en medio de la mar embravecida,
jugar con la ilusión y la esperanza
en esta triste noche de la vida!
Esparce su perfume la azucena
sin lastimar su cáliz delicado,
y si yo llego a descubrir mi pena
me queda el corazón despedazado.
¿Y quién soy yo? ¡Poeta vagabundo,
que vengo, como réprobo maldito,
a cantar una hora en este mundo
en presencia de Dios y lo infinito!
Vengo a pulsar el arpa un breve instante,
y en mi suerte más bella sólo espero,
encontrar mi sepulcro, como el Dante
por las sendas tal vez del extranjero.
La estrella de mi siglo se ha eclipsado
y en medio del dolor y el desconsuelo,
el lirio de la fe se ha marchitado
y no hay escala que conduzca al cielo.
Van los pueblos a orar al templo santo,
y llevan una lámpara mezquina,
y el Cristo allí sobre la Cruz en tanto
abre los brazos y la frente inclina.
Voluptuoso el amor en sus placeres
no busca mirtos ni laurel aguarda,
y cubren con un velo las mujeres
el ángel adormido de su guarda.
Tengo el alma, ¡Señor!, adolorida
por unas penas que no tienen nombres,
y no me culpes, no, porque te pida
otra patria, otro siglo y otros hombres;
que aquella edad con que soñé no asoma;
con mi país de promisión no acierto;
mis tiempos son los de la antigua Roma,
y mis hermanos con la Grecia han muerto.
TRISTÁN DE JESÚS MEDINA
(Bayamo, 1833- Madrid, 1866)
Obra poética: Himno al Dios de la Armonía para las fiestas de santa Cecilia, patrona de la Música (1855).
PRIMERA FALTA
Este cartel, jurando afecto innoble,
aun niño, sin tener de aquello idea,
copié, y mi pan sirviéndome de oblea,
puse al emblema de constancia, un roble:
"Seré tu Cástor para hacerte doble,
y para hacerte fiel seré tu Eneas;
quiero además que Pylades me creas
y amante Jonatás y Pythias noble."
Por esto fui ludibrio de la gente;
rey de amor me llamaron todo un día
con befas y saludo irreverente.
Y bajo la escolar fécula impía
pedí el perdón como Jesús paciente:
"¡Por qué ignoraba, Padre, lo que hacía!"
MI BELLO IDEAL
En lo oscuro de un bosque suavemente
por el invierno un manantial suspira,
con tan humana voz, que miedo inspira
a los que huyen de una voz doliente.
Pero en las siestas del verano ardiente
a alguno atrae con modular de lira,
que va sediento, bebe y se retira
sin dar mi nombre a la fugaz corriente…
Dejo al magno sus pompas, su desvelo
rico de luz al sabio más profundo
llorar y orar como el arroyo anhelo;
Del llanto hacer canción que al sitibundo
atraiga, y de mi amiga en triste duelo
templar la sed sin que lo sepa el mundo.
IV
Y amigos tuve como antorchas cuenta
la noche; nadie me llamó enemigo,
ni el que llorando me negó un abrigo,
ni el que risueño mi dolor lamenta.
Póllux me dice quien al mal me tienta,
Acate es contra mí falaz testigo,
las furias de mi Orestes son conmigo,
David me pone en cruz, Damon en venta.
¡Ay…! os perdono en fratricida engaño,
si una verdad me declaráis sinceros:
¿existe el tipo de nobleza extraño
de quien robasteis semejanza y fueros?…
Amigos mentirosos en mi daño,
¿hay en el mundo amigos verdaderos?
NOCHE REVELADORA
A mi amigo D.E. de Olavaria
Juzgué de niño lo más claro el día;
un sol naciente mis encantos era,
pues antes que el crepúsculo viniera
rápido siempre el sueño me vencía.
¡Qué asombro luego cuando el alma mía
la noche contempló por vez primera,
y más profunda la celeste esfera
multiplicando soles a porfía…!
Desde entonces no es ley lo que me exalta,
en todo amor, la claridad que vierte,
y así la presentida que le falta.
Y sólo a medias puedo yo quererte,
vida incompleta sin tu luz más alta,
la fulgurante noche de la muerte.
LUISA PÉREZ DE ZAMBRANA
(Finca Melgarejo, El Cobre,1835?-Regla, Habana, 1922)
Obra poética: Poesías,1856; Poesías, 1860; Elegías familiares, 1957; Poesías completas (1953-1918), 1957.
LA MELANCOLIA Yo soy la virgen que en el bosque vaga al reflejo doliente de la luna, callada y melancólica, como una
poética visión.
Yo soy la virgen que en el rostro lleva
la sombra de un pesar indefinible;
yo soy la virgen pálida y sensible
que siempre amó el dolor.
Yo soy la que en un tronco solitario,
reclino, triste, la cansada frente,
y dejo sosegada y libremente
mis lágrimas rodar.
Soy la que de un lucero, al brillo puro,
con las manos cruzadas sobre el seno,
me paro a contemplar del mar sereno
la triste majestad.
Yo soy el ángel que contempla inmóvil
en el cristal del lago, su quebranto,
y en el agua, las gotas de su llanto
móvil onda formar.
Yo soy la aparición blanca y etérea
que a la montaña silenciosa sube,
y allí, bajo las alas de una nube,
se sienta a sollozar.
Yo soy la celestial "Melancolía",
que llevo siempre en mis facciones ellas
de las tibias y cándidas estrellas
la dulce palidez.
Y que anhelo sentada en los sepulcros,
sentir, el suave rayo de la luna,
las perlas de la noche, una por una,
en mi frente caer.
Y doblando mi rostro de azucena,
en un desmayo blando y halagüeño,
cerrar los ojos al eterno sueño,
tranquila y sin pesar.
Y apoyada en un árbol la cabeza,
a su sombra sentada, blanca y fría,
que me encuentren sonriendo todavía
mas ya sin respirar.
LA VUELTA AL BOSQUE
Después de la muerte de mi esposo
«Vuelves por fin, ¡Oh dulce desterrada!,
Con tu lira y tus sueños,
Y la fuente plateada
Con bullicioso júbilo te nombra,
Y te besan los céfiros risueños
Bajo mi undoso pabellón de sombra».
Así, al verme, dulcísimo gemía
El bosque de mis dichas confidente;
¡Oh bosque! ¡oh bosque!, sollocé sombría,
Mira esta mustia frente,
Y el triste acento dolorido sella,
Siglos de llanto ardiente
Y oscuridad de muerte traigo en ella.
Mira esta mano pura
¡Ay! que ayer ostentó, resplandeciendo,
El cáliz del amor y la ventura,
Hoy viene sobre el seno comprimiendo
Una herida mortal… ¡Bosque querido!
¡Tétricas hojas! ¡lago solitario!
¡Estrella que en el cielo oscurecido
Rutilas como un cirio funerario!
¡Lúgubres brisas y desierta alfombra!
