El cambio estructural del sistema socioeconómico costarricense (página 3)
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
El término gobierno, en sentido amplio, puede entenderse como el agente o los agentes del sistema socioeconómico con capacidad para tomar decisiones relevantes (modelos de gestión de la estabilidad, modelos de desarrollo y modelos de salto creódico), que conducen a la autorregulación de dicho sistema en virtud de la obediencia de otros agentes. Por tanto, en la medida en que dichas decisiones sean tomadas conjuntamente por el poder ejecutivo y el poder legislativo (reformas constitucionales y legislativas, aprobación de políticas de gestión de la estabilidad…), se entenderá que ambos poderes constituyen el gobierno del sistema socioeconómico. Algunos autores prefieren hablar de esfera gubernamental, reservando el término gobierno para un ámbito más restringido (Alcántara, 1994, p. 42).
El otro concepto clave aquí es el de poder, del que existen múltiples acepciones, aunque entre ellas destaca la referida a la capacidad de obtener obediencia de otros (Bouza-Brey, 1996, pp. 39-59). Sin embargo, para los propósitos explicativos del análisis sistémico, consideramos que tiene el poder aquel agente que tiene la capacidad para tomar decisiones que afectan de forma determinante a la autorregulación del sistema socioeconómico. En este sentido, las cuotas de poder de los distintos agentes dependerán de grado de concentración del mismo en manos del gobierno; en momentos de estabilidad, la mayor cuota pertenecerá al gobierno, pero en momentos de inestabilidad el gobierno pierde parte de su poder en favor del resto de los agentes.
Aunque existe otra corriente que estudia el cambio estructural como resultado del progreso técnico, se reconoce que la existencia misma de progreso técnico impone todo un conjunto de procesos de decisión a los miembros de la comunidad (Pasinetti, 1985, p. 219). En la mayoría de los casos se acepta que cuando el progreso técnico entra en conflicto con el marco institucional del sistema socioeconómico, éste atraviesa un periodo de inestabilidad, hasta que un cambio estructural hace de nuevo compatible el nivel alcanzado por el progreso técnico con un marco institucional diferente (Boyer, 1992 [1987], pp. 70-79; Pérez, 1983).
1.2.4.- Autopoiesis y desarrollo creódico.
Vistos los elementos que participan en la evolución parcialmente indeterminada del sistema socioeconómico, introduciremos ahora dos nuevos términos que nos permitan entender el sistema socioeconómico como un sistema evolutivo complejo, es decir, un sistema que cambia en el tiempo debido a la necesidad, el azar y la creatividad; dichos conceptos son los de autopoiesis y creodo; empezaremos por este último.
El término creodo, del griego chre (destino) y hodos (camino), procedente de la biología y desarrollado por Waddington (1962) en los años sesenta, se refiere a la trayectoria relativamente estable del desarrollo de las especies, causado parcialmente por la evolución de las secuencias de control jerárquico del genotipo; dicha evolución no se estabiliza en un punto determinado (no es homeostática), sino en una única vía estable de desarrollo a lo largo del tiempo (es homeorética). El desarrollo creódico del sistema supone que las influencias del entorno tendentes a sacarlo de su trayectoria serán neutralizadas por su autorregulación, de forma que dicho sistema volverá a su trayectoria habitual (Hodgson, 1995 [1993], p. 293).
Un concepto similar al del genotipo del creodo, aplicado al sistema jurídico-político, es el de regla de reconocimiento de Hart, que se refiere a aquella regla que posee alguna característica considerada como una indicación afirmativa indiscutible de que se trata de una regla del grupo que ha de ser sustentada por la presión social que éste ejerce (Garzón Valdés, 1987, p. 16).
Aplicaciones de la idea de un desarrollo creódico al sistema socioeconómico las encontramos en los años ochenta en los trabajos de economistas evolucionistas como Clark y Juma (1987) que identifican el concepto de creodo con el paradigma tecnológico. Una vez que se ha optado por un paradigma tecnológico concreto, la trayectoria de desarrollo queda establecida y las decisiones posteriores serán sobre aspectos menores. La existencia de pautas enramadas de desarrollo tecnológico dirigido, donde cada rama está confinada en un creodo, supone que la evolución del sistema socioeconómico no tiene por qué ser la más eficiente, por lo que la realidad podría haber sido distinta (Hodgson, 1995 [1993], pp. 293-294). El hecho de que el sistema socioeconómico se autorregule para permanecer en el canal creódico, puede explicarse por la gran inversión que supondría un cambio de paradigma tecnológico, que produjera un salto a otra rama de desarrollo creódico. Dicho salto creódico sería más probable cuando el sistema se aproxima a una catástrofe (situación de inestabilidad extrema donde existen puntos de bifurcación), o bien cuando está muy próximo a la fase de desarrollo inicial de la pauta creódica.
