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Krugman, Stiglitz y la reestructuración de la deuda griega (Parte II) (página 8)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

Alemania y Francia, los artífices de las onerosas condiciones del tercer rescate griego saben que la transferencia de fondos representa un compás de espera. Correrá la misma suerte que los dos anteriores.

Los griegos no cumplirán lo acordado y esto provocará compasión en la soleada Europa meridional y cólera en la puritana y virtuosa del norte que es la que lleva el peso de los préstamos. Así ocurrió con los dos anteriores rescates. Pero esta vez es distinto porque no habrá otro. Todo indica que el tercer rescate es un mero preámbulo para el tan llevado y traído Grexit. La vuelta ordenada de Grecia al dracma ya figura como plan B en el núcleo duro berlinés.

Los alemanes, que renunciaban a su Bundesbank y a su Deutsche Mark, ¿hubieran aceptado a Grecia en la eurozona de tener fresca en la memoria el anárquico y primitivo entorno de Zorba que Michael Cacoyannis tan crudamente tradujo al celuloide? Ahora se cumplen las profecías de que la moneda común sin unión fiscal, lejos de soldar Europa acabaría dividiéndola en deudores y acreedores.

Y es ahora cuando comenzamos a darnos cuenta de que cada palo ha de aguantar su propia vela. Se vislumbra, además, la brecha entre Alemania y Francia.

Grexit fue la amenaza directa de Wolfgang Schäuble, el ministro de finanzas alemán, cuando se calentaron los ánimos en las negociaciones del tercer rescate. Su propuesta de un tiempo muerto griego de cinco años en la eurozona pareció una imbecilidad.

Es como decir nos divorciamos, dividimos lo que tenemos en común, cada uno va por su lado y luego nos volvemos a juntar dentro de un lustro. Pero no lo era. Schäuble no estaba dispuesto a ser engañado de nuevo, y con él la mayoría de los alemanes, y proponía un time out para siempre.

Así lo entendió el francés François Hollande que tampoco es tonto. Con la amenaza muy real de su ministro, Angela Merkel pudo imponer unas condiciones que inducen al Grexit y que, en principio, Francia, apoyada por Italia, quería evitar.

Coherente pero inflexible

La postura completamente coherente y totalmente inflexible de Schäuble desde el primer día en que los radicales de Syriza se hicieron con el poder en Grecia a comienzos de año ha sido contada en detalle por Yanis Varufakis, su contrincante griego hasta hace diez días, en una interesantísima entrevista que concedió al semanario izquierdista británico New Statesman y que es fácilmente accesible en Internet.

Schäuble se plantó. No habría ninguna reestructuración de la deuda griega y Atenas solo podría recibir fondos a cambio de fuertísimos recortes de gasto y profundas reformas estructurales. Hizo suya la máxima de Margaret Thatcher: los socialistas son capaces de seguir cometiendo destrozos mientras que puedan contar con el dinero de los demás.

Y esto escuece en Francia y en toda la ribera mediterránea socialdemócrata de Europa.

Friedrich List, el economista del siglo XIX nacido en Baden-Wurtemberg que tanto se ocupó de la Unión Aduanera, el Zollverein, que puso los cimientos para la unión de Alemania, quiso extender su sistema de una moneda común a otros países y fue en cierta manera un precursor del euro actual.

Ahora bien, lo que no quiso fue incluir en su plan a "España, Portugal, Nápoles, Turquía, Egipto y todos los demás países bárbaros". Pudo haber añadido Grecia como hoy proclama Schäuble. La lista de aptos para el euro no está necesariamente cerrada.

Alemania ha puesto sobre la mesa las cartas de la Europa de las dos velocidades. Habrá Währungsunion, la unión económica y monetaria, pero esto, la "más Europa" deseada por los eurófilos, será para los menos.

Ya decía List que era "absurdo" pensar que los países "calurosos" podrían desarrollar industrias. A la Grecia de Zorba y de la danza del sirtaki le cabe ser un gran Club Med, un simpático lugar plagado de resorts construidos y operados por empresas alemanas para turistas y jubilados alemanes.

– El Grexit sigue siendo el resultado probable de este lamentable proceso (Expansión – FT – 20/7/15)

(Por Wolfgang Münchau)

A menos que la economía se comporte de forma muy distinta al pasado, estará atrapada en un círculo vicioso

Alexis Tsipras nunca debería haber contratado a Yanis Varoufakis como ministro de Finanzas. O debería haberle escuchado, y haber seguido su programa. En su lugar, el primer ministro griego eligió la peor de las opciones. Siguió el consejo de Varoufakis de rechazar la oferta de los acreedores -hasta la semana pasada. Pero al hacerlo, Tsipras cometió el grave error de eludir el plan B de Varoufakis para el momento en el que cerrasen los bancos: la introducción inmediata de una divisa paralela -pagarés emitidos por el Estado griego pero denominados en euros.

Una moneda paralela habría permitido a los griegos pagar sus transacciones diarias cuando se limitó a 60 la suma diaria que podía extraerse de los cajeros. Con ello se habría evitado un colapso total de la economía.

Pero Tsipras no optó por ello, ni por ningún otro plan B. En su lugar capituló. En ese punto, ni siquiera estaba en posición de escoger un Grexit -la salida de Grecia de la eurozona.

El requisito económico previo para ello habría sido el de gestionar un superávit primario -antes del pago de la deuda- y un superávit equivalente en el sector privado. Grecia no posee reservas de divisas extranjeras. Si los griegos introdujesen de nuevo el dracma, habrían tenido que pagar todas sus importaciones con las ganancias en moneda extranjera de sus exportaciones. Estas condiciones previas mínimas se daban en marzo, pero no en julio.

Así que, al igual que sus predecesores, Tsipras acabó accediendo a otro pésimo acuerdo de rescate, que adolece de los mismos fallos fundamentales que sus predecesores. Esto me lleva a concluir que el Grexit sigue siendo el desenlace más probable, después de todo.

Esto puede producirse principalmente de tres formas. La primera es, sencillamente, que no se complete el acuerdo. Todo lo que se acordó la semana pasada es para dar comienzo a las negociaciones, aparte de ofrecer algo de financiación provisional.

Un acuerdo podría fracasar porque los propios actores principales son escépticos. Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas alemán, asegura que guardará en el cajón su oferta de un Grexit, por si las negociaciones fracasan. Tsipras denunció el acuerdo en varias ocasiones la semana pasada. Y el Fondo Monetario Internacional nos dice que los números no cuadran, y que no firmará a menos que los acreedores europeos acuerden una quita de la deuda.

Los alemanes se niegan a discutir el asunto, sacando a colación algunas normas fabricadas según las cuales los países de la eurozona no pueden incurrir en mora. Es una estupidez legal, pero supongo que el propósito es el de trazar nuevas líneas rojas en las negociaciones.

Intuyo que finalmente alcanzarán un acuerdo, pero éste conllevará -como siempre- apabullantes daños colaterales: una menor relajación de la deuda de la necesaria, y más austeridad de la que Grecia puede soportar.

Un escenario de Grexit más probable es que se acuerde un programa que luego falle. El Gobierno de Atenas puede implementar todas las medidas que exigen los acreedores, pero la economía no consigue recuperarse y los objetivos de deuda siguen mostrándose esquivos. Tsipras ya acordó la semana pasada que, de producirse esta situación, aplicaría más austeridad.

Así que, a menos que la economía se comporte en el futuro de una forma muy distinta a como lo hizo en el pasado, seguirá atrapada en un círculo vicioso durante muchos años. En ese punto, Tsipras, o su sucesor, podría aceptar la derrota y optar por negociar un Grexit como la opción menos dolorosa. El Grexit también podría ser impuesto por los acreedores.

El escenario de un Grexit que considero más probable es otro distinto.

Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, apuntó a ello en su entrevista con Financial Times la semana pasada cuando dijo que percibía "algo revolucionario" en el aire. Creo que va por buen camino. El escenario más probable en mi opinión es un Grexit a través de la insurrección. Dentro de tres años, no me sorprendería que Tusk y sus colegas del Consejo Europeo tengan que tomar medidas aún más drásticas para sofocar una crisis.

Grecia aún no ha llegado al punto de la insurrección -pese a ocho años de recesión. Las encuestas de opinión siguen reflejando que una mayoría de la población está a favor de seguir en el euro. En la vida real, la gente escoge entre un pequeño número de alternativas políticas y conformarse con la que piensan que funciona mejor para la economía. Votaron a Tsipras y a su partido Syriza en enero porque los otros partidos no cumplieron. Si Syriza también les falla, como seguramente suceda, a los griegos no les quedarán opciones democráticas.

¿Puede Tsipras evitar todavía el desastre? Si se celebran elecciones anticipadas en otoño, pudiera caber la posibilidad de que ganase y de que en algún punto recuperase la idea de Varoufakis de una divisa paralela. Pero creo que el momento de la divisa paralela se ha ido con el hombre. Tengo la premonición de que Tsipras llevará a cabo una campaña de agitación política, cargada de retórica contra los acreedores, pero que después accederá a todo lo que éstos exijan, y que seguirá el programa hasta su dramático clímax.

– Edmund Phelps, Nobel de Economía: "Perdonar la deuda a Grecia no es solución" (BBCMundo – 21/7/15)

(Por Luis Fajardo)

Defender la posición alemana en las negociaciones de deuda con Grecia no está de moda.

