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La cultura cubana en la revolución (1959-1971) (página 3)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


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Revolución y Hoy se fusionan el 2 de octubre de 1965 para crear el periódico Granma, órgano del CC del PCC; La Calle y el semanario Mella, darán paso ese propio mes al diario Juventud Rebelde, órgano de la UJC y el periódico El Mundo continua publicándose hasta 1968.

Con la eliminación de la prensa burguesa en Cuba desaparece en los medios de comunicación el comercialismo, la crónica social frívola y edulcorante; la "crónica roja" denigrante y humillante y la manipulación populista, males que baldaron por muchos años el ejercicio de un periodismo de calidad.

Aparece la prensa nueva, al servicio de los intereses de las mayorías, en un momento de dura confrontación con la reacción interna y externa, por lo que ante todo estos medios fueron vehículo de formación ideológica e información de los logros obtenidos por el proceso revolucionario en marcha.

Sus defectos principales parte de la auto complacencia y el triunfalismo, que magnifica los logros reales de la Revolución; la pérdida gradual de la objetividad en aras de la unanimidad y el perfeccionismo. Priorización de temas, la desestimación de otros, pérdida de creatividad periodística, estancamiento de géneros y marcada rigidez en el tratamiento de los temas. Junto a ello la uniformidad de la prensa, lo que distingue poco a un diario de otro y en el caso de la prensa regional y provincial, se convierte en copia de la prensa nacional.

Se continuó publicando la revista Bohemia, sostenida por la calidad de sus redactores, encabezados por Enrique de la Osa, su primer director después de la intervención; Mario Kuchilán, Carlos Lechuga y su prestigiosa batería de colaboradores, entre los que sobresalen nombres como, Onelio Jorge Cardoso, Dora Alonso, Lisandro Otero y José Zacarías Tallet, entre otros. Ellos mantuvieron una revista variada, abierta a todos los temas, ventana refrescante hacia el mundo, en un período donde el bloqueo no fue solo desde afuera.

La revista Verde Olivo (1959), órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionaria, impresa en los talleres de Bohemia, va más allá de los temas militares, dando cabida a las colaboraciones literarias, de consagrados y principiantes, trabaja los temas históricos y refleja la vida general del país. Desde sus páginas se sostuvo una posición crítica hacia el desarrollo cultural del país, naciendo entre sus editores el tan llevado y traído tema del "diversionismo ideológico", que serviría para prohibiciones absurdas e imposiciones dolorosas que se generalizaron desde finales de la década del 60 y buena parte de los años 70 y 80. Uno de sus directores en esta década fue Luis Pavón Tamayo, promovido más tarde a la dirección del Consejo Nacional de Cultura, desde donde impuso una línea cultural de ortodoxia basada en el realismo socialista y combate contra las "desviaciones ideológicas" que dieron lugar a los tristes años de la "década gris"[14] de la cultura cubana.

La revista INRA (1960), fundada y dirigida por Antonio Núñez Jiménez, impresa en formato similar a la revista LIFE (33 x 35 cms), con hermoso diseño y presentación, contó con una batería de fotógrafos que retrataron el perfil inicial de la Revolución y las transformaciones impulsadas por el INRA. En 1962 cambia de nombre por CUBA hasta 1969 en que pasó a llamarse «Cuba Internacional», convirtiéndose en órgano internacional de la Revolución, ya sin la prestancia de los primeros años.

La revista MUJERES (1961), órgano de la Federación de Mujeres Cubanas(FMC), no es solo una revista femenina, sino de la familia, con temas de salud, cuidado de los hijos, modas y contenido de interés general.

De similar perfil continua publicándose la revista ROMANCE, que desde 1937 era una publicación femenina. En el período revolucionario enriquece su contenido para reflejar el protagonismo social de la s mujeres. En ella aparecen colaboraciones literarias, junto a amplios espacios dedicados a la moda y a las labores del hogar.

