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El adiós europeo al Estado del Bienestar (Parte I) (página 4)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

El plan franco-alemán tiene mucho de bueno, pero no se dedica al crecimiento ni a la competitividad, como lo hacía la fracasada agenda de Lisboa propuesta por Aznar y Blair hace diez años, ni tampoco a la inevitable transformación del Estado del Bienestar.

Esta implicará dos tendencias, ya ensayadas en parte de Europa. Una, la compatibilidad con sistemas privados. Y otra, la financiación individual en lugar de la de reparto; es decir la limitación de su carácter redistributivo.

En cuanto al crecimiento, exigirá la redefinición de las esperanzas de los europeos en sus actividades laborales o de creación de empresas. En este sentido la agenda de Lisboa decía que había que observar el resto de la economía global. Antes de mirar hacia China, convendría fijarse en la América de hace unos años, aquella cuyo paro no era equiparable al de Francia, o en los países europeos con desempleo bajo, que premian a los emprendedores e incentivan el capital. Por último, la política monetaria, últimamente un mundillo revuelto por la decisión del esperado Axel Weber de retirarse de la carrera por el BCE, debe seguir el modelo propio de la "obsesión" alemana por controlar la inflación, en detrimento de la "obsesión" bernankista por la deflación, a la que nadie, en vida, ha visto pasearse nunca por las calles.

El momento está maduro para hacer los cambios estructurales imprescindibles. Esperar más es locura. El plan franco alemán es un buen principio, pero sólo es un principio. Más, por favor, y más deprisa.

(GEES, Grupo de Estudios Estratégicos)

– ¿Reforma del Estado de bienestar? No, cierre total (El Confidencial – 12/6/11)

(Por Esteban Hernández)

"¿Quiere conservar el Estado del Bienestar? Pues dígame usted cómo lo hacemos". Con esta frase resume el economista Pedro Schwartz la inevitabilidad de hacer recortes en un sistema de protección que, afirma, resulta demasiado caro. Pero su intención va más allá de cuestionar que haya o no dinero para conservar los actuales niveles de prestación, apuntando hacia el cambio en la misma concepción del Estado. "Nos hemos acostumbrado a que nos den todo hecho y a que todo sea gratis. No queremos pagar por la comida que nos sirven cuando estamos en el hospital pero sí por la comida que nos dan cuando estamos de vacaciones en Alicante. Pues ese sistema de incentivos no funciona. Está claro que tendremos que tener menos vacaciones y pagar más por la salud".

Así las cosas, y aunque todas las instancias políticas aseguren que el Estado del bienestar no peligra, lo cierto es que para cuando se terminen de realizar los recortes que se propugnan, lo que quede va a parecerse muy poco al tipo de Estado social que se implantó en España y menos aún al que conoció en Europa en las décadas centrales del siglo XX. Pero es algo totalmente necesario, señala Schwartz, "porque la sanidad está quebrada (incluso lo ha afirmado públicamente el portavoz de CIU en el congreso, Josep Antoni Durán i Lleida) y aunque funcione muy bien y su calidad sea muy alta, no se puede pagar; a las pensiones se les ha tenido que poner un parche para poder sostenerlas, pero sólo es un parche; la ley de dependencia, que es lo primero de lo que debería ocuparse el Estado del bienestar, de atender a los enfermos de larga duración y a los mayores, no se ha podido poner en marcha porque no hay dinero; y la educación es gratuita pero nos cuesta mucho y no está dando buenos resultados, como se nota en la grandísima tasa de abandono escolar y en la gran cantidad de analfabetos funcionales existentes".

Y eso sin entrar, asegura Rafael Pampillón, Director de Análisis Económico de IE Business School, en las disfunciones de gasto que nuestra arquitectura institucional está generando. "Hay que recortar gasto público suntuario e innecesario, empezando por las embajadas de las Comunidades Autónomas y siguiendo por ese montón de observatorios que han puesto en marcha (el de la mujer trabajadora, el de la mujer maltratada, etc.) o por esos tribunales de la competencia que han creado en las CCAA. Además tenemos 3000 empresas públicas en los ayuntamientos y unas 1000 en las CCAA. Ahí hay un campo importante para meter el hacha".

Pero eso no bastaría, afirma Pampillón, ya que las reformas deberían dirigirse, como apuntaba Schwartz, al núcleo de las prestaciones del Estado social, las pensiones, la sanidad y la educación. "Hemos de hacer muchas cosas en ese campo, porque ¿qué sentido tiene que un peruano que está trabajando de cajero en un hipermercado tenga que pagar con sus impuestos la educación de los ricos? ¿Por qué tiene ese hombre que financiar la matrícula universitaria del nieto de Botín, por poner un caso?". Por supuesto, señala Pampillón, en asuntos como la sanidad hemos de ir hacia el copago. "La hora de médico de la sanidad pública es muy cara, y si pones incentivos para que la gente sólo vaya cuando tiene que ir, se reducirá el número de horas por médico y con ello el coste de la sanidad". Schwartz coincide en la necesidad de la medida, subrayando que "en Alemania se pagan diez euros todos los trimestres para ir al médico general y los franceses pagan cuando van al médico, aunque luego se lo devuelvan. Así evitas abusos".

Pero el asunto no debería agotarse en las reformas para abaratar costes. "Tiene que darse en la sociedad un cambio cultural que nos haga ser conscientes", asegura Schwartz, "de que debemos responsabilizarnos de nosotros mismos en lugar de esperar que el Estado venga a resolvernos los problemas". Como afirma Pampillón, "cada vez hay más gente que entiende que debe pagarse su sanidad, su educación y la de sus hijos y sus fondos de pensiones. Lo cual es muy positivo, además, porque la intervención del Estado para resolver estos problemas tiene un coste de intermediación tremendo".

Pero si todos estos cambios se llevan a efecto, como ya está ocurriendo en países como Holanda o Gran Bretaña, donde los gobiernos están acometiendo reformas severas, nos encontraremos también con un nuevo panorama político. Entre otras cosas, asegura Francisco Herrero, Científico titular en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC) y autor de La ideología y la práctica. La diferencia de valores entre izquierda y derecha (Libros de la Catarata), porque estaremos tocando la más importante de las bases ideológicas de la izquierda parlamentaria, el Estado de bienestar. "Hablamos de la construcción de un modelo de estado que fue creado gracias a la izquierda y que está en el núcleo de su ideología. El Estado social garantiza a través de la redistribución los valores de igualdad comunidad y libertad que la izquierda defiende", por lo que se trata también de una exigencia a la que difícilmente van a renunciar las formaciones socialdemócratas.

Pero además de la defensa ideológica, también está la electoral. "Si la izquierda parlamentaria favorece los recortes, es más que posible que parte de sus bases se alejen de ellos. Máxime cuando los recursos que proporciona el Estado del bienestar suelen ir destinados a sus electores, esto es, a esas clases populares que suelen resultar favorecidas en respecto de las prestaciones sanitarias, educativas, etc. Si hay reformas profundas, es lógico pensar que ese apoyo popular a la izquierda puede deteriorarse, salvo que logren convencer a sus electores de que, aun siendo necesarios los recortes, van a defender un núcleo en pensiones, educación, y sanidad, y que están haciendo las reformas justo para preservar ese núcleo".

En otro caso, lo más probable es que las tensiones políticas vayan en aumento. Cuando la derecha ha hecho las reformas, como parece que será el caso a partir de las próximas elecciones generales, suele encontrarse con mayor oposición social que cuando las hicieron los partidos socialdemócratas. Y a esa probable contestación social se le va a sumar el desafecto de una población, que como se ha visto en las movilizaciones del 15-M comienza a no creer en el sistema, por lo que el aumento de la tensión política parece inevitable, asegura Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense. Si bien Herrero cree que, "a pesar de todos los recortes que se han dado en el Estado del bienestar, las desigualdades no están aumentando demasiado (hay países con Gran Bretaña donde sí ha ocurrido, pero en otros países se ha dado en grado menor, como en Francia o Alemania) y está por verse que aumenten los próximos años", para Monedero es claro que el choque social va a existir y va a ser de notable intensidad. "Estamos en un instante en que el capitalismo, que está en crisis, ha de decidir el camino que va a seguir, optando por reinventar el modelo, o por recuperar la tasa de ganancia empresarial sobre las espaldas de la gente.

La élite económica puede entender el salario como un ingreso social, manteniendo así los elementos del estado social, o puede optar por mantener la tasa de beneficios reduciendo los salarios al máximo y desmantelando las prestaciones sociales, ahorrando así costes a las empresas en manos de obra y de impuestos". Para Monedero, esta segunda posibilidad, que es la más probable, "nos llevaría a una situación de dualización, forjando una sociedad tipo China que no es acorde con lo que han sido los estándares y patrones europeos" e implicaría cambios políticos de notables dimensiones. En ese caso, los partidos de la izquierda socialdemócrata perderían el apoyo social que poseen, "y dado que hablamos de formaciones que están paralizadas por su propia lógica institucional, la gente saldría a la calle, como está haciendo ya, a decir, que si los partidos no les entienden, tendrán que buscarse alguien que les entienda". Es decir, que acabaríamos por vivir dos legalidades, la institucional y la de la calle. La gente está cansada de esta retórica económica que se ha convertido en un arcano ininteligible. No entiende lo que se les dice, pero saben que se están quedando sin trabajo y sin casa. Por eso, concluyen Monedero, "esto no ha hecho más que empezar". Un buen ejemplo está en Madrid, pero también en Atenas. "Allí tienen que privatizar medio país para pagar el rescate. ¿Y qué van a hacer? ¿Le van a vender el Panteón a McDonald"s? Para Monedero, "esta divergencia entre política institucional y realidad nos está dirigiendo a un contexto muy similar al que vivió la Europa de entreguerras".

