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Krugman, Stiglitz y la reestructuración de la deuda griega (Parte II) (página 6)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

• Es preciso recordar que, como destacan los sucesivos informes de la OECD, el sistema de pensiones griegos no era sostenible incluso a los tipos de interés a los que se podía financiar Grecia antes de la crisis. El problema es por tanto anterior a la crisis. Para esto valga un dato: En el año 2007, el pico del ciclo expansivo, y de acuerdo con Eurostat sólo el 67% de los gastos de la Seguridad Social griega fueron financiados mediante contribuciones de trabajadores y empresas. El resto ha de financiarse mediante continuos subsidios y transferencias del presupuesto general. Es importante entender una cosa. El problema de la Seguridad Social griega no es uno de que las empresas paguen poco; en Grecia como en España el problema es que hay "demasiados autónomos" y pequeña empresa que se beneficia de exenciones e incentivos lo que disminuye su aportación al sistema.

• Los tecnócratas que están detrás del proyecto del euro en Grecia creían que el euro mediante la creación de restricciones presupuestarias y disciplina monetaria forzaría a Grecia a emprender una serie de reformas estructurales que hiciesen su permanencia en la unión monetaria sostenible. Sin embargo las buenas condiciones crediticias que acompañaron la introducción del euro lo que hicieron fue eliminar cualquier incentivo a la reforma. Esto no exime de responsabilidad a los griegos.

• Queda por dirimir si los griegos pueden tener un estado del bienestar comparado por ejemplo con un país de la riqueza de Francia. Y ello por dos motivos un estructural y otro circunstancial.

o El circunstancial es que la mala gestión del estado y la economía griega en general limita la creación de riqueza y por tanto las posibilidades de financiar generosos subsidios de desempleo, pensiones, educación etc.

o El estructural es que la geografía del estado griego hace que la provisión de los servicios públicos en Grecia es especialmente cara: hay que abastecer una enorme cantidad de islas lo que duplica un sinfín de costes e impide las economías de escala. Esto, por cierto, es lo que siempre ha hecho el turismo griego muy poco competitivo frente por ejemplo el nuestro. España puede mover millones de turistas por los que llevamos a unos pocos sitios bien comunicados y con amplias playas. Grecia (e Italia) no tienen las enormes ventajas geográficas con las que cuenta nuestro país para el desarrollo del turismo de masas.

• En conclusión: Los problemas griegos preceden la gestión de la crisis que podrá haber sido mejor o peor pero que no crean el problema de sostenibilidad del estado del bienestar griego. La crisis hace visible dicha insostenibilidad.

La crisis y su gestión

• La crisis, que es global, pone a todos los países que la sufren frente a problemas que eran latentes pero que las generosas condiciones crediticias de los años anteriores a la crisis permiten encubrir.

• Como hay problemas de endeudamiento frente al exterior, público y privado, la crisis pronto evoluciona a una cuestión entre acreedores y deudores. Es importante entender que los acreedores son en un principio actores privados, bancos, nacionales o extranjeros, aseguradoras o fondos de pensiones incluyendo fondos de la seguridad social mientras que los deudores son en el caso irlandés y español bancos y empresas, mientras que en el caso griego y portugués es el estado.

• En el caso irlandés las malas decisiones de sus gobiernos hicieron pronto de su problema de endeudamiento privado uno de endeudamiento del sector público. Lo que hace diferente la crisis española es que este error no se cometió, al menos en la magnitud irlandesa, y esto es lo que hace que España no entre en un programa como el griego o el irlandés. Como dijimos una y otra vez desde NeG España sólo se colocaría en una situación similar mediante la mala gestión de su crisis bancaria. Es por ello por lo que insistimos tanto en este problema. La mala gestión de la crisis bancaria que era manejable desde el punto de vista económico pero imposible desde el punto de vista político es lo que lleva a España al borde del precipicio en 2012 y sólo nos salva no nuestra pericia sino el hecho de que el tamaño de nuestro país es tal que hace poco apetecible su intervención por parte del FMI y las instituciones europeas. Es por ello que el programa en el que entra España es uno acotado y muy circunscrito a las necesidades de recapitalización y restructuración de nuestra banca.

• En el caso Griego había dos posibilidades:

1. Suspensión de pagos del estado griego y profunda restructuración de la deuda del sector público, que es una transferencia de acreedores a deudores. ¿Quién pierde?

• Primero se imponen pérdidas al fondo de la seguridad social. En el año 2009 justo antes de la crisis griega los fondos de la seguridad social son de 37,603 millones de euros de acuerdo con Eurostat, de los cuales más de 25,000 están invertidos en deuda; es difícil obtener datos exactos sobre la composición de dicha cartera pero si el sistema de seguridad social griego es como el del resto de los países por ejemplo España entonces podemos suponer que la mayoría de esa cartera es deuda griega. Una quiebra griega elimina de cuajo un porcentaje importante de los fondos de la seguridad social griega. Y así sucedió en 2012 cuando se hizo la primera quita griega. El fondo de la seguridad social griego perdió un 10,000 millones de euros.

• Segundo se imponen perdidas al sector bancario griego que tiene enormes carteras de deuda pública. Como las economías modernas necesitan de sistema bancarios la necesidad de recapitalizar los bancos hace que una quita del sector público no se traduzca en una reducción equivalente del apalancamiento griego.

• Por último la quita afecta a todos los bonistas extranjeros, esto es se imponen las pérdidas al accionariado de bancos y aseguradoras así como a los pensionistas extranjeros que hayan invertido en deuda griega a través de fondos de pensiones.

2. Programa:

El programa griego sustituye a un conjunto de acreedores extranjeros, esos bancos y aseguradoras antes mencionados, por el sector oficial, la troika. Este es el pecado original de la crisis griega. Grecia podía haber trasladado un coste sustancial de su quiebra al sector privado extranjero (como dije en una entrada en NeG, una quita bancaria de un euro permite imponer 50 centavos de ese euro a un acreedor extranjero.)

• Una vez dentro de un programa esta restructuración es más difícil porque toda la refinanciación del estado griego pasa por el sector oficial. Este sector oficial tiene sus propios contribuyentes ante los que tiene que responder porque se ha producido una socialización del riego griego que se ha trasladado del accionariado de bancos y aseguradoras al contribuyente alemán, francés, español e italiano, principalmente. Este es el error, que se introduce al contribuyente alemán o francés en la renegociación de la deuda griega. Como estos países son también democracias y sus políticos responden a las presiones de sus votantes las negociaciones pronto se traducen en un tira y aprieta para maximizar lo que puede recuperar el contribuyente alemán, francés, español e italiano del griego.

• La estrategia del sector oficial siempre ha sido la poner a Grecia en una senda de estabilización que permitiese la recuperación de los préstamos concedidos. Esto requiere apretar (cortar pensiones y otros gastos) y reformar (sistema impositivo, competencia de mercados, liberalización del mercado de trabajo) para garantizar el crecimiento que hiciese posible el pago de las deudas.

• Las opciones de los griegos siempre fueron malas pero ahora son todavía peores. Una vez que el sector oficial está involucrado Grecia puede todavía suspender pagos, como ha hecho, pero la estrategia conjunta del BCE, el FMI y el Eurogrupo deja a Grecia completamente aislada y sin posibilidad de recurso a nuevos acreedores, reacios a refinanciar un país en suspensión de pagos frente al sector oficial.

• Este exprimir sin muchas opciones de crecimiento es lo que está detrás de la frustración griega. No hay que minimizar los sacrificios presupuestarios griegos y otras reformas que han hecho (mucho mayores que las nuestras por ejemplo) pero hay que recordar la enormidad de los problemas con los que Grecia entra en la crisis y los enormes problemas estructurales del estado griego.

o ¿Es cierto que los inversores privados no sufrieron pérdida alguna en Grecia? No, como bien sabemos al programa inicial de 2010 de 110.000 millones de euros, siguió un segundo en 2011 de 130.000 millones y por fin la restructuración de la deuda griega, que incluyó quitas a bonos en carteras privadas, es importante recordarlo, en marzo de 2012. Sí, los dos rescates iniciales sirvieron a muchos inversores privados, trasladando sus carteras de riesgos griegos al balance público pero, quizás tarde mal y nunca, pérdidas importantes acabaron imponiéndose en el sector privado. Si bien los cálculos difieren, los estudios más fiables estiman que la transferencia de los acreedores privados a Grecia después de la restructuración de la deuda en el año 2012 es de alrededor de 100.000 millones de euros en valor presente descontando lo que suponía un 50% del PIB de Grecia. Es prueba de los enormes problemas de la economía griega que aun contando con estas enormes transferencias Grecia se encuentra en una situación de endeudamiento aún más aguda que la inicial. En cualquier caso es erróneo argumentar que Grecia no ha tenido quita alguna en su deuda y que el sector privado extranjero no ha sufrido. La siguiente tabla muestra la estimación de las carteras de los bonistas en junio del año 2011 representados en el comité de bonistas que negocio con Grecia la restructuración de la deuda.

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Tabla 1. Exposición al riesgo griego en junio de 2011 para una muestra de las entidades representadas en el comité de acreedores en el proceso de restructuración de la deuda griega de Marzo de 2012. Fuente: J. Zettelmeyer, C. Trebesch y M. Gulati, "The Greek Debt Restructuring: An Autopsy".

