SANTUARIO Y SUEÑO Así hemos soñado que la propia naturaleza nos revisita antes de deshacer sus bosquejos, y aún sentimos sus dedos fríos que indagan por la fiebre o la indiferencia como una madre devuelta a los claroscuros del techo, muerta, trazada en el sopor del zaguán. Acude a hilar sus votos, el vidrio que desangra la mano y la mano que tiñe la jofaina. Por unos minutos prefiere acariciar los vástagos que se cansan en la solercia para al fin dar con la madeja blanquecina y teñirla de ocres, lenta y sinuosa, la madre que aparenta haberse sostenido en otro punto crucial, no en el sueño, no en la viga que cuelga amenazante. Se alimenta de nuestro miedo a los laminarios cuando nos descubre sometidos a un recinto y su piedad. Allí descansamos, un minuto antes de detener el péndulo y comprobar las diferencias. Allí terminamos, una mancha sobre el azogue y su pudor. En otro pasaje, en otro reinado que se diluye como el propio sueño, en otra cercanía que se alimenta de tinieblas, sin decirlo jamás.
DARLE UN NOMBRE Yo no quiero darle un nombre, porque ello implicaría la desobediencia del edicto, clavado sobre nuestras cabezas. Darle nombre sería ofrecer, por fin, el aroma y el sabor que al dios gratifican sin algo a cambio: un ínfimo ademán que reciproque tanta pequeñez, gastados en la consumación del Ser. Yo no quiero darle un nombre, sino callar y mirar obstinadamente la pared, sabiendo que el encono puede destejer su propia urdimbre. Sentir la gravitación que el dolor puede ofrecer cuando evitamos el Verbo. Y seguir apegados a esa sustancia que hiere y ya no nos abandona, buscando tenaz un nombre.
OTRAS ATADURAS Y APARIENCIAS El hielo sólo enseña destrezas, maneras de ensimismarse ante el legajo manchado donde han descrito esos síntomas que pretenden retratarte: siluetas, pespuntes, caligrafía temblorosa de los cuidadores, recetas tenues. Ellos describen su frialdad sin enfatizar el argumento de los espacios donde nada germina: más allá ha de nublarse la visión, un espejo blanco que devora a quien le interrogue, una capa de nieve sucia que se extiende hacia el vacío. Ciertas palabras, ciertas figuras conservan su eficacia y me hacen flaquear, me rinden por fin. Los miras asentir, apuntar el hallazgo con una sonrisa. No admiten el temor de perderte, dibujo contra el cristal, mirada que escruta sólo las huellas que no parecen haber regresado. Ven en tu calma su triunfo: eres una predicción que vino a confirmarles aunque afuera el hielo insista, mudo, casi palpable.
MENOS LOS SENTIDOS Se inhala el fulgor para contenerle y borrarnos a su vez en la inmersión que sobreviene, linfa tibia que al cuerpo acepta como hace un sudario, tonos prometidos y hoy dispersos en cada utensilio que ensaya el juego de ceder a lo oscuro. El precario dosel que intenta encubrir la Finalidad y regresa en otra partitura es el párpado al acecho, en su costumbre cíclica. La terca certeza del aposento nos hace creer que poseemos un claustro donde borrarnos. Manos operantes, la falacia mayor que obsequian si de los ojos se renegase. Podrán tapiar las grietas, cubrir cada intersticio por donde asoma el esplendor, lo que insiste y cautiva al actor del capuz que verifica su antro impenetrable. Late el fruto caído, y latirán las sienes siguiendo el juego de las bifurcaciones. Nos hacen creer que nada es distintivo cuando la penumbra se salva de las fisuras. Nos enseñan el vicio del tacto, la verdadera flama del arbitrio cuando apartamos la yesca. Es el crepúsculo que nos contiene, es la sibila que se niega a ver, por no vernos, por no dejarnos sanar.
LUNAS En cada transposición del silencio, un nido abierto que busca otro nido triunfal, dos estoques contra las rejas: allí he visto juntarse las lunas, en mi piel, en la garganta que intenta el grito. Cuando desciende el crisol y sangra la bestia las lunas se posan sobre yacijas irreales. Son las noches de untarse esa pócima abandonada a la indiferencia del muro. Son las noches de evitar ciertos cumplidos que seducen. Inapresable mi ánima salvo cuando se juntan los portentos que ahora confieso, he tenido que ver cómo talan los sicomoros y se mella el filo contra la corteza. He tenido que ver cómo desmenuzan los nidos, y cómo a mis lunas, en la fragua de la lucidez, de un golpe separan.
NADIE Crispada en torno al frasco, delineando el arrobo de las privaciones, viene la mano a cerrar un lapso que no existe fuera de este confín y su herraje. La mano que acariciaba urnas, puliendo astuta como para encontrar un respiradero, puliendo siempre en el sopor que ofuscaba, inerte y vana en las noches, satisfecha del miasma y oficiosa si malograba el amanecer, tuvo que escribir la cantiga y luego borrarla con el pudor que se aprende en las candilejas y en la voz que sigue enmendando la ineficaz actuación; y así correr el dosel para ceñir otra tiara sedosa, sumisa, hasta alzarse en el asombro de verse altiva y ser el arma, la dosis, el instrumento de rescisión, la tachadura.
EL PRECIO DE LAS PALABRAS Yo vengo desde lejos a correr los cerrojos, a mirar cómo se apagan los rescoldos en la sala desierta donde una vez centellearon, ilusivas, mis palabras. Siempre encubierto, creí haber recreado estados espirituales y era sólo el vicio de los ecos. Y tardé tanto en comprender que se puede acceder a la imagen, pero el sentimiento ha de quedar velado al hombre. Para decirlo mejor: una noche de angustia, el escozor que nos hiende, el sollozo virginal, el júbilo trepidante no pueden ser enmarcados en combinación alguna. No se revisita la noche, ni el escozor, ni el júbilo a no ser que cerremos los ojos, y resistamos la tentación de la página. Describir un quebranto es medirnos contra el arco de un dios y requerir un efecto. No se revisita ese quebranto para descubrir toda la vaciedad que allí se enmascara. Descuidar así los pálpitos, y sustituirlos por las imbricaciones de la naturaleza: sutiles lazos, halos que no oscurecieron jamás por ser las fachadas una obsesión de quien sólo descubre en los reflejos el rostro que le enaltece y le miente. Como quien sobrelleva todo el desprecio de una estirpe que se aísla entre escombros, preso de las simulaciones, así he pagado el precio de las palabras.
LUJO DE UN DÍA Tuvimos que buscar en otra parte porque no estaba en nosotros. Se deslizaba el manto incorpóreo, estructura de la insistencia nunca torneada por quien vino a perpetuarnos. Y resultaban así la intemperie, las estatuillas fáciles, los ojos escrutando, midiéndolo todo. Quien sabe de rasgos mansos no sabe ser dios. La criatura tiembla bajo el cincel como antes temblara el dispensador de almas. Todo parte del objeto deforme, vaciado aprisa, el ejercicio ridículo, la masa que acecha. Lo que nos fue entregado hemos ido devolviendo en ejercicios de intelección que visten, como pueden, el temblor de criatura develado al fin, cuando acuden a vernos y somos la mueca tras el cristal: cuerpos como fábula negociada en pericia. Fuimos armando el personaje con trozos robados que ya no sabremos disimular, ídolos marchitos en la vitrina, de un día, de una calle borrosa, de una ficción que ya resulta inservible.
