Por ejemplo, Vince Cable, el secretario de negocios del Reino Unido, recientemente acusó a los reguladores del Banco de Inglaterra -a quienes calificó de "talibanes del capital"- de frenar la recuperación económica del país al imponer reglas excesivas a los bancos. Cable parece creerles a los lobistas de los bancos cuando dicen que el préstamo y el crecimiento se verían afectados si se obligara a los bancos a "tener más capital".
Estos argumentos de los altos responsables de las políticas económicas no son exclusivos del Reino Unido; pero son falsos y engañosos. El capital bancario no son reservas en efectivo que deben "ahorrarse"; es dinero no prestado que se puede usar para otorgar préstamos.
En otras palabras, el crecimiento económico y del préstamo ha sufrido desde 2007 porque las instituciones financieras altamente endeudadas no pudieron absorber sus pérdidas, no por regulaciones que intentaban reducir su nivel de endeudamiento. Las regulaciones vigentes cuando estalló la crisis eran inadecuadas y se las había implementado de manera igualmente inadecuada, mientras que las reformas propuestas desde entonces no fueron mucho mejores. Las reformas propuestas en Basilea III, por ejemplo, les permitirían a los bancos financiar hasta el 97% de sus activos con dinero prestado; algunas inversiones se podían hacer enteramente con fondos prestados.
Los peligros de esta estrategia a esta altura deberían ser obvios. Cuando los propietarios de los hogares no pueden pagar sus hipotecas, pueden perder su casa, perjudicando a todo el vecindario. Lo mismo es válido para las instituciones financieras, como demostró la quiebra de Lehman.
Es más, los efectos de un alto nivel de endeudamiento se sienten antes de que los prestatarios dejen de pagar. Los propietarios en apuros o "ahogados" no invierten mucho en mantenimiento o mejoras. De la misma manera, los bancos débiles con deudas pendientes que les impiden financiar inversiones que valen la pena son perjudiciales para la economía.
Las regulaciones con imperfecciones distorsionan aún más el comportamiento de los bancos débiles -por ejemplo, predisponiéndolos a favor de otorgar préstamos a los gobiernos o invertir en títulos realizables en lugar de prestarle dinero a las empresas. Los reguladores muchas veces toleran, y a veces respaldan, a los bancos débiles, negando la realidad de su condición desesperada. Eso es contraproducente.
Los reguladores, más bien, deben tomar medidas enérgicas para desmantelar a los bancos zombis y obligar a los bancos viables a depender más de los mercados de valores, donde el riesgo se negocia y se cotiza, para volverse más fuertes. Prohibir los desembolsos a los accionistas y exigirles a los bancos que recauden fondos vendiendo nuevas acciones los fortalecería sin limitar su capacidad de préstamo. Los bancos que no pueden vender sus acciones a ningún precio tal vez sean demasiado débiles como para sobrevivir sin subsidios. Esos bancos son disfuncionales y hay que soltarles la mano.
Si queremos bancos más seguros y más saludables, no se les puede exigir otra cosa que reducir su dependencia del endeudamiento. Como entidades prestadoras, los bancos pierden cuando los prestatarios no pagan. Los propios bancos, sin embargo, son los mayores prestatarios, y normalmente financian más del 90% -y en algunos casos más del 95%- de sus inversiones endeudándose. (Por el contrario, las corporaciones no financieras rara vez piden prestado más del 70% de sus activos, y muchas veces mucho menos, a pesar de la falta de alguna regulación de sus ratios de apalancamiento).
Chipre es un ejemplo de este problema. A partir de 2010, los bancos chipriotas invirtieron parte de sus depósitos en bonos del gobierno griego, que prometían tasas de interés superiores al 10% -a veces inclusive 15% o 20%-. Mientras Grecia pagaba estas tasas altas, los bancos chipriotas podían ofrecerles a sus depositantes tasas atractivas, como del 4,5%, y prosperar.
Los bancos chipriotas pasaron las pruebas de resistencia en julio de 2011. Sin embargo, a principios de 2012, sus bonos griegos perdieron el 75% de su valor. Como los bancos hacían sus inversiones con escaso dinero prestado, se volvieron insolventes. Después de haberse mantenido a flote durante un año con la ayuda del Banco Central Europeo, los bancos chipriotas se vieron obligados a enfrentar sus pérdidas. Uno cerró. Los depósitos superiores a 100.000 euros (133.000 dólares) generaron pérdidas. Los contribuyentes de la eurozona entregaron 10.000 millones de euros en fondos de rescate.
Curiosamente, los reguladores habían permitido que los bancos chipriotas incurrieran en las prácticas que habían originado sus problemas. Si bien la inversión en bonos griegos era riesgosa -lo que se reflejaba en las altas tasas que prometían los bonos-, las regulaciones ignoraron la posibilidad de una pérdida. Mientras la ventaja de los riesgos daba resultados, las ganancias de los bancos beneficiaron a sus accionistas y gerentes, los políticos estaban contentos y los bancos crecieron enormemente en relación a la economía.
Las regulaciones propuestas por Basilea III establecieron requerimientos de capital mínimo absolutamente insuficientes y mantienen una estrategia errónea para ajustar los requerimientos al riesgo. Dentro de la eurozona, por ejemplo, los bancos pueden otorgar préstamos a cualquier gobierno usando exclusivamente dinero prestado. El banco franco-belga Dexia, al igual que los bancos chipriotas y muchos otros desde 2008, quebraron o fueron rescatados de pérdidas en inversiones riesgosas que los reguladores habían considerado seguras.
Las regulaciones en todas partes parecen basarse en el falso concepto de que los bancos deberían tener capital "apenas suficiente". El capital no es escaso para los bancos viables, y la "ciencia" de las complejas evaluaciones de riesgo o las pruebas de resistencia es una ilusión nociva. En cambio, la regulación debería apuntar a obligar a los inversores de los bancos a asumir un porcentaje mucho mayor de su propio riesgo, y así preocuparse mucho más por gestionarlo, para limitar el daño colateral de su endeudamiento excesivo.
Algunos dicen que los bancos son por naturaleza especiales, porque distribuyen los ahorros de la sociedad y crean liquidez. De hecho, los bancos se han vuelto especiales principalmente por su capacidad para realizar tantas apuestas a expensas de los demás. Nada sobre la intermediación financiera justifica permitirles a los bancos distorsionar la economía y poner en peligro a la población como lo hacen.
Desafortunadamente, a pesar del enorme daño causado por la crisis financiera, es poco lo que ha cambiado en la política de los bancos. Son demasiados los políticos y los reguladores que ponen sus propios intereses y los de "sus" bancos por delante de su obligación de proteger a los contribuyentes y a los ciudadanos. Debemos exigirles que cumplan mejor su trabajo.
(Anat Admati, Professor of Finance and Economics at the Stanford Graduate School of Business, is co-author (with Martin Hellwig) of The Bankers" New Clothes…)
The Hall of Fame: "Caras y Caretas" (para que nunca se olviden de quienes les han robado el pasado -pensiones-, el presente –empleo y sanidad- y el futuro –educación-)
– Los protagonistas de la crisis, cinco años después (The Wall Street Journal – 15/9/13)
El elenco de la crisis financiera de 2008
Los dramáticos eventos de septiembre de 2008 pusieron a varios banqueros y funcionarios en la mira del público. Otros funcionarios jugaron papeles clave en la crisis, aunque no hayan ejercido un rol central. Un puñado de los principales protagonistas siguen activos en la vida pública, algunos incluso tienen los mismos trabajos, otros han desaparecido por completo de la vida pública.
Henry Paulson Funcionario
Departamento del Tesoro
Henry Paulson apenas estaba en su segundo año como secretario del Tesoro cuando la crisis financiera estalló, lo que obligó al ex presidente ejecutivo de Goldman Sachs Group Inc. a llevar a cabo una serie de rescates gubernamentales sin precedentes, incluyendo ayudar a facilitar la venta de Bear Stearns Cos. a J.P. Morgan Chase & Co. y colocando gigantes hipotecarios bajo tutela legal. Paulson, de 67 años, escribió en el prólogo de su libro, "On the Brink" (algo así como, "Al borde"), "No quería ser el secretario del Tesoro que presidía durante el inicio de otra Gran Depresión, y no tengo duda de que eso es exactamente lo que nuestro país habría enfrentado si nuestros esfuerzos se hubieran quedado cortos".
Ben Bernanke Funcionario
Reserva Federal de EEUU
Ben Bernanke, un estudiante de la Gran Depresión, estaba ansioso por evitar una repetición durante su mandato y utilizó e hizo amplio uso de las potestades de la Fed para abrir los canales de financiación y proteger a Wall Street de un colapso. La Fed prestó US$ 29.000 millones para inducir a J.P. Morgan Chase & Co. a comprar Bear Stearns Cos. e inyectó US$ 85.000 millones en American International Group Inc. Bernanke también persuadió a los líderes del Congreso a respaldar un rescate. Además, recortó las tasas de interés de corto plazo a cero en diciembre de 2008 y supervisó la impresión de US$ 2,8 billones para comprar valores de largo plazo a fin de apuntalar la economía. Se prevé que Bernanke, ahora de 59 años, deje la presidencia de la Fed cuando su término concluya en enero de 2014.
