En campo abierto la columna de bautizados recorría las estaciones a cargo de los verdugos, cadetes antiguos, desde luego no faltó la piscina de agua fría, pero esta vez con descargas eléctricas producidas por un generador de energía eléctrica manual de los teléfonos de campaña americanos de la segunda guerra mundial, el rato menos pensado estando dentro o al salir del agua, la corriente eléctrica recorría el cuerpo como un flash en directo, localizando intestinos, venas y arterias; la silla eléctrica, a la cual la víctima se sentaba, ya mojado el cuerpo, le ofrecían un jarro metálico con agua y el momento de beber el líquido, accionaban de atrás un dínamo de un teléfono italiano, transmitiendo corriente eléctrica a todo el cuerpo, que se volvía rígido y con las consiguientes muecas, lo que era documentado fotográficamente por el fotógrafo Reyes; en otra el verdugo disfrazado estaba con guantes de box, la victima mostraba su mejilla, con aire y recibía un golpe seco que iba con afecto o desafecto en esta última circunstancia, salía sangre y el recluta hasta quedaba momentáneamente drogui o noqueado, ante las risotadas de sus secuaces que lanzaban baldes de agua fría con hielos, obligándole a que siga el recorrido, que a lo largo tenía enemigos, que le azotaban o daban de correazos, impulsando al jadeante y sudoroso recluta a correr; en otra estación le hacían comer puñados de harina de cebada y le obligaban a que se pase con ajís rojos y verdes enteros, cuando se estaba jadeante y sin saliva, con la boca seca; entre otros martirios, en los cuales se afectaba, la piel, el cuerpo en general, los intestinos y los nervios, allí oí llorar a los más grandes y altos y desconsoladamente a los más pequeños, por ira, miedo o frustración; enanos que pícaramente al ingresar al Colegio, en las pruebas antropométricas, engañaron con su estatura, se pararon de puntillas para alcanzar la estatura normal de un metro sesenta y cinco, así el caso del recluta, "La boa", por su enorme boca y cuerpo regordete, hijo de un Sargento de la Fuerza Aérea; este recluta, nunca creció y llegó a ser un General de la promoción, con todo mérito del Arma de Ingeniería, pero que nunca se separó del cadete alto de cuerpo y de ojos azules, al que poco le faltaba dar los exámenes por él, era un incondicional, un lambón y con poca madera de soldado, quien al salir del Ejército, casi ninguna importancia o actividad tuvo en la Institución militar, siempre temeroso, lloroso, detrás de los demás, sin jugar un papel de mayor importancia; y ese criterio tengo hasta la fecha, de muchos compañeros que llegaron a ser generales, hasta con repechaje, apelando mil fundamentos vanales, pero eran precisamente los cadetes más temerosos, mareadores e inactivos en el Colegio militar, los que siempre se ocultaron en el montón, sin contar los que por verdaderos méritos y antigüedad llegaron a ese grado máximo por poco tiempo, para encontrarse en la vida civil. Muchos cadetes, después del bautizo, no regresaron más, otros se desertaban escapando por las tapias de cerramiento del Colegio, a otros los mismos cadetes antiguos, los lanzaban sobre las paredes linderantes al Colegio "Dillon", con todo colchón y cobijas en piyamas, la mayoría no retornaba, se iban a su casa en la noche o la madrugada.
En las posteriores salidas de francos, los domingos, después de pasar lista a las 09h00, de establecía la lista de castigados a no salir sin derecho al socorro, ayuda económica, los de guardia; el Oficial pagador con el oficial de semana, pagaban el Socorro, dinero efectivo; a los cadetes Diez sucres, a los Subrigadieres un valor mayor, así como a los Sub brigadieres, Brigadieres y al Brigadier mayor, de último año que se distinguían con una estrella, dos y tres estrellas en un parche, de forma triangular bordado y que lo portábamos en el hombro del brazo derecho, con los colores del arma; y después de una minuciosa revista de aseo, de guantes en especial, de objetos en los bolsillos, de nítidas y brillantes partes metálicas, se salía en correcta formación y marchando, hasta la garita que daba a la Avenida Orellana; yo mantenía en plástico un par de guantes extranjeros blancos de gamuza, que relucían por su blancura, pues era el punto vulnerable para no salir franco, no tener este tipo de guantes, así como el pañuelo y otros accesorios inclusive dinero; habían cadetes, con carro propio en las afueras, que nunca llegaron a graduarse, esa vida no era para ellos.
Un domingo, al retirarnos en la garita del Colegio, frente a la Avenida Orellana, los francos tomábamos diferentes direcciones, marchando con elegancia y luciendo nuestro uniforme, con la capa doblada en nuestro brazo izquierdo y la mano derecha enguantada para saludar a los superiores que encontráramos en nuestro camino; pues ya en el colectivo, si estaba un cadete de curso superior, un oficial; así como en lugares públicos cerrados, teníamos la obligación de presentarnos, cuadrarnos, saludar al superior y pedir permiso para continuar en ese medio de transporte o instalación; me disponía a salir a la Diez de Agosto, cuando oí que me llamaba un compañero riobambeño de apellido Vaca, me detuve y me preguntó a donde iba, le respondí que a mi casa ubicada en la calle 18 de Septiembre en la América, es posible que él no tenía amigos en Quito y me invitó a comer, al restaurante que yo elija y que no me preocupe por los gastos, hizo parar un taxi y nos embarcamos, mientras conversábamos, elegí el Bar Quito, ubicado en la calle lateral que viene de la iglesia de la Merced y Cuenca, en la parte lateral del palacio presidencial de Carondelet; ingresamos al restaurante, nos ubicamos en una mesa, se acercó un salonero de corbata de lazo y nos pidió la orden; era uno de los restaurantes más conocidos y caros de la época, yo pedí un churrasco y un jugo de naranja, mi amigo pidió lo mismo pero de beber una cerveza, la que repitió otra vez, pilsener grande, mientras comíamos y comentábamos asuntos de nuestras amistades femeninas y de la familia; por fin mi amigo hablo, me expresó que estaba frustrado, que el Colegio Militar y la profesión militar, en su caso era supernumerario civil, pagaban la pensión de Quinientos sucres mensuales, sus padres; que me había invitado a comer porque me tenía confianza y entregándome las llaves de su armario y otras de sus efectos personales, me pidió que cuando sus progenitores vayan al Colegio por sus cosas, les entregue el llavero, que el a partir de ese día no regresaría al Colegio, está decisión me impresionó, nos despedimos con un fuerte abrazo y hasta me extendió un billete de Veinte dólares, que insistió acepte. Pararon unas cuantas semanas, sin embargo en la noche, al pasar lista en el Colegio, se detectó el cadete recluta faltante, por el cual fuimos castigados todos con un servicio especial; al presentarse sus padres para entregar el sable y el uniforme completo de Vaca, me llamó el Oficial de Semana, al que le entregué las llaves y se retiraron las prendas del cadete, al que nunca más he vuelto a ver.
Todavía no estaba seguro de poder llegar a la meta, pero en mi último año llegue a obtener el título de Bachiller con calificación buena, y al año siguiente en mi uniforme lucia ya a la altura del corazón el ala de paracaidista y un parche de Tigre o experto en contrainsurgencia y guerrillas, así como las dos estrellas de Brigadier en el fondo lila, del triángulo de mi arma de Transmisiones
Mientras pasaba el tiempo, en una crisis constante de nervios, de cansancio, de esfuerzo, de hambre por el exagerado ejercicio físico diario, con frío y sol, sometidos a un régimen estricto y de disciplina castrense, tipo alemán, con el tiempo medido, siempre controlados, recibíamos las enseñanzas de nuestros profesores civiles e instructores militares y todavía había tiempo para escribir, para dibujar, para soñar y establecer desde el interior ese deseo de seguir adelante.