Varios de los economistas más famosos del mundo han expresado públicamente su rechazo a las exigencias alemanas a su deudor, Grecia. Entre ellos, los premios Nobel Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Thomas Piketty.

Alegan que exigirle más austeridad a Grecia a cambio de refinanciar su deuda es una posición económicamente equivocada y políticamente cuestionable.

Y aseguran que la única salida para la crisis es perdonar cantidades sustanciales de deuda.

Pero en medio de ese coro de críticas a Alemania, surge la voz de otro premio Nobel de Economía, el estadounidense Edmund Phelps, quien alega en sentido diametralmente contrario.

Phelps, ganador del premio nobel en 2006 y, al igual que Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, habló en exclusiva con BBC Mundo.

Dijo que los alemanes solo buscan que se cumplan las reglas de juego de la eurozona. Criticó a sus colegas economistas que han buscado ubicar a Alemania en el rol del "malo".

Phelps asegura que la austeridad en Grecia estaba funcionando y que muchos de los que se oponen a ella buscan proteger sus prestaciones y evitar pagar impuestos.

Defiende que hace varios años que los gobiernos griegos "no han movido un dedo" para resolver los motivos profundos de la crisis.

Y que en el fondo, perdonar la deuda a los griegos no arregla una crisis que, en su opinión, surge del clientelismo, el irrespeto a la ley y la ineficiencia en el gobierno griego.

A continuación BBC Mundo reproduce la entrevista con el premio Nobel Edmund Phelps.

¿Por qué cree usted que es mala idea perdonar la deuda de Grecia?

No creo que ayude a crear una buena economía. Grecia está llena de problemas estructurales que no está atendiendo.

No obstante, el también premio Nobel de Economía Stiglitz le dijo a BBC Mundo hace unos días que las condiciones impuestas a Grecia por sus acreedores "son indignantes". ¿No comparte esta opinión?

Déjeme decirle que es lamentable que algunos comentaristas estén intentando volver estos eventos en una especie de asunto de moralidad, de "Buenos vs. Malos".

Creo que todo el mundo está tratando de entender en que falló Grecia, en que falló la eurozona y qué puede hacerse para recuperar a Grecia.

Los (economistas) keynesianos están cometiendo varios errores. El primero es que parecen sugerir que el problema fundamental en Grecia es una caída en la demanda debido a la austeridad. Y eso es absurdo. El superávit fiscal (exigido a Grecia) ciertamente no es muy grande o punitivo.

Además, la razón por la que creo que terminar con la austeridad no es suficiente es que hay toda clase de problemas estructurales en la economía griega, como el clientelismo, el amiguismo, el derrumbe del imperio de la ley, se dice que hay algunas áreas con propiedad estatal excesiva.

Hablando de moralidad, ¿son injustificadas las críticas que recibe Alemania por insistirle a Grecia en el pago completo de la deuda?

Creo que la gente está haciendo una caricatura de la posición alemana. No creo que sea el dinero lo que ellos quieran recuperar. Me parece que lo que preocupa a los alemanes es que hay un conjunto de reglas que todas las naciones deben seguir en la eurozona para que el sistema del euro siga intacto.

Teniendo en cuenta que varias naciones han invertido mucho en el euro y creen que es importante incluso para el funcionamiento de la Unión Europea, es comprensible que muchos países como Holanda, Alemania y tal vez Austria, Finlandia y los bálticos crean firmemente que hay que respetar las reglas.

Pero hasta el Fondo Monetario Internacional dice que la deuda griega en su nivel actual puede ser insostenible. Que objetivamente puede ser mejor darles algo de alivio. ¿No está de acuerdo?

El problema vuelve a las reglas de la eurozona y algunos países, creo que Alemania, tienen prohibiciones a que su gobierno regale dinero. El FMI también insiste siempre en que le paguen sus deudas, porque si no les pagan, no tendrán dinero para prestarles a otros países cuando caigan en dificultades. Es básico para el FMI que les paguen.

No sé si sería mejor tener unas instituciones menos rígidas. Tal vez serían objeto de abuso. No entiendo cuál es la significancia de este pequeño debate secundario sobre si Grecia tiene que pagar. Es muy complicado, hay que especificar, ¿pagarle a quién?, ¿al FMI, al Banco Central Europeo, a Bruselas? Y no creo que sea fundamental. Lo fundamental es que Grecia tiene que reformarse y crear una economía saludable.

Aquí lo cierto es que los gobiernos griegos por muchos años no han levantado un dedo para crear una economía más saludable. El gobierno practica el clientelismo, el amiguismo y eso no es todo. Mientras eso sea el caso, Grecia no va a alcanzar al resto de la Unión Europea. Va a ser la nación atrasada de la Unión Europea, continuará teniendo dificultades financieras y será vulnerable a la crisis.

Lo que Grecia tiene que hacer es fortalecerse. Ese es mi mensaje. Todo lo demás es, hasta cierto punto, efímero.

Los griegos están enfrentando una enorme depresión. Incluso si la austeridad fuera buena para ellos en el largo plazo, los griegos pueden decidir que el precio político que pagan por ella es insostenible y que eventualmente es mejor salirse del euro. En ese contexto, ¿deberían los demás europeos esforzarse en mantenerlos en el euro? Y si finalmente los griegos deciden irse, ¿qué efecto tendría eso sobre la moneda común europea?

No estoy de acuerdo completamente con una parte de la pregunta. No deberíamos preguntarnos qué pasa si Grecia no puede lograr la austeridad. Ha estado logrando la austeridad por varios años.

Es importante entender que Grecia estaba recuperándose en 2013 y 2014, y después empezó a haber esta rebeldía y esta impaciencia con la tasa de progreso, que entiendo que era lento, pero la austeridad era sostenible.

Es que muchas facciones de la sociedad se cansaron de ello o pensaron que no deberían pagar los impuestos que les cobraban, y que no deberían renunciar a las prestaciones que les estaban pidiendo que dejaran, y por eso se cayó todo.

Lo que Grecia puede decidir es que prefiere retirarse del euro y devaluar su nueva moneda para hacer que el país sea más competitivo.

Y aquí volvemos a mi punto fundamental. Hay tantas cosas malas con la economía griega que una devaluación de 10 o 15% no se acercaría siquiera a recuperar un buen crecimiento económico o nivel de empleo para Grecia.

¿Pero qué le pasaría al euro si se retira Grecia? ¿Estarían mejor sin Grecia?

Es difícil decirlo. Podría ser mejor o peor, pero en cualquiera de los dos escenarios, no tendría un impacto muy profundo sobre el euro.

Me preocuparía, sin embargo, el impacto a largo plazo de una eventual salida de Grecia, porque podría desmoralizar a países miembros de la eurozona y podría ser infortunado para el proyecto europeo.

Ambas partes en esta crisis han hecho errores colosales pero los críticos de Bruselas y la eurozona no están dándose cuenta de la importancia que esos países le dan al proyecto europeo.

Para los países, el proyecto europeo (de integración económica) es muy importante al unir en una causa común a Alemania, Francia y los otros. Y eso está bien. Ofrece un ámbito de discusión para toda clase de asuntos. Europa no tuvo eso por cientos de años y fue un campo de batalla durante la mayoría de ese tiempo. La eurozona sirve una importante función social que está siendo ignorada por los críticos entre los economistas.

(Edmund S. Phelps se graduó en el Amherst College en 1955 y obtuvo su doctorado en Yale en 1959. Fue profesor de Economía en las universidades de Yale y Pennsylvania. En 1971 se incorporó al departamento de economía en la Columbia University de New York, en la que es McVickar Professor of Political Economy desde 1982. Es también director del Center on Capitalism and Society, Earth Institute en la misma universidad. Edmund Phelps obtuvo el premio del Banco Central de Suecia en memoria de Alfred Nobel en 2006 en reconocimiento a sus análisis sobre "las compensaciones intertemporales en las políticas macroeconómicas")

– El vengativo plan de privatización de Europa para Grecia (Project Syndicate – 20/7/15)

Atenas.- El 12 de julio, la cumbre de dirigentes de la zona del euro dictó sus condiciones para la rendición al Primer Ministro de Grecia, Alexis Tsipras, quien, aterrado por las otras posibles opciones, aceptó todas ellas. Una de dichas condiciones se refería al destino que dar a los activos públicos de Grecia restantes.

Los dirigentes de la zona del euro pidieron que se transfirieran los activos públicos griegos a un fondo parecido a la Treuhand, una liquidación similar a aquella a la que se recurrió después de la caída del muro de Berlín para privatizar rápidamente -con una gran pérdida financiera y con consecuencias devastadoras para el empleo- todas las propiedades públicas del Estado de la Alemania oriental.

Esa Treuhand griega estaría radicada en -no se lo pierda el lector- Luxemburgo y la administraría un equipo supervisado por el ministro de Hacienda de Alemania, Wolfgang Schäuble, autor del plan. Concluiría las ventas dentro de tres años, pero, mientras que la labor de la Treuhand original fue acompañada de inversiones en masa por parte de la Alemania occidental en infraestructuras y grandes trasferencias sociales a la población de la Alemania oriental, el pueblo de Grecia no recibiría clase alguna de prestación correspondiente.

