LO QUE ANHELAMOS Lo que anhelamos, lo que aún nos falta después de este fantástico encuentro, que vale la mitad, casi toda la vida, es darnos al fin con la colina fresca, apartada, libre bajo la noche abierta y blanca. Entre los hilos de la hierba, seguir los hilos, el dibujo nítido y frío de los astros, sus nombres centelleantes y la presencia de su fulgor sin nombre, de su triunfante realidad, aún deshechas las figuras y dulces fábulas. Y aspirando la hierba, las menudas flores, pasar entre las áureas líneas de esta esfera de cuarzo, y adivinar la sombra remota, inalcanzable. El mismo aire corta sobre el mar y los astros y en nuestras pobres y reducidas vísceras, ateridas de sombra. Y un sonido imposible -silencio, lejanía de los hombres, suave rodar del mundo, huir de la vía láctea- nos habla en el oído y la piel en una antigua lengua a veces dulce y cálida, a veces helada. Un sonido que es sólo, quizás, ruido de vísceras. Sólo nos falta hallarnos esta suave colina donde la transparencia, y esa apagada lejanía, aturden y revelan.
LA MORADA Un humo nuevo, todavía en la noche, tiende su escala irreparable al viento. Qué pocas tablas guardan este sitio. Qué pocas tablas son el sitio en que unas ascuas mínimas quiebran el primer hueso a la armazón dura y cerrada de la sombra. Algo se quema entre esas tablas con el pretexto ingenuo de la leche. Otro animal, no ya la sombra, deja su grasa en ese fuego y proyecta su voz en las paredes, sus gestos, y azota el techo con el lomo, y sale lleno de avisos, deshaciéndose. Acaso es nada ese animal, y nada se quema en esas brasas: sólo la leche puesta allí, que se quema subiendo sola en su vasija. Tras esas pocas tablas, que en tanto sigan juntas son la casa del hombre.
PEDRO PÉGLEZ
(Jesús del Monte, Ciudad de La Habana, 1945). Ha obtenido en dos oportunidades (2000 y 2004) el Premio Iberoamericano Cucalambé en décima escrita.
Obra. Recuerdos de la amistad (1976); Esos hombres que hicieron pueblos (1976); Canción de abril y junio (1982); Hacer y hacer (1983); La ciudad como testigo (1986); Glosa por ti (1996); Los estertores del agua (1998); Guaminiquinaje (2000); Viril mariposa dura (2001); In)vocación por el paria (2001); La noche es ella (2001); El ácana diluvia (2001); Tribulaciones del arca (2002); Paflagonia de noche según el condenado (2003); Cántaro inverso (2005); El drama del iceberg (2006).
MENSAJE NO ENVIADO DE MIGUEL PARA ANA, ESCRITO EN LA NOCHE FEBRIL DEL JUEVES SANTO DE 1595, Y HALLADO EN EL TERCAMENTE VIVO FUERTE DE SAN TELMO
La puerta en medio
La puerta
que Dios no nos deja abrir
La puerta del buen morir
sobre la hoguera entreabierta
de la piel
El agua alerta
desteje labios prohibidos
en nuestros cuerpos
Latidos
que traspasan cada sombra
Mi voz sin voz que te nombra
Tú rehaciéndome en gemidos
que brotan entre los nidos
del alma
¿Será tan ciega
la mano de Dios que riega
cadenas a los uncidos
de amor?
No Relatos idos
nos avienen otra unción:
Ah mi Tamar Ah mi Amnón
El agua oculta florece
y la puerta se humedece
(La puerta es otro Absalón)
Madre dad la bendición
a estos cautivos
"Amaos
-nos dijo la muerte– Daos
la fiebre del corazón
y nunca os odiéis Perdón
no requiere el ansia alada
toda en Dios iluminada"
Tus manos Ana en mis manos
tantos iviernos veranos
tantas páginas sin nada
más que la dulce estocada
de sabernos
(Ah mon coeur
sera la mort sans la soeur
de ses sentis)
Tu mirada
desabrochándome cada
lágrima cada desvelo
Mi boca en cada consuelo
de tu boca en tu corpiño
bajo tu encaje mi niño
aliento tu aliento al cielo
tu mano y mi mano al vuelo
paciendo bajo tu enagua
a otra oveja estalla el agua
de Dios se funde el anhelo
de árbol y tierra
Y en celo
sigue implacable el portón
(La puerta es la transgresión)
Ana adiós
Se oyen rebatos
queda en Eros
Yo en Tanatos
(La puerta es otro Absalón)
PARA UN RETRATO DE YAZMINA
Los cuerpos que se aman jamás son los cuerpos
reales, sino otros que suscita y proyecta
la imaginación de los amantes.
Severo Sarduy
En tus ojos algún dios
se está tomando un café
Sentado está en su porqué
donde urgen dos llamas dos
Por el pliegue de a voz
(siempre es doble) no le avisto
el pudor
No sé si es Cristo
o Atabey Ochún o Pan
Juana de Arco o Gengis Khan
Sor Juana Inés o Mefisto
Por el pliegue de tu voz
la luna filtra un visaje
de Julieta
Algún tatuaje
lubrica idilio y adiós
Todo en uno Todo en dos
cuerpos que liban la piel
con la renuncia
Y en el
agua que lame tu fuente
se baña Fanny indolente
posponiéndote la hiel
Hay un orgasmo en tus pies
otro en tu puerto en tu oído
en tu azul y la libido
te erige en reto otra vez
Todo en una en dos en tres
derrotas de la costumbre
El mástil arde en tu lumbre
La Marteuil y Mesalina
nos rocían la opalina
extremaunción de la herrumbre
Luego Gioconda te alcanza
¿Qué me pides desde dónde?
¿Qué desacato se esconde
en tu esfinge que me avanza
la ausencia?
¿Qué trunca danza
deja en tus ojos la voz
desabrochada en la tos
de Margarita Gautier?
(En tus ojos el café
se está bebiendo a algún dios)
MENSAJES DESDE ALTA MAR
(Manuscritos hallados en sendas botellas de cerámica, en disímiles sitios cercanos bajo el puente de la abadía de Alamar, muchos años después de que el río se sacara, en el Año del señor de mil y novecientos noventa y nueve)
PRIMER MENSAJE
Papá:
Seguí tu consejo de bendecir los lunares y rescatarlos en pares a bordo del barco viejo que me estrenaste. (El espejo me dio un voto de paciencia pero no lo usé: Tu ausencia me pidió zarpar muy pronto.) Ahora tirito en el ponto sin una pizca de anuencia. (Diluvia). La culpa en la deriva. Los remos de mi impaciencia naufragan en la clemencia de la barca. Me acompaña Cupido con su guadaña.
Adiós. El puerto se aleja.
Un beso.
Tu hijo.
(Una vieja versión nueva de tu hazaña)
SEGUNDO MENSAJE
Papá:
Un vencejo vibra en la cubierta. ¿Lo has enviado tú por mi rescate? ¿O deberé ser yo quien le desate las amarras y cierre la compuerta de la lluvia que sangra su ala abierta? Con soledad de incauto yo dirijo la cura del vencejo y su amasijo de coplas (¿negras? ¿blancas?). Sus efluvios ¿qué anunciarán? ¿El sol? ¿Otros diluvios?
Cupido me vigila. Un beso.
Tu hijo.
TERCER MENSAJE
Mi querido papá:
Debió el vencejo conjurar otra lluvia sobre el arca pero no pudo el pobre: De la barca quiso partir: Cierto lunar muy viejo y otro antiguo acosaron su entrecejo. (Un golpe de agua turbia, algún crujido, le tejieron de cruces el sentido). desde su fuga en pena por acá diluvia tanto.
