A principios del siglo XIX hubo una competencia entre la concepción 'monroista' de la inserción mundial y la concepción bolivarista del hemisferio. Debido a la desunión latinoamericana, esta competencia se decidió a favor del predominio de la concepción norteamericana. Este vínculo se institucionalizó en 1947-48 con el TIAR y la Carta de la OEA y trazó las líneas geopolíticas sobre la inoperancia del bolivarismo.
América Latina es una región heterogénea en cuanto al grado de desarrollo y a su orientación política.
Los gobiernos siguen lineamientos que, en su gran mayoría, nada tienen que ver con la región como tal, sino con los de las élites dominantes tanto locales como foráneas, con la excepción de algunos pocos gobiernos que históricamente y en la actualidad han buscado desarrollar políticas autónomas de manera solitaria y dificultosa.
En la etapa colonial, y aún desde la independencia, las líneas geopolíticas en América Latina han sido trazadas desde afuera. A partir de la independencia se desalentó cualquier intento de adoptar actitudes autonómicas, incluso llegando a medidas radicales, desde adentro, por parte de grupos económicos de poder, y desde afuera, por parte de Estados Unidos debido a razones económicas y de seguridad. En este último caso, la Doctrina Monroe y uno de sus anexos, el Corolario Roosevelt, han sido los instrumentos principales para el condicionamiento.
Vale la pena señalar que el Corolario aún está vigente, sólo que se manifiesta de diferente manera dependiendo del signo de las épocas que se van atravesando. El Tratado de Libre Comercio (TLC, entre EEUU., México y Canadá), el Área de Libre Comercio de las Américas (el ALCA debía contener a todos los Estados latinoamericanos con excepción de Cuba), el Consenso de Washington o la lucha contra el narcotráfico o el terrorismo son sus diferentes formas de aplicación mediante las cuales Estados Unidos mantiene disciplinada a la región y se asegura de que los gobiernos tengan conductas proconsulares. A su vez, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR, formada por Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay, Venezuela); la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, integrada por Antigua y Barbado, Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) y su crecimiento; el Mercado Común del Sur (MECOSUR, hecho por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay con Bolivia y Venezuela) y su ampliación, demandan una constante atención y fortalecimiento.
La posibilidad de que no haya continuidad en los sistemas políticos regionales puede poner en peligro a estos procesos. La incidencia de Estados Unidos en la región es tal, que América Latina no pudo resolver el problema del golpe de Estado en Honduras el año pasado.
La denominada integración en América Latina se retrasa de forma permanente debido a un proceso, casi constante de autofragmentación. Chile prefiere firmar un TLC con Estados Unidos que ingresar como miembro total al MERCOSUR y otorgarle al sistema integrativo la capacidad de bioceánico.
En la década de los 70 y parte de los 80, América Latina intentó generar líneas geopolíticas autónomas, especialmente con el Grupo de Contadora, el de Apoyo a Contadora y el Grupo de Río.
A partir de los 90, quedó sumergida una vez más en lineamientos geopolíticos externos con la globalización y el neoliberalismo instrumentados en el Consenso de Washington de 1989.
Los factores que incidieron a partir de los 90 en el desarrollo y el comportamiento institucional de América Latina han sido: a) la globalización asimétrica y desigualitaria, principalmente en el terreno económico-financiero, con pocos Estados y muchos actores transnacionales globalizantes y una gran mayoría de Estados globalizados; b) la desarticulación del Estado–nación; c) la transnacionalización en la toma de decisiones; d) las privatizaciones (empresas, banca, seguridad, etcétera) y e) el surgimiento del imperio norteamericano.
La globalización ha facilitado la planetarización de las operaciones de los actores transnacionales, favoreciendo también la transnacionalización en la toma de decisiones. Como resultado del Consenso de Washington, se profundizó el proceso global de privatizaciones de empresas y bancas públicas.
La transnacionalización y la globalización han sido catalizadores en la desarticulación y descomposición del Estado-nación.
Si bien en el siglo XXI, América Latina ha comenzado a recuperar de manera progresiva las líneas geopolíticas autónomas y a adoptar un proyecto regional propio, continúa sin embargo padeciendo procesos que aún mantienen fragmentada a la región, lo que provoca que sus esfuerzos sean aún débiles y carentes de consistencia.
Tómese por ejemplo la tan mencionada integración, que no es otra cosa que libre comercio. En vez de ser un instrumento para lograr la verdadera meta, la autonomía de desempeño y el desarrollo económico-social de la región, ella fue considerada como un objetivo en sí misma. No se ha tenido el cuidado de responder seriamente ni el 'para qué' ni el 'para quién' de la integración.
Para Grayling (2009) "Los Estados de la región de América Latina carecen de la suficiente viabilidad individual como para afrontar ciertas tareas u objetivos o actuar de forma fragmentada en los procesos de negociación con Estados u organizaciones internacionales. Sus posibilidades de alcanzar sus objetivos son débiles, quedando siempre sujetos a las decisiones adoptadas por los más poderosos.
La división internacional del trabajo o de la economía es una manera integrada, de forma vertical y coercitiva, de establecer decisiones y tareas distintas a cada uno de sus miembros, acorde con sus recursos y capacidades tecnológicas y de poder, y está estructurada alrededor de una serie de reglas claramente definidas, no establecidas, por los países carentes de poder para tomar decisiones.
Esto no ha sido comprendido por los diferentes gobiernos latinoamericanos ni por la intelectualidad, al ensayar procesos que se acercan a la idea de libre comercio más que a la de fortalecer la capacidad de desempeño independiente.
Sigue planteando el autor que: "Si la integración es un objetivo en sí mismo, un proceso desarrollista dentro de las pautas establecidas por la división internacional de la economía, es probable que se aumente el intercambio comercial, pero también se estará ampliando así el mercado para los que controlan la región, ya sea de forma directa o a través de subsidiarias de empresas multinacionales o de la banca privada transnacionalizada que opera en América Latina".
El proceso integrativo debe maximizar las capacidades de los miembros de la región y no de los que penetran en ella con propósitos ajenos a sus objetivos, en el caso de que existan.
Resulta ocioso plantear la problemática soberana frente a los procesos de integración cuando el propósito de éstos es tratar de aumentar, en forma conjunta, la capacidad soberana frente a la cotidiana cesión de soberanía con la que cuentan los países de manera individual al manejarse dentro del esquema de la división internacional de la economía o del orden global.
La integración es un proceso mediante el que dos o más actores forman un nuevo actor capaz de alcanzar los objetivos que las partes no pueden lograr de manera individual, y a su vez, son reconocidos por el resto de los miembros del sistema global. El 'reconocimiento' no es diplomático, más bien se refiere a la capacidad de desempeño.
En América Latina no se ha dado un proceso de spill over o desbordamiento, como se dio en la Unión Europea, que implica un crecimiento o expansión acumulativa en cuanto al nivel de la integración (cantidad de nuevos miembros) y al alcance de la misma (cantidad de nuevos temas).
En su lugar, se dio un proceso de spill around o desparramo, es decir, procesos paralelos en los distintos ejes que abarcan las problemáticas de la región, sin conexión entre sí y que no han servido para resolver los propios problemas. El nuevo actor creado debe reunir ciertos requisitos de dominio y alcance interno y externo.
El dominio interno comprende el número de actores que intervienen en el proceso, así como el número de funciones implicadas; mientras que el dominio externo contempla el número que actores que reconozca al nuevo actor, así como la cantidad y tipo de interacciones que realice con actores externos.
Desde el punto de vista conceptual, la integración se puede definir de tres maneras:
1-Territorial: implica proximidad o contigüidad geográfica o especial (como los proyectos para integrar las cuencas del Orinoco, del Amazonas y del Plata.
2-Organizacional: se trata de una forma heterogénea y jerarquizada de integración, que resulta en una desigualdad en el reparto de ventajas y beneficios (algunos ejemplos son la división internacional del trabajo, el proyecto ALCA, ALALC/ ALADI, MERCOSUR, NAFTA/TLCAN). En todos los casos existe una gran asimetría de poderes de todo orden entre los miembros de los procesos.
3-Asociativa: se busca solucionar la posición frente al proceso global internacional o al proceso integrativo heterogéneo y desigualitario; lograr una capacidad negociadora y autonomía de desempeño.
Los que están disconformes con la situación de desigualdad en el reparto de los beneficios se unen para maximizar su capacidad. El primer paso necesario y esencial es tomar conciencia de la situación de asimetría y dependencia (algunos ejemplos de procesos asociativos, por diferentes motivos son: OPEP, MONOAL, Grupo de los 77, Pacto Andino respecto de ALALC, UNASUR).
Frente a todo proceso asociativo se generarán contra estrategias para mantener intacto el proceso 'organizacional' (ejemplos: la Comisión Trilateral, el Club de París o los planes Baker-Brady). Las contra estrategias no sólo implican actividades desde afuera como la marginación e intervención, destinadas a la fragmentación, sino también desde adentro, como la cooptación de sectores políticos, militares e intelectuales, destinadas a la autofragmentación.
