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Krugman, Stiglitz y la reestructuración de la deuda griega (Parte II) (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

Los 28 líderes que se reúnen en Bruselas este domingo, junto con los jefes de las instituciones europeas, no solo van a tener que librarse de su propia sombra. Además tendrán que vencer los inmensos obstáculos estructurales creados por sus predecesores, superar las ortodoxias de la tecnocracia y al mismo tiempo encontrar la forma de conciliar los imperativos legítimos de 28 democracias nacionales. Si fracasan, sumirán en una crisis aún más honda no solo a Grecia sino a todo el proyecto europeo. ¿Sabremos aprovechar esa crisis existencial como un kairós, la oportunidad de llevar a cabo acciones decisivas? Como europeo, espero que sí; como analista, lo dudo.

(Timothy Garton Ash es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com project, e investigador titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos)

– El gran logro de Tsipras: sembrar la división en la eurozona (Expansión – FT – 10/7/15)

(Por Wolfgang Münchau / FT)

Desconozco si las últimas propuestas griegas bastarán para conseguir un acuerdo. Siguen existiendo muchos obstáculos por superar.

Pero Alexis Tsipras ha conseguido algo que le ha esquivado en los últimos cinco meses: ha logrado dividir a sus acreedores. El Fondo Monetario Internacional insiste en una reestructuración de la deuda. Los franceses ayudaron al primer ministro griego a redactar el borrador de la propuesta y fueron los primeros en apoyarla abiertamente. El presidente François Hollande se ha puesto del lado de Tsipras. Y eso cambia las apuestas para Angela Merkel. Si la canciller alemana dice no ahora, será acusada de correr riesgos temerarios con la eurozona y la alianza franco-germana. Si dice sí, su propio partido podría dividirse como lo hicieron los conservadores británicos con respecto a Europa. Siempre he vaticinado que terminaría llegando la hora de la verdad para la eurozona. Será este fin de semana.

Los mercados financieros parecían haberse hecho a la idea de que se llegaría a un acuerdo. Pero hay que tener presentes los numerosos obstáculos en el camino a un acuerdo. De ellos, sólo se ha eludido el primero con la oferta de Tsipras. Lo que propone ahora, en términos económicos, no difiere de forma fundamental de lo que tanto él como el electorado griego rechazaron en el referéndum del domingo -pero le aporta rendimientos políticos. El periodo de aplicación gradual de medidas más severas es más largo. Y si se produce un acuerdo, esta vez tendrá que haber una referencia explícita al alivio de la deuda. El FMI insiste en ello. Lo dice incluso Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo. Es un elemento importante, pero no está claro que vayan a acceder todos los acreedores, o que puedan hacerlo.

Hoy, los técnicos y los ministros de Finanzas tendrán que discutir si los números griegos son congruentes. Lo más seguro es que la respuesta sea negativa, sobre todo por el rápido deterioro de la economía del país. La imposición de controles de capitales y límites a las retiradas de efectivo de los bancos han detenido la mayoría de las actividades económicas del país. Un programa de ajuste macroeconómico tendrá que partir del entendimiento de que la situación es peor hoy que hace dos semanas. El documento griego lo tiene en cuenta reflejando periodos de ajuste más lentos. Es una idea sensata desde el punto de vista económico. Pero Merkel ya ha dicho que quería que este problema se abordase con más austeridad. Para que se acuerde un programa, una de las partes tendrá que ceder en este punto.

Aparte, existe el grave problema de un sistema bancario insolvente -que depende por completo de la Asistencia de Liquidez de Emergencia (ELA) del Banco Central Europeo. El BCE tendrá dificultades para incrementar la ELA. Así que, aparte de acordar un programa de estabilización macroeconómica, los líderes europeos tendrán que responder este fin de semana a la pregunta más inmediata sobre qué hacer con los bancos griegos. Posiblemente sea la cuestión más complicada, ya que no existen respuestas rápidas y fáciles. Puede que lo que tenga que ocurrir sea que el número de bancos se reduzca a dos o tres, y que el rescate de la banca afecte a los depositantes. No creo que los acreedores aceptasen otro programa de reestructuración bancaria, además de los 53.500 millones de euros en nuevos préstamos que se discuten actualmente.

Y luego está la cuestión de la confianza. ¿Confían todos los acreedores en que Tsipras cumpla su palabra? El referéndum acabó con la poca confianza que quedaba en él. La aparición del primer ministro griego en el Parlamento Europeo el miércoles mostró que los únicos políticos verdaderamente solidarios con él pertenecían a la extrema izquierda o a la extrema derecha.

Y, finalmente, consideremos la posibilidad de un accidente político. Si Merkel acepta un acuerdo, lo más probable es que el Bundestag vote a favor. ¿Pero ocurrirá lo mismo en el resto de países acreedores? Los holandeses, al igual que los alemanes, se muestran muy hostiles. ¿Aceptarían los finlandeses un tercer programa? ¿Y las naciones bálticas? ¿Y los eslovacos?

Incluso en Alemania, un acuerdo sería muy polémico. Tanto su Unión Demócrata Cristiana como el Partido Socialdemócrata, parte de la gran coalición en el Gobierno, preferirían un Grexit. Resultaría muy difícil convencerles del acuerdo. Merkel asumiría un gran riesgo político. Si este programa descarrila, tendría que lidiar con la cuestión griega durante los dos próximos años, y afrontar una hostilidad creciente dentro de su propio partido.

La razón de que todavía no dé por hecho un acuerdo es que, si los acreedores quieren que fracase, encontrarán una forma de que así sea. Entiendo que desde la distancia se pueda ser más optimista. Mirándolo de cerca, todavía veo numerosas minas, y mucha gente a la que nada le gustaría más que escuchar una fuerte explosión.

– Grecia: Críticas pasadas y el camino a seguir (FMI – 10/7/15)

(Por Olivier Blanchard)

Los ojos del mundo están puestos en Grecia a medida que las partes involucradas continúan buscando un acuerdo duradero, lo cual ha dado lugar a un intenso debate y a ciertas críticas duras, algunas de ellas dirigidas al FMI.

En este contexto, me ha parecido que hacer algunas reflexiones sobre las principales críticas podría ayudar a aclarar algunos de los principales argumentos que se discuten y a arrojar luz sobre el posible camino a seguir.

Lo que considero que son las principales críticas caen en las siguientes cuatro categorías:

•El programa de 2010 solo sirvió para incrementar la deuda y exigió un ajuste fiscal excesivo.

•El financiamiento otorgado a Grecia se usó para reembolsar a bancos extranjeros.

•Las reformas estructurales nocivas para el crecimiento, sumadas a la austeridad fiscal, han provocado una depresión económica.

•Los acreedores no han aprendido nada y siguen cometiendo los mismos errores.

Crítica 1: El programa de 2010 solo sirvió para incrementar la deuda y exigió un ajuste fiscal excesivo.

• Aun antes del programa de 2010, la deuda de Grecia era de €300.000 millones, o 130% del PIB. El déficit era de €36.000 millones, o 15½% del PIB. La deuda estaba aumentando a un ritmo de 12% al año, lo cual sin duda era insostenible.

• Si se hubiera dejado a Grecia por su cuenta, el país sencillamente no habría podido obtener préstamos. Dado que las necesidades de financiamiento bruto equivalían a 20%-25% del PIB, Grecia tendría que haber recortado su déficit presupuestario en esa misma cantidad. Incluso si hubiera suspendido por completo el pago de su deuda, con un déficit primario de más de 10% del PIB, el país tendría que haber reducido su déficit presupuestario en un 10% del PIB de la noche a la mañana. Esto habría provocado ajustes mucho más profundos y habría tenido un costo social mucho más alto que con los programas, los cuales le concedían a Grecia más de cinco años para lograr un saldo primario.

• Incluso si la deuda existente se hubiera eliminado por completo, el déficit primario, que era muy abultado al comienzo del programa, tendría que haberse reducido. La austeridad fiscal no era una opción, era una necesidad. Sencillamente no había más alternativa que recortar el gasto y subir los impuestos. La reducción del déficit fue grande porque el déficit inicial era grande. "Menos austeridad fiscal", es decir, un ajuste fiscal más lento, habría requerido incluso más financiamiento y reestructuración de la deuda, y los acreedores oficiales se enfrentaban a un límite político respecto a lo que podían pedir que contribuyeran sus propios ciudadanos.

Crítica 2: El financiamiento otorgado a Grecia se usó para reembolsar a bancos extranjeros.

• La reestructuración de la deuda se retrasó dos años. Había razones para ello; a saber, las preocupaciones acerca de los riesgos de contagio (el caso de Lehman estaba fresco en la memoria), y la falta de cortafuegos para hacer frente al contagio. Se puede debatir si estas razones pesaban lo suficiente. En ese momento, los riesgos se percibían como demasiado altos como para llevar adelante la reestructuración.

• En parte como resultado de esta demora, una proporción importante de los fondos del primer programa se usaron para pagar a acreedores a corto plazo, y para sustituir la deuda privada con deuda oficial. No obstante, el rescate no solo benefició a los bancos extranjeros, sino también a los depositantes y los hogares griegos, ya que un tercio de la deuda estaba en manos de bancos griegos y otras instituciones financieras griegas.

• Además, los acreedores privados no estaba librados, y, en 2012, la deuda fue reducida considerablemente: La operación de participación del sector privado en 2012 dio lugar a una quita de más de 50% en una deuda privada de € 200.000 millones, lo cual permitió una reducción de la deuda de más de € 100.000 millones (concretamente, una reducción de deuda de € 10.000 por ciudadano griego).

