Krugman, Stiglitz y la reestructuración de la deuda griega (Parte II) (página 5)
Enviado por Ricardo Lomoro
Lamentablemente para Grecia, el gobierno de Tsipras parece no darse cuenta de esto. Los políticos griegos que siguen viendo la amenaza del contagio financiero como su gran baza deberían advertir la coincidencia de las elecciones griegas y el programa de compra de bonos del BCE, y sacar las conclusiones obvias. La nueva política del BCE se creó para proteger al euro de las consecuencias de una salida o un impago de Grecia.
Su última estrategia negociadora es exigir un rescate para dejar de amenazar con su suicidio. Podría funcionar para un hombre bomba, pero Grecia no está más que apuntando a su propia cabeza, y puede que a Europa no le importe demasiado si aprieta el gatillo.
(Anatole Kaletsky is Chief Economist and Co-Chairman of Gavekal Dragonomics and Chairman of the Institute for New Economic Thinking. A former columnist at the Times of London, the International New York Times and the Financial Times, he is the author of Capitalism 4.0, The Birth of a New Economy, which anticipated many of the post-crisis transformations of the global economy. His 1985 book, Costs of Default, became an influential primer for Latin American and Asian governments negotiating debt defaults and restructurings with banks and the IMF)
– Europa intentará que Grecia se quede (El Economista – 15/6/15)
(Por Matthew Lynn)
Peleas encarnizadas en público. Acusaciones de mala fe y deshonestidad. Plazos sin cumplir y negociaciones que se prolongan indefinidamente. Un enfado por temas de dinero, en el que las viejas deudas se desempolvan y se tiran a la cara de los demás. Si Grecia y sus socios de la eurozona fueran una familia de humanos y no países, hasta el psicoterapeuta más indulgente les diría seguramente que tiren la toalla y dejen de actuar como si pudieran vivir bajo un mismo techo.
Y, sin embargo, a los griegos no les van a echar del club. Los plazos van y vienen, y las peleas nunca se acaban pero los inversores deben saber que la eurozona no está a punto de dejar que el país se vaya. ¿Por qué? Cambiaría a la moneda única para siempre y no para mejor. Por muy fea que se ponga la relación, siempre se llegará a un acuerdo.
En los últimos días, el drama griego ha alcanzado nuevas alturas de amargor. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que ha intentado gestionar un acuerdo, acusó al primer ministro griego, Alexis Tsipras, de retractarse de sus palabras. "No tengo ningún problema personal con Alexis Tsipras", aseguró. "Somos amigos pero, francamente, para mantener la amistad él tiene que acatar unas reglas mínimas". En respuesta, Tsipras le advirtió de que si no se llega a un acuerdo con su país, el edificio entero se vendría abajo. "Sería el principio del fin de la eurozona", dijo al periódico italiano Corriere della Sera. "Si Grecia fracasa, los mercados se pondrán inmediatamente a buscar al próximo. Si las negociaciones fracasan, el coste para los contribuyentes europeos será enorme".
El meollo del conflicto es el mismo de siempre. Grecia no se ha adaptado a los requisitos de compartir divisa con Alemania y Francia, y el resto del contenido no ha rebuscado bastante los bolsillos para mantener a flote a su vecino del sur. El resultado ha sido una depresión económica de esas que el mundo desarrollado no veía desde los años 30 y una carga de deuda que ha salido disparada fuera de control, y alcanza el 180% del PIB según los últimos datos. Grecia ha incumplido un pago al Fondo Monetario Internacional y debe abonar millones más este verano para seguir a flote.
Aun así, el resto de la UE no está dispuesto a entregar más dinero a Grecia salvo que el gobierno siga con los recortes del gasto público, aumente los ingresos y continúe reformando una economía sepultada por la burocracia y unas prácticas restrictivas, incluso si el partido Syriza de Tsipras salió elegido precisamente para revertir las reformas. De no llegar a un acuerdo, se correría el riesgo de que Grecia saliera de la moneda única, razón por la cual los rendimientos de bonos griegos han vuelto a subir como la espuma.
No cuesta entender cuáles son los riesgos y eso está poniendo a los mercados nerviosos, lógicamente. Pero también conviene centrarse en los factores que unen a estos países. "Una buena norma es que una vez que una familia repudia a un hijo, la familia no vuelve a ser la misma", sostenía el ex secretario del Tesoro estadounidense,
Lawrence Summers, en una charla en el foro de inversión internacional Amundi celebrado en París, hace ya días, dijo: "Si un país abandona el euro, pasa lo mismo".
No cabe duda. En realidad, hay dos factores que están manteniendo a Grecia dentro de la moneda única y que obligarán al resto de Europa a seguir rescatando al país por muy mal que se porte.
El primero, como decía Summers con razón, es que no es solo un acuerdo económico; también es una familia. Si se deja a Grecia marchar, cambiará la naturaleza de la moneda única para siempre. Ya no será una comunidad auténtica de países que han puesto en común sus activos financieros sino un régimen de tipo de cambio fijo, como los que han fallado tantas veces en el pasado.
Nadie duda de que Nueva York y California rescatarían a Texas en caso de crisis, aunque también habría muchas quejas. Londres y Manchester rescatarían a Gales si tuvieran que hacerlo. Si los Estados de la eurozona no están dispuestos a ayudarse entre sí, se convierte en una unión monetaria mucho más suelta, menos formal y con menos probabilidades de tener éxito a largo plazo. La Unión Europea quedaría destruida por las dudas y se sentiría culpable por lo que le ha hecho a Grecia durante años y quizá décadas. Tal vez sobreviva pero sería temerario darlo por supuesto.
Lo segundo es el contagio. A pesar de tantos cortafuegos, nadie sabe en realidad cuáles serían las consecuencias de la salida de Grecia del euro. "El impago griego sería un fracaso financiero del tipo Lehman", opinaba High Frequency Economics en una nota la semana pasada. "Cuando algo tan grande se rompe, nadie puede estar seguro de las consecuencias imprevistas".
Totalmente cierto. Grecia puede que solo represente un nimio 3% del PIB total de la eurozona (es decir, que aunque desapareciera del todo, un solo año de crecimiento decente sustituirá la producción perdida) pero nadie sabe con exactitud dónde están todas sus deudas ni cuál sería el efecto de perder ese dinero.
Los líderes de ambos bandos se enfadarán cada vez más entre sí pero a la hora de la verdad, todos tienen demasiado en juego como para abandonar. La eurozona es una familia disfuncional, cuyos miembros tienen muy poco en común pero, como casi todos sabemos por la experiencia personal, hasta las familias más disfuncionales se quedan juntas durante un tiempo extraordinariamente largo. El punto final llegará un día pero todavía queda tiempo y, hasta que no se aproxime, los inversores harán bien en no hacer caso al jaleo.
(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics)
– El final de juego en Grecia (Project Syndicate – 16/6/15)
París.- Después de meses de discusiones, la hora de la verdad entre Grecia y sus acreedores europeos se estancó en una deliberación sobre pensiones e impuestos. Grecia se niega a ceder a las demandas de sus acreedores de un recorte de los pagos a los pensionados y un aumento del impuesto al valor agregado sobre sus medicamentos y electricidad.
Las demandas de Europa -ostensiblemente destinadas a asegurar que Grecia pueda pagar su deuda externa– son petulantes, ingenuas y fundamentalmente autodestructivas. Al rechazarlas, los griegos no están jugando; están intentando sobrevivir.
No importa lo que se pueda decir sobre las políticas económicas pasadas de Grecia, su economía poco competitiva, su decisión de unirse a la eurozona o los errores que cometieron los bancos europeos cuando le otorgaron a su gobierno un crédito excesivo, la situación económica del país es sombría. El desempleo se mantiene en el 25%. La desocupación entre los jóvenes está en un 50%.
Es más, el PIB de Grecia se ha achicado un 25% desde el inicio de la crisis en 2009. Su gobierno es insolvente. Muchos de sus ciudadanos sufren hambre.
Las condiciones en Grecia hoy se asemejan a las de Alemania en 1933. Por supuesto, la Unión Europea no tiene que temer el ascenso de un Hitler griego, no sólo porque podría fácilmente aplastar un régimen de esas características, sino también -y más importante- porque la democracia de Grecia demostró ser extraordinariamente madura durante la crisis. Pero hay algo a lo que la UE sí debería tenerle miedo: la indigencia al interior de sus fronteras y las consecuencias perniciosas para la política y la sociedad del continente.
Desafortunadamente, el continente sigue dividido por líneas tribales. Los alemanes, finlandeses, eslovacos y holandeses -entre otros- no tienen tiempo para el sufrimiento de los griegos. Sus líderes políticos se ocupan de los suyos, no de Europa en ningún sentido verdadero. El alivio para Grecia es una cuestión especialmente tensa en países donde partidos de extrema derecha están en ascenso o los gobiernos de centroderecha enfrentan una oposición popular de izquierda.
Sin duda, los políticos europeos no son ciegos a lo que está sucediendo en Grecia. Tampoco han adoptado una actitud completamente pasiva. Al inicio de la crisis, los acreedores europeos de Grecia rechazaban el alivio de la deuda y cobraban tasas de interés punitivas sobre los fondos de rescate. Pero, conforme se intensificó el sufrimiento de los griegos, los responsables de las políticas económicas presionaron a los bancos del sector privado y otros tenedores de bonos para dar por perdidos la mayoría de sus reclamos. En cada etapa de la crisis, hicieron solamente lo que creían que toleraría su política nacional -no más.
