A escondidas tocaba la gaita un asturiano, pues su hermano, avergonzado del origen de ambos, se lo había prohibido. El anciano "cuando su hermano no estaba en casa, entraba en el dormitorio de los tíos, levantaba la trampa del sótano disimulada bajo la cama matrimonial, bajaba cinco escalones, prendía la luz, cerraba la tapa y tocaba su música en la clandestinidad durante horas" (16).
Mateo Kelly, descendiente de irlandeses, recuerda que en su casa paterna, las reuniones se animaban con violín y verdulera para entonar The wedding of the green y Mother Machree. ‘Allí donde se juntan dos irlandeses aparece la música, los bailes, los cuentos –agrega Teresa Deane-. En la casa de mi abuelo había gaitas, arpas, piano’ " (17).
" ‘Ya en los años 50 el padre Fidelius Rush y el asturiano Manolo del Campo organizaban festivales de música y baile celta, pero en el 85 se hizo el Primer Encuentro Pan Celta en el Club Fahy’, recuerda Susana Shanahan, periodista y conductora del Plum Pudding (por el budín de ciruela con whisky, plato típico irlandés), un programa de radio que gira, obviamente, alrededor de la cultura celta. ‘Este auge era un eco de lo que pasaba en el mundo, donde The Chieftains, U2, Clannad o Enya ganaban grandes audiencias’ " (18).
Amaban la música quienes se establecieron en la Colonia San José, en Entre Ríos. Eran franceses, suizos, alemanes y piamonteses. "No todos tenían gran preparación intelectual –dice Celia Vernaz. Si bien vinieron médicos, bachilleres y gente que tenía escuela y que pudo dedicarse a enseñar, otros solamente sabían trabajar, aunque algo que llama la atención es que la mayoría conocía música y formaban parte de la Banda" (19).
Entre los alemanes del Volga, "La institución del Schulmeister, trasladada también a la Argentina, fue muy importante hasta mediados de siglo. Estos maestros no sólo contribuyeron a la conservación del idioma natal sino que, con su habilidad para organizar coros parroquiales, transmitieron en forma musical relatos e historias antiguas que de otra forma se habrían perdido". Nicolás Dening, alemán del Volga entrevistado en Paraná, "recuerda que en su aldea natal, Valle María –Diamante, Entre Ríos-, el Schulmeister era un músico autodidacta que sobresalía en toda la región por sus cualidades de organista" (20).
La música alegra a los armenios. Dice una inmigrante: "Al principio extrañaba mi pueblo… Después, al reunirnos los sábados a la noche con otros armenios (mi hermano tocaba el violín y yo, el acordeón), no extrañé tanto" (21).
Carlos Balá dijo en un reportaje: "Mi viejo quería que yo fuera cantante. Una vez me regaló como una guitarra árabe, una mandolina. (…) Era sirio. Vino a los 16 años. El no llegó a ver mi fama" (22).
Disfrutaban de la mùsica inmigrantes y criollos, en Misiones: "Por las noches, despuès de cenar, los martes y viernes en lo de Rathhof se hacìa mùsica. Venìa herr Engelsberg con su esposa y su violoncello y el señor Di Matteo con su violìn, Walter arrimaba su propio viloncello y rodeaban el piano de Zaida, dedicàndose a hacer mùsica durante un poco màs de una hora" (23).
Al fallecer su padre, el Chango Spasiuk lo despidió con lo que el hombre amaba: la música: "Cuando todos se fueron, le pregunté a mamá qué le parecía y ella me dijo que si quería tocar, que tocara. Entonces le metí nomás. Le dí duro. Te imaginás –dice a Leila Guerriero-, a las tres de la mañana, tocando el acordeón en el velorio de mi papá, es una imagen loca y se puede interpretar mal, pero por qué no iba a tocar, si mi papá amaba la música" (24).
Toca el acordeón un inmigrante, en el schotis titulado "El Gringo Creñuk", con letra de Teresa Parodi y música de Antonio Tarrago Ros. Transcribo un fragmento: "Por la picada, descalzo, Creñuk/ viene cruzando las llamas del sol/ roja la tierra le incendia los pies/ cuando la pisa marcando el talón.// Si voltea un tronco, siente/ que voltea su dolor/ con las mismas manos tala/ árbol, pena y corazón./ Y le arranca melodías/ torpemente al acordeón/ mientras canta para todos/ con ternura esta canción" (25).
Un pequeño nieto de rusos intenta aprender por las suyas a tocar el bandoneón que le había prestado un vecino: "Al caer la tarde, con los deberes ya hechos, Emilio llevaba el banquito y el bandoneón al patio y se ponía a tocarlo. Mejor dicho, a descubrirlo. Recorría uno tras uno los botones que tenía de cada lado, probaba estirándolo y arrugándolo, lo golpeaba despacito con los nudillos en la madera del costado. Por ahora no le salía nada que se pareciera a un tango, pero esa jaula oscura tenía algún misterio. Por momentos, a Emilio le parecía que se movía sola. ‘Lo que pasa –pensaba- es que todavía no sé regular bien el aire que le meto o le saco’. Pero el bandoneón, como si estuviera vivo, a veces le daba un sacudón sobre sus rodillas y Emilio tenía que sujetarlo para que no se le fuera al suelo" (26).
La música acompaña, alegra los momentos tristes, y acerca a esa tierra que quizás no se volverá a ver.
Notas
1 Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.
2 Carriego, Evaristo: en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Scotti; María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
4 Bianchi, Alcides J. Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Ed. del autor, 1987.
5 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
6 Delaney, Juan José: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura: una biografía literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 244 pp.
7 Andruetto, María Teresa: Kodak. Córdoba, Ediciones Argos, 2001.
8 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1977.
9 Bianchi, Alcides: Aquellos tiempos… Buenos Aires, Marymar, 1989.
10 Muzi, Carolina: "El siglo que yo vi", en Clarín Viva, 26 de septiembre de 1999.
11 González Carbalho, José: "Cuando mi padre habló de su infancia", en Requeni, Antonio: "Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho". Separata del Boletín Galego de Literatura.
12 Monjeau, Federico: "Carlos Núñez. En la cresta de la ola celta", en Clarín, Buenos Aires, 11 de mayo de 1998.
13 Castro, Manuel: "Manuel Dopazo", en Viajero Celta.
14 Deus, Gabriel: e-mails enviados a MGR en 2004.
15 S/F: "José Cameán Parcero". Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El Mensajero Gallego, N° 2, Abril de 1998.
16 Fernández Díaz, Jorge: op. cit.
17 Guyot, Héctor M.: "Sociedad. Irlandeses en la Argentina. Una verde pasión", en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos de Daniel Pessah.
18 ibídem
19 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
20 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis – Instituto Torcuato Di Tella, 1986.
21 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: "Los armenios en Buenos Aires" La reconstrucción de la identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
22 Aizen, Marina: "Carlitos Balá // Profesión: Actor cómico". Foto: Rubén Digilio. En Clarín, Buenos Aires, 10 de setiembre de 2006.
23 Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.
24 Guerriero, Leila: "Chango Spasiuk. Chamamé por el mundo", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de enero de 2001.
25 Parodi, Teresa y Tarrago Ros, Antonio: "El Gringo Creñuk", en www.tarrago-ros.com.ar.
26 Califa, Oche: "Historia con tango y misterio", en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
Baile
Se bailaba durante la travesía. Bailaba la clase alta; cinco hermanas gallegas recuerdan "los oropeles del baile de primera clase que habían espiado colgadas de un ventanuco de la cubierta. En el barco, los brillos y perfumes de los ricos estaban confinados en un salón, bien protegidos de los vahos de la chusma que se apiñaba en la bodega" (1). Lo relata Guadalupe Henestrosa en Las ingratas, obra distinguida en 2002 con el V Premio Clarín de Novela.
Bailaban los inmigrantes. Lo recuerda Johann Bodemann, quien dejó Valais en 1857, y escribe: "Todo cambiaba cuando mejoraba el tiempo: se bailaba, se cantaba, se jugaba. El tiempo pasaba pronto. Con nosotros viajaban jóvenes alegres, quienes cantaban muy bien, más que todo al anochecer, cuando la luna hermosa alumbraba el mar tranquilo, y la brisa agradable soplaba del océano. Hemos visto una gran variedad de animales marinos. A veces bailábamos farándulas dando vueltas por todo el barco. Hemos pasado así muchas noches sobre el puente, hasta las doce o la una de la mañana, tan era eso hermoso" (2).
