Arriba: la viga inmóvil. El denso espacio vacante y su oro, su incandescencia, su silencio. Muertos locuaces congelados por el ardor, por la impaciencia que selló sus párpados como se sella una carta que nadie ha de recibir. Allí, en el cenador acristalado, con sus diez mil reflejos que son el éxtasis del sol, su despedida, su ausencia. Allí la luz es cristal (triángulos, hexágonos, fragmentos), rayos detenidos en pleno movimiento, e infinitamente en movimiento en forma de zigzagueantes y agudos centelleos: la catedral estallando sin fin como la voladura de la cantera en piedra que ilumina: piedra hecha de luz y luz petrificada. Allí el sol es el hueco negro de un sombrero. Nunca más el disco de lava puntual, la asombrosa derrota del crepúsculo. La hueca luz es ahora providencia y casa de espejos.
Los que danzan en el césped verde (que a veces es violeta y también rojo) son habitantes de un país de ensueño: ingenuos holandeses con sus trajes polícromos de la Edad Media. Más que bailar, levitan. Levitamos con ellos, fascinados por ese pintoresquismo familiar, por esa otredad entrañable que tal vez es la del teatro de sombras o de marionetas. Fábula mítica hecha de mimbre y paño. De colores puros y del olor de la madera recién cortada, recién bendecida, recién barnizada. Olor del invierno esta vez, donde el calor es igual a la intimidad y el vino a las palabras que todos piensan y que nadie pronuncia. Sonido de campanitas lejanas, de cuentos de Navidad (subyugantes y horribles), y de los altos abetos y de los hombres de paja, con la pálida luz de las colinas y el río que transcurre ¿opaco, doloroso? bajo el arco de un puente que vimos o soñamos. Suizos, daneses, luxemburgueses y noruegos, con gordas caras sonrosadas de viejas sirvientas como si fueran los entes (coloridos y risueños) en los que el sol, allende el sol, se ha transformado. Mundo de tela que habla. Mundo contrario y el mismo.
Aquí, la noche. (¿La misma?) El bodegón flamenco donde el calor es el frío, la humedad infinita de lo olvidado. El barroquismo de la nada, la acumulación incesante de lo imaginario. Allí donde no hay nada, todo es posible. Lo imposible se retira, el sol se oculta en el clímax del sol, en la sobreabundancia de lo imposible. No hay sol: nada es imposible.
Dos cambistas se inclinan sobre sus manuscritos contables. No la historia de la óptica, sino el rojo. La precisión del detalle, la espesura de los signos. Astucia o sutileza infinita del gesto. Espacio que nos atrae como un abismo cuya substancia es el color inmóvil pero vivo: el contorno trazado por el vértigo de lo natural hecho sobrenaturaleza. El naturalismo, bien entendido, es eso: un vértigo como una scienzia, una ignorantia como un conocimiento, una fe en los ojos como una ceguez homérica. Ciegos, nuestros dedos irradian un contacto divino. Ciegos, también, cuando nuestros ojos palpan. Ojos que recorren la imagen como un cuerpo. Dedos que subtienden el cuerpo como imagen. ¿Acaso no hay, en una sola gota de agua, infinitas gotas? Pintar el mar gota a gota: intención admirable, propósito imposible. Pero la lluvia está allí, cayendo sobre el puente coos complicado. Más sencillo y menos simple. Más evidente y menos verdadero. La seguridad del sonámbulo (dijo alguien alguna vez) proviene de que sus percepciones no son interferidas por ninguna sensación, por ninguna enseñanza, por ningún significado. Esto hay que dejarlo resonar, inconcluido. Como sucede con la palabra realidad una vez que se ha suprimido el énfasis que la hacía posible, equivalente del ur y representante del Edicto.
Es aquí, extrañamente aquí. No un aquí sin ahora: algo más extraño. Un vuelco de los ojos hacia la insubstancialidad abismática de los dioses. Una apertura de la mente (de la sensibilidad) hacia la ausencia sin límites. Lo demasiado abstracto es inocente e inquietante como la carne de un niño. El novum tiene la involuntaria sencillez de una sonrisa. No será entonces (todavía cabalgamos en símbolos), pero eso es lo que puede verse a través de los objetos, de las cosas transparentes. Ya que todo está aquí reunido, envolviéndonos. Esta atmósfera misma es el significado del Tiempo. Mas, ¿dónde está lo desaparecido, lo que soñamos ayer, el laberinto y el árbol? El mundo mismo es el espacio vacante, aunque no podamos comprenderlo. El simple más que ríe burlonamente en lo oscuro. El bodegón inmóvil donde todo burbujea, interrumpido por el parpadeo que subdivide los segundos. Toda afirmación, allí, no puede ser sino una pregunta. Como en la metamorfosis sucesiva de los temas o de los motivos de una sinfonía. Donde todo se pone en marcha y nada avanza. Donde todo, sencillamente, se encamina. No hay movimiento: sólo metamorfosis. La mitad de un desplazamiento imaginario y la mitad de esta mitad, infinitamente. Inter alia: paseos en el spatium. (Paseos que, en realidad, van desplegando el spatium.) Entre un pensamiento y otro, nace la cosa mentale. El hundimiento de la existencia que hace perceptible el instante. Vemos. Pero, ¿qué vemos? La fermentación fecunda, oímos las voces. Todo está vivo, hostil o entrañable. Humano, siempre demasiado humano. A través de lo inverosímil o de lo fantástica mente pintoresco de un carnaval en la nieve. Todo se hunde porque todo permanece. Todo desaparece porque todo persiste. Todo está suspendido, navegando en el tiempo. Disperso como los cristales de luz del cenador constituido de reflejos donde el sol es la instantaneidad de lo que no ha sucedido. Oscuridad cegadora cuya aspersión, siendo infinita, no termina. No hay centro ni origen. No hay progreso ni historia. Pero los dioses seguirán existiendo mientras exista el sueño. El sueño es la puerta mágica que nos une con nuestra cantidad de desconocido. Suspendidos en nuestra noche y aún más absortos en el día. Engendrando la geometría con un ojo frío y sobresaltado. El exaltado ojo en éxtasis del Observatorio. El ojo ciego y vidente, colmado y cóncavo. El ojo doble y único del instante y el espacio: cadencia del vértigo donde nada se mueve. Vitral transparente de la mente (ese confín de confines), cuyos pedazos vuelan sueltos en indecisión eterna, impulsados por el más allá de su silenciosa insistencia cristalina. El mismo más allá que ha dado al sueño del mundo su realidad autosuficiente y dolorosa. Y por la cual el mundo, siendo la Presencia, es lo ausente, lo incomprensible, lo inhabitable. No es que la vida esté en otra parte, sino que es el mundo mismo el que está en otra parte estando en todo momento delante de nuestros ojos. Falsos profetas o locos, conscientes de una verdad indecible, permanecemos en él. Ni celebrantes ni cínicos, ni resignados ni hipócritas. Simplemente permanecemos en él, mientras nos nace en el rostro algo muy semejante a una sonrisa, pero que en realidad es el movimiento total y sin consecuencia de la mente que ha comprendido. Que ha estallado, que ha enloquecido. Mente girasol o mente remolino, idéntica al sol-histrión que ilumina artificialmente. Pero la luz es real (o mejor dicho: transreal) como la mente que la nombra. Salvo que la mente es ilimitada: space pantin que puede confundirse con una claraboya, con un avance del mar, con un olor indescriptible. Con todo lo que fermenta, lo que muere y lo que resucita. Su permanente despliegue, ya se sabe, es locura. Pura locura del pintor que se extravía en el detalle. Y sin embargo, allí están las cosas transparentes, las cosas máximas allende la explosión sin tamaño. Allí está la cabeza del salvaje, balanceándose como un pino. El testimonio visible del viento dando contra la ropa tendida, haciéndola restallar con una resonancia pura. Eso: la ropa que danza y el viento que suena. El instante y el espacio como el latir de un diafragma. La huella ensoñada del pintor desdibujándose en la nieve del cuadro. Nada más que lo que es (que lo que está): incesante, transparente, sin límites.
DESEXILIO DE DIÓGENES
Me escapé del interminable cañaveral, y ahora estoy mirando la oigopa de antiguos parapetos, los pastos verdes sin fin bajo los cuales sin duda fluyen también el silencio el olvido y la sangre.
