Mas ¿qué importan a mi vidas las playas del mundo? es ésta solamente quien clava mi memoria.
Luis Cernuda
Descalza arena y mar desnudo.
Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo,
El cielo continuándose a sí mismo,
persiguiendo su azul sin encontrarlo
nunca definitivo, destilado.
Yo andaba por la arena demasiado ligero,
demasiado dios trémulo para mis soledades.
hijo del esperanto de todas las gargantas,
pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.
Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la orilla.
(Tanta batalla blanca de espumas desatadas
era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve
ni sal pulida y dura).
El viento henchía sus velas de un vigor invisible
danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
y tu eras tú.
Yo aún no te había visto.
Hijo de mi presente —fresco niño de olvido—
la sangre me traía noticias de las manos.
Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en
estrofas:
cabeza libre, hombros,
pecho,
muslos y piernas estrenadas.
Por dentro me iba una tristeza de lejanas
de extraviadas palomas,
de perdidas palabras más allá del silencio,
hechas de alas en polvo de mariposas
y de rosas cenizas ausentes de la noche
Girasol en los sueños: aún no te había visto.
Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
Tú no eras tú.
Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo mismo,
con una ingravidez transparente y dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento
Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,
como un perro de sombras
tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.
¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado
siempre, mi lámpara de arcilla!
¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos
y a mi frente clavada por un amor inmenso,
frutecido de nombres, sin identificarse
con la luz que recorta las cosas agriamente!
¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape
y huya y se desvanezca
mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
mi beso entrecortado!
Iba yo. Tú venías.
Aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
como empuja a las velas el titánico viento de hombros
estremecidos.
Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
y unas manos que pueden más que nosotros mismos:
unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas
La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga;
eran y nada más, yo te digo que eran
en el preciso instante de ser.
Porque antes de que el sol terminara su escena
y la noche moviera su tramoya de sombras,
te vi al fin frente a frente,
seda y acero cables nos tendió la mirada.
(Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
tus cabellos endrinos).
Así anduvimos luego uno al lado del otro,
y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,
mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
y era la primavera inquieta de tu sangre
una música presa en tus quemadas carnes.
Luz de soles remotos,
perdidos en la noche morada de los siglos,
venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
rasgados levemente
con esa indiferencia que levanta las cejas,
Nadabas,
yo quería amarte con un pecho
parecido al del agua; que atravesaras ágil,
fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
las uñas ovaladas,
metal casi cristal en la garganta
que da su timbre fresco sin quebrarse.
Sé que ya la paz no es mía:
te trajeron las olas
que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;
que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
que el viento te conduce
como un árbol que crece con musicales hojas.
Sé que vives y alientas
con un alma distinta cada vez que respiras.
Y yo con mi alma única, invariable y segura,
con mi barbilla triste en la flor de las manos,
con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
te estoy queriendo más,
te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza caída de las nubes,
en una gran tristeza de remos mutilados,
de carbón y ceniza sobre alas derrotadas
Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
que ya no puedo más con tu belleza dentro,
que hiere mis entrañas y me rasga la carne
como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
Yo te doy a la vida entera del poema.
No me avergüenzo de mi gran fracaso,
que de este limo oscuro de lágrimas sin preces,
naces —dalia de aire— más desnuda que el mar,
más abierta que el cielo;
más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía,
mi dolor a tu gozo.
¿Sabes?
me iré mañana, me perderé bogando
en un barco de sombras,
entre moradas olas y cantos marineros,
bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente
Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
que no me servirá para llamarte
y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
inútilmente siempre.
Los pechos de la muerte me alimentan la vida.
JOSÉ LEZAMA LIMA
(La Habana, 1910-Id., 1976)
Obra poética: Muerte de Narciso (1937); (Enemigo rumor (1941); Aventuras sigilosas (1945); La fijeza (1949); Dador (1960); Paradiso (1966), Órbita de Lezama Lima (1966); Fragmentos a su imán (1977 y 1993); Poesía Completa (1970, 1985 y 1994); Muerte de Narciso y otros poemas (1995).
MUERTE DE NARCISO
Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo,
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
la mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
la perfección que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.
Vertical desde el mármol no miraba
la frente que se abría en loto húmedo.
En chillido sin fin se abría la floresta
al airado redoble en flecha y muerte.
¿No se apresura tal vez su fría mirada
sobre la garza real y el frío tan débil
del poniente, grito que ayuda la fuga
del dormir, llama fría y lengua alfilereada?
Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.
El espejo se olvidas del sonido y de la noche
y su puerta al cambiante pontífice entreabre.
Máscara y río, grito de los sueños.
Frío muerto y cabellera desterrada del aire
que la crea, del aire que le miente son
de vida arrastrada a la nube y a la abierta
boca negada en sangre que se mueve.
Ascendiendo en el pecho solo blanda,
olvidada por un aliento que olvida y desentraña.
Olvidado papel, fresco agujero al corazón
saltante se apresura y la sonrisa al caracol.
La mano que por el aire líneas impulsaba,
seca, sonrisas caminando por la nieve.
Ahora llevaba el oído al caracol, el caracol
enterrando firme oído en la seda del estanque.
Granizados toronjiles y ríos de velamen congelados,
aguardan la señal de una mustia hoja de oro,
alzada en espiral, sobre el otoño de aguas tan hirvientes.
Dócil rubí queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.
Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas
islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.
El río en la suma de sus ojos anunciaba
lo que pesa la luna en sus espaldas y el aliento que en
halo convertía.
Antorchas como peces, flaco garzón trabaja noche y cielo,
arco y cestillo y sierpes encendidos, carámbano y lebrel.
Pluma morada, no mojada, pez mirándome, sepulcro.
Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco, pulso desdoblado:
los dedos en inmóvil calendario y el hastío en su tronco cejijunto.
Lenta se forma ola en la marmórea cavidad que mira
por espaldas que nunca me preguntan, en veneno
que nunca se pervierte y en su escudo ni potros ni faisanes.
Como se derrama la ausencia en la flecha que se aísla
y como la fresa respira hilando su cristal,
así el otoño en que su labio muere, así el granizo
en blando espejo destroza la mirada que le ciñe,
que le miente la pluma por los labios, laberinto y halago
le recorre junto a la fuente que humedece el sueño.
La ausencia, el espejo ya en el cabello que en la playa
extiende y al aislado cabello pregunta y se divierte.
Fronda leve vierte la ascensión que asume.