• Y la transición de acreedores privados a oficiales se hizo con condiciones mucho más favorables; en concreto, tasas inferiores a las de mercado y plazos de vencimiento prolongados. Para ilustrarlo, los pagos de intereses en efectivo de la deuda griega el año pasado ascendieron a € 6.000 millones (3,2% del PIB), frente € 12.000 millones en 2009. O dicho de otra manera, los pagos de intereses de Grecia fueron más reducidos, como proporción del PIB, que los pagos de intereses de Portugal, Irlanda o Italia.

Crítica 3: Las reformas estructurales nocivas para el crecimiento, sumadas a la austeridad fiscal, han provocado una depresión económica.

• Como los antecedentes de aumento de la productividad de Grecia antes del programa dejaban mucho que desear, se consideraron necesarias varias reformas estructurales, que iban desde una reforma de la administración tributaria hasta la reducción de barreras de ingreso a muchas profesiones, reformas de las pensiones, reformas de la negociación de contratos colectivos, reformas del sistema judicial, etc.

• Muchas de estas reformas o no se ejecutaron o se ejecutaron a una escala insuficiente. Los esfuerzos para mejorar la recaudación de impuestos y la cultura de pago fracasaron por completo. Hubo una férrea resistencia a la apertura de sectores y campos profesionales cerrados. Se llevaron a cabo solo 5 de los 12 exámenes del FMI previstos en el marco del actual programa, y se ha completado tan solo uno desde mediados de 2013, debido que no se han implementado las reformas.

• La disminución del producto fue en efecto mucho mayor de lo que se había pronosticado. Los multiplicadores fueron mayores de lo que se había supuesto en un principio. Pero la consolidación fiscal explica solo una fracción de la reducción del producto. Toda una suma de factores contribuyeron a ese resultado: un producto por encima del potencial para comenzar, crisis políticas, políticas contradictorias, reformas insuficientes, temores de una "Grexit" o salida de Grecia, escasa confianza empresarial, bancos débiles.

Crítica 4: Los acreedores no han aprendido nada y siguen cometiendo los mismos errores.

• La elección de un gobierno en 2015 abiertamente opuesto al programa redujo aún más la identificación del país con el programa vigente y exigió una revisión del mismo, tanto en términos de políticas como de financiamiento.

• Un conjunto más limitado de reformas estructurales, o/y un ajuste fiscal más lento implica, aritméticamente, mayores necesidades de financiamiento, y, por consiguiente, más necesidad de alivio de la deuda. En un caso extremo, si los acreedores europeos estuvieran dispuestos a olvidarse de toda la deuda existente y otorgar más financiamiento, no se necesitaría más ajuste. Pero, claramente, ha habido y hay límites políticos respecto a lo que pueden pedir que contribuyan sus propios ciudadanos.

• Así pues, una solución realista tenía que incluir algo ajuste, algo de financiamiento y algo de alivio de la deuda, es decir, un enfoque equilibrado. El papel del FMI en las negociaciones fue solicitar ajustes en las políticas que sean específicos y creíbles, y explicar claramente las implicaciones en materia de financiamiento y alivio de la deuda.

• Nos pareció que un pequeño superávit primario, que aumentaría a lo largo del tiempo, era absolutamente necesario para mantener la sostenibilidad de la deuda. Tras examinar detenidamente el presupuesto, no vimos cómo era posible lograr esto sin una reforma del IVA para ampliar la base tributaria, así como una reforma de las pensiones para crear una base sostenible para el sistema de pensiones. En estos aspectos, nuestras opiniones coincidieron totalmente con las de nuestros socios europeos.

• Hasta el referéndum y sus posibles repercusiones en el crecimiento, considerábamos que, conforme a estos supuestos sobre el superávit primario, la sostenibilidad de la deuda se podía lograr a través de la reprogramación de la deuda existente, y de vencimientos a largo plazo en el caso de la nueva deuda. Esto quedó reflejado en el análisis preliminar de sostenibilidad de la deuda (ASD) que presentamos antes del referéndum. Nuestra evaluación fue considerada demasiado pesimista por nuestros socios europeos a quienes comunicamos nuestra opinión sobre la necesidad de otorgar alivio de la deuda mucho antes de publicar el ASD. Nos parece que lo ocurrido ahora podría implicar la necesidad de aún más financiamiento, en particular para respaldar a los bancos, así como un alivio de la deuda aún mayor que el indicado en nuestro ASD.

El camino a seguir

1. Dados los resultados del referéndum, y el mandato otorgado al gobierno griego, nos parece que aún podría haber margen para llegar a un acuerdo. Debería basarse en un conjunto de políticas semejantes a las consideradas antes del referéndum, modificadas a fin de tener en cuenta que el gobierno solicita ahora un programa trienal, y un reconocimiento más explícito de la necesidad de obtener más financiamiento y más alivio de la deuda.

2. Fundamentalmente, la zona del euro se enfrenta a una decisión política: menos reformas y metas fiscales más bajas para Grecia implica un mayor costo para los países acreedores. En este contexto al FMI no le corresponde recomendar una decisión en particular, sino indicar la disyuntiva entre un menor ajuste fiscal y menos reformas estructurales por un lado, y la necesidad de más financiamiento y alivio de la deuda por el otro.

3. El margen para llegar a un acuerdo es extremadamente limitado, y el tiempo reviste importancia crítica. No debe caber la menor duda de que la salida del euro sería extremadamente costosa para Grecia y sus acreedores. La introducción de una nueva moneda, y la redenominación de los contratos, plantean cuestiones legales y técnicas extremadamente complejas, y es probable que vayan ligadas a un desplome aún mayor del producto. Y puede pasar mucho tiempo hasta que la depreciación de la nueva moneda dé lugar a una recuperación sustancial.

En resumen, consideramos que hay un camino por delante. El FMI está comprometido a ayudar a Grecia durante este período de turbulencia económica. Dado que Grecia no realizó el reembolso al FMI en el momento de su vencimiento el 30 de junio de 2015, el FMI no podrá proporcionar financiamiento hasta que se liquiden los atrasos. Sin embargo, nos hemos ofrecido a proporcionar asistencia técnica, cuando así se solicite, y seguimos respaldando plenamente al país.

(Olivier Jean Blanchard (nacido el 27 de diciembre de 1948 en Amiens, Francia) es el actual economista jefe del Fondo Monetario Internacional, puesto que ostenta desde el 1 de septiembre de 2008. Ha sido también profesor de economía en la Universidad de Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y es uno de los economistas más citados en el mundo, según el IDEAS/RePEc. Blanchard obtuvo su doctorado en Economía en 1977 en el MIT. Dio clases en la Universidad de Harvard entre 1977 y 1983, cuando volvió al MIT como profesor. Entre 1998 y 2003, fue Director del Departamento de Economía de MIT. También es consultor del Sistema de Reserva Federal en Boston desde 1995 y del de Nueva York desde 2004)

– Sin un céntimo en Atenas y en Bruselas (Project Syndicate – 11/7/15)

Nueva York.- La catástrofe griega acapara la atención mundial por dos razones. En primer lugar, estamos profundamente afligidos al ver el desplome de una economía ante nuestros ojos, con colas de indigentes para recibir comida y en los bancos que no se habían visto desde la Gran Depresión. En segundo lugar, nos sentimos consternados ante la incapacidad de innumerables dirigentes e instituciones -políticos nacionales, la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo- para impedir el accidente de un tren que avanzaba despacio y que se veía venir durante muchos años.

Si continúa esa mala gestión, no sólo Grecia, sino también la unidad europea quedará fatalmente socavada. Para salvar tanto a Grecia como a Europa, el nuevo plan de rescate debe comprender dos aspectos importantes y aún no acordados.

En primer lugar, se deben reabrir los bancos griegos sin demora. La decisión adoptada en la semana pasada por el BCE de retirar el crédito al sistema bancario de este país y con ello cerrar los bancos fue a un tiempo inepta y catastrófica. Esa decisión, forzada por la muy politizada Junta Ejecutiva del BCE, será estudiada -y despreciada- por los historiadores en años futuros. Al cerrar los bancos griegos, el BCE cerró en realidad toda la economía (al fin y al cabo, ninguna economía puede subsistir por encima del nivel de subsistencia sin un sistema de pagos). El BCE debe revocar su decisión inmediatamente, porque, de lo contrario, los propios bancos resultarían muy pronto insalvables.

En segundo lugar, un profundo alivio de la deuda debe formar parte del acuerdo. La negativa del resto de Europa y, en particular de Alemania, a reconocer la enorme deuda pendiente de Grecia ha sido la mayor mentira de esta crisis. Todo el mundo sabía la verdad -la de que Grecia nunca podrá saldar enteramente sus obligaciones actuales en materia de la deuda-, pero ninguno de los interesados lo decía. Los funcionarios griegos han intentado repetidas veces hablar de la necesidad de reestructurar la deuda recortando drásticamente los tipos de interés, prorrogando los vencimientos y tal vez reduciendo también el valor nominal de la deuda. Sin embargo, todos los intentos por parte de Grecia de plantear siquiera esa cuestión fueron brutalmente rechazados por sus interlocutores.

