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Inmigración y literatura (página 12)


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Musulmanes

Festividades musulmanas

"La religión impone a los musulmanes dos celebraciones importantes. Una es la ‘fiesta del sacrificio’, en la que se recuerda el día en que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac para probar su fe en Dios, y que finalmente fue reemplazado por el sacrificio de un cordero. Isaac se considera un antepasado de la raza. La otra fiesta celebra el fin del ayuno del mes de Ramadán. Durante ese mes no se debe comer ni tomar nada durante las horas diurnas. Eso purifica el espíritu y el cuerpo, al tiempo que lleva al fiel a comprender la extrema pobreza y en cierta forma participar de ella" (1).

Escribe Muhammad A.R. Ciarla: "en medio de una sociedad católica de un país que reconocía la libertad de cultos, pero con una iglesia poderosa y conservadora, los musulmanes de Argentina se reunían discretamente, casi en secreto, en residencias privadas para celebrar las oraciones de las fiestas, y para continuar preservando su identidad islámica. Fue hacia finales de la década de los veinte cuando se fundaron las primeras entidades islámicas registradas legalmente, y en 1928 aparece en Córdoba la Sociedad Árabe Musulmana de Socorros Mutuos, y surgen otras en Buenos Aires, Mendoza y Rosario, hasta fundarse, en 1957, el Centro Islámico de la República Argentina, que era la asociación que representaba a todos los musulmanes del país. Tenía en su sede un gran salón que fue la primera mezquita del país, con un imam enviado por el Ministerio de Culto de Egipto. Veinte años más tarde, se construye en Buenos Aires la primera mezquita, en estilo arquitectónico sirioegipcio, y poco después, la Mezquita de Córdoba, en el centro del país, y luego la mezquita de Mendoza. En 2001 se inaugura en Buenos Aires, a pesar de una fuerte oposición por parte de ciertos sectores, el Centro Cultural Islámico y Mezquita, un monumental complejo en Palermo, una zona muy importante de la capital. El vocablo árabe da'wah, significa invitación, y en el contexto islámico es la prédica o propaganda religiosa. Lanzarse a tal actividad en Argentina algunas décadas atrás, era cosa insólita. En 1970, en la ciudad de Córdoba, un grupo de jóvenes musulmanes incursionó en esa experiencia, y es entonces cuando se producen las primeras conversiones. Los conversos eran jóvenes que provenían en su mayor parte de grupos hippies o de la izquierda. Diez años más tarde se organizan en un grupo, Yama'at ash Shabab al Muslim, la primera organización en Argentina cuyo fin es la da'wah, y por cuyo intermedio se islamizó gran cantidad de personas, en su mayoría jóvenes y de buen nivel intelectual. Otra entidad de Buenos Aires, El Centro de Estudios Islámicos desarrolló también actividades de da'wah con resultados bastante exitosos. Comenzaron también a surgir grupos sufíes, formados en general por personas lectoras de Gurdjief, René Guenon o Idrís Shah, deseosas de tener experiencias internas. La mayor parte de dichos grupos están dirigidos por personas con un conocimiento muy limitado del Islam" (2).

"El día 9 de diciembre de 1999 al aparecer en el cielo la luna creciente, la Comunidad Musulmana da comienzo a una de las más importantes festividades del Islam: el Ramadán. Esta festividad que transcurre a través de todo un mes, corresponde al año 2000 Cristiano. Al ser el calendario Musulmán puramente lunar, no tiene más de 354 o 355 días, siendo 11 días más corto que el Cristiano; con lo cual puede existir una diferencia de un día en la fecha dada y la aparición del creciente en el horizonte de alguna localidad. El mes Santo de Ramadán, se recibe con gran fervor religioso en el mundo islámico. Las tradiciones religiosas y sociales durante Ramadán han permanecido inalteradas y han unido a los musulmanes de hoy con sus antepasados. Es esta celebración, la más rigurosa disciplina espiritual impuesta: ayuno anual durante todo el mes de Ramadán, el noveno mes del calendario islámico; ayuno que llegó a ser obligatorio para todos los musulmanes adultos, hombres y mujeres" (3).

"El mes de ramadán" (4), nos informa acerca de "Los actos preferibles en la noche del decreto": "Las noches del 19, 21 y 23: Según numerosas narraciones una de ellas sería la Noche del Decreto. Esta es una noche única en todo el año, ninguna otra tiene tal bendición ni mérito. La adoración en ésta supera a la adoración de mil meses. En esta noche se decreta el destino del ser humano para el año venidero, descienden los ángeles y el espíritu (un ser superior a los ángeles), con la anuencia de Dios y visitan a la "Prueba de la época" (Imam Mahdi P.) y le presentan lo decretado para los seres humanos. Las prácticas de estas noches se dividen en dos partes, una común a las tres noches y la otra específica a cada una de estas noches". A continuación se detallan las prácticas y se incluyen oraciones en árabe y castellano.

Notas

1 Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

2 Ciarla, Muhammad A.R.:"Argentinos al islam LOS MUSULMANES EN ARGENTINA", en La Nacion 4 de mayo del 2003.

3 Mezquita At-Tauhid: "Ramadán", en www.organizacionislam.org.ar.

4 Sai Baba: "Ramadán", en www.saiweb.org/festividades.

Funerales islámicos

Habla el Arq. Mohamed Hallar, lo hace en idioma árabe y luego lo traduce: "(…) Comenzamos analizando la necesidad de difundir el Islam en nuestra propia lengua española, y nos encontramos con que había una falencia muy grande en material en español, no solamente para la Argentina, sino para toda Latinoamérica, una idéntica situación. Entonces nos planteamos objetivos y metas a trazar. Hace 4 o 5 años el auge de la computación era de rigurosa actualidad, entonces ideamos una página de Internet que Alhandullillah ya han visitado más de 10 000 personas. En ella volcamos los conceptos y principios del Islam para los musulmanes que no tienen un buen conocimiento de nuestra doctrina y prácticas, para los que lo tienen y quieren reforzarlo y para las personas que quieren conocer nuestra religión, la religión de Allah Subhana Hua Tahala. Comenzamos con un gran esfuerzo y un gran sacrificio esa Página de Internet, pero lamentablemente caímos en la cuenta que a América Latina todavía le falta un tiempo determinado para que la comunidad pueda acceder a Internet en forma generalizada. Por ese entonces y paralelamente habíamos comenzado a editar algunos libros islámicos: 'Los Funerales en el Islam', porque nos tocó muy de cerca las vicisitudes y la falta de información que teníamos cuando murió Carlitos Menem (h), que como todos recuerdan se veló y se realizaron las prácticas islámicas en su funeral. Entonces dijimos que era necesario que en cada casa de Argentina y América Latina tenga el Libro de los Funerales en el Islam" (3).

Notas

1 S/F: "Acto islámico", en www.revistaarabe.com.ar.

Fuera de la religión

El pintor Georg Miciu Nicolaevici "nació en 1946 en Bludenz, Austria, y llegó al país a los cuatro años, junto con su familia". Entrevistado por Héctor M. Guyot, él afirmó: "Huyo de las religiones. Mi padre fue educado como ortodoxo griego y después pasó al protestantismo, pero yo me he salido de cualquier religión. Trato de ser cristiano, pero eso es una vivencia, no una doctrina" (1).

Notas

1 Guyot, Héctor M.: "GEORG MICIU El pintor de la Patagonia", en La Nación Revista, Buenos Aires, 4 de septiembre de 2005. Fotos: Daniel Pessah.

Casamientos

El casamiento es una de las formas en las que el inmigrante se integra a la nueva sociedad. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país. Ante esta situación, la tía de la joven lo increpa: "-¿Y que más quedrá este condenao?… ¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no es para casarse!… ¿Pa qué estarán los criollos?… ¡Aura mismo le habi’avisar al escribiento que no habías sido lo que parecés… condenao!… ¡Si hasta facha e’criminal en tu tierra t’estoy encontrando… verás con quién te has metido a tirar tiros al aire!…" (1).