De la misma forma pueden interpretarse los modelos político-institucionales como creodos. Una vez que se ha optado por un modelo político-institucional, normalmente acompañado de una reforma constitucional o múltiples reformas legislativas de amplio espectro (genotipo político-ideológico), las restantes decisiones son de índole menor y tan sólo se dedican a desarrollar legislativa e institucionalmente el genotipo político-ideológico; dicho creodo no tiene por qué ser el más eficiente en la consecución de la finalidad del sistema socioeconómico (la satisfacción de las necesidades de los individuos que componen el sistema), aunque así fuera concebido por el agente, o los agentes, que toman la decisión de desarrollar un determinado creodo. Una vez que se ha optado por un modelo político-institucional, el sistema neutraliza por medio de la autorregulación las diferentes perturbaciones que tratan de sacarlo de su trayectoria creódica, sería el caso de las propuestas políticas alternativas de los grupos minoritarios que no logran prosperar. Se producirá un cambio de modelo cuando el sistema se aproxime a una situación de inestabilidad extrema o catástrofe, donde las bifurcaciones existentes fuerzan las decisiones (crisis económica profunda, crisis de legitimidad, revolución, guerra…); en cualquier otra situación el coste social y político del salto creódico (ingobernabilidad, precariedad del proceso de transición, cambio de poder entre grupos…) hace improbable el cambio del modelo político-institucional. Es más probable la existencia de saltos de un creodo político-institucional a otro cuando el sistema se encuentra en la fase inicial de un desarrollo creódico, ya que al no haberse consolidado el proceso de reforma, el coste social y político sería menor y un descontento social con el nuevo creodo podría propiciar un nuevo salto; es el caso de las contrarrevoluciones o de los golpes de estado en momentos de transición, por ello en muchos casos se opta por procesos de reforma muy rápidos para que la consolidación de la trayectoria creódica aporte estabilidad al sistema socioeconómico. El cambio estructural se explica en algunos casos por la consolidación de un nuevo creodo político-institucional en el sistema socioeconómico.
El concepto de dependencia de la senda (path dependence) viene a reforzar al concepto de creodo. Dicho concepto sugiere que en un contexto histórico los hechos ocurridos durante un periodo crucial y formativo de cambio pueden tener una gran influencia sobre los resultados socioeconómicos posteriores (Hodgson, 1991, p. 162).
Un concepto similar al de salto creódico es el de mutación, que procedente también de la biología, ha pasado al estudio de otros campos. Un ejemplo es el caso de los trabajos de Hübner de finales de los setenta sobre la mutación de los sistemas científicos, entendida como una modificación en los fundamentos mismos del sistema; este autor utiliza el concepto de explicación para referirse a la conformación y el desarrollo del sistema sin que por ello se modifiquen en algo sus fundamentos, lo cual se ajusta a nuestro concepto de desarrollo creódico (Garzón Valdés, 1987, pp. 30-31).
La idea de que el salto creódico es más probable en la fase inicial del desarrollo creódico, se apoya la ley del potencial evolucionario de Service (1960, p. 97), según la cual los más especializados y adaptados a una forma evolucionaria dada, son los que menor potencial tienen para pasar a la siguiente fase.
Conviene aclarar la distinción entre genotipo político-ideológico y creodo político-institucional; mientras el primero es el conjunto de principios fundamentales sobre cómo ha de funcionar el sistema socioeconómico y cuál ha de ser el papel de los mecanismos de autorregulación deliberada, el segundo es la trayectoria de la evolución de dicho sistema como consecuencia del desarrollo y la aplicación de dichos principios, que a su vez genera o transforma instituciones sociales.
El segundo término que vamos a introducir es el de autopoiesis, también procedente de la biología y desarrollado por Varela, Maturana y Uribe (1974) y que puede definirse como la capacidad que tiene un sistema para, a pesar de no estar en equilibrio, mantener una estabilidad estructural absorbiendo energía del entorno o autorregulándose continuamente. Al igual que los seres vivos, los sistemas autopoiéticos son capaces de mantener su autonomía y una continuidad de sus pautas (Hodgson, 1995 [1993], pp. 365-366; Zolo, 1992, p. 14).
La traslación del concepto de autopoiesis, propio de la biología, a las ciencias sociales, no puede hacerse de manera automática; distintos autores han presentado una serie de objeciones para que un sistema social pueda considerarse como autopoiético (Beyme, 1994 [1991], pp. 216-217):
a) Sólo pueden denominarse autopoiéticos a los sistemas vivos; en este sentido cualquier sistema socioeconómico está compuesto por individuos y, por tanto, por elementos vivos.
b) Los sistemas autopoiéticos-biológicos producen sus propios componentes, se autorreproducen; esto sólo es válido para algunos sistemas sociales, entre ellos el sistema socioeconómico nacional, capaz de producir sus propios agentes.
c) Los sistemas autopoiéticos-biológicos pueden no tener cerebro; no todos los sistemas sociales poseen un órgano encargado de la toma de decisiones, el sistema socioeconómico nacional si lo posee, dicho órgano es lo que hemos denominado gobierno; no obstante, cabría considerar la existencia de sistemas socioeconómicos nacionales donde el poder estuviese tan repartido que no pueda identificarse que agente o agentes es realmente el gobierno o si éste existe.
d) En los sistemas autopoiéticos-biológicos los componentes pertenecen a un sistema y sólo a uno; tal y como hemos entendido el sistema socioeconómico nacional, los componentes del mismo no pueden pertenecer a otro sistema socioeconómico nacional, aunque si cabrían enfoque a niveles distintos del nacional (mundial, regional, local…) donde podrían encontrarse sistemas sociales autopoiéticos, pero también esto sería discutible en función de la autonomía de su regulación; en este sentido, éste es un punto débil de la utilización del concepto de autopoiesis en relación con el sistema socioeconómico nacional.
e) No todos los elementos de un sistema autopoiético-biológico tienen acceso al entorno de dicho sistema; en el caso del sistema socioeconómico nacional, esto sólo es cierto para el entorno socioeconómico sistémico, pero no para el entorno físico; por tanto, es éste otro punto débil de la utilización del concepto y en principio cabría cuestionar su utilidad en los estudios sobre las relaciones del sistema socioeconómico nacional con su entorno físico (medio ambiente).