Naturalmente, en cuanto las negociaciones se interrumpieron hace dos semanas, se empezó a expresar la verdad sobre la deuda griega. El FMI fue el primero en romper el silencio y reconocer que había estado instando a que se reconociera un alivio de la deuda, pero en vano. Después los Estados Unidos hicieron saber que el Presidente Barack Obama y el Secretario del Tesoro, Jack Lew, habían estado intentando convencer a la Canciller de Alemania, Angela Merkel, y al ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, para que ofrecieran un alivio de la deuda a Grecia, también sin éxito.

Después el propio Schäuble, el más firme oponente, con mucha diferencia, del alivio de la deuda, reconoció que Grecia lo necesitaba, pero también afirmó que violaría las disposiciones del Tratado de la Unión Europea que prohíben los rescates de países. Tras el notable reconocimiento de Schäuble (hecho en público sólo después de que se hubiera producido la más completa catástrofe), la propia Merkel opinó que tal vez ciertas clases de alivio (como, por ejemplo, reducciones de los tipos de interés, en lugar del valor nominal de la deuda) podrían dar resultado en consonancia con las normas de la UE.

El hecho de que no se reconociera la deuda pendiente de Grecia hasta después de que se hubieran interrumpido las negociaciones revela los profundos fallos sistémicos que han llevado a Grecia y a Europa a esta situación. Vemos un sistema europeo de gestión de la crisis plagado de ineptitud, politización extrema, estrategias engañosas y falta de profesionalidad. Desde luego, no pretendo excusar el clientelismo, la corrupción y la mala gestión griegos como causas en última instancia del aprieto del país. Sin embargo, el fallo de las instituciones europeas es más alarmante. A no ser que la UE pueda ahora salvar a Grecia, no podrá salvarse a sí misma.

La UE funciona actualmente en cierto modo como los EEUU conforme a los Artículos de la Confederación, que definieron la ineficaz estructura gubernamental después de la independencia de Gran Bretaña en 1781, pero antes de la aprobación de la Constitución en 1787. Como los recién independizados EEUU, hoy la UE carece de un ejecutivo eficaz y con poder para afrontar la crisis económica actual. En lugar de una dirección ejecutiva sólida, atemperada por un fuerte parlamento democrático, unos comités de políticos nacionales dirigen el cotarro en Europa y en la práctica dejan de lado (a menudo con el mayor descaro) a la Comisión Europea. Precisamente porque los políticos nacionales se ocupan de la política nacional, en lugar de los intereses más amplios de Europa, fue por lo que no se expresó la verdad sobre la deuda de Grecia durante tanto tiempo.

El Eurogrupo, que comprende los diecinueve ministros de Hacienda de la zona del euro, encarna esa dinámica destructiva, al reunirse al cabo de unas semanas (o incluso más frecuentemente) para gestionar la crisis de Europa basándose en los prejuicios políticos nacionales en lugar de en un planteamiento racional para la resolución de problemas. Alemania suele dirigir el cotarro, naturalmente, pero la política nacional discordante de muchos Estados miembros ha contribuido a un desastre tras otro. Al fin y al cabo, fue el Eurogrupo el que "resolvió" la crisis financiera de Chipre mediante la confiscación parcial de los depósitos bancarios, con lo que socavó la confianza en los bancos de Europa y preparó el terreno para el pánico bancario de Grecia dos años después.

En medio de toda esa disfunción, una institución internacional se ha mantenido en cierto modo por encima de la contienda política: el FMI. Su análisis ha sido con diferencia el más profesional y menos politizado. Aun así, incluso el FMI se dejó llevar hace muchos años por los europeos, en particular los alemanes, en detrimento de la resolución de la crisis griega. En otro tiempo, los EEUU podrían haber promovido cambios normativos basados en el análisis técnico del FMI. Sin embargo, ahora los EEUU, el FMI y la Comisión Europea han contemplado desde la barrera cómo el de Alemania y otros gobiernos nacionales, han hecho encallar a Grecia.

La extraña estructura de Europa para la adopción de decisiones ha permitido que la política interior alemana prevaleciera sobre otras consideraciones, lo que ha entrañado menos interés en una resolución sincera de la crisis que en evitar la apariencia de ser indulgentes con Grecia. Los dirigentes de Alemania podían temer con razón que la factura de los rescates europeos recayera sobre su país, pero el resultado ha sido el sacrificio de Grecia en el altar de una idea abstracta e inviable: "nada de rescates". A no ser que se logre alguna avenencia racional, la insistencia en ese planteamiento solo conducirá a otras suspensiones de pagos en masa e incluso más onerosas.

Ahora ya se ha acabado de verdad la partida. Los bancos de Grecia han cerrado y se ha reconocido que su deuda es insostenible y, sin embargo, el futuro tanto de los bancos como de la deuda sigue siendo incierto. Las decisiones adoptadas por Europa en los próximos días determinarán la suerte de Grecia; intencionadamente o no, determinarán también la suerte de la UE.

(Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development)

– La "grecuperación" será mucho más rápida (El Economista – 11/7/15)

(Por Matthew Lynn)

La escasez de gasolina ha creado largas colas en todas las estaciones de servicio. Los hospitales se han quedado sin medicinas. El paro ha subido al 40% o más, y las ONG están mandando aviones con comida. Si oímos algunos comentarios, podríamos pensar que el resultado inmediato de la salida de Grecia del euro sería como Berlín en 1945: un país resquebrajado, con la economía hundida y una población muerta de hambre. Mejor es no hacer caso, porque la Grecuperación, si finalmente no se confirma un acuerdo y se introduce el dracma va a sorprender a todos.

Será, a la vez, robusta y duradera. Y es que Grecia ya ha recortado sus salarios a niveles competitivos, sus principales sectores están muy atentos a los precios más bajos que seguirán a la devaluación, y la demanda interna protagonizará una recuperación rápida. La única pregunta para los inversores será cuánta exposición a esa recuperación quieren. Y qué impacto tendrá su auge para el resto de la eurozona. Todavía es un escenario hipotético, eso es verdad, si Grecia sale o no del euro o si al final se materializa el principio de acuerdo entre el primer ministro Alexis Tsipras y sus socios (si ese es el término correcto) en la eurozona. La situación se ha vuelto tan caótica, que hasta la precavida y pragmática canciller alemana Angela Merkel parece haberse quedado sin planes. Cada uno sale al paso sobre la marcha. Con los bancos todavía cerrados y la economía encogiendo por momentos, parece que la salida es un desenlace probable. Uno de los clichés de la crisis es que Grecia no tiene buenas opciones a partir de aquí, pero eso no es cierto. Tiene una opción excelente: se llama dracma. Algunos análisis parecen implicar que tener moneda propia es un camino muy arriesgado a seguir, pero casi todos los países la tienen. La eurozona es la peculiar por tener un sistema monetario común, y hasta el momento no parece que funcione especialmente bien. En realidad, a los seis meses de lanzar un nuevo dracma, o euro paralelo, o como se llame, Grecia volvería a crecer a paso firme. Veamos por qué.

Primero, resurgiría el turismo. Suponiendo una devaluación en la región del 30% al 50%, las vacaciones en Grecia serían mucho más baratas. En jerga económica, el turismo tiene elasticidadprecio: cuando se reduce el precio, aumenta mucho la demanda. Tengamos en cuenta que uno de sus principales rivales para los turistas europeos (el norte de África) padece ataques terroristas. ¿El resultado? Un gran aumento del número de visitantes.

Segundo, habría un incremento en la demanda interna. Algo que beneficia a Grecia es que el turismo constituye un sector muy intensivo en mano de obra. Hacen falta muchas personas para atender los hoteles, restaurantes y bares. Por eso, si el sector resurge, el empleo aumentaría rápidamente. Al fin y al cabo, con el total de parados rozando el 27%, no les va a costar cubrir vacantes. Cuanta más gente trabaje, más dinero tendrían para gastarse en las tiendas y eso impulsaría la economía aún más.

Tercero, el transporte marítimo. Grecia es uno de los grandes actores del negocio del transporte marítimo global. Como el turismo, también tiene mucha elasticidad-precio. A nadie le importa en qué tipo de barco viene su televisor de China a Alemania; solo importa el precio. Si Grecia devalúa su moneda el sector del transporte, que ya representa el 16% de la flota mercante del mundo, vería un gran empujón. Como el turismo, el transporte marítimo emplea a mucha gente y mientras se creen empleos, la mayor demanda alimentará la economía interna. Por último, la manufactura. Grecia nunca ha tenido un sector manufacturero importante, al menos no para exportaciones, pero el coste de su mano de obra ya es muy competitivo frente al oeste de Europa, y con una devaluación monetaria del 30%, lo sería también respecto a Europa del este y casi todos los mercados emergentes. Además de precios bajos, Grecia dispondría de las infraestructuras derivadas de tres décadas de membresía en la UE. Su vecina inmediata Turquía ha levantado una gran base manufacturera en sectores como el textil o el material de construcción, donde su proximidad con el acaudalado mercado europeo cuenta mucho. Al igual que Turquía, Grecia tiene una ubicación fantástica, entre Europa y los mercados en auge del Golfo y Asia. No hay razón por la que las firmas no construyan fábricas allí.

Allá por 2001 Argentina se vio obligada a poner fin a su vínculo monetario con el dólar y devaluó masivamente su divisa en plena crisis bancaria. Aun así, entre 2003 y 2007 el crecimiento promedió nada menos que un 8,5% al año. Tal vez sea pedir demasiado que Grecia haga lo mismo, pero Argentina es una economía relativamente nada competitiva, con un sector exportador que brilla por su ausencia y, al contrario que Grecia, ni siquiera está cerca de ningún mercado importante. Por eso, un índice de crecimiento del 5% en 2017 y 2018 no sorprendería si Grecia abandonase el euro. Y un 8% es posible.