¿No es la curva corintia traición de confitados mirabeles;
que el espejo reúne o navega, ciego desterrado?
¿Ya se siente temblar el pájaro en mano terrenal?
ya sólo cae el pájaro, la mano que la cárcel mueve,
los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo, y la doncella.
Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada,
forma en la pluma, no círculos que la pulpa abandona
sumergida.
Triste recorre –curva ceñida en ceniciento airón-
el espacio que manos desalojan, timbre ausente
y avivado azafrán, tiernos redobles sus extremos.
Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas
batiendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara.
Su insepulta madera blanda el frío pico del hirviente cisne.
Reluce muelle: falsos diamantes; pluma cambiante: terso
atlas.
Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el relámpago
en sus venas.
Ahogadas cintas mudo al labio las ofrece.
Orientales cestillos cuelan agua de luna.
Los más dormidos son los que más se apresuran,
se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre
frentes y garfios.
Estirado mármol como un río que curva o aprisiona
los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.
Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma
y allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.
Una flecha destaca, una espalda se ausenta.
Relámpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.
Tierra húmeda ascendiendo hasta el rostro, flecha cerrada.
Polvos de luna y húmeda tierra, el perfil desgajado en la nube
que es espejo.
Frescas las valvas de la noche y límite airado de las conchas
en su cárcel sin sed se destacan los brazos,
no preguntan corales en estrías de abejas y en secretos
confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.
Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran
al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acampan
los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene.
Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente
a su sonido
en la llama fabrica sus raíces y su mansión de gritos soterrados.
Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el río mudo.
Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno
tejen blanco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.
Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman,
despertando el oleaje en lisas llamaradas y vuelos sosegados,
guiados por la paloma que sin ojos chilla,
que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos.
Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido
el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado.
Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la súplica
destilan o más firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.
La nieve que en los sistros no penetra, arguye
en hojas, recta destroza vidrio en el oído,
nidos blancos, en su centro ya encienden tibios los corales,
huidos los donceles en sus ciervos de hastío, en sus bosques rosados.
Convierten si coral y doncel rizo las voces, nieve los caminos,
donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea.
Mas esforzado pino, ya columna de humo tan aguado
que canario es su aguja y surtidor en viento desrizado.
Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías, racimo
de palomas
ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire,
espuma colgaba de los ojos, gota marmórea y dulce plinto
no ofreciendo.
Chillidos frustrados en la nieve, el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo en labio derramada,
abre un olvido en las islas, espadas y pestañas vienen
a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura.
Húmedos labios no en la concha que busca recto hilo,
esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden
al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada,
busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del sonido.
Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.
Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa
en su costado.
Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.
Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es del recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas .
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.
así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.
1937
AH, QUE TU ESCAPES
Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.
UNA OSCURA PRADERA ME CONVIDA
Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven, ilustres restos,
cien cabeza, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
RAPSODIA PARA EL MULO
Con qué seguro paso el mulo en el abismo.
Lento es el mulo. Su misión no siente. Su destino frente a la piedra, piedra que sangra creando la abierta risa de las granadas. Su piel rajada, pequeñísimo triunfo ya en lo oscuro, pequeñísimo fango de alas ciegas. La ceguera, el vidrio y el agua de tus ojos tienen la fuerza de un tendón oculto y así los inmutables ojos recorriendo lo oscuro progresivo y fugitivo. El espacio de agua comprendido entre sus ojos y el abierto túnel, fija su centro que le faja como la carga de plomo necesaria que viene a caer como el sonido del mulo cayendo en el abismo.
Las salvadas alas en el mulo inexistentes, más apuntala su cuerpo en el abismo la faja que le impide la dispersión de la carga de plomo que en la entraña del mulo pesa cayendo en la tierra húmeda de piedras pisadas con un nombre. Seguro, fajado por Dios. Entra el poderoso mulo en el abismo. Las sucesivas coronas del desfiladero -van creciendo corona tras corona- y allí en lo alto la carroña de las ancianas aves que en el cuello muestran corona tras corona. Seguir con su paso en el abismo. Él no puede, no crea ni persigue, ni brincan sus ojos ni sus ojos buscan el secuestrado asilo al borde preñado de la tierra. No crea, eso es tal vez decir: ¿No siente, no ama ni pregunta? El amor traído a la traición de alas sonrosadas, infantil en su oscura caracola. Su amor a los cuatro signos del desfiladero, a las sucesivas coronas en que asciende vidrioso, cegato, como un oscuro cuerpo hinchado por el agua de los orígenes, no la de la redención y los perfumes. Paso es el paso del mulo en el abismo. Maniatados revierten en las piedras. El remolino de chispas sólo impide seguir la misma aventura en la costumbre. Ya se acostumbra, colcha del mulo , a estar clavado en lo oscuro sucesivo; a caer sobre la tierra hinchado de aguas nocturnas y pacientes lunas. En los ojos del mulo, cajas de agua. Aprieta Dios la faja del mulo y lo hincha de plomo como premio. Cuando el gamo bailarín pellizca el fuego en el desfiladero prosigue el mulo avanzando como las aguas impulsadas por los ojos de los maniatados. Paso es el paso del mulo en el abismo.
El sudor manando sobre el casco ablanda la piedra entresacada del fuego no en las vasijas educado, sino al centro del tragaluz, oscuro miente. Su paso en la piedra nueva carne formada de un despertar brillante en la cerrada sierra que oscurece. Ya despertado, mágica soga cierra el desfiladero comenzado por hundir sus rodillas vaporosas. Ese seguro paso del mulo en el abismo suele confundirse con los pintados guantes de lo estéril Suele confundirse con los comienzos de la oscura cabeza negadora. Por ti suele confundirse, descastado vidrioso. Por ti, cadera con lazos charolados que parece decirnos yo no soy y yo no soy, pero que penetra también en las casonas donde la araña hogareña ya no alumbra y la portátil lámpara traslada de un horror a otro horror. Por ti suele confundirse, tú, vidrio, descastado, que paso es el paso del mulo en el abismo.
La faja de Dios sigue sirviendo. Así cuando sólo no es chispas la caída, sino una piedra que volteando arroja el sentido como pelado fuego que en la piedra deja sus mordidas intocables. Así contraída la faja, Dios lo quiere, la entraña no revierte sobre el cuerpo, aprieta el gesto posterior a toda muerte. Cuerpo pesado, tu plomada entraña, inencontrada ha sido en el abismo, ya que cayendo, terrible vertical trenzada de luminosos puntos ciegos, aspa volteando incesante oscuro, has puesto cruz en los dos abismos.