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen (2), y del abuelo de la lombarda Laura Pariani, quien abandona a su familia italiana, y forma una familia nueva con una mapuche (3).

En el tango "Un gallego", con música de H. Fréderic, escribe Armando Tagini: "Los ojazos de una criolla,/ que con frecuencia le vieron,/ en el gaita produjeron/ la llama de la pasión./ Y un puro amor/ nació con gran frenesí" (4).

Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia. En Cuando el tiempo era otro, escribe Gladys Onega: "otro dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega" (5). No sucedió lo mismo a los padres de Patricia Palmer. Dijo la actriz: "Mi padre era economista y filósofo, un catalán de ideas anarquistas que venía del horror de la guerra. Mi mamá, en cambio, era una nena bien de acá, hija única, y no había vivido nada. Pero cada uno fue el complemento perfecto del otro" (6).

Algunas mujeres recibían la "llamada" de sus novios o maridos. En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un gallego escribe a su novia, en 1943: "sabes Olimpia no es tan fácil la vida aquí como la pintan, todo lo que tengo me ha costado mucho sacrificio, sobretodo gran dolor el no tener donde apoyar la cabeza para derramar esas lágrimas a veces por las grandes injusticias, a las cuales no puedes hacerles frente, porque siempre eres uno de afuera y debes agachar la cabeza, ahora estoy muy bien pero pagué mi derecho de piso como le llaman aquí. Ahora soy patrón, este hotel está esperando a su patron, pienso que ya es tiempo de que vengas aquí a Buenos Aires, nos casaremos en una Iglesia que se llama De La Piedad es muy antigua y hermosa, queda cerca de nuestro hotel; ya ves lo que digo ‘nuestro Hotel’, (…) quiero que me contestes pronto, quisiera que para el mes de septiembre a más tardar te decidas a venir, en esa época aquí es primavera, es una época hermosa, donde florecen las plantas, las amarillas se llaman aquí son las xestas nuestras, así florecerá nuestro amor, deseo me contestes pronto, haremos los preparativos, para hacer una boda bonita, como tú te lo mereces, no te ates por tus hermanos, más adelante los podemos traer si ellos quieren venir, Olimpia haz de cuenta que estoy a tu lado acompañándote, pronto lo estaremos de verdad, ya verás te acostumbrarás (…) espero me contestes pronto, disculpa que insista pero necesito poner fecha de casamiento. Me despido de ti con un abrazo de tu Manuel Machado Ocampo" (7).

En La Australia argentina, relata Roberto J. Payró: "Miss Mary X venía de Londres, se había detenido en Buenos Aires sólo para aguardar la partida del transporte, y se dirigía a Río Gallegos, también en busca de una posición social. Iba a casarse. Ella misma nos hizo la confidencia: en la capital del territorio de Santa Cruz la aguardaba un prometido, un inglés, mister M., bien colocado, estanciero, a cuyo lado pensaba ser feliz. Lo conocía desde muchos años atrás, y no lo había visto hacía largo tiempo. El compromiso se contrajo por medio del correo: ‘Si usted quiere casarse…’ ‘Sí señor; quiero…’ ‘Entonces venga, que la aguardo…’ E iba. Iba sola, defendida únicamente por su valor de inglesa acostumbrada a manejarse por sí misma en el mundo, y por el natural respeto de los demás; los sajones han observado bien y prácticamente: mejor defensa es la educación que el cerrojo, y la mujer modesta y enérgica lleva una égida en que se embota, en medio de la sociedad naturalmente, la grosería y el apetito de los hombres" (8).

Algunos extranjeros se casaban por poder, práctica que Syria Poletti consideraba un anacronismo. Su novela Gente conmigo obtuvo el Premio Internacional de Novela convocado por Editorial Losada en 1961, y el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962. En esa obra, la traductora Nora Candiani expresa: "Jamás pueden llevarse bien los que no se conocían de antemano y resuelven casarse por poder como quien resuelve entre dos males: o eso o la miseria (…) Es una escapatoria, no una elección. Todas esas muchachas que llegan aquí casadas por poder y se enfrentan con la incógnita de un marido desconocido me dan la impresión de seres arrojados por algún éxodo… No sé… Una especie de aluvión acosado por fuerzas oscuras que desborda por el mundo a tontas y a ciegas…" (9).

Aurora Fiorentini describe la ceremonia religiosa de casamiento por poder. Una inmigrante italiana "llegó a la Argentina en el año 1954, después de casarse por poder con su antiguo novio, su paisano, que había llegado algunos años antes para hacerse una posición y estaba trabajando con mi padre. Cómo se actuaba en estos casos? La novia se casaba en la iglesia de su pueblo y en el lugar del marido actuaba un representante. Por suerte Laura (llamémosla así) se casaba con su novio y en la ceremonia estaba presente su cuñado. Pero tantas muchachas llegaron a la Argentina casándose por poder y habiendo conocido a su esposo sólo por carta y por fotos, recién lo conocían en persona una vez llegadas aquí, jóvenes y solas, habiendo dejado atrás la familia y su patria" (10).

En su novela Mientras la luz se va (11), Noemí Cohen relata "la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo" (12).

En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral" (13).

En "Tablero desierto", cuento de Héctor Alvarez Castillo, un alemán contrae enlace en la nueva tierra. Relata el protagonista: "La historia familiar que alcancé a conocer es sencilla. Si soy sincero debo confesar que a ella la vi más de un par de veces. Mi amigo descendía de alemanes. Su padre llegó a Buenos Aires durante el segundo gobierno de Irigoyen en un barco que lo trajo de África, de un continente que no era su país, a otro más alejado aún del mundo en el que se había criado. Provenía de una ciudad cercana a Berlín. En ella había logrado un título de ingeniero que lo conectó dentro de la comunidad germana ya instalada en el Río de la Plata y, en una de las reuniones a las que con frecuencia era invitado, la esposa del hombre con quien comenzara a trabajar le presentó a Eloisa. Una joven delgada que vio a su primer hombre en esa velada con el pudor y la ambición en tornadizo vaivén" (14).

Cuenta Sara Kinderman: ‘Soy una casamentera de la década del 30 y del 2000. Guardo las fichas de recuerdo –dice ella, que ya cumplió 66-. Casé a varias generaciones de una misma familia’. Lo suyo son los enlaces hebreos. ‘¿Viste las cosas terroríficas que nos pasaron a los judíos? La gente de la colectividad quedó destrozada. Son los que más me necesitan. Nunca discriminé a otras colectividades, pero primero quiero acomodar a mi gente’, asegura sentada frente a una mesa con mantel bordado al crochet" (15).En Frontera sur, un gallego dice al padre de su novia judía: "Si usted lo aprueba y ella lo desea, nos casaremos. Entonces Raquel será rica, porque yo soy rico. También debo informarle que si usted no lo aprueba, pero ella lo desea, nos casaremos sin su bendición. Estamos en la Argentina, no en el sur de Polonia. Eso es todo" (16). El judío manifiesta no tener prejuicios.

Dina Dolinsky recuerda: "En el caso de mi familia la colonia piamontesa fue aquella en la que se dio con mayor énfasis el mestizaje cultural. Era corriente, cuando yo era adolescente, que miembros de aquella comunidad entendieran el idish y la nuestra el piamontés o al menos el italiano. Creo que aún con el gran número de matrimonios mixtos se mantuvo nuestra identidad sin desdibujarse" (17).

Un asturiano, personaje de uno de los relatos de Hilel Resnizky, tarda en aceptar a su yerno judío: "El viejo José Molinas era testarudo y, para decirte la verdad, tacaño. Por muchos años alejó de sí a su yerno judío, enfrentándose con el rencor de su hija. Al final se rindió y lo hizo socio. Molinas & Grun. ‘San Jacobo’. Así llamó Marcos Grun a la estancia que compró en Santa Cruz, en recuerdo de su padre" (18).

