Serían versos sin rigor de talla,
cuajados sólo para darle
caminos a la pena
Por cierto que la otra
mañana, cuando
sacaron el bargueño grande,
volcando las gavetas por el suelo,
me pareció verlos volar
con las facturas viejas
y los retratos de parientes
desconocidos y difuntos.
Me pareció. No estoy segura.
Y pienso ahora, porque es de pensar,
en esa extraña fuga de los muebles:
el sofá de los novios, el piano de la abuela
y el gran espejo con dorado marco
donde los viejos se miraron jóvenes,
guardando todavía sus imágenes
bajo un formol de luces melancólicas.
No ha sido simplemente un trasiego de muebles.
Otras veces también se los llevaron
-nunca el piano, el espejo-,
pero era sólo por cambiar aquéllos
por otros más modernos y lujosos.
Ahora han sido todos arrasados
de sus huecos, los huecos donde algunos
habían echado ya raíces
Y digo esto por lo que le dolieron
los últimos tirones;
y por las manchas como sajaduras
que dejaron en suelo y en paredes.
Son manchas que persisten y afectan vagamente
las formas desaparecidas,
y me quedan igual que cicatrices
regadas por el cuerpo.
Todo esto es muy raro. Cae la noche
y yo empiezo a sentir no sé qué miedo:
miedo de este silencio, de esta calma,
de estos papeles viejos que la brisa
remueve vanamente en el jardín.
Otro día ha pasado y nadie se me acerca.
Me siento ya una casa enferma,
una casa leprosa.
Es necesario que alguien venga
a recoger los mangos que se caen
en el patio y se pierden
sin que nadie les tiente la dulzura.
Es necesario que alguien venga
a cerrar la ventana
del comedor, que se ha quedado abierta,
y anoche entraron los murciélagos
Es necesario que alguien venga
a ordenar, a gritar, a cualquier cosa.
¡Con tanta gente que ha vivido en mí,
y que de pronto se me vayan todos!
Comprenderán que tengo que decir
palabras insensatas.
Es algo que no entiendo todavía,
como no entiende nadie una injusticia
que, más que de os hombres,
fuera injusticia del destino.
Que pase una la vida
guareciendo los sueños de esos hombres,
prestándoles calor, aliento, abrigo;
que sea una la piedra de fundar
posteridad, familia,
y de verla crecer y levantarla,
y ser al mismo tiempo
cimiento, pedestal, arca de alianza .
Y luego no se más
que un cascarón vacío que se deja,
una ropa sin cuerpo que se cae.
No he de caerme, no, que yo soy fuerte.
En vano me embistieron los ciclones
y me ha roído el tiempo hueso y carne,
y la humedad me ha abierto úlceras verdes.
Con un poco de cal yo me compongo:
con un poco de cal y de ternura
De eso mismo sería,
de mis adoleceres y remedios,
de lo que hablaba mi señor la tarde
última con aquellos otros
que me medían muros, huerto, patio
y hasta el solar de paz en que me siento.
Y sin embargo, mal sabor de boca
me dejaron los hombres medidores,
y la mujer que vino luego
poniendo precio a mi cancela;
a ella le hubiera preguntado
cuánto valían sus riñones y su lengua.
No han vuelto más, pero tampoco
ha vuelto nadie. El polvo
me empaña los cristales
y no me deja ver si alguien se acerca.
El polvo es malo Bien hacían
las mujeres que conocí
en aborrecerlo
Allá lejos
la familiar campana de la iglesia
aún me hace compañía,
y en este mediodía, si relojes, sin tiempo,
acaban de sonar lentamente las tres
Las tres era la hora en que la madre
se sentaba a coser con las muchachas
y pasaban refrescos en bandejas; la hora
del rosicler de las sandías,
escarchado de azúcar y de nieve,
y del sueño cosido a los holanes
Las tres era la hora en que
¡La puerta!
¡La puerta que ha crujido abajo!
¡La están abriendo, sí!…La abrieron ya.
Pisadas en tropel avanzan, suben
¡Ellos han vuelto al fin! Yo lo sabía;
yo no he dejado un día de esperarlos
¡Ay frutas que granan en mis frutales!
¡Ay campana que suenas otra vez
la hora de mi dicha!
La hora de mi dicha no ha durado
una hora siquiera.
Ellos vinieron, sí Ayer vinieron.
Pero se fueron pronto.
Buscaban algo que no hallaron.
¿Y qué se puede hallar en una casa
vacía sino el ansia de no serlo
más tiempo? ¿Y que perdían
ellos en mí que no fuera yo misma?
Pero teniéndome, seguían buscando
Después, la más pequeña fue al jardín
y me arrancó el rosal de enredadera;
se lo llevó con ella no sé adónde.
Mi dueño antes de irse,
volviese en el umbral para mirarme,
y me miró pausada, largamente,
como los hombres miran a sus muertos,
a través de un cristal inexorable
Pero no había entre él y yo
cristal alguno ni yo estaba muerta,
sino gozosa de sentir su aliento,
el aprendido musgo de su mano.
Y no entendía, porque me miraba
con pañuelos de adioses contenidos,
con anticipaciones de gusanos,
con ojos de remordimiento.
Se fueron ya. Tal vez vuelvan mañana.
Y tal vez a quedarse, como antes
Si la ausencia va en serio, si no vienen
hasta mucho más tarde,
se me va a hacer muy largo este verano,
muy largo con la lluvia y los mosquitos
y el aguafuerte de sus días ácidos.
por mucho que demoren,
para diciembre al fin regresarán,
porque la Nochebuena se pasa siempre en casa.
El que nació sin casa ha hecho que nosotras,
las buenas casas de la tierra,
tengamos nuestra noche de gloria en esa noche;
la noche suya es, pues, la noche nuestra:
villancico de anémonas,
cantar de la inocencia
recuperada
De esperarla se alegra el corazón,
y de esperar en ella lo que espera.
De Nochebuenas creo
que podría ensartarme yo un rosario
como el de las abuelas
reunidas al amor de mis veladas,
y como ellas, repasar sus cuentas
en estos días tristes,
empezando por la primera
e que jugaron los recién casados,
que estrenaban el hueco de mis alas
a ser padres de todos los chiquillos
de los alrededores
¡Qué fiesta de patines y de aros,
de pelotas azules y muñecas
en cajas de cartón!
