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Antología de poesía cubana. Cuba y la noche

Enviado por Orlando Desiré


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  1. Poetas
  2. Poesías

DOS PATRIAS

Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.

¿O son una las dos? No bien retira

su majestad el sol, con largos velos

y un clavel en la mano, silenciosa

Cuba cual viuda triste me aparece.

¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento

que en la mano le tiembla! Está vacío

mi pecho, destrozado está y vacío

en donde estaba el corazón. Ya es hora

de empezar a morir. La noche es buena

para decir adiós. La luz estorba

y la palabra humana. El universo

Habla mejor que el hombre.

Cual bandera

que invita a batallar, la llama roja

de la vela flamea. La ventanas

abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo

las hojas del clavel, como una nube

que enturbia el cielo, Cuba viuda pasa…

José Martí Pérez

Poetas

JOSÉ MARÍA HEREDIA Y HEREDIA

GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS (PLÁCIDO)

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

JOSÉ JACINTO MILANÉS

RAFAEL MARIA DE MENDIVE

JOAQUIN LORENZO LUACES

JOSE FORNARIS

JUAN CRISTÓBAL NÁPOLES FAJARDO (EL CUCALAMBÉ)

JUAN CLEMENTE ZENEA

TRISTÁN DE JESÚS MEDINA

LUISA PÉREZ DE ZAMBRANA

JOSÉ MARTÍ PÉREZ

ENRIQUE HERNÁNDEZ MIYARES

JULIÁN DEL CASAL

REGINO E. BOTI

RENÉ LÓPEZ

AGUSTÍN ACOSTA

JOSÉ MANUEL POVEDA

MARIANO BRULL

JOSÉ ZACARÍAS TALLET

MANUEL NAVARRO LUNA

REGINO PEDROSO

RUBEN MARTINEZ VILLENA

DULCE MARIA LOYNAZ

NICOLÁS GUILLÉN

EUGENIO FLORIT SÁNCHEZ DE FUENTES

EMILIO BALLAGAS

JOSÉ LEZAMA LIMA

VIRGILIO PIÑERA

GASTÓN BAQUERO

ELISEO DIEGO

JESUS ORTA RUIZ (INDIO NABORÍ)

FINA GARCIA MARRUZ

CARLOS GALINDO LENA

FRANCISCO DE ORÁA

FAYAD JAMIS

MANUEL DIAZ MARTINEZ

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR

HEBERTO PADILLA

RAFAEL ALCIDES PÉREZ

LUIS SUARDÍAZ

JOSÉ KOZER

LUIS ROGELIO NOGUERAS

RENAEL GONZÁLEZ BATISTA

LINA DE FERIA

DELFIN PRATS PUPO

EMILIO DE ARMAS

ANGEL ESCOBAR VARELA

RAÚL HERNÁNDEZ NOVÁS

ARAMÍS QUINTERO

ROBERTO MÉNDEZ

FÉLIX LIZÁRRAGA

PEDRO PÉGLEZ

ROBERTO MANZANO

REINA MARÍA RODRÍGUEZ

RAMÓN FERNÁNDEZ LARREA

ROLANDO SÁNCHEZ MEJÍAS

TERESA MELO

ISMAEL GONZÁLEZ CASTAÑER

RITO RAMÓN AROCHE

SIGFREDO ARIEL

EMILIO GARCÍA MONTIEL

ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA

JUAN CARLOS FLORES

REINALDO GARCÍA BLANCO

PEDRO LLANES

OMAR PEREZ

CARLOS AUGUSTO ALFONSO

RICARDO ALBERTO PÉREZ

ANTONIO JOSÉ PONTE

FRANK ABEL DOPICO

HERIBERTO HERNÁNDEZ MEDINA

SONIA DÍAZ CORRALES

NELSON SIMÓN

JUAN CARLOS VALLS

RAFAEL VILCHES PROENZA

ALEXIS DÍAZ-PIMIENTA

MANUEL SOSA

DAMARIS CALDERÓN

CARLOS ESQUIVEL GUERRA

LUIS MANUEL PÉREZ BOITEL

C.A. AGUILERA

RONEL GONZÁLEZ SÁNCHEZ

NORGE ESPINOSA MENDOZA

JOSE LUIS SERRANO SERRANO

LUIS FELIPE ROJAS ROSABAL

MICHAEL HERNANDEZ MIRANDA

JAVIER MARIMÓN TÁPANES

DIUSMEL MACHADO ESTRADA

FRANK CASTELL GONZÁLEZ

JORGE LUIS PEÑA REYES

MARCELO MORALES

Luis Yuseff Reyes Leyva

Poesías

JOSÉ MARÍA HEREDIA Y HEREDIA

(1803-1839)