Para un personaje de Ana María Shua, el casamiento fue el origen de conflictos familiares: "Tía Judith contó que un día estaban todos sentados comiendo y el abuelo se paró y dijo que en su mesa no podía comer una hija suya que anduviera con un cristiano. Tía Judith le dijo que no pensaba levantarse y que tampoco pensaba dejar a su novio. Entonces el abuelo Gedalia, que nunca la había tocado para hacerle una caricia o darle un beso (según decía la tía Judith), se levantó de la silla y la agarró del brazo y la llevó al vestíbulo y le pegó, y la tiró al suelo (según decía la tía Judith) y la pateó hasta dejarle todo el cuerpo lleno de moretones y le dijo que ya no era su hija (según decía la tía Judith)" (19).

Sufre un judío creado por Mauricio Goldberg, al enterarse de que su hijo está enamorado de una mujer ajena a la colectividad. El hombre se pregunta: " ‘¿Acaso no le importan su madre, la gente, los clientes? ¿Qué voy a decir? ¿Qué mi hijo se casó con una ‘goie’ de Chacarita?… ¡Qué me importa la familia!, dirá. ¿Te das cuenta de lo que nos hace? Pero yo debería habérmelo imaginado. Lo único que entienden es una cachetada. Si pudiera darle todas las que olvidé ¡Si pudiera sacarle esas ideas que tiene! Dice que la quiere y que…" (20).

Una italiana católica conoce a su futura nuera, alemana protestante: "La señora Irene era muy católica, de comunión diaria y colaboraba con el párroco en las labores sociales de Adrogué. El hecho de que Christina fuera protestante no contribuyó a facilitar las cosas" (21).

Entre los armenios, "la marcada conducta matrimonial endogámica responde a la desaprobación de los matrimonios mixtos en el seno de la comunidad por una cuestión de autodefensa del grupo" (22).

"Los gitanos también se han aggiornado en otras costumbres. Antes los casamientos o las uniones de pareja las acordaban los padres y debían hacerse entre gitanos. Ahora cada cual tiene derecho de elegir con quien va a formar pareja. Incluso puede hacerlo con alguien que no pertenezca al pueblo. Margarita nació en Catamarca, su marido la conoció en algún punto del viaje a ningún lugar y el amor no se tuvo en cuenta a la hora del casamiento. "Los padres de él me pidieron. Lo acepté porque era gente muy buena, me trataba muy bien y me enseñaron todo. Yo no lo quería, pero igual tuve que aceptarlo". Después confiesa que "la primera noche me gustó" y se quedó con él. "Nosotros somos así, respetamos mucho a nuestros padres y suegros". La madre de Margarita no quiso a su marido porque "era flojo para los negocios, pero nacimos nosotros y por vergüenza no lo dejó". Los dos están fallecidos. Ella había nacido en Roma y él en Grecia" (23).

De la colectividad italiana es el festejo que recuerda Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido, sus memorias. Se ha casado Darío Nicodemi: "el casamiento fue celebrado con una fiesta en la modesta casa del barrio en que vivía la novia. Concurrió allí invitado el elemento gringo de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que yo me contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en el patio, al compás del acordeón, ocarina y flauta; de la cocina, donde se jugaba a la morra, partían vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el nebiolo espumante enardecían los ánimos sin distinción de edad, sexo ni nacionalidad; y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la bella Carlota, hermana del desposado, que resultó esa noche, reina indiscutida de aquel regocijo meridional" (24).

También en los casamientos ucranios se tocaba el acordeón. Lo recuerda en una entrevista el Chango Spasiuk, quien tocó en ellos durante su infancia (25).

En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, se casa con una descendiente de libaneses. Relata el narrador: "En aquella época los árabes –o, al menos, los libaneses de doña Ibrahima- tenían la costumbre de que los recién casados se retirasen temprano de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa" (26).

Carlos Szwarcer se refiere a los casamientos sefaradíes: "El Izmir ofrecía un ámbito para la magia, el ensueño y la sensualidad a un público casi exclusivamente machista. Aquellos varones que lo frecuentaban para acortar la distancia entre la Reina del Plata y sus lejanos pueblos de mar se casaban. La ceremonia religiosa, con ritual sefaradí, se iniciaba generalmente a la vuelta, en el Gran Templo de Camargo 875 y algunos mozos del lzmir se convertían en ‘mozos de boda’ " (27).

La alegría de los esponsales judíos en el litoral es evocada por Máximo Yagupsky, quien dice: "El casamiento judío consistía de grandes celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se hacía un alegre festín con todo el ritual, la jupá, es decir, el palio nupcial, la música y danzas. Y naturalmente había mucha comida y había también comida para los gauchos vecinos, los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el bandoneón o la guitarra y bailaban también. En algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera, con el chamamé, el tango y el pericón" (28).

Refiriéndose a las colonias judías de Entre Ríos, afirma Samuel Aizicovich: "Deseo recordar cuan intensa e interesante fue toda esa convivencia que se disfrutaba en las colonias. Cuántos matrimonios se formalizaron entre sus chicos y chicas. Y todas las familias estaban invitadas, no sólo a la fiesta de casamiento sino que -especialmente las mujeres- cumplían tareas en la preparación de las comidas para una verdadera fiesta judía, mientras los hombres colaboraban en preparar el salón de lona en los patios de las casas de las novias. A propósito, recuerdo muy vívidamente una fiesta de casamiento en nuestra familia, en una de las colonias. A la fiesta ya habían llegado un gran número de invitados y de pronto debió suspenderse todo para el día siguiente por una torrencial lluvia que hizo desbordar los arroyos, ¡y esto impidió que llegaran el novio y su familia! Por otra parte estaba la costumbre de recibir al novio a media legua de la casa de la novia, con una orquesta, y esto tampoco se pudo concretar por los caminos barrosos" (29).

En las colonias alemanas del Volga –escribe Olga Weyne- , "otra ceremonia realmente pintoresca –en la que parece haber alguna influencia rusa- era el casamiento. Antes de la boda propiamente dicha, se realizaba una teatralización grupal del pedido de mano y hasta se podía simular un rapto de la novia. Toda la aldea participaba en los festejos, todos acudían a la ceremonia religiosa y posteriormente al festín, generosamente servido, que podía durar días" (30).

En Santa Fe, Estanislao Zeballos asiste al casamiento del colono belga Wart. Acerca del festejo que sigue a la ceremonia religiosa, escribe con su particular ortografía: "Nos encaminamos al Hotel de la Amistad, buen edificio situado cerca del templo y en la plaza. El Hotel pertenecía a Wart por el día y la noche, pues debían celebrarse allí las bodas, en unión de los numerosos convidados, á los cuales acababan de agregarse las autoridades políticas y judiciales. En un vasto salón estaba preparado el banquete de ciento treinta cubiertos, con un servicio y menú que fue para mí otra sorpresa. Era digno de un restaurant metropolitano de segundo orden y los vinos estarían bien en una mesa de la Confitería del Aguila o del Café de París. (…) El baile tuvo para mí su momento de sorpresa y casi diré de angustia. Los colonos acostumbran hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage a la República Argentina, bailando un aire nacional: el gato. La costumbre exige que sea bailado por el argentino más distinguido que asiste a la fiesta, el cual elije su compañera. El honor correspondía al coronel Rodríguez, pero atenta su edad fui designado yo y no hubo excusas, ni remedio. Consoléme elijiendo una preciosa colona y haciendo la señal de la cruz, evoqué mis recuerdos del Carcarañá y la Candelaria y salí del paso más muerto que vivo, entre los aplausos y aclamaciones del gran círculo de espectadores" (31).

Notas

1 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.

2 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.

3 Patat; Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.

4 Tagini, Armando: "Un gallego", en www.todotango.com.

5 Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.

6 Madrazo, Cecilia: "10 cosas que sé", en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de octubre de 2002.

7 Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.

8 Payró, Roberto J.: La Australia argentina, fragmento incluido en Wolf, Ema (texto) y Patriarca, Cristina (investigación): La gran inmigración. Ilustraciones de Daniel Rabanal. Buenos Aires, Sudamericana, 1997. Sexta edición. 226 páginas. (Sudamericana Joven Ensayo).

9 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.