Sálvame, papá.
Tu hijo.
(reo infame de Cupido)
CUARTO MENSAJE
Papá:
Ya sé. No hay vencejo que exorcice la tormenta. De esta lluvia truculenta ya el cuento se ha puesto viejo y no queda animalejo que se aventure al conjuro. Falta hace el ave (lo juro) siquiera para el rescate.
Papá, adiós.
(El barco late como un corazón impuro)
ULTIMO MENSAJE
Papá:
Recibí tu aviso: nadie salvará esta nave sino yo. Cruda es la clave. (Ahora diluvia granizo). Si escondo en el entrepiso de la barca el remo roto nadie buscará el ignoto vestigio de mi diatriba. Pero será la deriva mi bumerán. Yo, el devoto de aquel cristal, hago un voto ante tristísimo pares: Yo bendije los lunares. Yo consagraré el remoto salvamento del piloto y de su rémora. (No importa quién diluvió).
Cupido con su cadalso me tizna el pecho descalzo.
Adiós, papá.
Tu hijo.
(Yo)
EL AMANTE INMÓVIL
¿Cuándo volverá el asedio
a Troya? Dispongo el arco
y me adivino algún barco
en el horizonte. (El tedio
es otro enemigo) En medio
del risco pienso en la noria
del tiempo (lenta victoria)
La ausencia Nunca la ausencia
me dio su voto y su anuencia
para ensillarme la gloria
¿Cuándo volverá la euforia
de gris? Mi cabalgadura
desespera su montura
para acabar esta historia
(La noria siempre la noria)
Troya ajena a los arrojos
del invasor Mis enojos
saben triste Llueve el ansia
Yo aferrado a la distancia
con la ausencia de mis ojos
OTRA VEZ SENTENCIA APOLO
Culpable el vino Cibeles
no tuvo la culpa. Su hijo
–rey de Frigia- ese prolijo
don recibió entre toneles
del buen Baco. Ahora las mieles
son metales. Qué ebrio dios
me trueca el néctar en los
destellos (Qué bien va Midas
llevando por mí prendidas
dos orejas de asno, Oh Dios)
SI EL EGEO NO ME BAÑA
cómo creo cómo creo
en Tracia si muere Orfeo
talado por la guadaña
de una deidad
(su pestaña
tan filosa)
Cruel engaste
sin que Calíope gaste
ni una lágrima.
No tientes
la mar.
Yo tendí los puentes.
Sólo que tú no cruzaste.
ROBERTO MANZANO
(Ciego de Ávila, 1949)
Obra poética: Canto a la sabana (1983); Tablillas de barro I (1996); Puerta al camino (1992); Canto a la sabana (1996); El hombre cotidiano (1996); Pasando por un trillo (1997; Transfiguraciones (1999); Miel sobre hojuelas (1999); Tablillas de barro II (2000); El racimo y la estrella (2002); Synergos (2005); Encaminismo (2005), Poesía de la tierra (2005), Pensamientos libres (2006).
Y ahora yo puedo pararme en medio de la brisa,
en el púlpito, en el estrado, en la puerta, en la ola
a decir al que pasa mi palabra:
puedo; pues he vivido, he vivido en lo ancho
y en el límite, y reconozco la esencia del contorno
por haber batallado en olvido y silencio
con el rosario triste y digno de las horas
que han sido mías, mías en mí, y mías desde otros:
yo tuve y tengo una intemperie, y tuve y tengo
una estirpe, y estoy en plena música, transido
del más urgente sacerdocio: vasta y honda es la iglesia
que canta mi canción, tan expansiva como el pecho
de un niño o de un anciano, cuyas edades gozo
en este instante dúctil del relámpago. A la mitad estoy
de la vida, cantando, sobreviviendo a duras penas,
sosteniendo los sueños, cuajando en los ojos
del corazón los corazones que me suceden en los ojos:
porque yo he descendido en aprendizaje lento,
igual que un principiante con humildes tablillas,
hacia la singularidad del solo
y la más especial especie. Bajé con pie descalzo,
sorteando raíces como el oscuro cazador, bajando
y bajando hasta percibir la entraña del destino.
Así viene mi canto a través del silencio y la noche
en medio de ráfagas más violentas, al borde
de la incursión postrera, gritando el canto,
musitándolo, destorciéndolo como un sonoro caracol
hacia las costas infinitas de la brumosa Thule!
Húmedo dedo índice, lanzazo puro, la lluvia va
sobre nosotros cuatro marcando los espacios.
Nuestro reino continuo, deleznable,
toda su magnitud sólo se altiva bajo el sol.
Y la lluvia arrodea, como un mal paso,
nuestras lindes, estrechas las lindes, es la Linde.
esta linde, con un juicio óptico, no es Pobreza?
Ahora, con la lluvia, no vemos su termómetro?
Ahora sólo queda arrinconarnos, irse poco a poco
hacia lo más caliente, volvernos un racimo
silencioso en los burdos ángulos que nos deja;
ella, de los ladrillos a los pulmones,
de los trozos de pisos a las brasas ya negras
nos concede una uña de techo, una porción de muro
áspero.
Ven, hija; ven, esposa; ven, hijo!
Aquí esperemos, pues que todo pasa: y piensen que sería
peor estar perdidos, allá afuera, por esos
viejos trillos de Dios . Y no sé cómo
somos tan pobres, cómo se nos agolpó tanto.
Como los más remotos, la lluvia nos somete a pensamiento:
antes, frente a natura; ahora, frente a justicia.
Hijos, debemos contender sin pausa
porque alguien, en algún sitio, nos está despojando;
alguien está dejándonos, orillados de olvido.
Porque no va pareja la marcha mística del cielo.
Y yo digo: La lluvia confirma la pobreza.
Ella va, con su dedo índice, señalando los despojos.
Vengan, hijos; esposa, ven: salgamos de súbito
a ver qué pasa en esos tristes trillos de Dios .!
SYNERGOS
(Fragmentos)
4
Ahora tengo unas ganas enormes de aullar, oh Munch,
de dar un largo lamento sonoro como una estentórea
muralla china;
oh Munch, en el puente que junta los dos cadalsos
me sostendría en la baranda gris para desbridar un
gran aullido;
espejo del arte, que guardas el instante raro como
una duplicación absoluta, qué bien cromas lo
incoloro;
vertería un ronquido extenso, desenfadado de fauces,
de modo que exhalara de un soplo todo el ácido del dolor;
porque ahora exhumo un gran dolor que no es élego
ni hímnico, ni flemático, ni atlético, ni femenil ni
varonil;
es un dolor Vallejo, sin sabor ni expediente, hincado
como una mala vértebra en la sucesión congojosa
del vivir;
Munch, para un resonar así como los bronquios del alma
hay que poner la baranda, el peso del alma sobre
la baranda;
luego que marbeteen, que se ausculten, que desahucien
como es usual cuando se ha cumplido la honradez
del dolor;
ahora daría un aullido de cíclope, de farallón rocoso,
de cristal lanzado, de retina pisada, de viento en el
desierto;
y no es conmiseración ni perdón ni contribución ni
ataque alguno lo que ahora pido, en vísperas de un
gran aullido;
sólo deseo deshabitarme el dolor, como un estertor
que de pronto sale y se divide en dos rostros que se
miran de frente;
luego queda el cráter abierto y regresa el aire del
silencio dentro de una inspiración tan larga como
un tren;
y va entrando, en anillos de tristeza y consuelo,
un color de brasa nocturna como una pequeña fiesta
íntima;
y disolviéndose el contorno inmediato, ven los ojos
aún rojos del resuello las nítidas palmeras de lo
distante;
y los grandes alciones cruzan mientras se levanta
convaleciendo el sol sobre las pulidas aguas del
océano.