Obra poética: España Libre (1820); Himno patriótico al restablecimiento de la Constitución (1820); El dos de Mayo (1821); Poesías (1825, 1832).

HIMNO DEL DESTERRADO

Reina el sol y las olas serenas

corta en torno la prora triunfante,

y hondo rastro de espuma brillante

va dejando la nave en el mar.

¡Tierra! claman: ansiosos miramos

al confín del sereno horizonte,

y a lo lejos descúbrese un monte…

Lo conozco… ¡Ojos tristes, llorad!

Es el Pan… En su falda respiran

el amigo más fino y constante,

mis amigas preciosas, mi amante…

¡Qué tesoros de amor tengo allí!

Y más lejos, mis dulces hermanas,

y mi madre, mi madre adorada,

de silencio y dolores cercada

se consume gimiendo por mí.

¡Cuba, Cuba, que vida me diste,

dulce tierra de amor y hermosura!

¡cuánto sueño de gloria y ventura

tengo unido a tu suelo feliz!

¡Y te vuelvo a mirar!…. ¡Cuán severo

hoy me oprime el rigor de mi suerte!

la opresión me amenaza con muerte

en los campos do al mundo nací.

Mas, ¿qué importa que truene el tirano?

Pobre, sí, pero libe me encuentro:

sola el alma del alma es el centro:

¿qué es el oro sin gloria ni paz?

Aunque errante y proscripto me miro

y me oprime el destino severo,

por el centro del déspota ibero

no quisiera mi suerte trocar.

Pues perdí la ilusión de la dicha,

dame ¡oh gloria! tu aliento divino.

¿Osaré maldecir mi destino,

cuando puedo vencer o morir?

Aún habrá corazones en Cuba

que me envidien de mártir la suerte,

y prefieren espléndida muerte

a su amargo, azaroso vivir.

De un tumulto de males cercado

el patriota inmutable y seguro,

o medita en el tiempo futuro,

o contempla en el tiempo que fue,

cual los Andes en luz inundados

a las nubes superan serenos,

escuchando a los rayos y truenos

retumbar hondamente a su pie.

¡Dulce Cuba! en tu seno se miran

en su grado más alto y profundo,

la belleza del físico mundo,

los horrores del mundo moral.

Te hizo el cielo la flor de la tierra:

mas tu fuerza y destinos ignoras,

y de España en el déspota adoras

al demonio sangriento del mal.

¿Ya qué importa que al cielo te tiendas

de verdura perenne vestida,

y la frente de palmas ceñida

a los besos ofrezcas del mar,

si el clamor del tirano insolente,

del esclavo el emir lastimoso,

y el crujir del azote horroroso

se oye sólo en tus campos sonar.

Bajo el peso del vicio insolente

la virtud desfallece oprimida,

y a los crímenes y oro vendida

de las leyes la fuerza se ve.

Y mil necios, que grandes se juzgan

con honores al peso comprados,

al tirano idolatran postrados

de su trono sacrílego al pie.

Al poder el aliento se oponga,

y a la muerte contraste la muerte:

la constancia encadena la suerte,

siempre vence quien sabe morir.

Enlacemos un nombre glorioso

de los siglos al rápido vuelo:

elevemos los ojos al cielo,

y a los años que están por venir.

Vale más a la espada enemiga

presentar el impávido pecho,

que yacer de dolor en un lecho,

y mil muertes muriendo sufrir.

Que la gloria en las lides anima

el ardor del patriota constante,

y circunda con halo brillante

de su muerte el momento feliz.