Alzad eterno y funeral gemido,
Que el mirto de mi amor estremecido
Cerró su flor y se cubrió de sombra!
Sobre la frente pálida y querida
Que el genio coronaba esplendoroso,
Y la virtud con su inefable calma,
Sobre la frente ¡Oh Dios! del dulce esposo,
Ídolo de mi alma,
Y altar de humanidad y de dulzura,
Alzó la muerte oscura
La pavorosa noche de sus alas;
Y cual la tierna alondra que en su vuelo,
Atraviesan las balas
Y expirante y herida
Baja, bañada en sangre desde el cielo,
Y queda yerta y rígida en el suelo
Con el ala extendida,
Así mi corazón de espanto frío
Quedó al golpe ¡Dios mío!
Que mi vida quebró de eterno duelo.
Cuando volvió a la luz el alma inerte,
La tierra, la montaña, el mar, el cielo,
No eran más que el sudario de la muerte.
¡Oh bosque! ¡oh caro bosque! todavía
De este dolor la tempestad sombría
Ruge en mi corazón estremecido
Y gira el pensamiento desolado
Como un astro eclipsado
Entre tinieblas lóbregas perdido.
Y aquí estoy otra vez… ¡oh qué tristeza
Me rompe el corazón…! Sola y errante
Vago en tu melancólica maleza,
Por todas partes con dolor tendiendo
El mirar vacilante;
Ya me detengo trémula, sintiendo
El próximo rumor de un paso amante;
Ora hago palpitante
Ademán de silencio a bosque y prado,
Para escuchar temblando y sin aliento,
Un eco conocido que ha pasado
En las alas del viento;
Ora ¡Oh Dios! de la luna entristecida
A los rayos tranquilos,
Miro cruzar su idolatrada sombra
Por detrás de los tilos:
Y la llamo y la busco estremecida
Entre el ramaje umbrío,
En el terso cristal de la laguna,
Bajo las ramas del abeto escaso,
Mas en parte ninguna
Hallo señal ni huella de su paso.
¡Triste y gimiente río
Que los pies de estos árboles plateas!
¿Por qué no retuviste
Y en tus urnas de hielo no esculpiste
Su fugitiva imagen? ¡Aura triste
Que entre las hojas tu querella exhalas!
¿Por qué no aprisionaste en tus alas
El eco tanto tiempo no escuchado
De su adorada voz? ¡Oh bosque amado!
¡Oh gemebundo bosque! ya no pidas
Sonrisas a estos labios sin colores
Que con dolor agito:
Pues no pueden nacer hojas y flores
Sobre un tallo marchito.
Que ya en el mundo, mis inciertos ojos
Sólo ven un sepulcro que engalana
Flor macilenta con cerrado broche,
Y allí me encuentran pálida y de hinojos
Las lágrimas de luz de la mañana
Y los insomnes astros de la noche.
Otras veces aquí ¡cuán diferente
Vagué en su cariñosa compañía!
El arroyo luciente
Como un velo de luz se estremecía
Sobre la hierba humedecida y grata,
Allá el movible mar desenvolvía
Encajes brillantísimos de plata,
Y tembladoras, pálidas y bellas
En el éter azul asemejaban
Abiertos lirios de oro las estrellas.
Él con mi mano entre su mano pura
Bajo flores que alegres sonreían,
Me hablaba de sus sueños de ternura;
Mientras con movimiento dulce y blando,
Las copas de las álamos gemían
Nuestras unidas frentes sombreando.
¡Oh vida de mi vida! ¡oh caro esposo!
¡Amante tierno, incomparable amigo!
¿Dónde, dónde está el mundo
De luz y amor que respiré contigo?
¿Dónde están ¡ay! aquellas
Noches de encanto y de placer profundo
En que estudié contigo las estrellas,
O escuchamos los trinos
De las tórtolas bellas
Que cerraban las alas en los pinos?
¿Y nuestras dulces confidencias puras
En estas rocas áridas sentados?
¿Dónde están nuestras íntimas lecturas
Sobre la misma página inclinados?
¿Nuestra plática tierna
Al eco triste de la mar en calma?
¿Y dónde la dulcísima y eterna
Comunión de tu alma y de mi alma?
¡Lágrima de dolor abrasadora
Que corres por mi pálida mejilla!
Ya no hay flores ni aromas en el suelo,
Ya el ruiseñor no llora,
Ya la luna no brilla,
Y en la desierta lividez del cielo
Se borraron los astros y la aurora.
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío!
Para jamás volver; ¿adónde ¡Oh cielo!
Adónde iré sin él, por el vacío
De esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque!
Hoy todo es muerte para mí en la tierra,
En la llanura con inmenso duelo
Se elevan los cipreses desolados
Como espectros umbríos,
Las brumas en la frente de la sierra
Crespones son que pasan enlutados
Van en las nubes féretros sombríos,
El mar gimiendo azota la ribera,
Con sollozo de muerte el viento zumba,
Y es, ante mí, la creación entera
La gigantesca sombra de una tumba.
JOSÉ MARTÍ PÉREZ
(La Habana, 1853-Dos Ríos, 1895)
Obra poética: Ismaelillo (1882); Versos sencillos (1891).
YUGO Y ESTRELLA
Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
—Flor de mi seno, Homagno generoso
De mí y de la Creación suma y reflejo,
Pez que en ave y corcel y buen se torna,
Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Ésta, oh misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña,
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz, se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita,
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
La escala universal de nuevo empieza.
El que la estrella sin temor se ciñe,
Como que crea, crece!
Cuando al mundo
De su copa el licor vació ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De norte y Sur vertió su voz sagrada,—
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
Se oye que un paso más sube en la sombra!
—Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
mejor la estrella que ilumina y mata.
CARMEN
El infeliz que la manera ignore
De alzarse bien y caminar con brío
De una virgen celeste se enamore
Y arda en su pecho el esplendor del mío.
Beso, trabajo, entre sus brazos sueño,
Su hogar alzado por mi mano; envidio
Su fuerza a Dios, y vivo en él, desdeño
El torpe amor de Tíbulo y de Ovidio.
Es tan bella mi Carmen, es tan bella,
Que si el cielo la atmósfera vacía
Dejase de su luz, dice una estrella
Que en el alma de Carmen la hallaría.
Y se acerca lo humano a lo divino
Con semejanza tal cuando me besa,
Que en brazos de un espacio me reclino
Que en los confines de otro mundo cesa.
Tiene este amor las lánguidas blancuras
De un lirio de San Juan, y una insensata
Potencia de creación, que en las alturas
Mi fuerza mide y mi poder dilata.
Robusto amor, en sus entrañas lleva
El germen de la fuerza y el del fuego,
Y griego en la beldad, odia y reprueba
La veste indigna del amor del griego.
Señora el alma de la ley terrena,
Despierta, rima en noche solitaria
Estos versos de amor; versos de pena
Rimó otra vez, se irguió la pasionaria
De amor al fin; aunque la noche llegue
A cerrar en sus pétalos la vida,
No hay miedo ya de que en la sombra plegue
Su tallo audaz la pasionaria erguida.