Tu final no siempre es la vertical de dos abismos. Los ojos del mulo parecen entregar a la entraña del abismo, húmedo árbol. Árbol que no se extiende en acanalados verdes sino cerrado como la única voz de los comienzos. Entontado, Dios lo quiere, el mulo sigue transportando en sus ojos árboles visibles y en sus músculos los árboles que la música han rehusado. Árbol de sombra y árbol de figura han llegado también a la última corona desfilada. La soga hinchada transporta la marea y en el cuello del mulo nadan voces necesarias al pasar del vacío al haz del abismo.
Paso es el paso, cajas de aguas, fajado por Dios el poderoso mulo duerme temblando. Con sus ojos sentados y acuosos,
al fin el mulo árboles encaja en todo abismo.
NOCHE INSULAR; JARDINES INVISIBLES
Más que lebrel, ligero y dividido
al esparcir su dulce acometida,
los miembros suyos, anillos y fragmentos,
ruedan, desobediente son,
al tiempo enemistado.
Su vago verde gira
en la estación más leve del rocío
que no revela el cuerpo
su oscura caja de cristales.
El mundo suave despereza
su casta acometida,
y los hombres contados y furiosos,
como animales de unidad ruinosa,
dulcemente peinados, sobre nubes.
Cantidades rosadas de ventanas
crecidas en estío,
no preguntan, ni endulzan ni enamoran,
ni sus posibles sueños divinizan
los números hinchados, hipogrifos
que adormecen sonámbulas tijeras,
blancas guedejas de guitarras,
caballos que la lluvia ciñe
de llaves breves y de llamas suaves.
Lenta y maestra la ventana al fuego,
en la extensión más ciega del imperio,
vuelve tocando el sigiloso juego
del arenado timbre de las jarras.
No podrá hinchar a las campanas
la rica tela de su pesadumbre,
y su duro tesón, tienda
con los grotescos signos del destierro,
como estatua por ríos conducida,
disolviéndose va, ciega labrándose,
e ironizando sus prestamos de gloria.
El halcón que el agua no acorrala,
extiende su amarillo helado,
su rumor de pronto despertado
como el rocío que borra las pisadas
y agranda los signos manuales
del hastío, la ira y el desdén.
Justa la seriedad del agua arrebatada,
sus pasiones ganando su recreo.
Su rumor nadando por el techo
de la mansión siniestra agujereada.
Ofreciendo a la brisa sus torneos,
el halcón remueve la ofrenda de su llama,
su amarillo helado.
Mudo, cerrado huerto
donde la cifra empieza el desvarío.
Oh cautelosa, diosa mía del mar,
tus silenciosas grutas abandona,
llueve en todas las grutas tus silencios
que la nieve derrite suavemente
como la flor por el sueño invadida.
Oh flor rota, escama dolorida,
envolturas de crujidos lentísimos,
en vuestros mundos de pasión alterada,
quedad como la sombra que al cuerpo
abandonando se entretiene eternamente
entre el río y el eco.
Verdes insectos portando sus fanales
se pierden en la voraz linterna silenciosa.
Cenizas, donceles de rencor apagado,
sus dolorosos silencios, sus errantes
espirales de ceniza y de cieno,
pierden suavemente entregados
en escamas y en frente acariciada.
Aun sin existir el marfil dignifica
el cansancio como los cuadrados negros
de un cielo ligero.
La esbeltez eterna del gamo
suena sus flautas invisibles,
como el insecto de suciedad verdeoro.
El agua con sus piernas escuetas
piensa entre rocas sencillas,
y se abraza con el humo siniestro
que crece sin sonido.
Joven amargo, oh cautelosa,
en tus jardines de humedad conocida
trocado en ciervo el joven
que de noche arrancaba las flores
con sus balanzas para el agua nocturna.
Escarcha envolvente su gemido.
Tú, el seductor, airado can
de liviana llama entretejido,
perro de llamas y maldito,
entre rocas nevadas y frente de desazón
verdinegra, suavemente paseando.
Tocando en lentas gotas dulces
la piel deshecha en remolinos humeantes.
La misma pequeñez de la luz
adivina los más lejanos rostros.
La Luz vendrá mansa y trenzando
el aire con el agua apenas recordada.
Aun el surtidor sin su espada ligera.
Brevedad de esta luz, delicadeza suma.
En tus palacios de cúpulas rodadas,
los jardines y su gravedad de húmeda orquesta
respiran con el plumón de viajeros pintados.
Perdidos en las ciudades marinas
los corceles suspiran acariciadas definiciones,
ciegos portadores de limones y almejas.
No es en vuestro cordaje de morados violines
donde la noche golpea.
Inadvertidas nubes y el hombre invisible,
jardines lentamente iniciando
el débil ruiseñor hilando los carbunclos
de la entreabierta siesta
y el parado río de la muerte.
La mar violeta añora el nacimiento de los dioses,
ya que nacer es aquí una fiesta innombrable,
un redoble de cortejos y tritones reinando.
La mar inmóvil y el aire sin sus aves,
dulce horror el nacimiento de la ciudad
apenas recordada.
Las uvas y el caracol de escritura sombría
contemplan desfilar prisioneros
en sus paseos de límites siniestros,
pintados efebos en su lejano ruido,
ángeles mustios tras sus flautas,
brevemente sonando sus cadenas.
Entrad desnudos en vuestros lechos marmóreos.
Vivid y recordad como los viajeros pintados,
ciudades giratorias, líquidos jardines verdinegros,
mar envolvente, violeta, luz apresada,
delicadeza suma, aire gracioso, ligero,
como los animales de sueño irreemplazable,
¿o acaso como angélico jinete de la luz
prefieres habitar el canto desprendido
de la nube increada nadando en el espejo,
o del invisible rostro que mora entre el peine y el lago?
La luz grata,
penetradora de los cuerpos bruñidos,
cristal que el fuego fortalece,
envía sus agradables sumas de rocío.
En esos mundos blandos el hombre despereza,
como el rocío de que parten corceles,
extiende el jazmín y las nubes bosteza.
Dioses si no ordenan, olvidan,
separan el rocío del verdor mortecino.
Pero la última noche venerable
guardaba al pez arrastrado, su agonía
de agujas carmesíes,
como marinero de blandas cenizas
y altivez rosada.