Otras publicaciones sectoriales se editan por estos años: ALMA MATER de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), fundada por Julio Antonio Mella; la revista MELLA de la juventud del Partido Socialista Popular, reaparecida en 1959 y en circulación hasta 1965. La revista PIONERO de la Unión de Pioneros de Cuba (UPC), fundada en 1960. En ella, como en la revista MELLA se refugian los creadores de historietas, esta vez en función de los temas de carácter patriótico, educativos y políticos.

El semanario PALANTE (1961) sustituye al reaccionario «Zig-Zag», aglutinando a los mejores humoristas gráficos cubanos en defensa de la Revolución, siendo en ocasiones el sector de la prensa más crítico y creativo en el primer período revolucionario: Pitín Wilson, Blanco y Nuez, entre otros hicieron del PALANTE de la década del 60, uno de los mejores órganos de prensa cubano.

La revista MAR Y PESCA (1965), del Instituto de la Pesca, fue una publicación de gran calidad, tanto en el diseño, como en el contenido. Sus temas marineros de carácter enciclopédico, su clara impresión y la belleza de sus ilustraciones e historietas, le ganaron una fama que ha mantenido por años.

La revista MONCADA (1966) del Ministerio del Interior, une a las informaciones sectoriales, una calidad en el diseño de portada y el uso de las técnicas de la narrativa policial y de espionaje, para dar a conocer casos reales del enfrentamiento de sus miembros contra el delito y los enemigos de la Revolución.

Como revista teórica aparece CUBA SOCIALISTA (1961-1967), destinada a difundir las experiencias de la Revolución Cubana en la construcción del socialismo. Con pretensiones menos teóricas, dirigida a la vida interna de la militancia del PCC se publica desde 1966, «El Militante Comunista».

En 1967 aparece la revista «Pensamiento Crítico», publicación que divulgó entre los cubanos el desarrollo teórico social del Tercer Mundo y de la Nueva Izquierda. Su más notable contribución fue la divulgación en Cuba del pensamiento marxista no leninista, razones por la cual fue cerrada al reafirmarse en 1971, la línea marxista leninista en el país.

edu.red

En cuanto a las publicaciones literarias y artísticas, se incrementan a partir de 1959, la primera de ellas fue «La Nueva Revista Cubana» (1959-1962), dirigida por Roberto Fernández Retamar y editada por la Dirección General de Cultura del MINED. En sus páginas se publican críticas literarias y de arte de autores cubanos y amplia información sobre el proceso educacional y cultural del Gobierno Revolucionario.

Particularmente importante resultó la publicación del tabloide semanal del periódico Revolución, «Lunes de Revolución» (1959-1961), dirigido por Guillermo Cabrera Infante. El semanario cultural era una especie de continuidad de las revistas que desde la década del 40 servían de espacio de expresión de la intelectualidad cubana. Notable por sus colaboradores y su novedoso contenido y diseño, resultó ser desde sus inicios una publicación polémica.

Entre sus redactores y colaboradores más asiduos estaban, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, Rine Leal, José Álvarez Baragaño, Virgilio Piñeras, Oscar Hurtado y Humberto Arenal, entre otros.

Se editó desde el 23 de marzo de 1959 hasta el 6 de noviembre de 1961 y su influencia en el medio cultural cubano de esos años fue creciendo con sus páginas que pasaron de seis en el primer número a 64 en su número de cierre. Su tirada semanal era de casi 200 mil ejemplares.

Tras la reunión de los intelectuales con el Gobierno Revolucionario en la Biblioteca Nacional en junio de 1961, quedó marcada la desaparición del tabloide cultural, al que mucho acusaron de elitista, otros de extremista y sectario, pero que no dejó indiferente a nadie por esos años y posterior. En noviembre de 1961 se dejó de publicar el tabloide.

"El auge de Lunes de Revolución había alcanzado grado tal de connotación que estaba en otros medios públicos el primer día de la semana. De esta forma acuñó su "R"  en espacios tales como, un programa nocturno en la televisión de igual nombre que el magazine, uno de radio, una compañía grabadora, Sonido Erre, y una editorial, Ediciones Erre, que junto con el semanario es la marca mayor dejada por las "R"  en la cultura cubana. Desde entonces, no se conoce ninguna publicación nacional que en tan corto período de tiempo, haya alcanzado tan alto reconocimiento, ni tan agudo nivel de integralidad en la eficacia estética."[15]

En 1962 aparecen las revistas UNION y «La Gaceta de Cuba», editadas por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Están dedicadas a la creación literaria y artística, la primera más apegada a lo literario y la segunda con un perfil más abierto a todos los temas culturales.