Euclid Tsakalotos, quien me sucedió en el cargo de ministro de Hacienda de Grecia hace dos semanas, hizo todo lo posible para mejorar los peores aspectos del plan de la Treuhand griega. Consiguió que el fondo tuviera su sede en Atenas y también la importante concesión por parte de los acreedores de Grecia (la llamada troika, compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) de que se pudieran prolongar las ventas durante treinta años, en lugar de sólo tres, lo que revestía importancia decisiva, porque permitirá al Estado griego contar con los activos devaluados hasta que su precio se recobre de los bajos niveles inducidos por la recesión actual.

Lamentablemente, la Treuhand griega sigue siendo un horror y debería ser un estigma en la conciencia de Europa. Peor aún: es una oportunidad desaprovechada.

El plan es políticamente tóxico, porque el fondo, aun domiciliado en Grecia, será administrado en realidad por la troika. También es financieramente nocivo, porque la recaudación irá destinada a amortizar los intereses de una deuda que, como reconoce ahora el propio FMI, es imposible de pagar, y falla económicamente porque desaprovecha una maravillosa oportunidad para crear inversiones encaminadas a contrarrestar las consecuencias recesivas de la punitiva consolidación fiscal que también forma parte de las "condiciones" fijadas en la cumbre del 12 de julio.

No tenía por qué ser así. El 19 de junio, comuniqué al Gobierno de Alemania y a la troika una propuesta substitutiva, como parte de un documento titulado "Para poner fin a la crisis griega":

"El gobierno de Grecia propone juntar los activos públicos (excluidos los pertinentes para la seguridad, los servicios públicos y el patrimonio cultural) en un grupo financiero central separado de la administración gubernamental y que se gestione como entidad privada, con la égida del Parlamento griego y con el objetivo de lograr el mayor valor de sus activos subyacentes y crear una corriente inversora nacional. El Estado griego será el único accionista, pero no garantizará sus obligaciones ni su deuda".

Ese grupo financiero desempeñaría un papel activo en la preparación de los activos para su venta. Emitiría "un bono con plena garantía de los mercados internacionales de capitales" para recaudar entre 30.000 y 40.000 millones de euros (entre 32.000 y 43.000 millones de dólares), que, "teniendo en cuenta el valor actual de los activos", se invertirían "en la modernización y la reestructuración de los activos que administre".

El plan preveía un programa de inversión de entre tres y cuatro años, a consecuencia del cual habría un "gasto suplementario del cinco por ciento del PIB por año", lo que entrañaría en las condiciones macroeconómicas actuales "un positivo efecto multiplicador del crecimiento de más del 1,5", lo que "debería impulsar el crecimiento nominal del PIB a un nivel por encima del cinco por ciento durante varios años". Esto último induciría, a su vez, "aumentos proporcionales de los ingresos tributarios", lo que "contribuiría a la sostenibilidad fiscal, al tiempo que permitiría al Gobierno de Grecia ejercer una disciplina en materia de gasto sin contraer más la economía social".

En esa situación hipotética, el superávit primario (excluidos los pagos de intereses) "lograría con el tiempo magnitudes de "velocidad de escape" en términos absolutos y como porcentaje". A consecuencia de ello, se concedería al grupo financiero "una licencia bancaria" al cabo de uno o dos años, "con lo que pasaría a ser un banco de desarrollo de pleno derecho, capacitado para atraer inversiones privadas a Grecia y participar en proyectos de colaboración con el Banco Europeo de Inversiones".

El banco de desarrollo que propusimos permitiría "al Gobierno elegir los activos que se privatizarían y los que no, al tiempo que garantizaría una mayor repercusión en la reducción de la deuda de las privatizaciones seleccionadas". Al fin y al cabo, "los valores de los activos deberían aumentar en mayor cantidad que la gastada en realidad en la modernización y la reestructuración, ayudados por un programa de asociaciones público-privadas cuyo valor aumentaría conforme a la probabilidad de la futura privatización".

Nuestra propuesta fue acogida con un silencio abrumador. Dicho con mayor precisión, el Eurogrupo de ministros de Hacienda de la zona del euro y la troika siguieron filtrando a los medios de comunicación mundiales la afirmación de que las autoridades griegas no tenían propuestas innovadoras y creíbles que ofrecer: su cantinela permanente. Unos días después, una vez que los poderes establecidos comprendieron que el Gobierno griego estaba a punto de capitular ante las exigencias de la troika, consideraron oportuno imponer a Grecia su degradante, inimaginativo y pernicioso modelo de Treuhand.

En un punto de inflexión de la historia europea, nuestra innovadora propuesta substitutva fue arrojada a la papelera. Ahí permanece para que otros la recuperen.

(Yanis Varoufakis, a former finance minister of Greece, is Professor of Economics at the University of Athens)

– Europa muestra una actitud confusa frente al liderazgo de Alemania (Expansión – FT – 21/7/15)

(Por Bill Emmott / FT)

A la eurozona le gusta apoyar a Berlín cuando se equivoca y oponerse a él cuando lleva la razón.

Nos encontramos en un entreacto de la larga tragedia griega, en un intervalo entre las lamentaciones del coro pero todavía lejos del final, así que es un buen momento para reflexionar sobre un hecho importante de la política de la eurozona: ¿Por qué los otros 18 miembros de la moneda única aceptan el liderazgo de Alemania cuando se equivoca, y sin embargo lo rechazan cuando lleva la razón? Dicho de otra forma: Si estamos en una Europa dominada por Alemania, ¿por qué ejercen los alemanes su dominio de forma tan infructuosa?

Sin duda, esto depende del concepto que se tenga sobre lo correcto y lo equivocado. Lo que quiero decir con "correcto" es la opinión expresada por Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas de Alemania, de que Grecia debería salir del euro, tanto por su propio bien como por el de la propia moneda única. Y aunque no se piense que es correcta, no cabe duda de que tiene lógica.

La lógica del Grexit -que sea "temporal" o no es una mera cuestión de semántica– surge de la combinación del análisis del Fondo Monetario Internacional sobre el tamaño de la deuda soberana de Grecia, que define como insostenible si no se lleva a cabo una gran quita, y de la visión presentada por los países de la eurozona, grandes y pequeños, ricos y pobres, que sostienen que la condonación de la deuda por parte de los acreedores oficiales es incompatible con la pertenencia a la moneda única.

Se puede debatir si este último punto, que sólo una nación que se marche puede recibir una quita de otros gobiernos y prestamistas oficiales, es forzosamente cierto. Pero ninguno de los que defienden con firmeza la permanencia de Grecia en el euro -incluidos Francia, Italia y Luxemburgo, los países que se han opuesto con más vehemencia a la línea de Schäuble- han abordado esta cuestión, al menos no de forma pública. Hasta que lo hagan, la simple lógica y la aritmética de la deuda convertirán el Grexit una mera cuestión de tiempo.

Después de iniciar el fin de semana de negociaciones del 11-12 de julio con la esperanza de forzar a Grecia a salir del euro, ni la canciller alemana Angela Merkel ni Schäuble pueden pensar ya que Alemania "domine" en cualquier sentido Europa. Y sin embargo, ha conseguido que la eurozona se aferre durante más de tres años ya a una postura económica que ha elevado el nivel de desempleo de los 19 países a más del doble que el de EEUU.

Es difícil encontrar una definición mejor de "equivocado" que el pacto fiscal de 2012, que impone una férrea postura fiscal en toda la eurozona, sin importar si un país tiene un nivel de deuda pública sostenible, sin importar el coste de financiación y sin importar el estado de la demanda adicional, y que rechaza al mismo tiempo la idea de que los países con amplios superávits por cuenta corriente tienen que hacer ajustes.

En otras palabras, se trata de una política bajo cuya lógica EEUU ha adoptado una conducta fiscal temeraria en los últimos años, con un deuda pública bruta que excede el 102% del producto interior bruto, y cuyo déficit por cuenta corriente del 2,6% del PIB muestra que sufre una severa falta de competitividad que, evidentemente, exige reformas estructurales urgentes y austeridad fiscal. El hecho de que la tasa de desempleo estadounidense del 5,3% sea aún más baja que el 6,4% de Alemania es un nimio inconveniente a este argumento, pero tal vez esté creando problemas para el futuro.

Es esta extraña combinación, de una política acertada que es rechazada y una política errónea que no encuentra oposición, la que está dando lugar al riesgo del que habló el presidente polaco del Consejo Europeo en torno al contagio político de Grecia, que puede dar alas al nacionalismo en toda Europa. Ese nacionalismo, encarnado por el Frente Nacional de Francia, o la Liga del Norte de Italia, o incluso el Partido de la Independencia de Reino Unido, no se caracteriza principalmente por un sentimiento anti alemán, lo que podría ocurrir si Alemania realmente dominase Europa. Está caracterizado por una rebelión contra los partidos tradicionales de cada país que han confabulado para llegar a esta disparatada situación.

Esta combinación, no obstante, ofrece un posible camino a seguir. Se puede complacer a Alemania sobre el Grexit, a cambio de que modifique su actitud en relación a las normas fiscales que están estrangulando la economía europea. Lo gracioso es que esto es lo que expone el FMI desde hace años, al menos en su análisis económico. Un día, cabe incluso la posibilidad de que se le escuche.