Muchas pruebas de riesgo como cadete recluta, pasé con solvencia, dada la agilidad, la juventud, y todas esas proezas, las iba documentando el Cadete Torres, "El Patachca"; entre otras los cadetes de Quinto año, "Clímacos", nos daban ordenes diversas para probar la valentía, pues nuestro cronista, "El Patachca Torres" iba anotando las vueltas que nos mandaban a correr de día y de noche y comparaba kilometrajes, hacia y desde Guayaquil, él era sobrino del Coronel Hernán Torres Bonilla, Subdirector del Colegio; las misiones eran diversas, así, salir furtivamente del Colegio y regresar en la noche o a la madrugada y burlando los centinelas, con el peligro de que nos den bala con su fusil de dotación, o nos sorprendan en esa acción y vayamos directamente a órdenes del Oficial de guardia, con el peligro de la baja y la expulsión del Colegio; la misión ordenada por cadetes antiguos de llegar e ingresar al templete de los héroes, debíamos cambiar las osamentas de los héroes, de sus féretros, dando por seguro que ninguno de ellos contenía realmente los restos del nombre del féretro y correspondiente al héroe; por el mismo sector occidental del Colegio habían los medidores y llaves de paso del agua potable, las cuales había que cerrarlas a fin de evitar el baño matutino en el "Infiernillo", pero esta maniobra fracasaba cuando el oficial de guardia y los Brigadieres, nos conducían desnudos a la fría piscina, que tenía escarcha de hielo en la superficie y al través de la alberca, teníamos que lanzarnos por grupos de veinte cadetes y alcanzar la otra orilla, ateridos de frio y saliendo humo del cuerpo y del aliento, atravesando un gran tramo desde los dormitorios, pero admirablemente era rara la vez que nos resfriábamos, los baños matutinos en el infiernillo y en la piscina iban a la par, de la colada en la merienda; otras ocasiones recibíamos órdenes de cadetes antiguos, para saliendo del perímetro del Colegio, llegar a la Diez de Agosto o a la Orellana y adquirir sanduches y otras golosinas, para nuestros cadetes de grado superior, que no nos proveían de dinero y además teníamos que entregar la orden y el vuelto en sucres; en esos intentos fueron dados de baja algunos mensajeros reclutas, sin delatar nunca el propósito de su misión; pero la tradicional, que me permito recordar con lujo de detalles, era salirse del Colegio en la noche y regresar a la madrugada, normalmente para ver las calles, asistir a una fiesta, visitar a una enamorada; mi noche de evasión, escape y retorno fue un lunes de Marzo de 1964, cuando me tocó el turno de viajero por el túnel, y registrado por el cronista mencionado del curso, de paso todos colaboraban para esta fuga emocionante, que requería de agilidad total y conocimientos militares; pues no se descartaba la posibilidad de que el oficial de guardia un Teniente o el Jefe de Cuartel un Capitán, se le ocurriera dar la orden al trompeta de que toque un zafarrancho, o alarma y formación inmediata de todos los cadetes, con un control minucioso, como en efecto ocurrió esa noche, pero al llegar a mi cama mis compañeros indicaron que estaba de guardia ese momento, pues no estaba mi equipo y armamento al pie de mi cama; y el oficial se creyó esta versión; eran las nueve de la noche, había ausencia de luz lunar, la noche era fría y empezó a paramar, cuando yo rápidamente me dirigí al pasillo a obscuras de los armarios y vestí con terno de civil, colocando corbata y zapatos de civil en los bolsillos de mi capote americano, verde aceituna, me abotone me puse el cinturón con las cananas y la munición completa del Fusil FAL, y cubrí mi cabeza con el casco de fibra interior y de acero exterior, tomé mi fusil cale la bayoneta, me puse al hombro derecho desplegando el portafusil y me encaminé fuera del dormitorio, la vaina de la bayoneta colgaba de mi cintura en la parte izquierda de la cintura, camine como si fuera ronda general por el sector Oeste y después de burlar dos centinelas, subí al muro de tierra y di una vuelta cayendo al otro lado en medio de un monte alto de malas hierbas en el terreno contiguo, había total oscuridad, y ruido de ranas, divise hacia al occidente las luces de la avenida Diez de Agosto, y las de la ciudad; estaba obligado por tradición a realizar esta fuga, busque un lugar y lo señale con piedras que puse sobre el capote y debajo deje todo mi uniforme y equipo militar, inclusive el fusil y la munición, rápidamente gane el monte y salí a la ciudad, tome un colectivo en dirección al Tejar, y llegué en una hora a la casa de mi amiga de ese entonces "Inés", sin encontrarle, me dispuse a regresar, pero casualmente le encontré con su mamá que regresaban a casa, con la que converse, su mamá me inquirió que como así en lunes estaba fuera del Colegio, mentí que estaba franco, no sentía temor al regresar, simplemente pensaba que estaba cumpliendo una tradición de todo cadete, en representación de mi curso, con el riesgo de que si era sorprendido a mi retorno, a continuación venía un castigo ejemplar ante todos los cadetes de mi curso y del Colegio, que también sufrían las consecuencias, pues además era una gran golpiza y a continuación la baja con deshonor y a dar a la Avenida Orellana, muchas veces en terno interior, sin zapatos, y a escobazos por parte de los limpiezas del Colegio; siempre tuve buen sentido de la orientación, pero al riesgo de que algún Oficial o miembro del Colegio, me reconozca en el colectivo de regreso o en la calle, al acercarme a las inmediaciones del Colegio eran serias; mis compañeros estaban a la expectativa y casi no dormían; me aproxime al terreno baldío, con excelente orientación, acostumbre mis ojos a la oscuridad, llegué al montículo, desalojé las piedras, me quite los zapatos de civil y corbata que puse en los bolsillos del capote y me uniforme, me equipe, seguí directo al muro de tierra, sin hacer ruido con la maleza, espere escuchando cualquier ruido extraño al interior detrás de la pared de tierra, pero únicamente se oía el viento, trepé al muro sin destacar mi silueta y salté decidido al otro lado, dejé pasar unos minutos mientras escuchaba atento, solo se oía el silbido del viento, me incorporé y seguí hacia el dormitorio, como si fuera un elemento de guardia, al momento de tratar de ingresar al corredor de los armarios, todavía había oscuridad, pero sentí unos pasos y el pasillo se encendió con las luces, era el Brigadier Bonilla del arma de Caballería que estaba estudiando, espere por más de una hora en el exterior, una ventana estaba abierta, en estas circunstancias y el momento que tocó el trompeta del Colegio, diana, el Brigadier se dirigió al dormitorio, yo estaba con el terno de civil al interior y uniformado y equipado al exterior, salte y corrí a mi armario, en contados segundos estaba sin terno de civil y uniformado con el uniforme gris de clases, desde luego mis cosas en orden quedaron al interior y cerré el candado del armario y salí a la carrera para unirme a mis compañeros, cuando salían al patio de formación; mi cama quedó destendida y después del desayuno me las arregle para rápidamente tenderla, de la manera correcta; Torres "El Patachca", ya anotaba en su diario el éxito de mi salida furtiva, obligatoria y tradicional del curso y preparaba órdenes para el siguiente cadete, cuando estas salidas furtivas fracasaban se hablaba en clave y decían "Se cayó el avión", al siguiente día y los subsiguientes recordaba paso a paso este hecho que se podía dar en combate dentro de un campo de concentración de prisioneros, en territorio enemigo, pero era un gran riesgo y a veces la despedida del Colegio de los compañeros, que regresaban ebrios; recuerdo la gran conmoción que armó un Cadete antiguo y que como premio al año siguiente fue nombrado Brigadier Mayor, lo apodamos "Bebo" cuando estando de guardia sorprendió a su regreso de su salida o vuelo a dos compañeros, al cadete "Paz y Miño" y "Avilés " "El Morlaco", luego a "Ángel Haro Gordillo", a su regreso se les cayó el avión y conforme eran castigados en forma cruel los voladores, también a nosotros nos hacían correr de arriba hacia abajo y nos atacaban los antiguos, el llamado servicio especial; los voladores ya no daban con su aliento, eran despertados del suelo y obligados a seguir corriendo, sus uniformes llenos de lodo, de polvo y de sangre; el famoso y odiado delator que le apodamos "El Bebo López", un langarote, cobarde, con cuerpo y cara de niño, de faz regordeta y colorada, de ojos pequeños perversos, sus piernas largas y descomunales topaban sus tobillos impidiendo un buen cerrado normal de sus talones, tuve que soportarlo inclusive en la Banda de Guerra, en la cual yo tocaba el tambor; no tenía amigos ni entre sus compañeros de promoción, era un tipo odiado, pues atacaba mientras corríamos con sus largas piernas y se gozaba cuando la víctima caía de bruces estrepitosamente y se lastimaba, este mal militar desde cadete, desconfiable, abusivo, prepotente, traicionero, se graduó de Subteniente, luego se hizo Piloto de helicóptero del Servicio Aéreo del Ejército; cayó dos veces con su helicóptero y sobrevivió, luego en un Gobierno fue nombrado Presidente de CEPE, de la Corporación Estatal Petrolera del Ecuador y por irregularidades huyó del País antes de ser procesado. Este "Bebo", se hizo enemigo de nuestra promoción, "El Patachca", ya lo tenía registrado en su crónica dentro de las personas no gratas al curso, responsable del fracaso de algunos compañeros en sus vuelos y lesionador de compañeros que al caer de bruces por sus ataques por detrás en la nuca o piernas hasta se rompieron brazos y clavículas; pero este sádico langarote, además le gustaba imponernos castigos colectivos y unas cuantas veces nos puso en "Trípode" sobre los entablados de los dormitorios o sobre tierra o cemento al exterior, en las duchas y en general en el suelo, posición criminal que cuando llegamos con mi promoción al último año y a tener el mando como cadetes de graduación, desterramos, eliminamos este cruel martirio, castigo, del Colegio; que consistía en colocar la corona de la cabeza en el suelo, las piernas abiertas, formando el trípode del mortero y el apoyo más grave y doloroso en la cabeza, pues la sangre bajaba por inercia, mientras que los brazos eran colocados detrás de la cintura, teniendo de esta forma una tenue estabilidad, y sobre esta posición incómoda, nos insultaba y gozaba de vernos temblando y nos pateaba o azotaba con manguera, fuete, o correa sin tener oportunidad de defendernos; mediaba el castigo con flexiones de pecho, dejándonos suspendidos de los brazos por largo tiempo; rápidamente trazamos un plan cuando este salvaje estaba en los últimos tres meses de su graduación, y en una ocasión cuando el Capitán Joffre Gaitán Lima Iglesias, excelente instructor de Infantería, de armas y explosivos, que llegó al grado de General, y que mandaba a correr veinte vueltas la pista de golpe; nos mandó a correr detrás de todos los dormitorios y se le ocurrió que nos sigan los "Bachiches" que coincidentemente se graduaban a los dos años de ingresados igual que nuestra promoción; el "langarote Bebo", Brigadier Mayor, de semana, nos siguió, estando detrás de los dormitorios, le cobramos todas sus maldades, cayó cuan largo era, voló por los aires su gorra y su orgullo y le pateamos a gusto con "Patachca a la cabeza", llegando después de algunos minutos a la formación, herido el cuerpo, su testarudez, orgullo y egoísmo; y hubo tiempo para planificar romper su armario y destruir su uniforme y botas de tubo de la graduación, nunca denuncio este hecho, a él le interesaba salir lo más pronto del Colegio, y tuvo que graduarse con uniforme y botas hechas al último momento.