¡Y qué luz en las caras mal lavadas
de los chiquillos,
en la de El y la de Ella, adivinando,
olfateando por el aire el suyo!
Cuenta por cuenta, llegaría
sin darme cuenta a la del año
1910, que fue muy triste,
porque sobraban los juguetes
y nos faltaba la pequeña
Así mismo: al revés de tantas veces,
en que son los juguetes los que faltan;
aunque en verdad los niños nunca sobren
¡Pero Vinieron otros niños luego!
Y los niños crecieron y trajeron
más niños Y la vida era así: un renuevo
de vidas, una noria de ilusiones.
Y yo era el círculo en que se movía,
el cauce de su cálido fluir,
la orilla cierta de sus aguas.
Yo era Pero yo soy todavía.
En mi regazo caben siete hornadas
más de hombres, siete cosechas,
siete vendimias de sus inquietudes.
Yo no me canso. Ellos sí se cansan.
Yo soy toda a lo largo y a lo ancho.
Mi vida entera puede pasar por el rosario,
pues aunque he sido ciertamente
una vida muy larga,
me fue dado vivirla sin premuras,
hacerla fina como un hilo de agua.
Y llegaría así a la Nochebuena
del año que pasó. No fue de las mejores.
Tal vez el vino
se derramó en la mesa. O el salero
Tal vez esta tristeza, que pronto habría de ser
el único sabor de mi sal y mi vino,
ya estaba en cada uno sin saberlo,
como en vientre de nube el agua por caer.
Ahora la tristeza es sólo mía,
al modo de un amor
que no se comparte con nadie.
Si era lluvia, cayó sobre mis lomos;
si era nube, prendida está a mis huesos.
Y no es preciso repetirlo mucho:
por más que no conozca todavía
su nombre ni su rostro,
es la cosa más mía que he tenido
-yo que he tenido tanto- La tristeza.
¿Y de qué hablaba aquí? resbalo
en mis propios recuerdos La memoria
empieza a diluirse en las cosas recientes;
y recental reacio a hierba nueva,
se me apega con gozo
a las sabrosas ubres del pasado.
Pero de todos modos,
he de decir en este alto
que hago en el camino de mi sangre,
que esto que estoy contando no es un cuento;
es una historia limpia, que es mi historia:
es una vida honrada que he vivido,
un estilo que el mundo va perdiendo.
A perder y a ganar hecho está el mundo,
y yo también cuando la vida quiera;
pero lo que yo he sido, gane o pierda,
es la piedra lanzada por el aire,
que la misma mano que la
lanzó no alcanza a detenerla,
y sola ha de cortar el aire hasta que caiga.
Lo que yo he sido está en el aire,
como vuelto de piedra, si no alcancé a paloma.
En el aire, que siendo nada,
es vida de los hombres; y también en la Epístola
que puede desposarlos ante Dios,
y me ofrece de espejo a la casada
por mi clausura de ciprés y nardo.
La Casa, soy la Casa.
Más que piedra y vallado,
más que sombra y que tierra,
más que techo y que muro,
porque soy todo eso, y soy con alma.
Decir tanto no pueden ni los hombres
flojos de cuerpo,
bien que imaginen ellos que el alma es patrimonio
particular de su heredad.
Será como ellos dicen: pero la mía es mía sola.
Y, sin embargo, pienso ahora
que ella tal vez me vino de ellos mismos,
por haberme y vivirme tanto tiempo,
o por estar yo siempre tan cerca de sus almas.
Tal vez yo tenga un alma por contagio.
Y entonces digo yo: ¿Será posible
que no sientan los hombres el alma que me han dado?
¿Qué no la reconozcan junto a ella,
que no vuelvan el rostro si los llama,
y siendo cosa suya les sea cosa ajena?
Amanecemos otra vez.
Un día nuevo, que será
igual que todos.
O no será, tal vez La vida es siempre
puerta cerrada tercamente
a nuestra angustia.
Día nuevo. Hombres nuevos s eme acercan.
La calle tiene olor de madrugada,
que es un olor antiguo de neblina,
y mujeres colando café por las ventanas;
un olor de humo fresco
que viene de cocinas y de fábricas.
Es un olor antiguo, y sin embargo,
se me ha hecho de pronto duro, ajeno.
Súbitamente se ha esparcido por mi jardín,
venida de no sé dónde,
una extraña y espesa
nube de hombres.
Y todos burbujean como hormigas,
y todos son como una sola mancha
sobre el trémulo verde
¿Qué quieren esos hombres con sus torsos desnudos
y sus picas en alto?
El más joven ya viene a mí
Alcanzo a ver sus ojos azules e inocentes,
que así, de lejos, se me han parecido
a los de nuestra Ana María,
ya tan lejanamente muerta
Y no sé por qué vuelvo a recordarla ahora.
Bueno, será por esos ojos,
que me miran más cerca ya, más fijos
Ojos de un hombre como os demás,
que, sin embargo, puede ser en cualquier instante
el instrumento del destino.
Está ya frente a mí.
Una canción le juega entre los labios;
con el brazo velludo
enjúgase el sudor de la frente. Suspira
La mañana es tan dulce,
el mundo todo tan hermoso,
que quisiera decírselo a este hombre;
decirle que un minuto se volviera
a ver lo que no ve por estarme mirando.
Peor no, no me mira ya tampoco.
No mira nada, blande el hierro
¡Ay los ojos!…
He dormido y despierto O no despierto
y es todavía el sueño lacerante,
la angustia sin orillas y la muerte a pedazos.
He dormido y despiértome al revés,
del otro lado de la pesadilla,
donde la pesadilla es ya inmutable,
inconmovible realidad.
He dormido y despierto. ¿Quién despierta?
Me siento despegada de mí misma,
embebida por un
espejo cóncavo y monstruoso.
Me siento sin sentirme y sin saberme,
entrañas removidas, desgonzado esqueleto,
tundido el otro sueño que soñaba.
Algo hormiguea sobre mí,
algo me duele terriblemente,
y no sé dónde.
¿Qué buitres picotean mi cabeza?
¿De qué fiera el colmillo que me clavan?
¿Qué pez de luna se hunde en mi costado?
¡Ahora es que trago la verdad de golpe!
¡Son los hombres, los hombres,
los que me hieren con sus armas!