¿A la sangre teméis…? En las lides

vale más derramarla a raudales,

que arrastrarla en sus torpes canales

entre vicios, angustias y horror.

¿Qué tenéis? Ni aun sepulcro seguro

en el suelo infelice cubano.

¿Nuestra sangre no sirve al tirano

para abono del suelo español?

Si es verdad que los pueblos no pueden

existir sino en dura cadena,

y que el cielo feroz los condena

a ignominia y eterna opresión; de verdad tan funesta mi pecho

el horror melancólico abjura,

por seguir la sublime locura

de Washington y Bruto y Catón.

¡Cuba! Al fin te verás libre y pura

como el aire de luz que respiras,

cual las hondas hirvientes que miras

de tus playas la arena besar.

Aunque viles traidores le sirvan,

del tirano es inútil la saña,

que no en vano entre Cuba y España

tiende inmenso sus olas el mar.

A EMILIA

Desde el suelo fatal de su destierro,

tu triste amigo, Emilia deliciosa,

te dirige su voz; su voz que un día

en los campos de Cuba florecientes

virtud, amor y plácida esperanza

cantó felice, de tu bello labio

mereciendo sonrisa aprobadora,

que satisfizo su ambición. Ahora

sólo gemir podrá la triste ausencia

de todo lo que amó, y enfurecido,

tronar contra los viles y tiranos

que ajan de nuestra patria desolada

el seno virginal. Su torvo ceño

mostróme el despotismo vengativo,

y en torno de mi frente, acumulada,

rugió la tempestad. Bajo tu techo

la venganza burlé de los tiranos.

Entonces tu amistad celeste, pura,

mitigaba el horror a los insomnios

de tu amigo proscripto y sus dolores.

Me era dulce admirar tus formas bellas

y atender a tu acento regalado,

cual lo es al miserable encarcelado

el aspecto del cielo y las estrellas.

Horas indefinibles, inmortales,

de angustia tuya y de peligro mío,

¡cómo volaron! Extranjera nave

arrebatóme por el mar sañudo,

cuyas oscuras, turbulentas olas,

me apartan ya de playas españolas.

Heme libre por fin: heme distante

de tiranos y siervos. Mas, Emilia,

¡qué mudanza crüel! Enfurecido

brama el viento invernal: sobre que alas,

vuela y devora el suelo desecado

el hielo punzador. Espesa niebla

vela el brillo del sol, y cierra el cielo,

que en dudoso horizonte se confunde

con el oscuro mar. Desnudos gimen

por doquier los árboles la saña

del viento azotador. Ningún ser vivo

se ve en los campos. Soledad inmensa

reina y desolación, y el mundo yerto

sufre de invierno cruel la tiranía.

¿Y es ésta la mansión que trocar debo

por los campos de luz, el cielo puro,

la verdura inmortal y eternas flores

y las brisas balsámicas del clima

en que el primero sol brilló a mis ojos

entre dulzura y paz…? –Estremecido

me detengo, y agólpanse a mis ojos

lágrimas de furor…¿Qué importa? Emilia

mi cuerpo sufre, pero mi alma fiera

con noble orgullo y menosprecio aplaude

su libertad. Mis ojos doloridos

no verán ya mecerse de la palma

la copa gallardísima, dorada

por los rayos del sol en occidente;

