Educación, la revolución continuada
A principios de los 70s se inicia la segunda fase del gran esfuerzo del proceso revolucionario por el progreso de la educación en la isla. Para esa fecha algunos indicadores de la enseñanza dan fe de los avances alcanzados en esta esfera social: la matrícula de la enseñanza primaria se triplica entre 1958 (717 400 alumnos) y 1972 (1 852 700 alumnos); en la enseñanza media la matrícula creció de 63 500 en 1958 a 222 400 en el propio año 72; la enseñanza técnica profesional, casi inexistente en 1958, alcanza en 1972 la cifra de 41 940 educandos.
El analfabetismo no solo dejó de ser un problema social, sino que el pueblo se aprestaba a cumplir una nueva etapa, alcanzar el sexto grado de primaria.
Pese a los grandes éxitos, la educación tropieza con dificultades objetivas que le impiden un acelerado desarrollo.
Entre los problemas más sobresalientes están, el enorme retrazo escolar acumulado en la enseñanza primaria, producto de la tara heredada del capitalismo, había miles de alumnos con dos y tres grados de retraso acorde a su edad. La falta de un programa unificado en asignaturas claves y la necesidad de graduar un mayor número de técnicos y "profesionales para la economía del país, principalmente para la agricultura.
A fin de encontrar las soluciones adecuadas a estos problemas de la educación en la Revolución, el gobierno revolucionario convocó a la sociedad a reflexionar, debatir y proponer soluciones para estas problemáticas.
Estos debates se inician en diciembre de 1970 y culminan en abril de 1971 en el tristemente célebre Congreso Nacional de Educación y Cultura, que mereció este calificativo por los resultados contraproducente que produjeron sus acuerdos en la sociedad cubana y principalmente entre los intelectuales, por la intolerancia discriminatoria contra homosexuales, religiosos, librepensadores y todos los que no calificaban dentro del molde del "hombre nuevo" de la "nueva sociedad".
En particular para la educación y la sistematización de un sistema de enseñanza el Congreso fue positivo, analizó el perfeccionamiento de los planes y programas de estudios y de los métodos de enseñanza.
Se pronunció por la concatenación entre los programas de estudios de las diversas enseñanzas; la continuidad de estudio para todos aquellos que nunca habían podido estudiar y la preparación de maestros y profesores.
En la Declaración Final del Congreso se subraya que el objetivo primario de la enseñanza en Cuba socialista era la formación de un "hombre nuevo", constructor de la nueva sociedad, lo cual incluía ser educado en la doctrina marxista-leninista y con los grandes atributos de altruismo, entrega y fidelidad a la Revolución y al partido, todo un ideal humano que en la aplicación práctica significó ignorar las diferencias, condicionar la participación y restringir el pensamiento y las libertades individuales del ser humano.
La Declaración combate el apoliticismo en la enseñanza, que debe ser "ateísta y científica", recomendando también mejorar la educación moral, ética y estética del alumno, enunciado que sirvió de base para abogar por una separación de la educación y la cultura de todo aquel que no cumpliera con los estrechos postulados de esta ortodoxia comunista.
La familia se señala como base de esta educación, aunque en realidad el estado a través del sistema de enseñanza ejerció una influencia "aplastante", por el gran tiempo que pasaban los alumnos fuera de su familia, a partir de los estudio de nivel medio en escuelas alejadas de sus hogares, en régimen internos y apoyados en los medios masivos de divulgación y en las instituciones culturales, todas empeñadas en formar a este "hombre nuevo" de un alto compromiso con la sociedad y con una débil relación con su familia, lo que se convirtió en un problema que ha repercutido a largo plazo.
Del Congreso surge como una necesidad el Perfeccionamiento del Sistema Educacional como base para el desarrollo acelerado de la "nueva sociedad".
Un año después, en abril de 1972, en la clausura del II Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, Fidel Castro traza un conjunto de medidas concretas para implementar este desarrollo educacional.
Entre los temas inmediatos a emprender señala, la elevación de la calidad de la enseñanza en todos los niveles; resolver los problemas de la repitencia en los primeros grados y la deserción escolar entre los adolescente; desarrollo de la enseñanza técnico profesional y la superior.
También señaló como vital la preparación masiva de maestros y profesores, así como elevar el nivel de los maestros en ejercicio.
Desarrollar las escuelas de enseñanza media donde se aplique el principio martiano de la vinculación del estudio con el trabajo.
Impulsar un amplio plan de construcción de escuelas para la enseñanza media, tecnológica, centros de formación de maestros, escuelas especiales, etc.
El Ministerio de Educación inicia los estudios para desarrollar el Plan de Perfeccionamiento en el curso 1972-1973, cuyo objetivo era adecuar el sistema a las necesidades de la sociedad con una base científico-técnica y cultural moderna.
En noviembre de 1974 se aprueba el programa de estudios, de implantación progresiva en el período 75-81. El mismo establece la enseñanza general de 12 grados y obligatoria hasta el 9no grado.
El sistema se subdivide en: Enseñanza Primaria, Secundaria y Pre-Universitario, con los sub-sistemas de Pre-Escolar, Enseñanza especial, Técnica Profesional, Formación y Perfeccionamiento de personal docente, Educación de Adultos y la Educación Superior.
En el nuevo programa se le da un peso importante a las ciencias con un 39,2 % del tiempo total de clase, las Humanidades ocupaban el 36,6 % y el resto del tiempo en disciplinas complementarias de formación, Educación Laboral, Educación Física y Deporte.
Durante la década del 70 se experimenta un crecimiento de la matrícula, principalmente en la enseñanza media, en la que hubo una explosión, 520 mil alumnos en el curso 74-75 hasta 1 146 000 en el curso 80-81, como resultado de la extensión de la enseñanza a todo el país, los altos índices de escolarización y retención escolar.
Para atender esta gran población escolar se crean desde principios de la década las Escuelas Secundarias Básicas en el Campo (ESBEC), ubicadas en el campo como unidades docente-productivas en las que se aplicaba el principio de estudio-trabajo.
Para la ESBEC se crea un módulo arquitectónico prefabricado del sistema "Girón", que se construye en pocos meses y que daba al alumnado y al personal docente magníficas condiciones para desarrollar su labor docente educativa, desarrollar la cultura, la práctica del deporte y la jornada laboral en media jornada. En el quinquenio 71-75 se construyeron 232 ESBEC y al final de la década su número superaba las 900, diseminadas en los planes agrícolas de todo el país.
En estos centros se educaba el 40 % de los alumnos de la enseñanza media y constituían la base de la Revolución Educacional de este período que pretendían dar a los jóvenes una educación integral.
Para enfrentar este reto educativo se creó el Destacamento Pedagógico "Manuel Ascunce Doménech"(1972) a partir de un llamado hecho por Fidel Castro a los estudiantes de 10º grado para formarse como maestros de secundaria básica y simultanear el aprendizaje en los centros pedagógicos con la práctica de la enseñanza en las ESBEC bajo el principio de estudio-trabajo.
El talón de Aquiles de este esfuerzo de masificación de la enseñanza fue, la calidad de la enseñanza, dada por el uso masivo e imprescindible, en aquellas circunstancias, de profesores de poca experiencia, de una base educacional endeble y, mucho más dañino, el promocionismo[14]estimulado en dichas escuelas, que creó una imagen falsa de la calidad de la enseñanza y de la eficacia del método.
Pese a ello, el resultado de la aplicación del programa de enseñanza basado en la combinación del estudio y el trabajo resultó una positiva y novedosa experiencia sobre lo que puede hacer un país pobre para ponerse a la par de las naciones de más alto desarrollo en la esfera de la educación.
La educación de adulto continuó siendo una prioridad como continuidad de los esfuerzos del estado cubano por elevar el nivel educacional de los más desfavorecidos. La "Batalla por el sexto grado" dejó como saldo, 1 133 000 personas con ese nivel, hasta 1978, entre amas de casa, obreros y campesinos.
En las aulas nocturnas había una matricula de 326 mil personas en el curso 71-72, cifra que alcanzó su pico en el curso 76-77 con 701 mil alumnos para luego comenzar un lógico y progresivo descenso que lleva la cifra hasta 277 mil en el curso 80-81, motivado por el perfeccionamiento de la enseñanza que hacía decrecer el número de adultos sub-escolarizados.
La Enseñanza Técnico Profesional tenía 281 centros de estudios y 30 429 alumnos en 1971, cifra que se elevó a 214 615 en el curso 79-80, esto unido al Movimiento Juvenil que preparaba a los jóvenes que abandonaban los estudios por causas diversas y que sumaron varios miles, capacitó a un buen número de operarios, obreros calificados y técnicos medios para la economía nacional.
La Educación Artística se imparte en este período en 49 instituciones (curso 73-74), con poco más de 5 mil alumnos, destacándose la Escuela nacional de Arte de Cubanacán con capacidad para 700 alumnos en las especialidades de música, artes plásticas, teatro, danza moderna y ballet.
A partir del curso 74-75 entra en vigor el programa de perfeccionamiento para ala enseñanza artística que estipula la creación de tres niveles: Elemental, Medio y Superior, con los correspondientes estudios especializados y práctica profesional.
La formación de maestros es la base de estos grandes avances educacionales que experimenta el país. Primero con los conocimientos mínimos para enseñar y poco a poco, por medio de los planes de perfeccionamiento elevando el nivel académico de los docentes.