A pesar de estas consideraciones, creemos que el concepto de autopoiesis es útil para explicar el funcionamiento de los sistemas sociales y, en concreto, del sistema socioeconómico nacional; es más, si introducimos otro concepto, el de alopoiesis, la dimensión nacional de la autopoiesis quedará aun más clara.
Un sistema alopoiético es aquel cuyos mecanismos de regulación no forman parte del mismo; suele considerarse como alopoiéticos a todos los sistemas que pueden identificarse en el interior de un sistema autopoiético, por ejemplo, el sistema socioeconómico de una ciudad que forma parte de un sistema socioeconómico nacional (Beyme, 1994 [1991], pp. 220-221). Si consideramos al sistema socioeconómico mundial como autopoiético, podríamos tratar al sistema socioeconómico nacional como alopoiético, de forma que, siguiendo un ejemplo de Maturana (recogido por Beyme, 1994 [1991], pp. 222-223), ningún país podría ser enteramente socialista porque el sistema mundial dominante es capitalista; no obstante, la existencia durante tres cuartos de siglo de países socialistas dentro de un sistema socioeconómico mundial capitalista, o la resistencia de Cuba a abandonar el socialismo, hacen pensar que estos sistemas socioeconómicos nacionales, son (Cuba) o han sido durante mucho tiempo (URSS) sistemas autopoiéticos. Sin embargo, nosotros consideramos que el sistema socioeconómico mundial, no puede ser entendido como un sistema autopoiético, pues la falta de un órgano de autorregulación deliberada, el cerebro, el gobierno mundial (en teoría no imprescindible), hace que tenga una capacidad de autorregulación inferior a la que tienen los sistemas socioeconómicos nacionales; el sistema de Naciones Unidas, al igual que el G-7, dista mucho de ser ese gobierno, por lo que el grado de autorregulación del sistema socioeconómico mundial es muy limitado, depositando la verdadera capacidad de autorregulación en el plano nacional. No obstante, el proceso de globalización y el aumento de la descentralización del poder al interior de los sistemas nacionales limita cada vez más la capacidad de autorregulación de los sistemas socioeconómicos nacionales; la conformación de órganos de decisión a diferentes niveles puede hacer que, en el futuro o en determinados casos ya en la actualidad, la dimensión nacional no sea la más adecuada para la identificación de un sistema socioeconómico autopoiético, sin embargo, consideramos que, de momento, es útil para nuestro objeto de estudio.
En el sentido en que Sampedro y Martínez (1975 [1969], pp. 270-271) entienden el concepto de sistema económico, como una estructura con plena capacidad de autodecisión, sólo serían sistemas en sentido estricto los sistemas autopoiéticos, los sistemas alopoiéticos serían desde este punto de vista tan sólo estructuras.
Por otro lado, la estabilidad estructural que garantiza la autopoiesis es compatible con la inestabilidad del sistema socioeconómico a nivel micro; con ello se rescatan, en primer lugar, la vieja idea de Peirce, de finales del siglo XIX, de que el azar engendra orden y de que puede surgir un macroorden a partir de un microcaos y, en segundo lugar, el principio de determinismo estratificado de Weiss (1969), que sostiene que existe una determinación de lo grande a pesar de la indeterminación de lo pequeño. Así un sistema autopoiético mostrará un cierto grado de orden a nivel macro a pesar de la variedad y el caos a nivel micro.
El paso del microcaos al macroorden del sistema viene explicado en los años setenta y ochenta por los trabajos de Prigogine y la Escuela de Bruselas (Prigogine y Stengers, 1984), que demuestran cómo el orden puede surgir del caos a partir de los procesos de autorregulación; de hecho es precisamente la variedad y el desorden a nivel micro lo que permite amortiguar los efectos de realimentación acumulativa que podrían desestabilizar fácilmente un sistema en equilibrio (Hodgson, 1995 [1993], pp. 366-367). Existen múltiples aplicaciones de esta idea en economía, entre ellas destacan, por ejemplo, los estudios sobre el desarrollo y la expansión de ramas industriales a pesar de las continuas quiebras y nacimientos de empresas en un sector (Neghisi, 1990, pp. 55-57).