10 Fiorentini, Aurora: "Recuerdos de una emigrante italiana", en www.italy-news.net.

11 Cohen Noemí: Mientras la luz se va. Buenos Aires, Losada, 2005. 216 pp.

12 S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005.

13 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.

14 Alvarez Castillo, Héctor: "Tablero desierto", del libro de cuentos inédito "En la noche".

15 Artusa, Marina: "Se ha formado una pareja", en Clarín Viva, 30 de mayo de 2004. Fotos: Ariel Grinberg y Enrique Rosito.

16 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

17 Dolinsky, Dina: "Argentina, judía, provinciana, médica, narradora…", en Feierstein, Ricardo / Sadow, Stephen (compiladores): Recreando la Cultura Judeoargentina/3 Crecer en el gueto. Crecer en el mundo Tercer Encuentro Internacional de Intelectuales Rosario 2005. Buenos Aires, AMIA, 2005.

18 Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires, Milá, 2004.

19 Shua, Ana María: El libro de los recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

20 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.

21 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

22 Boulgourdjian-Toufeksian: Nélida: "Los armenios en Buenos Aires". La recosntrucción de la identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

23 S/F: "Los gitanos de Tres Arroyos conservan sólo retazos de su cultura", en El Periodista de Tres Arroyos, Noviembre de 1999.

24 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.

25 Guerriero, Leila: "Chango Spasiuk. Chamamé por el mundo", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de enero de 2001.

26 Sorrentino, Fernando: "Hombre de recursos", en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.

27 Szwarcer, Carlos: "El café Izmir", en Todo es historia, N° 422, Septiembre de 2002.

28 Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.

29 Aizicovich, Samuel: Viaje al país de la esperanza. Buenos Aires, Milá, 2006. 64 pp.

30 Weyne, Olga: El último puerto Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/ Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

31 Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

…..

En la alegría, en la tristeza, siempre está presente la religión ancestral, la misma que enlaza el pasado con el presente, y se proyecta hacia el futuro.

 

VIII Oficios

¿Cuáles fueron los oficios que desempeñaron quienes llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950, en sus tierras natales, en el barco y en nuestro país? Me refiero a ellos, a partir de testimonios de inmigrantes, sus descendientes, escritores, historiadores y periodistas.

En la tierra natal

Muchos inmigrantes y quienes escribieron sobre ellos nos hablaron de los oficios que desempeñaban en su tierra natal. Salvo contadas excepciones, es constante la referencia a la pobreza de estos hombres y mujeres que buscaron en América una nueva vida.

En El mar que nos trajo, dice Griselda Gambaro que Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes" (1).

En La noche lombarda, Atilio Betti evoca los oficios de sus mayores: la cría de ganado, la caza de ranas, la hilandería, la tintorería y el cultivo del arroz. Se refiere asimismo a los trabajadores golondrina, quienes viajaban "de Europa a América, de la Argentina a Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha" (2). (Alberto Sarramone afirma que posiblemente fue el escritor Víctor Gálvez, el que les dio el apelativo, pues decía en 1888, ‘Hay extranjeros que se asemejan a las golondrinas, son aves de paso, vienen cuando el invierno está en sus bolsillos" (3).

Mempo Giardinelli escribe, en Santo Oficio de la Memoria, que, en Filetto, los nativos eran pescadores, viñateros, cosechadores de olivas (4).

Agricultores y pastores eran los Dal Masetto en su tierra lombarda. Lo relata el hijo en un reportaje: "Cuando retozaba por las montañas de Intra, su padre Narciso y su madre María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de verduras y frutas: hileras de vid para hacer vino. (…) él era el encargado de sacar a pastar las ovejas y las cabras" (5).

Había también inmigrantes con alguna formación. Un "extraño oficio", heredado de su abuela, ejercía Syria Poletti en Friuli: escribía cartas para quienes se habían marchado (6).

La docencia era otra de las profesiones de quienes emigraron. El anarquista Severino Di Giovanni -dice Osvaldo Bayer- "había sido maestro en Italia, pero sus estudios no eran universitarios" (7), y se había iniciado en el oficio de tipógrafo en su tierra. Había sido maestro asimismo Valentín Bianchi, quien luego sería empresario en Mendoza: "La escuelita en la que Valentín ejerce su profesión de maestro queda a poca distancia del pueblo. La responsabilidad asumida lo entusiasma. Su medio de movilidad para llegar a la escuela es una bicicleta que domina con admirable habilidad. La ruta no es fácil por sus pronunciadas bajadas, subidas y curvas a todo lo largo del trayecto" (8). El luthier José Yacopi, "nacido en la provincia española de Alava", hijo de un genovés, "era profesor de guitarra en España" (9).

Emigraron universitarios, como el capitán Miro Kovacic, que había estudiado Economía en su juventud (10).

Y personal de servicio, como la madre de la protagonista de Diario de ilusiones y naufragios, que "había sido ama de leche en casa de una marquesa" (11), en España. Como podían subsistían unas catalanas: "En España vivíamos en San Gervasio, a pocos kilómetros de Barcelona –cuenta Remey-. Y yo recuerdo que cuando empezó la guerra, mi papá nos fue a buscar al colegio en bicicleta y ya estaban todos los guardias civiles muertos… yo tenía nueve años. Mi padre falleció en esos días, de apendicitis. Así que mamá se quedó sola con los cuatro hijos. Yo, la mayor y mi hermana menor con nueve meses. Me acuerdo de que para poder vivir, mi mamá hacía estraperlo, contrabando de comida. Iba a los pueblos, compraba comida y la traía en el cuerpo, puesta. (…) en un viaje, en el que traía arroz en unos tubos escondidos en unos corsets, los guardias se dieron cuenta, y entonces mi madre se tajeó todo el corset, porque si la comida no era para nosotros, no se la iba a quedar nadie…Con mi hermana aprendimos y hacíamos estraperlo de carne, en las valijas del colegio… esa carne se vendía y podíamos subsistir" (12).

Muy pequeña también empezó a trabajar la asturiana Carmen Díaz: "cumplía con su rutina de hierro. Aprendió a ordeñar, llena de prevenciones, en la edad de las primeras muecas. Su madre, que no andaba para remilgos, la obligó de mala manera a perderle respeto a la vaca, ese monstruo gigantesco e imprevisible. Cada madrugada, Carmina andaba a pie cuatro kilómetros hasta una cabaña, ordeñaba la pinta y bajaba con la leche para sus hermanos. Luego regresaba para limpiar la boñiga y cuidar que las vacas de Teresa no pastaran en los sembradíos, hasta que los tábanos del mediodía las picaban y ponían nerviosas, y entonces mamá las metía de nuevo en la cuadra y llenaba de pasto el pesebre. La mayoría de los días madre e hija araban la tierra descalzas. Muy de vez en cuando su tío Rogelio les regalaba un par de alpargatas" (13).

Doña Pilar es una inmigrante española casada con un italiano, ambos personajes de Pájaro de barro, de Samuel Eichelbaum. La inmigrante opina acerca de las mujeres argentinas: "En este país, las mujeres jóvenes no trabajáis. Eso está mal. En mi tierra… En mi tierra, cuando las mujeres tienen tu edad, las ponen a trabajar en los olivares…" (14).

En el orfanato italiano en el que vivía Agata, el personaje de Dal Masetto, trabajaban desde muy corta edad: "Todas las mañanas nos levantábamos a las seis para asistir a misa. Después concurríamos a clase y el resto del día teníamos que trabajar. Las mayores bordaban y tejían. Sabíamos que el orfanato vendía esa producción afuera. A las más chicas nos hacían arrancar yuyos, juntar ramas secas, cuidar los animales, acarrear baldes de agua, apilar el heno. Pero lo peor era cuando me mandaban a cuidar que la vaca, mientras pastaba, no se pasara a la parte sembrada. Le tenía miedo".

De vuelta en su casa, Agata colabora en la vendimia: "No eran más que un par de días, pero estaban tan llenos de acontecimientos que se me antojaban semanas. Venían dos primas mías a ayudarnos, las hijas de mi tía Giulia, que tenían más o menos mi edad. Se quedaban a dormir y por lo tanto la agitación seguía inclusive durante la noche. Nos enloquecíamos corriendo entre las vides, cortando los racimos y cargando los canastos. Después nos descalzábamos, nos metíamos en la tina y, entre risas y empujones, íbamos pisando la uva".