VERSOS SENCILLOS
XLV
Sueño con claustros de mármol
Donde en silencio divino
Los héroes, de pie, reposan:
¡De noche, a la luz del alma,
Hablo con ellos: de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: las manos
De piedra les beso: abren
Los ojos de piedra: tiemblan
Las barbas de piedra: empuñan
La espada de piedra: lloran:
¡Vibra la espada en la vaina!
Mudo, les beso la mano.
Hablo con ellos, de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: lloroso
Me abrazo a un mármol: "Oh, mármol,
Dicen que beben tus hijos
Su propia sangre en las copas
Venenosas de sus dueños!
¡Que hablan la lengua podrida
De sus rufianes! Que comen
Juntos el pan del oprobio,
En la mesa ensangrentada!
Que pierden en lengua inútil
El último fuego! ¡Dicen,
Oh mármol, mármol dormido,
Que ya se ha muerto tu raza!".
Échame en tierra de un bote
El héroe que abrazo: me ase
Del cuello: barre la tierra
Con mi cabeza: levanta
El brazo, ¡el brazo le luce
Lo mismo que un sol!: resuena
La piedra: buscan el cinto
Las manos blancas: del zoclo
Saltan los hombres de mármol!
(CON UN ASTRO LA TIERRA SE ILUMINA)
Con un astro la tierra se ilumina:
Con el perfume de una flor se llenan
Los ámbitos inmensos: como vaga,
Misteriosa envoltura, una luz tenue
Naturaleza encubre,—y una imagen
Misma, del linde en que se acaba, brota
Entre el humano batallar. Silencio!
En el color, oscuridad! Enciende
El sol al pueblo bullicioso, y brilla
La blanca luz de luna! —En los ojos
La imagen va, — porque si fuera buscan
Del vaso herido la admirable esencia,
En haz de aromas a los ojos surge:—
Y si al peso del párpado obedecen,
Como flor que al plegar las alas plega
Consigo su perfume, en el solemne
Templo interior como lamento triste
La pálida figura se levanta!
Divino oficio!: el Universo entero,
Su forma sin perder, cobra la forma
De la mujer amada, y el esposo
Ausente, el cielo póstumo adivina
Por el casto dolor purificado.
ÁRBOL DE MI ALMA
Como un ave que cruza el aire claro
Siento hacia mí venir tu pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido,
Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas
Como los labios frescos de un mancebo
En su primer abrazo a una hermosura:
Cuchichean las hojas: tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas,
A la doncella de la casa rica
En preparar el tálamo ocupadas:
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo:
Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas y polvo, y derruidas
Ramas lo limpio: bruño con cuidado
Cada hoja, y los tallos: de las flores
Los gusanos y pétalo comido
Separo: oreo el césped en contorno
Y a recibirte, oh pájaro sin mancha!
Apresto el corazón enajenado!
(MIS VERSOS VAN REVUELTOS Y ENCENDIDOS)
Mis versos van revueltos y encendidos
Como mi corazón: bien es que corra
Manso el arroyo que en el fácil llano
Entre céspedes frescos se desliza:
Ay!: pero el agua que del monte viene
Arrebatada; que por hondas breñas
Baja, que la destrozan; que en sedientos
Pedregales tropieza, y entre rudos
Troncos salta en quebrados borbotones,
¿Cómo, despedazada, podrá luego
Cual lebrel de salón, jugar sumisa
En el jardín podado con las flores
O en la pecera de oro ondear alegre
Para querer de damas olorosas?
Inundará el palacio perfumado
Como profanación: se entrará fiera
Por los joyantes gabinetes, donde
Los bardos, lindos como abates, hilan
Tiernas quintillas y romances dulces
Con agua de plata en blanca seda.
Y sobre sus divanes espantadas
Las señoras, los pies de media suave
Recogerán, —en tanto el agua rota,—
Convulsa, como todo lo que expira,
Besa humilde el chapín abandonado,
Y en bruscos saltos destemplada muere!
NO, MÚSICA TENAZ, ME HABLES DEL CIELO!
No, música tenaz, me hables del cielo!
¡Es morir, es temblar, es desgarrarme
Sin compasión el pecho! Si no vivo
Donde como una flor al aire puro
Abre su cáliz verde la palmera,
Si del día penoso a casa vuelvo…
¿Casa dije? ¡No hay casa en tierra ajena!…
Roto vuelvo en pedazos encendidos!
Me recojo del suelo: alzo y amaso
Los restos de mí mismo; ávido y triste,
Como un estatuador un Cristo roto:
Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre,
¡Venid a ver, venid a ver por dentro¡
Pero tomad a que Virgilio os guíe…
Si no, estaos afuera: el fuego rueda
Por la cueva humeante: como flores
De un jardín infernal se abren las llagas:
Y boqueantes por la tierra seca
Queman los pies los escaldados leños!
¡Toda fue flor la aterradora tumba!
No, música tenaz, me hables del cielo!
PARA CECILIA GUTIÉRREZ NÁJERA Y MAILLEFERT
En la cuna sin par nació la airosa
niña de honda mirada y paso leve,
que el padre le tejió de milagrosa
música azul y clavellín de nieve.
Del sol voraz y de la cumbre andina,
con mirra nueva, el séquito de bardos
vino a regar sobre la cuna fina
olor de myosotis y luz de nardos.
A las pálidas alas del arpegio,
preso del cinto la trenzada cuna,
colgó liana sutil el bardo regio
de ópalo tenue y claridad de luna.
A las trémulas manos de la ansiosa
madre feliz, para el collar primero
vertió el bardo creador la pudorosa
perla y el iris de su ideal joyero.
De su menudo y fúlgido palacio
surgió la niña mística, cual sube,
blanca y azul, por el solemne espacio,
lleno el seno de lágrimas, la nube.
Verdes los ojos son de la hechicera
niña, y en ellos tiembla la mirada
cual onda virgen de la mar viajera
presa al pasar en concha nacarada.
Fina y severa como el arte grave,
alísea planta en la existencia apoya,
y el canto tiene y la quietud del ave,
y su mano es el hueco de una joya.
Niña: si el mundo infiel al bardo airoso
las magias roba con que orló tu cuna,
tú le ornarás de nuevo el milagroso
verso de ópalo tenue y luz de luna.
México, agosto de 1894
CANTO DE OTOÑO
Bien; ¡ya lo sé! La Muerte está sentada
A mis umbrales: cautelosa viene,
Porque sus llantos y su amor no apronten
En mi defensa, cuando lejos viven
Padres e hijo. Al retornar ceñudo
De mi estéril labor, triste y oscura,
Con que a mi casa del invierno abrigo,
De pie sobre las hojas amarillas,
En la mano fatal la flor del sueño,
La negra toca en alas rematada,
Ávido el rostro, trémulo la miro
Cada tarde aguardándome a mi puerta.