En particular, los políticos de Europa se oponen a medidas que involucren directamente a los contribuyentes. El gobierno griego le ha pedido a Europa que cambie las deudas existentes por deudas nuevas para fijar tasas de interés bajas y vencimientos a más largo plazo. También ha solicitado que los pagos de intereses estén asociados al crecimiento económico. (Curiosamente no ha exigido recortes en el valor nominal de su deuda).
Pero un alivio de la deuda de estas características frente a los gobiernos europeos o el Banco Central Europeo siempre se mantuvo fuera de la mesa de conversaciones. Estas medidas probablemente requerirían votaciones parlamentarias en países de la eurozona, donde muchos gobiernos enfrentarían una intensa oposición pública -no importa cuán obvia sea la necesidad.
En lugar de confrontar los obstáculos políticos, los líderes de Europa se esconden detrás de una montaña de retórica beata y absurda. Algunos insisten con que Grecia termine su programa de pago, sin importar las consecuencias humanitarias y económicas -para no mencionar el fracaso de todos los gobiernos griegos anteriores a la hora de cumplir con sus términos-. Otros pretenden preocuparse por los posibles daños morales causados por el alivio de la deuda, a pesar del hecho de que la deuda del sector privado del país ha sido cancelada ante la insistencia de la UE, y de que hay decenas, si no cientos, de antecedentes para reestructurar las deudas de los países soberanos insolventes.
Hace casi un siglo, al final de la Primera Guerra Mundial, John Maynard Keynes pronunció una advertencia que todavía sigue siendo sumamente relevante hoy. Entonces, como ahora, los países acreedores (principalmente Estados Unidos) exigían que los países altamente endeudados saldaran sus deudas. Keynes sabía que una tragedia estaba en ciernes.
"¿Querrán los pueblos descontentos de Europa, en la generación venidera, ordenar sus vidas en tal forma que una parte apreciable de su producción diaria se dedique a hacer un pago externo?", preguntaba en Las consecuencias económicas de la paz. "En una palabra, no creo que ninguno de estos tributos se siga pagando más que, en el mejor de los casos, unos pocos años".
Varios países europeos ahora parecen contentos de obligar a Grecia a entrar en default y provocar su salida del euro. Creen que los efectos colaterales se pueden contener sin pánico o contagio. Esta es una expresión de deseo típica entre los políticos. De hecho, es el tipo de imprudencia que llevó al secretario del Tesoro de Estados Unidos Hank Paulson a permitir que Lehman Brothers quebrara en septiembre de 2008, ostensiblemente para enseñarle al mercado una "lección". Alguna lección; todavía estamos intentando recuperarnos del error garrafal de Paulson.
De la misma manera, Keynes observaba con horror cómo los responsables de las políticas económicas se equivocaban una y otra vez en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, durante los levantamientos de los años 1920 y en la Gran Depresión de los años 1930. En 1925, Keynes criticó la indiferencia de aquellos "que están sentados en el escalón superior de la máquina". Sostenía "que son inmensamente imprudentes en su desconsideración, en su vago optimismo y su cómodo convencimiento de que realmente nada grave va a suceder. Nueve de cada diez veces, nada grave realmente va a suceder -apenas una leve aflicción de algunos individuos o grupos-. Pero corremos el riesgo de la décima vez ".
Hoy, los acreedores europeos de Grecia parecen dispuestos a abandonar sus promesas solemnes sobre la irrevocabilidad del euro para insistir en recoger algunas migajas de los pensionados del país. Si logran avanzar con sus demandas, forzando una salida de Grecia, el mundo nunca más volverá a confiar en la longevidad del euro. Como mínimo, los miembros más débiles de la eurozona sufrirán mayores presiones del mercado. En el peor escenario, se verán afectados por un nuevo círculo vicioso de pánico y corridas bancarias, arruinando a la vez la incipiente recuperación europea. En un momento en que Rusia pone a prueba la decisión de Europa de resolver los conflictos del este, el momento elegido por Europa para hacer apuestas no podría ser peor.
El gobierno griego tiene razón en poner límites. Es responsable frente a sus ciudadanos. La verdadera elección, después de todo, no está en manos de Grecia, sino de Europa.
(Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development)
– El FMI y sus "decisiones difíciles" para Grecia (Project Syndicate – 16/6/15)
Atenas.- El economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard, recientemente hizo una pregunta simple e importante: "¿Qué ajuste debe hacer Grecia y qué ajuste deben hacer sus acreedores oficiales?". Pero eso da lugar a dos preguntas adicionales: ¿cuál es el ajuste que Grecia ya hizo?, y, los acreedores, ¿hicieron algo?
En mayo de 2010, el gobierno griego acordó un ajuste fiscal del 16 % del PBI entre 2010 y 2013. Por ello, Grecia pasó de un déficit primario en su presupuesto (que excluye los pagos de intereses sobre la deuda) de más del 10 % del PBI a un equilibrio primario el año pasado, por lejos la mayor reversión de ese tipo en la Europa poscrisis.
El FMI proyectó inicialmente que el PBI real (ajustado por inflación) griego se reduciría aproximadamente el 5 % durante el período 2010-2011, se estabilizaría en 2012 y crecería a partir de ese momento. En realidad, el PBI real sufrió una baja del 25 % y no se recuperó. Debido a que el PBI nominal cayó en 2014 y continúa haciéndolo, el coeficiente de deuda/PBI, que debía estabilizarse hace tres años, continúa aumentando.
Blanchard nota que en 2012, Grecia acordó "generar un superávit primario suficiente como para limitar su endeudamiento" e implementar "diversas reformas que debieran incrementar el crecimiento". Las así llamadas reformas incluyen un gasto público marcadamente inferior, reducciones del salario mínimo, privatizaciones a precios de liquidación, el fin de los acuerdos colectivos y profundos recortes a las pensiones. Grecia cumplió, pero la depresión siguió su curso.
El FMI y otros acreedores de Grecia han asumido que la masiva contracción fiscal solo tiene un efecto temporal sobre la actividad económica, el empleo y los impuestos, y que recortar los salarios, las pensiones y el empleo público surte un mágico efecto sobre el crecimiento. Quedó demostrado que se trata de una falsedad. De hecho, el ajuste griego pos-2010 condujo al desastre económico y al mayor fracaso predictivo en la historia del FMI.
Blanchard debiera ser lo suficientemente sensato como para no insistir con este fiasco. Una vez que el vínculo entre la "reforma" y el crecimiento se rompe -como en el caso griego- su argumento colapsa. Sin vías de crecimiento, la exigencia de los acreedores de un eventual superávit primario del 3,5 % del PBI es en realidad un llamado a una mayor contracción, que comenzará con otra profunda crisis económica este año.
Pero, en vez de reconocer esta realidad y hacer los ajustes correspondientes, Blanchard redobló la apuesta sobre las pensiones. Escribe:
"¿Por qué insistir con las pensiones? Las pensiones y los salarios representan aproximadamente el 75 % gasto primario, y el 25 % restante ya se ha recortado al máximo. Los gastos en pensiones equivalen a más del 16 % del PBI y las transferencias del presupuesto al sistema de pensiones se acercan al 10 % del PBI. Creemos que es necesaria una reducción del gasto en pensiones del 1 % del PBI (del 16 % actual), que se puede llevar a cabo protegiendo a los pensionados más pobres".
Noten primero la admisión condenatoria: a excepción de las pensiones y los salarios, el gasto ya se ha "recortado al máximo". Y recuerden: el efecto de este enfoque sobre el crecimiento fue negativo. Entonces, desafiando a una abrumadora evidencia, el FMI desea centrarse en el sector restante, las pensiones, donde ya se han efectuado recortes masivos (de más del 40 % en muchos casos). Los nuevos recortes exigidos golpearían muy duramente a los pobres.
Los pagos de pensiones representan ahora el 16 % del PBI griego precisamente porque la economía del país se redujo un 25 % desde 2009. Sin esos cinco años de desastrosa austeridad, el PBI griego pudo haber sido un 33 % mayor que el actual y la participación de las pensiones en él, del 12 %, en vez del 16 %. La matemática es simple.
Blanchard exige al gobierno griego que ofrezca "medidas verdaderamente creíbles". ¿No debiera hacer lo mismo el FMI? Para reducir las pensiones un punto porcentual del PBI, sería suficiente un crecimiento económico nominal de tan solo el 4 % anual durante dos años, sin recortes adicionales. ¿Por qué no hacer que las "medidas creíbles" logren esa meta?
Eso nos lleva a la deuda griega. Como todos en el FMI saben, un exceso de deuda es un gran pasivo fiscal sin financiamiento, que indica a los inversores: ingresen a su propio riesgo. En cualquier momento, sus inversiones, beneficios y duro trabajo pueden serles quitados con impuestos para alimentar la difunta mano de los prestamistas del pasado. El exceso de deuda es una barricada al crecimiento. Por eso todas las crisis de la deuda, tarde o temprano, terminan en una reestructuración o con la cesación de pagos.
Blanchard es un pionero en la economía de la deuda pública. Sabe que la deuda griega no ha sido sostenible en ningún momento durante los últimos cinco años y que tampoco lo es ahora. Sobre este punto, Grecia y el FMI están de acuerdo.