Nada cesa aquí donde todo de algún modo ha muerto. Hay un pueblo invisible bajo los rieles. Canciones nocturnas que ascienden como fuegos fatuos. El rastro de fuego de la poesía es un gran peso muerto. El insonoro cadáver que arrastra un pálido asesino, indigno del antiguo y fiero oficio del guardabosques. No hay ninguna hacha enterrada bajo los abedules. Sobre el relumbre indiscreto del paisaje fluye, como una marquesina, la vieja consigna: Tempus fugit. Rostros antiguos y vacíos. Excavados por una angustia demasiado sostenida, por un sueño demasiado vasto y confuso y sórdido. El sueño del corazón hinchado por el ansia romántica. El tullido yo errante de las alcantarillas, la indetenible sombra de nerval con su desarbolado albatros-langosta, pasando junto a un chansonnier que silba, último hombre en pie, soberbio, con la giganta-niña a sus pies, ahíta de semen, oh noche impar de la hecatombe, del gran toro ciego que baila dormido en medio del aguacero, perplejo entre los barriles que ocultaban a la gorda dietrich de su amante tuberculoso y epiceno, hoy más que nunca tú eres eso, tú, la charca, la claridad glauca de la epidemia, el sol amarillo flotando en la sorda pupila del judío de nariz hinchada, roja contra el cristal sin brillo del bistrot, grandioso incomprendido vástago del siempre póstumo papa goriot solo en la estepa veloz con su caspa de hielo y su boca indescriptible abierta y muda.
Ya sé que nadie podría decirnos quiénes somos. Mudos y anónimos entrechocamos los codos insomnes en la barra inexistente al sordo desleírse de pasos de caballos que tampoco existen. Hay huecos de obuses por todas partes, y el brillo dudoso de las alcantarillas. Ese hedor temible hoy sin valor alguno, al cabo de todas las tragedias. Como si hubiera inadvertidamente, advenido una tragedia última de colosales dimensiones y de incalculables consecuencias. Tragedia invisible. Muerte invisible del hombre, cambiado en símil, en puro de signio nimio. En tintineante círculo de latón que rota y ríe callejuela abajo perseguido por una muchedumbre de números. La gran cara del payaso o simple clown de invisibles rayas. Rayado por el retardado sol, caminando hacia atrás o desesperadamente huyendo con todos los invisibles otros de ansiosas bocas sedientas, de bocas de guillaume, de caras rajadas a cuchillo, distendidas a fuerza de olvido, de inimaginable lentitud y sequía, y sueño de entretelas, de fulminantes fardos caídos a destiempo y de fragorosas aceras que avanzan hacia el vacío, llevando enseres opacos, y listas agujereadas, como artificiosos restos del día.
Las aves y las rosas electrocutadas en los alambres ladran un discurso sin sílabas a la luna de cartón-piedra. Diógenes ha vuelto con una linterna de luz negra. Lo siguen cinco estúpidos alabarderos mecánicos devotos de sturlusson y su inútil balbuceo en la estepa, en el ondulado zinc de grandes batallas. El arte de los bardos ha muerto en la celosía de los almenares. No legaremos nada a nuestros descendientes. Elevaremos a magi y sacrum la imitación de las bacterias, pequeños y victoriosos como siempre en medio del charcutante doppeluniversum. El hilo rojo nos guía por entre la selva oscura. Pero también de él prescindiremos en el instante salvaje de la libertad. Los que deben morir morirán. Y des-a parecerán. Es así. Será así. Ya tenemos la mirada rapidísima de la rata y el olor eterno de los suicidas-niños. Miro el alba con mi falsa cabeza de bronce y mis ojos completamente redondos, rectilíneos-esféricos. Todos los héroes han muerto. Las mariposas de hojalata vuelan con rabia tornasol sobre la derruida tumba del ídolo-cometa. Su risa roja, enorme mueve con trazo negro la pésima ola que encalla una y otra vez sobre la misma solitaria péndulaymaderamen. Con increíble dificultad la insomne cabeza inicia un canturreo que acaba en seguida en gulp cadavérico. El sueño del clinamen tiene los ojos en blanco. Los adolescentes psicopompos humedecen sus dedos blancos en la blancura estremecedora que empolva los jubilosos esqueletos. Sonámbulos, recomienza la danza. El triángulo vertiginoso. El agua verde y la luz tendinosa se cruzan bajo el cerrado improviso. Los campos negros reaparecen en lontananza cantando la guerra y sus torvas figuras de cartón apedreadas por el viento. Pasan los peregrinos silentes borrachos en la luz negra del alba. Con fijos ojos de greda Diógenes mira la hastiada silueta de la tumba, y el brazo fantástico que divide el mar infinito de olas de hielo. Cruza los pies engualdrapados en mezclilla, y bebe de la botella de los condenados, con el glog-glog con que se escurren por el caño de plomo y cinabrio todos los sueños perdidos, y el lejano sonido de flauta del cristalero, tijera en mano, intraspasable como la hilaza de ceniza y fría cabeza de muñeco del laberinto.
RICARDO ALBERTO PÉREZ
(Ciudad de la Habana, 1963)
Obra: Geanot (o el otro ruido de la noche) (1993); Jardín de símbolos (1995); Nietzsche dibuja a Cósima Wagner (1996); Habana medieval (1999); Geanot (e outro lado da noite) e outros poemas de amor (2000); Vibraciones del buey (2003); Oral B (2007).
CONTRA EL IMAGINARIO
En los últimos meses
he tratado de armar una nueva ficción
de rescatar la relación con mi madre
como si la mitología
ayudara a hacerla menos inmaterial.
Se trataba de una conversación,
de un encuentro
con Bernabé Ordaz,
sobre el match de Sevilla,
con don de miniaturista
comentando las jugadas de algunas partidas.
En vida de mi madre
jamás hablamos sobre el ajedrez,
parece ser que el único juego que le interesaba
era el de las briscas con la baraja española.
Para qué entonces, ahora que yo siento placer
cuando la asumo a través de alguna textura,
de alguna frase que ella repetía con frecuencia,
trató de hacerla cómplice de una situación
tan compleja
con la que jamás habría tenido relación alguna?
Comenzaron mis inclinaciones por el arte,
estudié música, asistí con entusiasmo a
conciertos,
funciones de cine, recitales de poesía,
siempre –en el momento que le contaba
esas cosas-
me respondía:
siendo niña conocí a Alejandro García Catarla,
vivía apenas a unas cuatro o cinco casas
de la mía
y más de una vez puso su mano en mi cabeza
También me contaba
las retretas que daba los domingos
la banda municipal en la glorieta del parque
de su pueblo, Remedios (uno de los más antiguos
de esta isla, con una iglesia que siempre me
ha impresionado
por su hermética sencillez).
Si mi madre me contó todo eso,
por qué en el momento de recuperarla
a través el territorio del poema
no pensé en hacerlo con mis propios recuerdos?
Parece ser que tenemos
algo enfermo en el tejido de nuestra mente,
que es lo que ofrece mayor jerarquía
a lo que no nos pertenece, a lo que no vivimos,
a lo que no heredamos
algo que nos vuelve impersonal
y deja su toque de esquizofrenia.
Por eso después de intentar tantas veces escribir
ese texto sobre mi madre, Ordaz y el match
de Sevilla
he desistido.
Lo único real es que ella pasó
la mayor parte de los últimos quince años
internada en clínicas, con un deterioro progresivo
de su psiquis,
hace dos que murió, y si quisiera conversar
con Ordaz
quizás él no podría atenderla,
porque como algunos países necesitan el mito
de un gran futbolista,
otros no pueden prescindir de un ejemplar
director
del hospital para enfermos mentales.
Hace algún tiempo regresaba del aeropuerto,
de despedir a alguien,
los enfermos se ocupaban de la perfección
del césped
como si la clínica fuera un barco
y estuviesen logrando deconstruir la ondulación
del mar
con unos motorcitos ya envejecidos, provenientes
de la URSS;
ellos parecían ignorar los efectos de la corriente
alterna.
LOS ROSTROS QUE ME AGASAJAN
A R.S.M
Sin explicarme de qué gas noble se conforman
los rasgos,
con hundir tan sólo un dedo en la masa-sostén;
en la incesante bascularidad promovida por
sus órganos
me sorprenden.
Más bien están ahí
en función de contornar (o contonear) un mapa
accidentes fundados por las inclemencias;
en el reverso de la pobreza esencial.
Suman una sustancia homogénea, cíclica,
ruinosa;
se organizan a través de la jerarquía de los
objetos,
fluviales, rasgados por el peso de lo involuntario.