En 1970 el MINED elabora un programa especial para la titulación de los maestros no graduados, que representaba el 70 %, implementándose el Sistema Nacional de Enseñanza Pedagógica.
En 1972 comienza la construcción de escuelas Pedagógicas para la formación de maestros para la enseñanza primaria que en 1976 ya alcanzaba la cifra de 25 centros con 35 mil alumnos.
A pesar de esos esfuerzos los maestros titulados eran apenas el 45,2 % en 1975 y la necesidad de maestros y profesores aumentaba.
En 1972 se crea el Destacamento Pedagógico "Manuel Ascunce" con graduados de 10mo grado que simultaneaba el estudio con el trabajo en las ESBEC. El primer contingente contó con 4 300 miembros, cuya graduación se produjo en 1976. En el período 1976-1980 el Destacamento pedagógico graduó a 22 840 profesores para la enseñanza media, lo que unidos a los maestros de primaria hacen un total de 151 mil maestros y profesores graduados en esta etapa.
A partir de 1978 comenzó el perfeccionamiento del Destacamento Pedagógico, elevando el nivel de ingreso a 12mo grado, con un plazo de estudio de cuatro años.
La Enseñanza Superior no quedó fuera de este crecimiento dinámico, en el curso 71-72 su matrícula era de 36 877 que a partir de ese curso entraban a la Universidad por un sistema de cuota por carreras y especialidades. De acuerdo con esta "cuotas" las carreras tecnológicas recibían el 34 % de los ingresos, medicina el 20 %, agropecuaria y pedagogía un 8 % respectivamente y así iban bajando las cuotas en las otras carreras que se estudiaban en Cuba. El objetivo era que los estudios universitarios respondieran a las necesidades de la sociedad y la economía del país.
En el quinquenio 71-75 se graduaron 21 243 profesionales de los cuales un 29 % en medicina, 18 % en tecnología, 20 % en pedagogía y un 12 % en especialidades agropecuarias, en un país de economía agrícola, monoproductor y dependiente de la exportación del azúcar.
En el curso 75-76 comenzó la estructuración de la enseñanza superior en Cuba que culminó con la creación del Ministerio de la Enseñanza Superior (MES), con Fernando Vecino Alegret como titular.
Al MES se le encargó la creación y ejecución de una política única para la formación de profesionales, la organización de las investigaciones en los altos centros de estudio y la enseñanza postgraduada en dichos centros.
Para el curso 77-78 existían en Cuba 27 centros de educación superior con 124 973 estudiantes, al cierre del período en 1980 la cifra de estos centros se elevaba a 32, que junto a las academias militares y la Escuela Superior de PCC sumaban 39.
Como parte del perfeccionamiento de la enseñanza universitaria y aplicando el principio de universalización de la enseñanza se aprueba en el curso 79-80 la modalidad de "enseñanza libre" para las carreras de Historia, Derecho y Contabilidad, con el único requisito de poseer el nivel escolar. En este primer curso matricularon 35 mil alumnos.
Complementando el sistema de enseñanza se crea en el país un costoso sistema de Campamentos y Palacios de Pioneros, dirigidos por la Organización de Pionero José Martí (OPJM), semejante a los que existían en los países socialistas de Europa del Este, en los que se pone énfasis en la enseñanza artística y el desarrollo vocacional de niños y adolescentes. Los mayores de estos centros fueron: el Palacio Central de Pioneros, en el Parque Lenin, La Habana; la Ciudad de los Pioneros "José Martí" en Tarará, La Habana y el Campamento Internacional de Pioneros 26 de Julio, en Varaderos. De ellos solo funciona como tal el Palacio de Pionero.
El Ministerio de Cultura crea el Sistema de Casa de Cultura, base del Movimiento de Artistas Aficionado, y que en 1979 ascendían a 82 en todo el país. En ellas se desarrolla un programa de enseñanza artística y literaria de forma masiva, creando cientos de grupos de aficionados que mantenían una animada programación en dichas instituciones y en las comunidades. La activa vida cultural de la década del 70 se nutrió con estos aficionados guiados por un claustro de instructores de arte, que llevaron a muchos de estos artistas y grupos a descubrir y desarrollar una carrera en el arte y la cultura, en medio de las serias restricciones que la política cultural de aquellos años hacían a la libertad de creación, prohibiendo autores, obras y artistas, bajo el manto abarcador del "diversionismo ideológico"
Un fuerte impulso recibe la creación de museos en todo el país, ya no en base a las riquezas y el patrimonio expropiado a la burguesía cubana, sino por la paciente labor de los investigadores en el estudio de las historias locales, la recopilación de evidencias patrimoniales de las mismas y la colaboración del pueblo.
En diciembre de 1978 existían en Cuba 66 museos en doce de las catorce provincias cifra que crecería a partir de la promulgación de la Ley 23 de 1979 que estipula la creación de un museo en cada Municipio. La pasividad de la proyección trabajo por consecuencia el surgimiento de muchos museos con pequeñas colecciones, apoyadas en un guión museológico homogéneo basada en la lectura oficial de la historia de Cuba, en el que poco se veía la Historia Local.
En la década se institucionaliza el cuidado de Patrimonio Nacional a través de la Ley 2 de 1977, sobre los Monumentos Nacionales y Locales, en enero de 1978 se crea la Comisión Nacional de Monumentos, con la misión de proteger el patrimonio nacional. El 10 de octubre de ese mismo año se da a conocer la primera lista de 57 Monumentos Nacionales de todo el país.
La red nacional de biblioteca contaba en 1978 con 142 bibliotecas públicas y más de 2 millones de volúmenes, asesoradas por la Biblioteca Nacional José Martí, que orienta y actualiza las formas de catalogación bibliográfica, la conservación y el incremento de las colecciones.
Paralelo a esta red el Ministerio de Educación crea su propio sistema de bibliotecas escolares con 1500 de ellas en 1978, su objetivo era el servicio escolar y el fomento de hábitos de lecturas entre niños y jóvenes.
El Ministerio de Educación Superior tiene en sus instituciones bibliotecas de sólidas colecciones que responden a las necesidades docentes e investigativas de sus profesores y estudiantes, las más importantes radicaban en las Universidades de La Habana, Santiago de Cuba y Santa Clara.
La Revolución Cubana iniciada en 1959 reafirma en esta década su voluntad de transformar de raíz a la sociedad cubana, en muchos casos rompiendo con una tradición cultural y académica que luego hubo que retomar para reencontrarnos como sociedad y pueblo y teniendo como logro mayor e inobjetable el desarrollo de una educación masiva basada en la tradición de la enseñanza cubana y enriquecida por el acervo cultural de la humanidad, a veces matizado, politizado y sobre la base de esquemas que irán cambiando paulatinamente.
Libros para todos
Con la revolución educacional de los 70 el libro en Cuba adquirió una fuerte demanda, tanto para la educación como para la cultura en general. El libro se hizo base del desarrollo cultural cubano con tiradas millonarias, su calidad de diseño y su bajo costo.
Tras el I Congreso de Educación y Cultura la prioridad en la producción poligráfica se puso en los libros para la enseñanza, que representaban el 50 % de la producción, distribuidos en forma gratuita a millones de estudiantes de todos los niveles.
También la producción comercial de libros elevó sus cantidades, priorizándose la reimpresión de los clásicos cubanos y universales de la literatura; los libros de divulgación científica, los libros de historia y de temas políticos, que junto a una gran variedad de otros temas, hicieron de este el período más floreciente en la producción editorial cubana.
Estos libros se pusieron a la venta con precios muy bajos lo que permite hablar de una popularización del libro y un crecimiento del nivel de lectura de la población.
"En los libros que se imprimen en el Instituto del Libro, la primera prioridad la deben tener los libros para la educación, la segunda prioridad la deben tener los libros para la educación y la tercera prioridad la deben tener los libros para la educación"[15]
Junto con la producción de libros nacionales también se importan grandes cantidades, principalmente de la Unión Soviética y el Campo Socialista, de temáticas educacionales, infantiles, juveniles, científico-técnica y político-sociales.
En 1972 Cuba organizó un amplio programa para sumarse al "Año Internacional del Libro", proclamado por la UNESCO, organizando un Plan masivo de Lectura, cuya iniciativa parte del Congreso Nacional de Educación y Cultura, creando más de quinientos círculos de lecturas en todo el país, con el fin de fomentar el hábito de la lectura.
Para cerrar el Año Internacional del Libro se organizó en La Habana el I Forum sobre Literatura Infantil y Juvenil, con la presencia de 140 delegados y 27 ponentes. Tratando temas como la influencia de la literatura en las nuevas generaciones, la acción del maestro en la formación de la sensibilidad estética del los educandos, el acceso de los niños a las bibliotecas y la atención del joven campesino.
El Instituto Cubano del Libro creado en 1967 se desenvolvió como organismo rector de esta esfera hasta 1977. En ese año se crearon ocho editoriales como empresa independientes y en 1979 vueltas a reagrupar en dos empresas: una dedicada a los libros para la educación y la otra para el resto de la producción poligráfica.
En 1977 el número de editoriales del MINCULT era de siete: "Pueblo y Educación", "Científico-Técnica", "Ciencias Sociales", Arte y Literatura", "Orbe", "Gente" y "Oriente". En 1978 se incorpora "Letras Cubanas" que tenía como objetivo la producción de literatura cubana, tanto clásica, como contemporánea; y "Gente Nueva" para las temática infantiles y juveniles.