(Bill Emmott, a former editor of The Economist, is the author of Good Italy, Bad Italy, and The Rivals: How the Power Struggle Between China, India, and Japan Will Shape Our Next Decade…)

– ¿Y si fuera Alemania y no Grecia quien tiene que dejar el euro? (Expansión – 22/7/15)

(Por M. Castillo)

"Lo mejor para todos los integrantes de la moneda única en Europa sería que Alemania, y no Grecia, fuera el primer país en dejar el euro", señala un ex directivo del FMI.

Ashoka Mody, ex director financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI), y responsable de los rescates llevados a cabo durante la crisis del euro, es uno de los pocos que está de acuerdo con la postura del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schaeuble, en romper el tabú sobre la pertenencia al euro.

Pero el debate, según afirma Mody en un artículo publicado el pasado viernes en Bloomberg Views, va en otra dirección al discurso oficial sobre la posibilidad del "Grexit".

Mody, ahora profesor visitante de política económica internacional en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, Estados Unidos, argumenta en su artículo del que este lunes se hacía eco Business Insider que "lo mejor para todos los socios del euro sería que fuera Alemania la que abandonara el club, y no Grecia u otros países periféricos, tal como ha propuesto Schauble sin ambages".

Este experto considera que el regreso de Alemania al marco causaría una inmediata devaluación del euro, que a su vez se traduciría en una mayor competitividad para los países del sur de Europa que ahora van a remolque.

"Italia y Portugal tienen un PIB similar al que tenían cuando se introdujo el euro y Grecia está en camino de empeorar las cifras desde su punto de partida en la moneda única, y un euro debilitado les daría una oportunidad de empezar a crecer. Si además, a Alemania le siguieran Holanda, Bélgica, Austria y Finlandia, quizás para formar un bloque económico alternativo con otra moneda común, el euro se depreciaría todavía más".

Alemania y dos bloques económicos: el norte y el sur

Así, Mody, cuyo planteamiento es que la unión monetaria fue "una mala idea", sugiere en Europa dos bloques económicos, un escenario en el que todos los actores saldrían ganando.

"Los países del sur compartirían una moneda con un valor mucho menor, lo que sería bueno para ellos, y Alemania tampoco saldría mal parada, ya que aunque el país perdería la inmensa capacidad exportadora que ahora tiene en la eurozona, los alemanes, serían, en la práctica, más ricos de lo que son ahora, ya que aumentaría con creces su poder adquisitivo".

El ex mandatario del FMI pone un ejemplo: cuando el franco suizo se disparó a comienzos de año tras desligarse del euro eliminando el tipo de cambio mínimo, supuso un fuerte repunte de la moneda helvética. "Esto repercutió negativamente sobre la producción de manufacturas suizas", apunta, "pero la gente acudió en masa a la vecina Francia a comprar artículos mucho más baratos".

Para Mody, Grecia no ganaría nada en este sentido dejando el euro. Es un país con 11 millones de personas y un PIB similar al de la Baja Sajonia, uno de los 16 Länder (Estados Federados) alemanes. "El "Grexit" no reforzaría el euro lo suficiente para beneficiar a la economía de las familias alemanas y la moneda seguiría siendo demasiado fuerte para Italia, España y Portugal", argumenta.

Cuestión de experiencia

Apunta, además, que los alemanes saben cómo vivir con altas tasas de cambio. "Hasta la introducción del euro, el marco alemán se revalorizaba continuamente y las compañías alemanas se adaptaban a la situación ofreciendo productos de cada vez más alta calidad".

Reintroducir el marco sería para ellos un incentivo extra para aumentar su productividad ahora en decadencia y elevaría las ventas en el exterior de productos que ahora se están quedando en el mercado interno.

– Is Tsipras the New Lula? (Project Syndicate – 17/7/15)

Cambridge.- Greek Prime Minister Alexis Tsipras has the chance to become to his country what South Korean President Kim Dae-jung and Brazilian President Luiz Inácio Lula da Silva were to theirs: a man of the left who moves toward fiscal responsibility and freer markets. Like Tsipras, both were elected in the midst of an economic crisis. Both immediately confronted the international financial constraints that opposition politicians can afford to ignore.

On assuming power, Kim and Lula were able to adjust, politically and mentally, to the new realities that confronted them, launching much-needed reforms. Some reforms were "conservative" (or "neo-liberal") and might not have been possible under politicians of the right. But others were consistent with their lifetime commitments. South Korea under Kim began to rein in the chaebols, the country"s huge family-owned conglomerates. Brazil under Lula implemented Bolsa Familia, a system of direct cash payments to households that is credited with lifting millions out of poverty.

Tsipras and his Syriza party, however, spent their first six months in office still blinkered about financial realities, unable to see things from the perspective of others. The decision to hold a referendum on the bailout terms set by Greece"s creditors showed that they were politically blinkered as well.

If Tsipras were reading from a normal script, he would logically have asked Greeks to vote yes. But he asked them to vote no, which they did by a surprisingly wide margin. He evidently thought that this would strengthen his hand; instead, it merely strengthened the position of those Germans convinced that the time had come to let Greece drop out of the euro.

Only a week after the referendum, Tsipras finally faced up to reality: Greece"s euro partners are not prepared to offer easier terms. On the contrary, they are insisting on more extensive concessions as the price of a third bailout.

The only possible silver lining to this sorry history is that some of Tsipras"s supporters at home may now be willing to swallow the creditors" bitter medicine. One should not underestimate the opposition that reforms continue to face among Greeks. But like Kim and Lula, Tsipras could marshal political support from some on the left who reckon, "If he now says that these measures are unavoidable, there truly must be no alternative." (The same thing has of course happened on the right: Only Nixon could go to China.)

None of this is to say that the international financial realities a country faces are necessarily always reasonable. Sometimes global financial markets" eagerness to lend results in unreasonable booms, followed by abrupt reversals.

Foreign creditor governments can be unreasonable as well. The misperceptions and errors by leaders in Germany and other creditor countries have been as damaging as those on the part of the less-experienced Greek leaders. For example, the belief that fiscal austerity raises income, rather than lowering it, even in the short run, was a mistake, as was the refusal in 2010 to write down the debt. These mistakes explain why Greece"s debt/GDP ratio is even higher today than it was then.

Each side"s refusal to admit its mistakes reinforced the other side"s stubbornness. The Germans would have done better to admit that fiscal austerity is contractionary in the short run. The Greeks would have done better to admit that democracy does not mean that one country"s people can vote to give themselves other countries" money.

In terms of game theory, the fact that the Greeks and Germans have different economic interests is not enough to explain the poor outcome of negotiations to date. The difference in perceptions has been central. "Getting to yes" in a bargaining situation requires that the negotiators not only have a clear idea of their own top priorities, but also that they understand what the other side wants most.

A "bad bargain" would call on each side to forego its top priorities. The European Central Bank should not have to agree to an explicit write-down of Greek debt. And Greece should not have to run a substantial primary budget surplus for now. Under a relatively "good bargain", the creditors would modify interest rates and extend maturities further, as the International Monetary Fund now suggests, so that Greece does not have to pay the unpayable over the coming years, in exchange for growth-enhancing structural reforms.

One hopes that the awful experience of the last six months has led both sides to a clearer perception of economic realities and priorities. This will be necessary if the two sides are to arrive at a good bargain, rather than a bad one – or even an outright failure to cooperate, so that Greece effectively drops out of the euro.

A recurrent theme of the Greek crisis since it erupted in late 2009 is that both the Greeks and the eurozone"s creditor countries have been reluctant to consider lessons from previous emerging-market crises. After all, they said, Greece was a eurozone member, not a developing country. That is why, for example, the ECB and European Commission initially did not want Greece to go to the IMF and did not want to write down Greek debt.

Emerging market crises do hold important lessons. If Tsipras can now follow the course taken by Kim and Lula, he will serve his country well.

(Jeffrey Frankel, a professor at Harvard University's Kennedy School of Government, previously served as a member of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers. He directs the Program in International Finance and Macroeconomics at the US National Bureau of Economic Research, where he is a member of the Business Cycle Dating Committee, the official US arbiter of recession and recovery)

– Germany, Greece, and the Future of Europe (Project Syndicate – 20/7/15)

New York.- I have been helping countries to overcome financial crises for 30 years, and have studied the economic crises of the twentieth century as background to my advisory work. In all crises, there is an inherent imbalance of power between creditor and debtor. Successful crisis management therefore depends on the creditor"s wisdom. In this regard, I strongly urge Germany to rethink its approach to Greece.

A financial crisis is caused by a country"s excessive indebtedness, which generally reflects a combination of mismanagement by the debtor country, over-optimism, corruption, and the poor judgment and weak incentives of creditor banks. Greece fits that bill.

Greece was heavily indebted when it joined the eurozone in 2001, with government debt at around 99% of GDP. As a new member, however, Greece was able to borrow easily from 2000 to 2008, and the debt-to-GDP ratio rose to 109%.

When a country"s prosperity depends on the continued inflow of capital, a sudden stop or reversal of financial flows triggers a sharp contraction. In Greece, the easy lending stopped with the 2008 global financial crisis. The economy shrunk by 18% from 2008 to 2011, and unemployment soared from 8% to 18%.

