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Krugman, Stiglitz y la reestructuración de la deuda griega (Parte II)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10
Monografía destacada
  1. La opinión de los que saben (o presumen saber)
  2. Acuerdo del 25/2/15
  3. Antes de la crisis
  4. La crisis y su gestión
  5. Ahora
  6. Los Antecedentes de Hecho
  7. Primera Conclusión
  8. Segunda Conclusión
  9. Comentarios Finales
  10. Grecia para adultos: la verdad de la milanesa (despilfarro e hipocresía sobre el fondo de una crisis poliédrica: moral, económica, social, política e institucional)
  11. Fórmulas mágicas: hay tecnicismos que son pura y dura ideología
  12. Facta, non verba
  13. Hipótesis falsas y paradojas económicas (el "principio" de la historia)
  14. Cuando los "Apóstoles" utilizan distintas varas de medir (un sesgo sospechoso)
  15. Sin perdón: ¿por qué no estoy de acuerdo con el recorte del valor de la deuda griega?
  16. Que Grecia se mire en el espejo de Portugal (Plan de choque: reformas y ajustes)
  17. También puede mirar a España o Irlanda (otros rescatados obligados a ser austeros)
  18. Las causas de las cosas que le pasan a Grecia: "el que no afana es un gil"? (*)

La opinión de los que saben (o presumen saber)

edu.red

– El Ifo alemán apoya una "salida temporal" de Grecia del euro (Cinco Días – 6/1/15)

El presidente del Instituto de Investigación Económica de Múnich (Ifo), Hans-Werner Sinn, ha reclamado la celebración de una conferencia internacional sobre la deuda griega para preparar una "salida temporal" de Grecia de la zona euro, lo que conllevaría una quita de la deuda del país.

"Grecia tiene que volver a recuperarse económicamente y ser competitiva. Esto requiere una devaluación de su moneda, y por lo tanto una salida temporal del euro, lo que a su vez provocaría una quita. Todo esto debe decidirse de forma unida y coordinada a nivel internacional", afirmó Sinn.

El presidente del Ifo destacó la mala situación económica de Grecia, cuyo nivel de desempleo es el doble que en mayo de 2010 y donde la producción industrial ha caído un 30% en comparación con los niveles previos a la crisis.

En su opinión, el país heleno se encuentra actualmente "atrapado en una trampa", ya que la devaluación interna buscada por los diferentes programas de austeridad aplicados por las autoridades del país han fallado. Además, aseguró que Grecia nunca podrá devolver sus deudas y existe la amenaza de otra bancarrota del Estado como la de 2012.

Asimismo, calculó que la salida de Grecia del euro podría costarle a Alemania hasta 76.000 millones de euros, aunque añadió que, aunque el país permanezca en la unión monetaria, las pérdidas serán similares.

Sinn remarcó que para que Grecia siga en el euro podría tener que seguir necesitando de forma repetida nuevos préstamos a pesar de las quitas aplicadas al cambiar la duración de la ayuda, lo que convierte al país en "un pozo sin fondo" para la comunidad internacional.

Por otro lado, recordó que existe un precedente histórico de una conferencia de deuda que funcionó, en referencia al acuerdo alcanzado en Londres en 1953 entre Alemania y sus acreedores estadounidenses y británicos.

(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, is President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)

– Hans-Werner Sinn: "El BCE usa la deflación como excusa para un rescate a la periferia de la zona euro" (El Economista – 12/1/15)

El economista alemán y presidente del Ifo, Hans-Werner Sinn, sigue sin ser partidario de la política expansiva que el BCE está poniendo en marcha con la compra de activos y que, previsiblemente este mes, podría ampliarse con la adquisición de deuda pública. El experto cree que se está utilizando como excusa la amenaza de la deflación para justificar esta nueva ayuda a los países de la zona euro con mayores dificultades financieras.

"El riesgo de la deflación es solo un pretexto para el quantitative easing y para marcar el ritmo de un programa de rescate para el sur de Europa", ha afirmado Sinn en declaraciones recogidas por Bloomberg.

En su opinión, "no hay necesidad" de que el BCE actúe ya que el descenso de la inflación, que en el mes de diciembre se situó en el -0,2%, su primer nivel negativo en cinco años, es consecuencia de la caída de los precios del crudo.

¿Más presión… o no?

Cuando la pasada semana la oficina estadística comunitaria, Eurostat, publicó el dato de IPC de la zona euro, muchos analistas salieron al paso señalando que se trataba de otra señal de conduciría a Draghi a anunciar la compra masiva de bonos soberanos en la próxima reunión del BCE, que se celebra el día 22 de enero. Sin embargo, desde Bruselas se le restó importancia a la cifra y otros analistas resaltan la naturaleza coyuntural de la bajada de la inflación a cierre de diciembre.

En este último grupo se enmarca Sinn, quien insiste en que el tratado de gobierno de la unión monetaria no recoge el argumento empleado por el BCE de combatir un IPC por debajo de su objetivo del 2% con este tipo de medidas expansivas.