Otras tres editoriales complementan el sistema editorial cubano: "UNION" de la UNEAC, "CASA" de la institución Casa de las Américas y la Editora Política" del CC Central del PCC.
En 1980 se crea la "Editora Abril" de la Unión de Jóvenes Comunistas que agrupa las revistas de temáticas juveniles y la edición de libros del mismo perfil.
Durante la década la producción en volúmenes y en número de títulos creció de 19 893 000 ejemplares y 883 títulos, a 42 627 300 ejemplares con 1143 títulos en 1980, con un pico de 48 646 200 y 944 títulos en 1975.[16]
Semejante esfuerzo no hubiera sido posible sin la colaboración técnica de los países socialistas europeos, que elevaron la calificación de los obreros gráficos cubanos e introdujeron nuevas tecnologías que permitieron elevar la capacidad y calidad de la poligrafía cubana.
La máxima expresión de lo anterior fueron los poligráficos, "Federico Engels", en La Habana (1972) y "Juan Marinello", de Guantánamo (1977), ambas con la mejor tecnología del momento y un alto volumen de producción.
Durante este período está vigente el no reconocimiento del "Derecho de Autor", como forma de contrarrestar la negativa de autorización de muchas editoriales extranjeras para imprimir en Cuba, libros necesarios para la educación y la cultura popular. Esto dio lugar a las publicaciones de las Ediciones Revolucionarias, sin ánimo de lucro y a la renuncia de los derechos de autor de los creadores cubanos.
Mejoradas las tensiones políticas, en 1977 se restablece el Derecho de Autor en Cuba y se crea el Centro Nacional de Derecho de Autor (CENDA), adjunto al MINCULT.
Periódicos y Revista
En la década de los 70s se hace más evidente en la prensa cubana, su tendencia al monolitismo ideológico, sin matices, empobrecedora del lenguaje y cerrada en sí misma, como reflejo de todos los medios de comunicación del momento: la noticia centralizada y autorizada, los comentarios triunfalistas y exaltadores.
Los periódicos nacionales son, "Granma", órgano del CC del partido; "Juventud Rebelde", órgano de la UJC y "Trabajadores", órgano de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), fundado en 1970.
La revista "Bohemia", decana del medio, mantiene su popularidad, por su variedad de tema, su ligera mirada al mundo más allá de las guerras y los conflictos ideológicos, a más de la calidad de sus periodistas y colaboradores; junto a "Verde Olivo" (FAR) y "Mujeres" (FMC), sectoriales estas dos últimas, completan las revistas de mayor tirada y aceptación en la población.
Se editan numerosas revistas especializadas en arte, literatura y cultura en general, entre las más prestigiosas por su calidad están: Revolución y Cultura, Unión, Casa, La Gaceta de Cuba, Caimán Barbudo, Universidad de La Habana, Isla, Signo, etc., todas fundada en la década de los 60 pero imprescindible para conocer la vida artística, literaria y académica de este período. A ellas se une "L/L" y "Santiago" creadas en 1970 por el Instituto de Literatura y Lingüística y la Universidad de Oriente, respectivamente. En 1971 aparece la revista "Educación" del MINED, con frecuencia trimestral y especializada en temas pedagógicos. La Agencia Prensa Latina comienza publicar la revista "Prisma", de regularidad mensual, de información general y un diseño e impresión de mucha calidad.
La historia cultural y social de Cuba durante este período fuera de los procesos transformadores que apoyó la mayor parte del pueblo, apenas fueron reflejados por estas publicaciones, el ensayo y los artículos de fondo o con temas históricos, tendía una mirada al pasado, "bien atrás" del país, con aportes significativos, en muchos casos parcializados, y tuvimos que esperar más de veinte años, para discutir los graves problemas de dogmatismo, intolerancia y falta de libertad que caracterizaron este período de institucionalización, que dejó a un lado el romanticismo de los sueños, para imponer una sociedad "gris" y chata que aún está por estudiar.
Escribiendo a pesar de todo
Los años 70s son un controvertido período para la literatura cubana dadas las presiones ideológicas que recibió el escritor cubano por el sistema establecido, contrastante con el reconocimiento social de importantes figuras ya clásicas en la literatura insular, como son los caso de Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Mirta Aguirre, Dora Alonso y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Algunos ya no en su mejor momento creativo, pero si aportando al "compromiso social", lo mejor de su oficio y magisterio.
Por otro lado la implantación de una política cultural rígida, intolerante y dirigista, llevó a la marginación callada de otros importantes creadores como José Lezama Lima, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, César López, Lina de Feria y Virgilio Piñeras, entre otros, que dejaron de ser publicados y aunque no prohibidos oficialmente sufrieron una marginación evidente y humillante durante esta década "gris". A pesar de esto permanecieron en Cuba y continuaron creando.
La literatura de compromiso social, no solo se privilegió, sino que casi se impuso como único modo de hacer literatura en un entorno donde proliferaron los autores menores, que aprovecharon bien su momento de oportunidad para cantar, rasgarse las túnicas y ser acosadores de los que se "marginaban" o "hacían una literatura de élite alejados del pueblo", muchos de ellos traicionaron las ideas que defendieron o se perdieron en la mediocridad del tiempo.
El "Quinquenio Gris"[17], como lo bautizó Ambrosio Fornet a esta etapa de la historia cultural de Cuba dejó en la literatura una huella de mediocridad evidente que se ve reflejada en muchas de las obras publicadas en este período.
El testimonio es el género más difundido en estos años, con una calidad desigual, desde la elaborada literatura a la simple crónica de hechos; de lo realmente trascendente al panfleto, casi informe burocrático.
Con la Revolución el testimonio alcanza categoría de género, necesario para rescatar el pasado y para darle voz a la "gente sin historia". El estímulo le vino con la convocatoria a los concursos literarios, comenzando con el prestigioso "Casa de las Américas" en 1970 y el "26 de Julio" del MINFAR en 1971.
"Sirvió como ningún género a la propaganda revolucionaria y en bastantes ocasiones el contenido superó a la forma"[18]
Incursionan en el género por igual, protagonistas de los hechos, historiadores, periodistas y escritores profesionales, motivados en buena parte por el apoyo oficial que recibía el género y la rápida publicación de las obras.
La épica revolucionaria de la insurrección y los primeros años de la Revolución, acaparan la atención temática del testimonio: "La batalla del Jigüe" (1971) de José Quevedo; "El punto rojo de mi colimador" (1974) de Álvaro Prendes; "Aquí se habla de combatientes y bandidos" (1975) de Raúl González del Cascorro; "Bajando del Escambray" (1976) de Enrique Rodríguez Loechez; "Tiempo de Revolución" (1976) de Quintín Pino Machado y "¡Compañía atención!" (1976) de Héctor Zumbado y Arnoldo Tacoronte, son ejemplos de ello.[19]
Un interesante conjunto de testimonios sobre la lucha clandestina en Santiago de Cuba fue recogido la revista Santiago en 1975[20]y fue una muestra de recopilación de datos y opiniones para los historiadores, pero nada más.
Otros temas tratados por el testimonio fueron los cambios sociales propiciados por el proceso revolucionario, un ejemplo lo fue "Lengua de pájaro" (1971) de Nancy Morejón y Carmen Gonce, sobre la historia del pueblo minero de Nicaro en Holguín, modo de adaptarse a los cambios y de serviciar, poniendo el oficio en función de la ideología.
"MINAZ-608: coloquio en el despegue" (1973) de Roberto Branley, es un ¡testimonio por encargo! sobre la zafra azucarera, producto del ¡convenio de la UNEAC y el Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido! Abiertamente burocrático y ejemplo de lo que se esperaba de la cultura al servicio de los intereses del estado.
Enrique Cirules aborda en "Conversación con el último norteamericano" (1972), el tema de la composición del etno cubano en el siglo XX, en tanto Rigoberto Cruz aborda en dos obras el pasado pre-revolucionario de la sociedad cubana: "Muy buenas noches señoras y señores" (1972) sobre los avatares de una familia de cirqueros en la Cuba de la Republica burguesa y "Guantánamo Bay" (1977), acerca de la prostitución en la zona de Guantánamo y su vinculación con la Basa Naval de los Estados Unidos., en el que su autor acude a los testimonios múltiples para reconstruir una realidad histórica. Obras aportadoras a la reconstrucción del hombre sin historia, aunque la objetividad queda parcializada.
"El testimonio cubano es ante todo literatura de servicio que en la década del 70 fue potenciado e impulsado por los Concursos literarios del país y las autoridades que vieron en el género una forma de hacer "realismo socialista" aún sin nombrarlo."[21]
Otro género potenciado por la "política cultural" de estos años fue la literatura policial y de espionaje, tenidos por mucho como género menor y parte de la cultura de masas burguesa.
La falta de una tradición en este género no fue óbice para quienes diseñaron impulsar el mismo como forma de dar a conocer el enfrentamiento exitoso de la Revolución Cubana y sus órganos policiales y de seguridad a los enemigos políticos, los agentes extranjeros y la delincuencia común, no solo en la narrativa sino en otros medios como el cine, la radio, la televisión y el cine, lo que marca todo este período.