Que los países que integran la región perciban su identidad en el contexto internacional, de forma similar o conjunta: a) cómo define cada país sus aspiraciones y necesidades; b) cómo defiende sus intereses y los concreta en el plano internacional.
De acuerdo con lo anterior para que América Latina actúe como un bloque se deben dar las siguientes condiciones: a) grado de coherencia en la toma de decisiones durante todo un período histórico, sin discontinuidades con los cambios de gobierno; b) grado de coordinación en las políticas exteriores respecto a terceros.
Que las relaciones de cooperación superen a las de conflicto: a) que los intereses de cada miembro del subsistema se encuentren dentro de la región; b) que las relaciones recíprocas mínimas favorezcan proyectos conjuntos.
Para generar cambios y lograr que en el mediano-largo plazo América Latina pueda ser un 'actor' global, es necesario: a) hacer frente a desafíos externos e internos, a través de la convergencia de intereses y problemáticas idénticos: dependencia, subordinación, subdesarrollo, deuda externa, falta de industrialización, pobreza, desigualdad y exclusión social, hambre, desempleo, educación, salud, bajo o nulo grado de innovación y desarrollo científico-tecnológico que impide el cambio, b) Ser complementarios: la unión de capacidades y vinculaciones diversas de manera tal que apoyen recíprocamente el fortalecimiento. Cada parte opera, de manera convergente, en lo que tiene un mayor potencial.
Esto se puede lograr, de acuerdo con Anthony Guidde, si se toma el ejemplo de los sistemas de coproducción, encarados inicialmente por los países de la Unión Europea (UE), son un ejemplo. Ellos permiten: I) la participación en los beneficios por las partes, en proporción a las participaciones respectivas; II) la participación en el producto o productos resultantes de la empresa en común; III) la participación en los mercados (en este caso pueden ofrecer sus respectivos mercados nacionales y/o hacer cesión de los mercados en los que operan); IV) una combinación de los puntos anteriores.
Asimismo, los fines de la coproducción asociativa pueden ser múltiples: 1) producción; 2) instalación de nuevas industrias; 3) investigación industrial y tecnológica; 4) incremento del poder con el objeto de competir con otras empresas dentro del sector; 5) penetración de nuevos mercados; 6) adquisición de conocimientos técnicos necesarios para iniciar una nueva actividad industrial; 7) complementación de los fines anteriores.
Para este autor, América Latina se caracteriza políticamente por tener cambios continuos de gobierno, una gran inestabilidad política y una tendencia a conservar determinadas pautas de mando político con características vinculadas a los intereses de los grandes grupos económicos. De manera histórica, todo intento de cambio de signo ideológico que pusiera en tela de juicio las tendencias indicadas ha sido marginado o sancionado.
Los golpes de Estado en América Latina básicamente se dividen en: 1-restauradores del orden: en el primer caso se encuentra la gran mayoría de los golpes de Estado militares en la región y algunas dictaduras electorales como los casos del somocismo en Nicaragua (desde 1936 hasta 1979); y el stroessnerismo en Paraguay (1954-1989). La restauración del orden o su conservación tiene que ver con el criterio convencional o liberal (conservadores).
Las fuerzas armadas, una vez realizado el golpe de Estado, se ocupan de los aspectos represivos permitiendo que los propietarios de los factores de la producción, la banca y terratenientes se hagan cargo del manejo de la economía. El caso chileno de Pinochet fue claramente guiado por el gobierno de Estados Unidos a través del Departamento de Estado, la CIA y la ITT. En la década de 1970, el general golpista fue el primero en llevar a cabo el neoliberalismo en la región, que en los 80 se instaló globalmente a través de la "raeaganomía" y el "thatcherismo".
2-Reformulación del orden establecido: en el segundo caso se encuentran los golpes de Estado orientados a la reforma o la revolución. Por ejemplo, la Revolución mexicana de 1910, fue la primera revolución social del siglo XX. La Revolución cubana de 1959 trajo consigo un cambio radical de estructuras. La Revolución peruana 1968 por el Gral. Juan Velasco Alvarado fue una revolución chola; se trata del reformista auténtico.
La Revolución panameña de 1968-1981 por el general Omar Torrijos, un nacionalista que logró la firma del Tratado del Canal, Torrijos-Carter en 1969 y la redistribución de tierras a campesinos. En Bolivia, los generales Alfredo Ovando Candía (1969) y Juan José Torres (1970) con un proyecto nacionalista de apoyo a sectores obreros de la minería (COB). La Reforma uruguaya, el batllismo, con José Batlle y Ordóñez (1903-07 y 1911-15) o el aprismo con Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú. De 1914 en adelante se deja de imitar a las instituciones foráneas: "¡Ni con Washington ni con Moscú!"; se integra al indio a la sociedad. La Revolución boliviana de 1952, con el MNR de Víctor Paz Estenssoro, contra el sistema de tenencia de la tierra y de la industria minera.
De manera tradicional, el sistema político latinoamericano osciló entre los defensores del statu quo, cuyo criterio está íntimamente vinculado con el criterio tradicional de desarrollo de ideología liberal, y los reformadores, cuyas aspiraciones los movilizan al cambio en sus distintas gamas de posibilidades, ya sea de forma paulatina o radical. El factor ideológico jugó un papel preponderante en la política pública latinoamericana.
Sobre la base de las dos grandes orientaciones han nacido gran cantidad de partidos y movimientos con distintos nombres, que reflejaron la perspectiva liberal y las distintas alternativas reformuladoras. Los sistemas políticos estuvieron altamente vinculados a los modelos económicos. El grado de dificultad de los sistemas políticos estuvo definido por los intentos de reorientar los modelos económicos hacia alternativas de mayor autonomía.
a-Países que desarrollaron una economía de zona templada: Argentina, Uruguay, Paraguay y sur de Brasil, produciendo granos y carnes, transformándose en un complemento de las economías europeas, especialmente Gran Bretaña. El crecimiento de estas economías estaba vinculado al crecimiento de las economías industriales. Sin embargo, cada crisis en estas economías, repercutía en las economías periféricas.
b-Países que desarrollaron una economía de zona tropical: Brasil, Colombia, Centroamérica y Caribe. La de producción de estos países era de azúcar, café, cacao, yuca, yute, caucho, etc. y en realidad competían con las colonias europeas en África para poder exportar sus productos a Europa.
c-Enclaves mineros: Chile, Bolivia, Perú y México. No exportaban sus productos mineros –oro, plata, salitre, guano- sino que los países europeos instalaban sus empresas mineras, salitreras o guaneras y explotaban y exportaban el producto. La Guerra del Pacífico en el siglo XIX entre Chile, Perú y Bolivia tuvo que ver con esto y con los intereses británicos en la zona. Hacia fines del siglo XIX, Colombia y Venezuela ingresan a este grupo con el petróleo.
En todos estos países de economía de zona templada, de zona tropical o enclaves mineros, las inversiones, los asentamientos humanos y el desarrollo se dieron en las zonas de interés para los sectores productivos y no se repartieron en todo el territorio. Por ello América Latina, entre otros motivos, se encuentra poblada en concentraciones regionales con grandes espacios geográficos cuasi vacíos.
En ese sentido, algunas claves importantes respecto de la región, en cualquiera de los casos el nivel de participación del pueblo es pasivo: con gobiernos de corte liberal (conservador), porque las políticas se orientan a sectores de la elite agrícola-ganadera e industrial; con los reformistas, porque se ha tratado de transiciones buscadas desde los partidos, sin el grado de madurez suficiente en la población como para que ésta actuara; en los revolucionarios, porque los líderes operan como caudillos carismáticos, que protegen prioritariamente el modelo revolucionario, por lo que el pueblo ha terminado siendo objeto receptor del proceso y no un factor activo y generador del mismo. El pueblo ha acompañado al líder y no ha sido transformado en un actor "racional-legal" en términos weberianos.
América Latina fue siempre periférica; en ningún momento logró el papel de sujeto activo de su propio desarrollo o de su inserción mundial. Su destino estuvo ligado a factores de poder internos e internacionales, entre los que Gran Bretaña y Estados Unidos jugaron un papel central, merced a élites internas funcionales. La geopolítica fue desdibujada por las fuerzas armadas, cooptadas por Estados Unidos con su esquema de seguridad frente al conflicto Este-Oeste. Se trató más de hipótesis de conflicto regional que de una auténtica geopolítica. De esta manera las fuerzas armadas, formadas en academias militares de Estados Unidos, contribuyeron al mantenimiento de la autofragmentación.