Agazapan el espacio que me rodea,
entran en mis reflexiones
sin haberlos llamado
devienen en una máscara acuosa,
el eje de un absurdo
que no se permite dejar de aspectar
a tu naturaleza.
Ellos permanecen
cuando muchos imaginan que perduran
como el corazón de una fruta sagrada.
En esa permanencia parece estar el dolor
que me devuelve a la escritura.
Un dolor perverso,
porque puede traducirse como una alegría,
la confianza de haber quedado más allá
del territorio de un pantano
aquello que te acerca al diseño de una marioneta.
Lo perverso suele ser un dibujo audaz,
una idea goteada a través de rizomas.
A lo perverso le invertimos la piel,
y de acuerdo a esa superficie obtenida, nos
deslizamos
en sentido a un agua en remanso
donde las réplicas anulen
el movimiento de las operaciones.
Es posible colgar como un arete
o algo alimenticio, sin haber perdido el ritmo
de la sangre?
Me preguntaba de espalda a todos ellos,
arribando al núcleo de mi intimidad.
Tal núcleo no fuga de la expansión,
la expansión es tan grave como cada día que
vivimos,
contamina desde la sutileza,
bordea, y quizás hasta penetre
el tejido más legítimo.
La expansión es la otra marea,
la oscuridad cierta de las cosas,
aquello que se amotina,
cuyo rasgo produce una especie de ruido
que sobrecoge.
Cuelgan las fotos acumuladas por la historia,
las armas de otros siglos,
las arañas en el hedonismo de su laboriosidad.
Todo esta cuelga desde la lógica que dicta
el cuenco de una dialéctica.
Cuando cuelgan los seres algo inapelable pasa,
una especie de desastre,
como lo contemplaba Maurice Blanchot:
El desastre lo arruina todo,
dejando todo y como estaba.
No sólo cuelgan,
constituyen el combustible de la expansión.
El molino que lejos de la Mancha
sutura un antojo, una teología.
La expansión es un fertilizante que perturba
la intimidad,
arde en la mirada hacia adentro.
Cómo desentrañar qué cultivo o hierba extraviada
quiere hacer crecer?
La expansión dilata y soterra,
avanza en la lentitud de la metástasis,
copa, no presiona,
es un juego tan perverso como mi propio dolor
ante esos rostros que sin dudas la sostienen.
El sentimiento de enrollar va ligado
al gesto de enrollar,
de doblar,
condenando al pasado a un pantalón, a una
camisa
en la fijeza de un sudor
que no vamos a recuperar nunca más.
Al doblar esos rostros, nos queda una huella
de sus destinos,
cierta quemadura que no podemos descubrir
con facilidad.
Son las figuras que en el agua se distorsionan
(pero sólo el agua puede seguir corriendo sin
contratiempo,
cuando se distorsionan en uno,
dejan desechos, virutas,
cuerpo extraño que molesta, sedimentos).
Al final no tienen vida privada entre nosotros,
el rostro que de frente nos parecía de hierro,
de perfil nos recordaba al hueso,
el oto elástico como una goma
sumado a aquel tan a punto de quebrarse
que remitía al vidrio,
se disuelven en una sola mueca,
una ruleta donde acecha
el escenario de nuestros equilibrios.
Sus sentidos genéticos habitan lejos de la
naturaleza,
son mas bien alarmas de lo que se agrieta,
parábolas de tiempo que transcurren entre lo
triste y lo festivo,
confundiendo ambos estados con frecuencia
para al final aposentarse en la bilis
de lo que anochece.
La marea es nuestro principio,
casi todo se organiza bajo el fastidio de ese
engranaje, de esa rotación
que pretende adulterar sitios tan soterrados
como las mentes.
Raúl Martínez ha muerto, y después de escucharlo
he podido pensar todo lo que he escrito
anteriormente,
ha muerto con menos misterio que Ponce de León,
porque ahora la expansión existe
y Ponce de león es tan clínico como trascendente.
Ante semejante torrente, o torrencial que se aboca
sólo es propicio una hebra de la risa, encerada,
sostenida sobre sí, para disolver, y preservarse.
Me agota el calor de esta noche, su aparente
sensualidad.
Lejos del agotamiento quedo sitiado por otra
sensación,
algo que proviene del súbito y nos espera
en lo latente,
algo que se hace tóxico, o no
en dependencia de nuestra capacidad de digerir
lo real de la esencia que nos sostiene o borra.
En esta noche he visto el noticiero (es algo que
hago pocas veces),
lo he visto con la extrañeza de quien presiente
una noticia,
un mensaje que sirva para desmembrar la madeja
de reflexiones.
Raúl Martínez, escapa,
presiona otras puertas, otros interruptores,
declina su boca ante otros alimentos.
Quedan sus cuadros en el Museo nacional
de las Bellas Artes,
en ellos los ojos de los mártires, pocetas
dinámicas
que pueden disertar sobre el peso
de esos agujeros, expulsados del entorno privado
para ser útiles a la mirada colectiva.
Los mártires sirven para remover la culpa,
crean una especie de compromiso,
sus ojos necesitaron por un instante
el travestimiento,
arribar a zonas de paz
para descansar del contrabando de la ideología.
Raúl Martínez les dio ese sosiego,
textura inteligente,
desde la cual ellos pueden mirar
a estos que me agasajan
y pierde el iris
donde comienza el arco real de los caídos.
Verano y 1995
ANTONIO JOSÉ PONTE (Matanzas, 1964)
Poeta, narrador y ensayista. Obra poética: Trece poemas (1987); Poesía 1982-1989 (1991), Asiento en las ruinas (1997).
CON UBALDO EN CASA DE IVÁN: APUNTES PARA EL POEMA
Es el halcón del aire.
La flota de plata hundiéndose en la bahía
crea esta luz como no habremos visto otra.
Árboles, campanarios, con el mismo paisaje
hemos vuelto de Rusia o de la siesta.
desde la poesía si no me creen otro lugar.
Memoria de la provincia, provincia de la memoria.
La poesía es el halcón del aire, la flota que se hunde:
cetrería y naufragio.
Tomamos té a la rusa. Nuestros rostros
crean en la ventana esta luz como no habremos visto otra.
Si pegunto para qué estamos vivos esta tarde
me arropan como a quien ha escapado de la guerra,
me arroparán hasta la noche en que la delación me alcance.
El sol sobre la carretera, entre los árboles.
Uno promete que nos alcanzará en su bicicleta
pero ha pasado el tiempo.
Ningún adolescente cruzará diciéndonos adiós
perdiéndose en las calles.
La casa se convierte en una mancha pequeña tras los árboles.
La poesía puede ser una provincia atroz.
EN DICIEMBRE, VIENDO VOLAR LOS FUEGOS DE ARTIFICIO En diciembre, viendo volar los fuegos de artificio pienso en el tiempo. Un año no comienza en esta noche hecha para algunos se abracen y rían, sino en la calma mañana de mi cumpleaños. Esta noche tan clara para los augurios no cambiará mi suerte. Puedo olvidarme de tocar madera, hasta volcar la sal podría, no cambiará mi suerte para nada. ¿Qué nos hace creer que en diciembre termina una suerte y empieza otra? ¿Y para qué brindamos deseándonos nuevos destinos? Amarga es la madera de mi ventana y pongo allí la frente. Quiero que pase el tiempo como en las películas. Ya dije amor y me he quedado solo, he dicho tiempo seguro de que todo lo arrastraba. Voy a seguir contando las cosas que no fueron, lo que se echó a perder por algunas palabras, el dolor que nos dejan las despedidas.
JUEGOS CON EL TORO
a Rolando Sánchez Mejías
Es la luz quien flamea entre los jóvenes, convida a hacerse inapresable y cada cual detenido; uno que lo sostiene por los cuernos, el que atraviesa veloz sobre grafito aquel que gusta medirlo con sus brazos. No caigo sobre bestia sino atiendo al momento en que salpica en todas partes. Mi cuerpo da en el agua afinando la caída, interrumpe esta hora en que algo nos aquieta: algún enfermo, las aspas del ventilador, un insecto sostenido. Para los que no sientan girar de tronco a tronco hasta un paso salvaje no es el miedo de la luz en las ramas. No son sus patas las del surco en la arena ni el lomo la colina de las cabriolas. Estas músicas topándose no son la pared y la cabeza condenada.