En el barco se crean lazos que perduran en la nueva tierra; éstos se evidencian, por ejemplo, en la elección de los compañeros de baile. Lo afirma Sergio Pujol: "Uno baila con los de su clase social, sus paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los inmigrantes que llegaron con uno en el barco" (3).
"El Tango –sostienen Daniel Yarmolinski y Graciela Pesce- desde sus comienzos ha participado en la lucha para la estructuración del sentido que caracterizó a la sociedad argentina. Su música, su poesía, su ejecución ofrecen maneras de ser y de comportamiento y también formas de satisfacción física y emocional. Por ello, abre una brecha para que se encuentren las generaciones brindando diferentes mensajes para reconocernos" (4).
A criterio de la antropóloga María Susana Azzi, "La sociedad argentina siempre ha sido un melting pot o crisol de razas y todavía lo es: la Argentina es una sociedad abierta donde no existen ghettos. El tango como institución informal que acogió a decenas de miles de inmigrantes –especialmente italianos-, es un ejemplo muy regio de eso. La investigación del tango es la historia del multiculturalismo en la sociedad argentina y es el rescate de redes sociales y de símbolos de identidad cultural. El tango es una experiencia multivocal que cuenta la historia de personas muy diversas; es la aceptación de la diversidad y la inclusión de lo marginal dentro del sistema. No sólo es un vehículo que acelera la integración cultural sino que el tango es un integrador multicultural. En el estudio del tango encontramos una clave para comprender la trama esencial de la sociedad argentina moderna. El tango expresa temas culturales con los cuales el argentino se identifica; el tango moldeó la psicología de mucha gente. En una sociedad de inmigrantes con raíces aún jóvenes, cuando los padres y el estado no brindaron una educación que reflejara las edades del país, el tango fue la respuesta a esta omisión. El tango es un género popular complejo que incluye danza, música, canción, narrativa, gestual y drama. Es filosofía y pathos. En el tango confluyen innumerables elementos culturales y estéticos de origen africano, americano y europeo, que a su vez interactúan y se potencian. (…)" (5).
Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las fiestas populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que nos peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas" (6).
En Secretos de familia (7), Graciela Cabal recuerda su aprendizaje de muñeira: "A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la muñeira. La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no baila… ’Sea buena, mamita’, le dice Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos pasos. Y después se ve que se anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y después se ríe y se pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar, porque algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan los bigotes".
El baile ilumina los últimos momentos de una anciana inmigrante. Cuando "Doña Conce", la gallega del cuento de Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, "e incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que en la habitación entró un viento fresco de montañas, con olores de campo y de menta. Tarareaba al mismo tiempo una música tan extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como soñando un buen sueño" (8).
Susana Casati escribe acerca de su adolescencia en Floresta, en 1943: "El Sr. Pérez es bajito y de tez morena. Se sienta en el viejo banco de hierro y madera del patiecito central y por la puerta de doble hoja, abierta de par en par, mira bailar a los jóvenes mientras hace girar, parsimoniosamente, su sombrero Orión. De tanto en tanto, una de sus tres muchachas se le acerca: ‘Un ratito más, Tatita’, y un beso o una masita. Giran y giran muchachos y chicas. El Orión del Sr. Pérez gira y gira… (…) Paula y Cunco Pérez –un ratito más, Tatita- se divierten como locas con los dos vecinos nuevos de la cuadra, los rubios irlandeses Wilfi y Noldo" (9).
La danza era muy importante en los esponsales judíos en el litoral. Máximo Yagupsky dice: "El casamiento judío consistía de grandes celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se hacía un alegre festín con todo el ritual, la jupá, es decir, el palio nupcial, la música y danzas. Y naturalmente había mucha comida y había también comida para los gauchos vecinos, los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el bandoneón o la guitarra y bailaban también. En algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera, con el chamamé, el tango y el pericón" (10).
En la danza se integran las culturas. Esto sucedió, por ejemplo, en el Liceo Franco Argentino Jean Mermoz, donde, para festejar los treinta años del instituto, los alumnos de primaria –muchos de ellos de nacionalidad francesa- bailaron el pericón (11).
Trajeron en el barco sus danzas. Inmigrantes y quienes de ellos descienden las interpretan hoy día, al tiempo que cultivan la tradición del país que los recibió.
Notas
1 Henestrosa, María Guadalupe: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
2 Vernaz, Celia: op. cit.
3 Pujol, Sergio: "El baile, una historia de sexo, violencia y tensiones sociales", en La Capital, Mar del Plata, 13 de febrero de 2000.
4 Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú con soda: tangos para chicos. Con prólogo de Horacio Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.
5 Azzi, María Susana: "Aportes de las colectividades a la cultura nacional: La contribución de la inmigración italiana al tango", en Archivo Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad de Olavarría, Secretaría de Gobierno, Año 2000, Revista N° 4.
6 Ghitta, Víctor Hugo: "Elegía a Paco Rabal dormido en Aguilas", en La Nación, Buenos Aires, 2 de septiembre de 2001.
7 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
8 Dietsch, Jorge: "Doña Conce o la despedida", en El Tiempo, Azul, 14 de marzo de 1999.
9 Casati, Susana: "De otros tiempos. El ‘Orión’ del Sr,. Pérez", en El Tiempo, Azul, 13 de marzo de 2005.
10 Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986.
11 Beltrán, Mónica: "Un colegio con acento francés", en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.
Juegos
En el Hotel de Inmigrantes, los hombres se entretenían con diversos juegos. Escribe María Teresa Andruetto: "Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas" (1).
En Gris de ausencia, el Abuelo, ya de vuelta en Italia, habla en sus desvaríos con su adversario en el tute en la Argentina: "Cucá osté, don Pascual. Spada e triunfo. Termenamo el partido e dopo no vamo a Piazza Venechia, ¿eh? Agarramo por Almirante Brown… cruzamo Paseo Colón e no vamo a cucar al tute baco lo árbole" (2).
Los italianos jugaban a los naipes. Recuerda Fernando Sorrentino que "Juan Carlos Rizzo, entonces niño de nueve o diez años, testimonia el uso, hacia 1940,del cocoliche (no literario sino espontáneo) por parte de los italianos (los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su padre. (Los criollos) jugaban al truco, al mus y al tres siete mezclándose con los tanos. Era gracioso escucharlos cuando imitaban los dichos de los gringos tratando de traducirlos… O cuando, a la inversa, eran ellos los que, acriollándose en una imitación muy graciosa del decir de nuestros paisanos, improvisaban sus versos. Muchas veces mi padre me llamó para que los escuchara… Io sono un criocho italiano/ que parla mal la castilla./ ¡Non se caiga de la silla,/ que tengue flor nella mano…!’. En seguida seguía el divertido contrapunto, que terminaba por transformarlos en auténticos payadores: ‘Y yo soy criollo, no gringo,/ y atajate, que te bocho:/ ¿cómo se dice en tu lengua/ contraflor con treinta y ocho?’. Terminada esa partida, o la siguiente (porque el orden no viene al caso), uno de los truqueadores gringos respondía en tono de milonga pampeana: ‘Aquí me pongo a cantare/ co la guetarra a la mano/ e le canto ¡contraflore!/ Angárresela, paisano’ " (3).
Chilo Parisi cuenta que en La Rioja, "Los paisanos italianos que vivían en el barrio de Vargas, se reunían en cada caa todos los domingos para jugar a las cartas: Tresette, Biscambra y Patrón y Sotto (patrón y subalterno). Estos juegos eran típicos de Italia. (…) En estos encuentros se estrechaban vínculos de parentesco, amistad y camaradería, siendo los juegos muy cordiales y tomándolos como en entretenimiento, de paso contar anécdotas pasadas durante la 1° Guerra Mundial (1914-1918) en la que combatieron todos estos paisanos".
Estas narraciones, las hacían cuando se tomaban un breve descanso, en la que el dueño de casa invitaba a todos los presentes a comer unas ricas sopresattas, salchichas y un buen queso, acompañado con un pan recién horneado, todo ello, preparado y servido por el anfitrión, en la que no faltaba la damajuanita de vino tinto. Cuando se iniciaba el juego del tresette o la brisocla y finalizado el mismo, se daba comienzo al Patrón y Sotto en la que venían amigos a divertirse, viendo cómo se jugaba este juego tan especial y distinto de otros. Los visitantes podían beber en cualquier momento, no así los jugadores. El juego consistía en dar 2 cartas a cada jugador, ganado el que mayor escalera obtenía, por ejemplo el 11 y el 12 eran las más altas y era elegido Patrón, el que lo seguía en la escalera, se lo designaba ‘Sotto’, estos ganadores eran dueños y encargados de administrar la bebida previo acuerdo, se determinaba la bebida a jugar, lo que era de muy poco monto".
