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El hijo póstumo (página 14)


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Será acaso la vida un gran y difícil rompecabezas, que a cada ser humano le ponen a resolver, será la visión de que es capaz cada ser humano en medio de obstáculos; o, acaso una suerte que hay que asimilarla, o una decisión rápida en el segundo que esta la voluntad predispuesta; en el tiempo y espacio físico de mi vida, los pensamientos que siempre tuve fueron conocer a la mujer de mis sueños, con ese carácter, pensamiento y físico, que posea gracia, juventud, inexperiencia y al poco tiempo de aceptación a mis pretensiones, como si se tratara de un juego ágil, natural y fácil, ya estuvimos con mi novia haciendo los planes sencillos para unirnos ante la Ley de los hombres y de Dios; únicamente confiados en nuestro amor, ella de 16 años y meses, yo de 27 años y meses, estudiante y Teniente; previa petición de la mano de aquella dulce doncella, que pese a su temprana edad, era poseedora de muchos valores, de hija bien criada en una Familia unida así mismo por el amor y el sacrificio; el Registro Civil y la ceremonia eclesiástica en la Iglesia María Auxiliadora, vinieron inmediatamente, para encontrarnos en un departamento convertidos en marido y mujer, inaugurando nuestra familia futura, la cual ha crecido y se ha multiplicado con nuestros hijos descendientes, nietos y nietas, hijos e hija política, consuegros y parientes, con nuestra responsabilidad que ha crecido, con el afecto y calor como si se tratara de un árbol esbelto, lleno de ramas fuertes, frutos y flores, siempre creciendo y con todas las ganas de alcanzar lo alto, de enorgullecernos con el paso de los años, acumulando experiencias que se identifican con las nieves del tiempo en nuestras cabezas y dirigiéndonos juntos por el camino hasta el fin, unidos espiritualmente hasta con el pensamiento; y, físicamente de las manos, mirando con orgullo, nuestra descendencia y el trabajo que nunca acaba estando siempre pendientes de sus triunfos, animándoles, bendiciéndoles, invocando a Dios para que sean mejores y pidiendo su protección; contemplando en ocasiones sus fotografías y las nuestras, captadas y estáticas en esa fecha, en ese tiempo que no volverá.

Jorge Montesinos. Nueva York

En la vida, no todo es como uno quiere, y como si fueran las agujas del reloj que marcan el tiempo, en forma inexorable, convirtiendo el sonido del segundo actual, en pasado, al sonar de un nuevo segundo, midiendo en forma estricta los recuerdos, el presente y pasado y raudamente acercándose al futuro como un soplo de aliento, como una respiración, como un suspiro.

Los ofrecimientos del Comandante General del Ejército, General de Ejército, Guillermo Durán Arcentales, se cumplieron y fui después de mi recuperación hospitalaria, puesto a órdenes del Ministerio de Defensa Nacional, para viajar a México, al Departamento Federal, al centro de Ortesis y Prótesis del Hospital de Tlalpan; me entregaron para mi acompañante Ruth y para mi pasaportes oficiales, viáticos para estadía y alimentación, pasajes aéreos; en aquel centro hospitalario, recibiría rehabilitación y una prótesis, en un tiempo aproximado de tres meses; viaje a México sólo, pues Ruth estaba embarazada de mi tercer hijo Juan Marcelo y acordamos que ella viajaría a reunirse conmigo el último mes de mi rehabilitación, quedándose ella en Cuenca, en la casa de sus padres, y con mis pequeñas Ruth Marcela y Katherine Elizabeth; este sería uno de los tres viajes, dos más a Nueva York, que el Ejército me envió al extranjero para rehabilitarme y proveerme de prótesis inclusive electrónicas, de lo cual estoy y estaré eternamente agradecido con la Institución Armada; que en ocasiones me ha pedido tome contacto y de moral y apoyo psicológico a Oficiales y personal de tropa, mutilados en los enfrentamientos armados o por accidentes dentro y fuera del servicio activo, yo nunca me afecté psicológicamente con mi accidente y amputación, el adiestramiento militar, la disciplina y la moral, nunca se me derrumbaron, han permanecido siempre en alto; y con mi pensamiento o en forma efectiva, siempre he realizado dos reflexiones, una, si dándole un tiro a quien conectó el sistema eléctrico del explosivo que me mutilo, recuperaba mi brazo y mano, no hubiera dudado un segundo para dispararle al culpable; la segunda, que haces si tu reloj más preciado te lo roban, yo pienso que enseguida me compro otro; pero, en mi caso presente, en la realidad histórica de los hechos, que hace la medicina y la tecnología actualmente, simplemente trata de solucionar técnicamente con prótesis y ortesis, la falta de extremidades superiores e inferiores; en mi caso, con la invalorable ayuda del Ejército, que no escatimo esfuerzo económico alguno, para rehabilitarme, me envió a México, a Nueva York, dos veces, en donde se me proveyó una prótesis con garfio y en Estados Unidos de América, una mano electrónica; posteriormente una mano eléctrica en Quito y de procedencia alemana, y una prótesis mecánica con garfio, sin embargo de que estoy en servicio pasivo y fuera del Ejército, consto en un plan de provisión de la prótesis cada cuatro años. En especial recuerdo al Distrito Federal en México, donde me rehabilitaron e hice buenas amistades, en Tlalpan, un complejo de hospitales, en especial en el Instituto mexicano de rehabilitación, llegué con mi muñón cicatrizado, a tierras mexicanas y con una maleta mediana con efectos personales, con un peso corporal de ciento diez libras, del aeropuerto partí al hospital en una furgoneta colectiva, en un pueblo desconocido, pero de gente de nobles sentimientos, solidarios y cultos, la furgoneta en la que me embarque después de unos cuarenta y cinco minutos de travesía en la inmensa urbe y tráfico vehicular intenso, se detuvo frente a una casa de asistencia social, regentada por la señora Toñita y en donde permanecería alojado por tres meses y más, teniendo a poca distancia el Centro mexicano de rehabilitación al que acudí durante todo este tiempo, a tratamiento y rehabilitación, física, de aptitudes manuales y de medidas y práctica con la prótesis compuesta por un soporte en fibra de vidrio y con el terminal de un garfio de acero, con elementos de fibra de vidrio, de acero y teflón, que la ciencia ha resumido en un triángulo, de los dedos pulgar, índice y medio para tomar con una pinza o garfio los objetos, desde el papel, hasta objetos de peso liviano, con aditamentos para sostener herramientas y hasta los cubiertos o vasos y adaptado también un espacio para sostener un cigarrillo, el cual nunca he utilizado pues nunca he fumado.

Al describir el centro o casa de asistencia social, distribuido en una propiedad de unos dos mil metros cuadrados, en el cual estaba la casa central y comedor para los huéspedes, y varias cabañas para dos o más personas, en medio de jardines y flores; una especie de granja, en la que la dueña tenía aves de corral para el consumo y atención en la alimentación a todos los que entre pacientes y familiares acudíamos al centro de rehabilitación, lugar tranquilo, de precios módicos, de comida casera y familiar, al enterarse de mi profesión militar, siempre me trataron cariñosamente como "Mi Capi", Toñita y varias empleadas se preocupaban de la atención en las cabañas, ropa de cama y en la alimentación, rica en huevos, frijoles, verduras, frutas y las típicas comidas mexicanas, con el infaltable chile y salsas picantes, carnes variadas y pescado, con la pila de tortillas de maíz, a las cuales me acostumbre y me repuse de mi delgado cuerpo, gratificándole de vez en cuando a la dueña con dólares, que puso más atención a mi cabaña y alimentación; salía todas las mañanas al centro de rehabilitación y después al regreso una vez almorzado, me dedique a recorrer la ciudad, en tranvía, en metro, en bus, en taxis wolsvaguen y furgonetas colectivas llegando en la noche a la merienda, para retirarme a descansar en mi cabaña y reservando el último mes para que llegue y se reúna conmigo, Ruth, mi querida mujer que estaba embarazada de seis meses, de nuestro hijo que más tarde sería bautizado como Juan Marcelo, que posteriormente nació en Cuenca.

Junto al Instituto mexicano de Rehabilitación, funcionaba una fábrica de producción de radios, accesorios y partes electrónicas de los carros, WOLSVAGUEN; cuyos trabajadores y trabajadoras eran exclusivamente personas discapacitadas, mutiladas, en sillas de ruedas, no videntes, personas especiales, los cuales salían a almorzar o a descansos en los patios y canchas deportivas de esa fábrica, y salían por cientos, a comer o a tener sus momentos de esparcimiento y descanso, la primera vez que los vi me causó impresión, pero después al observarlos, su forma de actuar normal, sus risas, sus pláticas, me dieron la pauta de que yo estaba en la misma situación y que debía adaptarme a mi realidad, sin concesiones, ni dudas, además esto que me había pasado fue por designio de Dios, y quien sabe que destino me deparaba a continuación y ese camino había que tomarlo, enfrentarlo y seguirlo valientemente.