Fue el Ministerio del Interior (MININT) quien impulsó esta literatura con su concurso "Aniversario del triunfo de la Revolución" convocado des 1971 hasta la actualidad y su revista "Moncada" donde se comenzaron a publicar estos relatos y cuentos.
El estímulo de publicación atrae hacia la literatura policial a escritores y protagonistas de los hechos, que cuentan desde la perspectiva de la Revolución, aunque no siempre la calidad estética acompañó el empeño.
El boom del policíaco cubano parte de la vieja fórmula del policial norteamericano, con transposición maniqueísta y facilista a la nueva realidad cubana. Los personajes divididos en "buenos" y "malos"; "honestos y perfectos revolucionarios" frente a "delincuentes contrarrevolucionarios casi siempre deformados por ser lacras del pasado".
El resultado fue una literatura de poca elaboración, reproducidas en grandes tiradas, para un lector que gusta del género, solo que ahora cambia de sentido ideológico.
"Enigma para un domingo" (1971), novela de Ignacio Cárdenas Acuña, inicia el auge del policial cubano. Muy cercana al modelo de la "novela negra norteamericana", con detective incluido y su individualismo deductivo como forma de tránsito.
Las obras que le continúan sustituyen el héroe individual por el colectivismo, que va desde la organización policíaca a los CDR. Esa transición se muestra en los cuentos de Armando Cristóbal, "La ronda de los rubíes" (1973) y "El cuarto círculo" (1976) de Guillermo Rodríguez Rivera y Luis Rogelio Nogueras.
Sobresaliente novelista policial lo fue desde su debut el uruguayo radicado en Cuba, Daniel Chavarría, "Joy" (1977), quien junto a Nogueras y Guillermo Rivera, forman parte del reducido grupo que dan un tratamiento literario más marcado a este género, por sus búsquedas constantes y los procedimientos narrativos novedosos.
Otra de las figuras destacadas del policial cubano lo fue Rodolfo Pérez Valero, que se da a conocer con "No es tiempo de ceremonia" (1974) y los libros de cuento, "Para vivir más de una vida" (1976) y "Ahora se cuidan las semillas" (1976). Valero domina la técnica literaria y el lenguaje, con un delicado humor en medio de una generalidad de relatos lineales y de poca elaboración, que desarrolla la trama sin más disquisiciones que la retórica.
Otros libros y autores del policial cubano de los 70s fueron: "Pruebe usted ese crimen teniente" (1973) de Ignacio Cárdenas Acuña; "Colmillo de Jabalí" (1973) y "El Lagarto" (1973) de Nancy Robinson; "Veredicto, culpable" (1975) y "Un caso de archivo" (1975) de Armando Cristóbal y "A la luz pública" y "Triángulo en el hoyo ocho" (1978) de Luis Adrián Betancourt.
La narrativa de espionaje aparece un poco después que la policial, inaugurada con "Los hombres color del silencio" (1975) de Alberto Molina y continuada por autores como Armando Cristóbal, Díaz Valero, Francisco Alderete y Luis Rogelio Nogueras.
El saldo de la narrativa policial cubana es desigual, por un lado se publicaron cientos de títulos que dieron la impresión de un género arraigado, cuando en realidad no hubo decantación, en tanto la calidad media era baja con obras que no se alejan mucho de la memoria policíaca.
La literatura policial como el testimonio, fueron géneros coyunturales y aupados por el apoyo oficial, a los que se sumaron gente con oficio que hizo alguna obra digna y los oportunistas de siempre con mediocridades que no resisten el paso del tiempo.
Dentro de este boom cubano por el género policial, el delito "(…) más que u atentado a la moral, es un reto a la nueva sociedad, de ahí que en gran parte de las novelas se vincule la delincuencia común a la contrarrevolución"[22]
"Usado y abusado se ha –en la literatura policial- de los argumentos tremendistas y facilistas que se alargan demasiado, de un lenguaje descuidado, del maniqueísmo de los personajes que predominaron en la década del 70 en cuentos y novelas"[23]
La obra poética de la primera parte de la década del 70 está marcada por la política cultural trazada por el Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971 y la limitación de publicar a los mejores poetas del conversacionalismo cubano, dejando en el silencio editorial a poetas como César López, Pablo Armando Fernández, Rafael Alcides, Antón Arrufat, Heberto Padilla, Belkis Cuza y otros importantes creadores, provocando lo que algunos críticos llaman un vacío creativo[24]que coincide con este período de tenciones conocido como "quinquenio gris" y del que se fue saliendo poco a poco. "(…) El conversacionalismo cubano no dio el salto hacia la trascendencia y su desarrollo quedó estancado en 1971."[25]
Poco a poco va surgiendo una nueva hornada de poetas, menos coloquiales, conocidos como la "segunda generación del Caimán Barbudo", cuyas características grupales pueden resumirse en la exploración de nuevos temas, mayor apertura a la realidad, búsqueda de la individualidad y un mayor trabajo con la metáfora que sustituye la retórica cruda de sus antecesores. Forman parte de esta generación, Marilín Bobes, Raúl Hernández Novas, Aramís Quintero, Abilio Estévez, Yoel Mesa, Luis Llorente y Reina María Rodríguez, entre otros.[26]
Luis Rogelio Nogueras publica en 1976 su poemario, "Las quince vidas del caminante", libro de madurez poética con poesías basadas en fabulaciones que deja entrever al narrador que también es su autor. Poesía de sabiduría y oficio que lo conceptúa entre los mejores poetas cubanos.[27]
A finales de los 70 se da a conocer un nuevo grupo de jóvenes poetas que abandonan definitivamente los temas explícitos para ahondar en sí mismo y abordar la realidad de forma personal. De este grupo forman parte, Alberto Serret, Roberto Méndez, Osvaldo Sánchez y Ramón Fernández Larrea.
"Detrás de ellos estaba el vacío del Quinquenio Gris, el predominio de criterios dogmatizantes en amplias zonas de la cultura y en general en la ideología del país y que provocó que cerca de una veintena de los más importantes poetas cubanos vivos dejaran de ser publicados en libros y revistas y que primara una preceptiva reductora que a la vez que se ejercía sobre la literatura y su tradición, imponía modos y deberes a los autores emergentes"[28]
La década es fructífera para los poetas establecidos, se publican poemarios de Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Félix Pita Rodríguez, Angel Augier, Samuel Feijoo, Jesús Orta Ruiz, Raúl Ferrer, Fayad Jamís, Roberto Fernández Retamar, Pedro de Oráa, Luis Marré, Luis Suardiaz, David Cherician y Roberto Branly, con obras de madurez y oficio que no pudieron ocultar la realidad de intolerancia y dirigismo que caracterizaron esta década.
Mención aparte para el poemario "Alrededor del punto" (1971) de Adolfo Martí, que inicia un momento renovador para la décima y las formas clásicas de la poesía en general. Tras sus huellas aparecen poetas que manejan la décima como modo de expresión, Efraín Monciego, Anilcis Arévalos, Waldo González y Osvaldo Navarro.
Fuera de Cuba un joven cubano inicia una carrera poética en otro ambiente cultural, pero manteniendo vasos comunicantes con la cultura cubana. Es José Koser (1940), nacido en La Habana, de origen judío y radicado en los Estados Unidos. Publica su primera obra en 1972, "Padres y otras profesiones" al cual seguirán otros cuadernos en la década y posterior.
Su poesía es intensa, experimental e indagadora en los recuerdos de su infancia y de su patria, escritas en español. Su gran cultura y el hecho de moverse entre múltiples influencias hacen de su obra una de las más interesantes de la literatura contemporánea en nuestro idioma.
En la novela los temas épicos van dando paso a las problemáticas de la construcción del socialismo que tiene en Manuel Cofiño su más importante exponente. "La última mujer y el próximo combate" (1971), su primera novela[29]presenta personajes marginales o inadaptados que tratan de vivir en la nueva realidad social del país, sumarse a la obra de construcción de la nueva realidad que los favorece pero le exige cambios, incondicionalidad y sacrificios espirituales, que el autor resuelve de modo ideal con su asimilación al "futuro luminoso".
La forma de escribir de Cofiño lo acercan a las tendencias del realismo socialista, pero fluidez y belleza al narrar situaciones con ligera influencia del realismo mágico latinoamericano. Lenguaje claro y lineal que lo llevan a convertirse en el narrador más leído de la década.
Junto a sus novelas, sobresalen sus cuentos para adultos y para niños, enmarcados dentro de una obra de compromiso social con la Revolución. Realismo bello y necesario para reflejar los cambios en el andamiaje social cubano, que Cofiño asume de modo militante, para hablar del hombre frente a los problemas de la construcción del socialismo, como ente cambiante ante las transformaciones sociales y las presiones ideológicas, resaltando su conducta ante esos cambios, pero exaltando su protagonismo como parte de la sociedad, supeditando su individualidad.
Otros creadores siguieron otros derroteros estilísticos y metodológicos, creando una fecunda controversia en la que el apoyo oficial era evidente por el realismo reflejo social, frente a otras formas creativas.