The most obvious cause was lower government spending, which reduced aggregate demand. Public-sector workers lost their jobs, and construction projects ground to a halt. As incomes declined, other domestic sectors collapsed.

Another factor in Greece"s economic collapse is less obvious: the contraction of bank credit. As banks lost their access to interbank credit lines from abroad, they restricted lending and called in outstanding loans. Domestic savers also withdrew their deposits, fearing for the banks" solvency and -thanks largely to German Finance Minister Wolfgang Schäuble- for their country"s continued eurozone membership. Like shrinking aggregate demand, the contraction of bank loans had a multiplier effect, with growing financial fragility inducing depositors and overseas financial institutions also to withdraw credits and deposits from Greek banks.

In normal circumstances, economies overcome a debt crisis by cutting government deficits, shifting production from domestic sales to exports, and recapitalizing banks. The budget surplus and export revenues allow the economy to service its foreign debt, while bank recapitalization permits renewed credit expansion.

If the export boost is large enough and rapid enough, the earnings it brings largely offset the decline in domestic demand, and overall output is stabilized or even returned to growth. Spain, Ireland, and Portugal were all able to cushion their post-2008 slumps with a surge in export earnings. Remarkably, Greece could not. In fact, Greek export earnings in 2013, at € 53 billion, were actually € 3 billion lower than in 2008, even after domestic demand collapsed.

That is not surprising, for three reasons. First, because the European rescue packages did not recapitalize the Greek banking sector (the focus was on bailing out German and French banks), potential exporters could not obtain the operating credit required to support their retooling needs. Second, Greece"s economic base is too narrow to support a significant short-term increase in exports. Third, administrative, regulatory, and tax obstacles hindered the export response, especially as the tax increases in the rescue packages made it even harder for small and medium-size enterprises to grow and establish new markets abroad.

In my view, the policy response by Greece"s partners, led by Germany, has been unwise and highly unprofessional. Their approach has been to extend new loans so that Greece can service its existing debts, without restoring Greece"s banking system or promoting its export competitiveness. Greece"s initial € 110 billion bailout package, in 2010, went to pay government debts to German and French banks. As a result, Greece owes an ever-larger share of its debt to official creditors: the International Monetary Fund, the European Financial Stability Fund, and, increasingly, the European Central Bank. While Greece"s debts to private creditors have been partly cut, this was too little too late, because it cannot even service its debts to official creditors.

Year after year, Greece"s creditors have promised that the bailout packages would bring about a meaningful rebound in output, employment, and exports. Instead, the country has experienced a depression comparable to the decline in output and employment that Germany suffered from 1930 to 1932, the years that preceded Hitler"s rise. Many Germans may despise Greece"s current Syriza government, which pledged to end the policy of creditor-imposed austerity; but four consecutive governments -center-left, technocratic, center-right, and left- have implemented it.

All of these governments have failed. Perhaps Antonis Samaras"s center-right government from 2012 to 2015 came closest to succeeding, but it could not survive, politically, the severe austerity that it was being forced to impose. Nor did Greece"s creditors do anything to help Samaras"s government out of its political bind, even though it was a government they liked.

To overcome an economic crisis, the creditor must be smart and measured. It is right to demand strong reforms of a mismanaged debtor government; but if the debtor is pushed too hard, it is the society that breaks, leading to instability, violence, coups, and pervasive human suffering. While the debtor loses the most, the creditors also lose, as they are not repaid.

The formula for success is to match reforms with debt relief, in line with the real needs of the economy. A smart creditor of Greece would ask some serious and probing questions. How can we help Greece to get credit moving again within the banking system? How can we help Greece to spur exports? What is needed to promote the rapid growth of small and medium-size Greek enterprises?

For five years now, Germany has not asked these questions. Indeed, over time, questions have been replaced by German frustration at Greeks" alleged indolence, corruption, and incorrigibility. It has become ugly and personal on both sides. And the creditors have failed to propose a realistic approach to Greece"s debts, perhaps out of Germany"s fear that Italy, Portugal, and Spain might ask for relief down the line.

Whatever the reason, Germany has treated Greece badly, failing to offer the empathy, analysis, and debt relief that are required. And if it did so to scare Italy and Spain, it should be reminded of Kant"s categorical imperative: Countries, like individuals, should be treated as ends, not means.

Creditors are sometimes wise and sometimes incredibly stupid. America, Britain, and France were incredibly stupid in the 1920s to impose excessive reparations payments on Germany after World War I. In the 1940s and 1950s, the United States was a wise creditor, giving Germany new funds under the Marshall Plan, followed by debt relief in 1953.

In the 1980s, the US was a bad creditor when it demanded excessive debt payments from Latin America and Africa; in the 1990s and later, it smartened up, putting debt relief on the table. In 1989, the US was smart to give Poland debt relief (and Germany went along, albeit grudgingly). In 1992, its stupid insistence on strict Russian debt servicing of Soviet-era debts sowed the seeds for today"s bitter relations.

Germany"s demands have brought Greece to the point of near-collapse, with potentially disastrous consequences for Greece, Europe, and Germany"s global reputation. This is a time for wisdom, not rigidity. And wisdom is not softness. Maintaining a peaceful and prosperous Europe is Germany"s most vital responsibility; but it is surely its most vital national interest as well.

(Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development)

– El imperativo imperfecto de Grecia (Project Syndicate – 21/7/15)

Londres.- Grecia y sus acreedores hoy están promulgando un acuerdo que ofrece respaldo financiero a cambio de reformas de amplio espectro. Si bien abundan las reservas respecto del acuerdo, las condiciones políticas no permitían uno mejor. Pero el acuerdo puede -y debe- servir de base para salvar a Grecia y a la eurozona.

Para que el plan funcione, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, debe mostrar un verdadero compromiso con un programa de reforma en el que ni él ni muchos ciudadanos griegos creen. Y debe forjar una alianza con los partidos pro-europeos de Grecia, porque sólo un gobierno unido podrá cumplir las expectativas.

Los acreedores deben encontrar el dinero para financiar el rescate. Y el Fondo Monetario Internacional debe acordar con el Eurogrupo respecto de cómo restablecer la sostenibilidad de la deuda en Grecia, un prerrequisito para que el país vuelva a tener acceso a los mercados de capitales.

En este esfuerzo, debe hacerse una distinción esencial: si bien Grecia se ha comprometido a una reforma profunda y rápida, no se la debe obligar a implementar una consolidación fiscal apresurada. De hecho, una estrategia de este tipo podría minar de inmediato las reformas estructurales necesarias, destruyendo en particular el capital político necesario para implementarlas.

Desafortunadamente, el acuerdo reciente incluye propuestas poco realistas para un ajuste fiscal. Antes de que los bancos griegos cerraran sus puertas y se impusieran controles de capital a fines de junio, la Comisión Europea estableció el déficit presupuestario primario para este año en 4.000-6.000 millones de euros (4.300-6.500 millones de dólares), o el 2-3% del PIB. Ahora, parece que el déficit primario (que excluye los pagos de intereses) podría alcanzar el 6% del PIB, mientras que éste caería un 4%.

Sin embargo, el nuevo acuerdo anticipa que Grecia compensará el déficit fiscal del año en apenas cinco meses. Como Grecia y otros países de la eurozona ya aprendieron, intentar precipitar un ajuste fiscal aumenta la carga de deuda, ya que la escasez de liquidez y la incertidumbre concomitante afectan la producción y los esfuerzos de reforma.

Por ejemplo, una de las iniciativas clave para abordar el déficit fiscal es un incremento del impuesto al valor agregado al 23% para casi todos los bienes y servicios. Pero como la evasión del IVA en Grecia llega al 50%, el incremento dejará a las firmas que pagan, que tienden a ser más grandes y más eficientes, en una situación de desventaja aún mayor respecto de las empresas que no pagan. Grecia, por lo tanto, debería concentrarse primero en construir la infraestructura legal y técnica para combatir la evasión impositiva.

Al gobierno de Grecia le resultará difícil adherir al nuevo programa a menos que sus objetivos fiscales sean sensatos. Si bien, desde un punto de vista político, resulta poco realista renegociar el acuerdo a esta altura, es necesario hacer un análisis serio del ajuste fiscal necesario, posiblemente arbitrado por expertos independientes.

El último análisis del FMI de la sostenibilidad de la deuda de Grecia refuerza esta evaluación. A pesar de la presión por parte de Alemania y otros países para participar en el nuevo programa de rescate, el Fondo no se involucrará a menos que considere que la deuda de Grecia es sostenible. Eso implica conseguir que los stocks de deuda y los flujos fiscales de la economía sean consistentes, con la combinación correcta de objetivos fiscales y alivio de deuda que sean difíciles pero viables.

La disciplina fiscal no debe anteponerse a las importantes reformas estructurales incluidas en el nuevo acuerdo, particularmente las medidas para reparar las pensiones, el sistema legal, los mercados de productos, la administración pública y el sistema judicial. La implementación será muy difícil aún sin objetivos fiscales excesivamente ajustados; con ellos, puede resultar imposible.