Ahora

• Los griegos quieren suspender pagos y permanecer en el euro. Esto es razonable pero poco factible ahora mismo.

o ¿Por qué quieren los griegos permanecer en el euro? Porque el euro es efectivamente un instrumento de transformación de la estructura social y económica griega, algo por lo que hay una profunda demanda en Grecia que quiere modernizarse y superar sus limitaciones. A su vez el euro sirve como camisa de fuerza a la clase política griega: El euro limita los desmanes de su clase política. Pero el euro es un instrumento rígido e inflexible por ello lo siguiente.

o ¿Por qué quieren los griegos suspender pagos? Porque estiman que los efectos de la losa de deuda limitan las posibilidades de crecimiento griego y una quita elimina dichos efectos y permiten el reapalancamiento del país.

• Si soy joven con preparación y posibilidades, ¿por qué me voy a quedar en un país que durante años va a estar con tasas impositivas altas para pagar la deuda? Emigro y evito la fuerte carga impositiva que implica la enorme deuda griega. Esta deuda recuérdese es la que la generación de mayores griegos dejan a sus jóvenes como herencia no de la crisis, que es una consecuencia, sino de la irresponsable gestión que se hizo durante los años iniciales del euro de los problemas de sostenibilidad financiera del estado del bienestar griego.

• Si soy de la tercera edad, una quita abre la posibilidad de un reapalancamiento del estado griego y una suavización del ajuste presupuestario que permita el mantenimiento del nivel de pensiones al menos durante los años que me queden de vida.

• En resumen se traslada el coste del ajuste del contribuyente griego al alemán, español o francés. Una vez que se interpone el contribuyente extranjero en las negociaciones sobre la deuda griega se deteriora la economía política de la crisis precisamente porque vivimos en estados democráticos. La ganancia del contribuyente griego que se produce en una quita es la pérdida del contribuyente del resto de los países de la Eurozona. Lo que estamos viendo es una consecuencia de esta evidencia y es el resultado de la democracia, en los estados miembros, en acción. Precisamente las quejas sobre la falta de democracia en la UE son hoy menos apropiadas que nunca.

o No es sorprendente que las negociaciones hayan acabado con la amenaza implícita de que un "no" es equivalente a un abandono del euro. Esto es precisamente lo que los griegos no quieren y los europeos negocian a sabiendas de que al final los griegos van a preferir quedarse. Esto explica las declaraciones de muchos en el Eurogrupo sobre una posible salida de Grecia del euro en caso de un voto negativo.

o Pero a lo mejor mucha gente de Syriza sí quiere salir del euro. Los griegos los votan en un intento de negociar con el eurogrupo de la forma más fuerte posible, y eso implica mandar a gente como Varoufakis a Bruselas, a sabiendas de que ello puede terminar con Grecia fuera del euro.

o Lo que estamos viendo es por tanto consecuencia de la arriesgada estrategia del electorado griego.

• El euro es hoy la única garantía de una reforma del estado y la sociedad y economía griega.

Europa sólo se puede construir mediante contratos implícitos de comportamientos. Este es el problema de los acuerdos entre soberanos. Estamos ligados por tratados pero los tratados no contemplan precisamente este tipo de situaciones. Es por ello que el referéndum organizado por Tsipras es un misil a la línea de flotación de la construcción europea. Rompe el acuerdo implícito que preside las relaciones entre los miembros de la Eurozona en aquellas situaciones no contempladas de forma explícita en los sucesivos Tratados que la gobiernan.

• Grecia se puede llevar por delante nuestra Unión Monetaria. Puede que sea lo mejor para Grecia pero no está claro que sea lo mejor para el resto de la Eurozona; quizás los costes de la ruptura no sean tan altos pero están ahí y es una transferencia de nosotros a ellos.

¿Qué hacer?

o Grecia necesita un quita y reformas. Sería ideal que hubiese una garantía de reformas una vez hecha la quita pero la sospecha es que con quitas no hay reformas ni cambio en la sociedad griega.

o La Eurozona necesita:

• Un mecanismo de restructuración de deuda soberana que limite los problemas de economía política que se introducen en nuestra unión monetaria cada vez que hay problemas de solvencia de un estado miembro.

• Una verdadera unión bancaria que desligue de forma definitiva crisis de deuda soberana y crisis bancaria. Para ello es necesaria una transferencia de la soberanía en todas las cuestiones de legislación bancaria, como por ejemplo leyes hipotecarias y de suspensión de pagos, a Bruselas para su coordinación y evitar transferencias de riesgo del contribuyente nacional al europeo.

• El atisbo de una Europa social mediante la armonización de las leyes que regulan el mercado de trabajo para permitir la diversificación del riesgo del ciclo en un fondo de seguro de desempleo financiado por el contribuyente europeo. Esto queda lejos pero simplemente hablar de esto permitiría la reducción de la ansiedad que ahora mismo domina a muchos europeos, ansiedad que está ligada a la sospecha que la construcción europea está ligada de forma sutil pero inevitable a la desmantelamiento del estado de bienestar de la posguerra.

(Tano Santos (Málaga 1966) es doctor en Economía por la Universidad de Chicago (1996) y en la actualidad es catedrático en la Columbia Business School, además de ocupar la dirección de la Cátedra Fedea-Abertis y colaborar en el blog "Nada es Gratis" de la misma fundación, a la que pertenece el grupo de "Los Cien" economistas)

– El voto de Grecia a favor de la soberanía (Project Syndicate – 7/7/15)

Cambridge.- Los acreedores y deudores han estado enfrentados desde que el dinero empezó a cambiar de manos, pero pocas veces se han dado esos problemas en un marco tan claro -y de forma tan pública- como en el referéndum griego recién celebrado.

En una votación celebrada el 5 de julio, el electorado griego rechazó rotundamente las exigencias de una mayor austeridad por parte de los acreedores extranjeros del país: el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y los demás Estados de la zona del euro, encabezados por Alemania. Sean cuales fueren las consecuencias económicas de esa decisión, la voz del pueblo griego sonó bien alta y clara: no vamos a soportarlo más.

Sin embargo, sería un error considerar el voto de Grecia una victoria total de la democracia, pese a lo que el Primer Ministro del país, Alexis Tsipras, y sus partidarios gustan de afirmar. Lo que los griegos llaman democracia da la impresión en muchos otros países -igualmente democráticos- de ser un unilateralismo irresponsable. En realidad, existe poca comprensión para con la posición griega en otros países de la zona del euro, donde referéndums similares mostrarían sin lugar a dudas un apoyo público abrumador a la continuación de las políticas de austeridad impuestas a Grecia.

Y no son sólo los ciudadanos de los grandes países acreedores, como, por ejemplo, Alemania, los que tienen poca paciencia con Grecia. La exasperación está particularmente generalizada entre los miembros más pobres de la zona del euro. Si preguntamos a un ciudadano medio de la calle de Eslovaquia, Estonia o Lituania al respecto, es probable que recibamos una respuesta no demasiado diferente de esta de un pensionista letón: "Nosotros hemos aprendido la lección: ¿por qué no pueden hacerlo también los griegos?"

Podríamos aducir que los europeos no están bien informados sobre la difícil situación de los griegos y el perjuicio que la austeridad ha causado a su país y, de hecho, es posible que, con mejor información, muchos de ellos cambiaran de actitud, pero las fuerzas de la opinión pública sobre las que descansan las democracias raras veces cobran forma en condiciones ideales, De hecho, no hace falta buscar ejemplos distintos del propio voto griego para ver que las emociones fuertes y la indignación se imponen por encima de los cálculos de los costos y los beneficios.

Es importante recordar que en este caso los acreedores no son una panda de oligarcas o adinerados banqueros privados, sino los gobiernos de otros países de la zona del euro, democráticamente obligados a rendir cuentas ante sus electorados. (Otra cuestión, legítima, pero diferente es la de preguntarse si hicieron bien en 2012 al prestar a Grecia para que pudiera pagar a sus banqueros.) Se trata de un conflicto no tanto entre el demos griego -su pueblo- y los banqueros cuanto entre democracias europeas.

Cuando los griegos votaron "no", reafirmaron su democracia, pero, más aún, afirmaron la prioridad de su democracia por encima de las de otros países de la zona del euro. Dicho de otro modo, afirmaron su soberanía nacional, su derecho como nación a determinar su propia senda política, económica y social. Si el referéndum griego es una victoria en algún sentido, es en el de la soberanía nacional.

Eso es lo que lo hace tan amenazador para Europa. La construcción de la Unión Europea -y más aún la de la zona del euro- se hizo con la esperanza de que el ejercicio de la soberanía nacional acabara desapareciendo con el tiempo. Raras veces se la expresó explícitamente; al fin y al cabo, la soberanía es algo popular, pero, se esperaba que, al reducir la unificación el margen de maniobra de cada uno de los países, se ejercería con menor frecuencia la actuación nacional. Tal vez el referéndum griego haya enterrado para siempre esa idea.

No tenía por qué haber sido así. La minoría política selecta de Europa habría podido formular la crisis financiera griega como un relato de interdependencia económica -al fin y al cabo, no puede haber malos deudores sin prestadores descuidados-, en lugar de un auto alegórico en el que se enfrentara a los frugales y muy trabajadores alemanes con los derrochadores y despreocupados griegos. Así se habría facilitado el reparto de la carga entre deudores y acreedores y se habría prevenido la aparición de la actitud de "nosotros contra ellos" que envenenó la relación entre Grecia y las instituciones de la zona del euro.