– Nos morimos por encima de nuestras posibilidades (Libertad Digital – 26/9/11)

(Por Ignacio Moncada)

Oscar Wilde vivió entregado al dispendio como modo de vida. Y cuando llegó la factura de su última botella de champán, postrado en París por la enfermedad y la insolvencia, acertó a decir: "Dios mío, me muero por encima de mis posibilidades".

El otro día escuché una curiosa anécdota. Cuentan que Oscar Wilde, cuando estaba en su lecho de muerte, pidió una botella del mejor champán francés. El polémico escritor irlandés, pese a que llegó a ganar mucho dinero durante su vida, siempre estaba arruinado. Vivió entregado al derroche en lujos y placeres, al dispendio como modo de vida. Y cuando llegó la factura de su última botella de champán, postrado en París por la enfermedad y la insolvencia, acertó a decir: "Dios mío, me muero por encima de mis posibilidades".

Pocas frases pueden resumir mejor el estado actual de las economías occidentales. Y es que, como le sucedió a Oscar Wilde, economías como la española han estado viviendo muchos años por encima de sus posibilidades. El mantenimiento de tipos de interés artificialmente bajos durante los años de la burbuja generaron la falsa señal económica de que los recursos no tenían coste. Los bancos centrales iniciaron una alocada carrera de inyección de dinero que fue a parar, por supuesto, a manos de quienes los controlan: los políticos. Y éstos creyeron que podían gastar cuanto quisieran. Eran tiempos en los que un alcalde creía que podía cambiar todas las infraestructuras de una ciudad en una legislatura, tiempos en los que toda subvención o pago político caía en una balsa presupuestaria que nadie controlaba, pues sobraba el dinero. Sin embargo esa sensación era irreal. Pese a que la manipulación de la moneda alteraba el coste inmediato de los recursos, a medio plazo se puso de manifiesto que éstos no eran gratis. De alguna manera había que pagarlos. Por ese motivo entramos en la crisis. Había miles de empresas e inversiones que no eran sostenibles con los costes reales, y millones de trabajadores tenían sus puestos de trabajo en actividades que quedaron abocadas a la quiebra.

Todas las crisis económicas siguen patrones muy similares. Pueden cambiar los sectores más afectados, pero todas se deben, en esencia, a que la estructura productiva se ha distorsionado respecto a las necesidades reales de los consumidores. Salir de una crisis supone reconocer que los despilfarros de la burbuja no sólo eran insostenibles y hay que corregirlos, sino que además debemos dinero. Y aquí vuelve ese "efecto Oscar Wilde" del gobernante actual, que consiste en creer que podemos seguir permitiéndonos el nivel de despilfarro de tiempos de la burbuja. Los keynesianos, yendo más allá, incluso afirman que el problema se soluciona… ¡gastando más! De esa manera, muchos estados europeos, entre ellos España, siguen desafiando al precipicio de la bancarrota negándose a recortar drásticamente el gasto público. Mientras países como España ya no podrían afrontar sus pagos si no fuera por las inyecciones del BCE y la garantía de Alemania, sus políticos siguen gastando como si el dinero siguiera siendo gratis. Y es que, como le sucedió Oscar Wilde, nos morimos por encima de nuestras posibilidades.

(Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y trabaja como analista financiero de inversiones en Nueva York)

– Las tres falacias sobre la "pobreza" en EEUU (Libertad Digital – 16/10/11)

La pobreza en EEUU registra máximos desde la Gran Depresión, pero este término es relativo. Un mileurista español sería pobre al otro lado del charco.

(Por Ángel Martín)

La tasa de pobreza en Estados Unidos parece haberse disparado en los últimos años. Los datos publicados recientemente por la Oficina del Censo (Census Bureau) arrojan varios titulares realmente nefastos, reflejo de las grandes dificultades económicas que atraviesa el país. El porcentaje de ciudadanos estadounidenses pobres escala hasta niveles no vistos desde 1993, señalaba The New York Times, o Casi uno de cada seis vive en la pobreza en EEUU, según The Washington Post.

Según el Censo, la tasa oficial nacional de pobreza en 2010 fue del 15,1%, comparado al 14,3% en el año anterior -siendo el tercer incremento anual consecutivo-. El número absoluto de personas viviendo en la pobreza en 2010 se estima en 46,2 millones, comparado con los 43,6 millones en 2009 -cuarto incremento anual consecutivo-, el volumen más alto en los 52 años de este índice.

Sin lugar a dudas, la Gran Recesión ha tenido un impacto significativo sobre los ingresos de los norteamericanos y, por tanto, también sobre las tasas de pobreza, principalmente por el deficiente comportamiento del mercado laboral. Asimismo, tal y como avanzó Libre Mercado, la dependencia de las familias de las transferencias públicas se sitúa en máximos históricos desde la Gran Depresión.

Estos pésimos datos suelen utilizarse por parte de analistas y políticos socialdemócratas (tanto en Estados Unidos como en Europa) como manifestación de que el sistema americano de baja protección y escasa Seguridad Social no funciona, ya que genera grandes bolsas de pobreza y crecientes desigualdades sociales. Sin embargo, esta tesis contiene importantes puntos débiles.

En primer lugar, se suele pensar que Estados Unidos es un país ultraliberal en donde el Estado del Bienestar brilla por su ausencia. Sin embargo, como se ha puesto de manifiesto en diversas ocasiones, esta idea dista mucho de la verdad. La Seguridad Social americana consume más del 20% del presupuesto federal; buena parte de los niños son escolarizados en colegios públicos y la universidad a menudo está subsidiada; la sanidad privada, aunque más extendida que en Europa, se encuentra regulada e intervenida; masivos programas públicos (Medicaid y Medicare) cubren a las familias de clase baja y a la gente mayor; asimismo, las Food Stamps o el programa Aid to Families with Dependent Children asisten a las familias más pobres.

El llamado gasto social en Estados Unidos -que incluye ayudas públicas para los pobres, incapacitados, desempleados y ancianos, además de asistencia sanitaria-, sobre el total de la economía no es considerablemente más bajo que en la mayoría de países desarrollados -con algunas excepciones-. Según datos de la OCDE, este indicador en EEUU fue del 16,2% en 2007 frente al 19,2% del promedio de países desarrollados.

Conviene tener en cuenta, además, que el gasto social privado (caridad y filantropía) realizado voluntariamente en EEUU es sustancialmente más elevado que en otros países. Así, mientras que los norteamericanos dedican un 10,2% del PIB a estas partidas, el segundo país que le sigue dentro de la OCDE es Canadá, con el 5,3%; los españoles apenas dedican el 0,5%.

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Pero aún hay más. Y es que, según analizaba el historiador económico Price Fishback en el popular blog Freakonomics, la cuestión de qué país gasta más en asistencia social, si los países nórdicos o Estados Unidos, no es tan obvia como pudiera parecer a primera vista. Los indicadores al uso señalan cómo el sistema escandinavo es mucho más generoso que el estadounidense. Sin embargo, un análisis más cuidadoso, teniendo en cuenta las notables diferencias en los sistemas fiscales o midiendo el gasto en términos per cápita -no sobre el PIB-, revela que las diferencias no son notables.

Asimismo, señala que ambos sistemas de bienestar tienen un enfoque distinto, por lo que las comparaciones simples pueden llevar a engaño. Mientras que el americano presenta un enfoque de "red de protección social" para aquéllos que sufren condiciones menos ventajosas, el nórdico es de carácter más "universal". Así, "atendiendo a estas diferencias de estilo, la medida apropiada es el gasto per cápita en asistencia social, tanto público como privado. Según este indicador, EEUU lidera esta partida con 7.800 dólares, seguidos de Suecia (6.700), Dinamarca (5.800) y Finlandia (4.900). El resultado sorprendente es que las cantidades gastadas por persona no son en realidad tan diferentes", concluye Fishback.

La segunda gran falacia del argumento socialdemócrata es suponer a priori que los programas redistribucionistas aseguran una reducción de la pobreza sustancial y sostenida en el tiempo. Las cosas, sin embargo, son más complicadas, dado que este tipo de programas suelen tener un efecto perverso sobre los incentivos al trabajo de los pobres. Si el Gobierno asegura programas de ayuda social para las personas que no alcanzan un determinado nivel de ingresos, existe un fuerte incentivo a no trabajar duro para tratar de superar tal umbral.