Entre otros Médicos que me rehabilitaron y trataron, fisioterapistas, rehabilitadores, especialistas en prótesis, había una Doctora, Capitán del Ejército Mexicano, quien me trató como colega y me dispenso actividades como cocinar o lavar ropa empleando la prótesis, en un plan efectivo de rehabilitación, más bien me invitó a saltar en paracaídas una vez que ya estuviere diestro con el manejo de la prótesis y de hecho, en un fin de semana, me llevo a un aeropuerto en donde desde niños, jóvenes y adultos civiles y militares utilizando diversos paracaídas y equipos se dedicaban al deporte del paracaidismo; sin dudar un segundo, solicité por escrito a la Comandancia General del Ejército, la autorización para realizar saltos en México, pero nunca me contestaron, ni me autorizaron, posiblemente su negativa era más que fundamentada, como concederme permiso si unos meses antes había estado frente al peligro de muerte, y no me faltaron ganas de saltar sin autorización, pero tuve que quedarme con ese deseo reprimido, agradeciendo su oferta a la Capitán Médico. Al ser evaluado psicológicamente en una sola sesión se determinó que no requería esta rehabilitación y más bien colaboré con los Médicos para dar moral y animar a personas mutiladas, que no superaban su trauma y complejo, al verse sin dedos, manos, brazos, pies, piernas, o sin ojos o partes de la cara o el cuerpo. Me tomaron las medidas y moldes y construyeron mi prótesis, que con el paso del tiempo al variar mi peso corporal, espesor de mi muñón y por la edad, he tenido que ir cambiando a otras; llegando el día de calzarme o acoplarme la prótesis con garfio, mecánico en soporte de correas de nylon y partes de cables y cauchos para la debida tracción y toma de objetos, como si se tratara de una mano normal y como accesorio un guante cosmético, con la misma función del garfio, que por cierto casi nunca he utilizado, pues me gusta lucir el garfio de acero, el cual he llegado a dominar y lo he utilizado para saltar en paracaídas así como en todas las actividades posibles de mi vida, sin tener complejo alguno; sin embargo cuando me lo saco o estoy usándolo, siento el fantasma de mi mano y los tendones que al ser mutilados, han quedado como si estuviera cerrando el puño de mi mano izquierda despedazada, al momento de la explosión.

Siendo Comandante General del Ejército, el General Guillermo Durán Arcentales, ordenó para que viaje al Hospital de la Universidad de Nueva York, a fin de que procedan a seguir rehabilitándome y me provean de una mano electrónica; la comunicación la recibí estando prestando mis servicios en la Tercera Zona Militar de Cuenca, era la primera vez que viajaba a Estados Unidos, se me concedió pasajes para mí, para Ruth, pasaportes oficiales para los dos, viáticos en dólares y Seis mil dólares para pagar por mi atención médica especializada; ese día que recibí la comunicación y órdenes del Ministerio de Defensa Nacional, estaba asistiendo la tercera semana, a la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, por lo que tuve que dejar por segunda ocasión de proseguir con mi carrera de Derecho; era una oportunidad única, me sentía importante y respaldado por el Comandante General del Ejército, el cual después de un tiempo llegó a ser con dos Oficiales Generales más, los triunviros y al mando de hecho del Ecuador, que cruzaba momentos difíciles por la corrupción y desconfianza de los políticos civiles de turno.

Este viaje y rehabilitación era de mínimo tres meses, el tiempo era lo de menos, seguía recibiendo mi irrisorio sueldo en sucres, recibía en dólares una cantidad para viáticos, no solo para mí, sino también para mi cónyuge acompañante Ruth, quien junto con mis tres hijos: Ruth Marcela, Katherine Elizabeth y Juan Marcelo, nuestro último hijo a esa época, se quedaron en Cuenca, mientras yo partía a fines de Octubre hacia Nueva York, en un vuelo de American Airlines, con escala en Miami que partió de Quito, sabía que era época de invierno, pero nunca había experimentado esos rigores del clima, tenía la dirección del Hospital, era la Primera avenida, al Oeste de Manhattan, Nro. 1456 y la calle 52; no había previsto ni reservado el hotel donde llegar, mi ropa era inadecuada, vestía un pantalón de casimir, un suéter de cuello alto y un saco de cuero sin forro, portaba una maleta ligera con otras prendas, y una cartera con documentos, desde luego con mi prótesis mecánica mexicana, que tenía partes hechas en Estados Unidos; me embarque en el Aeropuerto Simón Bolívar de Quito, en dirección al Norte, llevaba un cheque certificado por Seis mil dólares, para la atención médica, el mismo que debía depositar por adelantado en el Hospital, donde iba a ser atendido, en cheques de viajero unos trescientos dólares y mi atención y oído listo al inglés, para tratar de practicar lo que había aprendido en el Colegio y realmente me sentí avergonzado en mi edad y grado de Capitán, y me arrepentí de no haber seguido cursos de inglés para tratar de mejorar mi oído y pronunciación, sin embargo ágilmente al regresar después de cuatro meses, que duró mi estadía, refresqué mis conocimientos y con el firme propósito de aprender más ese idioma, tan necesario como en estos casos; sin embargo de que en el Estado de Nueva York, se hablan múltiples idiomas y en especial el español, me hacía entender en Inglés y trataba de comprenderlo cuando me hablaban, pues recorrí la ciudad inmensa de la gran manzana, sueño de los mismos americanos, en especial utilizando el metro. Ruth se quedó en Cuenca, con el acuerdo de que viajaría un mes antes de regresar, para cuando ella llegó en Enero, del siguiente año, yo estaba familiarizado con la ciudad y me orientaba perfectamente, pues acostumbre a utilizar todos los tiempos libres para recorrer la ciudad, la misma que para mí es un sueño y tiene tantas cosas que ver y de la que aprendí mucho, olvidándome de mi problema principal, mi lesión, que en definitiva nunca ha sido problema, en especial psicológico, como así comprobaron los médicos que me atendieron en la Universidad de Nueva York.

Viajaba en un vuelo de American Airlines, en la sección de no fumadores, a mi costado izquierdo y a la ventana iba un individuo costeño que se embarcó en Guayaquil, iba con traje, corbata y llevaba un abrigo pesado gris, a mi derecha iba una señora de unos cuarenta años, que desde el comienzo en Quito, me encargo un estuche con dos botellas de licor, aduciendo que llevaba otros paquetes a la mano y en especial que al pasar la Aduana le dé llevando ese paquete, cuestión que no le tome con mucho interés, pero que es sumamente comprometido y peligroso en especial por el tráfico de drogas, el que viaja no debe llevar ningún paquete o encargo de nadie; al hacer el ingreso de inmigración en Miami, pase sin novedad, pero después al salir del Aeropuerto John F. Kennedy, el paquete rodó accidentalmente, rompiéndose las dos botellas de licor, ante lo cual, esta señora me exigió que le pague el valor de ese paquete, no me hice problemas y le extendí un billete de veinte dólares que me exigía para evitar la impertinencia de esa compañera de viaje, adquiriendo una experiencia que nunca olvidaré. Mi compañero de viaje, al hablar ya en el vuelo de Miami a Nueva York, se identificó como guayaquileño, que iba a su trabajo a Nueva York, después de sus vacaciones, me preguntó el motivo de mi viaje, le conté todo y me recomendó llegue al Hotel Stanford, ubicado en la calle 47 y Séptima Avenida, más o menos en el sector del Hospital donde me atenderían en la rehabilitación, al que tenía que presentarme a la primera cita, el siguiente día y a las 11h00.

Era la primera vez que llegaba a Nueva York, ciudad sueño y objetivo de muchos americanos; en pleno invierno, provisto de un ligero suéter de tortuga, una casaca de cuero sin forro, pantalones de casimir, y zapatos de suela, una maleta mediana con mis efectos personales y la gran expectativa de la gran urbe, al salir a la calle, recibí desprevenido una gran ráfaga de frío intenso, que me congelo el cuerpo, me sobrepuse con mi gran preparación militar y me dirigí a la columna de taxis, el taxista era griego, hablaba inglés y poco español, le indique la dirección del Hotel Stanford, y mientras salía el vehículo de una inmensa maraña del tráfico, me observaba por su retrovisor, experimentado en dialogar con sus clientes, hasta llegar al hotel, sabía de mi presencia en esa ciudad y yo saque alguna información para orientarme en la ciudad, me identifique en mi grado de Capitán del Ejército ecuatoriano, averigüe precios, distancias, la forma de movilizarme a la atención médica; al preguntarle el medio de movilizarme más barato, me sugirió el metro o tren subterráneo o el bus, en ese entonces el toquen, especie de moneda del tren, valía cincuenta centavos de dólar y con opción a transferencias dentro del enmarañado metro o hacia algún bus; luego de unos cuarenta minutos de trayecto, el taxi se detuvo en la calle 47 y Séptima avenida, eran las diez de la noche, la ciudad vestía de un blanco inmaculado por la nieve, el taxista me cobró veinte dólares, me entregó mi maleta y me deseo suerte; ingresé al lobby del hotel, luego de traspasar otra puerta entre en un hall, y me dirigí a un mostrador de donde salió un administrador de facciones latinas, que al saludarle me contestó en español, no tenía reservaciones en ese hotel, me pregunto qué tiempo iba a permanecer, llené el formulario correspondiente y mientras me atendía se identificó como ecuatoriano, quiteño, era el señor Serrano, pariente de un General del Ejército en Ecuador de apellido Serrano y trabajaba como administrador en dicho hotel, ya más en confianza me sugirió que pague por mes adelantado y me dio una suite cómoda, amplia, elegante, que según mis cálculos me salía a diez dólares por día, llamó después de despedirnos y ponerse a las ordenes muy amablemente, en sus turnos, a un muchacho, que tomó mi maleta y me llevó al ascensor, mientras subíamos al décimo piso me sugería que al día siguiente compre un abrigo de invierno guantes y gorra, además de ropa apropiada, pues se tenía pronosticado para esa noche que la nieve subiría a treinta pulgadas, al indicarle que al día siguiente tenía cita con el médico, me recomendó que tome un taxi, pues como yo pensaba ir a pie eso era imposible, ingresamos al piso, elegantemente alfombrado, con mucha luz, lámparas hermosas denotando ser un hotel excelente, llegamos a mi suite, el muchacho recibió de mi mano dos dólares de propina, y me dedique a abrir mi maleta, a arreglar mis ropas, estaba en el décimo piso y se oían las sirenas de la policía de Nueva York en las calles, había calefacción, un gran dormitorio con una cama de dos plazas, muchos muebles, una salita al inicio, una cocina provista de cocina de gas, refrigeradora y estantes con utensilios de cocina, plancha, planchador, cafetera; una mesa y sillas, papelería con sobres del hotel, lámparas en dos veladores, muebles de sala, estaba en una suite frente a la calle lateral, y rodeado de edificios. Todos los accesorios se notaban nuevos, nítidos y elegantes, sábanas y frazadas suficientes y de impecable limpieza, había papel higiénico, papel de cocina, jabón y shampo con las siglas Hotel Stanford, antes de dormir escribí una carta para Ruth, y planifique mi cita para el día siguiente, quedándome dormido plácidamente, pensando en mi mujer y en mis hijos que estaban a cientos de millas en Cuenca y a lo lejos se oían las sirenas de la policía de Nueva York, que sonaban con frecuencia en medio de la noche y madrugada, quedándome dormido.