ni a la sombra del plátano sonante

el ardor burlaré del mediodía

inundando mi faz en la frescura

que espira el blando céfiro. Mi oído

en lugar de tu acento regalado,

o del eco apacible y cariñoso

de mi madre, mi hermana y mis amigas,

tan sólo escucha de extranjero idioma

los bárbaros sonidos; pero al menos,

no lo fatiga del tirano infame

el clamor insolente, ni el gemido

del esclavo infeliz, ni del azote

el crujir execrable, que emponzoñan

la atmósfera de Cuba. ¡Patria mía,

idolatra patria! tu hermosura

goce el mortal en cuyas torpes venas

gire con lentitud la yerta sangre,

sin alterarse el grito lastimoso

de la opresión. En medio de tus campos

de luz vestidos y genial belleza,

sentí mi pecho férvido agitado

por el dolor, como el Océano brama

cuando le azota el norte. Por las noches,

cuando la luz de la callada luna

y del limón el delicioso aroma,

llevado en alas de la tibia brisa

a voluptuosa calma convidaban,

mil pensamientos de furor y saña

entre mi pecho hirviendo, me nublaban

el congojado espíritu, y el sueño

en mi abrasada frente no tendía

sus alas vaporosas. De mi patria

bajo el hermoso desnublado cielo,

no pude resolverme a ser esclavo,

ni consentir que todo en la Natura,

fuese noble y feliz, menos el hombre.

Miraba ansioso al cielo y a los campos

que en derredor callados se tendían,

y en mí lánguida frente se veían

la palidez mortal y la esperanza.

Al brillar mi razón, su amor primero

fue la sublime dignidad del hombre,

y al murmurar de "Patria" el dulce nombre

me llenaba de horror el extranjero.

¡Pluguiese al cielo, desdichada Cuba,

que tu suelo tan sólo produjese

hierro y soldados! ¡ La codicia ibera

no tentáramos, no! Patria adorada,

de tus bosques el aura embalsamada,

es al valor, a la virtud funesta.

¿Cómo viendo tu sol radioso, inmenso,

no se inflama en los pechos de tus hijos

generoso valor contra los viles

que te oprimen audaces y devoran?

¡Emilia! ¡Dulce Emilia! La esperanza

de inocencia, de paz y de ventura,

acabó para mí. ¿Qué gozo resta

al que desde la nave fugitiva

en el triste horizonte de la tarde

hundirse vio los montes de su patria

por la postrera vez? A la mañana

alzóse el sol, y me mostró desiertos

el firmamento y mar…!Oh! ¡cuán odiosa

me pareció la mísera existencia!

Bramaba en torno la tormenta fiera

y yo sentado en la agitada popa

del náufrago bajel, triste y sombrío.

los torvos ojos en el mar fijando,

meditaba de Cuba en el destino,

y en sus tiranos viles, y gemía,

y de rubor y cólera temblaba,

mientras el viento en derredor rugía,

y mis sueltos cabellos agitaba.

¡Ah! también otros mártires…¡Emilia!

Doquier me sigue en ademán severo,

del noble Hernández la querida imagen.

¡Eterna paz a tu injuriada sombra,

mi amigo malogrado! Largo tiempo

el gran flujo y reflujo de los años

por Cuba pasará sin que produzca

otra alma cual la tuya, noble y fiera.

¡Víctima de cobardes y tiranos,

descansa en paz! Si nuestra patria ciega,

su largo sueño sacudiendo, llega

a despertar a libertad y gloria,

honrará, como debe, tu memoria.

¡Presto será que refulgente aurora

de libertad sobre su puro cielo

mire Cuba lucir! Tu amigo, Emilia,

de hierro fiero y de venganza armado,

a verte volverá, y en voz sublime

entonará de triunfo el himno bello.

Mas si en las lides enemiga fuerza

me postra ensangrentado, por lo menos

no obtendrá mi cadáver tierra extraña,

y regado en mi féretro glorioso

por el llanto de vírgenes y fuentes,

me adormiré. La universal ternura

excitaré dichoso, y enlazada

mi lira de dolores con mi espada,

coronarán mi noble sepultura.

1824

EN EL TEOCALLI DE CHOLULA

¡Cuánta es bella la tierra que habitaban

Los aztecas valientes! En su seno

En una estrecha zona concentrados,

Con asombro se ven todos los climas

Que hay desde el Polo al Ecuador. Sus llanos

Cubren a par de las doradas mieses

Las cañas deliciosas. El naranjo

Y la piña y el plátano sonante,

Hijos del suelo equinoccial, se mezclan

A la frondosa vid, al plano agreste,

Y de Minerva al árbol majestuoso.