Este efecto se ha observado a lo largo de la historia reciente de Estados Unidos, en particular, tras las medidas del presidente Lyndon Johnson a mediados de los 60, en lo que se conoce como la Guerra contra la Pobreza. Como señala el economista Lowell Gallaway, a medida que el volumen de fondos destinados a gasto social aumentó tras 1966 la tasa de pobreza comenzó a desacelerar su reducción, luego se paró, y más tarde empezó a incrementarse, tal y como muestra este gráfico.

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El tercer punto que suele pasar desapercibido tiene que ver con la medición de la tasa de pobreza. Es decir, el umbral de renta por debajo del cual las personas son consideradas pobres. Como se suele decir en inglés, the devil is in the details (el diablo está en los detalles), lo cual es totalmente aplicable a la interpretación de datos y estadísticas.

Tal y como se señaló al principio, el número de personas que viven por debajo de la línea de pobreza en 2010 es el más alto en los 52 años de historia de este tipo de estimaciones en EEUU. Pero este dato tiene truco. Por un lado, la línea de pobreza aumenta conforme crece la renta media, con lo que un pobre en el año 2000 podría seguir siéndolo aunque su renta hubiera aumentado considerablemente -al mismo ritmo que el de la renta media-. Así, la pobreza se mide como un concepto relativo y, por ello, hay que tener cuidado con las interpretaciones.

La Oficina del Censo norteamericano tiene 48 líneas de pobreza distintas que se aplican dependiendo del tamaño de la familia o el número de hijos menores de 18 años. En el siguiente gráfico mostramos la evolución de una de estas líneas de pobreza para una familia de 4 personas. Así, toda familia que reciba ingresos por debajo de esa línea será considerada "pobre". Pero, como es obvio, una familia pobre (en términos oficiales) en 2010 puede vivir realmente mucho mejor de lo que vivía una familia igualmente pobre en 1960 -estos ingresos están ajustados a términos reales, descontando la inflación-.

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Hay otro elemento que distorsiona el concepto de pobreza en Estados Unidos, y es el hecho de que al medir los ingresos de las familias no se incluyen las prestaciones sociales no monetarias, como los cupones para alimentos, la vivienda pública o el programa gubernamental de asistencia sanitaria para los pobres (Medicaid). Si tales ayudas (ingresos) se tuvieran en cuenta la tasa oficial de pobreza disminuiría sensiblemente. Como se afirma en una columna de Forbes, en la definición oficial "no se cuentan aquéllos que viven en condiciones de pobreza después de haber sido ayudados; sólo se contabilizan los pobres antes de haber sido ayudados".

Por último, dado que el concepto de pobreza se mide en términos relativos, un pobre en Estados Unidos tiene poco que ver con un pobre en un país menos rico como, por ejemplo, España. Así, tal y como sostenía José Carlos Rodríguez, "un mileurista español entraría en la categoría de pobre en EEUU".

Y es que, las familias "pobres" de EEUU pueden adquirir bienes que en otros países tan sólo están al alcance de la clase media. En un reciente informe de la Fundación Heritage se apuntaban algunas características al respecto: una familia pobre en EEUU suele tener de media un coche, aire acondicionado, dos televisiones a color, todo el material imprescindible para la cocina, una casa en buen estado con más espacio que la típica europea, no sufren hambre, pueden acceder a asistencia médica cuando es necesario y suelen tener suficientes fondos para cubrir las necesidades esenciales.

– ¿Quién es el culpable del exceso de deuda privada? (Libertad Digital – 18/11/11)

(Por Juan Ramón Rallo)

¿Quién es, en suma, el culpable del perverso sistema en qué vivimos? Desde luego, el intervencionismo monetario y financiero del Estado.

Cuando los liberales afirmamos que la actual crisis es consecuencia del intervencionismo estatal se nos suele replicar que en algunos países como España el problema no viene tanto por el volumen de deuda pública -relativamente bajo para los estándares internacionales- sino por el de deuda privada, es decir, por la deuda que libremente han contraído familias, empresas y bancos en un mercado desregulado. Por consiguiente, se concluye, no ha sido el sector público quien ha ocasionado los desbarajustes actuales, sino el privado: el neoliberalismo salvaje desbocado que no hizo sino multiplicar las deudas por el afán especulador y la visión extremadamente cortoplacista de los seres humanos.

No es momento de analizar aquí si la austeridad que presuntamente practicaron muchos Estados como el español durante la época del boom fue real o más bien un mero espejismo contable derivado de que sus ingresos crecieron muchísimo al socaire de la burbuja crediticia. Mi objetivo es más limitado: explicar por qué el sector privado no habría sido capaz de endeudarse de una manera tan desorbitada sin el concurso imprescindible del Estado.

El volumen de deuda de toda sociedad depende de dos factores: la oferta y la demanda de crédito. A su vez, la oferta depende fundamentalmente del volumen de ahorros disponible en una parte de esa sociedad (de cuánto tiempo está dispuesta a esperar cada persona para consumir) y la demanda de cuánto desea gastar por encima de su renta la sociedad. Es decir, los ahorradores difieren la satisfacción de sus necesidades para que otros puedan adelantarla: unos gastan de menos para que otros gasten de más.

¿Y cómo se coordina la demanda y la oferta de crédito? Fundamentalmente a través de los tipos de interés: a saber, el precio que deben pagar los demandantes de crédito por adelantar su gasto y el que reciben los oferentes para compensarles por el retraso. Por un lado, si el ahorro aumenta, esto es, si hay más gente dispuesta a diferir sus necesidades durante más tiempo, la oferta de crédito crecerá y los tipos de interés bajarán (y lo contrario si el ahorro se reduce). Por otro, si la demanda de crédito aumenta, como habrá más gente compitiendo por un volumen dado de ahorros, los tipos de interés se incrementarán, y aquellos que valoren en menor medida anticipar su gasto futuro, se quedarán sin crédito.

Los tipos de interés son un elemento fundamental en nuestras economías, en tanto en cuanto permiten la coordinación de las personas a lo largo del tiempo: si uno gasta más de lo que ha producido o va a producir durante un período de tiempo es porque otro gasta menos de lo que ha producido o va a producir. Pero los tipos de interés libremente establecidos no sólo facilitan la coordinación entre los agentes, sino que imponen un límite muy severo al endeudamiento: sólo se puede conceder como crédito aquello que se haya previamente ahorrado. Ya vimos que los aumentos de la demanda de crédito son en gran parte esterilizados por subidas del tipo de interés, por lo que resulta harto complicado que las burbujas financieras basadas en el aumento continuado del crédito puedan mantenerse por mucho tiempo: si la demanda de deuda se incrementa exponencialmente, los tipos de interés también lo harán, lo que secará la demanda.

Pero, ¿qué sucede en nuestros sistemas financieros modernos? Pues que los bancos gozan de una serie de privilegios concedidos por el sector público por los que son capaces de incrementar la oferta de crédito muy por encima del nivel de ahorro disponible. Básicamente: los bancos pueden asumir nuevas deudas y refinanciarlas continuamente en el banco central a los tipos de interés artificialmente bajos que éste establezca; y, a su vez, este banco central no tiene límite alguno a la hora de refinanciar las deudas de la banca porque no ha de convertir sus propias deudas en oro (o en otro dinero líquido que no genere él mismo). Es decir, el sistema financiero se construye sobre una pirámide de apalancamiento: con tal de aumentar la oferta de crédito a los particulares, los bancos privados asumen nuevas deudas que no pueden pagar y el banco central refinancia esas deudas asumiendo, a su vez, nuevas deudas que no tiene la obligación de pagar de ninguna manera (de hecho, las deudas del banco central es lo que se utiliza en nuestras sociedades como "dinero de curso legal").

Parece claro que, dentro de este marco financiero, si la demanda de crédito se incrementa, los bancos privados lo tienen muy sencillo para atenderla mediante la concesión de una barra libre de financiación que evite los aumentos en los tipos de interés y el consiguiente aborto de la demanda crediticia. Los bancos no necesitan ni mucho menos captar más ahorro para conceder más crédito y tampoco tienen por qué cargar tipos de interés más altos ante una mayor propensión al endeudamiento de la sociedad: pueden prestar hoy un ahorro que se supone que la sociedad generará mañana.

En España, por ejemplo, el crédito hipotecario creció entre 2003 y 2007 a una tasa media del 18% anual y en EEUU al 10% anual, pero los tipos de interés no sólo no subieron sino que bajaron entre tanto. ¿Acaso fue que el ahorro español y estadounidense creció a tasas similares o superiores al de la demanda de crédito? Obviamente no: fue que los bancos concedieron créditos con cargo al ahorro futuro. Algunos economistas afirman que durante esos años nos estuvimos financiando con cargo al ahorro alemán y chino, pero, de nuevo, la financiación extranjera que entraba en nuestro país no era ahorro, sino crédito alemán y chino que superaba en mucho el ahorro interno de esos países. Sólo es necesario acercarse al balance de cualquier banco alemán para comprobar que el plazo de los créditos que concedieron esos bancos era muy superior al de las deudas que creaban para sufragarlos; es decir, los alemanes no estuvieron dispuestos a ahorrar durante todo el tiempo como el que se nos permitió a los españoles gastar en exceso a cuenta de esos alemanes.