Más esencial es que la integración económica habría podido ir acompañada de la extensión de un espacio político europeo. La compensación de la reducción de la autonomía nacional con la creación de un margen de actuación democrática en el nivel europeo habría sido en verdad una victoria de la democracia.

Ya es demasiado tarde para debatir si la culpa fue de la renuencia del público europeo a internarse por la vía de la unión política o de la timidez de sus políticos nacionales para ejercer su capacidad de dirección. La consecuencia es la de que en la Europa actual sólo se puede reafirmar la democracia afirmando la soberanía nacional y eso es lo que ha hecho el electorado griego.

El referéndum es enormemente importante, pero más que nada como acto de simbolismo político. Lo que está por ver es si el público griego tendrá también la capacidad para soportar las medidas económicas -en particular, la salida de la zona del euro y la introducción de una moneda nacional- que entrañaría la soberanía real. Al fin y al cabo, no es probable que las condiciones de la oferta de los acreedores del país cambien demasiado. Si los griegos votaron "no" basándose en la esperanza irrealista de que las otras democracias de la zona del euro se vieran obligadas a ceder a sus deseos, puede que les espere otra profunda decepción… y su propia lección sobre la democracia.

(Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University"s John F. Kennedy School of Government. He is the author of One Economics, Many Recipes: Globalization, Institutions, and Economic Growth and, most recently, The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy)

– El "No" de Grecia no es ninguna victoria para la democracia (Project Syndicate – 7/7/15)

París.- A pesar de lo que muchos andan diciendo (especialmente quienes no tienen que cargar con las consecuencias de sus palabras), el rechazo de los votantes griegos el domingo a la última oferta de rescate de sus acreedores no fue una "victoria de la democracia". Como los griegos saben mejor que nadie, la democracia implica mediación, representación y delegación ordenada del poder. No suele ser un asunto de referendos.

Los referendos se dan solamente en circunstancias excepcionales, cuando a los gobernantes se les acaban las ideas, han perdido la confianza de su electorado o los enfoques usuales dejan de funcionar. ¿Fue ese el caso de Grecia? ¿Era tan débil la posición del Primer Ministro Alexis Tsipras que no tenía otra opción que escurrir el bulto recurriendo a esa forma extraordinaria de democracia que es el referendo? ¿Qué ocurriría si los socios de Grecia rompieran las conversaciones y exigieran una semana para que el pueblo decida cada vez que tuvieran que tomar decisiones ante las que les faltara la valentía necesaria?

Se dice a menudo (y con razón) que Europa es demasiado burocrática, complicada y lenta como para tomar decisiones. Lo menos que se puede decir de la actitud de Tsipras es que no ayuda a compensar estos defectos. (Se podría decir mucho más si acaba por motivar a los ciudadanos españoles a que tomen la arriesgada decisión de elegir un gobierno encabezado por Podemos, su propio partido antiausteridad).

Dejando esto de lado, supongamos que la decisión a la que Tsipras se ve enfrentado era tan crucial y compleja que ameritaba el paso excepcional de convocar a un referendo. En ese caso, se lo tendría que haber preparado para que fuese una expresión clara y contundente de la voluntad popular. Se debería haber celebrado con el debido respeto a lo que estaba en juego y el gobierno tendría que haber puesto la máxima atención en hacer llegar la información adecuada al pueblo griego.

En lugar de ello, se hizo a la rápida, con una pregunta opaca (en realidad, directamente incomprensible). No hubo ninguna campaña de información pública digna de tal nombre. Hubo un llamado a votar "No" que nadie entendió, y los griegos ni siquiera recibieron detalles de la propuesta que supuestamente debían rechazar.

Los antiguos griegos tenían dos palabras para referirse al pueblo: el "demos" de democracia y el "laos" de la turba. Con esta pueril llamada a cargar sus propios errores y su reticencia a emprender reformas sobre los hombros de sus socios europeos, Tsipras se va inclinando hacia la segunda acepción al promover la peor versión de la política griega.

Tsipras podría defender su forma de entender el referendo diciendo que su objetivo no era tanto hacer expresar la voluntad popular como reforzar su posición en su enfrentamiento con los acreedores de Grecia. Pero, ¿cuál es la justificación para esa confrontación? ¿Qué osaron exigir avances en dirección al imperio de la ley y la justicia social, así como poner coto a los magnates navieros griegos y sus séquitos de evasores de impuestos?

La Unión Europea ha logrado la paz precisamente gracias a que se ha inclinado gradualmente por reemplazar la vieja lógica de la confrontación y el conflicto por la de la negociación y el mutuo acuerdo. A pesar de sus defectos, la UE se ha convertido en un laboratorio de la innovación democrática en el que, por primera vez en siglos, se intenta superar las diferencias no a través de la guerra política y el chantaje sino por escuchar a todas las partes, dialogar y llegar a una síntesis de sus diferentes puntos de vista.

En este sentido, el referendo griego ha sido un insulto para 18 países, entre ellos algunos en situaciones no menos difíciles que la de Grecia y que, sin embargo, han hecho grandes sacrificios para otorgarle, sólo en 2012, 105 mil millones de euros (116 mil millones de dólares) en ayuda para el pago de la deuda, mientras que siguen rindiendo cuentas ante sus propios pueblos. ¿Qué pirueta mental permite llamar a eso un "acto de resistencia" o de "defensa de la democracia"?

No obstante, varios lo han hecho. Desde la realización del referendo muchos han actuado como si Tsipras fuera el último demócrata de la eurozona y se hubiera enfrentado a una camarilla "totalitaria" (en palabras de la política de extrema derecha francesa, Marine Le Pen) contra quienes valientemente se había "mantenido firme" (en palabras del político de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon).

No voy a abundar en la alianza parlamentaria de Tsipras con los derechistas Griegos Independientes, llenos de teorías conspirativas, cuyos líderes de buena gana lanzan diatribas contra los homosexuales, los budistas, los judíos y los musulmanes. Tampoco me referiré al hecho de que para lograr los apoyos parlamentarios necesarios para convocar el referendo, Tsipras no dudó en recurrir al neonazi Partido Aurora Dorada, cuya ayuda habría rechazado cualquier otro gobernante europeo.

Prefiero subrayar en lugar de ello que los demás gobernantes europeos no son menos democráticos ni legítimos que él. Los países de Europa del Este que padecieron los totalitarismos nazi o soviético no necesitan que nadie les dé lecciones de legitimidad, y menos el primer ministro griego. Los valientes países bálticos (cuya "legalidad" democrática parece estar evaluando el Presidente ruso Vladimir Putin, otro incómodo amigo de Tsipras) no han caído en el pánico ni sucumbido a la tentación de cargar sus desgracias sobre los hombros de los demás. No usan sus dificultades como pretexto para incumplir sus deberes de solidaridad para con Grecia.

Con todo esto no quiero decir que haya que expulsar a Grecia de la UE. En otros tiempos, los griegos pagaron caro su "No" al nazismo y su "No" a la dictadura militar. Nada sería más triste que verlos teniendo que pagar por el "No" del pasado domingo, aunque haya sido una grotesca imitación de aquellos nobles actos de desafío.

Ojalá los líderes de la eurozona tengan la paciencia de reconocer el imperfecto "No" que han recibido y ser más griegos que los griegos mismos. Ojalá actúen de una manera que impida que Grecia tenga que enfrentar el verdadero y trágico significado del resultado del domingo.

(Bernard-Henri Lévy is one of the founders of the "Nouveaux Philosophes" (New Philosophers) movement. His books include Left in Dark Times: A Stand Against the New Barbarism)

– El arte de gobernar y la crisis griega (Project Syndicate – 7/7/15)

Nueva York.- Las crisis de la deuda soberana, como la de Grecia, sólo se pueden resolver mediante medidas audaces por parte del deudor y del acreedor. El deudor necesita un nuevo comienzo mediante una condonación de la deuda; el acreedor debe encontrar una forma de hacerlo sin recompensar el mal comportamiento. Para que se logre un acuerdo, se deben atender las necesidades de las dos partes. Así, pues, unas reformas serias y un profundo alivio de la deuda deben ir a la par. Por esa razón, Grecia y Alemania, su mayor acreedor, necesitan un nuevo modus vivendi para reanudar las negociaciones.

Para empezar, el Gobierno de Grecia debe ver con claridad la necesidad de reformas económicas urgentes. Su economía no sólo se ha desplomado, sino que, además, está estructuralmente moribunda. Las raíces del problema de Grecia son más profundas que la austeridad de los últimos años.

En 2013, por ejemplo, los inventores residentes en Alemania presentaron 917 nuevas solicitudes por cada millón de habitantes. En cambio los inventores residentes en Grecia presentaron tan sólo 69 solicitudes de patentes por cada millón.

Si Grecia quiere tener la prosperidad propia de una economía tecnológicamente avanzada del siglo XXI, tendrá que ganársela, fabricando nuevos productos innovadores que sean competitivos en los mercados mundiales, exactamente como lo hace Alemania. Hacerlo será un imperativo generacional.