Otros libros suyos en este período fueron: "Cuando la sangre se parece al fuego" (Novela, 1975), "Para leer mañana" (Noveleta, 1976), "Un día el sol es juez" (Cuentos, 1976) y "Un pedazo de mar y una ventana" (Cuentos, 1979)
En la segunda mitad de los 70s aparece un nuevo grupo de escritores que recrean ideas y temas ya explorados pero a través de nuevas perspectivas. Manuel Pereira y su novela, "El Comandante Veneno" (1977), será el que marque la presencia de estos jóvenes. Su novela tuvo muy buena acogida de la crítica por el abordaje novedoso de un tema como la Campaña de Alfabetización, 1961, ya tratado por otros autores. Otros novelistas de este grupo lo fueron, Raúl García Dobaño, Omar González y Alfredo Antonio Fernández.
Dentro de las novelas publicadas en esta etapa aparecen obras que retoman la tradición histórica del pueblo cubano, para presentar obras de dispares facturas, tales son los casos de, "Por el rastro de los libertadores" (1973), de Alfredo Reyes Trejo y "De Peña Pobre" (1979), la única novela de Cintio Vitier. Otra novela de mucho interés es, "Brumario" (1980) de Miguel Cossío, enfocada a reflejar la situación del hombre en medio de los cambios sociales que se producen en Cuba.
Un notable narrador de este período lo fue David Buzzi, que alcanza una plenitud creadora en esta etapa, sus temas giran alrededor de la Revolución y dentro de ella los temas de la mujer en su búsqueda de la igualdad, algo que se hace recurrente en su obra. De este período son, "Caudillo de difuntos" (1975), novela; "Viejas historias para un mundo nuevo" (1976), cuento; "El juicio final" (1977) y "Cuando todo cae del cielo" (1978), ambas novelas.[30]
Soler Puig da a conocer, "El pan dormido" (1975), caracterizada por las búsquedas formales y estéticas dentro del realismo. Se muestra dueño de sus recursos narrativos y con mirada abarcadora retoma la temática de una familia de clase media en Santiago de Cuba, antes de 1959. Muchos críticos la consideran su obra más acabada. Un año después publica "El caserón" que no llega a la altura de la primera y con una línea temática similar de análisis de la sociedad pre-revolucionaria.
"Independiente del término que se utilice más allá de una denominación absoluta (…), es notorio que en la década del 70 puede comprobarse el arribo a una perspectiva cuantitativamente superior en la recreación de la realidad revolucionaria, lo cual no implica necesariamente el surgimiento de obras más logradas en su facturación artística"[31]
Alejo Carpentier está en su momento de consagración como la principal figura del neo-barroco latinoamericano, en 1974 publica, "El recurso del método" y "Concierto barroco". La primera se une al ciclo de las novelas dedicadas a los dictadores latinoamericanos, con lenguaje más claro y lineal que lo habitual en su obra.
La crítica considera que al abandonar su estilo consagratorio, el novelista se desarmoniza y que su densidad culterana deja paso a la retórica comprometida y que solo el oficio salva una obra como esta.
Mucho más notable y dentro de su estética narrativa es "Concierto barroco" en el que despliega la densidad de su amplia cultura y su lenguaje de claro-oscuro, un compendio de la sonoridad universal resumida en América Latina, la tierra de la fragua, de los asombros y de lo "real maravilloso".
Cerrando la década Carpentier publica dos nuevas novelas dentro de su "nuevo estilo" "La consagración de la primavera" (1978), novela autobiográfica, la más política y de mayor compromiso político social; y "El arpa y la sombra" (1979) en la que desmitifica con oficio el mito de Cristóbal Colón.
En esta década aparece de forma póstuma la novela inconclusa de José Lezama Lima, "Oppiano Licario" (1977), que continúa dentro de la dimensión artística y la experiencia poética del autor, como parte de un proyecto mayor titulado "Inferno"[32]
Dentro de la densidad lingüística del neo-barroco trabaja Severo Sarduy, cubano radicado en París. En 1972 publica "Cobra", novela experimental y simbólica, de una compleja estructura, en la que su trama es un pretexto para el lúbrico devenir de la palabra. Con ella el autor anda en busca de su identidad extraviada, lejos y cerca a la vez, unida a las nociones de su isla y a las nuevas experiencias culturales que alimentan su creación. Dentro de similares parámetros está su segunda novela, "Maitreya" (1974).[33]
Otro narrador cubano emigrado, el controvertido Guillermo Cabrera Infante, escribe tres libros que continúan el tema habanero de su primer libro. Es una vuelta a lo mismo, obsesionado por un pasado que no lo abandona. La misma añoranza, pero no de la patria esencial, sino del mundo que barrió la Revolución. A pesar suyo lo popular está en sus juegos de palabras, sus refranes tergiversados y la amargura de la desesperanza y desarraigo. Estos tres libros fueron, "Así en la paz como en la guerra" (1974), "Vista del amanecer en el trópico" (1974) y "La Habana para un infante difunto" (1979)
La épica revolucionaria ocupa un lugar importante en la temática de la cuentística y la narrativa cubana en general durante este período, escrita por creadores que continúan la tradición iniciada en la década de los 60s: Enrique Cirules y su compilación, "Los perseguidos" (1971); Noel Navarro, "La huella del pulgar"(1972); Joel James, "Los testigos" (1972); Sergio Chaple, "Hacia una luz más pura" (1972); Gustavo Eguren, "Los lagartos no comen queso" (1975) y Antonio Grillo Longoria, "¿Qué color tiene el infierno?" (1975), entre otros, son un muestrario de esta narrativa que tiene como gran tema el enfrentamiento del pueblo y el estado revolucionario contra los grupos de alzados y organizaciones clandestinas que apoyados por los Estados Unidos tratan de revertir el proceso de cambios en Cuba.
En medio de este panorama se produce la llegada de un nuevo grupo de cuentistas, que partiendo de estos mismos temas, ya no acuden a la épica, sino al lenguaje más cotidiano para contar sobre la nueva realidad. El mundo y la gente alcanza con ellos nuevos matices, se enriquecen los personajes y se complejizan los conflictos. Encabezan esta nueva promoción, Rafael Soler (1940-1980), autor de dos libros de cuento que marcan un giro en este género entre nosotros: "Campamento de artillería" (1975) y el memorable, "Noche de fósforos" (1976), este último anunciador de un creador con oficio y calidad truncado por la muerte que le sorprende aún muy joven.
"Soler concentra sus esfuerzos en el aspecto estilístico. Su prosa no es imaginativa, metafórica, sino desnuda, seca, más próxima a la de ciertos narradores norteamericanos contemporáneos"[34]
De esta generación son Mirta Yañez, "Todos los negros tomamos café" (1976); Rosa Ileana Bidet, "Alánimo-Alánimo" (1977); Omar González, "Nosotros los felices" (1978) y "Al encuentro" (1978); José H. Rivero, "En el último instante" (1977) y "De las cenizas a los tomeguines" (1976); Alberto Batista Reyes, "Uno de los mil días" (1976) y "Once mandamientos" (1977) y José H. Barbán, "Las huellas de un camino" (1975).[35]
Eduardo Heras León publica "Acero" (1977) recopilación de cuentos sobre temas de los trabajadores fabriles, que escapan al molde del realismo socialista al tratar al hombre en la ambivalencia de las circunstancias sociales de la Cuba Socialista, su obra marca una pauta para la literatura cubana en revolución.
Párrafo a parte para un controvertido prosista de este período Jesús Díaz[36]quien desde mediados del los 60, se presenta con "Los años duros", paradigma de esta cuentística épica de la Revolución, a más de liderar al grupo de los más radicales escritores de izquierda, cuya influencia fue muy importante en el giro de intolerancia de la política cultural de la Revolución en aquellos años. De este período son sus libros, "De la patria y el exilio" (1978) y "Canto de amor y de guerra" (1979) continuadores de esta línea épica de sus inicios, visión reforzada por "(…) un tono más o menos violento e iconoclasta en el discurso narrativo y una remisión más o menos directa a los conflicto del individuo con su época"[37]
En 1987 se publica en La Habana la novela, "Las iniciales de la tierra" de Jesús Díaz, novela de este período de los 70s, engaveta por su autor dada la "inconveniencia de sus dudas" reflejadas en el personajes de su obra, moviéndose en el vórtice del proceso de estos años. Esta novela, de fuerte repercusión entre los intelectuales en el momento de su aparición, "(…) ha dejado en un punto de suspenso el sentido de toda su obra"[38]
Senel Paz obtiene en 1979 el Premio David de la UNEAC con un libro que será preámbulo a la narrativa intimista de lo cotidiano, predominante en los años 80s, "El niño aquel". La historia esta vez recontada desde la óptica de un niño con el consiguiente encanto mágico de su fantasía, no es una visión inocente sino una mirada al pasado reciente esteriotipado y deslumbrador.
Un narrador humorístico de estilo sui géneris lo fue Héctor Zumbado creador de cuentos y viñetas que pone el dedo en la yaga sobre los problemas e imperfecciones de la nueva sociedad, que muchos achacan a los "rezagos del pasado", cuando en realidad se deben a nuevos males que asoman, la incompetencia, el burocratismo, el dirigismo y otras etc., que harían largo el recuento. Publicadas en el periódico Juventud Rebelde este humor costumbrista aparece recogido en libros como: "Limonada Joe" (1979) y "Reflexiones" (1980).
Continuador de una tradición que se remonta al siglo XIX, Zumbado la emprende contra lo mal hecho en el plano de las costumbres sociales, las actividades de los servicios y especialmente en las gastronómicas, en una quijotesca cruzada que enfrente los problemas y defectos de la sociedad cubana.