"En ciertas ocasiones el Patrón y Sotto, invitaba a beber a todos los jugadores, en otras a algunos, a veces a ninguno y se la tomaban ellos, también se daba el caso, cuando no se ponían de acuerdo el Patrón y Sotto, se tomaba toda la bebida el Patrón. Lo gracioso era cuando se dejaba a uno o dos jugadores durante toda la tarde al ‘Urmo’ (al último) y les daban a beber unas pocas gotas de vino… para que no se les secara la boca… hasta el próximo domingo. Esto era cuando se acercaba el crepúsculo y era hora de ir cada uno a su casa" (4).
Victoriano de Miguel jugaba al truco. En un reportaje, María Esther de Miguel expresó: "Mi padre era un republicano español que a los 19 años se vino de España para no hacer la conscripción. Autodidacta, gran lector de temas de su especialidad (mecánica, física, ingeniería), preocupado por la política, canalizaba sus inquietudes en la lectura de diarios… y en las discusiones en torno a la mesa de truco los sábados y domingos" (5).
Carlos Penelas es el autor del poema "Los trasterrados", que dedica a sus abuelos gallegos Pedro Penelas y Tomás Abad. En él dice: "Llevaban en la sangre/ el honor, la palabra, la brisca" (6).
En su casa, los hijos del gallego Pampillo jugaban al truco (7).
Enrique Aramburu escribe: "Todavia recuerdo que mis mayores se reunían en la estancia Dos Hermanas de Olavaria en la década del 70 con motivo del cumpleaños de Alejandro Aramburu, continuando la tradición de Pedro Aramburu (hijo de los que llegaron en la decada de 1860 a los pagos), y jugaban al mus. Es posible que tres expresiones que allí se utilizaban puedan explicarse por la lengua vasca: "va y va" para la grande y la chica, sería bai, ba "si, pues". "Ordago" (que significa que se juega todo el partido a un lance), por hor dago "ahi esta". Y la forma de contar los puntos que se juegan en los partidos, "un amarrueco", "dos amarruecos" (los partidos comunes se jugaban a cuatro "amarruecos" y los de desempate, a ocho "amarruecos", segun relata mi padre). Si bien eran divisiones de a cinco, la similitud fonetica es demasiado grande como para resistir la tentación de vincularlos con hamarreko, "de a diez", y suponer que así como se deformó la fonética, se puede haber deformado el significado de la cantidad" (8).
Juega a los naipes un inmigrante ruso en Rivera, provincia de Buenos Aires. Narra el hijo, protagonista de Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky: "Cuando no lo encontraba en la estación me dirigía a la confitería de Jitrik, una especie de bar donde jugaba al preferans (escribo como se pronuncia un juego ruso de cartas con nombre francés), con algunos conocidos" (9).
En Hija del silencio, Manuela Fingueret relata, refiriéndose a bielorrusos: "Algunas noches de sábado, los primos se reúnen con amigos, paisanos de barco o pueblos natales, y juegan al veintiuno con cartas de póker, mientras ella los oye reír y conversar, acostada en el sofá, intentando leer algunos diarios para aprender el idioma" (10).
Las mujeres judías de La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, juegan al póker: (11).
En Bariloche, en el Boliche Viejo, Butch Cassidy, Sundance Kid y su banda jugaban al poker. "Cuenta Edith Jones: ‘Mi suegro, Jarred Jones, compartió con ellos largas partidas de póquer y cuando se le preguntaba cómo jugaban decía que no jugaban, que eran profesionales, ganaban siempre" (12).
Al dominó juega Gurovitz: "Mario avanzó hacia el fondo no tardando en divisar la ‘media americana’ de su hermano inclinada cerca de la oreja del padre, quien parecía muy preocupado por las fichas de dominó recibidas" (13). El inmigrante decía a sus hijos que el billar era para "goim".
Señala Luis León que los sefaradíes trajeron de su tierra la lotería: "El tradicional juego de la lotería, era uno de los divertimentos que los djidiós trajeron como costumbre de Turquía. Este pasatiempo lograba interesar, reuniendo desde la generación de los nietos a los abuelos. La atención en torno a una bolsita con las piezas numeradas y los cartones, solía durar un tiempo largo. Los porotos cumplían la función de cubrir en el cartón los números ya "cantados". El que extraía y cantaba cada bolilla, era generalmente el que tenía sentido del humor y buena memoria para anticipar cada número que salía con un apodo o frase que la tradición había creado. Por eso ponía su mano dentro de la bolsa de paño cosida por la abuela, removiendo bien como para "cambiar la suerte" del juego, y con cautela sacaba uno diciendo "tirilín keresh o bailar?" y los jugadores sabían que había extraído el número tres. Eso prolongaba bastante más cada jugada y la hacía divertida, ya que el premio al que completaba una "quintina" es decir una línea de cinco números o el cartón entero, solía ser el entusiasmo del afortunado, y algún premio consistente en algunas monedas. Sobre la base de la tradición traída de Turquía, los djidiós agregaron apodos locales, y eso además de un juego, nos muestra la dinámica con que se fue modificando la cultura y la lengua" (14).
Los armenios iban a la fonda: "Allí se podía jugar al tavlí (backgammon), pasatiempo común entre los orientales. Dos armenios comenzaron jugando entre sí en aquella fonda. Con el tiempo, entre sonrisas y miradas laterales, se fueron incorporando los otros. O faltaba algún árabe que también se agregaba inmediatamente al grupo. El tavlí terminó siendo otro de los miembros infaltables del paisaje de la fonda, donde las denominaciones armenias del juego, bien o mal pronunciadas, se escuchaban con naturalidad pues formaban parte de sus reglas y del vocabulario técnico".
Un armenio recibe un obsequio: "Por fin, el papel cedió espacio a su contenido. Era un lujoso tavlí, de ónix. Aigás estaba mudo. Miraba al tío, miraba el costoso regalo y comenzó a temblar mientras contenía un sollozo que pujaba por salir, como si fuera un carretero que tiraba de las riendas para que no escaparan sus locos caballos. Sólo atinó a abrazar al tío, que había dado con el regalo justo. Sentía algo raro, como si con ese tablero y fichas de ónix estuviera recuperando algo de su autoestima" (15).
En su casa de Villa del Parque, el abuelo de un personaje de La logia del umbral, atesora varios juegos de ajedrez: (16).
En La grande, Juan José Saer relata que Yusef "Había llegado desde Damasco al final de los años veinte, para trabajar como empleado en el negocio de un tío suyo, en plena llanura, no lejos de Rosario, a orillas del Carcarañá. Todavía no había cumplido dieciséis años; unos meses después de llegar; una tarde, el tío lo llamó al fondo del patio y, bajando la voz y mirando a su alrededor para asegurarse de que no había nadie, sacó una taba del bolsillo, explicándole que esa noche iba a haber una partida, y que él iba a tirar a propósito la taba hacia el fondo del patio, en la oscuridad, y que lo iba a mandar a buscarla, de modo que lo único que tenía que hacer era cambiar las tabas y traerle no la que él había tirado al fondo del patio, sino esa que le estaba mostrando y que acababa de sacar del bolsillo del pantalón. Pero Yusef, que sin embargo quería de verdad a su tío y le debía todo, se había negado, diciéndole que no era por miedo, pero que, aunque le hubiera gustado mucho complacerlo, él no podía hacer una cosa semejante. El tío pareció comprender sus razones y le dijo que no se preocupara. Yusef calculó que esa noche debió pasar algo con las dos tabas, porque a su tío le pegaron once tiros: no lo mataron –vivió hasta los noventa y tres años con dos balas en el cuerpo que nunca le pudieron sacar; y murió de golpe una tarde durante una partida de tute- aunque por prudencia tuvo que dejar el pueblo para instalarse en Rosario, que era la capital de la mafia en aquella época" (17).
Notas
1 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
2 Cossa, Roberto: Gris de ausencia, en Teatro 3. Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
3 Sorrentino, Fernando: "Del italiano al cocoliche", en Centro Virtual Cervantes, Instituto Cervantes (España), 31 de marzo de 2003.