Entre tubos de vidrio o girasol
disminuye su cielo despedido,
su lengua apuntadora
de canarios y antílopes cifrados,
con dulces marcas y avisado cuello.
Sus breves conductas redoradas
por colecciones de sedientas fresas,
porcelana o bambú, signo de grulla
relamida, ave llama, gualda,
ave mojada, brevemente mecida.
Jardines de laca limitados
por el cielo que pinta
lo que la mano dulcemente borra.
Noble medida del tiempo acariciado.
En su son durmiente las horas revolaban
y palomas y arenas lo cubrían.
Una caricia de ese eterno musgo,
mansas caderas de ese suave oleaje,
el planeta lejano las gobierna
con su aliento de plata acompañante.
Alzase en el coro la voz reclamada.
Trencen las ninfas la muerte y la gracia
que diminuto rocío al dios se ofrecen.
Dance la luz ocultando su rostro.
Y vuelvan crepúsculos y flautas
dividiendo en el aire sus sonrisas.
Inicíanse los címbalos y ahuyentan
oscuros animales de frente lloviznada;
a la noche mintiendo inexpresiva
groseros animales sentados en la piedra.
robustos candelabros y cuernos
de culpable metal y son huido.
Desterrando agrietado el arco mensajero
la transparencia del sonido muere.
El verdeoro de las flautas rompe
entretejidos antílopes de nieve corpulenta
y abreviados pasos que a la nube atormentan.
¿Puede acaso el granizo armándose
en el sueño, siguiendo sus heridas
preguntar en la nube o en el rostro?
Dance la luz reconciliando
al hombre con sus dioses desdeñosos.
Ambos sonrientes, diciendo
los vencimientos de la muerte universal
y la calidad tranquila de la luz.
UN PUENTE, UN GRAN PUENTE
En medio de las aguas congeladas o hirvientes,
un puente, un gran puente que no se le ve,
pero que anda sobre su propia obra manuscrita,
sobre su propia desconfianza de poderse apropiar
de las sombrillas de las mujeres embarazadas,
con el embarazo de una pregunta transportada a lomo de mula
que tiene que realizar la misión
de convertir o alargar los jardines en nichos
donde los niños prestan sus rizos a las olas,
pues las olas son tan artificiales como el bostezo de Dios,
como el juego de los dioses,
como la caracola que cubre la aldea
con una voz rodadora de dados,
de quinquenios, y de animales que pasan
por el puente con la última lámpara
de seguridad de Edison. La lámpara, felizmente,
revientas, y en el reverso de la cara del obrero,
me entretengo en colocar alfileres,
pues era uno de mis amigos más hermosos,
a quien yo en secreto envidiaba.
Un puente, un gran puente que no se le ve,
un puente, que transportaba borrachos
que decían que se tenían que nutrir de cemento,
mientras el pobre cemento con alma de león,
ofrecía sus riquezas de miniaturista,
pues, sabed, los jueves, los puentes
se entretienen en pasar a los reyes destronados,
que no han podido olvidar su última partida de ajedrez,
jugada entre un lebrel de microcefalia reiterada
y una gran pared que se desmorona,
como el esqueleto de una vaca
visto a través de un tragaluz geométrico y mediterráneo.
Conducido por cifras astronómicas de hormigas
y por un camello de humo, tiene que pasar ahora el puente,
un gran tiburón de plata,
en verdad son tan sólo tres millones de hormigas
que en un gran esfuerzo que las ha herniado,
pasan el tiburón de plata a medianoche,
por el puente, como si fuese otro rey destronado.
Un puente, un gran puente pero he ahí que no se le ve,
sus armaduras de color de miel, pueden ser las vísperas sicilianas
pintadas en un diminuto cartel,
cuando todo termina en plata salada
que tenemos que recorrer a pesar de los ejércitos
hinchados y silenciosos que han sitiado la ciudad sin silencio,
porque saben que yo estoy allí,
y paseo y veo mi cabeza golpeada,
y los escuadrones inmutables exclaman:
es un tambor batiente,
perdimos la bandera favorita de mi novia,
esta noche quiero quedarme dormido agujereando las sábanas.
El gran puente, el asunto de mi cabeza
y los redobles que se van acercando a mi morada,
después no sé lo que pasó, pero ahora es medianoche,
y estoy atravesando lo que mi corazón siente como un gran puente.
Pero las espaldas del gran puente no pueden oír lo que yo digo:
que yo nunca pude tener hambre,
porque desde que me quedé ciego
he puesto en el centro de mi alcoba
un gran tiburón de plata,
al que arranco minuciosamente fragmentos
que moldeo en forma en forma de flauta
que la lluvia divierte, define y acorrala.
Pero mi nostalgia es infinita,
porque ese alimento dura una recia eternidad,
y es posible que sólo el hambre y el celo
puedan reemplazar el gran tiburón de plata,
que yo he colocado en el centro de mi alcoba.
Pero ni el hambre ni el celo ni ese animal
favorito de Lautréamont han de pasar solos y vanidosos
por el gran puente, pues los chivos de regia estirpe helénica
mostraron en la última exposición internacional
su colección de flautas, de las que todavía queda hoy un eco
en la nostálgica mañana velera, cuando el pecho de mar
abre una pequeña funda verde y repasa su muestrario
de pipas, donde se han quemado tantos murciélagos.
Las rosas carolingias crecidas al borde de una varilla irregular.
El cono de agua que las mulas enterradas en mi jardín
abren en la cuarta parte de la medianoche
que el puente quiere hacer su pertenencia exquisita.
Las manecillas de ídolos viejos, el ajenjo mezclado con el rapto
de las aves más altas, que reblandecen la parte del puente
que se apoya sobre el cemento aguado, casi medusario.
Pero ahora es necesario para salvar la cabeza
que los instrumentos metálicos puedan aturdirse espejando
el peligro de la saliva trocada en marisco barnizado
por el ácido de los besos indisculpables
que la mañana resbala a nuevo monedero.
¿Acaso el puente al girar solo envuelve
al muérdago de mansedumbre olivácea,
o al torno de giba y violín arañado
que raspa el costado del puente goteando?
Y ni la gota matinal puede trocar
la carne rosada del memorioso molusco
en la aspillera dental del marisco barnizado.