Así pues, en los periodos de estabilidad del sistema socioeconómico es donde se produce el desarrollo creódico del genotipo político-ideológico; no son periodos de equilibrio, sino periodos autopoiéticos, donde la autorregulación del sistema hace compatible el microcaos con el macroorden. Dichos periodos se caracterizan por un cierto grado de estabilidad estructural, ya que durante los mismos la estructura socioeconómica se transforma muy lentamente o bien sufre cambios estructurales menores, en función de la citada autorregulación, para adaptarse al entorno y seguir siendo útil a la finalidad que persigue el sistema. La transformación lenta es una transformación de los elementos que conforman la estructura y obedece a múltiples factores (crecimiento de la población, desarrollo productivo de los distintos sectores, aplicaciones de políticas de gestión de la estabilidad, cambios en la demanda…). Un cambio estructural menor es una transformación tanto de los elementos como de las interrelaciones estructurales consecuencia de un cambio de un modelo de desarrollo agotado por otro nuevo, que también es compatible con el creodo político-institucional.
1.2.5.- Estabilidad y crisis.
Como hemos visto, la estabilidad viene garantizada por la autorregulación del sistema socioeconómico. Dicha regulación puede ser de dos tipos, automática o deliberada.
Hablamos de autorregulación automática cuando las actuaciones de los agentes son no deliberadas, es decir, cuando están basadas en los hábitos y las pautas de pensamiento propios de la cultura, que serán consecuencia del creodo político-institucional concreto en que se encuentre el sistema socioeconómico. Son las instituciones propias de dicho creodo las que garantizan la autorregulación automática del mismo y, por tanto, la estabilidad.
El término instituciones es entendido aquí, según la definición de Veblen, como los principios de acción, acerca de la estabilidad y la finalidad, sobre los que los agentes prácticamente no tienen dudas (Bortis, 1990, p. 79). Las instituciones, así definidas, serían hábitos sociales que determinan acciones reguladoras, no deliberadas sino automáticas; aunque también suelen considerarse como instituciones al conjunto de agentes actuando bajo algún principio de acción, por ejemplo, el mercado.
Con la idea de automatismo no nos referimos a que los agentes actúan sin voluntad, sino al hecho de que sus actuaciones no tienen como objetivo la autorregulación del sistema, aunque por lo general si tendrán un objetivo en la mayoría de los casos de carácter micro. La agregación de estas actuaciones deliberadas a nivel micro conducen a una autorregulación automática del sistema (Hodgson, 1991, p. 159).
Cuando estas instituciones no son capaces de neutralizar los efectos de una perturbación y, como veremos, el sistema entra en crisis, algunos agentes empiezan a cuestionarlas y a tomar decisiones que pueden convertirlos en creadores de futuro. En los casos en que estos agentes disconformes se organicen, se constituyen determinados grupos de presión, cuyas actuaciones vienen a fomentar una mayor inestabilidad en el sistema socioeconómico.
Frente a este tipo de autorregulación y como complemento, tendríamos la deliberada, basada en las decisiones de los agentes. Cuanto más poder tenga el agente tomador de decisiones, es decir, cuanto mayor sea su capacidad para imponer su voluntad a los restantes agentes, mayor será su participación en el proceso de autorregulación. Por regla general, el máximo órgano de decisión del sistema socioeconómico, el agente que ostenta un mayor poder, es el gobierno; por ello, será éste el agente responsable de la autorregulación del sistema, salvo en situaciones de ingobernabilidad, esto es, cuando el gobierno no toma decisiones eficaces y a la vez consistentes con el creodo. Esto no impide que existan agentes con cierta cuota de poder que tomen decisiones con la intención de autorregular el sistema, contribuyendo así a mantener la estabilidad (sindicatos, asociaciones patronales, ejército, grandes corporaciones…), aunque dichos agentes suelen jugar un papel más importante en las etapas no autopoiéticas que en las autopoiéticas.
Cuando el sistema se encuentra en crisis la decisión autorreguladora del gobierno suele ser la aplicación de un modelo de gestión de la estabilidad, ya que los agentes que ostentan el poder se resisten a cualquier cambio, salvo que éste les lleve hacia situaciones en las que acumulen un mayor poder. Las decisiones del gobierno estarán inspiradas, por lo general, en el deseo de que el poder sea conservado por aquellos que lo ejercen desde posiciones predominantes (Sampedro y Martínez, 1975 [1969], p. 247).
Sin embargo, ante una situación de catástrofe, inestabilidad o crisis extrema, es decir, cuando el sistema socioeconómico está en una situación no autopoiética, un modelo de gestión de la estabilidad es insuficiente para autorregular el sistema socioeconómico. Es en esos momentos cuando la inestabilidad puede llegar a provocar una ruptura de la regularidad institucional (Lawson, 1985, p. 920); dicha ruptura puede venir provocada por una fuerte alteración de naturaleza militar, política, social o económica que conducen a la pérdida de la autopoiesis del sistema socioeconómico, pudiendo ser interpretada como un cambio de etapa equivalente a una bifurcación (Hodgson, 1991, p. 161).
Es bajo la fase no autopoiética, en situaciones de bifurcación, cuando el sistema se vuelve altamente sensible a pequeñas alteraciones, que pueden llegar a afectar la evolución del mismo. En esta situación los agentes disconformes con el funcionamiento del creodo político-institucional tratan de hacerse con el poder para implantar su propio genotipo político-ideológico y llevar al sistema a una nueva fase autopoiética bajo un nuevo creodo; del resultado de esa lucha competitiva por el poder entre agentes diferentes surgirá un nuevo gobierno, que estará en condiciones para propiciar el desarrollo creódico de un genotipo político-ideológico diferente, sin un gran coste, iniciando una transición hacia una nueva estructura por medio de la implementación de un nuevo modelo de desarrollo.