El presidente del instituto de estudios económicos germano Ifo ya se ha manifestado en contra de la mutualización de la deuda europea en otras ocasiones. El pasado mes de octubre, aprovechaba la renuncia de Italia y Francia a cumplir el pacto fiscal europeo para urgir a una cancelación del programa OMT del Banco Central Europeo.

"El quantitative easing convertiría al BCE en prestamista de última instancia de los países del euro", indicó Sinn, que en su lugar aboga por una gestión individual y "responsable" de la deuda por parte de cada país. En este sentido, se manifestó recientemente a favor de hacer posible una salida temporal de Grecia del euro que le permita renegociar su endeudamiento y ganar competitividad.

Mientras avanza el problema de Grecia, que este mes encara unas polémicas elecciones anticipadas, se van filtrando nuevos datos sobre las posibles maniobras que prepara Mario Draghi. Recientemente, se difundió que las opciones planteadas por la entidad contemplan la compra de deuda pública por hasta 500.000 millones de euros.

Y es que todo apunta a que pese a la oposición manifiesta de Alemania, Mario Draghi está decidido a lanzar su propia herramienta de política monetaria no convencional que, en propias palabras del presidente del BCE, ha funcionado muy bien en EEUU y Reino Unido.

(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, is President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)

– ¿Puede Grecia pagar su deuda? Otros países de la Eurozona tienen más riesgo de default (El Economista – 13/1/15)

? Smaghi, ex del BCE, recuerda que los estados "nunca devuelven las deudas"

? El país paga menos intereses y a más largo plazo que otros socios

? Crece más y tiene mayor superávit primario para afrontar los pagos¿Es realmente impagable la deuda de Grecia? A pesar de que el nivel actual, el 175% del PIB, es muy elevado, la dinámica de la misma parece indicar que el país está en mejores condiciones que otros socios de la Eurozona para devolver los préstamos, ya que la carga de intereses es menor y los plazos de amortización son más largos.

Esta es la tesis que defiende el economista Lorenzo Bini Smaghi, ex miembro del comité ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE) en un artículo en el diario Financial Times. "Muchos debates comienzan con la presunción de que (la deuda griega) es insostenible y no puede devolverse. Este argumento es altamente cuestionable", comienza el italiano.

"En primer lugar, los estados nunca devuelven su deuda. La refinancian emitiendo nueva deuda", añade. Smaghi explica que actualmente esto no supone un gran problema para Grecia, dado que la mayor parte de su deuda está en manos públicas, bien sea el fondo de rescate europeo o bien sean otros miembros de la Eurozona.

Además, el periodo de vencimiento es largo y se ha extendido hasta 30 años como parte del rescate, e incluso puede aumentarse más. "En conjunto, la deuda griega tiene muchos menos riesgos de refinanciación que otros países de la Eurozona que necesitan emitir miles de millones en el mercado cada año".

En segundo lugar, el economista recuerda que la sostenibilidad de la deuda depende más de la dinámica que del nivel total, lo que puede significar que en determinados momentos un nivel elevado sea más sostenible que uno más bajo. De hecho, depende más tanto de los intereses que se pagan, del crecimiento esperado del país y del superávit primario (balance de las cuentas públicas excluyendo el pago de intereses).

Tres razones para el "optimismo"

¿Y cómo está Grecia en este sentido? Mejor que otros, sin duda. En primer lugar, el país dedicará aproximadamente el 4% del PIB en 2015 al pago de intereses, menos que Irlanda, Portugal o Italia (en España es el 3,25%), un nivel que es similar al de EEUU, por ejemplo, gracias a las concesiones de sus acreedores comunitarios.

En segundo lugar, las previsiones apuntan a que el país crecerá un 3%, más que la mayoría en la Eurozona. Finalmente, se espera que el superávit primario de Grecia sea del 4,1%, también mejor que la mayoría de los socios.

Por todo ello se espera que la deuda baje en siete puntos porcentuales este año y en once más en 2016 para caer hasta el 135% del PIB en 2019, una reducción de 40 puntos porcentuales en cinco años, una reducción mucho más rápida que en Portugal, Italia o España.

De hecho, aun teniendo en cuenta la fuerte contracción per cápita desde el inicio de la crisis (un 25%), los ingresos medios de los ciudadanos griegos son un 8% superior que antes del euro, niveles similares a los de España, Francia y la media de la Eurozona e incluso mejor que Italia y Portugal. Todo, gracias a que Grecia se expandió mucho más rápidamente que otros en los años anteriores a la crisis.

Una quita injustificada que acabaría en otra quita

"En resumen, analizando la dinámica, la deuda griega parece más sostenible que la de otros países", resume Bini Smaghi. Por lo tanto, el estado de Grecia no es tan malo como pueda parecer y por ello parece discutible, a ojos del economista italiano, pedir una quita de la deuda.