Nieve eternal corona las cabezas

De Iztaccihual purísimo, Orizaba

Y Popocatepec; sin que el invierno

Toque jamás con destructora mano

Los campos fertilísimos, do ledo

Los mira el indio en púrpura ligera

Y oro teñirse, reflejando el brillo

Del sol en occidente, que sereno

En hielo eterno y perennal verdura

A torrentes vertió su luz dorada,

Y vio a Naturaleza conmovida

Con su dulce calor, hervir en vida.

Era la tarde: su ligera brisa

Las alas en silencio ya plegaba

Y entre la yerba y árboles dormía,

Mientras el ancho sol su disco hundía

Detrás de Iztaccihual. La nieve eterna

Cual disuelta en mar de oro semejaba

Temblar en torno de él; un arco inmenso

Que del empíreo pórtico del cielo

De luz vestido y centelleante gloria,

De sus últimos rayos recibía

Los colores riquísimos. Su brillo

Desfalleciendo fue: la blanca luna

Y de Venus la estrella solitaria

En el cielo desierto se veían.

¡Crepúsculo feliz! Hora más bella

Que la alma noche o el brillante día,

¡Cuánto es dulce tu paz al alma mía!

Hallábame sentado en la famosa

Choluteca pirámide. Tendido

El llano inmenso que ante mí yacía,

Los ojos a espaciarse convidaba.

¡Qué silencio! ¡qué paz! ¡Oh! ¿quién diría

Que en estos bellos campos reina alzada

La bárbara opresión, y que esta tierra

Brota mieses tan ricas, abonada

Con sangre de hombres, en que fue inundada

Por la superstición y por la guerra…?

Bajó la noche en tanto. de la esfera

El leve azul, oscuro y más oscuro

Se fue tornando: la movible sombra

De las nubes serenas, que volaban

Por el espacio en alas de la brisa,

Era visible en el tendido llano.

Iztaccihual purísimo volvía

Del argentado rayo de la luna

El plácido fulgor, y en el oriente

Bien como puntos de oro centellaban

Mil estrellas y mil… ¡Oh! ¡yo os saludo

Fuentes de luz, que de la noche umbría

Ilumináis el velo,

Y sois del firmamento poesía.

Al paso que la luna declinaba,

Y al ocaso fulgente descendía

Con lentitud, la sombra se extendía

Del Popocatepec, y semejaba

Fantasma colosal. El arco oscuro

A mí llegó, cubrióme, y su grandeza

Fue mayor y mayor, hasta que al cabo

En sombra universal veló la tierra.

Volví los ojos al volcán sublime,

Que velado en vapores transparentes,

Sus inmensos contornos dibujaba

De occidente en el cielo.

¡Gigante del Anáhuac! ¿cómo el vuelo

De las edades rápidas no imprime

Alguna huella en tu nevada frente?

Corre el tiempo veloz, arrebatando

Años y siglos como el Norte fiero

Precipita ante sí la muchedumbre

De las olas del mar. Pueblos y reyes

Viste hervir a tus pies, que combatían

Cual hora combatimos y llamaban

Eternas sus ciudades, y creían

Fatigar a la tierra con su gloria.

Fueron: de ellos no esta ni memoria.

¿Y tú eterno serás? Tal vez un día

De tus profundas bases desquiciado

Caerás; abrumará tu gran rüina

Al yermo Anáhuac; alzáranse en ella

Nuevas generaciones, y orgullosas

Que fuiste negarán…

Todo perece

Por ley universa. Aún este mundo

Tan bello y tan brillante que habitamos,

Es el cadáver pálido y deforme

De otro mundo que fue…

En tal contemplación embebecido

Sorprendióme el sopor. Un largo sueño

De glorias engolfadas y perdidas

En la profunda noche de los tiempos,

Descendió sobre mí. La agreste pompa

De los reyes aztecas desplegase

A mis ojos atónitos. Veía

Entre la muchedumbre silenciosa

De emplumados caudillos levantarse

El déspota salvaje en rico trono,

De oro, perlas y plumas recamado;

Y al son de caracoles belicosos

Ir lentamente caminando al templo

La vasta procesión, do la aguardaban

Sacerdotes horribles, salpicadas

Con sangre humana rostros y vestidos.

Con profundo estupor el pueblo esclavo

Las bajas frentes en el polvo hundía,

Y ni mirar a su señor osaba,

De cuyos ojos férvidos brotaba

La saña del poder.

