquirí uno de los cuadros en el que plasmaba un bello rincón de los jardines de Versalles. Odette, que a sí se llamaba la artista, se comprometió, llevada por el entusiasmo de su primera venta, en llevarlo personalmente a mi casa y ayudarme a elegir el lugar donde colocarlo, era una muchacha llena de vida, pertenecía al grupo de personas que siempre están dispuestas a ayudar a sus semejantes. Lástima que yo le doblaba largamente en la edad, pensé.

Casi tres cuartos de hora más tarde hizo una pomposa presencia el señor ministro de cultura rodeado de unos cuantos lacayos. Dada la legendaria categoría de la sala de arte probablemente habría sido invitado para dar más realce a la reunión. Al verle pensé que los franceses no podíamos estar demasiado orgullosos de algunos de nuestros políticos. Por mis adentros me dije; -un patán socialista, estos son de los que arruinan un país con su ignorancia-, vestía un traje gris bastante bien tallado, posiblemente de prêt a porter, pero fallaba en que no llevaba corbata, la camisa era negra con botones blancos y las mangas de la chaqueta le venían largas, hasta el punto de que casi le cubrían buena parte de las manos. Para mayor remate, calzaba unos relucientes zapatos negros con una afilada puntera que bien parecían los zapatos de Pierrot, solo que le faltaba el cascabel en cada una de sus puntas.

Pasé página y me acerqué acompañado de la joven Odette a la mesa situada en una esquina de la amplia sala en la que se podía degustar una buena copa de champagne Mümm a la temperatura adecuada y picar algún delicioso canapé. Me sentía cómodo conversar con aquella jovencita. Aunque a primera vista no lo aparentaba, era realmente culta, bastante más que la media de los jóvenes de su generación, se podían tocar con ella una buena gama de temas que hacían una conversación amena y de cierta altura y profundidad, especialmente en lo que a arte se refiere. Cogimos sendas copas y nos acercamos a una solitaria butaca de una de las esquinas, yo comenzaba a sentirme algo fatigado, Odette quizás lo intuyó y cogiéndome del brazo me acompañó hasta sentarme en ella, dado a que no había otro medio de asiento, ella se sentó con toda naturalidad en el ancho brazo de mi butaca. Gracias a esta simpática muchacha, se había alejado de mí la idea de rechazo que tuve en principio de asistir a esta inauguración.

Saludé a bastantes conocidos que acompañados por Phil me los acercaba hasta donde me había aposentado. Cuan buenos recuerdos me traían algunos de ellos.

Un par de horas más tarde Phil me dejaba en la puerta de casa, seguía haciendo frío en la calle pero ahora yo me sentía francamente bien….

Capítulo 6

Situé mi pequeño Peugeot en el estacionamiento para las visitas a la DGSE que un agente de seguridad me señaló después de identificarme y él haber consultado una lista de visitas programadas.

Otro funcionario me recogió al pie de la escalinata para acompañarme por una serie de pasillos de la primera planta hasta llegar a una puerta de roble de considerables dimensiones.

Al entrar vino a recibirme el misterioso personaje que yo llamaba el reclutador, después de los consiguientes saludos, me cogió suavemente del brazo, aunque me dio la impresión que trataba de empujarme hasta un lugar determinado, me llevó a otra pieza contigua en la que había una mesa redonda con varias butacas de cuero color canela y dos personas sentadas en ellas.

Me presentó a ambos indicándome además de sus nombres los cargos que ostentaban en la DGSE. El de mayor edad, unos sesenta años, era el caballero Jacques Blanchard, a quien algunos años atrás casualmente en un par de ocasiones había visto entrevistarse con mi tío Thierry en nuestra casa de Niza. Comprobé que el no debía recordarme pues no hizo mención a ello al saludarme, pero aproveché la oportunidad para hacerlo yo, creí oportuno hacerlo. –Creo que ya nos conocemos monsieur Blanchard-, le dije.

-Ah si, pues no se..- dijo dudoso y sorprendido.

-Hace ya de ello algunos años, fue en Niza en casa de mis padres, usted vino a visitar a mi tío Thierry, cónsul de Francia en Washington. Estuvo usted poco más de una hora-, me quedé mirándole para ver su reacción.

El señor Blanchard se quedó algo cortado, cerró los párpados y frunció el ceño como queriendo concentrarse para finalmente decirme: -Si recuerdo, ¿usted es sobrino de Thierry de Montpenzat?-.

Asentí con la cabeza, pero me mantuve en guardia para ver su reacción, no sabía si habría sido una inconveniencia mi descubrimiento.

-Cloters, creo que ha sido un acierto encontrar a este caballero, acaba de hacer una viva demostración de memoria y retentiva, le felicito-, le dijo a mi introductor como halago a su labor.

-Sepa joven, que esta es una cualidad que valoramos mucho en nuestro trabajo por ser altamente necesaria. En los cursillos que impartimos a nuestro personal colaborador, una de las asignaturas son los ejercicios de memorización-, dijo el otro personaje que en ningún momento se identificó.

-Verá monsieur Charrutiers, nos agradaría que un joven de su preparación formara parte en nuestra organización. -El perfil de nuestros colaboradores-, en ningún momento citó la palabra agente, -debe ser el de un gran espíritu patriótico, alta preparación intelectual, además de mantener una excelente condición física, y creo que usted reúne todas esta cualidades-, dijo esto poniendo a la vez la mano sobre una carpeta que tenía enfrente suyo sobre la mesa, y que muy probablemente contenía mi curriculum que habría elaborado el reclutador.

-Señor Blanchard, no tengo ni la más mínima idea de saber si soy capaz de poder desarrollar dignamente el papel que ustedes puedan asignarme dentro de la organización-, dije como tratando de excusarme.

-No debe preocuparle lo más mínimo, ingresaría en nuestra escuela de capacitación en la Bretaña, nuestros profesores le prepararán en todas las materias, son cursos intensivos que vienen a durar unos meses, debo también decirle que la vida allí es casi monástica y que su nombre será muy distinto al que ahora figura en su pasaporte o carta de identidad. Usted se preguntará el motivo del cambio de personalidad que efectuamos; muy fácil, es un modo de protegerle por si en algún momento usted decidiera abandonar la organización y pueda retornar a la vida diplomática sin antecedentes de su estancia con nosotros-.

Este detalle me agradó.

-En cuanto a las condiciones económicas personales, le diré que todos los meses le será ingresada en una cuenta bancaria una sustancial cantidad de francos muy superior a los ingresos que usted ahora percibe del Ministerio de Exteriores, además de que viajará por cuenta del estado. Vivirá siempre en hoteles que usted mismo elegirá, pero eso sí, viajará mucho, estará poco tiempo en un mismo país, es por ello que no podrá mantener un domicilio fijo-.

Las condiciones económicas me parecieron satisfactorias.