A las seis de la mañana, me levanté, tome una ducha de agua caliente, diría que hervía en la tina, agua de excelente calidad, pues es más soluble, disuelve en mayor proporción el jabón y las células muertas de la piel, daba la impresión de que nunca me había bañado, desde luego mi muñón del brazo izquierdo, que nunca se ha atrofiado, mantenía una contextura normal, casi del mismo espesor que la del brazo derecho; me vestí con doble ropa, me puse un suéter más y encima mi casaca de cuero; el hotel Stanford, estaba ubicado al sur de Manhattan, salí a la esquina de la calle 47 y Séptima Avenida, subí dos bloques y sin darme cuenta, me dirigí al Este, cuando en realidad debía haberlo hecho hacía el Oeste en dirección a la Primera Avenida, nevaba y la nieve en calles un tanto disipada por la sal, no así las calzadas que apenas había libertad para caminar, sentí mucho frio, metí mi mano derecha en el bolsillo de la casaca, mis piernas se congelaban, pero con determinación aceleré el pasó buscando el número impar del hospital, que según mis cálculos estaba a unos diez bloques del hotel, bloques de 1600 metros cada uno y que para mi preparación física y mentalidad como moral alta no eran problema, mientras pasaba el tiempo y yo tenía la cita médica a las 11h00, por mi boca salía vapor de mi aliento, y mientras miraba la maraña de edificios, trataba de divisar la bahía, pues el Hospital de Ortesis y Prótesis de la Universidad de Nueva York, estaba ubicado cerca de esa bahía o en contacto con el río Hudson, pero al no divisar nada, observé una iglesia católica, a la cual me dirigí, entré y encontré a un sacerdote, el mismo que me sacó de mi error y me dijo que el Hospital quedaba al Oeste de Manhattan, en la Primera Avenida, me sugirió que tome un taxi o el tren para que llegue puntual a mi cita médica; salí de la iglesia un poco fortalecido pues le pedí a Dios que guíe mis pasos y me ayude, llegué al punto de partida y me dirigí a pie al Oeste, mientras observaba un coche deportivo chocado, en medio de la nieve, a muy pocos transeúntes que caminaban apurados pero bien abrigados, con gruesos abrigos, guantes, orejeras y gorras, muy pocos cafés y restaurantes abiertos, se me había olvidado de que no estaba desayunado, eso no tenía importancia, pero las personas con las que me cruzaba me miraban extrañados, había mucho tráfico de vehículos, en medio de las calles se elevaban a manera de fumarolas los gases despedidos por el tren subterráneo, ya se animaba la ciudad con negocios varios, hasta que a unos tres bloques en un terreno ligeramente alto divise el río Hudson, y un helipuerto, con actividad de helicópteros que llegaban y otros salían, estaba frente al Hospital de la Universidad de Nueva York, de unos veinte pisos, todo blanco, que ocupaba una inmensa área, rápidamente ingresé a recepción, subí al ascensor, en donde un ascensorista de color, alto y de avanzada edad, muy amable, me inquirió al piso que iba, era el quinto, salí apresurado del ascensor, estaba retrasado diez minutos de mi cita, la recepcionista una joven de color, muy amable, observó mi ropa húmeda y mi presentación esbozo una sonrisa mientras me dejaba con el especialista, el Doctor Jhon Sarno, que después de identificarme y saludarnos, me indicó que había llegado atrasado a la cita, que me vería diariamente a las 11h00 para mi rehabilitación y por hoy me tomaría datos, para mi expediente, así en un español inglés, me pregunto y anotó datos, donde estaba alojado, si tenía acompañante, cuando llegue, como iba a pagar las atenciones, desde luego traía un cheque por Seis mil dólares, para la atención total, que posteriormente cancelé en el departamento financiero del Hospital, luego de que en los días siguientes recibiera el asesoramiento del Cónsul General del Ecuador en Nueva York, quien sugirió que el valor lo deposite en el Chase Manhattan Bank, en una cuenta de ahorros personal; me averiguaba el especialista, cosas que me parecían inverosímiles, como de que si se cocinar, donde voy a comer, donde estoy alojado, si fumo, si soy adicto a alguna droga y como me movilizaría a las citas, cosas que en realidad son prácticas y efectivas en esa u otra urbe; me indicó que siempre estaría asistido por una terapista la enfermera Nancy Berg, a la que me presentaría en la próxima cita, que en el Hospital, había espacios recreativos, de descanso y hasta un restaurante con precios módicos; yo llevaba al bolsillo, unos setenta dólares y monedad de veinte y cinco, diez y cinco centavos; la cita terminó en veinte minutos, me despedí del especialista, al que por cierto fue la única vez que lo vi, salí y me despedí de la recepcionista, pero ella me llamó y me pidió que pague por la consulta, me cobró Cincuenta dólares, y no me extendió recibo alguno, preocupado pero hambriento me dirigí al ascensorista y le pedí me lleve al piso del restaurante; en el trayecto y en todos los pisos había gran actividad de pacientes, unos en sillas de ruedas, dirigidas por los parapléjicos, con un sorbete, otras sillas manuales, camillas con pacientes cuadripléjicos, personas diversas con amputaciones y una cantidad de médicos y enfermeras, auxiliares, técnicos de blanco entero; personas elegantemente vestidas, notándose que este centro hospitalario era de calidad, por sus instalaciones impecables, nítidas y nuevas.

Al ingresar al restaurante, recordé los comedores de Forth Gulick en Panamá, del Ejército Americano, con un menú variado y exquisito, tomé una gamela metálica, los cubiertos y pedí algunos platillos, más café en leche, té, galletas, jugo, en la caja me cobraron Tres dólares y centavos, me dirigí a una mesa y comí con apetito, haciendo cuenta que era el desayuno y el almuerzo, que allá no se acostumbra, como almorzamos en el Ecuador, sin embargo toda mi rehabilitación y estadía, así como cuando vino Ruth el último mes a acompañarme y regresamos juntos a Ecuador, siempre almorzamos y en diferentes sitios, comidas de calidad y cuyo costo no era caro, considerando que teníamos viáticos y estadía en dólares, además de la despensa en el Hotel, donde normalmente desayunamos y hasta merendamos, preparándonos alimentos adquiridos en supermercados.

Las personas que estaban a mi alrededor me miraban extrañados, en especial una mujer de edad, que sonreía y movía su cabeza mientras comía de una bolsita pequeña maní y tomaba de una botellita agua, pues casi la mayoría, tomaba un ligero lunch; así por la comodidad y el precio barato, normalmente almorzaba en el Hospital y toda la tarde y noche a veces hasta la madrugada, recorría la ciudad, pero ya con un abrigo y guantes, así como con zapatos apropiados.

No debo ocultar la fascinación y gusto que me produce Nueva York, a pesar de sus constantes peligros y criminalidad, pero a mí y luego con Ruth, nunca nos pasó nada; telefónicamente a los pocos días me comunique con el Cónsul General del Ecuador, a quien debía presentarme, para que me asesore durante mi tratamiento; ya más orientado, con un mapa de la ciudad en mi mano, me dirigí el Consulado ecuatoriano, fui recibido por el Cónsul, quien me invitó a almorzar en un restaurante, me aconsejó que deposite los valores de mi tratamiento en una cuenta personal en el Chase Manhattan Bank, acompañándome personalmente al depósito, tomó contacto con el Director del Hospital, indicándole que no me debían hacer cobros directos y que al finalizar el tratamiento cancelaría los valores que estaban depositados en ese banco, me dio ánimo, se puso a las órdenes para el caso de cualquier problema que tuviere, y no le vi más a ese funcionario, al cual le agradecí todo lo que había hecho por mí.

Yo califico esa época como de bonanza y de mucho trabajo en Estados Unidos, todo era asombrosamente conveniente, un dólar tenía valor, la comida era barata, como lo eran la estadía en el hotel, la transportación, la ropa y demás bienes, los autos eran a un precio increíblemente bajo y de lujo; así los espectáculos en el Madison Squard Garden, de Radio City, los paseos a la estatua de la Libertad, al Empire Estate, y las comidas variadas en los restaurantes, en el barrio chino, en la pequeña Italia, en el Central Park; siempre recibí amabilidades, buenos tratos y hasta sonrisas de los norteamericanos; habían rebajas y especiales increíbles en todas las cosas, todo el mundo circulaba diariamente por las tiendas y salían cargados de paquetes y bolsas; en mi estadía vi dos incidentes criminales, al salir del metro, policías y delincuentes se daban bala, terminó el incidente con la muerte de delincuentes y captura de heridos; en otra ocasión estaba en el almacén Gimbeels, en la sección de perfumería, en forma apresurada entro un hombre negro, fornido, alto, seguido casi inmediatamente de dos policías de Nueva York, esbeltos y corpulentos, rodearon al sujeto y el policía que estaba detrás golpeo con su garrote en la cabeza al perseguido y mientras se desplomaba le dio otro garrotazo, noqueando al individuo, a continuación llegaron otros policías y se llevaron el cuerpo sin conocimiento, en una maniobra rápida, en esa época, yo había recorrido casi todo Manhattan, Queens, y otros sectores aledaños, con total seguridad y sin contratiempo.

Así mismo y ya con Ruth, que me acompaño, el último mes de mi rehabilitación, en una tarde nos dirigimos a curiosear al almacén Maycys, uno de los más elegantes, novedosos y caros; siempre visitaba el piso de deportes y accesorios, estábamos en esa sección y se presentó una pareja de morenos, hombre y mujer empezaron a despojarse de su ropa deportiva y a vestirse con las mejores prendas deportivas, desde las interiores, zapatos de deportes y dejando en los vestidores su ropa usada, salieron campantes hacia la avenida y desaparecieron en la noche.