Tales ya fueron

Tus monarcas, Anáhuac, y su orgullo:

Su vil superstición y tiranía

En el abismo del no ser se hundieron.

Sí, que la muerte, universal señora,

Hiriendo a par al déspota y esclavo,

Escribe la igualdad sobre la tumba.

Con su manto benéfico el olvido

Tu insensatez oculta y tus furores

A la raza presente y la futura.

Esta inmensa estructura

Vio a la superstición más inhumana

En ella entronizarse. Oyó los gritos

De agonizantes víctimas, en tanto

Que el sacerdote, sin piedad ni espanto,

Le arrancaba el corazón sangriento;

Miró el vapor espeso de la sangre

Subir caliente al ofendido cielo

Y tender en el sol fúnebre velo

Y escuchó los horrendos alaridos

Con que los sacerdotes sofocaban

El grito de dolor.

Muda y desierta

Ahora te ves, Pirámide. ¡Más vale

Que semanas de siglos yazgas yerma,

Y la superstición a quien serviste

En el abismo del infierno duerma!

A nuestros nietos últimos, empero

Sé lección saludable; y hoy al hombre

Que ciego en su saber fútil y vano

Al cielo, cual Titán, truena orgulloso,

Sé ejemplo ignominioso

De la demencia y del furor humano.

NIAGARA

Templad mi lira, dádmela, que siento

En mi alma estremecida y agitada

Arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo

En tinieblas pasó, sin que mi frente

Brillase con su luz…! Niágara undoso,

Tu sublime terror sólo podría

Tornarse el don divino, que ensañada

Me robó del dolor la mano impía.

Torrente prodigioso, calma, calla

Tu trueno aterrador: disipa un tanto

Las tinieblas que en torno te circundan;

Déjame contemplar tu faz serena,

Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.

Yo digno soy de contemplarte: siempre

Lo común y mezquino desdeñando,

Ansié por lo pacífico y sublime.

Al despeñarse el huracán furioso,

Al retumbar sobre mi frente el rayo,

Palpitando gocé: vi al Oceano

Azotado por austro proceloso,

Combatir mi bajel, y ante mis plantas

Vórtice hirviendo abrir, y amé el peligro.

Mas del mar la fiereza

En mi alma no produjo

La profunda impresión que tu grandeza.

Sereno corres, majestuoso; y luego

En ásperos peñascos quebrantado,

Te abalanzas violento, arrebatado,

Como el destino irresistible y ciego.

¿Qué voz humana describir podría

De la sirte rugiente

La aterradora faz? El alma mía

En vago pensamiento se confunde

Al mirar esa férvida corriente,

Que en vano quiere la turbada vista

En su vuelo seguir al borde oscuro

Del precipicio altísimo: mil olas,

Cual pensamiento rápidas pasando,

Chocan, y se enfurecen

Y otras mil y oras mil ya las alcanzan,

Y entre espuma y fragor desaparecen.

¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo

Devora los torrentes despeñados:

Crúzanse en él mil iris, y asordados

Vuelven los bosques el fragor tremendo.

En las rígidas peñas

Rómpese el agua: vaporosa nube

Con clásica fuerza

Llena el abismo en torbellino sube,

Gira en torno, y al éter

Luminosa pirámide levanta,

Y por sobe los montes que le cercan

Al solitario cazador espanta.

Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista

Con inútil afán? ¿Por qué no miro

Alrededor de tu caverna inmensa

Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,

Que en las llanuras de mi ardiente paria

Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,

Y al soplo de las brisas del Océano,

Bajo un cielo purísimo se mecen?

Este recuerdo a mi pesar me viene….

Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino

Ni otra corona que el agreste pino

A tu terrible majestad conviene.

La palma, y mirto, y delicada rosa,

Muelle placer inspiren y ocio blando

En frívolo jardín: a ti la suerte

Guardó más digno objeto, más sublime.

El alma libre, generosa, fuerte,

Viene, te ve, se asombra,

El mezquino deleite menosprecia,

Y aun se siente elevar cuando te nombra.