MIENTRAS DUERMES Mientras duermes, alguien se ocupa de reordenar tus estrellas. Lo que fuese vanidad y clarividencia se convierte en sedimentos, fibras roídas que cuelgan del alféizar, mostradas al naciente para hacerte creer en la utilidad de las parábolas. El cálido nido se despereza y sobrevuelan las plumas sangrientas. Aún resuena el estertor que en la noche recogía tu molicie; a tus propias vestiduras han deshecho los espasmos, la crispación de tu cuerpo bañado en luz astral. Bastó un único letargo para arrancarte el nombre y los números secretos. Sordo a los maitines, ciego al crisol, en el mugriento lecho te tiendes y aprietas firmes los párpados repitiendo que es sólo un mal sueño, que tiene que ser, como siempre, un mal sueño.
LA NIEBLA Cuando falta la venda sobre los ojos se tienen el calvario y la jactancia. Y lo que antecede simula anegarnos impunemente: los días vertiginosos se agolpan ante la hacienda que languidece y no renuncia. Queríamos traer, cortar esos árboles helados para nuestra estacada inútil. Queríamos demarcar el exacto suelo; y era la niebla aquel cuerpo insondable que crecía en derredor, como un dios ubicuo. En la piedra relumbra la hoja. En la hoja aguarda el espesor de la sangre. Niebla rotunda, codiciada por nuestra voz si le interrogan una vez más, si demandan otro requiebro. Nunca decir lo que el coro estimula cuando borran un trono y dibujan una silla. Aplausos suspendidos, la tercera vía ilumina, el guardián tropieza cuando nos ofrece el cáliz. Nuestra fatiga, que fue construir una estacada en medio de los vítores, nos hace ceder, beber extenuados la porción más indigna. Todo está bien, murmura el copero desde su nicho, y avanza la legión que no sabe distinguir entre una piedra y un cepo. La hoja relumbra antes de cortejar la piedra. Es la fascinación vertida, que salpica los manteles y los lazos llamados a permanecer. Es la inmanencia del deseo, trocada en hartura, acusadora presea que arrojan a nuestros pies. No es el roce de un nudo ni la frialdad de un grillete, pues cada apetito encuentra inevitablemente sus recompensas. Todo está bien, murmura el propio rey que ha descendido un instante a darnos su venia y besarnos las sienes antes de que ciñan, por fin, la venda sobre nuestros ojos.
DAMARIS CALDERÓN CAMPOS
(La Habana, 1967). Poeta, narradora y filóloga, licenciada por la Universidad de La Habana. Egresada de magíster en lenguas y Culturas clásicas por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, (UMCE), Santiago de Chile, Chile.
Obra poética: Con el terror del equilibrista, (1987); Duras aguas del trópico,(1992), Guijarros (1994, 2d. Ed. 1997); Babosas: dejando mi propio rastro (1998), Duro de roer (1999, 2da 2005); Se adivina un país, (1999); Sílabas. Ecce Homo, (2000, 2da. Ed. 2001) y Parloteo de Sombra (2004).
Santiago Humberstone
Yo, Humberstone, hijo de un modesto empleado de correos y nieto del Director de la Banda de Guardias Escoceses, llegué aquí a hacer la América. Yo, un oscuro químico lustrado ahora por la sal, inventé esa ficción: el pampino: cruce de animal soñador necesitado con nativas de la zona. Inventé el futuro, el futurismo, Marinetti. Me cagué en Le Corbusier, la Torre Eiffel, esa ciudad amanerada: París. Aprendí palabras ásperas: caliche, charqui, camanchaca (yo que jugaba delicadamente al tenis, yo, cuya vida era un campo de golf), copié y apliqué el sistema Shanks (que nadie conocía por aquí). Tuve mano férrea, tuve mano de obra (barata). Comencé por conquistar Agua Santa y ahora me pudro en las Aguas del Tiempo. Yo, que me horroricé cuando escuché que estos indios llamaban chanchos a las relucientes máquinas metálicas, trituradoras, porque les recordaban el ruido de los puercos al comer. Establecí un Orden, una jerarquía en el Caos: de un lado los ingleses y administradores, del otro, los hombres y las bestias. Yo, que puse un toque de delicadeza, de civilización en estos páramos: Al espejismo de los oasis de Pica y Matilla opuse una piscina (metálica), construí una plaza (pública), una Iglesia, el tendido eléctrico, un orfeón para que estos bárbaros escucharan música -ópera- no el rumor sempiterno, monótono de las arenas. Yo, me la creí completa y se la hice creer a medio mundo: ?El salitre chileno el mejor del orbe?: nitrato de sodio: la pólvora más eficaz para las guerras intestinas y extranjeras. (Así de cosmopolita): ?El salitre chileno entra a Francia, a Suecia, llega a la antigua Hélade? (hasta que los alemanes inventen el sintético en la Segunda Guerra Mundial). Yo, que me convertí en Santiago, Santiago Humberstone, tuve en mis manos el Oro, el Oro Blanco, el Monopolio. Que me hice viejo, me hice venerable. Padre -del Salitre-, (la Compañía me obsequió una medalla de oro, el Rey de Inglaterra me confirió la Orden Oficial del Imperio Británico). Yo, James T., cuyo nombre desaparece bajo la formidable leyenda y las casas huachas, extiendo mis raíces dieciséis metros bajo tierra y no encuentro agua. El desierto y la muerte recobran su señorío.
Un Lugar Donde Poner Los Pies
He llegado con mis maletas en desorden -no me espera nadie. Mis pies son dos extraños los he arrastrado como perros. Un paisaje sangriento sostenido apenas por la escarcha. Todo perdido. Tengo 34 despiadados años manos para amputar lo necesario. Todavía soy fuerte.
Praga
Es inútil buscar la Ursprachen (no quedan lengua ni madre). Columnas de inmaterialidad sólidas como un dios. Estos huesos no hablan alemán.
En La Casa Del Miedo
En el hueco de la mano como un pájaro el miedo hace su pequeño nido.
Dos Girasoles Sobre El Asfalto
En el terminal de ferrocarriles sentada con mi madre dos girasoles sobre el asfalto. Su mano borra todo sucio paisaje. Nunca he comido sino de esa mano nunca sino de ese fruto macerado. Me enseñabas un sendero para que no me extraviara. Y siempre regreso, pequeño afluente, buscando un poco de sosiego como se le da al enfermo una cucharada de sopa Y la cuchara hace frías, metálicas promesas hasta que la cabeza se queda recostada contra el velador. Una oruga cantándole a un gusano -la canción de la morfina- la cabeza roída por dentro, el tallo esplendente conectado al tubo de oxígeno. El mar, como un patrullero pisándome los talones. Thalassa thalassa he intentado vivir siete veces.
Cielo Boca Abajo
No, el cielo no se tiende como un paciente anestesiado sobre la mesa El paciente en su camilla anestesiado de sí mismo no mira al cielo espera el corte el bisturí que haga saltar al potro de su infancia y las canciones natales que volverán con las agujas hipodérmicas.
Césped Inglés
Los segadores tienen una rara vocación por la simetría y recortan las palabras sicomoro, serbal, abeto, roble. Guardan las proporciones como guardan sus partes pudendas. Y ejercen sin condescendencia el orden universal porque el hombre -como el pasto- también debe ser cortado.