Los hombres de quienes fui madre
sin ley de sangre, esposa sin hartura
de carne, hermana sin hermanos,
hija sin rebeldía.
Los hombres son y sólo ellos,
los de mejor arcilla que la mía,
cuya codicia pudo más
que la necesidad de retenerme.
Y fui vendida al fin,
porque llegué a valer tanto en sus cuentas,
que no valía nada en su ternura
Y si no valgo en ella, nada valgo
Y es hora de morir.
1958
NICOLÁS GUILLÉN
(Camagüey, l902—La Habana, 1989)
Obra poética: Motivos de son (1930); Sóngoro Cosongo. Poemas mulatos. (1934); Cantos para soldados y sones para turistas (1937); España. Poema en cuatro angustias y una esperanza (1937); Sóngoro cosongo y otros poemas (1942); El son entero. Suma poética. 1929-1946. (1947); Elegía a Jacques Roumain en el cielo de Haití (1948); Versos negros (1950); Elegía a Jesús Menéndez (1951); Cantos para soldados y sones para turistas. El son entero (1952); Elegía cubana (1952); Sóngoro cosongo, Motivos de son, West Indies Ltd. España, poema en cuatro angustias y una esperanza (1952); La paloma de vuelo popular. Elegías (1958); Buenos días, Fidel (1959); Sus mejores poemas [1959] ; ¿Puedes? (1960); Canción puertorriqueña (1961); Los mejores versos de Nicolás Guillén (1961); Balada (1962); Poesías. (1962); Antología mayor (1964); Poemas de amor (1964); Che Comandante (1967); El Gran Zoo (1967); Poemas para el Che (1968); Cuatro canciones para el Che. La Habana (1969); Antología clave (1971); Cuba: amor y revolución. Poemas. (1972); El diario que a diario (1972); Obra poética. 1920-1972. 1972-1973. 2 t.; La rueda dentada (1974); La rueda dentada (1972); El corazón con que vivo (1975); Poemas manuables (1975); Elegías (1977); Por el mar de las Antillasanda un barco de papel (1978); Coplas de Juan descalzo (Poesía satírica) (1979); Música de cámara (1979); El libro de las décimas (1980); Obra poética (1972, l980 y 1985, 2 t.); El libro de los sonetos (1982 y 1994); Sol de domingo (poesía y prosa) (1982); Todas las flores de abril (1983).
SILENTER
Amo las soledades de la aldea
y de la cripta, y el silencio arcano
de los oscuros templos, donde en vano
la luz de enfermos cirios parpadea.
Busco un sitio de paz en que no vea
bullir en torno el hormiguero humano
y que el dolor del corazón insano
donde un nirvana azul, piadoso sea.
Quiero el olvido la quietud No quiero
ni una risa –que es ruido– en mi sendero,
ni un eco solo en mi interior abismo
¡Déjame, vida, indiferente o loco,
misantrópicamente, poco a poco
dormirme en el silencio de mí mismo!
GLOSA
No sé si me olvidarás
yo sólo sé que te vas,
ni si es amor este miedo:
yo sólo sé que me quedo.
Andrés Eloy Blanco
1
Como la espuma sutil
en que el mar muere deshecho,
cuando roto el verde pecho
se desangra en el cantil.
no servido, sí servil,
sirvo a tu orgullo no más,
y aunque la muerte me das,
ya me ganes o me pierdas,
sin saber si me recuerdas
no sé si me olvidarás.
2
Flor que sólo una mañana
duraste en mi huerto amado,
del sol herido y quemado
tu cuello de porcelana:
quiso en vano mi ansia vana
taparte el sol con un dedo;
hoy así a la angustia cedo
y al miedo, la frente mustia…
No sé si es odio esta angustia,
ni si es amor este miedo.
3
Qué largo camino anduve
para llegar hasta ti,
y qué remota te vi
cuando junto a mí te tuve!
Estrella, celaje, nube,
ave de pluma fugaz,
ahora que estoy donde estás
te deshaces sombra helada:
yo no quiero saber nada;
yo sólo sé que te vas.
4
¡Adiós! En la noche inmensa
y en alas del viento blando,
veré tu barca bogando,
la vela impoluta y tensa.
Herida el alma y suspensa
te seguiré, si es que puedo;
y aunque iluso me concedo
la esperanza de alcanzarte,
ante esa vela que parte,
yo sólo sé que me quedo.
DECIMAS EN LA ELEGÍA CAMAGÜEYANA
Clavel de la madrugada,
el del celeste arrebol,
ya quema el fuego del sol
tu gran colora pintada.
Mi bandurria desvelada,
espejo en que yo me miro,
desde el humilde retiro
de la ciudad que despierta,
al recordar a mi muerta
se me rompe en un suspiro.
Aquí estoy, ¡oh tierra mía!
en tus calles empedradas,
donde de niño, en bandadas
con otros niños, corría.
¡Puñal de melancolía
este que me va a matar,
pues si alcancé a regresar,
me siento, desde que vine,
como en la sala de un cine,
viendo mi vida pasar.
Mi madre está en la ventana
de mi casa cuando llego;
ella, que fue llanto y ruego,
cuando partí una mañana.
De su cabellera cana
toma ejemplo el algodón,
y de sus ojos, que son
ojos de suave paloma,
latiendo de nuevo, toma
nueva luz mi corazón.
RETRATO DEL SINSONTE
En la espesura umbría
y en el quieto ganado
y en la cumbre del monte,
todo está preparado
para estrenar el día.
Pero no todavía
su telón colorado
descorre el horizonte…
¿Cómo así, qué ha pasado?
Se retrasó el sinsonte.
UN LARGO LAGARTO VERDE
Por el Mar de las Antillas
(que también Caribe llaman)
batida por olas duras
y ornada de espumas blandas,
bajo el sol que la persigue
y el viento que la rechaza,
cantando a lágrima viva
navega Cuba en su mapa:
un largo lagarto verde
con ojos de piedra y agua.
Alta corona de azúcar
le tejen agudas cañas;
no por coronada libre,
sí de su corona esclava:
reina del manto hacia fuera,
del manto adentro, vasalla,
triste como la más triste
navega Cuba en su mapa:
un largo lagarto verde
con ojos de piedra y agua.
Junto a la orilla del mar,
tú que estás en fija guardia,
fíjate, guardián marino,
en las puntas de las lanzas
y en el trueno de las olas
y en el grito de las llamas
y en el lagarto despierto
sacar las uñas del mapa:
un largo lagarto verde
con ojos de piedra y agua.