Por su parte, Alemania debe reconocer la enormidad del desplome de Grecia. La economía griega se ha contraído en un 25 por ciento, aproximadamente, desde 2009; el desempleo representa el 27 por ciento y el desempleo juvenil casi el 50 por ciento. Cuando Alemania afrontó condiciones comparables a comienzos del decenio de 1930, sus acreedores se encogieron de hombros y la inestabilidad resultante permitió el ascenso de Adolf Hitler. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial, se redujo drásticamente la deuda de Alemania, lo que permitió su reconstrucción. En vista de esa experiencia, debería entender la importancia de recortar la deuda de un país cuando su carga resulta insostenible.

La necesidad de ofrecer un nuevo comienzo a un país es económica y moral, con lo que a muchos banqueros les resulta difícil entenderla, pues su gremio no conoce la moralidad, sólo el resultado. También los políticos suelen tener calibradas sus brújulas para la búsqueda incansable de votos. La búsqueda de soluciones eficaces y morales requiere una verdadera capacidad para gobernar, cosa que ha sido escasísima durante la crisis del euro.

Ahora, el Primer Ministro de Grecia, Alexis Tsipras, y la Canciller de Alemania, Angela Merkel, tienen la oportunidad de estar a la altura de las circunstancias como estadistas europeos. Desde la elección de Tsipras en el pasado mes de enero, los funcionarios alemanes apenas han podido contener su furia al ver que un advenedizo gobierno de izquierda de un país diminuto y en quiebra se atrevía a desafiar a una de las grandes economías del mundo. El ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, por ejemplo, ha provocado repetidas veces a Grecia para que abandonara la zona del euro.

La reacción de Tsipras ante esas provocaciones ha sido clara y coherente: Grecia debe permanecer en la zona del euro y, para ello, necesita un nuevo comienzo financiero. El 5 de julio, el pueblo griego respaldó a su joven y carismático dirigente con un decisivo voto negativo a las exigencias no razonables de los acreedores de su país. Su decisión será reconocida algún día como una victoria para Europa sobre quienes preferían descuartizar la zona del euro antes que brindar a Grecia una oportunidad para comenzar de nuevo dentro de ella.

En la probable reunión entre Tsipras y Merkel de esta semana en Bruselas, lo que está en juego no puede ser mayor. Los costos económicos del callejón sin salida han sido catastróficos para Grecia y plantean una grave amenaza a Europa. La ruptura de las negociaciones de la semana pasada provocó un pánico bancario y dejó paralizada la economía de Grecia y sus bancos al borde de la insolvencia. Para reanimar los bancos, hay que salvarlos en cuestión de pocos días.

Si Tsipras y Merkel se reúnen como políticos, los resultados serán catastróficos. Los bancos de Grecia acabarán quebrando, con lo que los costos de salvar a Grecia y la zona del euro resultarán prohibitivamente elevados. Sin embargo, si los dirigentes se reúnen como estadistas, salvarán a Grecia, la zona del euro y el tambaleante espíritu europeo. Con la promesa de un profundo alivio de la deuda de Grecia y una aproximación entre Grecia y Alemania, se recuperará la confianza económica. Los depósitos volverán a afluir a los bancos griegos. La economía volverá a la vida.

Tsipras debe asegurar a Merkel que Grecia vivirá con sus propios medios y no como una tutelada crónica de Europa. Para garantizar ese resultado, el relieve de la deuda y las reformas rigurosas se deben aplicar a lo largo del tiempo, conforme a un programa acordado, en el que cada una de las partes cumpla sus compromisos, siempre y cuando la otra lo haga también. Por fortuna, Grecia es un país de talentos excepcionales, capaz de crear nuevos sectores competitivos desde cero, si se le da la oportunidad.

Ahora Merkel debe adoptar una actitud opuesta a la que su ministro de Hacienda ha adoptado hasta la fecha. Schäuble es sin lugar a dudas una de las figuras políticas imponentes de Europa, pero su estrategia para salvar la zona del euro empujando a Grecia para que salga de ella ha sido desacertada. Ahora Merkel debe intervenir para salvar a Grecia como parte de la zona del euro, lo que significa aligerar la carga de la deuda del país. No hacerlo en esta fase crearía una división irreparable entre los ricos y los pobres y los poderosos y los débiles de Europa.

Algunos -en particular, los siempre cínicos banqueros- sostienen que es demasiado tarde para que Europa se salve. No es así. En Europa, muchos dirigente y cuídanos influyentes siguen considerando necesario limitar el mercado con consideraciones morales, como, por ejemplo, la necesidad de aliviar el sufrimiento económico. Se trata de un activo inestimable. Hace posible que Merkel ofrezca a Grecia un nuevo comienzo, porque es lo correcto y porque concuerda con la propia experiencia e historia de Alemania.

La idea de un planteamiento ético de la crisis griega debe parecer absurda a los lectores de la prensa financiera y muchos políticos la considerarán indudablemente ingenua. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos europeos pueden hacerla suya como una solución sensata. Europa se alzó de los escombros de la segunda guerra mundial gracias a la visión de los estadistas; ahora se ha visto al borde del desplome por las vanidades, la corrupción y el cinismo cotidianos de los banqueros y los políticos. Ya es hora de que vuelva el arte de gobernar: por el bien de las generaciones actuales y futuras de Europa y del mundo.

(Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development)

– Cómo evitar la salida de Grecia (El País – 8/7/15)

Para volver a la senda del crecimiento Atenas tiene que hacer reformas, y es más probable que esto ocurra dentro del euro que fuera. Se trata de reactivar la lógica que tantas veces ha funcionado en Europa: solidaridad a cambio de reformas

(Por Miguel Otero Iglesias / Federico Steinberg)

Los escenarios a los que se enfrentan la Unión Europea y Grecia después del triunfo del no en el referéndum griego son extremadamente complejos. Sabemos que la salida de Grecia del euro (Grexit) está más cerca que nunca, aunque todavía es evitable. Sabemos que la situación económica en Grecia se va a seguir deteriorando. Y también sabemos que solo mediante un colosal ejercicio de liderazgo político se puede evitar el desastre económico y geoestratégico que supondría la salida de Grecia del euro. Pero, desgraciadamente, también sabemos que desde que empezó la crisis este tipo de liderazgo ha brillado por su ausencia en Europa.

Desde que Syriza llegó al poder en enero, la confianza entre el Gobierno griego y las instituciones (antes llamada troika) ha desaparecido. El relato dominante se estructura hoy sobre significantes tan peligrosos y negativos como conflicto, chantaje y castigo. Y los que antes se llamaban "socios" han pasado a ser "acreedores". En este contexto, el acuerdo parece imposible.

Sin embargo, dado que la mayoría de los griegos quieren permanecer en el euro, y que cualquier análisis coste-beneficio demuestra inequívocamente que para la zona euro lo más barato sigue siendo evitar Grexit, todos los esfuerzos deberían centrarse en alcanzar un acuerdo. Hay que recordar que el peor escenario posible para los acreedores sería convivir con una Grecia incapaz de crecer. Aunque Grecia saliera del euro, la UE tendría que seguir apoyándola financieramente por razones geoestratégicas para evitar que sucumbiera al abrazo del oso ruso. Para volver a la senda del crecimiento, Grecia tiene que hacer reformas, y es más probable que esto ocurra dentro del euro que fuera. Se trata de reactivar la lógica de la solidaridad a cambio de reformas que tantas veces han funcionado en Europa.

Aunque está en una tesitura delicada, probablemente el BCE seguirá comprando tiempo con la extensión de la línea de liquidez de emergencia (ELA, por sus siglas en inglés), dejando así espacio para la negociación política. No querrá pasar a la historia como una institución sin legitimidad que por una decisión técnica expulsó a Grecia del euro. Sin embargo, la fecha límite es el 20 de julio, día en que Grecia le tiene que pagar 3.500 millones al BCE. Si se llega a ese impago, saltaríamos ya hacia el abismo del Grexit, ya que el BCE cerraría el grifo de la liquidez por completo y a las autoridades helenas no les quedaría otro remedio que introducir una moneda paralela para pagar las pensiones y los sueldos públicos. Y una vez que se introduce una nueva moneda, es muy difícil restablecer el euro como la única moneda de curso legal.

Hay, por lo tanto, algo más de diez días para llegar a un acuerdo que debe cumplir tres condiciones. Primero, tiene que ser aceptado por los electorados de todos los países (la zona euro tiene 19 democracias, no solo una). Segundo, hay que asegurarse de que Grecia realice las reformas estructurales que le permitan crecer. Los datos de la OCDE muestran que Grecia ha sido el país que más reformas estructurales ha aprobado en los últimos cinco años (un logro importante), pero el problema ha estado en su implementación. Esto tiene que cambiar. Tercero, el nuevo acuerdo tiene que relajar la austeridad y promover la inversión para que la economía griega pueda volver a respirar. Esto requiere de cierto alivio en el pago de la deuda, algo que políticamente debería ser más aceptable ahora que el FMI lo ha recomendado.

Ahora bien, para que un acuerdo como este sea viable tiene que apoyarse sobre una estructura de incentivos adecuada. Una quita en la deuda sería políticamente inaceptable para los acreedores, pero una reestructuración basada en el alargamiento de plazos y la reducción de tipos de interés sería más digerible. Paul de Grauwe, uno de los economistas más respetados en Europa, ha argumentado que Grecia tiene serios problemas de liquidez, pero que todavía no es insolvente. Esto quiere decir que los acreedores pueden recuperar el 100% de su dinero (descartando los intereses). Pero sólo lo harán si Grecia comienza a crecer. Aunque sus formas durante la negociación han sido muy criticables, la propuesta de Varoufakis de ligar el pago de la deuda al crecimiento sigue siendo sensata. Esta propuesta, además, le daría la posibilidad tanto a Merkel como a Tsipras de cantar victoria ante su electorado. Tsipras les podría decir a los griegos que ha logrado una gran concesión de los acreedores, mientras que Merkel podría explicarle al contribuyente alemán que esta es la única opción para asegurar que Grecia pagará hasta el último euro que le debe.