-Y ¿qué tipo de misiones deberé desarrollar?-.

-Organizar una red paralela a la actual de agentes de información, distribuidos por todos los países que en su momento se le señalarán, ellos dependerán única y exclusivamente de usted, ni tan siquiera deberán saber que trabajan para Francia. Enviarán sus informes periódicos a una casilla postal cuyo número usted facilitará a cada uno de ellos y luego usted nos los remitirá utilizando la valija diplomática del país donde usted se halle en aquel momento, una vez analizados nosotros ya le daremos instrucciones para la misión a llevar a cabo si lo consideramos necesario-.

-Parece interesante-, dije.

-¿Precisa usted de alguna otra aclaración?-, preguntó.

-Pues no se me ocurre nada más por el momento, me permitirá usted que consulte con la almohada y en un par de días le de mi respuesta-.

-No hay inconveniente alguno, es lógico que una importante decisión como es ésta desee usted meditarla-, seguidamente se levantó, me dio la mano y seguido del otro misterioso individuo salieron por la puerta.

Nos quedamos Cloters y yo solos unos instantes.

-Le acompaño-, me dijo este.

Algunos años después supe que Cloters llevaba tiempo siguiendo mis actividades estudiantiles y profesionales, supuse que yo no sería el único de su lista.

Capítulo 7

Bien pensado, estaba satisfecho de mi visita a la inauguración de la exposición de la pinacoteca, aunque algo fatigado, llevaba algunos días que mi cuerpo no andaba fino, probablemente era cuestión de la edad y, muy a pesar mío debía ir habituándome a ello. A mi regreso André no se había acostado todavía, me preguntó si me apetecía cenar alguna cosa, pero los canapés que había comido y las dos copitas de Mümm, habían saciado mi encogido estómago, le agradecí su detalle y le dije que me quedaría un poco leyendo La República de Platón que una vez más había captado mi interés.

Me puse el pijama y el batín, luego me senté en mi butaca preferida que estaba entre el hogar y el gran ventanal que daba a la equina de la Place du Trocadero y la Avenue Kléber, mi lugar preferido. Mi apartamento estaba en la novena planta del edificio y para mi fortuna no había ninguno de mayor altura en el entorno que evitara la perspectiva que tenía sobre los Campos de Marte y la majestuosa torre Eiffel, de la que todos los franceses y en particular los parisinos estamos tan orgullosos, tanto casi de cómo nuestro himno revolucionario como es la Marsellesa y que en cada ocasión que le oigo se me pone la piel de gallina y aparecen un par de lágrimas bailando en mis ojos.

Me senté con el libro sin abrir en la mano y, me quedé con la mirada fija y perdida en la iluminada mole metálica de monsieur Gustave Eiffel. Inconscientemente mi mente se trasladó a los años 1889, año en que finalizó su construcción, y medité sobre la gran cantidad de inconvenientes y dificultades que debieron de salvar los que intervinieron en su construcción cuyos medios técnicos eran infinitamente inferiores a los tiempos en que vivimos. No fue superada su altitud de 330 metros hasta cuarenta años después por el edificio Chrysler en Nueva York.

Había dejado de llover y el viento que todavía soplaba, empujaba las nubes convirtiéndolas en jirones que permitían ver un cielo bastante lleno de estrellas brillando orgullosamente allá arriba, me pasó por la cabeza pensar la de años que tardaba un rayo de luz en llegar a la tierra para que pudiéramos verlo, se escapaba de mis conocimientos astrológicos y matemáticos.

Tomé asiento en la butaca y abrí el libro por el punto que tenía señalado, me enfrasqué en su apasionante lectura, era un privilegio poder leer los diálogos que Platón pone en boca del filósofo y maestro Sócrates y sus amigos. No eran más de las nueve y media de la noche en el reloj de pared del salón, que con su pertinaz tictac del péndulo iba contando el paso del tiempo y de la vida que huía a su compás, tempus fugit.

Hice un alto en la lectura, leí un concepto que despertó mi interés hasta el punto de meditar sobre ello, no encontraba una razón lógica a la frase que el autor citaba. Me sacó de la meditación en la que estaba enfrascado, el teléfono que sonó a mi lado. Pensé que André ya estaría dormido y lo atendí yo.

–Hallo-, dijo una voz femenina.

-Buenas noches, ¿con quien hablo?-, respondí a tan extraña e intempestiva llamada.

-Soy Odette, la pintora, ¿es usted monsieur Alain Charrutiers?-.

-Yo mismo señorita Odette, la recuerdo a usted perfectamente, ¿en que puedo ayudarla?-, pregunté por cortesía, a pesar de lo intempestivo de su llamada y de la hora.

-Verá no se como explicarle-, se quedó dudosa sin decir nada más.

-Dígame, dígame-, la animé, su inesperada llamada había despertado mi curiosidad.

-Tengo su cuadro, ¿podría llevárselo ahora?-, dijo así de sopetón, podía esperar cualquier cosa excepto eso. Claro que la gente joven de hoy en día son más impulsivos y menos convencionalistas que los de mi generación.

Ante mi momentáneo silencio, siguió: -Señor Charrutiers, me he quedado sin apartamento y no se donde ir a pasar la noche-, me disparó sin mas.

-Pero señorita, ¿no tiene usted su familia?-.

-Si pero no viven en París, viven en la región de las Landas al sur oeste de Francia-, dijo con cierta voz de desconsuelo.

-Podría ir a un hotel-, yo no sabía que decirla y tampoco como excusarme.

-No tengo dinero, es por eso que le llevaría su cuadro y con el dinero ya tendría suficiente para atender a mi casero-.

Ahora comprendía el motivo de la llamada y el estado de ansiedad de la muchacha, una situación bastante frecuente entre los artistas, ellos no cuentan con ingresos fijos que les cubran las necesidades más esenciales de todos los días, hoy tienen dinero y al día siguiente ya se les ha evaporado de los bolsillos, es una rueda.

-Venga usted a mi casa, ¿conoce el domicilio?-, la dije.

-Si, si, lo dejó usted en la oficina de la pinacoteca al efectuar el encargo. Le agradezco mucho su comprensión y gentileza monsieur, no lo olvidaré nunca, estaré con usted en menos de una de hora-, dijo precipitadamente, como si yo fuera a cronometrar el tiempo que me había dicho.

En efecto, algo así como en poco más de una hora llamaban a la puerta del apartamento. Sorprendido fui abrir, me encontré con la señorita Odette y el cuadro que le había adquirido a la pinacoteca acompañada de Fabien el portero de la casa.

-Disculpe monsieur Charrutiers, esta señorita se ha empeñado en que quería verle a usted, estaba yo cerrando la portería cuando se ha presentado en el hall y me ha preguntado por el piso de usted-, dijo el hombre con expresión preocupada.

-No se preocupe Fabien, esperaba a la señorita, viene a traerme un cuadro que le he comprado esta tarde, puede usted retirarse y agradezco su celo-.