Pero cualquier salto de un creodo a otro sólo resulta imaginable en dos circunstancias: cuando los factores o elementos que confieren el poder dejan de ser manejados por quienes lo ostentan y pasan a ser utilizados por quienes desean una situación diferente, y/o cuando tales factores dejan de ser decisivos para el poder y éste aparece como resultado de otros factores en manos de grupos diferentes (Sampedro y Martínez, 1975 [1969], p. 247). En el caso del poder político del gobierno, éste suele venir respaldado por el apoyo popular, por el apoyo del ejército, por el apoyo de la élite económica, por el apoyo de una potencia extranjera, por el apoyo de instituciones religiosas, etc.; mientras los apoyos concretos de cada caso se mantengan, el gobierno podrá desarrollar su genotipo político-ideológico, que evidentemente habrá de ser compartido, o al menos aceptado, por dicho elemento de apoyo.
Las situaciones de crisis suelen restar apoyo al gobierno y pueden llegar a provocar alternancias democráticas, golpes militares o procesos revolucionarios, permitiendo que el nuevo gobierno siga un creodo acorde con la voluntad del apoyo que, tras dicha crisis, se haya convertido en relevante.
Podemos tener crisis sin cambio de creodo político-institucional, que se resuelven con modelos de gestión de la estabilidad, y podemos tener cambios en el poder en situaciones de estabilidad, que difícilmente generarán cambio de creodo político-institucional por la propia resistencia del sistema socioeconómico; en ambos casos, dicho sistema se encontraría en una situación autopoiética. Pero cuando, ante una situación no autopoiética, se produce un cambio de creodo, el desarrollo del genotipo conduce a un cambio en la estructura socioeconómica.
En esta exposición nos falta aclarar el concepto de crisis. Aquí una de las explicaciones y tipologías más elaboradas sobre las crisis es la de los regulacionistas franceses, entre los que destacan Aglietta y Boyer. Este último (Boyer, 1992 [1987], pp. 67-79) identifica cuatro tipos de crisis, las crisis provocadas por una perturbación, las crisis cíclicas, las crisis del modo de regulación y las crisis del modo de desarrollo, clasificando las dos últimas como grandes crisis o crisis estructurales; incluye además este autor un último tipo de crisis, la del modo de producción o crisis final del capitalismo. La distinción entre los distintos tipos de crisis estructurales está en función de las definiciones de los conceptos de modo de regulación y de modo de desarrollo, propios del pensamiento marxista, neomarxista y regulacionista, en los que no consideramos necesario entrar por tratarse de distinciones terminológicas, que sólo tiene sentido si se comparten dichos conceptos. Así pues y basándonos parcialmente en Boyer (1992, [1987], pp. 67-69), distinguimos cuatro tipos de crisis, las provocadas por una perturbación, las cíclicas, las estructurales provocadas por el agotamiento del modelo de desarrollo y las crisis estructurales provocadas por la incompatibilidad de la situación existente con el creodo político-institucional.
Un sistema socioeconómico está sometido a un sin fin de perturbaciones que generan inestabilidad en el mismo; si dicha inestabilidad puede ser autorregulada automáticamente no será una crisis, pero si lo será si estos mecanismos no son capaces de neutralizar la perturbación. Estas perturbaciones pueden ser de dos tipos, deliberadas o aleatorias; las primeras serían el resultado de determinadas acciones de los agentes que involuntaria o intencionadamente desestabilizan el sistema como, por ejemplo, una guerra o una conspiración política para provocar un cambio de gobierno; las segundas son fruto del azar y a su vez pueden ser endógenas, como un accidente, o exógenas, como cualquier alteración en los parámetros que determinan los flujos con el entorno socioeconómico (precios, productos alternativos, embargos…) o físico (catástrofes naturales, climáticas…); en el caso de las perturbaciones procedentes del entorno socioeconómico, aunque puedan ser de naturaleza deliberada, el origen de la decisión es exterior al sistema y, por tanto, no son controlables ni explicables desde el sistema socioeconómico en cuestión, salvo que los mismos sean fruto de una reacción de entorno ante un flujo del sistema.
En la mayoría de los casos estas perturbaciones son neutralizadas por los mecanismos de autorregulación automática y el sistema recupera su estabilidad en un breve plazo; sin embargo, en otras ocasiones estas perturbaciones no son controladas y la inestabilidad se prolonga en el tiempo dando lugar a una crisis, que requerirá, en su solución, la actuación de los mecanismos de autorregulación deliberada. Sin embargo, el hecho de que una misma perturbación no produzca los mismos efectos (crisis) en un sistema socioeconómico que en otro, ni en diferentes momentos del tiempo en el mismo sistema, nos induce a pensar que, incluso en este tipo de crisis, parte de la explicación se debe a la naturaleza del sistema socioeconómico afectado y al funcionamiento de sus mecanismos de autorregulación.