La Casa de Las Américas publica desde su fundación en 1960 la revista homónima, de salida bimestral, con el objetivo de divulgar el quehacer literario latinoamericano. Entre sus colaboradores de esta primera década están Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Fuentes, Virgilio Piñeras, Dora Alonso y Roberto Fernández Retamar, entre otros. En formato casi cuadrado (24 x 21 cms), con amplios márgenes y una excelente impresión y diseño, la revista «Casa de las Américas» se inscribe entre las mejores de su género en este período.

En 1961 se edita «Pueblo y Cultura» órgano del Consejo Nacional de Cultura (CNC), Su contenido multifacético refleja el auge literario del país, en todas las manifestaciones. Poco después cambia su nombre por el de «Revolución y Cultura», manteniendo su línea editorial. En 1968 aparece como «R y C» dirigida por Lisandro Otero, ahora como una revista tercermundista y de las nuevas tendencias culturales de la izquierda, haciéndose hermética y fea.

Desde 1966 aparece el tabloide «Caimán Barbudo» con tirada mensual del periódico Juventud Rebelde la nueva publicación pretende ser el espacio de difusión de los creadores jóvenes cubanos. Desde su aparición la posición radical de sus redactores frente a las tendencias más conservadoras o que ellos consideraran con menor compromiso social, desató críticas y polémicas que determinaron cambios importantes en el modo de ver la literatura, el arte y la cultura en general en los años posteriores. Sus criterios fueron muy influyentes en la política creativa y cultural de los últimos años de la década del 60 y la década del 70, erigidos en jueces de la creación artística y la posición de los intelectuales en la Cuba post-revolucionaria.

«Signos» (1969) publicada por el Departamento de Investigación de la Expresión de los Pueblos, en Santa Clara, Las Villas, dirigida por Samuel Feijoo, escritor y folklorista y con la colaboración de eminentes intelectuales y escritores como, Fernando Ortiz, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Eliseo Diego, el mexicano Alfonso Reyes y el ecuatoriano Ezequiel Martínez Estrada, entre otros. En la revista se publican abundantes dibujos y diseños del propio Feijoo y otros, como los del reconocido pintor cubano Wilfredo Lam. Es la revista más importante edita en el interior del país durante estos años.

Otras publicaciones culturales cubanas de esta etapa fueron: «Cine Cubano» (1960), revista especializada del Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficas (ICAIC); «Arte y Folklore» ( ), del Centro de Estudios del Folklore del Teatro Nacional de Cuba; «Edita» (1962) de la Editora Nacional de Cuba; «Artes Plásticas»( ) de la Dirección General de Cultura del MINED; «Isla», de la Universidad Central de Las Villas, «Conjunto» (1964), especializada en teatro y edita por Casa de Las Américas, «Cultura 64», revista cultural mensual editada en Santiago de Cuba hasta 1967 por el CNC de Oriente, entre otras.

Más especializada y de menor tirada fueron las publicaciones: «Revista Geográfica» (1960), de la Asociación de geógrafos; «Revista de Cirugía» (1962) del Ministerio de Salud Pública (MINSAP); «Revista de Agricultura» (1962), de la Estación Experimental de Santiago de las Vegas; «Revista de Salud Pública» (1963), editada en Camaguey; «Revista Médica» (1963) de Matanzas; «Revista de Geología» (1967), de la Academia de Ciencias y la «Revista Agropecuaria» (1969) de la Universidad Central de Las Villas.[16]

La revista «Juventud Técnica» (1965) sale mensualmente, de carácter juvenil y de divulgación científico-técnica. Con formato y contenido similar a la célebre revista estadounidense, «Mecánica Popular». Gozó de una alta demanda en el país por sus propuestas de soluciones a problemas técnicos y cotidianos en el taller y el hogar. Su tirada alcanzaba en este período los 50 mil ejemplares.