Un gran puente, desatado puente
que acurruca las aguas hirvientes
y el sueño le embiste blanda la carne
y el extremo de lunas no esperadas suena hasta el fin las sirenas
que escuren su nueva inclinación costillera.
un puente, un gran puente que no se le ve,
sus aguas hirvientes, congeladas,
rebotan contra la última pared defensiva
y raptan la testa y la única voz
vuelve a pasar el puente, como el rey ciego
que ignora que ha sido destronado
y muere cosido suavemente a la fidelidad nocturna.
JOSÉ ÁNGEL BUESA
(Cruces, antigua provincia de Las Villas, 1910, Santo Domingo, 1982).
Obra poética: La fuga de las horas (1932), Misas paganas (1933), Babel (1936), Canto final (1938), Prometeo (1943), Oasis (1943), Hyacinthus (1944), Muerte diaria (1943), La vejez de Don Juan (1944), Cantos de Proteo (1944), Canciones de Adán (1947), Lamentaciones de Proteo (1947), Poemas en la arena (1949), Poeta enamorado (1955), Poemas prohibidos (1959), Libro secreto (1960), Diario galante (1962), Tiempo en sombra (1970), Horario del viento (1971), Los naipes marcados (1975), Libro del amor (1980), Año bisiesto. Antología informal (1981).
POEMA DEL RENUNCIAMIENTO Pasarás por mi vida sin saber que pasaste. Pasaras en silencio por mi amor, y al pasar, fingiré una sonrisa, como un dulce contraste del dolor de quererte … y jamás lo sabrás.
Soñare con el nácar virginal de tu frente; soñare con tus ojos de esmeraldas de mar; soñare con tus labios desesperadamente; soñare con tus besos … y jamás lo sabrás.
Quizás pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá; y, ahogando para siempre mi amor inadvertido, te amare más que nunca … y jamás lo sabrás.
Yo te amare en silencio, como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar; y el lejano perfume de mi amor imposible rozará tus cabellos … y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento, — el tormento infinito que te debo ocultar — te diré sonriente: "No es nada … ha sido el viento". Me enjugaré la lágrima … ¡y jamás lo sabrás!
POEMA DE LA DESPEDIDA Te digo adiós si acaso te quiero todavía Quizas no he de olvidarte… Pero te digo adiós No se si me quisiste… No se si te quería O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste y apasionado y loco Me lo sembré en el alma para quererte a tí. No se si te amé mucho… No se si te amé poco, Pero si sé que nunca volvere a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo Y el corazón me dice que no te olvidaré. Pero al quedarme solo… Sabiendo que te pierdo, Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós y acaso con esta despedida Mi más hermoso sueño muere dentro de mí. Pero te digo adiós para toda la vida, Aunque toda la vida siga pensando en tí.
ELEGÍA PARA MÍ Y PARA TI Yo seguiré soñando mientras pasa la vida, y tú te irás borrando lentamente de mi sueño. Un año y otro año caerán como hojas secas de las ramas del árbol milenario del tiempo, y tu sonrisa, llena de claridad de aurora, se alejará en la sombra creciente del recuerdo.
Yo seguiré soñando mientras pasa la vida, y quizá, poco a poco, dejaré de hacer versos, bajo el vulgar agobio de la rutina diaria, de las desilusiones y los aburrimientos. Tú, que nunca soñaste mas que cosas posibles, dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.
Acaso nos veremos un día, casualmente, al cruzar una calle, y nos saludaremos. Yo pensaré quizá: " Qué linda es todavía." Tú quizá pensarás: " Se está poniendo viejo " Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo o con otra. o tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.
Y seguirá muriendo la vida, año tras año, igual que un río oscuro que corre hacia el silencio. Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto, o una canción de entonces me traerá tu recuerdo. Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas, pensaré en ti un instante, pero cada vez menos….
Y pasará la vida. Yo seguiré soñando; pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño. Yo ya te habré olvidado definitivamente y sobre mis rodillas retozarán mis nietos. (Y quizá, para entonces, al cruzar una calle, nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.)
Y una tarde de sol me cubrirán de tierra, las manos para siempre cruzadas sobre el pecho. Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos, te pasarás las horas bostezando y tejiendo. Y cada primavera renacerán las rosa, aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto.
CANCIÓN PARA LA ESPOSA AJENA Tal vez guardes mi libro en alguna gaveta, sin que nadie descubra cual relata su historia, pues será simplemente, los versos de un poeta, tras de arrancar la pagina de la dedicatoria…
Y pasarán años… Pero acaso algún día, o acaso alguna noche que estés sola en tu lecho, abrirás la gaveta – como una rebeldía, y leerás mi libro- tal vez como un despecho.
Y brotará un perfume de una ilusión suprema sobre tu desencanto de esposa abandonada. Y entonces con orgullo, marcaras la página… y guardarás mi libro debajo de la almohada.
POEMA DEL AMOR AJENO Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo como queda un perfume donde había una flor. Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo; y yo se que eres mía, sin ser mío tu amor.
La vida nos acerca y la vez nos separa, como el día y la noche en el amanecer… Mi corazón sediento ansía tu agua clara, pero es un agua ajena que no debo beber…
Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo, nunca te vas del todo, como una cicatriz; y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo, pues al perder la espiga retiene la raíz.
Tú amor es como un río, que parece más hondo, inexplicablemente, cuando el agua se va. Y yo estoy en la orilla, pero mirando al fondo, pues tu amor y la muerte tienen un más allá.
Para un deseo así, toda la vida es poca; toda la vida es poca para un ensueño así… Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca; y tú estarás con otro… ¡pero pensando en mí!
POESÍA DEL AMOR IMPOSIBLE Esta noche pasaste por mi camino y me tembló en el alma no se que afán pero yo estoy consciente de mi destino que es mirarte de lejos y nada más
No, tu nunca dijiste que hay primavera en las rosas ocultas de tu rosal. Ni yo debo mirarte de otra manera que mirarte de lejos y nada más
Y así pasas aveces tranquila y bella, así como esta noche te vi pasar. Más yo debo mirarte como una estrella que se mira de lejos y nada más.
Y así pasan las rosas de cada día dejando las raíces que no se ván. Y yo con mi secreta melancolía de mirarte de lejos y nada más.
Y así seguirás siempre, siempre prohibida, más allá de la muerte, si hay mas allá. Porque en esa vida, si hay otra vida, te mirare de lejos y nada más…
BALADA DEL MAL AMOR Qué lástima muchacha, que no te pueda amar. Yo soy un árbol seco que sólo espera el hacha, y tú un arroyo alegre que sueña con el mar.