Timothy Geithner Funcionario
Banco de la Reserva Federal de Nueva York
Timothy Geithner estaba a la cabeza del Banco de la Reserva Federal de Nueva York durante la crisis, actuando como los ojos y oídos del gobierno en Wall Street. Geithner buscó intervenir en la crisis rápidamente, abogando por los rescates de firmas como Bear Stearns Cos. y American International Group Inc. En enero de 2009 cuando se convirtió en secretario del Tesoro y siguió supervisando programas para fortalecer el sistema financiero. Geithner, ahora de 52 años, está escribiendo un libro sobre su papel en la respuesta a la crisis financiera.
James Cayne Banquero
Bear Stearns
James Cayne era el presidente de Bear Stearns Cos. en 2007, cuando dos de los fondos de cobertura del banco de inversión colapsaron bajo las pérdidas de los valores respaldados por hipotecas, uno de las primeras señales de la crisis financiera. Abandonó su puesto de presidente ejecutivo bajo presión de los accionistas en enero de 2008, en medio de crecientes críticas por las pérdidas de la firma, las acciones en picada y lo que algunos ejecutivos percibían como un liderazgo poco comprometido. En marzo, a medida que la confianza en Bear siguió debilitándose, el gobierno de EEUU gestionó su venta a J.P. Morgan Chase & Co. por US$ 1.400 millones. A principios de 2007, la capitalización de mercado de Bear estaba en US$ 25.000 millones. En años recientes, Cayne, ya jubilado, ha mantenido un perfil discreto.
Angelo Mozilo Banquero
Countrywide
Angelo Mozilo fue el cofundador y presidente ejecutivo de Countrywide Financial Corp., uno de los mayores prestamistas del país y un proveedor de préstamos de alto riesgo antes de la crisis financiera. Mozilo fue pionero de los créditos hipotecarios de alto riesgo y de tasas ajustables que contribuyeron a impulsar el auge inmobiliario en los años previos a 2008. Bank of America Corp. compró Countrywide a principios de 2008 conforme el prestamista batallaba con cesaciones de pagos y pérdidas acumuladas. En 2010, Mozilo acordó pagar US$ 67,5 millones en multas para cerrar casos en su contra por fraude civil y uso indebido de información privilegiada. Mozilo, ahora de 74 años, no admitió ni negó haber cometido prácticas indebidas, pero aceptó una prohibición de por vida de ejercer el puesto de ejecutivo o director de una empresa que cotiza en bolsa. Un abogado de Mozilo indicó que está jubilado y "dedicando su tiempo a iniciativas filantrópicas".
Richard Fuld Jr. Banquero
Lehman
Richard Fuld fue presidente de Lehman Brothers Holdings Inc., un banco de inversión con enfoque en bonos que incursionó con gran ímpetu al mercado de inmuebles comerciales y los créditos apalancados en los años justo antes de la crisis. Las pérdidas se acumularon y los esfuerzos de vender la firma fracasaron en septiembre 14, de 2008, cuando el gobierno se negó a proporcionar un respaldo financiero. El 15 de septiembre, Lehman solicitó protección de bancarrota. Fuld permaneció en Lehman tras la solicitud de bancarrota para ayudar a liquidar los activos de la firma que quedaban. En abril de 2009, abrió Matrix Advisors LLC, una consultoría en Nueva York que asesora a empresa en temas desde tendencias económicas hasta gestión de riesgo.
John Thain Banquero
Merrill Lynch
John Thain era presidente de Merrill Lynch & Co., asumiendo el cargo en octubre de 2007 a medida que la crisis se intensificaba. Buscó proteger a la empresa de los problemas del mercado, al recaudar capital, purgar los activos tóxicos y vender participaciones grandes en la empresa. Pero Merrill se vio golpeada a principios de septiembre de 2008 por los inversionistas preocupados de que necesitaría capital. Tras 48 horas de negociaciones frenéticas, el 14 de septiembre Bank of America Corp. acordó comprar Merrill Lynch por US$ 50.000 millones en acciones, alrededor de 40% menos que el valor de mercado de Merrill en su mejor momento. Thain fue despedido de Bank of America a principios de 2009 en medio de polémicas en torno a las pérdidas en alza de Merrill y pagos de bonificaciones en las semanas antes de que se finalizara la venta. Thain, de 58 años, ahora dirige CIT Group, un prestamista para pequeñas y medianas empresas.
Robert Willumstad Banquero
AIG
Robert Willumstad, presidente de la junta de American International Group Inc., asumió el cargo adicional de presidente ejecutivo en junio de 2008 cuando el ex presidente ejecutivo Martin Sullivan fue despedido debido a pérdidas en los derivados ligados a créditos hipotecarios de alto riesgos. El 16 de septiembre de 2008, el gobierno estadounidense tomó control de AIG, comunicando sus preocupaciones sobre el peligro que un colapso supondría para el sistema financiero. Como parte del acuerdo, el secretario del Tesoro, Henry Paulson, insistió que Willumstad abandonara el puesto. Willumstad, ahora de 68 años, es socio en Brysam Global Partners, una firma de private equity que cofundó en 2007.
Kenneth D. Lewis Banquero
Bank of America
Kenneth Lewis, presidente de Bank of America Corp., orquestó una serie de adquisiciones durante la crisis financiera para crear un gigante bancario involucrado en casi todo segmento del sistema financiero. En 2008, compró al prestamista hipotecario Countrywide Financial y a Merrill Lynch. Tras las adquisiciones, sus pérdidas ascendieron y los litigios se dispararon. Los analistas calcularon en 2012 que Countrywide le había costado más de US$ 40.000 millones a Bank of America. Ante crecientes críticas, Lewis, ahora de 66 años, anunció su jubilación en 2009. Ahora, Lewis divide su tiempo entre Carolina del Norte y Florida. Lo que más disfruta son días callados de lectura en casa, según una persona cercana.
James Dimon Banquero
J.P. Morgan Chase
James Dimon, presidente de J.P. Morgan Chase & Co., surgió como uno de los ejecutivos más poderosos del sector bancario durante la crisis financiera. J.P. Morgan compró Bear Stearns Cos. en marzo de 2008 mientras la firma de corretaje se desplomaba, y obtuvo un respaldo de US$ 29.000 millones del gobierno. En 2013, Dimon, ahora de 57 años, sobrevivió una propuesta de algunos accionistas de separar sus roles de presidente de la junta y presidente ejecutivo, tras enormes pérdidas por un operador de la empresa en Londres y otros retos regulatorios para el banco. Dimon sigue teniendo ambos cargos en el banco.
Robert E. Diamond Jr. Banquero
Barclays
Robert Diamond, entonces presidente del banco de Reino Unido Barclays PLC, participó en la compra de la empresa de la mayoría de las operaciones de América del Norte de Lehman en 2008 por solo US$ 1.750 millones. Diamond, ahora de 62 años, se convirtió en presidente ejecutivo de Barclays en 2011 pero dimitió en 2012, después de que el banco admitió que intentó manipular tasas de interés de referencia durante la crisis. Diamond planea lanzar su propio banco comercial con enfoque en África y Europa en los próximos meses, reportó The Wall Street Journal en julio.
John Paulson Inversionista
John Paulson era un gerente de fondo de cobertura poco conocido que obtuvo renombre -además de miles de millones de dólares en ganancias- con una apuesta contra corriente, apostando contra las hipotecas de alto riesgo. En 2007 y 2008, ganó unos US$ 20.000 millones en ganancias por transacciones a medida que el mercado inmobiliario se venía abajo. Esta apuesta convirtió a Paulson en uno de los inversionistas más populares de Wall Street y los activos de su firma, Paulson & Co., crecieron a US$ 36.000 millones al comienzo de 2012. El inversionista, de 57 años, ahora está apostando a un repunte en el mercado inmobiliario.
Philip Falcone Inversionista
Philip Falcone se convirtió en uno de los inversionistas estrella de la crisis financiera al anticipar que la cesación de pagos en hipotecas se dispararía y que las empresas mineras aumentarían en valor. Falcone y su firma, Harbinger Capital Partners, enfrentaron cargos de fraude civil en 2012 por presuntamente otorgar un trato preferencial a su fundador y a algunos clientes. Falcone admitió haber cometido prácticas indebidas en un acuerdo civil con la Comisión de Bolsa y Valores en agosto de 2013, y aceptó una prohibición de la industria de valores por al menos cinco años. Falcone dijo en un informe en ese momento que el acuerdo le permite seguir enfocándose en su empresa que cotiza en bolsa, Harbinger Group Inc., y en Lightsquared Inc., una iniciativa ambiciosa en la que Falcone invirtió miles de millones de dólares.
Joseph Cassano Financista
AIG
Como jefe de la división de productos financieros de AIG, Joseph Cassano estuvo en el centro de una apuesta realizada en las hipotecas que llevó al gigante de seguros a las manos del gobierno estadounidense. La división vendió miles de millones en seguros contra cesación de pagos para conjuntos de bonos respaldados por hipotecas, es decir seguros contra el colapso de los bonos, y después enfrentó miles de millones en llamadas para exigir avales cuando el mercado se vino abajo. En 2010, Cassano, ahora de 58 años, comunicó a un panel del Congreso de EEUU que tomó decisiones "prudentes", y defendió las acciones del gigante de seguros, agregando que al contribuyente estadounidense le hubiera ido mejor si él habría permanecido en AIG.