CON LA MISMA CERTEZA Mis dedos entre las pocas frutas palpando la tetilla en que terminan reconociendo al animal bajo la mesa que soporta mi mano sobre el cráneo que no adivina cuánto deseo sus entrañas. Si a mí me hubieran hecho de aquel signo que sólo es bueno para los de mi sangre no estaría entre frutas y entre moscas entre vasos de té reverenciando. Tú me dices Una ciudad sucede a otra un pez se moja en una u otra agua. Yo que no tengo asco de las vísceras yo que no juego sucio, abro su cuerpo. Leo en su hígado hojas de té al fondo de los vasos. Esas hojas dibujan un caballo destinado a pisar su propio estiércol a oler en las paredes sus bufidos. Viene el caballo y dice Un pájaro canta en el muro del oriente. El sol llega y se monta. Un pájaro canta en el muro del poniente. Vuelve la frialdad. Un pájaro canta en el muro del oriente. El sol me monta. Oigo cantar desde el muro contrario. Tú no conoces este ceño enemigo. A ti la luz de agosto no hace más que mimarte. Yo nací en agosto no me siento tan dueño. Hay que apartar las hojas, me dices Esperar. Enlaces y traiciones bautizos y las mismas esperas las esperas de siempre. Hemos hecho un oficio de beber agua parda de dorarnos de pasar entre cuerpos de dar con la cuchara en los costados. Los pájaros que anunciarían tu ida vuelan ahora frente al mar hacen sus círculos su fiesta aún sobre nosotros como otros pájaros que vi dorándose en la tarde. Otros pájaros un domingo con la misma certeza de que nos dicen algo.
AUTORRETRATO CON MONOS ¿Cuál alzará la risa cuando deje este azoro? Cuando me siento frente a ti ¿qué niño tuyo va a reírse de mi rostro qué niño tuyo no va a creerme? ¿Quién me señalará cuando no desmigaje pan y fulja el vaso de pinceles? ¿Qué terraza cegada por palomas espera que me dé como los desollados? El cielo está al revés en el menisco de tu vaso. Los inquietos cruzan arañando las hojas tienden la mano pero no soy agradable para ellos de otra manada definitivamente esperando como nosotros hurgando.
CETÁCEOS EN EL AGUA APENAS Cetáceos en el agua apenas cuerpos al amanecer ya lo tendido por la noche se desune. Suenan pasos a trasiego de agua ráfaga del animal dormido. Alguien junto a los árboles crecientes bajo el polvo tibia para el alcohol es quien mezcla la leche con los dedos. Es hora de que acabe. Su oficio es largo y bebido a sorbos como el agua que llama. Ahora que el viento forma redondeces la mano tiene rodajas de pan ahogándolas gozosa en su hueco. Es hora. Desatada es la luz. Peces que nunca conocimos vuelven.
NAUFRAGIOS I Lo primero en morir son los anillos, en algunas brazadas perdí el mío de hierro con el que halaban a un buey en la tierra. Ya no me queda seña de ningún matrimonio. No tengo encima nada tejido por mi madre. Como si no hubiese nacido de mujer, no hubiese amado a alguna, obedecer el agua es olvidarlas por una más antigua. II Todas mis cartas la ha acabado el agua. No me dejan poner más que los nombres no he podido escribir el amor que me siento. Cada hoja pesa más escribirla me deja más cansancio. Los nombres justos apenas los he dicho, no he entendido la vida; si alguna virginidad me queda es ésa. III El lado zurdo de la noche se vuelve el lado zurdo en los espejos. Sus tatuajes se hacen inteligibles. Bermuda es de las algas y no del Commonwealth, los mapas se equivocan, se equivocan los libros. IV Yo no he querido mirarme en los espejos y saber que una mano escribe en la ciudad aquélla una carta inconclusa donde apenas me nombra. Hay en la tierra una ciudad cercada por los pinos una batalla bajo el sol entre pinos y casas. Hay diez cuerpos entrando en una playa y la ferocidad de sus muslos es otra guerra más. Mis pulmones son odres que bate la corriente mientras los pinos avanzan sobre la ciudad, avanzan los cuerpos por el agua.
CEBADO PARA CONSAGRACIONES
a Rogelio Saunders
Por la sed con que buscan el hígado espejeante, la humana curiosidad en que aguardan los peces, a mí también me llaman donde no caer más que sangre bajo la comidilla de los moscas. Los que amo, dentro del repletar en que un sonido monta al otro fecundándolo, ¿oirán como yo, peces atentos? ANTES DE RELEER LA ILÍADA Está lloviendo en Troya hasta lavar la tierra, hasta los dientes amarillos de desgarrar contra los que la lluvia nada puede, hasta los huesos que dejaron de doler hace ya tiempo. Lloviendo sobre cuerpos ovillados, sobre el fuego y el ponto, sobre el círculo de perros que persiguen sus colas. Dientes, huesos, cenizas, sal antigua: yo busco un signo que aclare aquella historia.
NOSTOS Al explicarnos nuestra discordia con la realidad volvemos a la infancia, no habremos regresado de todos los destierros. Cada promesa de volver que hicimos ha ido cerrando puertas, derrumbando algún muro, apagando una esquina. Como nos habituamos, hasta encontrando en ello cierta belleza, a los sucesos del día y de la noche; como al final nos reconciliaremos con tanta cosa traicionada, nuestra infancia está abierta todavía. COLINA DE SAN MATIAS, CAMINO DE MATANZAS No es la pareja de amante lo primero que llama la atención, es la
/colina al fondo. Surge como una isla, como una gente sola
/entre la gente. Encima crece un árbol y se derrumba un muro y está el cielo.
/¿Acaso no tiene misterio el acercarse de esas dos figuras
/sin saber descansar una cabeza en otra? Son los insomnes, ellos no encuentran calma. Un mismo hálito
/amargo los abraza, una misma raíz habrá que los enrosque. Conozco la colina: he estado a punto de subir y descubrirla camino
/de un repetido viaje.
CIUDADES .Era en una ciudad desconocida, a la espera del invierno
/–también el invierno es impredecible-, en la ciudad de
/invierno y sentí temor. No era la lejanía lo que entonces lloraba, ni el gesto irrecordado
/con que en mi casa salvan el pan matándonos la miga; eran
/los hábitos, ese acodarme. Esperaba algún centro, atravesaba calles. ¿Qué hacemos con los
/labios –me decía- sino mentir esta vieja canción: dónde
/está el centro / la semilla que pueda levantar con mis manos? Pasó la gente; el camino a la belleza de sus rostros era tan largo y
/yo tan lento para recorrerlo… Había escrito que una ciudad sucede a otra; encontré entonces
/demasiadas para mi memoria. Era en una ciudad desconocida, a la espera del invierno. Temí
/gastarme en pueblos que no amaba, despertados al pasar
/por los trenes. EN EL ANTIGUO BARRIO DE LAS PUTAS Deben estar secando sus cabellos al sol
las putas de antes que continúen vivas.
Alrededor del cuello una toalla húmeda,
algunos pétalos en el cubo de agua,
sus cabezas de reina vencida mirando un gorrión. El gorrión busca semillas de arroz regadas en el suelo.
Qué capricho de pájaro no tendrá la memoria
que salva un grano y una noche y un hombre
de tantos hombres y noches como fueron. Con amarillas uñas de ave las mujeres
abren mechones para que el sol llegue hasta el cráneo.
Las putas de antes qué tristeza cómo preparan a esta hora
su arroz, su huevo frito, su plátano maduro en la manteca. En el antiguo barrio de las putas sobrecoge el cansancio.
Lo que procuran despertar tantos libros, tantos retratos de familia,
algo nombrable con espesor, hondura, y que la vida humana tiene,
se encuentra aquí.
Cansancio de ver fotos de cabezas agrupadas:
celebraciones, ritos, condenas, multitudes, vagones atestados.
En el barrio de los gestos repetidos el aire lleva tantas capas
como un pastel de hojaldre.
Las superposiciones, el hacinamiento
de una generación sobre las anteriores,
el humus de los hombres, se siente como un peso.
Puede hablarse como en ningún otro lugar de lo hondo del pasado.
ASIENTO EN LAS RUINAS Madrugadas en vilo de mil novecientos ochenta y ocho donde
/acalladas mil vísceras remotas tomóme la memoria de
/lo muerto, memoria de la familia vertical creciente.
¿Adónde iba mi infancia, dónde estaban quienes me habían
/prometido segunda corona¡ Lo que el deseo no persiga,
/lo que apenas intenten las palabras.