Históricamente, los sistemas políticos latinoamericanos fueron manipulados por Estados Unidos, en función de sus intereses económicos y de seguridad y por las élites económicas latinoamericanas. Westpoint y la Escuela de las Américas, operaron como vectores geopolíticos de los intereses de seguridad de Estados Unidos al desnacionalizar las fuerzas armadas latinoamericanas, comprometiéndolas en un esquema hemisférico de lucha contra el comunismo, pasando a segundo plano la defensa nacional, salvo por las hipótesis de conflicto territorial que contribuyeron con la autofragmentación.
Jeane Kirkpatrick, la representante norteamericana en la ONU, se planteó la posición de apoyo a los sectores duros latinoamericanos; estableció una diferencia entre los regímenes totalitarios de corte comunista, que resultan irreformables, y los regímenes autoritarios de derecha que pueden favorecer en un momento más oportuno la salida democrática. Estados Unidos debía elegir, entre los dos males, el menor.
La etapa post Acuerdo de Reykjavik (1985) entre Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov hizo que las fuerzas armadas perdieran su papel de reguladores de los sistemas políticos y pasaron a ser los partidos políticos con votos mayoritarios en un esquema de democracia controlada. Aquéllos que se acercaran al esquema del Consenso de Washington de 1989 recibirían ventajas, y los que no, quedarían marginados. El creciente fenómeno del transnacionalismo -iniciado en los 60 y consolidado en los 80 con sus intereses económicos, comerciales de manejo del mercado y monetarios-, modificó el esquema geopolítico, sacándolo del control de los Estados al penetrarlos y desarticularlos.
Los partidos políticos se turnan en el gobierno, transformándose en gestores más que en actores de la vida política. Son gestores de los intereses privados y privatizantes justificando así la ideología imperante, el neoliberalismo, y actuando de espaldas al pueblo. Hoy en día una ONG o una OSC satisface más plenamente las necesidades o demandas de justicia por problemas de derechos humanos o de pobreza de desempleo de la población, que el Estado o los partidos políticos. Funcionan viejos esquemas políticos con nuevas tendencias que aún no han sido interpretadas en su dirección a través de pactos sociales renovados.
Por otra parte, para Labastida, H. (2000) "A lo largo de la historia, España ha sido un país continental debido a la presencia de los árabes en su territorio". La colonización fue el resultado de contratar marinos extranjeros. Portugal ha sido un país marítimo, ha realizado su proceso de expansión colonial autónomamente. Las costumbres y políticas territoriales y marítimas de España y Portugal, fueron trasladadas a América Latina en el proceso de colonización.
Los países conocidos como hispanoamericanos carecen de una talasopolítica. Son países de espaldas al mar con algunas muy escasas excepciones. Chile independientemente de la centralidad territorial de su capital, desarrolló políticas como el mar presencial.
En materia territorial, Pinochet, siguiendo criterios geopolíticos de Rudolf Kjellen del Estado como un organismo viviente, acuñó términos como Estado ameba. Por su parte, Perú y Ecuador desarrollaron políticas pesqueras más que marítimas, pero han tenido presencia activa en el mar. Con el agotamiento de los recursos, las políticas marítimas disminuyeron en la misma medida que la pesca. El resto de países hispanoamericanos ha vivido históricamente de espaldas al mar, con concentraciones territoriales continentales y grandes espacios territoriales vacíos. México y Colombia, son dos países bioceánicos pero excesivamente concentrados en sus vínculos con Estados Unidos. Carecen de políticas marítimas y de presencia activa en el mar.
La región lusoamericana que comprende al territorio brasileño, mantuvo la talasopolítica portuguesa. Brasil es un país marítimo. Gran parte de su población está en la región de la costa. Para Brasil, el Atlántico Sur es el mare nostrum. El traslado de la capital de Río de Janeiro a Brasilia se realizó con el fin de establecer un equilibrio geopolítico y de desarrollo entre el nordeste altamente empobrecido y el sur industrializado.
Los vínculos históricos de Brasil han sido de competencia con Argentina y de acercamiento a Chile. Los trazos geopolíticos de Brasil han sido horizontales, privilegiando los corredores de exportación Atlántico-Pacífico, frente a las pretensiones de Argentina de llevar a cabo una geopolítica vertical Paraná-Plata.
En ese orden, Openheimer, A. (2003) afirma que: "La verdadera competitividad en la región se podrá alcanzar a partir de la resignificación de la investigación científica, que es el único instrumento real para romper con la dependencia y generar una autonomía". Cabe recordar que a mediados de los 90, los particulares y las firmas de los países industrializados detentaban 95% de las patentes de África, casi 85% de los de América Latina y 70% de los de Asia. De manera que América Latina en su conjunto aporta un 2% de la inversión mundial en investigación y desarrollo (I&D), delante de África (0.3%), igual que Oceanía y muy por detrás de Norteamérica (39%), Europa (31%) y Asia (26%). Sin embargo, los países que dominan el organigrama económico y político mundial representan el término de aportación de su producto interno bruto.
El PBI de los países más poderosos es:
El porcentaje de ese PBI invertido en I&D es:
En América Latina, 80% de la inversión en I&D corresponde a Brasil y México. Brasil es el principal inversor y representa 54% de la inversión latinoamericana en I &D. México representa 26%.
La educación es el gran reto a largo plazo para América Latina, para fomentar la innovación. La falta de innovación, genera un obstáculo en las posibilidades de desarrollo en los países de la región.
De acuerdo con el autor citado, el sistema internacional opera como un "paralelogramo de fuerzas", en el que los vectores direccionadores pueden estar compuestos por uno, dos o por varios centros de poder. Otros sólo tienen capacidad de incidir, pero no de direccionar. La gran mayoría es "direccionada", con una mínima o nula capacidad de resistencia, sin embargo, no todos operan de esta manera. Los centros de poder direccionadores pueden ser Estados, actores trasnacionales, empresas multinacionales, ONGs-OSC.
En un sistema que no es centralizado, no hay árbitro supremo. Este papel lo cumplen los más poderosos. La correlación entre los centros de poder deriva en una resultante hacia donde se inclinan el orden y la justicia.
Estos planteamientos se fundamenten en una visión de la sociedad basada en el positivismo que enfoca lo jurídico como absoluto y excluyente, la realidad no importa, sino las formas institucionales.
Lo teórico es algo ajeno a la realidad; el poder es algo nefasto y molesto. "Todos somos iguales ante la ley," sin embargo, la realidad muestra que la equidad sólo existe en el equilibrio de poderes, no verticalmente. Si se sigue un criterio realista, la equidad es un problema que debe resolver el que carece de capacidades suficientes.
La alternativa sería construir, de manera subrepticia, poder suficiente como para alcanzar el objetivo de justicia frente a la actitud dominante de los más poderosos. Mientras que lo justo sería que todos tengan las mismas posibilidades, el hecho de que el sistema sea asimétrico muestra que no hay las mismas capacidades. Si el sistema no se puede ocupar del que se encuentra en una condición inferior por no haber un árbitro supremo, entonces la construcción de poder es necesaria para recibir la porción de justicia deseada.
En el sistema mundial no hay convergencia de voluntades salvo para la formación de alianzas. En la generación del orden hay pugna por imponer las pautas de cada actor, siguiendo los criterios de la Ley del Paralelogramo.
Además, dentro de todo sistema, la idea de cambio genera el temor por el desorden. Siempre hay impactos al sistema por demandas que se generan desde miembros insatisfechos o que desean cambiar o mejorar su estatus. Los cambios son naturales en todo sistema. Todos los 'cambios' deben buscarse dentro de los parámetros aceptados por el sistema (quienes lo controlan), para evitar que éste (quienes lo controlan) busque neutralizarlos utilizando mecanismos sancionadores, es decir, un proceso homeostático.
Los periféricos, por medio de mecanismos institucionales como la ONU (desconociendo el papel del poder en el sistema), buscan resolver situaciones sociales y de desarrollo. Los poderosos conductores del sistema priorizan su la dirección y estabilidad por sobre las demandas de los periféricos. A su vez, los periféricos, no sólo deben tener en cuenta esto, sino aprender a generar su propia capacidad para modificar al sistema en beneficio propio, de forma subrepticia. El sistema (quienes lo controlan) no lo hará por ellos.
Dentro del organigrama de poder como plantea Lyontal (1990) existen los factores de poder mundial siempre han tenido planes propios para generar gobiernos mundiales que beneficien a sus intereses y aspiraciones. Por ejemplo, en la Edad Media era el poder del Papa y del Emperador que, en conjunto, uno como representante de Dios en la tierra y el otro con su poder terrenal, constituían el gobierno mundial; en el siglo XIX, la Santa Alianza y el concierto europeo; en el XX, la Comisión Trilateral que, a través del Club de Roma, planteó un modelo neoliberal de gobierno mundial, en el que los actores transnacionales que operan en las tres regiones establecen las pautas a seguir; en la década de los 90, el Consenso de Washington planteó un modelo de orden y gobierno mundial. En ambos casos, el transnacionalismo ha jugado un papel central.