4 Parisi, Chilo: "El Padrono y Sotto de los Paisanos", en El Independiente, La Rioja, 1° de junio de 2003.
5 Zanetti, Susana (directora): "María Esther de Miguel", en Encuesta a la literatura argentina contemporánea. Buenos Aires, CEAL, 1982. Tomo VI de la Historia de la literatura argentina. (Capítulo)
6 Penelas, Carlos: "Los trasterrados", en El mirador de Espenuca. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1995.
7 Pampillo, Gloria: op. cit.
8 Aramburu, Enrique: La lengua más antigua de Europa: el vasco en su literatura y apellidos. Buenos Aires, Biblos, 2001. 127 pp.
9 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
10 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
11 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
12 Scaffino, Elena: " Parrilla y anécdotas en una posta típica", en La Nación, Buenos Aires, 25 de junio de 2006.
13 Goldberg, Mauricio: op. cit.
14 León, Luis: "Jugando a la lotería", en SEFARaires N° 10, Buenos Aires, Febrero de 2003 (sefaraires[arroba]fibertel.com.ar
15 Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, 1998.
16 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
17 Saer, Juan José: La grande. Buenos Aires, Seix Barral, 2005.
Juegos infantiles
El protagonista de El pequeño obispo, de Fernando de Querejazu, "pasaba gran parte del día en su bicicleta de madera con sus amigos, compitiendo sin manos o parado sobre ella. En muchos lugares, los desniveles entre las veredas y las calles, aún sin pavimentar, eran peligrosos. Constituían trampas donde sus proezas terminaron a menudo en espectaculares caídas" (1).
La hija de Londeiro juega a las estatuas con las hijas del árabe: "se quedaba inmóvil con un pie en el aire. (…) -¡Míralas! Se creen unas reinas… pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena" (2).
Mario Gurovitz jugaba con su amigo, Coria, hijo de gallegos: "Pasaron alegres horas en las que jugaron al ‘Estanciero’ después de recorrer horno y pasillos, depósitos y cuartos blanqueados de harina y haber comido facturas con café con leche". El pequeño Gurovitz "no inventó aventuras espaciales, Héctor era más dado a los combates de indios y cowboys. No tardaron demasiado en constituir alternadamente el Llanero Solitario y Toro, Cisco Kid y Pancho, Rin Tin Tin y Rosty" (3).
El protagonista de Hermana y Sombra juega al ajedrez: "Las nubes se adensaban por minutos ennegreciendo el cielo. Tormenta. Lluvia. Y esto, unido a la sensación de estar bajo seguro techo, creaba anhelos indefinidos. Y de pronto la vaga ansiedad se precisó. Quería jugar al ajedrez, pero lo deseaba apremiado por una necesidad imperiosa, más aún, por un verdadero furor, como si hubiera entrevisto la felicidad y estirara las manos para atraparla ya" (4).
En Hayrig II, ensayo de Eduardo Bedrossian, una familia juega al iadés: "Con frecuencia participábamos, incluso los niños, en un entretenimiento de sobremesa, un juego inocente que sólo requería disponer de algunos huesos de pollo. (…) Para no perder, era necesario decir ‘me acuerdo’ cada vez que el ocasional adversario le entregaba algo. Perdía quien al recibir en mano cualquier objeto olvidaba repetir la consigna ‘me acuerdo’ o ‘lo tengo en mente’. Recordarlo después de recibido, aunque fuera instantáneo, significaba perder" (5).
Krikor, emigrante armenio, "No estaba preparado para jugar con su hijo más que al mistán. La mano de uno de los jugadores se apoyaba sobre una mesa o en la cama. La del otro, pasaba su palma sobre el dorso del primero y suavemente le hacía ofrecimientos. ’¿Quieres queso?’ ‘¿Quieres pan?’ Tras varias ofertas podía, sorpresivamente, golpear la mano del contrincante que debía tener la habilidad de retirarla a tiempo, sin dejarse madrugar".
Nersés, el hijo argentino de Krikor, se decía, pronto a casarse: "Atrás quedaron los juegos con los chicos del barrio: las figuritas, las bolitas, la competencia por la escupida que llegara más lejos como si fuera una prueba de salto en largo" (6).
En Morir en Marash, de Eduardo Bedrossian, el abuelo dice a su nieto: "yo te voy a enseñar otro ta te ti más interesante, con nueve fichas. El pícaro abuelo conocía el juego por haberlo aprendido en Oriente. Sobre la tapa de una caja de zapatos comenzó a dibujar displicentemente tres rectángulos, uno dentro del otro, de mayor a menor, unidos en sus mitades por cuatro rectas. A su turno los jugadores colocaban las fichas en la intersección elegida. Al terminar con todas comenzaba el movimiento siguiendo las líneas. Cada vez que el jugador reúne tres fichas en fila horiontal o vertical, dice ‘ta te ti’ y tiene derecho a quitarle una ficha al adversario, siempre que no sea parte de otro ta te ti ya armado" (7).
Alcides Bianchi recuerda los juegos de su infancia, en Mendoza: "Una época de mi niñez se caracterizó por el hecho de que había una cantidad considerable de juegos infantiles que hacían nuestra delicia por su variedad y atractivos; nos permitíamos el lujo de elegir aquellos que nos proporcionaban mayor diversión por sus características. Los juegos más comunes eran, por ejemplo, ‘las escondidas’, ‘la ladronada’, ‘la mancha’, ‘el luche’, y por supuesto las bolitas, al que nadie podía sustraerse, habiendo tenido siempre vigencia". Jugaban, además, con barriletes, trompos y figuritas y con los animales que se criaban en su casa; organizaban carreras de escarabajos, y hacían muñecos de nieve (8).
Nelvy Bustamante se refiere a los juegos de los galeses, en Chubut: "Las niñas solían jugar con muñecas que tenían el cuerpo de trapo y la cara, las manos y los pies de porcelana, y con tacitas y teteras que llegaban en los barcos. (…) Los varones tenían juguetes fabricados en forma artesanal. Con un poco de imaginación, un hueso de animal al que se le ataba un hilo era convertido en carro . (…) Niños y niñas saltaban a la soga y practicaban juegos grupales similares al Martín Pescador y a la mancha. (…) Hay quienes recuerdan que con botellas de distintos tamaños, los chicos representaban una familia. Si alguna botella se rompía simulaban el velorio y el entierro, que incluía cánticos y rezos" (9).
Notas
1 Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo. Buenos Aires, 1986.
2 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
3 Goldberg, Mauricio: op. cit.
4 Verbitsky, Bernardo: op. cit.
5 Bedrossian, Eduardo: Hayrig II. Buenos Aires, 1995.
6 Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, Edición del autor, 1998.
7 Bedrossian, Eduardo: Morir en Marash. Buenos Aires, Edición del autor, 2004. 448 pp.
8 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos…. Buenos Aires, Maymar, 1989.
9 Bustamante, Nelvy: Cuentan en la Patagonia. Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005., 64 p. (Cuentamérica)
Fútbol
Carlos Skovgaard señala que "Los clubes River y Boca, nacieron en la Boca. River primero se llamó Rosales, en homenaje a una goleta que se había hundido. Se constituyó el 25 de mayo de 1901, según dice la placa que se encuentra en el atrio de la Iglesia de San Juan Evangelista, en la Boca. Luego, un grupo de jóvenes que practicaban futbol en el baldío de la barraca de carbón Wilson, quiso hacer del equipo un club de futbol, y lo llamó Santa Rosa, por el 30 de agosto, dia que asi lo resolvió. Los dos equipos se unieron y decidieron ponerle un nombre inglés que tomaron de unos cajones amontonados en el puerto de La Boca, y tenían escrito "The River Plate". Los colores de la camiseta fueron tomados de la bandera genovesa, que es blanca con una cruz roja en el medio".
"El club Boca Juniors también puso su placa en el atrio de la Iglesia San Juan Evangelista y dice que fue fundado el 3 de abril de 1905. Su camiseta era a rayas verticales blancas y negras, muy delgadas. Pero otro club de Almagro, tenía la camiseta igual. Decidieron hacer un partido por la tenencia de los colores y perdió Boca, que debió buscarse otros colores. Los componentes de nuevo club no se ponían de acuerdo. Entonces, uno de ellos, Juan Brichetto, que era el encargado de dar paso a los barcos en el dique de la dársena, propuso: "Mañana por la mañana, el primer barco que pase dará, con su bandera, los colores que buscamos". Todos aceptaron. El barco fue sueco: bandera azul y amarilla. Esa fue la camiseta de Boca Juniors".