De hecho, Grecia cuenta con una propuesta de deuda creíble. En primer lugar, dejar que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) preste 27 mil millones de EUR (30 mil millones de USD) con largos vencimientos, para retirar los bonos griegos que el banco central europeo tontamente compró en 2010. En segundo lugar, usar los rendimientos de sus bonos para pagar al FMI. En tercer lugar, incluir a Grecia en el programa de expansión cuantitativa del BCE, para que pueda regresar a los mercados.
Grecia aceptaría condiciones justas para el crédito del MEDE. No pide ni un centavo de fondos oficiales adicionales para el estado griego. Promete vivir de acuerdo a sus posibilidades para siempre y basar su crecimiento en el ahorro interno y la inversión externa, mucho menos de lo que cualquier país grande en control de su propia moneda haría al enfrentar un desastre de este tipo.
Blanchard insiste en que este es el momento de "decisiones difíciles y compromisos difíciles para ambas partes". Efectivamente, lo es. Pero los griegos ya tomaron decisiones difíciles. Ahora le toca al FMI, comenzando con admitir que las políticas que impuso durante cinco largos años crearon un desastre. Para los demás acreedores, la decisión más difícil es aceptar -como el FMI ya sabe- que las deudas griegas deben ser reestructuradas. Los nuevos créditos para políticas fracasadas -la actual propuesta conjunta de los acreedores- no constituyen, para ellos, ningún ajuste en absoluto.
(James K. Galbraith, the author of The End of Normal, is a professor at the Lyndon B. Johnson School of Public Affairs, University of Texas)
– ¿Cansado del "Grexit"?: cómo saber si es real (El Economista – 22/6/15)
(Por Matthew Lynn)
En Atenas hablan de crisis. El FMI se volvió a casa de morros. Los ministros alemanes filtran que la eurozona puede sobrevivir a una salida griega, mientras los griegos insisten en que la austeridad no se puede tolerar más. Si es el miércoles, al menos uno de esos factores amenazará con echar a Grecia de la moneda única antes del fin de semana. O el lunes. O a finales de mes.
Ya han pasado cinco años desde el inicio de la crisis de Grecia y en ese tiempo parece haber vivido tantas secuelas como Parque Jurásico, y con un argumento que es casi tan familiar. Pero la crisis ha sido tan prolongada y ha sufrido tantos giros y recovecos que hasta al inversor más diligente le cuesta cada vez más seguirla.
Aun así, sigue siendo cierto que un Grexit repentino y calamitoso es el mayor riesgo para cualquier cartera. Si es así, ¿cómo protegernos del agotamiento por toda la saga y averiguar si esta vez el Grexit será real? Habrá tres grandes indicios: la aceleración de la flexibilización cuantitativa del Banco Central Europeo, la puesta en marcha de un paquete de ayuda de emergencia para Grecia y la congelación del mercado de préstamos interbancarios. Hasta que todas las luces de aviso parpadeen en rojo, todo el debate sobre si Grecia saldrá del euro no será más que eso, un debate.
La crisis de la deuda griega ya empieza a hacer que Juego de tronos parezca una obra maestra de la narración corta. Todo empezó allá por 2009, cuando los bonos griegos comenzaron a repuntar por el miedo a que el país no fuera capaz de devolver todo el dinero que había pedido prestado en los años buenos. Un año después, ya necesitaba un rescate y la Unión Europea inició el juego de la provocación constante; Grecia llegó al borde de la insolvencia antes de ser rescatada otra vez en una cumbre entrada la noche.
Los plazos van y vienen, los puntos de crisis han caído cada varias semanas desde entonces, pero Grecia todavía parece que sigue en el euro. Una sucesión de expertos cabales nos dicen que quedan cinco minutos para la medianoche, o dos minutos o tres… Pero la medianoche no llega nunca. Es muy fácil para el inversor medio desconectarse de todo y dejar de prestar atención.
No va a llegar a su fin en un futuro cercano. Por mucho que Grecia sobreviva esta semana y logre juntar el dinero necesario para sufragar su último pago al Fondo Monetario Internacional, no deja de haber plazos interminables que se extienden durante años. Grecia tendrá que amortizar 6.700 millones de euros en bonos del BCE en julio y agosto. Si alguien tiene la más mínima idea de dónde encontrar esa clase de dinero, está muy calladito.
El año próximo, Grecia deberá devolver más de 9.000 millones de euros de deuda. De hecho, ya hay un pago de 6.000 millones de euros previsto en 2056. El país no tiene más probabilidades de tener el efectivo a mano entonces que ahora y tal vez sigamos leyendo titulares sobre cómo oscilan los mercados ante la posibilidad de que Grecia salga del euro. ¿Cómo saber si no es más que ruido o si hay que empezar a preocuparse de que llegue a ocurrir? Habrá tres grandes señales de aviso de que está pasando algo más serio que otra discusión más entre el Gobierno de Atenas y sus acreedores.
Primero habrá un aumento repentino de la flexibilización cuantitativa del BCE, sin explicación aparente. Cuando el Grexit se acerca, el BCE podría perfectamente ser el primero en saberlo, para empezar porque puede que sea la institución que cierre el grifo. El banco central podría tener que implantar muchos cortafuegos para impedir que cunda el pánico en el sistema financiero europeo pero seguirá preocupado por que la liquidez se acabe y por pérdidas que pueden aparecer sin aviso en otra parte. Cuando suceda, querrá asegurarse de que hay suficiente efectivo rondando el sistema y la manera más fácil de lograrlo será aumentar la flexibilización cuantitativa.
Segundo, se empezará a hablar de un paquete de ayuda urgente para Grecia. Si el país acaba saliendo de la moneda única, se enfrentará a unos seis meses muy duros mientras establece una nueva divisa y se pone en pie. Nadie quiere que el país se hunda en el caos ni caiga en la esfera de influencia de Rusia, pese a los esfuerzos por lograrlo que mostró Alexis Tsipras la semana pasada.
En los primeros meses, necesitará ayuda financiera aunque solo sea para pagar combustible y medicamentos, y probablemente alguna ayuda técnica también. Surgirán filtraciones sobre los planes de ayudar al país, quizá liderados por Estados Unidos y el Reino Unido, dos países que no han estado implicados en la creación de la catástrofe. Por último, el mercado interbancario se congelará.
Algo de tamaña proporción no puede llevarse a cabo sin que alguien en algún lugar tenga noticias de ello. Lo primero que sucederá es que los bancos dejarán de prestarse dinero entre sí por los nervios a que el de enfrente esté sentado sobre una montaña de pérdidas. El libor, el tipo de Londres al que los bancos se prestan unos a otros, subirá como la espuma como lo hizo en la crisis financiera de 2008. Un fondo de cobertura de Londres o Zúrich podría cerrar cuando descubra que ya no puede conseguir un precio para sus bonos más exóticos.
Ya se están observando algunas señales. Se habla de controles de capital en preparación para Grecia. El BCE ya ha empezado a hablar de aumentar la flexibilización cuantitativa. Podría darse el caso de que el Grexit esté alarmantemente cerca pero en realidad no será inminente hasta que salten estas tres señales de advertencia. Hasta entonces, los inversores pueden hacer caso omiso de toda la especulación.
(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics)
– Un nuevo comienzo para Grecia y Europa (Project Syndicate – 23/6/15)
Kiel.- Grecia necesita ideas claras con urgencia. La única razón de que el país no haya caído en el impago de su deuda es que el Banco Central Europeo sigue dando fondos al banco central griego a través de su plan de préstamos de emergencia (ELA, por sus siglas en inglés), que presta dinero a los bancos comerciales del país. Estos prestan a su vez a los ciudadanos griegos y los acreedores extranjeros. El problema es que ambos grupos de prestatarios han estado transfiriendo grandes sumas de dinero a otros países.
Como resultado, los créditos en descubierto al banco central griego han aumentado en cerca de 1000 millones de euros al día en los últimos meses. Si Grecia cae en el impago de la deuda y abandona la eurozona, estos sobregiros no se pagarán.
La financiación del ELA supone que la economía griega tiene problemas de liquidez temporales, pero no que carece de solvencia. Evidentemente, se trata de un falso supuesto. A pesar de todo lo que ha sufrido el país (una caída del 30% de la demanda total desde el último máximo cíclico y un aumento del paro a más de un 25% de la fuerza laboral), su economía todavía no se acerca a lograr una competitividad que le permita pagar sus deudas.
En parte, esto se debe a que la corrupción sigue siendo alta y la capacidad administrativa para recaudar impuestos aún es terriblemente limitada. Mientras tanto, los hogares griegos de bajos ingresos han tenido que sufrir lo peor del embate de la austeridad. En pocas palabras, la tormenta todavía no amaina.
Sin embargo, no se puede optar por que Grecia caiga en el impago y, a pesar de ello, siga siendo parte de la eurozona, ya que daría la señal a otros países del euro de que pueden acumular deudas inmensas (financiadas por el BCE) sin la intención de pagarlas. La responsabilidad fiscal de la eurozona quedaría socavada fatalmente.
Por otra parte, tampoco se puede expulsar a Grecia de la eurozona contra su voluntad: el país se hundiría en la inestabilidad económica, política y social, y sin duda habría serias repercusiones más allá de sus fronteras.