"Parece que se busca crear espacio para financiar una política fiscal más expansiva. Pero esto tiene el riesgo de volver a caer en las políticas previas a la crisis, con un incremento del gasto público y el abandono de las reformas que son necesarias para que Grecia mejore su competitividad y se convierte en un miembro duradero de la unión monetaria".

"La diferencia es que esta vez la financiación vendría de otros contribuyentes de la Eurozona en lugar de los mercados financieros", concluye el italiano antes de advertir que la experiencia hace pensar que el resultado de ello sería una nueva petición de quita dentro de unos años.

(Lorenzo Bini Smaghi (nacido el 29 de noviembre 1956 en Florencia) es un economista italiano. En 1974 se graduó en el Liceo Francés de Bruselas. En 1978 se graduó en Economía en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Con una beca de la Comisión Fullbright de Estados Unidos-Italia, en 1980 recibió una maestría en Economía de la Universidad del Sur de California; y un doctorado de la Universidad de Chicago en 1988. Actualmente es Presidente de Snam, una sociedad cotizada italiana y director no ejecutivo de Morgan Stanley International. Visiting Scholar en la Universidad de Harvard Weatherhead Center for International Affairs y Senior Research Fellow en Istituto Affari Internazionali de Roma. Ha sido miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo, de junio de 2005 a noviembre de 2011. En el Comité Ejecutivo del BCE fue responsable de las relaciones internacionales y europeas y para el departamento legal del Banco y de su administración, incluyendo la construcción de una nueva sede del BCE en Fráncfort del Grossmarkthalle)

– Sin salida aún para Grecia (Project Syndicate – 19/1/15)

Washington, DC.- Las encuestas de opinión justo antes de las tempranas elecciones generales de Grecia, que se celebrarán el 25 de enero, indican que probablemente el partido de izquierda Syriza obtenga la mayor proporción de votos. A consecuencia de ello, Syriza obtendrá una prima decisiva, conforme a la legislación electoral griega según la cual al partido que obtiene más votos se le asignan 50 escaños suplementarios de los 300 que tiene el Parlamento. Dicho de otro modo, Syriza podría llegar al poder, lo que tendría consecuencias enormes para Grecia y para Europa.

Syriza es más una coalición que un partido unificado, por lo que su dirigente, Alexis Tsipras, debe conciliar a socialistas moderados, incluidos algunos de sus asesores económicos, con miembros de la izquierda radical. La aplicación y las repercusiones del programa de Syriza, sobre todo su decisivo programa económico, dependerán de la capacidad del nuevo gobierno para mantener el apoyo dentro de su país y la avenencia con los acreedores de Grecia en el extranjero.

El programa económico de Syriza rechaza las políticas de austeridad apoyadas -o, como dirían algunos, impuestas- por la llamada "troika" (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea). Dichas políticas exigen a Grecia que mantenga un superávit presupuestario primario muy importante -más del cuatro por ciento del PIB- durante muchos años por venir.

Syriza se propone también pedir una reducción importante de la deuda exterior de Grecia, cuyo valor nominal sigue siendo muy elevado, próximo al 170 por ciento del PIB. En realidad, el valor real actual de la deuda es muy inferior, en vista de que de la mayoría de ella son ahora titulares gobiernos y otras entidades públicas y sus vencimientos son largos y sus tipos de interés bajos. No obstante, las subidas bruscas de este año constituyen una amenaza real a corto plazo.

El problema para Grecia es el de que sus acreedores pueden adoptar una actitud muy dura. Eso refleja en gran medida la creencia de que, si una ruptura de las negociaciones desencadena otra crisis griega, los riesgos sistémicos para la zona del euro y la Unión Europea en general serán muy inferiores a lo que habrían sido hace unos años. La fase "aguda" de la crisis del euro se ha acabado; aun cuando el crecimiento siga siendo esquivo, el contagio ya no se ve como un riesgo.

Al fin y al cabo, los acreedores privados son actualmente titulares de una proporción mínima de la deuda griega. En cambio, en el período de 2010-2012, los bancos sistémicamente importantes estuvieron expuestos, con lo que aumentó el riesgo de un efecto dominó que amenazó a toda la zona del euro.

Además, una reducción de la deuda en forma de más disminuciones del tipo de interés y ampliaciones de los vencimientos de la deuda de la que son titulares Estados extranjeros no dañaría a los mercados financieros, pero la deuda de la que son titulares el Banco Central Europeo y el FMI podría plantear un problema. Si el nuevo gobierno de Grecia no se anda con tiento en esas conversaciones, la consecuencia podría ser la retirada del apoyo -en forma de liquidez- a los bancos griegos por parte de dichas instituciones.

Pese a la falta de riesgo de contagio financiero importante, una nueva crisis griega, debida a una ruptura duradera y grave de las negociaciones entre el nuevo gobierno y las instituciones de la UE, constituiría un gran problema para la cooperación europea. La falta de contagio financiero no significa que se deban descartar unas repercusiones políticas graves.