Madrugadas en que escribí: ¿Es necesario que yo
/escriba en verso para apartarme del resto
/de los hombres? (Lautréamont).
Soplaba el viento de los manicomios, ¿dónde estaban quienes
/me habían prometido segunda corona. Lo que el deseo
/no persiga, lo que apenas intenten las palabras.
¿Es necesario apartarme de los hombres para escribir en verso?
Madrugadas en vilo de mil novecientos ochenta y ocho con tu
/cabeza en mis manos. Olía a bosque, nos maldecía un
/pájaro, era el fin de la tierra.
Cuántos paseos que haríanme más sabio, cuánta luz, árbol,
/agua, lo que una voz más justa llama vida, ardió
/entonces para este entendimiento: qué triste entre las
/manos, como falsa plata que no morderé, la cabeza de
/quien amaba. CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN. LIBRO IX, CAPÍTULO X Largo rato hemos estado en la ventana:
a la ventana en que clarea el puerto de Ostia.
Nombre de cristiandad y de molusco.
Mi madre y yo asomados.
Hubiese visto quien entrase
dos figuras como de confidentes;
moraba entre nosotros la mansedumbre de la tierra
luego de la tormenta. Nubes atravesando cielo y una estanque de aguas,
abiertos pájaros hacia otra inmensidad
apurando sus gritos:
hablamos de lo venidero.
Los pájaros que ciegos notarios de la sangre
nos hacen imaginar que somos otros.
Otras vidas viviendo
lejos de la ciudad y de las playas. Pronunciábamos algo, nos callamos adentro.
Despertamos a la inutilidad de los discursos
donde la palabra suena para ser oída,
principia y acaba. LA SILLA EN ESCAPADA En la silla dejamos nuestras ropas
y la silla escapó.
La doncella de hilo y el herrero sin cuerpo escapaban.
El techo estalló en nubes,
las paredes se hicieron fugitivos rebaños cardinales:
humo en el norte, nieve del este, ceniza al sur,
negrura hacia el ocaso. Buscamos nuestras ropas -la doncella, el herrero-
en los bosques metálicos donde los grillos lijan. Un animal con voz los había visto:
él celebraba su pelo inexistente,
ella en respuesta besaba sus tatuajes.
Volvieron las paredes,
se posó el techo,
regresaba la silla,
nada de los amantes.
Fueron tela huidiza que el río se lleva,
fueron manga en el aire. CANCIÓN Pasé un verano entero escuchando ese disco.
Para que la emoción no se le fuera
lo escuchaba una vez cada día.
Si me quedaba hambriento salía a caminar. A su manera la luz cantaba esa canción,
la cantó el mar, la dijo
un pájaro.
Lo pensé en un momento:
todo me está pasando para que me enamore. Luego se fue el verano.
El pájaro
más seco que la rama
no volvió a abrir el pico.
DISCURSOS DEL DÍA DEL JUICIO
Yo, un oscuro cartero pedaleando, siento que así sucede. Hoy Día del Juicio se va a acabar el tiempo. Pedaleo por las ciudades, salgo al campo entro en los pueblos de una sola calle y estos seres que dejan sus sopas para abrirme las puertas ponen la misma cara en todas partes. Los que se salvan, los que se hunden tiene el mismo rostro de adiós a todo esto.
Estábamos tan bien, dicen, con esta sopa de lunes martes miércoles y viernes tan bien con nuestros perros orinando en el piso con el trabajo que abandonaríamos la próxima semana, que nos apena recibir esta noticia. Así que este es el Día Final aparentemente como los otros un día lluvioso en uno de los meses de lluvia que trae el año. En adelante no habrá días de invierno ni tardes de verano ni noche oscura bajo las estrellas. Un año más y seríamos dioses.
Había de ser domingo y que lloviese. Todos los ángeles nos ven salir con nuestras capas se mueven en sus sillas, sonríen: pobres los hombres tratando de acabar limpios de fango secos de lluvia, alcanzando a un cartero para contarle que se ha equivocado: no son culpables, no son santos.
Hoy es un día en una estación en que abundan las lluvias se enfría la sopa los perros pelean con los gatos, mañana tiene que ser un día más.
FRANK ABEL DOPICO (Villa Clara, 1964)
Poeta, actor y director de teatro. Obra poética: El correo de la noche (1989), Algunas elegías por Huck Finn (1989), Expediente del asesino (1991), Las islas del aire (1999) y El país de los caballos ciegos (2005).
LA BOTELLA EN EL MAR (Mensaje).
Escucha: es por la flauta del encantador que esas cortinas se humedecen de pájaros. Es para que el árbol vuele. Es por la flauta del encantador que los pájaros buscan en el aire su árbol invisible. Es que el tesoro asoma la cabeza y en algún sitio un muerto se desmaya. En cualquier tejado la serpiente hipnotiza al cielo. Sí, la muchacha escapa desnuda en una alfombra. Es por la flauta del encantador. Por eso los novios se besan, amarillos. La luz con su danza rubia. Y los novios. Alguien trota y se despierta en la ventana. Alguien ha descubierto que a los novios les silba una mano, que les estalla una ciudad entre las sombras. Es por la flauta del encantador. .Quién trae el aviso que los peces salen a escuchar, a pedir alguna noticia del trueno, pez castigado. Quién sueña en la montaña completamente roto y ve a la muchacha de la alfombra y disminuida, temblando. .Detrás de la cerca un animal cuenta la lluvia. Ahí viene el sonido como un dueño y la luz saca su rubio corazón. Los novios sin saberlo cantan, las piedras sin saberlo sueñan. .Escucha: es por la flauta del encantador. Por ella las nubes dan un paso abajo y la serpiente las mira hipnotizada. Es el aletear de un niño que ha cazado un pichón. Es el silencio doble. Es por la flauta del encantador. Es porque la flauta traduce los espejos. Escucha: los novios se han quitado la ropa, qué descuido, quién los va a perdonar.
APUNTES DE GULLIVER
A Miguel Barnet y a Pedro de la Hoz.