La narrativa de lo fantástico y la ciencia ficción ya tiene desde décadas anteriores una tradición arraigada que continua ahora con Oscar Hurtado y su libro, "La ciudad de Korad" y "¿A dónde van los cefalópodos?", en colaboración con el padre de este género entre nosotros Ángel Arango, quien también dio a conocer dos libros de relatos fastáticos, "El fin del caos llega quietamente" (1971) y "Las criaturas".
La ciencia ficción dada con ciertos tonos de humor está presente en el relato de prosa reflexiva y poética de Miguel Collazo, "El Arco de Belén", en tanto Daina Chaviano, "los mundos que amo" (1979), Agustín Rojas, "Espiral" (1980) y Félix Lizarraga, "Beatrice" (1980), completan el panorama de esta temática narrativa en Cuba.
La literatura teatral desanda por este período de presión y compromiso en el que se proliferan los grupos de creación colectiva que hacen básicamente un teatro sociológico creando obras que tiene como base una investigación de campo basada en los testimonio. El Grupo escambray es el paradigma de este estilo creativo que tiene una función didáctico-ideológica por encima de cualquier otra consideración estética y dramática.
Se escriben obras basadas en estas investigaciones sociológicas en las comunidades donde están asentados los grupos y enriquecidas por la participación activa del público en inter relación con los actores. "La vitrina" (1971) de Albio Paz inicia esta nueva forma de teatro-testimonio de gran inmediatez, tras la cual surgen otras similares, "El paraíso recobrado" (1973) y "El rentista" (1974), del mismo autor del grupo Escambray.
Otros miembro del grupo Escambray escriben para este teatro: Gilda Hernández escribe "El juicio" (1973); "Ramona", "Los novios" y "La Emboscada" son de la autoría de Roberto Orihuela y Sergio González con "Las provisiones" (1975), completan un repertorio teatral que hizo historia.
Raúl Pomares escribe para el cabildo Teatral de Santiago de Cuba dos obras que abordan temas históricos desde la óptica del teatro popular de relaciones: "El 23 se rompe el corojo", basada en la protesta de Baraguá de los orientales con Antonio Maceo al frente y el clásico, "De cómo Santiago Apóstol puso sus pies en la tierra" (1974), basado en las tradiciones folklóricas de la zona oriental del país.
Se escribe para el teatro de sala utilizando temas de la problemática del tránsito hacia el socialismo, los conflictos entre lo nuevo y lo viejo, el mundo obrero y la tradición histórica nacional.
Freddy Artiles maneja los temas generados por el período de transición socialista, "Adriana en dos tiempos" (1971), "De dos en dos" (1975) y "Vivimos en la ciudad" (1980).
El tema de la marginalidad lo trata Abraham Rodríguez en su pieza, "Andoba", controvertida y dura al presentar una zona de la realidad a la que mucho no quería ni mirar y la daban por superada.
Los temas históricos son tratados de forma amplia y en ocasiones de forma indiscriminada, en discursos retóricos que se convierten en presentaciones de estampas de hechos vistos con la retórica de la política del momento. "Los profanadores", de Gerardo Fullera León, sobre los hechos del 27 de noviembre de 1871, que provocó el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina por el régimen colonial español; "La casa de los marineros" de Ignacio Gutiérrez, acerca de la toma de La Habana por los ingleses en 1762.
La lucha insurrecional contra Batista es abordada por Justo Esteban Estebanell en la obra, "Santiago 57"; "Estamos de pesca" de Orlando Vigil Escalera; "Llévame a la pelota" de Ignacio Gutiérrez, entre otras.
La lucha contra los grupos contrarrevolucionarios constituye otra de las vertientes temáticas del período, "Historia de la Brigada 2506" y "El hijo de Arturo Estévez" (1974) de Raúl González del Cascorro; "Girón todos los días", de Carlos Beltrán Ramírez, "En chiva muerta no hay bandidos" (1974) de Reinaldo Hernández Savio; "Asalto a la guarida" (1976) de Tito Junco y "Leopardo, máscara y ratones" de Rodolfo Pérez Valero.
Aparecen nuevas obras de teatro de autores ya establecidos en el ámbito nacional: Aberlado Estorino escribe, "Ni un si ni un no" (1979), con la que mantiene una mirada crítica a la sociedad cubana; Nicolás Dorr escribe, "El pleito entre un autor y un ángel" (1972) y "La Chacota" (1974); Eugenio Hernández Espinosa escribe "La Simona" (1977), obra de tema latinoamericano.[39]
Héctor Quintero continúa escribiendo teatro costumbrista, en el que no abandona la sátira al abordar temas de la actualidad cubana, "Mambrú se fue a la guerra" (1970), "Si llueves te mojas como los demás" (1973) y "La última carta de la baraja" (1978).
Son obras en la que Quintero aborda el comportamiento del cubano en las nuevas circunstancias sociales, contando historias de gente común que vive y trabaja en Cuba. Para el autor, el manejo de situaciones de enredo y la presentación de estas problemáticas, era su modo de reflejar el mundo que lo rodeaba, con "(…) un humor limpio de chabacanería y truculencia" [40]
La prosa reflexiva es el género más deprimido en esta etapa, principalmente en el apartado de la crítica, que se hace prácticamente nula a partir de los reajustes ideológicos de los inicios de la década de los 70s.
Los criterios básicos de valoración están dados por la utilidad político-ideológica de una obra y luego sus valoraciones estéticas. El pensamiento estético marxista-leninista no entra como una herramienta más a utilizar por los críticos y ensayistas, sino como una disposición oficial de obligatoriedad, con el consiguiente empobrecimiento del criterio y la muerte del debate.
Al mismo tiempo la década del 70 será un buen momento para las "voces maduras" de la ensayística cubana, con una cuidadosa selección de los temas, evadiendo los mas escabrosos y alineados dentro de los cánones del marxismo-leninismo, cualquier otra cosa era revisionismo y diversionismo ideológico. Nombres como los de Juan Marinello, Mirta Aguirre, Vicentina Antuña, José Antonio Portuondo, Mario Rodríguez Alemán, Roberto Fernández Retamar y Alejo Carpentier, entre otros, eran figuras que ejercían la crítica y el ensayo desde antes del triunfo de la Revolución, eran importantes figura de la intelectualidad de izquierda, muchos de ellos miembros del Partido Socialista Popular y defensores del realismo socialista, que de forma abierta o solapada trataba de imponerse en este período gris de la cultura cubana.
Mirta Aguirre es una de las principales teóricas de la estética marxista-leninista en Cuba, su refugio en este período fueron los temas de la literatura clásica universal, obviando el rico fermento cultural que se desarrolla en esta etapa. Son de destacar sus ensayos, "La obra narrativa de Cervantes" (1971), "El romanticismo de Rousseau a Víctor Hugo" (1973), "Del encanto a la sangre: Sor Juana Inés de la Cruz" (1975) y la "Lírica castellana del siglo de oro" (1977).
Alejo Carpentier teoriza acerca del papel del escritor y del intelectual en este proceso de cambio en su obra "Razón de ser" (1976); Juan Marinello trata de justificar la toma de posición por el realismo socialista, aunque con características tropicales en su, "Realismo, realismo socialista y la posición cubana" (1979), algo similar hace José Antonio Portuondo con, "Itinerario estético de la Revolución Cubana" (1979)
Roberto Fernández Retamar conserva su aguda participación en el proceso social cubano y en su ensayo, "Apuntes sobre la revolución y la literatura cubana" (1972) indaga sobre la literatura en Cuba, su proyección latinoamericana y las problemáticas a la que se enfrentaban los escritores enfatizando que "(…) el arte de la Revolución no puede ser juzgado sobre la base del arte de otra revolución"[41], aseveración audaz teniendo en cuenta el momento en que se produce.
Cintio Vitier desde su modesto trabajo de investigador de la Sala José Martí de la Biblioteca Nacional, sigue tomando el pulso a su época apegado a su eticidad cristiana y martiana, resumida en su valiente ensayo, "Ese sol del mundo moral (para una historia de la eticidad cubana)" (1975), publicado en México y que no vería su edición cubana hasta los años 90.
La primera generación de la Revolución florecida en la década del 60 , continúa trabajando, muchos de ellos, simultaneando la creación con la docencia o el desempeño de funciones como editores, compiladores, investigadores y críticos, principalmente de la literatura cubana del siglo XIX y de la primera mitad del XX. Oficio había, pero con una intencionalidad de hacer relectura desde el marxismo con una dialéctica que parecía no funcionar en cuanto se llegaba al período revolucionario donde la política cultural puso paradigmas y frenos. Sobresalen por la buena factura de su obra y la intención crítica, "El camino de los maestros" (1979) de Graciella Pogolotti, y "El intelectual en la Revolución" de Ambrosio Fornet.
La crítica prácticamente no existe entre los jóvenes creadores que continúan en la década del 70 una ensayística erudita, necesaria, pero alejada de su realidad inmediata, que queda como un vacío que llenarán estos mismos creadores en décadas venideras. Algunos nombres de interés del período fueron, Sergio Chaple, Salvador Árias, Eduardo López Morales, Denia García Ronda, Emilio de Armas, Desiderio Navarro, Rogelio Rodríguez Coronel, Mercedes Santos Moray, Virgilio López Lemus, Mirta Yañez, Raúl Hernández Novás, Abel Prieto y Luis Toledo Sande.