Los analistas británicos y americanos se equivocan al creer que cambiar de moneda es un trauma. Quizá sea porque el Reino Unido y EEUU tienen, en términos globales, unos sistemas monetarios muy estables. El dólar y la libra llevan mucho tiempo. Otros países cambian de moneda con frecuencia y sin grandes repercusiones. Un francés sexagenario ya irá por su tercera moneda. Y un alemán del este cuarentón. No supuso ninguna catástrofe en esos países y tampoco sucedería en Grecia. La mayor amenaza para el euro en caso de que fallen las negociaciones y se produzca un Grexit puede no ser el contagio a otros países periféricos, sino que vaya tan bien que otros se planteen por qué no hacer lo mismo.

(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics)

– Los acreedores han demolido el proyecto de la eurozona (Expansión – FT – 13/7/15)

(Por Wolfgang Munchau / FT)

Unas pocas cosas que muchos de nosotros dábamos por sentadas, y en las que algunos creíamos, terminaron en un solo fin de semana.

Al obligar a Alexis Tsipras a aceptar una humillante derrota, los acreedores de Grecia han hecho mucho más que provocar un cambio de régimen en Atenas o poner en peligro sus relaciones con la eurozona. Destruyeron la eurozona tal y como la conocemos. Demolieron la idea de una unión monetaria como paso hacia una unión política democrática y volvieron a las luchas de poderes nacionalistas europeas del s.XIX y principios del s.XX. Degradaron la eurozona a un sistema tóxico de tipo de cambio fijo, con una moneda única compartida y gestionado según los intereses de Alemania, que se mantiene unido por la amenaza de la destitución absoluta de aquellos que cuestionan el orden prevaleciente. Lo mejor que puede extraerse del fin de semana es la brutal honestidad de aquellos que perpetran este cambio de régimen.

Pero la brutalidad no fue lo único destacable, ni siquiera la capitulación total de Grecia. El cambio pertinente es que Alemania ha propuesto formalmente un mecanismo de salida. El sábado, Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas, insistió en una salida provisional -un "tiempo muerto" como lo calificó-. He escuchado muchas propuestas dementes en mi vida, y esta es una de ellas. Un estado miembro presionó a favor de la expulsión de otro. Este fue el verdadero golpe de Estado del fin de semana: un cambio de régimen en la eurozona.

El hecho de que por el momento se haya evitado un Grexit formal es irrelevante. El Grexit volverá a estar sobre la mesa tan pronto como se produzca el más pequeño accidente político, y todavía hay muchas cosas que podrían ir mal, tanto en Grecia como en otros parlamentos de la eurozona. Cualquier otro país que en el futuro pudiera desafiar la ortodoxia económica alemana afrontará problemas similares.

Esto nos devuelve a una versión más tóxica del viejo mecanismo de tipo de cambio de los años 90 que atrapó a los países en un sistema gestionado fundamentalmente en beneficio de Alemania, y que llevó a la salida de la libra inglesa y a la marcha temporal de la lira italiana. Lo que quedó fue una coalición de países dispuestos a ajustar sus economías a la de Alemania. Reino Unido tuvo que salir porque no lo estaba.

¿Qué deberían hacer los griegos ahora? Olvidemos por un momento el debate económico de los últimos meses, sobre cuestiones como el impacto de la austeridad o de las reformas económicas sobre el crecimiento, y hagámonos esta sencilla pregunta: ¿Realmente cabe pensar que un programa de reformas económicas, sobre el que el Gobierno no tiene mandato político, que ha sido rechazado explícitamente en un referéndum, y que ha sido impuesto mediante el chantaje político, pueda funcionar?

Las implicaciones para el resto de la eurozona son como mínimo igual de inquietantes. Pronto nos estaremos preguntando si esta nueva eurozona, en la que los fuertes avasallan a los débiles, puede ser sostenible. Antes, el argumento más sólido contra las previsiones de una ruptura era el fuerte compromiso político de todos sus miembros. Si se le pregunta a los italianos por qué están en la eurozona, pocos han apuntado nunca a los beneficios económicos. Querían formar parte del proyecto europeo de integración económica más ambicioso llevado a cabo hasta la fecha.

Pero si eliminamos la aspiración política, podemos terminar haciendo un juicio distinto. Desde un punto de vista meramente económico, sabemos que el euro le ha ido bien a Alemania. En el caso de Holanda y Austria funcionó moderadamente bien, aunque produjo cierto grado de inestabilidad financiera en ambos.

Para Italia, ha sido un completo desastre económico. La productividad prácticamente no ha crecido desde la entrada del euro en 1999. Si se quiere culpar a la falta de reformas estructurales, entonces hay que explicar cómo es posible que Italia registrase tasas de crecimiento aceptables antes de 1999. ¿Podemos garantizar que una mayoría de los italianos apoyarán la moneda única dentro de tres años?

El euro tampoco ha sido bueno para Finlandia. Aunque el país está considerado el campeón mundial de las reformas estructurales, su economía se ha hundido desde que Nokia perdió el puesto de primer fabricante mundial de teléfonos móviles. Francia ha registrado resultados relativamente buenos durante los primeros años del euro, pero también ella gestiona un persistente déficit por cuenta corriente. Grecia no es el único territorio en el que el euro no es óptimo.

Una vez privada de las ambiciones de una unión política y económica, la eurozona cambia a un proyecto funcional en el que los estados miembros sopesarán fríamente los beneficios y los costes, al igual que Reino Unido evalúa en la actualidad las ventajas y desventajas relativas de la pertenencia a la UE. En un sistema así, alguien, en algún lugar, querrá marcharse en algún momento. Y el sólido compromiso político para salvarlo tampoco existirá ya.

– La capitulación del arrogante populismo de Syriza (Libertad Digital – 13/7/15)

(Por Juan Ramón Rallo)

Varoufakis se creyó un jugador más hábil de lo que realmente es: su estrategia desde el comienzo fue amenazar a Alemania, y al conjunto de la Unión Europea, con el órdago de hacer estallar el euro. El ex ministro de Finanzas estaba convencido de que Merkel y sus pares terminarían cediendo antes de experimentar un desmembramiento de la moneda única. Tal como declaraba hoy mismo: "Mi punto de vista -y así se lo trasladé al gobierno- es que si ellos se atrevían a cerrar nuestros bancos, nosotros debíamos responder con una agresividad similar aun sin llegar al punto de no retorno: debíamos emitir nuestra propia divisa, o al menos amenazar con hacerlo; debíamos aplicar quitar a los bonos griegos en manos del BCE, o anunciar que lo íbamos a hacer; y debíamos recuperar el control del Banco central de Grecia".

Pero la Eurozona no cedió sino que se mostró dispuesta a que el Gobierno griego se ahorcara con su propia soga. Y ahí fue cuando toda la estrategia griega se desmoronó: Tsipras reveló que iba de farol, que el referéndum había sido simplemente un paripé negociador y que su deseo no era la de salir del euro. En el juego del gallina, Tsipras fue el primer cobarde en salirse del carril. Fue ahí cuando tuvo que recular y ceder en prácticamente todo: la estrategia de Varoufakis lo había colocado en una ratonera y Tsipras no quiso morir matando, de modo que tuvo que capitular con deshonores.

Así, en menos de una semana después del dignísimo referéndum, la Troika ha conseguido que Tsipras no sólo le entregue la cabeza de Varoufakis y que se comprometa a implementar en 72 horas un acuerdo mucho más duro del inicialmente propuesto antes del referéndum, sino que además lo ha empujado a que aporte como garantía de la nueva deuda un conjunto de activos estatales valorados en 50.000 millones de euros. Alta condicionalidad (cese de Varoufakis, subida del IVA, recorte de las pensiones, automatización de las reducciones del gasto, privatización de la red eléctrica o reversión de la contratación de empleados públicos) y elevadas garantías para avalar la financiación lograda.

La derrota de Syriza ha sido absoluta, por mucho de que sus partidarios se agarren al desesperado asidero de que Tsipras jure haber logrado un compromiso de reestructuración de la deuda griega. Pero recordemos que semejante compromiso por parte del Eurogrupo siempre estuvo encima de la mesa, condicionado -como ahora- a que Grecia fuera cumpliendo sus compromisos. Lean, si no, el mensaje publicado por el Eurogrupo el 27 de noviembre de 2011, meses después de acordado el segundo rescate: "Los países de la Eurozona están dispuestos a tomar las siguiente medidas: rebajar en 100 puntos básicos el tipo de interés pagado por los préstamos recibidos por Grecia (…); alargamiento de los plazos de los préstamos en 15 años y un retraso en el pago de intereses de 10 años (…). Sin embargo, el Eurogrupo recalca que la deuda griega sólo se beneficiará de estas reformas de manera gradual y condicionada a una completa implementación de las reformas que el país ha suscrito". Tsipras, por tanto, no ha logrado nada nuevo a lo que había: si cumples, las condiciones financieras mejorarán; si no, se quedarán tal cual.