5
Así a dónde vamos a ir, si necesitamos tanto? Si todo
se gasta un jolongo de algo, un tranvía de eso y de
aquello, un triste diapasón de utensilios;
porque no hay manera, no basta con las manos, no
basta con añadir los pies, las rodillas, los codos, los
hombros, la cabeza;
no basta: siempre urge una prolongación, un abarque
mayor o menor, una hendidura más larga, una
extensión más planetaria;
en cuanto se viene desnudos y desnudos nos
marchamos, debíamos tener una desnudez intermedia
pero no es posible;
nos vamos entretejiendo, envolviéndonos, sucediéndonos,
hilándonos y deshilándonos, oh Penélope;
y nos vamos alargando, demorando, sucediéndonos
repletos de botones, bocinas, barrenas, oh Odiseo;
grandes son las alforjas de nuestro destino, crecen
como los gajos de un milagro, pues vivimos de
adminículos;
dependemos de los artesanos que se especializan, de
las industrias que se especializan, de los países que
se especializan;
toda nuestra libertad radica en el aceite, la sal, la
tinta, el petróleo, el papel, el fósforo, el antibiótico;
toda nuestra existencia pasa como un hilo por el
que trae el ajo, el distribuidos hidráulico, el mecánico
de las imágenes y los dientes;
oh Edison, cómo es posible? hacia dónde vamos a ir
si ya necesitamos de este modo? hacia dónde, si
somos tantos, y demandamos tanto?;
cuántas cucharitas de diversos tipos, cuántos
cuchillitos para los pies, los panes, los pescados;
cuántos espejos y cremas, cuántas tenazas y
esmeriles, cuántos títulos y expedientes, cuántos
galones y planillas;
cuántas sogas y diademas, detectores y lentes, armas y bebidas, aviones y peinetas, espátulas y misiles;
y hemos olvidado los matices simbólicos del cielo,
el sabor del rocío o de la yerba macerada bajo las
caderas del amor;
a qué olían las costas de los ríos vírgenes, los
langostinos de los arroyuelos, las manos de la amada
dentro de las hojas del sasafrás solemne?;
fíjate bien, Tersites, que todo es agotable,
insostenible, deleznable, expulsable, pero goza de un
acabado perfecto;
fíjate que todo fosforece en líneas puras, pero es para
un solo golpe de boca o para el paréntesis fugitivo
del mes;
qué se finieron los ebanistas que levantaban aquellos
muebles sólidos, aquellas mesas que atravesaban
como barcos las aguas de los siglos;
qué se finieron los artefactos solos, que no formaban
cadenas de cadenas, que eran inderivables unos de
otros como zafados eslabones?;
oh Plutón, vivir para tantas cosas grandes y chiquitas,
turgentes y bellas, frágiles y mancomunadas,
terminables y extensas;
con cuántos racimos vive el hombre, dentro de qué
férulas, árbol que nunca acaba de gajear hacia la
totalidad del viento.
10
A veces, con las últimas luces de la tarde, van saliendo
poco a poco de las estaciones los pobres y oscuros
trenes;
son metálicos y sucios, atestados de seres presurosos
que callan mientras el silbato se despide de los
andenes;
y los postreros trozos de periódicos van corriendo
por el cemento, por debajo de los zapatos, hasta que
caen hacia los rieles brillantes;
y yo soy el viajero, yo siempre soy el viajero, el hombre recostado, meditabundo, que está parado en el estribo;
soy el viajero que ha partido y que no ha llegado
nunca, que busca lo ilusorio dentro del túnel de los
trenes;
y entonces digo adiós a todos, y adiós a mí mismo, y
estoy diciendo adiós, moviendo el pañuelo utópico;
y yo tengo una larga vida detrás, y una larga esperanza
delante, y una opresión dolorosa dentro del corazón
que canta mucho;
y a veces soy de nuevo, siempre soy de nuevo aquel
niño rural que veía pasar los pequeños trenes negros
de la infancia;
y cómo es posible que yo sea todavía aquel niño, que
yo tenga por dentro el mismo el mismo viaje de
heridora nostalgia?;
son cosas que no están bien en la evolución de los
destinos, porque duele mucho conservar esa
fugacidad dormida;
es mejor ir de coche en coche bromeando con los
restantes ensimismados, con los prójimos distraídos;
es mejor sacar los ojos al paisaje, ya deletreado como
un salmo visual, como una copla monótona;
o hundirlos en las cercas próximas, que van uniendo
llenas de prisa sus postes florecidos, sus muñones
negros;
o entrar hacia el alma, viajera lenta, que cruza con
sus bártulos por lo aéreo mientras las chispas de los
raíles copian los primeros destellos de Venus!
18
Voy a salir al mar, a partir atravesando las aguas
verdes de la orilla, las azules de lo alto, a entrar en lo
más abierto;
me laceran los muros, los muros, los muros, todos
los muros, los muros propios, los muros ajenos, la
letanía de los muros;
el hombre es un animal erigidor de muros, donde se
detiene cierra el aire en torno pidiendo escarapelas
y salvoconductos;
un hombre solo está entre sus muros íntimos,
cabeceando entre sus lindes, cercenándose las salidas
más amplias;
cuece sus habas silenciosamente sobre el borde ríspido
del muro, como quien descansa a gusto entre sus
monedas;
y el más próximo a éste yergue los suyos con sus
perímetros vigilantes, sus demarcaciones belicosas;
y dos juntos ya mampostean apresuradamente,
desarrollan sus instituciones magistrales, establecen
los acápites de la ley;
toman medidas de inmediato, que es la agrimensura de
los vencimientos, la ingeniería de los éxitos más rápidos;
debemos tomar medidas, así se dicen recíprocamente,
alentándose en el nacimiento brutal de los muros;
y asoman las varas y lazos, y las cartillas donde se
resuelve que los añadidos muevan unánimemente
los compases;
y ya en lo alto se ve al guardián gritando: Son las
doce, son las doce!, mientras los sustitutos aguardan
debajo;
y un aire metálico de convicción satura todos los
pulmones, dentro de la nueva parcelación establecida;
se sienten satisfechos de las siluetas creadas, de la
resolución para crear con urgencia unos contornos tan
nítidos;
y el mundo se explica bien, porque está sujeto a
válvula y plantilla, a émbolo que tiene su admisión
y su escape;
y el olor a muro lo invade todo, como una
contaminación que parece a todas luces indicar la
salud de la falsa firmeza;
y yo digo que todos los dedos son prensiles, pero
que cada uno tiene su genio y figura dentro de la
misma mano;
yo digo que nunca, y en ninguna parte, fueron signo
de expansión los yugos, aunque se encuentren bien
labrados;
debajo de los muros no nace la brujita ni el baobab,
ni puede sentarse el ojo asombrado a escribir
un madrigal;
no se puede disfrutar la grandeza de lo redimido, sino
padecer un plomo que se comporta como una losa
en el pecho;
por eso yo voy a salir, ya sin lindes, hacia la única
linde posible: esa que se permuta sucesiva en el
horizonte!
LUIS MARIMÓN
(La Habana, 1951-Las vegas, 1995). Poeta y pintor de formación autodidacta.