Entre otras cosas y ante la abundancia de ofertas y la enorme capacidad de adquisición de las personas, se veía pasar en Navidad, en el día de Acción de gracias y de San Patricio, multitud de personas con grandes y diversos bolsos con sus compras, allí nos enteramos de la posibilidad de después de días enteros, que el cliente regrese a las tiendas y exhibiendo su recibo devuelva lo que no le gustó o lo que ya posiblemente uso, lo mando a la tintorería y devolvía la mercancía, sin ningún recargo o problema, tomando otra prenda o recibiendo el valor de la misma. Realmente las ofertas y rebajas eran de locura, los trajes de hombre se vendían con dos pantalones y chaleco incluidos, y desde luego en esa época, la moda siempre impuesta en Nueva York, como en Paris, era de negro, dorado y plateado para las mujeres; con zapatos de tacones plateados, dorados y transparentes de cristal; lo mejor de la moda y los mejores vestidos y vestidas caminaban en la Quinta Avenida, en la Catedral de San Patricio y en el Rockefeller Center; mientras que las compras de todo género, eran más baratas en Chínese Town, en el Barrio Chino; para esa época que no volverá, los turistas no tenían límite ni peso regulado en su equipaje, pues hasta baúles se podía llevar con las compras correspondientes, sin que haya un control estricto como es en la actualidad, por motivos de terrorismo y de seguridad.

Mediante cartas me comunicaba con Ruth, que estaba en Cuenca con mis dos hijas Ruth Marcela y Katherine; y, Juan Marcelo el menor; y acordamos que ella se reúna conmigo el último mes, a fin de retornar juntos, le había recomendado, con el fin de identificarla a su llegada al aeropuerto John F. Kennedy, que venga puesta un abrigo de piel gris y negro, pues persistía un clima bajo cero grados, con fríos intensos y grandes nevadas; pero además le había dicho que en una libreta anote mi dirección del Hotel donde me alojaba, el teléfono y otros detalles, faltando dos horas para su arribo, en un avión de American Airlines, esperé en vano, con el antecedente que Ruth, cuando se reunió así mismo conmigo en México, se atrasó al vuelo y esa noche no llegó; espere su llegada, pero en tanta gente que llegaba en los diferentes vuelos, no divise a Ruth con su abrigo de piel, pues se había sacado y puesto en una maleta de mano y pasó únicamente con vestido, me acerque a información, averigüe, con el número de vuelo y sus nombres sin obtener respuestas favorables, a la madrugada, llegué muy preocupado a mi suite en el Stanford, alarmándome aún más pues telefónicamente me informaban en Cuenca, que Ruth había viajado en ese vuelo, ese día; la única oportunidad era de que ella al tener mis datos me llame al Hotel y seguí en pie a la madrugada del nuevo día, cuando recibí su llamada, estaba angustiada, lloraba, me reclamaba y me pedía explicaciones de por qué no le había ido a recibir al Aeropuerto, rápidamente le expuse que yo también estaba angustiado, y le pedí la dirección de donde me llamaba, estaba a unos cuantos bloques de mi Hotel y en Manhattan, inmediatamente tomé un taxi y a unos veinte minutos llegué a un edificio, subí al sexto piso y timbre en el Departamento que era de una familia ecuatoriana y que fueron a esperar a su hija que llegaba del Ecuador, así después de agradecerles infinito a esta familia de Alausí, a su hija, retornamos con Ruth al Hotel; que fue lo que pasó, lo aclaramos conversando hasta cerca de las tres de la mañana, pero estábamos ya tranquilos y felices de estar juntos.

Ruth, a partir de esta y otras experiencias dejo de ser dependiente de mí, en ese viaje, apenas tenía un teléfono de una prima de Washington, y de la Familia Naranjo Núñez; y confiada en que yo le recibiría, no tenía mi dirección; en efecto arribo al Aeropuerto, en compañía de una señorita, cuya mamá y padrastro, le esperaban, venía a radicarse y a vivir con sus familiares en Nueva York; Ruth, llegaba por primera vez a Estados Unidos, olvidó de ponerse su abrigo de piel y prefirió guardarlo en su maleta de mano, al salir los ocupantes del vuelo mezclados con pasajeros de otros vuelos, forzaba mi vista, pero nunca le vi llegar, moviéndome de un mirador y de la salida a información, pues en ese lapso de angustia, pasó inadvertida, sin que me percatara de su presencia y ella empezó a preocuparse pues yo no asomaba, y le expresó a su compañera de viaje su problema, la misma que con su madre y padrastro, se ofrecieron gentilmente a llevarle a su departamento hasta que yo aparezca; a los dos de la mañana en ese mismo lapso de desesperación y angustia, se nos habían cruzado una serie de incógnitas; al llegar al departamento de la compañera de viaje, en aquel había una fiesta de bienvenida con familiares; le inquirieron a Ruth, la dirección mía y dijo está alojado en el Hotel Stanford, al tomar la guía, habían más de doscientos hoteles de esa cadena en Nueva York; persistieron y Ruth llamó a Washington a su prima de la familia Naranjo Núñez, con la cual me había comunicado, pues les había traído algunas encomiendas y cartas de Cuenca, pero ellos no sabían mi dirección y teléfono, únicamente que me hospedaba en el Hotel Stanford, le calmaron a Ruth, y ellos llamaron a Cuenca, a la casa de mis Padres políticos, los mismos que tomaron una de mis cartas y dieron razón de mi dirección y teléfono, a continuación le llamaron a Ruth y le proporcionaron los datos exactos, es así como a la una y media de la mañana escuche la voz entrecortada y llorosa de Ruth que me daba la dirección donde se encontraba; agradecimos a esta familia, que se había portado a la altura con mi mujer, les rogué me cobren las llamadas, no quisieron cobrarme, haciendo en lo posterior una amistad por gratitud con esta familia; desde esa ocasión Ruth empezó a ser más cuidadosa y a anotar detalles importantes, no había en esos años los teléfonos móviles o celulares y era un verdadero problema la comunicación telefónica con el exterior.

Ya con Ruth a mi lado, la estadía en Nueva York fue diferente, aunque los dos extrañábamos a nuestras dos hijas e hijo menores, que quedaron encargados con mis padres políticos; el tiempo, el espacio, el destino nos presentaba estas situaciones; así mismo recibimos la visita en el Hotel Stanford, de Joaquín primo de Ruth y se su señora y pequeño hijo, quienes nos invitaron a quedarnos en su departamento hasta nuestro retorno a Ecuador, lo cual fue muy grato y hemos reconocido y agradecido sus gentilezas.

Aprovechamos nuestra estadía y en mis tiempos libres, para recorrer la ciudad, sueño de los mismos americanos, estuvimos en el Empire State, en la estatua de la libertad, en los espectáculos del circo en el Madison Square Garden, en Radio City, en los festivales de Lassie y de las bailarinas de nueva York, mirando las tiendas de la Quinta Avenida, Macys, Gimbels, en donde se exhibía la moda, en especial de la mujer con negro plateado y dorado, compitiendo con la moda de Paris, asistimos a misa a la Catedral de San Patricio, patrono de los Irlandeses; subimos a las torres gemelas, a mirar la inmensidad de la urbe y el gran smok y contaminación de la ciudad; viajábamos en el metro en tardes y noches, sin descanso; comíamos en diferentes lugares y con una variedad de comidas, nacionalidades y sabores; en un fin de semana, desocupamos la suite del hotel, encargamos nuestros equipajes y con una pequeña maleta, viajamos en el tren a Washington, a visitar a la prima y parientes de Ruth, una travesía de pocas horas, desplazándonos al sur de la costa este de Estados Unidos de América, por ciudades como New Jersey, Newark, Pensilvania, Carolina y Virginia, a la vista constante de un terreno plano, muchos ríos que desembocan en la costa del Atlántico, con grandes muelles y una actividad de ciudades que no duermen, están en constante actividad, carreteras e infraestructura inimaginable por su grandeza arquitectónica y destinos, en medio de un orden exagerado, que da una imagen de total organización, Amtrac, el tren expreso o regular que se desplaza veloz a diferentes destinos, con estaciones inmensas, que difieren a gran cantidad de usuarios a diferentes ciudades; siendo el objetivo de nuestro viaje, la capital de esa gran nación, fuimos bien recibidos y como buenos anfitriones la familia Naranjo Núñez, nos atendieron con mucha preferencia y cariño, nos dieron alojamiento en su casa, muestras de afecto determinado por nosotros como sincero y digno de mencionar; recorrimos los monumentos históricos, como el Capitolio, La Casa Blanca, de lejitos el Pentágono, de cerca el Cementerio de Arlington, para ver el cambio de guardia en la tumba de John F. Kennedy, la Tumba del senador Kennedy, y las hileras simétricas y uniformes de los decesados, en especial la tumba del soldado desconocido; la antorcha y flama constante en la tumba del Presidente asesinado; la majestuosidad de la ciudad, el puerto y río que desemboca en la bahía de Washington; retornando el domingo en la tarde hacia Nueva York, agradeciendo sus bondades a esta familia y sus miembros que son dignos de mención por su sacrificada labor y tesón al emigrar a esa ciudad y país y lograr triunfos personales en sus vidas, actividades y profesiones, solo quedan en nuestras mentes, buenos recuerdos, graficados en forma perenne en nuestro interior y en las fotografías que nos tomamos, inmovilizando el tiempo, retratando esos bellos momentos que pasamos, y que no son otra obra que la de Dios, que dispuso esos momentos. La estación Pensilvania Station, cerca del hotel Stanford, ya conocida, nos llevó de vuelta a la actividad rutinaria de mi rehabilitación y los últimos días en esa gran ciudad y de la cual guardo inolvidables recuerdos; al final de esos días comprábamos algunas cosas para nuestras hijas e hijo menor, y para nuestros parientes, y al comprar un baúl para empacar nuestras cosas, en un almacén de árabes, el dueño se acercó curioso, me inquirió de donde era, le conteste que era de Ecuador, y me ofreció trabajo, yo le pregunté cuanto pagaba la hora, me dijo ocho dólares; si sabía números, le dije que sí, y me invitó a trabajar desde ese momento, le dije que acudiría al siguiente día, no sabía el dueño de ese almacén que yo era un capitán del Ejército ecuatoriano, en servicio activo y comentando esa propuesta o camino que se me presentaba, bien podía haber presentado mi baja y quedarme desde ese momento en Nueva York, cambiando mi vida y la de mi Familia, pues hasta ese momento mi vocación militar, me había pasado una factura negativa, con mensaje de muerte y con consecuencias funestas de ocurrir así, a mi cónyuge y a mis tiernos hijos; pero mi decisión en esos momentos fue seguir en la Institución Armada, me sentía muy orgulloso de mi grado militar, mi moral era alta y estaba reconocido de las ejecutorias ordenadas a mi favor por Oficiales Generales del Ejército, a los cuales no podía defraudar, en interés y esfuerzos que habían hecho por mí; pero analizando fríamente el problema era de ese tiempo, de un individuo que posiblemente se olvida, en una gran Institución, más aún cuando los Oficiales que cumplen funciones con el tiempo son cambiados, se retiran del Ejército, quedando todo en expedientes y papeles, que los nuevos funcionarios ya no se molestan en revisar o conocer, el militar únicamente es un insignificante número en los Cuadros orgánicos, una estadística, un libro de vida militar, una suma de méritos y sanciones, dentro de una Promoción, quedando para uno, simplemente la satisfacción del deber cumplido, de la honradez y fiel cumplimiento en el grado y función, del trato humano y de personas dado y recibido de parte de Oficiales y personal de tropa, de cruzarse más tarde o más temprano en la calle, de traje de civil con esas personas, y de que le saluden con afecto y buenos recuerdos, de haber hecho más amigos; de no tener en la conciencia y en el conocimiento malos recuerdos o remordimientos de no haber trabajado como debe ser o haber omitido acciones, que perjudiquen a la Institución armada, a la que le debo mi presente y futuro, a la disciplina y estricta formación castrense y de caballero, en la que me forme, al buen ejemplo y lealtad de mis inferiores y superiores jerárquicos, a los momentos angustiosos, violentos y agradables que pase, siempre teniendo en mente los objetivos y misiones superiores de la Institución y de la Patria, y sintiéndome un hombre importante y un militar digno y respetuoso, cumplidor a cabalidad de sus obligaciones.