En mi opinión, quedan solamente dos líneas de acción viables. La primera y más deseable es que el BCE evalúe con realismo la falta de solvencia de Grecia y deje de poner los fondos de emergencia a disposición de su sistema bancario, con lo que se precipitaría una crisis de pagos. Al reconocer la inminencia del desastre, Grecia se comprometería genuinamente con las reformas estructurales a largo plazo que tanto necesita: mejorar la flexibilidad del mercado laboral, vender empresas públicas que la mayoría de los demás estados europeos ya han privatizado y gastar menos en burocracia estatal.
Al mismo tiempo, tendría que adoptar medidas para que estas reformas no afecten significativamente a los más pobres, implementando políticas laborales activas (como subsidios para la formación y la contratación de los desempleados de largo plazo). Y además comprometerse a llevar a cabo un plan fiscal de implementación automática en que se especifique el coeficiente de largo plazo de su deuda nacional con respecto al PIB, la tasa de convergencia para este coeficiente y el grado de contraciclicidad fiscal.
Eso en cuanto a lo que Grecia tendría que hacer. A cambio, sus acreedores deberían acordar otra quita de la deuda, lo suficientemente grande como para que pueda pagar de forma realista sus deudas en el futuro, pero lo bastante pequeña como para evitar transferencias de crédito innecesarias. Grecia seguiría dentro de la eurozona tras perder parte de su soberanía fiscal y estructural.
Si no se adopta esta primera alternativa, lo cual es muy probable considerando la actual situación política, Grecia caerá en el impago de su deuda. Pero esto podría fijar la escena para la segunda opción, a la que llamo el "Programa para un nuevo comienzo".
En virtud de este programa, los países acreedores irían haciendo quitas a la deuda griega a condición de que el país abandone voluntariamente la eurozona. Así tendría la oportunidad de comenzar de cero fuera de la unión monetaria, pudiendo restructurar su economía sin interferencias internas. Además, se podría ir preparando para reingresar más adelante a la eurozona bajo nuevas condiciones, esta vez sin falsas interpretaciones de las estadísticas ni expectativas que no se ajusten a la realidad.
Una opción así permitiría al gobierno griego un nuevo inicio en ámbitos como el estímulo de la competencia, la lucha contra la corrupción y la construcción de las bases para un crecimiento de largo plazo. No será fácil, pero al menos dejará de ser un proceso que Grecia siente como humillante y que resulta exasperante para los países acreedores.
Esta segunda opción sería menos deseable que la primera. Es muy factible que la incertidumbre especulativa relacionada con una salida de Grecia ("Grexit") acabe por amenazar a otras economías de la eurozona (como Chipre y Portugal), mientras que al país, con un dracma devaluado, le resultaría tremendamente costoso importar los bienes de capital que necesita para ir creando una amplia base de empleos bien pagados.
Sin embargo, también significaría un nuevo comienzo para la eurozona. Sus estados miembros tendrían que acabar por aceptar que la unión monetaria es imposible sin que haya una coordinación fiscal y estructural. Como mínimo, para la coordinación fiscal sería necesario contar con planes nacionales de ejecución automática formulados con antelación por cada gobierno.
En contraparte, para la coordinación estructural los fondos de la Unión Europea deben centrarse principalmente en los países con déficits prolongados de cuenta corriente, apuntando a mejorar su competitividad a través de inversiones en su capital humano. Puesto que sus actuales mecanismos no son fiables ni sostenibles, la eurozona precisa de un "nuevo comienzo" con independencia de cuál sea la opción que Grecia acabe tomando.
(Dennis J. Snower is President of the Kiel Institute for the World Economy and Professor of Economics at the Christian-Albrechts Universität zu Kiel)
– El camino hacia el Grexit y más allá (FT – Expansión – 29/6/15)
(Por Wolfgang Münchau)
El hecho de que alguien reciba un golpe que esperaba, no significa que no note el impacto.
Alexis Tsipras hizo bien en retirarse. Fue una decisión trascendental, sobre todo teniendo en cuenta que el primer ministro heleno rechazó una oferta que le habría permitido cumplir con los compromisos de su deuda al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo. Lo que todavía no entiendo es por qué decidió convocar un referéndum el próximo domingo para que se acepte o no un rescate.
Seguramente la decisión responda a una estrategia que no alcanzo a entender. El problema con el referéndum es que la oferta sobre la que el pueblo heleno debe votar ya no está sobre la mesa. Y el programa al que se refiere vence el martes a medianoche. ¿Por qué deberían los griegos votar Sí a un plan que los propios acreedores han dejado de apoyar?
No obstante, el mayor error táctico cometido el pasado fin de semana fue el rechazo de los ministros de Finanzas de la eurozona a una ampliación de cinco días del programa de rescate griego tras el referéndum. Con esa decisión, agotaron la única vía de mantener las negociaciones. Sin quererlo, han reforzado los argumentos políticos del primer ministro heleno.
Ahora Tsipras podrá decir, primero que los acreedores quieren acabar con la economía griega con su programa de austeridad y segundo, que quieren aniquilar la democracia helena.
Para ver cuál será el posible desenlace, es interesante pensar en las distintas opciones, eliminar las que resultan imposibles y, por eliminación, ver lo que queda.
Si el referéndum griego se acaba celebrando y gana el No, seguramente se producirá una salida de Grecia de la eurozona (Grexit). Si el resultado es un Sí, habrá cierta confusión, sobre todo al principio. Una votación que acepte el rescate puede interpretarse como un voto a favor de permanecer en la eurozona. En ese caso, lo normal sería que el Ejecutivo heleno mantenga los controles de capital e introduzca una moneda paralela denominada en euros.
La creación de una moneda paralela podría dar lugar a tres posibilidades distintas: un Grexit inmediato, un régimen de impago de Grecia aunque manteniendo los controles de capital de forma indefinida y un programa en el que al final se eliminen los controles y Grecia permanezca en la eurozona.
Esta última sería la solución ideal, aunque es difícil de conseguir. Dado que la eurozona carece de una verdadera unión bancaria, la única vía hacia la recapitalización bancaria sería otra ronda de negociaciones entre Grecia y sus acreedores.
En concreto, sería necesario un programa elaborado por el Mecanismo Europeo de Estabilidad, el fondo de rescate, para rescatar a los bancos helenos. El propósito no sería solo reforzar las entidades, sino blindar su capital, aislándolo del Estado griego. Al mismo tiempo, el BCE tendría que mantener su programa de Liquidez de Emergencia (ELA).
El BCE ya está forzando, y pronto podría superar, los límites legales referentes a su actuación. De momento, ha decidido mantener el ELA, pero ha limitado la cantidad disponible para el crédito, de ahí que el Ejecutivo heleno decidiera cerrar los bancos e imponer controles de capital.
Para que un plan de recapitalización bancaria funcione, los gobiernos europeos y el de Grecia tendrán que intentar llegar a un acuerdo cuanto antes, haciendo uso de una mente abierta y una actitud positiva. Se pediría a los parlamentos de los países acreedores que aprobaran una línea de crédito destinada a los bancos griegos, mientras Grecia incurría en impago.
La siguiente situación asumiría una amplia victoria del Sí en el referéndum. Con este resultado, Tsipras dimitiría y se convocarían elecciones. Pensemos por un momento que esas elecciones las ganara una coalición que favorece las medidas de austeridad. La pregunta es: ¿ofrecería la eurozona un nuevo acuerdo a Grecia? Por supuesto que no. Tendría que ser un programa completamente nuevo, al haber caducado el anterior. Para entonces, Grecia habría incumplido sus pagos al FMI y al BCE. Cuando quisiera recuperarse la confianza, la economía griega estará al borde del colapso.
En mi opinión, hay dos resultados probables. El primero, un régimen indefinido de controles de capital, quizás con una reestructuración bancaria como parte de un paquete de alivio de la deuda. Esto permitiría a Grecia permanecer en la eurozona.
El segundo es un Grexit. Aunque sería preferible el primero, el segundo sería mejor que el acuerdo que rechazó Tsipras, una vuelta a la austeridad. La principal preocupación es de carácter político. ¿Qué ocurriría si el electorado griego vota Sí, pero Grecia se ve obligada a salir de la eurozona porque los acreedores y el BCE no le dejan otra opción?
Este desenlace sería el peor de todos, dado que una unión monetaria sin una unión política solo puede coexistir renunciando a los principios básicos de la democracia. Lamentablemente, esto equivaldría a un régimen totalitario.
– El sueño europeo muere con Grecia (FT – Expansión – 29/6/15)
(Por Gideon Rachman)
El hecho de que los bancos de Grecia estén cerrados indica un profundo fallo de la Unión Europea. La crisis actual no es solo un reflejo de las deficiencias del actual estado griego, también lo es del fracaso del sueño europeo de unidad, paz y prosperidad.
En los últimos 30 años Europa ha adoptado su propia versión del "final de la historia". Empezó a ser conocida como la Unión Europea. La idea era que las naciones europeas pudieran olvidar las tragedias de la guerra, el fascismo y la ocupación. Juntos, los países de la Unión Europea, podrían conjuntamente construir un futuro mejor basado en la democracia, el estado de derecho y el rechazo al nacionalismo.
Tal y como alardeó Lord Patten, un ex comisario de la UE, el éxito de la unión aseguraba que los europeos dedicarían su tiempo a "discutir sobre cuotas de pesca o presupuestos, en lugar de matarse entre sí".