Yo eché mi red al río Se me rompió la red No unas tu vaso lleno con mi vaso vacío, pues si bebo en tu vaso voy a sentir más sed.
Se besa por el beso, por amar el amor Ese es tu amor de ahora, pero el amor no es eso, pues sólo nace el fruto cuando muere la flor.
Amar es tan sencillo, tan sin saber por qué Pero así como pierde la moneda su brillo, el alma, poco a poco, va perdiendo su fe.
¡Qué lástima muchacha, que no te pueda amar! Hay velas que se rompen a la primera racha, ¡y hay tantas velas rotas en el fondo del mar!
Pero aunque toda herida deja una cicatriz, no importa la hoja seca de una rama florida, si el dolor de esa hoja no llega a la raíz.
La vida, llama o nieve, es un molino que va moliendo en sus aspas el viento que lo mueve, triturando el recuerdo de lo que ya se fue
Ya lo mío fue mío, y ahora voy al azar Si una rosa es más bella mojada de rocío, el golpe de la lluvia la puede deshojar
Tuve un amor cobarde. Lo tuve y lo perdí Para tu amor temprano ya es demasiado tarde, porque en mi alma anochece lo que amanece en ti.
El viento hincha la vela, pero la deshilacha, y el agua de los ríos se hace amarga en el mar ¡Qué lástima muchacha, que no te pueda amar!
CANCIÓN DE LA LLUVIA Acaso está lloviendo también en tú ventana; Acaso esté lloviendo calladamente, así. Y mientras anochece de pronto la mañana, yo sé que, aunque no quieras, vas a pensar en mi.
Y tendrá un sobresalto tu corazón tranquilo, sintiendo que despierta su ternura de ayer. Y, si estabas cosiendo, se hará un nudo en el hilo, y aún lloverá en tus ojos, al dejar de llover.
CANCIÓN DEL AMOR LEJANO Ella no fue, entre todas, la más bella, pero me dio el amor más hondo y largo. Otras me amaron más; y, sin embargo, a ninguna la quise como a ella.
Acaso fue porque la amé de lejos, como una estrella desde mi ventana… Y la estrella que brilla más lejana nos parece que tiene más reflejos.
Tuve su amor como una cosa ajena como una playa cada vez más sola, que únicamente guarda de la ola una humedad de sal sobre la arena.
Ella estuvo en mis brazos sin ser mía, como el agua en cántaro sediento, como un perfume que se fue en el viento y que vuelve en el viento todavía.
Me penetró su sed insatisfecha como un arado sobre llanura, abriendo en su fugaz desgarradura la esperanza feliz de la cosecha.
Ella fue lo cercano en lo remoto, pero llenaba todo lo vacío, como el viento en las velas del navío, como la luz en el espejo roto.
Por eso aún pienso en la mujer aquella, la que me dio el amor más hondo y largo… Nunca fue mía. No era la más bella. Otras me amaron más … Y, sin embargo, a ninguna la quise como a ella.
POEMA DE LA CULPA Yo la amé, y era de otro, que también la quería. Perdónala Señor, porque la culpa es mía. Después de haber besado sus cabellos de trigo, nada importa la culpa, pues no importa el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo mis labios están dulces por ese amor amargo. Ella fue como un agua callada que corría … Su es culpa tener sed, toda la culpa es mía.
Perdónala Señor, tú que le diste a ella su frescura de lluvia y esplendor de estrella. Su alma era transparente como un vaso vacío: Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.
Pero, ¿cómo no amarla, si tu hiciste que fuera turbadora y fragante como la primavera? ¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío sobre la yerba seca y ávida del estío?
Trataré de rechazarla, Señor, inútilmente, como un surco que intenta rechazar el simiente. Era de otro. Era de otro que no la merecía, y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.
Era de otro, Señor, pero hay cosas sin dueño: Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño. Y ella me dio su amor como se da una rosa como quien lo da todo, dando tan poca cosa…
Una embriaguez extraña nos venció poco a poco: Ella no fue culpable, Señor … ni yo tampoco!
La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella y me distes los ojos para mirarla a ella. Si. Nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar y si es culpa de un río cuando corre hacia el mar.
Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara, que sería pecado mayor si no la amara.
Y por eso, perdóname, Señor, porque es tan bella, que tú, que hiciste el agua, y la flor, y la estrella, tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre, tu también la amarías, ¡si pudieras ser hombre!
VIRGILIO PIÑERA
(Cárdenas, 1912-La Habana, 1979)
Obra poética: Las furias (1941); El conflicto (1942); La isla en peso (1943); Poesía y prosa (1944); La carne de René (1952); Cuentos fríos (1956); Aire frío (1959); Teatro completo (1960), La vida entera (1969); Una broma colosal (1988); Poesía y crítica (1994); La isla en peso (antología, 1998).
BUENO, DIGAMOS
A Lezama
Bueno, digamos que hemos vivido,
no ciertamente –aunque sería elegante-
como los griegos de la polis radiante,
sino parecidos a estatuas criselefantinas,
y con un asomo de esteatopia.
Hemos vivido en una isla,
quizá no como quisimos,
pero como pudimos.
Aún así derribamos algunos templos,
y levantamos otros
que tal vez perduren
o sean a su tiempo derribados.
Hemos escrito infatigablemente,
soñado lo suficiente
para penetrar la realidad.
Alzamos diques
contra la idolatría y lo crepuscular.
Hemos rendido culto al sol
y, algo aún más esplendoroso,
luchamos para ser esplendentes.
Ahora, callados por un rato,
oímos ciudades deshechas en polvo,
arder en pavesas insignes manuscritos,
y el lento, cotidiano gotear del odio.
Mas, es sólo una pausa en nuestro devenir.
Pronto nos pondremos a conversar.
No encima de las ruinas, sino del recuerdo,
porque fíjate: son ingrávidos
y nosotros ahora empezamos.
1972
Y OTRO DÍA
Y otro día va a comenzar,
otro día lleno de estopa,
de cartón y malestares.
En el pecho se vuelve plomo,
en la boca se me hace llanto,
en la cabeza oscuridades.
Estaba tan confundido
que la ciudad se hizo fango,
gigantes se hicieron los niños,
y los gigantes infrahumanos.
Salía por una puerta
y se presentaba otra puerta:
de tal modo que pregunté
lo que no puede contestarse.
¿NO LO SOMOS?