¡En mi hijo pienso, y de la dama oscura
Huyo sin fuerzas, devorado el pecho
De un frenético amor! ¡Mujer más bella
No hay que la Muerte! ¡Por un beso suyo
Bosques espesos de laureles varios,
Y las adelfas del amor, y el gozo
De remembrarme mis niñeces diera!
Pienso en aquel a quien mi amor culpable
Trajo a vivir, y, sollozando, esquivo
De mi amada los brazos; mas ya gozo
De la aurora perenne el bien seguro.
¡Oh, vida, adiós! Quien va a morir, va muerto.
¡Oh, duelos con la sombra! ¡Oh, pobladores
Ocultos del espacio! ¡Oh, formidables
Gigantes que a los vivos azorados
Mueven, dirigen, postran, precipitan!
¡Oh, cónclave de jueces, blandos sólo
A la virtud, que en nube tenebrosa,
En grueso manto de oro recogidos,
Y duros como peña, aguardan torvos
A que al volver de la batalla rindan
-Como el frutal sus frutos—
De sus obras de paz los hombres cuentan,
De sus divinas alas!… ¡De los nuevos
Árboles que sembraron, de las tristes
Lágrimas que enjugaron, de las fosas
Que a los tigres y víboras abrieron,
Y de las fortalezas eminentes
Que al amor de los hombres levantaron!
¡Ésta es la dama, el rey, la patria, el premio
Apetecido, la arrogante mora
Que a su brusco señor cautiva espera
Llorando en la desierta barbacana!
Éste el santo Salem, éste el Sepulcro
De los hombres modernos. ¡No se vierta
Más sangre que la propia! ¡No se bata
Sino al que odie al amor! ¡Únjanse presto
Soldados del amor los hombres todos!
¡La tierra entera marcha a la conquista
De este rey y señor, que guarda el cielo!
¡Viles! El que es traidor a sus deberes,
Muere como un traidor, del golpe propio
De su arma ociosa el pecho atravesado!
¡Ved que no acaba el drama de la vida
En esta parte oscura! ¡Ved que luego
Tras la losa de mármol o la blanda
Cortina de humo y césped se reanuda
El drama portentoso! ¡y ved, oh viles,
Que los buenos, los tristes, los burlados,
Serán en la otra parte burladores!
Otros de lirio y sangre se alimenten:
¡Yo no! i yo no! Los lóbregos espacios
Rasgué desde mi infancia con los tristes
Penetradores ojos: el misterio
En una hora feliz de sueño acaso
De los jueces así, y amé la vida
Porque del doloroso mal me salva
De volverla a vivir. Alegremente
El peso eché del infortunio al hombro:
Porque el que en huelga y regocijo vive
Y huye el dolor, y esquiva las sabrosas
Penas de la virtud, irá confuso
Del frío y torvo juez a la sentencia,
Cual soldado cobarde que en herrumbre
Dejó las nobles armas; iy los jueces
No en su dosel lo ampararán, no en brazos
Lo encumbrarán, mas lo echarán altivos
A odiar, a amar y batallar de nuevo
En la fogosa sofocante arena!
¡Oh! ¿qué mortal que se asomó a la vida
Vivir de nuevo quiere?
Puede ansiosa
La Muerte, pues, de pie en las hojas secas,
Esperarme a mi umbral con cada turbia
Tarde de Otoño, y silenciosa puede
Irme tejiendo con helados copos
Mi manto funeral.
No di al olvido
Las armas del amor: no de otra púrpura
Vestí que de mi sangre. Abre los brazos,
Listo estoy, madre Muerte: ¡al juez me lleva!
¡Hijo!… ¿Qué imagen miro? ¡qué llorosa
Visión rompe la sombra, y blandamente
Como con luz de estrella la ilumina?
¡Hijo!… ¡qué me demandan tus abiertos
Brazos? ¿A qué descubres tu afligido
Pecho? ¿Por qué me muestras tus desnudos
Pies, aún no heridos, y las blancas manos
Vuelves a mí, tristísimo gimiendo?…
¡Cesa! ¡calla! ¡reposa! ¡vive! ¡El padre
No ha de morir hasta que a la ardua lucha
Rico de todas armas lance al hijo!
iVen, oh mi hijuelo, y que tus alas blancas
De los abrazos de la Muerte oscura
Y de su manto funeral me libren!
Nueva York, 1882
AMOR DE CIUDAD GRANDE
De gorja son y rapidez los tiempos.
Corre cual luz la voz; en alta aguja,
Cual nave despeñada en sirte horrenda,
Húndese el rayo, y en ligera barca
El hombre, como alado, el aire hiende.
¡Así el amor, sin pompa ni misterio
Muere, apenas nacido, de saciado!
¡Jaula es la villa de palomas muertas
Y ávidos cazadores! Si los pechos
Se rompen de los hombres, y las carnes
Botas por tierra ruedan, ¡no han de verse
Dentro más que frutillas estrujadas!
Se ama de pie, en las calles, entre el polvo
De los salones y las plazas; muere
La flor el día en que nace. Aquella virgen
Trémula que antes a la muerte daba
La mano pura que a ignorado mozo;
El goce de temer; aquel salirse
Del pecho el corazón; el inefable
Placer de merecer; el grato susto
De caminar de prisa en derechura
Del hogar de la amada, y a sus puertas
Como un niño feliz romper en llanto;
Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego,
Irse tiñendo de color las rosas,
iEa, que son patrañas! Pues ¿quién tiene
Tiempo de ser hidalgo? ¡Bien que sienta,
Cual áureo vaso 0 lienzo suntuoso,
Dama gentil en casa de magnate!
IO si se tiene sed, se alarga el brazo
Y a la copa que pasa se la apura!
Luego, la copa turbia al polvo rueda,
¡Y el hábil catador -manchado el pecho
De una sangre invisible- sigue alegre
Coronado de mirtos, su camino!
¡No son los cuerpos ya sino desechos,
Y fosas, y jirones! ¡Y las almas
No son como en el árbol fruta rica
En cuya blanda piel la almíbar dulce
En su sazón de madurez rebosa,
Sino fruta de plaza que a brutales
Golpes el rudo labrador madura!
¡La edad es ésta de los labios secos!
¡De las noches sin sueño! ¡De la vida
Estrujada en agraz! ¿Qué es lo que falta
Que la ventura falta? Como liebre
Azorada, el espíritu se esconde,
Trémulo huyendo al cazador que ríe,
Cual en soto selvoso, en nuestro pecho;
Y el deseo, de brazo de la fiebre,
Cual rico cazador recorre el soto.
¡Me espanta la ciudad! ¡Toda está llena
De copas por vaciar, o huecas copas!
¡Tengo miedo ;ay de mí! de que este vino
Tósigo sea, y en mis venas luego
Cual duende vengador los dientes clave!
¡Tengo sed; mas de un vino que en la tierra
No se sabe beber! ¡No he padecido
Bastante aún, para romper el muro
Que me aparta ¡oh dolor! de mi viñedo!