Posiblemente en este camino que se me presentaba, tenía que empezar de nuevo, hubiera aprendido a la perfección el idioma inglés, tal vez con el tiempo, ya hubiera obtenido la ciudadanía americana, junto con mi familia, olvidando mi vida pasada, en el marco de un nuevo país, costumbres y manera de ser, el destino para los míos hubiera sido diferente, pero yo tengo siempre un referente para los pasos de mi vida, todo lo encomiendo a Dios. Al regresar al Ecuador, me involucre en mis actividades militares, en mi vida familiar y social, haciendo una vida normal y corriente y sin que me ataque complejo de inferioridad alguno, y tratando de recuperar y experimentar mis habilidades físicas, pues mi interior y psicología, conciencia, alma, ser, como se llame ese infinito interior no había disminuido y no ha mermado nunca.

Visita de mis hermanas de Quito

Por la gracia de Dios que siempre me ha amparado y a escuchado mis ruegos y por la iniciativa invalorable de mi hermano político Marcelino Rossi: el 14, 15 y 16 de Febrero de 2010, vinieron desde Quito a Cuenca, a visitarme especialmente a , a Ruth y a mis hijos, nietos, nietas y familia de mi mujer y amigos, a los años mis hermanas: Ada del Roció Almeida Figueroa, Maritza Zafiro Almeida Figueroa; Gina Elizabeth Almeida Figueroa con su marido Marcelino Rossi; sus hijos Marcelino Salvatore Rossi Almeida, Gino Rossi Almeida y Renato Michel Rossi Almeida. Los hijos de Maritza, María José Baca Almeida, Ana Carolina Baca Almeida y Camilo José Baca Almeida.

Gilberto Fernando Almeida Figueroa, con quien hable por teléfono, cuando estábamos reunidos con mis hermanas y familiares en Challuabamba, nos saludamos y prometimos seguir en contacto.

Marcelino Rossi me puso al tanto, de las ulteriores nupcias de mi hermano Gilberto Fernando, tiene dos niños, vive en Quito, trabaja de técnico en teléfonos, está feliz en su nuevo Matrimonio.

Que Nancy Cecilia Almeida Figueroa, vive en Quito con su único hijo.

Que Guadalupe Esmeralda Almeida Figueroa, vive en España con sus hijos, no ha regresado al Ecuador desde que emigró a ese país; posteriormente se comunicó conmigo, mi hermana una vez desde Madrid y otra desde Quito, con quien dialogamos telefónicamente, deseándonos lo mejor para nuestras familias.

Y que Mónica Patricia Almeida Figueroa, vive en Quito, trabaja en Metropolitan Tourin, y vive con su única hija.

La visita y el compartir con mis hermanas, sobrinos y cuñado, fortalecieron más mi espíritu, y recordé vivamente a mis queridos padres, teniendo la sensación de que en realidad estaban junto a nosotros.

La distancia, el tiempo y el espacio, determinan la ausencia, el compartir con los familiares, con las personas en vida, los momentos gratos con nuestros consanguíneos, amigos y conocidos, que nos ofrece Dios en nuestras vidas; desde joven en que ingresé becado por el Doctor José María Velasco Ibarra, al Colegio "Militar Eloy Alfaro", pero además apoyado económicamente con mi equipo inicial, con el valor de Cinco mil sucres, por mi tío y Padrino, Daniel Figueroa Gómez, que en paz descanse a quien le tengo mucho recuerdo y gratitud, en un régimen de internado, apenas distendido por cortas vacaciones, o salidas de franco el Domingo; luego en los deberes funciones y grados militares, desde Subteniente del Arma de Transmisiones, hasta el grado de Mayor, siempre inmerso en las guarniciones militares, cursos, misiones, guardias, servicio de semana, de ranchero, de Jefe de Plaza, en comisiones, patrullas, saltos en paracaídas, como eventos deportivos o tácticos, ejercicios, inspecciones, en diversos sectores y regiones del país y hasta en el extranjero; egoístamente la carrera militar le separa a uno de la Familia; más aún cuando en mi época de Subteniente, era prohibido abandonar la Plaza, o sea la jurisdicción en donde estaba la Unidad militar a la que estaba asignado mediante Orden general del Ministerio de Defensa; no se diga los puestos avanzados de frontera frente al enemigo, custodiando la Bandera; posiblemente mis Padres, en especial mi Madre Cecilia María, fue en mi estado civil de soltero y luego de casado la que sufrió más mi ausencia, como lo hacía también mi cónyuge Ruth al estar alejada de sus padres, pues la actividad militar no solo que es riesgosa, sino que es sacrificada, incomprendida y hasta perversamente olvidada, por el hecho de que el soldado se debe a su Patria, y hasta tiene la obligación de ofrendar la vida; no obstante me daba modos para llamar por teléfono, para escribir cartas en aquella época, en que las personas teníamos esa maravillosa costumbre documental, de escuchar la voz de la Madre, del Padre, de los hermanos y amigos; costumbre de antaño, antigua, que actualmente es rota olvidada, por la cibernética, por la computación, haciendo veloz el correo directo y electrónica, lacónica las comunicaciones sin ese valor agregado que es el amor y salvando distancias fríamente; sin embargo no es lo mismo, contemplar, abrazar, dialogar directamente con nuestros seres amados; si falté a esta insustituible comunicación que Dios me perdone, pues con el altísimo siempre me comunico y le ruego por el bienestar de todos mis ascendientes, descendientes, por mi cónyuge y miembros de mi Familia, de mis padres que descansen en paz, de los familiares difuntos; no he dejado nunca de comunicarme con todos con mi mente y mi corazón, y me he alegrado el saber buenas noticias de su vida y éxitos, logros con su prole, jóvenes y auténticos talentos; así como he llorado desconsoladamente en silencio y dentro de mi alma sintiendo un enorme vacío por los que han partido, presidiéndonos en un camino que Dios ha señalado.

Hace muchos años, que al salir del Ejército en forma voluntaria, buscando mejores derroteros para el futuro de mi Familia y plantando raíces, para obtener todos, estabilidad emocional, amigos, conocimientos, tranquilidad al sueño de la Familia, bajo un techo propio, con una actividad laboral digna, tuve la audacia, el atrevimiento de estudiar de nuevo, siempre he estado estudiando toda mi vida, hasta con sacrificio denodado, enorme hasta graduarme de Abogado, e inmediatamente ponerme a trabajar en esta difícil profesión hasta obtener experticia, conocimientos firmes y clientes, este trabajo me tomó unos doce años, de lucha constante, con el objetivo final de que mis cuatro hijos sean profesionales, trabajo combinado en una tercera jornada diaria como Catedrático en la Facultad de Derecho, de la Universidad Católica de Cuenca, y en estas catorce horas de trabajo diarias, en que no hay opción a días libres, a paseos fuera de Cuenca, es cada día mayor la responsabilidad con los clientes y con los estudiantes, que son como mis hijos, que exigen de uno, mente clara, honradez, destreza, entrega total; perdí el contacto con mis parientes, algunos de ellos fallecidos, a cuyos funerales no tuve tiempo para estar presente, reduciendo a una llamada o a comunicaciones escritas, dando el pésame a los deudos; por causa de la distancia y el espacio egoísta, que se ha interpuesto a mi buena voluntad.