Para este autor, la búsqueda de una mayor autonomía por parte de los periféricos debe tener en consideración ciertos factores. La elaboración de una geopolítica latinoamericana al igual que en la toma de decisiones en política exterior, debe contemplar los intereses en función de las capacidades propias más las alianzas que se realicen, teniendo también en cuenta los condicionantes que la estructura del sistema establece.
Hay que tener en consideración que la tendencia natural del sistema es a la configuración estratificada. Debido a ventajas comparativas, algunos actores como la capacidad militar, el recurso natural estratégico, la capacidad industrial o tecnológica pueden imponerse por encima del resto. Los que están arriba tienden a mantener el statu quo; los que están abajo buscan diferentes metodologías para cambiar el sistema en beneficio de su mejor inserción.
Con el paso del tiempo, este universo conformado por Estados-nación en Europa se mantuvo en permanente expansión hacia el resto del planeta, de forma tal que nunca ha habido, ni habrá paz perpetua o sistemas políticos internacionales estables, debido a que es un universo que requiere la preparación para la guerra de control constante y la crisis para establecer o restaurar el orden y para estabilizar las conductas de resistencia periféricas.
Las relaciones mundiales globales no se basan en derechos y obligaciones, sino en principios supremos o regímenes de reparto. Los repartos son hechos por los más poderosos: repartidores supremos y las instituciones internacionales son las reguladoras o encargadas de que los repartos se cumplan. La gran periferia mundial es la receptora, en diferentes medidas, dependiendo de las asimetrías, entre otros factores, de los principios supremos de reparto. Sus posibilidades están en la reformulación de esos principios supremos, dentro de parámetros establecidos por la estructura del sistema mundial.
Por consiguiente, frente a este panorama, la única alternativa es la construcción de poder. Si no resulta posible la alternativa de aumentar autónomamente el poder, está la posibilidad de agregar el poder de otros al poder propio, es decir, vínculos horizontales.
Una alianza no es forzosamente un método de converger para el mantenimiento del equilibrio de poderes frente a otro u otros, o para confrontar un Estado o grupo de Estados, aunque haya sido una de las formas utilizadas con frecuencia durante la historia, como en el caso de los sistemas colectivos de seguridad. La región enfrenta una política de conveniencia, en la que no debe exponerse la independencia de aspiraciones y objetivos con quien se entabla la alianza. Se debe buscar la mutua conveniencia y beneficio.
En ese sentido, como consecuencia de la dinámica de la Guerra Fría por la vía individual, el Japón de la segunda postguerra es un buen ejemplo del aprovechamiento de una ventaja comparativa para generar cambios en las reglas del funcionamiento de la estructura del sistema. Progresivamente fue transformándose en un 'polo' tecnológico en el mundo asiático, provocando cambios y nuevas tendencias dentro de la gran 'estructura bipolar'. La China del post-bipolarismo muestra que gran parte de las reglas del funcionamiento del sistema pasan por su capacidad industrial y comercial.
Por la vía conjunta, la celebración de alianzas estratégicas de carácter 'horizontal' es uno de los mecanismos para adquirir un poder que, individualmente, sería sumamente difícil de alcanzar. A partir de 1973, los países miembros de la OPEP configuraron un sistema de 'alianza estratégica' alrededor de un producto vital para el desarrollo industrial, que generó una revolución en el terreno energético y modificó substancialmente las reglas del funcionamiento de la 'estructura' del sistema.
Los países de la UE lograron recomponer su capacidad de decisión global a partir de la convergencia en una alianza estratégica múltiple, cuyos principales objetivos fueron: 1) no a una tercera guerra mundial; 2) evitar que Alemania quedara fuera de cualquier proceso y volviera a generar una nueva guerra; 3) tratar de recuperar espacio en un contexto en el que Estados Unidos era el que controlaba el poder en el mundo occidental a la vez que estaban en la frontera del enemigo: la URSS; 4) evitar que el Plan Marshall dejara de ser un instrumento de reconstrucción y ayuda y se transformara en uno de control y dominación por parte de Estados Unidos; 5) hacer frente al impacto provocado por los países de la OPEP en los 70.
Frente a este esfuerzo europeo de reconstitución, América Latina ha quedado rezagada. Si bien tiene recursos naturales estratégicos y no estratégicos, minerales y alimenticios, en la tierra y en el mar, carece, sin embargo, de proyectos políticos, de dirigencias hábiles y competentes y de pueblos capaces de participar en la vida y decisiones públicas y exigir derechos, así como cumplir obligaciones. La incapacidad de América Latina no pasa por la falta de recursos, sino por la ausencia de proyectos; peor aún, por falta de un pensamiento propio se subordina conscientemente a proyectos foráneos que convienen solamente a quienes los desarrollan y no a la región.
Independientemente de la riqueza en recursos que tiene América Latina, su forma de actuar, o de no hacerlo, de insertarse en el sistema y de mantenerse fragmentada, genera la imagen de que su élite dirigente y pensante considera que no tiene desafíos externos o internos que superar o resolver. En este contexto, ¿cuáles podrían ser los desafíos de la región? ¿En qué áreas debería ser creativa y constructiva?
Como se mencionó anteriormente, en materia geográfica se trata de la región más rica del planeta, con recursos naturales estratégicos y no estratégicos, de la tierra y el mar, con la ocupación del espacio basada en megalópolis con grandes espacios vacíos y de espaldas al mar, con la excepción de Brasil. Se debería establecer un control soberano inteligente: permitir la participación y explotación por empresas trasnacionales y otros Estados, pero priorizando el desarrollo propio sobre los recursos naturales, tanto desde el punto de vista ecológico como político. A su vez, se tiene que trabajar sobre la integración nacional y la descentralización, es decir, romper con la concentración en megalópolis con grandes espacios vacíos y desarrollar una talasopolítica, no sólo a nivel nacional, sino regional.
En materia económica, América Latina se satisface con desarrollar modelos económicos basados mayoritariamente en la explotación de recursos naturales, pero con un bajo índice de industrialización, por lo que se debería trabajar en la construcción de modelos adecuados a las necesidades, posibilidades y aspiraciones de la región que favorezcan su desarrollo y potencien su desempeño global.
En cuanto a lo político, la región ha tenido y mantiene sistemas políticos inestables, con un constante corsi e ricorsi en la orientación y el modelo de país. Se trata de democracias controladas sin participación social. Se tendría que trabajar sobre la construcción de sistemas políticos con alta participación social y eficientes sistemas de control de los actos de gobierno.
Todo intento de autonomía concluye en golpes de Estado o en marginación de los sistemas políticos considerados indeseables. La historia de América Latina es de fragmentación regional. Siguiendo los criterios de Tucídides, los países de la región deberían aprender del pasado para comenzar a construir una autonomía de desempeño y generar vínculos de confianza para romper la fragmentación.
En cuanto a su política exterior, el vértice de las relaciones externas de los países de la región se encuentra fuera de la misma. Se tendrían que estrechar los lazos intrarregionales en un proyecto que maximice la capacidad de desempeño frente a terceros Estados y/u organismos internacionales.
Finalmente, referente a las relaciones internacionales, América Latina no es un actor político en el mundo, es más un objeto en los intereses y aspiraciones de otros Estados o actores trasnacionales que sujeto activo de su propio destino; por ello debe construir un poder subrepticio capaz de transformarla en un actor confiable dentro del sistema mundial y con impacto en las decisiones de la comunidad internacional.
Como se ve, América Latina tiene frente de sí un destino que construir. Ojalá que empiece ya, pues el mundo no la va a esperar.
Para Jensen, J. (1998) "El análisis geopolítico hace referencia a categorías de análisis de diversa naturaleza". Por una parte, intenta establecer las formas de relación entre los espacios geográficos, es decir los espacios y territorios, y los grupos humanos organizados en la forma de unidades políticas (comunidades, pueblos, naciones, Estados), y por el otro, pretende develar el sentido de la relación entre las distintas unidades políticas contemporáneas en el tiempo en el marco de dichos espacios o soportes. Se trata, por tantos, de dos tipos de relaciones distintas.Lo geopolítico releva de una determinada representación del espacio geográfico -y de las demás formas de espacio- que reside en la mente y hasta en el subconsciente individual y colectivo de los individuos y los grupos humanos organizados.Solo podemos analizar geopolíticamente aquello que está en relación entre sí y aquello cuya relación es discernible al análisis.
Desde una perspectiva epistemológica, el análisis geopolítico opera mediante abstracciones, y las abstracciones científicas son generalizaciones que elaboran los individuos mediante el pensamiento, abstraídas del carácter concreto y directo de los fenómenos que son objeto de estudio. En otros términos, el punto de partida del análisis geopolítico, como el de todo conocimiento que se pretende científico, es la realidad objetiva.En el proceso de abstracción, el análisis geopolítico no se aparta de la realidad, sino que penetra en su interior, partiendo del fenómeno observado para llegar a la esencia.En el proceso del análisis geopolítico, el pensamiento arranca desde lo visible y concreto -es decir, desde los hechos políticos, sociales, económicos, culturales y estratégicos- para llegar a lo abstracto, desintegrando el fenómeno en estudio en sus partes y aspectos integrantes.