¡Tomad vosotros, catadores ruines
De vinillos humanos, esos vasos
Donde el jugo de lirio a grandes sorbos
Sin compasión y sin temor se bebe!
¡Tomad! ¡Yo soy honrado, y tengo miedo!
ISLA FAMOSA
Aquí estoy, solo estoy, despedazado.
Ruge el cielo; las nubes se aglomeran,
Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan.
Los vapores del mar la roca ciñen.
Sacra angustia y horror mis ojos comen.
¿A qué, Naturaleza embravecida,
A qué la estéril soledad en torno
De quien de ansia de amor rebosa y muere?
¿Dónde, Cristo sin cruz, los ojos pones?
¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara
Digna por fin de recibir mi frente?
¿En pro de quién derramaré mi vida?
Rasgóse el velo; por un tajo ameno
De claro azul, como en sus lienzos abre
Entre mazos de sombra Díaz famoso,
El hombre triste de la roca mira
En lindo campo tropical, galanes
Blancos, y Venus negras, de unas flores
Fétidas y fangosas coronados.
Danzando van; ¡a cada giro nuevo
Bajo los muelles pies la tierra cede!
Y cuando en ancho beso los gastados
Labios sin lustre, ya trémulos juntan,
Sáltanles de los labios agoreras
Aves tintas en hiel, aves de muerte.
ENRIQUE HERNÁNDEZ MIYARES
(Santiago de Cuba, 1859-La Habana, 1914)
Obra poética: Obras completas de Enrique Hernández Miyares (1915).
LA MÁS FERMOSA
Que siga el caballero su camino
agravios desfaciendo con su lanza:
todo noble tesón al cabo alcanza
fijar las justas leyes del destino.
Cálate el roto yelmo de Mambrino
y en tu rocín glorioso altivo avanza,
desoye al refranero Sancho Panza
y en tu brazo confía y en tu sino.
No temas la esquivez de la Fortuna:
si el Caballero de la Blanca Luna
medir sus armas con las tuyas osa,
y te derriba por contraria suerte,
de Dulcinea, en ansias de tu muerte,
¡di que siempre serás la más fermosa!
JULIÁN DEL CASAL
(La Habana, 1863-1893)
Obra poética: Hojas al viento (1890); Nieve (1892).
EGRI SOMNIA
Yo sueño en un país de eterna bruma
donde la nieve alfombra los caminos,
y el aire pueblan de salvajes trinos
pájaros reales de encendida pluma;
donde el húmedo ambiente se perfuma
con la savia fragante de los pinos,
el jugo de los líquenes marinos
y el olor salitroso de la espuma;
donde grupos de místicas visiones
ahuyentan el tropel de las pasiones,
bañando el cuerpote sopor profundo;
donde la mente lo infinito asombra
y oye el alma vibrar entre la sombra
voces desconocidas de otro mundo.
LAS HORAS
¡Qué tristes son las horas! Cual rebaño
de ovejas que caminan por el cieno,
entre el fragor horrísono del trueno
y bajo un cielo de color de estaño,
cruzan sombrías, en tropel huraño,
de la insondable Eternidad al seno,
sin que me traigan ningún bien terreno
ni siquiera el tenor de un mal extraño.
Yo las siento pasar sin dejar huellas,
cual pasan por el cielo las estrellas,
y, aunque siempre la última acobarda,
de no verla llegar ya desconfío,
y más me tarda cuánto más la ansío
y más la ansío cuánto más me tarda.
El CAMINO DE DAMASCO
A Manuel Gutiérrez Nájera
Lejos brilla el Jordán de azules ondas,
que esmalta el Sol de lentejuelas de oro,
atravesando las tupidas frondas,
pabellón verde del bronceado toro.
Del majestuoso Líbano en la cumbre
erige su ramaje el cedro altivo,
y del día estival bajo la lumbre
desmaya en los senderos el olivo.
Piafar se escuchan árabes caballos
que, a través de la cálida arboleda,
van levantando con sus férreos callos,
en la ancha ruta, opaca polvareda.
Desde el confín de las lejanas costas,
sombreadas por los ásperos nopales,
enjambre purpurinos de langostas
vuelan a los ardientes arenales.
Ábrense en las llanuras las cavernas
pobladas de escorpiones encarnados,
y al borde de las límpidas cisternas
embalsaman el aire los granados.
En fogoso corcel de crines blancas,
lomo robusto, refulgente casco,
belfo espumeante y sudorosas ancas,
marcha por el camino de Damasco,
Saulo, elevada su bruñida lanza
que, a los destellos de la luz febea,
mientras el bruto relinchando avanza,
entre nubes de polvo centellea.
Tras las hojas de oscuros olivares
mira de la ciudad los minaretes,
y encima de los negros almenares
ondear los azulados gallardetes.
Súbito, desde lóbrego celaje
que desgarró la luz de hórrido rayo,
oye la voz de célico mensaje,
cae transido de mortal desmayo,
bajo el corcel ensangrentado rueda,
su lanza estalla con vibrar sonoro
y a los reflejos de la luz, remeda
sierpe de fuego con escamas de oro.
JÚPITER Y EUROPA
En La playa fenicia, a las boreales
radiaciones del astro matutino,
surgió Europa del piélago marino,
envuelta de la espuma en los cendales.
Júpiter, tras los ásperos breñales,
acéchala a la orilla del camino
y, elevando su cuerno alabastrino,
intérnanse entre oscuros chaparrales.
Mientras al borde de la ruta larga
alza la plebe su clamor sonoro,
mirándola surgir de la onda amarga,
desnuda va sobre su blanco toro
que, enardecido por la amante carga,
erige hacia el azul los cuernos de oro.
TRISTISSIMA NOX
Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento al surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.
Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.
Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,
sólo mi pensamiento vela en calma,
como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.
PAX ANIMAE
No me habléis más de dichas terrenales
que no ansío gustar. Está ya muerto
mi corazón, y en su recinto abierto
sólo entrarán los cuervos sepulcrales.
Del pasado no llevo las señales
y a veces de que existo no estoy cierto,
porque es la vida para mí un desierto
poblado de figuras espectrales.
No veo más que un astro oscurecido
por brumas de crepúsculo lluvioso,
y, entre el silencio de sopor profundo,
tan sólo llega a percibir mi oído
algo extraño y confuso y misterioso
que me arrastra muy lejos de este mundo.
FLOR DE CIENO
Yo soy como una choza solitaria
que el viento huracanado desmorona
y en cuyas piedras húmedas entona
hosco búho su endecha funeraria.
Por fuera sólo es urna cineraria
sin inscripción, ni fecha, ni corona;
mas dentro, donde el cieno se amontona,
abre sus hojas fresca pasionaria.
Huyen los hombres al oír el canto
del búho que en la atmósfera se pierde,
y, sin que sepan reprimir su espanto,
no ven que, como planta siempre verde,
entre el negro raudal de mi amargura
guarda mi corazón su esencia pura.