En caso de que fuéramos eternos
sacarías del ropero el vestido
de aquella fiesta, hace trescientos años,
y eternamente, sentados en el portal tomando el fresco,
hablaríamos de la época.
Nuestros dedos –siempre rosados- tocan ahora
la vívida representación.
Si logramos un instante de eternidad,
romperemos el sortilegio de la muerte.
1977
VIDA DE FLORA
Tu tenías grandes pies y un tacón jorobado. Ponte la flor. Espérame, que vamos juntos de viaje.
Tú tenías grandes pies. ¡Qué tristeza en el aire! ¿Quién se mordía la cola? ¿Quién cantaba ese aire?
Tú tenías grandes pies, mi amiga en seco parada. Una gran luz te brotaba. De los pies, digo, te brotaba,
y sin que nadie lo supiera te fue sorbiendo la nada.
Un gran ruido se sentía en tu cuarto. ¿A Flora, qué le pasa?
Nada, que sus grandes pies ocupan todo el espacio. Sí, tú tenías, tenías la imponderable amargura de un zapato.
Ibas y venías entre dos calientes planchas: Flora, mucho cuidado, que tus pies son muy grandes
y la peletería te contrata para exhibir sus hormas gigantes.
Flora, cuántas veces recorrías el barrio pidiendo un poco de aceite y el brillo de la luna te encantaba.
De pronto subían tus dos monstruos a la cama, tus monstruos horrorizados por una cucaracha.
Flora, tus medias rojas cuelgan como lenguas de ahorcados. ¿En qué pies poner estas huérfanas? ¿Adónde tus últimos zapatos?
Oye, Flora: tus pies no caben en el río que te ha de conducir a la nada; al país en que no hay grandes pies ni pequeñas manos ni ahorcados.
Tú querías que te tocaran el tambor para que las aves bajaran. las aves cantando entre tus dedos mientras el tambor repicaba.
Un aire feroz ondulando por la rigidez de tus plantas, todo eso que tú pensabas cuando la plancha te doblegaba.
Flora, te voy a acompañar hasta tu última morada. Tú tenías grandes pies y un tacón jorobado.
1944
PALMA NEGRA
Es preciso que de una vez descubramos la palma que tiene negro el penacho. Nuestros muertos en su cimera esperan ser enterrados. Allá arriba están en sus lamentos que el viento propaga implacable.
En la sabana todo parece verde, pero esa palma, ¡oh, esa palma!
A la cacería de esa palma; la señora de la esquina, el zapatero del barrio, irán vestidos de verde.
Toquen el cornetín, enfilen los perros, revienten los caballos.
En la sabana todo parece verde, pero esa palma, ¡oh, esa palma!
Si no es ésa, si no es aquélla, si el zapatero del barrio jura por todos los santos que su perro la ha olfateado; si la señora de la esquina caracolea sin descanso dando voces a su Pedro que está allá arriba en la palma;
si el telón de fondo verde encabrita los caballos, ¿cómo dar caza a la palma?
En la sábana todo parece verde, pero esa palma, ¡oh, esa palma!
SONETO
Como ayer no viniste me moría como tus ojos no vieron los míos, como tus pasos no sentí en el día, como el calor se convertía en frío…
A soñarte empecé por no perderte: y soñé que tus ojos me veían, soñé tus pasos y alejé mi muerte, y soñando soñé que te veía.
En ese sueño tus labios me decían mis ojos a los tuyos están viendo, mis pasos son los que tú estás sintiendo, y tus ojos en mis ojos se confian.
Fue entonces que soñé que despertaba, fue entonces que tus ojos me veían, fue entonces que tus pasos yo sentía y entonces fue que tú te aproximabas.
EL HECHIZADO
A Lezama, en su muerte
Por un plazo que no puedo señalar me llevas la ventaja de tu muerte: lo mismo que en la vida, fue tu suerte llegar primero. Yo, en segundo lugar.
Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar encrespada y terrible que es la vida. A ti primero te cerró la herida: mortal combate del ser y del estar.
Es tu inmortalidad haber matado a ese que te hacia respirar para que el otro respire eternamente.
Lo hiciste con el arma Paradiso. — Golpe maestro, jaque mate al hado – Ahora respira en paz. Vive tu hechizo.
9 de agosto de 1976
LA ISLA EN PESO
La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por comprensión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de
los peces
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
La eterna miseria que es el acto de recordar.
Si tú pudieras formar de nuevo aquellas combinaciones,
devolviéndome el país sin el agua,
me la bebería toda para escupir al cielo.
Pero he visto la música detenida en las caderas,
he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas.
Hay que saltar del lecho con la firme convicción
de que tus dientes han crecido,
de que tu corazón te saldrá por la boca.
Aún flota en los arrecifes el uniforme del marinero ahogado.
Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para
desangrarlo.
Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,
esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de
agua
y vivir secamente.
Esta noche he llorado al conocer a una anciana
que ha vivido ciento ocho años rodeada de agua por todas partes.
Hay que morder, hay que gritar, hay que arañar.
El perfume de la piña puede detener un pájaro.
Los once mulatos se disputaban el fruto,
los once mulatos fálicos murieron en la orilla de la playa.
He dado las últimas instrucciones.
Todos nos hemos desnudado.
Llegué cuando daban un vaso de aguardiente a la virgen bárbara,
cuando regaban ron por el suelo y los pies parecían lanzas,
justamente cuando un cuerpo en el lecho podría parecer impúdico,
justamente en el momento en que nadie cree en Dios.
Los primeros acordes y la antigüedad de este mundo:
hieráticamente una negra y una blanca y el líquido al saltar.
Para ponerme triste me huelo debajo de los brazos.
Es en este país donde no hay animales salvajes.
Pienso en los caballos de los conquistadores cubriendo las yeguas,
Pienso en el desconocido son del areíto
desaparecido para toda la eternidad,
ciertamente debo esforzarme a fin de poner en claro
el primer contacto carnal en este país, y el primer muerto.
Todos se ponen serios cuando el timbal abre la danza.
Solamente el europeo leía las meditaciones cartesianas.
El baile y la isla rodeada de agua por todas partes:
plumas de flamencos, espinas de pargo, ramos de albahaca, semillas
de aguacate.
La nueva solemnidad de esta isla.
¡País mío, tan joven, no sabes definir!
¿Quién puede reír sobre esta roca fúnebre de los sacrificios de gallos?
Los dulces ñáñigos bajan sus puñales acompasadamente.
Como una guanábana un corazón puede ser traspasado sin cometer
crimen,
sin embargo el bello aire se aleja de los palmares.