Boaz Weinstein Financista
Deutsche Bank
La adopción y el dominio de los seguros contra la cesación de pagos en Deutsche Bank por parte de Boaz Weinstein le ayudaron a obtener el puesto de director gerente a los 27 años. Dirigió un fondo de US$ 10.000 millones y embolsó cientos de millones de dólares al año por el banco alemana, en donde fue codirector de transacciones globales de crédito. Pero las apuestas del grupo en deuda corporativa se desmoronaron a finales de 2008, y el fondo terminó el año con un descenso de 18%, perdiendo unos US$ 1.800 millones. Weinstein, ahora de 40 años, escindió su grupo de transacciones de crédito a principios de 2009.
Ralph Cioffi & Matthew Tannin Financistas
Bear Stearns
El colapso de los fondos de cobertura altamente apalancados de US$ 1.600 millones de Bear Stearns, gestionados por Ralph Cioffi y Matthew Tannin, fue una de las primeras señales de aflicción en los mercados de crédito. Los procuradores federales después avanzaron para levantar cargos criminales contra estos sujetos, declarando que habían engañado a los inversionistas sobre el portafolio de valores respaldados por hipotecas.
En noviembre de 2009, Cioffi, ahora de 57 años, y Tannin, de 52 años, fueron exonerados por el jurado.
Cioffi ahora vive en Florida con su familia y está invirtiendo su propio dinero.
– La victoria del capital sobre el trabajo, de la economía financiera sobre la real
El "conundrum" de la crisis: ¿quién paga los platos rotos?
– Por qué duran tanto las crisis: nadie quiere pagar la cuenta (The Wall Street Journal – 10/11/11)
(Por David Wessel) Lectura recomendada
Ya han pasado dos años desde que las llamas aparecieron por primera vez en Grecia, y sin embargo el fuego aún no ha sido apagado. Ahora se ha propagado a Italia.
Han pasado cinco años desde que reventó la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos. El sector de la vivienda sigue siendo una de las principales razones por las que la economía del país tiene un desempeño tan débil.
En ambos continentes, ya no quedan dudas sobre la severidad de la amenaza o la urgencia con la que se necesitan mejores políticas. Aun así, los jugadores parecen completamente incapaces de actuar.
¿Qué les está llevando tanto tiempo? Decidir quién tendrá que pagar la cuenta.
"En todas las crisis, se deben repartir las pérdidas entre deudores, acreedores y contribuyentes", explica Anna Gelpern, profesora de derecho de la Universidad Americana y ex funcionaria del Tesoro de EEUU. "Es un concepto sorprendentemente simple, y completamente irreconciliable".
"Por definición, es un problema político", agrega. "Incluso si surgiera la idea de una distribución óptima, si no es vendible políticamente, no puede concretarse".
Esta vez, la escala es intimidatoria. El Fondo Monetario Internacional estima que los tenedores de hipotecas en EEUU y otras deudas perdieron US$ 2,7 billones (millones de millones) en la fase estadounidense de la crisis global, parte de cuya suma ya fue trasladada a los contribuyentes. Las viviendas del país valen casi US$ 7 billones menos que hace cinco años, una caída de 25%.
Se han hecho toda clase de intentos por reducir los pagos mensuales de hipotecas para algunos, por refinanciar créditos con intereses altos, por asegurarse de que los embargos se llevan a cabo correctamente, por recapitalizar bancos para que puedan absorber pérdidas, y demás. El gran paso que no se dio: reducir el principal sobre las hipotecas. El gran obstáculo: ¿quién paga los platos rotos? ¿Los bancos? ¿Los inversionistas hipotecarios? ¿Los contribuyentes?
En Europa, los retrasos para admitir que Grecia pidió prestado demasiado convirtieron lo que hubiera sido un problema difícil pero manejable en una calamidad. Un gran motivo para el retraso: decidir quién pagaría la cuenta. ¿Los contribuyentes alemanes? ¿Los accionistas de bancos franceses? ¿Los tenedores de bonos extranjeros?
Cuando un prestatario -un banco, una empresa, un país- tiene problemas, la reacción inicial es decir, bueno, tienen el dinero, sólo que están cortos de efectivo. A menudo eso es verdad. Así que el prestamista le da un respiro al prestatario, la empresa empeña sus cuentas por cobrar, o el "acreedor de último recurso", el banco central, otorga préstamos de emergencia porque está seguro de que le devolverán el dinero. El problema, se dice, es de "liquidez" (lo que significa que nadie perderá dinero al final) en lugar de decir "solvencia" (lo que significa que alguien perderá dinero).
La tentación de extender esa lógica más allá de la razón es grande. Admitir que, por ejemplo, algunos gobiernos europeos no pagarán 100 centavos por cada dólar, o que algunos préstamos hipotecarios no valen lo que dicen los libros contables, obligaría a los prestamistas a asumir pérdidas. Si éstas son grandes, la solvencia de los bancos está en duda. En Francia, los mercados no están tan escépticos ante la capacidad del gobierno de pagar sus cuentas y cumplir con las obligaciones de intereses, sino que se preocupan más por un potencialmente costoso rescate gubernamental de los bancos que tienen mucha deuda de gobiernos extranjeros.
Entonces, los bancos y los inversionistas igualmente prestan, a menudo a tasas de interés que reflejan el riesgo de que no cobren. Si todo sale bien, ganan mucho dinero. De lo contrario, y hay mucho dinero en juego, los contribuyentes pagan las cuentas.
"Las partes que tienen pérdidas contractuales intentan pasar esas pérdidas a otros, especialmente a los contribuyentes", afirma Edward Kane, economista de Boston College. "Estas crisis tienden a prolongarse mientras haya una posibilidad de trasladar las pérdidas a los contribuyentes".
Entonces primero está la negación, luego los retrasos y por último, el disimulo. Esto tiene costos. Los préstamos bancarios son uno. "Los bancos no están ansiosos de otorgar crédito, porque no saben cuánto capital tienen, y les resulta difícil levantar dinero, porque los inversionistas no están seguros de su condición financiera", sostiene John Makin, del American Enterprise Institute.
Los contribuyentes van a pagar algunos platos rotos. ¿Cuántos? Hasta que no se decida eso, la crisis continuará.
El gasto social europeo (la imposibilidad europea de sobrevivir en una tierra "plana")
(El Confidencial – 25/2/11)
¿Más Europa?
"Los líderes europeos piden una mayor unión para salir de la crisis pero la opinión pública desconfía cada vez más de las instituciones comunes"… ¿Una Europa euroescéptica? (El País – 25/11/11)
¿Más Europa? Esa parece ser una de las soluciones propuestas a la crisis económica y política que asola al continente. La forma concreta que esa "mayor" Europa tome no está nada clara (creación de un tesoro europeo, establecimiento de impuestos europeos, fortalecimiento de los mecanismos de control fiscal por parte de las instancias supranacionales,…), pero todas ellas parecen pasar por una nueva ronda de transferencias de soberanía hacia las instituciones supranacionales en el ámbito de la política económica.
Nada hace pensar que los líderes europeos encuentren en la opinión pública europea un aliado en este proceso. Según el Eurobarómetro (de inicios del año 2011), menos de la mitad de los europeos (un 47%) creen que la pertenencia de su país a la UE ha sido algo positivo (frente al 18% que piensa que ha sido algo malo y al 31% que considera que no ha sido ni bueno ni malo), y solo el 41% confía en la Unión Europea (frente a un 47% que desconfía). Si preguntamos a los europeos sobre algunas de las reformas propuestas, como un mayor papel de las instituciones supranacionales en la definición de la política fiscal, los resultados son incluso menos esperanzadores.
En cierto sentido, que el euroescepticismo esté en auge no debería sorprendernos. Una de las regularidades empíricas más estables encontradas por los estudiosos de la opinión pública europea es que el apoyo al proceso de integración está muy correlacionado con el ciclo económico: los europeos apoyamos la integración en los años de bonanza económica y nos hacemos euroescépticos en las crisis. Si observamos la evolución de la desconfianza hacia la Unión Europea por países, se aprecia que son los países que están atravesando mayores dificultades económicas aquellos donde el ascenso del euroescepticismo es más acusado.
Mientras que en los países escandinavos (con poblaciones tradicionalmente muy euroescépticas) la desconfianza de sus poblaciones hacia Europa de hecho se ha reducido ligeramente en la última década, en los países del centro del continente y, sobre todo, en la periferia más afectada por la crisis (los famosos PIIGS), se puede detectar un claro aumento de la desconfianza hacia la UE en los últimos cinco años. Por el papel central que, según algunos, la opinión pública alemana ha jugado en la capacidad de los líderes europeos de adoptar determinadas decisiones, es particularmente preocupante el aumento de la desconfianza hacia la UE en este país que, a pesar de no haber sufrido apenas la crisis económica, ha visto cómo su nivel de desconfiados hacia Europa ha aumentado en solo cuatro años en veinte puntos, hasta colocarse en un 55%.