El segundo tipo de crisis son las crisis cíclicas que se producen de periodo en periodo como resultado de las tensiones y desequilibrios que genera la propia autorregulación del sistema (insuficiencia de demanda por la distribución de la renta, crecimiento sectorial desproporcionado, inestabilidad financiera…). Se trata de crisis de naturaleza endógena que los mecanismos de autorregulación automática terminan por neutralizar al cabo de un cierto tiempo; sin embargo, en algunas ocasiones los mecanismos de autorregulación deliberada actúan para atenuar la inestabilidad cíclica del sistema, tratando de convertir la crisis en una simple recesión.
Además de estos dos tipos de crisis, existen las llamadas crisis estructurales, que afectan a la estructura socioeconómica y que sólo se resuelven con un cambio estructural. Estas crisis estructurales pueden ser de dos tipos, las provocadas por el agotamiento del modelo de desarrollo y las provocadas por la incompatibilidad de la situación existente con el creodo político-institucional.
El primer tipo de crisis estructural surge cuando tras la aplicación continuada de un modelo de desarrollo éste ha logrado todos sus objetivos o bien, con logros parciales, se desvela ineficiente ante una nueva situación; en este caso, el gobierno tratará de aplicar un nuevo modelo de desarrollo compatible con el creodo político-institucional. Se trata de una decisión menor en el desarrollo del creodo, que viene condicionada por el genotipo político-ideológico existente. En algunas ocasiones, este tipo de crisis ni siquiera llega a producirse debido a que el propio gobierno, en este caso eficiente y con bastante poder, ante los primeros síntomas de inestabilidad, identifica adecuadamente el problema (el agotamiento del modelo de desarrollo) y anticipa su decisión. La aplicación del nuevo modelo de desarrollo, si es adecuado a la situación además de compatible con el creodo, devolverá la estabilidad al sistema.
Las crisis provocadas por una perturbación, las crisis cíclicas y las crisis estructurales por agotamiento del modelo, pueden ser consideradas como crisis de primer orden, es decir, crisis que se dan dentro de una fase autopoiética del sistema y, por tanto, pueden ser controladas por la autorregulación deliberada del mismo sin modificar el creodo político-institucional.
Las crisis de primer orden estarían vinculadas a las contradicciones internas del sistema socioeconómico y, por tanto, tienen un componente dialéctico; estas crisis pueden tener tres orígenes distintos, el ciclo económico (estaríamos ante una crisis de naturaleza endógena), las perturbaciones no controladas por la autorregulación automática que acentúan las contradicciones del sistema (estaríamos entonces ante una crisis cuyo origen dependerá de la perturbación en cuestión, pero que tiene además un componente endógeno) y el agotamiento del modelo (estaríamos ante una crisis de naturaleza esencialmente endógena, pero en cuya explicación pueden participar elementos exógenos -una nueva situación internacional incompatible con el modelo de desarrollo-).
En la mayoría de los casos, las crisis de primer orden son superadas gracias a la autorregulación deliberada de los agentes con poder, habitualmente el gobierno. Las acciones del gobierno para superar la crisis pueden ser entendidas como modelos de gestión de la estabilidad, entre los que destacan las políticas anticíclicas, las políticas de estabilización y las políticas de desarrollo; dichos modelos son una de las múltiples manifestaciones del desarrollo del creodo político-institucional.
Sin embargo, en algunas ocasiones, los modelos de gestión de la estabilidad no consiguen su propósito, por diferentes razones, no son adecuados (una mala decisión), son adoptados muy tarde (una decisión tardía), la contradicción interna alcanza a los fundamentos del genotipo político-ideológico, etc.; en este caso, la crisis de primer orden se convierte en una crisis de segundo orden, propia de las fases no autopoiéticas y que para su superación requieren de un cambio del citado creodo.
Cuando un sistema socioeconómico sufre una crisis de segundo orden la inestabilidad es extrema y el resultado es imprevisible, ya que cualquier pequeña perturbación puede determinar un salto creódico. Una crisis de segundo orden estará vinculada a la incompatibilidad del creodo político-institucional con las posibles soluciones de la misma y se trata, por tanto, de una crisis estructural. Las crisis de segundo orden coinciden con las fases no autopoiéticas de un sistema.
En una fase no autopoiética el gobierno, habitualmente, ensayará distintos modelos de gestión de la estabilidad sin resultado, por lo que dicho agente comenzará a perder los apoyos en los que se basa su poder. Esta situación provocará casi inevitablemente un cambio de gobierno, que podrá ser de diversa naturaleza (cambios de gabinete, alternancia en el gobierno, golpe de estado, revolución, guerra civil…). Una vez que el poder es ostentado por un agente diferente, éste estará en condiciones para provocar un salto creódico iniciando una serie de reformas constitucionales y/o legislativas que sienten las bases del desarrollo de un creodo político-institucional diferente, cuya naturaleza no puede ser determinada a priori, pero que estará condicionada por el pasado y por el entorno, de forma que no todos los desarrollos creódicos son equiprobables.
En dicha fase, se pueden producir cambios de poder sucesivos hasta que un gobierno con suficiente apoyo consigue desarrollar un nuevo creodo; en ese caso, el sistema ingresa en una nueva fase autopoiética, ya que el desarrollo del nuevo creodo político-institucional es al mismo tiempo la solución de la crisis. La acción deliberada del nuevo gobierno (autorregulación) con el fin de cambiar de creodo puede ser entendida como un modelo de salto creódico, que entre sus manifestaciones tendrá una variación brusca de la estructura socioeconómica, es decir, un cambio estructural.