ADELANTANDO EL PASO
(¿ Y SI YO FUERA PAUL CELAN?)
–
Y un soldado me sustrajera
la madre
las sílabas
las hebras de sol
y me pusiera
a bailar
a cavar
el poema
(su fosa común)
de un disparo
en la nuca
a una imposible
sulamita ?
–
ALGUIEN PRONUNCIA LA PALABRA PATRIA
Y LA PALABRA LE QUEDA GRANDE
–Como un poncho extraviado
de los cuchilleros del sur
Como el abrigo tejido por la madre
deshilachado en la llovizna
Inscripciones bordados
Geoglifos raspados en la carne
pieles curtidas en la sal sin memoria.
– ¿adentrarse? ¿pertenecer?-
Abrirse paso a manotazo machetazos
Los pájaros caen fulminados
en el rumor del monte.
La llanura disléxica pronuncia todo aquello
que no hicimos y pudimos y debimos y quisimos hacer.
(Imposible remontarse con la palabra pájaro).
Teja el marabú su corona de espinas.
En la noche bajo a los muelles
y me desprendo de todo lo que echa raíz. –
EL POEMA. SU FOSA COMUN -El poema
———–El noema
el mapoe
el epomae
el balbu
———-ceante
centellante
ante dicho
ante escrito
———Rito
triza
———Dura
cercen
———Ado
–
sosten
——–Ido
entre
dientes
¡arrrr!.
–
LAS PALABRAS CRUZARON EL DESFILADERO.
-las entrañas de un novillo descompuesto, la maceración de la entrañas
la podredumbre de un novillo descompuesto, la putrefacción de un novillo
descompuesto,
cuerpos macerados, articulaciones humanas ligamentos pies, dedos, cabezas, columnas, astillas , huesos, manos, intestinos, articulaciones, amasijo tensado hasta producir el sonido de una cuerda, el grito primordial, inarticulado
———-el poema
———-el noema
———-el mapoe
———-el epomae
el
——P
———–O
—————–E
———————-M
————A
enterr
———Ado
liber
———Ado
sosten
———Ido
entre dientes.
–
Diente con diente las palabras cruzan el desfiladero.
MI CABEZA ESTÁ EN OTRA PARTE
Literalmente:
fuera del camino.
Como el herido
convaleciente que
no puede ser
llevado en hombros.
Monsieur Guillotind
inventó una máquina
para separar
la cabeza del cuerpo.
(La cabeza cortada
contempla las cosas tal como son,
el Presente puro, sin ningún significado,
sin arriba no abajo,
sin simetría, sin figuras.
Sin desesperación.)
Rápida y eficaz
como el racionalismo.
RIBERAS DEL MAPOCHO
Una ciudad atravesada por un río
una mujer por su hombre
una garganta por una espina.
Mapocho vertical
donde desembocan el Sena y el Aconcagua,
el Nilo y el Almendares,
¿el camino de bajada es el mismo?
Los pájaros picotean con fruición
las cáscaras de plátanos
y los cuerpos ahogados.
Y las lajas de las piedras repiten
que el camino de bajada es el mismo.
Mis pies vertiginosos
las aguas inmóviles
un fuego que se va apagando en medidas.
CARLOS ESQUIVEL GUERRA
(Elia, Las Tunas, 1968). Poeta y narrador.
Obra poética: Perros ladrándole a Dios (1999); Fuera del círculo (2000); Tren de Oriente (2001); Balada de los perros oscuros (2001); Los epigramas malditos (2001); Los animales del cuerpo (2001); Una ventana al cielo (2002); La isla imposible y otras mujeres (2002); El boulevard de los capuchinos (2003); La segunda isla (2004); Zona negra (2004); Bala de cañón (2006); Toque de queda (2006).
PERROS LADRÁNDOLE A DIOS
Muerte ya empieza a llover
ya la nostalgia me acusa
de salvar la escaramuza
en el miedo de volver
Madre no jures tejer
sobre la hierba mi nieve
Algo sucede y se atreve
algo se pierde en el gris
Aquí está mi cicatriz
y mi nombre 89
57 01
Aquí queda mi manzana
cuando salgo de La Habana
a ponerme el desayuno
Aquí no queda ninguno
aquí el que sigue termina
mientras la bala se inclina
a su doblez o al abismo
uno sabe que en sí mismo
se perdona o se asesina
Espuma será la casa
que el avemaría entierra
Sé que no estoy que es mi guerra
la que me muerde la hogaza
Xangongo nadie me abraza
nadie silba su valor
cuando jura mi dolor
al dolor que le adivina
Porque siempre habrá una mina
(lo demás será un temblor)
un segundo de explosión
una rabia en la chapilla
el hueso que sólo brilla
cuando salva su expansión
Qué muerto intenta el turbión
de la madre Cuál se esconde
para inventar que responde
desnudo Alguna medalla
necesita la batalla
en su historia pero dónde
encontraremos un hueso
para alumbrar a la madre
Se trenza Dios con el padre
(yo viejo Huck salgo ileso)
El hombre siempre va preso
de la bala que lo busca
Pido a la novia que luzca
el traje que no al encierra
Una bala no es la guerra
pero una bala me busca
Escuchen cómo el disparo
POR MEDIO DE LA PRESENTE
abre en el pecho su diente
Y CON LA LEY AL AMPARO
cae el hombre pero es raro
DEL TRIBUNAL SE CONDENA
el hombre cae y Dios suena
AL SOLDADO RUIZ DOMÍNGUEZ
como un polvo que se extingue
A PENA DE MUERTE A PENA
La muerte sabe que ya
no es la muerte sino el rostro
donde en la madre me postro
el regreso que no está
La muerte no ocurrirá
la muerte es la propia voz
la sangre el cuerpo la tos
los ojos también la sombra
La muerte es la que nos nombra
Perros ladrándole a Dios
Oh muerte todo traiciona
pero una madre lejana
se asoma por la ventana
de los ojos y perdona
Oh muerte ya me abandona
quien nos disparas sermones
para salvarse a sus dones
de bienvenida o de suerte
Sólo me quedas tú muerte
Oh muerte no me traiciones
ESCALERAS AL CIELO
in my thoughts I have seeen
rings of smoke through the trees
and the voices of ghosts
Led Zeppelín
Ya que no elegimos la vida,
elijamos la muerte
Ernest Hemingway
Dirán que solo escribo de los muertos
guardando un minuto de silencio
por ti que ya no tienes nombre.
Roberto Méndez
I
Te basta con morir allá, a lo lejos.
Alí Ahmed Sa´íd
(Ernest Dowson)
A veces yo me suicido
y veo a Dios en la altura
pero la muerte me dura
muy poco para el olvido
A veces queda sufrido
el hombre y pierde su voz
A veces abre sus dos
alas y ve los reveses
Yo me suicido mil veces
solo para ver a Dios
II
(Primo Levi)
Uno se queda las luces
del viaje las lleva dentro
Entre los dedos el centro
de su Gólgota y las cruces
Uno se lleva las bruces
del intento sin reírse
Uno comienza por irse
en los huesos su mitad
Uno se queda la edad
en el susto de morirse.
III
Los desnudos muertos serán uno solo, con el hambre
en el viento y la luna en el poniente.