Los grandes cambios en las letras cubanas

La Revolución ha sido el acontecimiento social de más envergadura de la sociedad cubana, todo lo cambió, a partir de ella nada fue igual, marcando pautas que han creado hitos para evaluar todo el quehacer humano: antes y después de la Revolución.

Las letras cubanas vivieron en la década del 50 la paradoja de una literatura de madurez creada por una élite intelectual marginada y desatendida por los grupos de poder, en una nación de grandes atrasos sociales que afectaban a la gran mayoría de las clases populares.

El triunfo insurreccional encuentra en pleno desarrollo creativo a intelectuales de varias generaciones, la mayoría decepcionados por la falta de reconocimiento a su obra y convencidos de cambios sociales en la nación cubana.

En poesía, están vivo y activos muchas figuras de la segunda generación republicana, que asumen esperanzados a la Revolución como el completamiento de sus sueños de luchadores sociales, por lo que no solo incorporan los cambios a su obra artística, sino que colaboran directamente con la consolidación del proceso revolucionario: Nicolás Guillén, Juan Marinello, Regino Pedroso, Félix Pita Rodríguez, Manuel Navarro Luna, José Zacarías Tallet, son palpables ejemplo.

Guillén regresa a Cuba luego de seis años de exilio para publicar "Tengo" (1964), que resume su lírica combativa, continuidad de una obra consagrada, con similares tonos y acentos de sus anteriores poemarios pero con la confianza del que ha logrado lo que soñaba, la victoria popular. De ese mismo año es su cuaderno "Poema de amor", paréntesis lírico que lo reafirma en esta otra vertiente poética.

"El Gran Zoo", aparece en 1967 con la bella ingenuidad de las obras para niño y en la que Guillén muestra su imaginario e ingenioso mundo animal desbordado de fantasía y oficio.

Es el apogeo del poeta de raíces populares, intérprete del sufrir de su pueblo transculturado y que en el momento de reafirmación lo encuentra combativo y en pleno dominio de su arte poético.

Regino Pedroso, consagrado, renace ante el triunfo de los suyos y no deja de expresarlo en sus poemarios, "China recuerdo" (1964) y "Lejos serán las noches y las muertes" (1967), creaciones de depurada calidad donde está presente el compromiso social.

José Zacarías Tallet decide con los nuevos tiempos dar a conocer su poesía, recopilada en "Órbita de José Zacarías Tallet" (1969) con poemas escritos entre 1923 y 1968, testimonio de su progresivo paso de la frustración a la reafirmación humana.

Félix Pita Rodríguez es poeta revolucionario y los cambios sociales lo inspiran en su lírica de compromiso y encargo, obras como "Poesía bajo consigna" (1961) e "Historia tan natural" (1971), lo atestiguan.

Otro poeta revolucionario de verso telúrico y patriótico, que ha recorrido buena parte de la República denunciando sus males es, Manuel Navarro Luna, que saludo efusivo el triunfo esperado y consecuente con sus compromiso le dedica sus poemas. Su satisfacción está en "Oda mambisa" (1961) y en "Obra poética" (1963), poesías en la que se funde el entusiasmo de las consignas de la Revolución con la exaltación de los héroes de la patria.

La tercera generación republicana tiene en este primer período de la revolución a destacadas figuras de la lírica, que al igual que los antes mencionados, no solo incorporaron su obra artística al proceso revolucionario sino su talento en diversas funciones sociales y políticas, tal es el caso de Mirta Aguirre, Ángel Augier, Raúl Ferrer y Samuel Feijoo, entre otros.

Los poetas del grupo "Orígenes", vitales y creativos, llegan al impactante enero. Herméticos y cargados de símbolos se incorporan a la obra cultural del pueblo integrados a su savia autenticidad, soportando ataques, incomprensiones, desconfianzas y prejuicios que el tiempo decantará.