Ello permite designar en sus características los elementos esenciales, al mismo tiempo que cada aspecto se examina por separado, para a continuación examinar esos distintos aspectos en su interacción.
De este modo, en el proceso del análisis geopolítico se produce el desmembramiento del objeto de estudio, primer momento al que le sucede la explicación teórica de las particularidades del mismo, de manera de lograr las abstracciones más generales y útiles para el estudio del objeto de la investigación en su integralidad y en su dinámica evolutiva.En el análisis geopolítico cabe distinguir a los factores permanentes o estructurales, tales como el territorio, el espacio y su interrelación; el espacio-tiempo; la posición, en términos de centralidad y periferia; la localización; las escalas del espacio-territorio; las redes, líneas y puntos dentro del espacio-territorio; el poder y la potencia insertos en los espacios y territorios; y las arenas del poder; de los factores dinámicos, tales como las tendencias centrífugas y centrípetas; la conciencia y representación del espacio-territorio; la apropiación del territorio y los espacios; las áreas de influencia; y la polaridad autonomía-dependencia.En síntesis, lo geopolítico es relacional, es decir, está asociado al estudio de determinadas formas de relación espacio-hombre y hombre-hombre en el espacio, en términos que implican la apropiación (material, mental y virtual) de los territorios y espacios.Para Khaler (1998) "La problemática principal, la categoría de análisis articuladora de todo el análisis geopolítico reside en el poder en su relación con los espacios y territorios". Todas las demás categorías de análisis de la reflexión geopolítica encuentran su punto de conexión en la problemática del poder y en particular, en las formas cómo el poder se manifiesta y se despliega en territorios y espacios múltiples, diversos.
La geopolítica podría ser sintetizada como una reflexión sobre la relación realmente existente entre las diversas formas de poder y los diversos tipos de espacios- territorios.El problema del espacio y del poder es un problema geopolítico desde el momento en que reconocemos que todo espacio humanamente determinado es objeto de alguna forma de poder que tiene lugar en él y a través de él, y de que el poder encuentra en los espacios y territorios -en los espacios territorializados- su ámbito principal de ejercicio, sus arenas donde se despliega.Es a partir de este postulado básico que se va a construir el análisis y la reflexión geopolítica. Las organizaciones humanas, pensadas y estructuradas como unidades políticas (es decir, como actores programáticos), al instalarse en un territorio, al construir territorio con su acción transformadora, está ejerciendo poder y está al mismo tiempo, configurando su propia "representación simbólica" del territorio construido, conquistado, planificado, ocupado, alcanzado, en términos de apropiación, de dominio, es decir, de poder.El poder impregna la totalidad de los fenómenos geopolíticos. La geopolítica es la política del poder en la geografía.La dinámica de la reflexión geopolítica reside en la interdependencia entre los factores estructurales y los factores dinámicos o coyunturales.Entre los factores permanentes o estructurales, el territorio y su interrelación con el espacio determinan el marco físico y virtual en el que tienen lugar las relaciones políticas, sociales, económicas, estratégicas entre las unidades o actores políticos. A su vez, el espacio-tiempo se mueve en una dinámica de extensión y concentración que modifica constantemente los términos en los que se producen las relaciones geopolíticas.
Además, la posición de cada unidad política en los espacios-territorios, pueden ser entendida en términos de centralidad y periferia, del mismo modo como la localización de cada actor dentro del conjunto del espacio-territorio determina el lugar que ocupa en la jerarquización de los actores y en la distribución del poder y las hegemonías. Por otra parte, las escalas del espacio-territorio, determinan la amplitud, profundidad y extensión de las formas de apropiación y dominación que los actores ponen en juego en aquellos, del mismo modo como éstos, se constituyen en una compleja articulación de las redes, líneas y puntos dentro del espacio-territorio.Como se ha visto el poder y la potencia insertos en los espacios y territorios, son los criterios centrales para entender las relaciones geopolíticas, en el contexto de las arenas del poder que se manifiestan en el mundo contemporáneo.Por otra parte, los factores dinámicos, influyen coyunturalmente sobre los procesos geopolíticos, tales como las tendencias centrífugas y centrípetas; la conciencia y representación del espacio-territorio que tiene cada actor político; la apropiación del territorio y los espacios como resultantes de la acción programática de los actores o unidades, dando forma a la configuración de determinadas áreas de influencia, y en las que se manifiesta la polaridad autonomía-dependencia.
Los factores permanentes o estructuralesdel análisis geopolítico.
El problema geopolítico del espacio.
El núcleo central teórico del análisis geopolítico se ha centrado históricamente en el territorio y en su constituyente originario, el espacio.Para este autor, la arqueología intelectual de la reflexión geopolítica, que nutre sus primeras raíces desde la Geografía y de la Geografía Política, comienza con una descripción y una tentativa de racionalización del espacio territorial. Friedrich Ratzel -a fines del siglo XIX- construía su argumentación geopolítica sobre la base de la condición humana constreñida, determinada por la naturaleza y daba origen al concepto de "espacio vital", entendiendo que el espacio no es solamente un elemento físico. La naturaleza determina al hombre y éste necesita de un órgano que le sirva como instrumento para establecer su dominio sobre aquella: el Estado. Los primeros geopolíticos son estatistas y organicistas llevando la reflexión hasta la noción de que el Estado es una suerte de supra-entidad viviente en el que el ser humano se realiza y que busca su realización plena en la geografía.
En la visión organicista y darwiniana desde la que nace la primera Geopolítica, el espacio es un ámbito geográfico susceptible de expandirse, al igual que las especies vivas. Otros autores de aquella época, como Kjellen orientan el debate geopolítico hacia las relaciones de poder más que sobre las relaciones de fuerza.Existe, en efecto, una primera época del pensamiento geopolítico, que surge y se desarrolla dentro de una óptica marcadamente organicista y fuertemente determinista. Sus influencias intelectuales originarias más significativas, provenían de H. Spencer y de Ch. Darwin, y de las derivaciones sociales que resultaron de sus teorías sociológicas y biológicas.Así, dos líneas intelectuales se sitúan en las bases de la primera reflexión geopolítica: por un lado, el desarrollo del "darwinismo social", a partir de Ch. Darwin, en la segunda mitad del siglo XIX, incluyendo a H. Taine, G. Le Bon, L. Woltmann y V. de Lapouge; y por el otro, un cierto "bio-historicismo" que desarrollan F. List (1789- 1842), y A. de Gobineau (1816- 1882), el que se entronca con O. Spengler , A. Rosenberg (uno de los teóricos mayores del nazismo alemán), y con F. Ratzel. En List y Gobineau, la Geopolítica inicial se alimentó del racismo, y a través de A. Rosenberg, a su vez, contribuyó decisivamente a elaborar una visión ideológica racista de la Historia, a partir del supuesto "conflicto entre la raza aria y la raza semita".Inicialmente, autores como F. Ratzel, con su "Politische Geographische" y a continuación K. Haushofer, fueron construyendo un cuerpo teórico configurado en torno a conceptos tales como "espacio vital", "heartland", "rimland", o la asociación entre "suelo, sangre y raza", nociones que estaban construídas sobre la base de una visión organicista del Estado. Otros autores alemanes en la década de los treinta y cuarenta, dieron contenido a esta visión: L. Mecking, H. Schrepfer, H. Rüdiger, N. Krebs o R. Hennig, para nombrar a los más connotados, trabajaron sistemáticamente la nueva concepción geopolítica. Numerosos títulos aparecidos en la revista de Geopolítica creada en torno a Haushofer, la Zeitschrift für Geopolitik (revista que, desde 1932, estuvo influenciada y dominada por el Partido nazi), atestiguan el enfoque señalado.Al mismo tiempo, desde los inicios de los años treinta, esta Geopolítica se asoció directamente con los proyectos expansionistas, racistas y belicistas del nazismo alemán, otorgándole una justificación integral, completa, y respaldándolos con un conjunto de fundamentos teóricos, ideológicos y políticos, por lo que sus postulados hicieron crisis junto con el derrumbe del III Reich, al término de la Segunda Guerra Mundial.
Por ello puede afirmarse que dicha Geopolítica era nazi en su esencia y contenido. No puede olvidarse que esa corriente geopolítica filo-nazi y darwinista logró alcanzar hasta América Latina, donde encontró numerosos adeptos como Golbery do Couto e Silva en Brasil y otros.Al analizar sus postulados, se puede descubrir que esta primera Geopolítica constituye una representación político-estratégica e ideológica del mundo, que tiende naturalmente a centrarse en una concepción totalizadora del poder, y en una idea absoluta de la Nación y del Estado, como si ambas fueran entidades totales y homogéneas. No solo es una geopolítica del poder, sino que es también una ideología geopolítica de la guerra.