Dylan Thomas
(Virginia Wolf)
Nadie se muera cuidado
si al final la vida inflama
en los dedos y nos llama
feroz desde el otro lado
Nadie no muera pecado
horror de casa blancura
temblorosa Qué tortura
Hamlet si por cada cráneo
hay un Yorick momentáneo
que se juega mi locura
IV
Vienen poemas oscuros
Ya pesan en mi bolsillo
John Keats
(Percy B. Shelley)
Con qué poemas me lanzo
con qué silencio les grito
si lanzarse es solo un rito
en las aguas que no alcanzo
De ahogarme nunca me canso
al girar sobre el anillo
del pez que siempre le astillo
a su corriente mi apuro
"viejos poemas oscuros
ya pesan en mi bolsillo"
V
Los muertos no mueren vigilan y ayudan
David Herbert Lawrence
(Jean Pierre Duprey)
En cada muerto se acuesta
de olor a nervio mi sombra
Crece infinita se nombra
confundible sin respuesta
Estar vivo es una apuesta
que se sumerge a la voz
En cada muerto soy dos
(lloro mi pan al fingirse
otra tristeza) Morirse
es la mentira de Dios
VI
Pondréis en mi tumba un salvavidas
Robert Desnos
(Paul Celan)
Es qué mar estoy muriendo
y qué vaso lo supera
Puedo escribir si yo fuera
un libro que va gimiendo
En qué mar me están saliendo
los peces A qué campana
se fue el azul si la gana
sin los ojos de quedarse
En qué mar puede salvarse
mi mar y de qué ventana.
VII
La noche vierte sobre nosotros su misterio,
y algo nos dice que morir es despertar.
Xavier Villaurrutia
(Stefan Zweig)
Pero a la muerte le debo
amigos miles de cosas
(mis padres y viejas rosas
que corté a las novias) Llevo
marcadas desde mi cebo
ropas de vivir inerte
Le debo a todos la suerte
de mi voz alzando el mundo
pero a la muerte -un segundo-
le debo también mi muerte.
VIII
(Vladimir Maiakovski)
Es fácil lanzar el dado
a la sombra de la mesa
El dado salva su pieza
mortuoria de que ha lanzado
Es fácil saber marcado
como un juego de la suerte
el pobre rumbo que acierte
como un tiro tu escapada
Fácil perder la jugada
cuando se apuesta la muerte
IX
(Dazai Osamu)
Sueños me suben del niño
que se desnuda otra vez
Niño soy de la vejez
que me salvé del cariño
La muerte me guarda un guiño
una moneda que tira
a cara o cruz la mentira
de morir o de quedarme
La muerte puede salvarme
La muerte también respira
X
(Seguei Esenin)
Sólo soy el fusilado
flagelo mío saliva
de quien dispara hacia arriba
las muertes que no le han dado
Fusil de nombre guardado
me busca a señas ampara
sobre los hombros repara
su hambre al sucio y siempre llora
bolchevique su demora
Apunta al pecho dispara
XI
(Cesare Pavese)
Y llegaron a una tierra, sí, una tierra muy hermosa
y placentera, una tierra de aguas puras.
Mosiah 23:4
Se estiran bajo la tierra
a correr todos mis huesos
y vuelven en sangre presos
de espaldas a quien los cierra
Saltan sin nombre la guerra
de esa lluvia que merecen
Espejos son y me crecen
temblando su desayuno
Vuelven a dormir sin uno
y en otros huesos florecen
LUIS MANUEL PÉREZ BOITEL
(Remedios, Villa Clara, 1969)
Obra poética: Unidos por el agua (1998); Bajo el signo del otro (2000); Los inciertos dominios del escriba (2001); Oración del inquilino (2002); Aún nos pertenece el otoño (2002); Para no quedar en el andén (2003); No pidas el perdón (2004); Ciudades del invierno (2005); Antes que la noche acabe. Antología personal (2005).
TRÍPTICO PARA CUANDO MI PADRE DIGA ADIÓS Y YO NO SEA MÁS QUE UN PARADERO NECESARIO ENTRE LA SOLEDAD Y EL HOMBRE
Lo cierto es que, cuando vimos partir al amigo, fue como
volver a tener seis años apretados entre los párpados
y quedarse sin padre sabiendo que aunque lejos e
impronunciable, él seguía existiendo.
NELSON SIMÓN
I
toca en el cielo la noche
un rostro entra por la casa sin techo
mi padre mira el infinito donde aguardan
los príncipes y duendes de entonces
alucino manteniéndome sereno como si hubiera
entrada la propia imagen
su rostro esquelético con olor a tierra
vuela entre el espacio vacío
mi hermana está con mal humor
no quiere saber de estas cosas
miro el reloj que entre telas de araña vegeta
papá se quita los guantes y no duerme
se escucha un relincho
alguien prepara un café con leche
mi padre dice adiós entre la madrugada y el día
abuelo duerme
y en el reflejo de la imagen de papá
lo sigo con un caballo de tripas y tejidos
estoy cerca le hablo
mi voz toca el cielo
perforando el silencio de la noche
II
papá se va a morir y él no lo sabe
apenas su sonrisa guardaré en la inmediatez
de la casa
y lo veo disimulado corriendo los sillones
intranquilo
recordando su infancia ante el espejo
porque él nunca fue un héroe para contar
los triunfos
papá se va a morir y tirará el sombrero
tras la próxima noche
aunque desconozco la llave exacta
de su regreso
para que vuelva a dibujar el techo
de barro y vigilia
rogar detrás de la puerta
con la esperanza de verlo aparecer
mientras el traje no me importa
voy a dibujar su nombre para que no diga adiós
porque nadie puso llaves a las puertas
ni lo vio con su camisa blanca de domingo
y almidón que le gustaba
papá se va a morir y él no lo sabe
III
en esta soledad de antaño llevo el equipaje
por descubrir la ausencia me di a la fuga
traté de borrar el pasado
pero me fue prohibido
aun cuando prefiera aquella navidad
donde aplaudía
y era yo feliz como una embarcación
en pleno viaje
pero la muerte tiene su sed y debe saciarla
entre los goznes del cuerpo
también descubro escaras
cuando la vida es un salto nada más
para dejar los recuerdos
fotos y poemas que nadie encontrará como él
porque fui un loco ante la gente
un paradero necesario entre la soledad
y el hombre
ya nada es tan real
en la casa quién se confabulará
con mi adolescencia
quién prenderá el fuego
hacia donde irán estos años
estos caprichos que no son más que golpes
porque en realidad mi padre ya no está
y he quedado solo
yo que había probado la sal
el agua y la penumbra
no encuentro el sendero
no encuentro la razón que justifique la muerte
el final y lo demás
aquí donde lo demás es realmente imposible
C.A.AGUILERA
(La Habana, 1970). Poeta y crítico.
Obra poética: Tipologías (1995),Retrato de A. Hooper y su esposa (1996), Das Kapital (1997).
RETRATO DE A. HOOPER Y SU ESPOSA
A Carmen, la granjera
PRÓLOGO
Retrato de A. Hooper y su esposa es una máquina. Mejor: ha sido "construido" de la misma manera que se construye una máquina: por piezas, por acoples. Su lógica, es la siguiente: elaborar un relato que se sitúe en el afuera del pensar-Institución. Elaborar, un relato, que se sitúe (en el afuera) de lo que ha sido pensado como Institución. Esa manera mecánica de colocar LaEscritura. De ahí, su "problema".