El hombre se marchó algo más conformado por mi explicación e invité a la muchacha a que entrara. Llevaba consigo envuelto en papel de embalaje, el cuadro que unas horas antes yo había adquirido.

Entramos en el salón, la muchacha se la notaba nerviosa y no sabía que hacer con el cuadro. Me acerqué a ella y le dije –déjelo allí apoyado a la pared y siéntese por favor, ¿tiene usted alguna prisa-, pregunté.

Obedeció y fue a sentarse en una butaquita auxiliar que había frente a la que yo ocupaba habitualmente. No hacía otra cosa que frotarse las manos mostrando así su nerviosismo e inquietud.

-No se lo que usted habrá pensado de mi monsieur, pero es que estoy tan apurada de dinero que no sabía que hacer, y como usted ha sido tan gentil conmigo he tenido la corazonada de llamarle en busca de auxilio-.

-Acepto sus excusas y comprendo su situación, sería ilógico en un artista novel como es usted que navegara en la opulencia, no es lo tradicional-, le dije, acompañando una sonrisa para que fuera tranquilizándose. –Pero vamos a ver, ¿qué le ha ocurrido con su casero?, ¿puede contármelo?-.

-O si, verá llevo más de tres meses que no ingreso ni un franco, mis amigos, también pintores, están como yo y no están en situación de prestarme algún dinero, bastante hacen con poder pagar su manutención diaria, y esta tarde cuando he ido al apartamento mi casero me ha quitado la llave y me ha echado fuera, no sabía que hacer, estaba desesperada y sin mis enseres necesarios pues todo se había quedado dentro del apartamento-.

-Y dígame, ¿qué piensa hacer ahora?-.

-No tengo otro remedio que después de cobrar su cuadro y darle a la pinacoteca la parte que le corresponde, regresaré cabizbaja a la casa de mis padres en Las Landas-, dijo esto con un brillo en los ojos que delataban el asomo de unas lágrimas, amargas quizás, por el sentido de fracaso que la debía estar embargando.

-No se si tendré suficiente efectivo en casa pero no debe preocuparse, hoy dormirá usted en mi casa, tengo habitaciones suficientes que tan siquiera utilizo, mañana vendrá usted conmigo al banco, le daré su dinero y la acompañaré hasta su apartamento para que salde la cuenta con su casero y recupere sus enseres, luego regresaremos aquí, le diré a mi ayudante André, que le prepare la buhardilla que tengo sobre mi apartamento, es de mi propiedad y en ella almaceno algunos muebles antiguos que proceden de la familia y que son para mi algo sentimental, y si a usted le parece bien, le cedo el uso gratuito de esta buhardilla, en ella tendrá en primer lugar independencia, y el espacio suficiente para poder dedicarse a la pintura, podrá habitarla todo el tiempo que usted precise, nada de regresar vencida a su casa, usted seguirá pintando y exponiendo, ya cuidaré yo que mis amistades adquieran sus cuadros-.

Odette se lanzó sobre mí abrazándome y besándome en las mejillas mientras me daba una y mil veces las gracias, casi perdimos el equilibrio por el empellón recibido fruto de su entusiasmo y alegría, sus lágrimas mojaron mis mejillas.

Le di un pijama mío y la acompañé hasta una de las habitaciones, al pasar por delante de la que ocupaba André este se asomó y se quedó perplejo al ver a una señorita en la casa, le hice un ademán para que se metiera en su habitación sin que la muchacha se percibiera de ello, cerré su puerta y luego llamé a la de André, este me abrió con la cara todavía llena de sorpresa, le expliqué someramente lo sucedido y regresó algo más tranquilo a la cama.

Sin premeditarlo había hecho una buena obra, me sentía muy bien conmigo mismo, regresé al salón y me entretuve en desembalar el cuadro, el marco era bastante pesado, -no se como ha podido manejarlo esta muchacha-, me dije.

Me quedé observándolo un buen rato, estaba muy logrado, en especial las suaves tonalidades de colorido y la armonía de las flores con los delicados y variados tonos verdes de los recortados setos que le daban al conjunto una agradable luminosidad. No debe malograrse tanto talento, pensé.

Capítulo 8

La primera semana de marzo del sesenta y uno, me incorporé a la DGSE con el beneplácito de mis superiores en el Ministerio de Exteriores que tuvieron la amabilidad de concederme la excedencia indefinida, significaba que podría reincorporarme a mi antigua profesión en cuanto yo lo deseara, supuse que alguien de mucho peso en la DGSE intervendría en ello, ya que precisamente en Exteriores no se andaba demasiado sobrado de personal de carrera.

El centro de capacitación situado en Ille-et-Vilaine, en el municipio de Vitré, era un edificio de construcción sólida, probablemente con más de cien años de antigüedad, no distaba mucho del famoso castillo del mismo nombre. La casona, como la llamábamos estaba ubicada en el centro de un tupido bosquecillo de añejos robles, por lo que desde la carretera principal casi no se divisaba, era un lugar sumamente discreto y muy apropósito para su cometido, con toda seguridad fue seleccionado cuidadosamente para formar a los "colaboradores".

El alumnado estaba formado por seis reclutados varones y una sola señorita. Solo ingresar nos pidieron amablemente que entregáramos nuestra documentación personal, a cambio nos hicieron entrega de una nueva en la que solo había de realidad nuestra fotografía. A mi me había correspondido un pasaporte y tarjeta de identidad en la que me llamaba Gerard Rondel, alias también Venatore, mi nombre en clave, cazador en latín, natural de la ciudad de Avignon, de profesión economista y especialista en estudios internacionales de mercado.

Alrededor del mediodía nos reunieron a los siete en una amplia sala de la planta baja, uno de los profesores efectuó la presentación del director del centro al que reconocí como el hombre silencioso que estuvo en la reunión que tuve con Monsieur Blanchard, director de la DGSE.

Con una voz que sonaba a metálica y talante exento de absoluta cordialidad nos dio la bienvenida, advirtió de las dificultades y la dureza de algunas "asignaturas". No nos lo pintó fácil. Para "esperanzarnos" nos dijo que confiaba en que alguno de nosotros tuviera la fortuna de pasar todas las asignaturas y haber hecho méritos suficientes para pertenecer a la organización.

Como primera medida de seguridad nos dijo que no nos daría su nombre y que procuráramos no interesarnos en ello, para referirnos a él le llamaríamos, Uno.

Finalizado el acto, se despidió con un escueto -sean bienvenidos-, abandonando la sala sin más.