Pero esto no será suficiente. Merkel, Rajoy y los demás líderes europeos tienen que convencer a sus electorados de que esta vez Grecia se ha tomado en serio las reformas. Como Merkel ha afirmado en numerosas ocasiones, la solidaridad tiene que venir de la mano de la responsabilidad, y la mutualización de riesgos solo es posible si va acompañada de la mutualización de control. Ésta también es una postura sensata. Sobre todo porque va al corazón de los problemas de la zona euro: mientras la unión monetaria no se dote de una unión fiscal (capaz tanto de gastar como de disciplinar a nivel central), el euro seguirá siendo un proyecto frágil. Sin embargo, la creación de una unión fiscal implica a su vez una mayor cesión de soberanía al centro de la unión. En este sentido, la aportación del Gobierno de España al debate sobre la reforma de la gobernanza del euro ha lanzado un mensaje muy positivo. En ella se afirma explícitamente que los Estados miembros tienen que ceder más soberanía. Si un país como España, con su larga historia, puede dar ese paso, ¿por qué no lo puede hacer Grecia?

Naturalmente, para crear una auténtica unión fiscal habría que cambiar el Tratado de Lisboa, y ahora no hay tiempo para eso. Grecia necesita un acuerdo antes de que su sistema bancario colapse. Por lo tanto, proponemos la creación de una comisión especial Euro-Griega para las reformas, formada por parlamentarios griegos y de los otros 18 países de la zona euro (para asegurarse autoría conjunta, lo que en inglés se conoce como co-ownership), que se encargue de vigilar la implementación de las reformas estructurales acordadas con la OCDE. Esta comisión, que podría estar formada por 15 miembros (siete, griegos, y ocho, del resto de la eurozona) tendría que ser independiente y sus recomendaciones deberían ser vinculantes para el Gobierno griego. Sabemos que esta propuesta tendría implicaciones políticas de soberanía y legales, pero pensamos que si Tsipras la aceptase, Merkel podría convencer a los alemanes de que un tercer rescate para Grecia es necesario y deseable. Al fin y al cabo, expulsarlos del club del euro si realmente se hubiera dado con la fórmula para asegurar la reforma de su economía sería un error histórico.

(Miguel Otero-Iglesias y Federico Steinberg son investigadores principales del Real Instituto Elcano)

– Grecia en 2015 no es Alemania en 1953 (Fedea – 9/7/15)

(Por Jesús Fernández-Villaverde)

Los medios de comunicación y los blogs de internet se han llenado estos días de comparaciones entre la situación de Grecia y la quita que recibió la República Federal Alemana en 1953.

De esta comparación, que ya circulaba desde al menos 2011 pero que se ha popularizado como la pólvora solo más recientemente, se extraen dos conclusiones, que algunas veces van juntas y reforzándose mutuamente pero otras argumentadas por separado. La primera conclusión es una supuesta hipocresía de los alemanes: los mismos beneficiados de la quita de 1953 (y de otras durante la entreguerras) son ahora los más reacios a cualquier restructuración de la deuda griega. La segunda conclusión es que de igual manera que Alemania se benefició enormemente de la quita de 1953, Grecia podría ahora ganar mucho de tal medida y, de esta manera, terminar ayudando igualmente a los acreedores.

En esta entrada argumentaré que ambas consecuencias son lecciones históricas incorrectas y que, si bien existen razones para pensar en los posibles beneficios de una restructuración de la deuda griega, mencionar el caso de Alemania en 1953 como argumento a favor de la misma solo confunde los problemas encima de la mesa y dificulta el encontrar una solución a la situación actual.

Los Antecedentes de Hecho

Aunque Timothy Guinnane escribió hace tiempo un trabajo magnífico sobre esta restructuración, merece la pena que empecemos con una breve descripción de lo que paso en el Acuerdo de Londres de 1953 sobre la deuda alemana. Pido disculpas por adelantado al lector experto en la materia que lamente el cómo, en el interés de la concisión propia de una entrada en un blog, me deje muchos detalles en el tintero.

Alemania había impagado la gran mayoría de las reparaciones de la Primera Guerra Mundial y amplios préstamos que había recibido durante el periodo de entreguerras. Además, había acumulado una gran deuda con la asistencia que recibió después de la Segunda Guerra Mundial y quedaba encima de la mesa el espinoso tema de las posibles reparaciones por la Segunda Guerra Mundial, en la que Alemania se había financiado en buena medida explotando despiadadamente a las economías ocupadas.

El primer problema para decidir cómo afrontar estas deudas era decidir qué era "Alemania". El Reich Alemán había sido conquistado totalmente. Parte del territorio había sido entregado a Polonia y a la Unión Soviética. El resto se había divido en cuatro zonas de ocupación. Las zonas occidentales (Estados Unidos, Reino Unido y Francia) se unificaron en 1949 en la República Federal Alemana, que era un estado con una soberanía muy limitada hasta 1955 (y que no recuperaría el contenido completo de la misma hasta 1990).

El primer canciller del nuevo estado, Konrad Adenauer, comenzó inmediatamente un proyecto basado en dos principios. Primero, convertir a la República Federal en el único heredero del Reich alemán (relegando a Alemania del Este al nivel de una dictadura comunista ilegítima con fecha de caducidad, como se vio en 1989). Segundo, anclar de una vez por todas a Alemania en Occidente (Westbindung) y convertirla en un Estado social y democrático de derecho moderno con una economía de mercado.

Como parte de este proyecto, Adenauer voluntariamente aceptó reconocer las deudas del Reich alemán (algo que, por una serie de motivos legales, no era obligatorio para él) y se ofreció a negociar con los acreedores un programa de pago que fuera realista dada su capacidad económica. De esta manera Adenauer buscaba objetivos propios (ayudar a la recuperación económica de Alemania, apuntalar su condición de heredero del Reich) pero también ayudar a desatascar el sistema de pagos en Europa. Simultáneamente, Adenauer había confiado, no sin ciertas reticencias, a Ludwig Erhard una profunda reforma de toda la economía alemana.

Estados Unidos, que en aquel momento era realmente el único actor importante entre las potencias occidentales (el Reino Unido estaba arruinado y Francia apenas recuperado de la guerra) no pudo recibir el proyecto de Adenauer con mayor alegría. Una Alemania próspera y comprometida con el sistema de cooperación económica y seguridad colectiva occidental era clave en el éxito del orden de post-guerra. Por ello, después de unos meses, los acreedores y Alemania alcanzaron un acuerdo relativamente pronto y bastante favorable a los intereses germanos, en particular con respecto a las potenciales reparaciones de la Segunda Guerra Mundial, que quedaron básicamente postergadas sine die.

Con estos antecedentes de hecho, podemos volver a analizar las dos conclusiones que muchos extraen sobre el acuerdo de 1953 en relación con una posible quita griega.

Primera Conclusión

La acusación de hipocresía alemana es quizás la más fácil de lidiar. En primer lugar, porque Alemania no es el país más duro con Grecia. Los Países Bajos o Finlandia, que no recibieron esa quita en 1953, tienen una posición incluso más dura que la alemana y para un tercer programa se necesita la unanimidad de todos.

En segundo lugar, porque el haberse beneficiado de una política no implica que uno no pueda defender que la misma esté equivocada. Yo, cada año, me ahorró muchísimo dinero en la declaración de hacienda por la existencia una deducción sobre los intereses de la hipoteca de mi casa. Ello no me impide defender en público que tal deducción sea absurda. El que yo no pueda negarme a cumplir con una norma que me perjudica (por ejemplo, el que al tener que hacer obligatoriamente la declaración conjunta con mi mujer ambos paguemos más impuestos que si la pudiésemos hacer por separado, que en Estados Unidos no es legal), me permite, con completa legitimidad, beneficiarme de una norma que me favorece (la deducción por intereses) por mucho que este en desacuerdo con ella. De igual manera, un alemán puede perfectamente argumentar que la quita de 1953 les benefició pero que no cree que una quita de deuda soberana deba de ser un principio que de aplicación general. Yo no dejaré de argumentar en contra de la deducción de intereses el día que yo cierre mi hipoteca por mucho que en aquel momento, al contrario que ahora, mi interés "material" y mi posición intelectual estén alineadas.

En tercer lugar, y este es con diferencia el argumento más importante de los tres, porque los alemanes pueden defender que la analogía entre 1953 y 2015 es falsa. Pero para elaborar este argumento, lo mejor es entrar directamente en analizar la segunda conclusión.

Segunda Conclusión

¿Ayudó la quita de 1953 a la recuperación de Alemania? Claro que ayudó, pero lo hizo porque era parte de una estrategia global de crecimiento. Erhard, influido por economistas como Walter Eucken o Wilhelm Röpke, apostó por un modelo de crecimiento basado en el Estado de derecho, el rigor fiscal, la estabilidad monetaria, la libertad de movimiento de capitales, la defensa de la libre competencia, la existencia de reguladores independientes, la prioridad de la inversión y las exportaciones sobre el consumo y un estado del bienestar sostenible.