A los trece años, Agata empieza a buscar trabajo: "En realidad, otras personas, amigas de mi padre o de Elsa, lo buscaban por mí. Hablaban con jefes y encargados, venían a vernos para contarnos los resultados de las conversaciones. Tarni no era un pueblo grande, pero había muchas industrias. (…) Para mí la fábrica era (nadie me había sugerido lo contrario) el elemento que aseguraba el salario, la imagen que sostenía una oscura ilusión de progreso" (15).

El croata Miro Kovacic, era militar. Su esposa, psicopedagoga. No pudieron ejercer esas profesiones en la nueva tierra (16).

Lajos Fehér, en su Hungría natal, "comenzó como cadete en una gran empresa textil donde al cabo de un tiempo llegó a ser Gerente. (…) Una de las primeras leyes que impusieron en Hungría, establecía que no podía haber ninguna empresa en el territorio en el que el número de empleados judíos superase el 1 por ciento del total empleado. El resto del personal debía ser probadamente católico. La empresa donde trabajaba Luis, estaba conformada al revés en los porcentajes. Los judíos eran alrededor del 90 por ciento. (…) De la noche a la mañana, Luis se encontró sin trabajo pero con una importante suma de dinero entregada como indemnización por los dueños de la empresa. Estos, ante la confiscación de la misma y sabiendo que iban a perder todo, decidieron aumentar esos valores hasta los límites máximos, aún a costa de cierto riesgo personal, y entregárselos a toda esa gente que tan fiel le había sido por tantos años, en lugar de dejarla en manos de ese gobierno pro-nazi" (17).

En Memorias de Vladimir (18) -novela de Perla Suez galardonada con el White Ravens, 1992, Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich, Alemania, y ALIJA, Asociación Argentina de Literatura Infantil, Sección Nacional del IBBY-, relata el protagonista: "Nací en la aldea de Porskurov hace mucho tiempo. El zar mandaba en Rusia, el zar Nicolás II. No conocí a mis padres. Fui criado por mi tío Fedor. A los diez años hachaba leña de la mañana a la noche por apenas un copec. (…) Tío Fedor era colchonero, guardaba la máquina de cardar en el cobertizo. A veces para soportar el miedo yo cardaba lana. Cuando oía chirriar el cerrojo de la puerta y reconocía sus pasos, mi corazón volvía a su remanso".

En Rusia se recibió de partera una de las inmigrantes que evoca Bernardo Verbitsky en Hermana y Sombra. Recuerda el hijo "La verdadera revolución para la cual necesitó un temple que entonces yo no estaba en condiciones de apreciar la realizó al inscribirse en el primer año de la Escuela de Parteras de la Facultad de Medicina, dispuesta a realizar íntegra la carrera que ya había estudiado en su país natal. Esto resultaba más largo que revalidar el título pero desde el punto de vista de la preparación, más sólido, y simple, pues evitaba la obtención y legalización del diploma y los documentos, entonces imposible por la falta de relaciones diplomáticas" (19).

En "Cada inmigrante una historia: Caden Avayú", relata José Mantel: "Yaacov Avayú y su esposa, Esther Bensignor, vivían en la "Muntaña" en los alrededores de Izmir con sus cinco hijos. Donna, la bojora, Shelomo, Muis y las buchukas (1) Clara y Cadén, mi madre. Era un excelente artesano zapatero, con taller propio y varios obreros, con un buen pasar económico. Habilidoso en tareas manuales, había construido un corral donde tenía un macho cabrío negro de gran cornamenta. Pese a la apacible vida de la familia, la inestable situación política y la perspectiva de un servicio militar muy riesgoso, hizo que sus hijos varones emigren a la Argentina, más precisamente a Entre Ríos" (20).

El sirio Ale Iussef era colchonero: "Manzli, provincia de Lataquia, Siria, primeros años del siglo XX; un aldeano llamado Ale Iussef, nacido un quince (15) de Febrero de 1884, realiza sus oficio de colchonero con alegría, mientras abre la lana piensa en su familia compuesta por su esposa Rabía Ianus Asakhj y tres hijos. Rentaban la casita donde vivían, modesta y linda, con plantas frutales, parral, un jardín y una quinta donde las verduras de la estación, nunca faltaban. Un poco más alejado, el corral con las cabras, leche y lana que diariamente llegaban a pastar en las inmediaciones. Un hogar como tantos otros, en las montañas del norte sirio, si bien tenían lo indispensable para vivir, no les quedaba dinero como para pensar en cuestiones de progreso y futuro" (21).

Notas

(1) Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Norma, 2001.

(2) Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

(3) Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración argentina.

(4) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix-Barral, 1991.

(5) Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de 1998.

(6) Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires, Losada, 1971.

(7) S/F: "Las cartas de amor de Severino Di Giovanni", en Clarín, Buenos Aires, 27 de julio de 1999.

(8) Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Ed. del autor, 1987.

(9) S/F: "Por amor al arte", en Noticias, 3 de junio de 1990, Pag. 54. Reproducida en www.yacopi.com.ar.

(10) Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

(11) Scotti, María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

(12) Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.

(13) Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

(14) Eichelbaum, Samuel: Pájaro de barro. En El teatro argentino 10.Samuel Eichelbaum Selección, prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

(15) Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

(16) Anzorreguy, Chuny: op.cit.

(17) Weisz, José Martín: …mientras los violines tocana csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.

(18) Suez, Perla: Memorias de Vladimir. Buenos Aires, Editorial Colihue, 1993. (Libros del malabarista)

(19) Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.

(20) Mantel, José: "Cada inmigrante una historia: Caden Avayú", en SEFARaires, N° 21, Enero de 2004.

(21) Ale, Roberto Mustafá: ""Ale Iussef", en www.revistaarabe.com.ar, Santa Fe.

En el barco

Algunos inmigrantes pagaron el pasaje con su trabajo. Miguel Frías recuerda que su abuelo trabajó durante la travesía. En 2000, en el pueblo de su antepasado, el nieto imagina el día en que partió el italiano: "No sé lo que piensa en esa mañana de 1913 y ya no se lo puedo preguntar: tal vez, en el reencuentro con su padre, trabajador en las cosechas argentinas; tal vez, en la leña y las moras que debió robar para sobrevivir al invierno; tal vez, en la cocina del barco donde trabajará para cruzar el Atlántico" (1).

Deyacobbi, otro italiano, se embarcó en 1882 como polizón, pero fue descubierto. Entonces, lo pusieron a trabajar: quedó "a cargo del panadero del barco que le enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una recomendación para la empresa Molinos Río de la Plata". Esa vinculación gravitaría en su futuro: en Molinos, "comenzó como corredor de comercio y por azar conoció los pagos de Mar del Plata al llegar con un barco cargado de harina que demoró más de un mes en descargar. Su primer emprendimiento fue la compra del Molino Luro en sociedad con Guillermo Roux" (2).

El padre de Juan Bautista Vairoleto considera que "era posible costearse el viaje trabajando en el mismo barco, como habían hecho otros, paleando carbón en las calderas" (3).

Notas

1 Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.

2 S/F: "El negocio del hielo", en La Capital, Mar del Plata, 25 de mayo de 2000.

3 Chumbita, Hugo: op.cit.

Hacer la América

En muchos de los textos que leímos aparece el inmigrante como una persona laboriosa, que logra un bienestar económico valiéndose de su habilidad en distintos oficios o en el comercio. En la Argentina, ellos trabajarán duro para lograr un bienestar y para brindarles a sus hijos un futuro mejor, aunque algunos de estos hijos –como los que presentan Cambaceres en su novela En la sangre (1) y Félix Lima en Pedrín (2)- no sepan agradecerlo. Muchos inmigrantes se ocuparán en la misma tarea que en sus países de origen; otros, deberán aprender nuevas formas de ganarse la vida.