En la Literatura Cubana apenas hay: Problemas. Quiero decir: apenas existe la Literatura como Problema. Como juego. Como Transgresión. Como Goce. Todo ha sido centralizado. Llevado a su máximo de Ontologización. Todo ha sido convertido en Territorio. Territorio que ha devenido parcela-ridícula-de-aburrimientos. Territorio, que ha devenido, estancamiento-edípico-del-saber.
Si me preguntaran (si, acaso me preguntaran) la manera, o: las maneras, en que debe leerse este poema, respondería (como Nietzsche): de una manera cínica y eficaz. De la misma manera en que (por la noche) abofeteamos a nuestra esposa, y, a la mañana siguiente (dientes-limpios, rosto-bien-afeitado) le pedios que nos prepare (con dulzura) el desayuno.
La tarde en que Hooper, Andrew alias " el granjero " Hooper (como había subrayado su esposa en la toilette de una librería de Ohio) mostró (por única ocasión) su " Libro de comentarios sobre Nietzsche " o, su Libro de síntomas sobre Nietzsche (como después efirió en ese largo y, autobiográfico poema Retrato de A. Hooper y su esposa) no pudo, ni siquiera, Definir, el valor político de su libro, Y, el valor – Llamado – exacto de su libro, objeto, que él, consideró, durante Un tiempo: máquina evidente de capital, Y, Ahora, con el tiempo, sólo era, una: máquina discreta de capital, por lo que Hooper, el granjero y, filósofo Hooper, desechó todos los permisos para la venta pública de su libro, Calificándolo de bloque vomitoso para ratas, y, de " bloque con hemorroides para ratas ", Y, Accedió, a las 2 parcelas medianas de tierra, Que, le ofrecieron, los granjeros de La zona (lugar sistemático de orden y, centrado en el orden) para que pudiera atender sus vacas, o, pudiera disponer de sus vacas (como después quedó escrito en ese largo y, Autobiográfico Retrato) y, como después quedó escrito en un 2do, libro sobre el movimiento de los enfermos en Jena, Y, sobre la enfermedad descrita: movimiento en sus vacas, que, según Hooper, granjero y filósofo (a la vez) daban respuesta con su desplazamiento, a, la pregunta o, a todas las preguntas que había formulado la metafísica y, la historia hasta ese momento, y, a todas las preguntas sobre el ser, que Nietzsche, en un momento, digamos: Clínico) tuvo que tachar por problemas sin solución, O, como afirmó posteriormente Hooper: " caja cerrada del pensar ", para así dejar sin preguntas a los granjeros de La Zona, Y, a las familias de La zona, que de una forma u otra, han considerado ese lugar, como un locus evidente de orden y, no, como un locus donde se pudiera pensar el orden, como escribió Hooper en la Introducción 2da, a su libro y, como refirió, después, en ese poema " Retrato " poema, donde acopla (por así decir) síntomas extraídos del Cartero Cheval, y, a la vez, del maestro Bernhard, y, A la vez, del maestro Williams (como fue señalado y, como él, Reconoció, no sólo introduciendo sus nombres, Sino, la banalidad objetiva de sus nombres: la operación de mostrar, y, No, la operación de esconder, como suele hacerse y, como él, desaprueba, insertando la palabra Phänomenologie, concepto que (según él) no sólo señala el hecho causal de todo, o, el hecho en sí de todo , sino, que muestra el lenguaje neutro, y, el realismo neutro, de, todo lo que él, ha ido colocando, en ese Retrato " de mi propia caca " o, en ese poema de mi propia caca ", donde, por fin, todo, ha sido llevado, a, una máxima verticalidad, y, a un máximo de repetición) según sea el caso, y, según sea leído el " Aforismo IV " donde Nietzsche discute los precios que, para él, debieran tener las vacas (hasta 700 libras, aprox 163 marcos, mayores a 700 Libras, aprox 285 marcos) y, que él compara, con un hombre que se desplace a diario, de, la ciudad de Lützen, a, la ciudad de Postdam, y, de, la ciudad de Postdam, a, la ciudad de Lützen según la hora, y, según el ritmo obsesivo de ese hombre y, de esas vacas, que Nietzsche no pudo comprar y, que no pudo, factualmente, resolver como producción económica del problema o, como problema económico del poder, ya que el que posee una vaca, (como Nietzsche intuyó y, comprobó) posee un determinado, y, parcelado poder, que aumenta o, disminuye, según el peso correlativo y, la ganancia correlativa, que día a día " se le saque " a ese instrumento de hacer dinero, como Nietzsche intuyó y, comprobó, en uno de los últimos aforismos (de la mitad de su vida) y, como Hooper, cabeza, ahora obligada a pensar a Nietzsche, y, a burlarse sintomáticamente de Nietzsche, comprueba en los ganaderos y " fanosos " granjeros de La zona, que apenas han oído hablar de Nietzsche y, además, no desean oír hablar de Nietzsche, mientras Mrs, Hooper, (la esposa, como señaló uno de los granjeros) los invita a tomar y, tomar una cerveza, por ese poema, donde su esposo, habla, de una vez por todas, de " la belleza de La zona " y, " la belleza de las vacas, sin las que los granjeros y, otras personas de la Zona no podrían vivir y, menos alimentarse ", con lo que Hooper, el filósofo, y " el siempre obligado a ordeñar sus vacas " miró hacia la derecha, ajustó el cristal donde se observa la fotografía con el rostro, más bien: cínico de Nietzsche, y, no respondió. (S. Peterssburgo, 1994)
RONEL GONZÁLEZ SÁNCHEZ
(Cacocum, Holguín, 1971)
Obra poética: Reflexiones de un equilibrista (1990), Algunas instrucciones para salir del sueño (1991), Todos los signos del hombre (1992), Un país increíble (1992), Días del hombre (1992), Dictado del corazón (1993), Rehén del polvo (1994), Incendio y otras historias (1994), Sagrados testimonios (1995), El mundo tiene la razón (1996), Desterrado de asombros (1997), Zona franca (1998), Ya no basta la vida (1998), Consumación de la utopía (1999, 2005), La furiosa eternidad (2000), Los pies del tiempo (1998), El Arca de no sé (2001), La resaca de todo lo sufrido (2003, La inefable belleza (2003), El más perfecto modo (2004), Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima (2007), En compañía de adultos (2010).
SONETOS DEL CLARIVIDENTE
Yo he sido Homero; en breve, seré
Nadie, como Ulises; en breve, seré
todos: estaré muerto.
Jorge Luis Borges
I
Temo volverme demasiado frío
cuando abandone estas paredes rotas,
los bustos que me asfixian, las gaviotas
de tu imaginación, lo no- sombrío.
Temo que ya no encuentre un desvarío
vital, después que asuma las remotas
premoniciones de vivir sin notas
perdidas, sin un verso, sin hastío
(como los modernistas). Yo no quiero
partir sin los relojes de la mesa,
sin las bisagras, sin tu voz que ayudo
a no escuchar la voz del desespero.
Yo no quiero quedarme tan desnudo
porque desnudo un hombre no regresa.
II
Yo no quiero cerrar esa ventana
ni dejar de inclinarme en el aljibe
como un desconocido que no vive
la gloriosa humedad de la semana.
Yo no quiero ignorar esta manzana
permitida en la noche que me inhibe
ni rechazar el cuerpo que recibe
a mi cuerpo sin luz en la mañana.