Durante el año, casi en forma obligatoria, teníamos la preparación para las paradas militares en especial en Guayaquil, el 9 de Octubre y en otras ciudades; presentaciones con honores cuando llegaban de visita al Ecuador, Presidentes de otros países, en uniforme de gala, yo integraba la banda de guerra del Colegio; para lo cual, además de una preparación e instrucción formal rigurosa, aprendíamos de memoria los himnos de otros países. En la Instrucción formal por escuadras, armados y equipados con armamento FAL, en una mañana nos daba las órdenes un Brigadier Obando, de Fuerzas Blindadas; la orden de presentar armas, la confundí con fusil al hombro, lo cual el Brigadier reprimió con un culatazo de su fusil en mi nuca, perdí el conocimiento y caí pesadamente al suelo pavimentado, me desperté en la enfermería, tenía un tremendo chichón en mi cabeza pelada; este era un trato abusivo de un cadete con mayores años en el Colegio y parte de la dura disciplina que imperaba en ese entonces, no se perdonaba errores, se castigaba y reprimía brutalmente, sin medir consecuencias, pero el mundo da vueltas, este superior jerárquico, que también era del circo, en las argollas tuvo una tremenda caída, de cabeza, que le comprometió la cervical y también fue conducido en camilla a la enfermería, con el beneplácito de sus víctimas, frenando este accidente sus abusos; humillado paso con cuello enyesado por un gran tiempo, hasta que se graduó y desapareció la amenaza en el Colegio.
Es necesario referir, que después de la Invasión peruana de 1941, que nos dejó experiencias funestas, los cuadros del Ejército de reorganizaron, así la Marina y la incipiente Fuerza Aérea que recién se creaba; determinó que instructores chilenos, luego Israelitas, franceses, adiestraran a nuestros futuros oficiales, con una exigencia exagerada, meticulosa, real; lo que se determina con los uniformes tipo alemán, el sable, el armamento, la logística; que en el Colegio Militar era observada al máximo, hasta el punto de rayar a veces en agresiones, en abuso, en utilizar el palo, que dejaban huellas en el cuerpo; distinto de la escuela de Fuerzas Especiales, que es cuidadosa en el respeto al soldado, ser humano falible, que lo adiestra sin toparle un pelo y lo fortifica y le da destreza, haciéndole ejercicios, haciéndole flexionar, repetir, hasta que haya perfección, con miras a eliminar al enemigo. Precisamente en esos años 1963, el Sub brigadier Bruque, guayaquileño, estaba de servicio, y encargado de reunir al coro del colegio, en circunstancias de que a las 19h00, después de merienda los cadetes disfrutábamos de un descanso y la mayoría concentrados en el Casino de cadetes, oyendo música, viendo televisión, descansando; la perifónica no llegó a nuestros oídos, lo que molestó más al superior, que mando varios emisarios para que llamen a los integrantes del coro; cuando yo oí la orden salí a la carrera del casino y en el patio al pie de la edificación central estaba este superior con su sable desenvainado, varios cadetes del coro en columna de uno, a la que me incorporé, el furibundo alzaba el sable y golpeaba cabezas, en un solo golpe se producía la rotura de la cabeza y el brote de sangre, el herido salía en dirección a la enfermería, con dolor, cogido la cabeza, conteniendo el brote de sangre con su pañuelo; al tocar mi turno, me presente al furibundo, que sudaba y en su cara le brillaban los ojos como hipnotizado, con la sangre que salía de las cabezas a un golpe seco de su sable, que cayó sobre mi cabeza estando mi cuerpo de firmes; enseguida chorreo la sangre caliente en mi frente y nuca, saque mi pañuelo, mi cabeza amortiguada y me dirigí a la enfermería, donde el enfermero, Sargento Proaño se multiplicaba para atender a los heridos; esperé pacientemente por una hora, mientras veía desfilar a más cadetes rotos la cabeza; de esta novedad se enteró el Oficial de semana, que al retornar del Casino de Oficiales, llegó a la enfermería, el enfermero le daba el parte y novedades, en circunstancia de que al no haber anestesia el enfermero experto, nos hizo morder una toalla, mientras practicaba el cocido en nuestras cabezas peladas; este abusivo, no se quedó un minuto más en el Colegio, le dieron la baja, y con sus prendas se perdió en la noche en dirección a la ciudad, nunca más lo he visto, pero ostento la rotura en mi cabeza. El enfermero, Sargento Proaño, un experto, siguió estudiando en la Universidad Central y se graduó con el tiempo de Médico; el coro de rotos de cabeza siguió dando sus presentaciones dentro del Colegio y afuera en Radio y Televisión.
Aún recuerdo cuando ya estando en quinto año, los compañeros que ya éramos "Clímacos", iban disminuyendo y nuestros superiores de sexto año, entre otros los cadetes: Chiriboga, Vivero, Fernando Bueno; Nelson Salazar, Carlos Jácome (Del Colegio Montufar, mis superiores y amigos); Aguirre, Cerda, Fernando Suárez, tenían que sustentar su grado oral de bachilleres, produciéndose en esa promoción un grave problema, al no graduarse la mayoría de ese curso, por lo que la dirección del Colegio decidió darles un segundo chance a la mayoría que no se habían graduado, por cierto entre los graduados al primer intento fueron los nombrados, posteriormente cumpliendo este requisito, siguieron los cursos militares y se graduaron de Subtenientes de arma; este hecho nos dejó una experiencia positiva, y nos dedicamos a fondo a preparar nuestro grado con mayor dedicación y empeño, en especial los que teníamos becas y medias becas y ante cinco examinadores, muy exigentes, en un Bachillerato de la especialidad de Humanidades modernas, físico matemáticos.
Llegó el día de sustentar ante cinco miembros nuestro grado, para graduarnos de Bachilleres, todos los compañeros del curso nos graduamos y recibimos la orden de vacaciones por ocho días y teníamos que incorporarnos después de esas cortas vacaciones para trasladarnos a Panamá, al Fuerte Gulick, para realizar el curso de Orientación de cadetes en Contrainsurgencia y guerrillas, en la Zona del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos, localizada en la costa del Atlántico, en Panamá; pero, previamente ya hicimos un curso de contraguerrillas en las zonas selváticas de Santo Domingo, Quevedo y Esmeraldas, además que conocíamos la zona montañosa de la Provincia de Pichincha, de los Ríos y de Esmeraldas.
Únicamente nuestro compañero el cadete Villavicencio, joven hiperactivo, con un poquito de peso, un poco lento, pero de intensa chispa e inteligencia, recibió la orden después de graduarse de Bachiller, de que entregue prendas militares y abandone el Colegio, por una serie de faltas a la conducta; así en una ocasión estando de guardia, sobre uno de los dormitorios de cadetes, en una ametralladora, que cubría la seguridad occidental del colegio, rastrillo el arma y disparó una ráfaga hacia la Diez de Agosto, ventajosamente a terrenos sin habitar, poniendo en alerta y alarma a todos en el Colegio y sus alrededores, esta y otras travesuras, propias de su hiperactividad y curiosidad, su bajo rendimiento físico e intelectual, le pusieron de civil en la Avenida Orellana, se despidió muy triste y con lágrimas incontenibles, rotas sus esperanzas y aspiraciones, como parte de una ingrata y sacrificada vida militar, que estaba empezando, habían pasado dos años de grandes esfuerzos y sacrificios, para nada.
Villavicencio, no renunció a sus aspiraciones y ya graduados todos los de la promoción, siendo Oficiales Subtenientes de diferentes armas, los que no habíamos dado los exámenes físicos anuales, fuimos convocados al Colegio Militar, en el grado de Subteniente, con otros compañeros que veníamos de diferentes unidades de la República, Tenientes, Capitanes y hasta Mayores nos concentramos en esta instalación militar para dar las pruebas físicas en dos días, con la modalidad de las pruebas de los oficiales de Educación física, que habían hecho cursos en Brasil; así: carrera de resistencia alrededor de la pista atlética de cuatrocientos metros, con cuatro vueltas sin contabilizar ni con tiempo y dos vueltas más en donde corría el tiempo y la calificación; de esta prueba, recuerdo las innumerables vueltas que de cadete, mandaban los oficiales de guardia, de semana y jefes de Cuartel, cuando ya llegábamos de regreso a la formación, pero siempre había un cadete que a la altura del árbol solitario, dígase a los trecientos metros, este cadete alto, de contextura fuerte, quedaba tendido en el suelo, y eyaculando, acabando, por la fricción de su pene con la tela del pantalón y sus piernas, a poco tiempo salió con la baja y no le vimos más; los cien metros planos libres de velocidad, cien metros planos con una carga de cien libras en un saco de arena, natación, flexiones contra reloj de pecho, abdominales, saltos largo y alto, trepada del cabo, lanzamiento de la bala y otras como carreras de velocidad y de fondo, pruebas calificadas que promediaban con las calificaciones de nuestros Comandantes en diferentes factores, para promediar una calificación anual; con el peligro de que si esta era inferior a catorce sobre veinte, el Oficial podía entrar en la cuota de eliminación anual y posteriormente salir con la baja; es en estas circunstancias que miembros de tropa de la Fuerza Aérea, tomaban las pruebas físicas a los ciudadanos aspirantes a cadetes pilotos de esa fuerza, y uno de esos aspirantes era nuestro compañero Villavicencio, con el cual habíamos compartido dos años de vida en esas mismas instalaciones; y nos pidió al grupo de sus ex compañeros ahora oficiales, que cuando el clase o miembro de tropa de la Fuerza Aérea, hecho cargo de la recepción de las pruebas, le nombren, enseguida y por turno y especialidad rindamos las pruebas por él; yo trepé el cabo, un atleta corrió por él las diversas pruebas y así todos le colaboramos con las pruebas en medio del grupo de aspirantes civiles, en las narices de los incautos receptores de tropa; sacando Villavicencio las más altas calificaciones por las pruebas físicas y desde luego supimos posteriormente que ingresó de cadete a la Fuerza Aérea, se graduó de Subteniente y piloto, e inclusive pasó a ser instructor de vuelo de cadetes; seguía su vida por las noticias, cuando estando yo, en el Curso de Jefes de Salto, en Salinas, tenía que saltar con un fardo, con el tubo cañón del mortero de 81 milímetros, de un C-47, sorprendiéndome el piloto Teniente Villavicencio, momentos antes de saltar y que me abrazo y saludo, bromeamos, recordamos las pruebas físicas y me propuso riéndose "déjame siquiera el reloj, pues con ese tremendo fardo vas a morir Marcelo" me despedí y salté al vacío, ese fue el último momento con mi compañero piloto, pues después de unos tres meses, cayó su avión de entrenamiento y murió calcinado con su alumno, en Salinas.
Nuestros instructores del Colegio Militar "Eloy Alfaro", el Capitán Manuel María Albuja, del arma de Infantería, quien llego a ser General; y el Teniente "Mahoma" Montalvo, de Infantería, quien se suicidó con su pistola Browning en el grado de Coronel, en la Brigada Blindada de Riobamba, nos acompañaron a Panamá, durante el curso de contraguerrillas, pues previamente hicimos en Santo Domingo y Quevedo un curso de selva.
Viajamos con nuestro grueso uniforme gris alemán, con los sellos y colores oro y grana del Colegio Militar "Eloy Alfaro", el puerto de embarque de la Fuerza Aérea en Quito, en donde un avión C-130 de los Estados Unidos nos esperaba; mi Padre José Gilberto Almeida Patiño, conteniendo su emoción, en esa mañana lluviosa me acompaño, yo llegué con una gabardina azul, sobre mi uniforme y equipo mínimo, me despidió, dándome su bendición, después de la formación embarcamos en el avión por la rampa trasera, y nos fuimos ubicando para el viaje a los costados, la rampa se cerró, se encendieron los motores y el avión camuflaje despego con dirección al norte, para sobrevolar Colombia, Venezuela y llegar al aeropuerto militar de Tocumen en Panamá, este fue mi primer viaje al exterior de mi Patria; en esa época estos aviones C-130 servían en el Vietnam a las fuerzas norteamericanas. Al salir del avión sentimos el rigor del clima cálido húmedo a unos 38 grados centígrados de temperatura, nos bajamos del avión por la rampa trasera; rampa a la que con el transcurrir del tiempo y en los saltos con paracaídas estaba familiarizado y me encantaba, saltar o por cualquiera de las puertas laterales del avión. En perfecta formación y columna, marchando militarmente nos dirigimos a un bus, nos embarcamos y recorrimos la ciudad de Panamá, en dirección al fuerte Gulick, que estaba en medio de la selva, pero admiramos la limpieza, el corte de césped, las edificaciones blancas, de hasta tres plantas, con techo rojo, con instalaciones para vivienda, parte administrativa, deportiva con canchas y piscina, sectores definidos de adiestramiento, pistas de reacción, de orientación, de desembarco con helicópteros, pistas de aterrizaje, casinos, PX o almacenes de implementos militares y de diversos bienes muebles, desde un forro plástico para las gorras, en caso de lluvia hasta automóviles; había mucho movimiento de tropas norteamericanas, que se preparaban por seis meses, para ingresar a Vietnam, y personal de instructores invitados de toda América, desde canadienses, estadounidenses, y de toda América Central y América del Sur y desde luego grupos de estudiantes militares de estos países; todo era disciplina, brillo, alta moral, uniformes impecables, instalaciones de primera; nos ubicamos en un segundo piso asignado a los cadetes del Ecuador de primer año militar, cada uno tenía una cama con sus accesorios, y una gran caja de madera y seguridades metálicas con candado al pie para el vestuario y equipo, todo de verde, y un cuarto de calor general, para cada escuadra de diez hombres, al frente, con vestidores y armarios para colgar uniformes y calzado, así como las dos tulas verdes, que nos proveyeron inmediatamente, con prácticamente dos quintales de ropa interior, uniformes de fatiga verdes, para clase de color Caqui, uniformes verdes de combate con yoqueis, zapatos cortos y botas de combate, calcetines, pañuelos, ropa de deportes, zapatos de deportes, guantes para instrucción nocturna, poncho de aguas, rifle americano M-14, cinturón de combate con bayoneta, suspender, brújula, cantimplora, cananas con munición completa, casco de combate y otros accesorios que nos proveían según la instrucción que íbamos a recibir; nos registraron con nuestros datos personales, inclusive nuestros teléfonos y más información del Ecuador, éramos una estadística más de elementos militares, futuros oficiales del Ejército ecuatoriano, que entrábamos al sistema estadounidense, por convenios bilaterales de los respectivos gobiernos y al adoctrinamiento anticomunista, antiguerrillas y al control de las fuerzas armadas latinoamericanas, a sus líderes máximos, que después de algunos años, se convirtieron en gobiernos militares, rompiendo el sistema democrático y de Derecho, promoviendo guerrillas, descontento popular y guerras intestinas y tradicionales como los conflictos frecuentes con el Perú, nación que en su planificación y ambición política y militar desmesurada siempre ha tenido como objetivo diplomático y estrategia a largo plazo, cercenarnos el territorio patrio, sin quedarse atrás Colombia y Brasil, en sus ambiciones y expansionismo, con base de nuestro territorio.
Nuestro curso vigoroso, de elementos jóvenes, con dos oficiales jefes de curso, líderes de infantería; nuestros dos oficiales con los que viajamos eran instructores del Colegio Militar, de excelente preparación moral e intelectual, expertos en Infantería y en contra Guerrillas; no era nuevo, ni extraño a nuestro conocimiento la materias militares e instrucciones impartidas por oficiales del Perú, de México, de Brasil, Estados Unidos y Ecuador, profesores invitados y destacados en ese fuerte; el terreno y la selva similar a la nuestra, pero pobre en especies sembradas por el hombre, se trataba de una reserva, que iba desde el Océano Pacífico, al Atlántico; desde Panamá a Colón, conocimos otras armas de dotación del Ejército americano, disparamos con ellas a objetivos simulados, con blancos reales de carros blindados, y edificaciones en pequeñas poblaciones y en la playa; y las dotaciones sacadas de los rastrillos se consumían en su totalidad a gusto de los que queríamos disparar más; la instrucción de transmisiones con radios y redes para comunicación en la selva y puestos de combate en la selva, me trae a la memoria al cadete, mi compañero de arma y mi amigo, Luís Francisco Quiroga Soria, ambateño, quien en los ejercicios de comunicaciones, se puso a jugar exponiendo el cuento de una chinita en la China, a él le he pedido que en forma detallada me dé su versión, acerca de cómo se puso a jugar con las comunicaciones, en los radios PRS-10, en medio de los ejercicios en la selva panameña y demás, que cuando en un auditórium estábamos reunidos todo nuestro curso y los instructores, que hacían la crítica de comunicaciones y resultado del ejercicio en campaña, en la jungla, nos arrancó grandes risotadas y hasta lágrimas, al oír la voz de Paco Quiroga, que contaba el cuento de la chinita, todo grabado y violando las reglas del silencio de radio y la confidencialidad y hasta un gran dato para el enemigo, que podía triangular nuestra posición y bombardearnos; la construcción de puentes sobre un brazo de rió fangoso, nos despertó el patriotismo y la revelación ante el instructor peruano, Capitán de ingenieros Balbín, que al vacilarnos e increparnos que si teníamos miedo de mojarnos las botas y el uniforme, todos nos lanzamos de cabeza al río y enlodados emprendimos en la construcción de un puente en un tiempo record, impresionando a este oficial, que inclusive en nuestra graduación nos entregaba los diplomas correspondientes, y desde luego comprendió quienes éramos, pues sus supuestos próximos colegas oficiales de países enemigos, se trataba de un hombre atlético, fornido, morocho, de tez chola japonesa y curtida por el sol, de facciones toscas, de pelo corto tipo mohicano y de ojos pequeños y negros, en definitiva con él, solo alternamos en la instrucción de Ingeniería, en la construcción de puentes. El adiestramiento orientación y navegación con brújula en el terreno, nos preparó para atravesar desde Colón a Panamá, de un océano al otro, en sentido del canal de Panamá de Occidente a Oriente, armados y equipados y teniendo en ese trayecto selvático, jungla, pantanos, montañas poco altas, lluvia, calor, mosquitos, con una columna numerosa todo mi curso; antes de esta travesía, cubrimos con la brújula y por equipos recorridos con azimuts de orientaciones a diversas partes del campo exuberante y fangoso.
El adiestramiento para contra motines, especialmente con el conocimiento de las diferentes granadas de gas de diferente contenido químico, contra ataques químicos o bacteriológicos, utilizando máscaras, lo hicimos en domos cerrados, a cuyo interior para dar la instrucción el instructor norteamericano, daba su clase con una granada encendida, que emanaba los gases tóxicos, primero sin máscara, para al final de la clase ordenarnos la colocación de la misma y utilización de equipos individuales, mientras el gas entraba en acción en nuestro sistema respiratorio y pulmones, teníamos que firmar un control y salir uno a uno, con reacciones diversas como la del "Burro", que ya sin aguantar el gas, con la falta de oxígeno, sin control psicológico, desesperado no hubo quien le detenga, casi rompe la puerta del domo y saltando por encima de los instructores, salió a la carrera al exterior para revolcarse y vomitar. Estos lugares de entrenamiento estaban situados en enormes extensiones de selva, a las que llegábamos en camiones.
El conocimiento y adiestramiento del rifle americano M-14, arma de mediano calibre y de dotación individual, ametralladoras, granadas y explosivos, fusiles antitanque, lo hicimos con blancos reales, pequeños poblados, vehículos, tanques de guerra; al final de los ejercicios de tiro, la munición y pertrechos restantes nos ponían a nuestra disposición, para terminar todas las cajas de parque que habían sacado de los rastrillos; practicamos tiro de defensa en la playa, al finalizar el tiro formábamos y los instructores norteamericanos, nos hacían repetir, "no tengo munición ni complemento de munición", para asegurarse de que no habíamos escondido algún cartucho activo.
En el cierre de poligonales y descubrimiento de objetivos sucesivos, con la brújula, conformando equipos, desde la mañana, empezamos a cerrar azimuts, con determinada distancia, yendo a la cabeza del equipo, un cadete, abriendo la vegetación con machete, al tocarme el turno, fui a la cabeza y empecé la labor de abrir camino entre la selva con las instrucciones de quien estaba con la brújula, el trabajo era duro, sudaba copiosamente, en camisa manga corta y con el correspondiente equipo y fusil a la espalda, al cortar unas ramas espesas, sentí que cayó en mi brazo derecho, una gran araña negra, la que se aferró a mi brazo derecho y que a continuación me mordió y al sacudir mi brazo cayó al suelo y enseguida le corte con el machete, lógicamente mis compañeros que venían detrás se enteraron del asunto, yo seguí cortando vegetación, sudando copiosamente, sintiendo el sudor en todo el cuerpo y un ligero estremecimiento en mi columna vertebral y continuamos el trabajo, sin hacer conocer al jefe de curso de esta novedad al instructor y al Capitán Manuel María Albuja; lógicamente activando en mi circulación el veneno o ponzoña; terminó la instrucción el viernes, con la consiguiente picazón de mi brazo y un ligero amortiguamiento, pasó el sábado y el domingo en la mañana mi brazo estaba hinchado, casi no se notaban los nudillos de mi mano derecha, en la noche sudaba copiosamente y tenía pesadillas; por temor a esa idea de cumplir todo y no dar molestias de ninguna naturaleza, llegó el día lunes y al encontrarnos en una patrulla en medio de la vegetación selvática; el Sargento norteamericano e instructor, que acompañaba en el ejercicio, pidió a los cadetes novedades en el equipo o en la integridad personal; yo no dije nada.
Pensando en que perjudicaría mi curso, con un sentido equivocado, analizo hoy de machismo, de patriotismo, de hacer quedar en alto al Ecuador, mi brazo era un solo bloque hinchado, no tenía nudillos en mí mano, estaba con temperatura y me punzaba en la herida; sin embargo mis compañeros hicieron conocer al instructor de mi brazo picado por una araña desde el viernes anterior, el instructor, paralizo la instrucción, mientras me hacía quitar el equipo, mi rifle, me acostaron en una camilla improvisada, y por radio pidió un helicóptero para mi evacuación inmediata a un Hospital del fuerte Gulick, llegó un helicóptero de combate con personal de sanidad quienes después de ponerme en una camilla, me inmovilizaron, inmediatamente me pusieron un suero, y despego la aeronave de la selva, llegando en unos veinte minutos a un Hospital, me condujeron de urgencia a la sala de operaciones, donde estaba un equipo de Médicos, con uniforme verde, me preguntaron las características del arácnido y luego de anestesiarme me durmieron, se apagó la luz y la conciencia y desperté en una sala de recuperación, con la visita de los dos oficiales instructores del Colegio Militar, habían pasado tres días y lo peor, pues podía haber perdido el brazo derecho, si no me hubieran asistido pronto; al cuarto día me incorpore al curso y a la instrucción con la amable acogida y preocupación de mis compañeros; los americanos comentaban mi valor, pero me indicaron que no podía haberme quedado callado, ante este ataque venenoso, que pudo haberme costado la amputación de mi brazo derecho o podía haber muerto por envenenamiento de la torrente sanguínea, pero este hecho me valió para el alto concepto que tenían de mi los oficiales instructores. Ya reunidos en momentos de descanso, mis compañeros que se quedaron en la selva, mientras yo era conducido en el helicóptero, continuaron su travesía, con record de tiempo, dentro de los cursos de cadetes latinoamericanos, compañeros bien localizados por mi observación y de años de convivir juntos y que eran antagónicos a mi forma de pensar, de proceder, con los que no me llevaba, no les impresionó mi lesión; pero otros se preocuparon mucho, por la estima que me tenían; en el dormitorio y en ruedo, en el centro el "Patachca", rememoraban la travesía del istmo de Panamá, así al llegar la tarde, y en medio de la oscuridad se encontraron, en un sector abierto y fangoso, con pantano y lodo que les llegaba hasta más arriba de la cintura a los altos y a los más pequeños del curso, casi hasta el cuello, estaban en la dirección correcta, en su patrulla y misión, y se desplazaban con soltura; un monitor norteamericano, a cada tramo controlaba la marcha, cuando estando en estas circunstancias, cada uno cargando a más de su equipo de combate, radios, cajas de municiones, pertrechos, sus rifles, equipo individual, algunos partes de ametralladoras pesadas y morteros, en marcha la patrulla se le ocurrió al "Patachca" gritar a voz en cuello la alarma cuando casi obscurecía, "Tigre, tigre妱uot;, ante esta alarma había ocurrido una desbandada de terror, pues lo más serenos preparaban sus rifles para disparar al depredador, otros tiraron cajas llenas de munición en el suelo pantanoso, algunos corrían sin dirección otros caían en el fango, reponiéndose solamente bajo las risotadas del bromista, lo que les ocasionó pérdida de tiempo, pues de lo contrario hubieran obtenido mejor record de tiempo, registrado en ese tipo de ejercicios de combate y con referencia a otros cursos latinoamericanos; referían y reíamos todos, cuando tuvieron que escalar unos montículos antes de llegar al objetivo, fáciles de resolver, más aún porque estaban preparados con cables y ayudas de montaña instalados para ese objeto y como un obstáculo programado en la travesía y patrulla, el mismo "Patachca", reía mostrando su blanca dentadura y sus grandes muelas y a grandes risotadas, que arrancaban otras del grupo al referir, que cuando en el trayecto encontró y mató una serpiente de unos tres metros de largo y guardo el reptil en su mochila, y al llegar a una parte alta, recogió el cable de ascenso y lo reemplazo con la culebra, que la sostenía de lo alto, encontrando diversas reacciones de los compañeros, más pequeños, que aterrorizados, en medio ascenso, soltaban a la culebra y rodaban cuesta abajo; sin embargo a excepción de mi evacuación, la patrulla fue algo simple para mi curso, que estableció una nueva marca, en tiempo y resultados, la travesía del Atlántico al Pacífico, de Colón a Panamá; recorrido que me perdí por mi lesión, pero que algunas veces la hice cómodamente en un tren local o en automóvil con en venir de los años y en otro curso de Jefes de Comunicaciones, en el grado de Subteniente, en los días libres, el fin de semana.
El movimiento de vehículos, aviones, helicópteros, y tropas norte americanas en el fuerte Gulick era intenso; así como en los diferentes fuertes militares instalados en Panamá y Colón, como el fuerte Sherman de Fuerzas Especiales con boinas verdes; se adiestraban las tropas norte americanas previamente, por un lapso de seis meses, antes de ingresar al Vietnam; los soldados vivían y se adiestraban en la Zona del canal, y tenían allí a sus familias los casados, que vivían en un sector con villas cómodas, de los que se despedían a los seis meses; muchas ocasiones en el día y en la noche presenciamos su partida, armados y equipados, ingresaban a los aviones C- 130, por la rampa posterior.
En algunas ocasiones se hicieron simulacros de ataque a las instalaciones de los Fuertes, con paracaidistas, y boinas verdes; se apagaban inmediatamente todas las luces del fuerte, sonaba la alarma tipo sirena, normalmente los simulacros eran en la noche o la madrugada, nosotros también nos preparábamos, vistiéndonos y armándonos de inmediato; como las instalaciones estaban en medio de la jungla, nos impresionó mucho cuando en una mañana a un paracaidista lo sacaron con equipo especial de entre los árboles, se había clavado con ramas en sus pulmones falleciendo de inmediato.
Disponíamos libremente del sábado y domingo, de la piscina, y en días ordinarios por las tardes del almacén militar y PX, al que mis compañeros fumadores acudían asiduamente a comprar cigarrillos de todas las marcas por paquetes grandes, eran almacenes bien surtidos, donde ordenaban hasta por catálogos autos deportivos los militares americanos, y mil artículos que no estaban a nuestro alcance y economía, sin embargo recibíamos de los americanos Veinte dólares semanales, nuestro dormitorio y tendido de camas lo hacían mucamas panameñas, de la raza San Blas, así como el lavado, planchado y almidonado de nuestras ropas, uniformes, preocupándonos únicamente de que estén en orden y de la limpieza del calzado, mientras las cajas para el equipo y los cuartos de calor y dormitorio se iban acumulando una gran cantidad de electrodomésticos, equipos de música, televisores, colchas y alfombras persas y otros aditamentos, bienes adquiridos con dinero que habían llevado algunos compañeros, pues en mi caso personal, no tenía capacidad para adquirir más allá de los Veinte dólares semanales, que recibía de los americanos. Pese a las llamadas de atención de nuestros instructores oficiales, seguían ingresando a los dormitorios y se acumularon tal cantidad de mercaderías adquiridas por los compañeros, que los americanos, tuvieron que enviarnos posteriormente en otro avión C-130, estas adquisiciones, que entregaron a sus dueños en el Colegio militar; el cadete apodado "cangríjos", tenía adquirido entre otras cosas, doce alfombras persas, en un gran baúl.
Todos los alimentos y el agua, venía directamente de Estados Unidos vía aérea, siendo panameños San Blas, los que nos atendían la alimentación, con un servicio self service, en el fuerte o en el terreno selvático donde estábamos en instrucción; el desayuno entre siete y ocho de la mañana, almuerzo de una a dos de la tarde y cena de siete a ocho de la noche; nos preguntaban que alimentos queríamos para servirnos, les pedimos por unanimidad sopa, nos concedieron el pedido pero sólo una vez por semana; el menú era variadísimo, diferentes tipos de huevos, leches, panecillos galletas, té, café, jamón, mortadela, embutidos, diferentes carnes, pescado, res, pollo y pavo, cereales, ensaladas, postres diversos; sin limitación o racionamiento, a elección de cada uno, que inclusive se podía repetir, en grandes gamelas metálicas, vasos de cristal y excelentes cubiertos, servilletas y amplias mesas y sillas; diferentes jugos en botella, agua pura; sin embargo de esta óptima y variada alimentación, el clima cálido húmedo y la instrucción en la selva, cobró su factura y al regresar todos estábamos demacrados, pálidos, con menos peso, pero contentos de nuestra primera salida y curso fuera del País, y con un diploma a la mano.
Los americanos, tampoco olvidaron detalle alguno y en el asunto social, nos anunciaron un baile de bienvenida en el casino, con chicas panameñas contratadas para el efecto por ellos, el sábado, en el casino de cadetes; nuestro jefe de curso, nos anunció, que estemos correctamente uniformados, con zapatos brillantes partes metálicas relucientes y nos advirtió que tengamos decoró, una excelente conducta y trato con las damas; fue al primer mes de llegados, a la entrada del casino, en la planta baja había una cartelera en un informativo, en mesas un buen surtido de refrescos y de ponche; el rótulo anunciando el evento social, todos estábamos en el casino, situado en el segundo piso, a la expectativa, con la presencia de nuestros dos oficiales instructores que estaban también correctamente uniformados; cuando alguien desde la ventana vio y anunció la llegada de un bus, el que se detuvo frente al casino y empezaron a bajar para nuestro asombro, jóvenes, la mayoría de raza negra, elegantemente ataviadas, ante esto nuestro jefe de curso, hizo formar inmediatamente al curso, en el centro del casino, ordenó un giro a la derecha y marchamos con dirección a nuestro edificio dormitorio; allí nos ordenó que nos cambiáramos de civil y que todos nos dirigíamos a la ciudad de Colón; el Teniente americano a cargo de nuestro curso estaba perplejo, no sabía seguramente que nuestra categoría y la procedencia de nuestras familias, como futuros oficiales del Ejército ecuatoriano, así como nuestro nivel cultural y social al que estábamos acostumbrados con el mejor elemento femenino en Quito, no admitía este tipo de contactos, todo quedó en silencio y nunca más se atrevieron a invitarnos a este tipo de eventos.
De regreso de Panamá, mi curso tomo el mando del Colegio y nos vimos inmersos en grupos de las diferentes armas, por secciones, en las que se incorporaron cadetes supernumerarios civiles y militares de los Bachilleres y a la instrucción de nuestras respectivas especialidades; como nunca, ese año se presentaron en el Colegio una delegación de Oficiales, del comando del Ejército, con el Coronel Villagómez a la cabeza, nos reunieron a mis compañeros y a un grupo de cadetes bachilleres y después de la introducción sobre el motivo de su presencia, nos indicaron que estaban allí para darnos el arma que podíamos escogerla voluntariamente, estaba presente el Director del Colegio Coronel Torres y oficiales instructores del Colegio militar, que iban a ser los jefes de las secciones; este hecho especial, ya estaba en conocimiento de algunos compañeros, como Fausto Banderas, era un caso único, pero la verdad, que la mayoría de los integrantes de nuestro curso y del grupo de bachilleres seleccionados, ignorábamos esto que ocurría y se efectivizo en los siguientes días; preguntándonos en directo quienes querían pertenecer al arma de Infantería, y que pasen al frente, aclarando inclusive que el grupo de cadetes bachilleres que se encontraban allí también podían escoger las armas, pasaron apresuradamente cadetes de los dos grupos, Max Arturo Bravo Valdiviezo (+), César Ernesto De la Rosa Reinoso, Carlos Rafael Calle Calle, Wilfrido Rodrigo Carrillo Cortez, Rodrigo Cruz, Aníbal Isauro Díaz Carranco, Víctor Freire, Carlos Fuel, Mario Limaico, Luís Alfredo Merizalde Pavón, Walter Pacheco, César Parreño, Edgar Ponce, Galo Raúl Salazar Jaramillo, René Cástulo Yandun Pozo, Juan Simón Nepamuseno Auz Argoti, Cortez (+), Guillermo Villarreal (+). Moncayo (+); así continuo con el arma de caballería, destacándose el cadete cuencano Luís Roberto Correa Rocano, Ángel Avilés, Julio Augusto Cáceres Silva, José Fernando Grijalva Palacios, Franklin Raúl Navas Lucin, Guillermo Jacinto Mármol Castro (+); luego Artillería, con Nelson Homero Suárez López, Marco Francisco Rosero Castillo, Juan Bosco (Oswaldo) Márquez Azanza, Jaime Ernesto Oleas Aldaz (+), Wilson Duran, Héctor Miguel Luna Riofrio, Eugenio Raúl Martínez Santos, Byron Gonzalo Rivera Coronel, Servio Tulio Sánchez Procel, Juan de Dios Padilla Cevallos, Carlos Galarza; pero a cada arma se iban incorporando en forma recelosa los cadetes bachilleres; en el arma de Ingeniería, fueron designados directamente César Villacis, Fausto Elicio Banderas Román, Jaime Eduardo Camacho Campaña, Agustín Alejandro Luna Granizo, Jaime Oswaldo Naranjo Sánchez, lo que confirmó nuestras sospechas que este hecho era conocido por la mayoría de los compañeros asignados directamente a Ingeniería; el oficial que hacia la selección pregunto pasen al frente los cadetes que tengan conocimientos de mecánica y que sepan conducir vehículos, pasaron José Vicente Proaño Vallejo, César Oswaldo Torres Mosquera, Ramiro José Correa Barrera, Mauricio Dávila, José Gustavo Lascano Yánez, conformando la sección de Fuerzas Blindadas; al final habíamos quedado en el fondo del aula un conjunto de cadetes que comenzamos en cuarto curso de Bachillerato y Bachilleres que nos gustaba las Transmisiones como arma, entre otros, Reyes (+), Eduardo Maldonado Arellano, Jorge Efraín Paredes Camacho, Luís Francisco Quiroga Soria, Milton Plutarco Sánchez Baez, Manuel María Silva Estévez, Jaime Delgado, Ermel Ignacio Fiallo Terán, Carlos Eduardo Jara Guevara, el suscrito, y se agregaron bachilleres como Oswaldo Moscoso, Nelson Albán, Juan Viteri, Miguel Argudo, Héctor Arroba, Alberto Bonilla, Noboa Byron; así se organizaron las diferentes secciones por armas, hasta que nos graduamos de Subtenientes.
Por las calificaciones que ostentábamos cada uno, registradas con milésimas, el último año se conformó el grupo de honor, de Brigadier Mayor, Brigadieres y Subrigadieres, nombrándome con la distinción de Brigadier.
Según Orden General Nro. 147, de fecha martes 7 de agosto de 1979, se registra en forma documentada estos dos grupos de compañeros, con 41 compañeros de cuarto curso y 17 compañeros Bachilleres, sin que haya imprecisión de algunos compañeros que no constan en la lista por algún problema de ascenso, por haber fallecido y por haber sido dados de baja; pero nuestra promoción adquiría derechos de jubilación y pensión jubilar cumplidos veinte años desde la graduación, en la carrera activa del Ejército.
Rememoro cuando siendo recluta de cuarto curso, había el Brigadier Naranjo, de Ambato, así como el Brigadier Juan Donoso, ambos del arma de Infantería, que estando casi a punto de graduarse, por pretextos injustificados, haciéndoles acreedores a mala conducta, a que habían abandonado el perímetro del Colegio, fueron dados de baja y separados del Colegio, siendo dos elementos excelentes, leales, convencidos de la profesión militar.
Como Brigadieres, desempeñábamos las funciones de oficiales, a más de nuestras actividades y preparación de las diferentes secciones, por armas, con nuestros instructores, en mi caso con el Teniente Fernando Viteri de la primera promoción del Arma de Transmisiones, Teniente Evencio Izurieta y Capitán Acosta y Cornejo; desempeñábamos las funciones de semana, de guardia, junto con el Oficial de Guardia o Jefe de Cuartel; debo destacar un hecho, de que los oficiales instructores del Colegio designados, eran escogidos de lo mejor de los cuadros del Ejército, por su antigüedad, cursos realizados, presencia física, y estatus moral; sin embargo se notaban ciertos afectos o desafectos, para nuestro curso, que dragoneaba y se acercaba a su graduación.
Me encontraba en la prevención del Colegio, el Oficial de Semana "El Búho" , hermano mayor del Brigadier "El Búho 2" , una promoción más antigua que la mía, y con quien me había identificado, éramos del equipo de aparatos, y siempre me trató con deferencia y respeto como su inferior jerárquico y hasta con simpatía; varias veces sonó el teléfono y yo conteste, era una mujer, que llamaba y preguntaba con nombres y apellidos por varios cadetes, ya había oído de esta misteriosa mujer, que era de nacionalidad paraguaya, la misma que me invito a que me acercara al lado oriental del estadio, dirigiéndome en esa dirección, vistiendo de oliva, con botas próximas que estrenaría en mi graduación, cinturón y traílla con sable; mi idea era sorprender a esta mujer, y dar parte al Oficial de Guardia de esta novedad, lógicamente había una infiltración en el sector oriental del colegio, por donde esta mujer se entrevistaba usualmente con cadetes, con fines inimaginables; me desplazaba exactamente por el inicio de la pista atlética, sector de las argollas, todo alumbrado, cuando escuche que el trompeta del Colegio a la orden del Oficial de Semana, "El Búho", tocaba zafarrancho, señal a la cual todos los cadetes del Colegio, armados y equipados ocupaban posiciones en defensa de las instalaciones, corrí a mi lugar de responsabilidad no sin antes proceder en forma rápida a armarme y equiparme; a continuación hubo el toque de trompeta de formar, como Brigadier de servicio, hice formar al grupo de guardia, controlando con lista a los cadetes que se encontraban en sus puestos de servicio; el Oficial de semana recibió el parte de mis compañeros Brigadieres, y yo le di parte del grupo de guardia, estableciéndose que todos los cadetes estaban presentes, que no faltaba uno solo, inclusive se inspeccionó a los cadetes que reposaban en la enfermería, con orden del Médico; una vez realizada la inspección ocular, pormenorizada de los cadetes, se les ordenó se retiren a sus dormitorios en correcta formación, yo me incorpore a la prevención, al terminar mi turno de servicio entregue mi función dando parte de los cadetes del turno de guardia, al Oficial de Guardia, y me dirigí a mi dormitorio; procedí a desvestirme, me puse mi piyama y no pasarían unos treinta minutos, ya era de madrugada, cuando junto a mi cama el Teniente Oficial de Semana, de pie me llamaba por mi nombre, lógicamente me quise incorporar inmediatamente para ponerme de firmes, pero me indicó que permanezca en la cama en posición de tendido boca arriba, y comenzó el interrogatorio que duro por más de tres horas en esa posición incómoda, interrogatorio que oían mis compañeros y cadetes del dormitorio; me preguntaba porque había salido del Colegio estando de guardia, está era su principal argumentación, con quien me había visto, cuantas veces había cometido esta infracción, con quien me entrevistaba en la noche, quien era la mujer con la que me veía furtivamente, que confiese lo que había hecho que no me va a pasar nada; ante lo cual le respondía con la verdad, que no había abandonado en ningún momento el Colegio, cansado de interrogarme me amenazo y me ordeno que a partir de ese momento estaba castigado que no podía salir franco, mientras él daba parte de esta novedad y que sería castigado seguramente con la baja; el oficial de semana al que me refiero, de una promoción de oficiales Bachilleres, del arma de Infantería, oficial mediocre, falso, desleal, no sé con qué propósito quiso truncar mi carrera militar, pero no lo consiguió, gracias a mi trayectoria militar como cadete, en ese entonces Brigadier; destaco que al iniciar el año de 1967, se dio la orden de preparar a los cadetes bachilleres del curso de Edgar Enderica, mi buen amigo y el Comando del Colegio Militar, nos dio este encargo a nuestra Promoción, yo en especial les preparé a este curso, levantándonos a las 05h00, todos los días y llevándoles fuera del Colegio Militar, al trote en perfecta formación, al curso que se preparaba, haciendo increíbles, rutas y recorridos desde la Avenida Orellana, hasta el panecillo, La Tola, y regresando a las 07h00, comprobando un excelente estado físico de los cadetes que estaban entusiasmados para las pruebas próximas al curso de paracaidismo, pero que al finalizar el adiestramiento el Comando del Ejército no permitió que realizaran el curso, y fueron salidas del Colegio a kilómetros de la ciudad, al mando de los Brigadieres de mi curso en el que me incluyo y en verdad dando parte al oficial de Guardia de ida y de regreso, nos paseamos con este grupo importante de cadetes por las calles de la ciudad, y sin que haya novedad alguna; pero desde ese incidente no pude salir franco del Colegio por su injusta orden, tratando de desesperarme y que en un acto de rebeldía salga del Colegio; mis compañeros de curso, me apoyaron , me dieron su ayuda moral y ánimo irrestricto y solidario, sabiendo que era inocente de la acusación y pretensiones de este caballero, que lo vi en otra ocasión, en el Batallón de Paracaidistas, cuando llegó con el pase, nunca pase la palabra con él, reduje el contacto a lo indispensable como superior jerárquico, pero en realidad hasta ahora no comprendo su actitud irreal, traicionera, de ese entonces; en el Batallón de paracaidistas, nuestro Comandante, Coronel Felipe Albán, en el almuerzo en el que estábamos todos los oficiales instructores, inclusive el Jefe de los Cursos el Mayor Pérez, al que le ordenó que se revise minuciosamente, que los oficiales instructores de la Escuela de Fuerzas Especiales y del Batallón, deben tener mínimo tres cursos aprobados, y de exigencia el de Comandos, el Búho no cumplía ese requisito, y tampoco estaba dispuesto a ser alumno y aprobar el curso de comandos; en una final ocasión le vi en el Comisariato del Ejército en Quito, pero pase indignado y ni siquiera le salude, más tarde supe que en repechaje fue ascendido a General y en corto tiempo salió del Ejército. Este hecho me hizo reflexionar, en el marco de las diferentes injusticias que se cometen, de este hecho que refiero en mis memorias, pero no fui llamado a un consejo de disciplina, no fui interrogado, fui totalmente inocente; como todos mis compañeros, anhelaba que llegue el día de la ceremonia de graduación, mientras confinado en el interior del Colegio, me dedique a estudiar, a leer, a cumplir con exageración las funciones correspondientes de Brigadier, tampoco me suspendieron, hasta que finalmente llegó el día de la graduación y comienzo de la vida como Oficial del Ejército; tengo el aval moral de los compañeros de mi promoción y de mi arma de Transmisiones, que sabían perfectamente como compañeros y amigos, todos los detalles de nuestra vida al interior y exterior del Colegio Militar.
Se cumplía un ciclo de nuestras incipientes vidas, convivimos por más de cuatro años, como internos y dedicados a las materias del Bachillerato y a las materias militares comunes y luego a las de la especialidad o arma, fuimos compañeros solidarios y hasta amigos, cualquier disputa o pelea creo que está superada, sin que haya un ganador o un perdedor, salves fueron reacciones propias de nuestra juventud, antipatía o competencia, las ganas de sobrevivir y llegar a una meta; fallas humanas, de las que he tratado de superar, de olvidar traumas, agresiones, heridas, que posiblemente nos hicimos acreedores por la falta de experiencia y voluntad; cuestiones triviales que con los años y la experiencia se analizan como incidentes propios de jóvenes sin experiencia y bajo una pesada tensión y adiestramiento científico y militar, al aprendizaje de lo que no sabíamos, a la adquisición de destrezas, a la creación de fortalezas físicas e internas, en una competencia diaria, que se iba controlando con notas por milésimas, y que marcaban la diferencia o antigüedad, entre los miembros de un curso, compuesto por gentes de todo el Ecuador; pero que al final, estaba un producto listo, con valores como la disciplina, la honradez, la solidaridad, el espíritu de cuerpo, los conocimientos científicos y militares, el respeto y la dignidad.
El trabajo en la niñez y juventud
Desde mi niñez con la guía y el ejemplo de mis padres, aprendí a estar identificado con la realidad, a pisar mis pies sobre el suelo desde la mañana, en que me levantaba de mi cama; aprendí la dignidad y compartí el amor, las oraciones, la fe, la pobreza y el hambre con mis hermanos y progenitores; quienes toda su vida lucharon y nos proveyeron de lo indispensable en lo material, pero que nos colmaron de cariño, de cuidados y de amor en el alimento espiritual; nos enseñaron valores y nos dieron su sabia educación del hogar y luego se preocuparon de nuestra educación proveyéndonos de uniformes, zapatos, útiles, complementando cuidadosamente y controlando nuestras tareas y progresión de los estudios; mi oído, vista y sentidos como la comprensión se desarrollaron para apreciar en la radio, la música nacional y los acontecimientos diarios; las manos hábiles hasta para fabricar los juguetes, el juego y esparcimiento sano, el deporte con la infaltable bola de futbol con bleris, de trapos o de cuero, marca "Zambrano" o "Soria" de Ambato; todas esa buenas costumbres de saludo y comunicación con los mayores de edad, el respeto, la veneración a Dios y a nuestra Religión Católica, las peticiones de todo corazón con fe en la iglesia, la asistencia a misa, la observación de los misterios de la fe católica; y, en mi caso la prueba de fuego, la invocación a Jesús, a La Santísima Virgen María, en mis momentos de peligro, de muerte eminente y de necesidad espiritual, siempre he estado dialogando, implorando y en contacto con Dios con mi pensamiento y en voz alta, todo el tiempo pidiendo perdón por mis obras malas y aferrado a la ayuda divina, a la petición de su milagrosa intersección, rogando por mis padres, hermanos por mi cónyuge, por mis hijos y descendencia, por mis amigos, conocidos y hasta por mis enemigos, que no han sido numerosos.
Desde niño se creó en mi mente el deseo de ayudar a mis padres, desarrollando los trabajos que se me presentaran, describo con mucho orgullo, que conseguía trabajos en las vacaciones de la Escuela y del Colegio, y hasta ganaba dinero, sucres, para comprarme ropa y la ansiada bicicleta inglesa marca Raleigh; así recuerdo que en el Palacio legislativo en construcción, trabaje pegando baldosas de fibra con pegamento, en los amplios espacios y pasillos, junto con obreros, personas mayores de edad, pero con la satisfacción de la ganancia por semana incluyendo la labor de mediodía del sábado, teniendo de vestimenta un overol azul, el que lo lavaba y guardaba para emplearlo el siguiente año; de obrero por dos años en la "Metalúrgica Ecuatoriana", fábrica de fundición de metales como el acero, hierro, bronce y aluminio; de propiedad de mis Padrinos, el tío Daniel Figueroa Gómez y su cónyuge Rosita Díaz; en esa fábrica donde había mecánica industrial, suelda autógena, suelda eléctrica, tornos industriales, forja de metales y construcción de diferentes productos industriales y de maquinaria textil, así trapiches para moliendas, piezas de maquinaria industrial y de telares, hasta accesorios y tapas cuadradas y redondas como rejillas para las aguas servidas y lluvias para las calles de las ciudades, estatuas y obeliscos en bronce cuyos modelos entregaban los artistas escultores; de lunes a sábado, atento al silbato de la fábrica, trasladándome en bus, pagando de pasaje diez centavos de sucre, para laborar de 07h00 a 12h00 y en la segunda jornada de 14h00 a 18h00, de lunes a sábado medio día, llamado sábado inglés; fui bodeguero, tornero, soldador, forjador, empezando por cernidor de carbón vegetal, utilizado en los modelos de madera y tierra, para recibir los metales fundidos, y para avivar el fuego con el fuelle en la forja de metales; hasta ayudante en horas extras en las noches de fundición de metales, en medio de un personal adulto de obreros especialistas, casados, hombres rústicos la mayoría; cansados y enrolados en un profundo tiempo y pesada rutina, pero creadores de máquinas y de accesorios indispensables para la industria.
En la "Metalúrgica ecuatoriana", había logrado construir una gran infraestructura junto a su casa de habitación, mi tío y padrino Daniel Figueroa Gómez, con tres grandes espacios definidos como mecánica industrial, con tres tornos, uno alemán, en donde aprendí a tornear masas de metal especialmente de hierro fundido, un gran taladro, una fresadora, sueldas eléctrica y autógena, compresora para pintura, esmeriles, entenallas y yunques, una bodega de herramientas contigua, de la que fui el bodeguero y entregaba materiales y herramientas diariamente a los trabajadores y las recibía al terminar la jornada de trabajo; un gran cajón de cemento, donde se acumulaba y cernía hasta el último grano de carbón vegetal, en donde fui el cernidor y carbonero oficial al inicio, pues este material se usaba para secar los modelos en tierra especial, tipo chocoto, de las piezas metálicas a fundir, y los machuelos que daban el vacío de las estructuras de hierro, moldes de tierra sostenidos en cajas de madera, con dos tapas, en cuyo interior con tierra especial se moldeaba en el interior al vacío de las piezas a fundir; en otra gran nave, estaba el sector de moldeado de piezas, con montículos de tierra especial y un horno para confeccionar piezas adicionales de tierra, mezcladas con miel y disecadas, para incluir en los moldes grandes, en un sector había cantidad de moldes y acumulamiento de cajas para modelado, en el centro había dos hornos de unos diez metros y otros dos a nivel del suelo para fundición de cobre, níquel, bronce y aluminio, mientras que a una esquina había un imponente horno para la fundición de hierro fundido, de unos doce metros, que sobresalía del techo de la nave industrial, y tenía un entrepiso para acceder a la puerta superior del horno, cubierto de piedra especial y que al calentarse se introducía por un alimentador y obrero, las piezas de hierro, normalmente de motores de carro y de chatarra de hierro, para lo cual se alimentaba abriendo la puerta, la que despedía una temperatura infernal, también se alimentaba este volcán con carbón de piedra, el obrero que se turnaba en este trabajo sudaba tinta, sobre una plataforma, mientras rugía el motor eléctrico, fundiendo el metal, todos los obreros que trabajaban en la planta de moldeado se turnaban para, en parihuelas de varilla de hierro de unos seis metros, con un orificio al centro, en donde se colocaba un crisol, de material tipo piedra, recibiera del orificio inferior del horno, el metal incandescente, líquido; siendo un verdadero espectáculo el incandescente líquido que era vaciado prolijamente por las hileras de cajas moldeadas con tierra, hasta que estaban llenas y se proseguía con la siguiente, el suelo de esta planta era de tierra, la que al recibir gotas del líquido metal incandescente, saltaban cual juegos pirotécnicos; por mi curiosidad y deseo de ganar unos sucres más con sobretiempo de unas cuatro o cinco horas después de las 18h00, le pedía a mi tío seguir trabajando en labores de fundición, lo que me concedía mi padrino, y mi labor como menor de edad, un niño, únicamente era la de pasar alguna herramienta o impedir con agua y un trapo que las cajas de madera de los moldes se incendien, curioso y admirado, veía, como se destapaba y como se sellaba nuevamente el horno, en cuya parte inferior, a una altura de dos metros había un canal de recepción del líquido de unos dos metros, que desembocaba lógicamente en un crisol sostenido por una parihuela la que estaba sobre un caballeta metálico; el obrero que destapaba el orificio, tomaba una varilla de acero, de unos tres metros de largo de una pulgada de espesor, con una punta al extremo, con fuerza y habilidad impulsaba y destapaba el orificio tapado con un tapón de barro tipo chocoto, movía un tanto al atravesar el lodo y enseguida se presentaba el chorro incandescente, para caer y llenar un crisol listo, al llenarse el crisol al borde, con otra varilla con tapa metálica, el obrero se apresuraba a introducir un cono de tierra especial mezclada con miel, cuya estructura consistente tapaba el orificio, los residuos caían al suelo saltando chispas o gotas de hierro fundido en mil estrellas hiriendo la vista de los obreros, que utilizaban anteojos de suelda y gruesos guantes de cuero, así mismo de los modelos al terminar su rellenado, posiblemente por alguna humedad de la tierra, un día al encontrarme cerca de esa labor, saltaron al piso gotas de hierro fundido y se me introdujo una gota en mi bota y me quemo el empeine de mi pie, salte por varias ocasiones, saque la bota de cuero casi perforada, el calcetín tenía sangre, la herida era longitudinal y la quemadura de primer grado, había hecho un surco desapareciendo la dermis y epidermis, dejando el tejido abierto, enseguida me auxiliaron y me aplicaron manteca con achiote con una rama de cebolla blanca, esto se acostumbraba y el lunes con mi pie hinchado y patojeando, con un poco de dolor y temperatura, estaba presente nuevamente en mi puesto de trabajo, esa marca que llevo en mi empeine derecho me recuerda las horas que trabaje, recibiendo el pago de horas extras, y la experiencia que gane, superando a niños de mi edad, que posiblemente se dedicaban a jugar.
Siempre utilice un overol azul cuando trabajaba, y esa vestimenta con mi cuerpo cansado y sucio, pues apenas había en la fábrica, una llave de agua y un pedazo de jabón Ales azul, para el aseo de manos y cara al terminar las jornadas de trabajo. Al terminar la semana, el sábado a las 13h00, después de dejar brillando el puesto de trabajo, máquinas y barrido el piso de tierra, de recolectar la basura y residuo de materiales, hacíamos una cola los trabajadores, frente a la oficina administrativa, por orden de antigüedad, los maestros y obreros más experimentados, por último los aprendices y yo cerraba la cola, mientras pasaban los que habían cobrado, contando billetes azules de diez, amarillos de veinte y rojos de a cinco sucres, yo tomaba mi semana, guardaba en mi bolsillo y con mi overol sucio al brazo regresaba en el bus Nro. 1 Iñaquito Villa Flora o Colón Camal línea dos a mi casa, pagando un real o diez centavos de sucre como pasaje, en uno de estos sábados, cerca de llegar a mi parada de bus en la Recolecta, una señora bajaba detrás mío, con un canasto de compras, posiblemente venía del mercado del Camal, como tenía dificultad le ayudé a bajar su canasta de compras, llena de víveres de tienda, varios, verduras y frutas, la señora me quedó viendo y me propuso que le lleve su canasto hasta su casa a unas diez cuadras, no pensé dos veces, llevé la canasta con el brazo y mano, otros tramos al hombro y llegué a la casa de la señora, deje en su puerta el pesado canasto y ella me extendió unas monedas, eran cuarenta centavos, cogí y agradecí, este hecho le comente a mi Madre, que al recibir de mis manos mi semana y los cuarenta centavos, no ocultó su tristeza y su emoción por mi inocente gesto, dejando rodar sus lágrimas, mis hermanos me esperaban y siempre hambrientos y sabían que les llevaba dinero, en una cantidad que no superaba los quince sucres y monedas que me servían para dos buses el de la mañana y otro en la tarde, de este valor mi mamá guardaba una cantidad, para comprarme ropa, zapatos y lo demás lo utilizaba para comprar víveres de primera necesidad.
En el taller, una verdadera escuela de trabajo y dignidad, nunca experimente cansancio, cada día aprendía algo nuevo, con indicaciones verbales de mi tío, del maestro Manuel, que trabajaba en un torno más moderno y frente al mío, de un tornero joven graduado en el colegio "Central Técnico", del maestro Morales en forja de metales y sueldas, que estando junto me invitaba a que alimente la fragua, a que de fuelle con una palanca, para avivar el carbón y que las piezas de acero lleguen al rojo para con combos darles diferentes formas, en especial los lingotes que serían base de las masas de hierro fundido para los trapiches que se construían y se mandaban a todo el país, Morales un hombre fornido, trigueño de cara llura, de ojos profundos, sacaba el lingote con gruesos guantes y ponía sobre el yunque, el extremo del lingote de seis pulgadas de grueso, teniendo a dos hombres con combos que en forma alternada golpeaban el redondo cilindro de acero, hasta formar un perfecto cuadrado, me gustaba esta labor y levantaba mi combo de catorce libras y golpeaba el hierro al rojo, que con las hábiles manos del herrero lo volteaba y daba la forma cuadrada, un ejercicio excelente que iba formando en mi cuerpo músculos y brazos fuertes.
En la fábrica trabajaba mi primo, el hijo del dueño, supervisando y dando instrucciones a los trabajadores, en ese entonces de unos 18 años, de buen porte, de mala cara, atlético, de actitudes pésimas con los obreros, exigía que le digan "Ingeniero", era el segundo en el mando, el propietario potencial de la fábrica después de mi tío, además se presentaban los sábados o de vez en cuando dos primos menores Rommel y Amable, y que desde ya incursionaban en sus horas libres del estudio en las labores de la fábrica. Si por mi primo "El Ingeniero" hubiera sido, nunca hubiera accedido a operar el torno alemán, al que asimile y aprendí rápidamente para su asombro, pues al llegar a trabajar por el lapso de dos años, la última vez, antes de entrar nuevamente al Colegio Montufar y luego al Colegio militar "Eloy Alfaro"; recuerdo mi inicio, pues Marco y con sarcasmo me asigno mi primer trabajo, mientras me ponía mi overol azul nuevo, me mandó a que cierna una montaña de carbón vegetal, que clasifique en grueso, mediano y pequeño, que cierna los residuos y que el polvo deseche, posiblemente para hacerme despechar, alterno con otra tarea que me asignó, romper con el combo de 14 libras los motores y clasificar el hierro fundido, el níquel, el acero y el bronce o partes útiles para la fundición de metales útiles; pero aguante todas estas humillaciones, mientras los maestros meneaban sus cabezas en desaprobación de la conducta de mi primo hermano, yo necesitaba trabajar y llevar esos medios económicos a mi madre y a mis siete hermanos para sustentarnos; pero asimile todas las destrezas y habilidades, recorriendo cada una de las funciones del taller, hasta me atreví a acompañar a mi primo Juan Manuel, que era mayor que mí, a la plataforma de alimentación del horno grande, lanzando con mis manos pedazos de hierro y carbón de piedra a la hoguera insoportable por el calor, la boca del horno y sentí el sudor copioso del obrero, y esa satisfacción de saber algo más cada día que pasé en esos talleres, y que me han dado bases sólidas para pensar que mientras se tenga talento, y fuerzas hay que laborar.
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