Los intentos previos en materia de reforma de las pensiones, por ejemplo, han sido parciales e indecisos, a la vez que las excepciones y los períodos de gracia minaron su efectividad. De la misma manera, si bien los intentos por reformar el código de procedimiento civil, destinados a mejorar la eficiencia del sistema judicial, comenzaron en 2011, se ha hecho poco avance, principalmente debido a la imposibilidad por parte del gobierno de hacer frente a la oposición de las asociaciones de abogados, que perderían sus honorarios excesivos por procedimientos inútiles. Y, si bien se han sentado las bases para llevar a cabo reformas de los mercados de productos, no se han formulado planes para una reforma seria de la administración pública.

La clave para superar estos desafíos es que el gobierno griego se adueñe de las reformas, de manera que el interés público pueda prevalecer sobre los intereses particulares. Pero eso, también, será difícil, dada la opinión generalizada de que los acreedores le están imponiendo las reformas a Grecia. Tsipras debe liderar el camino generando un amplio consenso.

Los detalles de la legislación de la reforma son importantes. En lugar de intentar cumplir con plazos inviables, los legisladores deberían proceder con una celeridad prudente.

Mientras tanto, los bancos griegos -que, en vista de su enorme volumen de préstamos en mora, hoy tienen más probabilidades de ser insolventes que ilíquidos- requerirán una recapitalización masiva, financiada por el Mecanismo Europeo de Estabilidad, no el estado griego, para quebrar el vínculo entre los bancos y el riesgo crediticio soberano. La operación podría implicar también una reestructuración.

En este esfuerzo, no debe existir una capitalización de deuda de los depositantes, lo que tendría consecuencias sociales perjudiciales, o una titularidad de los bancos por parte del estado griego, lo cual afianzaría el clientelismo en el sistema financiero. El Mecanismo Europeo de Estabilidad luego vendería los bancos en remates abiertos para recuperar su inversión.

Muchos en Grecia, y también fuera del país, han calificado al nuevo gobierno de "opresión neocolonialista". Y, por cierto, la humillación de Grecia en las negociaciones trajo recuerdos del trato brindado al presidente de Indonesia por el FMI durante la crisis financiera asiática de 1997. (Algunos acreedores sienten que ellos son las verdaderas víctimas, aventajadas por homólogos griegos que nunca tuvieron la intención de cumplir sus promesas).

Pero los griegos deben dejar de lado estas respuestas emocionales y reconocer la necesidad de muchas de las reformas propuestas. La imposibilidad de implementarlas por parte de Grecia ha permitido que el clientelismo, la oligarquía, la corrupción y la evasión impositiva sigan prácticamente sin trabas.

La alternativa es una salida griega de la eurozona. (La sugerencia del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, de que Grecia puede simplemente pedir un "tiempo muerto" es una ficción). Los economistas que hacen como que esto no implicaría una catástrofe económica y política para Grecia deberían analizar más de cerca la estructura del comercio griego, la respuesta anémica de las exportaciones a la devaluación interna ya gigantesca y los balances de las compañías y los hogares.

Algunos acogerían favorablemente el daño que esto le provocaría a la unidad europea; nosotros no. El acuerdo reciente dista de ser ideal. Pero Grecia y sus acreedores deben lograr que funcione.

(Lucrezia Reichlin, a former director of research at the ECB, is Professor of Economics at the London Business School. Elias Papaioannou is Professor of Economics at the London Business School. Richard Portes is Professor of Economics at London Business School and President of the Centre for Economic Policy Research)

– Abandonar el euro de una vez (Project Syndicate – 22/7/15)

Saint-Pierre-D"Entremont (Francia).- La de la Unión Monetaria Europa nunca fue una buena idea. Recuerdo mi sorpresa cuando, siendo un joven profesor ayudante, comprendí que me oponía al Tratado de Maastricht. Consideraba entonces -y sigo haciéndolo- que la integración europea era algo muy positivo, pero la economía de libro de texto con el que entonces enseñaba mostraba lo perjudicial que podría ser la UME, a falta de una unión política y fiscal europea.

Nada de lo que ha ocurrido desde entonces me ha convencido de que el libro de texto fuese excesivamente pesimista. Al contrario: era demasiado optimista. En la vida abundan las cáscaras de plátano y, cuando pisas una de ellas, has de poder recuperar el equilibrio, pero la propia unión monetaria se ha convertido en una piel de plátano gigantesca, pues induce corrientes de capitales que aumentan los costos en la periferia europea y el ajuste -es decir, la devaluación de la moneda- no era una opción.

Además, muchos de los libros de texto de aquella época no tenían en cuenta el sector financiero; así, pasaron por alto el detalle de que las corrientes de capitales hacia la periferia se encauzarían mediante los bancos y, cuando los capitales dejaran de afluir, las crisis bancarias rebasarían los límites de la hacienda pública de los miembros periféricos, lo que, a su vez, erosionaría aún más los balances de los bancos y limitaría la creación de crédito: el fatal circulo vicioso de la banca soberana del que tanto hemos oído hablar en los últimos años. Y ningún libro de texto predijo que la cooperación europea impondría una austeridad procíclica en los países afectados por la crisis, lo que crearía depresiones que en algunos casos nada han tenido que envidiar a las del decenio de 1930.

Ya hace algunos años que ha resultado evidente que la "UME realmente existente" ha sido un fracaso oneroso, tanto económica como políticamente. La confianza en las instituciones europeas se ha desplomado y están en ascenso los partidos políticos escépticos no sólo respecto del euro, sino también de todo el proyecto europeo. Y, sin embargo, la mayoría de los economistas, incluso los que ya de entrada nunca sintieron entusiasmo por la UME, han sido renuentes a afirmar que ha llegado la hora de abandonar el experimento fracasado.

En un artículo famoso Barry Eichengreen señaló que una desintegración de la UME provocaría la "madre de todas las crisis financieras". Resulta difícil no darle la razón. Ése es el motivo por el cual economistas de todas las tendencias -tanto si apoyaban la introducción de la divisa común como si no- han pasado los cinco últimos años formulando y promoviendo un plan de reformas institucionales y cambios normativos que proporcionarían un mejor funcionamiento de la zona del euro.

A corto plazo, la zona del euro necesita una política monetaria y fiscal mucho más relajada. También necesita un objetivo de inflación mayor (para reducir la necesidad de bajadas de los salarios y los precios nominales); un alivio de la deuda, en los casos apropiados; una unión bancaria propiamente dicha con un freno fiscal centralizado; y un activo "seguro" de la zona del euro que los bancos nacionales puedan tener, con lo que se saldría del fatal círculo vicioso de la banca soberana.

Lamentablemente, los economistas no han abogado suficientemente en pro de una unión fiscal propiamente dicha. Incluso los que lo consideran económicamente necesario se autocensuran, porque la consideran políticamente imposible. El problema estriba en que ese silencio ha estrechado aún más el margen de posibilidades políticas, por lo que se ha renunciado también a propuestas más modestas.

Cinco años después, la zona del euro sigue careciendo de una unión bancaria propiamente dicha e incluso, como lo ha demostrado lo ocurrido en Grecia, un prestador de última instancia propiamente dicho. Además, un objetivo de inflación mayor sigue siendo inconcebible y el Gobierno de Alemania sostiene que las suspensiones de pagos de las deudas soberanas son ilegales dentro de la zona del euro. El ajuste fiscal procíclico sigue estando a la orden del día.

La tardía adopción por el Banco Central Europeo de la relajación cuantitativa fue un avance digno de beneplácito, pero la decisión -enormemente destructiva- de las autoridades de cerrar el sistema bancario de un Estado miembro -por razones que parecen políticas- es un paso atrás mayor. Y nadie habla de una unión fiscal y política real, aun cuando nadie pueda imaginar que la Unión Monetaria Europea vaya a sobrevivir con el statu quo.

Entretanto, el daño político sigue: no todos los partidos que protestan son tan proeuropeos como el de Syriza, que gobierna en Grecia. Y la política interior está resultando distorsionada por la incapacidad de los políticos centristas para abordar las preocupaciones de los votantes por las políticas económicas de la zona del euro y su déficit democrático. Hacerlo -se teme- equivaldría a un apoyo implícito a los escépticos, lo que constituye un tabú.

Así, en Francia el Presidente socialista, François Hollande, recurre a Jean-Baptiste Say, con el argumento de que la oferta crea su propia demanda, mientras que Marine Le Pen, del Frente Nacional de extrema derecha, llega a aprobar las tesis de Paul Krugman y Joseph Stiglitz. No es de extrañar que los votantes de clase obrera estén inclinándose a favor de su partido.

Una victoria del Frente Nacional en 2017 o 2022, que ya no es inconcebible, destruiría el proyecto europeo. Los ciudadanos de Estados miembros pequeños de la zona del euro habrán tomado nota de la brutal politización del BCE a fin de lograr los objetivos de Alemania en Grecia y parecerá ineludible la conclusión de que la zona del euro es una "unión" peligrosa para los países pequeños. Si los partidos centristas siguen mirando desde la barrera, en lugar de protestar por lo sucedido, los extremistas políticos obtendrán mucho mayor margen.

En cuanto a los economistas como yo, que se han echado atrás a la hora de propugnar el fin del experimento del euro y se han mostrado partidarios de la reforma, tal vez haya llegado la hora de reconocer la derrota y abandonar. Si sólo los antieuropeos se oponen a la UME, el niño de la UE podría acabar arrojado con el agua del baño del euro.