Tuvimos una hora de asueto paseando por los jardines de los alrededores de la casa, hacía algo de frío pero lucía un sol adormilado que lo aliviaba, luego nos avisaron para que fuéramos a almorzar, distribuyéndonos en dos mesas. En la mía se sentaron dos alumnos y la única alumna. El almuerzo fue bastante animado, charlamos de mil y una cosas pero en ningún momento, siguiendo las instrucciones que Uno nos había dado en la charla de recibimiento, efectuamos citas de cosas personales relacionadas con nuestro pasado, finalizado éste nos permitieron ver un rato la televisión hasta que vino uno de los profesores con unos videos que nos pasó, nos entregaron unos cuadernos para que pudiéramos tomar notas de lo que visionábamos y luego comentaríamos. No dejó de ser un ejercicio bastante ameno, solo se debía tener un alto poder de concentración y de observación, cada uno de los vídeos tocaba temas distintos y cada vez tenían mayor dificultad, no obstante pude alcanzar la máxima puntuación, -este es un ejercicio que practicaremos todos los días durante toda su estancia en el centro-, dijo el profesor, del que tampoco conocíamos su verdadero nombre, nos dijo que le llamáramos simplemente; Señor Dos.

De los compañeros de mesa uno se "llama" Gregori, "nacido" en la ciudad portuaria de Vladisvostok, al Este de la Unión Soviética. Ciertamente Gregori tenía todo el aspecto de un ruso, era rubio rozando a albino y de piel muy blanca, los ojos ligeramente oblicuos y de un azul muy claro, casi transparentes, un gigantón de casi un metro y noventa centímetros, lo más parecido a un oso siberiano. Hablaba un francés perfecto y culto, diría que parisino, además de ruso, alemán e inglés. De aspecto casi feroz, pero tratado era un individuo bastante normal.

La compañera de mesa la habían "bautizado" Helena, "nacida" en la provincia de Misiones, al noreste de Argentina en la frontera con Brasil y Paraguay, tendría unos treinta y dos años, de tez algo morena, atractiva, no era una belleza pero resultaba, hablaba poco, algo que suele ser infrecuente en las damas, tenía ojos muy negros ligeramente oblicuos, hablaba español, inglés y también mandarín, por lo que deduje que o bien el padre o la madre serían de origen oriental, era la clásica persona que suele pasar desapercibida.

La última clase de aquella tarde estuvo destinada a descifrar claves y crearlas, confieso que era un ejercicio muy difícil pero a la vez apasionante, no me venía muy de nuevo pues en la carrera de diplomática ya se daba una asignatura que guardaba cierto parecido, aunque sin profundizar en exceso.

Al finalizar las clases del día, uno de los profesores nos dijo que si nos apetecía podíamos usar las bicicletas que estaban bajo el cobertizo de detrás de la casa e irnos a pasear hasta el pueblo, al marcharnos nos aconsejó regresar antes de las ocho, que era la hora de la cena, -y no se cansen ustedes demasiado por que mañana les espera un día bastante duro-.

Todas las mañanas a excepción de los sábados y domingos, nos aplicaban en mantener la condición física y el conocimiento y manejo de armas defensivas, técnicas de camuflaje y disfraz, sistemas de ocultación personal, sistemas electrónicos de muy alta sofisticación de comunicación, etc.. Las tardes eran algo más llevaderas, en las que predominaban las charlas sobre las políticas de diversos países, religiones, y organización de las redes de información, como se le llamaba allí al espionaje, sin olvidar el estudio muy particular de los distintos servicios de información de cada uno de los países, del que era estrella y modelo de estudio, el Mosad israelí, por su excelente organización y efectividad, operaciones de bandera falsa, y operaciones encubiertas en la que se analizaban casos ocurridos en realidad.

Los días de estancia y el acopio de nuevos conocimientos, sin lugar a dudas nos endurecieron, pero cuando nos fuimos de la casona de Vitré, éramos otras personas, con una preparación individual que nos situaban en la elite de los servicios de información mundial. Cada uno de nosotros partía con un destino preasignado y misiones bien determinadas.

Por los conocimientos teóricos y prácticos adquiridos durante mi estancia diplomática en Argelia, fui destinado al entonces revuelto Marruecos, coincidía con el momento en que se iniciaban los movimientos de independentismo, el Istiqlal, y su líder el político Mehdi Ben Barka, hombre carismático y de gran cultura, que en su día fue el primer licenciado en matemáticas de Marruecos.

La vecina Argelia no se escapaba también de los movimientos terroristas, la aparición de la OAS, Organisatión de l´Armeé Secret, de tendencia ultra derecha, con cruentos e indiscriminados atentados terroristas en Argelia y en el propio territorio francés, en disconformidad con las intenciones del General Charles de Gaulle y del independentismo argelino propuesto por éste. Eran momentos de un Magreb del norte de África efervescente como si fuera una olla a presión que en cualquier momento podría estallar, lesionando gravemente los intereses de Francia en el área. Algunos de los disidentes se refugiaban en el sur de Francia y en España, como por ejemplo el carismático general Raoul Salan.

Me desplacé a Londres para tomar un vuelo a Lisboa y desde allí cambiar de compañía aérea para volar hasta Rabat. Viajaba con mi nueva personalidad de Gerard Rondel, de nacionalidad francesa, que visitaba Marruecos en calidad de hombre de negocios, pero en realidad la misión que me había sido encomendada era la de montar una red de "informadores" o células en todo el Magreb. Corrían tiempos difíciles para Francia en el norte de África, Marruecos y Argelia abogaban por su independencia. En la metrópoli se habían sufrido ya algunos atentados de la OAS, y se detectaron conversaciones telefónicas que hablaban de atentados dirigidos a algunos jefes militares de gran renombre y peso político, aunque nunca se pudieron conocer sus nombres, ya que los citaban en clave.

El informe del servicio secreto que me fue permitido leer respecto a las escuchas telefónicas, citaban nombres en clave, como; león, cafetera, ardilla, alfil, etc. lo que hacía casi imposible poder conocer a que personajes les habían sido asignados.

El gobierno tomó como medida primaria, rodear de escoltas de elite del ejército a los generales del estado mayor, hasta el punto que algunos de éstos solían estar durante la noche de servicio en el domicilio del personaje cuya protección les fue asignada. Se alertó también una buena parte de la gendarmería de todo el país. Toda medida de precaución era poca, ya que la OAS estaba formada en buena parte de antiguos militares del ejército francés muy bien entrenados que recibían ocultas ayudas de algunas fracciones del ejército y la policía en Argel. No se descartaba la posibilidad que pudiera efectuarse algún atentado que tuviera resonancia mundial. Para ello podrían quizás acudir a organizaciones terroristas de otros países, o a mercenarios, cosa que motivó la intensificación de las vigilancias en las aduanas de aeropuertos, estaciones de ferrocarril, carreteras, pasos fronterizos y puertos de todo el país.