Más si la pésima estrategia negociadora diseñada por Varoufakis no ha logrado ninguno de los objetivos ambicionados -más bien al contrario: ha terminado abocando a Grecia a aceptar condiciones más duras de las iniciales-, sí ha implicado unos brutales costes para el país. En primer lugar, la economía griega llega medio año paralizada como consecuencia de la incertidumbre sobre su futuro generada por Syriza. Segundo, la credibilidad y la confianza del Gobierno griego, y de buena parte de sus ciudadanos, frente al resto de Europa ha saltado por los aires y tardará mucho tiempo en reconstruirse. Tercero, probablemente la coalición gobernante esté herida de muerte toda vez que ha padecido una humillación innecesaria en caso de haber cedido a tiempo, dejando en consecuencia un Ejecutivo debilitado e inestable. Y, por último, el corralito bancario provocado por Syriza ha supuesto la puntilla para la economía y para la propia banca griega: las transacciones se han paralizado -y van a seguir paralizadas- durante semanas, las compañías se han descapitalizado, las importaciones se han congelado suspendiendo las operaciones de muchas empresas helenas y la propia banca ha experimentado unas pérdidas extraordinarias que le han abierto un agujero de 25.000 millones de euros.

En definitiva, la estrategia negociadora de Syriza desde que llegó al poder ha sido un arrogante disparate, propia de iluminados vanidosos que se creyeron los embustes con los que estaban engañando a sus ciudadanos. Un elevadísimo coste político, social y económico del populismo para terminar consiguiendo un acuerdo mucho peor al que tuvieron desde un comienzo a su disposición. "Dignidad", lo llamaban.

(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía con Premio Extraordinario de fin de carrera y licenciado en Derecho también con Premio Extraordinario de fin de carrera por la Universidad de Valencia, así como master en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Actualmente es profesor en esta última universidad y en los centros de estudios OMMA e Isead. Asimismo es director del Instituto Juan de Mariana)

– Grecia para adultos (Project Syndicate – 13/7/15)

Londres.- Grecia y sus socios europeos pueden haber acordado una nueva cláusula de rescate, pero de qué manera terminará realmente la tragedia económica griega sigue siendo un misterio. Con todo, algo es seguro: los gobiernos de la eurozona terminarán pasando a pérdida un gran porcentaje de sus préstamos a Grecia. Su reticencia a reconocer esa realidad ha aumentado las pérdidas que sufrirán.

Sin duda, el gobierno griego, por momentos, ha sido provocador y poco realista. No aceptó, por ejemplo, la necesidad de una reforma seria del sistema de pensiones. Pero la renuencia por parte de las autoridades de la eurozona a aceptar la necesidad de un alivio de la deuda ha estado igualmente divorciada de la realidad. Hace tres semanas, la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, llamó a que se reanudaran las conversaciones "con adultos en la sala". Eso significa enfrentar los hechos.

En este sentido, el último Análisis de Sostenibilidad de Deuda del FMI, publicado el 26 de junio, es un documento adulto. Deja en claro que las deudas de Grecia no serán sostenibles sin mayores préstamos concesionales y una extensión de los vencimientos de la deuda existente. Quizá, sugiere, también sea necesario pasar a pérdida unos 50.000 millones de euros (US$ 55.000 millones). Pero inclusive estos cálculos están basados en presunciones poco realistas.

Los acuerdos de rescate anteriores suponían que Grecia experimentaría un excedente presupuestario primario (antes de pagos de intereses) de 4,5% del PIB casi de manera permanente. El FMI revisó esa precisión hacia abajo, a 3,5%. Pero esto aún sigue ignorando la realidad de que los griegos pueden no pagar sus deudas -no solo metafóricamente, incumpliendo en el pago, sino también literalmente, migrando a Alemania, por ejemplo.

Mientras Grecia siga siendo miembro de la Unión Europea, sus contribuyentes marcharse, como lo hicieron los de Detroit en las décadas previas a su quiebra. Si permanecer en Grecia significa vivir en un país donde los impuestos son siempre un 10% más altos que los gastos públicos, muchos -especialmente los jóvenes y talentosos- se irán.

Durante cinco años fue evidente que las deudas de Grecia eran insostenibles. También fue obvio que luego de la condonación de deuda del sector privado de 2012 tendría que haber habido una oficial. Pero las autoridades de la eurozona se negaron a ofrecer alivio de la deuda al gobierno griego anterior y, en cambio, impusieron una austeridad más severa de lo que era necesario.

En consecuencia, la recesión de Grecia se agudizó. Su deuda ya insostenible se infló aún más y el partido Syriza anti-austeridad llegó al poder. La prolongada incertidumbre llevó a los griegos a retirar sus depósitos bancarios, cuyo efectivo provino de los 90.000 millones de euros de la asistencia de liquidez de emergencia ofrecida por el Banco Central Europeo. Ese dinero será redenominado en nuevas dracmas devaluadas si Grecia abandona la eurozona.

Al prometer que Alemania no se vería afectada por una condonación de deuda, la canciller Angela Merkel hizo una promesa que no podía cumplir. Peor aún, al mantener esa posición terca, los negociadores de la eurozona han garantizado que las deudas que, llegado el caso, se pasen a pérdida serán aún mayores.

Esa posición negociadora podría llegar a ser racional si las eventuales deudas griegas que pasen a pérdida fueran compensadas por condonaciones reducidas en otras partes o en otro momento. Después de todo, si Grecia recibe un alivio de deuda, Irlanda o España podrían exigir lo mismo, y todos los gobiernos de la eurozona tendrían un incentivo más débil para adherir a la disciplina fiscal en el futuro. Un banquero racional podría provocar deliberadamente una quiebra y sufrir grandes pérdidas si fuera necesario, para enseñar una lección y crear mejores incentivos futuros.

Pero Grecia no es un deudor más. Es un estado potencialmente frágil en el extremo de una Europa que enfrenta una crisis de migración enorme y un liderazgo ruso peligrosamente nacionalista que busca oportunidades para causar problemas. La eurozona debe encontrar la manera de asegurar una futura disciplina en materia de deuda, sin provocar una crisis aún más profunda en Grecia.

Inclusive en Estados Unidos, imponer una disciplina fiscal a las entidades subfederales suele ser difícil. Por más claro que sea su status no garantizado, las ciudades o estados en apuros financieros -ya sea Nueva York en los años 1970 o Puerto Rico hoy- pueden ejercer una presión considerable para que los líderes políticos nacionales les ofrezcan asistencia. En la eurozona, los vínculos entre los gobiernos y los sistemas bancarios nacionales hacen que resulte mucho más difícil alcanzar una disciplina de mercado.

Imaginemos si alguien sugiriera que a los bancos que operan en Illinois se les exigiera mantener carteras importantes de bonos del estado de Illinois, que sus depósitos estuvieran asegurados por un esquema de seguro del estado de Illinois y que el gobierno del estado de Illinois fuera responsable de cualquier recapitalización, si fuera necesaria. La propuesta sería descartada por considerársela una demencia económica. En un sistema de esas características, una recesión crearía una espiral retroalimentada de deterioro de las finanzas públicas, crecientes temores de una insolvencia bancaria y una caída del otorgamiento de créditos. Y, sin embargo, si reemplazamos "Illinois" por Irlanda, España o Grecia, es así como funcionan las cosas en la eurozona.

Este sistema hizo que una estrategia basada en el mercado para resolver situaciones de deuda insostenible resultase imposible. En lugar de correr el riesgo de pasar a pérdida deuda gubernamental o bancaria, los gobiernos de la eurozona y el BCE absorbieron las deudas trasladadas en un principio por el sector privado a los balances públicos de los estados miembro de la eurozona. En Irlanda y España, el sector privado salió ileso. En Grecia, hubo cierta "participación del sector privado", pero hasta muchas entidades de crédito irresponsables se las ingeniaron para trasladar su exposición a los gobiernos de la eurozona.

Para asegurar una disciplina fiscal futura, la eurozona debe disociar a sus bancos de los gobiernos nacionales y crear una verdadera unión bancaria. Deberían utilizarse requerimientos altos de capital o límites cuantitativos ajustados para restringir las tenencias por parte de los bancos de bonos del gobierno nacional; los bancos deberían en cambio tener activos líquidos como bonos a nivel de la eurozona, billetes o reservas de efectivo en el BCE. Y la deuda pública nacional debería estar en manos del sector privado no bancario, que debería sufrir grandes pérdidas si la deuda aumentara a niveles insostenibles. El efecto deseado sería que a los gobiernos les resulte más difícil acumular deudas que no podrían afrontar.

Pero las reformas apropiadas que se implementen en el futuro no pueden cambiar el hecho de que, hoy, las deudas de Grecia son insostenibles. Los negociadores adultos tendrán que enfrentar dos realidades: las grandes condonaciones de deuda son inevitables y seguir castigando a Grecia no pondrá a la eurozona en el sendero de la disciplina fiscal. Para eso, es esencial una reforma sistémica.

(Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His book Between Debt and the Devil will be published by Princeton University Press in fall 2015)

– Saving Greece, Saving Europe (Project Syndicate – 13/7/15)

Berkeley.- Whatever one thinks about the tactics of Greek Prime Minister Alexis Tsipras"s government in negotiations with the country"s creditors, the Greek people deserve better than what they are being offered. Germany wants Greece to choose between economic collapse and leaving the eurozone. Both options would mean economic disaster; the first, if not both, would be politically disastrous as well.

When I wrote in 2007 that no member state would voluntarily leave the eurozone, I emphasized the high economic costs of such a decision. The Greek government has shown that it understands this. Following the referendum, it agreed to what it -and the voters- had just rejected: a set of very painful and difficult conditions. Tsipras and his new finance minister, Euclid Tsakalotos, have gone to extraordinary lengths to mollify Greece"s creditors.