Desde luego, el fin del euro provocaría una crisis inmensa, pero háganse los lectores esta pregunta: ¿de verdad creen que el euro seguirá aquí en su forma actual dentro de un siglo? Si no, habrá tocado a su fin y el momento en que se produzca dicho fin nunca será el "oportuno". Entonces mejor será ponerse manos a la obra antes de que haya males mayores.

(Kevin Hjortshøj O"Rourke is Professor of Economic History and Fellow of All Souls College, University of Oxford)

– El regreso del alemán feo (Project Syndicate – 23/7/15)

Berlín.- Durante la larga noche de negociaciones sobre Grecia del 12 al 13 de julio, algo fundamental para la Unión Europea se quebró. Desde entonces, los europeos han estado viviendo en una clase diferente de UE.

Lo que cambió aquella noche fue la Alemania que los europeos han conocido desde el fin de la segunda guerra mundial. En la superficie, las negociaciones versaban sobre la necesidad de evitar la salida de Grecia de la zona del euro y las nefastas consecuencias que tendría para ella y para la unión monetaria. Sin embargo, en un nivel más profundo lo que estaba en juego era el papel que debe desempeñar en Europa su país más populoso y económicamente más potente.

El resurgimiento de Alemania después de la segunda guerra mundial y su recuperación de la confianza del mundo (que llegó a su punto culminante en el consentimiento para la reunificación alemana cuatro decenios y medio después) se basó en unos sólidos pilares de las políticas interior y exterior. En el interior, surgió rápidamente una democracia estable, basada en el Estado de derecho. El éxito económico del Estado de bienestar de Alemania resultó ser un modelo para Europa y la disposición de los alemanes a afrontar los crímenes de los nazis, sin reservas, mantuvo un escepticismo, profundamente arraigado, sobre todos los asuntos militares.

Desde el punto de vista de la política exterior, Alemania recobró la confianza al hacer suyas la integración occidental y la europeización. La potencia situada en el centro de Europa no debía volver a ser nunca una amenaza para el propio continente. Así, el objetivo de los aliados occidentales después de 1945 -a diferencia de lo ocurrido después de la primera guerra mundial– no fue el de aislar a Alemania y debilitarla económicamente, sino protegerla militarmente e insertarla políticamente con firmeza en Occidente. De hecho, la reconciliación de Alemania con su archienemigo, Francia, sigue siendo el fundamento de la Unión Europea actual, al ayudar a incorporar a Alemania al mercado común europeo, con miras a la posible unificación política de Europa.

Pero en la Alemania actual, semejantes ideas están consideradas totalmente "eurorrománticas"; son de otro tiempo. Por lo que a Europa se refiere, en adelante Alemania perseguirá primordialmente sus intereses nacionales, exactamente como todos los demás.

Pero esa concepción está basada en una premisa falsa. La de la vía que Alemania recorrerá en el siglo XXI -hacia una "Alemania europea" o una "Europa alemana"- ha sido la cuestión histórica fundamental de la política exterior alemana durante dos siglos y se le dio respuesta durante aquella larga noche en Bruselas, al prevalecer la Europa alemana sobre la Alemania europea.

Fue una decisión crucial para Alemania y para Europa. Nos preguntamos si la Canciller Ángela Merkel y el ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, sabían lo que estaban haciendo.

Quitar importancia a las feroces críticas a Alemania y a sus dirigentes que estallaron después del diktat sobre Grecia, como hacen muchos alemanes, es ponerse unas gafas teñidas de color de rosa. Desde luego, hubo una propaganda disparatada sobre el IV Reich y referencias majaderas al Führer, pero, en lo esencial, las críticas expresan una sagaz conciencia de la ruptura de Alemania con toda su política europea posterior a la segunda guerra mundial.

Por primera vez, Alemania no quería más Europa, sino menos. La posición de Alemania en la noche del 12 al 13 de julio anunció su deseo de transformar la zona del euro de un proyecto europeo en algo así como una esfera de influencia. Merkel se vio obligada a elegir entre Schäuble y Francia (e Italia).

La cuestión era fundamental: su ministro de Hacienda quería obligar a un miembro de la zona del euro a abandonar "voluntariamente" ejerciendo una presión muy intensa. Grecia podía o bien salir (con conocimiento pleno de las desastrosas consecuencias resultantes para ella y para Europa) o bien aceptar un programa que la convierte en realidad en un protectorado europeo, sin esperanza alguna de mejora económica. Ahora Grecia está sometida a una cura -una austeridad mayor- que no ha dado resultado en el pasado y que se prescribió exclusivamente para abordar las necesidades políticas internas de Alemania.

Pero el enorme conflicto con Francia e Italia (la segunda y tercera economía, respectivamente, por tamaño de la zona del euro) no se ha acabado, porque, para Schäuble, la salida de Grecia sigue siendo una opción posible. Al afirmar que el alivio de la deuda sólo es posible "legalmente" fuera de la zona del euro, quiere convertir esa cuestión en la palanca para provocar una salida "voluntaria" de Grecia.

La posición de Schäuble ha puesto de relieve con toda claridad la cuestión fundamental de la relación entre el sur y el norte de Europa, su pensamiento amenaza con tensionar la zona del euro hasta el punto de ruptura. La creencia de que se puede utilizar el euro para lograr la "reeducación" económica del sur de Europa resultará ser una peligrosa falacia… y no sólo en Grecia. Como bien saben los franceses y los italianos, semejante concepción pone en peligro todo el proyecto europeo, que se ha basado en la diversidad y la solidaridad.

Alemania ha sido la gran beneficiada, económica y políticamente, de la unificación europea. Basta con comparar la historia de Alemania en la primera y la segunda mitad del siglo XX. La unificación de Alemania llevada a cabo por Bismarck en el siglo XIX se produjo en el momento culminante del nacionalismo europeo. En el pensamiento alemán, el poder quedó inseparablemente unido al nacionalismo y al militarismo. A consecuencia de ello, a diferencia de Francia, Gran Bretaña o los Estados Unidos, que legitimaron su política exterior en función de una "misión civilizadora", Alemania entendió su poder en función de la pura y simple fuerza militar.

La fundación del segundo Estado-nación alemán en 1989 se basó en la orientación occidental y la europeización irrevocables y la europeización de la política de Alemania colmó -y sigue haciéndolo- el desfase en materia de civilización encarnado por el Estado alemán. Permitir que se erosione ese pilar -o, peor aún, que se derribe- es una locura de la mayor magnitud. Ésa es la razón por la que en la UE que surgió en la mañana del 13 de julio, Alemania y Europa llevan -las dos- las de perder.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades)

– Grecia, nueva colonia alemana (El Confidencial – 24/7/15)

(Por J. M. de la Viña)

Un buen acuerdo en materia compleja es aquel en que las partes se levantan de la mesa medianamente cabreadas, donde nadie gana por goleada y todos pierden un poco, donde los comensales se dejan alguna pluma en la negociación. Significará que todos cedieron algo, mucho ganaron todos, que el acuerdo podría ser justo y equilibrado y, por lo tanto, eficaz y longevo.

No ha sido el caso. Grecia ha vuelto a perder. Alemania también. Europa ha quedado tocada. Ha muerto el Acuerdo antes de nacer. Es el enésimo empujón hacia la desintegración de Europa.

Dice textualmente el "Acuerdo":

"The government needs to consult and agree with the Institutions on all draft legislation in relevant areas with adequate time before submitting it for public consultation or to Parliament".

Significa algo así como:

"El gobierno (griego) deberá consultar y llegar a un acuerdo con las Instituciones, con tiempo suficiente, de todos los borradores legislativos en áreas relevantes, antes de elevarlos a consulta pública o al Parlamento".

Con tal frase Grecia renuncia a su soberanía y se convierte, de facto, en colonia de la troika y de Alemania. Desde el momento en que las Instituciones son entes cada vez más difusos de discutible legitimidad democrática, sobre todo el Eurogrupo, donde toda crítica se acalla cuando Alemania levanta la voz, significa que los gobernantes de la antaño democrática Europa han aceptado convertirse en lacayos del nuevo orden establecido por una tecnocracia ideológica, entrópica y absurda.

Las Instituciones exigen en el Acuerdo tiempo suficiente para estudiar cualquier propuesta legislativa griega. En justa reciprocidad, le obligan a pasar por el aro en apenas veinte días.

Obliga, por ejemplo, a:

"…to put in place a programme, under the auspices of the European Commission, for capacity-building and de-politicizing the Greek administration. A first proposal should be provided by 20 July after discussions with the Institutions".

Que Grecia (y España) necesita despolitizar, desburocratizar y racionalizar las Administraciones Públicas, cortando la corrupción y el clientelismo de raíz, es algo evidente.

Que en apenas tres semanas pueda ser elaborado, presentado y discutido un plan coherente, no parece serio ni pausible, salvo que venga impuesto manu militari o se presente una chapuza inaplicable. ¿Es acaso la Comisión Europea capaz, con toda su sabiduría y sus medios, de elaborar nada serio en veinte días?

La rendición incondicional de Grecia se certifica con la siguiente frase:

"The Euro Summit stresses that nominal haircuts on the debt cannot be undertaken".