Esta estrategia de crecimiento económico, no siempre implementada por Alemania de manera consistente y con ciertos retrasos, permitió que la quita funcionase.

El gobierno de Syriza ha demostrado, desde su elección, una estrategia de crecimiento totalmente contraria. La convocatoria del referéndum, lleno de claroscuros jurídicos, pudo haber sido aprobado formalmente por los tribunales helenos pero en su forma (aunque solo sea por poner el "no" delante del "sí" en la papeleta) demuestra un desprecio profundo por el espíritu substantivo del Estado de derecho y por la buena fe negociadora con sus socios en la Unión. La política de Syriza con respecto a la televisión pública, su contra-reforma universitaria, su posición con las privatizaciones e innumerables otras actuaciones demuestran que la coalición de izquierdas, lejos de ser "revolucionarios" son los primeros que no quieres cambiar el Peronismo mediterráneo que ha sido la Grecia de los últimos 35 años. Los verdaderos "conservadores" en Europa hoy en día son los electores de Syriza. Una quita, bajo la política actual, solo serviría para prolongar aún más años este Peronismo.

Y quizás lo más importante de todo, mientras Adenauer se esforzó desde el primer día en demostrar a sus acreedores (en especial a los Estados Unidos) que la nueva Alemania era un socio en el que confiar y un líder indudable en el proceso de unidad Europea (el Bundestag fue el primer parlamento europeo en ratificar el tratado de París el 19 de Marzo de 1953), el gobierno de Syriza comenzó su andadura reuniéndose con el embajador ruso. Cuando el ministro de exteriores griego nos dice, de manera voluntaria, que "Estamos contra el embargo. Grecia no tiene interés en sancionar, no tenemos diferencias con Rusia" (la misma Rusia que se salta todas las normas de derecho internacional anexionándose Crimea o arma a los rebeldes que derriban un avión comercial ante el asombro de todos), uno carece de motivos para confiar en las intenciones o el comportamiento futuro de los helenos.

Comentarios Finales

Alemania recibió y se aprovechó de una quita en 1953 porque "había hecho" los deberes: su gobierno había reformado a fondo su economía para permitir el crecimiento y había dejado claro que quería ser un miembro de pro de la comunidad Occidental. Grecia, en 2015, ni ha encarrilado su economía ni ha demostrado ser un socio de fiar. El segundo programa les había dejado en una situación que, mientras preocupante en el largo plazo, no era una losa insalvable en el corto. Darles más dinero ahora sería recompensar a un gobierno de demagogos y un electorado de irresponsables (no por su comportamiento del domingo, sino por sus votos por décadas al PASOK y Nueva Democracia, tan culpables como Syriza del entuerto actual). El día que los Griegos quieran empezar a hablar en serio, podremos discutir una quita (que bajo las condiciones correctas tendría todo el sentido del mundo). Mientras tanto, quizás lo más sensato como explica Paul Krugman (aunque el camino argumental que él emplea sea distinto al mío), es que Grecia abandone el Euro.

(Jesús Fernández Villaverde Profesor de Economía en la Universidad de Pennsylvania, Investigador Asociado del NBER Nació en Madrid en 1972. Es licenciado en Derecho y Administración y Dirección de Empresas por ICADE y doctor en Economía por la Universidad de Minnesota. Ha sido galardonado con el premio Richard Stone en Econometría Aplicada. En la actualidad es profesor del departamento de Economía de la Universidad de Pennsylvania y director de la cátedra Caja Madrid de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA). Es, además, investigador visitante en la Reserva Federal de Atlanta, y los bancos de San Luis y Filadelfia, e investigador asociado del National Bureau Of Economic Research (NBER) y del Centre for Economic Policy Research (CEPR))

– ¿Una fijación de Syriza con Alemania? (Project Syndicate – 9/7/15)

Atenas.- El pueblo griego ha hablado. En un referéndum que será histórico, ha rechazado decisivamente el acuerdo ofrecido por los acreedores de su país. Sin embargo, en el partido gobernante, Syriza, las cosas no están tan claras.

Desde que llegó al poder en el pasado mes de enero, Syriza se ha esforzado por equilibrar la necesidad de lograr un acuerdo sobre la deuda de Grecia con su promesa, hecha en la campaña electoral, de no firmar acuerdo alguno que hundiera el país más profundamente en la recesión. La decisión del Primer Ministro, Alexis Tsipras, de instar al electorado griego a votar "no" en el referéndum sobre la última oferta hecha por los acreedores del país indica que esta última ha cobrado prelación. No es de extrañar que los demás dirigentes de la zona del euro se burlaran de esa iniciativa.

Según el Gobierno de Grecia, el arreglo actual no sólo ha transformado a Grecia en una colonia endeudada, sino que, además, amenaza la dignidad del pueblo griego. Para Tsipras, la dignidad nacional está por encima de todo, como ejemplificó su visita, pocas horas después de tomar posesión de su cargo de Primer Ministro en enero, a un monumento conmemorativo de la guerra en Kaisariani, en el distrito de Atenas, donde 200 ciudadanos griegos fueron ejecutados en 1944 por las fuerzas nazis ocupantes.

Algunos observadores interpretaron la visita como un intento frívolo de fastidiar a Alemania, que, según Syriza, es la que está detrás de los acuerdos sobre rescates. En realidad, el peregrinaje de Tsipras estaba en consonancia con una larga tradición de resistencia dentro de los movimientos componentes de su partido y que podría complicar todo intento de concertar un acuerdo.

Syriza, que comprende una diversidad de grupos de izquierda, desde los de extrema izquierda hasta los más moderados socialdemócratas, echa raíces en el Partido Comunista de Grecia, que desempeñó un papel importante en la resistencia a la ocupación alemana durante la segunda guerra mundial. Aunque también existieron organizaciones de resistencia centristas y de derecha, no fueron comparables con sus homólogas de izquierda, impulsadas por los comunistas, en cuanto a tamaño e influencia. Las fuerzas de izquierda demostraron su potencia el 5 de marzo de 1943, cuando paralizaron Atenas con una huelga en masa.

Pero, en la guerra civil que hubo en Grecia después de la segunda guerra mundial entre las fuerzas gubernamentales y la rama militar del Partido Comunista, esta última fue aplastada y los miembros del partido fueron considerados traidores. El rechazo total del comunismo siguió siendo un componente fundamental de la ideología oficial de Grecia hasta el desplome de la dictadura militar del país en 1974, cuando las organizaciones comunistas volvieron a ser legales.

Durante todo ese largo período de persecución, las fuerzas de izquierda de Grecia siguieron mostrándose orgullosas del papel de sus predecesores en la lucha contra la ocupación germano-Ítalo-búlgara y elogió sus heroicos esfuerzos para salvar, aun brevemente, porciones de territorio griego de la explotación extranjera. Después de 1974, los comunistas organizaron varios actos culturales en los que subrayaron dicho heroísmo y en pequeños clubes de música o boîtes resonaban con frecuencia las canciones de izquierda del decenio de 1940. Incluso hoy, los comunistas griegos, incluidos varios cuadros de Syriza, se consideran los herederos de la lucha de izquierda contra la ocupación nazi y fascista.

Con esto no quiero decir que las organizaciones relacionadas con la izquierda comunista de Grecia consideren que todos los alemanes albergan un nazi en su interior. Al contrario, los grupos de izquierda griegos, incluida Syriza, raras veces han sucumbido -si es que lo han hecho alguna vez- a semejantes sentimientos antialemanes (al menos oficialmente). Más que nada procuran establecer vínculos con la "otra" Alemania, la que "expresa solidaridad" con el pueblo griego.

Por su parte, Syriza mantiene un estrecho contacto con el Partido de Izquierda (die Linke) de Alemania. Dicho partido, constituido en 2007, incluye a ex miembros del Partido Comunista que había gobernado en la Alemania Oriental, además de izquierdistas que se escindieron del Partido Socialdemócrata. Syriza y el Partido de Izquierda colaboran en el Parlamento Europeo, donde los dos participan en el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica.

Y, sin embargo, no se han eliminado del todo las declaraciones antialemanas. Un cartel de Giorgos Pantzas, candidato de Syriza en las elecciones parlamentarias de 2012, que proclamaba: "No al Cuarto Reich" y "no tememos las balas de los alemanes", contribuyó a que fuera elegido. Además, algunos miembros de Syriza han equiparado a políticos cristianodemócratas alemanes, en particular la Canciller Angela Merkel y el ministro de Hacienda Wolfgang Schäuble, con los nazis.

Desde luego, ésa no es una posición oficial de Syriza. Tsipras, por ejemplo, criticó claramente una viñeta de un periódico que representaba a Schäuble con uniforme nazi y, hace dos meses, después de una reunión con Merkel, Tsipras desechó la idea de que los alemanes fueran responsables de la situación actual de Grecia. Esa actitud indica una buena disposición para alcanzar lo que Syriza llama "una avenencia digna" con sus socios europeos. Sin embargo, la consecución de semejante acuerdo no será fácil, pues requerirá que Tsipras no sólo venza la resistencia de los diputados radicales de Syriza, sino también la posición desafiante de los acreedores de su país.