Cuando se derrocó a los coroneles griegos en 1974, Grecia se convirtió en pionera del nuevo modelo de Europa – en el que la restauración de la democracia a un nivel nacional estaba asegurada por una solicitud simultánea de formar parte de la Comunidad Económica Europea (como se denominaba entonces).
Grecia se convirtió en el décimo miembro del club europeo en 1981. Su pronta incorporación a una Unión Europea que ahora cuenta con 28 países es un reproche para aquellos que ahora afirman que siempre ha sido un miembro secundario.
El primer modelo que se estableció en Grecia -la consolidación democrática, asegurada por la integración europea- se extendía por el continente a lo largo de tres décadas. España y Portugal, que también habían salido de regímenes autoritarios durante la década de los 70, se unieron a la CEE en 1986. Después de la caída del Muro de Berlín, casi todos los países del antiguo bloque soviético siguieron el modelo griego de vincular sus cambios democráticos a una solicitud para entrar a formar parte de la UE.
Para la UE, la ampliación siguiendo el modelo griego se convirtió en la mejor herramienta para difundir la estabilidad y la democracia en el continente. Como me planteó un político polaco poco antes de que su país pasara a formar parte de la UE: "Imagina que hay un gran río que atraviesa Europa. Por un lado está Moscú.
Por el otro está Bruselas. Sabemos en qué lado del río tenemos que estar". Esa idea -la de que la UE representaba un buen gobierno y aseguraba la democracia- se ha seguido repitiendo en la Europa moderna. Esa es la razón por la que los manifestantes ucranianos ondearon la bandera europea cuando derrocaron al corrupto Gobierno de Viktor Yanukovich en 2014.
El peligro es que, al igual que Grecia fue una vez pionera en vincular la transición democrática al proyecto europeo, ahora puede convertirse en el emblema de un nuevo y arriesgado proceso: la desintegración de la UE.
Esta crisis podría fácilmente llevar a la salida del país del euro y, finalmente, de la misma unión. Eso podría perjudicar la propuesta fundamental de la UE: que pertenecer al club europeo es la mejor garantía de un futuro próspero y de estabilidad.
Incluso si la empobrecida Grecia finalmente permanece dentro de la unión, el vínculo entre la UE y la prosperidad se habrá roto. La terrible verdad es comprender que no es solo que la UE haya fallado en cumplir su promesa de prosperidad y unión. Al condenar a Grecia y a otros países de la UE a un experimento económico fallido -el euro- se está destruyendo la riqueza, la estabilidad y la solidaridad europea.
Los peligros de ese proceso son mucho más importantes porque Grecia tiene una posición estratégica. En el sur está el caos y la masacre de Libia; en el norte, la inestabilidad de los Balcanes; en el este, el resurgir de Rusia.
Consciente de todo esto, la Administración de Barack Obama recela cada vez más de la aparente disposición de la UE a dejar caer a Grecia. En Washington hay quien piensa que parece como si los europeos hubieran olvidado todas las lecciones estratégicas que aprendieron durante la Guerra fría sobre la importancia del país.
No obstante, esta reflexión es injusta para los europeos. Su respuesta a las críticas de Washington es que la UE funciona exclusivamente porque es una comunidad de leyes y obligaciones mutuas.
Si se permite que un país como Grecia ignore esas leyes y obligaciones, (por ejemplo, incumpliendo el pago de sus deudas), el club comenzará a desintegrarse. Si, por el contrario, se expulsa a Grecia, todavía hay posibilidades de evitar el efecto contagio.
La crisis también tiene profundas consecuencias para la democracia, el motivo que llevó a Grecia a incorporarse a la UE hace más de tres décadas. El primer ministro, Alexis Tsipras, ahora argumenta que, lejos de garantizar la democracia helena, la UE se ha convertido en su enemigo.
En realidad, esto es un choque de autoridad democrática, invitando al electorado griego a que rechace la autoridad se le está enfrentando a los votantes (y contribuyentes) de otros países de la UE, que quieren ver una recuperación de sus préstamos y no están dispuestos a permitir que Grecia siga beneficiándose del dinero de la UE.
Es probable que esos dos deseos democráticos puedan reconciliarse en el referéndum del próximo domingo. Si el pueblo griego vota a favor de acepta las demandas de sus acreedores, las que acaba de rechazar su Gobierno, Grecia podría permanecer en el euro y en la UE. Sin embargo, sería una decisión de una nación intimidada, Grecia seguiría siendo miembro de la UE. Pero su sueño europeo habrá muerto.
– Por qué falló el rescate a Grecia (Project Syndicate – 1/7/15)
Cambridge.- Mientras seguimos la evolución de la crisis griega, es importante comprender que el éxito de los programas de ajuste estructural requiere un fuerte compromiso del país implicado. Aun si se superan los obstáculos más recientes, será difícil confiar en que se implementen reformas si el pueblo griego no está convencido (como es evidente que sucedió hasta ahora). Y sin ellas, difícilmente habrá estabilidad y crecimiento sostenidos para la economía griega; especialmente porque los acreedores no están dispuestos a seguir prestando a una Grecia sin reformas mucho más dinero del que se le pide pagar. (Como ocurrió durante la mayor parte de la crisis, aunque uno nunca se enterará de esto por la prensa mundial.)
La pertenencia de Grecia a la Unión Europea permite a sus acreedores ejercer considerable influencia sobre el país, pero evidentemente no tanta como para cambiar el hecho básico. Grecia no deja de ser un país soberano. La "troika" de acreedores (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) no tiene sobre Grecia el tipo de influencia que, por decir algo, tenía la Corporación de Asistencia Municipal sobre la ciudad de Nueva York cuando a mediados de los setenta estuvo al borde de la bancarrota.
Los mejores programas de ajuste estructural son aquellos en los que el gobierno del país deudor propone los cambios de políticas, y el FMI ayuda a diseñar un programa a medida y provee cobertura política para su implementación. Imponer un plan desde afuera no sirve. Para que las reformas funcionen, el gobierno griego y su electorado deben creer en ellas.
La necesidad de que los países adopten como propios los programas de reforma no es novedad. Las dificultades en la relación del FMI con Ucrania empezaron mucho antes de la última ronda de negociaciones. En 2013, miembros del FMI elaboraron un análisis crítico de la experiencia del organismo con aquel país, donde se concluía, en esencia, que la falta de compromiso del gobierno con el proceso de reforma era prácticamente garantía de que no funcionaría.
Según el informe, si un gobierno no puede o no le interesa hacer los ajustes necesarios, la mejor opción es ir soltando dinero a medida que se implementen las reformas (como se está haciendo ahora en Grecia). Por desgracia, en este caso ese curso de acción no fue adecuado. Las condiciones de reforma estructural suelen inclinar la balanza de la competencia entre facciones dentro del país (para bien o para mal), y sin voluntad local de mantener las reformas, estas no durarán mucho tiempo.
Los ideólogos de la izquierda se oponen hace tiempo a los programas de reforma estructural y acusan a los organismos de crédito internacionales como el FMI y el Banco Mundial de haber caído en manos de fundamentalistas de mercado neoliberales. Aunque esta crítica tiene algo de verdad, está muy sobrevaluada.
Es cierto que las reformas estructurales suelen favorecer políticas como la flexibilización del mercado laboral. Pero no hay que cometer el error de juzgar estas intervenciones en blanco y negro. Romper la segmentación dual de un mercado laboral que excluye a los trabajadores jóvenes (como ocurre en gran parte del sur de Europa, incluida Italia y hasta cierto punto Francia) es muy diferente de facilitar el despido de todos por igual. Hacer que los sistemas de pensiones sean sostenibles no implica hacerlos menos generosos. Simplificar y hacer más equitativos los regímenes tributarios no significa subir todos los impuestos.
Últimamente los adversarios de las reformas vienen planteando objeciones más novedosas, entre las que destaca el problema de la deflación en un contexto de tipo de interés de referencia nulo. Si las reformas estructurales se reducen a bajar todos los precios y salarios, entonces realmente puede ser difícil contrarrestar en lo inmediato la caída de la demanda agregada. Pero podría hacerse una crítica similar de cualquier otro cambio de políticas: si no está bien diseñado, será contraproducente. La verdad es que Europa no tiene otra salida que aumentar la productividad.
Este y otros rescates fallidos nos obligan a reflexionar. Si un plan de rescate demanda un cambio integral del modelo económico, social y político de un país, tal vez lo mejor sea cancelar las pérdidas privadas, en vez de cubrirlas a costa del erario público. En casos como el de Grecia, sería mejor que los acreedores aplicaran su pasión reformista en casa a otras cuestiones, sobre todo la mejora de la regulación financiera.
La inmensa mayoría de los griegos quiere permanecer en la UE. En un mundo ideal, dar asistencia financiera a cambio de reformas podría ayudar a los griegos que quieren convertir su país en un estado europeo moderno. Pero vistas las dificultades que tuvo Grecia hasta ahora para hacer los cambios que dicho objetivo demanda, tal vez sea hora de reconsiderar por completo esta estrategia. En vez de seguir dando préstamos, quizá tenga más sentido dar directamente ayuda humanitaria, independientemente de que Grecia siga siendo miembro pleno o no de la eurozona.