El panorama político de Europa está cambiando. Los partidos populistas, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, están consiguiendo fuerza electoral. Algunos, como, por ejemplo, el Frente Nacional de Francia, se oponen a la integración de su país en la zona del euro; otros, como, por ejemplo, Podemos en España, no. No obstante, la amenaza que esos nuevos partidos representan para Europa podría resultar extraordinariamente perturbadora.

Una salida de Grecia de la zona del euro, junto con la agitación política y financiera dentro de ese país, se interpretarían como una importante derrota para la integración europea, en particular después de las arduas medidas adoptadas para mantener íntegra la unión monetaria y, con ella, el sueño europeo. Semejante resultado sería más descorazonador incluso a la luz de los trágicos ataques terroristas de París y después de que las manifestaciones habidas en Francia y en todo el continente en pro de la unidad hayan reavivado la conciencia de la solidaridad europea, que llevaba mucho tiempo apagada.

Lo que las elecciones griegas deberían producir precisamente sería una nueva impresión de solidaridad. No cabe duda de que el sufrimiento que los griegos han tenido que padecer en los cinco últimos años es atribuible principalmente al derroche fiscal y a la deficiente gestión pública de una sucesión de gobiernos griegos, pero, como la mayoría de los analistas, incluido el FMI, coinciden ahora, el planteamiento de la troika fue también profundamente defectuoso, pues hizo hincapié en los recortes de salarios e ingresos y desatendió la reforma de los mercados productivos y el desmantelamiento de los oligopolios públicos y privados perjudiciales.

Por el bien de Grecia y de Europa, el nuevo gobierno debe colaborar con las instituciones europeas para revisar su estrategia, sin por ello dejar de mostrarse responsable para aplicar las reformas estructurales encaminadas a fomentar el crecimiento. Por su parte, los acreedores y los socios de Grecia deben brindar el margen fiscal necesario para que funcionen las reformas. Abandonar a Grecia porque ya no plantee una amenaza de contagio financiero no es una opción políticamente viable. Las dos partes deben dar muestras de mayor previsión.

Los cinco últimos años han brindado dos enseñanzas claras a Europa: lo único que se consigue con las dilaciones es que la reforma resulte más difícil y el fin de la agitación financiera no necesariamente significa el fin de la crisis socioeconómica. Es hora de aprovechar dichas enseñanzas para formular una estrategia cooperativa que permita por fin a Grecia lograr avances reales con miras a un futuro más estable. Una salida de Grecia del euro no es una solución más viable actualmente que hace tres años.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

– La bomba griega de relojería (Project Syndicate – 19/1/15)

Atenas.- En las próximas elecciones de Grecia hay mucho en juego. De hecho, el resultado podría determinar si el país permanece dentro de la zona del euro, lo que tendría consecuencias importantes para el resto de la unión monetaria.

Syriza, partido de izquierda radical cuya popularidad se ha puesto por las nubes en medio de la crisis económica del país, es el favorito para ganar, aunque no es probable que obtenga suficientes escaños parlamentarios para gobernar solo, sino que probablemente encabezará un gobierno de coalición, si bien no está claro con qué otros partidos.

Para la plataforma electoral de Syriza es fundamental el programa económico, concebido para contrarrestar la austeridad excesivamente estricta que los griegos han padecido en los cuatro años y medio últimos, a cambio de rescates de la "troika" formada por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea. Se han reducido las pensiones en un 40 por ciento por término medio, mientras que la clase media está sufriendo bajo el peso de unos asfixiantes impuestos sobre bienes inmuebles.

A consecuencia de ello, Grecia ha caído en una profunda y prolongada recesión, con una reducción de la producción de un 25 por ciento respecto de los niveles anteriores a la crisis. Peor aún: el desempleo asciende al 26 por ciento y a más del 50 por ciento entre los jóvenes. Sin embargo, ahora las prestaciones por desempleo se suprimen al cabo de doce meses y los desempleados de larga duración pierden con frecuencia el acceso al sistema estatal de atención de salud. Si a ello se suma un 30 por ciento de aumento de los precios de los medicamentos de venta con receta, resultará fácil entender por qué la sociedad griega está deshilachándose.

Naturalmente, esos sacrificios podrían ser válidos, si estuvieran ayudando a Grecia a reducir su deuda pública hasta niveles viables, pero al final de 2014 la deuda pública ascendía al 175 por ciento del PIB, tras haber aumentado desde su nivel de 2009, que era de 127 por ciento. Para amortizar los intereses de dicha deuda serían necesarios superávits presupuestarios primarios equivalentes al cuatro por ciento del PIB hasta 2022, resultado que requeriría un incremento repentino del crecimiento. Sin embargo, bajo el peso de una austeridad fiscal implacable, semejante crecimiento es inimaginable.

Ésa es la razón por la que Syriza ha prometido lanzar un nuevo programa de gasto en gran escala -incluidos el suministro eléctrico gratuito y los cupones gratuitos para la compra de alimentos para los pobres y un aumento de las pensiones estatales hasta los niveles anteriores a la crisis- que costaría un 6,5 por ciento, aproximadamente, del PIB. Las subidas de impuestos para quienes obtengan grandes ingresos y para los propietarios de grandes bienes inmuebles contribuirían a financiar dichos gastos, mientras que los aumentos del salario mínimo completarían las medidas de redistribución de renta.