(Nikolaos Papadogiannis is a teaching fellow in history at the University of St. Andrews and the author of Militant Around the Clock? Left-Wing Youth Politics, Leisure, and Sexuality in Post-Dictatorship Greece, 1974-1981)

– El fracaso griego de Europa (Project Syndicate – 9/7/15)

Bruselas.- Las narrativas son de importancia, sobre todo cuando se entrelazan con intereses rígidos. Mientras Grecia y sus acreedores coquetean con la catástrofe, recibimos una imagen clara sobre cómo las narrativas contrapuestas y en conflicto puede conducir a un resultado donde todos pierden.

Los hechos son indiscutibles. A principios de 2010, cuando el gobierno griego ya no podía auto-financiarse, recurrió a sus socios europeos y al Fondo Monetario Internacional para obtener apoyo financiero. Y se lo brindaron: Grecia no solamente recibió préstamos de los otros países de la eurozona, sino que el FMI le concedió el mayor préstamo que esta institución otorgó en toda su historia. Posteriormente, Grecia recibió aún más apoyo a través de los fondos de rescate de la eurozona. El resultado fueron cientos de miles de millones de euros de ayuda.

Pero, con el transcurso del tiempo, Grecia y sus acreedores llegaron a ver estos hechos de manera muy diferente. A medida que la situación económica de Grecia se deterioraba, los ciudadanos de este país tuvieron la sensación de que los préstamos no estaban realmente destinados a ayudarles, sino que su propósito era rescatar a los bancos alemanes y franceses. Con esta narrativa, los griegos podrían evitar admitir el papel desempeñado por los errores en las políticas que fueron cometidos por propio gobierno y que empujaron al país hacia una recesión.

Los acreedores de Grecia, en cambio, consideraron que habían salvado de la bancarrota, de manera muy generosa, a un país despilfarrador. Esta narrativa permitió que los formuladores de políticas en Alemania hagan caso omiso al hecho de que los bancos de su país habían financiado el endeudamiento griego durante demasiado tiempo.

Ambas narrativas contienen una gran cantidad de la verdad, pero convenientemente pasan por alto algunos hechos importantes. Por ejemplo, una parte sustancial de los préstamos concedidos a Grecia hasta principios del 2012 fueron, en los hechos, utilizados para pagar deudas que llegaban a su vencimiento. Sin embargo, es probable que los tenedores de la deuda ya no fueran bancos franceses o alemanes – ya que en su mayoría estas instituciones no habrían sido capaces de soportar la incertidumbre que precedió al plan de rescate y al recorte de valoración de la deuda griega del año 2012.

En el momento en el que los gobiernos de la eurozona intervinieron de manera decisiva, la mayoría de los bancos franceses y alemanes, ya habían vendido, en gran medida, sus títulos de deuda, absorbiendo pérdidas por estas ventas; dichos títulos fueron comprados por fondos de cobertura y por otros inversores con un mayor apetito por el riesgo. La deuda que sí quedó en su tenencia, sin importar su volumen, perdió más de la mitad de su valor en el recorte de valoración. Teniendo en cuenta esto, no se puede decir que los bancos franceses y alemanes no sufrieron pérdidas.

Del mismo modo, los países acreedores tenían razón sobre que ellos ayudaron a Grecia, un país que había, innegablemente, gastado excesivamente durante años. Su asistencia financiera permitió a Grecia reducir sus déficits fiscales más lentamente en comparación a si, simplemente, el país se hubiese declarado en quiebra en el año 2010, ya que ello permitió que el país permanezca conectado a los mercados financieros. En el primer trimestre del año pasado, Grecia realmente experimentó un ligero repunte en su crecimiento y una pequeña disminución del desempleo.

Lo que los acreedores pasaron por alto fue que con el transcurso del tiempo, en la mente de muchos griegos, el dolor de la austeridad comenzó a tener mayor peso que los beneficios de su ayuda.

Hasta hace unos meses, aún parecía que Grecia este año podría lograr un superávit primario, aunque sea pequeño. Cuando el país se dirigió a sus acreedores en busca de ayuda, lo hizo solamente porque no podía cubrir algunos pagos grandes de préstamos que vencían. Grecia había dejado de ser un "pozo sin fondo". Con algo de ingeniería financiera, los acreedores de Grecia pudieron haber pospuesto algunos de los pagos que el país debía realizar este año y así se hubiese permitido que el país continúe su recuperación gradual – además, cabe señalar que a esas alturas todo el mundo ya sabía que el país no sería capaz de realizar dichos pagos.

Pero al contrario, estas narrativas enfrentadas crearon una espiral nociva, avivando las llamas de la animadversión y conduciendo a la elección de un gobierno de izquierda en Grecia al cual se dio un mandato: oponerse a la austeridad – con resultados desastrosos para ambos lados. En lugar de ayudar a que Grecia haga sus pagos, los acreedores reaccionaron imponiendo duras condiciones para un nuevo préstamo que se utilizaría únicamente para pagar las deudas que ellos mismos mantienen en su poder – un punto que el primer ministro griego Alexis Tsipras destacó en su última propuesta.

Y, sin embargo, culpar a los acreedores por sus condiciones "punitivas", tal como los negociadores griegos lo han hecho, también sería un error, porque esta narrativa simplista igualmente oculta una verdad complicada. Justo antes de que las conversaciones fueran abruptamente cortadas, con el fin de que Grecia llevase a cabo su referéndum, las dos partes habían acordado metas fiscales para Grecia; todo lo que quedaba por determinar era cómo debían alcanzarse estas metas. El gobierno griego quería elevar algunos impuestos. Sus acreedores creían que este enfoque sofocaría aún más el crecimiento, por lo que abogaban a favor de un aumento de la base imponible, en lugar de la mencionada alza impositiva; como ejemplo, ellos abogaban a favor de la eliminación de las tasas más bajas de impuestos sobre el valor agregado de las que las islas griegas gozan.

Si bien la lógica de los acreedores fue sólida y sus intenciones loables, el lado griego creía que tal condición equivaldría a una afrenta a la soberanía de su país. Con eso, su narrativa se transformó en una sobre el orgullo nacional.

Se trataba del clásico "dilema del prisionero". Ambas partes han conocido a través de las tortuosas negociaciones de los últimos meses que no llegar a un acuerdo no beneficiaría a ninguna de las partes. La economía griega se contraería aún más, y sus acreedores tendrían que aceptar aún mayores descuentos.

Pero las dos partes han permanecido encerradas en sus respectivas narrativas – y dichas narrativas se han sido reforzadas por el reciente corte de negociaciones y el referéndum, que fue programado de manera apresurada. Ahora, el electorado griego está rechazando las demandas de los acreedores en aras del orgullo nacional, la democracia y la soberanía; los acreedores están enojados no sólo por su actitud, sino también por la falta de fiabilidad de su gobierno.

Salvar a Grecia siempre iba a ser difícil, debido a sus anteriores excesos fiscales y su economía débil. Sin embargo, el año pasado parecía que el éxito podía ser alcanzado – hasta que el choque de narrativas descarrilló el avance logrado por las dos partes. Esto pone de relieve un problema mayor: la Unión Europea carece de una narrativa unificadora que sea lo suficientemente fuerte como para evitar la aparición de narrativas contrapuestas -y altamente destructivas- dentro de sus fronteras. En este sentido, un fracaso en cuanto a salvar a Grecia equivaldría a un fracaso de Europa.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance)

– Un llamamiento estratégico a la Unión Europea (Project Syndicate – 9/7/15)

Madrid.- El final de junio, con la Unión Europea consumida en el debate sobre inmigración, y Grecia caminando hacia la implosión, no parecía el momento más propicio para que el Consejo Europeo diera luz verde a la tan esperada "Estrategia Global de la UE sobre Política Exterior y de Seguridad". Sin embargo, en este contexto se ha aprobado el mandato -con plazo de entrega incluido-, camuflado entre las conclusiones del Consejo Europeo de los pasados 25 y 26 de junio. La iniciativa tiene el potencial de revolucionar el modo en que Europa se enfrenta a los retos que se le presentan. Podría, incluso, dotar a la UE de la consciencia común que tanto necesita.

No cabe duda de que la Unión precisa una nueva estrategia de seguridad. La actual, elaborada en 2003, ha quedado obsoleta, juicio que ilustra su frase introductoria: "Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura ni tan libre". Nada más lejos de la realidad de nuestro tiempo.

Europa se encuentra en un estado de convulsión permanente, como consecuencia de la creciente complejidad del mundo y del entrelazamiento de sus realidades interna y externa, manifestado en cuatro amenazas existenciales que se solapan. Primero, Rusia ha hecho resurgir un desafío tradicional a la seguridad que se pensaba superado. En segundo lugar, el terrorismo transnacional se erige como peligro fundamental y multifacético. Tercero, la acuciante crisis migratoria suscita dudas sobre la identidad y los valores europeos. Por último, una generalizada falta de visión sobre el proyecto europeo ha extendido la desafección de los ciudadanos, debilitando la cohesión y, por ende, la capacidad de acción de la UE.

Estas amenazas interactúan, se exacerban e intensifican. Los actos terroristas contribuyen a la violencia y a la inestabilidad en regiones vecinas, y empujan a un número creciente de inmigrantes hacia la UE. Las dificultades para integrar a estas nuevas comunidades en las sociedades europeas han llevado a la radicalización política -polvorín de partidos nacionalistas- y a una correlativa fragmentación del continente. Por su parte, los dirigentes rusos trabajan insidiosamente para minar la solidaridad, esencial para la solvencia del conjunto a la hora responder a estos envites. Todo ello despierta serias dudas sobre el papel global de la UE al tiempo que erosiona la viabilidad del proyecto europeo en sí.