But when I concluded that no country would leave the eurozone, I failed to imagine that Germany would force another member out. This, clearly, would be the effect of the politically intolerable and economically perverse conditions tabled by Germany"s finance ministry.

German Finance Minister Wolfgang Schäuble"s idea of a temporary "time out" from the euro is ludicrous. Given Greece"s collapsing economy and growing humanitarian crisis, the government will have no choice, absent an agreement, but to print money to fund basic social services. It is inconceivable that a country in such deep distress could meet the conditions for euro adoption -inflation within 2% of the eurozone average and a stable exchange rate for two years- between now and the end of the decade. If Grexit occurs, it will not be a holiday; it will be a retirement.

Early Monday morning, European leaders agreed to remove the reference to this "time out" from the announcement of the latest bailout deal. But this door, having been opened, will not now be easily closed. The Eurosystem has been rendered more fragile and subject to destabilization. Other European finance ministers will have to answer for agreeing to forward to their leaders a provisional draft containing Schäuble"s destructive language.

Economically, the new program is perverse, because it will plunge Greece deeper into depression. It envisages raising additional taxes, cutting pensions further, and implementing automatic spending cuts if fiscal targets are missed. But it provides no basis for recovery or growth. The Greek economy is already in free-fall, and structural reforms alone will not reverse the downward spiral.

The agreement continues to require primary budget surpluses (net of interest payments), rising to 3.5% of GDP by 2018, which will worsen Greece"s slump. Re-profiling the country"s debt, which is implicitly part of the agreement, will do nothing to ameliorate this, given that interest payments already are minimal through the end of the decade. As the depression deepens, the deficit targets will be missed, triggering further spending cuts and accelerating the economy"s contraction.

Eventually, the agreement will trigger Grexit, either because the creditors withdraw their support after fiscal targets are missed, or because the Greek people rebel. Triggering that exit is transparently Germany"s intent.

Finally, the privatization fund at the center of the new program will do nothing to encourage structural reform. Yes, Greece needs to privatize inefficient public enterprises. But the Greek government is being asked to privatize with a gun held to its head. Privatization at fire-sale prices, with most of the proceeds used to pay down debt, will not put Greek parliamentarians or the public in a mood to press ahead enthusiastically with structural reform.

Greece deserves better. It deserves a program that respects its sovereignty and allows the government to establish its credibility over time. It deserves a program capable of stabilizing its economy rather than bleeding it to death. And it deserves support from the ECB to enable it to remain a eurozone member.

Europe deserves better, too. Other European countries should not in good conscience accede to this politically destructive, economically perverse program. They should remind themselves that Greece had plenty of help from its European partners in getting to this point. They must continue to push for a better deal.

These partners should not allow the European project to be sacrificed on the altar of German public opinion or German leaders" insistence on "rules". If Germany"s government refuses to see the light, the others should find a way forward without it. Franco-German solidarity would be irreparably damaged, but Franco-German solidarity is worth nothing if the best it can produce is this agreement.

Last but not least, the German public deserve better. Germans deserve a leader who stands firm in the face of extremism, rather than encouraging it, whether at home or abroad. They deserve a Europe that can play a greater role in global affairs. Above all, given Germany"s stunning political and economic achievements since World War II, they deserve their fellow Europeans" admiration and respect, not renewed resentment and suspicion.

(Barry Eichengreen is Professor of Economics at the University of California, Berkeley; Pitt Professor of American History and Institutions at the University of Cambridge; and a former senior policy adviser at the International Monetary Fund. His newest book, Hall of Mirrors: The Great Depression, the Great Recession, and the Uses -and Misuses- of History, was just published by Oxford University Press)

– Getting Personal With the Greek Crisis (Project Syndicate – 14/7/15)

Berlin.- Today"s decision-makers are supposed to embrace the virtues of big data, relentlessly pursue quantitative metrics, and then adhere to the optimal course of action that these powerful tools supposedly indicate. Yet if there is one thing that the Greek crisis has made clear, it is the importance of the human factor in negotiations. People and their personalities, and the way they perceive one another, can make small debts seem unserviceable or large debts disappear with a handshake.

In a world that feels increasingly unstable, many seek reassurance in the illusion of certainty that data provide. We want it in our journalism. We want it in our investment decisions. We even want gadgets that count our every step and heartbeat. We want to bring our wellbeing and our future fully under our control.

But the Greek financial crisis serves as a reminder that life is not governed by data alone. In the end, outcomes may -and often do- depend on the amorphous yet essential qualities of integrity, trustworthiness, and interpersonal "chemistry".

The importance of such factors was no less clear in the negotiations over Iran"s nuclear program. Whereas partisan grandstanding and nationalist posturing in the Greek negotiations have eroded confidence in the entire European project, the negotiators on the Iran deal overcame an even deeper trust gap. With arguably more at stake, and despite the involvement of more players with overlapping and, at times, antagonistic agendas, entrusting the process to professional diplomats, rather than elected politicians, clearly paid off.

There is an important lesson here for Europe. People selected to lead countries or companies must have the technical competence -and the number-crunching support teams- needed to make good decisions. But that is never enough. Effective leaders must be able not only to represent a point of view, but also to work well with others to realize their vision. If deals -whether on bailout arrangements, nuclear programs, or corporate mergers- could be concluded on the basis of quantitative data alone, they would be. But they never are.

For Greece and its creditors now, the latest agreement is only the first step. The six months of finger pointing and brinkmanship that preceded the deal have created a mountain of mistrust among leaders and citizens alike.

When multiple ceasefire agreements fail in South Sudan and eastern Ukraine, or a humanitarian truce in Yemen collapses within hours, one or more of the parties is said to lack "credible commitment". Similarly, when the Greek side proposes essentially the same deal that it just called a snap referendum to reject, or when the Eurogroup of eurozone finance ministers, following Germany"s lead, simply ignores the unsustainability of Greece"s debt, the ability to execute any deal must be in doubt.

What will make this deal work is quick ratification and credible follow-through in terms of day-to-day implementation. Both sides need incentives to stick with it and deterrents to defecting from it. Above all, conditioning further, essential debt relief for Greece on its execution of the deal should be used as a way to commit both sides.

A track record of failed implementation -of accepting bailouts without implementing the reforms needed to regain solvency- creates a climate in which deal making becomes ever more difficult. The risks are too high, especially when every development in the talks is spun for partisan advantage, to make leaders look smart, to label winners and losers, or to undermine progress by nit-picking the data.

It is to the credit of European leaders involved in the negotiations that they have been able to reach a deal in the face of enormous uncertainty. They have committed not just financial resources but also significant political capital at a make-or-break moment for Europe.

Given the lack of trust between the parties to the deal, the situation will remain extremely volatile for some time. Quantitative data will be necessary to monitor Greece"s progress on carrying out the agreed reforms, as well as to determine the extent of further debt relief. But neither Greece nor Europe will regain a sense of stability merely because the data add up. Their leaders" personal qualities -their unshakable will and determination to make the deal stick- must add up, too.

(Lucy P. Marcus, founder and CEO of Marcus Venture Consulting, Ltd., is Professor of Leadership and Governance at IE Business School and a non-executive board director of Atlantia SpA. Stefan Wolff is Professor of International Security at the University of Birmingham)

– ¿Los señores de las finanzas de hoy en día? (Project Syndicate – 14/7/15)

Londres.- En su libro Los señores de las finanzas, ganador del premio Pulitzer, el economista Liaquat Ahamad narra la historia de cómo, por su estricta adherencia al patrón de oro, los responsables de grandes bancos centrales "empujaron" al mundo a la bancarrota y dieron inicio a la Gran Depresión. En gran medida, los bancos centrales de hoy tienen en común otro supuesto del que apenas se duda: los beneficios de las políticas de flexibilidad monetaria. ¿Van en camino de llevar al planeta a la quiebra nuevamente?

La política monetaria ortodoxa ya no se rinde ante el patrón oro, que hizo que los bancos centrales de los años 20 erraran en el manejo de las tasas de interés y generaran con ello la crisis económica global que acabó por sentar las condiciones para la Segunda Guerra Mundial. Pero el periodo sin precedentes de políticas monetarias flexibles desde el comienzo de la crisis financiera de 2008 podría ser igual de problemático. De hecho, los efectos discernibles en los mercados financieros ya han sido enormes.

Los efectos de primera línea están claros. A los inversionistas institucionales les ha costado encontrar rendimientos positivos reales en cualquiera de las inversiones que tradicionalmente se habían considerado seguras. Por ejemplo, a las aseguradoras de vida no les ha resultado fácil alcanzar las tasas de rendimiento que garantizan. De acuerdo con un informe reciente de Swiss Re, si los bonos públicos se hubieran estado vendiendo a precios más cercanos a su "valor justo", las aseguradoras de Norteamérica y Europa habrían ganado de $ 40 a $ 80 mil millones entre 2008 y 2013 (suponiendo una asignación típica de entre un 50 y un 60% a la renta fija). Para los fondos de pensiones públicos, un 1% de rendimiento adicional durante este periodo habría elevado la renta anual entre $40 y $ 50 mil millones.

Los inversionistas han respondido a los niveles de tasas de interés cercanas a cero con ajustes sin precedentes al modo en que asignan los activos. En la mayoría de los casos, han asumido mayores niveles de riesgo. En pocas palabras, han pasado a adoptar instrumentos de crédito más riesgosos, causando una compresión de los diferenciales de los bonos corporativos. Cuando los rendimientos de los papeles comerciales llegaban a sus niveles más bajos, los inversionistas pasaban a las acciones. Cerca de un 63% de los inversionistas institucionales globales elevaron su participación en las acciones de los mercados desarrollados en los seis meses anteriores a abril de 2015, de acuerdo con el reciente estudio de State Street, a pesar de que alrededor de un 60% de ellos espera una corrección del mercado de entre un 10 y un 20%.