José Lezama Lima entrega su necesario "Dador" (1960), Cintio Vitier agrupa su poesía de este período en el cuaderno, "Testimonios" (1968), Fina García Marruz hace otro tanto en "Visitantes" (1970). Eliseo Diego, mantiene esa poesía de metáforas e imágenes en medio de un período en el que la poesía tiende al lenguaje directo de lo conversacional y cotidiano. "El oscuro esplendor" (1966), "Muestraio del Mundo o Libro de las Maravillas de Boloña" (1968) y "Versiones" (1970), son sus propuestas del período.

De raíces "origenistas" Gastón Baquero retorna a la poesía al salir de Cuba. Desde el exilio mantiene la identidad con su cultura, la distancia y la nostalgia harán también su parte en la poesía que hace desde España. Su primera entrega será, "Poemas escritos en España" (1960), recopilación de poesías cortas, con fuerte influencia de los poetas del "Siglo de Oro" español.

Su segundo libro "Memorial de un testigo" (1966), consolida su nuevo momento poético, con una incursión al pasado a través de una especie de realismo mágico que trata de perpetuar las vivencias ante la imposibilidad de retorno a la realidad.[17]

Un poeta de raigambre popular, repentista conocido y cultivador de la décima lo fue Jesús Orta Ruiz (1922-), convertido en los primeros años de la revolución en el cantor de las transformaciones sociales de su pueblo.

El Indio Naborí[18]publica en la prensa revolucionaria sus épicos poemas, conocidos y repetidos por el pueblo en sus momentos de júbilo y reafirmación. Su «Marcha triunfal del Ejército Rebelde», se convierte en un himno para la Revolución triunfante y su sección «Al son de la Historia» del periódico HOY, en la que comenta en décima la actualidad cubana de esos primeros años, se convierte en aliciente del pueblo revolucionario cubano en esas batallas por consolidar la Revolución.

Durante este período se publica el poemario "Marcha triunfal del Ejército Rebelde y otros poemas clandestinos y audaces" (1959), "Cuatro cuerdas. Las mejores poesías del Indio Naborí" (1960), "De Hatuey a Fidel" (1960), "Cartilla y farol. Poemas militantes" (1962), "¿Quiere Ud. Volver al pasado?" (1963) y "El pulso del tiempo" (1966)

La joven generación de la década del 50, poetas de un solo poemario, en ocasión ninguno, emigrados muchos de ellos en Europa y los Estados Unidos; marginados otros en su propia patria, parten de ser una generación descreída que reflejan en sus versos razones individuales expresadas en diversos códigos estéticos, con un público limitado y una patria en crisis.

La Revolución fue para muchos de ellos la deslumbrante esperanza, el esperado momento y necesario cambio que muchos esperaban. Por esto no es de extrañar el salto que en breve tiempo se produce en su obra.

"Al cambiar la actitud de los poetas y la sustancia de su poesía se va a verificando también un cambio en la expresión, que se hace cada vez más desnuda, más directa, (…) en los poetas de más avanzada formación de este grupo, más depuradas, dentro de la tendencia, cada vez más acentuada, a emplear el lenguaje del coloquio y a integrar en el cuerpo del poema giros populares, sin por eso rebajarlo a un "populismo" chabacano. La poesía asume en la Cuba revolucionaria una misión que le corresponde como expresión de un gran momento histórico; la de testimonio imprescindible. Nuestros poetas se dan cuenta de que están fijando, para los tiempos, en sus versos, nuestra gesta revolucionaria y lo han sentido como una obligación moral"[19]

En muchos de estos jóvenes poetas se produce el transito del hermetismo a la búsqueda de un lenguaje de acercamiento a las masas; de la indiferencia a la participación activa en el proceso revolucionario; del exilio al regreso a la patria en transformación, aireando con su liberalismo el ambiente de represión y asumiendo su compromiso con el pueblo de forma espontánea, esa era la contribución de esta generación que se sumó a la corriente renovadora alentada por la Revolución.

Ese mismo año 59 verá la luz la colección lírica, "Poesía joven en Cuba" compilada por las dos principales figuras de esta generación, Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamás e incluyendo además a Rolando Escardó, José Álvarez Baragaño, Luis Marré, Francisco de Oráa y Pablo Armando Fernández, entre otros. El criterio de los compiladores parte de que los escogidos se dan a conocer en la década del 50.