(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. His most recent book, co-authored with Carmen M. Reinhart, is This Time Is Different: Eight Centuries of Financial Folly )
– El FMI avala la tesis griega de que la deuda es insostenible (El País – 2/7/15)
El organismo afirma que Grecia necesita una quita y 52.000 millones más de los que Europa debería aportar 36.000
(Por Alicia González Madrid)
El Fondo Monetario Internacional (FMI) vino a justificar este jueves las posiciones del Gobierno griego al asegurar que la deuda del país es insostenible y que una quita es casi inevitable. El Fondo sentó las bases de un tercer rescate al país al cifrar las necesidades de financiación del país en 51.900 millones de euros, de los que Europa debería aportar 36.000 millones. Una recomendación que llega dos días después de que el Gobierno de Atenas incumpliera sus pagos con el Fondo y a dos días de que se celebre un referéndum sobre los planes de ajuste.
"No me escuche a mí, que soy el ministro de Finanzas de un partido radical de izquierdas. Escuche al FMI". En una entrevista con Bloomberg, Yanis Varoufakis, se escudaba en el informe que horas más tarde publicó el Fondo Monetario para justificar el rechazo del Gobierno de Atenas a cualquier acuerdo con los acreedores que no contemple una reestructuración de las deudas.
De hecho, el propio organismo admite que las finanzas de Grecia son prácticamente inviables, incluso cumpliendo el programa que estaba en vigor hasta el pasado martes: "los riesgos para la sostenibilidad de la deuda eran muy significativos". En concreto sostiene que si el crecimiento es menor del 1% (creció el 0,1% en el primer trimestre) o el superávit primario (saldo antes del pago de los intereses de la deuda) es inferior al 2,5% del PIB (fue del 1,7% en 2014) "sería necesaria una quita de deuda", así como otorgar un periodo de gracia de 20 años a las deudas existentes y extender la vida de los créditos en vigor hasta los 40 años.
La parte del informe que ignoró Varoufakis fue en la que el Fondo critica los cambios introducidos en las políticas económicas desde principios de año, cuando llegó al poder el actual Gobierno, y que "han provocado un aumento sustancial de las necesidades financieras del país". Como ejemplo cita que las facturas pendientes de pago por parte de la administración pública rondan los 7.000 millones de euros.
Según el FMI, hasta finales de 2018 las necesidades de financiación de Grecia ascienden a 51.900 millones de euros, "lo que requerirá una nueva aportación europea de, al menos, 36.000 millones de euros durante ese periodo". Como el informe se realizó antes de que expirara sin acuerdo la prórroga del segundo rescate, esa cuantía no incluye los 7.200 millones de euros que no han sido desembolsados de aquel acuerdo, ni los 1.600 millones adeudados desde el martes al Fondo ni el impacto del corralito bancario. De esta forma, las necesidades de financiación del país superarían los 60.000 millones de euros.
Las normas de funcionamiento del Fondo le impiden asumir una quita, ya que mantiene un estatus de acreedor preferente. Eso significa que su recomendación debería aplicarse únicamente sobre la deuda que Grecia mantiene con las instituciones europeas, sus mayores acreedores (ver gráfico adjunto). A día de hoy el Fondo tampoco podría participar en un tercer rescate a Grecia. Sus reglas le impiden prestar nueva ayuda financiera a un país que mantiene una deuda pendiente de pago con el organismo, como sucede en el caso de Grecia desde el pasado martes.
El informe es un reconocimiento implícito al fracaso de los planes de rescate para Grecia durante esta crisis y en los que ha participado activamente el organismo, que controla Estados Unidos. Ya en 2013 el Fondo reconoció que había sido un error aplazar hasta 2012 una quita de la deuda que entonces estaba en manos privadas, cuando se produjo el primer rescate, y que había subestimado el impacto de las políticas de austeridad sobre la economía.
Cómo han cambiado los acreedores de Grecia
Deuda griega en 2011 y 2015 por entidades y organismos
– Los daños colaterales de la crisis griega (El Economista – 2/7/15)
(Por Matthew Lynn)
La saga épica de la crisis de la deuda griega continúa, ante la expectativa de que el país vote a favor o en contra del último paquete de rescate, en el referendo previsto el domingo (que, según dejó claro ayer el primer ministro Alexis Tsipras, sigue en pie), y si el resultado desencadenará su salida del euro.
Lo sabremos el lunes por la mañana. Lo que hay que tener claro es que, tarde o temprano, Grecia abandonará la moneda única. La paradoja que pasan por alto casi todos los comentaristas es que, cuando llegue el momento, a los griegos no les va a pasar nada (aunque los daños colaterales serán tremendos).
¿Las víctimas? Será un día aciago para el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, la canciller alemana Ángela Merkel y las minas de oro. Podrían no recuperarse jamás del golpe que les propine el Grexit.
La situación de Grecia ha sucumbido tanto en el caos que nadie sabe lo que ocurrirá después. Quizá siga en el euro dentro de una semana, o reinstaure el dracma o un euro paralelo. Cualquiera sabe. Incluso puede que adopte el dólar o el rublo como su moneda. En Atenas, Bruselas y Berlín, todos parecen dar palos de ciego y, si existe un plan, nadie lo encuentra. Puede pasar de todo.
Aun así, si se produce el Grexit, que se perfila como la opción más probable ahora que han cerrado los bancos y el país ya ha entrado en impago, Grecia se recuperará bastante rápido. La grecuperación no tardará en llegar (y después se deberían prohibir los palabros que empiecen con gre porque grecansan). Casi todos los países que salen dando tumbos de una unión monetaria disfuncional se ponen en pie enseguida. Pongamos a Argentina. Terminada su vinculación al dólar en 2002, entre 2003 y 2007 tuvo un crecimiento promedio del 8,5% anual. Puede que Grecia no dé para tanto, pero con un coste salarial equivalente al de Europa del este, tras la devaluación y todas las infraestructuras resultantes de ser miembro de la UE durante treinta años, no va a tener problemas.
En realidad, el dolor se sentirá en otra parte. La salida de Grecia del euro generará muchos daños colaterales. Veamos lo que se puede esperar.
Primero, en la Unión Europea. El euro se engalanó con mucho argot de áreas monetarias óptimas pero lo cierto es que el propósito era acelerar un estado europeo único. No tiene nada de malo ese principio (a uno le gusta la idea o no) pero la ejecución del proyecto ha sido irrisoriamente inepta. Desde el principio, el euro no contó con una unión bancaria, sistema de transferencias, banco central o sistemas regulatorios que permitieran el funcionamiento de un sistema monetario continental. Fue una operación a cuerda floja. ¿Volvería a confiar en esa gente? La respuesta es, desde luego, no. La debacle griega es un desastre del que la UE podría no recuperarse nunca.
Segundo, el Fondo Monetario Internacional. El FMI siempre ha recibido críticas, pero durante los setenta años que han pasado desde su creación en 1945 ha hecho mucho bien. Ha recurrido a amplias reservas de dinero para estabilizar países que se sumían en crisis y les ha ayudado a levantarse. Quizá haya sido excesivamente duro a veces pero ha acertado en muchas cosas. Con Grecia, sin embargo, se ha dejado secuestrar por sus jefes franceses en lo que ha sido, básicamente, un proyecto político. Si hay un solo economista en el mundo que crea que el rescate griego se ha gestionado bien, todavía no se ha dado a conocer. Las proyecciones se han incumplido sistemáticamente, la economía ha encogido una cuarta parte y el paro supera el 27%. Después de todo eso, si el país sale del euro, tanto dolor no habrá servido de nada. Y la credibilidad del FMI está por los suelos. En el futuro, los países serán mucho más reacios a pagar la suscripción y oír sus consejos. Se habrá perdido mucho en la próxima crisis, y el FMI es el único culpable.
Tercero, Angela Merkel. Seguro que ha leído muchos perfiles brillantes que describen a Merkel como la ama política de Europa y la mujer más poderosa del mundo. Olvídese. Su gestión de la crisis griega ha sido una retahíla de errores. Desde el principio solo había dos opciones. O se rescataba como es debido a Grecia, condonando la deuda y reflotando su economía, o se la ayudaba a recuperar el dracma. En vez de eso, Merkel ha titubeado para mantener unida a su coalición y huido de las decisiones difíciles. En todo momento ha sido débil e indecisa. ¿Europa dominada por Alemania? Salvo que a los alemanes se les ocurra una forma mejor de dirigir el continente que esta, la mayoría dirá: no, gracias.
Por último, los defensores del oro. El lunes, Grecia parecía encaminada a salir dando tumbos del euro. Podría ser la peor crisis geo-económica de una generación. ¿Y qué hizo el activo más seguro por antonomasia? El precio del oro subió un par de dólares, apenas una cantidad nimia, y volvió a caer el martes. Su rival electrónico, el bitcoin, había subido más. Si el oro no es capaz de responder a esta clase de crisis, ¿sigue siendo un refugio seguro? Como poco, hay que ponerlo en duda.
El Grexit, si se produce, tendrá muchas ramificaciones pero el daño real no lo va a sufrir Grecia. Después de todo, el país pasará página y empezará de cero. El daño se sentirá en otra parte, y la UE y el FMI serán los más perjudicados.
(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics)
– Sin quita, la deuda griega no tiene solución (Fedea – 3/7/15)
(Por Daniel Fuentes Castro y Juan Rubio Ramírez)
Hace unos meses nos preguntábamos cuál debía ser el superávit primario de Grecia para reducir su deuda de manera razonable. El tiempo ha pasado y poco, o nada, se ha avanzado en lo fundamental. Las negociaciones entre Atenas y Bruselas parecen haberse dirigido más a solucionar el problema urgente de los vencimientos que a tratar el problema de fondo: con un crecimiento nominal de -1,8% en 2014 y un superávit primario de 0,4% no se puede pretender que Grecia devuelva una deuda equivalente a 177,1 puntos de PIB.