Tomé una habitación en el Hotel Ibis Mussafir de Rabat, cerca de la estación del ferrocarril, el taxista que me llevó del aeropuerto a la ciudad me lo recomendó particularmente, probablemente tendría alguna comisión por llevarles clientes. Era un hotel cómodo, bien situado y con aires de cierta modestia, no llamaba excesivamente la atención como los de categorías superiores, estaba situado justo a poca distancia de la gran avenida de Charles Lelu, eje de la ciudad, lo definiría como discreto y confortable.

En recepción registraron los datos de mi pasaporte en una ficha, que muy probablemente fue a parar a manos de la policía, como suele ocurrir en la mayoría de países, pero dadas las circunstancias del momento en Marruecos con mayor motivo. El impass del fallecimiento de Mohammed V con la subida al trono del heredero, su hijo Hassan II, y las revueltas del vecino país, provocaron un férreo control policial por todo el territorio

Los primeros días de mi estancia en Rabat, los invertí en hacer turismo, ello me dio la oportunidad de irme familiarizando con la ciudad y sus gentes. Contacté con una sociedad exportadora de cítricos para justificar mi actividad y presencia, estaba seguro que la policía marroquí estaría controlando mis movimientos, por ello emplee los primeros días en mantener unos contactos estrictamente comerciales. Alguna tarde me acercaba a la Casa de Francia, lugar de reunión de la todavía nutrida colonia francesa que después de la liberación del protectorado todavía permanecía en Marruecos.

Enviaba informes periódicos a la central utilizando la valija diplomática de nuestro consulado, y a la vez me entregaban en un sobre lacrado las instrucciones que les llegaban para mí desde París, lo leía en el propio interior del consulado y luego destruía quemándolas en los aseos de la planta baja.

Alquilé un automóvil con chofer, pensé que me sería muy útil para desplazarme por la bulliciosa e intrincada ciudad, el nuevo régimen iba sustituyendo los carteles indicadores de las calles que estaban escritos en francés por los de escritura árabe, el chofer que la agencia me había asignado era un muchacho bastante locuaz de unos veinticinco años nacido en Tánger, según me dijo, se expresaba bastante bien en mi idioma además del español, se llamaba Amin Martínez, era medio moro y medio español, sin embargo su aspecto era cien por cien magrebí.

En una ocasión cuando al salir de una de las oficinas de exportación con las que mantenía contactos estrictamente comerciales, me pareció ver a través de la cristalera de la puerta a mi chofer Amin hablando con un individuo que vestía a la europea, éste que al ver que yo salía del edificio se marcho con cierta prisa sin despedirse de su interlocutor, subí al auto sin mencionar el echo pero me giré y a través de la ventanita posterior y me pareció que aquel individuo subía un automóvil que estaba estacionado a poca distancia del nuestro y seguía la misma ruta que nosotros habíamos tomado.

Quise cerciorarme de ello y ordené a mi chofer que efectuara un giro de 180 grados en la primera plazoleta que encontrara, unos metros más allá efectuó la maniobra que le había ordenado y el vehículo que nos seguía hizo la misma, ya no tuve duda de que me estaban siguiendo y muy probablemente fuera la temible policía secreta de Hassan II, de la que se contaban horrores. No me preocupó en demasía y le di instrucciones al chofer para que tomara de nuevo la ruta que le había ordenado al principio, iba a visitar un posible proveedor de naranjas en la cercana población de Kenitra.

De vez en cuanto miraba atrás para ver si todavía continuaban siguiéndonos, sorprendentemente nuestro perseguidor a la salida de la ciudad paró en una cuneta y abandonó su persecución.

Analicé la situación. Era consciente del control que la policía marroquí practicaba a todos los extranjeros que entraban en el país, partiendo de esta base, pensé en la actitud del chofer de mi automóvil conversando de manera algo sospechosa con el individuo que luego subió en el auto que estuvo siguiéndonos un buen trecho. Decidí no hacerle comentario alguno y mantenerle en observación, bien pudiera ser que fuese un confidente de la policía marroquí.

Unos días más tarde decidí alquilar una pequeña oficina en el centro de la ciudad, de algún modo debía justificar mi estancia profesional a las autoridades de país para no levantar sospecha.

Capítulo 9

André me trajo el desayuno a la habitación como hacía todos los días, dejó la bandeja sobre la mesa camilla que había junto al ventanal que daba al patio interior de manzana y corrió las cortinas, la habitación se inundó de luz solar que cegaba mis todavía adormilados ojos.

-Aguarda, aguarda André, cierra un poco las cortinas, el exceso de luz no me deja ver-.

Obedeció y las regresó en parte donde habían estado dejando el suficiente paso de luz para que me viera, me incorporé en la cama frotándome los ojos, me calcé las zapatillas y dirigí mis pasos al cuarto de baño para darme una buena ducha y afeitarme. Luego me di un buen rasurado y apliqué a mi piel una loción refrescante que olía a menta. Me sentía bien y estaba de buen humor, no sabía porque. Cuando me senté para tomar el desayuno recordé que tenía un huésped en la casa, -¡Odette!-, me dije, no acabé el desayuno y me vestí lo más rápido que pude.

La encontré en la cocina hablando animadamente con André mientras sorbía un aromático café con leche que éste le había servido acompañado de unos todavía calientes bollos que todos los días temprano iba a comprarlos en la boulagerie cercana a casa. Era fácil entablar relación con aquella muchacha, poseedora de un gran caudal de simpatía y energía. La joven se levantó inmediatamente para saludarme con una franca sonrisa.

Me interesé de cómo había dormido y si ya estaba menos nerviosa que la noche anterior.

Me dijo que había dormido como los ángeles, como hacía tiempo que no lo hacía. André me trajo a la cocina el desayuno que había dejado sin acabar en mi habitación. Estuve charlando un buen rato con Odette, me contó muchas cosas de su familia de las Landas y de ella, de cómo había llegado a París, de sus estudios en la Escuela de las Bellas Artes. Era una muchacha franca y de corazón alegre.

-Bien, ahora vamos a ir al banco, sacaré dinero para pagarte el cuadro, luego vamos a ir a liquidar a tu casero y retirar todas tus pertenencias, compraremos una cama y el colchón para tu habitación de la buhardilla y ya tendrás tu nueva casa en París-.

A Odette le faltaban palabras para agradecer mi hospitalidad. -Me lo pagarás de vez en cuanto con alguno de tus cuadros-, le dije para que se sintiera más cómoda. Confieso que su pintura me impresionó desde el primer momento, al revés de los que exhibía su compañero. Naturalmente que son apreciaciones mías muy personales.

André nos aguardaba en la puerta con el auto al relantí, cogí el abrigo y el bastón, Odette se agarró a mi brazo acompañándome hasta el coche.

Después de pasar por el banco, fuimos a los grandes almacenes La Fayette para adquirir lo que necesitábamos. Por la tarde una furgoneta trajo la cama y el colchón, que en un periquete el chofer y su ayudante dejaron instalada en la buhardilla.