"En la poesía de estos autores se deja traslucir el hermetismo que los caracterizó en sus inicios para dar paso a diversas formas líricas más cercanas a su intención de socializar la poesía, acercarla al hombre de la calle. Por ello se fue perfilando en ellos un tono conversacional que no llega a caracterizarlos a todos".[20]

Fayad Jamís (1930-1988), el representante de esta generación que mejor refleja los cambios que se están produciendo en la sociedad cubana. Dejando atrás un período de hermetismo, salta al compromiso social en sus nuevos poemas de tema patriótico y político. En este período se editan varios cuadernos de su poesía, "Vagabundo del alba" (1959), "Cuatro poemas en China" (1961), "Por esta libertad" (1962), "La pedrada" (1962), "Los puentes. Poesía 1950-57" (1962), "La victoria de Playa Girón" (1964) y "Cuerpos" (1966).

Roberto Fernández Retamar (1930), tenía al triunfar la Revolución una obra hecha y una vida intelectual consolidada, a pesar de ello su poesía toma nuevos caminos, integrándose a los nuevos tiempos revolucionarios. Su poesía matizada con ciertos tonos irónicos y penetrante juicio se acerca a la cotidianidad cambiante de la sociedad cubana en versos que mantienen la calidad que lo caracteriza.

"La poesía post-revolucionaria de Retamar muestra una alta conciencia social. Esta obra vive con la Revolución, sin escatimar ironías para la parte inerte de la sociedad e imágenes fuertemente grotescas, cuando se trata de la agresión contra la patria"[21]

Su obra poética de estos años está recogida en la prensa cultural de esos años y en volúmenes como, "Vuelta de la antigua esperanza" (1959), "En su lugar la poesía" (1961), "Con las mismas manos: 1949-1962" (1962), "Historia Antigua" (1964) y "Poesía reunida. 1948-1965" (1966)

Pablo Armando Fernández (1930) trae a los nuevos tiempos su magnífica manera de dar la imagen y la metáfora ahora en función de los nuevos tiempos. En "Toda la poesía" (1961) están estos nuevos códigos que consolidará en "Himnos" (1962), "El libro de los héroes" (1964) y "Un sitio permanente" (1970)

Entregados a la obra de la Revolución, Rolando Escardó (1925-1960) y José A. Baragaño (1932-1962), se hermanan en la entrega a la poesía convocatoria y de barricada, superando momentos de hermetismo y evasión.

De Escardó se publicaron dos poemarios post mortem, "Libro de Rolando" y "Ráfaga", ambos en 1961, en los que se refleja su vida antes y después de la revolución.

Baragaño se vale su formalismo surrealista para ponerlo al servicio de sus denuncias contra la dictadura derrocada en su cuaderno, "Poesía, revolución del ser" (1960) que evoluciona hacia el compromiso social militante en su segundo compilación, "Himno a las milicias" (1961)

Francisco de Oráa (1931), personifica la encrucijada de esta generación, saltando del existencialismo al compromiso social, manteniendo la tensión en su poesía entre lo terrenal y lo imaginario, lo colectivo y lo individual, fluctuación permanente que caracteriza su obra[22]De este período son sus poemarios, "Es necesario" (1964), "Por nofas (1954-1960)" (1960) y "Con figura de gente y en uso de razón" (1969)

Luis Marré (1929) publica "Los ojos en el fresco (1963), "Canciones" (1965), "Habaneras y otras letras" (1970), de tendencia conversacional en transición de lo onírico a lo cotidiano en lo que el llamó «poesía de la sinceridad»

Otros poetas cubanos de esta generación del 50 están en plena labor creativa: César López (1933), Raúl Luís (1934), Carilda Oliver (193), Rafael Alcides (1933), Heberto Padilla (1932) y Antón Arrufat (1935)

Paralelo a este movimiento de poesía social comprometida con los cambios que se producen en Cuba, otros poetas contemporáneos a estos continúan una línea de poesía intimista con base en una tradición arraigada en la literatura cubana. Ellos representaban una opción distinta en el universo poético que se produce en el país y fue vista por muchos creadores y funcionarios de la cultura como una tendencia "evasiónista" y por ende contraria a la poesía comprometida que se hacía en el país por esos años.