Sorpresivamente el día lunes 8 de Febrero recibí una llamada de mi hermano político Marcelino Rossi, quien me anunciaba una visita de mis tres hermanas y de cinco sobrinos, que querían verme, visitarme a mí y a mi familia, lo cual comprendí que esto es una bendición de Dios, que en esas buenas intenciones están mis Padres difuntos. Recuerdo de la niñez, el sentido de anfitriona de mi Madre, que nos enseñó a sus hijos a ser generosos y que de lo mínimo o poco que poseíamos, al visitante se le debía brindar aunque sea una agua de hierba luisa, cedrón, que en aquellas épocas era usual y se consumía como si fuera te; recuerdo que a su muerte, mi Padre quedó viudo y con la carga de mis hermanas y hermano solteros, que duro fue para ellas la perdida, la ausencia de mamá y luego la pérdida de papá que murió en el Hospital Andrade Marín del Seguro Social, en Quito, vacíos que no se pueden permitir, pero que Dios da esos designios y hay que obedecerlos sin protesta alguna; lo que hizo madurar a mis hermanas y hermano y hasta a mí que estaba casado y lejos de ellos; siempre persistí y ahora con este reencuentro divino, seguiré en contacto con ellos, mientras Dios me de vida, pues lo que se hace mientras vivimos es lo que tiene mayor valor, aprovechar el presente y proyectar nuestra unión en el futuro, para oír nuestras voces, para meditar en nuestras ideas y para alegrarnos y regocijarnos sabiendo que están bien de salud y que siguen en franco y feliz progreso sus integrantes; compartimos el domingo 14 de Febrero, en el día del amor y la amistad, en Challuabamba, en la Quinta "Virginia", de propiedad de Ruth y de Geovanny, y durante el día comimos, cantamos, conversamos, hasta jugaron futbol, enfrentándose los equipos de Cuenca y Quito, participamos hasta la noche en el Karaoque, y bailamos al son del Chulla Quiteño y de la Chola Cuencana; se preparó un chancho y comimos desde la mañana hasta la noche, las cascaritas, el puchero, las morcillas, la fritada tierna y la bien tostada, con el mote, las papas chaucha, el tostado, con ají y bebidas desde la chicha de arroz, preparada por Ruth y Gladys, colas, cervezas, agua mineral; comimos los dulces de higo y de leche con el pan mandado a confeccionar; el agua y la espuma no se hizo esperar, y mojados con recipientes de plástico y hasta con la manguera, no se libró nadie del agua, en medio de un día soleado y esplendoroso; con turnos de whiskey, ron abuelo, ron de Caldas, Zhumir añejado y hasta trago de puntas, disfrutando del baile y de amena conversación, fue maravilloso estar nuevamente con mis tres hermanas, Adita, Maritza y Gina, con Marcelino y sus tres hijos y con el hijo e hija de Maritza; en la tarde recibí la llamada de José Baca mi cuñado y de mi hermano Gilberto Fernando, a quienes volvía a escuchar después de mucho tiempo y prometimos mutuamente estar en adelante en contacto, aunque sea por teléfono.

A RUTH.

Hoy es jueves 18 de Febrero de 2010, un día antes del cumpleaños de Ruth, mi cónyuge, con la cual me consta y tengo la impresión de que la llama del afecto y del amor está en peligro de extinguirse, tal vez por mi culpa o por parte de ella, y las muestras son diarias, cuando ya no comparte los instantes de la vida conmigo, no quiero llegar al extremo de que su vida sea independiente, de que tenga amigas y grupos con los cuales comparte momentos sociales, el deporte del basquetbol, en donde es una maravilla, de excelente carácter, de vivacidad manifiesta, que hace que sus amistades le tengan como insustituible por su gran humor y trato fino; mientras que al otro lado están unas relaciones simples y sin diálogo de nuestro matrimonio, y aparente odio hacia mí, es penoso y me lastima cuando al llegar o al despedirme al tratar de darle un beso, desvía la cara, llegando mis labios a la mejilla u oreja, con una frialdad intensa; nuestras noches son de cansancio, sueño o cualquier pretexto, que nos deja en el lecho de espaldas, con insomnio de parte mía, me siento desgastado, utilizado únicamente para cuestiones materiales o para cubrir todas las necesidades de la casa, sin que haya un momento para juntos analizar estos gastos, que los cubro al centavo sin quedarme con recurso económico alguno, siento decepción pues todo lo que gano en la Universidad por mi cátedra y lo que recibo de mi pensión jubilar, no queda absolutamente nada de ahorro; y no me importará absolutamente nada, si fuera retribuido con un trato amable de parte de Ruth, un afecto que se da en el matrimonio, una preocupación de parte de ella de cómo me siento en ruinas dentro de mi interior; me entregó a mi cátedra y trabajo de Abogado a fondo y hasta con una jornada más de trabajo que concluye a las diez de la noche, de lunes a viernes, son contados los momentos que al llegar al medio día y a la noche, parece que le fastidia mi presencia, por cualquier cosa mínima me hace problemas, e inicia la discusión y la falta de respeto, que hace que yo reaccione mal; ya es algún tiempo de esta virtual separación. No quiere ir a los lugares que yo le invito, así a la piscina y baño turco de Baños los sábados, la asistencia a misa los domingos; tengo la costumbre, por largas horas reflexionar y determinar cuál es el motivo del fracaso al que se dirige mi matrimonio y de tratar de no dar motivo a mi cónyuge; la que últimamente delante de personas y familiares como acostumbra hacerme quedar mal, expreso, que algún día le negué dinero que me pedía, como puede ser posible esto y dice que desde esa ocasión ya no me pide nada y juró no pedirme nada; esto es totalmente injusto, pues toda la pensión jubilar del Ejército, le entrego a ella; y de mi sueldo de la Universidad y de las horas de clase que doy en la Universidad Católica, tengo que hacer milagros para pagar servicios como agua, teléfono, Internet, alícuota de mantenimiento de la oficina, TV cable, Pago de predio urbano y rural, consumo de la tarjeta Dinners Club, que lo hago al mínimo; seguros y otros, quedándome sin un centavo, lo que es complementado con mis honorarios de Abogado que no son fijos, por lo que es totalmente injusta la idea clavada en la mente de Ruth, de que no le doy dinero, si todo lo que gano, están convertidos en recibos de diferentes pagos mensuales, para el mantenimiento y servicios, de la casa de habitación en la Avenida Ordóñez Lasso, de la oficina en el Quinto piso del Edificio Gran Colombia, en la calle del mismo nombre Nro. 621, de los dos terrenos rurales en Tarqui y de la Quinta de Challuabamba, que inclusive no es de mi propiedad, es de Ruth y Giovanny, su hermano que reside en Chicago. Pero estas causas no ameritan un trato tan frío, tan agresivo y alejado, de Ruth, como si yo fuera un enemigo o un ser despreciable, además que se ha perdido el respeto, la consideración, la confianza, las relaciones conyugales; es grave la situación que atravieso y no atino a dar con la solución, a este conflicto que se va agravando día a día; en mi desesperación me siento sólo, abandonado, solo me anima mi carácter y determinación en medio de lo que pueda presentarse a futuro; hasta he pensado paulatinamente en separarme de Ruth y luego como es lógico divorciarme, pues no debe seguir en adelante esta clase de vida; tengo la sensación de que en vez de progresar he retrocedido en el tiempo, de que yo soy el culpable de la infelicidad y amargura de mi compañera de matrimonio, que cada día me demuestra desprecio, factores negativos, no me da credibilidad, siento en sus actitudes que no significo nada para ella y sus expectativas son diferentes; ante lo cual habrá que poner un fin y dar solución, como ni siquiera hay dialogo con Ruth, he decidido entregarle por escrito esta nota, para ver cómo reacciona y si se decide a sentarse a dialogar seriamente conmigo, pues me afecta en gran porcentaje su actitud, su silencio, su desprecio.

Voy a cumplir el 14 de Julio de 2010 próximo, los sesenta y cinco años, y la verdad que nunca antes tuve esta sensación de quedarme solo, de ser abandonado por mi compañera, pero mediante sus actitudes veo claramente que ese abandono, ha sido ya desde hace algunos años paulatino, cruel y que no me había percatado, porque siempre me he sentido seguro de su afecto y amor; nunca he dejado de admirarla como mujer, Madre y cónyuge, por sus virtudes y habilidades, por su inteligencia; tal vez no he analizado en mi egoísmo que yo no estoy a su altura, a sus expectativas, tal vez únicamente me tolero hasta ahora y se engañó ella misma; hoy que comprendo la amarga realidad, dejo su camino libre y amplio, no quiero ser un estorbo para su vida y felicidad, su cariño y amor nunca podrá alcanzar al mío, pienso además que no se puede exigir, ni rogar, ni implorar algo que no siente ella, es el fin del camino, tendré que buscar una vía en compañía de la soledad, pero con sentido positivo y sin derrumbar las paredes internas de mi corazón; ante este inevitable drama y destrucción de la fe entre dos personas, pues mi fin era morir junto a mi compañera, compartiendo la felicidad, el respeto, el cariño, la comprensión; a veces pienso que el culpable de todo soy yo; y debo alejarme de ella para no causarle más males de los que ya le he producido, más vale la separación pronta que un infinito y constante desprecio.

Espero que leas con calma, mis pensamientos, transmitidos en letras que constarán para siempre en mi libro. Marcelo.

Esta carta deje en manos de Ruth, al mediodía, junto con un arreglo floral con orquídeas amarillas y flores rojas, en número de tres cada una, y una libreta de ahorros de la Mutualista Azuay, a nombre de ella y con Trecientos dólares, indicándole que era su obsequio de cumpleaños, no sé qué vendrá después, espero que reflexione y se componga la situación de mi hogar.