Por consiguiente, ¿quién provocó el actual problema de exceso de endeudamiento privado? ¿El sector privado por demandar crédito o el sector público por forzar a que se diera ese crédito? Desde luego, sin una fuerte demanda de crédito, el volumen de deudas no puede aumentar; pero tampoco es capaz de hacerlo sin una elástica oferta de crédito. La cuestión, por tanto, debe replantearse: ¿quién es el responsable de haberse las instituciones que en el pasado permitieron frenar a tiempo estas borracheras de endeudamiento?

Y aquí la respuesta es clara: el intervencionismo estatal en materia monetaria y financiera. Fueron los Estados quienes, primero, abandonaron el patrón oro para que los bancos centrales pudieran refinanciar indefinidamente a la banca privada cuando concediera crédito y quienes, después, instrumentaron a esos bancos centrales para que en 2002 rebajaran los tipos de interés a niveles artificialmente bajos, reanimando así una demanda de crédito que en aquel momento estaba decayendo en medio de la recesión internacional. Se quiso salir de la crisis de 2002 con nuevas dosis de endeudamiento y, desde luego, el objetivo se logró, pero sólo a costa de acrecentar los desajustes económicos y de alcanzar unos niveles de deuda privada totalmente insostenibles.

¿Quién es, en suma, el culpable del perverso sistema en qué vivimos? Desde luego, el intervencionismo monetario y financiero del Estado. En su ausencia -es decir, con patrón oro y una banca sin acceso casi ilimitado al banco central- podría haber habido una intensísima demanda de crédito, pero ésta hubiese sido aplastada por una oferta inelástica y por unos tipos de interés al alza. Pero no, quisimos fiesta… y la tuvimos.

1.5 – La "acción" de los políticos: apretarse el cinturón (ajeno) para salir de la crisis

"El primer ministro británico, David Cameron, quiere que todos los servicios públicos del país puedan ser gestionados en el futuro por compañías privadas, con el objetivo de terminar con lo que llama "el monopolio del Estado""… Reino Unido: Cameron abre el camino para la privatización del sector público (El Economista – 21/2/11)

Los cambios, adelantados hoy por el líder conservador en un artículo en el diario The Daily Telegraph y que se detallarán oficialmente en las próximas semanas, permitirían a entidades privadas gestionar escuelas, hospitales o servicios municipales como el mantenimiento de parques y carreteras y el cuidado de ancianos.

En el artículo en el Telegraph, Cameron defiende la necesidad de "un cambio completo" en el sector público para mejorar el servicio que se presta a los ciudadanos, y abre la puerta también a la participación de grupos de voluntarios y ONG.

La idea del primer ministro es transformar los servicios públicos en el largo plazo sin tener que legislar cada vez que se quiera permitir a una empresa privada involucrarse en el sector. A las empresas proveedoras se les ofrecerían contratos con una retribución en función de los resultados y con la garantía de un incremento de los ingresos a medida que aumente la calidad el servicio.

"Crearemos una nuevo concepto, respaldado por nuevos derechos para los usuarios de los servicios públicos y por un nuevo sistema de adjudicación independiente, de que los servicios públicos deberían estar abiertos a una serie de proveedores que compitan por ofrecer un servicio mejor", argumenta el primer ministro.

Cameron excluye del plan a la seguridad nacional y la judicatura -"donde esto no tendría sentido"-, pero defiende que "el resto de sectores pueda estar abierto a una diversidad real".

Los cambios, asegura, liberarán al sector público "de las riendas del control del Estado", reducirán la burocracia, generarán ahorro y permitirán terminar con una era de servicios "anticuados, verticales y en lo que hay que conformarse con lo que uno recibe".

Cameron argumenta que la calidad de los servicios en el Reino Unido ha descendido en los últimos años si se toman como referencia "países similares", y que eso se está notando en áreas como los índices de supervivencia del cáncer y los resultados escolares.

"Se pondrá el poder en manos de la gente. Los profesionales recuperarán su responsabilidad. Habrá más libertad, más posibilidades de elegir y más control local", explica el gobernante, que aclara que el Estado seguirá teniendo un "papel crucial".

El papel será "garantizar que la financiación y la competencia sean justas, y garantizar que todo el mundo, sin tener en cuenta su capacidad económica, tengan un acceso justo a los servicios".

El proyecto se ha bautizado como "Servicios Públicos Abiertos" y su objetivo principal será "imposibilitar que el Estado vuelva a los viejos malos tiempos del monopolio del Estado". "Esta es una parte vital de nuestra visión de desmantelar el Gran Gobierno y construir en su lugar una Gran Sociedad", agrega.

El concepto de la Gran Sociedad es uno de los elementos centrales de la política de Cameron, un concepto con el que quiere dar una mayor participación y responsabilidad social en la gestión del país.

La oposición laborista y los sindicatos dicen que lo que esconde realmente esta política es una gran privatización encubierta de servicios públicos hasta ahora intocables en este país como el NHS, el sistema de Seguridad Social creado tras la II Guerra Mundial.

– Votantes vs. estado benefactor (Project Syndicate – 24/5/11) Lectura recomendada

(Por Michael Boskin)

Stanford.- El primer ministro de Canadá, Stephen Harper, al ganar una mayoría categórica de bancas en el parlamento de su país por primera vez desde que asumió el cargo, perpetúa una considerable serie de victorias electorales nacionales, respaldado por votantes que exigen al menos una pausa, y tal vez cierta revocación, del crecimiento del estado benefactor.

Es más, la victoria de Harper se produce después del resonante triunfo del Partido Republicano de 2010 en la elección de mitad de mandato de Estados Unidos, una campaña que esencialmente se libró alrededor del tamaño y el alcance del gobierno, tras la sólida expansión del gasto público después de la crisis financiera y la recesión. El primer ministro británico, David Cameron (que lidera, como lo hizo Harper hasta hace poco, un gobierno de coalición de centroderecha), también ganó en base a una plataforma para reducir los excesos del estado benefactor.

También está el caso de la candidatura a la reelección anticipada del presidente francés, Nicolas Sarkozy. Francia tiene impuestos más altos y un estado benefactor más desarrollado que el Reino Unido, Canadá o Estados Unidos. Sarkozy, a pesar de los intentos iniciales por recortar algunos derechos franceses, hasta ahora no produjo tanta reforma como Cameron o Harper, mucho menos como Ronald Reagan o Margaret Thatcher en los años 1980.

Algunos podrían decir que los problemas económicos que enfrentan los gobiernos son tan graves que el solo hecho de estar en el poder invita a la destitución, más allá de la ideología. Pero la reelección de Harper sugiere lo contrario. Harper redujo los impuestos corporativos y a las ventas de Canadá (ahora muy por debajo de los de Estados Unidos) y, al igual que Cameron, quiere una consolidación fiscal más rápida que el presidente estadounidense, Barack Obama.

El potencial significado de estas elecciones debe entenderse en el contexto no sólo de la recesión y la crisis financiera, y las intervenciones gubernamentales destinadas a enfrentarlas, sino también en el alcance más amplio de la evolución histórica de los estados benefactores de estos países.

Se destacan las siguientes tendencias:

· En los cuatro países, hubo una tendencia alcista considerable en los desembolsos del gobierno como un porcentaje del PBI;

· En cada país, hubo un incremento considerable del gasto público en los últimos años, particularmente en Estados Unidos y el Reino Unido;

· Francia tiene el gasto gubernamental más alto como porcentaje del PBI -muy por encima del 50%, según la OCDE- y éste ha aumentado continuamente, década tras década;

· Estados Unidos actualmente tiene el menor gasto gubernamental como porcentaje del PBI, aunque se acercó sustancialmente a Canadá debido a la explosión del gasto desde 2000 -el gasto militar del presidente George W. Bush y el gasto social de Obama;

· El aumento del gasto público de Canadá como porcentaje del PBI desde 2000 ha sido el menor de los cuatro países;

· Canadá y el Reino Unido han tenido períodos de reducciones importantes del porcentaje de gasto gubernamental. En el Reino Unido, el porcentaje cayó cuatro puntos porcentuales en 1980-1990 (la revolución de Margaret Thatcher), y siguió cayendo hasta 2000. En los años anteriores a la crisis financiera, la participación de Canadá cayó del 45% aproximadamente a alrededor del 40%;

· De la misma manera, la Revolución Reagan en Estados Unidos frenó la tendencia alcista en el gasto no vinculado a la defensa.

¿Qué hay con respecto al desempeño económico, medido por el PBI per cápita real? Los cuatro países se posicionan exactamente en orden inverso de sus porcentajes de gasto gubernamental (según datos de 2009 y previos a la crisis de 2007), siendo el de Estados Unidos el más alto, seguido por Canadá, el Reino Unido y Francia. El coeficiente de correlación simple es de aproximadamente -0,9.

Los votantes parecen haberse dado cuenta de algo importante. Por supuesto, la correlación no es prueba de causalidad; hay millares de otros factores que afectan el desempeño económico además del tamaño, la composición y la naturaleza del gasto del estado benefactor (y claramente los impuestos y la deuda relacionados). Es más, los gobiernos ofrecen servicios, desde defensa y aplicación de la ley hasta una red de seguridad humana, que son esenciales para una economía y una sociedad exitosas. Pero el tamaño del estado benefactor -y la erosión de los incentivos para trabajar, ahorrar e invertir, debido a los elevados impuestos y a los pagos abultados de transferencias- es un impedimento importante para un crecimiento más rápido de los ingresos.