FLORES
Mi corazón fue un vaso de alabastro
donde creció, fragante y solitaria,
bajo el fulgor purísimo de un astro
una azucena blanca: la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
cual virgen consumida por la anemia,
hoy en mi corazón su tallo asoma
una adelfa purpúrea: la blasfemia.
PAISAJE DE VERANO
Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y, como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.
El mar sus ondas glaucas paraliza,
y el relámpago, encima de su seno,
del horizonte en el confín sereno
traza su rauda exhalación rojiza
El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo instante,
hienden el aire rápidas gaviotas,
el rayo en el espacio centellea,
y sobre el dorso de la tierra humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.
CREPUSCULAR
Como vientre rajado sangra el ocaso
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.
Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.
Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.
Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.
Ábrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.
EN EL MAR
Abierta al viento la turgente vela
y las rojas banderas desplegadas,
cruza le barco las ondas azuladas,
dejando atrás fosforescente estela.
El sol como lumínica rodela,
aparece entre nubes nacaradas,
y el pez, bajo las ondas sosegadas,
como flauta de plata raudo vuela.
¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña
por el largo sendero recorrido
la muda soledad del frío polo.
¿Qué me importa vivir en tierra extraña
o en la patria infeliz en que he nacido,
si en cualquier parte he de encontrarme solo?
PAISAJE ESPIRITUAL
Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
prende el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento,
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.
NIHILISMO
Voz inefable que a mi estancia llega
en medio de las sombras de la noche,
por arrastrarme hacia la vida brega
con las dulces cadencias del reproche.
Yo la escucho vibrar en mis oídos,
como al pie de olorosa enredadera
los gorjeos que salen de los nidos
indiferente escucha herida fiera.
¿A qué llamarme al campo del combate
con la promesa de futuros bienes,
si ya mi corazón por nada late
ni oigo la idea martillar mis sienes?
Reservad los laureles de la fama
para aquellos que fueron mis hermanos;
yo, cual fruto caído de la rama,
aguardo los famélicos gusanos.
Nadie extrañe mis ásperas querellas:
mi vida, atormentada de rigores,
es un cielo que nunca tuvo estrellas,
es un árbol que nunca tuvo flores.
De todo lo que he amado en este mundo
guardo, como perenne recompensa,
dentro del corazón, tedio profundo,
dentro del pensamiento, sombra densa.
Amor, patria, familia, gloria, rango,
sueños de calurosa fantasía,
cual nelumbios abiertos entre el fango
sólo vivisteis en mi alma un día.
Hacia país desconocido abordo
por el embozo del desdén cubierto:
para todo gemido estoy ya sordo,
para toda sonrisa estoy ya muerto.
Siempre el destino mi labor humilla
o en males deja mi ambición trocada:
donde arroja mi mano una semilla
brota luego una flor emponzoñada.
Ni en retornar la vista hacia el pasado
goce encuentra mi espíritu abatido:
yo no quiero gozar como he gozado,
yo no quiero sufrir como he sufrido.
Nada del porvenir a mi alma asombra
y nada del presente juzgo bueno;
si miro al horizonte, todo es sombra,
si me inclina a la tierra, todo es cieno.
Y nunca alcanzaré en mi desventura
lo que un día mi alma ansiosa quiso:
después de atravesar la selva oscura
Beatriz no ha de mostrarme el Paraíso.
Ansias de aniquilarme sólo siento
o de vivir en mi eternal pobreza
con mi fiel compañero, el descontento,
y mi pálida novia, la tristeza.
Publicado en 1893.
REGINO E. BOTI
(Guantánamo,1878-1958)
Obra poética: Arabescos mentales (1913); El mar y la montaña (1921); La torre del silencio (1926); Kodak-Ensueño (1929); Kindergarten (1930).
ANSIAS SINIESTRAS
Yo quiero abrir las alas como un alción ligero
y tramontar mis lares buscando otro país,
en donde el sol se abra cual nardo lastimero
sobre el felpón heráldico de un cielo siempre gris.
Yo quiero ver matices, yo quiero ver colores
borrosos y siniestros, en niebla fantasmal;
lucir el punzó verde tras los blancos alcores
don prenda la nevada su manto funeral.
Yo quiero seguir raudo, seguir hacia delante,
hasta que halle el silencio, la Duda y el Dolor;
llegar junto a la choza vetusta y tambaleante
en que el hogar no tenga ni un tronco ni un fulgor.
Yo quiero verme luego cae una mar dormida,
sin velas que la surquen en pos del Ideal.
En una región vaga, sin frondas y sin vida,
en que la bruma sea una aurora boreal.
Yo quiero una Natura monocroma y cansada,
trasunto de un bosquejo de un paisaje holandés.
¡Cuán dulce es estar cerca del reino de la Nada!
Allí la Gran Quimera sólo añoranza es!
Yo quiero abrir las alas como un alción ligero
y abandonar mis lares por una tierra gris
para llorar la ausencia, con himno lastimero,
del sol y las praderas de mi natal país.
ENVIO
Sol: ante tu luz mugiente tuve
piedad de las tinieblas de mi alma;
y, evocando su origen heliosístico,
hice la cruz sobre mi pecho. Entonces
con la cabeza baja y suspendido
el espíritu oré dándote gracias
-gracias plenas de heroica sacudida-
por haberme otorgado el bien supremo
de probar los espasmos de la vida.
1912
ORACION
Madre Tierra: ya torno. Madre Tierra: mi cuerpo
cuando expire, que sienta tu contacto; que en breve
me transformes y lances a las fuentes del Todo.
Oh, tenme, Madre Tierra, esa piedad postrera!
Porque quiero, ad aeternum, que la materia mía
cuando estalle la grana del orto cada día0
te diga: -Madre Tierra, no es tiempo todavía
1912
MISTICA
Amo el silencio sepulcral del día
en el instante en que la luz se esfuma;
la cósmica pereza de la bruma
y el dolor de una hostil melancolía.
Amo la soledad de la abadía;
la efímera existencia de la espuma;
el pesar que da muerte, el mal que abruma,
y el postrer beso de una boca fría.
Amo la muda paz del camposanto;
la cruz sin nombre, sin blandón ni llanto,
don la yedra es un símbolo, una idea.
Amo la muerte, como la hostia, pura;
y el rodar a la humilde sepultura
al doble de la esquila de mi aldea.
1904.
RENÉ LÓPEZ
(La Habana, 1822-Id., 1909)
Obra poética: Barcos que pasan (1986).
BARCOS QUE PASAN
Oh! ships that pass in the night…
BYRON
!Oh barcos que pasáis en la alta noche
por la azul epidermis de los mares,
con vuestras rojas luces que palpitan
al ósculo levísimo del aire,
rubís ensangrentados sobre el lomo
de gigantescos monstruos de azabache!,
¿adónde vais por la extensión sombría,
guerreros de la noche, infatigables
paladines que sueñan la tormenta,
como aquellos cantores medievales,
la lanza en ristre, la mirada torva,
morir cantando en sin igual combate?