Crecieron los enanos que huían de las flores. Creció un arbusto seco tan alto que sostuvo el peso de los cielos. Creció Yudith aunque sigue escuchando a las hormigas. Creció el perro blanco a pesar de las piedras y los palos. Creció el brazo derecho a pesar del brazo izquierdo y a pesar de los escalofríos y las playas. Creció la tormenta. Sin lluvia. Crecieron los mapas y los diccionarios a pesar de las barricadas del reloj. Creció el príncipe pero no tiene el reinado prometido. Creció la puesta del sol. Con algunos errores, eso sí. Crecieron las muchachas de mi barrio, una a una, seno y aire. Los muchachos también, de pronto, frente a la antigua bodega y con permiso de los padres. Creció mi primer amor y mi segundo amor, el tercero y así hasta el infinito. Fulano se hizo grande, no recuerdo su nombre, pero un día me golpeó sobre los ojos. Creció mi país y salió de viaje por el mundo, como en las aventuras. Creció el cuchillo del hombre que vendía atardeceres. Creció la añoranza y ya no le sirven los vestidos. A José, el mudo, no le hizo falta crecer porque cambió el crecer por su jardín de rosas. Alguien, lejanamente, hace crecer sus sueños pintándole los labios. Crecieron los piratas, ahora el mar les parece más pequeño, los tesoros abundan. Creció la primavera, alta, pensante, con las uñas postizas. Únicamente los juguetes conservan su estatura. UNA HISTORIA DE HUMOR ANARANJADO Mi casa siempre se ha alimentado de los muertos. En épocas de angustia padre los escondía en el trinar de los rincones y los muertos se turnaban para dormir en el regazo de mi madre. Los había morados, con espejuelos, militares, mujeres… Recuerdo que su costumbre era no desayunar. Para sus sueños padre mezclaba arroz con su figura. Así transcurría la mañana junto al pozo. Yo les hablaba de Marx pero ellos devoraban el Nuevo Testamento. «Los muertos son ateos», repetía. Fue triste el caso del Doctor González. Se crucificó mientras tres enfermos lo negaban tres veces: tuvimos que bajarlo porque las niñas protestaban de sus santas palabrotas. Alguno se ocupó de inventar una máquina contra las cigüeñas. El día de probarla padre le otorgó grado científico post mortem. Sin embargo mi casa era la miniatura que alguien confundiría con las vicarias. Como en todos los buenos poemas aquí también hay muertos que son malos. Madre ordenó construir una celda en el fondo del patio y veinte veces tuvimos que agrandarla. Dos fueron presos por la golosina de los muslos de mi prima. Otros, porque siempre volteaban el espejo. Los más jóvenes de los muertos delincuentes fueron encarcelados por vestirse de vivos ante la mismísima cara de mi padre. Había un muerto homosexual, le decían la princesita del Himalaya y tenía la voz tan dulce como la silla de algunos funcionarios de Cultura. Yo me enamoré de Matilde, treinta años, divorciada, que murió de espaldas y sin ponerse el vestido. Llegó desnuda, contra su propia voluntad y con telarañas le cubrí los pechos y me contó que la muerte es una sustancia, casi un purgante. Para que no la viera desnuda me zurció los ojos con su propia voluntad. «Eres tan pequeño, dijo, tan de una sola altura, que tendrás vértigo de mí.»para que me amara yo le traía viento virgen, cazaba jazmines con mi tirapiedras o la invitaba al río que hay debajo de mi casa. Una noche convino a mis deseos, estabas muy sola, quiero decir, muy muerta. Con Matilde conocí que a los muertos les gustan los números pares. .También le gustaba oírme: «Qué Pálida estás, amor.»Mi madre prohibía estas relaciones porque los muertos no tienen posición social. Yo la comprendía: Madre pasó hambre en el Capitalismo. Pero Matilde y yo duramos dos años día y noche hasta que la vi besarse con González. «Las muertas son infieles», lloré. .Cierta madrugada, 4 de junio de 1978, se apareció el mejor de los muertos por la puerta. Canoso, seis pies de eslora. Habló: «Conmigo traigo dos siglos y la propiedad de la casa.»Mi padre expuso sus manos: «¿Eres Jiménez?» «Sí», le contestó el canoso. Mi padre volvió a exponer sus manos: «Te pagaré la casa.» Muerto a muerto, constantes y sonantes, mi padre pagó el precio de la casa mientras la luna ejercía su misterioso oficio de Doctora en Derecho. EL DIOS MOJADO
con Mirko Lauer
Cada vez que tendemos a bajar al jardín perdidamente hijos, más que hijos, extraviados y la caricatura del dios mojada en la camisa y el diablo del regreso por el trébol, ante la verja, ante el hombre de ayer, el de hasta cuando, y el diablo del que llega con abejas al seco mediodía zumbando la canción que espumarea entre las cejas de la madre. La canción: aseméjate a un barco, timba y vuela, aseméjate al sol que hace venados. Venado, sáltame y di que soy peor que tu lenguaje… Y la canción no sirve, ya no la ves clásicamente niña. .Cuando bajamos al jardín a escondidas de nosotros mismos, sin provisiones para no quedarnos sujetos al caballo de madera –quizás por una rama- y vemos qué limpio se ha guardado, qué dibujos tan dóciles sostienen a las hierbas y vemos que uno es una mancha, que hemos pisado la cola de alguna canción distraída que toma sueño en las hojas, en el aire duende, mi amigo el duende. La canción: yo soy el dueño del gato, dueño absoluto de la luz que como un naipe adivina las piedras… y la canción no sirve, ya no la ves clásicamente niña. .Qué trueno baja entonces, qué relámpago se nos desprende y grita: antes hacías la guerra como ahora el amor, jugabas a ser rey, eras el dueño del gato, eras el dueño. .Uno sale extraviado, cierra la verja y esconde los tesoros. Uno ya no es la mancha, es un golpe azul contra la calle. .Escucha la nueva canción, la canción que viene de las chimeneas, de los tejados, de los vidrios. .When I close my eyes only for a moment and the moment´s gone…y la canción no sirve, ya no la ves clásicamente niña.
TANGO A FAVOR DE LAS PUTAS En resumen, tú eres el inicio y las palabras llegaron después, en un poema arrancado de la niebla. Sentir o estar, eso fue todo y fue el semen como la luz, piadoso. Los golpes en los pechos, la respiración enemiga de los pechos, el ojo burlón de las iglesias. Estábamos en un sitio adonde el viento se había llevado volando mi cabeza y el mismo viento se habías llevado volando una de tus manos. Eran las nueve de la noche y de pronto ya eran las seis de la mañana. En un abrir y cerrar de ojos cambiamos tú y yo y el aceite de la noche y los espantapájaros que fuimos, poco a poco, saliendo del sembrado, espantando las aves que no llegaron nunca. Tú y yo dos palos quienes perdieron la mano y la cabeza palmo a palmo moviendo la mano y la cabeza, con quince centavos en el bolsillo izquierdo, con una habitación en la mano y otra en la cabeza, tirados como hierbas cortadas, confundiendo uno en el otro a miles de personas, como rostros sucesivos, como piedras de íntima explosión. Érase un escándalo público a las dos de la mañana y el público eras tú o yo según tocara, según tú encima y tenías veinte años o seis meses o no habías nacido y érase que entonces brotabas de mis piernas, yo, hombre paridor, me tragaba tus huesos de ciruela y también retrocedía por los años, oh, puta de estilo, qué bien eras mi madre pariéndome en espejos, qué bien eras mi doble entre la hierba, cómo nacimos tanto de tanta muerte cursi. Éramos solamente un par de espantapájaros que parecíamos personas mirados desde el cielo, un par de cielos truncos remendando su velamen, un par de cocodrilos… .Entonces nos pasó el pito de los trenes por encima, El alba ponía su huevo lentísimo en los parques, quedamos listos, exprimidos de ambos, pegados como campanas adentro de campanas, con un sonido que eras tú en busca de tu mano y yo en busca de los pies de mi cabeza. Habíamos muerto los dos. Habíamos cumplido un deber ciudadano. Nos enterramos entre la gente para volver a ser una mano y una cabeza más entre la gente. .Ahora, de verdad, pienso que no eras una puta. Creo en la inocencia de encontrarse apenas una vez, que bastan una noche y una vez para saber cuándo estamos solos en un pozo, acostumbrados a comernos el hueso de la noche. Y no puedo dejar de recordarte siempre que el viento se lleva volando mi cabeza. Acaso yo te he visto o tú me has visto pero sabemos que hicimos el pacto de morir. No hay un nombre siquiera, ni un centavo de nombre. Pero horribles aquellos que no dejan que el viento les lleve volando la mano o la cabeza. . .«AQUÍ DESFALLECIÓ EL CORAZÓN DE UN CAUTIVO».
"Es nuestra piel, su breve dinastía cruza por la noche. En la piel del oído estamos juntos por el viento, en los altos balcones estamos juntos, yo recordando las uvas de tu pelo y el recuerdo devorando las uvas de tu pelo. Las noches en que hablamos cosas sin sentido y apagamos lámparas y nunca juntos fuimos contra un árbol ni contra una pared ni contra el cielo, a ninguno nos temblaba la piel ni recogimos caracoles en los ojos del otro. Jamás vino la palabra, la palabra puma, tigre, rosa de los vientos, la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja, jamás nació un violín en el oído ajeno. Tú quedabas en tu pulpa, en la sustancia verde de los amaneceres, el corazón como un otoño limpio oía caer las hojas de otro otoño, y quedabas trémula, luego perdías el color, el olor, el nombre, te quedabas en la hoja incolora que los barredores del otoño acumulan en ciertas almas grises. Yo te oía gotear en el silencio, caminarte a ti misma con un fósforo encendido, entrar en los pueblos callados donde la neblina gobierna a las palomas y los hombres son aprendices de los hombres, trapecistas de un mundo que se inicia. Yo escuché a tu reloj decir que era tu piel, allá lejos, donde la espuma del invierno se muere sobre el muro y los ciervos del tiempo beben espuma muerta para fecundar el hambre de las ciervas. Yo escuché a la luz decir que era tu vientre, me saltaba la luz entre las manos, la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la Tierra como una semilla lanzada a qué Universo; yo te sabía nerviosa, te sabía Margarita Gautier y rompía las páginas del libro para después hacerlo con tiros de memoria con la luz que da en el charco una ventana abierta, un vientre luminoso reflejándose a lo largo de los ríos y la palabra puma, tigre, rosa de los vientos, la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja, la palabra perdiéndose en un extraño oído a la deriva de lo que somos y olvidamos…" CASA DE ROJO
El día que me quieras tendrá más luz que junio. Amado Nervo.