Hasta los inversionistas más conservadores del mundo han asumidos riesgos sin precedentes. Los fondos de pensiones públicas japoneses, entre los que se encuentran los mayores del planeta, han hecho bajar los bonos locales hasta niveles nunca antes vistos. Además de elevar sus inversiones en acciones y bonos extranjeros, han aumentado por quinto trimestre consecutivo sus carteras de valores locales.

Estas decisiones de inversión son comprensibles, teniendo en cuenta los deslucidos rendimientos de las inversiones de renta fija, pero el impacto secundario resultante podría acabar siendo devastador.

La tendencia al alza del mercado de valores ya lleva seis años. Incluso tras la volatilidad de los mercados después de la crisis griega y la caída de la bolsa china, las valoraciones parecen ser altas. El índice S6P 500 ha superado los niveles previos a 2008, y las acciones de las compañías se transan en 18 veces sus ganancias.

En tanto continúen los vientos de cola de la flexibilización cuantitativa, el petróleo barato y los mayores flujos de entrada institucionales, podrían seguir elevándose los precios de las acciones, pero en algún punto habrá una corrección real del mercado. Y, cuando ocurra, los fondos de pensiones y las aseguradoras estarán más expuestos que nunca a la volatilidad de los mercados de valores.

Esta sobreexposición ocurre en tiempos que las tendencias demográficas ven en contra de los fondos de pensiones. Un ejemplo es Alemania, donde un 20% de la población tiene más de 65 años y la cantidad de adultos en edad de trabajar se contraerá desde los cerca de 50 millones actuales a unos 34 millones para el año 2060. En los mercados emergentes, es probable que para el 2050 la expectativa de vida en rápido aumento y la fertilidad en descenso dupliquen la proporción de personas mayores de 60, aumentando en cerca de 500 millones la población que necesitará apoyo en sus años improductivos.

Si el efecto conjunto de pérdidas importantes en los mercados de valores y aumento de los coeficientes de dependencia hace que a los fondos de pensiones les resulte difícil cumplir sus obligaciones, los gobiernos tendrán que ofrecer sistemas de protección social… si es que pueden. La deuda pública como porcentaje del PIB global se ha elevado a un ritmo anual del 9,3% desde 2007.

En Europa, a modo de ejemplo, Grecia no es el único país que está endeudado hasta el cuello. En 2014, los niveles de deuda en la eurozona siguieron creciendo, hasta llegar a cerca de un 92% del PIB, el mayor desde el lanzamiento del euro en 1999. Si tanto las pensiones como los gobiernos no pueden financiar las necesidades de los adultos mayores, los países del continente podrían sufrir una mayor inestabilidad social, en lo que sería una versión más generalizada de la saga que se sufre en Grecia.

No hay duda de que los nuevos Señores de las finanzas han alcanzado muchos de sus objetivos desde el comienzo de la crisis hace siete años. Sin embargo, cuando se produce una emergencia las medidas a gran escala siempre conllevan consecuencias imprevistas que esparcen las semillas de la siguiente crisis general. En vista de las últimas perturbaciones del mercado, la pregunta es hoy si ésta ya ha comenzado.

(Alexander Friedman, Group CEO of GAM Holding, was Global Chief Investment Officer of UBS Wealth Management, Chief Financial Officer of the Bill & Melinda Gates Foundation, and a White House fellow during the Clinton Administration)

– El rescate de Grecia no funcionará sin un recorte de deuda, dice el FMI (The Wall Street Journal – 15/7/15)

(Por Ian Talley)

Washington (EFE Dow Jones).- El Fondo Monetario Internacional cuestionó en un informe publicado el martes la capacidad de Grecia de implementar las reformas del rescate con las que se ha comprometido y advirtió, utilizando el tono más duro hasta la fecha, que la eurozona debe comprometerse a reestructurar la deuda helena para garantizar que el programa funcione.

"El drástico deterioro de la sostenibilidad de la deuda apunta a la necesidad de un alivio de la deuda a una escala que tendría que ir bastante más allá de lo que se ha estado considerando hasta la fecha, y de lo que ha sido propuesto" por las autoridades de la eurozona, dijo el FMI en su última valoración de la economía griega.

El organismo ha advertido en reiteradas ocasiones durante los últimos días a los responsables de la eurozona que Grecia necesitará una mayor reestructuración de su deuda de lo previsto en un principio debido a que los controles de capital están asfixiando su frágil economía. Según el principio de acuerdo alcanzado el lunes, las autoridades europeas dijeron que contemplarán extender el vencimiento de la deuda y aplicar recortes de intereses siempre que Grecia realice las reformas económicas y los ajustes presupuestarios acordados.

Pero el FMI dijo que incluso el plan de ampliar el vencimiento de la deuda hasta la segunda mitad del siglo podría ser insuficiente para lograr que la deuda griega vuelva a ser sostenible tras los estragos provocados por los controles de capital.

En un informe de tres páginas distribuido entre las autoridades de la eurozona durante el fin de semana y que se publicó el martes, el FMI dijo que una de las opciones es realizar una "drástica extensión" de la deuda griega. Recortar los intereses y ampliar los periodos de gracia de toda la deuda europea, además de conceder ayudas a 30 años, podría llevar el vencimiento de la deuda helena hasta la segunda mitad del siglo, con lo que una nueva generación de griegos pagaría los costos de la actual crisis.

El FMI advirtió que conceder préstamos a tasas que no sean el mínimo creará dinámicas de deuda insostenibles durante las próximas décadas.

"Otras opciones incluyen transferencias explícitas anuales al presupuesto griego o profundos recortes" dijo el FMI, que agregó que la decisión de elegir entre el conjunto de opciones la tienen que tomar Grecia y los socios europeos.

Sin embargo, un recorte de la deuda es una idea políticamente imposible para países como Alemania.

El informe del FMI es un claro aviso de que el frágil rescate aún no ha eliminado el riesgo de una salida de Grecia de la eurozona y de que el FMI necesita ver un serio compromiso de reestructuración de la deuda por parte de la eurozona.

Si la eurozona no da al FMI garantías de que reducirá la carga de deuda griega hasta los niveles que el fondo cree que son sostenibles, podría poner en riesgo la participación del FMI en el programa. Los estatutos del FMI le prohíben prestar dinero a países que no tengan perfiles de deuda sostenibles.

Sin embargo, el documento elaborado por los líderes de la eurozona no promete ninguna relajación de los términos de la deuda. Más bien, vuelve a reiterar el acuerdo de 2012 en el que se comprometían a considerar un alivio de la deuda "en caso de resultar necesario".

Para ayudar a Europa, el FMI cambió durante los últimos días su manera de medir la sostenibilidad de la deuda. Esto da al fondo más margen para apoyar líneas de financiación adicionales sin violar sus propias normas de sostenibilidad, y le elimina parte de la responsabilidad de forzar a Europa a realizar quitas de la deuda griega, a las que se opone Alemania.

Pero incluso pese al cambio en la manera de calcular la sostenibilidad de la deuda, el informe del FMI sigue siendo particularmente aleccionador al hablar de los riesgos de la nueva propuesta de rescate, entre ellos, la capacidad de Grecia de lograr sus objetivos de superávit presupuestario.

El FMI también advirtió que los acreedores podrían tener que aportar más dinero que los 85.000 millones de euros contemplados en la reciente propuesta. El fondo dijo que el sistema bancario heleno podría incluso necesitar más inyecciones de capital y que Atenas tendría que comprometerse a realizar nuevas reformas económicas para lograr sus "ambiciosos" objetivos de crecimiento.

– La Comisión y el BCE dan la razón al FMI sobre la inviabilidad de la deuda griega (Vozpópuli – 16/7/15)

Un informe del BCE y la Comisión Europea publicado este miércoles se posiciona claramente en contra del criterio de Alemania: "Grecia seguirá con una deuda muy alta incluso después de una reestructuración".

(Por Antonio Maqueda)

La Comisión Europea y el BCE publicaron juntos este miércoles un informe que daba la razón al FMI sobre la inviabilidad de la deuda griega. Incluso después de una reestructuración sustancial, Grecia se quedaría "con unos niveles de deuda sobre PIB muy altos durante un periodo extenso", sostiene el estudio elaborado por los técnicos del Ejecutivo comunitario en cooperación con el banco central.

Máscaras fuera. La Troika al completo apunta ya sin recato que no hay forma de vestir este rescate cuadrando los números. El emperador anda desnudo. Y desde luego estas conclusiones no van a hacer ninguna gracia a la canciller Merkel, quien prometió en Alemania que nunca habría quitas. Imagínense: después de que Berlín haya elevado lo que presta a Grecia hasta los 100.000 millones de euros con este tercer salvamento, ahora dicen los técnicos de las instituciones que en realidad hace falta una quita. ¡Toma ya! De hecho, el acuerdo firmado el pasado lunes pone blanco sobre negro que no se tocará bajo ningún concepto el nominal de lo que se ha prestado. Se podrían alargar plazos y rebajar intereses, pero de recortar el principal nada de nada…

Si bien la Comisión y el BCE se muestran ligeramente más optimistas que el FMI en cuanto a la trayectoria que dibujará la deuda, sus conclusiones son las mismas: "Este análisis indica unas preocupaciones serias con respecto a la sostenibilidad de la deuda pública de Grecia". A juicio de los economistas de estas dos instituciones, hace falta un programa de reformas creíble y de amplio alcance, con un compromiso de las autoridades griegas a la hora de aplicarlo. Una vez ese compromiso quede demostrado, se podría aplicar una reestructuración o reprofiling mediante un alargamiento de los vencimientos, un aplazamiento de los intereses y una refinanciación triple A. Es decir, sin tocar el principal. Sin embargo, incluso así no se lograría asegurar la sostenibilidad de la carga de deuda: "Un reprofiling muy sustancial (…)  permitiría responder a las preocupaciones sobre las necesidades de financiación brutas, aunque todavía dejará a Grecia con unos niveles de deuda sobre PIB muy altos durante un periodo extenso".