Una mano en el tres puede traer todo el siniestro color de los caimitos
más lustrosos que un espejo en el relente,
sin embargo el bello aire se aleja de los palmares,
si hundieras los dedos en su pulpa creerías en la música.
Mi madre fue picada por un alacrán cuando estaba embarazada.
¿Quién puede reír sobre esta roca de los sacrificios de gallos?
¿Quién se tiene a sí mismo cuando las claves chocan?
¿Quién desdeña ahogarse en la indefinible llamarada del flamboyán?
La sangre adolescente bebemos en las pulidas jícaras.
Ahora no pasa un tigre sino su descripción.
Las blancas dentaduras perforando la noche,
y también los famélicos dientes de los chinos esperando el desayuno
después de la doctrina cristiana.
Todavía puede esta gente salvarse del cielo,
pues al compás de los himnos las doncellas agitan diestramente
los falos de los hombres.
La impetuosa ola invade el extenso salón de las genuflexiones.
Nadie piensa en implorar, en dar gracias, en agradecer,
testimoniar.
La santidad se desinfla en una carcajada.
Sean los caóticos símbolos del amor los primeros que palpe,
afortunadamente desconocemos la voluptuosidad y la caricia francesa,
desconocemos el perfecto gozador y la mujer pulpo,
desconocemos los espejos estratégicos,
no sabemos llevar la sífilis con la reposada elegancia de un cisne,
desconocemos que muy pronto vamos a practicar estas mortales
elegancias.
Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical,
en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna,
los cuerpos abriendo sus millones de ojos,
los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan
ante el asesinato de la piel,
los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles
de fuego
encima de las aguas estáticas,
los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia
mar.
Es la confusión, es el terror, es la abundancia,
es la virginidad que comienza a perderse.
Los mangos podridos en el lecho del río ofuscan mi razón,
y escalo el árbol más alto para caer como un fruto.
Nada podría detener este cuerpo destinado a los cascos
de los caballos
turbadoramente cogido entre la poesía y el sol.
Escolto bravamente el corazón traspasado,
clavo el estilete más agudo en la nuca de los durmientes.
El trópico salta y su chorro invade mi cabeza
pegada duramente contra la costra de la noche.
La piedad original de las auríferas arenas
ahoga sonoramente las yeguas españolas,
la tromba desordena las crines más oblicuas.
No puedo mirar con estos ojos dilatados.
Nadie sabe mirar, contemplar, desnudar un cuerpo.
Es la espantosa confusión de una mano en lo verde,
los estranguladores viajando en la franja del iris.
No sabría poblar de miradas el solitario curso del amor.
Me detengo en ciertas palabras tradicionales:
el aguacero, la siesta, el cañaveral, el tabaco,
con cierto ademán, apenas si onomatopéyicamente,
titánicamente paso por encima de su música,
y digo : el agua, el mediodía, el azúcar, el humo.
Yo combino :
el aguacero pega en el lomo de los caballos,
la siesta atada a la cola de un caballo,
el cañaveral devorando a los caballos,
los caballos perdiéndose sigilosamente
en la peligrosa emanación del tabaco,
el último gesto de los siboneyes mientras el humo pasa por la horquilla
como la carreta de la muerte,
el último ademán de los siboneyes,
y cavo esta tierra para encontrar los ídolos y hacerme una historia.
Los pueblos y sus historias en boca de todo el pueblo.
De pronto, el galeón cargado de oro se mete en la boca
de uno de los narradores,
y Cadmo, desdentado, se pone a tocar el bongó.
La vieja tristeza de Cadmo y su perdido prestigio:
en una isla tropical los últimos glóbulos rojos de un dragón
tiñen con imperial dignidad el manto de una decadencia.
Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol,
las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones y cotorras,
las eternas historias de los negros que fueron,
y de los blancos que no fueron,
o al revés o como os parezca mejor,
las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules,
—toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza
en llamas—
la eterna historia de la cínica sonrisa del europeo
llegado para apretar las tetas de mi madre.
El horroroso paseo circular,
el tenebroso juego de los pies sobre la arena circular,
el envenado movimiento del talón que rehuye el abanico del erizo,
los siniestros manglares, como un cinturón canceroso,
dan vuelta a la isla,
los manglares y la fétida arena
aprietan los riñones de los moradores de la isla.
Sólo se eleva un flamenco absolutamente.
¡Nadie puede salir, nadie puede salir!
La vida del embudo y encima la nata de la rabia.
Nadie puede salir:
el tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo intacto.
Nadie puede salir:
una uva caleta cae en la frente de la criolla
que se abanica lánguidamente en una mecedora,
y "nadie puede salir" termina espantosamente en el choque
de las claves.
Cada hombre comiendo fragmentos de la isla,
cada hombre devorando los frutos, las piedras y el excremento
nutridor,
cada hombre mordiendo el sitio dejado por su sombra,
cada hombre lanzando dentelladas en el vacío donde el sol
se acostumbra,
cada hombre, abriendo su boca como una cisterna, embalsa el agua
del mar, pero como el caballo del barón de Munchausen,
la arroja patéticamente por su cuarto trasero,
cada hombre en el rencoroso trabajo de recortar
los bordes de la isla más bella del mundo,
cada hombre tratando de echar a andar a la bestia cruzada
de cocuyos.
Pero la bestia es perezosa como un bello macho
y terca como una hembra primitiva.
Verdad es que la bestia atraviesa diariamente los cuatro momentos
caóticos,
los cuatro momentos en que se la puede contemplar
—con la cabeza metida entre sus patas— escrutando el horizonte
con su ojo atroz,
los cuatro momentos en que se abre el cáncer:
madrugada, mediodía, crepúsculo y noche.
Las primeras gotas de una lluvia áspera golpean su espalda
hasta que la piel toma la resonancia de dos maracas pulsadas
diestramente.
En este momento, como una sábana o como un pabellón de tregua,
podría
desplegarse un agradable misterio,
pero la avalancha de verdes lujuriosos ahoga los mojados sones,
y la monotonía invade el envolvente túnel de las hojas.
El rastro luminoso de un sueño mal parido,
un carnaval que empieza con el canto del gallo,
la neblina cubriendo con su helado disfraz el escándalo de la sabana,
cada palma derramándose insolentemente en un verde juego
de aguas,
perforan, con un triángulo incandescente, el pecho de los primeros
aguadores,
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