Menos de la mitad de la población europea cree que la UE ha sido positiva
¿Qué papel ha jugado la existencia de la moneda única en este proceso de auge del euroescepticismo? Resulta complicado establecer nítidas relaciones de causalidad con estos datos, pero es llamativo que dos de los tres países que decidieron quedarse fuera de la unión monetaria tienen hoy índices de confianza en la UE mejores que hace una década, mientras que, con la excepción de Finlandia, todos los miembros de la eurozona han visto cómo el euroescepticismo crecía en sus poblaciones. El caso de Grecia es el más dramático de todos: mientras que en el 2001 tres cuartos de la población confiaban en la UE y un cuarto desconfiaba, en 2011 la relación se ha invertido: hoy sólo un tercio de la población confía en la UE, y dos tercios desconfían.
¿Han cambiado las características de los individuos europeístas y euroescépticos a lo largo de esta década? Un análisis en detalle de los determinantes de la desconfianza a nivel individual revela que si bien muchas características de los individuos (edad, clase social) siguen estando asociadas de la misma forma que hace diez años con diferentes opiniones sobre la UE, el efecto de la ideología del individuo ha cambiado de dirección: en 2001 los europeos de izquierdas tendían, en media, a desconfiar menos de la UE que los de derechas. Hoy sucede lo contrario: ideológicamente, son los europeos de izquierdas los que más desconfían de la UE.
Si, como apuntan estos datos, la crisis económica y su gestión ha deteriorado el apoyo a la UE en los países más duramente afectados por la crisis y entre los sectores más progresistas de la población, ¿existen formas de recobrar la confianza de los europeos en la UE y de dotar de una legitimidad democrática a los intensificación del proceso de integración de la que ahora carece?
Es cierto que, dada la heterogeneidad de intereses que conviven en la UE, la capacidad de adoptar políticas que agraden a amplios sectores de europeos y que hagan por tanto recobrar la confianza de éstos en las instituciones supranacionales es limitada. Sin embargo, los propios datos de Eurobarómetro muestran que sí existen políticas demandadas de manera casi unánime por los europeos: la abrumadora mayoría de los europeos creen que la Unión Europea debería endurecer las políticas contra los paraísos fiscales (89%), regular los salarios en el sector financiero (82%), o establecer un impuesto a los beneficios de los bancos (84%) o a las transacciones financieras (el 72%). La UE puede aprovechar el amplio consenso ciudadano sobre estas cuestiones como una oportunidad para ganar la confianza ciudadana que ha perdido durante la crisis. O puede elegir ignorar estas demandas y agrandar los problemas de desconfianza ciudadana a medida que estas cuestiones sean cada vez más centrales en la agenda política de los europeos. Hagan ustedes sus apuestas.
Si se sustituye la economía real por la financiera ¿puede el capitalismo morir de éxito?
– ¿Es sostenible el capitalismo moderno? (Project Syndicate – 2/12/11)
(Por Kenneth Rogoff) Lectura recomendada
Cambridge.- A menudo me preguntan si la reciente crisis financiera global marca el comienzo del fin de la era del capitalismo moderno. Es una pregunta curiosa porque al parecer se presupone que existe un sustituto viable esperando tomar el relevo. La verdad de las cosas es que, al menos por ahora, las únicas alternativas serias al paradigma anglo-estadounidense dominante actual son otras formas de capitalismo.
Pareciera que el capitalismo continental europeo, que combina generosos beneficios sociales y de salud; y un horario de trabajo razonable, aunado a periodos de vacaciones largos, una jubilación temprana; y distribuciones del ingreso relativamente equitativas, parecería ser muy recomendable -pero carece de sostenibilidad. Se afirma generalmente que el capitalismo darwiniano chino, con empresas de exportación que operan en un ambiente de encarnizada competencia, una frágil red de seguridad social y una extensa intervención gubernamental, es el heredero inevitable del capitalismo occidental, aunque solo sea por el enorme tamaño de China y su tasa de crecimiento proporcionalmente desmesurada. Con todo, el sistema económico chino está evolucionando continuamente.
En efecto, no es claro cuánto más seguirán transformándose a sí mismas las estructuras financieras, económicas y políticas chinas, y si ese país en última instancia mutará en una nueva forma de capitalismo. En cualquier caso, a China todavía le aquejan las vulnerabilidades financieras, económicas y sociales comunes de un país de bajos ingresos de rápido crecimiento.
Tal vez, el asunto central es que en todo el panorama histórico, todas las formas actuales de capitalismo son finalmente temporales. El capitalismo moderno ha tenido resultados extraordinarios desde el comienzo de la Revolución Industrial hace dos siglos, que sacó de la pobreza absoluta a miles de millones de personas. En términos comparativos, el marxismo y el socialismo autoritario han tenido resultados desastrosos. Sin embargo, a medida que la industrialización y el progreso económico se extienden en Asia (y ahora en África), algún día la lucha por la subsistencia ya no será un imperativo principal, y las numerosas fallas del capitalismo contemporáneo podrían parecer más importantes.
Primero, incluso las principales economías capitalistas no han podido valorar efectivamente los bienes públicos como el aire limpio y el agua. El fracaso para lograr concluir un nuevo acuerdo global de cambio climático es sintomático de esta parálisis.
Segundo, el capitalismo ha producido una gran riqueza pero, al mismo tiempo, extraordinarios niveles de desigualdad. La creciente brecha es en parte solo un efecto secundario de la innovación y el espíritu empresarial. Las personas no se quejan del éxito de Steve Jobs; sus contribuciones son obvias. Sin embargo, no siempre resulta así: una gran riqueza permite a los grupos e individuos comprar poder político e influencia, que a su vez ayuda a generar una mayor riqueza. Solamente pocos países –Suecia, por ejemplo, han podido interrumpir este círculo vicioso sin colapsar el crecimiento.
El tercer problema es la oferta y distribución de servicios médicos; un mercado que no logra satisfacer varios de los requisitos básicos necesarios para que el mecanismo de los precios genere eficiencia económica, empezando con la dificultad que encaran los consumidores para evaluar la calidad de su tratamiento.
El problema se agravará: con seguridad aumentarán los costos de los servicios de salud como proporción del ingreso a medida que las sociedades sean más ricas y más viejas, y probablemente rebasarán el 30% del PIB dentro de unas décadas. En el mercado de los servicios de salud, quizá más que en cualquier otro, muchos países están luchando con el dilema moral de cómo mantener los incentivos para producir y consumir eficientemente sin generar disparidades inaceptablemente grandes en el acceso a esos servicios.
Es irónico que muchas sociedades capitalistas modernas realicen campañas públicas para instar a las personas a poner más atención a su salud, mientras se promueve un ecosistema económico que induce a muchos consumidores a una dieta extremadamente malsana. De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, un 34% de los estadounidenses son obesos. Es claro que la forma convencional de medir el crecimiento económico -que implica un mayor consumo– no puede ser un fin en sí mismo.
Cuarto, los sistemas capitalistas actuales subestiman considerablemente el bienestar de las generaciones futuras. Esto no ha sido importante en gran parte del periodo desde la Revolución Industrial, pues el continuo avance tecnológico ha superado las políticas miopes. En general, cada generación ha tenido mucho más éxito que la precedente. Sin embargo, como la población mundial está rebasando los siete mil millones, y los presagios de escasez de recursos se hacen cada vez más evidentes, no hay garantía de que se pueda mantener esta trayectoria.
Por supuesto, las crisis financieras son el quinto problema, tal vez el que recientemente ha provocado más exámenes de conciencia. En el mundo de las finanzas, la continua innovación tecnológica no ha reducido notoriamente los riesgos, y bien podría haberlos ampliado.
En principio, ninguno de los problemas del capitalismo es insuperable, y los economistas han ofrecido una serie de soluciones basadas en el mercado. Un alto precio global del carbón induciría a las empresas y las personas a internalizar el costo de sus actividades contaminantes. Se pueden diseñar sistemas fiscales que ofrezcan un mayor margen de redistribución del ingreso sin que ello conlleve necesariamente distorsiones paralizantes, mediante una minimización de los gastos fiscales no transparentes y manteniendo bajas las tasas marginales. Lograr precios efectivos de los servicios de salud, incluidos los de los tiempos de espera, podría fomentar un mejor equilibrio entre la equidad y la eficiencia. Los sistemas financieros podrían estar mejor regulados, dando una atención más rigurosa a las acumulaciones excesivas de deuda.
¿Será el capitalismo víctima de su propio éxito en la producción masiva de riqueza? Por ahora, por muy de moda que pueda estar el tema de la desaparición del capitalismo, la posibilidad parece remota. No obstante, mientras sigan creciendo la contaminación, la inestabilidad financiera, los problemas de salud y la desigualdad, y mientras los sistemas políticos continúen paralizados, dentro de pocas décadas el futuro del capitalismo podría no parecer tan seguro como lo parece ahora.
(Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Harvard, fue economista en jefe del FMI. Copyright: Project Syndicate, 2011)
El fin de la socialdemocracia… y lo que vendrá después
"El lunes y el martes hubo mucha gente en las calles, muchos de ellos fueron arrestados. Y hoy habrá mucha más gente". El periodista griego con el que había acordado una entrevista para analizar los sucesos que está viviendo su país (sólo en esta semana, una huelga general de 48 horas que se desarrolló ayer y anteayer, con numerosos incidentes tras la aprobación del plan de Papandreu) me canceló la cita: lo que estaba ocurriendo en la calle era demasiado significativo como para perdérselo. Y no es mal ejemplo de lo que está comenzando a ocurrir en toda Europa: quizá pueda entenderse el asunto griego como una excepción al orden de cosas general, como una situación causada por malos gobernantes o por haber vivido por encima de sus posibilidades durante mucho tiempo, pero lo cierto es que su malestar comparte causa con muchos de los conflictos europeos. Como señala Pablo Antonio Moreno, profesor de economía política de la Universidad CEU San Pablo, "los estados hoy no tienen dinero, por lo que toman medidas antipopulares. Parece que no hay otra solución. Estamos todos pagando los errores, y a España le va a pasar lo mismo"… Huelgas y represión: el futuro de la política europea (El Confidencial – 30/6/11)
Por eso, las masivas manifestaciones helenas y las últimas movilizaciones británicas no son más que expresiones diferentes del mismo problema, el de los recortes que ambos gobiernos (en proporciones muy distintas) llevan tiempo aprobando. Y ese clima presupuestariamente restrictivo va a llevar a la calle a muchos ciudadanos europeos en los próximos meses. También en España, afirma Moreno: "Como el país está económicamente en la ruina y tenemos una clase política descastada y desgastada, el Gobierno que entre va a tener que tomar, sin lugar a dudas, medidas muy duras para reactivar la situación política económica y social de nuestro país".
En ese sentido, la huelga de funcionarios británicos prevista para el 30/6/11 es una buena muestra de algunos de los puntos futuros de conflictividad, que serán más notorios cuanto más avancen las políticas de austeridad. Uno de los aspectos materiales que más han empujado para que la huelga se convoque ha sido la reforma de las pensiones. Un tema importante, señala Miguel Martínez Lucio, profesor de Human Resources Management de la Manchester Business School, "porque supone una bajada indirecta de sueldos y porque las pensiones previstas para este colectivo son ya inferiores a las del sector privado. Pero sobre, todo porque hablamos de trabajos como los de asistente social, maestro de escuela o policía en los que el número de agresiones sufridas por los funcionarios públicos se están multiplicando. Y si no conservas una oferta económica decente, ¿cómo vas a atraer a la gente a un puesto donde la violencia es habitual? Por eso hay apoyo a la huelga: la gente sabe que es duro ser hoy un profesor o un asistente social".
A pesar de no ser una huelga general, todo está preparado para que sea una gran movilización. Los sindicatos convocantes son cuatro, tres de la educación, NUT (National Union of Teachers 200.000 afiliados), ATL (Association of Teachers and Lecturers, 160.000) y UCU (University and College Union, 120.000) y uno de los servicios públicos, PCS (Public and Commercial Services Union, 300.000), cuyos afiliados se han manifestado masivamente a favor de la huelga, lo cual hace pensar en un seguimiento elevado. Para Andrew Richards, profesor de Ciencia Política en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales de la Fundación Juan March, "tras 20 años en los que los niveles de conflicto industrial han sido bastante bajos, una movilización como esta es significativa, aun cuando no llegue a los niveles mucho más elevados de una huelga general". No obstante, el panorama apunta hacia un ambiente generalizado de confrontación. Por una parte, apunta Martínez Lucio, en septiembre (2011) está prevista la movilización de académicos y de estudiantes universitarios, y para octubre, señala Richards, los dos sindicatos más grandes del sector público, UNISON (con más de 1.375.000 afiliados) y UNITE (más de 1.000.000) están planificando huelgas.
En todo caso, estas movilizaciones "no son más que expresiones específicas de un conflicto más general, ya que todo proviene del problema de la crisis económica y de cómo la están resolviendo a base de recortes". Y ello no sólo supone la rearticulación de muchas posiciones sociales, sino también la reordenación o desaparición de muchos de los viejos actores, En ese contexto, los partidos socialdemócratas aparecen especialmente desubicados, ya que han de aplicar políticas que no coinciden con su ideario y que son ampliamente rechazadas por muchos de sus votantes. En el caso británico, señala Richards, "el comportamiento del partido laborista ha decepcionado notablemente a los sindicatos, ya que su líder, Ed Milliban, se ha manifestado en contra de la huelga, perdiendo así una gran oportunidad de articular un discurso narrativo que refleje las preocupaciones de una sociedad".
Para Richards, hubiera sido mucho más coherente que el pequeño de los Milliband hubiera afirmado que, a pesar de vivir una solución económicamente grave, habrían de buscarse soluciones que no pasaran por la confrontación con los sindicatos y los trabajadores. "Al no hacerlo así, es probable que muchos de quienes van a la huelga acaben pensando, al igual que ocurría en las movilizaciones españoles, que apenas hay diferencia entre los dos principales partidos".
Lo que ha ocurrido a los laboristas es que su líder no ha querido aparecer como un político que apoya las huelgas, sino como una alternativa creíble de los conservadores, señala Martínez Lucio, "alineándose con la tendencia general de los partidos socialdemócratas europeos, que tiene miedo de aliarse con las propuestas radicales contra la crisis. Sin embargo, en este caso han perdido una gran oportunidad, no sólo porque haya mucho apoyo para los sindicatos en la sociedad británica sino porque no estamos hablando de una huelga de trabajadores bien pagados con condiciones laborales de lujo que defienden sus privilegios, sino de empleados que trabajan en condiciones muy complicadas".
El problema de fondo, afirma Martínez Lucio, es que los socialdemócratas europeos han aceptado en gran medida el discurso liberal-conservador sobre los orígenes de la crisis y sobre cuáles deben ser las soluciones. Y, por eso, la crisis parece estar dejando sin sitio a una socialdemocracia cada vez más cuestionada. De una parte, los poderes financieros que les demandan austeridad tienden a no fiarse de la voluntad de hacer reformas de los partidos de centro izquierda; por otra, sus electores no coinciden ni en la necesidad de los recortes ni en el modo en que están actuando respecto de esos mismos poderes financieros. Desde esta perspectiva, las movilizaciones están siendo perjudiciales para los partidos de izquierda parlamentaria, situados en una tierra de nadie que les obliga a hacer cada vez mayores equilibrios.
La cuestión es dónde va a ir a parar ese caudal de descontento. El descreimiento y el alejamiento de la política es una opción y el aumento de la presencia social del populismo es otra, pero la hipótesis que más suele manejarse es el surgimiento de un nuevo tipo de izquierda. Moreno descarta esta posibilidad, ya que, afirma, "la izquierda lleva años estancada, ni ha dado el perfil ni ha ofrecido programas ni ha hecho nada. Y los sindicatos ahí están, chupando del frasco del Estado, sin que sepamos dónde va a parar el dinero que se les da".
Sin embargo, lo que nos está diciendo la experiencia de las movilizaciones europeas es que, más allá del signo que tengan, están apareciendo novedades sustanciales en la política que tiene poco que ver con las claves bajo las que estábamos acostumbrados a analizarla. Entre ellas:
1 En países como el Reino Unido, señala Martínez Lucio, está aumentando tanto la afiliación a los sindicatos como su presencia social. "Dado que el sistema electoral británico dificulta la existencia de partidos minoritarios y prácticamente imposibilita un espacio de izquierda fuera del partido laborista, son las formaciones sindicales las que están empezando a jugar este papel de izquierda alternativa. Desde hace unos años están apareciendo nuevos líderes sindicales, algunos de los cuales siguen militando en el partido laborista, que están ocupando claramente ese espacio". Lo que está por verse es cómo transforman esa presencia en algún tipo de poder político.
2. Las alternativas son cada vez más numerosas y fragmentadas, como demuestran múltiples ejemplos europeos (los últimos, España y Grecia). En un sentido, porque están apareciendo nuevos jugadores políticos, que van desde UPyD hasta el Frente Nacional francés pasando por la apuesta centrista de François Bayrou, el ascenso de los Liberal Demócratas en el Reino Unido o por la recomposición de la izquierda alemana en Die Linke, lo cual está produciendo un juego de intereses político cada vez más fluido. Pero, en otro, porque se está generando un magma de organizaciones jóvenes, bien estructuradas, que están potenciando cada vez más la sociedad civil (como se ha notado en el 15 M español) pero que carecen de un conductor articulado". Sin embargo, y aunque "este no sea un fenómeno nuevo, porque llevamos en esa situación fragmentada un periodo relativamente largo", está cobrando cada vez más importancia, lo que está haciendo fermentar un caldo de cultivo del que va a surgir algo, aun cuando no pueda adivinarse todavía el qué.
– Del "conservadurismo compasivo" del Imperator George W. Bush, a la "sociedad participativa" del Koning Willem Alexander I
El Gobierno gestionó de forma generosa la protección social hasta la crisis. Holanda aboga por sustituir el Estado del bienestar por una "sociedad participativa"
"La apertura oficial del año parlamentario en Holanda ha sido el escenario escogido por el actual Gobierno, de centro izquierda, para anunciar la sustitución del "clásico estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una sociedad participativa". Una forma aséptica de advertir a la ciudadanía de que la crisis sigue golpeando, y "cada holandés debe adaptarse a los cambios que se avecinan""… Holanda aboga por sustituir el Estado del bienestar por una "sociedad participativa" (El País – 17/9/13)
El entrecomillado procede del discurso de la Corona, pronunciado por primera vez por el nuevo rey, Guillermo Alejandro, pero escrito por un Ejecutivo en horas bajas. "El paso hacia una sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos", agregó el monarca.