Le pagué a Odette su cuadro, la acompañamos a que liquidara su deuda con el casero y cargó con los pocos enseres personales que la muchacha tenía en el pequeño apartamento.

Se instaló en la buhardilla, pudo aprovechar algunos de los muebles que allí tenía guardados y que procedían de la familia, los guardé en su día allí por que además de ser alguno de ellos obras únicas por la labor de talla artesana que contenían, me traían gratos recuerdos de mis antepasados, he sido siempre un romántico del pasado. Odette se las arregló sola para dejar la pieza en condiciones. Un parte la dedicó a vivienda y otra a estudio de trabajo, se pasó en ello casi un par de días, aseando y ordenando lo que iba a ser su vivienda.

En ocasiones el bueno de André la invitaba a almorzar o cenar con nosotros, a la vez que la enseñaba a guisar. André además de ser un hombre culto, ordenado y fiel secretario, era un excelente cocinero, afición que le venía de muy joven, cuando falleció su madre tuvo que hacerse cargo de la casa y responsabilizarse de sus tres hermanos menores mientras su padre trabajaba en las minas de hulla de la población cercana.

Había tomado afición a Odette, la trataba como si fuera una hija suya. Poco a poco la muchacha fue calando en ambos, hasta sentirla integrada a la familia que los tres formábamos.

Algunas tardes bajaba a cenar y se quedaba a charlar conmigo hasta las tantas de la madrugada, ella me contaba de su familia y sus inquietudes personales, hablaba sosegadamente y solía sopesar todo cuanto decía, no era lo vehemente que suele ser la gente de su edad, sin embargo era una chica con ideas avanzadas y con gran inquietud de hacer cosas en la vida.

La apasionaba escuchar relatos de mi vida pasada, en especial a los que se referían a mi capítulo de los años pasados en el servicio secreto francés. La veía sentada frente a mi prestando gran atención a mis relatos. Poco a poco fuimos tomando una gran confianza mutua, hasta el punto de que la trataba también como si fuera una hija que nunca tuve, en mis dos matrimonios. Odette dedicaba una buena parte del día a sus pinturas, que en bastantes ocasiones se cargaba con el caballete, un pequeño maletín de madera que contenía, pinceles y tubos de pintura y se iba con ellos a pintar lugares pre-escogidos con anterioridad. Cuando finalizaba alguno de sus cuadros solía invitarnos a André y a mi para que subiéramos a su buhardilla y diéramos nuestra opinión a la obra recién acabada de la que tenía la delicadeza de hacernos partícipes.

Un año después de nuestro encuentro tenía los suficientes cuadros como para poder exhibirlos ella sola en alguna galería parisina. Llamé Phil para pedirle que se acercara por casa. Por fortuna mi amigo había ya dejado casi de rodar por el mundo dando conciertos y se dedicaba a la vida social y a viajes de placer, siempre acompañado de alguna bella dama, claro está, algo que no podía faltar al "menú" de Philippe Lafurcade.

Phil vino una tarde a merendar, le acompañaba una señora algo entradita en edad pero bastante más joven que él. Vestía con elegancia y su persona desprendía clase. Mi amigo nos la presentó como Margaret, pero obvió decirme el apellido de la dama, pronto imaginé que había algo más que amistad entre ambos, pero a mi esto no me incumbía en lo más mínimo, en la vida romántica de Phil jamás me había entrometido y viceversa, siempre tuve la convicción de que la intimidad de las personas era algo sagrado.

Mientras tomábamos un té con unas pastas que André nos había traído con el carrito, le conté a Phil todo lo relativo a Odette, y de sus pintura. Mi amigo era un gran conocedor de arte y tenía una amplísima relación en este sector, que abarcaba desde pintores, salas de arte y marchantes de cierto prestigio.

Les dije a mis visitantes que tenía un gran interés personal en promocionar las obras de mi inquilina de la buhardilla. Phil guiñándome un ojo me preguntó si me había enamorado de la pintora.-Ah viejo truhán, a buenas horas te decides-, dijo con buen humor y cierto sarcasmo.

-No, en absoluto, déjate de bromas, es simplemente una amiga a la que aprecio, respeto y deseo ayudar, ya sabes Phil, que los artistas hoy tienen dinero y luego pasan largas temporadas sin ingresos-.

Me di la vuelta y llamé a André, le pedí que comprobara si Odette estaba en su apartamento y que la advirtiera que iría con unos amigos a ver sus trabajos.

Regresó pronto, -la señorita Odette, me ha dicho que estará encantada de que vayan a visitarla-, dijo bastante ceremonioso.

Terminamos de tomar el té y subimos al piso superior, Odette estaba en la puerta aguardándonos. Como era uno de estos días parisinos de bastante calor, la muchacha llevaba un pantalón corto y un suéter fino de algodón que permitía adivinar su bien compuesto busto.

Pronto ví que el ladino de Phil no le quitaba ojo de encima. Un momento en que las dos damas estaban enfrascadas en contemplar algún cuadro Phil se me acercó y me dijo muy bajito: -Qué calladito te lo tenías, y además guardadita en casa, eres un pillín-.

-Ya te dije que nada de ello, ni nada de lo que piensas al respecto es cierto ni por asomo-.

-Pues te diré que la muchacha me atrae y mucho, además de pintar muy bien, vamos a ayudarla, verás que exposición le organizamos, voy hacer que el todo París venga a ella y compre sus cuadros, pero Alain, vamos hacerlo muy bien, con clase, mucha clase, la muchacha y su obra lo merecen-, dijo con un atisbo de entusiasmo. Conocía a Phil, estaba seguro que Odette le gustaba, y trataría de hacerla suya y actuar como un Pigmalión. Dejé que los acontecimientos se sucedieran por sus propios pasos. Había visto esta misma escena en otras ocasiones. Sin embargo si debo decir que Phil era un caballero y se comportaba siempre como tal. No quise frenarle, al fin y al cabo Odette era mayor de edad y siempre saldría beneficiada, por que Phil era un hombre de gran influencia social.

Capítulo 10

En la terraza del hotel donde me hospedaba y mientras tomaba un Pernod con hielo, entablé casualmente conversación con un caballero que ya le había visto unos días antes en la terraza tomando un aperitivo, yo acababa de leer el France Soir y me pidió si podía prestárselo para echarle una ojeada, cosa que accedí gustosamente.

Al devolverlo iniciamos una trivial conversación, me dijo que era un militar del ejército francés en la reserva y se dedicaba a suministrar repuestos de camiones de fabricación francesa a varios países del Magreb, me entregó su tarjeta comercial, vi que tenía oficinas en Marsella, Tetuán, Tunez, Béjaia, y Barcelona.

De las cinco oficinas me llamó la atención la de la ciudad de Béjaia, situada a pocos kilómetros de distancia al Este de Argel, pensé que era poco frecuente que se estableciera una corresponsalía comercial en una ciudad de tan poca relevancia, lo habitual era Argel u Orán. También su nombre era bastante peculiar, Eddie Constant. Me contó que era hijo de americano y madre francesa nacida en Argel.