No nos extenderemos sobre los aspectos metodológicos de aquel post. Basta recordar que el análisis relaciona la ratio de deuda con el superávit primario, la tasa de variación del PIB nominal y el tipo de interés implícito de la deuda. Por tipo de interés implícito se entiende el tipo de interés resultante de dividir el total de intereses pagados sobre el stock de deuda acumulada. Así por ejemplo, de acuerdo con la Comisión Europea, en 2014 Grecia pagó 6.986 millones de euros en intereses, con una deuda en 2013 de 319.178 millones, de donde resulta un tipo de interés implícito del 2,2% en 2014.
Así ¿cuál tendría que haber sido el superávit primario en 2014 para que la ratio de deuda a 31 de diciembre de 2014 (177,1%) hubiese sido la misma que a 31 de diciembre de 2013 (175,0%)? La respuesta a esta pregunta es que Grecia habría necesitado un superávit primario del 7,1% para haber mantenido constante su volumen de deuda. Teniendo en cuenta que el superávit primario registrado fue 0,4%, se tiene una "brecha de sostenibilidad a corto plazo" de 6,7 puntos de PIB. Repitiendo este ejercicio para cada año se obtiene la evolución histórica de esta brecha. Como se puede apreciar en el gráfico 1, Atenas ha hecho un gran esfuerzo para reducirla pero aún está lejos de cerrarla. La línea roja marca el superávit primario registrado, mientras que la azul indica cual debería haber sido este para que la deuda no aumentase en el año en cuestión. Las distancia entre ambas se ha reducido de forma sustancial y lo que es más importante, antes de los eventos de los últimos días, la Comisión Europea preveía que la "brecha de sostenibilidad a corto plazo" se haría negativa en el 2016.
Gráfica 1. Sostenibilidad de la deuda pública griega, 2014 – 2016
¿Pero es esto suficiente para solucionar el problema de la deuda griega? Una vez estabilizada la deuda, el siguiente paso es reducirla. Considerando un crecimiento nominal del 4% anual (similar al experimentado por la economía Griega en el último ciclo de treinta años), un tipo de interés implícito en torno al 3% (en 2014 fue 2,2%, pero el promedio entre 2006 y 2014 se sitúa en 3,9%) y dada la ratio de deuda prevista para 2015, el análisis convencional de la deuda nos dice que haría falta un superávit primario del 2,9% durante los próximos treinta años para reducir la ratio de deuda al 60% establecido en los acuerdos de Maastricht. En este sentido, la "brecha de sostenibilidad a largo plazo" sería actualmente de unos 2,5 puntos de PIB (gráfica 2). Pero lo que es peor, a pesar de las buenas predicciones de la Comisión Europea antes de los eventos de los últimos días, la "brecha de sostenibilidad a largo plazo" iba a seguir siendo positiva en el 2016.
Sino tenemos en cuenta lo acontecido estos últimos días, la Comisión Europea estima que el superávit primario de Grecia en 2016 se situará en el 1,8% del PIB, superior al límite de sostenibilidad de la deuda a corto plazo pero inferior al límite de sostenibilidad de largo plazo (gráfica 1). Esto significa que se habrá detenido el incremento de la deuda, pero que su reducción seguirá siendo insuficiente para conducirla a una ratio del 60% en un plazo de treinta años. Todo esto teniendo en cuenta que las previsiones de la Comisión asumen un retorno al crecimiento francamente optimista, que pasaría de -0,7% nominal en 2015 a +3,7% en 2016 (de ahí el cambio de dinámica brusco que se puede observar en las gráficas 1 y 2).
La magnitud de un superávit primario del 2,9% como objetivo de largo plazo es enorme. Varias son las razones que no llevan a concluir eso. La primera es que no hay precedente en los países de la zona euro, excepto Finlandia cuyo superávit primario promedio en los últimos treinta años fue precisamente 2,9%, que hayan conseguido cifras similares. El superávit primario promedio de las grandes economías del euro en los últimos años ha sido el siguiente: Alemania 0,5% (desde 1991 hasta 2014), Francia -0,9% (1985 a 2014), Italia 2,5% (1995 a 2014) y España -0,9% (1995 hasta 2014).
Segundo, porque un superávit primario del 2,9% anual durante los próximos treinta años, seguro que tiene efectos endógenos sobre el crecimiento de la economía griega. Afirmar que "si Grecia se compromete a un superávit primario anual en el entorno de tres puntos durante treinta años se resuelve el problema" (o similar) es razonar como contables, no como economistas.
En tercer lugar, no hay que subestimar el hecho de que el 2,9% corresponde a un escenario de convergencia a muy largo plazo. Treinta años es demasiado tiempo como para pensar que no habrá nuevos shocks negativos. No olvidemos, además, que a este esfuerzo presupuestario hay que añadirle el coste de los intereses de la deuda. Si consideramos un horizonte más corto, de veinte años, estaríamos hablando de un superávit primario anual del 4,8%.
Gráfica 2. Brecha de sostenibilidad de la deuda pública griega, 2014 – 2016
Se pueden hacer muchas valoraciones sobre lo justo o injusto de una nueva quita de deuda pública griega. Y se debe reflexionar seriamente sobre sus consecuencias en el actual puzle de la zona Euro. Pero es evidente que, sin quita, el problema de la deuda griega no tiene solución.
– Thomas Piketty: "La salida de Grecia del euro sería el principio del fin" (ABC.es – 3/7/15)
El economista francés asegura que la solución pasa por "reestructurar el conjunto de deudas de la zona euro"
El economista francés Thomas Piketty, autor del ensayo sobre el incremento de la desigualdad "El capital en el siglo XXI", ha asegurado este jueves que la salida de Grecia del euro sería "catastrófica" y que la solución pasa por "reestructurar el conjunto de deudas de la zona euro". "El plan que han propuesto los acreedores es malo y recesivo. Luego si se trata de saber si el plan es bueno para Grecia, la respuesta es claramente no", señaló en una entrevista con EFE.
El impulsor y profesor de la Escuela de Economía de París, cuyo afamado estudio ha vendido desde 2013 más de dos millones de copias en todo el mundo, comprende "que a muchos griegos les tiente el "sí" en la consulta, dadas "la violencia de las amenazas de expulsión" y la "política de asfixia del Banco Central Europeo (BCE)".
"Mi convicción es que las amenazas no son creíbles. Pase lo que pase en el referéndum, se celebre o no, los países europeos deberán resolverlo volviendo a las negociaciones y aceptando una reestructuración", agregó el también profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París.
Piketty se expresa a través de un correo electrónico justo después de que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, anunciara que mantendrá el referéndum y que pedirá a los ciudadanos helenos que voten "no" al plan de los acreedores, aunque no cuestionase la permanencia de Grecia en la eurozona. "Los que piensan que la expulsión de un país permitiría disciplinar y estabilizar la zona euro son aprendices de brujo. En realidad, la salida de un país debilitaría el conjunto de la zona. Sería el principio del fin", añadió Piketty.
El teórico, de 44 años, recordó que en 2012 los dirigentes europeos "habían prometido llevar a cabo una reestructuración de la deuda griega cuando el país se encontrara en situación de excedente presupuestario primario", es decir, antes del pago del servicio de la deuda. Pero "en 2014 traicionaron su promesa", lo que "condujo a la caída del gobierno en diciembre y a la llegada de Syriza al poder en enero de 2015".
"Desde hace seis meses, los dirigentes europeos se niegan a poner esa cuestión sobre la mesa y mantienen que el objetivo de excedente primario para Grecia será del 4% del producto interior bruto (PIB) a partir de 2017-2018 y en las próximas décadas. Todo el mundo sabe que no es realista, pero se niegan a hablar. Es una pena", agregó.
Sin embargo, las consecuencias "de un "Grexit" (salida de Grecia del euro) serían tan catastróficas" que Piketty cree "en un final feliz" y propone dos remedios para que la situación financiera del país heleno y del conjunto de sus socios de la eurozona se recupere.
"Primero, hay que convocar una conferencia sobre la deuda que permita reestructurar el conjunto de deudas de la zona euro", aseguró el economista, cercano al Partido Socialista (PS) francés aunque crítico con el presidente de Francia, François Hollande, en parte por no lograr una solución europea para el problema griego. "Alemania, el país que no ha pagado sus deudas en el siglo XX, haría bien en recordarlo e inspirarse", lanzó.
Como segunda medida, Piketty aboga por crear "una cámara parlamentaria de la zona euro, constituida por representantes de los parlamentos nacionales, en proporción de la población de cada país". Ese parlamento, según la misma teoría, tendría por misión "regular de manera democrática la elección del nivel de déficit y de inversión pública y supervisar la unión bancaria y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE)". "La crisis ha mostrado la opacidad y la ineficacia de las instituciones europeas actuales", concluyó.