Una coalición de liberales y socialdemócratas, cuyos planes son considerados nefastos por un 80% de la población, según la encuesta más reciente, encargada por la televisión nacional (NOS). Del mismo sondeo de urgencia se deduce que los holandeses confían más en el mundo empresarial, y la propia regeneración de la economía mundial, que en la capacidad de sus políticos para salir de la crisis. La razón de su desánimo responde al anuncio de un nuevo ajuste de 6.000 millones de euros y el duro cálculo económico de la Oficina Central de Planificación para 2014: el paro llegará hasta el 7,5%; el déficit sumara un 3,3%, superando el límite del 3% exigido por Bruselas, y el poder adquisitivo bajará un 0,5%. La Oficina es el órgano de referencia en cuestiones de macroeconomía, y el Gobierno remite los presupuestos generales a sus expertos para su estudio. De ahí que las previsiones hayan sido publicadas sin problemas, y Mark Rutte, primer ministro liberal, y Diederik Samsom, líder socialdemócrata, hayan podido aferrarse a otro dato esencial. El que cifra el crecimiento económico en un 0,5% y ha permitido al rey Guillermo lanzar un tímido mensaje esperanzador. "Si bien la crisis sigue notándose, hay señales positivas que llevan a pensar que está llegando a su fin y hay perspectivas de mejora para Holanda", ha dicho.
Vestido de gala pero no de uniforme militar, y flanqueado por su esposa, la reina consorte Máxima, el monarca ha querido contribuir a la sobriedad general. Es verdad que había gran expectación por ver a Máxima sentada en un trono, aunque fuera más pequeño. Después de cuatro soberanas seguidas, es la primera vez en 126 años que una consorte real acompaña al rey de Holanda en la apertura parlamentaria. Las calles estaban llenas para verles pasar en carroza, pero dentro no ha habido cortejo. A la Sala de los Caballeros del antiguo Parlamento medieval de La Haya le ha acompañado su hermano, el príncipe Constantino, y su mujer, Laurentien. Solo los cuatro han aparecido luego en la tradicional escena del balcón, su estreno desde la abdicación de Beatriz, actual princesa. Pero que nadie se engañe. El nuevo modelo social que se avecina, cada vez menos ideológico y más cercano a la tecnocracia, afectará a todos.
El rey ha recordado el endeudamiento de las familias, la delicada situación de los bancos y la necesidad de reducir el déficit. Ha subrayado la idoneidad de "unas reformas que requieren tiempo" y ha señalado que su país debe ser "un pueblo fuerte y consciente capaz de adaptar los cambios a su vida". A continuación, ha explicado por qué se descentraliza de este modo: "La gente quiere decidir por sí misma, organizar su vida y cuidar unos de otros". ¿Cómo se traduce todo ello a pie de calle?
Parte de los costes de los dependientes y enfermos crónicos, asistencia social y programas de reintegración laboral pasarán a manos municipales. Se trata de mejorar el servicio, pero los ayuntamientos disponen para estas partidas de la mitad del presupuesto estatal. Otro ejemplo son los subsidios para menores de seis años, y a partir de esa edad, que se uniformarán a la baja; el salario de los funcionarios se congela aunque pagaran menos primas sanitarias; el Ejército recortará 2.300 puestos (en 2011 ya se aprobó una reducción de 12.000 militares); el Estado ahorrará 750 millones en medicinas al reducir las pagadas por el seguro; los declarados incapaces para trabajar recibirán menos ayudas extra y todos los ministerios ahorraran, en conjunto, 165 millones de euros, entre otras medidas.
Las reacciones fueron inmediatas y repartieron alabanzas y críticas a partes iguales. Las primeras, para Guillermo, que estuvo "impecable al añadir lo personal recordando a su madre y a su hermano muerto, el príncipe Friso, a un discurso de peso", según Sybrand Buma, líder democristiano, que resumió el sentir del resto de sus colegas parlamentarios. Las críticas se las llevó la sociedad participativa promovida por el Gobierno. "Es una ofensa para la gente y una política destructiva", dijo Emile Roemer, jefe del Partido Socialista, radical. "Holanda es el enfermo de Europa porque no se reforma", añadió el propio Buma, en cuanto pasó del rey a política. "No hay soluciones rápidas e indoloras. La economía se recupera más despacio de lo esperado. Aunque seguimos entre los países más ricos y competitivos del mundo, en términos de bienestar estamos como en 2007. Pero hay perspectivas, y estas reformas sientan la base de una recuperación sostenida", contestó el ministro de Finanzas, Jeroen Dijsselbloem, al depositar su cartera con los presupuestos en el Parlamento, que la discutirá en la tercera semana de septiembre (2013).
"La ironía enseña los dientes en esta crisis de nunca acabar. La próspera y calvinista Holanda, firme aliada de Berlín y Bruselas para imponer políticas de austeridad a rajatabla a todo el continente, empieza a caer en su propia trampa. Nadie presionó tanto para impulsar la rectitud con las cuentas públicas de la eurozona: Holanda se ve obligada ahora a probar su propia medicina, el pacto fiscal y los denominados Six Pack y Two Pack, una especie de Sagradas Escrituras de la austeridad para dificultar que los Gobiernos tomen medidas anticíclicas (en plata, que en medio de una recesión el Estado gaste y se endeude para compensar el hundimiento de la demanda privada). El Ejecutivo aprobó ayer un nuevo recorte para el año próximo, de 6.000 millones de euros -el 1% del PIB-, para tratar de cumplir los objetivos fiscales marcados por la Comisión Europea. No parece capaz de lograrlo: la prestigiosa DCP, el centro oficial de planificación económica, lleva tiempo avisando de que la tijera agravará la recesión e impedirá, por tanto, alcanzar las metas fiscales. Salvando las distancias, algo parecido a lo que ocurre más al sur, en toda la periferia"… El Gobierno de Rutte se enfrenta a su propia trampa de la austeridad (El País – 17/9/13)
El comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, concedió en mayo (2013) un año extra -hasta 2014- al país para alcanzar un déficit del 3% del PIB, ante el deterioro de la economía y en línea con la nueva retórica en boga en Bruselas, más suave con los recortes y más proclive a las reformas. Pero el pinchazo de la burbuja inmobiliaria empieza a hacer estragos, la crisis financiera afecta a tres de los cuatro grandes bancos, el paro sigue al alza (en niveles bajos, en torno al 7%, pero creciendo a toda velocidad) y la confianza de consumidores y empresas va de mal en peor. Rehn reclamó justo antes del verano que La Haya hiciera "un esfuerzo fiscal adicional de al menos un 1% del PIB", exactamente la cifra aprobada, para bajar de ese listón del déficit del 3% en 2014. Pura ficción: ese tijeretazo provocará un agravamiento de la crisis e impedirá a Holanda cumplir con los objetivos fijados por la Comisión, según el citado DCP. El déficit se irá hasta el 3,3% en 2014, medio punto más de lo previsto. La economía caerá el 1,25% en el año 2013.
"La única vía para que España e Italia salgan de la crisis es que hagan cambios en el mercado de trabajo y sigan aprobando reformas y recortes", decía un impulsivo Mark Rutte, el primer ministro holandés, en junio del año pasado. Ahora le toca a él: su Gobierno ha aplazado algunas reformas para no agravar la recesión, y se ha visto obligado a desistir de un recorte más ambicioso, tras coquetear con un tijeretazo aún mayor para cumplir con Bruselas.
El malestar ciudadano crece: la coalición de Gobierno se desploma en las encuestas, víctima de esa política económica. El ministro de Finanzas y presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, avisa de que el país debe recuperar el impulso reformista y defiende los recortes como la única vía para conseguir un crecimiento sostenible, un discurso calcado al que dedica al sur de Europa. Pero las agencias de calificación ya han amenazado con retirar la triple A (la máxima nota crediticia), una auténtica obsesión en La Haya. Y ni siquiera los economistas más conservadores apoyan el abuso de tijera: Coen Teulings, del DCP, aseguraba hace unas semanas que rebajas adicionales del gasto "pueden decapitar la recuperación". "Holanda se ve obligada a ser más papista que el Papa: se le caen los ingresos públicos por la recesión, el consumo se desploma por efecto precaución y las propias políticas que ellos han dictado a la UE les llevan ahora a esos nuevos recortes que pueden ser contraproducentes", explica Luis Garicano, profesor de la London School of Economics afincado en Holanda. "Lo que necesita el país es lo contrario: de alguna manera, este es un ejemplo paradigmático de las consecuencias del triunfo de la ideología sobre la razón", cierra.