¿Adónde vais, ¡oh barcos misteriosos!,
por la azul epidermis de los mares?
¿Lleváis en vuestros senos a la novia,
la blanca novia del rendido amante,
que sentado en la playa, tristemente,
en las azules noches tropicales,
con sus grandes pupilas verdinegras
mirando al horizonte, palpitante,
espera ver marcarse entre las sombras
la proa gigantesca de la nave;
y a la amarilla luz del Sol que asoma
ver un cuerpo, una mano saludarle
con el blanco pañuelo entre los dedos,
como un ensueño serpenteando el aire?
¿Adónde vais, ¡oh barcos misteriosos!,
por la azul epidermis de los mares?
Dejáis, como el placer que nos conmueve,
a vuestras marchas rastros estelares
que al instante disipan, juguetonas,
esmeraldinas olas encrespadas.
Duermen en vuestros vientres, que trepidan,
aquellos que dejaron sus hogares
y buscan en las playas extranjeras
tristes remedios para tristes males.
Lleváis en las entrañas encendidas
la noticia fatal para una madre
del hijo que murió pensando en ella,
de la miseria envuelto en el ropaje.
¿Adónde vais, ¡oh barcos misteriosos!,
por la azul epidermis de los mares?
Cuando lleguéis al puerto en que os esperan
envueltos en las nieblas matinales,
¡para cuántos tendréis lluvias de flores!,
¡para cuántos tormenta de pesares!
Del libro de mi vida sois las páginas,
escritas con suspiros y con sangre;
la pluma del Dolor trazó sus letras,
la Desesperación grabó sus frases.
¡Y al miraros pasar como ilusiones,
entre brillantes flores y cantares,
pienso en la nave que albergó en su seno
el cuerpo inerte de mi pobre madre!
¡Oh barcos que pasáis en la alta noche
por la azul epidermis de los mares!
AGUSTÍN ACOSTA
(Matanzas, 1886-Miami, 1979)
Obra poética: Ala (1915); Hermanita (1923), La zafra (1926), Los camellos distantes (1936); Últimos instantes (1941); Las islas desoladas (1943); Poesías escogidas de Agustín Acosta (1950); Poema del Centenario (1953); Agustín Acosta sus mejores poesías (1955); Jesús (1957); Caminos de hierro (1963).
DOS GRANDES LUCES ROJAS
Han llamado a la puerta. Es inútil. Sabemos
que una mano invisible de amedrentarnos trata
Pasos lentos se escuchan en el salón, y vemos
temblar las rosas rojas del búcaro de plata.
Algo quiere anunciarse a nuestros corazones .
Hay en los ojos turbio fulgor de pesadilla.
Y en el silencio, pleno de agudas emociones,
fracaso el heredado Sevres de la vajilla.
Rechinan en la puerta los frágiles cerrojos;
sufrimos el atisbo de ultravitales ojos
Invaden nuestro cuerpo medrosas crispaturas
Y atónito se queda nuestro temor reacio,
al ver que lentamente, desde el jardín a oscuras,
dos grandes luces rojas ascienden al espacio !
SOBRE LA CATEDRAL
Oro de sol poniente, sobre la catedral
vetusta, deja suaves recuerdos vespertinos
Un aroma distinto vive en cada rosal;
muere en las enramadas la orquesta de los trinos
Un sacerdote observa, desde la sacristía,
cómo en el parque histórico los niños juguetean .
Tarde de la ciudad, tan acara al alma mía !
Cómo no han de quererte los ojos que te vean .!
Un insulto de luz rompe la sombra quieta.
El flaco sacerdote esquiva su silueta
negra, al iluminarse la sombra vesperal!…
Y, como un luminoso fantasma de lo eterno,
enormemente blanca, ancha luna de invierno
vuelca su cornucopia sobre la catedral
DE PASEO
Bajo el alón plumado de amplísimo sombrero,
inquieres la presencia de una altiva figura
que ha de cruzar contigo las dudas del sendero
lleno de regocijo o lleno de amargura
Acércome a tu lado Tu frente pensativa
del anterior instante las ansiedades pierde.
Tu cuerpo agita un raro temblor de sensitiva
bajo el redondo palio de tu sonrisa verde.
Tienes algo de Londres, pero mucho de Francia:
una suma realeza y una noble elegancia
palpitan en la seda de tu vestido gris.
Yo te contemplo absorto, y en mi entusiasmo creo
que eres una duquesa que sale de paseo
hacia las pintorescas afueras de París.
REVISIÓN
Yo solo. Enfrente la enramada. Veo
lo que está junto a mí., cual si estuviera
dentro de mí. Pero esta primavera
dentro de mí no es ansia ni deseo.
Creo creer en lo que nunca creo;
pero mi corazón, que nada espera
como un mago oriental tiene su esfera,
y así en mi corazón descubro y leo
Leo y descubro el porvenir ¿qué dice?
Dice mi corazón que el bien que hice
esta sujeto a revisión. Y nada
podrá alterar e curso a esa injusticia.
Yo sigo solo, frente a la enramada
y una mano invisible me acaricia.
JOSÉ MANUEL POVEDA
(Santiago de Cuba, 1888-Manzanillo, 1926)
Obra poética: Versos precursores (1917); Obra poética (1988).
Me encanta mi barriada vasta y fría,
sus calles grises de andurrial mezquino,
y el fraterno aposento donde vino
tu calma a confundirse con la mía.
Yo haría largo este vivir oscuro,
duradera esta dulce paz segura,
muy en ti, que eres toda la natura,
muy en mí, que soy todo ensueño puro.
Vivir en comunión de carne y alma
y del vino sensual beber en calma
la copa que nosotros conocemos,
tan lejos de los hombres, que si alguno
pregunta quiénes somos, de consuno
responderán los hombres: -no sabemos.
SERENATA
Con la voz de otro tiempo, con la antigua voz pura
de las viejas jornadas sin dolor ni amargura,
vengo a darle al silencio, cerca de tu ventana,
una serenata insegura
que te recuerde otra lejana.
En pugna con al suerte, vencedor del destino,
mil veces extraviado, recobré mi camino;
y hoy vuelvo a hacerte ofrenda de mis cantares tristes
-vaso de muerte, negro vino-
aun cuando sé que ya no existes.
¡Qué largo el tiempo desde que se abatió mi vida
sobre las propias huellas de la tuya, querida!
Olvido lanzó bruma y silencio en el pasado;
mas sobre la huella perdida
ya tú ves cómo he retoñado.
Cerrada, en la penumbra, muestra su visionaria
ceguera tu desierta vidriera solitaria;
pero yo sé que cuando surja el grito doliente
de mi canción extraordinaria
tú habrás de estar allí presente.
A la voz conocida tú acudirás, quién sabe
más amante que nunca y más bella y más grave,
y exhalará mi pecho, por sobre del olvido,
una harmonía sobria y suave
que solamente oirá tu oído.