"El club Boca Juniors nació en un banco de la plaza Solís, de la Boca. Su primera cancha la tuvo en Wilde hasta el año 1916. La cancha de River Plate estaba en Dársena Sud y fue su presidente José Bacigaluppi, auténtico genovés, el que decidió trasladarla al baldío de Nuñez. Desde los mismos comienzos, los encuentros de Boca y River, constituyeron el "clásico" del fútbol argentino" (1).
En "Algunas historias con mujeres en los barrios de Buenos Aires allá por 1940", Zulema Buceta recuerda a su padre gallego, hincha de fútbol: "Mi papá, este… mirá, era gallego, pero no era… en realidad no era gallego, porque se hizo ciudadano argentino, ¡eh!… Mi mamá, no le hablaras de… pero mi papá, sí… (…) Mi papá nació en el año mil ocho noventa y dos. Mi mamá, en mil ocho noventa y tres… él vino con la madre y con mi tío José (…) No sabés las cosas que hizo mi papá por Chicago… pilas de medias, de los jugadores… porque ahora son medias con los colores, de Chicago… pero esas eran blancas y las traía. No sé quién las lavaría. Mi papá las traía y me decía "ayudame a coser". Mi papá en el galpón… que tenía un galpón ahí (señala a la finca lindera, donde Zulema vivió su niñez) y escuchaba las audiciones desde Japón, no sé de qué… y, entonces… te quiero contar todo, viste… y al final, este, algo me queda… bueno, y me decía que yo lo ayudara a coser las medias…" (2).
Los argentinos de ascendencia polaca de El libro de los recuerdos organizaban partidos de fútbol en la casa: "Cuando se jugaba en el vestíbulo, todos los movimientos del partido eran muy contenidos. Se jugaba con inteligencia y precisión, el control reemplazaba a la potencia y siempre se rompía algo. (…) En el fondo había un gran espacio vacío donde se podía jugar al fútbol maravillosamente. En Polonia, en las aldeas, antes de la Primera Guerra, no se jugaba al fútbol, y sin embargo el abuelo Gedalia no se había opuesto cuando Silvestre, con ayuda de su amigo Verbo Cópula, consiguió los palos y se pasó todo un fin de semana instalando los arcos" (3).
En Barracas, el hijo de armenios juega "al fútbol en el baldío de la esquina, con una pelota de trapo o de goma… según las disponibilidades de alcancía. Ese terreno pertenecía a los chicos del barrio durante los días hábiles. Los sábados y domingos era territorio de los mayores que jugaban con una pelota de cuero n° 5, como la que pateaban los jugadores de la primera división" (4).
En Mendoza, Alcides Bianchi y sus amigos jugaban a la pelota: "En el barrio teníamos dos ‘canchas’ para jugar a la pelota –recuerda-. Una estaba ubicada al fondo de la quinta de papá, sobre la calle Civit y la otra al lado de la carnicería de Don Molinuevo, a media cuadra de casa, sobre la Cmte. Torres. Teníamos fijada una hora para hacer los partidos en las tardes, cuando ya habíamos hecho los deberes de la escuela. Allí nos juntábamos los chicos del barrio, de distintas edades, formando los dos equipos y generalmente a los más pequeños nos tocaba ser arqueros" (5).
Notas
1 Skovgaard, Carlos: "Italianos en la Argentina".
2 Buceta, Zulema: "Algunas historias con mujeres en los barrios de Buenos Aires allá por 1940", en Bitácora global.
3 Shua, Ana María; El libro de los recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
4 Bedrossian, Eduardo: op. cit.
5 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos… Buenos Aires, Marymar, 1989.
Pelota
En la provincia de Buenos Aires, como en otras localidades, los descendientes de vascos juegan pelota. El Club de Pelota Chascomús es "reducto de calificados pelotaris locales, algunos de ellos de gran fama que traspusiera la frontera nacional. Su construcción, que representa a un típico caserío vasco, se debe a los numerosos descendientes de Euskadi residentes en la ciudad que amantes de su deporte favorito, no escatimaron esfuerzos para hacer realidad esta sede, hace ya setenta y seis años, en el año 1925" (1).
Notas
1. S/F: "Club de Pelota", en El Fuerte, Chascomús, Año XVI, 4° Semana de Agosto de 2003.
Hurling
Susana Dillon evoca escenas de su infancia relacionadas con este deporte: "En una oportunidad me llevaron a mí también a la Capital, junto con Frankito. Coincidió San Patricio con un remate de caballos en el tatersal. Allá fueron los dos hombres y yo me prendí de la mano de m tía. Ellos a renovar los famosos alazanes mientras las damas del té a las cinco disponían de la tarde para sus reuniones. Esta vez, terminadas las actividades de los caballeros, nos llevaron a un partido de hurling que constituye el deporte nacional por excelencia, tan antiguo como reírse en Irlanda.
Los chicos, de entrada, nos enganchamos entusiastas al juego que es una exigencia de velocidad, astucia y aguante. Sus treinta jugadores divididos en dos teams, con sus palos curvados persiguen una pelota escurridiza, inalcanzable, mágica. Tanto me apasionó lo que ocurría en la cancha como el colorido y el calmor de las tribunas. Las amigas de Masggie me explicaron las reglas del juego, mientras con Frankito nos devorábamos las uñas por las emociones. Mi primo no se perdía detalle fanatizándose aún más que yo, porque ya era un espectador veterano" (1).
Notas
1. Dillon, Susana: Los viejos cuentos de la tía Maggie (Una irlandesa anida en las pampas). Ilustración de tapa e interiores: Angel Vieyra. Río Cuarto, Córdoba, Universidad Nacional de Río Cuarto, 1997. 91 páginas.
Esgrima
En Músicos y relojeros, de Alicia Steimberg, una descendiente de rusos practica este deporte: "Nunca se supo muy bien por qué Mele no trabajaba. Siempre fue una joven soltera que cultivaba la pintura y nunca ganaba un centavo. Un novio que tuvo en épocas remotas la dejó plantada, y tardó en reponerse del desengaño. Practicaba esgrima en un club de barrio. Los demás esgrimistas no le llevaban el apunte una vez que terminaban los combates. Mele colgaba el florete, la pechera y la careta en el vestuario, y se iba a hacer sociedad con las bibliotecarias del club, dos mujeres esqueléticas con anteojos que eran muy, muy buenas" (1).
Notas
1 Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos Aires, CEAL, 1983.
Pulseada
Al gallego Londeiro, personaje de Hacer la América, de Pedro Orgambide, "El albanés lo desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no me juego el jornal". Sin embargo, lo hace: "Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores" (1).
Notas
1 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
Hobbies
"Para encontrar a Francisco Rapanaro hay que largarse hasta Lanús Este. Allí vive este artesano, de setenta años, con su familia. Ya jubilado, de su taller salen reproducciones metálicas de autos y carruajes a tracción a sangre a escalas casi perfectas. Nació en Grassano, en la región italiana de Basilicata, y a los diecinueve años llegó a la Argentina" (1).
Antonio Calculli "nació en la ciudad italiana de Matera y desde muy chico se sintió atraido por mdificar las formas de pequeños objetos. Se considera ‘escultor en madera, en general, y de miniaturas, en particular’. (…) ‘Nunca estudié arte y la Segunda Guerra Mundial me arrancó de mi patria y luego de estar en Libia, Egipto, Sudáfrica e Inglaterra, recalé en la Argentina, donde empecé como albañil y luego me convertí en comerciante. Recién después de jubilarme, me pude dedicar a esta pasión’, cuenta sobre su vida" (2).
Notas
1. Marchetti, Ricardo: "Tres locos lindos", en Clarín, Buenos Aires, 7 de octubre de 2002.
2. ibídem
…..
Así se entretenían los inmigrantes y sus hijos en la nueva tierra, en los momentos en que descansaban de esa dura tarea de "hacer la América".
XIII La nostalgia
Sintió nostalgia por su tierra la mayoría de los inmigrantes que llegaron a nuestro país entre 1850 y 1950. Sintieron, asimismo, nostalgia por la nueva tierra quienes, después de muchos años en la Argentina, regresaron –temporaria o definitivamente- a sus países de origen.