Hay que subrayar, además, que toda Geopolítica es una empresa intelectual esencialmente "patriótica", ya que intenta colocar al propio Estado, en el centro de las representaciones cartográficas del espacio territorial, de manera que la Cartografía termina graficando lo que los geopolíticos quieren que grafique…Haushofer, afirmaba y proponía que la geopolítica que estudiaría "…las formas de vida política en los espacios vitales naturales…" debía constituirse en "… una conciencia geográfica del Estado…", como si el Estado fuera una entidad biológica única y monolítica.Las falencias intelectuales de aquella visión geopolítica no solo provienen de su incapacidad conceptual para interpretar la creciente interdependencia y complejidad del mundo moderno y del orden político, de las estrategias y formas políticas que hoy caracterizan a una sociedad en plena mutación de época, sino del hecho que las interpretaciones y asociaciones conceptuales organicistas, belicistas y racistas, son absolutamente insuficientes y se encuentran en una fase pre- científica de las Ciencias Sociales y del estudio de la relación "hombre- geografía".Ya ha sido demostrado que los procesos orgánicos funcionan conforme a lógicas completamente distintas y con elevados grados de pre- determinación, mientras que los sistemas sociales y políticos están dotados de características de complejidad y azar, que aquel organicismo primitivo no puede explicar.La Geopolítica de la primera época, era profunda y radicalmente estatista, ya que concebía al Estado como un organismo absoluto y predominante en la escena geográfica y política.La visión geopolítica tradicional se funda en el supuesto que concibe al Estado como un organismo vivo que nace, crece, se desarrolla, decae y muere, adolece precisamente de una lectura estrecha y limitada de la estructura estatal como si un actor político internacional o un Estado fuera una suerte de "unidad monolítica y coherente". G. Sabine en su Historia de la teoría política pone de manifiesto que "…el argumento supuestamente científico de la Geopolítica no es más que una analogía biológica.
Según dicha lectura, los Estados serían "organismos" y mientras viven y conservan su vigor, crecen; cuando dejan de crecer, mueren…" ([1]), lo que pondría de relieve que el "bienestar social parece equivaler a la supervivencia del más apto…". Además de contener muchas ambigüedades lógicas, ésta confluencia de ideas y de pseudo- conceptos sociales y biológicos, ha sido una fuente de graves confusiones científicas.Al contrario de lo que pretendía aquella geopolítica tradicional, el Estado no es un órgano viviente; es, por el contrario, una construcción política, jurídica, ideológica y territorial que se asienta en una sociedad históricamente determinada, es una estructura institucional compleja, que opera mediante resortes materiales y simbólicos de poder.
De acuerdo con Erich, K. (1994) "El espacio, desde el punto de vista geopolítico, es un ámbito de acción, es un ámbito natural y potencial de acción del individuo, del grupo, en cuanto "actor programático". El espacio es un ámbito natural en cuanto contexto geográfico, en cuanto soporte material proporcionado por la naturaleza: el espacio es geografía y naturaleza no intervenidas, no transformadas.Pero, la reflexión geopolítica se apoya sobre la relación existente entre el actor humano y la geografía, entre el actor humano y la naturaleza, en tanto en cuanto dicha relación supone un proceso de conocimiento y apropiación del espacio natural. Desde esta perspectiva, la lectura geopolítica hace siempre referencia a una estructura relacional que se manifiesta a dos dimensiones: la relación entre los actores y los espacios; y la relación entre los actores dentro de un determinado espacio. En cada dimensión la problemática relacional es diferente.En ese sentido, la reflexión geopolítica es básica y primordialmente, una reflexión relacional, un procedimiento teórico-conceptual dirigido a conocer e interpretar determinadas formas de relación que se producen en y con respecto a los espacios y territorios, situándolas en el tiempo.Siendo ambas formas de relación una relación de poder, es decir, una relación asimétrica, sus elementos constitutivos determinan que la relación "actor-espacio" y la relación "actor 1-espacio-actor 2" están determinadas por una voluntad de conocimiento-dominación.
En geopolítica, los elementos constitutivos de una relación son:a-Los actores, aquí entendidos como sujetos dotados de programa, de voluntad, de proyecto;b-La política de los actores o sea, el conjunto de sus intenciones y finalidades;c-Las estrategias que los actores ponen en juego para alcanzar sus fines, y que suponen estilos y formas de organización del espacio;d-El espacio-tiempo respecto del cual sucede la relación geopolítica; ye-Los mediadores relacionales, es decir, los distintos códigos utilizados para explicar, describir, representar e interpretar la acción de los actores en los espacios.El poder, que aquí no hemos mencionado como elemento constitutivo de las relaciones geopolíticas, es en sí mismo, una realidad inmanente a todo el proceso relacional.El fenómeno humano más profundo que aprehende la teoría geopolítica, es la transformación por el hombre, del espacio geográfico en un territorio susceptible de ser habitado, utilizado, dominado, controlado. La moderna geopolítica ha asumido que el espacio, como ámbito geográfico situado, constituye a la vez un factor estructural de poder y un territorio donde tiene lugar la presencia y la dominación humanas. Desde esta perspectiva, el espacio geográfico (terrestre o marítimo) ha sido definido a la vez, como encrucijada o arena del poder y de la disputa por el poder, y como fuente de recursos que se constituyen también en otros tantos factores de poder.Esta lógica territorialista de la geopolítica se refiere a que los procesos políticos y económicos no tienen lugar en el vacío. Ellos siempre tienen una determinación histórica y geográfica, la que les fija sus límites y horizontes de alcance.Desde el punto de vista geográfico o espacial, la Política puede ser definida y comprendida como una práctica localizada de poder y de dominación, de construcción de consensos y de resolución de conflictos, que siempre se sitúan en una determinada porción del territorio, el cual puede llegar a ser en sí mismo una encrucijada y una arena donde se encuentran estrategias y retóricas de los diferentes actores.
Así como tiene su propia historia, la Política y las Relaciones Internacionales funcionan y construyen su propia geografía, su propia espacialidad.Aún en medio de los procesos de deslocalización, propios de la modernidad, la post-modernidad y la globalización de las comunicaciones y los mercados en curso, deben reconocer la necesidad de una plataforma, de un soporte material, físico, sobre el cual se aplican el poder, las distintas formas de capital, la energía y la información.Pero, para llegar a la dominación implícita en el poder y en la Política, cada actor debe ejercer un determinado grado de dominio y jurisdicción sobre un cierto espacio, sea este geográfico, económico, cultural o virtual. En los orígenes remotos del poder y de la Política, se encuentran las múltiples formas de acción voluntaria a través de las cuales, los hombres llegan a transformar dicho espacio.
Según Herber (1995) "La territorialización es el complejo proceso histórico a través del cual los individuos, los grupos y las organizaciones humanas adquieren, controlan, dominan y transforman los espacios geográficos que consideran propios".
En ese orden, en este proceso intervienen factores materiales objetivos trabajo, energía, factores inmateriales (información), factores humanos (provisión de capital social, humano, cívico, tecnológico y financiero) y factores culturales (identidad, valores y tradiciones), de manera que los espacios geográficos donde se instalan los seres humanos, se transforman gradualmente gracias a una combinación histórica, única e irrepetible de todos éstos componentes.
Por otra parte, en síntesis se trata del proceso mediante el cual un grupo humano transforma un determinado espacio geográfico en un territorio propio y distintivo. Esta es la forma cómo los seres humanos inscriben su existencia individual y colectiva en la geografía que los sustenta.La territorialización opera mediante el trabajo, mediante la incorporación de energía, trabajo, capital e información sobre los recursos naturales, sobre el espacio geográfico, y en función de los cuales, los individuos, los grupos, las familias y las naciones van ejerciendo y adquiriendo dominio sobre dicho espacio, convirtiéndolo en su territorio. Como se verá más adelante, una de las bases del dominio en materia territorial, reside en la ocupación material, real, de un determinado espacio geográfico, de manera que no solamente se manifieste la intención de apropiarse dicho espacio (lo que se materializa con estos actos concretos), sino que es preciso además, que esa porción geográfica esté vacante, y que los actos de apropiación y dominio reflejen un propósito de permanencia estable y duradera.En el curso de este proceso de territorialización, es decir, de conquista material y simbólica de un determinado espacio geográfico, se va configurando la cultura y la identidad del grupo humano: el conglomerado se convierte en grupo, el grupo se transforma en una comunidad, cohesionada gradualmente por las experiencias colectivas comunes. A continuación, en su apropiación territorial las comunidades devienen en pueblos, y los pueblos tienden a configurar naciones.