¡Omnipotente Dios! En otros climas

Vi monstruos execrables,

Blasfemando tu nombre sacrosanto,

Sembrar error y fanatismo impío,

Los campos inundar en sangre y llanto,

de hermanos atizar la infanda guerra,

Y desolar frenéticos la tierra.

Vilos, y el pecho se inflamó a su vista

En grave indignación. Por otra parte

Vi mentidos filósofos, que osaban

Escrutar tus misterios, ultrajarte,

Y de impiedad al lamentable abismo

A los míseros hombres arrastraban.

Por eso te buscó mi débil mente

En la sublime soledad: ahora

Entera se abre a ti; tu mano siente

En esta inmensidad que me circunda,

Y tu profunda voz hiere mi seno

De este raudal en el eterno trueno.

¡Asombroso torrente!

¡Cómo tu vista el ánimo enajena,

Y de terror y admiración me llena!

¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza

Por tantos siglos tu inexhausta fuente?

¿Qué poderosa mano

Hace que al recibirte

No rebose en la tierra el Océano?

Abrió el Señor su mano omnipotente;

Cubrió tu faz de nubes agitadas,

Dio su voz a tus aguas despeñadas,

Y ornó con su arco tu terrible frente.

¡Ciego, profundo, infatigable corres,

Como el torrente oscuro de los siglos

En insondable eternidad…! ¡Al hombre

Huyen así las ilusiones gratas,

Los florecientes días,

Y despierta al dolor…! ¡Ay! agostada

Yace mi juventud; mi faz, marchita;

Y la profunda pena que me agita

Ruga mi frente, de dolor nublada.

Nunca tanto sentí como este día

Mi soledad y mísero abandono

Y lamentable desamor…¿Podría

En edad borrascosa

Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa

Mi cariño fijase,

Y de este abismo al borde turbulento

Mi vago pensamiento

Y ardiente admiración acompañase!

¡Cómo gozara, viéndola cubrirse

De leve palidez, y ser más bella

En su dulce terror, y sonreírse

Al sostenerla mis amantes brazos…!

¡Delirios de virtud…! ¡Ay! ¡Desterrado,

Sin patria, sin amores,

Sólo miro ante mí llanto y dolores!

¡Niágara poderoso!

¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años

Ya devorado hará al tumba fría

A tu débil cantor. ¡Duren mis versos

Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso

Viéndote algún viajero,

Dar un suspiro a la memoria mía!

Y al abismarse Febo en occidente,

Feliz yo vuele do el Señor me llama,

Y al escuchar los ecos de mi fama,

Alce en las nubes la radiosa frente.

Junio de 1824.

GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS (PLÁCIDO)

(La Habana, 1809-Matanzas, 1844)

Obra poética: "Poesías", 1838; "Poesías completas", 1862; "Plácido como poeta cubano", Antología, 1944.

JICOTENCAL

Dispersas van por los campos

las tropas de Moctezuma,

de sus dioses lamentando

el poco favor y ayuda.

Mientras ceñida la frente

de azules y blancas plumas,

sobre un palanquín de oro

que finas perlas dibujan,

tan brillantes que la vista,

heridas del sol, deslumbran,

entra glorioso en Tlascala

el joven que de ellas triunfa.

Himnos le dan de victoria,

y de aromas le perfuman

guerreros que le rodean,

y el pueblo que le circunda,

a recontestan alegres

trescientas vírgenes puras:

-"Baldón y afrenta al vencido,

loor y gloria al que triunfa."

Hasta la espaciosa plaza

llega, donde le saludan

los ancianos senadores,

y gracias mil le tributan.

Mas ¿por qué veloz el héroe,

atropellando la turba,

del palanquín salta y vuela

cual rayo que el éter surca?

Es, que ya del caracol,

que por los valles retumba,

a los prisioneros muerte

en eco sonante anuncia.

Suspende a lo lejos hórrida

la hoguera su llama fúlgida,

de humanas víctimas ávida

que bajan sus frentes mustias.

Llega: los suyos al verle

cambian en placer la furia,

y de las enhiestas picas

vuelven al suelo las puntas.