Es demasiado pronto para asirme
al vago soplo que mis manos tienta.
Aún no ha comenzado la tormenta.
Apenas si he podido confundirme.
No hay un rostro en la brisa. No me alienta
ninguna luz, ¿y debo despedirme?
III
¿Debo decirme que la vida es sueño?
¿No levantarme de la atroz caída?
¿No decir, no gritar, no ser la herida?
¿No marcharme a dormir con el pequeño
resplandor que atraviesa la mampara?
Lívido ante el derrumbe de mi cara
me pregunto si puede el infinito
clausurar la demencia en que me agito,
aunque lo trascendente me ilumine
y me respondo que es perfecto el odio
de la posteridad, que me proyecta
en la exigua pantalla de este cine
donde contemplo, a solas, mi episodio
y escucho alguna música imperfecta.
IV
¿Y quién va a reparar esta llovizna,
esta infancia de golpes en desuso?
¿Nadie va a prevenirme del intruso
que tocará a mi puerta con su brizna
de miedo? ¿Nadie va a pedir conmigo
que regresen los ángeles, los buenos
amigos que cruzaron los serenos
mares del desamor? ¿Tendré un postigo
para evadir la lluvia, entre las dalas?
¿Quién me dará, oh Silencio, fuertes alas
icáricas y un vuelo de paloma?
Alguien me ausenta en el terral oscuro
de la insatisfacción como un conjuro
erróneo y sin final, como una broma.
V
Me dolerá esta casa y la vigilia
doquier que el hado en su furor me impela,
resistiré el olor de la cancela
y la mirada hostil de la familia.
Diré que ya la muerte no me auxilia
y acogeré el incendio de la abuela
como señal de un tiempo que me exilia
y en su viudez sin alma se revela.
Estoy enfermo de una espera amarga
como el pastor que al descarriado cielo
suplica por el último rebaño
ante la sombra espuria que se alarga
hacia el país sin nombre del engaño
mientras oculta, en vano, el desconsuelo.
VI
Temo volverme hielo, hiel ceniza,
una bandera de la mansedumbre;
dejarme derrotar por la costumbre,
no poder arrancar esta cornisa
donde la madrugada se eterniza
asmática e insomne como lumbre.
Temo podrirme y no sentir la herrumbre
que me irá penetrando la sonrisa.
Sobrecogido de imprudencia, evoco
al que fui, al que seré, al que convoco
en el mustio ademán de la kermesse.
Temo volverme demasiado frío
y descubrir que sólo en el Vacío
despierto sin dolor de la embriaguez.
VII
Pero no temo a que mañana, pronto,
algún cobarde en mi inquietud refleje
su visible desánimo y aleje
los cabellos mesiánicos del tonto
que habita en mí, que su heredad me deja.
No temo a ser un día la madeja
del héroe que en el dédalo sombrío
pretende aniquilar el vocerío
ni me preocupa la verdad ni el ciego
porvenir que deslumbra como el fuego
en las manos del huérfano. Es terrible.
Pero no temo –dije y digo- al modo
en que habré de agotarme como el lodo
que tiembla alrededor de lo imposible.
VIII
Estoy harto de ser la redundancia
de un cuerpo de mujer que acecho y nombro
en una ciudad gris que se hace escombro,
andamios, desmemoria, intolerancia.
Me ha provisto de parques la distancia
y mar apenas tengo en el asombro.
Quisiera barcos tirios en el hombro
pero es vedado el sueño de mi infancia.
Sé que detrás de algunos rostros nieva
y un pájaro famélico se eleva
en bandada iracunda hacia el poniente
y también sé que dentro los corroe
el lánguido silbido de un oboe
que imita con soltura a la serpiente.
IX
Si me voy a morir que no sea en junio
ni en abril. Una noche en que La Habana
me recuerde el París de una mañana
o la tarde más gris del infortunio.
Si está cerrado para mí el noveno
círculo, de algún año impar que exceda
la edad de otro suicida, en la arboleda
perdida, y nadie llega, será bueno.
Tendré unas horas de agonía breves,
confundiré los sábados con jueves
e iré, como Teseo, al laberinto.
Sin embargo es posible que me pierda,
que no me salve Ariadna de la cuerda
ni consiga librarme del instinto.
X
Temo volverme un ángel subversivo
que rechace las puertas del convento,
un árbol grave que destroce el viento,
un error de la luz, un monje altivo.
¿Qué soy al fin y al cabo sino un vivo
retrato del Azar, un instrumento
de algún titiritero fraudulento
o el tragaluz inmóvil de un cautivo?
A mí nadie me dijo las razones
para tener en las constelaciones
cifrada la esperanza. Por ventura
(o por desgracia) supe bien temprano
que sólo en la agonía de lo humano
encontraré mi soledad futura.
Para Iliana Orozco
HISTORIA DE CRUZADOS
Poeta, tú no cantes la guerra; tú no rindas ese tributo rojo al Moloch, sé inactual; sé inactual y lejano como un dios de otros tiempos, como la luz de un astro, que a través de los siglos llega a la humanidad.
Amado Nervo
Yo no puedo escribir sobre la guerra
porque sólo conservo en la memoria
falsas reproducciones de una historia
que a veces mi optimismo desentierra.
Concebir esta página me aterra
como pensar que pude haber caído.
Las guerras no rebasan el olvido
y cualquiera es un héroe o un cobarde.
A mí no me llamaron. Ya era tarde.
Los últimos soldados se habían ido.
Eufóricos y osados ante el ruedo
a todos nos cegó la misma farsa
y avanzamos, detrás de la comparsa,
como en un carnaval de sangre y miedo.
Sólo cuando la Muerte mostró un dedo
dejaron de caer los gladiadores
entre perdonavidas y traidores
y se tornó la guerra paradigma.
Sólo cuando la Muerte fue un estigma
terminó el ajedrez de los mayores.
Para la guerra siempre hay un motivo.
El rapto de Briseida es un estorbo
universal, una ración de morbo
interminable en el siniestro archivo
de césares y brutos. Estar vivo
es un error de cálculo execrable.
La guerra no es un virus incurable
pero a todos los hombres nos contagia:
unos querrán que empiece la hemorragia,
otros que no castiguen al culpable.
Ninguna vida salvaguarda un verso.
A nadie un verso la razón despierta.
Tanta grafomanía desconcierta.
Ninguna causa vale tanto esfuerzo.
Podrá cambiar la guerra el universo
pero no sanará ciertas heridas.
Aunque de difidentes y homicidas
estén llenos impúdicos acrósticos
persistirá el horror de los agnósticos
y crecerá el placer de los suicidas.
Agresores y aliados: neandertales
que año tras año van a las cruzadas
con la cifra infinita de sus nadas
a cuestas como dones teologales:
los fanatismos también son fatales
como esperar en desolada orilla.
¿Tendremos que ofrecer la otra mejilla
y recibir, con júbilo enfermizo,
el vacuo resplandor del Paraíso,
la perfección que muere de rodillas?
Si al menos tú pudieras, Padre oscuro,
explicarme qué férula ilusoria
despierta en ciertos hombres la mortuoria
idea de enviar hacia lo impuro
de un supuesto principio al que más duro
pueda blandir la espada y al convicto,
si al menos tú escucharas lo interdicto
por el futuro mártir que simula
obedecer al que lo manipula
seguro impedirías el conflicto.