Marío Bunge destaca la laboriosidad de los inmigrantes, cuando dice: "Me hubiera gustado vivir mi vida adulta entre 1880 y 1930. Esa fue la Edad de Oro del País. Fueron los tiempos en que vinieron montones de gallegos y gringos a trabajar duro y a enseñar a trabajar con su ejemplo. Entonces fue cuando nacieron la agricultura a gran escala, la industria nacional y el Estado moderno. En esa época se pasó de la barbarie a la civilización. (…) Es verdad que también se cometieron crímenes tales como la guerra genocida y rapaz contra los indios. Pero en definitiva lo bueno pesó más que lo malo" (3).

"En esa época –afirma Carlos Ibarguren en La historia que he vivido- aparecían millonarios que pocos años antes habían llegado al país sin un centavo en el bolsillo o con muy poco capital. Era el caso de Carlos Casado del Alisal, español; de Pedro Luro, vasco francés; de Ramón Santamarina, vasco español; de Eduardo Casey, irlandés, propietarios todos ellos de enormes extensiones de campo; o de Nicolás Mihanovich, dálmata, que empezó como botero y ya era dueño de varias empresas de transporte fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De Voto, italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al igual que Rafael Calzada, español, o de Francisco Soldati, italiano y muchísimos más cuyos apellidos hoy figuran en los rangos de la más alta sociedad" (4).

Evoca el sentimiento que impulsaba a todos por igual: "Un optimismo irresistible, un frenético entusiasmo contagiaba a todos. A los argentinos, que veíamos la súbita transformación de nuestra modesta República en una nación rica y opulenta. Y también a los extranjeros que estaban embarcados en la aventura fascinante del progreso, la riqueza y la mágica transformación de sus vidas".

"Los argentinos conocemos bien las virtudes de los inmigrantes: Quien se sobrepone a grandes dificultades será, posiblemente, una persona valiosa para el país que lo recibe", escribe Clara Obligado (5).

Notas

1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

2 Lima, Félix: "Pedrín". Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

3 Cosentino, Olga: "La Argentina de los deseos", en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.

4 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.

5 Obligado, Clara: "Ley de inmigración en España. Tan global, tan legal, tan xenófoba", en Clarín, Buenos Aires, 28 de enero de 2001.

En la Ciudad de Buenos Aires

Alemanes

Eduardo L. Holmberg evoca en "La pipa de Hoffmann" (1) a un judío alemán que "Conocía profundamente la historia y la literatura antiguas, las pocas reliquias de la edad media, y era capaz de apreciar los grandes hechos y los grandes hombres de los tiempos modernos y contemporáneos".

En "El sur", Borges nos dice de qué trabajaban un inmigrante y uno de sus descendientes: "El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino" (2).

Notas

1 Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.

2 Borges, Jorge Luis "El sur", en Ficciones. Buenos Aires, Sur, 1944.

Armenios

"La inmigración armenia –señala Nélida Bourgoudjian- siguió la tendencia general del flujo migratorio en el siglo XX, es decir, se orientó más hacia las ciudades que hacia el campo. Las ocupaciones fueron evolucionando, y la nueva patria de adopción constituyó un medio de superación social y profesional. Durante las décadas de 1930 y 1940, la gran mayoría, carente de capitales por las circunstancias de su emigración, se dedicó al comercio minorista –mercería, calzado, alimentos– o bien a los oficios por ellos conocidos –joyero, zapatero, sastre, herrero, tejedor-, que les permitieron establecerse por cuenta propia" (1).

En la Argentina, los armenios "volvieron a prender el brasero, (…) con un trozo de suela en la mano se hicieron zapateros; con un trozo de tela, sastres y textiles, (…) y albañiles, obreros y tantas ocupaciones que dan orgullo al honesto" (2).

Notas

1 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

2 Derderian, Carlos: Odar. Buenos Aires, Akian, 2004.

Belgas

Entre los inmigrantes había también sombrereros, como el belga Divas, que terminó trabajando en un frigorífico (1).

Notas

1 Báñez, Gabriel: Vírgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.

Egipcios

En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky se refiere a la ocupación de un egipcio. El protagonista "conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de unos 40 años, de cara oscura, nariz aguileña, con mejor humor de lo que dejaba suponer cierta expresión torva de su cara. Sabía reír con ganas. Decían que era egipcio, aunque las mujeres lo designaban entre sí como ‘el Turco’. Venía de otro cabaret y se había propuesto traer con él a las mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo cual le servía su perfecto dominio de varios idiomas. Alternaba el inglés y un francés al parecer correctos con un castellano aporteñado de indudable naturalidad. ‘Vas a estar mejor que allá –decía persuasivamente-. Dejáte de embromar, dáte una vuelta por acá. Veníte bien bañada, eso sí. Y a portarse bien, que el nuevo empleo lo vale. Hay que andar derechas, que si no les corto una teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente que hemos tenido’, decían todas convencidas" (1).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires, Planeta, 1994.

 

Españoles

De España era un trabajador evocado por Félix Luna en Soy Roca. Nos referimos a Gumersindo García, mayordomo del presidente, hombre que, de a poco, fue ascendiendo desde su primitiva ocupación de mucamo, gracias a su bonhomía y fidelidad (1).

En Locuras de Isidoro, historieta de Dante Quinterno, aparece un mayordomo gallego. "Quién no disfrutó alguna vez –pregunta Marcelo Benini- de los enredos protagonizados por Isidoro, ese porteño de vida disipada que rehuía a cualquier esfuerzo físico, incluido el trabajo, y pasaba sus horas en casinos, hipódromos y boites? Imposible olvidarlo: casi siempre vestía saco cruzado, polera, mocasines y tomaba whisky importado. Vivía disgustando a su pobre tío, el coronel Urbano Cañones, quien sólo confiaba en él cuando estaba acompañado por Cachorra Bazuka, una hermosa rubia de aparente compostura que en realidad era su compañera de juergas. Su otro aliado era Manuel, el mayordomo gallego, que lo apañaba ante el severo militar cuando Isidoro metía la pata. Autos deportivos, ruletas, cartas de póker, cigarrillos y noche componían la iconografía de Locuras de Isidoro, la popular revista que el inolvidable Dante Quinterno (1919-2003) publicó entre 1968 y 1976, año en que empezó a reeditarse" (2).

En ¡Al campo!, de Nicolás Granada, aparece Santiago, un criado gallego. El autor lo hace hablar en esta forma: "Este señor prejunta por las señoras. (…) –Usted dispense; nu lu sabía. Que no estaban en casa, esu sí; pero que estuvieran en el monte… Si usted quiere que se lu dija…" (3).

Inmigró el ama de llaves Jovita Iglesias, que trabajó en casa de los Bioy durante casi cincuenta años (4).

Muchas mujeres se dedicaban al lavado y al planchado. Lola es una abuela homenajeada por su nieto Fernando de la Orden en la muestra fotográfica "Pan y manteca". Ella vino de Logroño con su marido y tres hijas. Aquí nacería la cuarta. Era necesario trabajar para mantener tantas bocas en la nueva tierra: "llegó a la Argentina con espanto por todo ropaje y esperanza por toda bandera, y salió a planchar las ropas ajenas para parar la olla" (5).

Tampoco le temía al trabajo la abuela gallega de Guillermo Saccomano, quien relató en un reportaje: "Mi abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta y de lavandera de familias bien de la época. Con todo, acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban muy sometidos" (6).

La "gallega" –afirman Elguera y Boaglio- era "una institución de la época que aspiraba a tener cada familia de la clase media. La ‘gallega’ era una moza robusta, trabajadora, honesta, leal, sensata, frecuentemente analfabeta, que permanecía con la misma familia hasta casarse con su Manuel (que así se llamaba su prometido) o volverse a su pueblo galaico, acosada por la morriña, la morrinha da minha terra" (7).

Cuando Fray Mocho presenta a una doméstica gallega, desliza una crítica social, ya que a esta mujer un personaje le dice que la patrona "se aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos" (8).