Sin embargo, no siempre la fase no autopoiética será seguida de una fase autopoiética (Hodgson, 1991, p. 161); dependiendo del grado de inestabilidad y de los apoyos que reciban los agentes que se disputan el poder, bien pudiera ser que el sistema socioeconómico se descompusiera en varios sistemas, que fuese absorbido por otro sistema, o que desapareciera en un proceso de fragmentación anárquica, fenómeno éste que podríamos denominar libanización del sistema socioeconómico.
La duración de la fase no autopoiética no puede determinarse a priori, al igual que el creodo político-institucional que se desarrollará. Del mismo modo, tampoco puede saberse a priori si una inestabilidad del sistema es tan sólo el efecto de una perturbación autorregulable automáticamente, una crisis de primer orden o una crisis de segundo orden; aunque pueda haber indicios de una crisis más o menos seria del sistema socioeconómico, la aversión al cambio de todo órgano de poder consolidado hace que, habitualmente, las inestabilidades del sistema sean infravaloradas; por ello, el reconocimiento de la inestabilidad como un tipo determinado de crisis suele darse a posteriori. Así pues, la identificación de las crisis, así como la determinación de que el sistema atravesó una fase no autopoiética son a posteriori (Boyer, 1992 [1987], p. 75).
Con este enfoque vemos como la evolución del sistema socioeconómico sólo está parcialmente determinada, por lo que el azar y la voluntad juegan un papel transcendental. Mientras el sistema se encuentre en una fase autopoiética la estabilidad permitirá predicciones con un cierto grado de fiabilidad; sin embargo, esto no será posible durante una fase no autopoiética. Los saltos creódicos sólo pueden darse en estas últimas fases; sin embargo, es posible, aunque difícil, llevar al sistema socioeconómico desde una fase autopoiética a una de inestabilidad extrema, con la esperanza de generar un salto creódico; la teoría de la conspiración es una muestra de ello.
Un grupo de agentes con un poder menor que el del gobierno pueden coordinarse para adoptar decisiones que, en forma de perturbación, superen los mecanismos de autorregulación automática y alimenten las contradicciones internas del sistema con la esperanza de que no puedan ser neutralizadas tampoco por los modelos de gestión de la estabilidad y desemboquen en una crisis de segundo orden. La pérdida de apoyos del gobierno durante la fase no autopoiética puede permitir un cambio de poder en favor de los agentes conspiradores que podrán así generar un salto creódico; sin embargo, el riesgo de desestabilizar el sistema es alto ya que en la fase no autopoiética otros agentes diferentes pueden ocupar el poder.
Un ejemplo de esta teoría de la conspiración es la explicación que Hinkelammert (1996) da a la aceptación del neoliberalismo como modelo político-ideológico en los países latinoamericanos de tradición intervencionista. Los agentes neoliberales internos, minoritarios y con escaso poder en estos países, en coordinación con agentes neoliberales externos (Trilateral, FMI, Banco Mundial, gobierno norteamericano, empresas multinacionales…) generaron muchas perturbaciones en los sistemas socioeconómicos latinoamericanos (modificación de precios de importaciones y exportaciones, endeudamiento, elevación de la cotización del dolar y de los tipos de interés internacionales, golpes de estado, guerrillas…). El caos se apoderó de dichos sistemas y los gobiernos perdieron el apoyo que tenían; en este contexto los agentes neoliberales internos, con el apoyo de los externos ofrecieron la receta del orden, consistente en adoptar su modelo político-ideológico. Así, del caos intervencionista surge un nuevo orden neoliberal y, al igual que sucede en la obra de Orwell, 1984, la víctima termina por abrazar a su victimario.
1.2.6.- El cambio estructural.
Siguiendo el enfoque evolucionista que venimos planteando, el cambio estructural de un sistema socioeconómico se correspondería con una variación brusca de la estructura socioeconómica, resultado de la aplicación de dos modelos posibles; bien un nuevo modelo de desarrollo, dentro de una fase autopoiética, o bien un modelo de salto creódico tras una fase no autopoiética del sistema. Sin embargo, no todos los autores que estudian el cambio estructural lo entienden de la misma forma; trataremos de presentar y de discutir distintos enfoques al objeto de justificar nuestra concepción.
Los econometras dedicados al estudio de las series temporales denominan cambio estructural a la modificación que se produce en los parámetros de los modelos de regresión que utilizan para explicar la evolución temporal de una variable (Broemeling y Tsurumi, 1987, pp. 6-24). Desde nuestra perspectiva, no siempre que se produce un cambio estructural en la evolución de una variable del sistema estamos ante un cambio estructural en el sistema, e incluso en presencia de éste y dependiendo de su naturaleza, puede haber variables en las que no se aprecie cambio estructural.