Pondrás tu mano blanca entre mi mano bruna
mientras cante mi boca la canción fortuna,
y si alguien cruza entonces el sendero sombrío,
verá sólo un rayo de luna
y sentirá un poco de frío.
SINFONIA EN GRIS
Oh lenta, oh doliente agonía de las horas! oh angustia del viento que cruza en silencio, de la hoja que pasa sin ruido, de los viejos recuerdos que dicen al alma las vanas palabras del tiempo lejano! oh el vacío, la niebla, y el amplio horizonte carbonizado como después de una batalla! Y sentir cerca de sí todo el misterio, todo el enigma, toda la tristeza, y no poder entregara la tarde el corazón desolado, y penetrar en esa siniestra campana en el silencio!… Un clamor de extrañas voces lega de lo lejos, y diríase un tropel de pájaros nocturnos. El pasado enteo ríe, las tumbas cantan, la nostalgia vuelve a repetir por los senderos, como una ancianita, su lamento obstinado. Y el alma siente súbitas ansias de volar, de huir, de perderse definitivamente en la armonía del agua, en la armonía del viento. Esclava, sin embargo –oh cuerpo miserable- apenas si logra que las piernas cansadas tropiecen una vez más, y que los ojos lancen hacia el horizonte una loca mirada de fiebre, de hastío, de tristeza y de espanto, una loca mirada en que se agitan contradictoriamente todas las ambiciones y todos los renunciamientos.
Rosa de la lejanía, azul de la laguna, verde de la fronda; vosotros, impalpables señores de la tarde, íconos del solo gran mito perdurable: decid una palabra al caminante. Poned un poco de vuestra calma en su pecho, poned un poco de vuestra ternura en su frente, verted un poco de vuestra dulzura en sus labios! Ya que ha sufrido tanto; ya que su pecho, su bandera y su espada están rotos, ya que es un vencido, dadle que pueda sucumbir en marcha hacia la cumbre; evitadle el horror y la vergüenza de morir caminando sin rumbo por la vida, solo a la voz del acaso, solo al soplo del viento, como una pobre hoja seca del otoño!
Hace ya mucho tiempo que cruzó en la brisa el canto errante. Hace ya muchos años de que se extinguieron en la vasta penumbra las postrimeras clarinadas triunfales. Hace ya largo tiempo de que, en el prado cubierto de amapolas sangrientas, callaron los "Evohé!" de las bacantes. Alma, tú no lo ignoras Cuando la última voz fue desgarrada, cuando la flauta del dios fue destruida, cuando se extinguió el eco de la postrer rapsodia, cuando fue hecha pedazos la última cuerda de la última lira, la Nostalgia inclinó su alba sobre la tumba de los ideales muertos, y lloró amargamente, lloró hasta sucumbir ella también sobre el mármol siniestro. Desde entonces –tú no lo ignoras, alma- desde entonces, viandante en una ruta sin principio ni fin, abandonado a la vez misma por la Nostalgia (dulce ave blanca) y por la Esperanza (dulce ave azul) camino, camino, obedeciendo ciegamente al mandato del hermano Dolor, sin saber por qué, sin saber para qué, ahíto de horizontes, y siempre en marcha hacia los horizontes Canta, brisa; gime, arroyo; teje, araña; vuela, golondrina
El que va por el camino no es digno de nosotros.
En el penoso crepúsculo, en este gris atardecer en que los objetos carecen de relieve y de color como en un óleo empolvado, yo siento llegar las notas solemnes de una marcha fúnebre. Son cadencias extrañas, clamorosas y monótonas, que ritman confusamente, y que esparcen sobre las cosas un misterioso espanto. Mientras el último rayo de sol se disuelve en la bruma, mientras el último son de la campana se aleja sobre el lila del ambiente, las notas se multiplican, baten como un oleaje, ascienden lentamente, y al fin se precipitan en mi alma. ¡Excelsa vagabunda, voz piadosa de la noche, égida buena de los tristes, hada madrina de los torturados, bienvenida seas junto a la vieja campana que dobla en mi pecho!… Canta en él todo tu canto, llora en él todo tu llanto, vierte en él, sombría vagabunda, toda la noche de tus alas Mas dame que yo pueda cantar como tú cantas, llorar como tú lloras, volar como tú vuelas. Haz que, al salir la luna, mis ojos no vean ya con terror la ruta interminable. Haz que, cuando a la aurora, el cuervo baje de lo alto, e hinque su garra en mi pecho, mi pecho no sea sino un campanario definitivamente vacío!
MIEDO
Alguien ha entrado ¿quién es?
Alguien salió ¿quién sería?
M. Pawlowski
Tengo miedo de la noche. Tengo miedo del silencio y de la sombra. Inclinado sobre mi esa de trabajo, al dar las dos, yo escucho rumores lejanos; yo escucho el vago ruido de unos pasos lentos; yo siento a través de mis nervios el espanto de unos ojos invisibles que me espían. Agitado y trémulo, crispo mis dedos sobre el nácar de mi revólver, y siento un ansia loca de disparar contra la sombra, de disparar contra la noche, de disparar contra todas las cosas malvadas y sordas que no llego a entender
Tal van cayendo, unas tras otras, las pesadas horas de insomnio. Tal va haciéndose la noche más solemne y más profunda. Desolado y siniestro, un perro llora en la distancia. Medroso ante la tiniebla, ante el cielo sombrío, ante la tierra negra, el perro llora largamente, con largos y crispantes aullidos de catástrofe.
Y, de súbito, yo observo que mi luz empieza a extinguirse. Yo escucho los pasos lentos acercarse, precisarse. Yo veo vacilar mi puerta como si alguien la empujara desde afuera. Yo la veo ceder al fin, sin violencia, sin estrépito, y dar paso a una cosa informe y lívida que se desliza sin ruido. Tiemblo. Tirito. Tengo el frío del terror. Elevo con ansia el revólver, y apunto a la cosa informe. El gatillo se levanta, el gatillo va a caer. Pero en ese mismo instante unos dedos helados hacen presa en mi mano, y el arma comienza a volverse hacia mí, y la boquita honda y negra acaba por besarme la sien.
¿He gritado? No sé. Peor el arma no está ya en mis manos. El perro ha callado. Mi luz se ha extinguido. Mi puerta está abierta, y las aldabas golpean isócronamente, como sacudidas por alguien que acaba de salir.
EL EPITAFIO
Sobre el cofre que encierre mis cenizas
nadie escriba una frase suntüosa,
como para halagar mi alma orgullosa,
sobre el cofre que encierre mis cenizas.
Los ciegos, los unánimes rebaños
no acudan a grabar con mano altiva
ninguna ociosa laude incomprensiva,
los ciegos, los unánimes rebaños.
No quiere mi soberbia sin medida
que exalte las virtudes de mi vida
ningún otro epitafio que mi nombre;
parécele a mi orgullo innecesario
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