Han pasado algunos días, y ha sido suficiente, para que reflexiones Ruth y su comportamiento y actitud hacia mi cambie, con el ingrediente del matrimonio que ha pasado mucho tiempo para dar pasos atrás, ella como yo dependemos de nuestras actitudes, nos necesitamos y sinceramente yo necesito más de ella, si la luz de nuestro amor y conciencias se apagara, sería cuando yo deje de existir, le pido a Dios que despierte en mi la comprensión, que mi carácter fuerte, se convierta en uno flexible, que mis actitudes sean positivas siempre y que mi presencia no llegue a fastidiar a sofocar en la paciencia de ella, en sus expectativas que no llegue el cansancio y la monotonía, que yo sea parte importante en su vida, como yo siento de ella, que significa el caudal de agua pura y fresca en el lecho del río, seco y árido, quiero ser siempre ese eje y dirección del caudal, de su ímpetu, o la apacible corriente que duerme por la gran profundidad y riqueza, que irriga a lo largo de la vida y con frecuencia encuentra nuevos rumbos y objetivos, que inquietan y dibujan esperanza y expectativa a cada minuto de la vida. Quiero envejecer con quietud junto a ella, que bajo su mirada ella sea la que cierre mis ojos, cuando de mi último suspiro, quiero morir en paz, rodeado de mis hijos, hijas y mis descendientes, a los cuales les pido calma, que no desesperen, pues Dios ha determinado este segundo final y lleno de felicidad al ver mi descendencia y mi compañera, que quedan bien, en sana paz, y con aliento e ímpetu para proseguir por los senderos de la vida, ruego y rogare al Todopoderoso, que cuando me visite la Muerte, todos mis pecados me hayan sido perdonados, por los seres humanos a los que perjudique o les hice daño directa o indirectamente; les ruego eleven sus oraciones por mi alma y que mi cuerpo sea cremado, vuelva a ser cenizas o tierra, no quiero estar en la penumbra u obscuridad de un nicho, siempre me gustó la claridad, la luz, por lo tanto en una pequeña urna o receptáculo, el cual deberán sellarlo al regar las cenizas en el campo abierto, no esparzan mis cenizas mortales en el río o en el arroyo, pues no quiero contaminar este líquido en el cual goce cuando nadaba y sacie mi sed frecuentemente, les ruego me tengan en sus mentes como un adelantado a la eternidad y allá espero encontrarlos con la ayuda de Dios; hijos míos cuiden y protejan al amor de mis amores, no se fastidien con su ancianidad y carácter, colmen su vida de dicha y felicidad, que nunca este triste o sola, denle mucha ayuda y comprensión.

Estas ideas locas son las que escribo hoy, 2 de Abril de 2010, a las 15h55, en una tarde calurosa y clara, plena de sol, casi sin viento, con nubes altas y cargadas, unas claras, otras obscuras, que al caer la lluvia mojan el suelo cuencano o cuando escucho la canción "Gracias a la vida", de la difunta Mercedes Sosa de Argentina y a pocos metros trabaja en su puesto mi hijo Juan Marcelo, que ya es un profesional, y todo un hombre, está soltero y no se su futuro emocional, sin embargo es su espíritu pasivo, tranquilo, razonador; posiblemente el observa y sabe que escribo mis pensamientos e ideas, de vez en cuando, engrosando el volumen de mi vida, vida de la cual estoy conforme y siempre le he agradecido a Dios, por sus bondades; pues hace dos días conocí a mi sexta nieta, llamada María Alejandra, hija de Paúl y Liliana, me estremecí al ver su cuerpecito pequeño, sus ojos cerrados, dormitaba, la felicidad de sus Padres y también de la mía, cuando en sus brazos sostuvo Ruth, a esa pequeñita extensión de nuestras vidas, a ese ser inocente, a ese pequeño ángel de Dios, al que acaricie y di mi bendición, como no quisiera que esa inocencia en un mínimo se trasladará a mi ser, a mi corazón, para que no siga atormentado, aunque estoy seguro que al tocar la frente de mi nietita, se trasladó algo de su pureza a través de mi mano derecha única a todo mi cuerpo, hasta llegar a mi alma pecadora y atormentada, llenando con su luz, con su apacible sueño hasta ocupar mi interior, hasta mi cerebro y corazón; hasta tengo la sensación de que la luz y mirada de Ruth, junto con el calor de mi nieta, penetraron en mí.

Como puedo definir el tiempo y el espacio, como un suspiro que no deja resquicio para pensar, que vuela relámpago en el infinito de la conciencia, que me hace estremecer al recordar los pasajes e instantes vividos, y la expectativa de lo que viviré; hay lugar al arrepentimiento de las actuaciones y acciones malas, pero sería mejor retroceder al pasado en una máquina imaginaria del tiempo y hacer que las cosas malas se conviertan en buenas, de un modo diferente, forzando la voluntad, la conciencia, el camino del destino; como tomar otras opciones y otros rumbos, como regresar para remediar lo que ambicionamos hacer, pero esto es imposible; como detener el reloj del tiempo, regresar los granitos de arena que descienden por la atracción de la gravedad, en forma natural; pero creo que si hay tiempo para pedir perdón, para arrepentirse sinceramente y de todo corazón de lo malo que he hecho en mi vida, cuando todavía al despertar hay aliento y acciones buenas que poner en el platillo de la balanza de la conciencia, que pese a favor del perdón; hay ganas para seguir viviendo por la senda trazada por el destino, pero ahora con más atención, con más inteligencia, con más experiencia y razonamiento; aunque a nuestros seres más queridos, o las personas con las que alternamos y no cumplimos sus más caras expectativas, las decepcionamos con nuestra conducta, nos alejamos muchas veces sin dar explicación, rompimos el dialogo dejando una sombra de duda y de perplejidad, a veces por la distancia que nos separó, por las circunstancias de nuestro desempeño de trabajo que nos arrancó en forma drástica de Quito, la ciudad donde pase gran parte de mi niñez y juventud, para partir siendo graduado de Subteniente del Ejército, a Quevedo, al Destacamento de Fuerzas Especiales Nro. 1, pero cual gitano y sin previo aviso en un periplo de soltero y de casado, por muchas Unidades Militares del Ecuador y hasta al extranjero; cumpliendo en forma exagerada la disciplina militar, y normalmente poniendo en riesgo la vida, cual soldado romano por orden superior, perdiendo lazos familiares, amistades, identidad y tratando de adaptarme al medio al que iba ya con mi cónyuge y tiernos hijos, y hasta formando una isla de hierro dentro del Cuartel y otra isla la de mi hogar, muchas veces con trabajo exigido y cansado, rendido por las tareas militares y tratando de sobreponerme para entregar mi dedicación a mi hogar y luego compartiendo mi atención con el estudio de fojas cero en adelante hasta lograr el título de Abogado, que me protegió y ha ayudado a mis hijos y mujer; que triste es la vida del militar jubilado, cuando al salir de la Institución, le pagan un sueldo jubilar miserable, que ingrata es esta profesión militar, que ha minado parte de la vida y en otros deja un vacío insuperable, ausente de contactos en la vida civil, con un desprecio de parte de la sociedad, que egoísta y cruel le da la espalda y no le permite cabida en la actividad laboral; el militar mientras está en la vida activa es una luciérnaga, que emite una luz brillante que causa envidia entre los que le admiran, le envidian o le odian; pero cuando sale de la Institución, pese a ser un elemento sano, disciplinado, preparado en diversas disciplinas, sale por una senda obscura, tenebrosa, ausente de la admiración, los honores y el aplauso, es olvidado por todos, desesperadamente después de una pausa de descanso, a la que no está acostumbrado el militar, que honra con el trabajo antes de diana y labora intensamente hasta el toque de silencio en su cuartel; llega a desesperarse, pues a veces no planificó este futuro sombrío, triste, y busca desesperadamente una labor, que posiblemente le es negada; y hasta los propios militares activos, ya lo desconocen, lo desdeñan en especial si dentro, no fue compañero, amigo; los militares activos, viven una irrealidad, con una venda en sus ojos, cumplen fielmente su trabajo diario, y muchos llegan a mentalizarse con la eternidad, se envanecen de orgullo sano, su ego esta sublimado, están dispuestos hasta a sacrificarse, dejando en un plano inferior su dignidad, sus familiares, su hogar; pero en ningún instante piensan que va a llegar un momento, tarde o temprano en el cual abruptamente o porque en la Orden General en una mañana, en el patio de formación, se lee su baja por mala conducta, o por la disponibilidad, con un tiempo hasta que salga su retiro definitivo, en las factibilidades, posibilidades, opciones para seguir laborando, en un mundo desconocido, hostil, diferente; no es aceptable concebir la palabra, que ya he trabajado toda mi vida, no hay paso al renunciamiento y a tomar una banca en un parque de la ciudad, para matar con el ocio el tiempo; no es hora para envejecer y consumirse, hay que seguir laborando, cultivando la mente con el intelecto, perfeccionando con disciplina y corazón el espíritu, y sabiendo que afuera el militar también es una pieza valiosa, que en esa unión indisoluble con su mujer, hijos, nietos, familiares y descendientes, tiene una labor por delante, más importante que la anterior, y que cada día hay que levantarse, sabiendo el porqué de existir, y el bien que se puede hacer en nuestra familia y comunidad, el aporte que podemos realizar a favor de la tranquilidad de nuestros familiares, luz que no debe extinguirse, que irradia, dinamia, solidaridad, afecto, responsabilidad y energías positivas; cada día debe ser el camino de nuestros retos y proyectos que tienen que cumplirse a cabalidad, en busca del éxito, de la felicidad; la mente debe estar preparándose todo el tiempo con el animus y todo lo bueno debe llevarse a efecto materialmente con el corpus, es precisamente en vida que debemos aprovechar, para estrechar los lazos de cariño, para tener verdaderos amigos, a los que se conozca por dentro en sus sentimientos y corazón, es el momento de vivir una vida plena de salud física, mental, social y espiritual, de dar ejemplo estando a la cabeza, de ser capaces de no darse por vencidos, planificando una a una nuestras acciones.

Cuantos pensamientos bullen en mi cabeza, a los cuales quiero tomarlos uno a uno con relación a las personas íntimas, familiares, amigos, estudiantes de mi cátedra, compañeros de promoción, conocidos; teniendo siempre un pensamiento preferido y central, la fe en Dios, como guía de mi vida, luz a la cual he acudido, en los momentos de paz y en especial de peligro inminente y mi voz no ha quedado en el vacío, el eco y angustia, la fe con la que he pedido, siempre ha sido respondido y satisfecho, como el clamor de la tierra seca que implora el agua del cielo, para ablandarla, purificarla y hacerla productiva.