Los economistas dedicados al análisis insumo-producto también utilizan el concepto de cambio estructural, pero en este caso referido a la estructura de la producción reflejada en la matriz de relaciones intersectoriales. Por medio de distintos test estos autores miden las diferencias entre la matriz de coeficientes técnicos en dos momentos diferentes, explicando dichas diferencias en función de cambios en las convenciones estadísticas, en los gustos, en la tecnología, en los precios relativos, en la composición de los productos o en el grado de utilización de la capacidad productiva (Pulido y Fontela, 1993, pp. 150-165). Aquí el cambio estructural es un cambio en la estructura productiva, que no tiene por qué coincidir con un cambio estructural del sistema socioeconómico, ya que estos tests no distinguen entre una variación brusca o lenta de la estructura socioeconómica, porque, en su mayoría, se trata de tests de estática comparativa; una variación lenta en la estructura socioeconómica que se refleje en la estructura productiva al cabo de un periodo largo de tiempo será un cambio estructural según este tipo de análisis al comparar dos momentos muy distantes; del mismo modo será cambio estructural el reflejo en la estructura productiva de una variación brusca de la estructura socioeconómica en dos momentos cercanos. Siempre que haya un cambio estructural en la estructura socioeconómica cabe esperar lo mismo en la estructura productiva, pero no necesariamente esta relación se da en sentido inverso.
Para otros autores que entienden la estructura como un sistema de ecuaciones en el que se refleja el equilibrio general del sistema económico, el cambio estructural es la modificación de dicho sistema de ecuaciones. Uno de los más destacados estructuralistas del equilibrio, Pasinetti, se centra en el estudio del cambio estructural de cualquier sistema económico sin tener en cuenta el marco institucional en que éste se desenvuelve, definiendo lo que él llama sistema económico natural (Pasinetti, 1985, p. 136). Dicho sistema estaría formado por la estructura evolutiva de los precios, la estructura productiva en evolución, la senda temporal de las tasas de salarios y beneficios y un conjunto de condiciones sobre las nuevas inversiones sectoriales y sobre la demanda efectiva. Bajo el sistema económico natural de Pasinetti el cambio estructural no puede ser más que el resultado de la innovación tecnológica; sin embargo, bajo un sistema socioeconómico real con todas sus dimensiones institucionales esta explicación del cambio estructural es a todas luces insuficiente; el propio Pasinetti (1985, p. 241) no ignora esto y sostiene que el interés del análisis del cambio estructural del sistema económico natural se justifica como un intento por identificar las dinámicas estructurales fundamentales para después tratar de facilitarlas por medio de las necesarias modificaciones institucionales, evitando así que el progreso técnico quede sacrificado por el mantenimiento del marco institucional. Las conclusiones de este autor son aplicables esencialmente a los países industrializados, reconociéndose (Pasinetti, 1985, p. 237) que en los países subdesarrollados el cambio estructural no suele ser el resultado del progreso tecnológico endógeno, sino de un proceso de aprendizaje y de imitación de las pautas de desarrollo de los países industrializados.
En nuestro estudio nos interesan los sistemas socioeconómicos reales y, en concreto, los de los países subdesarrollados, por lo que la consideración de los factores institucionales en el cambio estructural es más relevante que la consideración del elemento tecnológico. El progreso técnico es exógeno al sistema socioeconómico y su incorporación es el resultado de distintas decisiones de diferentes agentes.
Los estructuralistas cíclicos también se han ocupado del cambio estructural al estudiar la onda larga. Para algunos autores, como Akerman (1962 [1955], p. 551) los grandes cambios políticos y técnicos marcan los límites estructurales en la evolución de un sistema económico; el resto de las fuerzas motrices (el aumento de la población, el desarrollo del sistema de crédito, la relación entre la agricultura y la industria, la nivelación de las rentas…), que suelen tener gran importancia en la coyuntura, se integran con las fuerzas motrices dominantes, que serán de naturaleza política y/o técnica (formación de los móviles, agrupamientos, cambios político-legislativos y desarrollo de la técnica). Más recientemente autores neo-schumpeterianos, como Pérez (1983), han puesto de manifiesto la combinación de los factores tecnológicos e institucionales como explicación del ciclo de onda larga y, consecuentemente, del cambio estructural. Para Pérez, la evolución del sistema capitalista puede explicarse en función de las diferentes tasas de cambio de dos subsistemas, el tecnoeconómico y el socioinstitucional. En el primero, impulsados por el ánimo de lucro, algunos agentes van introduciendo innovaciones técnicas y organizacionales a un ritmo superior que en el segundo, hasta que en determinado momento se produce una ruptura entre la dinámica del subsistema tecnoeconómico y la del socioinstitucional; cuando esto sucede estamos ante una crisis estructural, que coincide con la fase depresiva del ciclo de onda larga. La fase expansiva no comienza hasta que no se producen los cambios necesarios en el subsistema socioinstitucional; en este sentido el cambio estructural es el resultado de la combinación del cambio en sistema tecnoeconómico y del cambio, complementario, en el subsistema socioinstitucional, como consecuencia de una incompatibilidad entre las distintas dinámicas de estos subsistemas.
Sin discutir la importancia que las innovaciones tecnológicas tienen en la evolución de los sistemas socioeconómicos desarrollados, en el caso de los subdesarrollados, dicha innovación puede ser interpretada como una perturbación externa que termina provocando una crisis estructural. La explicación de Pérez, es un caso concreto de crisis estructural y de cambio estructural, pero que resulta insuficiente para explicar la evolución de un sistema socioeconómico subdesarrollado.
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