Obra poética: La decisión de Ulises (1988), El bibliotecario del Infierno (1992), Herencia de la soledad (2005), Cronología del vértigo y del naufragio (2007).
LOS SUEÑOS PERDIDOS
En los mohosos muros de la ciudad en ruinas casi tan verde eres, amor, como esa lagartija que desde lo alto del templo por la garganta saca el corazón. Tu estás desnuda, todo profundidad los ojos mientas un perro ciego lame la sangre que baja semejando una, púrpura cascada por tus muslos dorados. Mundo extraño éste donde las palabras no significan nada. El sueño nos cubre con esa mano amiga que en la calle nos convulsiona el hombro, criaturas de Dios, vagos mensajes que llegan a contraeco desde la gruta perdida en los cielos. En los sueños, total, está la historia, no la de batallas y heroísmos, sino la de infamia y la navaja, la cronología del náufrago y el vértigo. En tan complicado laberinto, el ya casi exhausto río del olvido arrastra sirenas, títeres y tigres que miran como a través de un cristal lo menos imaginado. Aquí el silencio siempre se arrepiente; queremos recordar la encrucijada, los túmulos de donde brotan todas las mariposas, con las alas de piedra, agrietadas. Suerte de hechicería, descubrir la ciudad en ruinas, la que nos protegió de aquella lluvia universal de azufre. De aquí a poco veremos el último pájaro cruzar los cielos, lo que vimos del mundo ya no será cierto.
(Sin título en el original)
Esta noche talaremos el árbol que nos marcó de niños con ese sello horrible que nos marca la frente, esta noche dudaremos de todo: la luna ya no existe. Bebimos en el agreste manantial de la serpiente y el hambre era un incendio, indescifrable maravilla bajando hacia ese lugar donde se agazapa el alarido y desde nuestro despertar huele a sangre y a martirio. Sueños perdidos, libros por el gran Diablo sellados, clarificados tan solo por el Gran Vacío, comarca por la que siempre hemos transitado, lugar donde el Sur puede estar confundido con el Norte. Sorprendente es esa larva laboriosa que teje desmesuradamente sus redes de artificios, que nos perfora el cerebro como una naranja que se pudre; constante, allí, el crepúsculo puede ser y ya es casi la aurora. Pero yo amo ése, el reiterado sueño donde te veo brotar de las raíces, ese rostro de hermosa maldad que tanto he deseado, esa lengua con olor a hembra y
sabor a muerte donde yo solo no he sido el náufrago. ¿Qué rudimentos de un bárbaro lenguaje, extraviado en la inmensidad del tiempo, nos quiere decir, explicar algo? Gota de agua lenta cayendo un millón de años sobre la piedra muda. Si respiro, me pudro; si hago un gesto sabrán que he sobrevivido a la tragedia, que he llegado al final sin identidad posible. Sueños: únicos parásitos con los que por todo equipaje viene el hombre, esperanza del que es un paria y anda triste, juego delirante donde los que se fueron siguen soñando, habitando un planeta de niebla, latiendo en una ancestral y oscura narración, besando unos labios como se besa el agua que transcurre el tiempo. Vaciedades como si por las venas solo corriera polvo y la sangre fuera un recordado murmurío. Los hombres que suenan se encuentran en peligro o en cada sueño se aprestan a cometer un crimen. Desde un sitio desconocido, algo nos extermina, algo sin fundamento y con todo el fundamento del universo y de la vida, algo que nos transmuta, que nos hace ver de lejos algo odioso, algo infame que de cerca somos nosotros mismos. Cuando un niño sueña por primera vez, ya es póstumo.
CACERÍA
Atrapamos la jutía en la urdimbre del monte.
Cayó entre los colmillos espumosos del perro
que destrozó, entre chillidos vehementes,
sus tendones, sus ojos de niebla y yerba seca.
El pan es más eterno que el bocado
y aún más duradero que la desolada
y antigua cicatriz del hombre.
Diestros en el manejo del cuchillo,
le quitamos la piel.
Las mujeres cocinaron el arroz,
nosotros tocamos la guitarra.
Y a la luz de la fogata
parecía un niño recién nacido
que temblaba…
100 AÑOS
No seré uno de esos viejos que por las mañanas
buscan la leche y el pan
y después se duermen en los parques
esperando las moscas,
el pedazo de algodón que los haga
para siempre callar.
En realidad creo que no llegaré allá.
Por estos reinos penetro en los hospitales y cafeterías,
con mi garfio de vidrio excavo en las viejas tumbas,
calmo mi sed de abismo en la humedad
de los cántaros rotos.
Con un cuchillo en las venas
transcurro en el rumor del hombre.
La misma luna, entonces
hace crecer una raíz de muerte en mis ojos sin fin.
Habito en la rabiosa
trampa de algún dios contrahecho
y sé que en el mundo
ya casi nada
vale la pena.
No preciso ninguna fórmula, ningún ritual
para que el vino
siga transcurriendo por mi garganta cruda.
Mis ojos, mohosos por la tanta lluvia que han visto
se niegan a ser despertados por un sediento amanecer.
Me disfracé de olvido para transparentarme;
¡te esperé tantas veces!
He de continuar por la misma ruta que los cazadores
hasta que mi hocico tropiece con sus escopetas.
Pronto, ¿veré a Dios?
¿Qué me dirá?
¿Y yo a él?
La vida para mí
no ha sido fácil…
CUERPO DE GUARDIA
Tal vez existan niños que aún no han comido
carne de hombre: ¡Salvad a los niños!
LU-SIN
Con el imán ausente de su ayuno, los perros
sarnosos o amarillos yacen dormidos bajo los bancos
entre escupitajos y algodones.
Nada es más triste y desolado que un hospital de madrugada
a no ser
esas tablas podridas que el reflejo deja en su cansancio
entre viejos caracoles y algas como pájaros
que por tan verdes y desmemoriados
pierden la ruta, chocan contra el cielo y mueren.
O esas terminales de trenes de provincia
donde las agónicas luces se incrustan en los ojos
hasta llegar al sitio justo
donde se oculta el llanto,
donde la gente espera y sabe
el tren no llegará nunca
y que ellos mismos no irán a parte alguna.
Una mujer muy gorda se recuesta al teléfono público,
le falta el aire y boquea como un pez que las olas
han tirado en los riscos.
Se abre una puerta y con el aire gélido de la necro
brota una enfermera tan blanca como la porcelana de China;
lleva una bandeja de plata que huele a corazón y cloroformo;
del color de su cara. Alguien se le acerca y pregunta:
¿Hay alguna esperanza?
Todo huele a noche tiznada, a frialdad selvática,
hay un silencio capaz de confundir el ruido.
El neurocirujano, dice alguien,
está tratando de extraerle el pedazo de cuchillo del cráneo:
a lo mejor Dios lo ayuda y no se salva.
Un anciano se incorpora de su camilla y grita:
me pudro, huelo mal, hace seis días que me he muerto
y el camillero no me acaba de llevar a la morgue.
Gentes extrañas que vienen a cambiar un litro de sangre
por una botella de aguardiente,
–el hombre crudo que se come el Diablo–,
otro viene de Santiago y no tiene en qué sitio quedarse;
un médico vocifera: hace falta otro estetóscopo,
este en vez de ir hacia adelante, camina hacia atrás…
Un cuerpo de guardia es conciso como una bofetada:
los ojos, vacíos de guardar tanto sueño revolotean como moscas,
mientras los perros, sarnosos o amarillos
se contraen, rascan y cuando terminan de sacarse alguna pulga,
vuelven a dormirse
como si nada esta madrugada ocurriendo estuviera en el mundo,
tranquilos,
como esperando la muerte
y el Juicio Final…
CARNE
El corazón del tiburón, después de ser sacado,
sigue latiendo.