Este simple análisis debería izar una bandera roja respecto de qué pensamos sobre las compensaciones entre dinamismo y seguridad, o crecimiento y redistribución. Después de todo, el ingreso real per cápita en Estados Unidos es aproximadamente 40% más alto que en Francia, 22% más alto que en Canadá y 31% más alto que en Gran Bretaña.

Las historias relativas han seguido una tendencia similar (nuevamente, están involucrados otros factores, no sólo los impuestos y el gasto). Por ejemplo, la ventaja de Estados Unidos sobre Francia se amplió del 25% al 40% desde 1980, un período en el que el porcentaje de gasto gubernamental en el PBI se estabilizó en Estados Unidos (hasta hace poco), mientras que creció sustancialmente en Francia. De la misma manera, el PBI real per cápita de Francia excedió el nivel del Reino Unido en 1980, pero fue superado en 2000 y, para 2007, estaba rezagado en un 10% con respecto al Reino Unido. Estas diferencias son el equivalente de una generación entera de progreso económico.

Quienes quieren controlar, reformar y reducir el gasto del gobierno parecen tener bien claro cuál es el panorama general. Es un prerrequisito para un progreso económico sustancial. Esa es la gran lección de la historia -desde las revoluciones de Reagan y Thatcher en Estados Unidos y el Reino Unido, pasando por la experiencia más reciente de Stephen Harper, hasta la repetición que David Cameron y los republicanos en el Congreso de Estados Unidos hoy intentan fraguar.

Sólo el tiempo dirá si las recientes elecciones en el Reino Unido, Estados Unidos y Canadá indican un retroceso del crecimiento del estado benefactor o simplemente una tregua temporaria. Pero una comparación entre Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido y Francia revela que lo que está en juego es inmenso.

(Michael Boskin, actualmente profesor de Economía en la Universidad de Stanford y miembro sénior de la Hoover Institution, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente George H. W. Bush, 1989-1993. Copyright: Project Syndicate, 2011)

"El control del déficit y la reducción de la deuda han sido los ejes que han marcado una política económica en la que los ajustes se extendieron a todos los países de la eurozona, con España, Italia y Portugal a la cabeza"… Apretarse el cinturón, la receta de Europa para salir de la crisis (Cinco Días – 31/12/11)

Los recortes han sido los protagonistas del año 2011 en la zona euro. La receta para aliviar la crisis de deuda ha sido unánime: apretarse el cinturón. Y lejos de decir adiós a esta corriente, lo que queda por venir será más de lo mismo, a tenor de las últimas medidas anunciadas en España y del resultado de la tan esperada cumbre de Bruselas del pasado diciembre para refundar el euro, donde se apostó sin paños calientes por la austeridad y la disciplina fiscal, aun a pesar del riesgo colectivo de recaída en la recesión económica.

Si Grecia, Irlanda y Portugal eran a comienzos de 2011 los países en el ojo del huracán, pronto se sumaron España e Italia, que por su tamaño y volumen de deuda ponían en jaque al conjunto de la zona euro. La presión se trasladó incluso a Francia, hasta el mismo corazón de Europa, y desató una corriente de reformas, centradas en el recorte de gasto, para contener el ataque a la deuda pública.

Siguiendo la tesis de Angela Merkel, es decir, mano dura y disciplina fiscal, la última cita europea del 9 de diciembre lo dejó claro: habrá sanciones para quienes no cumplan con la regla de oro del equilibrio presupuestario.

España. Recortes de 8.900 millones para un déficit del 8%

El panorama que se presenta para España en los próximos meses es cuanto menos desolador. Acosado por cinco millones de parados y con la recesión a la vuelta de la esquina, el nuevo Ejecutivo de Mariano Rajoy afronta el objetivo de reducir el déficit hasta el 4,4% para 2012. Pero conseguirlo no será una tarea fácil y más tras conocerse el viernes que 2011 cerrará con una previsión de déficit del 8%, casi dos puntos más de lo estimado por el Gobierno anterior.

Los primeros pasos comenzaron a darse esta semana después de que el Consejo de Ministros anunciara un conjunto de recortes por valor de 8.900 millones de euros. Entre las iniciativas más importantes se encuentra además la subida del IRPF en las rentas del trabajo y del capital y del impuesto sobre bienes inmuebles, que dará ingresos de 6.200 millones de euros.

Estas medidas contradicen las palabras de Rajoy de hace menos de una semana cuando afirmaba que no subiría los impuestos. Como complemento a la política impositiva figuran la congelación de los sueldos a los funcionarios y del salario mínimo interprofesional y la tasa de reposición cero para los funcionarios. Aun así, el Gobierno recupera el poder adquisitivo de las pensiones y prolonga la ayuda de 400 euros a los parados que agotaron la prestación.

Pero el recorte de gasto anunciado el viernes -centrado en la Administración-, junto con la subida de impuestos, suma recursos para combatir el déficit por 15.100 millones de euros, una cuantía que se presenta como insuficiente para cumplir con el objetivo de déficit del 4,4% al cierre de 2012. Pasar del 8% actual a esa otra cifra exigiría grosso modo un recorte adicional de más de 20.000 millones de euros, teniendo en cuenta que cada décima de déficit público supone alrededor de 1.000 millones de euros.

Portugal. Privatizaciones para liquidar el agujero presupuestario

"Emergencia nacional", esa es la expresión con la que el primer ministro de Portugal, Pedro Passos Coelho, definió el futuro de la economía lusa. Según las previsiones de la Comisión Europea, en 2012 se espera una contracción económica del 3% para el país vecino. Las reformas puestas en marcha por José Sócrates, que dimitió tras la imposibilidad de sacar adelante su programa de ajustes de 80.000 millones de euros, y Coelho no han sido suficientes.

El pasado mes de noviembre un nuevo problema volvió a salir a flote y no ha hecho más que agravar la situación: un agujero presupuestario de 3.000 millones de euros. La consecuencia más inmediata fue un endurecimiento del programa de reformas.

El aumento del copago sanitario, la subida del IVA hasta el 23%, la eliminación de la paga extra a los funcionarios que cobren más de 1.000 euros, el recorte del salario de los empleados del sector público en un 5%, así como el aumento de la jornada laboral en el sector privado y el abaratamiento del despido son las últimas actuaciones del Ejecutivo para intentar remediar la coyuntura.

Una de las peticiones de la UE, el BCE y el FMI fue el desarrollo de un plan de privatizaciones en el que se incluían las eléctricas EDP y REN. Hace una semana el Estado luso y la china Three Gorges llegaron a un acuerdo que le permitirá a Portugal conseguir 2.690 millones de euros por la venta de su participación.

Italia. Acosada por una deuda equivalente al 120% del PIB

El pasado 22 de diciembre el Senado italiano dio luz verde al plan de ajuste presentado por Mario Monti. Días antes la Cámara de los Diputados había dicho sí a un programa que pretende ahorrar 30.000 millones de euros hasta 2014, 12.000 de ellos procederán de la reducción del gasto público y 18.000 millones, de la recaudación.

Dos meses antes la mala gestión económica desarrollada por el ex primer ministro, Silvio Berlusconi, y la presión insoportable sobre la prima de riesgo explotó hasta acabar forzando la dimisión de Il Cavaliere. A partir de entonces, el Ejecutivo tecnócrata de Monti pasó a ser el encargado de reconducir la situación de un país que acumula una deuda equivalente al 120% del PIB y que se ha asomado peligrosamente al abismo del impago. Pero las expectativas levantadas por el cambio de Gobierno no han servido para calmar la situación de un país que en 2012 tendrá que hacer frente a unos vencimientos de deuda pública de 202.000 millones de euros, 53.000 millones solo en el primer trimestre. Reflejo de este desafío es el nivel de la prima de riego italiana, que cierra el año por encima de los 500 puntos básicos, y del bono a 10 años, en el 7%.

La solución pasa de momento por un retraso de la edad de jubilación, la reintroducción del impuesto de bienes inmuebles sobre la primera vivienda, la subida del IVA, la congelación de las pensiones y una tasa del 0,4% para los capitales evadidos. El primer ministro italiano ha lamentado el incremento impositivo, pero reconoce que "sin disciplina fiscal no hay crecimiento".

Irlanda. Las ventajas de una economía abierta

Irlanda es la excepción dentro del mapa de los países rescatados. Un año después de ser intervenida ha conseguido distanciarse del camino abierto por Grecia y retorna a la senda del crecimiento. Se espera que cierre el año con un aumento del PIB del 1% gracias a la apertura al exterior y el atractivo que representa para muchas empresas su exiguo impuesto de sociedades.

Pero este progreso no ha eximido ni mucho menos al Ejecutivo de aprobar nuevos recortes. Además del exigido por la UE y el FMI para la recepción de una ayuda por 85.000 millones de euros, a comienzos de diciembre Irlanda anunció un nuevo plan de austeridad para recaudar 1.400 millones el próximo año.

La fórmula elegida pasa a ser la misma que las emprendidas en otros casos, es decir, recortes sociales que se añaden a la rebaja del gasto en infraestructuras.