La tierra natal
Más allá de los logros obtenidos en la nueva tierra, la nostalgia acompaña siempre al inmigrante. A pocos les sucede como a Nicanor Fernández Montes, quien "en verdad, nunca sintió nostalgia. No tuvo una mentalidad anclada, cristalizada en el pasado. Jamás. Siempre prefirió mirar para adelante" (1). O como a Francisco Coira, quien nació en España en 1906 y expresa: "No creo en la nostalgia…" (2).
En el hospital del Hotel de Inmigrantes –afirma Horacio Di Stéfano-, los médicos se enfrentaban a un mal incurable: "lo irremediable era la tan común patología de los ‘enfermos de añoranza’, lejos de sus raíces, con la hermosa y triste vista al río que los envolvía desde los ventanales" (3).
En su "Poema al emigrante universal", Manuel Conde González refleja ese sentimiento en los versos que dicen: "Impregnado de nostalgias/ sangrando melancolías/ jamás renuncia a la tierra/ que viera la luz un día.// (…) Lleva siempre en su retina/ los cuadros de ensoñación/ con hermosas alboradas/ y bellas puestas de sol.// El camino a la escuelita/ al maestro preceptor/ la iglesia con sus campanas/ repiqueteando: din don" (4).
La evocación de la tierra natal se asocia, generalmente, a la de la infancia, en la que quien emigró se sentía protegido, a pesar de la pobreza o las guerras que pudieran apenarle. La nostalgia por el país de origen se trasunta en relatos, canciones, comidas típicas, costumbres, tradiciones que se heredan imbuidas por ese sentimiento.
A ella se refirió Ernesto Sábato, en "La memoria de la tierra", discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina. Dijo en esa oportunidad: "Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana". El sentimiento se transforma en literatura: "Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida: "¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre" (5).
En Libro extraño, de Francisco A. Sicardi, un inmigrante siente nostalgia. Relata el hijo: "muchas veces, cuando volvía de noche de su trabajo y yo estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía agua verde y pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas del mar contra los barcos perdidos y solitarios…" (6).
Un inmigrante, antepasado de Nora Ayala, echa de menos su pueblo: "¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades, fortunas" (7).
Una italiana trae un puñado de tierra de su patria; es la madre de Antonio Dal Masetto, transformada en Agata, protagonista de dos novelas. Ella recuerda: "Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada. (…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido" (8).
Doménico, un campesino italiano herido durante una huelga en Buenos Aires, en 1919, siente nostalgia de su país. El personaje creado por María del Carmen García "Se quedó pensando en su casa de Pescara, la casa de sus padres, las paredes amarillas, las viejas tejas rotas, descoloridas, que cobijaban en una cocina y en una sola habitación a una numerosa familia de doce almas. Su casa estaba entre colinas, de forma que desde allí no podía ver el mar, pero bastaba con que subiera hasta una cumbre vecina para que apareciera, como en una visión divina, el brillo enceguecedoramente azul de las aguas del golfo, la alta y diáfana línea del horizonte, tan alta que daba la impresión de un mar suspendido en el aire. Y los barcos de todos los calados y los veleros con una fiesta de velas al viento que semejaban una eterna despedida. (…) Esa tarde de verano, agobiante y triste, en que se sentía tan solo y tan dolorido, el recuerdo de su ‘paese’ lo envolvía en una nube dulce de nostalgia" (9).
La nostalgia agobia a algunos italianos. Susana Aguad, en "Al bajar del barco", escribe: "El sol es tan fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo día el comienzo del verano, mientras que aquí, en el confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya están todos alineados frente al desembarcadero. A la derecha de la oficina de registro se levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes. Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y con sus tarjetas numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al ‘Génova’ con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (10).
"Las distancias son sólo un pretexto para ejercitar la nostalgia -afirma Mónica López Ocón en "Interior italiano", uno de los textos ganadores en el certamen convocado por la Asociación Premio Grinzane Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica. Es necesario que lo que se sueña y lo que se ama sean siempre una ausencia, requisito imprescindible del deseo. (…) Yo heredé la nostalgia de mi abuela sin necesidad de trámites burocráticos. Lo hice a través de una canción de cuna en italiano y de algunos relatos sobre el aroma y el sabor sorprendentes que tenían las frutas del otro lado del mar. Las añoranzas y los recuerdos pasan de generación en generación igual que los cubiertos de plata o la loza inglesa. A mí me tocó en el reparto un paraíso perdido del mismo modo que hubieran podido tocarme las cucharitas de té o los platos de postre; también se hereda lo que falta. (…) Regresar, sin embargo, no redime de la nostalgia. La nostalgia no se cura porque sólo se curan los males –continúa- y mi nostalgia figura en el inventario de los bienes heredados. A su vez, alguien la heredará de mí" (11).
Acerca de Ramón Gómez de la Serna, escribió Jorge Luis Borges: "La guerra civil española lo impulsó a Buenos Aires, donde moriría en 1963. Sospecho que nunca estuvo aquí; siempre llevó consigo a su Madrid, como Joyce a su Dublín" (12).
Un vasco, personaje del dramaturgo Alberto Novión, recuerda su tierra. Dice la hija: "papá, a pesar de que ya está viejo y que ha formado en esta tierra su hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa, allá en la aldea de la falda" (13).
En Asturias, Valentín Andrés Alvarez escribe qué sucedería si todos los asturianos nostálgicos cumplieran su deseo: "Puede asegurarse que si un buen día todos los asturianos realizasen el sueño de regresar a la ‘Tierrina’, no cabrían en ella; habría que ensanchar las ciudades, aumentar las villas y multiplicar las aldeas; y si trajesen consigo las riquezas que poseen, Asturias sería, además de la tierra más poblada, la más rica" (14).
Se titula precisamente "Nostalgia" uno de los cantos del poema "Cuando mi padre habló de su infancia", de José González Carbalho. En ese texto enumera las posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: "Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan pobre!" (15).
Carmen, la gallega que viaja con sus hijos a la Argentina en Hacer la América, de Pedro Orgambide, expresa: "Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que todas las noches soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un jardín de Andalucía. En América ¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos, en los muelles… Es que los hombres son más parecidos al mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron. Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?" (16).
Seis gallegas llegan a buenos Aires; son Las ingratas, de Guadalupe Henestrosa, quien ganó el V Premio Clarín de Novela en 2002. Recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas las cosas tenían otro olor?" (17).
Otros gallegos, los padres de Esther Goris, también sentían nostalgia por su tierra. Dice la hija: "De chica, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica" (18). Antonio D’Argenio testimonia la nostalgia de su madre: "Cuando era yo un chiquillo de ocho o nueve años, mi madre, que había llegado a nuestro país en 1920 desde su Lugo natal, en Santiago de Compostela, escuchaba todas las tardes por la desaparecida Radio Prieto, una audición llamada ‘Por los caminos de España’. En esos momentos yo no entendía cómo el rostro de mi madre se cubría de lágrimas cada vez que sintonizaba aquel programa y escuchaba, por ejemplo, el sonido de una gaita" (19).
En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina García canta la nostalgia del inmigrante de esa región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/ en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y por las vides de Galicia como raíz sangrante/ tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…) Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo que el corazón de ese hombre/ desparrama, porque el amor, vive en su España" (20).
José Tomás Oneto escribe en "La ‘morriña’ de Compostela": "aquí, en nuestro suelo, los hijos de esa Galicia emigrada, con su corazón hipotecado, seguirán escuchando las campanadas gallegas. Y no habrá ningún gallego que deje de oírlas, aunque lo crean loco. Y soñarán con su tierra lejana, con las siete estrellas que conforman la guardia de honor del Cáliz, consagrado con la Hostia, en el escudo de Galicia. (…) Y habrá quien sienta el rumor de zuecos paisanos en las rúas de Santiago, y las charlas de los viejos menestrales, y verá con nostalgia cómo se vuelve calle el camino… Entonces, entornarán los ojos húmedos con la imagen del Finisterre, esa proa de Galicia hacia el universo, verdadero trampolín de sus sueños emigrantes…." (21).
Descendiente de un gallego y una madrileña, María Rosa Lojo nos dijo en un reportaje: "En casa se hablaba de España como del ‘paraíso perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar" (22). Los españoles que presenta en Canción perdida en Buenos Aires al oeste –novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986- sufrían el desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. Dice la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (23).