A medida que hablaba con él me iba interesando más la conversación.

Correspondí dándole también la mía, se quedó mirándola como si la estuviera estudiando, luego me preguntó si era parisino, le respondí que era du Midi.

Estuvimos hablando sobre la situación política del momento. El señor Constant tenía ideas muy claras al respecto, era partidario de la independencia definitiva de Argelia, y estaba en contra de la actitud de algunos militares opuestos a ella, pero en ningún momento mostró apasionamiento alguno.

Estuvimos todavía charlando hasta la hora de la cena, nos despedimos con un –Hasta pronto-.

Mientras me dirigía al comedor del hotel fui pensando en la conversación y casual encuentro con monsieur Constant, pensé que quizás el me pudiera ser de utilidad para la misión que me había sido encomendada, pero no podía precipitarme, ante todo debía sondearle más, no podía cometer ningún fallo, de lo contrario podía echar al traste con todo y debería regresar a París con las orejas gachas.

Por la tarde elaboré un pequeño memorándum de la conversación mantenida con el individuo, que luego entregué al Consulado en sobre lacrado para que fuera enviado a París en la primera valija que partiera.

Durante la etapa de adiestramiento recordé que la universidad era uno de los lugares recomendados para captar "colaboradores", -mañana me acercaré por allí-, pensé.

Al salir del Consulado, vi estacionado en la acera de enfrente el mismo coche que unos días antes me había estado siguiendo un buen trecho del recorrido cuando me desplazaba a Kenitra. –Me están vigilando, ahora ya no tengo la menor duda de ello-. Hice como el que no los había visto y tomé un taxi para que me dejara cerca del hotel, ya que mi chofer libraba aquel día.

Cuando estaba pagándole al taxista, se puso junto a la puerta del taxi uno de los individuos que había salido del auto perseguidor, aguardó a que me apeara para decirme; -Debería acompañarme señor-.

-¿Quién es usted?-, le pregunté, aunque ya me imaginaba que era un policía.

-Policía-, me dijo secamente mientras hacía intención de cogerme por el brazo, acto que esquivé apartándolo.

-Sígame-.

Le seguí hasta su automóvil del que descendió otro individuo alto y muy fornido, tenía aspecto de luchador de catch, su aspecto era verdaderamente terrorífico; tenía la piel bastante morena, el pelo muy negro y sumamente rizado sobre una cabeza grande y cuadrada, las manos eran de un tamaño desproporcionado, como las de un levantador de pesas, y la chaqueta que llevaba debía tener dos tallas menos de la que le correspondía, pues le venía pequeña y casi no podía abrochársela, que quizás de haberlo podido hacer, lo más probable es que el botón saliese despedido como un proyectil.

En el asiento posterior permanecía sentada otra persona.

-Suba al coche-, me invitó el energúmeno.

Me mantuve en pie junto al auto y les dije: -¿dónde quieren llevarme?-.

-Vendrá usted a la comisaría central, se trata de una entrevista de rutina-, respondió el primer individuo, mientras el energúmeno me ponía una de sus manos sobre el hombro haciendo presión hacia abajo para que me agachara y pudiera entrar en el auto de ellos mientras con la otra abría la puerta.

Entré de mala gana, manifestando que era un atropello y que me quejaría a mi embajada. Me senté al lado del individuo que había permanecido todo el tiempo en el interior del vehículo, este me miró poniendo a la vez que colocaba su dedo índice sobre los labios en señal de que guardara silencio.

Opté por callar y dejé hacer. Vería en que iba a parar todo aquello.

El auto arrancó y el conductor conectó la sirena para abrirse paso entre el anárquico tráfico de la ciudad. En pocos minutos el automóvil se detuvo frente a un edificio que durante la época del protectorado francés fue la dirección general de la policía.

Me acompañaron a través de unos pasillos de la planta baja, que por cierto, no olían demasiado bien, hasta llegar a un despacho en el que me hicieron entrar casi a empellones. Debo manifestar que en todo el tiempo fui tratado con cierta corrección, pero en el más absoluto silencio.

En el había un hombre enjuto y de rostro poco agradable detrás de una mesa de trabajo que permaneció sentado y ni tan siquiera me saludó.

-Siéntese-, me dijo en tono seco y en un más que excelente francés.

Tomé asiento en una silla de madera que estaba junto a mi. Preferí callar y aguardar que fuera el individuo enjuto de nariz afilada y ganchuda el que llevara la iniciativa de la conversación. Iba vestido a la europea con un traje azul claro muy arrugado, y la camisa blanca que llevaba todavía lo estaba más, destacando sobre su piel morena. Su aspecto en general era el de un árabe del desierto, un Tuareg.

Me pidió el pasaporte que le entregué mencionándole mi extrañeza por haber sido conducido hasta allí sin explicación alguna, y sin identificarse, obvió mi comentario pero creo que lo leyó en mi cara, puesto que me dijo inmediatamente que se trataba de una simple y rudimentaria comprobación.

Se miró el pasaporte con mucha atención, como si fuera un raro ejemplar nunca visto, página a página, ignoro que esperaba encontrar en el, se tomó algunas anotaciones en una cuartilla de papel que tenía sobre la mesa y al devolvérmelo me dijo:

-Es muy nuevo su pasaporte señor Rondel-.

-Supongo que habrá visto usted la fecha en que ha sido expedido?-, le respondí. De hecho me había sido entregado un mes antes de viajar.

Lo metí en el bolsillo interior de la chaqueta, me quedé mirándole aguardando a que me dijera algo. Pasaron unos segundos con un silencio que se hizo larguísimo, creo que el individuo esperaba para ver si yo me ponía nervioso.

Al ver que yo no decía nada, me preguntó cual era el motivo de mi visita a Marruecos.

Le respondí tranquilamente que era una visita comercial, que era el responsable de una sociedad francesa importadora y distribuidora de frutos frescos, que el motivo principal de mis gestiones era programar acuerdos de compra de frutos marroquíes a empresas del sector y enviarlos a Francia. Luego le entregué una de mis tarjetas comerciales para que pudiera efectuar las indagaciones que creyera más oportunas. Pareció que mis explicaciones le satisficieron. Le pedí si podían dejarme en mi Consulado, pues tenía intención de informar a mi cónsul de esta especie de secuestro de mi persona en contra de mi voluntad.

Mis últimas palabras causaron el efecto deseado, el individuo se levantó como si le hubiesen puesto un clavo en el asiento y cambió absolutamente de actitud, se convirtió repentinamente en un funcionario de trato cortés y hasta un poco simpático, me pidió mil excusas por si me habían causado alguna molestia, e intentó de todas maneras disuadirme de mi actitud de denunciar el incidente sin importancia ante mi legación consular.