En noviembre de 2010 la difícil situación que vivía la banca por el elevado endeudamiento que trajo consigo el estallido de la burbuja inmobiliaria fue la chispa que encendió la mecha. El país que dirigía Brian Cowen pasaba a ser el segundo intervenido y tendría que afrontar un duro plan de ajuste. Ese programa de reformas incluía el despido de 24.750 funcionarios, el endurecimiento del sistema impositivo y el retorno del IVA a niveles de 2006.

El impuesto de sociedades que tantos beneficios reporta a Irlanda permaneció inalterado a pesar de las constantes presiones de Bruselas y el recelo de algunos países como Francia que lo tachan de competencia desleal. A día de hoy permanece en el 12,5%, pero se verá amenazado por el proyecto de convergencia fiscal por el que aboga Angela Merkel.

Francia. Austeridad presupuestaria para conservar la triple A

Los problemas económicos y la elevada exposición a la deuda italiana y griega pasan factura a la economía francesa. La prueba más fehaciente son las sucesivas advertencias recibidas por las agencias de calificación. La última de ellas, Fitch, que advirtió del peligro cada vez más inminente de la pérdida de la triple A.

Pero Nicolas Sarkozy no se da por vencido. Tras anunciar un plan de ajuste en agosto con el que recaudar 12.000 millones de euros en dos años, en noviembre, el ministro de Finanzas, François Fillon, anunció una segunda oleada de recortes. Esta vez el gasto se reduciría en 8.000 millones gracias a la subida del IVA, el impuesto de sociedades y el paso de la tijera por el sistema de la seguridad social. El próximo año 2012 parece que seguirá la misma tendencia, pues, según lo señalado por Fillon, los presupuestos serán uno de los más austeros desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Y Bruselas estima un crecimiento inferior al 1%.

1.6 – El eclipse de la razón (…y la ignorancia obstinada es ideología)

"Sin duda, la Segunda Gran Recesión -el nombre que damos a la crisis financiera que a finales de la década pasada se propagó prácticamente por todo el mundo- tendrá un profundo efecto sobre la economía, en particular sobre el estudio de las relaciones entre mercados financieros y economía real"… (Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, autores del libro "Esta vez es distinto" – El País – 5/6/11)

"Toda sociedad se aferra a un mito y vive por él. El nuestro es el del crecimiento económico. Las últimas cinco décadas la persecución del crecimiento ha sido el más importante de los objetivos políticos en el mundo. La economía global tiene cinco veces el tamaño de hace medio siglo. Si continúa creciendo al mismo ritmo, será 80 veces en el año 2100. Este extraordinario salto de la actividad económica global no tiene precedentes en la historia. Y es algo que no puede estar más en desacuerdo con la base de recursos finitos y frágil equilibrio ecológico del que depende para su supervivencia. Y ya ha venido acompañado de una degradación estimada de un 60% de los ecosistemas del mundo.

La mayor parte del tiempo, evitamos la realidad de estos números. El crecimiento debe continuar, insistimos. "¡Acumulad!, ¡acumulad!, es lo que dicen Moisés y todos los profetas", como dijo Karl Marx… Las razones por esta ceguera colectiva son fáciles de encontrar. El capitalismo occidental se basa de forma estructural en el crecimiento para su estabilidad. Cuando la expansión se tambalea, como ha pasado recientemente, los políticos entran en pánico. Los negocios batallan por sobrevivir. La gente pierde sus trabajos y en ocasiones sus viviendas. La espiral de la recesión es una amenaza. Cuestionar el crecimiento se toma como un acto de lunáticos, idealistas y revolucionarios.

Ahora, cuestionarlo es un deber. El mito del crecimiento infinito ha fracasado, ha fracasado para 2.000 millones de personas que viven con menos de US$2 al día. Ha fracasado para el frágil sistema ecológico de cuya supervivencia depende. Ha fracasado, espectacularmente, en sus propios términos, para proveer estabilidad económica y asegurar la vida de las personas. La prosperidad para unos pocos, basada en la destrucción medioambiental y la persistente injusticia social, no es fundamento para una sociedad civilizada"… "El mito del crecimiento económico infinito es un fracaso" (Tim Jackson – Universidad de Surrey – BBCMundo – 29/9/11)

"Pensar es aprender de nuevo a ver, dirigir la propia conciencia, hacer de cada imagen un lugar privilegiado. No queremos ver más allá de nuestra necesidad inmediata, como solucionarla, sin meditar las consecuencias. Consecuencias a menudo desconocidas porque nos hemos negado a aprender, a asimilar conocimientos existentes, experiencias vividas, a sacar lógicas conclusiones y a actuar al calor de ellas. Es significativo que el pensamiento de nuestra época sea a la vez uno de los más impregnados de una filosofía de la no significación del mundo y uno de los más desgarrados en sus conclusiones. Desgarro producido por esa incapacidad de la sociedad en encontrar su camino.

Es de nuevo el mito de Sísifo. El legendario rey condenado a subir la empinada ladera del monte, empujando cuesta arriba con sudor y sufrimiento permanente el pesado pedrusco, el cual acababa rodando de vuelta hasta el llano antes de alcanzar la cumbre. No tenía más remedio que hacerlo remontar una y otra vez, para volverse a despeñar siempre, una vez tras otra, hasta el fin de los tiempos. Tiempos finales a los que nos vamos aproximando cada vez más rápidamente con cada escalada.

No hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Una parábola de esta sociedad absurda donde vivimos para trabajar, incapaces de trabajar para vivir, y menos para gozar. Donde el objetivo es producir más, a menudo no mejor, acumular más bienes absurdos y consumir absurdamente cultura basura, tanto o más que comida basura u ocio basura, sin más placer que la mera engullición y el disfrute basura.

Tengo, pues, mis motivos para decir que el sentimiento de lo absurdo no nace del simple examen de un hecho o de una impresión, sino que brota de la comparación entre un estado de hecho y cierta realidad, entre una acción y el mundo que la supera. Lo absurdo es esencialmente un divorcio entre nuestros actos y sus consecuencias, entre lo que nos gustaría y lo que nos ocurre, entre el pensamiento económico que parece y no es, y el que debería ser"… El suicidio filosófico de la economía según Camus (José M. de la Viña – El Confidencial – 10/11/11)

edu.red

Recordando a Pablo Neruda podría decirles que: "puedo escribir los versos más tristes esta noche".

Si algo "envidiaba" de Europa, hace, tal vez, cuarenta años (cuando aún vivía en la lejana, remota, falaz, y fugaz Argentina, era su "socialdemocracia", su "estado del bienestar", su justa y razonable "distribución de las riquezas", su "equilibrio social", su "igualdad de oportunidades", su "paz social"…

Si algo me "inspiró a emigrar" a Europa (exilio voluntario), hace ya veinticinco años, fue ese modelo de socialdemocracia, comunitario, responsable, participativo, amplio, generoso, solidario, equilibrado, incluyente, redistributivo, ético, justo… donde deseaba ver crecer a mis hijas y ver nacer a mis nietos, en un espacio de unión económica con un desarrollo armónico, previsible y sostenible…

Creía haber visto el futuro, y que funcionaba. Estaba en el corazón de la vieja Europa.

Que equívoco más grande. Hoy (octubre 2013) el sueño europeo se ha transformado en una pesadilla (desastre económico) y el despertar, en un infierno (catástrofe social). El sufrimiento humano derivado de la crisis es tanto o mayor que en los Estados Unidos, donde nunca existió (ni se le espera) un estado del bienestar equivalente. Hoy. al riesgo de colapso, podemos agregar un desastre impecable. Más que un proyecto acabado de Unión, podemos decir (con gran dolor), que estamos presenciando el final anunciado de un proyecto comunitario.

Todo eso ha quedado barrido por el tsunami de la mayor crisis económico-financiera vivida por EEUU, con réplica en Europa, desde los años 30. Ahora (seis años después del inicio de la depresión) estamos viviendo la post guerra de una guerra librada con armas financieras de destrucción masiva, disparadas desde frentes instalados en lujosos despachos de bancos, agencias bursátiles, fondos de inversión, fondos de cobertura,… por audaces aventureros especulativos, que han utilizado el capital de los ahorristas desprevenidos e incautos, para abatirlos con su propio fuego.

La Real Academia define el término "recuperación" como la acción y efecto de recuperar o recuperarse. Obvio. Pero precisa en una segunda entrada que algo se recupera cuando vuelve a tomar o adquirir "lo que antes tenía". Sería absurdo pensar que la recuperación de la economía europea va a devolver a los países miembros a los niveles previos a la crisis.

En el mejor de los casos, Europa saneará su economía, ajustará sus grandes desequilibrios y volverá al crecimiento, incluso de una manera robusta. Hasta la devastada Europa de 1945 salió de la tragedia. Pero los países que salgan de esta crisis serán muy distintos. Muy parecido a lo que Ulrich Beck denominó -ya en 1986- la sociedad del riesgo. Y todavía el muro no había caído.

¿Y qué es la sociedad del riesgo? Pues aquella en la que lo relevante ya no es la distribución de la riqueza, sino la producción de bienes y servicios de forma suficiente para financiar un determinado nivel de vida. Algo que, en última instancia, dependerá de su capacidad de adaptación en una economía globalizada.