Así soñaba el gallego en el poema de García Lorca: "¡Triste Ramón de Sismundi!/ Sinteu a muiñeira d’agoa/ mentre sete bois da lúa/ pacían na sua lembranza./ Foise para veira do río,/ veira do Río da Prata./ Sauces e cabalos múos/ creban o vidrio das ágoas./ Non atopou o xemido/ malencónico da gaita,/ non viu o imenso gaitero/ con boca frolida d’alas;/ triste Ramón de Sismundi,/ veira do Río da Prata,/ viu na tarde amortecida/ bermello muro de lama" (24).
Es ese sentimiento el causante de que Rubén Benítez haya escrito La pradera de los asfódelos. Sobre el origen de esta obra, nos dijo el escritor: "Lo sentí como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a un núcleo de inmigrantes que desde la infancia me transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos, incorporó a ese sentimiento la idea de caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este escenario que también ama. Creo que ambas perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos" (25).
Acerca de la nostalgia, expresa un personaje en la novela: "En ningún lugar se está mejor que aquí, en nuestro pueblo, donde vivieron nuestros antepasados. Estamos hechos para esta tierra que es la única porción del mundo que en verdad nos pertenece y no para aquellas soledades donde el pesar y la tristeza oprimen el corazón". En América, "durante un año trabajé muy duro en la salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta que pude pagarme el regreso. Volví como había ido. Nada le debo a aquella tierra. Sólo el desengaño. Aquí está nuestro pueblo, el terruño de nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija, lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que había quedado mi pueblo y cuando regresé a él" (26).
La nostalgia parece ser una excusa en el cuento de Patricio Pron. Un español muere a poco de llegar a la Argentina. El hijo pregunta por qué murió. " ‘Porque sus ojos estaban acostumbrados a mirar el cielo azul de Cataluña’ le dijo su madre, y a Juan Vera le bastó esa mentira para confirmarse, sereno, que Dios lo había olvidado" (27).
Zulmira Alves vino de Portugal. "En 1950 ‘nuestra abuela’ con 17 años llegaba a esta tierra que según sus palabras imaginaba como ‘un lugar lleno de oportunidades y donde todos podían trabajar y vivir bien’. Al llegar aquí se dio cuenta de que no todo era tan fácil y entendió lo difícil que es dejar la patria. ‘Ser inmigrante es cargar una mochila muy pesada llena de desarraigo que sólo se hace más leve cuando nacen los hijos. Es muy difícil llegar a un lugar donde nadie te conoce y ni siquiera habla tu idioma pero con los años uno hecha raíces y regresar deja de ser una opción’. Se nota en su rostro al decir estas palabras una gran melancolía y añoranza pero no arrepentimiento. Según ella cada vez que se va a dormir y cierra los ojos vienen a su mente los paisajes, personas, olores de diferentes comida y otras cosas que hacen que nunca pueda olvidarse de su lugar de nacimiento" (28).
Pedro Orgambide describe, en "La señorita Wilson", a una inmigrante inglesa, acerca de la que manifiesta uno de los personajes: "Yo he visto a la señorita Wilson en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart que se empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables tendidos y las antenas de televisión y las nubes de un atardecer en Buenos Aires. Y me pareció que la señorita Wilson sonreía. No con la sonrisa de sus sesenta años, sino -¿cómo decirlo?- con una sonrisa joven, la que tendría cuando estudiaba, cuando leía a Marlowe sin entenderlo o cuando veía cruzar, por la pradera inglesa, a uno de esos jinetes como los que tiene en los cuadritos" (29).
En abril de 1929, una inmigrante irlandesa imaginada por Delaney escribe a otra inmigrante que recaló en Nueva York. Le cuenta que el té es el único sedante para sus angustias y le pregunta si recuerda la bahía de Galway "y aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish Inmigrant’. Agrega: "Enseñé la canción a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron a captar su verdadero sentido". A vuelta de correo, la amiga le pregunta: "¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia esa desértica inmensidad que llamas Pampa?" (30).
Andrew Graham Yooll afirma que los escoceses son "unos melancólicos de su tierra. Partían porque su país los expulsaba y se refugiaban en éste añorando sus pagos. A pesar de esta añoranza, sabían que su lamento sería inútil, ya que jamás tendrían la oportunidad de volver a sus montañas. De esta manera, tanto los irlandeses como los escoceses se reunían en las respectivas fechas de sus comunidades para cantar, emborracharse y llorar por sus aldeas perdidas, asumiendo como podían a éste como su lugar de residencia" (31).
En 1878, al cumplirse el vigésimo primer aniversario de la fundación de la Colonia San José, dijo Alejo Peyret: "Es doloroso abandonar la patria; abandonar los campos que nos han visto nacer; no volver a ver el campanario de nuestro pueblo ni los árboles a cuya sombra descansábamos, ni las montañas donde pacían nuestros rebaños. A estas montañas largo tiempo las hemos contemplado a través del recuerdo y al irse alejando y perdiéndose en las brumas del horizonte, nuestros ojos húmedos les enviaron un eterno adiós" (32).
Siente nostalgia una francesa, agobiada por sus padecimientos. En "Unico testigo", escribe Jorge Alberto Reale: "Manón, Griseta, La Francesita, eran los nombres de la misma mujer. Su aspecto absurdo, de melena recortada y la cruz de su boca bien roja, acompañaban la soledad de aquel lugar. Aquel lugar era el rincón del Bar 103. (…) Llegó a nuestro país engañada por un paisano suyo, con la ilusión de casarse, formar un hogar, tener hijos. Duval parecía un buen hombre. En Francia, se habían conocido. Ella vivía pobremente con la esperanza de un buen matrimonio y cambiar de rumbo. La inestabilidad social cada vez más aguda y el rumor de una posible guerra con Alemania, la impulsaron a apresurar su viaje a Sudamérica. Cuando llegó, comprobó su error tardíamente. Su hombre cambió de actitud hacia ella. Pasó días extraños, agónicos, sórdidos. Sufrió hambre, vejaciones y finalmente ante la necesidad de sobrevivir tuvo que ceder. Su fe se fue agostando hasta llegar a secar las lágrimas de su corazón y convertirse en una cualquiera. ¡Cómo añoraba su país! -¡Su querido París!- ¡Su Barrio Latino! Cuando llegaban los 14 de Julio lloraba desconsoladamente" (33).
La nostalgia no aflige sólo a los latinos. En 1876, Dubuis expresa en el banquete dado en Colón por la Colonia Suiza el día de la Fiesta Federal: "A pesar de la gran distancia, las tres mil leguas que nos separan de nuestra madre patria, los numerosos años que estuvimos ausentes manifestamos por el acto que cumplimos en esta jornada, que conservamos siempre nuestro sentimiento de patriotismo, el amor de nuestra patria y el corazón del buen ciudadano suizo. (…) Nosotros, que estamos aquí sobre una tierra hospitalaria esperando el día que tengamos la dicha de volver al suelo de nuestra querida patria, hacemos votos para que el Cielo bendiga a la Helvecia, conserve y proteja su libertad, que ha costado la vida a miles de nuestros antepasados; en fin, que podamos transmitir fielmente a nuestra inmortal posteridad, los lazos de nuestra unión, la divisa de nuestros padres, las palabras sagradas de : TODOS PARA UNO Y UNO PARA TODOS" (34).
La nostalgia que siente una niña belga aparece en Virgen, de Gabriel Báñez. La pequeña está en el confesionario: "quiso hablar pero no pudo, temblaba de pies a cabeza. (…) Sarita entonces hipó y empezó a largar un llanto tranquilo, suave, como si una memoria se pusiera a llorar. (…) llegaron más frases en borbotón y ningún pecado. Salió entonces del banquillo y se asomó: Sarita seguía hipando y hablando en francés con tanta compulsión que no advirtió que el cura la levantaba de un brazo y la sacudía. Estaba confesando toda su vida, de Bruselas a Ensenada, y era un desahogo tan intenso que nada ni nadie podía detenerla. El sacerdote la miraba pasmado, los brazos en cruz, y si bien no entendía nada, entendía que no había mucho que entender. No era el único caso, había visto muchos otros idénticos y aún peores. Algunos se mareaban en los barcos, otros en la nueva tierra firme. Pero era más sano vomitar comida que idioma, el padre Bernardo Benzano lo sabía mejor que nadie: los mareos de la nostalgia resultan incurables" (35).