Del pez se hizo el árbol, del árbol el acta de nacimiento, del acta de nacimiento nació la penumbra, la penumbra tuvo por hijo a su murciélago, el murciélago chocó con los ojos de Eva, con los ojos de Eva quemaron a Juana de Arco, bajo el arco de triunfo un mendigo insultaba las estrellas, las estrellas fueron condenadas a cadena perpetua por la noche, la noche fue titulada bailarina, una bailarina dejó un zapato de cristal sobre una nube, la nube fue en busca de la tierra del Corán, en la tierra del Corán, en la tierra del Corán tú no estabas ni yo tampoco, tampoco estábamos en ninguna parte, en ninguna parte nos habíamos pronunciado ni se había escrito que tu pelo era un triángulo, simplemente dormíamos en los extremos de una isla, tus pechos hacían de centinelas, aún son los centinelas. Y se volvió al principio. El principio es el pez que procrea al árbol, y al final surge un almendro, sobre un almendro tú haces flotar mi eternidad, como un pájaro hace flotar su equilibrio ante la vista perfecta del cazador de pájaros, y el cazador falla, pobre cazador que no tendrá ni almendro ni pájaro en la cena, pobre pájaro que esta noche volará en el hambre y ahí no sabe volar. Entonces el pájaro viscoso deja abiertas las compuertas de su pecho, derrama canto y sangre y vuelo sobre el árbol, el cazador entiende, su hambre corta el árbol, camina cien lunas a través de su hambre, árbol encima, hasta que muere siendo un árbol rojo, una casa de rojo en el camino, una casa que canta y vuela según quieras, canta casa, vuela casa, y yo flotando encima con mi acta de nacimiento, con mi ser por duplicado, sobre una casa de rojo que puede ser tu corazón, que puede ser mi corazón, con un guardián corrupto que deja salir sangre y entrar huellas pero que no deja que duerma sobre el techo. Lo soborno y dice que es tú corazón, que no es el mío, me aconseja matar la eternidad de un garrotazo. Pero esa casa de rojo es mi corazón, yo soy hijo del pájaro muerto por el pájaro y tu eres la hija del cazador de pájaros. Mi cigüeña fue lista, es la famosa cigüeña que nunca se equivoca y me ordenó entrar al corazón por esa boca, a la casa de rojo, a la casa de rojo voy a entrar por esa boca, como del pez se hizo el árbol y yo me llamo pez y penumbra y murciélago y son los ojos de Eva que me incendian. Bajo el arco de triunfo de la puerta voy a pasar hoy mismo, esta noche será que por fin me pondré mi corazón y mi casa de rojo será mía y tuya una mitad y será un zapato de sangre para dos, un corazón de agua para dos, porque del pez se hizo el árbol, del árbol el acta de nacimiento, del acta de nacimiento nació la penumbra y no pararé, no pararé, aunque las estrellas envíen los pájaros fatales contra el techo, aunque muertos de hambre veamos descender un pájaro viscoso, aunque la historia no te parezca larga. Aunque la historia no te parezca larga.
LA INSURRECCION SOLITARIA
A Carlos Martínez Rivas, poeta nicaragüense
Tu muerte de tres días, tu despiadada costumbre de morir. Debajo de ti el entusiasta venado se come las letras de tu nombre. Solo en la muerte puedes esconder el desamor, hundirte tres días a mirar como las manos siguen haciendo ese raro ejercicio de vivir. Tan bueno como es tener un garfio, una pata de palo, una bandera negra. Echarse arena en los ojos, una princesa al agua, icen las velas. Y el barco que se haga el inocente. Un puerto que vendrá. Luego otro puerto, luego un combate en el mar, un abordaje sin tregua en un hotel; también mearse en la estatua de un león. Eres el héroe pero si descuidas un poco el amuleto la buena suerte no estará en paz con tus estrellas. .Y más tarde decides ser un mago. Convertirías al primer hijo de puta en un conejo y al segundo hijo de puta en una zanahoria (el tercer hijo vendría a ser poeta). Mago al fin entrarías invisible por la voz de tu amada, a maravilla y truco ella sufrirá las miles de explosiones del amor, la mitad de caníbal del que ama. Pero después la azotarías por no haberte amado antes, la pondrás a pan y miel mientras el verano golpea las flores con su diestra. .Al otro día decides ser el que debiste. Ese hombre delgado, el más furioso de los hombres que buscan en el sol una manzana hereje que siempre está llegando. Pones en orden el mejor de los túneles, sacas la cabeza, despacio, el cuerpo, ese cuerpo que te dieron aprisa y con misterio. Un hombre más está en la calle, cuidado, su alma es una granada, cuidado, se dice un Beatle, un arquero, un resurrecto, uno que viene a decidir su vida y su muerte en un segundo. Déjenlo pasar, es peligroso, soñó. EL CORREO DE LA NOCHE
Mis piernas van tras el correo de la noche. Un enemigo tiende su mano miserable, ayuda mi carrera, luego me hace polvo con su mano apagada. Las casas huyen grises y una estrella abandona su casa de la noche y anda con sus bártulos a cuestas. Una estrella vuelve a su casa de la noche y anda por el jardín, medio dormida. El ciudadano que soy va tras su noticia. Apedreando al que fui. Quiero saber cómo está Mayra, qué le hablan sus ojos al recuerdo. El correo de la noche atraviesa edificios, irrumpe en plazas moribundas. Sus remos son caballos silvestres como los ojos de Mayra. Alguien cruza mordisqueando sus dedos. Alguien (y una carta) entró en la oscuridad. Pasan los novios, humeantes cuerpos, y el reloj se clava sus agujas. A dos cuadras de mí el anciano espera que esté completo su rebaño. Un hombre esconde el espejo donde se va a mirar mañana. Mis piernas siguen los ecos de la noche. Soy un bufón, esquivo ese color dulce de la primavera porque dentro llevo los charcos de su lluvia y puedo florecer, y es indiscreto florecer, uno tan noble, tan bueno que es uno así de solo, con mi tierno diablo y mi dios tan solo y pobrecito. Quiero poner la vida como trampa, criar conmigo al rey que nunca seré, a los reyes sonámbulos, los que con cielo y pan hacen el amor sin manifiestos. Busco una noticia, busco el puente que hicieron los héroes para mí, y siempre está más lejos, está en el mismo sitio de los héroes, debo hacer algo más que comerme estas naranjas, debo inventar un flamboyán o algo amenazante, el puente me espera, nos espera, tantas flores mediocres aplastan los caballos que el correo va lento, los caballos sangran pero yo los aplaudo. Los caballos resbalan, rehenes de la luna, dejan su lamido triste en mi pupila. El correo de la noche puede ser asaltado pero va con cicatrices que recuerdan al sol. En un lugar de mi vida hay un revólver. O´CLOCK Hombres que nada hacéis a las doce de la noche: mirad qué largo puente nacarado les cruza por encima, oíd los gritos celestiales del naranjo, esta es la noche donde nada perderán si apuestan su sangre a un caracol. Salid a pensar: es de día en el pelo de las novias, abrid ventanas y cededle el paso a la selva que ocultáis. El agua en persona hace el rito de parecerse a tu desnudo, no le neguéis que es buena y adulta, jamás negarle su caballo estaño. Hombre: sabed que ahora los monos se asoman con envidia a la ciudad.
HERIBERTO HERNÁNDEZ MEDINA (Camajuaní, Villa Clara, 1964)
Poeta y crítico de arte. Obra poética: Poemas (1991), Discurso en la Montaña de los Muertos (1994), La Patria del Espejo (1994), Los Frutos del Vacío (1997, 2006), Verdades como templos (2008), Los Frutos del Vacío (2008), Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno (2009).
LAS SUCESIVAS PUERTAS, EL FRÁGIL AIRE ETERNO quaestio disputata
¿Por dónde va el camino a la habitación de la luz? JOB 38.19
Vuelto hacia el mar que la verdad propone, hacia el tiempo vulgar en que adolece, combada el alma, su mortal sosiego, embarga del recuerdo el arco efímero de trascendida historia a cruel halago. No basta el infinito mar de oscuros espejos y armas nobles que hundir en sal pudiera las islas del recuerdo, las sombras y los libros. Es frente al mar que el hombre del ocio al singular clamor del agua renaciendo negará el turbio círculo, equívoco, en oro renovado. Imagen y hombre, en ambos dividido cual cuerpo y alma o páramo y silencio, a un largo viaje apresta el hombre otro, que ha partido en silencio hacia su imagen, la imagen triste que a lamentarse de sus armas vuelve..