Lo que se ha roto son las certezas y el mundo previsible. El mundo de la seguridad, del que hablaba Stefan Zweig. Hasta hace bien poco, se pensaba que los avances técnicos -y su corolario en términos de productividad– serían suficientes para lograr el progreso social. Hoy ya no es así.

Mientras que en la sociedad industrial o de clases la cuestión social giraba en torno a cómo repartir la riqueza producida de forma colectiva (y la historia del siglo XX refleja hasta qué punto la lucha entre los diferentes agentes económicos fue encarnizada), en la nueva sociedad del riesgo se seguirá produciendo de una manera desigual, pero su volumen ya no estará garantizado. Y es aquí cuando surge lo que ha venido a definirse como los "nuevos pobres". O la nueva pobreza, como se prefiera. Un fenómeno en el que se ven envueltos nuevos colectivos que antes se consideraban protegidos contra las inclemencias económicas: profesionales, empleados públicos, pensionistas, parados de larga duración o estudiantes con dificultades para su inserción laboral.

Antes el trabajador era necesario para que algunos ganaran, ahora hay gente que gana sin necesidad de que nadie trabaje para ellos. El resultado de esta situación es una profunda desigualdad. Que no solo alcanza a los parados, sino también a una gran parte de los trabajadores asalariados.

"Aparentemente, cuando el banco de inversión estadounidense Lehman Brothers colapsó en 2008 y detonó la peor crisis financiera desde la Gran Depresión, se formó un amplio consenso sobre la causa de la crisis. Un sistema financiero inflado y disfuncional había asignado incorrectamente el capital y, en vez de gestionar el riesgo, lo creó. La desregulación financiera -junto con el dinero barato- contribuyó a una excesiva toma de riesgos.

Cinco años más tarde, mientras algunos se felicitan a sí mismos por evitar otra depresión, nadie en Europa o Estados Unidos puede afirmar que la prosperidad ha regresado. La Unión Europea recién está emergiendo de la recaída en la recesión (y, en algunos casos, de una doble recaída), mientras que algunos estados miembros están en depresión. En muchos países de la UE, el PBI se mantiene por debajo, o insignificantemente por encima, de los niveles previos a la recesión. Casi 27 millones de europeos están desempleados.

Algo similar ocurre en Estados Unidos: 22 millones de personas que desean un empleo a tiempo completo no logran encontrarlo. La tasa de actividad en la fuerza de trabajo estadounidense ha caído a niveles que no se veían desde que las mujeres comenzaron a ingresar al mercado laboral en forma masiva. El ingreso y la riqueza de la mayoría de los estadounidenses se encuentran por debajo de niveles que habían registrado mucho antes de la crisis. De hecho, el ingreso típico de un trabajador masculino a tiempo completo es menor que hace más de cuatro décadas…

Otros problemas continúan sin ser tratados y algunos han empeorado. El mercado hipotecario estadounidense aún sigue conectado a un respirador: el gobierno ahora asegura más del 90% de las hipotecas y la administración del presidente Barack Obama ni siquiera ha propuesto un nuevo sistema que garantizaría préstamos responsables con términos competitivos. El sistema financiero se ha concentrado aún más, algo que exacerbó el problema de los bancos que no solo son demasiado grandes y están demasiado interconectados y correlacionados para caer, sino que también son demasiado grandes para ser gestionados y responsabilizados. A pesar de un escándalo tras otro, desde lavado de dinero y manipulación del mercado hasta discriminación racial en los créditos y ejecuciones ilegales de hipotecas, ningún funcionario de alto nivel ha sido responsabilizado; cuando se impusieron sanciones financieras, fueron mucho menores de lo necesario, no fuera a ser que las instituciones sistémicamente importantes pudieran verse en peligro.

Las agencias de calificación de crédito han sido declaradas responsables en dos juicios privados. Pero también en este caso lo que pagaron fue una fracción de las pérdidas que causaron sus acciones. Algo más importante aún, el problema subyacente –un sistema de incentivos perversos en el que reciben dinero de las empresas a las que califican– aún debe cambiar.

Los banqueros presumen de haber pagado totalmente los fondos de rescate del gobierno que recibieron cuando comenzó la crisis. Pero nunca parecen mencionar que cualquiera que hubiera recibido enormes créditos gubernamentales a tasas de interés cercanas a cero podría haber ganado miles de millones con el mero hecho de prestar nuevamente ese dinero al gobierno. Tampoco mencionan los costos impuestos al resto de la economía -una pérdida acumulada del producto en Europa y EEUU que supera largamente los $ 5 billones.

Mientras tanto, resultó que quienes sostuvieron que la política monetaria no sería suficiente estaban en lo cierto. Sí, todos fuimos keynesianas, pero por demasiado poco tiempo. El estímulo fiscal fue reemplazado por la austeridad, con efectos adversos predecibles -y predichos- sobre el desempeño de la economía.

Hay en Europa quienes están contentos porque la economía puede haber tocado fondo. Con el regreso del crecimiento del producto, la recesión -definida como dos trimestres consecutivos de contracción económica- oficialmente ha terminado. Pero, sin importar cómo se la mire en busca de resultados significativos, una economía en la cual los ingresos de la mayoría de la gente se encuentran por debajo de sus niveles previos a 2008, aún está en recesión. Y una economía en la cual el 25 % de los trabajadores (y el 50 % de los jóvenes) están desempleados -como ocurre en Grecia y España- continúa deprimida. La austeridad ha fracasado y no hay perspectivas de un pronto regreso al pleno empleo (no sorprende que las perspectivas para Estados Unidos, con su versión más limitada de la austeridad, sean mejores).

El sistema financiero puede ser más estable que hace cinco años, pero eso implica un bajo listón: en ese momento, se tambaleaba al borde del precipicio. Quienes se felicitan a sí mismos en el gobierno y el sector financiero por el regreso de los bancos a la rentabilidad y las tibias -aunque difíciles de conseguir- mejoras regulatorias, deben centrarse en lo que todavía resta por hacer. Solo un cuarto del vaso está, como mucho, lleno; para la mayor parte de la gente, las tres cuartas partes están vacías". Cinco años en el limbo (Joseph E. Stiglitz – Project Syndicate – 8/10/13)

En nombre de una austeridad unilateral (aplicada sobre los sectores más débiles de la sociedad), proclamada y no practicada por la casta política (amoral y corrupta), las grandes corporaciones (subvencionadas y protegidas por el estado), los bancos quebrados (rescatados con dinero público) y sectores ricos de la sociedad (que han salido beneficiados con la crisis), han "denunciado" el contrato social, con total frialdad, indiferencia, arrogancia, ignominia, imprudencia, insensibilidad y osadía.

El pago de la deuda soberana se ha garantizado con la expropiación de los fondos necesarios para atender la deuda social, bajo la bendición de los acreedores, previamente rescatados de la quiebra con dinero de los contribuyentes, que vuelven a ser expoliados (reiteradamente), para "salvar" la crisis de la deuda.

Para preservar el "cielo" de la deuda han condenado al "infierno" a los grupos más vulnerables de la sociedad. Se ha asegurado la "tranquilidad" de los mercados, con la "paz" de los cementerios (donde ha sido enterrado el Estado del Bienestar). Sin haber celebrado su funeral, siquiera. Eso es lo que sucede cuando se desprecia el pensamiento. Eso es hacer un pan como unas hostias.

Europa (y ya no digamos los EEUU) ha dejado de ser una "comunidad" autogobernada y responsable frente a los deseos de sus ciudadanos, para transformarse en un imperio incontrolable dominado por banqueros y corporaciones, y los políticos que les pertenecen. Los ciudadanos (contribuyentes) están siendo tratados como meros siervos de la gleba y los gobiernos se han convertido en simples sirvientes del poder económico.

La deuda excesiva de los gobiernos ha sido causada por el rescate de los bancos quebrados (pretendidamente sistémicos), y no por políticas de gasto público para sostener un sistema de bienestar social exagerado o demagógico. Y ahora se quiere resolver (garantizar) su pago (sin juzgar y condenar, al menos, a los culpables de la quiebra privada y pública, ni crear los mecanismos necesarios para evitar la repetición de la crisis), desarmando un estado de bienestar (justo y necesario) que ha costado más de medio siglo de luchas sociales y sacrificios a los trabajadores.

De la "socialización" (estatalización) de las perdidas privadas (bancos y otros especuladores financieros quebrados), pasamos a la "mutualización" de la amortización de la deuda soberana (devenida del rescate) por la vía del "expolio" de los sistemas de pensiones, salud y educación pública.

A los líderes políticos que "padecemos" podría llamarles inmorales, deshonestos, corruptos, arrogantes, irresponsables, vanidosos, frívolos, sectarios… pero vamos a dejarlo en "imprudentes" (porque son incapaces de intentar -al menos- salvar su propia supervivencia de casta). Están tratando a los ciudadanos como súbditos, y eso es muy grave, y puede tener consecuencias catastróficas imprevisibles (animosidad en aumento, conflictividad social y rebelión cívica). Sin descartar el paso previo (y merecido) de una rebelión fiscal en toda regla, que vaciaría las arcas del estado plutocrático, prebendario y venal. Fin del juego.