Además, Syriza ha prometido revocar la liberalización del mercado laboral y suspender la privatización. Por último, se propone renegociar la deuda de Grecia con los prestamistas con la esperanza de amortizar la mayor parte de ella.

El programa económico de Syriza no tiene en cuenta el importante detalle de que la consolidación fiscal y las medidas estructurales no sólo forman parte de los compromisos de Grecia, sino que, además, redundarán en provecho del país a largo plazo. En vista de ello, no se pueden -ni se deben- abolir. En cambio, se deben abordar los problemas de su concepción y aplicación para mejorar su eficacia en las circunstancias económicas actuales.

Semejante planteamiento fortalecería la posición de Syriza en unas negociaciones sobre el alivio de la deuda. No obstante, las declaraciones oficiales indican que la troika no se inclinaría por aceptar el marco negociador de Syriza, sino que se propone concluir las conversaciones que había lanzado con el Gobierno saliente de centro derecha a fin de garantizar nuevos recortes presupuestarios e iniciar nuevas reformas del mercado laboral y las pensiones. En una palabra, la troika insistirá en que Grecia cumpla con sus compromisos previos.

Si las negociaciones se estancan, la crisis financiera y de liquidez resultante de la incapacidad de Grecia para endeudarse con los tipos de interés actuales -las tasas de rendimiento de los bonos a diez años han alcanzado el nivel de 9,5 por ciento- debilitará aún más la posición fiscal y el sistema bancario, lo que podría provocar un desplome de la confianza, desencadenar una conmoción financiera y, a su vez, forzar al país a intentar conseguir un tercer rescate, que obligaría a Grecia a abandonar la zona del euro e introducir una nueva moneda devaluada.

En ese caso, la posición geopolítica de Grecia resultaría debilitada, su economía se hundiría aún más en la recesión y aumentarían las tensiones sociales. Además, la inestabilidad se volvería crónica, porque la zona del euro ya no ofrecería un tope para la laxitud fiscal y financiera.

Las autoridades de la zona del euro pueden afirmar que una salida de Grecia ya no constituye un riesgo sistémico, dada la introducción en los últimos años de diversos instrumentos para luchar contra las crisis financieras, incluidos los fondos de rescate respaldados por los Estados, una unión bancaria parcial, unos controles fiscales más estrictos y el nuevo papel del Banco Central Europeo de prestamista en última instancia, pero la salida de un miembro indicaría igualmente que la integridad de la zona del euro no está garantizada, mensaje que no es probable que los mercados pasen por alto.

Una salida de Grecia puede servir de aviso para países como España, Italia y Francia, donde van en aumento partidos antieuropeos y antisistema, pero nada haría para resolver el problema real: la divergencia económica en aumento entre los países de la zona del euro. Mientras los desfases de los resultados sigan ampliándose, los votantes seguirán impugnando la integración europea. Sólo una unificación mayor, sostenida por unas políticas orientadas al crecimiento en los países con dificultades, puede corregir esa tendencia.

Semejante resultado es aún posible, pero sólo si los protagonistas relevantes reconocen los riesgos relacionados con una salida de Grecia de la zona del euro. Un gobierno encabezado por Syriza debe moderar su planteamiento y prometer que seguirá aplicando la reforma y limitando el gasto a cambio de una reducción importante de su carga de la deuda y que la troika debe estar dispuesta a conceder.

(Yannos Papantoniou was Greece"s Economy and Finance Minister from 1994 to 2001. He is currently President of the Center for Progressive Policy Research, an independent think-tank)

– Un "Plan Merkel" para Europa (Project Syndicate – 19/1/15)

Londres.- Desde que estalló la crisis económica de Europa hace más de cuatro años, los políticos y los analistas han reclamado una gran solución, invocando muchas veces el ejemplo del Plan Marshall de postguerra de Estados Unidos que, desde su inicio en 1948, ayudó a reconstruir las economías destruidas y oprimidas por la deuda de Europa Occidental. Pero el momento político nunca llegó a madurar. Eso podría estar a punto de cambiar.

La situación de Europa hoy tiene algunas similitudes con los años 1940. Agobiados por deudas públicas que son consecuencia de errores pasados, los gobiernos de la eurozona saben lo que tienen que hacer pero no cómo hacerlo. No confían demasiado unos en los otros como para colaborar. Mientras tanto, la demanda en la mayor parte de la Unión Europea es débil, lo que le cierra las puertas al crecimiento económico necesario para pagar las deudas y ofrecer esperanza a los 25 millones de desocupados.

Una sospecha corta de miras ha sido el principal obstáculo para una gran solución. Los contribuyentes de ningún país han querido sentir que están pagando por los excesos de otros: la moneda única no impuso una responsabilidad compartida. De manera que los países acreedores, liderados por Alemania, han intentado hacer lo mínimo necesario para mantener al euro vivo, mientras que los deudores han refunfuñado con impotencia sobre la insistencia de Alemania en una austeridad fiscal.