"Femke tiene 78 años, padece diabetes y dos de sus mayores problemas asociados: hipertensión y limitaciones funcionales porque no camina bien. Vive sola en el norte de Holanda, recibe una pensión estatal y es ayudada en su aseo personal, comida, limpieza de la casa y paseos por una asistenta especializada pagada por la sanidad pública. Femke, que no quiere dar más datos privados, forma parte del segmento de población necesitado de cuidados de larga duración, que serán recortados en la nueva sociedad surgida de la crisis. Basada en la solidaridad y la iniciativa privada, cuenta con las familias para hacerse cargo de sus mayores y dependientes. De los ayuntamientos y los propios vecinos, espera a su vez que regulen servicios antes generales. En suma, un modelo social con menos subsidios y ayudas más costosas, en lugar del Estado de bienestar levantado durante los últimos sesenta años"… Holanda se prepara para pasar del bienestar a la solidaridad ciudadana (El País – 21/9/13)
La transición no será fácil. El Gobierno de centro izquierda tendrá que pactar con la oposición para sacar adelante un ajuste (6.000 millones de euros añadidos a los 46.000 millones aprobados desde 2010) que afectará sobre todo a los pensionistas, y reducirá las subvenciones para familias con niños pequeños. Estas últimas varían en función de los ingresos y el número de hijos, y facilitan el pago de las guarderías. Pero la mayor revolución no será contable. Hasta que la recesión y el paro asomaron con fuerza, el Estado ha gestionado la protección social de forma generosa (los subsidios abarcan a la prole menor de edad, residente en el extranjero, de los padres inmigrantes asentados en Holanda). A cambio de pagar sus seguros e impuestos, el contribuyente lo tiene todo regulado.
Es lo que Sadik Harchaoui, presidente del Consejo para el Desarrollo Social, órgano asesor del Gobierno, denomina "solidaridad indirecta". "Al estar todo cubierto, ha subido el estándar de vida y la sensación de felicidad. Pero este sistema es anónimo y ha generado a su vez individualismo. Ha erosionado el papel de los ciudadanos en la sociedad. Porque la solidaridad directa, la del apoyo mutuo, tiene un fuerte componente emocional. Ahora que ya no hay dinero público como antes, el Ejecutivo apela justamente a la solidaridad directa", dice.
Con parientes lejanos, Femke no sabe qué será de ella. ¿Perderá la asistenta que le ayuda a moverse para evitar problemas circulatorios? ¿Irá menos horas a la semana, o será un grupo de vecinas, con o sin apoyo municipal, el que se cubra sus necesidades? Ella entiende que la crisis manda, pero pregunta quién pagará por los servicios.
"El Estado ha gestionado el bienestar en las últimas décadas y su obligación era evitar las diferencias. Las iniciativas cívicas no son nuevas, pero en cuanto entren en juego fondos privados y locales, puede haber desigualdades. Y los holandeses no están acostumbrados a ello. Por eso es fundamental organizar bien el cambio de mentalidad propuesto. Pasar de recibir un subsidio, sin más, a la solidaridad directa, no es fácil", añade Harchaoui. Wim y Mariette Brugge, ambos de 36 años, con dos niños de cuatro y dos años, son el prototipo de ciudadano capaz de adaptarse al nuevo orden. Su generación ha ejercido con naturalidad la solidaridad del voluntariado y las campañas humanitarias, buen dato. Sus dudas, sin embargo, son parecidas a las de Femke. Tenían a los dos pequeños en la guardería tres días, y ahora solo va el mayor. Sus padres viven en otra región, y Mariette, que trabaja en una tienda de modas, ha visto reducida su jornada a los fines de semana por la crisis. Wim es taxista sin coche propio y el domingo no circula, así que una vecina se ocupa el sábado de los niños. "Es un momento de incertidumbre. Han subido el precio de la guardería porque hay menos niños. Ya veremos qué pasa", dicen, desde el comedor de su piso en Haarlem.
"Todos sabemos que hay que recortar gastos sociales. Cómo lograrlo es otra cosa", asegura Paul Schnabel, sociólogo y exdirector de la Oficina Central de Planificación económica, asesora por excelencia del Gobierno. "Este Gabinete es poco popular, pero a gran parte de la oposición no le conviene que caiga. Quedaría todo en manos de los que suben ahora: la derecha (del líder xenófobo) Geert Wilders, el socialismo radical y el partido de los pensionistas. Ninguno está capacitado para gobernar", afirma. Schnabel subraya la importancia del Estado de bienestar y el rechazo que genera su merma, pero recuerda que "el PIB no sube, la recesión se alarga ya cinco años, y no hay dinero para pagar; la gente tendrá que adaptarse". Harchaoui está de acuerdo, aunque intenta suavizar el golpe en la despedida: "Si el Estado traslada sus tareas de protección social a los particulares, tal vez podrían bajarse algo los impuestos", sugiere.
"Es uno de los países que mejor representa el Estado de bienestar europeo, ese sistema de seguridad social estatal promovido a partir de la posguerra que garantizó altos niveles de equidad en el viejo continente. Pero el nuevo rey de Holanda, Guillermo Alejandro, manifestó en su primer discurso ante el Parlamento que el "Estado de bienestar clásico de la segunda mitad del siglo XX está terminado" y debe ser sustituido por "una sociedad participativa"… El adiós de Holanda a uno de sus pilares: el Estado de bienestar (BBCMundo – 30/9/13)
Obviamente, el monarca no hablaba a título personal sino en representación del gobierno de coalición entre liberales (derecha) y laboristas (centro-izquierda) que ganó las elecciones a fines del año pasado con un mensaje de austeridad.
Según Diederik Boomsma, de la conservadora Fundación Edmund Burke en Holanda, el mensaje apunta a un cambio impostergable. "El Estado no puede ocuparse de todo. Cuando el gobierno habla de una sociedad participativa está promoviendo que una red de ciudadanos se haga cargo de cosas que hasta ahora suministraba el Estado. Si alguien está desempleado, su red familiar y de amigos pueden darle los contactos para encontrar trabajo en vez de esperar que lo haga el Estado con impuestos que pagamos todos y afectan el crecimiento económico", le dice Boomsma a BBC Mundo.
El Estado de Bienestar se consolidó en Europa como un intento de garantizar que el conjunto de la sociedad, incluidos los más pobres, tuviera acceso a servicios básicos como salud, educación, pensión y seguro de desempleo, todo financiado con impuestos. La actual crisis sobrevino cuando a la carga impositiva se le añadió la profunda crisis económica que sacudió a Europa a partir del estallido financiero mundial de 2008. Las anécdotas de excesos en el Estado de bienestar, siempre jugosas, se multiplicaron por los medios de comunicación y los partidos políticos holandeses que reivindicaban la austeridad.
Una de las más citadas se refiere a los que cobran el seguro de desempleo, aunque no lo necesitan o trabajan en negro. "El Estado de bienestar corrompe a la gente que recibe los beneficios porque los hace dependientes de esta ayuda, al Estado porque crea una burocracia gigantesca y a la sociedad porque nadie hace nada por el resto", comenta Boosma.
El primer ministro Mark Rutte reprendió recientemente a los holandeses que trataban al Estado como una "maquinita de la felicidad". Según los críticos, uno de los más acabados ejemplos de esta "maquinita" es la propuesta del socialista Alderman Peter Verschuren en 2008 para que se aumentara la ayuda estatal de modo que los beneficiarios pudieran reemplazar sus viejos televisores por los más modernos de pantalla plana.
Desde la coalición gubernamental el Partido Laborista alerta que no se trata de abolir el sistema sino de mejorarlo, como le indica a BBC Mundo René Cuperus, de la fundación laborista Wiardi Beckman Stichting. "La necesidad de reforma no viene sólo de ahora. En los 90 había un millón de receptores del beneficio de invalidez para un país con una población de 16 millones de personas. Esto se ajustó y cambió. Algo similar se está haciendo ahora", añade.
Pero si bien los excesos existen, el discurso del rey no cayó del cielo. Este septiembre (2013) el parlamento de Holanda se embarca en una incierta batalla para la aprobación de un ajuste de 6.000 millones de euros, que incluye una reducción de los subsidios de salud, las pensiones y las ayudas por desempleo. Con la crisis de la deuda soberana europea desatada por Grecia en 2010, Holanda se ha comportado como el alumno modelo de la Austeridad recortando el gasto público por más de 46.000 millones de euros. Lejos de subsanar el déficit fiscal o volver al crecimiento, hoy atraviesa la tercera recesión en tres años.
El círculo vicioso es típico de los programas de ajuste. Al recortar el gasto cae la actividad económica, se recauda menos (por menor consumo y producción) y se gasta más (por creciente desempleo), todo lo cual termina con un agujero mayor de las cuentas fiscales.
El líder del Partido Socialista, Emile Roemer, advirtió que en realidad no se busca modernizar el Estado de bienestar, sino cerrar las cuentas. "Es una política destructiva, una ofensa para la gente que no da esperanza alguna", agregó. Según los socialistas, la sociedad participativa que promueve el gobierno es un intento de hacer creer que los servicios que presta el Estado no van a desaparecer, sino que van a ser suministrados por organizaciones caritativas, ONG y el mismo tejido familiar o de relaciones sociales.
Esta reforma del Estado de bienestar mediante el uso del sector privado no se limita a Holanda. En Reino Unido la coalición conservadora-liberal demócrata de David Cameron ha impulsado un concepto similar -la Big Society- para cubrir los huecos abiertos por su programa de recortes, uno de los más radicales de toda la Unión Europea.