Finalmente no quise ganármelo como enemigo y así evitar que me sometiera a un acoso constante que me impidiera poder desarrollar mi labor, le dije que aceptaba sus excusas y punto.

Me acompañó personalmente hasta la salida del edificio y él mismo llamó a un taxi que estaba estacionado allí muy cerca. Pensé que quizás el taxista fuera un posible confidente policial. Le di la dirección de mi hotel, -al Ibis Mussafai- dije.

Utilizando el alias de Venatore, elaboré un informe de lo acaecido con la policía secreta marroquí que entregué a la valija diplomática para su envío a París. En el consulado me entregaron otro sobre que acababan de recibir al nombre de Rondel.

Para leerlo entré en una salita privada. Respondían al informe que les había enviado unos días antes respecto al comerciante Eddie Constant con quien trabé conversación en la terraza del hotel.

La gente de la SGDE había hecho bien su trabajo, analizaron al personaje y venían a confirmarme que era un militar de l´Armée, en excedencia con el grado de capitán, bien considerado por sus antiguos jefes y camaradas, de gran patriotismo y fidelidad a las instituciones del estado, en una palabra, me aconsejaban efectuar una aproximación cauta a su persona, para ver si estaría dispuesto a actuar como una de mis células, podría ser importante contar con su colaboración ya que se movía libremente por los dos países desde hacía algunos años y podía captar información a la que probablemente yo no podría tener acceso.

Como siempre, procedí a destruir la información recibida de París, y mi chofer de alquiler me dejó en la puerta del hotel, le despedí dándole instrucciones para que viniera a recogerme alrededor de las cuatro de la tarde.

Capítulo 11

Odette trabajaba duro, en un par de meses ya había finalizado tres nuevos cuadros. Gracias a las influencias de Phil, obtuvo un permiso especial, nada fácil de lograr, del museo del Louvre para poder pintar personas de la vida parisina con el fondo del cuadro con alguno de los prestigiosos cuadros de pintores históricos y de gran renombre mundial expuestos en las salas. Fue una idea mía sugerirle que pusiera en práctica este nuevo estilo pictórico, se me ocurrió después de ver el excelente dibujo de una cara que sobre papel mi joven amiga había hecho en un santiamén. El primer ensayo lo efectuó conmigo mismo, y confieso que le salió soberbio, detrás de mi busto, aparecía ligeramente difuminado el retrato de La Mona Lisa, a la que logró darle la misma misteriosa sonrisa que el maestro Leonardo le había dado en el original, algo que habían intentado infinidad de pintores y que nunca lograron tanta realidad. Era una muchacha con mucho talento y estaba en la fase de explotar artísticamente. Luego le tocó el turno a Phil, éste quiso posar frente a uno de los cuadros del pintor francés Jean Cousin, conocido por el Viejo, la deliciosa figura de Eva Prima Pandora una dama tendida en una especie de chesslong con escasas vestiduras. En este cuadro Odette echó todo su arte, combinaba con gran sensibilidad las suaves tonalidades del fondo para que el busto de Phil destacara en primer término, el espectador debía de aproximarse mucho para cerciorarse de que estaba viendo una pintura y no una fotografía a color de gran tamaño.

Phil, al igual que yo, se preocupó de que muchas de sus amistades visitaran la buhardilla de Odette para que pudieran contemplar sus obras y le efectuaran encargos, hasta el punto que nuestra amiga pintora tuvo que dar algunos meses de demora para poder atender cada uno de los encargos que le efectuaban. Tal era la afluencia de visitantes que el bueno de André algunas tardes subía a la buhardilla para ayudarla en atender a los visitantes. Corrió la voz por París y personajes de la alta sociedad, la elite de la aristocracia y burguesía parisina todos deseaban que Odette les inmortalizara, en poco tiempo se convirtió en la pintora de moda.

En Odette destacaba una gran cualidad, su carácter alegre, juvenil y sincero que lo transmitía a quien estuviera a su alrededor. Algunos días al finalizar una ardua sesión de pintura, venía a visitarme y me animaba para que saliéramos a cenar a algún pequeño restaurante típico de Montmartre, el barrio parisino por excelencia tomado por los pintores desde años inmemoriales y poco visitado por los turistas en aquellos días todavía invernales. Solíamos ir al restaurante La Mère Catherine, en ocasiones nos acompañaba tío Phil, como ella le llamaba, a pesar de que éste le decía que no le llamara así por que le sonaba a viejo carca, comentario que causaba hilaridad entre nosotros. El presumido y dandy Phillipe se atusaba el corbatín de lazo que solía utilizar por las tardes que el acostumbraba a llamar románticas, ya que Montmartre era el lugar elegido por la gente de la bohemia.

Odette vivía por y para su arte, estuvo todo el invierno encerrada en la buhardilla, en contadísimas ocasiones descansaba, entre todos le insistíamos en que se tomara un descanso, nos decía que si pero no lo hacía, hasta que un día cayó enferma. Una tarde André le subió unos pastelitos que había comprado para merendar, la halló tumbada en la cama con bastante fiebre, pensó que probablemente se trataba de un resfriado, pero con todo llamó a nuestro amigo y doctor de cabecera Pierre Aniette para que la visitara. Un par de horas después nuestro amigo la examinaba. Me llamó la atención el tiempo que invirtió en la visita, ya que un resfriado no era excesivamente complicado de diagnosticar. Al finalizar la visita Pierre me llevó cogido del brazo hasta la estancia inmediata para decirme que consideraba necesario que lleváramos a Odette a su clínica para efectuar unas pruebas rutinarias.

-¿Es algo grave lo que tiene?-, pregunté a Pierre.

-No puedo decirte, pero en principio parece que además de un simple resfriado, tenga un exceso de fatiga, es por eso que deseo hacer algunas comprobaciones más profundas-.

-Bien, ¿te parece que la lleve mañana?-.

-Si la fiebre ya le ha bajado, que con lo que ahora le he recetado sin duda lo hará, puedes llevarla, es posible que deba quedarse una noche en la clínica ya que se le serán practicadas una serie de pruebas que llevarán tiempo para obtener los resultados-.

André fue a la farmacia para adquirir las medicinas que mi amigo Pierre había recetado. Le dije a Odette que se pusiera el pijama y se metiera en la cama sin abrigarse demasiado, mientras yo iba a mi apartamento.

Al día siguiente la fiebre había remitido, pues las medicinas recetadas habían hecho efecto positivo. A primeras horas de la mañana, André preparó el coche y nos fuimos los tres a la clínica Lumen propiedad de mi amigo el doctor. Por el camino miré a los ojos de Odette en varias ocasiones, y vi que su mirada había perdido la viveza habitual, hacía ojeras y evidentemente se la notaba desmejorada, hasta me pareció que estaba más delgada. –Manías mías- pensé, pero la verdad es que la salud de nuestra joven amiga me preocupaba.

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