Una inmigrante –que en realidad era leonesa, nacida en Mataluenga del Bierzo- inspira a Niní Marshall: "El humor es siempre una salida honorable. Lo supo desde siempre, acaso lo intuyó aquella Marina Esther Traverso, nacida en Caballito hace justo un siglo, sexta hija de un matrimonio asturiano de primera inmigración. Por fatalismo y por elección, fue una chica de barrio. Tertulias de canto y baile son coro y escenario de sus primeros enmascaramientos: deforma las voces, acuchilla al diccionario, le da valor barriero a cada expresión. Con castañuelas y panderetas se sube al palco del Centro Asturiano. Tiene 12 años y su primer público es la gallega Francisca, la empleada doméstica, a la que ella inmortalizaría como ‘Cándida’ " (9).

En "Departamento para familias", cuento incluido en el volumen Pasos del gran bailarín, el sevillano afincado en la Argentina Guillermo Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada gallega (10).

En "La pesquisa" (11), de Paul Groussac, aparece una sirvienta vasca. La mujer es descripta por el empleado de correo: "joven aún, vestida como sirvienta y de aspecto extranjero, había retirado una carta, exhibiendo un pasaporte español a su mismo nombre".

Enrique Larreta canta, en "Las criadas y el niño", a las domésticas españolas: "Que otros digan de escuelas y de universidades./ Yo canto el cuarto aquel de plancha y de costura/ y sus buenas mujeres. ¡Galicia! ¡Extremadura!/ y las que me enseñaban a palmear soledades.// España de las tierras y no de las ciudades./ También las castellanas de grave catadura./ La blanca, la trigueña; la moza, la madura./ De todas las pellejas, de todas las edades.// ¡Ay, qué cuentos aquellos! Fablas de romería./ Consejas de la lumbre. ¡Y qué linda manera/ de nombrar cada cosa! ¡Cuánta sabiduría!// entre aquellos refajos! Erase que se era/ un juglar que les debe toda su nombradía./ Gaita sentimental y sonaja parlera" (12).

Florencio Sánchez es el autor de En familia. Uno de los personajes de esa pieza confiesa: "Todavía no me doy cuenta de cómo he podido amoldarme a semejante vida. Con decirte que yo, tu madre, que fue siempre una mujer de orden y delicada, ha llegado hasta robarle a una pobre gallega sirvienta… (…) Hasta robarle, sí señor; hasta robarle a una pobre mujer los ahorros que me había confiado" (13).

En Los primeros fríos, de Alberto Novión, uno de los actores expresa: "-Ahora me voy a conversar con una mucamita que trabaja en la Legación de España, es galleguita y sin primo, ¿se da cuenta?" (14).

En Babilonia, de Armando Discépolo, aparecen varios criados españoles. La mucama madrileña "es limpia, espumosa en su tualé de mucama, bella. Se sienta ante su puerta en silla baja y mirándose a un espejo de mano canturrea algo de su tierra, su cintura y sus muslos inquietos" (15).

Una andaluza se presenta en casa de Horacio Quiroga. Escriben Ezequiel Adamovsky y Gustavo Bombini: "Bastó con ver su aspecto, para que la andaluza que se había acercado a la casa de Vicente López, en busca de empleo, huyera despavorida. Al abrirse la puerta, había visto a un hombre descalzo, vestido con un overol manchado de grasa, con abundante barba y cabellera negras, ojos celestes e inquietantes, muy flaco y de baja estatura. Contra lo que la andaluza y nosotros mismos pudiéramos pensar, contra la imagen habitual del ‘escritor prestigioso’, quien apareció allí era Horacio Quiroga" (16).

Relata el narrador, en "El convite de Barrientos", texto de Santiago Estrada de 1889: "Pero todo lo que llevo referido habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi alojamiento, desconociéndome la voz y tomándola entre sueños por la de un pariente que acababa de morir en El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta, conjurándome a que, ánima en pena, volviera al sitio de donde había salido, en la seguridad de que en cuanto amaneciera daría de limosna a un pobre los cuartos que me adeudaba al embarcarse para América" (17).

Cambaceres, en su novela En la sangre, manifiesta desprecio hacia el gallego portero de la universidad (18).

Enrique Méndez Calzada incluye, entre los personajes de su "Cuento de Navidad", a un ordenanza, "el leal Lavandeira", quien "extrajo de su vieja maleta de inmigrante un haz de folletines amarillecidos ya por el tiempo y corcusidos con hilo negro en su margen izquierdo, a guisa de doméstica encuadernación. Se trataba, según pude observar, de El judío errante, pacientemente coleccionado, y recortado de las hojas de El Heraldo de Madrid, periódico que publicó en folletín esa lata inmortal hace cosa de doce o catorce años" (19).

En "Verde y negro", cuento incluido en Unidad de lugar, Juan José Saer escribe: "Eran como la una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado y al otro día no laburaba" (20).

En una de sus aguafuertes porteñas, titulada "Elogio del lavacopas", Roberto Arlt homenajea a los inmigrantes españoles: "Quiero hacer hoy el elogio del lavacopas, del lavacopas como elemento de progreso nacional, del lavacopas como ejemplo de honestidad, de contracción al trabajo, del lavacopas cuya filosofía se la enseñaron los borrachos al borde del mostrador, y cuya feroz y dulce pasión por el dinero se la enseñó la miseria del terruño y la ejemplar conducta del patrón, del patrón que, como los antiguos patrones griegos, sentaba a su mesa al esclavo y le zurraba cuando hacía falta" (21).

Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto Cossa y Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice a un argentino: "¿Cómo te creés que la pasé yo en tu tierra? Trabajaba en un bar dieciocho horas por día… ¡Dos turnos! Sirviendo a tus argentinos… soberbios… maleducados, ¡coño! ¡Dieciocho horas por día! Sin sueldo. Sólo por las propinas y la comida. Dormía en el sótano con una escoba en la mano para espantar las ratas… Treinta años juntando plata… ¡plata y odio! ¿Entendés lo que es eso? ¡Treinta años juntando plata y odio! ¿De qué solidaridad me hablás?" (22).

En "Carroza y reina", de Isidoro Blaisten, aparece el asturiano Alvarez, mozo del café y bar El Aeroplano: "Los parroquianos empujan para llegar hasta las mesas del privilegio y arrastran al mozo, Alvarez el asturiano, el de los enormes pies, que se escurre entre los cuerpos con la bandeja en alto cargada de choppes, express y especiales de matambre que son la especialidad de la casa" (23).

En "El encuentro", de Jonatan Gastón Nakache, encontramos un mozo español. (24).

 

Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules, a un aragonés encargado de un conventillo: "El encargado era un aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote interminable. El tronco, angosto en los hombros, ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba ridículamente con la longitud de las flacas piernas, movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y la nariz de perro, caricaturizábanle aún más. Reía explosivamente, empalmando la agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra, lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando al cuerpo la línea oblícua y caídos los brazos que temblequeaban chocando contra los flancos y subían y bajaban sin ritmo, como émbolos descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo andaluz" (25).

En 1955, Marco Denevi es distinguido con el Premio Kraft por Rosaura a las diez. En esa obra, declara "la señora Milagros Ramoneda, viuda de Perales, propietaria de la hospedería llamada ‘La madrileña’, de la calle Rioja, en el antiguo barrio del Once". "Todo esto (…) empezó hace doce años, cuando vino a vivir a mi honrada casa un nuevo huésped que confesó ser pintor y estar solo en el mundo. Aquellos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas. Los pensionistas escaseaban, y los pocos que habían eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba, le convertían su honrada casa en un garito o alguna cosa peor, de modo que a los dueños de hospederías decentes nos era necesario si queríamos conservar la decencia y la hospedería, un arte nada fácil, ahora desconocido y creo que perdido para siempre: el arte de atraer, seleccionar y afincar, mediante cierta fórmula secreta, hecha a base de familiardad y rigor, una clientela más o menos honorable" (26).