La carne de la jicotea cocinándose en la olla, en sus espasmos
se mueve.
La jutía, decapitada y descuerada
salta encima de la mesa…
¿Cuándo vendrán a buscarme?
Escucho el sonido de sus botas pero lo que se
pierde en la vida se gana en eternidad.
Es lo que hemos tenido
que pagar por vivir
y es que también despertar tiene un precio.
Estamos llenos de piojos,
esta tripulación está deshumanizada,
las únicas semillas que fructifican son las de la sal y el veneno;
tenemos que fabricar los ladrillos que rodearán nuestras celdas
y cubrirán las tumbas,
nuestro jornal es el de andar muy tristes
y solos.
En las calles nos entendemos con gestos,
nuestras miradas son oscuras como pozos ciegos,
las lágrimas traen en su peregrinaje
todo lo errante, amargo del mar…
Ah, nido espantado de su pájaro;
ah, niño absorto ante las hordas que lo aplastan…
¿Cuándo vendrán a buscarme?
Me pesa el sudor en la piedra,
la enorme cabeza en el cuerpo,
mi sombra arrastrándose a mis pies como un perro apaleado
y de quien tengo también que desconfiar.
¡Quién pudiera dormir sin pensar
alguien vendrá a buscarte
o incluso, puede estar debajo de la cama
vigilando tus sueños,
lo que dices en ellos,
interpretándolos;
quién pudiera soñar!
Un carro ha frenado frente a mi puerta.
Un estremecimiento como cuando
se nos pudre un ganglio en las axilas
o nos cae en la muela cariada un pedazo de hielo.
Con los agonizantes se hicieron los cimientos del cielo.
Por ello, siempre ha habido un sordo clamor
que se ha equivocado en lo alto.
¿Cuándo se hará realizable el hombre y cuándo
podrá vencer tanta falacia y cerradura?
Perplejo, oculto en la urna la enorme
cantidad del espíritu de mis abuelos,
los moradores taciturnos de la conciencia humana.
Me despojan de la madre y del hijo,
de los caminos y los barcos,
de mis papeles y mi tierra,
pero no del canto.
Ese no será ya de mí arrancado.
Es el supremo instante de concluir con este juego
de ratón encadenado vs. gato insatisfecho.
Marcho jubiloso hacia una muerte que sé,
no es definitiva.
Y sólo tengo miedo de no ver el Día.
Amanecerá mañana, estoy seguro,
¿pero vivo?
El universo gira como un péndulo ciego.
Mas, cuando hayan transcurrido los días
y sea el Tiempo de juzgar a los justos
y a quienes los mataron,
Él recordará el corazón del tiburón,
los huevos que dejó la jicotea en la arena,
los nervios de la jutía.
Pero ante todo,
la carne de los que luchan, sufren y mueren,
será la primera
en ser resucitada…
EL ERUDITO
Ruinas… todo es ruina. El labio y la flor
y el alacrán.
Desde el despertar del mundo estoy muriendo:
llevando una escudilla, unos ojos ávidos,
el inagotable manantial de mi asco…
Los huesos de mis piernas son duros,
impenetrables mis ojos,
como los de los peces abisales…
He buscado la paz, no me avergüenzo de ello.
Busqué también las terribles cosas que nos nacieron.
He gastado el camino.
Me lo llevé en las piernas.
Deshice el mar con mi pesadilla de marino sin sueño;
descubrí una tierra digna para morir.
Soy hombre.
Amé,
parí,
tuve la vida.
MUTACIONES DE UN SILOGISMO
Te hallé: más desolladura que esperanza cuando en la insólita infancia veías la luna como un trapo sucio. Vi a tu corazón nacerle crepúsculo con un crujido, que aún huele a sangre y a hojarasca. He aquí yo descubro en ti ese linaje múltiple que hace el tiempo más justo. Tu humedad sideral sube a mi cuerpo, como esas ciegas aguas que nunca vieron el sol; enmudecidas,¡que ya están muriendo en el ahogo vacío de las cuevas! La revelación, atroz paz del vacío por eso mis resecos huesos al lado de las últimas brasas perciben las manos de los espíritus que viven en mi conciencia. Los carbones cubiertos de ceniza, buscan mi oscuridad en el rincón más apartado. Yo estoy pariendo mis sueños con la augusta serenidad de los que nacen póstumos. Cierro los ojos, vuélvome hacia dentro y allí soy el profundo manantial. sin saber qué hacer con tanta agua. Un fervor minucioso recorre los concéntricos cráneos que en su almagre de sangre los hombres venidos de la piedra
dejaron. Chocan, se entremezclan, abovedan mis pasos sobre la tierra prometida donde se convulsionan los gritos y la garrapatas que todo tiempo arrastra y los montículos formados por las heces de los murciélagos. Todo me hace pensar que existe todavía la espuma del mar tal como era ya que nada, al final, sigue perdurando lo mismo. Todo en mi fue de magia. Mis crímenes, un sueño. Por eso, cuando me hablas, veo praderas cálidas en las que el universo, total, se simplifica en esas remotas arboledas que giran sin definir sus rasgos, que tornan sin saber que se fueron a beber de la niebla antigua que nace en las orillas de los ríos. Voces cumulativas de silencio, palabras que no bastan para expresar ni siquiera una serie de sonidos cósmicos. El corazón del mar huele a salitre. El mago, en mayo, no era o quizás sí era y era también el tiempo cuando cubría con su amarillo vellón las amapolas y en el frenesí de los aires veía surgir entre la niebla los caballos salvajes que una vez se llevaron toda la pureza del alma humana. En las soportables mutaciones de esos días, la hondura se hizo más perfecta y ya era el incendio que detrás de
la montaña el meteoro, como un cordero en su caída, ramonea. Apresando unicornios y sirenas más allá de sus córneas, neutro como la sombra cruel que desde abajo llega, un oscuro ídolo que encontró en la arena le dijo: eres disolución mutación y castración, el profeta por todos esperado, como las ruinas de algo y el mundo, como una coincidencia, el hombre crudo, otra vez por el demonio cocinado.