Al apropiarse de un lugar físico, el grupo humano hace su propia historia, va creando sus propios mitos, sus leyendas, sus tradiciones, va depositando en su memoria y en su subconsciente colectivo un patrimonio de valores y tradiciones, con los cuales las sucesivas generaciones de descendientes se continuarán identificando.En algún momento, el individuo se piensa a sí mismo, en términos de geografía, es decir, en términos de lugares, de tierra y de mar. Los procesos de territorialización son entonces, a la vez, materiales y simbólicos. Materiales en el sentido de dominar la geografía, de apropiarse de ella, de controlarla, de ejercer en ella el poder, el dominio y las distintas formas de soberanía. Simbólicos en el sentido de ir depositando en el subconsciente colectivo, en la memoria colectiva, los hechos históricos fundantes y fundamentales, los acontecimientos relevantes y decisivos, los hitos que marcan una trayectoria común y compartida en el tiempo.Es importante subrayar por otra parte, que la territorialización se produce tanto sobre los espacios geográficos terrestres, como sobre los espacios marítimos, en la medida en que éstos forman parte de la misma unidad geográfica y se integran bajo una misma unidad política. Modernamente sin embargo, el espacio geográfico y los recursos que en él existen no es en sí mismo un factor decisivo de poder, sino en tanto en cuanto se aplica a dicho territorio y a dichos recursos, la tecnología, la información y los capitales suficientes para que se conviertan en materias primas susceptibles de intervenir en los procesos económicos y en los flujos comerciales. Una forma concreta y actual de territorialización de los espacios geográficos, se manifiesta en su valoración económica.En efecto, tal como se analizan más arriba, uno de los "cambios copernicanos" originados en la actual mutación tecnológica y geopolítica que tiene lugar, es la transformación de los espacios de dominación y poder. Según Alexis Bautzmann, " los dos principales vectores de la globalización son el espacio cibernético y el espacio extra-atmosférico…los cuales se convierten… en instrumentos privilegiados del control global de los territorios…"Para Chomsky, la lectura geopolítica actual tiene que integrar dos ámbitos espaciales que escapan a la geografía física tradicional. El tradicional espacio geopolítico ha hecho implosión: el control, la dominación y el ejercicio del poder no dependen ahora sola o exclusivamente de la apropiación de recursos naturales existentes en espacios geográficos físicamente localizados, sino también de los espacios exo-geográficos, es decir, aquellos situados fuera y más allá de la geografía.
En las nuevas condiciones generadas por la actual revolución informática, el espacio geopolítico deviene virtual, inmaterial.El computador y el satélite, vienen a cuestionar las nociones geopolíticas tradicionales. Al espacio geográfico tradicional, caracterizado y articulado en términos de extensión, anchura, altura y profundidad, se suman ahora dos espacios virtuales: el espacio cibernético o informático y el espacio extra-terrestre o sideral.La virtualidad opera como criterio de reordenamiento del espacio geopolítico, se agrega a las dimensiones anteriores de extensión, anchura, altura y profundidad, complejizando la comprensión y la lectura del territorio, abatiendo los límites y fronteras físicas haciéndolas más permeables y relativizando su importancia política y jurídica.
En la noción clásica, propuesta por Einstein, "…todo cuerpo de referencia (sistema de coordenadas) tiene su tiempo particular; la especificación de un tiempo solo tiene sentido cuando se indica el cuerpo de referencia al cual hace relación dicha especificación".
Es decir, el tiempo es relativo en función de las coordenadas del espacio al cual hace referencia.Pero, ¿qué sucede cuando el tiempo no permite hacer referencia a las coordenadas espaciales tales como distancia, anchura, extensión o profundidad, porque el espacio ha devenido virtual?La virtualidad de los espacios cibernético y sideral, introduce además, una ruptura profunda en la concepción tradicional del espacio o el territorio en su relación con el tiempo.Lo virtual puede ser permanentemente presente, dejando al pasado histórico en una categoría de "eterno retorno": por la vía de lo virtual siempre podemos traer el pasado o el futuro al presente. Desde la perspectiva de lo virtual y de sus aplicaciones geopolíticas en el espacio relacional, el tiempo es esencialmente elástico. La acción geopolítica virtual -por ejemplo- en la guerra informacional o guerra de la información, se realiza tanto en el pasado, como en el presente y en el futuro, pero instalados coetáneamente en el presente, de manera que nuestra comprensión del tiempo abarca tanto al pasado como al futuro en un solo instante: el presente. Es decir, la virtualidad permite, potencia y desarrolla la simultaneidad hasta límites desconocidos.La virtualidad de las herramientas informáticas y su uso como instrumentos estratégicos, transforma además las dimensiones del tiempo y del espacio. La virtualidad se transmuta en instantaneidad: todo sucede ahora y aquí, aunque la distancia física pueda contarse en miles de kilómetros. La instantaneidad del "tiempo real", atraviesa el espacio estratégico y transforma los límites de la acción (política, económica, estratégica) deviniendo actuales, siempre actuales.En el espacio virtual sucede que siempre estamos en el presente, lo que implica una deshistorización del territorio y una desterritorialización de la historia y, sobre todo, una negación del futuro como horizonte probable; desde esta óptica de la virtualidad, el futuro está muy lejos en la improbabilidad y el pasado ya ocurrió: todo está en presente y en el presente.La virtualidad en la relación espacio-tiempo, implica la simultaneidad y la instantaneidad en la operación del actor estratégico o del actor programático. Mientras el espacio tiende a reducirse a cero, el tiempo tiende a devenir solo presente, es decir, también cero. En la nueva relación geopolítica espacio-tiempo, solo existen el aquí y el ahora.El espacio en el conflicto o en la guerra, es decir el espacio bélico y estratégico, es algo más que el simple espacio geográfico, terrestre, aéreo o marítimo. Los planes de la guerra utilizan las características oceanográficas y climatológicas del territorio, del espacio o del mar como datos o "accidentes del terreno", en función de sus propias exigencias estratégicas, operacionales y tácticas.Por lo tanto, el concepto global de la guerra, es decir, la concepción estratégica de la guerra en cualquier terreno o espacio físico, determina la unidad, la profundidad y la propia orientación del espacio estratégico.Por lo que, para la guerra, no existe espacio neutral, sino que todas las combinaciones tácticas y operacionales son posibles en todas las dimensiones físicas del mar como teatro: superficie, atmósfera, profundidades, espacio, borde costero, campo electromagnético.En consecuencia, el espacio estratégico no es el resultado mecánico de una suma matemática entre los datos geográficos y oceanográficos y las posibilidades militares, sino que el espacio precede a la conceptualización estratégica, de manera que en función de sus exigencias y posibilidades, el terreno de acción puede extenderse o limitarse, y también pueden modificarse los instrumentos militares a utilizarse y el grado de intensidad del propio esfuerzo bélico.Para Castella, G. (2000) "Un concepto crucial para entender los roles estratégicos del espacio en la guerra, es la noción de cálculo".
Asimismo, el estratega, en función de las directrices políticas que presiden la guerra, procede permanentemente a un juego dialéctico de estimaciones, percepciones y pronósticos, lo que produce una concepción del propio "juego estratégico" y del "juego del adversario", y cuyos resultados – a la vez, finales y provisorios- son los cursos de acción.El espacio (aéreo, terrestre, marítimo) como teatro de la guerra, es previamente, medido, dimensionado, delimitado, calculado, es decir, es objeto de cálculo estratégico, para que pueda ser utilizado en la forma más eficaz por las fuerzas propias, y de manera también de impedir o dificultar su uso por las fuerzas enemigas.
El cálculo estratégico hecho sobre el espacio de la guerra, sin embargo, siempre es una conjetura, una aproximación intelectual que se enfrentará a la realidad, y se calibrará en su calidad y sus defectos, solo en la prueba de fuego de la batalla y de la maniobra.El cálculo estratégico ordena el espacio estratégico marítimo, y los teatros que lo integran, en función de un punto único y central: el centro de gravedad. Este lugar es calculable, y es el punto de equivalencia, en el que el poder político y su instrumento el poder naval, concentran la capacidad disuasiva y la potencia destructora de las fuerzas navales.