Sergio Chaple es uno de los investigadores literarios de más sólido trabajo en la década del 70. Tiene el mérito de haber introducido las teoría estructuralistas en los estudios literarios cubanos, dirigió el Departamento de Literatura en el Instituto de Literatura y Lingüística, teniendo a su cuidado la confección del "Diccionario de la Literatura Cubana" (1975), el aporte más importante de esta Institución en esta etapa, pese a los enfoque reduccionistas que omite a importantes figuras de la literatura cubana por el solo hecho de estar en el exilio.
El profesor José Juan Arrom continúa su estimable trabajo de investigación y criterio desde los Estados Unidos, donde tiene una amplia trayectoria docente y literaria. Su vocación latinoamericanista y cubana en particular, lo han tenido actualizado en los temas de la cultura y las letras de estos países. En 1974 publica en México su amplio y bien documentado estudio, "Relación acerca de las antigüedades de los indios: el primer tratado escrito en América", otros trabajos suyos fueron, "Mitología y arte prehispánico de las Antillas" (México, 1975), "Martí y la generaciones: continuidad y polaridad de un proceso (1973),, "Hacia "Paradiso", lo tradicional cubano en el mundo novelístico de José Lezama Lima (1973) y "Cuba: trayectoria de su imagen poética" (1975)
En la década del 70 hay una voluntad oficial de impulsar la literatura infantil, para eso se convoca al Forum de Literatura Infantil que reúne a creadores y dirigentes de la cultura y el estado cubano. Se crea la editorial Gente Nueva, surgen diversos concursos y se publican muchos libros para niños y jóvenes.
El primero de los concursos que se convoca fue, "La Edad de Oro" (1972), en el cual participaron creadores noveles y consagrados. En 1973 la UNEAC instituyó el premio "Ismaelillo" y Casa de Las Américas incluye en género a partir de 1975.
Las principales problemáticas de este género están dadas por la creación de modelos y parámetros para la obra infantil y juvenil, así como la parcialización de la realidad que se les muestra.
Entre los autores de literatura para niño se destaca la pinareña Nersys Felipe, merecedora de los dos primeros premios Casa de las Américas, "Cuentos de Guane" (1975) y "Cuentos de Román Ele" (1976), también fue premiado su poemario para niños, "Para que ellos canten", premio "La Edad de Oro" (1974)
Particularmente valioso es el poemario de Mirta Agüire, "Juegos y otros poemas" (1974), por sus matices, sonoridades, policromía y su mensaje formativo. "Caballito blanco" (1974) de Onelio Jorge Cardoso, sigue la línea creativa de este autor, basada en su amena manera de presentar problemas universales como la solidaridad, la identidad, la voluntad, todo tratado de una manera tierna y sin caer en el facilismo.
Nicolás Guillén escribe para los niños, "Por el mar de las Antillas anda un barco de papel" (1978), obra lírica en la que se unen las adivinanzas y canciones a los temas históricos y nacionales, en un tono ingenioso y satírico que no impide la comunicación con el niño. Otro tanto hace Dora Alonso en "Palomar" (1979)
Este repunte de la literatura infantil aupado por los premios y las publicaciones atrae a creadores de todos los géneros, la mayoría de ellos sin una trayectoria en el trabajo para los niños, ajustándose a los parámetros, aplicando oficio y haciendo obras luego olvidadas.
Teatro, los difíciles años setenta
La intolerancia y la rigidez que marcaron a la cultura en la década del 70 afectaron sensiblemente al movimiento teatral cubano que venía de una década de auge y desarrollo que muchos hoy magnifican como extraordinaria.
La séptima década se inicia con el Congreso de Educación y Cultura del cual derivaron una serie de medidas administrativas conocidas entre los artistas como "parametración"[42] y que no fue otra cosa que la valoración del profesional por razones extra artísticas. Muchos fueron separados del trabajo y algunos grupos teatrales disueltos o reestructurados.
"Subdesarrollo artístico, incultura, gusto pequeño burgués, prepotencia administrativa, censura más o menos encubierta, afán de didactismo y de mensaje, estructuras administrativas rígidas, prejuicios éticos políticos: lo que me gusta a mi es lo correcto, lo diferente es siempre sospechoso"[43]
En ese ambiente el teatro de sala dejó el protagonismo a una experiencia novedosa en Cuba, emprendida por Sergio Corrieri y un pequeño grupo de artista al asentarse en las montañas del Escambray[44]en 1969.
Se inicia con ellos el "Teatro Nuevo" que caracterizaría los años setenta, marcado por una dramaturgia de compromiso social y de creación mediata en base a investigaciones sociales realizadas por el grupo en la zona donde se asentaron. En este tipo de teatro la actuación, aunque sigue siendo importante, se subordina al contenido de lo representado y al efecto ideológico de la obra sobre el público al que va dirigido. Un nuevo público veía reflejado sus problemas por los actores y buscaba soluciones a través de la catarsis de la representación.
"En aquel espectáculo la coincidencia con el proyecto socialista no era reproducción pasiva de la ideología, sino ejercicio de debate como fuente de transformación"[45]
Dentro de esta línea de Teatro Nuevo se crearon otros grupos, Cabildo Teatral Santiago (1971), dirigido por Raúl Pomares, que retoma la línea del antiguo teatro de tradiciones para presentar teatro de plaza en el que música y danza compartían el protagonismo con las escenificaciones. Clásica es ya su obra, "De cómo Santiago Apóstol bajo de su caballo", del propio Pomares, con la que ganaron numerosos reconocimientos y premios.
Basados en la experiencia del Escambray, del que fueron miembros, Herminia Sánchez y Manuel terraza crearon el grupo Teatro de Participación (1970); en 1973 otra de las fundadoras del Escambray, Flora Lauten, crea en la comunidad La Yaya de la misma zona, un grupo de similares características, pero con actores aficionados, los que bajo su dirección presentaron obras escritas por ella, en base a los estudios previos, propios de este tipo de teatro.
Humberto Llama desarrolla en la Agrupación Genética del Este, en el valle de Picadura, al sur de La Habana, un movimiento teatral conocido como Teatro de la Comunidad (1974) y que llegó a tener once grupos con más de 260 integrantes. Él no se siñe a la experiencia del Escambray, sino que desarrolla otras variantes: teatro periódico, de vaquería, docente, sicodrama, juego colectivo, teatro de la casa, el de las reuniones y el infantil.
Otra experiencia de Teatro Nuevo lo desarrollan en Santiago de Cuba, María Eugenia garcía, Augusto Blanca y Adolfo Gutkin al fundar Teatrova, espectáculo en el que mezclan poesías y canciones sin necesidad de accesorios. En La Habana el Grupo Cubana de Acero dirigido por Albio Paz, en la Isla de la Juventud el grupo Pinos Nuevos dirigido por Iván Pérez Carrión; Colectivo Teatral Granma con la dirección de Miguel Lucero y Cabildo Teatral Guantánamo con Miguel Pomares al frente.
Con este fuerte movimiento teatral y el amplio apoyo oficial que recibe se convoca al I Festival de Teatro Nuevo celebrado en Villa Clara, sede del grupo iniciador. Los grupos no solo presentaron sus obras, sino que discutieron sus experiencias y perspectivas de futuro.
Este movimiento que en la década del 70 se llamó Teatro Nuevo extendió su influencia a la década del 80, aunque fue perdiendo fuerza con el tiempo. Partí del teatro de creación colectiva que se hacía en América Latina y que aún tiene en el colombiano Grupo La Candelaria su paradigma, también se hacía en los Estados Unidos y otras partes del mundo. En el caso de Cuba surgió en contraposición al teatro de sala y a otras formas experimentales del teatro que fueron condenadas por la autoridades de la cultura cubana por perjudiciales y diversionistas.
El Teatro Nuevo por sí solo fue un paso de avance, pero al dogmatizarse y hacerse prácticamente programático en detrimento de otras formas de representación, se convierte en freno del teatro cubano.
El Realismo Socialista como forma teatral se desarrolla en Cuba mediante las puestas en escena en colaboración con los dramaturgos de los países socialistas europeos. En 1973 el director alemán Hannes Fischer dirigió la puesta en escena de "Los días de la Comuna" de Bertolt Brecht, con actores cubanos que formarían la base de grupo de Teatro Político Bertolt Brecht. Este grupo presenta en 1974 por primera vez en español, "La Panadería" de Brecht y dirigida por el argentino graduado en la República Democrática Alemana, Julio Babraskinas.
"Los amaneceres son aquí apacibles" de V. Vasiliev y dirigida por el soviético E. Radomislenski sube a la escena del Brecht en 1975. La reposición de "La madre" de Brecht por el alemán Ulf Keyn en 1976, marca la madurez del grupo. Le continuaron, "El Premio" de Guelman dirigida por Keyn y "Los diez días que estremecieron al mundo" dirigida por Radomislenski y protagonizada por Mario Balmaceda en el papel de Lenin.
El quehacer del grupo Bertolt Brecht está dirigido a presentar en Cuba el repertorio del gran alemán y piezas teatrales del campo socialista, pero era un teatro sin arraigo en el público cubano, que se destaca por el buen trabajo actoral y los impecables montajes.