Los dos bandos disienten respecto de la naturaleza de la enfermedad europea, y cuando no hay ningún acuerdo sobre el diagnóstico, es difícil acordar sobre una cura. Sin embargo, puede estar por producirse una convergencia, debido a los acontecimientos en la política griega, española y británica, así como al simple paso del tiempo.

Los griegos parecen inclinados a elegir el 25 de enero un gobierno dominado por el partido de extrema izquierda Syriza, que alguna vez pronunció su repudio del euro pero que ahora promete negociar una reestructuración de las deudas de Grecia. El partido más popular de España de cara a la elección general que se llevará a cabo a fines de este año es Podemos, que fue fundado recién en enero de 2014 y tiene opiniones similares a las de Syriza. Y la elección en el Reino Unido en mayo sacudirá el barco europeo al centrarse en el interrogante de cuándo Gran Bretaña debería realizar un referendo sobre si abandonar o no la UE.

Estas reyertas políticas preocupan a los países acreedores, lo cual se refleja en la frecuencia de las advertencias provenientes de Alemania de que cualquier nuevo gobierno griego debe adherir a los acuerdos existentes. Ese es un indicador certero de que Alemania teme que Syriza no lo haga. La negociación ha comenzado.

El paso del tiempo debería ayudar con esta negociación. La fórmula de Alemania para la crisis del euro ha sido insistir en un ajuste del cinturón fiscal y en reformas estructurales para reducir el futuro gasto público en pensiones y salarios, flexibilizar los mercados laborales e impulsar la productividad, todo a cambio de préstamos de emergencia. Desde que comenzó la crisis, los principales receptores -Grecia, Irlanda, España y Portugal- han venido siguiendo esta fórmula.

En consecuencia, se está tornando posible decir, en términos políticos, que los deudores han aceptado su castigo y han hecho que sus economías se volvieran más competitivas. El crecimiento económico se ha recuperado fuertemente en Irlanda, moderadamente en España y Portugal y exiguamente en Grecia. Lo que hoy está refrenando a estas y otras economías europeas es la demanda débil en la eurozona en general.

Esa es la razón por la cual hace falta una versión moderna del Plan Marshall. Desde un punto de vista político, sería inteligente si la canciller alemana Angela Merkel tomara la iniciativa y propusiera una gran solución, en lugar de verse obligada a aceptar concesiones fragmentadas y reacias por parte de gobiernos nuevos en Grecia, España u otras partes.

Sería aún más inteligente compartir esa iniciativa con los líderes de las otras grandes economías de Europa: el presidente francés, François Hollande, quien luego de los atentados terroristas a comienzos de este mes, quizá sea especialmente receptivo de los esfuerzos por promover la unidad y le crecimiento económico, y el primer ministro británico, David Cameron, que acogería con agrado toda señal de una reforma europea.

Un Plan Marshall moderno debería tener tres componentes principales. Primero, la deuda soberana en la eurozona se reestructuraría para aliviar el dolor sufrido por Grecia y España. Segundo, un programa de inversión pública financiado colectivamente se centraría en la energía y otra infraestructura. Tercero, se establecería un cronograma para la conclusión de las reformas de liberalización del mercado único -particularmente para las industrias de servicios y la economía digital.

En Alemania, la reestructuración de la deuda sería el componente más polémico. Pero se les debería recordar a los alemanes que, junto con los fondos del Plan Marshall para Europa occidental, el otro gran impulso para la recuperación económica de posguerra de Alemania provino de la reestructuración de la deuda. El Acuerdo de Londres de 1953 canceló el 50% de la deuda pública de Alemania y reestructuró la otra mitad para darle al país mucho más tiempo para pagar.

Si bien una cancelación de las deudas de la eurozona sería políticamente difícil, se podría refinanciar un porcentaje importante con eurobonos de vencimiento a más largo plazo, algo que todos los países de la eurozona suscribirían. Lo crucial es que un remedio de estas características se extienda a todos los miembros de la eurozona y no a un solo país elegido (Grecia).

Al incluir los otros componentes de la inversión pública y de la conclusión de un mercado único, el Plan Merkel (o, mejor dicho, el Plan Merkel-Hollande-Cameron) podría reiniciar el crecimiento económico abriendo a la vez a los países a un mayor comercio y una mayor competencia. Esto aborda una de las principales quejas británicas sobre la UE: que hasta el momento no logró concluir el mercado único, un proyecto en parte iniciado por Margaret Thatcher en los años 1980.

Por supuesto, un Plan Marshall moderno enfrentaría un muro de escepticismo y obstrucción por parte de grupos de interés nacionales. Pero, al mantenerse unidas, las autoridades europeas podrían ganar esa batalla. Y si no se lo intenta, los europeos del mañana tal vez nunca perdonen a sus líderes de hoy.