Precisamente debido a esta interrelación de factores, no puede sorprender que, pese a su gran calado, las compartimentadas respuestas de la UE -tales como la Agenda Europea de Migración, la Asociación Oriental o la Estrategia de Seguridad Energética- resulten insuficientes. Se necesita un marco general que no sólo sirva de base a una respuesta coordinada ante amenazas clave para la seguridad, sino que además permita aprovechar las oportunidades y las interconexiones existentes susceptibles de apuntalar la capacidad de acción de la Unión.

Esta nueva conceptualización -y no sólo revisión- de la estrategia de seguridad debe tener en cuenta la cada vez mayor ambigüedad entre los ámbitos interior y exterior. En efecto, iniciativas internas, de las cuales el Mercado Único Digital es un buen ejemplo, tienen a menudo un ineludible impacto internacional. De igual manera, las realidades externas condicionan la vida de los ciudadanos de la UE. Por todo ello, la nueva estrategia de seguridad debe valorar las políticas internas en toda su trascendencia y poner a su servicio todos los instrumentos de que dispone.

Sin perjuicio de lo anterior, la retórica -por brillante que sea- y las intenciones ambiciosas, de poco servirán si los dirigentes europeos no se comprometen a poner en marcha iniciativas concretas. Por ello, el proceso de redacción mismo tiene una enorme relevancia, en la medida en que puede propiciar un debate profundo susceptible de implicar a las instituciones de la UE y al conjunto de una comunidad política europea que ya ha dedicado un tiempo considerable a estudiar estas cuestiones.

Federica Mogherini, la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Vicepresidenta de la Comisión Europea, lleva razón cuando insta a los Estados miembro a un compromiso más estrecho en el debate que les permita sentir una mayor interiorización de las iniciativas para que éstas prosperen finalmente. El objetivo debe consistir en formular ideas viables, edificar consensos y generar vínculos -primero y ante todo en el seno de la UE, entre los Estados miembro y con las instituciones, sin dejar de lado a socios y aliados.

Y es que las relaciones exteriores son críticas. La actual crisis del euro ha dado al traste con la lógica que durante décadas garantizó el proceso de integración. Incapaz de aspirar a la prosperidad compartida como razón de ser, le UE avanza a trompicones en busca de un nuevo relato que convenza a ciudadanos y Estados miembro de que esta aventura compartida tiene hoy valor real. Una estrategia que no sólo se centre en cómo el mundo impacta en la UE, sino también en cómo los valores e intereses europeos pueden y deben proyectarse al mundo, para así encarnar un llamamiento estratégico de unión en torno a una misión amplia y a un objetivo claro.

La construcción europea, desde su concepción, se ha guiado por valores y fundado en normas -dos cualidades cuyo deterioro profundo destaca en el mundo de hoy. La UE puede revertir las fuerzas centrífugas crecidas durante la crisis, y erigirse en baluarte internacional del sistema liberal, el buen gobierno y el Estado de derecho. Con ello reforzará su capacidad para enfrentarse a los retos de hoy y afianzará su posición en el mundo de mañana. No podemos permitirnos el lujo de dejar pasar esta oportunidad.

(Ana Palacio, a former Spanish foreign minister and former Senior Vice President of the World Bank, is a member of the Spanish Council of State, a visiting lecturer at Georgetown University, and a member of the World Economic Forum's Global Agenda Council on the United States)

– Lo que está en juego (El País – 10/7/15)

Grecia está al borde de salir de Europa debido a graves fallos estructurales, y no solo por debilidad de liderazgo. La culpa de lo que pasa no es únicamente de los tecnócratas. Esto es democracia contra democracia

(Por Timothy Garton Ash)

Los dioses aburren a quien quieren destruir. Hemos visto tantas cumbres a la desesperada de la eurozona sobre Grecia que muchos europeos se sienten ya casi narcolépticos. Dormitamos en el asiento del copiloto mientras el coche se precipita hacia el abismo. Pero esta vez es verdad. Si los jefes de Gobierno de la UE no encuentran forma de avanzar en la cumbre de urgencia del domingo, es posible que el lunes un proyecto de integración europea que cumple ya 70 años empiece a desmoronarse. Si creen que lo que está en juego es solo el futuro de Grecia, se equivocan.

Lo malo es que la constante incapacidad de la eurozona para hacer nada serio no es solo consecuencia de unas políticas defectuosas y un liderazgo débil, dos cosas abundantes en el Gobierno griego, el alemán y las instituciones europeas e internacionales. Las verdaderas causas están en unas debilidades estructurales del proyecto europeo que se arrastran desde hace decenios. La mayoría de los políticos responsables de ellas están ya muertos o gagás. En muchos sentidos, los líderes actuales están atrapados en la lógica disfuncional de las instituciones que crearon sus predecesores. Y para vencerla necesitan dar un extraordinario salto de valor e imaginación.

Si preguntan quiénes son las dos personas con más responsabilidad por la crisis de la eurozona, yo diría que el presidente François Mitterrand y el primer ministro italiano Giulio Andreotti. Los dos viejos zorros fueron los que, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, obligaron al canciller alemán Helmut Kohl a fijar un calendario para la unión monetaria europea a cambio de apoyar a regañadientes la unificación, pero no quisieron aceptar la unión fiscal necesaria para que funcionara. "La historia reciente, no solo en Alemania", dijo Kohl, un estadista bien informado, "nos enseña que es absurdo pensar que es posible mantener a largo plazo la unión económica y monetaria sin una unión política". Qué razón tenía.

Este no fue más que uno de los pecados originales. Francia e Italia exigieron el compromiso, pero Alemania escribió casi todas las reglas con la obsesión de la lucha contra la inflación y pensadas para unas circunstancias macroeconómicas distintas. Como era, sobre todo, un proyecto político, y Francia e Italia, por definición, tenían que estar en él desde el principio, hubo una especie de efecto dominó a la inversa. Si Italia tenía que participar, entonces también debía estar España: y entonces, también Portugal; y así sucesivamente hasta llegar a Grecia, un Estado profundamente no modernizado, clientelar, que nunca debería haberse incorporado a una unión monetaria que nunca debería haberse construido -ni siquiera con un grupo más pequeño de economías más compatibles- hasta no resolver los fallos de diseño iniciales.

El viejo Kohl confiaba en que, como en tantas ocasiones en la Europa de posguerra, la integración económica acabara siendo el catalizador de la integración política necesaria. Pero hasta ahora no ha sido así. A medida que se han difuminado los recuerdos personales de la guerra, la ocupación y la dictadura, las poblaciones del continente -empezando por la propia Alemania- se han vuelto más pragmáticas, cínicas o decepcionadas respecto al proyecto europeo.

La solución propuesta para el llamado déficit democrático de la UE, que es dar más poder a un Parlamento elegido de forma directa, y que los grandes grupos de ese Parlamento escojan a sus candidatos a presidir la Comisión Europea, no ha servido de nada. En los últimos meses he preguntado a muchos interlocutores, sobre todo personas que votaron en las últimas elecciones, si habían querido dar conscientemente su voto a alguno de esos Spitzenkandidaten. Casi nadie dice que sí. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Por eso, al margen de lo que nos parezca el comportamiento del primer ministro griego Alexis Tsipras, es una tontería pensar que Juncker tiene más legitimidad democrática europea que él.

La democracia europea sigue siendo de ámbito nacional, y no se puede decir que exista hoy más esfera pública europea que cuando yo empecé a viajar por el continente hace 40 años. Existe un reducido grupo de publicaciones que llegan a un pequeño público selecto de toda Europa, pero la mayoría de los ciudadanos sigue informándose a través de sus medios nacionales. Incluso aunque compartan su lengua con otro país.

Por consiguiente, no hay una sola Grecia, sino 28, dependiendo del país en el que viva cada uno. La Grecia que ven los estonios y letones no puede ser reconocible para los italianos, y mucho menos para los griegos. Tampoco hay una Alemania, sino 28, y pocos alemanes se reconocerían en la visión que dan de ellos los periódicos griegos. Los políticos locales alimentan estos relatos tan distintos cuando salen de sus cumbres de Bruselas aireando sus triunfos y culpando a otros Gobiernos y a las instituciones de cualquier concesión.

"En un pueblo sin sentimiento de hermandad, sobre todo si lee y habla en diferentes lenguas", escribió John Stuart Mill, "no puede existir una opinión pública unida, necesaria para que funcione el gobierno representativo". Europa ha demostrado que tenía razón. En las últimas seis semanas he estado en seis países europeos y ha sido penoso observar la ausencia de sentimiento fraternal.

Se emplea mucho el cliché de la democracia contra la tecnocracia. Por desgracia, en la eurozona tenemos lo peor de ambos mundos. Instituciones como la Comisión Europea y el FMI poseen algunos defectos (y algunas virtudes) de la tecnocracia, incluida la tendencia a aferrarse a ortodoxias económicas únicas y poco realistas. Pero entre los líderes europeos se está dando un caso de democracia contra democracia. Después del no del pasado domingo en Grecia, Tsipras celebró "la victoria de la democracia". Sin embargo, aunque Angela Merkel no sea descendiente directa de Pericles, es una dirigente tan democrática como Tsipras, y sujeta a las mismas limitaciones de los intereses y las emociones nacionales.

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