WEST INDIES Ltd.
1
¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente…
Éste es un oscuro pueblo sonriente,
conservador y liberal,
ganadero y azucarero,
donde a veces corre mucho dinero,
pero donde siempre se vive muy mal.
El sol achicharra aquí todas las cosas,
desde el cerebro hasta las rosas.
Bajo el relampagueante traje de dril
andamos todavía con taparrabos;
gente sencilla y tierna, descendiente de esclavos
y de aquella chusma incivil
de variadísima calaña.
que en el nombre de España
cedió Colón a Indias con ademán gentil.
Aquí hay blancos y negros y chinos y mulatos.
Desde luego, se trata de colores baratos,
pues a través de tratos y contratos
se han corrido los tintes y no hay un tono estable.
(El que piense otra cosa que avance un paso y hable.)
Hay aquí todo eso, y hay partidos políticos.
y oradores que dicen: "En estos momentos críticos…"
Hay bancos y banqueros,
legisladores y bolsistas,
abogados y periodistas,
médicos y porteros.
¿Qué nos puede faltar?
Y aun lo que nos faltare lo mandaríamos buscar.
¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente.
Éste es un oscuro pueblo sonriente.
¡Ah, tierra insular!
¡Ah, tierra estrecha!
¿no es cierto que parece hecha
sólo para poner un palmar?
Tierra en la ruta del "Orinoco",
o de otro barco excursionista,
repleto de gente sin un artista
y sin un loco;
puertos donde el que regresa de Tahití,
de Afganistán o de Seúl,
viene a comerse el cielo azul.
regándolo con Bacardí;
puertos que hablan un inglés
que empieza en yes y acaba en yes.
(Inglés de cicerones en cuatro pies.)
¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente.
Éste es un oscuro pueblo sonriente.
Me río de ti, noble de las Antillas,
mono que andas saltando de mata en mata,
payaso que sudas por no meter la pata,
y siempre la metes hasta las rodillas.
Me río de ti, blanco de verdes venas
—¡bien se te ven aunque ocultarlas procuras!—,
me río de ti porque hablas de aristocracias puras,
de ingenios florecientes y arcas llenas.
¡Me río de ti, negro imita micos,
que abres los ojos ante el auto de los ricos,
y que te avergüenzas de mirarte el pellejo oscuro,
cuando tienes el puño tan duro!
Me río de todos: del policía y del borracho,
del padre y de su muchacho,
del presidente y del bombero.
Me río de todos; me río del mundo entero.
Del mundo entero, que se emociona frente a cuatro
peludos,
erguidos muy orondos detrás de sus chillones escudos,
como cuatro salvajes al pie de un cocotero.
2
Cinco minutos de interrupción.
La charanga de Juan el Barbero
toca un son.
—Coroneles de terracota,
políticos de quita y pon;
café con pan y mantequilla…
¡Que siga el son!
La burocracia está de acuerdo
en ofrendarse a la Nación;
doscientos dólares mensuales…
¡Que siga el son!
El yanqui nos dará dinero
para arreglar la situación;
la Patria está por sobre todo…
¡Que siga el son!
Los viejos líderes sonríen
y hablan después desde un balcón.
¡La zafra! ¡La zafra! ¡La zafra!
¡Que siga el son!
3
Las cañas —largas— tiemblan
de miedo ante la mocha.
Quema el sol y el aire pesa.
Gritos de mayorales
restallan secos y duros como foetes.
De entre la oscura
masa de pordioseros que trabajan,
surge una voz que canta,
brota una voz que canta,
sale una voz llena de rabia,
se alza una voz antigua y de hoy,
moderna y bárbara:
—Cortar cabezas como cañas,
¡chas, chas, chas!
Arder las cañas y cabezas,
subir el humo hasta las nubes,
¡cuándo será, cuándo será!
Está mi mocha con su filo,
¡chas,chas,chas!
Está mi mano con su mocha,
¡chas, chas, chas!
Y el mayoral está conmigo,
¡chas, chas, chas!
Cortar cabezas como cañas,
arder las cañas y cabezas,
subir el humo hasta las nubes
¡Cuando será! Y la canción elástica, en la tarde
de zafra y agonía,
tiembla, fulgura y arde,
pegada al techo cóncavo del día.
4
El hambre va por los portales
llenos de caras amarillas
y de cuerpos fantasmales;
y estacionándose en las sillas
de los parques municipales,
o pululando a pleno sol
y a plena luna,
busca el problemático alcol
que borra y ciega,
pero que no venden en ninguna
bodega.
¡Hambre de las Antillas,
dolor de las ingenuas Indias Occidentales!
Noches pobladas de prostitutas,
bares poblados de marineros;
encrucijada de cien rutas
para bandidos y bucaneros.
Cuevas de vendedores de morfina,
de cocaína y de heroína.
Cabarets donde el tedio se engaña
con el ilusorio cordial
de una botella de champaña,
en cuya eficacia la gente confía
como en un neosalvasán de alegría
para la "sífilis sentimental".
Ansia de penetrar el porvenir
y sacar de su entraña secreta
una fórmula concreta
para vivir.
Furor de los piratas de levita
que como en Sores y "El Olonés",
frente a la miseria se irrita
y se resuelve en puntapiés.
¡Dramática ceguedad de la tropa,
que siempre tiene presto el rifle,
para disparar contra el que proteste o chifle,
porque el pan está duro o está clara la sopa!
5
Cinco minutos de interrupción.
La charanga de Juan el barbero
toca un son.
—Para encontrar la butuba
hay que trabajar caliente;
para encontrar la butuba
hay que trabajar caliente:
mejor que doblar el lomo,
tienes que doblar la frente.
De la caña sale azúcar,
azúcar el café;
de la caña sale azúcar,
azúcar para el café:
lo que ella endulza, me sabe
como si le echara hiel.
No tengo donde vivir,
ni mujer a quien querer;
no tengo donde vivir,
ni mujer a quien querer:
todos los perros me ladran,
y nadie me dice usted.
Los hombres, cuando son hombres,
tienen que llevar cuchillo;
los hombres, cuando son hombres,
tienen que llevar cuchillo:
¡yo fui hombre, lo llevé,
y se me quedó en presidio!