Sentía nostalgia la alemana Ida Eichhorn, propietaria del Hotel Edén. "Con sus severos ojos azules que se llenaban de brillo cuando mostraba su jardín: pleno de las flores de Transilvania y los pinos alemanes cuyos bulbos ella misma traía en sus valijas cada vez que visitaba Europa. La mujer había trasplantado, literalmente, un parque alemán a las sierras cordobesas a fuerza de la nostalgia que le caía encima cada vez que escuchaba música de su tierra" (36).
A la tierra de sus mayores, escribe Norah Lange: "Estás en mi recuerdo, Noruega,/ inquebrantable como un viking/ que no calmó su sed de guerra.// Sueño pausado el de tenerte siempre/ dentro del corazón libro vivido/ que se hojea diariamente.// Qué fácil tu belleza, para erguirla/ como una certeza-esplendor sin bruma/ y mostrarla a los hombres.// Qué lejos la agonía del recuerdo./ Eterna adolescencia, senda iniciada,/ recuerdo que nunca se ha de aquietar" (37).
Para Alina Diaconú, en cambio, la nostalgia tiene que ver con el idioma. Ella dijo en un reportaje: "A mí me obligaron un poco a vivir en el presente, porque si me quedaba pegada a la nostalgia, todavía seguiría escribiendo en rumano. Me gusta mucho la idea del desapego. Yo de algún modo creo que las cosas que me tocaron –dejar mi país natal, venir acá- me impulsaron a aprender eso. Me gustaría viajar con un bolsito de mano, nada más, como viaja Lucila. No necesitar demasiado de las cosas, de nada material. Cuando llegué a Buenos Aires, durante un año más o menos escribí en francés. Pero nunca dejé de escribir. Yo sabía que los idiomas podían cambiar, pero mi vocación no" (38).
Pero también puede asociarse a otras sensaciones. En una entrevista, Jack Fuchs afirma: "siempre vuelvo a Lodz; el olor de una comida o el perfume de la primavera en Polonia me traen nostalgias del chico que fui" (39).
Y para el capitán Miro Kovacic, biografiado por Chuny Anzorreguy, tiene que ver con la Navidad. Ya anciano, el hombre siente nostalgia de ese festejo en su tierra: "¡Aquellas canciones! En el silencio de la noche hoy, acá, en mi casa de la Argentina, junto a Nada, muchos, muchos años después, las escucho nuevamente. Son veces que vienen desde muy lejos, atravesando la barrera de los tiempos. (…) En fin, en cada canción de éstas van unas cuantas gotas de nuestra sangre croata, una parte de lo que somos, de nuestra alegría y de nuestras ganas de vivir contra todo y pese a todo, y, como les decía, aún oigo llegar hasta mí esas voces infantiles cantando a voz en cuello en las dulces noches de Navidad…" (40).
En Aventuras de Edmund Ziller, de Pedro Orgambide, el narrador recuerda a su abuelo oriundo de Odessa, "al pobre abuelo loco, al chiflado que vivía en un triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio", "oculto por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que un día los devuelve, créame, como olas a la playa" (41).
Los judíos afincados en Entre Ríos sentían una gran nostalgia. Lo explica Máximo Yagupsky: "Nuestro árbol era el paraíso, un árbol de aroma delicioso en primavera y con unas flores de sutil belleza. Pero no era el árbol que se añoraba del '‘pago viejo'’ Y era otro clima. Ellos extrañaban el invierno ruso, con su frío y sus nevadas. Lo extrañaban; era natural, era su tierra de siglos" (42).
El doctor Nicolás Rapoport, uno de los fundadores y primeros médicos del Hospital Israelita, recuerda que en el Hotel de Inmigrantes "los que cursábamos medicina, a diario comprobábamos la angustia de los infelices, ignorantes del idioma, no entendiendo las preguntas que les dirigían los médicos en sus habituales interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las miradas despavoridas de los enfermos, nos sumían en íntima congoja y conmiseración. Todos los días los cuatro o cinco estudiantes judíos que asistíamos a los hospitales, servíamos de intérpretes para llenar las historias clínicas. Era conmovedor ver cómo se iluminaban los ojos de los míseros al oír una palabra en idish o ruso. Revivían, lloraban dando escape a su dolor moral" (43).
A Dina, protagonista de El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, "De pronto la nostalgia le cayó encima como una piedra. Se acordó de su tierra, donde había viajado en carro a la escuela, enviada por su papá, recorriendo campos florecidos en la primavera, nevados en el invierno, se acordó de las largas conversaciones con su amigo en el carro, de los inmensos sueños compartidos, la amistad perdida, las ideas perdidas, el frío, el frío terrible pero promisorio que ahora extrañaba, el abrigo de lana gruesa que no lo detenía y la excitación por el mundo que iba a llegar, el mundo sin frío para nadie" (44).
La nostalgia aparece vinculada en "Balada para un padre ausente", poema de Enrique Novick, a una fotografía: "Foto/ amarillenta,/ apenas velada/ por las lágrimas/ secas/ de exilio/ y silencio:/ mi padre, una/ aldea/ lejana,/ su tiempo" (45).
Notas
1 Ceratto, Virginia: "Volver a empezar", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
2 ibídem
3 Di Stéfano, Horacio: en TANGOshow.
4 Conde González, Manuel: "Poema al emigrante universal", leído el 17 de agosto de 2005 en "Gente de buena pasta", programa que conduce Patricia Magariños por Radio Cultura, 97.9.
5 Sábato, Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, 5 de diciembre de 1999.
6 Sicardi, Francisco: Libro extraño. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1894.
7 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
8 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
9 García, María del Carmen: "Cuentos de gringos", en Cuentos de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
10 Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.
11 López Ocón, Mónica: "Interior italiano", en Clarín, Buenos Aires, 8 de septiembre de 2001.
12 Borges, Jorge Luis: "Ramón Gómez de la Serna Prólogo a la obra de Silverio Lanza", en Jorge Luis Borges Biblioteca personal (prólogos). Buenos Aires, Alianza Editorial, 1988. 132 pp. (Alianza Literatura).
13 Novión, Alberto: El vasco de Olavarría, en La Escena, N° 99.
14 Alvarez, Valentín Andrés: Asturias. Citado por Méndez Muslera, Luciano, en "Asturias en la emigración", indianos[arroba]telepolis.com:
15 González Carbalho, José: "Cuando mi padre habló de su infancia", en Requeni, Antonio: Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del Boletin Galego de Literatura.
16 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984, pp. 102-3.
17 Henestrosa, María: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
18 Goris, Esther: "Galicia, tierra añorada", en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
19 D’Argenio, Antonio: en "El regreso a la tierra de uno", en Clarín, Buenos Aires, 17 de octubre de 1999.
20 Urbina García, Eugenio: "Tríptico a Galicia", en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de 1999.
21 Oneto, José Tomás: "La ‘morriña’ de Compostela", en Clarín, Buenos Aires, 25 de julio de 1976.
22 González Rouco , María: "María Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991.
23 Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.
24 García Lorca, Federico: "Cantiga do neno da tenda", en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
25 González Rouco, María: "Rubén Benítez. El regreso a la entrañable tierra", en El Tiempo, Azul 10 de septiembre de 1989.
26 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
27 Pron, Patricio: "La espera", en De manos abiertas. Buenos Aires, Tu Llave, 1992.
28 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: "Sabores de una historia", en www.ciet.org.ar.
29 Orgambide, Pedro: "La señorita Wilson", en La buena gente. Buenos Aires, Sudamericana.
30 Delaney, Juan José: Tréboles del Sur. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.
31 Roca, Agustina: "Peripecias británicas", en La Nación, 24 de diciembre de 2000.
32 Vernaz, Celia E.: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
33 Reale, Jorge Alberto: "Unico testigo", en el grillo, Buenos Aires, N° 37, Mayo-Junio de 2004.
34 Vernaz, Celia E.: op. cit.
35 Báñez, Gabriel: op. cit
36 Platía, Marta: "Los gozos y las sombras", en Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.
37 J. L. Borges, L. Marechal, C. Mastronardi y otros: La generación poética de 1922 antología. Selección, prólogo y notas de María Raquel Llagostera. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.
38 Guerriero, Leila: "Ser patriota del universo", en La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2002.
39 Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.
40 Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
41 Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
42 Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1986.
43 Jankelevich, Angel: "Historia de los Hospitales de Comunidad de la Ciudad de Buenos Aires", en www.aadhhos.org.ar.
44 Drucaroff, Elsa: op. cit.
45 Novick, Enrique: "Balada para un padre ausente", en La Prensa, 10 de enero de 1999.
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