Mario Balmaceda, actor del grupo, marcará un punto de giro en la dramaturgia cubana con la puesta en escena de "Andoba" (1979) de Abrahan Rodríguez, obra que "(…) abre un estilo que algunos calificaron de "andobismo" o sea un traslación rudimentaria de la vida a los escenarios"[46]
En medio de la tormenta el Grupo Teatro Estudio con los hermanos Vicente y Raquel Revuelta, continúan defendiendo el teatro de autor y de actor, marcado por el talento de sus grandes individualidades. Vicente Revuelta es el director de teatro más polémico en el período revolucionario. Hombre de talento, inconforme constante, siempre dispuesto a la experimentación y a los cambios, cuando el quietismo y la ortodoxia cultural predominan.
Tras el fracaso del grupo Los Doce, continúa sus experimentaciones con el montaje de, "La Conquista" (1971), "Las tres hermanas" (1972) de Antón Chejov, la fallida puesta de "La dolorosa historia del amor secreto de Don Jacinto Milanés" (1976) de Abelardo Estorino y sobretodo la versión cubana de "Galileo Galilei (1974), un éxito de público y crítica en medio de la grisura cultural del período, lo que demuestra que el verdadero talento siempre encontrará forma de decir, pese a las dificultades.[47]
También fueron notables los montajes que para Teatro Estudio hicieron Raquel Revuelta, "Santa Juana de América" (1973) de Andrés Lizárraga y Berta Martínez, "Bodas de Sangre" de Federico García Lorca, impregnada de un gran espíritu brechtiano.
Otros grupos capitalinos mantuvieron el trabajo en sus salas, entre ellos el "Rita Montaner", Teatro Popular Latinoamericano, Buscón e Irrumpe. Se echaba de menos al Teatro Musical, muy deprimido, al igual que el Lírico y el costumbrista. En cuanto al teatro infantil y de marionetas, se notaba el estancamiento, agravado por la falta de buenos textos.
En 1975 se publicó en La Habana la importantísima monografía, "La Selva Oscura" de Rine Leal (1930-1997), en dos tomos recoge la historia minuciosa del quehacer teatral cubano, sin olvidar a los actores y actrices que en él trabajaron a más del panorama social en el que se desenvuelve este movimiento teatral.
La danza, entre luces y sombras
La década del 70 representa una apertura mayor para el Ballet Nacional de Cuba que por su calidad y el prestigio de sus bailarines y coreógrafos, mantiene un constante intercambio con las principales plazas del ballet en el mundo. Canadá (1971), Suiza (1974); Venezuela, Portugal, y Panamá (1976) y Jamaica (1977). A medidos de 1978 se presentan en Nueva York y Washington, Estados Unidos. El Ballet Nacional de Cuba fue una especie de embajada cultural cubana en medio del aislamiento y el bloqueo de estos años.[48]
Al mismo tiempo era muy activa la participación de los bailarines cubanos en concursos internacionales como los de Moscú, Varna, Bulgaria, y el de Japón en los que era frecuente el premio a bailarines y coreógrafos cubanos. Lázaro Carreño, Andrés Willians, Fernando Jhones, Amparo Brito, Mirta García y Orlando García, fueron bailarines laureados por estos años, en tanto Alberto Alonso e Iván Tenorio sobresalían entre los coreógrafos.
El Ballet Nacional de Cuba ha sido desde sus inicios una compañía defensora del repertorio clásico del ballet por lo que sus coreógrafos trabajan para afianzar esa característica en las piezas que crean. El más importante de estos coreógrafos lo fue Alberto Alonso, que estrena en esta década obras tales como, "Tarde en la siesta" (1973), "El río y el bosque" (1974), "Mujer" (1974), "Paso a dos" (1976) y "Muñecos" (1978). Otros coreógrafos de la compañía fueron Iván Tenorio, Gustavo Herrera, Azari Plisetski y la propia Alicia Alonso.
El trabajo del Ballet Nacional de Cuba queda afianzado con la creación de la Escuela de Ballet de Cubanacán, cantera de talentosas figuras que se gradúan en esta década, como son los casos de Jorge Esquivel, uno de los mejores bailarines de ballet contemporáneo, María Elena Llorente, Lázaro Carreño, Orlando Salgado, Pablo Moré Mirta García, Andrés Willians, José Zamorano, Rosario Suárez, Amparo Brito, Caridad Martínez y Fernando Jhones.
La segunda compañía de ballet de Cuba, el Ballet de Camaguey pasó a ser dirigida en 1975 por Fernando Alonso, quien se desempeñó también como maitre de ballet de la misma. Durante este período eleva el rigor de este grupo conformado por un joven elenco proveniente de la Escuela de Ballet de Cubanacán y de la Escuela Provincial de Ballet de Camaguey. Su repertorio se apega a los clásicos, aunque también experimentan con piezas de creación contemporánea sobresaliendo el trabajo de Jorge Lefebre en estrenos suyos ya expuestos en Europa. En 1978 el Ballet de Camaguey realizó su primera gira internacional por los países del este de Europa, Checoslovaquia, Rumania y la Unión Soviética.
Jorge Lefebre es un artista que desarrolló su obra lejos de Cuba y dentro de las concepciones más contemporáneas del ballet por lo que no fue muy representado por el Ballet Nacional de Cuba, apegado a la tradición clásica de su directora Alicia Alonso. A pesar de ello mantuvo un nexo con la cultura cubana, al igual que su esposa Menia Martínez. Lo primero que le montó el Ballet Nacional de Cuba fue "Edipo Rey" (1970), aunque también lo hizo el de Camaguey y la compañía de Danza Contemporánea.
En 1971 estreno con el Ballet Siglo XX de Bejart, "La sinfonía del Nuevo Mundo", a la que siguieron "Salomé" (1975), "Yagruma" (1975), "El pájaro de fuego" (1976), "La noche de los mayas" (1976), "Diálogo y encuentro" (1978) y "La Caza" (1979).[49]
En 1971 la danza moderna cubana sufre un rudo golpe al ser separado de la dirección del Conjunto de Danza Contemporánea su fundador Ramiro Guerra quien pretendía romper con los esquemas establecidos dentro de la danza contemporánea y hacer algo nuevo, que el concibió en "El decálogo del Apocalipsis".
Con Ramiro Guerra se anuncian los cambios de la danza moderna desde 1970, con obras como "Impromptus Galante" y el mencionado "Decálogo del Apocalipsis".[50] En "Impromptus…" se juega a la danza en la que el público decide cada noche el final de la obra, en tanto el "Decálogo…" es obra de gran osadía coreográfica, con bailarines trepando por la fachada del teatro y diciendo malas palabras en varias lenguas, gestos eróticos y exuberante escenografía que escandalizaron a la ortodoxia cultural y que llevó a este excelente bailarín y coreógrafo al silencio actoral. En 1979 reaparece Ramiro Guerra como coreógrafo al estrenarle el Conjunto Folklórico Nacional su "Tríptico oriental" basados en los ritmos de la zona oriental de la isla.
Durante algunos años el Conjunto mantuvo el impulso creativo formado por el maestro Ramiro Guerra, ahora bajo la dirección de Eduardo Rivero, bailarín y coreógrafo autor de obras antológicas en la danza contemporánea cubana como fueron "Sulkari" y "Okantomí" y en 1974 adopta el nombre de Danza Nacional de Cuba.
Eduardo Rivero se convierte en el principal coreógrafo de la compañía partiendo de su concepción de hacer montajes no narrativos, sino temáticos, en los que la sobresale la composición y escultura del cuerpo.
La llegada a mediados de los 70s de los primero bailarines de danza contemporáneas formados en la ENA con gran dominio técnico y formado dentro de la organicidad de un método y con una gran audacia experimental, determina un nuevo momento para la agrupación que ya tiene un repertorio superior a los cincuenta títulos, en los que se mantienen las obras clásicas, pero en la que aparecen piezas nuevas como, "Danzaria", "El cruce del Niágara" y Lunetario" de Marianela Boan; "Fausto Caribeño" de Víctor Cuellar y la indagación posmoderna de la danza teatro "Ave Fénix" de la chilena Victoria Larraín.
En 1979 la dirección de la compañía Danza Nacional de Cuba pasa a Sergio Vitier, en ese año realizan varios estrenos memorables: "Omnira", "Michelángelo", "Ireme" y "La Jungla".
El Conjunto Folklórico Nacional es una de las más genuinas formas culturales danzarias de la isla, fundado en 1962 y en constante crecimiento y evolución vivió en la década del 70 un momento de esplendor no solo en la arena internacional, sino en sus regulares presentaciones en el Teatro Mella, su sede habitual, y su giras por el país. La profesionalidad de los bailarines, músicos, cantantes y el equipo de investigadores e informante que a su alrededor se formó, fueron la base de su éxito porque no solo rescataron las tradiciones culturales populares, principalmente las de raíces africanas, sino que convirtieron todo aquel legado cultural en cultura viva, no solo de laboratorio. Su éxito que tenía mucho que ver con la religiosidad sincrética del pueblo cubano, contrasta con la solapada pero fuerte campaña de ateismo que marca toda esta década y posterior, cometiéndose el error de separar bailes y cantos de creencias religiosas ancestrales que marcan la identidad de buena parte de la población cubana.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |