Mi primo Juan, era aficionado a la suerte de matador, de torero, soñaba con ser un gran torero, y tenía todos los aditamentos para practicar este arte, la muleta, el capote, el sable, las puntillas, yo era su ayudante y el que seguía con unos grandes cuernos, filos y puntiagudos, mientras el hacía las piruetas, manoletinas con su capote, practicábamos largamente los fines de semana en el gran dormitorio familiar, sin darles oportunidad a otros primos, en especial al "Burro blanco", que nos contemplaba con envidia manifiesta; cansados, nos sentábamos a reposar unos minutos en su gran baúl, donde además de sus arreos de torero y su montera, al interior estaban empapelados de figuras del toreo, toreros españoles que habían llegado a Quito en diferentes fechas, como Manolete, además de su ropa que estaba muy ordenada, tenía varios cajones secretos y en uno de ellos guardaba su dinero, en billetes en especial de cinco sucres, rojos y casi todos nuevos, así como los de a diez; en otra caja las monedas, pero la mayoría nuevas; tenía un gran candado como seguridad y yo era el único confidente y conocedor de su contenido.
Mi abuelito trabajaba desde muy de mañana, hasta las seis de la tarde, en una sola jornada, en la propiedad del señor Pinto, en la que había un gran bosque, estaba a cargo de la explotación de la madera, del mantenimiento; y desde la casa tenía todos los días, mi primo Juan, el trabajo de llevarle la vianda de cuatro pisos y un platito final para el ají, que la abuelita hacia diariamente, con la comida y el almuerzo para el Abuelo, algunas veces le acompañe, nos recibía y almorzaba en medio del bosque, cobijados por los grandes eucaliptos, en un ambiente puro y fragante, de yerbas silvestres, chilcas, menta, flores y sigsales, a nuestro regreso solíamos, conseguir pértigas largas de eucalipto, del triple de nuestra estatura, para saltar las acequias; practicábamos el tiro con nuestras resorteras o catapulcras, utilizando piedras o guijarros como munición, contra lo que se movía; tórtolas, quindes, ranas, lagartijas, era una travesía inquietante y de aventura; el abuelo nos regalaba miel, pan y otras golosinas que le proveían en su trabajo, que al parecer le gustaba mucho, estaba en contacto con la naturaleza todo el día; estas apreciaciones las hago más que con mis sentidos, con los recuerdos, sin embargo no tenía un contacto frecuente con mi abuelo, sentía que no era su preferido, con quien conversaba y demostraba afecto era con mi primo Juan, que recibía de su ascendiente consanguíneo un trato cariñoso, afectivo, más que si fuera su nieto, como si fuera su hijo menor. Siempre vimos al tren, al tranvía rojo, humeantes y con su silbato característico, que anunciaba su llegada a Quito o su salida, hacia el norte, a Ibarra, o hacia el sur a Ambato y otras ciudades. Al pasar el tiempo, y ya joven mi primo y yo un púber, seguimos juntos, cuando trabajábamos en la "Metalúrgica Ecuatoriana", los dos como simples obreros, en esas instalaciones de propiedad de mi tío Daniel Figueroa Gómez; yo trabajaba como aprendiz, en mis vacaciones; y hacíamos el trayecto a la casa de los abuelos a mediodía, para almorzar en la casa de mis abuelos y retornar a la jornada de la tarde; y pasábamos por el barrio bajo la mirada interesada de las vecinas, en especial por mi primo, que iba dando forma de un hombre atlético y bien parecido, pero nervioso e introvertido y se ponía molesto cuando yo le insinuaba, las miradas de las vecinas. Por qué trabajaba en vacaciones en la fábrica de mi padrino y tío Daniel y de mi madrina y tía Rosita Díaz, mi objetivo era tener un baúl como el de Juan, comprarme una bicicleta, y ropa con mi propio esfuerzo; lo que efectivamente conseguí, inclusive con esos recursos ayudaba a mi Madre y hermanos, siempre depositando en sus manos lo que había ganado en la semana, trabajando hasta el sábado medio día.
Creo que mi abuelo materno, Eliseo, fue un buen hombre, sacrificado, católico convencido y practicante, con mucha fe en Jesús y en la Virgen Santa María; un gran cónyuge y cabeza de familia, siempre dio buen ejemplo, y proveyó a su gran descendencia sus catorce hijos, uno de ellos que fue robado en Quito, comenzaba con el mayor JUAN JOSÉ y terminaba con MIGUEL ANGEL, y a su muerte mediante reconocimiento voluntario, reconoció como su hijo a mi primo JUAN MANUEL, su nieto; todos los embarazos y partos de mi abuelita Zoila, fueron atendidos en persona por mi abuelo, quien era muy hábil y tenía muchos conocimientos médicos, no se diga de las dietas después del parto y atenciones extremadas a su cónyuge y a sus hijos; con su trabajo compró su terreno y gran parte de las edificaciones las dirigió en persona, muchas veces construyendo muebles y accesorios de la casa de familia y los pequeños departamentos hacia la calle del barrio, donde empezaron a trabajar en su condición de casados mis tíos, Juan José, Manuel, Jorge y Miguel Ángel; y, en uno de los cuales por algún tiempo viví con mis padres, que les arrendaban ese local. Con su gran familia subsistía dignamente y educó a sus hijos, dándoles a todos la primaria y un oficio; caso especial mi Madre, que perdió todo su apoyo cuando se casó con mi Padre; era un hombre bueno, pero retraído, de pocas palabras, introvertido, sin vicio alguno, pues reservadamente bebía su copa única de aguardiente o fumaba su cigarrillo dorado de envolver sin que nadie le vea; murió a causa de una pulmonía, en su cama, y después de despedirse de mi abuelita y de todos sus hijos e hijas, dándoles sus consejos y perdón uno a uno, expiro en paz.
Así, en esas circunstancias, vivíamos en un departamento de la calle Ambato, al pie del Panecillo, desde el que se divisaba, en Ministerio de Defensa, toda la Recolecta, prácticamente esta calle está situada en el Panecillo, loma que divide el Sur y el Norte de Quito; se apreciaba desde esa altura de unos cien metros, abajo, el río Machangara, la piscina del Sena, instalaciones militares, la calle Maldonado, la vía que venía de Sangolquí, Santo Domingo y la calle la Ronda; era un lugar único y desde donde hacía volar mis cometas, desde esa altura lanzaba mis aviones de papel, que volaban hasta perderse en la profundidad y lejanía, ayudados de la corriente de aire; y en la misma calle donde patinaba o cicleaba la bicicleta de papá.
Éramos con mis dos hermanas y hermano y mis Padres felices, únicamente yo asistía a la Escuela, mi Padre llegaba desde su trabajo, en el Ministerio de Defensa trayendo una cantarilla de leche, que le proveían en la guardería, nunca nos faltó la comida, la fruta de temporada y las golosinas, nuestro desayuno y merienda siempre estuvo acompañado del chapo, la mezcla de la harina de cebada, con leche, con agua de cedrón o hierba luisa, muy contadas ocasiones comíamos pan; mamá seguía con sus obras de modas y costura y complementaba los ingresos para la economía del hogar, cada semana teníamos los hermanos, por turno el lavado de los platos y vajillas, nos enseñaron a lavar ropa, a plancharla, a coser las medias y calcetines, introduciendo en un foco a la prenda con agujeros; aprendimos a hacer nuestras camas y a barrer las habitaciones, a bañarnos diariamente en agua fría o calentada en la tina por el sol, a secarnos, a recortarnos las uñas y a talquearnos, asistíamos al peluquero una vez al mes; estudiábamos muchas veces con vela encendida en la noche, hacíamos nuestros deberes diarios, utilizando pluma y plumero con tinta de azul, verde y títulos con tinta roja, los dibujos técnicos con tinta china negra; y con horario se oía la radio, y a esa fecha las novelas "El Derecho de nacer", "Renzo el gitano", "El gato", "Porfirio Cadena", así como las noticias de Radio Tarqui o Democracia después de las actividades diarias, nos acostábamos temprano y nos levantábamos antes de las seis de la mañana, para prepararnos a las actividades diarias.
Una tarde de Julio, cuando llovía y hacía frio, llegó a nuestra casa, mojado mi primo Jorge, el nieto preferido de mi abuelo Eliseo, en busca de mi Madre, de la tía Cecilia, traía malas noticias, el abuelo estaba falleciendo y le mandaba a llamar a su hija, mi mamacita se puso nerviosa y a punto de llorar, pues era también de carácter fuerte, y había acumulado durante todo su matrimonio, esa indiferencia y hasta desprecio de su padre, por haberse casado con mi padre, la indiferencia que indirectamente era para mi padre y nosotros sus hijos era evidente, pues el abuelo era cariñoso con otros nietos y nietas y especialmente con el odiado mensajero, que lloraba a lágrima viva y hasta moqueaba inconsolable y estaba rojo y sudoroso, pues había atravesado el campo y la ciudad a pie, además que estaba mojado, mi madre le secó con una toalla, le sacó su suéter y le puso uno mío, lo que no me gusto para nada; y se puso su abrigo, cogió un paraguas negro grande, tomó de la mano a mi primo, no sin antes instruirme que me quede en casa, y que cuide a mis hermanas y que cuando llegue mi Padre le avise que había salido a la casa de mis abuelos y que su papá estaba agonizando.
Espere que desaparezcan en la esquina de la casa, mi mamá con mi primo que iban apresurados, me puse una chompa gruesa y salí de la casa, no sin antes instruirle a mi hermana Guadalupe, que se cierren y pasen aldaba y una vez hecho esto, corrí en dirección a la casa del abuelo, pensaba mientras corría y sorteaba los baches de agua, como será la agonía, porque la noticia, no me hacía llorar como al odioso de mi primo, porque antes de morir y en el lecho del dolor, mi abuelo le llamaba a mi Madre, si durante mucho tiempo apenas le contestaba el saludo y le daba la bendición que siempre le pedía; realmente no recuerdo lo que alguna vez llegué a saber, así una tarde en un fin de semana, mi Madre, decidió ir a la casa de mis abuelos, me llevaba en brazos, era casi medio día, me envolvía en una chalina, a saber era de menos de un año, al entrar a la casa, mi abuelo estaba almorzando en el comedor y sólo en una mesa, y su costumbre fue siempre de únicamente masticar las carnes, nunca se pasaba, mi madre le saludo y le pidió la bendición, entre dientes y sin mirarle le dio la bendición y le contestó el saludo, al pasar frente a él, salió la abuela y me llamó Marcelito pidiendo le pase mi Madre, antes de llegar a los brazos de mi abuelita, el abuelo extendió su mano con un pedazo de carne asada, la cual había tomado yo con la mano derecha, para inmediatamente lanzarle a la cara del furibundo abuelo, que no salía de su asombro, e inmediatamente había empezado a llorar en forma inconsolable, al tomarme en brazos mi abuela Zoila, le había dicho al abuelo, los niños saben perfectamente en su inocencia quien les quiere. Les seguía de cerca, a mi Mamá y a mi primo, que le llevaba de la mano, subieron al bus número 2 Colón Camal y yo lo hice por delante, que solamente era para bajar y me escondí en el bus en medio de los pasajeros. Al llegar a la parada espere que bajen primero ellos y luego salí del bus a la carrera, sin que el ayudante me haya cobrado el pasaje, pues a veces los niños no pagaban los diez centavos de sucre, por ser pequeños. Mi mamá dejó a mi primo con sus padres y directamente subió al dormitorio familiar, en circunstancias que estaba en audiencia otro tío, y con mi abuelo, quien para mi tuvo la buena muerte es decir se despidió consciente de su mujer y de cada uno de sus hijos e hijas en orden de edad, yo me ocultaba de mi mamá en las gradas de acceso al segundo piso, y cuando le llamó mi abuelita, desde la puerta, pasó Cecilia a hablar y despedirse de su Padre y yo me colé por la puerta la que se cerró a mi espalda, para enseguida meterme debajo de la cama, cama de grandes proporciones, con una patas altas de por lo menos un metro, que se accedía con unas graditas, talladas y pintadas, y con un gran toldo como tienda de campaña, de origen extranjero, con flores de color en un fondo amarillo, con cortineros y lazos; desde mi posición no veía a mi abuelo con mi madre, pero oía claramente su conversación, en lo principal le reclamaba a mi Madre el haberse casado sin su gusto y consentimiento, la mayoría de mis tíos se casaron con el gusto y pedido del abuelo, y casi sin conocerse la pareja que unía sus destinos para siempre, pues no se de divorcios entre ellos; le perdonaba y le bendecía, mi Madre replicaba que mi padre era un hombre bueno, cariñoso de su hogar y de ella y muy trabajador, se notará la ausencia de mi papá en mis relatos, pues mucho le habían despreciado y herido para insistir, pues él tenía su dignidad bien puesta, sin embargo había este vació, que a la larga duele y afecta, hasta llegar a la indiferencia; mi Madre lloraba junto a su padre moribundo, al cual de vez en vez le roncaba el pecho y le era difícil llevar una conversación continua, muchas cosas no entendía en especial la presencia cercana de la muerte y el nexo familiar, no sentía afecto alguno por mi abuelo, el cual nunca me hizo un cariño o afecto, nunca me abrazo, o me dio un beso, una palabra de amor; salí de mi escondite deslizándome boca abajo, en el piso limpio y pulido de eucalipto y alcance la gran puerta de laurel de salida y me dirigí al cuarto reservado del abuelo; contemple la puerta que siempre permanecía cerrada y con cerrojos y llaves de tubo, pose mi mano sobre una de las hojas, la cual cedió y se abrió, ingresé y quede absorto contemplando los tesoros de mi ancestro, mi mirada se dirigió a las armas especialmente corto punzantes y definitivamente a una daga con cacha de leones tallados en sus dos lados, de fabricación europea, tomé una silla y alcance el trofeo, el cual estaba enfundado en una piel y lo escondí en mi abdomen tapado con mi ropa y salí del cuarto; no espere mucho tiempo, en que llegaba al vestíbulo mi tío Miguel Ángel y mi primo Juan, se abrió la puerta e ingresó mi tío a despedirse de su progenitor y estaba en turno, el último mi primo Juan quien fue reconocido con testamento por mi moribundo abuelo, como hijo; salieron mi abuelita con mi Madre, llorando, yo acudí y abrace a mi madre de sus piernas, ella me tocó la cabeza con su mano, las dos se sentaron muy tristes y se consolaban mutuamente, pienso que mi Madre se quitó un peso de encima, sin embargo de la indiferencia de mi abuelo, era inocente y su conciencia siempre había estado tranquila; yo estaba de pie junto a mi Madre, había olvidado de mi daga oculta en la ropa y solo me percate de ella, en la casa al desvestirme, la guarde entre mis útiles de la escuela y allí permaneció por un tiempo, después la utilizaba para jugar al territorio con mis compañeros de escuela, la misma que fue oxidándose y luego se cayeron la cachas y por último se extravió, nadie hizo falta esta arma, muy fila y con la que nunca me corté, y cuando se repartieron todas las prendas de mi abuelo, por disposición del difunto, que falleció al siguiente día, mi Madre no acepto ninguna prenda, como si hubiera adivinado que yo ya había tomado su parte en forma anticipada.
Al que más largamente aconsejó, mi abuelo en su buena muerte, fue al menor Miguel Ángel, que a más de tener un carácter muy fuerte, explosivo, no sabía hacia donde ir con su vida, y creía que era el único hijo dueño de todo y a mi primo Juan, al cual había cuidado, criado, educado, le dio la manutención, educación y oficio; al igual que a mi tía Isabel, y le dio un cariño más que a sus hijos y nietos, y que le encargaba velar por su hija Isabel, misión que la cumplió pues se casó y cuido de su Madre hasta su muerte.
No me equivoco, al afirmar que mi tío Manuel Enrique, y mi tía Consuelito su cónyuge, fueron la mejor pareja y a los cuales se remiten mis recuerdos gratos y cariño, así como de parte de Ruth y mis hijos; como las mejores personas, muy afectuosos, ejemplares; tuvieron una gran prole, comenzando por Manuel, Fanny, Roberto, Silvia y cuatro mujercitas más, a las cuales no tuve mucha oportunidad de tratar. Esta feliz pareja, se daba un trato único, él muy vigoroso, ágil mentalmente y emprendedor, muy pronto dejó el pequeño departamento que ocupaba en casa de mis abuelos y cuadras más arriba compró un terreno y construyó su casa, abrió un almacén de calzado fino de hombres en San Blas, y su actividad era compensada con su compañera, toda una ama de casa, preocupada por sus hijos y de su educación en colegios religiosos, como los Hermanos en San Blas y la Providencia, detrás del palacio presidencial; su hogar brillaba por su orden, organización, esmero y pulcritud; su despensa y cocina siempre surtidas, sus comidas únicas, en especial el arroz con manteca de chancho, pues en esa época a más del aceite español de oliva, no se cocinaba con aceites, en casa de mis tíos queridos, comí por más de un año y en las vacaciones cuando de niño fui obrero, de la fábrica "La Metalúrgica ecuatoriana" de mi tío Daniel.
Nuestra hija Ruth Marcela, fue bautizada en Quito y sus padrinos fueron el tío Manuel y Consuelito.
Mis padres, siempre se llevaron con ellos y siempre jugábamos entre primos, a Manuel le envío el tío a Cuenca, a terminar sus estudios con los hermanos cristianos; Roberto más pequeño, hacía travesuras que daban gusto, en aquellos tiempos, se compraban diez panes y le obsequiaban uno de vendaje, todo por un sucre, en una ocasión mientras estábamos de visita mis padres y hermanos en su casa, le encargaron que vaya a la esquina y compre tres sucres de pan; todo estaba listo pero Roberto no regresaba con el pan, por lo que nos mandaron a mí y a Manuel su hermano a buscarle, pues pensaban que esa panadería cercana no estaba abierta y había ido a una más distante, en efecto, al ir a la otra panadería, le encontramos en el trayecto, al llegar a la casa, y al abrir la funda de pan, sólo habían unos cuantos, interrogado el primo el afirmaba, que únicamente se había comido unos veinte y seis pancitos, lo que causó las risas de todos y mandaron a comprar más pan, pero no a Roberto.
Creo que con Manuel me lleve por más tiempo, mutuamente nos apreciamos, hasta que el falleció con cáncer; era casado con Gloria Cabezas, de Mariana de Jesús en Calderón, en donde edificaron una casa grande con terrenos de cultivo; él trabajaba en su taxi, en el puesto y parqueo del Banco Central, una de sus hijas es Médico y tiene una Farmacia; los familiares de Gloria, excelentes personas, una hermana es monjita de la Caridad y Rectora en una Unidad educativa de la Providencia, de señoritas en Guayaquil; mi recordado y querido primo, menor en edad que mí, pasados cincuenta años, se presentó un cáncer el que no pudo superar y falleció.
Desapareció un puntal importante, una columna irremplazable de esa familia, católica, tan unida, dejando tristeza y desolación; desde Cuenca, en mis últimos veinte y tres años últimos que estoy radicado, siempre tomé contacto con Manuel, Gloria y su Familia; invitándonos muchas ocasiones a acontecimientos familiares y superando la distancia que nos separaba; en una noche recibí la llamada de Gloria, quien con lágrimas no contenidas me expresaba que Manuel estaba desahuciado, que tenía cáncer; creo que él ya sabía de esta enfermedad y me pidió que viaje a Quito, para que le de valor, le acompañe en sus últimos momentos; dejando toda actividad, nos dirigimos en nuestro vehículo con Ruthcita a Quito, con el propósito de visitarle a Manuel y darle ánimos; llegamos en la noche y después de alojarnos en el Conjunto habitacional, en el Círculo Militar en Quito, al día siguiente fuimos a la casa del primo, cruzando la ciudad, bajamos a Calderón, y llegamos a su casa, al ingresar, salió un hombre viejo, a abrir la puerta, el que nos saludó y esbozo una sonrisa, era Manuel, totalmente envejecido, parecía una persona de setenta años, de tez obscura, con arrugas, al bajar del carro se acercó y al ver su mirada me estremecí y lo reconocí confundiéndome con un abrazo, todo mi cuerpo tembló y los nervios se apoderaron de mí, estaba abrazando a la muerte que se contenía por unos días para llevar esa alma; Gloria salió emocionada y no pudo contener el llanto, nos abrazamos y sacando fuerzas de donde parecía ya no habían nos dirigimos al interior de la casa, en la sala colgaban los retratos de algunos familiares y tíos que estaban fallecidos, pero que relucían en esos tiempos radiantes de vida y dicha en acontecimientos familiares; mucha distancia de Quito a Cuenca, las actividades laborales, profesionales y de la Cátedra en la Facultad de Derecho, me han absorbido y el tiempo se ha deslizado sin que yo me dé cuenta, en ese tiempo los familiares han tenido sus descendencias, se ha presentado el nacimiento y la muerte, las personas han cambiado y prácticamente ya se desconoce a los nuevos miembros de la Familia, el tiempo y el espacio han cobrado su factura, nos invitaron al almuerzo y a pasarnos ese día y el día domingo siguiente, ofreció Gloria que almorzaríamos con cuyes, pues su propiedad agrícola familiar tenía cuyes, conejos, gallinas, patos y pavos y una gran extensión con cultivos múltiples de productos del sector y verduras; la conversación de Manuel era cansada y tranquila, se le notaba el esfuerzo que hacía y al bromearnos, su risa no era franca y abierta, su semblante reflejaba paz pero al mismo tiempo tristeza; su mirada fiel reflejo de sus Padres, bondadosa y tranquila, más parecida a mi tía Consuelito.
Recordamos, tiempos de nuestra niñez en una conversación abierta y anécdotas de la vida real, cuando Manuel fue a su primer día de Escuela en los Hermanos Cristianos de San Blas y ya en la tarde, declamo curioso a sus padres, por qué razón le habían puesto los nombres y apellidos de Manuel Figueroa, cuando había nombres y apellidos más bonitos y que le gustaban a él, como el de un compañero llamado Cayetano Solórzano; y recordando muchos pasajes de nuestra niñez y juventud, terminó esa visita, en la cual tuve mucha tensión, inclusive no disfrute de la comida, debido a la situación de mi querido primo.
El tío Jorge, alto espigado, de barba y bigote vestía siempre con traje y corbata, siempre hablaba en diminutivo, de voz suave y conciliadora, todos sus actos eran meticulosamente pensados y reflexionados; contrajo matrimonio con una señora de descendencia de manabitas, la tía Marujita, era muy hermosa, de estatura mediana, de tez blanca, de cabellos rubios y de ojos azules, vecina de la casa de mis abuelos y lógicamente del gusto de ellos, que hicieron todas las ceremonias preliminares y hasta los matrimonios civil y por la iglesia; procrearon no menos de catorce hijos, reeditando la hazaña de mis abuelos, con la idea de que cada niño nace con un pan al brazo, de las ideas religiosas de procrear, pero con un enorme ímpetu de esta pareja, que también agradeció el departamento donde vivían con su familia, en casa de mis abuelos y emigraron a Santo Domingo de los Colorados, donde abrieron un almacén de calzado y progresaron económicamente y en forma rápida en el lapso de unos quince años.
Mis primos y primas de esta descendencia, tenían todas las características de su Madre; pero para mí el más odiado, con el que tenía más conflictos, era con Jorge, unos meses mayor que mí, siempre cortado el pelo tipo alemán, cabezón, bien vestido, adulón de todo el mundo y en especial de mis abuelos, a los que al igual que a sus Padres, pedía la bendición anteponiendo Su Merced, y se arrodillaba para recibir la bendición; me daba ganas de golpearle cuando saludaba a mis padres y les abrazaba de largo, cuando explotaba me decía "burro negro" y yo le replicaba "burro blanco", pero siempre salía disparado, me tenía miedo, pues era ya un peleador de puños y pies nombrado y salía corriendo a su departamento, a quejarse a sus padres, algunas veces lo perseguía hasta la entrada y tenía que retroceder rápidamente ante la figura alta y enojada de su Padre, que salía a defenderle, ante sus absurdos gritos exagerados.
Jorge, no se disculpaba, tenía amnesia de las anteriores trastadas y en la Escuela se acercaba conciliatoriamente y seguíamos el tiempo de la niñez sin rencor, eso sí siempre me programaba peleas con otros contrincantes de él, aduciendo, pégate con mi primo; cuantas veces él estaba presente en la pelea que era de honor, pero desaparecía y se ponía a buen recaudo cuando yo iba perdiendo, lo cual aumentaba mi rencor por su evidente cobardía, pero cuando ganaba, el me levantaba el brazo en signo de triunfo, cosa que tampoco me gustaba.
Nos encantaba a los niños del Barrio y a mis primos, las tardes de lluvia, pues al escampar, la calle empedrada, mojada y húmeda, era despertada por el vendedor de ponche, que voceaba, ponche; una bebida en base a huevo y leche, con un poquito de alcohol, almendras y vainilla, preparábamos los jarros de cerámica, de hierro enlozado o de cristal, de medio litro de capacidad con diez centavos de sucre a la mano y nos encolumnábamos en cada casa frente al ponchero, que con una carretilla en donde había un gran barril conteniendo el sabroso ponche, de color amarillo, abría la llave y llenaba cada recipiente, mamá nos complementaba con una tortilla de maíz, mientras degustábamos, con bigotes de ponche.
Mi tía Betzabeth, era una mujer suavita, muy cariñosa, muy bella, de piel blanca, de ojos azules, formó su matrimonio con Francisco Almeida, un zapatero de primera calidad, de Machachi, blanco, rubio de ojos azules; confeccionaba los zapatos especialmente de mujer a gusto de los figurines extranjeros; tenían su gran casa de vivienda en la parte frontal de la propiedad y algunos departamentos y cuartos de arriendo en la parte posterior, con un gran ingreso y hasta un garaje con un camión Ford, recuerdo que eran los únicos que en aquella época tenían vehículo propio; además habían cuartos con cocina de arriendo, en uno de ellos habite con mis padres en mi infancia; la propiedad tenía en la parte posterior y al fondo una gran huerta, en donde se cultivaba sembrados con partidarios: maíz, porotos, arvejas, papas y verduras, que complementaba la despensa de esa familia, también rica en hijos e hijas, mayores que yo, pues unos estaban ya en el Colegio y otros en la escuela; recuerdo a Eulalia, a Finita, que murió asfixiada por introducirse una arveja en una fosa nasal, a Francisco, José y Augusto; estos que fueron figuras en el equipo profesional de fútbol, "El Politécnico" de Quito; el primero puntero izquierdo, el otro puntero derecho y el último arquero; todos ellos apodados "Los loros Almeida", por su nariz grande, su estatura mayor a un metro con ochenta centímetros, de piel blanca, rubios y de ojos azules; José se convirtió en Ingeniero de petróleos graduándose en la Politécnica Nacional y emigró a Chile donde se casó y se quedó en ese país el Sur.
Los primeros fundamentos del fútbol aprendí en el barrio con mi primo Juan, mis amigos y en especial con Francisco, que tenía la paciencia para enseñarnos a algunos primos, como se debía patear, en esas prácticas aprendí que era ambidextro, de pie izquierdo y de mano derecha, admiraba a mis primos cuando trasmitía la Radio Democracia o Radio Quito y el locutor emocionado anunciaba el gol de uno de mis primos, del "loro Almeida"; y me daba modos para llegar en bus al Estadio "Del Arbolito", en el Ejido de Quito y esperaba pacientemente la entrada de Francisco con el equipo, para tomado de su mano ingresar al estadio, pues el regreso era de mi cuenta, algunas veces regrese a Chimbacalle a pie, pese a las advertencias de mis Padres y mayores de que a los niños se los robaban los alemanes para hacerles salchichas, pero recuerdo la paz y tranquilidad con la que los niños nos movilizábamos, como todas las personas mayores, sin novedades y peligro alguno, por las calles y plazas, en general por la ciudad, con las enseñanzas de la casa y de nuestros profesores, ceder el asiento en el bus a las personas mayores, ceder el lado interior de las veredas, saludar a las personas mayores de cerca con la voz, de lejos con una venía y señal de la mano derecha.
El hogar de mis tíos era su lugar de trabajo, almacén y vestíbulo para atender a las clientas, normalmente jóvenes que se hacían confeccionar su calzado a la moda, y de cuero de napa el más fino; la tía, se preocupaba de cobrar los arriendos a los inquilinos, de contratar al partidario para la huerta familiar, de pagar los servicios y en especial de la atención de los primos y primas jóvenes; la preparación de las comidas era una verdadera ceremonia y algunas veces imprudentemente llegaba a esa casa al medio día, en la hora del almuerzo, a veces me convidaba algún plato, pero la mayoría de las veces me decía, hijito ve a tu casa te estarán esperando para el almuerzo, estoy a punto de servirles los colorantes a mis hijos; y me consta esa disciplina y puntualidad de los padres e hijos en esa familia, que se sentaban juntos, rezaban agradeciendo el pan de cada día y procedían a almorzar merendar, desayunar, sin la interferencia de extraños. Los colorantes que mencionaba mi tía, es un plato que hasta ahora es mi preferido y que cuando no lo he podido comer lo imagino con ansias, consistía en verduras de remolacha, zanahoria, papas picadas cocinadas, cebollita blanca perejil y culantro, limón, aceite de oliva y sal a gusto, y como complemento carne asada; no sin antes pasar con la sopa juliana, de arroz, con zanahoria, con arvejas tiernas, quesitos y huevo duro. Siempre me trataron como Marcelino, y me recomendaban que tenga cuidado al cruzar la calle y la línea férrea, y creo que era el único primo admitido a estos ricos colorantes y otras comidas; las cuales después de comer, me apresuraba para llegar a mi casa al almuerzo, obviando la invitación anterior de mi cuenta, sin embargo de los vestigios de mi boca y lengua roja por los colorantes.
Justamente, el 17 de Marzo de 1971, y estando invitados a mi Matrimonio en Cuenca, días antes falleció mi tía Betsabeth, sin embargo Panchito y Paco asistieron a mis bodas con el tío Manuel y Consuelito, pues ellos fueron parte importante en mi niñez y adolescencia, juventud y época de adulto; constan en el álbum familiar.
Creo a no dudarlo que mi actividad física, estaba directamente relacionada a mi gran apetito, hasta ahora no se lo que es calambre, y peor aún evacuar oralmente alimentos, gozo y he gozado de excelente salud y apetito, sin subir de peso, mi metabolismo es excelente, siempre he consumido alimentos naturales, y me enteré que mi presión arterial es baja; y en la cocina de mi abuela siempre observe las consabidas ollas para atender una gran familia, la de la sopa y la del arroz, el sartén para las carnes, la paila de bronce para las fritadas; altas y grandes alacenas de madera, en donde abundaban los alimentos, granos, manteca de cerdo, recipientes para el café molido en casa, para el cacao, confeccionado en la cocina desde los elementos naturales las pepitas de cacao o café, que los tíos que estaban domiciliados en Santo Domingo de los Colorados, siempre mandaban a casa de mis abuelos por la empresa Saracay o Santa; el molino de piedra con su mortero y el molino de manivela, en especial para moler el ají con maní y tostado, a veces con queso era infaltable a diario en la mesa, o para moler el morocho y el maíz cauca para las sopas, casi nunca había fideos, siempre había la sopa de arroz de cebada con carne de chancho, el locro de papas, la sopa de mellocos, la sopa de maíz cauca, el sancocho, siempre había la col hasta en ensalada, la lechuga, el rábano; muchas frutas y variadas de acuerdo a la temporada y la confección de los platillos era con gusto y sabores exquisitos; la cocina era grande con un comedor de diario incluido, una gran sección de hornillas, un horno para hacer pan y hornear el pavo, pollos o chancho; el abuelo comía por reloj puntualmente sus meriendas antes de las seis de la tarde, lo hacía sólo, le encantaba el ají y nunca se pasaba la carne, sea cual fuera la variedad; como almorzaba en su trabajo, la vianda que le llevaba mi primo Juan, yo aprovechaba para visitarle a mi abuelita, que siempre estaba acompañada de mi tía Isabel, en las labores de la casa, pienso que la protección y manutención que daba mi abuelo a mi tía y a Juan mi primo, devengaba con ese trabajo sacrificado y fiel en la casa, para ella era una bendición esta protección y se había resignado ante su fracaso de soltera, sin embargo mi primo Juan siempre inquirió el nombre y quien era su progenitor, quien cruelmente le abandonó a su Madre a su suerte después de verla en cinta; y un día llegamos a conocerle de vista, era un hombre elegante del barrio, vestía de terno, corbata y abrigo; este hombre nos dio temor y nunca más mi primo me pidió le acompañe a tratar de verle a su Padre, más bien note en él un repudio y odio a este sujeto, quien después de un tiempo desapareció del barrio y nunca más se supo de él, reflejándose en Juan siempre una tristeza, ante la ausencia de su progenitor, pero grandemente compensada con el cariño de sus abuelitos y de todos sus tíos y tías. En todo caso, centrándome en la cocina de mi abuelita, entraba y salía sin restricción al igual que el cocinero, probaba los guisos y lo primero que estaba preparado, aprendí a comer el ají preparado diariamente y a distinguir los diferentes ajíes, especialmente el de la costa y el rocoto de la sierra, siempre con cariño y preferencia de mi abuelita y mi tía Isabel.
LA VISITA DE MI MADRE A LA ABUELITA.
Mamá Cecilia, sin embargo de la indiferencia de mi Abuelo Eliseo, por haberse casado con un extraño del norte y sin su consentimiento; todo el tiempo que pudo visitó a su Madre, mi abuelita Zoila, madre de catorce hijos, era su amiga y consejera, yo era el primer hijo, y ante cualquier malestar, ella era la que le recetaba mis remedios, aguas y yerbas; casi toda mi vida a un síntoma de enfermedad la he superado con medicinas naturales; aquella tarde de frío mi madre me llevaba en brazos, no superaba el año, y estaba dormido, al llegar a la cocina de la abuelita, mi mamá saludo a mi abuelo, le pidió la bendición, como siempre le contestó entre dientes y le dio la bendición con la mano derecha, ya mi abuelita se acercaba y me requería, al despertar mi abuelo extendió su tenedor con un pedacito de carne asada, esto me contó mi abuela y mi mamá, yo había recibido el obsequio, pero empuñando el pedacito de carne, desde un nivel más alto, he procedido a lanzarle en la cara la carne al abuelo, y de inmediato he protestado llorando inconsolablemente, el abuelo abochornado y furioso salió de la cocina a lavarse la cara, mientras la abuelita le decía, mira los niños saben perfectamente quienes les quiere, en su inocencia son sabios y reprimen a quien no les ha dado un afecto; este ligero incidente, que no está en mi memoria de evocación, por tener tan corta edad no lo recuerdo, pero si pienso que con el transcurso de los años y mientras vivió mi Abuelo, nunca supe de sus caricias o palabras de afecto, me aplicaba un castigo indirecto, que yo si notaba, con la diferencia enorme y cariños de mi abuelita, sus abrazos, sus besos pero especialmente sus palabras, intercomunicación y festejos ante mis respuestas inocentes o preguntas propias de un niño; aprendí a pedirle la bendición, pero de pie, juntando mis manos, como cuando rezaba en la iglesia y me enseñaron en el catecismo, antes de mi primera comunión, así lo hacían todos los nietos e hijos de la Familia; y empecé a tomar contacto seriamente con Jesús y su Madre la Virgen María, a los que con toda fe sigo siendo devoto fiel y a quienes pedía diariamente por mis Padres y hermanos y hasta la fecha por ellos y sus familias, por sus almas y por mi cónyuge, hijos y nietos, así como por el bienestar de mis enemigos, porque nunca nos falte la fe, el pan espiritual de la iglesia y el trabajo que desempeñamos.
Hasta ahora no puedo comprender, que pese al sacrificio y trabajo de mis padres, posiblemente porque llegamos a ser ocho hijos, siempre pasamos necesidades, yo me daba más cuenta y razón que mis hermanos menores; hubo épocas que si desayunábamos, sólo había una comida; a veces nuestro desayuno era agua de hierba luisa o de cedrón, con raspadura y chapo; no había nada para preparar, teníamos hambre, pero mi mamá seguía cosiendo en su máquina de motor hasta la madrugada, mi padre llegaba en sus días de franco, trayendo la leche en botella de cristal "ilesa" y pan de sus desayunos, también frutas, lo poco que ganaban tenían que hacer alcanzar como sea, una gran parte era para cancelar el arriendo, no teníamos ningún lujo, vivíamos pobremente y nuestro consuelo de niños era los juguetes, fabricados por nosotros mismos; pero cuando llegaba alguien a visitarnos, la política y buena costumbre de mi mamá fue ofrecer al visitante aunque sea una agua de cedrón o hierba luisa, eso nos inculcó a sus hijos, la generosidad. Claramente recuerdo los platos que nos servían siempre mermando los suyos, mi padre se habilitó para arreglar los zapatos de la familia, comprando los materiales; pero a esta deficiencia, se complementaba con creces su cariño y cuidados, su contactó y comunicación constante, sus sabios consejos, su buen ejemplo, a mi padre pocas veces le vi ebrio, en las reuniones familiares, no bebía en cantinas o con amigos, rara vez le vi fumar, aunque en la Fuerza Aérea tenía variedad de cigarrillos, todo su sueldo le entregaba a mi mamá y le pedía unos sucres para tener de emergencia, para su transportación en bus, o para la entrada al estadio, pues era hincha del Nacional y a ella le extendía con sus manos el sueldo y él retiraba lo mínimo, se querían mucho y mi padre se desesperaba al ver la tristeza reflejada en el rostro de mi Madre, al ver su cansancio por el trabajo y las necesidades materiales que no podía satisfacer.
Tía Mercedes y el señor Manrique
La Tía Mercedes, que cariñosamente le decíamos Miche, la soltera de la Familia, tenía posiblemente la suerte de ser muy bella, joven, de ojos azules hermosos y que sus pretendientes ni siquiera se animarán a mirarla; sin embargo en pocas oportunidades ella compró algunos artículos en el almacén y despensa del señor Manrique, un vecino a pocas cuadras hacia la estación del ferrocarril en Alpahuasi, que tenía su almacén ubicado en la esquina de la calle Alpahuasi y México, en la que el bus Colón Camal viraba hacia dicha ciudadela; el comerciante se impactó con su gracia y belleza y empezó a tratar de cortejarla, en circunstancias de que estaba de novio, con este conocimiento ella lo rechazó, pero él nunca dejo de quererla a su modo, en silencio y en su matrimonio que nunca fue feliz, pues sin desmerecer a la mujer, su cónyuge de poder económico, no tenía atractivo y belleza; estableciéndose desde ese furtivo amor, y atracción de parte y parte, un obstáculo y decisión de mi tía de no casarse nunca, más aún, dejo de alimentarse y cayó gravemente enferma mi tía, ante la desesperación del señor Manrique, que al enterarse de su salud no sabía qué hacer, sabido que en esa época era sacrílego el divorcio; donde se encontraron, se toparon las miradas y sus recuerdos ante un imposible; ella acabo por casarse con un viudo, con hijo, con el cual nunca tuvo descendencia, solo un hijastro, pero llegó a tener fortuna y una gran casa en la Mariscal, muchas veces le visite, hasta en su vejez, su afecto para mí fue como siempre muy grande y siempre recordaba, y me decía, te acuerdas hijo cuando yo te peinaba, nunca pensé que llegarías a ser un militar, un oficial del Ejército y si no continuaste no importa pues llegaste a ser Abogado y Catedrático universitario y una cabeza de familia, nunca paro de admirar a Ruth mi esposa y a mis dos hijas y dos hijos en ese orden; todo esto en Cuenca, en la tierra de mi cónyuge e hijos a excepción de Paúl que nació en Quito.
Mi tía Ubaldina, hermana de mi mamá, de muchas posibilidades económicas, pues durante toda su vida trabajo en los telares de la Fabrica "La Internacional", guapa y agraciada, de bellos ojos verdes, trigueña, de pelo negro largo, de estatura mediana, de gran espíritu y dedicada al trabajo, desde soltera, independiente y ahorradora, hasta el punto de tener su propiedad con una hermosa casa, con jardines, huerto de frutales especialmente viñedos, posiblemente esta afición a las plantas heredado de mi abuelo; su patio tenía pozo de agua con brocal, con balde y cuerda para sacar el líquido puro y fresco, en el sector de Chiriacu.
Gozaba de excelente salud y se enamoró perdidamente de un hombre alto y fornido, que le quería mucho; en aquellos tiempos a más de la Maternidad "Isidro Ayora", a continuación de la Alameda en Quito, casi todos los partos eran atendidos por comadronas; al seguir su embarazo normal, empezó mi tía a comenzar con un odio incomprensible a su amante cónyuge, al que le veía todos los peros, el hombre llegó a desesperarse y a pedirle de rodillas que cambie de actitud, pero todo era en vano, más aún, cuando al dar a luz surgieron complicaciones en el parto, y ella quedó coja, por el esfuerzo al dar a luz naturalmente a su única hija Blanca, y ninguna terapia la rehabilito, lo que según ella colmo su paciencia y decidió separarse para siempre de su cónyuge, al cual desprecio a partir de su alumbramiento y no quiso verlo más, nació mi prima Blanca, su única hija, la que al casarse tuvo ocho hijos, y radica y trabaja en Madrid, España y de la que no tengo noticias.
Mi tía Ubaldina, vivía sola en su hermosa casa, frecuentemente visitaba a su única hija, para después dedicarse a viajar a Europa, por lo menos una vez al año, con sus rentas de jubilada y los arriendos de su propiedad, conformándose con su soledad.
Recuerdo a mi tía Uvaldina con gratitud y agradecimiento, cuando salí librándome de la muerte del Hospital Eugenio Espejo y de las salas de aislamiento, ante la peste de la fiebre tifoidea; ella puso a disposición de mis padres y del huesudo y flaco convaleciente, una habitación grande en la parte posterior de su casa y ella personalmente se preocupó con mis papás de mi recuperación, para comenzar sacándome diariamente al sol de la mañana en medio de su hermoso jardín y huerto, donde había capulíes, claudias, duraznos, racimos de uvas verdes claras y negras; variedad de flores, en especial nardos blancos, rosas blancas y rojas, claveles rosados y demás; ella personalmente acudía en la mañana y con mi madre me aseaban con agua tibia; procedieron a raparme mi cabello, que parecía de paja pobre, a embadurnarme con sangre de pollo y en otra ocasión de cuy; me alimentaban diariamente con pollo y caldos, con frutas y golosinas, poco a poco me iba recuperando; y siempre que visité a mi tía agradecido por sus atenciones y afectos, ella me preguntaba todo lo que concernía a mi vida, a mis enamoradas, a mi actividad de estudiante, a mi trabajo y me animaba a trabajar duro para ser alguien de importancia más tarde; en todas mis visitas no podía controlar su generosidad, al preparar inmediatamente que brindarme; deje de tomar contacto con ella por mis destinaciones militares en diferentes partes de la República y en el Exterior por mi especialidad de Transmisiones y por los constantes viajes de ella a Europa.
Otra de mis tías, que recuerdo con mucho cariño y la admiro por su gran esfuerzo y persistencia en el trabajo; en medio de nuestra sociedad llena de perjuicios, en especial con el trabajo que desempeñan las personas; la casa de los abuelos, fue el inicio obligado de casi todos los hijos e hijas; ella se casó con un obrero, que desgraciadamente le gustaba el juego, la bebida, siendo tamaña su irresponsabilidad más aún al detectar de que mi tía a raíz del matrimonio, de la pobreza, se vio obligada a trabajar vendiendo toda clase de frutas en la parte frontal de la casa donde vivía, al detectársele ataques epilépticos, el hombre abandonó a mi tía estando embarazada, de su alumbramiento, nació una prima mayor para mí, que le pusieron el nombre de Maruja, la misma que con la ayuda invalorable de mis abuelos y de su madre, estudió la escuela convirtiéndose en una hermosa jovencita, que se casó y más tarde compró la casa de mis abuelos cuando estos fallecieron, tomando en cuenta las acciones de mi tía que finalmente falleció de tristeza y por su enfermedad; mi prima no heredo la enfermedad de la tía, y procreo algunos hijos, también se dedicó a trabajar en las frutas y luego a otros negocios con la ayuda de su cónyuge y de sus hijos, a los cuales dio educación y ya es abuelita, conservando la casona de mis abuelos, que tantos recuerdos me trae de la infancia.
Chimbacalle y "el pobre diablo"
Si nos situamos y nos ubicamos geográficamente, la parroquia de Alpahuasi, está frente a frente con el panecillo, hacia el sur de Quito, los divide el río Machangara, la calle Maldonado y la estación del ferrocarril en aquella época de gran movimiento, de pasajeros y carga, en este sector estaba el Camal, la casa de rastro, que provee de carnes a toda la ciudad, varias fábricas de tejidos y telas y un centro deportivo con estadio; se extendía hasta la entrada sur de Quito, con grandes potreros y pastizales, con haciendas ganaderas; estaba la central de mantenimiento y talleres de ferrocarriles y tranvías, con gran circulación de día y de noche, hacia el norte hasta Ibarra y San Lorenzo en Esmeraldas y hacia el sur a Ambato, Riobamba, Alausi, Guayaquil, el Tambo y Cuenca. El panorama tradicional conjugaba con el silbato del tren y la columna de humo que anunciaba su llegada y salida de Quito, gran obra del General Eloy Alfaro; estábamos acostumbrados al movimiento de las cuadrillas de mantenimiento que iban y venían en pequeños carros descubiertos, con hombres y herramientas, impulsados por los trabajadores.
En algunos lugares, estuvo el domicilio de mis padres, alrededor de este barrio populoso del sur de Quito, lleno de tradiciones, como la Navidad, en especial las novenas que se organizaban para recibir el nacimiento del niño Jesús, en diferentes casas, de vecinos que dotaban de pitos en forma de pájaros con agua y libros con villancicos, para que los niños del vecindario que asistan en las noches entonen melodías; se rezaba, se cantaba y se tocaban los pitos de pajaritos multicolores, rellenándoles de vez en cuando de agua; por la asistencia a la novena y esas veladas, le daban al niño, el derecho de un juguete y a una funda de caramelos, el 24 de Diciembre, con la consiguiente ilusión de la noche buena; la acogida en cada casa por parte de los dueños era cálida y cariñosa, las miradas de los niños se perdían en el nacimiento natural, con musgos y demás vegetales conseguidos en los bosques y parajes cercanos, hechos con la mejor imaginación, en donde había pequeños poblados destacándose el pesebre, el Niño divino, su madre María, José; los tres reyes magos, Melchor, Gaspar, Baltasar, montañas y ríos, animales; con un gran verdor y colorido, alumbrado con luces multicolores, que daban ganas e imaginación de pertenecer a ese terruño; mientras hacíamos las actividades, se quemaba el incienso, dando un olor y ambiente mágico; siempre nos regalaban sanduches de dulce de leche y agua de cedrón o de canela; allí se hacía contacto y comunicación, se hacían amigos y amigas nuevos; y casi todo el año nos veíamos y compartíamos; el carnaval con agua y talcos, el año viejo y año nuevo, en donde desfilaban disfrazados grandes y chicos, nunca me gusto disfrazarme, y todos decían feliz año nuevo, felices pascuas y próspero año nuevo; la comunicación escrita era más frecuente con tarjetas y cartas, se oía más la radio, especialmente las noticias, las novelas y la música, siempre me gustó y me sigue gustando la música nacional y las interpretaciones de los artistas nacionales, la gente asistía al Teatro, a las representaciones, en donde Evaristo, Ernesto Albán hacía las delicias del público, criticaba las actuaciones políticas y las satirizaba con finura y elegancia; no se diga de la Semana Santa, con las consiguientes procesiones de Señor del Gran Poder de San Francisco.
Era este sector del "Pobre diablo", el lugar de la gastronomía criolla, con diferentes lugares en donde se vendía las cosas finas, consistentes en el caldo de treinta y uno, el caldo de patas, las papas con cuero, el librillo, las chuletas, el choclo con queso, la fritada, el hornado, las tortillas de papa y de maíz, las humitas y tamales, el tostado, el maíz chulpi, el mote amarillo y blanco, el choclo mote, los chochos, el canguil, el cuero blanco reventado, todo esto con el ají molido y las bebidas como jugos de diferentes frutas, la chicha de jora y la cerveza negra Malta o rubia Pilsener de Guayaquil; era un centro de partida y llegada de pasajeros y carga, en la Estación del ferrocarril, siendo intenso su movimiento y comercio, claramente me acuerdo los camiones que transportaban o dejaban carga pesada, alimentos, dando vida a todo el trayecto de Norte y Sur, pues en cada pueblo se activaba el comercio y la venta de las comidas de cada lugar; el deporte del fútbol y de voleibol practicado por todos los niños y jóvenes daba como producto la aparición de figuras profesionales, que se incorporaban a los equipos de Quito y Guayaquil, aquí se organizaban a nivel nacional el juego de pelota de guante, los juegos de bomba con cocos chilenos o dinero con rulimanes, el juego del sapo y el mundial del cuarenta y póker; además era un sector industrial, en especial de fabricación de hilos de telas y de casimires y otros géneros; pero a propósito de un gran taller metal mecánico del ferrocarril, muchos jóvenes aprendieron el arte y oficio de la mecánica industrial, de la suelda eléctrica y autógena, del torno y la fresadora, de la fundición de acero, hierro fundido, bronce y aluminio, para la fabricación de partes y accesorios de las maquinarias industriales, que eran de importación de Europa. Uno de esos jóvenes emprendedores fue mi tío Daniel, uno de los más prósperos de la Familia, pues abrió en un terreno que adquirió a plazos, a trescientos metros del taller del ferrocarril, la "Metalúrgica Ecuatoriana", varios de sus compañeros de taller lo siguieron como sus trabajadores, apoyando su incipiente fábrica metal mecánica.
La Facultad de Derecho en Quito
Nunca imaginé en mi niñez ser Abogado, tampoco militar, pero los amigos y amigas de San Sebastián, me invitaron una noche al cine gratuito, que se pasaba al interior de la Facultad de Derecho de la Universidad Central del Ecuador, ubicada entre la Iglesia de la Compañía de Jesús y el Palacio de Carondelet; más tarde del Municipio de Quito; la Radio Quito, que funcionaba en el mismo edificio "El Comercio", todos estos edificios en una misma calle, en donde estaba la Botica Alemana y se encontraba después de muchos negocios, con la Avenida Veinte y cuatro de Mayo; en donde se exhibían las mujeres de alquiler o damas de compañía de hombres, según entendía de niño, puntualmente en el sentido textual, más no en la verdadera problemática sexual.
Seguramente los organizadores estudiantes de Derecho, reunían a niños de los barrios de Quito para exhibir películas, como parte de servicio a la comunidad, eran funciones en la noche, que prácticamente nos obligaban a exigirnos en nuestras tareas de la Escuela, para obtener el permiso de nuestros Padres, para ir al cine, en donde se enriquecía el conocimiento, se socializaba, se hacía amigos y el trayecto a casa lo hacíamos en grupos, recorriendo nuestras calles, viendo la realidad, el tiempo en el que vivíamos, todo era tranquilo y seguro, era una actividad más en el diario trajinar de la vida, lo que recuerdo claramente, con detalle, las calles llenas de personas, los escaparates de las tiendas y negocios, aledaños a San Francisco, el mercado de San Roque, la vista esplendida y destacada del Panecillo, en cuya cima y hasta la fecha existe la ruina de la olla del panecillo, de los aborígenes de Quito, actualmente a unos cuantos metros se erige majestuosa la Virgen de Quito, estatua enorme traída del extranjero, que representa a la Virgen María, con alas, seguramente por su ascensión a los cielos, de espaldas al sur y de frente al norte, con la mirada al Quito antiguo y céntrico, con su innumerable panorama de iglesias y techos de teja rojos, y en la lejanía el Quito moderno, que combina con las fechadas casi en su mayor parte blancas; su movimiento diurno y sus luces en la noche, siempre vigilante y hacia el occidente el Guagua y el Ruco Pichincha, a los cuales ascendíamos los fines de semana, para tener el gusto de resbalar por la nieve y respirar aire puro de los campos de pajonales, neblina y nieves eternas.
El vecino abogado y la casa de Ambato
Las personas tienen normalmente una idea equivocada del militar, no saben de su actividad, grado, funciones y su trabajo sacrificado; posiblemente relacionan a la persona con un vistoso uniforme, de botones de oro; menciono el caso de mi padre integrante de la Fuerza Aérea ecuatoriana, que tuvo muchos pases y destinaciones; lo que determina una inestabilidad para la familia, para los hijos en especial, que tienen que adaptarse a diferentes escuelas y personas, en cada cambio; mis padres decidieron entusiasmados comprar una casa en Ambato, en la ciudadela ferroviaria, para lo cual hicieron un préstamo al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, por un valor de Treinta y cinco mil sucres, al cinco por ciento de interés, pagadero a Treinta años; quedándose mi Padre en Quito, y mi Madre con mis hermanos en los que estoy yo, éramos cuatro, dos hombres y dos mujeres, fuimos a vivir a la casa nueva, pensando que esta acción nos beneficiaría, lo cual fue todo lo contrario, pues se dividieron los gastos y las responsabilidades mayores fueron para mi Madre, además que del sueldo de mi padre, se descontaban cuotas por la casa, cada mes. Un día llegamos con nuestras cosas y bienes muebles a la casa, que estaba en una calle sin salida o de retorno, al final, nuestros vecinos en una casa contigua, un Abogado, al que desde el primer momento que le conocí le tuve temor, tal vez por su presencia sería, misteriosa, o por el simple hecho que sabíamos era de profesión Abogado, para en otra casa situar a nuestros vecinos en donde había hijos menores y jóvenes, y que eran vendedores de chochos, tostado y cueros de chancho en carrito, pues su labor y materia prima se olía todos los días. Nuestra casa, era de unos cuatrocientos metros cuadrados de superficie, por atrás y un costado linderaba con una huerta de frutales, tenía la casa cuatro habitaciones con cocina, y baños, otra edificación como un granero, en el piso alto de la casa había una larga y gran habitación que nunca la ocupamos, una especie de granero con dos puertas grandes; y, una cocina, el lavador de ropa, con un gran tanque recolector y surtidor de agua, un gran patio y un árbol de reina claudia con mucho follaje, pero descuidado y seco, hacia una esquina había arrimados a la pared de tierra una gran cantidad de pingos de eucalipto, carrizos y paja, sus anteriores dueños habían tenido en un corral animales y aves, conforme pasó el tiempo y mientras era matriculado en la Escuela "Albornoz Sánchez" a Sexto grado a pocas cuadras de la casa, compramos con mi Madre, aves, así : dos pollas y un gallo, un pato y una pata blancos de pico amarillo, dos pavas y un pavo, arreglándoles en el corral y debajo de los palos, con paja y carrizos, su morada; yo construí una especie de pozo y lo rellene de agua, pero además en una sección del patio y hacia la puerta sembré en surcos, lechuga, col, zanahoria y remolacha y un día se presentó a la casa un hombre que sabía podar los árboles y dejó a nuestro árbol de claudia, podado y con ramas cortas como si fuera, una mano que se estiraba hacia el cielo, advirtiendo que la tierra movida a su alrededor, debía siempre mantenerse con humedad, la tierra en Ambato es menuda y con arena, pero sumamente generosa, en combinación con un rico clima templado, en todas las casas en ese sector, los huertos eran hermosos, verdes, los árboles blancos en flor y en época de frutas, llenos de multicolor y fragancia de las frutas, en las que predominaban los capulíes, las peras, duraznos, claudias, maríbeles, granadillas, membrillos, higos, y así mismo las flores, alfalfa, el maíz, las arvejas y porotos, así como papas y verduras; nuestra pequeñísima huerta, siempre produjo verduras, y nuestras aves, en las que el pato, el gallo y el pavo, tenían conflictos con sus afines y constantes peleas; debajo de los troncos y en la paja empezaron a poner huevos, patas, gallinas y pavas y en mi travesura y de mis hermanos, les cambiábamos los huevos de las diferentes aves que estaban empollando bajo la mirada celosa en especial del gallo. Como habían disponibles dos habitaciones independientes, con cocina y baño, mi mamá procedió a arrendar a una familia, que tenían dos hijas pequeñas, quienes junto conmigo y mis hermanos, jugábamos en el patio de tierra, mientras admirábamos al árbol de claudia, primero crecer sus ramas, luego florecer, para después de un año dar ricas reinas claudias, mi orgullo era mi huerto, que desde pequeñas plantas iban creciendo a flor de tierra grandes coles, lechugas y zanahorias con remolachas que en verdes, moradas y grandes ramas surgían sobre la tierra húmeda; vimos nacer a la camada de pollos, y en esa a tres patitos, que se dirigieron al pozo de agua a nadar ante la desesperación de la gallina; a los patos, que entre los huevos también salían pollos y que estos se resistían a ingresar al agua, pese a la insistencia de la pata; y finalmente a los pavitos, que tenían en ese día, a pollos y patos a la vez como hermanos, eran el resultado de nuestras travesuras, ante la alarma e indignación de sus madres; y, del gallo, del pato y del pavo, que no salían de su asombro ante la directa protección de sus madres de los polluelos diversos; esta producción también servía para nutrir a la familia, sin embargo faltaba ostensiblemente la presencia paterna y contábamos los días pues una vez al mes venía de Quito papá, y le extrañábamos mucho, no se diga nuestra madre, a quien le acompañaba al mercado y a las diferentes diligencias a la ciudad, cuyo trayecto lo hacíamos a pie, era todo cerca, así la iglesia y las tiendas de abarrotes; en general las personas de Ambato, son tranquilas, educadas y generosas, amigables. Empezó a faltar a las visitas mensuales papá, a escasear el dinero y a hacer presencia la necesidad y el hambre en casa, no había comunicación con Quito, mi papá se hizo indolente y desentendido, yo veía la tristeza de mi Madre y su desesperación por atendernos en la comida a los cuatro hijos, pero la alacena estaba vacía, las aves disminuían y solo eran pequeñas, el huerto tenía plantas recién sembradas, no había aves ponedoras y lo poco que cobraba del arriendo a los inquilinos, no le alcanzaba para el mes; ya había acabado el sexto grado y me disponía a ingresar al colegio Nacional "Simón Bolívar" de Ambato, a la secundaria, al cual me desplazaba a pie, pues no era una distancia mayor, pero requería útiles, uniforme y otros requerimientos de mi edad, así como mis dos hermanas que estaban en la Escuela. Caía la tarde, cuando estando reunidos, se me ocurrió una idea, la que le comunique a mi mamá delante de mis asombrados hermanos menores y era con lógica, si mi primo menor Manuel llegó a pasar vacaciones y estuvo con nosotros por una semana y vino y se fue en tren porque yo no podía viajar a Quito en tren a verle a papá a indicarle que no teníamos que comer, a pedirle que venga a la casa, a decirle que necesitábamos de su ayuda, de dinero para los diferentes gastos del hogar; pero el problema era que no teníamos dinero para mi pasaje en tren, mi mamá aceptó la idea pero no estaba convencida cuando le indicaba que yo ya conocía la ruta y que sería o pasaría inadvertido por el cobrador y haría el viaje sin pagar; cuanta sería la necesidad que teníamos en la casa y mi decisión sin medir consecuencias, que mi mamá acepto, me dio la bendición y salí a la estación del tren, en circunstancias de que siendo las seis de la tarde más o menos, el tren que se aprestaba a partir a Quito, era uno de carga y no de pasajeros; yo estaba vestido con camisa de franela a cuadros, pantalón de súper naval, zapatos botines y calcetines, traía puesta mi ropa interior, y me acerque al maquinista de overol y gorra azul, pidiéndole que me lleve a Quito en su máquina, explicándole que iba a Quito a verle a mi papá que no había regresado por meses a Ambato, que mi mamá y mis tres hermanos estábamos muriendo de hambre y necesidad, ante este inocente y sincero pedido, el hombre no dudó y dijo sube, que partimos en cinco minutos, trepe por la escalera, en la gran máquina, la que estaba prendida y anuncio con su silbato la partida, era mi primer viaje sólo; en ese tren que remolcaba varios vagones con carga, habían otros tripulantes que al pasar me veían y otros hasta me acariciaban la cabeza con sus guantes de cuero puestos, todos ellos fuertes y recios, responsables de conducir la máquina a su destino, salió el tren y el maquinista me ordeno que suba detrás de la máquina a una plataforma, cuando comenzó a anochecer, en su ruta el tren abandonaba la ciudad de Ambato, bajando pendientes, subiendo cuestas, dando diferentes vueltas y atrás quedaba el humo, el eco del pito y las luces de la ciudad, yo estaba sentado y despierto en la plataforma, recibiendo el viento, y veía a los hombres alimentar el fogón del tren con carbón de piedra y leños, la poderosa máquina avanzaba a corriente velocidad, comiéndose kilómetros de las paralelas de acero y durmientes, este viaje que fue de doce horas, atravesando ciudades, poblados, caseríos, páramos, haciendas ganaderas, me mantenía despierto y atento a descubrir por donde se desplazaba la máquina de acero; el maquinista al notar mi presencia se acercó, con un pan y una enorme cobija, y me dijo come este pan y luego trata de dormir, me abrigo con esa cobija y después de comer el pan que me regaló, y de pensar en mi mamá, en mis tres hermanos, a los que dejaba atrás, meditaba esperanzado en mi papá al que iba a ver sorpresivamente, al siguiente día en su trabajo, en el Ministerio de Defensa, y el cual me tenía un gran afecto, podría decirse único; luego no recuerdo sino en sueños seguía la presencia de mi mamá, cuando le proponía mi viaje y toda solución le daba; muy temprano y mientras seguía la máquina en funcionamiento pero ya estacionada, en la estación del ferrocarril de Quito, en Chimbacalle, sentí que me despertaba el maquinistas, al cual le agradecí como me habían enseñado mis padres, que Dios le pague señor, el hombre me miro, pero sentí que estaba conmovido y que sus ojos tenían la presencia de las lágrimas, doblé y entregue la cobija y baje las escaleras de la máquina de color negro, en el andén ordene mi cabeza y tome la dirección por la calle Maldonado, hasta la Recolecta, para llegar Ministerio de Defensa, al cual había entrado anteriormente, pidiendo permiso a los centinelas y dirigiéndome al comando de la Fuerza Aérea; la mañana era fría, pero en mi dinamia de niño y mis cortos pero rápidos pasos, en mi caminata no sentía el rigor del clima de Quito, pase por la entrada de las Monjas de la Caridad, luego me dispuse a pasar el puente sobre el rio Machangara, no sin antes fijarme en el taller del señor Chiliquinga, que hacía guitarras, me asomé en medio del puente mirando abajo el caudal del río y luego proseguí, ya mi mirada se fijó en el parque de la Recolecta, con sus caminitos, árboles de ciprés a los cuales me gustaba subir, su césped bien cuidado, el hombre de la limpieza del calzado con su silla y cajón, el hombre del charol, de caramelos y cigarrillos y el edificio antiguo Colegio Militar, de color amarillo, en cuyo piso superior se destacaba la bandera del Ecuador; el tráfico de vehículos y de buses y colectivos, empezaba a animarse con la actividad diaria; me acerque a la garita y le pedí al centinela me permita entrar a verle a mi papá, me indicó es muy temprano, espera al frente y posiblemente le veras entrar a tu papá; no sabía la dirección del departamento en el cual él vivía solo, después lo conocí era en San Sebastián, en donde viviríamos con mi familia algunos años después, fui al parque y me senté en una banca a esperar a mi progenitor, tenía un poco de cansancio por el viaje y tenía hambre. Empezaron a llegar vehículos y militares a pie de verde, de azul y de blanco; buscaba a mi padre y en mi impaciencia confundía su figura con otros elementos de la Fuerza Aérea, vestidos de kaki, con cristina azul, en mi mente imaginaba la presencia de mi padre, por fin en dirección a la entrada principal, divise a mi padre y corrí a él, quien sorprendido me abrazo, dialogamos después de que se presentó a su lugar de trabajo y pasamos al frente del Ministerio donde en mis palabras de inocencia, mientras comía pan y un café en leche sin disimular mi apetito, le converse como había llegado desde Ambato, y cuál era la situación difícil que atravesábamos con mis hermanos y mi Madre; no pude llegar a deducir en mi corta edad de niño, la reacción de mi Padre, que siempre fue un hombre tranquilo, bueno, comprensible y cariñoso con su mujer y sus hijos; no llegué a adentrarme en mi corta edad a sus pensamientos, pero posteriormente decidió que mi madre y mis hermanos, viniéramos a Quito y nos instalamos en un cuartito y cocina, frente a su trabajo, en San Sebastián y la calle Maldonado, pero estábamos juntos nuevamente.
LA FERIA DE AMBATO.
Antes de mi viaje en tren desde Ambato a Quito, ya referido y la calamidad económica y afectiva de mi casa, y otros problemas que no estaban al alcance y a la comprensión de mi niñez; eran muy grandes las dificultades económicas de mi Madre y de sus cuatro hijos, incluyéndome como el mayor, hacia nacer ideas e iniciativas por el hambre que no dispensa nada, y muy de madrugada con mi hermanita menor Guadalupe, los sábados y domingos, salíamos de la casa en la ferroviaria alta y toda la mañana nos dedicábamos en los alrededores a buscar verduras, zambos, choclos y frutas; pero también a preparar jugos de naranjilla para recorrer los mercados voceando y vendiendo nuestro producto, desanimándonos de este negocio, pues difícilmente nos compraban los jugos que llevábamos en un balde de hierro enlosado blanco y en una canasta un recipiente para lavar algunos vasos de cristal, ofrecíamos a diez centavos de sucre el vaso y en dos ocasiones hicimos una venta regular, regresando cansados, sudorosos y decepcionados, sin embargo el producto pequeño de nuestras ventas le entregábamos a mamá, la que nerviosa nos abrazaba para contener sus lágrimas y desesperación. En la noche, en mis sueños, seguía vendiendo los refrescos con mi hermanita, la que llevaba la canasta y yo el balde de refrescos, en sueños y pesadillas, por producto de la insolación, el calor y el trajín de la caminata y en voz alta, anunciaba los refrescos; esto, mientras en medio de mucha gente, mi hermanita me seguía detrás, y nadie nos compraba, tampoco nos miraban.
LA ESCUELA DE AMBATO "ALBORNOZ SÁNCHEZ"
En la casa de la Ferroviaria, seguía desenvolviéndose mi vida, junto a mi Madre y mis tres hermanos menores, el trajín de las dos jornadas de clases, los trayectos cercanos a la Escuela "Albornoz Sánchez", ubicada frente al Estadio de Ambato, el profesor y Director Luís Medina, en el sexto grado, que asistía, me daban la bienvenida próxima al Colegio "Nacional Simón Bolívar" de Ambato.
En esa Escuela, casi la mayoría de mis compañeros, hijos de campesinos y trabajadores, destacaba un compañero el más alto, de piel blanca, con pecas, pelo rubio y ojos claros, el que siempre estaba compitiendo en el desarrollo de las clases, exámenes y deberes, aparentó ser mi amigo, sabiendo que tenía muchas habilidades, en especial en las matemáticas y el castellano, en el dibujo y en el desenvolvimiento mismo de palabra y acción, hasta el punto de llevarme a su casa invitado por algunas ocasiones; y el con todo derecho por ser alumno de los seis años en esa Escuela y con altas calificaciones, estaba de candidato casi seguro de obtener un premio y de ser reconocido como el mejor alumno de la Escuela; el único obstáculo era yo, que le había superado ampliamente durante el sexto grado, que pertenecí a esa escuela; lo que se decidió al final de los exámenes y con la presencia de los padres de Familia; con diversas pruebas en el aula, y con la presencia del Inspector de educación, pruebas en las que le gane notoriamente, pero fue electo como el mejor estudiante y yo ocupe el segundo lugar, lo que lo tome con calma, pues perfectamente sabía que yo era el mejor; nunca más le volví a ver a mi adversario escolar, me dio mucho gusto de acabar las clases y estaba ilusionado por ingresar al Colegio y recibir un trato de señor.
Nuestro profesor de sexto grado, era el Director de la Escuela y un hombre de negocios, pues tenía un puesto de expendio de combustibles y accesorios de vehículos, faltaba frecuentemente a dar sus clases y yo fui designado como su alumno de confianza, para tener en orden al grado durante sus ausencias; actuaba a nombre de él y sentía mi liderazgo, porque mis compañeros sin excepción me obedecían y ocupábamos nuestros pupitres y nos dedicábamos a leer a dibujar a hacer cuentas y operaciones matemáticas, mientras otros jugaban dentro del aula; nuestro maestro hacia acto de presencia y trataba de enseñarnos algo más cada día y nos mandaba deberes diarios y de fin de semana; éramos unos veinte y cinco niños, ocupábamos un aula grande, espaciosa, teníamos cómodos pupitres y un gran pizarrón con tizas de todo color, que hacían juego con el borrador abultado y blanco.
La terminación del sexto grado de mi vida escolar, fue el preámbulo para ingresar al Colegio "Simón Bolívar" de Ambato, en donde estrene como todos los chúcaros de primer curso, el trato de Señor.
Trabajo en vacaciones en la "Metalúrgica ecuatoriana"
Que gran escuela es la actividad laboral, cuanta riqueza material y espiritual se aprende al dedicarse a un trabajo, arte, oficio, profesión, en especial cuando se mira al espejo de la Familia, a las ejecutorias y buen ejemplo de los Padres; yo trabajé en mi niñez desde los diez años y lo hacía durante todas las vacaciones, combinando el aprendizaje de un oficio, los juegos y en especial la afición de subir las montañas circundantes a Quito, en particular a las del Ruco y Guagua Pichincha, trayendo al retorno a casa un ramo de flores chuquiragua rojas propias del páramo y de las alturas, como obsequio a mi Madre; en mi trabajo, con un pedazo de acero, y al rojo incandescente del metal, de la fragua, en el yunque y con un martillo cuadrado, forje mi primera picota, para ascender a la montaña, procurándome de una cuerda de nylon de unos treinta metros, para amarrar a mis compañeritos de aventura, y a mi hermano menor Gilberto Fernando, al que lo lleve únicamente una vez, pues en plena montaña le falto aire, se desmayó y hasta tuve que darle respiración boca a boca y masajes en su corazón; llegábamos al pie del volcán, inmediatamente y sin más pensamientos que el gusto de llegar a la cima, nos dirigíamos por una línea establecida y venciendo todo obstáculo, con nuestras manos enguantadas con guantes hechos por mi Madre, tomábamos contacto con las frías rocas y la nieve al llegar a la cumbre, con nuestras ropas normales, apenas por una chompa de lana o súper naval, y una gorra, sin lentes, ni calzado especial de puntas, con nuestros bolsos a un costado, trepábamos la montaña que se erguía majestuosa y que de vez en cuando con ráfagas de neblina nos cobijaba y nos hacía perder de vista la anhelada cumbre; muchas veces ascendimos, mínimo entre seis niños, con mis primeros amigos Cardoso, los que se iban incrementando por mi invitación directa otros niños, con conocimiento de nuestros padres, sin medir consecuencias ni peligro, nos familiarizamos con la montaña y en la cumbre con varios pasos peligrosos, en los que el trecho de camino no pasaba de cuarenta centímetros, con los abismos a la orden, de la cumbre nos dirigíamos al sur, hasta las nieves eternas, que eran nuestro objetivo, para jugar con bolas de nieve, y para descender con tablas o cartones que eran nuestros trineos, desde lo alto hasta alcanzar la base del volcán en pocos minutos, con la algarabía, gritos y risas, pues en la base había agua que se colgaba de las paredes de una cueva, donde prendíamos una fogata y calentábamos algunos alimentos y nos servíamos nuestros fiambres, intercambiando las comidas en medio de una algarabía y gusto, bebíamos el agua pura de la cueva y después de almorzar nos disponíamos a regresar, trayecto que lo hacíamos al trote y a veces a la carrera; estas excursiones comenzaban a las cinco de la mañana y nuestro punto de encuentro era la calle Las casas, en la América, otras veces, detrás del penal "García Moreno", cuyo interior mirábamos mientras ascendíamos alegres y contentos por los chaquiñanes que serpenteaban hacia el cerro, con bordes de innumerables acequias, nos proveíamos de una vara de eucalipto el triple de nuestra estatura, suficientemente fuerte, para utilizarlas como pértigas y superar zanjas y pequeñas quebradas o cursos de riachuelos o vertientes de agua, espumosa y fría, clara, que llevaba agujitas de hielo; nuestro punto de llegada y despedida era el mismo de encuentro y ya hacíamos la cita y compromiso para el próximo sábado o domingo, y nos dirigíamos a casa, todavía con buen estado físico, yo llegaba a mi casa con mi ramo de flores rojas y las entregaba a mi mamá, ella las ponía en un florero delante de las imágenes de la Virgen Dolorosa del Colegio y del Señor del monte de los olivos. Desde mi niñez, en especial mi mamá me enseño las primeras oraciones, a rezar y pedir siempre por mí mismo y por todos los familiares, por los difuntos y enemigos, despertó en mi un profundo respeto y fe por Dios, al cual durante toda mi vida me he encomendado, y he necesitado de su protección; siempre he sentido a Dios cerca de mi corazón y en los momentos difíciles, de hambre, de angustia, de desesperación y en los momentos de peligro de muerte eminente, siempre he invocado el nombre de Dios y sin dudarlo él ha acudido en mi socorro.
La ilusión de tener una bicicleta propia, una inglesa Raleigh, que siempre la miraba al pasar por el almacén ubicado cerca del pasaje Amador y de la Plaza de la Independencia, me impulsó a buscar la forma de adquirirla, estaba descartado que mis pobres padres, me pudieran hacer este regalo, pues apenas les alcanzaban sus ingresos para mantener el hogar, Papá Noel, que no era muy conocido en esa época estaba descartado también, el Niño Jesús, él era la solución, y me ilumino la inteligencia, mis Padrinos, mi tío Daniel Figueroa Gómez y mi tía política Rosita Díaz, eran dueños de "La metalúrgica Ecuatoriana", a los cuales acudí durante las vacaciones, para pedirles me dejen trabajar, desde luego no sabía nada del oficio; ellos tenían tres hijas y tres hijos, Flor María, Rosario y Rosita; que estudiaban en la Escuela y colegio particular "La Providencia"; mientras que Marco Antonio, el mayor, Rommel y Amable, después del Colegio secundario, se dedicaron a la administración y oficio de su Padre, Daniel mi tío, que se había autoeducado con libros y enciclopedias, pero en forma práctica aprendió en el Ferrocarril del Estado en Chimbacalle, todos los oficios y artes de la fundición de metales, la forja de metales, la metalmecánica, la construcción de partes y accesorios de maquinarias en hierro fundido, en acero, bronce y aluminio, había aprendido el manejo del torno, de la fresadora, de las sueldas eléctrica y autógena; el arte de moldear en tierras especiales las partes y accesorios de maquinarias industriales; recuerdo claramente que en una superficie de unos cuatro mil metros cuadrados, estaban las instalaciones, junto construyó una villa amplia de vivienda para su familia, la que se aumentó con la presencia de los padres políticos de mi tío, y de su cuñado Segundo, casado con una señora cuencana y con hijos, que también laboraba en la fábrica; estaba distribuida, con una bodega de herramientas y de materiales, de la que por cierto fui bodeguero, entregando a los trabajadores y recibiéndoles al final del día las herramientas que me habían pedido, registrando en un cuaderno; una sección administrativa, con un contador, que resultó ser con el tiempo el cónyuge de mi prima Rosario; había a la entrada un corredor largo, por donde entrábamos y salíamos con la señal de un silbato los obreros, recuerdo mucho esa entrada, en donde había una llave del agua potable, en la que nos aseábamos después de las jornadas de trabajo; una sección de máquinas, especialmente eléctricas, de procedencia alemana, tres grandes tornos, el más antiguo era largo con bandas y piñones al descubierto; el taladro de mesa, la sierra eléctrica cortadora de lingotes de acero, la fresadora, la suelda eléctrica, la suelda autógena con un enorme tanque de oxígeno, un esmeril de dos ruedas; a continuación había la sección de forja, con una gran chimenea y poyos, entenallas empotradas a las bases del mesón de madera gruesa; juegos de tenazas y entenallas manuales y el fuelle de cuero para avivar el fuego de carbón vegetal que tenía un gran depósito y montículos de carbón y cernidores, al centro un yunque de grandes proporciones y varias mesas con entenallas para el preparado y pulido de piezas de hierro, de aluminio y de bronce; una sección de pintura y acabados; una sección de hornos para aluminio y bronce, con sus respectivos motores y de alimentación eléctrica y de diesel, en donde se asentaban grandes crisoles para la fundición de estos metales; después había un gran espacio de moldeado de piezas a fundirse, en especial de hierro fundido, en cajas de madera, cantidades de moldes en especial de madera y metálicas, piñones, accesorios y piezas, que se reproducirían en dichos moldes, montículos de tierra especial, cernidores y hornos para fabricar machuelos o piezas internas de los accesorios que se construían, una variedad de piezas metálicas para el moldeado y perfección de los moldes, de los que se requerían verdaderas habilidades manuales, pues la base coincidía con una tapa superior, en cuya superficie había un hoyo de entrada del metal fundido al rojo vivo, que se vaciaba en las piezas o moldes.
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