El centro de gravedad -como se verá más adelante- es el objetivo único y central de la ofensiva y del ataque, y resorte último de la actitud defensiva, y permite determinar conceptualmente y al mismo tiempo, las fuerzas navales que van a ser puestas en juego o en presencia en un teatro, y el espacio donde ejecutarán la maniobra y sus combinaciones.De este modo, el espacio estratégico no es una realidad concreta que se confrontaría con el concepto estratégico de la guerra en algunos de los espacios o teatros donde ella se produce realmente, o dominaría sobre éste. En realidad, es el concepto estratégico con sus derivaciones operacionales y tácticas el que articula el espacio como teatro de la guerra, es decir, como teatro bélico, según se pudo estudiar anteriormente.Finalmente, no debe olvidarse que todo espacio susceptible de devenir en teatro de la guerra, o de la batalla, está dotado de profundidad estratégica, y que es el ámbito geográfico percibido y calculado para la ejecución de la maniobra.A su vez, como se ha analizado, el tiempo es una dimensión estratégica que reviste una significación aún mayor que el espacio, en el ámbito del conflicto y de la guerra.La guerra en general -como lo ha subrayado Clausewitz- no consiste en un sólo golpe dado sin referencia a su duración, sino que consiste -en la práctica más objetiva y concreta- en una sucesión más o menos concatenada de maniobras, desplazamientos y combates (terrestres, aéreos, navales, submarinos, anti-submarinos, aero-navales, aero-terrestres, o de guerra electrónica) los que conceptualmente asumen la forma de una secuencia temporal continua de acciones de guerra.La guerra crea su propio tempo, su propio ritmo, su propia secuencia temporal de eventos, los que suceden a ritmos distintos. Siempre dentro de la concepción clausewitziana, se afirma que la duración en el tiempo estratégico, es originada por la acción del bando que se encuentra en la postura defensiva. Esto se traduce en la noción de que el ritmo de la guerra es impuesto preferentemente por la postura estratégica defensiva, la que tiende a retardar la decisión mientras acumula fuerzas y recursos, desvía los golpes o se prepara para la contra- ofensiva, mientras que el bando o contendor que se encuentra en una postura estratégica ofensiva, actúa urgido por la celeridad del impulso, trata de acercar el momento de la decisión, y se despliega en el teatro con todas o con las mejores de sus fuerzas.Aquel que responde el ataque, es decir, el defensor no solamente es el primero en crear la dualidad propia del combate o la batalla (el enfrentamiento entre dos fuerzas adversarias enfrascadas en la guerra), sino que además, tiene la posibilidad de definir inicialmente el grado de intensidad con que se desencadenará la batalla.El tiempo como noción estratégica, generalmente actúa ordenado y articulado por la defensiva. El defensor "tiene tiempo" para elegir lugar y momento de la decisión.Siempre hay que tomar en cuenta que existe una usura progresiva de la postura y del esfuerzo ofensivo, hasta que el enfrentamiento llega a su punto culminante y las fuerzas del defensor pueden acrecentarse gradualmente hasta convertir la contra- ofensiva en una ofensiva estratégica.
En la guerra en general, y en su concepto estratégico, si la ofensiva no produce una decisión rápida, inmediata y fulminante, el tiempo comienza a jugar en su contra y en favor de la defensiva.Las fuerzas defensivas o en postura defensiva, fijan la equivalencia de la Política y de la Estrategia, porque la encrucijada del enfrentamiento es el propio centro de gravedad en el espacio bélico, y allí el defensor hace actuar y puede explotar más eficazmente el factor tiempo, a condición que el concepto estratégico lo integre.Es necesario considerar además, desde una perspectiva realista, que los tiempos de decisión en el desarrollo objetivo de la guerra y de la batalla, están tendiendo a disminuir cada vez más, originando no sólo una creciente tensión psicológica en los núcleos humanos de mando y de dirección de combate, sino que alterando la propia noción de tiempo durante la batalla, la que parece reducirse ahora a escasos minutos de concentración e intercambio de fuego, o a llegar a la instantaneidad.Opera aquí la tendencia estratégica, operacional y táctica -cada vez más predominante actualmente- a promover y buscar la velocidad o celeridad en la guerra: celeridad en los despliegues, celeridad en el golpe decisivo, celeridad en la búsqueda de decisión en la batalla, celeridad en la concentración en el centro de gravedad. El tiempo de la guerra, también se mide en términos de celeridad o retardo, de aceleración o de disminución o "ralentización" del ritmo.
Para este autor, el lugar específico y relativo que ocupa un actor con respecto a otro y en el marco de una estructura y jerarquización del poder: los sistemas, los territorios y los espacios y la ubicación que cada actor tiene dentro de ellos, puede ser entendido en términos de posición, es decir, de un lugar relativo en relación con otro; cada punto dentro de una red, solo es comprensible en tanto en cuanto se relaciona con otro punto, a través de líneas, de vectores.
En ese orden, desde la perspectiva de la posición, los actores y puntos de un sistema, pueden situarse en una condición de centralidad -o sea, de manejo, control y posesión de los factores claves del poder, la dominación y la hegemonía- o de periferia, es decir, situados en los márgenes del sistema, o en una condición de dependencia, de subordinación.Esta centralidad o esta periferización, sin embargo, siempre está asociada a redes, líneas y puntos, es decir, al despliegue de los actores dentro de determinados espacios y territorios.El dominio o la posesión de territorios, lo que podría entenderse como la territorialidad de la acción humana, constituye uno de los rasgos distintivos de la especie, aunque también se trata de una característica que presentan la mayor parte de las especies animales.
La territorialidad se nos presenta como una manifestación de la voluntad y de la capacidad del ser humano para apropiarse y ejercer alguna forma de poder y/o dominación sobre un determinado espacio, en virtud de ciertos intereses.Bajo determinadas condiciones, la territorialidad de un actor produce o induce a confrontarse con otro actor respecto de un determinado espacio o territorio.
De manera que en los términos modernos, los espacios hacen referencias a manifestaciones del poder, es decir, a una determinada, específica y particular dotación de fuerza, energía e información como para lograr determinados fines, que llamaremos intereses.
En su dimensión realista, el dominio o no-dominio de los espacios y territorios se realiza como consecuencia de la materialización de determinados intereses, determinados objetivos estratégicos de largo plazo que mueven a los grandes actores programáticos en el sistema internacional.
Un aspecto esencial de la reflexión geopolítica consiste en determinar y delimitar la escala de los espacios a los que dicha reflexión hace referencia. Se trata de analizar el espacio y el territorio desde la perspectiva del tamaño o envergadura de la acción y del alcance geo-espacial de dicha acción o práctica.Las escalas locales, regionales, nacionales y continentales son las que mejor conocemos desde las Ciencias Sociales del siglo XIX y XX, en tanto ellas se refieren a dimensiones territoriales conocidas mediante la cartografía y los propios desplazamientos.
La localidad, la región, la nación o el continente son a la vez, realidades geográficas que se inscriben en la superficie terrestre, y representaciones mentales acerca de la geografía.En las condiciones de la tendencia a la globalización o mundialización, las anteriores escalas se superponen y se resitúan en relación con la escala planetaria, mundial o global. Ahora bien, entendemos que para los individuos de principios del siglo XXI es mucho más factible "pensar" la región o el país, pero difícilmente podemos "pensar el mundo" toda vez que debemos hacer un esfuerzo intelectual para lograr imaginar y reconstruir mentalmente, el gigantismo de un planeta del cual solo vemos ocasionalmente su forma completa.No obstante esta dificultad racional, la escala planetaria o global, es asumida intelectualmente como el espacio donde actores, sistemas e instituciones operan cubriendo o intentando cubrir la totalidad del mundo, todos sus continentes.
Para Hobshawn, J. (2000) "Los factores dinámicos del análisis geopolítico: son tendencias centrípetasy tendencias centrífugas". Esto significa que al interior del espacio geopolítico, los actores desarrollan y se encuentran inmersos en dos grandes ordenes de tendencias: una que conduce hacia la concentración, organización, articulación, concertación, y que se denomina una tendencia centrípeta; y otra, en la que el comportamiento de los actores se orienta hacia la dispersión, hacia el conflicto, hacia la fragmentación, hacia la fuga de los espacios y arenas de articulación.El funcionamiento de los sistemas, del orden internacional y de los actores del sistema internacional puede ser interpretado a la luz de esta constante global: a un ciclo de tendencia centrifuga, sigue otro de tendencia centrípeta.Los diferentes actores del sistema internacional juegan generalmente en ambos "registros": inducen o empujan en una u otra dirección según la naturaleza específica y la percepción que tienen de sus propios intereses y de los intereses que están en juego en las diferentes arenas.Aquí se analizan las percepciones propias y ajenas respecto del lugar que le cabe a un actor político dentro de la escena internacional. Dichas percepciones depende tato de la cultura propia, de la voluntad política y geopolítica del Estado y la elite dirigente, como de la imagen internacional que dicho actor ha logrado establecer y ha obtenido como consecuencia o efecto de sus prácticas internacionales.Al mismo tiempo esta noción presupone que cada sociedad, cada actor político que interviene en la esfera internacional posee un determinado grado de conciencia del lugar que posee y desea poseer en el mundo y en el espacio continental circundante. Es esa conciencia del propio espacio la que va a determinar la representación que se forma de éste.
En ese orden, la noción de territorialización nos aproxima a la comprensión del proceso de construcción del territorio. Las prácticas humanas (económicas, sociales, políticas, estratégicas…) van configurando un cierto territorio en virtud de ciertas estrategias e intereses que las mueven.
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