(Thomas Piketty es un economista francés especialista en desigualdad económica y distribución de la renta. Desde el año 2000 es director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Es autor del libro publicado en 2013 en francés Le Capital au XXIe siècle (El capital en el siglo XXI publicado por el Fondo de Cultura Económica en español y en inglés Capital in the Twenty-First Century publicado en 2014) en el que expone cómo se produce la concentración de la riqueza y su distribución durante los últimos 250 años)
– Una salida para Grecia (Project Syndicate – 3/7/15)
Quito.- La crisis griega es una tragedia para el país y un peligro para la economía mundial. Alemania pide que Grecia siga amortizando los intereses de sus deudas íntegramente, aunque está claro que esté país está en quiebra, y el Fondo Monetario Internacional ha reconocido la necesidad de un alivio de la deuda. La colisión de la realidad (la insolvencia de Grecia) con la política (las exigencias de Alemania) había de provocar un desastre y, en realidad, así ha sido: el espantoso desplome del sistema bancario griego en esta semana.
Sin embargo, aún existe una salida de este desastre. Se debería recortar drásticamente la deuda de Grecia y ésta debería permanecer dentro de la zona del euro.
En las negociaciones con sus acreedores celebradas la pasada primavera, Grecia lo reconoció e insistió en que se redujera su deuda. Alemania se negó. Aunque los Estados Unidos y el FMI se pusieron en privado de parte de Grecia, Alemania prevaleció, como suele ocurrir con los acreedores.
Sin embargo, a veces los acreedores prevalecen para su propio perjuicio; al empujar al deudor hasta el límite, acaban provocando una completa suspensión de pagos. El error cometido por Alemania la semana pasada ha sido el de empujar la economía griega -ya en condiciones que nada tenían que envidiar a la Gran Depresión- hasta un completo desplome financiero.
El ministro de Hacienda de Alemania, Wolfgang Schäuble, tiene una clara estrategia negociadora, encaminada a obligar a Grecia a abandonar la zona del euro. Lamentablemente para él, Grecia no quiere salir y no se puede forzarla a hacerlo conforme a los Tratados que rigen la Unión Europea. Lo que quiere Grecia es permanecer en la zona del euro, con una menor carga de la deuda: postura astuta y que está protegida por el Tratado.
De hecho, la salida de Grecia del euro sería extraordinariamente costosa para Grecia y casi con toda seguridad provocaría un caos político y social -y tal vez hiperinflación incluso- en el corazón de Europa. El valor de los ahorros de los residentes griegos se reduciría drásticamente, porque los euros se convertirían de repente en nuevos dracmas. La clase medía quedaría destripada y la conversión de la divisa no ahorraría al país ni un céntimo de su deuda exterior, que, naturalmente, seguiría denominada en euros.
Aun así, la carga de la deuda de Grecia es insostenible. Esta semana, Grecia ha dejado de pagar al FMI y ha optado por pagar las pensiones en lugar del servicio de la deuda. Ahora los acreedores del país deberían negociar una reducción consensual de la deuda mediante una combinación de unos tipos de interés inferiores (y fijos), una reducción del valor nominal de la deuda y vencimientos a más largo plazo.
Hay muchos precedentes de esa vía. Ha habido centenares, tal vez millares, de reestructuraciones de deudas soberanas, incluida la de Alemania. En realidad, las exigencias inflexibles por parte de los acreedores del Gobierno de los Estados Unidos después de la primera guerra mundial contribuyeron a una profunda inestabilidad financiera en Alemania y otras partes de Europa e indirectamente al ascenso de Adolf Hitler en 1933. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial, Alemania recibió concesiones mucho más sensatas del Gobierno de los EEUU, que concluyeron con el alivio de la deuda consensuado en 1953, decisión que benefició en gran medida a Alemania y al mundo. Sin embargo, Alemania no ha aprendido las enseñanzas de su propia historia.
Yo propongo una vía en cuatro fases para que Grecia salga de la crisis. En primer lugar, recomiendo que el pueblo griego se incline por un "no" resonante a los acreedores en el referéndum sobre sus exigencias de esta semana.
En segundo lugar, Grecia debe seguir suspendiendo el servicio de sus deudas exteriores a los acreedores oficiales hasta que haya una reestructuración consensuada de la deuda en fecha posterior de este año. Dada su gran depresión, Grecia debe utilizar sus ahorros para pagar a los pensionistas, brindar alivio alimentario, hacer reparaciones decisivas en sus infraestructuras y dirigir la liquidez al sistema bancario.
En tercer lugar, el Primer Ministro, Alexis Tsipras, debe utilizar su capacidad de persuasión para convencer al público, al estilo del Presidente Franklin D. Roosevelt de los EEUU, de que lo único que deben temer es al temor mismo. Concretamente, el Gobierno debe decir con claridad a todos los griegos que sus depósitos en euros están seguros, que el país seguirá dentro de la zona del euro (pese a las falsas afirmaciones por algunos miembros del Eurogrupo de que un voto negativo significaría la salida de Grecia) y que sus bancos volverán a abrir inmediatamente después del referéndum.
Por último, Grecia y Alemania deben lograr una aproximación poco después del referéndum y acordar un plan de reformas económicas y de alivio de la deuda. Ningún país -incluida Grecia- debe esperar que se le ofrezca un alivio de la deuda en bandeja de plata; debe ganarlo y justificarlo con reformas reales que restablezcan el crecimiento, para beneficio tanto de los deudores como de los acreedores. Sin embargo, un cadáver no puede hacer reformas. Ésa es la razón por la que se deben ofrecer a la vez el alivio de la deuda y las reformas, no las reformas "primero" con promesas vagas de que el alivio de la deuda llegará con una cantidad no especificada y en un momento no especificado en el futuro (como algunos en Europa han dicho a Grecia).
Desde luego, en el desastre griego las dos partes han cometido innumerables errores, apreciaciones erróneas y fechorías a lo largo del pasado decenio e incluso antes. Un país no llega al precario estado de Grecia sin una mayúscula mala administración durante toda una generación, pero tampoco cae un país en la bancarrota sin que sus acreedores cometan errores graves: primero, prestando demasiado dinero y, después, exigiendo amortizaciones excesivas hasta el punto de que se desplome el deudor. Al ser culpables las dos partes, es importante que no pierdan el futuro peleándose sin cesar por el pasado.
La de aligerar la carga de la deuda de Grecia y mantenerla en la zona del euro es la vía correcta y alcanzable para la salida de la crisis y se puede conseguir fácilmente mediante un acuerdo mutuo entre Alemania y Grecia, que el resto de Europa subscriba. El resultado sería una victoria no sólo para esos países, sino también para la economía mundial.
(Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development)
– Notas sobre Grecia (Fedea – 5/7/15)
(Por Tano Santos)
Hoy tiene lugar el referéndum en Grecia y para poner todo el asunto en un mayor contexto ofrezco aquí una serie de apuntes rápidos sobre la situación de este país, la naturaleza de las negociaciones con la troika y las perspectivas que sirvan de complemento a las cosas que hemos publicado y que ayuden a entender mejor lo que va a pasar. Lejos quedan nuestras primeras entradas sobre Grecia.
Grecia acumuló unos pasivos enormes frente al exterior como consecuencia de unos déficits del sector público para financiar un estado de bienestar insostenible en particular en lo que se refiere al sistema de pensiones, como muestran, por ejemplo, sucesivos informes de la OECD (Pensions at a Glance). Los griegos, de acuerdo con todos los informes, se retiran antes y cobran más que cualquier otro país de la OECD.
La expansión crediticia, que es un fenómeno global, durante los primeros años del euro enmascara estos problemas de sostenibilidad del estado de bienestar griego: Grecia se puede financiar a unas tasas impensables fuera del euro.
Grecia como nuestro país tiene un problema de competitividad frente al exterior durante los primeros años del euro. Pero mientras en nuestro país esto se traduce en un fuerte endeudamiento privado en Grecia se traduce en un fuerte endeudamiento público. Esto tiene consecuencias importantes para el desarrollo de la crisis.
Las buenas condiciones crediticias de los años anteriores a la crisis dieron una oportunidad única a Grecia de atacar estos problemas sin agobios financieros. Por ejemplo se podía haber racionalizado el sistema de pensiones y compartir parcialmente los costes de dicha racionalización con las generaciones futuras. Lo que se hizo en Grecia fue justo lo contrario. Se privó a los jóvenes griegos de sus futuras pensiones mediante el vaciamiento de la capacidad de endeudamiento del país para financiar las generosas prestaciones sociales a la tercera edad que, recuérdese, en Grecia empieza a los 55 años. O dicho de otra forma en vez de racionalizar el sistema de pensiones lo que se hizo fue una clara redistribución de jóvenes a mayores, endeudando a los jóvenes para financiar el consumo y bienestar de los mayores. El sistema político griego, que incluye a votantes y políticos, fracasó de forma rotunda y no se puede alegar ignorancia. No hay más que seguir los distintos intentos de reformas de los sucesivos gobiernos griegos hasta el año 2001, que coincide con la entrada de Grecia en el euro, para darse cuenta de que éste era un problema del que tanto los votantes como clase política eran conscientes y decidieron darle la espalda y dejar que las futuras generaciones se las arreglasen como pudiesen. Los primeros que fallan a los jóvenes griegos son sus mayores en el país heleno que en vez de velar por los intereses de sus hijos prefirieron exprimir lo más posible al estado para garantizarse un nivel de consumo que sólo podía ser a costa del consumo de sus hijos.
Gráfico 1: Tasa de reposición bruta para un empleado cuyos ingresos están en la mediana de la distribución para el año 2007. Fuente: OECD. España y Grecia en verde.
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