Si me muriera ahora mismo,
si me muriera ahora mismo,
si me muriera ahora mismo, mi madre,
¡qué alegre me iba a poner!
¡Ay, yo te daré, te daré,
te daré, te daré,
ay, yo te daré
la libertad!
6
¡West Indies! ¡West Indies! ¡West Indies!
Éste es el pueblo hirsuto,
de cobre, multicéfalo, donde la vida repta
con el lodo seco cuarteado en la piel.
Este es el presidio
donde cada hombre tiene atados los pies.
Ésta es la grotesca sede de companies y trusts.
Aquí están el lago de asfalto, las minas de hierro,
las plantaciones de café,
los ports docks, los ferry boats, los ten cents…
Éste es el pueblo del all right,
donde todo se encuentra muy mal;
éste es el pueblo del very well,
donde nadie está bien.
Aquí están los servidores de Mr. Babbit.
Los que educan sus hijos en West Point.
Aquí están los que chillan: hello baby,
y fuman "Chesterfield" y "Lucky Strike".
Aquí están los bailadores de fox trots.
los boys del jazz band
y los veraneantes de Miami y de Palm Beach.
Aquí están los que piden bread and butter
y coffe and milk.
Aquí están los absurdos jóvenes sifilíticos,
fumadores de opio y de mariguana.
exhibiendo en vitrinas sus espiroquetas
y cortándose un traje cada semana.
Aquí está lo mejor de Port-au-Prince,
lo más puro de Kingston, la high life de la Habana…
Pero aquí están también los que reman en lágrimas,
galeotes dramáticos, galeotes dramáticos.
Aquí están ellos,
los que trabajan con un haz de destellos
la piedra dura donde poco a poco se crispa
el puño de un titán. Los que encienden la chispa
roja, sobre el campo reseco.
Los que gritan: "¡Ya vamos!", y les responde el eco
e otras voces: "¡Ya vamos!" Los que en fiero tumulto
sienten latir la sangre con sílabas de insulto.
¿Qué hacer con ellos,
si trabajan con un haz de destellos?
Aquí están los que codo con codo
todo lo arriesgan; todo
lo dan con generosas manos;
aquí están los que se sienten hermanos
del negro, que doblando sobre el zanjón oscuro
la frente, se disuelve en sudor puro,
y del blanco, que sabe que la carne es arcilla
mala cuando la hiere el látigo, y peor si se la humilla
bajo la bota, porque entonces levanta
la voz, que es como un trueno brutal en la garganta.
Ésos son los que sueñan despiertos.
los que en el fondo de la mina luchan,
y allí la voz escuchan
con que gritan los vivos y los muertos.
Ésos, los iluminados,
los parias desconocidos,
los humillados,
los preteridos
los olvidados,
los descosidos,
los amarrados,
los ateridos,
los que ante el máuser exclaman: "¡Hermanos soldados"
y ruedan heridos
con un hilo rojo en los labios morados.
(¡Que siga su marcha el tumulto!
¡Que floten las bárbaras banderas,
y que se enciendan las banderas
sobre el tumulto!)
7
Cinco minutos de interrupción
La charanga de Juan el Barbero
toca un son.
—Me matan, si no trabajo,
y si trabajo, me matan;
siempre me matan, me matan,
siempre me matan.
Ayer vi. a un hombre mirando,
mirando el sol que salía;
ayer vi a un hombre mirando,
mirando el sol que salía:
el hombre estaba muy serio,
porque el hombre no veía.
Ay,
los ciegos viven sin ver
cuando sale el sol,
cuando sale el sol,
¡cuando sale el sol!
Ayer vi a un niño jugando
a que mataba a otro niño;
ayer vi a un niño jugando
a que mataba a otro niño:
hay niños que se parecen
a los hombres trabajando.
¡Quién les dirá cuando crezcan
que los hombres no son niños,
que no lo son,
que no lo son,
que no lo son!
Me matan, si no trabajo,
y si trabajo, me matan:
siempre me matan, me matan,
¡siempre me matan!
8
Un altísimo fuego raja con sus cuchillas
la noche. Las palmas, inocentes
de todo, charlan con voces amarillas
de collares, de sedas, de pendientes.
Un negro tuesta su café en cuclillas.
Se incendia un barracón.
Resoplan vientos independientes.
Pasa un crucero de la Unión
Americana. Después, otro crucero,
y el agua ingenua ensucian con ambiciosas quillas,
nietas de las del viejo Drake, el filibustero.
Lentamente, de piedra, va una mano
cerrándose en un puño vengativo.
Un claro, un claro y vivo
son de esperanza estalla en tierra y océano.
El sol habla de bosques con las verdes semillas
West Indies, en Inglés. En castellano,
Las Antillas.
LÁPIDA
Esto fue escrito por Nicolás Guillén, antillano, en el año de mil novecientos treinta y cuatro.
ROSA TU, MELANCÓLICA
El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
Rosa tú, melancólica,
ojos de sombra llenos,
desde mi estrecha sábana
toco tu firme cuerpo.
Cuando ya el alto sol
ardió con su alto fuego,
cuando la tarde cae
del ocaso deshecho,
yo en mi lejana mesa
tu oscuro pan contemplo.
Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva y húmeda,
bajando vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro entonces los ojos,
pero siempre te veo,
clavada allí, clavando
tu mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.
EUGENIO FLORIT SÁNCHEZ DE FUENTES
Madrid, 1903- Miami, 1997.
Obra poética: 32 poemas breves (1927); Trópico (1930); Doble acento (1937); Reino (1940); Cuatro poemas (1940); Poema mío (l947); Asonante final y otros poemas (1950); Conversación a mi padre (1949); Antología poética (1956); Siete poemas (1960); Hábito de esperanza (l965); Antología penúltima (1970); Tiempo y agonía (l974); Versos pequeños (1979); Obras completas (Libros de poesía: l946-l974). Volumen II (1983); Donde habita el recuerdo (l984); Momentos (1985); Obras completas (1993).
TRÓPICO
A Rufina, que nació al tiempo
de madurar la guayaba.
1
Por el sueño hay tibias voces
que, persistente llamada,
fingen sonrisa dorada
en los minutos veloces.
Trinos de pechos precoces,
inquietos al despertar,
ponen en alto el cantar
dorado de sus auroras,
en tanto que voladoras
brisas le salen al mar.