Según el profesor de la London School of Economics, Howard Glennester, el objetivo de fondo es deshacerse del Estado de bienestar.
"Las organizaciones caritativas son pequeñas, funcionan con gente que trabaja medio tiempo de manera voluntaria y no tienen los fondos necesarios para reemplazar al Estado", le dice a BBC Mundo. "Lo que hay detrás es un proyecto político de desmantelamiento del Estado benefactor basado en la idea de que el estado hace todo mal y que las cosas funcionaban mejor en un pasado idílico, el siglo XIX, cuando las organizaciones caritativas tenían que cubrir esas necesidades sociales como podían. La realidad es que históricamente el Estado benefactor surgió por las deficiencias de este modelo".
Autor de History of Social Policy Since the Second World War ("Historia de las políticas sociales desde la Segunda Guerra Mundial"), Glennester explica que el Estado de bienestar no ha dejado de cambiar y adaptarse. "No existe un modelo clásico inmóvil como plantea Holanda. El modelo se ha adaptado todo el tiempo para lidiar con cambios demográficos o problemas como el fraude o la dependencia que son usados para denigrar el sistema cuando, en realidad, son casos aislados sin incidencia real en el conjunto", dice. "En este sentido las organizaciones caritativas pueden tener un papel auxiliar para una diversificación administrativa del sistema, pero no para sustituirlo o justificar recortes".
1.3 – Análisis de un nuevo enfoque (el fin de la "maquinita de la felicidad")
– ¿Ha muerto el Estado del Bienestar? (Libertad Digital – 21/9/13) Lectura recomendada
Europa se enfrenta al reto demográfico. Los expertos se preguntan cómo financiar unos servicios públicos más caros sin ahuyentar al contribuyente.
(Por Domingo Soriano)
El paso hacia una sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos.
Con estas palabras, leídas por su nuevo rey, Guillermo Alejandro I, pero escritas por el Gobierno liberal-socialdemócrata, Holanda se ponía este martes a la cabeza de un debate que desde hace años recorre Europa: ¿cómo mantener, si es que es posible, el Estado del Bienestar creado tras la Segunda Guerra Mundial?
La crisis económica ha puesto las cuentas públicas de un buen número de países de la UE al borde del precipicio. Todo el mundo es consciente en los casos de España, Italia, Portugal o Grecia. Pero también en el norte de Europa existe preocupación por la sostenibilidad financiera de los servicios públicos y las prestaciones sociales. Dinamarca, Suecia, Finlandia o el Reino Unido llevan años (en algunos casos décadas) implementando reformas en pensiones, educación o sanidad.
De esta manera, mientras en el sur de Europa los manifestantes claman por la elevación de la edad de jubilación, el copago sanitario o la reducción del número de funcionarios, a los contribuyentes alemanes o finlandeses, que han puesto el dinero para rescatar a los PIIGS, ya se les aplican estas medidas desde hace años.
"Abrir el melón"
Ahora le toca el turno a Holanda, en una débil situación económica, de abrir el melón. No será sencillo. La oposición ya ha puesto el grito en el cielo. Y el Gobierno asegura que no es una elección sencilla, simplemente, es que no hay dinero. El diario progresista De Volkskrant encabezaba su portada del viernes con una contundente afirmación: "El Estado del Bienestar ha muerto, viva la sociedad participativa". ¿Será verdad?
Mucho antes de la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, la sostenibilidad del Estado del Bienestar europeo era puesta en duda por numerosos expertos. El modelo, nacido a comienzos del siglo XX y llevado a su máxima expresión tras la Segunda Guerra Mundial, daba muestras de agotamiento.
Más beneficiarios y más caros
Cuando se habla del envejecimiento de la población europea y del coste que tendrá, se piensa siempre en las pensiones; pero no es éste el único ámbito en el que el cambio de la pirámide poblacional tendrá consecuencias. Se espera que en 2050 más del 25% de los ciudadanos europeos tengan más de 65 años. Esto quiere decir menos personas trabajando y más recibiendo prestaciones sociales cada vez más caras.
Según los expertos, el gasto en sanidad, por ejemplo, se mantiene más o menos estable desde los 10 a los 60 años. A partir de esa edad, comienza a crecer de forma casi exponencial. Los estudios dicen que en el año 2025, tratar a un paciente de menos de 65 años costará unos 2.200 euros (a precios constantes de 2010). Para los que tengan entre 65 y 79, esta cantidad se multiplica por cuatro, hasta los 8.570 euros. Para los que tengan entre 80 y 94 años, el coste será de 15.000 euros (siete veces más que al paciente convencional). Y para los mayores de 95 el coste será de 28.500 euros (catorce veces más).
Habrá quien diga que a cambio se gastará menos en educación, porque no nacen niños. Y que hay cierto margen para subir el número total de la población activa, cuando finalice la plena incorporación de la mujer al mercado de trabajo (ahora mismo, entre las mayores de 50 años, aún hay un importante grupo al margen, una situación que irá diluyéndose con el paso de los años). En cualquier caso, ni el ahorro no será suficiente para cubrir los incrementos del gasto sanitario, ni las nuevas incorporaciones suplirán a las bajas.
Además, hay que tener en cuenta que las prestaciones sociales cada día alcanzan a más individuos. En Alemania, por ejemplo, antes de la crisis, se estimaba que más del 70% de los hogares recibían algún tipo de ayuda pública. En un país con una renta per cápita que en la actualidad es ¡de más de 32.600 euros! En Libertad de Elegir, Milton Friedman, apuntaba "al comienzo de los programas de bienestar, los individuos que se beneficiaban eran pocos y los contribuyentes que financiaban los programas muchos. Ahora, todos pagamos programas con el dinero de uno de nuestros bolsillos intentando llenar el otro de los bolsillos".
Incentivos perversos
El Estado del Bienestar se asocia a la ayuda a los necesitados. El problema es que dar dinero a alguien por "ser algo" o por "estar en una determinada situación" implica generar incentivos que pueden llegar a ser perversos. En Dinamarca, por ejemplo, en los últimos meses, se ha generado una gran polémica a raíz de determinados casos aparecidos en los medios de comunicación de personas que vivían sin trabajar durante años, aunque eran perfectamente capaces de valerse por sí mismos; como el de esa madre soltera con dos hijas que vive en una casa pública, gana 2.700 dólares al mes y no ha trabajado nunca. En el país nórdico, casi el 9% de la población activa está oficialmente considerada como discapacitada y recibe una prestación del Estado. Con todo esto, sólo en 3 de 98 municipios la mayoría de los residentes trabajan (contando niños y ancianos, claro). Y eso en un país con una tasa de paro de menos del 5%.
Es muy difícil sostener una situación así. En España, por ejemplo, hay menos de 19 millones de trabajadores con una población de 47 millones de habitantes. Nadie quiere estar en el paro ni ser pobre, pero si los incentivos no están alineados, se pueden acabar propiciando situaciones indeseadas. Según los datos del Observatorio Laboral de la Crisis de Fedea, aquellos parados que no cobran el subsidio de desempleo tienen el doble de posibilidades de encontrar trabajo que aquellos otros con sus mismas características pero que sí tienen derecho a una paga mensual. Todos los parados quieren un empleo, pero el diseño de la prestación es clave para motivar y facilitar que lo encuentren lo antes posible.
En este sentido, el Estado del Bienestar ha generado una clase propia, de personas que han vivido durante décadas de ayudas estatales que no quieren perder. En EEUU, hay mucha literatura académica sobre personas que no buscan empleo porque temen que les quiten sus beneficios. Un estudio del Cato Institute apunta que en 39 estados, la paga social del receptor medio es superior, por ejemplo, al salario inicial de una secretaria.
Las estadísticas muestran que cuando una persona comienza a recibir ayudas sociales, lo normal es que salga con relativa facilidad de esa situación: tiene relaciones laborales, está dentro de la dinámica del mercado laboral,… Pero si se mantiene más de un año, se multiplican las posibilidades de que se perpetúe en ese estado. En España, los parados con menos de tres meses en esa situación tienen más del 50% de posibilidades de encontrar un empleo en el trimestre siguiente; los de más de un año, menos del 15%. Por lo tanto, los expertos apuntan a que las ayudas deberían diseñarse para ser una ayuda para momentos difíciles, que incluyan incentivos para salir de esa situación, no un derecho sin ninguna contraprestación para el beneficiario.
Y esto, ¿quién lo paga?
Aunque a veces se olvida, los contribuyentes son la otra cara de la moneda del Estado del Bienestar. Las pensiones, los sueldos de los médicos, los ordenadores para los colegios y los subsidios del paro cuestan dinero. Esta cuestión es una obviedad, pero casi nunca entra en el debate. En ocasiones, parece como si las arcas del Estado fueran infinitas. Pero no lo son. Cada euro que se gasta en prestaciones (sean las que sean, justas o injustas, para necesitados o aprovechados) se ha sacado antes del bolsillo de un ciudadano a través de sus impuestos. El discurso tradicional afirmaba que a cambio de las generosas prestaciones públicas, los europeos estaban dispuestos a pagar elevados tributos. Sin embargo, todo tiene un límite.
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