Por ahora, ya llevan cosechado el fruto más perverso de una democracia: la fractura social. Y me extraña que tenga que ser un "invitado" extranjero (con 25 años de residencia en Europa) quien les deba recordar los peligros de dividir a la sociedad. Se está jugando con la familia, con la seguridad, con el futuro, y eso es peligrosísimo, porque esos sentimientos son muy sensibles al radicalismo.

No hay otra salida para Europa que volver a establecer un consenso en torno al cumplimiento de los Derechos Humanos contenidos en el Preámbulo y los 30 artículos de la solemne Declaración de 1948 y demás documentos que los desarrollan. Esa opción exige hacer de los planteamientos económicos puros conceptos instrumentales sometidos al desarrollo de la gran opción descrita.

Ni que decir tiene que la lógica de los mercados supuestamente independientes debe dejar paso a la centralidad de la política como impulso y evaluación de los procesos puestos en marcha para el fin acordado. La democracia, entendida como convenio entre seres libres e iguales para seguir conviniendo sobre el estado de su contrato social, exige de por sí el control sobre la macroeconomía dejando en todo caso partes de la microeconomía al juego de la oferta y la demanda.

A los que no miran más allá del PIB, el déficit fiscal, la sostenibilidad de la deuda o la competitividad de las empresas, les propongo (humildemente) que sustituyan alguna (o tal vez, todas) de esas grandes magnitudes que son usadas para calibrar la eficacia económica por el Índice de Desarrollo Humano, aunque ello les implique un inmenso dolor y esfuerzo de parto que, sin duda, será mucho menor que el de la agonía del actual sistema que como decía Schumpeter se muere de éxito.

Cuando el pragmatismo se convierte en cinismo

De ser cierta la propuesta de la "sociedad participativa" (a la holandesa), o de la "big society" (al british style), o de la "reinvención del Estado del bienestar" (según el modelo sueco), para "acostumbrar" a la gente a no ver al Estado como una "maquinita de la felicidad", en un alarde de pragmatismo, tal vez, sería bueno empezar por limitar la "hipocresía" de esas propuestas o similares, dejando de cobrar tan altos impuestos y cargas sociales al contribuyente para financiar unos servicios menguantes y dejar "que cada santo aguante su vela" (empezando por la administración del estado y todos los que "maman" del presupuesto).

Fuera máscaras, basta de cinismo, y si vamos a imponer el "darwinismo social", que sea en toda regla, y se apliquen la misma receta los miembros de la casta política, sus patrocinadores y beneficiarios, dejando de disparar con pólvora del contribuyente. Podrían hacer suyo aquello de "La bien pagá": na te debo na te pido… Aunque me sospecho que esas "economías"… no llegarán al río.

Por si quieren ir "haciendo" cuentas:

edu.red

edu.red

edu.red

Mientras "la gente quiere cuidar por sí misma, organizar su vida y cuidar unos de otros" (sicKoning Willem Alexander), el Fondo Monetario Internacional "cuida de los acreedores, y organiza el pago de la deuda" (un regreso a la Edad Media).

El contribuyente europeo (cautivo y desvalido) trabaja más de la mitad del año para mantener el "leviatán gubernamental", recibiendo poco o nada a cambio. Los políticos han duplicado el déficit público (en muchos casos) y aumentado la deuda pública en un 50% (en muchos casos), en los últimos dos o tres años (hipotecando a varias generaciones) para rescatar a los bancos quebrados, y no conformes con incrementar la presión fiscal hasta límites insoportables, disminuyen la prestación de los servicios públicos y sociales hasta niveles tercermundistas. No satisfechos con tamaño expolio fiscal e incumplimiento del contrato social, ahora viene el FMI y "propone" una exacción adicional del 10% del patrimonio de los agotados impositores. Lo dicho, un regreso a la Edad Media, en toda regla.

¿Un juicio exagerado?

Por favor, pasen y lean:

– El FMI sugiere expropiar el 10% de la riqueza de las familias para reducir deuda pública (Libertad Digital – 13/10/13)

Su último informe recoge la posibilidad de aplicar una quita al patrimonio de los hogares para reducir la deuda pública a niveles de 2007.

(Por Manuel Llamas)

Durante la presente crisis, los países desarrollados han disparado su deuda pública hasta alcanzar un nuevo récord histórico en tiempos de paz. Buena muestra de ello es la grave crisis de deuda soberana que ha estallado en el seno de la zona euro y que, por el momento, se ha saldado con el rescate internacional de cuatro estados miembros (Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre), la asistencia financiera a España y un inédito programa especial para comprar bonos periféricos por parte del Banco Central Europeo (BCE), del que también se ha beneficiado Italia, entre otras medidas excepcionales.

La deuda de la zona euro supera ya el 92% del PIB, y especialmente alarmante es la situación de Grecia (160%), Italia (130%), Portugal (127%), Irlanda (125%) y Bélgica (105%). De hecho, España no se queda muy atrás, con un 92,2% del PIB, el mayor nivel registrado en el último siglo, y que amenaza con rondar el 100% el próximo año. No es la primera vez que la deuda estatal alcanza volúmenes semejantes, ni mucho menos, pero tal crecimiento es excepcional en tiempos de paz. La cuestión que se plantean ahora analistas y gobernantes es cómo revertir tal dinámica.

Lo lógico y, sin duda, más saludable es que el estado en cuestión empiece a generar superávit fiscal primario (descontando el pago de intereses) año a año para, de este modo, no sólo frenar el aumento de la deuda sino reducir su tamaño destinando esos excedentes presupuestarios a amortizar bonos. El problema es que ello implica mantener en el tiempo una drástica senda de ajustes, sobre todo mediante recortes de gasto público, que no suelen tener muy buena acogida en los países afectados, tal y como está demostrando la actual crisis del euro.

Las vías para reducir deuda

La historia de las crisis soberanas demuestra que los políticos no son muy dados a aplicar estrictos programas de austeridad pública. De ahí, precisamente, que este tipo de fenómenos se haya resuelto habitualmente acudiendo a otro tipo de mecanismos extraordinarios:

  • Inflación: muchos países acuden a esta vía para impagar parte de la deuda contraída. Devaluar la moneda suele ser el recurso fácil como, por ejemplo, ha sucedido recientemente en Islandia. Aunque también existen experimentos más radicales, como el acontecido en Alemania y Austria en los años 20, mediante la impresión masiva de billetes y una histórica hiperinflación.

  • Default: suspender pagos es otra de las vías escogida por multitud de gobiernos. Impagar mediante una quita y/o espera ha sucedido recientemente en Grecia y, de hecho, no se descarta que vuelva a acontecer.

  • Impuestos especiales: otro de los mecanismos recurrentes, aunque menos conocido, consiste en la aplicación de un impuesto especial sobre el patrimonio de los hogares, que se paga de una vez. Es decir, una especie de quita sobre el capital o riqueza de las familias para conseguir ingresos extra con el fin de amortizar y, por tanto, reducir deuda pública.

Un nuevo "impuesto sobre el capital"

Ésta es, precisamente, la idea que recoge el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su último informe sobre Vigilancia Fiscal (Fiscal Monitor), publicado el pasado miércoles. Más allá de ampliar las bases fiscales y elevar la tributación indirecta para aumentar la recaudación con el objetivo de ir reduciendo progresivamente el déficit, el organismo reconoce que reducir los actuales niveles de deuda pública que presentan varios países, sobre todo europeos, será una tarea ardua y compleja que llevará tiempo y no estará exenta de sacrificios.

Por ello, una de las propuestas que sugiere es imponer un tributo especial "sobre el capital". Es decir, una especie de quita "excepcional" sobre la riqueza de las familias que se tendría que aplicar de una sola vez, garantizando, además, que no se va a volver repetir para no desincentivar la inversión y provocar una intensa fuga de capitales. La medida consistiría en gravar la riqueza neta de las familias y destinar el dinero recaudado a amortizar deuda estatal.

El FMI reconoce que el fuerte deterioro de las finanzas públicas que sufren muchos países "ha reavivado el interés" sobre la posible aplicación de este tipo de gravámenes especiales y, de hecho, admite que su aplicación podría tener "éxito" frente a otras alternativas indeseadas, como la suspensión de pagos. En concreto, el informe señala que el tipo impositivo necesario para reducir la deuda a los niveles previos a la crisis son "considerables": reducir la deuda pública de una muestra de 15 países de la zona euro a los niveles de finales de 2007 requeriría aplicar a las familias una quita del 10% sobre su patrimonio neto (activos menos pasivos), según el FMI.

El organismo no hace distinciones de ningún tipo, tan sólo alude a la posibilidad de gravar la riqueza neta de las familias, aplicando así este particular impuesto a todo tipo de hogares, siempre y cuando el valor de sus activos (vivienda, acciones, ahorros, etc.) sea superior al de sus deudas. Además, el organismo hace referencia a otros casos similares acontecidos en el pasado, ya que este tipo de gravámenes fueron ampliamente adoptados en Europa después de la Primera Guerra Mundial, y en Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial.

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