2
Eco y cristal vienen juntos
hasta la falda del monte.
Voz de escondido sinsonte
y de caudales presuntos
aprisionan en dos puntos
un silencio de mañana.
Eco gira por la vana
concreción de la maleza
y el cristal, ya río, empieza
a dividir su sabana.
3
Dulce María a su misa
de domingo va cantando
y el sol la sigue besando
a la mitad con la brisa.
Ya desde lejos divisa
mal camino carretero;
pone en corazón entero
devoción dominical
y se hace camino real
todo el largo del potrero.
4
Húndese la luz inquieta
para abrirle unas pupilas
y puede el monte tranquilas
horas mirar por su grieta.
El agua, entonces sujeta,
rasga pretéritos lazos;
y, al saltar hecha pedazos
de fresca cristalería,
condensa la luz del día
con la sombra entre sus brazos.
5
Realidad de fuego en frío,
quiébrase el sol en cristales
al caer en desiguales
luces sobre el claro río.
Multiplícase el desvío
del fuego solar, y baña
verdes los campos de caña
y jobos de cafetal.
Luego vuelve a su cristal
Y en los güines se enmaraña.
6
Chirriar del grillo apresado
en ruedas de la carreta,
gira volcando en la veta
del camino verde prado.
Surge al fin, término ansiado,
máquina devoradora;
desmenúzanse en su hora
grumos de verde hecho nieve
y en bocas abiertas llueve
la blanca ilusión traidora.
7
Vi desde un pico de sierra
–con mi soledad estaba-
cómo el cielo se aprestaba
a caer sobre la tierra.
con fuegos en las entrañas
hundían manos extrañas
en las ceibas corpulentas
y la brisa andaba a tientas
rodando por las montañas.
8
Arde el sol y muerde el llano;
rabia de luz en la tienda.
Ay, río, que no te venda
tu dueño al americano.
Sombra de río y de guano;
agua fresca al mediodía
para mojar la falsía
del sol, que abusa en su cumbre.
Sol, cuando apagues tu lumbre
y se esté cayendo el día
9
Vuelo de garza en el marco
de tan exigua laguna
que quiebra su luz la luna
en la orilla, como un barco.
Guin osado sale en arco
y apunta a la garza en vuelo;
caen estrellas desde el cielo
a florecer en canciones
y vuelan los corazones
desde la jaula del cielo.
10
Sale nota del bohío
con luz del brazo a la tarde.
Deja, nota, que te guarde
para escucharte en el río.
Amplificarás tu brío
en el cóncavo cristal
y, al sentirte en aire igual
a clara estrella del cielo,
rimara con cielo y vuelo
el callado manigual.
11
Brillan luces voladoras
tan sueltas sobre la casa,
como luminosa masa
partida en tenues auroras.
Entre las brisas sonoras
son átomos de diamante.
Alza un brazo el caminante
al cruzar por la arboleda
y presa en la mano queda
una chispa titilante.
12
Flecha en un éxtasis verde,
ilusionada en su altura,
contempla la tierra dura
y en un suspiro se pierde.
Se empina a la luna y muerde
nácar azul de verano;
lo derrama sobre el llano
con pinceles de destreza
y se tiñe la cabeza
con seda de luna en guano.
2
MAR
A la memoria de Rufina, muerta con el caramelo amargo de una ola.
1
Tendrás el beso partido
por voluble tantas veces
como ya dentro floreces
en escamas. Encendido
más por el cielo caído
en regular geometría.
El alma tuya –tan fría-
no más, por el beso, muerta.
Alegre, al fin, a la cierta
siembra de luces del día.
2
Puse la mirada tensa
más que sobre ti, tan honda
–desprecio para la onda
y atención para la intensa
vida que en su seno piensa
mundo de niñez tranquila-,
tan honda, que ya no oscila
fija como está y ausente
para la vida tangente
a la encantada pupila.
3
Viaja en descenso feliz
para un resbalar de luz
sobre la mar, al trasluz,
quintaesenciado matiz.
Hay una fuga, un desliz
de materia. La altivez
perdida, vive otra vez
incierta vida sin voz.
Y la pupila precoz
bifurca falso doblez.
4
Mar, con el oro metido
por decorar tus arenas;
ilusión de ser apenas
por dardos estremecido.
Viven en cálido nido
aves de tu luz, inquietas
por un juego de saetas
ilusionadas de cielo,
profundas en el desvelo
de llevar muertes secretas.
5
Roto en espinas al peso,
cielo, de urgente llamada;
por anhelo de ser nada
en marina cárcel preso,
ábrese suicida beso
de nube en sendas oscuras,
frágil a las inseguras
luces de mentido día
hundido ya en la sombría
cena de nubes futuras.
6
Suspiro de opuesta vida
llega por camino ignoto
ya con el anhelo roto
y la esperanza partida.
¡Si arena clara, encendida
fuese tumba! Ya lamento,
clama fracasado intento
de término. Su desvío
rechaza despojo frío
vuelo en ondas por el viento.
7
Hoy, en voces de la ausencia,
lejos de ti, por mirarte
cerca llega de tu parte
milagro fiel de tu esencia.
Mar para mí de presencia
grata en crepúsculo incierto,
lleva ingravidez de muerto
fantasma de ecos perdidos
entre los vagos sonidos
errantes de su desierto.
8
Castigos de un dios alado
corren sobre el mar, sin freno,
a dividir lo sereno
en pedazos. Azorado
lanza su queja. De lado
van, por agitada cumbre,
sombras en ansia –a la lumbre
escasa de rotos cielos-
tímida de ver sus vuelos
por azul de mansedumbre.
9
Luciente fuego saldrá
luego de cegarse inquieto,
en oscuridad sujeto
por aires ausentes. Ya
de nuevo rápido va
mordiendo sendas. Tan duro
–en el fecundar futuro-
arquero de flechas rojas
contra enemigas congojas
de ciego horizonte oscuro.
10
¡Gana por amplio camino
extensión tan dilatada!
Recuerdo, luz reflejada,
cierta en su pálido sino.
Mensaje de polvo fino
de la sonrisa caída,
ya por blanca desleída,
viene sola en el doblez.
Llega a la huérfana tez
por el arrullo dormida.
11
¡Si vinieras tantas veces
cuantas en luceros brillas!