De acuerdo con el análisis comunitario, en abril de 2014 se esperaba que la deuda griega bajase al 124% del PIB en 2020 y por debajo del 110% en 2022. "Bajo esas condiciones, la deuda se consideraba sostenible", afirma. Sin embargo, la Comisión y el BCE creen que desde el final del año pasado se produjo un relajamiento de los compromisos de reforma e incluso un paso atrás en las medidas ya abordadas que han terminado conduciendo a un empeoramiento significativo de la economía y, en consecuencia, de la sostenibilidad del endeudamiento heleno. Entre otros factores, el documento achaca el deterioro de la actividad a la incertidumbre sobre las políticas que se iban a aplicar, la caída de la recaudación fiscal, la rebaja de los ingresos por privatizaciones o la morosidad existente fruto de unas negociaciones que se alargaron demasiado y que acabaron estrangulando la financiación soberana. En ese nuevo contexto, la deuda se habría disparado hacia una horquilla del 138-150% del PIB en 2020 y del 124-142% en 2022.

Pues bien, ahí no queda la cosa. Este estudio ha sido actualizado para tener también en cuenta el empeoramiento vivido en Grecia como resultado de la expiración del anterior programa de rescate, el corralito y los impagos de la deuda. Cuando antes se preveía que la economía creciese ligeramente, ahora el PIB puede retroceder entre un -2% y un -4% en 2015 y entre un -0,5% y un -1,75% en 2016. Lamentablemente, este periodo de seis meses de incertidumbre ha provocado que la economía griega no vuelva a recuperarse hasta 2017 según las previsiones de la Comisión y el BCE.

Respecto a las metas presupuestarias, si antes se vaticinaba un superávit antes de intereses del orden del 3%, ahora se pasa a un déficit primario de hasta el 1%. Y otro tanto sucede con los ingresos esperados por las privatizaciones, pues el informe tan sólo anticipa la obtención por este concepto de un abanico entre los 4.000 y los 10.000 millones de euros hasta 2022 frente a los 22.000 millones que se estimaban antes. En cualquier caso, muy lejos de los 50.000 millones apuntados en el fondo de privatizaciones recientemente impuesto por Alemania como una condición 'sine qua non' para el acuerdo. O lo que es lo mismo, otro palo a las cuentas de la lechera elaboradas en el acuerdo con los países acreedores.

En lo tocante a las necesidades de financiación netas, éstas aumentan en los próximos años entre un 10 y un 15% a raíz de  frenazo de la economía griega y la imposición de controles de capital. En opinión del Ejecutivo comunitario y del banco central, se precisan financiar 74.000 millones de euros en tres años, unos 4.000 millones menos que lo que calcula el FMI. No obstante, los expertos consideran que Grecia debería recuperar gradualmente el acceso a los mercados a unos costes razonables, lo que permitiría reducir las cantidades que se necesitan a partir del segundo año del programa.

El análisis del binomio Comisión-BCE mantiene además que la banca griega tiene serios problemas después de que haya perdido 30.000 millones de euros en los cinco primeros meses de 2015, casi un 20% del total. Una fuga de depósitos que ha provocado que las entidades helenas tomen financiación del banco central por encima de los 110.000 millones de euros. Unos datos que se ven empeorados si se añade al cóctel que el 36% de los créditos ha entrado en mora y que el 8% ha sido reestructurado. De ahí que se considere que hacen falta unos 25.000 millones de euros para volver a recapitalizar a los bancos.  

Por su parte, el FMI ha sido mucho más claro que la Comisión y el BCE en su último dictamen: "La deuda pública griega se ha convertido en altamente insostenible". De acuerdo con sus previsiones, el endeudamiento heleno alcanzará su máximo dentro de dos años al aproximarse al 200% del PIB. Sin embargo, ni Grecia será capaz de mantener durante varias décadas un superávit antes del pago de intereses del 3,5% del PIB, un hito que pocos países han logrado. Ni va a conseguir de la noche a la mañana una productividad y una participación laboral de las más altas de Europa. Y en consecuencia el FMI concluye que la deuda de Grecia ahora sólo se puede hacer sostenible a través de medidas de alivio de la deuda que van más allá de lo que hasta ahora Europa estaba dispuesta a hacer. De hecho, el Fondo sugiere que se doble el periodo de carencia de 10 a 20 años y el vencimiento medio de 30 a 60 años, una reestructuración que no tocaría el nominal pero que rebajaría sustancialmente el valor real de la deuda.

– JP Morgan AM: "Sin reestructurar la deuda griega, habrá cuarto programa de rescate" (Vozpópuli – 17/7/15)

La gestora considera que se debe realizar una reducción de la carga de la deuda helena para no tener que recurrir a otro programa de asistencia financiera.

(Por Ángel Alonso)

Alemania contra Grecia. Y Alemania contra FMI, Comisión Europea y hasta el Banco Central Europeo. Las negociaciones para el tercer programa de rescate y la reestructuración de la deuda helena se han convertido en una cuestión de pragmatismo, entre quienes miran con recelo la actitud de los griegos en los últimos años y ya no confían en ellos (caso del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble) y quienes contemplan el asunto más a largo plazo y desde una perspectiva más europea (caso del presidente del BCE, Mario Draghi). Mientras Schäuble insiste estos días en que una posible solución sea una salida temporal de Grecia de la divisa común, Draghi subraya que "Grecia es, por supuesto que es y será, miembro del euro".

Pero al igual que el "Grexit" se ha analizado por las firmas de inversión como un posible escenario en las últimas semanas, de lo que tampoco cabe duda entre los inversores cualificados es que la quita de la deuda griega se ha convertido en un elemento ineludible para sacar al país del atolladero.

"O se incluye un proceso de reducción de la carga de la deuda o una quita o habrá problemas, porque el tercer programa de rescate no es una solución para Grecia", asegura Manuel Arroyo, director de Estrategia de JP Morgan AM para España y Portugal. La hoja de ruta marcada para negociar la nueva asistencia financiera internacional, con la ayuda del BCE mediante la compra de bonos griegos entre otras actuaciones, tan solo serviría para satisfacer las necesidades de una economía como la griega obligada a realizar profundas reformas económicas para comenzar a crecer tímidamente.De ahí que la necesidad de una quita sea algo con lo que cuentan las firmas de inversión. "Siempre apostamos por un acuerdo entre las partes y nunca pensamos que se apuraría tanto", señala Arroyo, quien explica que el gobierno heleno no cuenta con respaldo popular para aplicar las medidas del tercer programa de rescate y podría verse abocado incluso a la convocatoria de elecciones, sin descartar la salida de Grecia del euro, que en JP Morgan AM estiman como una probabilidad baja. Pero "o se realiza una quita de la deuda o es muy posible que empecemos a hablar de un cuarto programa de rescate", subraya. No obstante, en la gestora norteamericana consideran que el mercado está interpretando positivamente lo que está ocurriendo en Grecia ya que los indicadores económicos de Europa son "muy buenos", razón por la cual los mercados están manteniendo su tendencia alcista. El riesgo de contagio para el crecimiento europeo lo sitúa Arroyo entre 50 y 60 puntos básicos, rebajando el porcentaje hasta el 1,75%. Pero la realidad de 2015, con la puesta en marcha de la unión bancaria, el mecanismo de estabilidad financiera y el "arsenal de medidas" del BCE han permitido mantener la devaluación del euro, una mayor fortaleza en el balance de los bancos y un rebalanceo hacia los activos de más riesgo, a juicio de Arroyo.

– Zorba el Grexit (Expansión – 19/7/15)

(Por Tom Burns Marañón)

En la dura negociación con Grecia, Alemania ha puesto sobre la mesa una Europa de dos velocidades.

Los viejos del lugar se acordarán de que hubo un tiempo cuando no hubo helenofobia y se bailaba el sirtaki en la Europa próspera. Aquello ya pasó.

La película Zorba, el Griego hizo acopio de premios Óscar hace medio siglo pero si su éxito hubiera llegado a la gran pantalla años después es posible que no estuviéramos enzarzados en si las obligaciones por el rescate griego son justas, eficaces o un cáliz envenenado.

Quizás la prolongada crisis humanitaria, y la humillación, de Grecia se hubiese evitado si la magistral recreación de la novela de Nikos Kazantzakis que protagonizaron Anthony Quinn y Alan Bates, se hubiera estrenado en vísperas del lanzamiento de la moneda común.

No habría ninguna bronca porque Grecia no estaría en la eurozona. Sería un lugar paradisiaco para moverse al son de las melodías de Mikis Theodorakis en una playa bañada por ese mar oscuro como el vino que conoció Aquiles.

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