RELACIÓN (fragmentos)
Esta es la relación de lo que antaño fue en Nuevo Mundo y de lo que aún sobrevive como las noches de luna y el canto d elos ríos en las cañadas. Canta y gime la noche y las estrellas racimos de frutos encendidos colgando, allá abajo, se desgranan maduros, confundiéndose con los cocuyos y las luces lejanas de la aurora. Con su furia acostumbrada añoraron los hirientes cuernos de la luna y se hincha, como el toldo bajo el cual vendían pescado y que se llevó un día tormentoso. Todo fue como rocío sobre la hierba o las primeras campanas
doblando en lo alto de los campanarios -construidos con las piedras de los teocallis de Quetzcoalt
y Huilzillopoctil-. Como las flores que crecieron dentro de los cráneos después de las batallas y buscando la luz irrumpieron por las cuencas vacías como lágrimas olorosas de la naturaleza, o aquel Gonzalo Guerrero que no quiso regresar a España por tener horadadas las orejas y tres hijitos muy bonitos, o al hombre al que un cocodrilo le arrancó a su hijo a la orilla del río y el peruano se fue tras él hasta que después de una batalla donde se le derramaron al animal las entrañas como planetas, dejé en la orilla su fruto, mas ya muerto. Como todo aquello que refirieron las crónicas de la Nueva España o Perú, o Guatemala, o Venezuela, o Cuba. Es hermosa la luna. Muy hermosa. Y se confunden en las oscuras celdas del inmenso panal de la memoria, los siglos, el efluvio de mayo y los mares de tanta sangre, confundidos. Todo fue como verdura de las eras, o las lebrelas que se encontraron perdidas -según noticias de Bernal Díaz-, o Malitzin. Como aquellos ojos de Moctezuma -tristes- encontrándose con los de Cortés
en la calzada que llevaba a México -Tenochtitlan, de su dulzura, de su cárcel, de su muerte. Palacios, templos, casas y jardines. De todo aquello quedan sólo las crónicas y las ruinas. Relaciones de lo que antaño fue en este Nuevo Mundo, como los Códices, Códice Durán, Florentino, Borgia, Mendoza. Y el Popol Vuh, el Memorial de Sololá y el Libro de los Libros de Chilam Balam. Pero es hermoso el universo. Terriblemente hermoso. ( )
Y queda la muerte, la muerte de mis hermanos bajo la noche que entra por mis ojos y hace nidos de dolor y de luna en mi sangre. Porque quizás he llegado tarde y no me quejo. No me quejo pues de todo lo que fue y de lo que incluso, es, no queda nada. Sólo el futuro. Lo demás, las centurias y los conquistadores, se lo llevaron
ANIMALES PUDRIÉNDOSE EN LA ORILLA DEL YUMURÍ
En la mojada tarde los cangrejos
irrumpen entre el fango sangroso de la orilla del río.
Otros animales son como diosecillos que se pudren silenciosamente al viento.
A un hombre le aterraban los espacios infinitos.
A mí la vida y este mínimo sendero
que va de mi casa a la cervecera
y de La Marina hasta el puente.
Pero yo sólo creo en el amor
y en esas breves espinas
y en los peces que se prolongan en sus márgenes
con sus vientres hinchados. Verdes moscas metálicas (cantáridas)
y negras. Las profetisas revoloteando y un insecto
traslúcido que guía mis pasos a contrasombra.
Brota la vida de sus humildes cuevas
y me saludan.
Pero me agrada ser el que se borra sin creer en nada.
El universo es este caminito,
el que e fortifica y me amplía,
el que me aparta de los hombres malos;
el que me justifica ante esos perros, esos gallos,
esos corderos que se inflaman y dejan que brote el sol
de sus entrañas,
esos hermanos míos que se marchan
Fieles, quejumbrosos y únicos compañeros en esta
travesía.
Y yo no creo en Dios, pero de toda
esta podredumbre
renacerá la vida
LA ROSA DE JERICÓ
I
Son los mismos de siempre los que cantan.
Las sirenas tatuaron sus caras.
Tuvimos el sueño de las piedras, atestiguamos las tradiciones fervorosas, los rugidos de la sedición.
Habitamos el sanguíneo planeta, como ceniza confundida en una urna fúnebre.
Eran los estandartes de nosotros, los vivos.
Los perversos herméticos, no obstante,
No dijeron esta boca es mía,
Ni siquiera los hombres que desfallecían
con una desolación de tiburón y páramo.
Con pasión reconocimos las tumbas donde los hechiceros y los locos proclamaban los nuevos enigmas,
las catástrofes de los mesías inauditos,
exorcizando la estirpe de moros y judíos.
Los buhoneros pasaron con sus mulas imposibles,
Mientras las pitonisas no querían confiar sus cuerpos drogados
ni siquiera a los enanos que preparaban la magia del laurel.
Esos mismos hombres diafanizaron sus emblemas, se distinguieron
Por sus plumas, por sus caireles rojos o amarillos;
Pugnaron por una vastedad sin fronteras que en su especie
fuese única y tremenda.
Con las cáscaras de los desolados y los inermes
penetraron en las tabernas de Pompeya,
buscaron el trípode de oro en una gruta de Delfos.
Besaron las arenas que se desprendían de los papiros,
Las letras hechizadas del Corán, la Biblia y el Talmud,
estafaron la verdad de la historia,
falsificaron las madrugadas.
Pusieron a un lado los arquetipos y las degollinas
conformaron bandos y reinados
con el fin de no sentirse totalmente oscuros;
deshicieron algunos entuertos memorables,
para que no dijeran
(Siempre pensaban: ¿Qué dirá de mí el mañana?)
Allá, en la morería, los cristianos lloraban por un simple rumor.
Eran contrahechos golems, hombres de palo
Fuimos los mismos siempre, de eso no hay dudas.
Cada especie con alabancia insólita se dio a llamar El Hombre.
Recogimos el misterio de las espesas madrugadas donde el haschisch y el opio suplían el desdén de los inmortales.
Un cazador salía, regresaba luego y su morral oscuro
apestaba a animales fabulosos y eternos: un anca de unicornio,
el apetitoso corazón de una sirena.
El pájaro rock andaba por las cumbres de Ararat
gestando genios y fantasmas.
Las hidras no temían los presagios.
En las criptas, la Rosa del misterio,
logró suplir la sed por una eternidad que aún no comprendo.
Máscaras otra vez, toros de ónix
Presentíamos los abortos, las estatuas, las manifestaciones.
Era todo de sueños.
("No es bello el tiempo en que todo es realidad".)
Nos fue legado el don de la perpetuidad olvidada,
de las premoniciones.
La vida se convirtió, en fin, en una cosa rara.
Tuvimos el traidor necesario,
la soledad necesaria,
los muertos necesarios.
Fuimos de una raza absorta en el abismo
mientras recogíamos los caminos con hambre.
Inconcebibles hombres con panteras adentro.
Los remotos venenos nos descubren y esas casualidades
son desconocidas hasta del mismo azar.
En los conventos se emparedaban a los hijos del diablo
y en las grandes contiendas los guerreros
penetraban a la cueva de Dios y lo comían.
II
Seguimos, en verdad, siendo los mismos.
Algo tenemos de inauditos dioses,
da lo mismo ser latino que cretino.
Enloquecer de pronto y salir dando gritos
ya no es una gran hazaña,
meterse un tiro en la cabeza es algo tan común
como tener un hijo.
El color de la sangre permanece, bello y terrible
como un amanecer.
En los acantilados hay hombres que pierden la cabeza
contra el mar.
Nonatos, hicimos un muro, un laberinto contra la esperanza.
Nosotros, mártires de la palabra,
los que amamos su oscura carne escupida por siglos
de parias y traidores.
Un volcán anda, como un perro, suelto entre nosotros,
un animal de fuego hundido como un cuchillo tembloroso
en nuestros corazones.
Debemos conjurar el maleficio, somos culpables. Eso lo han dicho
los que se han muerto para siempre con sus hermosos ojos
que no debían nada al universo.
Soy de los que han renegado, los que han dicho
que este barco no se mueve.
Creo en los locos ya que son los únicos dueños de sus sueños;
La profanación me tienta.
Robaría ahora mismo todas las tumbas, todos los mausoleos
y con los huesos, los sudarios y las joyas escribiría un poema de amor que pudiera leer desde el espacio.
No quiero que nadie escoja a mis amigos, no quiero
que nadie planifique a quien debo amar.
Los acosados vuélvense salvajes,
escuchan el veredicto imperturbablemente,
se pierden en sus imaginarias bifurcaciones
mientras preparan el siniestro poemas que les pidió
el ministro.
Expiemos el sacrificio, el sacrilegio que ya casi supone
llamarnos como hermanos.
La abominación está en nosotros, en la naturaleza habita
la irreal rosa de Jericó. Sola,
sin percatarse para nada de la resurrección.