¡Si en luces de maravillas
como en inquietud floreces!
Noche, pues te desvaneces
–eco de mares risueños-,
para huir de los pequeños
clavos del remordimiento
déjate el alma en el viento
mecida de tantos sueños
12
Náufrago suspiro tanto
íbase en ondas ya lejos:
múltiples tenues espejos
para mi total quebranto.
Llanto risueño, y el llanto
medroso de lejanías,
navegaban en las frías
rutas, a quedar ausentes
de mí, por alados puentes,
en la fuga de mis días.
ESTROFAS A UNA ESTATUA
Monumento ceñido
de un tiempo tan lejano de tu muerte.
Así te están inmóvil a la orilla
de este sol que se fuga en mariposas.
Tú, estatua blanca, rosa de alabastro,
naciste para estar pura en la tierra
con un dosel de ramas olorosas
y la pupila ciega bajo el cielo.
No has de sentir cómo la luz se muere
sino por el color que en ti resbala
y el frío que se prende a tus rodillas
húmedas del silencio de la tarde.
Cuando en piedra moría la sonrisa
quebró sus alas la dorada abeja
y en el espacio eterno lleva el alma
con recuerdo de mieles y de bocas.
Ya tu perfecta geometría sabe
que es vano el aire y tímido el rocío;
y cómo viene el mar sobre esta arena
con el eco de tantos caracoles.
Beso de estrella, luz para tu frente
desnuda de memorias y de lágrimas;
qué firme superficie de alabastro
donde ya no se sueña.
Por la ama caída hasta tus hombros
bajó el canto de un pájaro a besarte.
Qué serena ilusión tienes, estatua,
de eternidad bajo la clara noche.
MAR EN LA CANCIÓN
1
Caracola
Estás aquí, forma de mil colores
pintada por el dios de los pinceles
al resplandor de la marea eterna,
y no puedes cantar, decir apenas
cómo fueron cayendo en tus entrañas
las luces del ocaso sobre el mar.
No puedes, como yo, forma cautiva,
soñar la despedida de la aurora
y el beso triste de la luna en arco.
Todo tu porvenir, entre la arena;
tu gloria, la caricia de unos ojos
sobre el nácar brillante de tu piel;
todo tu ayer, qué hermosa mansedumbre
de espejo por las ondas y de juego
para las horas plácidas de Venus.
Donde se pierde el palpitar de un beso
y la luz que se llevan las palomas
hacia el camino de horas en angustia,
allí nació tu sueño enardecido,
amarillo de sol, blanco de luna,
rojo de amor, azul de mar abierto.
Y estás aquí, frente al hombre desnudo
sin sol, bajo la luz de fuego,
ni esperanza de huir, frente al abismo.
2
Sombra
Y está bien que así sea. Que esa sombra gigante
acostada ante él sea su sombra oscura,
cuando a la muerte de la luz
las alas rojas de las nubes marchan.
La sombra que precede es más terrible
que la que no se ve. La vamos empujando
y se pega a los pies, y alarga el cuerpo
que va a romperse en el ocaso.
Y por la sombra pasan
barca y risa, y el vuelo sostenido
que marcan sobre el mar los alcatraces.
Y cuando ya no puede más el cuerpo, quiebra
su figura en la arena, derrotado,
para que así la sombra ya no sea
más que una mancha inerte de dolor en la tarde.
3
Momento
Caminé, caminé. Me senté solo
bajo la tarde, frente al mar
(No. Así no. Así:)
Caminé, caminé. Me sentí solo
bajo la tarde, frente al mar.
4
Canto del mar
Para llegar hasta el rincón más hondo de la sangre
tu canto, mar, viene en azul palabra y blanca risa
dentro de la perfecta soledad de las horas.
Y tanto vuelo que se escucha cercano
se mece entre las ramas de los pinos
para morir alegre después entre los dedos de la arena.
Aquí están tus colores, tu sereno misterio;
aquí tu voz antigua presa en las caracolas;
aquí la risa eterna del claro pensamiento.
Y fuera de este límite de horizonte redondo,
lo demás, lo que duele en mitad de las noches,
lo que clava sus uñas en la noche del alma.
Qué esperanza de verse azul al doblar la mañana
y navegar sobre las horas infinitas
cuando está la mano de Dios llamando a su criatura descelada.
Y qué fuerza, ahora, para comprender su silencio
y quedarse en espera todas las tardes de la vida
hasta que llegue el día de volar con sus ángeles.
Porque el destino tuyo, mar, de muerte y de vida;
de cantar y gritar, de estar azul y gris y verde y blanco;
ese único destino que va rodando sobre todas las playas del mundo,
hay que aprenderlo aquí, frente al ocaso,
cerca de aquella nube que se baña los pies
en el término ansiado de tu rojo horizonte,
cuando tienes la noche para callar el vuelo
y toda la mañana tienes para cantarlo,
en esta sorda angustia de mirarte la sombra
que se va por las tardes con el sol a la muerte.
Varadero, Cuba,
febrero de 1939.
MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN
Sí, venid a mis brazos palomitas de hierro;
palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.
Qué dolor de caricias agudas.
Sí, venid a morderme la sangre,
a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla.
Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.
Sí, para que tengáis nido de carne,
y semillas de huesos ateridos.
Para que hundáis el pico rojo
en el haz de mis músculos.
Venid a mis ojos, que puedan ver la luz,
a mis manos, que toquen forma imperecedera,
a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas,
a mi boca, que guste las mieles infinitas,
a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.
Venid, sí, duros ángeles de fuego,
pequeños querubines de alas tensas.
Sí, venid a soltarme las amarras
para lanzarme al viaje sin orillas.
Ay!, qué acero feliz, qué piadoso martirio.
Ay!, punta de coral, águila, lirio
de estremecidos pétalos. Sí. Tengo
para vosotras, flechas, el corazón ardiente,
pulso de anhelo, sienes indefensas.
Venid, que está mi frente
ya limpia de metal para vuestra caricia.
Ya, qué río de tibias agujas celestiales!…
Qué nieves me deslumbran el espíritu!…
Venid! Una tan sola de vosotras, palomas,
para que anide dentro de mi pecho
y me atraviese el alma con sus alas!
Señor, ya voy por cauce de saetas!…
Sólo una más y quedaré dormido.