Es un constante dialogo interno, dentro de mi alma, conciencia, razón e inteligencia, que con los resultados externos, conforme pasa el tiempo va calmándose mi espíritu, pues indudablemente hay cuestiones que no se pueden decir, por inconfesables, porque pueden herir a los seres amados fallecidos o vivos, porque a pesar del tiempo transcurrido, siguen vivas en imagen en la mente, frustraciones, objetivos inalcanzables, o que pudiendo realizarlos no lo hicimos a tiempo, lo que lamento y agita mi interior y lo que no es posible remediar; y constantemente suplico a Dios, me sea perdonado, todo mi accionar u omisiones que causaron perjuicios a otras personas.

Sucesión por causa de muerte

Las instituciones jurídicas contempladas en el Código Civil, y en la legislación ecuatoriana, tienen un profundo contenido pragmático, se aplican a la vida real. Pero hoy que menciono este hecho de la sucesión por causa de muerte, al no ser de fortuna mis queridos y recordados padres, de cuius, no así su abundancia en valores morales, religiosos y éticos que nos dejaron, incluyendo su profundo cariño, cuidados, abnegación para todos sus hijos.

Así, tomando como inicio hay una sucesión sin testamento o Ab intestato, dejada por mi tía Mercedes Figueroa Gómez, que al fallecer y sin dejar descendientes, actualmente su patrimonio iría en beneficio directo de sus hermanos, y el único que estaba con vida era mi tío Miguel Ángel Figueroa Gómez, ya que mis otros numerosos tíos y tías están fallecidos, sus hijos es decir los sobrinos entre los cuales estoy yo, tenemos derecho por representación de nuestra madre de heredar con el único tío vivo, que por cierto también falleció, siendo el orden sucesorio actual de todos los sobrinos, de la tía de cuius, con el sobrino preferido el Estado, como herederos ab intestato o sin testamento.

Hace algunos años y con Ruth, le visitamos a la tía Miche en su casa, en la Mariscal; la tía, muy cariñosa y atenta nos recibió, pues algunas e incontables veces le visite desde cadete, de soltero y casado; nos brindó y tomamos cafecito y conversamos largamente, ella estaba con sus años de mayor adulta pero gozando de salud y belleza; nos había manifestado que vivía con su hijastro Hugo, casado con una prima mía, hija de mi tío Jorge, que parte de la casa arrendaba; me entregó algunas fotografías inclusive de mi niñez así como las fotografías de mi madre y padre, las cuales les hice ampliar y han embellecido la galería de fotografías antiguas, que mantengo en casa y en mi Bufete jurídico, las cuales aprecio mucho por su gran valor sentimental.

Desde esa ocasión ya no he tenido noticias de mi tía Miche, hasta la visita que he mencionado de mis hermanas a Cuenca, y a los años, la cual estoy agradecido a Dios y debe ser por intermedio de mis queridos progenitores, que descansan en paz.

Son mis hermanas Adita, Maritza y Gina, en su visita a Cuenca, que me pusieron al tanto de que mi tía había fallecido, como otros tíos, lo cual sinceramente y dentro de mí lo sentí, pues cada uno de mis antecesores y hermanos, como hermanas de mi Madre María Cecilia, me traen recuerdos buenos e imborrables.

Por teléfono mi hermana Ada del Rocío, me comunicó una novedad, pero con el preámbulo de parte de ella de que no tome a mal, lo que me trasmitió, que con la oposición del tío Miguen Ángel, con todo derecho, mis hermanas y hermano, se habían acogido al derecho de demandar la herencia de su tía fallecida, así como los otros grupos de sobrinos de la de cuius, y que en este proceso me habían mencionado a mí. Yo le agradecí a mi hermana Adita, el que me hayan tomado en cuenta en esta reclamación judicial, en conjunto de ocho hermanos que somos, dos varones; y que sigan el proceso, se entiende que estaba dispuesto a entregar los valores correspondientes de mi alícuota, pero casi tome esta noticia con desinterés.

Posteriormente me llamó Adita, para muy preocupada manifestarme la oposición de Gilberto, Nancy y Mónica, a que esté junto a ellos en este juicio de posesión efectiva, de inventario posteriormente y de partición, que se lo está ejecutando inicialmente en uno de los juzgados de lo Civil de Quito, donde está ubicado el bien raíz; tranquilicé a Adita mi hermana y le expresé casi sin prepararme, que no se preocupe por mí, que agradecía la buena intención de ella y supongo de mis otras hermanas a excepción de los tres nombrados, a los cuales le pedí les comunique mi decisión y que les sirva de provecho lo que consigan de su herencia por alícuotas; que a mí no me tomen en cuenta, que no voy a acudir a los procesos, con el derecho que me corresponde, que dando gracias a Dios, tengo mi trabajo y que no necesito de esta participación hereditaria, que hago cuenta que no ha habido este pronunciamiento inexplicable y absurdo de estos tres hermanos ; le reafirme a mi hermana Adita y a las demás hermanas que están conmigo, con mi solidaridad, apoyo y cariño de hermano y que les deseo todo lo bueno de la vida, en especial la tranquilidad de conciencia. Posteriormente me llamó muy temprano y antes de ir a su trabajo Maritza, no trató del tema, pero su llamada la cual agradezco mucho, fue para saludarnos, para desearnos felicidad, como hermanos que somos; pues increíblemente, en forma sorpresiva y absurda, estos tres hermanos menores, que deben tener posiblemente malos traumas de parte mía, a los cuales no los he visto y hablado en años, a excepción de Gilberto unos minutos por teléfono y en los mejores términos, yo siempre he rezado en general por el bienestar de todas mis hermanas y hermano, a los cuales les descubro ahora en su verdadera dimensión.

Al renunciar voluntariamente a mi derecho de heredero en representación de mi Madre Cecilia, fallecida, en la alícuota de los bienes de su hermana Mercedes, esta es de carácter irrevocable, Dios proteja a todos mis hermanos y los tres opositores ignorantes de la Ley, que sea la ayuda divina con creces, y que algún día comprendan su error y egoísmo.

Al ser el hermano mayor, así mismo hace muchos años, el único patrimonio de mis padres fue una casa de habitación en la Pío XII, en Quito; siendo Gina la hermana menor y recién casada con Marcelino Rossi; estando yo radicado en Cuenca, recibí la novedad de mis hermanas de que papá Gilberto, que habitaba la casa en unión de Nancy, mi hermana tercera, se proponían a vender la casa, que era con hipoteca al IESS, ellos ya tenían el comprador y se habían hecho cancelar por adelantado una cantidad en esa época en sucres, posiblemente Un millón de sucres, que no participaron entre los ocho hermanos al margen de estos acuerdos entre mi difunto papá Gilberto y Nancy; la levantada de hipoteca era con la firma de todos y el IESS trasfería la obligación al nuevo dueño que nunca conocí, la única que no daba la firma era Nancy y condicionó su firma por más dinero; ante grandes males, grandes remedios, se dibujó la firma de Nancy y el nuevo propietario entregó en manos de los herederos el precio justo pactado por la venta, inconforme porque un valor adicional ya había entregado a papá y Nancy; se recibió el valor total y en reunión de mis seis hermanos en ausencia de papá y Nancy, que avergonzados por su acción no acudieron a la reunión, hice de cabeza, repartimos el valor recibido de la venta por nueve partes, tomándoles en cuenta y equitativamente repartí estos valores, comenzando por Gina y encargando los valores de papá y Nancy, hasta el final, con mi parte que no alcanzaba a más de Trescientos mil sucres para cada uno; de los muebles al interior de la casa que se suponía quedaban a cargo de papá, no recibí nada, ni siquiera los bienes que eran de mi soltería, un retrato o algo que para mí hubiera sido de un significado enorme, el cofre de joyas de mamá en donde había hasta mis dientes incrustados en oro y cadenas, así como mis joyas de pequeño, nunca supe nada, en alguna ocasión papá me entregó dos pares de aretes pequeños, yo cogí sin reparos, aunque mi ambición era el cofrecito vacío, que era de color verde y que tenía cajoncitos secretos, o un cuadro del señor en el Monte de los Olivos, o los retratos de mis Padres; no sé con qué criterio actuaron mis hermanos; pero después del fallecimiento de papá Gilberto, recibí una llamada telefónica de Gilberto Fernando, mi hermano, quien me manifestó que papá había tenido ahorros en algún Banco, que había retirado esos valores y que yo tenía una parte, así como un reloj de pulsera de papá, reloj que por cierto yo le había obsequiado a mi padre, le pregunte que cual hermana estaba económicamente más pobre y me dijo Mónica, le rogué que ese dinero le entregue de mi parte a Mónica para que se ayude y el reloj lo regale a mi primo Manuel, a quien lo entregó.

Es necesario descubrir después de una causa, el efecto que esta produce; posiblemente mi hermano Gilberto Fernando me tiene mucho rencor, que no me explico, sino por un hecho anterior; yo como militar, Oficial del Ejército, soltero y mayor a él, no lo tomé en cuenta o no hubo la oportunidad para relacionarme y compartir con él, por mi propia profesión que me mantuvo alejado de mi casa y familia; mi hermano menor Gilberto, tomando en la casa de mis padres mi puesto como varón, y siendo mimado de mis padres desde que nació en Ambato, que lo educaron vistieron y mantuvieron ya con comodidades que los primeros hijos no disfrutamos; en muchas ocasiones y ya cuando Gilberto se graduó en el Colegio Central Técnico y trabajaba, como técnico en telefonía para el Estado, en varias ocasiones papá hacia comparaciones y a favor de mi hermano menor, menospreciando mi profesión y actividad, en especial cuando ya era casado y él era soltero; lo que no tomé en cuenta, más bien deseando que el éxito y progreso de mi hermano sean mayores.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16
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