Ella es la Rosa mágica y velada que yo vi una tarde.
Soñada alguna vez, cuando Dios se emborrachó
como un canalla
y se quitó sus harapos de mendigo
y en un sueño alucinante, los lanzó
con asco y amor
a la cara
del mundo.
REINA MARÍA RODRÍGUEZ
(La Habana, 1952)
Obra poética: La gente de mi barrio (1976), Cuando una mujer no duerme (1980), Para un cordero blanco (1984); En la arena de Padua (1993); Páramos (1993); Travelling (1995); La foto del invernadero (2000), Ellas escriben cartas de amor (2002); Otras cartas a Milena (2003); Violet Island y otros poemas (2004), Tres maneras de tocar un elefante (2004), Bosque negro (2005), El libro de las clientas (2005), Catch and release (2006).
LUZ ACUOSA
por la ventana del barco, luego de traspasar la tela, envejecida y floreada de una pequeña cortina blanca, entraba una luz acuosa que me hacía mirar –aún sin querer- las rajaduras del edificio, el peso de los tanques de agua destapados, las vigas de hierro que han perdido su revestimiento y crujen al pasar las bandadas de palomas que, bajan, suben, se esconden de este resplandor de marzo, huyen quizá. la niña duerme con fiebre y él, en el piso (proa) sobre una colchoneta. los gatos buscan también alguna humedad y se dispersan sobre el cemento –ahora gris, después rojo- y yo pienso, más bien saboreo entre la luz –repito- acuosa y esa lana que protege los restos de guata de un colchón agotado por el peso también, su lengua fina entrando en mi boca. la punta más afilada de esa lengua queme causó cierto rechazo entonces, y ahora vuelvo a saborear (con algo de la humedad de un verano que bajará sin tregua a calentarnos) y las palomas se desplazan otra vez equidistantes. él ya se fue. y apetece una lluvia finísima contra la piel que hierve, que late (yo me levanto a escribir para vencer ese horror por las distancias, ese temblor por las pérdidas) la nube se ha hecho una masa gris que se aproxima y caliente (un cerebro) para tapar cualquier visibilidad por la ventana barco anclado de mi cuarto. tendré que mover la punta fina de la pluma otra vez por su lengua. no puedo comprender que un cuerpo grande así, termine en esa prolongación de estilete. me desagrada la debilidad, ahora me gusta. me gusta y duele. masa gris que se aproxima acuosa y vence a mi garganta quemándome (aquella mañana no me atreví, pero qué bien se está a horcajadas sobre el pecho, el vientre, la cintura de otro, así de pie). mi ciudad es una masa caliente con exceso de tejido (sobreabundancia de ser), acuosa prieta, útero que se ensancha y dilapida y llueve algunas veces agua, otras sangre. el ruido de mi ciudad es interior y gris, se ensancha –determinado por las hormonas– que colorean estos suburbios, las azoteas, los entrepisos arenosos o metálicos del sentir (radicalmente ha cambiado la temperatura y un viento helado y fuerte hace mecer las bisagras). hemos comido remolacha hirviendo. aquí y allá, suben amorfos los pedazos de zinc, los veo volar, me sobrecogen. la casa, un barco en medio de las entrañas (varado) hiperplasia de endometrio –han dicho, habrá mucha sangre, profundas marejadas. yo uso los rellenos de algunos animales de Elis, o muñecas de trapo, también guata. todo sirve aquí para aumentar –si es posible esa distinción de cantidad- la angustia. siempre mis amigos se fueron, primero unos, alrededor de los 20, después otros, a través de los 40. años cavando de la vagina hacia el corazón, e aproxima aún más la nube gris. tanta ansiedad por construir una amistad y después, parten (repetiré, pero volverán, seguro, vuelven profanados para convivir). mientras más me acerco, voy sintiendo los días como páginas (lugar común) y el cuerpo de la obra, apurándose por consumir su tiempo blanco. a medida que paso las páginas, convoco algún tono, cierto color, para que parezca algo diferente, uno azul francés, otro azul ultramar, algún áureo. (los ojos que me gustan son color azul acero), aunque acepto las variantes. los días, repito, más allá de un tono (truco), un movimiento oblicuo del color, o la detención por instantes de una nube, como hoy, son idénticos (la sensación de la página que se llena con signos del hastío para detener la muerte, o cambiar). y este ruido que conozco como un malestar, un zumbido que pica la oreja manchándose por una mala prenda (no es oro todavía, siempre es mal vidrio). escribo aquellas páginas que me dan los días con sus diferentes crepúsculos contemplados desde la hamaca (ahí mi lujo, mi obsesión) de preferir mirar la extensión que hace distinto, un fin. estaba tan distraída, tan entretenida, que nunca aceptaba la realidad (mi lujo) a la hora del mediodía, con el intenso calor, abrir las piernas y dejar que esa lengua delgada ande otra vez hurgando allí una vía de entrar a la ciudad, de conocer su ruido, saber si yo era cierta a través de una capa de olores puros, o ácidos, mezclados (olores que sobrepasan cualquier ph, tierra, virilidad, feminidad; olores que un perfumista esencial decidió combinar con tonos de rojos, fresa, claro, púrpura (yo pensando qué estaría descubriendo allí bajo el vértigo, qué fórmula se haría de verdad de su saliva conmigo). una página pasa en el acto de abrir y cerrar las piernas y yo no sé qué estoy haciendo. cuántos sabores iguales, únicos y distintos que tienes que reabsorber para elegir. pero la ciudad, que ha ensanchado sus paredes rajadas (morfología de la célula) no se deja penetrar fácilmente. me subo el jean. la vecina gritaba porque vio un paracaídas con su paracaidista caer desde el fondo azulado justo sobre su azotea –un mercenario, gritó- y era sólo un aerostato desviado por el viento (cuando te abrazo hay una reconciliación muy humana del mal, totalmente cálida, cuya emanación –diría da cuerpo a una presencia indispensable para estar así, tan salvados en el miedo). mi barco sigue anclado de esta manera de imaginarse: sucede un día tras otro y todos juntos parten a cambiar su libro vivido, un libro que se cierra por otro nuevo, liso, sin marcas, aún no ajado que enciende un deseo, más poderoso que el anterior. (yo soy como un libro con exceso de marcas, subrayados, algunos con plumón azafrán), necesidad de describir la voz del útero: una voz blanda, matinal, grave, que te adormece por atendida, muellemente amada dentro de sí, drenando. nadie te acaricia por dentro. tu mamá va a hacer un dulce exquisito, una cosa especial. la remolacha de hoy ya está hirviendo. al fin, somos mujeres. cuando convido, los que convido no están allí. los otros, son los que vienen. (Clarise con su vestido verde cosiendo un doblez tras otro que le permite recordar a cada puntada, a cada paso, un tin de pasado) «el Cordero que fue degollado desde la fundación del mundo » Plantagenet con sus ladrillos refractarios empalizando su obsesión; o Estephen Dédalus convertido en el nombre de un gato arrabalero, mis personajes también se fueron. y Virginia y Denisen, y los demás? todos muertos, muertos o prófugos. paren este juego infernal! Ricardo Reich sigue riéndose desde el espejo a la sombra de una horca donde encuentro a Nerval, o el cristalino roto de la ventana donde, cando abría las piernas –y los ojos- veía a Santa Teresa, mirándome. es dulce de remolacha. esta ciudad que hemos construido lentamente con materia divina, con muertos y sustancias de útero, angustia por sobrepasar un estado de conciencia (ego) y un pene tremendo, ya para mí, sólo es literatura (claro, la vecina que vio caer al mercenario no pensará lo mismo, ahí está al diferencia, ella espera verdades). un pene es rosado? es sangre resina de dragón? es sepia? tal vez siena tostada (este libro del color me ha hecho comprender que apenas diviso los matices, sus dolores). a veces me entretengo recordándolos, los acaricio, recordándolos. tú decías mi nombre otra vez, como un lamento, como un fin . y entonces, tu cara quedó atrapada allí para siempre, en la ventana barco, junto a la cortina –que antes fue una saya blanca- mi bandera de paz. tragué ese semen con miedo a envenenarme (no era distinto) pero igual, era único. te poseías en mí. la oreja manchándose con lata color de desierto. hay aquí un misterio muy singular, qué degradación debí sufrir a cambio? acaba de pasar la tempestad y al fondo de los edificios mojados, leve ilusión de armonía, éxtasis (intensificación o reducción de la intensidad: los colores fríos y cálidos yuxtapuestos se intensifican mutuamente). lo perfecto es el cuerpo y la sangre en sus altares.