Este largo morir despedazado
cómo me ausenta del dolor. Ya apenas
el pico de estos buitres me lo siento
Qué poco falta ya, Señor, para mirarte!…
y miraré con ojos que vencieron las flechas,
y escucharé tu voz con oídos eternos,
y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis,
y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas,
y gustaré tus mieles con los labios del alma!…
Ya voy, Señor. Ay!, qué sueño de soles,
qué camino de estrellas en mi sueño
Ya sé que llega mi última paloma
Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo
hundida en un rincón de las entrañas.
EMILIO BALLAGAS
(Camagüey, 1908—La Habana, 1954)
Obra poética: Júbilo y fuga (1931); Blancolvido (1932); Cuaderno de poesía negra (1934); Elegía sin nombre (1936); Nocturno y elegía (1938); Sabor eterno (1939); Nuestra Señora del Mar (1943); Cielo en rehenes (1951); Décimas por el júbilo martiano (1965); Obra poética de Emilio Ballagas (1955) Órbita de Emilio Ballagas (1965); Obra poética (1984); Poesías (1997).
EL SONETO SOMBRIO
Morimos y resurgimos inmutables
y gracias a este amor, demostramos
ser misteriosos.
John Donne
Un solitario espejo, un dios caído,
una máscara presa en su agonía;
una paloma de melancolía.
(En la pared un lábaro vencido.)
¿Quién pone esa tiniebla en mi gemido?
¿Quién con la uña de su lezna fría
sobre mi corazón traza una estría
dejando en carne viva su latido?
¿No callará el lamento que me eriza?
¿No habrá quien apostrofe al firmamento
por dar tregua a esta lluvia de ceniza?
Dejad que llore de remordimiento
mi roto arcángel en la luz plomiza.
¡Quizás se me haga familiar su acento!
ELEGIA TERCERA
A Manuel Navarro Luna
Me veo morir en muertes sucesivas,
en espiral de muerte inacabable
por espejos de muerte presidida.
De una muerte a otra muerte presurosa
teje una araña verdinegra y grave
hilos de muerte dulce y conmovida.
Llueve la muerte en diminutas muertes,
en ceniza dispersa y silenciosa.
Llueve la muerte en círculos de otoño,
llueve en maduras hojas desprendidas
Y llueve y llueve herida por el viento
en pequeñas agujas de amargura
y rotas amapolas sin destino.
A través de la niebla equivocada
adivino los labios que tenías,
el tacto musical que me acercabas,
los paisajes con humo de tu abrazo
y en la fugaz herida del relámpago
se enciende para huir sin voz ni huellas
el armonioso nombre que esgrimías.
Lento deshielo y agua desolada
va río abajo, corazón adentro,
anhelosa de tumba la corriente
en que flotando como rama seca,
inútil tu memoria de luceros
busca en mi mar suicidio, pide olvido.
SONETOS SIN PALABRAS
Ya sólo soy la sombra de tu ausencia,
una oscura mitad que se acostumbra;
dulce granada abierta en la penumbra,
madura a tu rigor. Sorda existencia.
Desmayado vivir. Ciega obediencia
que la memoria de tu voz alumbra.
Pupila fiel; ojo que no vislumbra
su cielo. ¡Ángel caído a tu sentencia!
Desterrado de asombros y colores
beso mi cicatriz y la humedezco
en salobres cristales lloradores.
Me aclimato al olvido que padezco.
Y a los agudos garfios heridores
la inútil apagada carne ofrezco.
NOCTURNO Y ELEGIA
Si pregunta por mí, traza en el suelo
una cruz de silencio y de ceniza
sobre el impuro nombre que padezco.
Si pegunta por mí, di que me he muerto
y que me pudro bajo las hormigas.
Dile que soy la rama de un naranjo,
la sencilla veleta de una torre.
No le digas que lloro todavía
acariciando el hueco de su ausencia
donde su ciega estatua quedó impresa
siempre al acecho de que el cuerpo vuelva.
La carne es un laurel que canta y sufre
y yo en vano esperé bajo su sombra.
Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.
Si pregunta por mí dale estos ojos,
estas grises palabras, estos dedos;
y la gota de sangre en el pañuelo.
Dile que me he perdido, que me he vuelto
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados:
dile que voy del azafrán al lirio.
Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarse en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.
Ahora no puedo ver aunque suplique
el cuerpo que vestí de mi cariño.
Me he vuelto una rosada caracola,
me quedé fijo, roto, desprendido.
Y si dudáis de mí creed al viento,
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si os espero o si anochezco.
¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes.
De mí hablarán un día los olivos
cuando yo sea el ojo de la luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.
Es verdad que estoy triste, pero tengo
sembrada una sonrisa en el tomillo,
otra sonrisa la escondí en Saturno
y he perdido la otra no sé dónde.
Mejor será que espere a medianoche,
al extraviado olor de los jazmines,
y a la vigilia del tejado, fría.
No me recuerdes su entregada sangre
ni que yo puse espinas y gusanos
a morder su amistad de nube y brisa.
No soy el ogro que escupió en agua
ni el que un cansado amor paga en monedas.
¡No soy el que frecuenta aquella casa
presidida por una sanguijuela!
(Allí se va con un ramo de lirios
a que lo estruje un ángel de alas turbias.)
No soy el que traiciona a las palomas,
a los niños, a las constelaciones
Soy una verde voz desamparada
que su inocencia busca y solicita
con dulce silbo de pastor herido.
Soy un árbol, la punta de una aguja,
un alto gesto ecuestre en equilibrio;
la golondrina en cruz, el aceitado
vuelo de un búho, el susto de una ardilla.
Soy todo, menos eso que dibuja
un índice con cieno en las paredes
de los burdeles y los cementerios.
Todo, menos aquello que se oculta
bajo una seca máscara de esparto.
Todo, menos la carne que procura
voluptuosos anillos de serpiente
ciñendo en espiral viscosa y lenta.
Soy lo que me destines, lo que inventes
para enterrar mi llanto en la neblina.
Si pregunta por mí, dile que habito
en la hoja del acanto y de la acacia.
O dile, si prefieres, que me he muerto.
Dale el suspiro mío, mi pañuelo;
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una estrella.
ELEGIA SIN NOMBRE
But now I think there is no unreturn´d love, the pain is certain one way or another, (I loved a certain person ardently and my love was not return´d, Yet out of that I have griten these songs.)
Walt Whitman
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