El FMI, EEUU y UK son conscientes de que, sin una quita de la deuda, Grecia jamás saldrá del agujero. El Acuerdo nace muerto desde el momento en que tal cosa no se contempla. Son sencillas matemáticas. A pesar de ello:

"The Greek authorities reiterate their unequivocal commitment to honour their financial obligations to all their creditors fully and in a timely manner"

Tal cláusula solo se puede aceptar bajo coacción o con dos copas de más. Las secuelas que estamos leyendo en la prensa internacional parece que corroboran lo primero. Sabiendo Tsipras que no podrá cumplir con sus obligaciones aunque se lo proponga, ¿por qué ha firmado?

Muchos, incluido Varufakis, hablan de golpe de Estado. En la prensa europea lo equiparan al Tratado de Versalles. Que cada cual lo califique como le parezca cualquiera que sea su estado vital.

Este "Acuerdo" no es más que otra chapuza que dejará a Grecia todavía más pobre y endeudada cuando se materialice el renovado fiasco. El ya famoso Fondo de Privatizaciones que se constituirá por valor de 50.000 millones de euros no son más que buenas intenciones. ¿Tiene Grecia activos suficientes susceptibles de privatizar?

El expresidente uruguayo José Mujica considera las decisiones alemanas descarnadas e impositivas, y la gestión europea para solucionar la crisis griega brutal y poco eficiente. Tal ineficiencia es la que provoca que, rescate tras rescate, la deuda continúe incrementándose empeorando la situación interna de Grecia (y de España).

Salvo que Alemania recule y se provea de flexibilidad, y el resto de Europa deje de comportarse como una miríada de serviles feudos vasallos, la capitulación bochornosa provocada por tal chapuza de "Acuerdo" significa el fin mismo del sueño de Europa. Francia, ¿por qué te has rendido ya?

La resolución de los problemas europeos es una vuelta al tómalo o déjalo ancestral, fruto de la fuerza y la intransigencia, sin ningún pragmatismo consecuencia de ningún análisis del problema racional y coherente. La patada futura de Grecia hacia la puerta del euro es más enérgica con este acuerdo.

¿Y si es Alemania en vez de Grecia la que sale de la moneda única y del Eurogrupo durante una temporada? Una vez haya pagado a Europa la cuenta pendiente de la reunificación y el abuso en el manejo del BCE, que ha utilizado a su exclusiva conveniencia.

Así podría ser feliz en su supuesta superioridad, apreciaría su renacida moneda y vendería en la cascajera una vez se quedara sin mercados a quien exportar. Si no lo hace, caerá víctima de sí misma cuando haya exprimido las colonias adquiridas, y succionado sus recursos y su dignidad.

Celebre España la claudicación griega. Ponga las barbas a remojar, que las del vecino han quedado trasquiladas. ¿Aceptará disposiciones similares cuando le llegue el turno? O montará la de San Quintín para renovar la tradición ancestral.

Cuando nos toque, tampoco podremos hacer honor a nuestros compromisos a no ser que pongamos en marcha de manera inmediata una reestructuración del fallido modelo de Estado y de Europa que padecemos, nombrando estadistas con visión a largo plazo en el puente de mando, en vez de diletantes indecisos a rebufo de las encuestas.

Antes de que la epidemia de deuda se vuelva endémica y se extienda por toda Europa, es necesario un enérgico golpe de timón económico y político, retirando el poder a los mal llamados tecnócratas, obtusos ideólogos sin ciencia detrás ni ninguna legitimidad democrática.

Rediseñar el Euro y el BCE, democratizar y dotar de eficacia las Instituciones Europeas, modernizar y establecer poderes y contrapoderes en los países del sur de Europa, promover una austeridad bien entendida que impulse la economía real una vez termine esta salvaje tiranía financiera, y aplicarnos en la Cumbre del Clima de París y la Economía Fundamental para poder crear empleo, que este verano hace mucho calor y ya nadie duda cual es la razón.

– ¿Quieren provocar otra Depresión? (Project Syndicate – 24/7/15)

Berkeley.- En los primeros tiempos de la actual crisis económica, solía incluir en mis discursos una línea que a veces provocaba aplausos, generalmente risas y que siempre daba a los oyentes motivos para el optimismo. Decía que vista la experiencia de Europa y Estados Unidos en la década de 1930, hoy las autoridades no cometerían los mismos errores que sus predecesores durante la Gran Depresión. Esta vez cometerían errores diferentes y (ojalá) no tantos como entonces.

Por desgracia, mi predicción resultó errada. Los funcionarios de la eurozona no sólo insistieron en repetir las torpezas de los años treinta, sino que parecen decididos a hacerlo en forma más brutal, más exagerada y más amplia. Eso no me lo esperaba.

Cuando en 2010 estalló la crisis de deuda griega, me pareció que las lecciones de la historia eran tan obvias que la solución se hallaría fácilmente. La lógica era clara. Si Grecia no fuera miembro de la eurozona, su mejor opción habría sido entrar en cese de pagos, reestructurar la deuda y depreciar su moneda. Pero como la Unión Europea no quería que Grecia abandonara el euro (hubiera sido un gran retroceso para Europa en cuanto proyecto político), se decidió ofrecerle ayuda, apoyo, quita de deuda y asistencia con los pagos, en cantidad suficiente para compensar cualquier ventaja que pudiera obtener saliendo de la unión monetaria.

En cambio, los acreedores de Grecia optaron por aumentar sus exigencias. Por eso es probable que hoy Grecia esté mucho peor que si hubiera abandonado el euro en 2010. Sirve de contrafáctico Islandia, que en 2008 fue golpeada por una crisis financiera. Mientras Grecia sigue empantanada en la depresión, Islandia (que no está en la eurozona) está básicamente recuperada.

Claro que, como señaló en 2007 el economista estadounidense Barry Eichengreen, hay motivos técnicos por los que salir de la eurozona sería difícil, costoso y arriesgado. Pero eso es una sola cara de la moneda.

Usando Islandia como comparación, el costo que supone a Grecia no salir de la eurozona es equivalente al 75% del PIB de un año (y en ascenso). Se me hace difícil creer que si Grecia hubiera abandonado el euro en 2010, el efecto económico hubiera llegado siquiera a la cuarta parte de eso. Además, me parece igualmente improbable que el impacto inmediato de salir de la eurozona hoy sea mayor que el costo a largo plazo de quedarse, dada la insistencia de los acreedores de Grecia en la austeridad.

Esa insistencia es reflejo del apego de los funcionarios de la UE (especialmente en Alemania) a un marco conceptual que los llevó una y otra vez a subestimar la gravedad de la situación y recomendar políticas que empeoraron las cosas.

En mayo de 2010, el PIB de Grecia registró una caída interanual del 4%. La UE y el Banco Central Europeo predijeron que el primer programa de rescate reduciría el PIB griego otro 3% por debajo de los niveles de 2010, antes de que la economía comenzara a recuperarse en 2012.

Pero en marzo de 2012 se impuso otra realidad. El PIB iba camino de ser un 12% inferior a 2010, y se implementó un segundo programa. A fin de año, había caído un 17% por debajo de 2010. Hoy está un 25% por debajo del nivel de 2009. Y aunque algunos predicen una recuperación en 2016, no veo ningún análisis de flujo de demanda que permita justificar este pronóstico.

La principal razón por la que las proyecciones erraron tanto es que sus autores subestimaron una y otra vez el impacto del gasto público en la economía, especialmente en una situación de tipos de interés cercanos a cero. Y la evidente incapacidad de las medidas de austeridad para reiniciar la economía en Grecia o el resto de la eurozona no bastó para que las autoridades repensaran la estrategia.

En cambio, parece que están redoblando la apuesta, con la teoría de que cuanto más profunda la crisis, más impulso habrá para las reformas estructurales. La idea es que estas son necesarias para fortalecer el crecimiento a largo plazo, y que si el crecimiento tarda en aparecer, es porque las reformas eran incluso más necesarias de lo que se pensó.

Lamentablemente, es la misma historia de la década de 1930. Como señala el comentarista estadounidense Matthew Yglesias, en aquel momento los principales partidos europeos de centroizquierda se dieron cuenta de que las medidas aplicadas no funcionaban, pero no propusieron alternativas. "Se dejó a otros partidos con programas de menor valor general (Hitler, por ejemplo) entrar en escena y decir que si las reglas de juego llevaban a largos períodos de desempleo masivo, entonces había que cambiarlas".

Hoy, añade Yglesias, los políticos europeos de centroizquierda "no tienen una estrategia para cambiar las reglas de juego ni agallas para patear el tablero". Por ello impera la austeridad, y el disenso queda en manos de populistas como Marine Le Pen en Francia o Beppe Grillo en Italia, cuyas propuestas económicas prometen ser aún más ineficaces.

Yo creía que seríamos capaces de aprender del pasado, y que la Gran Depresión fue suficientemente importante en la historia europea para que las autoridades no repitieran los mismos errores. Y sin embargo, por ahora es precisamente lo que parece estar ocurriendo.

(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America"s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates)

– Por qué va a funcionar el acuerdo griego (El Economista – 25/7/15)

(Por Anatole Kaletsky)

Ahora que los bancos griegos vuelven a estar abiertos y el Gobierno ha hecho pagos programados al Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, ¿la casi muerte de Grecia marca el final de la crisis del euro? La respuesta convencional es un rotundo no.

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