La guerra, para mí, fue un comentario
y el temor de mi padre al documento
que no firmé. La guerra fue un invento
para que no durmiera el vecindario.
Repasar sin aliento algún rosario
a nadie exoneró del crucifijo.
Alguien también lloró y alguien maldijo
a los que regresaron sin medallas
y a los que dirigieron las batallas
de donde no volvió, jamás, el hijo.
OTREDAD
Y yo quería ser Stephen, vanagloriarme de haber perdido algo (no importaba qué). Buscar la Utopía (no la isla de Moro) y definir si realmente hubo alguna relación. Pero los muertos no pueden con el múltiple sinsabor de los almanaques, donde un ciego encierra una fecha en un círculo rojo. Los muertos sobreviven (fingen haberse quitado la inocencia) se dicen alquimistas del espíritu, canceladores de ridículos boletos de viaje. Los muertos desconocen el tamaño de las brumas que los envuelven. Nadie puede atravesar ese riesgo y no morir. Nadie puede llamarse de otro modo que no sea la oscura definición que le impusieron. Uno, por ejemplo, intenta llamarse Ulises, pero una terrible circunstancia, una disidencia lo empaña y entonces decide que lo llamen Stephen. Quiere serlo ¿poseerlo? Una posesión podría horrorizar al que elige ser otro, pero el Otro sucedetiembla y lo acaecido unos minutos antes es altamente improbable (nótese la transgresión temporal).
Nadie osaría violar el patetismo de ser una clase de utopas que coinciden en que el riesgo invalida. Aún así somos miméticos y simples, cercanos a una especie terrenal, pasada de moda, amenazada. Osamos convertirnos en caníbales, en gente que se vanagloria de haber perdido algo, una gota de sangre tal vez. Ora somos hidalgos, hijos del bien, insectos rutilantes que husmean la pesadilla. Pedimos nombres, países para viajar y alguna concesión, porque todo no es volvernombrar y quedarse petrificado e inútil ante los muros de la frivolidad.
Yo quería ser Stephen para convencerme de mi tozudez ¿Quién puede negarme ese entusiasmo? Pero errar es una cuerda fácilmente pulsable, una posibilidad, una abertura. Es lógico, por lo tanto, que cualquiera vindique, sea nombrado y no sepa quién nombró. Vaya pesadilla. Esto es como perseguir a una Quimera y no atraparla nunca. El viaje interminable, la estupidez. ¡Vaya pesadilla! Estoy sin nombre como una ciudad sin fundar y, por Dios, que nadie acuda de una vez.
DILATADA ENTREVISTA A GONZALO ROJAS
No tenernos talento, es que no tenemos talento, lo que nos pasa es que no tenemos talento
G.R.
Justo cuando iba a cerrar la Antología
llega usted y amenaza: «yo soy Gonzalo Rojas,
vengo del Pacífico sur, pero no soy sureño ni pacífico,
mas bien pertenezco al relámpago y disiento del átomo
y el éxtasis.»
Con el recelo propio de los retorizantes,
atiendo el parentesco seglar de las palabras
que caen en la marmita y expansionan
con una pulsación intragrafémica que distiende el período
y tolero su arrebato ergonómico,
su tasación satirizante de lo que sonoriza.
«Ulterior a cualquier ulteriorismo surrealizado en Lebu,
me apliqué a desolemnizar un reticente contrabando
de neblinas poemáticas,
desde que calibré el ejercicio de agenciarme en azogue
la irrealidad de lo supuestamente real y advenedizo,
pero no he obtenido la ascensión del enigma
en los fragmentos nebulosos que le arranqué al silencio».
Correligionario mordaz de la insurgencia
el convidado disimula su aversión por lo árido
con gestos que enrarecen el ocio
virtual e impenetrable de las islas.
«Yo no admito la esterilidad,
no esa suya, la legítima,
no la de prolongarse en pautas y nomenclaturas genéticas
que un día decretaron los entendidos en inútiles
y que, según fórmula del esquizo Rimbaud,
como a cualquiera le otorgan ojos glaucos
reclamando tornillos o quién sabe qué críptica dulzura,
no determina en transacciones con lo efímero.
Yo no admito la feria sin un garabato libresco
que ofrendar al prójimo,
al próximo prójimo paupérrimo que sorbe su café
como si fuera perpetua la instantánea.»
Poco amplifica acerca del apresamiento de lo resbaladizo
que en dos secciona el círculo escritura,
y es necesario adivinar cómo escapa al origen
como el primer arúspice
que vio sobrevenir la didascalia sin acercarse al borde.
«Desde antaño supimos que el poema retorna
a la secreta emulsión fúlgida,
porque todo está suspendido sobre el anillo de la muerte
y el intérprete corta los hilos como contorno mítico
de alguien/algo que es nada
en la subitánea ilusión del desierto.
Si el lastre cae o no será obra de impulsos y opacidades
abolidas
por la serena y levantisca imantación celeste».
Apegado al disturbio de la voz que adjudica dones
y transferencias,
en tanto duda del oblicuo desnacer de las estanterías
abarrotadas de cadáveres,
el poeta le añade un balbuceo absoluto
al encontronazo germinativo con el sílice.
«Hace tiempo abdiqué de los ordenamientos que se automutilan
en ásperas lecciones sin rigor aparente,
en cambio me fielizo a procederes rústicos del eco y el atisbo,
añejas digresiones sobre diástoles
en la legión del énfasis».
No demasiado, sino terca y miserablemente humano
frente a la posesión antimimética de los altos augures,
que auscultan, como Heráclito, el renegado destino del Fluir;
llega usted con su Vallejo y su de Rokha áureos
y elementales, en la honda gramática de la diversidad,
para entramparnos en la norma de una pureza antigua
y, misteriosamente, comenzamos a entender el designio
de cifrar deshilachamientos en el cántico,
atumultuadas vibraciones para captar con el estómago,
vacío ya de tan mal digerida resonancia.
«En esto de desviarse de lo múltiple
y romperse los dedos con el punzón,
no puede haber pactos con lucimientos y comprometeduras
más o menos visibles.
Nos dieron una forma del diálogo
que es como decir una desventura prodigiosa, un deleitoso
vértigo
y, si algún nexo existe con el cosmos, tiene que ser de anulación
y alarma;
no de reproducción de aspavientos,
por infra o supratemporales que parezcan.
La poesía sigue siendo matria de oposición
y como el hambre clamorosa de sosiego
exige sacrificar la res,
sacrificar la res
en la noche ilegal del moribundo.»
ELEGIA A GASTÓN BAQUERO
Es cierto. Usted se ha ido al otro extremo de esa cuerda sin límites
que es la resurrección. Pero no importa,
seguimos esperándolo. Palomas y poemas en mano
en la costa de Banes o en la Bahía de Corinto
donde un extraño parque desvencijado lo recuerda
olvidado mil veces por la mano del Padre.
No hay dudas. Es la Nada la única respuesta
para su largo exilio,
moviendo los pies como un titiritero
que invierte los papeles en el circo del alma;
porque qué puede ser la lejanía sino una marioneta fuera
de todo cálculo
de los ordenadores que detienen la noche sin el olor
del mar.
Qué puede ser la lejanía, ese trivial concepto.