LOURDES GONZÁLEZ HERRERO
(Holguín, 1952). Poeta y narradora.
Obra poética: Tenaces como el fuego (1986), La semejante costumbre que nos une (1988), Una libertad real (1992), La desmemoria (1993), Papeles de un naufragio (1999, 2007), El luminoso pájaro de la memoria (2000), En la orilla derecha del Nilo (2000, 2002), Fijeza del amor (2002), Los días del verano (2003), Pasajera la lluvia (2003), Sur la rive droite du Nil (2005).
CÓMO GANAR SI TODO ES TRANSPARENTE
Cómo puedo ganar si todo es transparente
y los otros conocen que persisto escribiendo,
sudando cuando tocan a la puerta, de prisa cuando me hablan
del futuro.
Si no hay casa interior,
si suelo verme en los rostros que llenan las aceras,
y la palabra mañana me produce la misma inquietud que la
palabra muerte.
Me parece ilusorio pretender un espacio.
Me parece ridículo sostener la cordura que implica pensar
siempre en lo real sin tregua.
Abba, abba abba, de mí saldrá la vida como si todo al fin
hubiera sido un juego.
Cuándo, dónde ganar, y qué, y a quién, si sólo somos la
cuenta del regreso.
DESLÍZATE A LA MAR, BARCA DEVOTA.
nueva canción de Orfeo para mi hijo Deslízate a la mar, barca devota, y cruza los paisajes con tu inocencia en estos tiempos en que las naves tienen que ganar. Tú que aún superas para ti el origen de la ciudad pequeña, dulce, desmembrada, hazte a la mar de la memoria y boga, cruza océanos de dudas, noches de réquiem, deshace el mito para volver a ser, no te devuelvas a la orilla sin la esperada prenda, trae peces y trae orgullo que para ti vibra mi alma en la ausencia. No puedo practicar ningún oficio en los días que corren, no existe ningún oficio para mí, pero tú, barca infantil, boga, deslízate, atraviesa el agua cada vez más peligrosa y vuelve para que yo te escuche aunque sea en el día de mi muerte. Yo pudiera inventarte algún Pequeño Anceo, una tribuna y un heraldo, pero serían palabras, y las palabras nunca te salvarán de las corrientes donde los viejos cantos pierden su sentido y el mar pierde su distancia. Isla, pedazo de tierra que conozco, dale a mi hijo un remo antes que las actuales olas lo invadan todo y sólo quede el eco de aquel coro increíble. Isla, razón, dale a mi hijo un buen pretexto para el viaje y déjalo, barca de sueños, rendir el verdadero himno, encontrando los símbolos de esta noche, esta larga noche, de este valle infértil, pero propio. Deslízate por la única ruta y da calor a las costumbres, verás, pequeña nave promisoria, verás de cerca y vivirás lo que hoy te cuento como si fuera un pasaje remoto de la vida. Tocarás la llama porque eres también la cifra oculta, boga, lento y seguro, sé timonel y encántate con las ofrendas, pero no olvides regresar. Te brindarán en el camino rojas flores, te darán vino y el placer que dura poco, tómalo todo y luego deslízate a la mar sin lamentarte nunca de ese viaje. Pequeño encantador de mi pena, tráeme la dignidad de la memoria que yo te esperaré aunque llegues el día de mi muerte.
VOY A DECIR QUE SÍ
Voy a decir que sí, que quiero unirme,
que entono esas palabras memorables cada vez que me canso
de mirar hacia abajo con perfecta armonía.
Diré que sí, que es cierto, que el mar nos acompaña cuando
las tejas se abren mostrando un cielo apenas despejado.
Pero sí, lo diré: que son tan lindas las tardes ardorosas del
verano, que bien me iría a celebrar, a remover, a tirar la
suerte en la ancha luz que insiste.
Afirmaré que me gusta vivir cuando las historias
amagadas, amargadas, amasadas con el polvo de pan que
cae en mis manos.
Que sí, que voy logrando abrir entre las sombras un camino
para transfigurarme: de niña a madre, de madre a hija, de
hija a caos, de caos a niña, interminable, vertiginosa, lúcida,
dentro del tiempo de una edad levada como amuleto y armadura.
Que sí, que se me despertaron las ansias de jugar contra los
hábitos, después de crecer en los magros tiempos de la
herencia.
Que nunca he deseado guardar entre las tablas de mi armario,
números y números y números con sus símbolos siempre
ajenos, lejanos, ornamentales casi.
Que sí, que estoy de acuerdo con la rabia y con la parquedad,
que estoy de acuerdo con el ejercicio de la obligación, que
estoy de acuerdo con la semejanza, con el mito, con la
cruzada, con la contención, con el recelo y con el sacrificio.
Que sí.
MI VOLUNTAD PREFIERE REPOSAR
Mi voluntad se cansa de servir,
va apagando su enérgica costumbre de persuadirme,
niega la voz con frases alargadas para volcar los días,
declina ante los mandamientos,
pernocta, vigilante, molesta, destrozada entre los sueños
vacuos.
Dónde están los mínimos reflejos de la hora en que fueron
contadas las batallas:
las del jardín, las del insomnio, las libradas sin noticias, las
libradas con informes,
las de la puerta y su pestillo circular cerrado,
las del error, las derivadas del error, las contrapuestas al
error, las que abrieron la herida que padezco,
las que sellaron el pacto de incumplir el deseo y apagaron
el fuego que las bestias cuidaban,
las que destruyeron mi casa y las que aún horadan mis
paredes.
Mi voluntad me niega,
y ante el peligro exhibe su amenaza:
la hiriente pesadumbre que navega en los ríos de mi sangre,
el gesto desarmado con que actúo, la ira involuntaria.
Mi voluntad se cansa de servirme cansada.
Ya no sabré de qué cosas hubiera podido avergonzarme.
LOS AMANUENSES, LA QUIMERA Y LA PÉRDIDA
Establecer los límites con palabras es un error.
Incluso si se piensa en la posteridad.
Los amanuenses sienten que se trata de una confusión,
pero al comienzo de cada mañana,
cuando las piernas se doblan para incorporarnos
y el sueño se retira confundido con la muerte,
ellos se lanzan a perseguir a la Quimera como si complacieran
un vicio.
Los signos. El punto múltiple. Los helados mosaicos que
se leen.
Quiebra de los amanuenses forzados a conservarse
absolutamente honestos,
forzados a ver el lado oscuro de la razón apegados a ella
sin otra oportunidad.
Parece fácil,
parece incluso que lo hacen mirando el cielo tendidos boca
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