"El Orensano", un afilador gallego, protagoniza "Se abrió el cielo", de Jorge Alberto Reale. El inmigrante "es de Orense el pueblo de la chispa y los dulces arpegios. Enjuto, desdentado, recóndito. El pobre está un poco arqueado, su cara afilada, parece disecarse. Nadie sabe si tiene familia. Cuando se lo indaga, dice con orgullo: -Soy descendiente de Rosalía de Castro-, más aún, afirma, ser de cuna noble, dijéramos de escudos y blasones, no solamente porque se lo crea buena persona. Dice de paso y por lo bajo: -Ser bueno no quiere decir ser inofensivo, la bondad sin talento no vale nada. Y así va, así viene y así pasa con su anticuada armadura, entre esmeriles y calderones. Es todo uno con algo de músico y filósofo trashumante" (27).

Hubo maestros inmigrantes, como un personaje de La gran aldea, de Lucio V. López: "Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un día de toros. Hacía sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería que nadie sospechase que él aprobaba las rendiciones de cuentas de su poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente colérico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente desarrollada la nota de la codicia" (28).

Narra el protagonista de Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, de Roberto J. Payró: "Acabé por acostumbrarme un tanto a la escuela. Iba a ella por divertirme, y mi diversión mayor consistía en hacer rabiar al pobre maestro, don Lucas Arba, un infeliz español, cojo y ridículo, que, gracias a mí, se sentó centenares de veces sobre una punta de pluma o en medio de un lago de pega-pega, y otras tantas recibió en el ojo o la nariz bolitas de pan o de papel cuidadosamente masticadas. ¡Era de verle dar el salto o lanzar el chillido provocados por la pluma, o levantarse con la silla pegada a los fondillos, o llevar la mano al órgano acariciado por el húmedo proyectil, mientras la cara se le ponía como un tomate! ¡Qué alboroto, y cómo se desternillaba de risa la escuela entera! Mis tímidos condiscípulos, sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos campesinos, hijos de campesinos, veían en mí un ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo intuitivamente que para atreverse a tanto era preciso haber nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición" (29).

En Los políticos, "sainete cómico-lírico en un acto y tres cuadros, en prosa y verso", escrito por Nemesio Trejo, con música de Antonio Reynoso, aparece un barbero andaluz que canta: "Con el vito vito vito/ con el vito vito va/ no me haga usted cosquillas/ que me pongo colorá". El se identifica como "Benito Pérez y Ciudad Real, barbero, soltero, extranjero, con tres años de residencia en el país" (30).

En Canillita, de Florencio Sánchez, aparece un mercero catalán, que pregona su mercadería: "¡Toallas, peinetas, jabones, cinta de hilera, agujas, camisetas, botones de hueso, carreteles de hilo, madapolán, pañueletas! (…) Pañueletas, calzoncillos, alfileres, festones, sombreros de paja, servilletas, libros de misa. (…) Libros de misa, esponjas, corbatas, cortes de vestido, tarjetas postales, jabón…" (31).

En "Las señoritas de la noche", Marta Lynch presenta un almacenero catalán: "El almacenero arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura aquel que hiciera un marica de su hijo" (32).

Hubo panaderos, como el inmigrante que inspiró a Quino el personaje de Manolito (33).

El abuelo de Gloria Pampillo, gallego, era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus negocios: "Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La flor de Galicia" (34).

"Joaquín Coto, el papá de Alfredo, era un inmigrante gallego que tenía una pequeña carnicería en un mercado municipal que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba a su padre en sus recorridas por el Mercado de Liniers" (35).

En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio "Dr. Alfredo A. Roggiano" de la Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: "Porque era muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los gallegos López y García, propietarios de un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro el Peludo… (…) La tarde anterior, los gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la inauguración de la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía mucho a los dos. Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en un restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta" (36).

En su cuento "Seguir viviendo", Ana María Torres evoca a las modistas españolas: "Josefina se hacía los vestidos con una modista. Yo, en cambio, con una que venía a coser a casa. Siempre eran españolas y siempre dificilísimas de conseguir, se las recomendaba pero no mucho, pues de recomendación en recomendación aumentaban su clientela y cuando uno las necesitaba no las conseguía. Los diálogos interminables entre mamá y la modista, los reproches, las promesas de venir, las demoras… hasta que por fin aparecía" (37).

En "Historia de José Montilla", Fernando Sorrentino da vida a un tendero inmigrante : "don José Montilla era, pues, un próspero comerciante español. No era panadero, no era almacenero, no atendía una casa de comidas: queden esos menesteres para los compatriotas de Galicia. En donde mostró escasa originalidad fue en el nombre que eligió para su tienda: Al Caballero Elegante. Aunque en realidad no sé si lo eligió don José o el comercio ya se llamaba así antes de que él lo comprara. Era un local profundo y ancho: brillaban las largas maderas de los pisos y brillaban las olorosas maderas de los cajones y de las estanterías, y brillaban los metales de manijas y llaves y esquineros, y brillaban los cristales y los espejos. ‘Todo para el caballero elegante’: medias, ropa interior, camisas, corbatas, trajes, sobretodos, sombreros, cinturones, tiradores, billeteras" (38).

Un neno da tenda es evocado por Federico García Lorca en uno de sus Seis poemas galegos (39).

Por la Avenida de Mayo circulaba el vendedor de cigarrillos, un andaluz que pregonaba: "¡Qué distraídos, andéis! ¡Qué distraiídos!/ ¡Miraise bien los bolsillos!/ ¡Habéis orvidao los cigarriyos!" (40).

Fernández Moreno (41), Leopoldo Lugones (42), Carlos Ibarguren (43) y Graciela Cabal (44) evocan vascos lecheros.

En Juvenilia (45), Miguel Cané –cuyo nombre se recuerda vinculado con la Ley de Residencia-, describe a los quinteros vascos y los medios con los que defendían los frutos que cultivaban: "Robustos los tres, ágiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje más probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclópeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenían una debilidad suprema: ¡amaban sus sandías, adoraban sus melones!".

En el cuento "El residente", de Teresa Freda, aparece una gallega, "pobre y santa enfermera, medio bruta pero buenaza" (46).

En Santo Oficio de la Memoria, de Mempo Giardinelli, se habla de un oficio que desempeñaban los españoles. En 1886, "Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas" (47).

Escribe Virginia Messi: "’El Gallego Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la historia de los primeros penales que fue honrado días atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar central del Museo del S.P.F." (48).

En La fuga (49), novela distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta, entre otros inmigrantes, a Adela y Angel Villalba, una pareja de carboneros gallegos de Betanzos que tiene un sobrino en Mendoza.

Cuando visitó nuestro país en 1998, José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación de Orense, expresó: "hemos mandado a los mejores hombres y mujeres a este país, y Galicia lo ha sentido profundamente. Ellos han tomado la decisión de venir y trabajar de sol a sol para salir adelante" (50).

Coincide con él José Bendoiro Diéguez, que creó la escuela gallega Coyam, quien afirma: "El trabajo es el principio gallego por definición" (51).

Estaba presente en estos inmigrantes la necesidad de enviar dinero a quienes habían quedado en la tierra natal, muchos de ellos soportando la guerra. Esa realidad es la que refleja Alfredo Navarrine en su tango "Galleguita", de 1924, cuando dice: "Juntar mucha platita para tu pobre viejita que allá en la aldea quedó" (52).

Pero que no ocurra a quienes tanto se esfuerzan como a esos inmigrantes que evoca Elsa Gervasi de Pérez en su "Carta a Galicia", en la que narra cómo un argentino de ascendencia española embauca a una familia de gallegos. El Paco escribe a sus padres: "La Paquita sapuesto a noviar con un mochacho arjintino hijo de jallejos como nosotros. Es muy bueno y nos va a cuidar la platita. (…) La Paquita se fue por ahí a caminar para ver si lo halla al novio ya que hace unos días se mudó y el pobreciño solvidó de darnos la diricción" (53).

También estaban al acecho "los pillos oportunistas que sorprendían a los inmigrantes con el cuento ‘del legado’ " (54), y los hispanos que los estafaban. En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: "Bordeando el convento, la calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por diamantes" (55).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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