"¡Perdón!" exclama, y arroja

su collar: los brazos cruzan

aquellos míseros seres

que vida por él disfrutan.

"Tornad a México, esclavos;

nadie vuestra marcha turba,

y decid a vuestro amo,

vencido ya veces muchas,

que el joven Jicotencal

crueldades como él no usa,

ni con sangre de cautivos

asesino el suelo inunda.

Que el cacique de Tlascala

ni batir ni quemar gusta

tropas dispersas e inermes,

sino con armas, y juntas.

Que arme flecheros más bravos

y me encontrará en la lucha,

con sólo una pica mía

pos cada trescientas suyas:

que tema el funesto día

que mi enojo a punto suba;

entonces, ni sobre el trono

su vida estará segura:

y que si los puentes corta

porque no vaya en su busca,

con cráneos de sus guerreros

calzada haré en la Laguna."

Dijo, y marchóse al banquete

do está la nobleza junta,

y el néctar de las palmeras

entre vítores se apura.

Siempre vencedor después

vivió lleno de fortuna;

mas como sobre la tierra

no hay dicha estable y segura,

vinieron atrás los tiempos

que eclipsaron su ventura,

y fue tan triste su muerte

que aun hoy se ignora la tumba

de aquel ante cuya clava,

barreada de áureas puntas,

huyeron despavoridas

las tropas de Moctezuma.

AL ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE NAPOLEON

El águila caudal dejando el Sena,

bate sus alas al rayar el día,

y de los aires la región vacía

mide veloz con majestad serena:

baja, y tiende la garra en Santa Elena

con que la Europa un tiempo estremecía,

pugnando por alzar la losa fría

que yerto cubre el vencedor de Jena.

Suspende al fin el mármol atrevida,

mirando absorta con turbada frente

¡tanta grandeza en polvo convertida!!!

Y aunque el estrago de sus triunfos siente,

de Bonaparte el nombre al sol levanta,

su muerte llora, y sus victorias canta.

A LA MUERTE DE JESUCRISTO

Torva nube que arroja escarcha fría

rayos absorta que al mortal espanta;

de las tumbas los muertos se levantan,

treme la tierra y se estremece el día:

las crespas olas de la mar sombría

cabe las duras rocas se quebrantan,

ni el río corre, ni las aves cantan,

ni el sol su luz al universo envía:

cuando en el monte Gólgota sagrado

dice el Dios-Hombre con dolor profundo:

«Cúmplase, padre, en mí vuestro mandado »

y a al rabia de un pueblo furibundo,

inocente, sangriento y enclavado,

muere en la cruz el salvador del mundo.

PLEGARIA A DIOS

Ser de inmensa bondad, ¡Dios poderoso!,

A vos acudo en mi dolor vehemente;

Extended vuestro brazo omnipotente,

Rasgad de la calumnia el velo odioso

Y arrancad este sello ignominioso

Con que el mundo manchar quiere mi frente.

Rey de los reyes, Dios de mis abuelos,

Vos sólo sois mi defensor, Dios Mío:

Todo lo puede quien al mar sombrío

Olas y peces dio, luz a los cielos,

Fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos,

Vida a las plantas, movimiento al río.

Todo lo podéis vos, todo fenece

O se reanima a vuestra voz sagrada;

Fuera de vos, Señor, el todo es nada

Que en la insondable eternidad perece,

Y aun esa misma nada os obedece

Pues de ella fue la humanidad creada.

Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia;

Y pues vuestra eternal sabiduría

Ve al través de mi cuerpo al alma mía

Cual del aire a la clara transparencia,

Estorbad que humillada la inocencia

Bata sus palmas la calumnia impía.

Estorbadlo, Señor, por la preciosa

Sangre vertida, que la culpa sella

Del pecado de Adán, o por aquella

Madre cándida, dulce y amorosa,

Cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa,

Siguió tu muerte como heliaca estrella.

Mas si cuadra tu suma omnipotencia

Que yo perezca cual malvado impío,

Y que los hombres mi cadáver frío

Ultrajen con maligna complacencia,

Suene tu voz, y acabe mi existencia;

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