(Bill Emmott, a former editor of The Economist, is the author of Good Italy, Bad Italy, and The Rivals: How the Power Struggle Between China, India, and Japan Will Shape Our Next Decade…)

– La caída de la casa de Samuelson (Project Syndicate- 22/1/15)

Londres.- Leer The Samuelson Sampler a la sombra de la Gran Recesión permite atisbar la mentalidad de una era pasada. El ejemplar refiere a las columnas semanales del difunto Paul Samuelson para la revista Newsweek de 1966 a 1973.

Samuelson, un premio Nobel, fue el decano de los economistas norteamericanos: su famoso libro de texto, Economics, tuvo 14 ediciones mientras su autor estaba en vida e introdujo a los futuros economistas del mundo a los rudimentos de su oficio. Si bien no fue el único inventor, sí fue el gran divulgador de la "síntesis neoclásica" -la combinación de la economía neoclásica y keynesiana que definió la corriente principal del campo durante 50 años.

Samuelson era un keynesiano convencido, aunque en un sentido limitado. El descartaba la mayor parte de los ataques de Keynes a la economía ortodoxa de sus tiempos por considerarlos innecesarios. Samuelson escribió "si Keynes hubiera comenzado por la simple declaración de que le parecía realista suponer que los salarios monetarios eran difíciles y resistentes a los movimientos descendentes… la mayoría de sus percepciones habrían seguido siendo igual de válidas". Para Samuelson, el aporte real de Keynes fueron las herramientas que les dio a los gobiernos para prevenir las depresiones.

Al leer The Samuelson Sampler, resulta extraordinario darse cuenta de cuán confiados estaban los economistas de su generación de que la Nueva Economía (como se llamaba a la estrategia keynesiana en Estados Unidos) había solucionado el problema de la depresión y el desempleo masivo. Como señalaba Samuelson en su introducción de 1973, "el espectro de una repetición de la depresión de los años 1930 se ha reducido a una probabilidad insignificante".

Es cierto, seguiría habiendo pequeñas fluctuaciones; pero, como escribió en 1966, las "Grandes Depresiones -caídas acumulativas que se alimentan de sí mismas- ciertamente se han extinguido". La razón era que los gobiernos ahora tenían las herramientas, especialmente la política fiscal discrecional, para chequear cualquier recesión incipiente. "Lo que importa sobre el presupuesto", dijo en 1970, "es si es inflacionario o deflacionario, no si es equilibrado o desequilibrado". En otras palabras, "Un déficit en una buena causa es buen negocio". ¿Cuántos economistas o políticos creen esto hoy?

Como los gobiernos sabían cómo detener las depresiones, los votantes insistirían en que utilizaran este conocimiento. "Si imprimir billetes puede salvar a los bancos y a las empresas de la ruina", sostuvo en 1966, "el electorado de hoy se asegurará de que cada partido en el poder lo haga".

Esto era independiente, pensaba Samuelson, de las preferencias ideológicas de quienes estaban en el poder. El republicano Richard Nixon fue elegido presidente de Estados Unidos en 1968 en base a una plataforma que hablaba de reducir los costosos programas de la Gran Sociedad de los demócratas. "Yo no soy un determinista económico", escribió Samuelson en noviembre de 1968. "Pero puedo predecir con confianza que Richard Nixon utilizará la Nueva Economía aunque sea por la simple razón de que los nuevos tiempos lo tornan ineludible".

Y así sucedió. En lugar de desinflar la economía, Nixon sacó a Estados Unidos del patrón oro en 1971 e impuso controles de salarios, precios e importaciones, proclamando sin rodeos "Ahora soy un keynesiano en economía".

Pero esa fue la última de las predicciones exitosas de Samuelson. Menos de una década después de que terminaran sus columnas de Newsweek, la Nueva Economía, que él había ensalzado como una incorporación permanente al conocimiento, escapaba de los ataques ideológicos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. A pesar de su fe en que los votantes no permitirían un retorno a la depresión, la tercera victoria electoral de Thatcher, en 1987, se produjo inmediatamente después de que el desempleo del Reino Unido había alcanzado un pico de tres millones, el nivel más alto desde los años 1930.

¿Qué fue lo que salió mal entonces? "Lo que todavía debe resolverse dentro del gremio de los economistas", escribió Samuelson en 1969, "es la potencia cuantitativa apropiada de la política monetaria versus la política fiscal". Este interrogante finalmente fue resuelto a favor de la política monetaria.

Más importante aún, como señaló en 1970, era que "ni siquiera Keynes podía garantizar que la humanidad viviera feliz para siempre. Nos dejó con un problema sin resolver. ¿Cómo podemos tener pleno empleo y también estabilidad de precios?" A regañadientes, Samuelson concluyó que era necesario que hubiera controles permanentes sobre los precios y los salarios para frenar la inflación de costos. "Nuestra economía mixta", escribió en 1970, "no sabe cómo tener una política de ingresos satisfactoria que respalde la política monetaria y fiscal… Aquí reside entonces la frontera sin resolver de la economía moderna".