I
del tiempo no podremos en la corriente inmensa anclar alguna vez? ALPHONSE LAMARTINE
No es este ni será este mi cuerpo cuando haya amanecido, en él podré rendirme, objeto de la duda. En la primera puerta hemos de entrar desnudos, es la puerta del polvo, hacia el polvo que atesora los grises objetos del recuerdo, los recuerdos mortales de nuestros magros bienes. Cuán desolados, oscuros los patios arbolados en que a la luz colmamos de palabras y elogios la vid de los sentidos. No es éste ni serán estas las aguas que han de purificarle, es sólo el tiempo en agua diluido, aguas para el aseo y la sed más amarga, sed de las fiebres y las ambiciones. Arrastra, agua sórdida y lenta, los paseos oscuros al borde de la nada, los más bellos objetos; destruye, anega en el silencio las maderas del ocio, las cartas, las palabras. Hemos sembrado el placer y el dolor, sus sutiles ramillas, sus sombras que apenas podemos distinguir, hemos recogido sus frutos y nadie podrá decir que hemos comido de este o aquel con más fruición. Las paredes, las lozas pulidas y húmedas del piso, nada hay más parecido al vacío discurso borrado por la ausencia. Aguas del desastre, habéis dejado los muros desnudos de todo lo superfluo, carne de los recuerdos, débil como la carne de la historia en los labios. Cartas desde la ausencia hacia la ausencia, de ese no estar sin odio al rencor destronado del cuerpo que eterniza su reinado fatal, su perfección de máquina signada por lo innoble. Hemos recogido los frutos, hemos comido de unos y de otros y estamos satisfechos.
II
A mí una pobrecilla mesa, de amable paz bien abastada me baste. FRAY LUIS DE LEÓN
Nada alimenta el alma más que el fruto lejano, sin puertas, sin almenas, en el abierto espacio el fruto recobrado que la razón no advierte. De estas mieles no guarda en cántaros para el invierno el hombre, que es el invierno eterno la ciudad de sus triunfos; no agota en ellas su sed. Al fuego, al calor del fuego en el hogar se olvida todo acto, el fuego en las praderas del alma más que en el alimento o en la muerte. No importa si destruye o eterniza, hemos de renunciar incluso a las cenizas, a los mantos que cubren el cuerpo y la memoria, que no ha de ser el hombre más que el árbol, su sombra, más que la bestia, su noble o ruin existencia. Qué atesorar si todo se deshace, si los muros no tienen más un fin duradero, si el fuego, la ardua llama ha destruido incluso las palabras, el vino sosegado como la luz en los antiguos libros. Carne de la duda, ved los recuerdos, podéis edificar sobre ellos murallas y bastiones, una ciudad inexpugnable en que los hombres canten elogios al vacío. Sangre turbia en que la duda se renueva, no basta la renuncia, mirar a la raíz sin escuchar al pájaro que canta entre las ramas; el canto está en lo alto, sin plumaje ni gloria, en los prados distantes en que el hombre no funda. Despojados de todo, cegado el ojo y muertos los sentidos, queda el silencio, su sustancia breve, su armonía de páramo en la ciudad en que la luz no miente. III
Los retratos de grandes hombres y mil títulos diversos GUILLAUME APOLLINAIRE
Son éstas las cartas de mis antepasados, en una de estas fotos pudiera estar si el tiempo no guardase su orden irreversible, su vocación de mayordomo cegado por el polvo Es este el pedazo de historia que es carne de mi carne. Son estas parcelas que la bondad y la maldad disponen para el fruto jugoso o el miserable fruto, estos los libros de asiento, los tristes registros, su olor a carne muerta, papel o carne frágil de las genealogías y de las heredades. ¿Qué hacer, qué cimentar que fuere duradero, perdurable, sobre la frágil identidad del polvo? Quien una vez destruye, destruirá dos veces y más, quien funda, aún sobre el polvo, nada más ha de hacer, será tan sólo un reflejo del sol sobre los mármoles. Tras la puerta segunda, resguardo de otros muros que no agreden siquiera las aguas, pasea la historia sus verdades, eternas verdades, enormes verdades, como la mejor mentira o el más extenso olvido. Estos, los cetros y los títulos, los símbolos y honores, materia sacra del árbol de los héroes, sabia de los orígenes y del fin de la duda; beber en ella y hacer en silencio amargas y eternas abluciones no basta, pudiera bastar para escribir dudosos libros, cálidas crónicas que adornen los labrados archivos, noble madera. Cante el ave en lo alto, sople aún el viento, madure el fruto en los labios, el fruto simple, néctar, no del recuerdo, tras la siesta indolente.
IV
Otros, estimando que es poderoso el sumo bien, o procuran de reinar, o privar con los que reinan. E los que tienen la fama por el bien mayor que todos, procuran, en paz o en guerra, de hacerse gloriosos. ANICIO MANLIO SEVERINO BOECIO
Desvaríos del alma, dos hambres como dos fieras a ambos lados de las puertas del ocio, dos escaleras, ambas conducen hacia sitios diversos y en ellas nunca contestareis dos veces la misma interrogante. Allí los bloques de piedra recién cortados, los escapelinos graban y pulen los nombres, tantos que no podrías siquiera imaginarlo. Buscarán vuestro nombre entre las lozas grabadas, lo buscarán aún si lo queréis tan sólo para verlo. Acá están los nombres de los que ya nadie se recuerda, los aprendices pulirán las lozas por el reverso para enchapar los edificios públicos, los palacios en que agonizan el poder y la gloria. En tanto, puedes recordar el sitio donde pudiste ser un hombre simple, un natural hombre con los frutos de su cuerpo y su alma dados a todas las bondades, aún a las más condenables. Os habéis sumado a la partida de caza, cierto entusiasmo por los espacios abiertos, por la brisa y el ejercicio simple de obtener el alimento con vuestras propias manos; puedes ahora olvidarlo, hay una forma de permanecer en el estar ausente, una especie de soledad en la que la luz nada puede ocultar. . El alimento que no has probado siquiera ordena sus olores, sus sutilezas nada memorables, en la mesa de aguardar la más extensa oscuridad, el espacio de reconciliación en que la noche funda. No has reparado en los discursos en que la nada clama por un sitio en cierto modo iluminado, un doblez en vuestra alma en que maduren los frutos cualquiera que estos sean, un doblez al que se pueda acceder desde una u otra escalera para encender el fuego. Las llamas con que el poder se nos ofrece cálido o se extiende en suaves y perfumados lienzos sobre las cenizas. Las llamas en que la gloria teje largos elogios, salutaciones, o deshila, con el cuidado de un copista que desvirtúa el patrimonio de ciertos manuscritos, el tapiz que cubre los viejos muebles de vuestra idolatría. Podéis quedaros, cuando anochezca regresarás cargado de los olores que pueblan la floresta, olores de otra sustancia, y pudieras encontrarte de algún modo perdido. V
Ma faim qui d'aucuns fruits ici ne se re'gale Trouve en leur docte manque une saveur égale STÉPHANE MALLARMÉ
Es la tercera puerta, no pudieras decir si te impide marcharte o te invita a pasar de un modo amable. Te guarda de lo eterno, no pudieras decirlo. Fuera, si aceptas que has entrado, que es este un sitio otro que algo simple define, hay palabras que debes olvidar, libros en los que pesa siempre más el vacío. Te guarda de lo efímero, ¿Cómo explicarlo? Dentro, si de algún modo rehúsas extender la mirada más allá del silencio, hay objetos que has de poner un día en sitios memorables, predicciones a las que no has de dar crédito alguno. De un lado u otro, los comercios abrirán sus puertas, los barcos partirán perdidos en el crédito de las aguas más turbias y el té será servido y el pan será cortado y se lavarán los pañuelos como suelen borrarse ciertas deudas. En la mesa o el lecho, que una u otra palabra ambas nombrar pudieran, se reúnen las bestias, es su reino, rescribirán las leyes que el hombre ya ha olvidado. Si acá está el árbol, la sombra está en el sitio en que lloran tu ausencia, en que los animales, fieros y nobles, os hacen sitio y a la vez os niegan. Puedes estar tendido bajo el árbol acá o allá en su sombra, no puedes decidirlo, no podrías mentir y estar ausente. Es la tercera puerta, siempre ha estado cerrada y a ambos lados hay siempre un hombre que sueña con marcharse y un árbol cuyos frutos maduran sólo en sueños.
VI
en el silencio horrible de la sala maldita. MAURICE ROLLINAT
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