Ah, si al menos lo hubiera conocido, si aquellos versos
que le envié
con los delfines, un día de noviembre,
usted los hubiera leído, antes de marcharse a dormir
con los pequeños,
qué fortuna la mía, que goce para un desconocido
en la provincia que dibujan los hombres
con los ojos vendados.
Pero jamás llegó su carta,
jamás escuché la voz temblorosa de mi madre decirme:
"es de Madrid,
debe traer noticias de la crisis de Europa."
Su carta, definitivamente, no llegó
y en su lugar respiré hondo en la isla invisible.
Ahora qué suerte poder decir su nombre,
escuchar esta música que regresa de lugares remotos
con la victoriosa certeza de sus palabras
y aquella voz tan suya repitiendo incansable: "Yo te amo,
ciudad".
Qué suerte poder decir su nombre,
escribir que usted era el último de los iluminados,
sin que nadie me mire de reojo
al final de este siglo de infinito rencor.
Usted tenía razón: "silbar en la oscuridad para vencer el miedo
es lo que nos queda"
y silbar es muy fácil sobre un alto sepulcro
si las sirenas no llaman al viajero con la misma pujanza.
Usted tenía razón, siempre tendrá razón cuando se trate
de invertir el desánimo
en proferir insultos contra los viejos mitos
como un lastre o como un susurro que recorre las plazas
y las cosas se transforman al azar
a fuerza de derribar las máscaras,
comunes en estas tierras vírgenes.
Las cosas regresan al origen, inofensivas y mórbidas
vuelven a su mudez
y el cervatillo alocado cabecea contra las fieles ubres
y el pájaro de la burla grazna su mal presagio cómplice
y el niño abandona sus juegos en una escena
de aterrador silencio
y todo sigue su curso invariable hacia la destrucción.
Ah, si al menos lo hubiera conocido en una esquina
de este pueblo marchito,
cuando usted aún no pretendía ser el eterno inocente
que escribiría inmortales palabras en la arena.
Si usted hubiera sido menos inaccesible que la insularidad
cuánto placer mostrarle un manuscrito:
"destrócelo, Maestro,
nací a un manojo de versos de Saúl
y he deseado sus tachaduras desde hace muchos soles.
¡Cuánto placer adormecerme junto al Puerto de Paita
mientras los barcos se aproximan, viudos de lobreguez,
a las orillas de esta noche donde concluye el sueño.!"
Es cierto. Ahora usted se ha ido, una vez más
hacia la súplica
y sólo queda rezar por estas quietas frondas.
El destino del hombre no es la sombra ridícula
ni el llanto de los guerreros al final del combate,
pero nuestro destino es rezar por los astros
que parten y regresan como la podredumbre.
Ya sabe cuánto cuesta seguir mirando al Este,
gemelos de una historia que nos promete asombros.
Nuestro destino es asomarnos siempre al lago de Narciso
y arrojar lentas piedras a una imagen distante.
Hemos crecido ajenos, temerosos y simples
como la desconfianza
pero miramos al mar, que empuja nuestros cuerpos
playa afuera
de las generaciones que anhelaron poder huir
del laberinto en que se debatían.
Miramos al mar, en su plenitud de desierto cambiante
como nuestras ideas,
y el dolor se reduce a la antigua metáfora
de la separación del agua entre las aguas.
El dolor excluye la luz de las tinieblas
como un oscuro símbolo.
¡Qué tristeza olvidar el rito de la sangre,
el juicio de las cosas que han de ser juzgadas
por el desvalimiento
cuando la rosa y el fuego sean uno
como pedía un escriba!
Este es el tiempo de la fatalidad,
tiempo de disparos y de saltos sin fecha,
tiempo de derrumbes y proclamas inútiles.
El hombre dicta, a ciegas, tumultos de esperanzas
y se arroja al Vacío desde un balcón de odio.
Yo no comprendo nada, yo soy un inocente.
¡Si pudiéramos encontrar algo puro y durable
de sustancia humana!
Pero usted ve, la ilusión no germina
y yo escribo estos versos de implacable memoria
cuando algo me dice que moriré al final del poema.
Ah, si al menos lo hubiera conocido,
si hubiera celebrado conmigo aquel fallido ascenso
como celebró, secretamente, el ascenso
del poeta condenado al paisaje
por una época de escasos esplendores;
sería todo distinto para el que ahora se conforma
con releer apuntes
de los que aseguran haber visto sus manos
bajo el disfraz senil de la paciencia.
Ya no tiene sentido saber cuál es el próximo que cruzará
el Jordán
o que tendrá puestos los ojos en el pueblo de Uruk
porque los días se acortan
y los patriarcas juran que imaginarias eras
reducen a la impotencia a los pajes del Reino.
Usted se ha marchado,
dejándonos un sabor de archipiélago mudo entre los labios,
y no habrá océano que restaure de prisa
las simas de frustración que apuntaló la diáspora.
Para D. P.
CALLE REAL
I. Antífona individida: doctrina gálica
Yo no quería hablar de andenes ni de mundos diferidos,
de fatalismos ungidos por mis eclécticos genes.
No quería tales bienes en sumersión.
Un instante,
al menos,
quería el semblante cosmopolita
y diverso
que acercara el universo a mi avidez desafiante.
Inhalar sin artificios.
Desenmudecer mis fiebres.
Suscribir rotundos quiebres de noción,
aunque mis juicios devinieran en ficticios argumentos,
y lo humano dimitiera de antemano,
por escritural desgaste
que expansionara el contraste con lo obscuro
y lo profano.
Yo quería.
Yo aplicaba al estático rimero útiles de relojero.
Luego me desencontraba.
Descronometrar la aldaba irrespirante,
con trastos al uso, fijaba emplastos
en el mugriento tejido,
demasiado atento al ruido de los guarismos nefastos.
Alguna vez la inocencia pre y poscreativa me puso,
como referente abstruso,
escribir por insurgencia.
Reformular, con urgencia, el paisaje somnoliento del discurso,
estar atento al sonido antigregario,
y no al nervio estrafalario que induce al desbordamiento.
Toda una extensión verbosa,
infatuado de intemperie,
negué mi asesino en serie con una idea morbosa del arte.
Aspiré a la cosa en sí,
a la esencia,
al ligamen trascendente,
fui al certamen de los sentidos,
a medias,
perito en tragicomedias que aguardan por un dictamen.
Alguna vez fui el oráculo,
la imprecación,
la promesa.
Alguna vez la belleza amotinó mi espectáculo.
Alguna vez no hubo obstáculo para el reo en malandanzas,
y ni las desemejanzas con mi entorno me abatieron.
Alguna vez me ofrecieron indulto,
y quebré mis lanzas.
Sucedía la extensión sin temporales diafragmas,
instituyendo sintagmas: claustros de aniquilación.
Negando a la "trabazón inescrutable"
un convulso rescoldo,
contra el insulso hatajo de ociosos fuelles
que desinflaman las leyes reluctantes del impulso.
Deseaba infringir los pactos de la molicie,
esa estigia
que tantas veces litigia con verbalismos abstractos.
Huir,
esquivar los actos de vileza intemporal
para suceder lo real a la deriva,
sin lastre,
autónomo en el desastre que anticipaba el umbral.
Por escaleras roídas se abría paso el delito,
grafiteado como un grito de sirenas desoídas.
Y yo ansiaba esas caídas de albura convaleciente
en mi sima adoleciente
con fervor impronunciable,
como el que ve lo insondable al otro lado de un puente.
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