Era la misma frontera que Friedrich von Hayek había analizado antes en Camino de servidumbre en 1944. Hayek temía que las políticas deliberadas para mantener el pleno empleo condujeran a una creciente usurpación del estado en el libre mercado y la libertad política. Fue este miedo lo que condujo, de los años 1980 en adelante, al abandono gradual del sistema de políticas de la economía mixta -de hecho, al desmantelamiento de la propia economía mixta.

Samuelson tenía razón a medias: los gobiernos sí saben cómo frenar una caída en otra Gran Depresión. Utilizaron este conocimiento en el otoño de 2008 y 2009, razón por la cual tuvimos sólo una Gran Recesión.

Sin embargo, contrariamente a lo que creía Samuelson, a los gobiernos los acosan los miedos a los grandes déficits fiscales. Con pocas excepciones, no han sido preparados para utilizar la política fiscal para sacar a sus economías de un estancamiento post-crisis. Por el contrario, han confiado en la expansión monetaria, que es políticamente más aceptable, pero también mucho más débil en sus efectos, ya que está socavada -como predijo Keynes- por el hecho de que "varias cosas pueden salir mal en el último momento".

Más importante aún, los gobiernos han abandonado el objetivo del pleno empleo; en consecuencia, todas esas pizcas de política intervencionista que antes se creían necesarias para mantener la actividad económica en un ritmo estable también han quedado al borde del camino. Se puede resucitar temporariamente la Nueva Economía para lidiar con situaciones extremas, pero los responsables de las políticas ya no toman precauciones para impedir que vuelvan a ocurrir situaciones extremas. Cómo hacerlo, preservando al mismo tiempo la libertad y la eficiencia, hoy es la "frontera sin resolver de la economía moderna".

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party…)

– Syriza: hazlo todo y hazlo ya (Libertad Digital – 25/1/15)

(Por Juan Ramón Rallo)

Grecia ya no es rehén ni de los mercados, ni de la Troika, ni de su casta partitocrática ni de su oligarquía empresarial. Tampoco hay necesidad de que lo siga siendo del euro o de su deuda cienmilmillonaria. Con el poder absoluto en manos de Syriza, Grecia recupera su soberanía. Ya no hay excusas: el programa de la izquierda de casta, del socialismo pata negra, puede aplicarse sin templar gaitas en el primero de esos países rescatados por Bruselas que jamás debieron ser rescatados de su propia irresponsabilidad.

Toca, según se ha prometido, multiplicar el gasto público para enterrar cualquier atisbo de austeridad presupuestaria, crear 200.000 empleos estatales, relanzar la obra pública para estimular olímpicamente la actividad, subir los impuestos estableciendo un tipo marginal máximo del 75% sobre la renta, nacionalizar "sectores estratégicos" como la banca y, sobre todo, decretar una nueva quita del 50% sobre la deuda pública.

Ciertamente, lo lamentaré por los ciudadanos griegos, tanto por aquellos que votaron a Syriza seducidos por las falacias del populismo como, sobre todo, por aquellos que no lo hicieron, conocedores del desastre que supondría aplicar semejante programa. Pero, por desgracia, cuando la mayor parte de los ciudadanos de un país ha interiorizado valores e ideas absolutamente disfuncionales para la convivencia cívica y para el progreso compartido, el desastre deviene inexorable de un modo u otro: mientras el arribismo y el revanchismo prevalezcan sobre el respeto mutuo, la armonía social permanecerá quebrada.

Llegados a este punto, sólo cabe esperar que Syriza cumpla la totalidad de su programa lo antes posible. Que lo cumpla, además, sin interferencias externas de ningún género: ni para penalizarles ni para privilegiarles; es decir, ni bloqueos comerciales ni tampoco inyecciones de liquidez por parte del BCE que contravengan sus propios estatutos. Reglas iguales para todos y que cada cual, dentro de esas reglas, actúe como mejor considere, asumiendo responsablemente las consecuencias de sus actos.

En ocasiones resulta imprescindible que unos pocos se equivoquen para que todos los demás no lo hagan. De los visibles errores ajenos puede aprenderse mucho más que de los ignotos aciertos propios; por eso, por ejemplo, las quiebras empresariales son tan importantes: porque ponen de manifiesto para todos, el camino que no debe seguirse. Es verdad que, pese a la elocuencia de ciertos fracasos, no existen garantías de que el ser humano no opte por tropezar dos, tres o veinte veces en la misma piedra. Pero, desde luego, las probabilidades de no repetir en nuestras propias carnes los fiascos ajenos se maximizan cuando el fiasco ajeno deja de ser un simple hipotético y pasa a convertirse en una realidad palpable.

Por eso Syriza debería conciliar el mayor apoyo internacional posible para que ejecute con la mayor premura la totalidad de su programa: sus votantes y simpatizantes deberían exigírselo por elemental coherencia; el resto de europeos no simpatizantes, por simple supervivencia. Es hora de pasar de las palabras a los hechos y de los hechos a la responsabilidad.

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