Esta fue la línea estética del grupo que se núcleo alrededor de la Editorial «El Puente»[23] y de José Mario Rodríguez, cuya propuesta apareció como prólogo a la antología "Novísima poesía" (1962)[24] y firmado por Reinaldo Felipe y Ana María Simó, quienes contraponen la obra de los antologados a la predominante poesía conversacional de los primeros años de Revolución. Su búsqueda de espacio en el panorama cultural de este período causó un enfrentamiento con los que consideraban que este grupo hacía una literatura trasnochada e inconveniente.

El desarraigo de los miembros del grupo «El Puente», conocidos más por la declaración prólogo que por la obra de sus miembros, promueve una "nueva sensibilidad (huellas de Kafka, ciertas angustias, ciertas preocupaciones existenciales) –utilizadas a modo de tercera vía entre el estilo Lezama y la "poesía de compromiso político" "[25]

Miguel Barnet (1940) fue uno de los creadores editado por «El Puente», es una suerte de vínculo transicional entre las tendencias de este grupo y las que en su generación apuestan a una expresión más abierta de compromiso con la realidad social del país. En 1963 se publica "La piedra fina y el pavorreal", que marca esta pauta transicional, luego será "Isla de Güijes" (1964), ambas bajo el sello de «El Puente» y su tercera entrega, "La sagrada familia" (1967), reafirma su evolución hacia posiciones más comprometidas a las cuales llega con un madurez poética que lo distingue de sus contemporáneos.

Otro caso semejante fue el de Domingo Alfonso (1936), buscando su reafirmación personal en medio de las corrientes conversacionales que se van imponiendo. "Poemas del hombre común" (1964), su primer libro, centró una polémica conceptual y definitoria en torno al compromiso del poeta. En su segundo libro, "Historia de una persona" (1967) se perfila mejor su lírica caracterizada por la economía de medios, sencillez y el abordaje de la cotidianidad cubana.

David Chericián(1940-) también está en este grupo de transición con una calidad temprana en su poesía, debuta en 1959 con el cuaderno "Diecisiete años", seguido de "Árbol y luego bosque" (1964), "Días y hombres" (1965) y "La onda de David (1967), este último marca un giro con cierta influencia de la antipoesía.

Joaquín G. Santana (1940) se mueve dentro de esta línea de cambios, se inicia con «El Puente», pero mantiene una forma muy personal de hacer que incluye el compromiso social. En 1967 aparece su poemario "La Llave"

En polémica con «El Puente» va abriéndose paso un grupo de jóvenes poetas caracterizados por su conversacionalismo, un compromiso más directo con la sociedad y un apoyo oficial que pesa tanto como su calidad literaria.

El tabloide "Caimán Barbudo" del periódico Juventud Rebelde de la UJC, creado en 1966, auspicia a este grupo de escritores, en su mayoría poetas, que se pronuncian contra las formas evasivas alejadas del compromiso social y de la realidad que vive el país.

En el primer número del "Caimán Barbudo" aparece el manifiesto "Nos pronunciamos" en el que este grupo deja bien clara su posición de hacer una poesía reflejo de la realidad revolucionaria del país frente al no comprometimiento de algunos, haciendo excluyente a todo el que no compartiera estos criterios así como el hecho de pretender programar la creación, convirtiéndose en retórica.[26]

"A diferencia de la poesía del período anterior aquí no puede estrictamente hablarse de coloquialismo como tendencia predominante, pues las influencias son muchas e incluso en muchos casos se advierte ya la reacción al estilo predominante en los años anteriores aunque si permanece vigente la profundización en la temática de hondo contenido social, política y humana, a través de un lenguaje coloquialista o de complejidades metafóricas, pero que siempre intenta realizar la comunicación con el lector común, y muy especialmente con el joven(…)[27]

Determinadas las características que debía tener la poesía los más sobresalientes de este grupo trataron de convertir en canon su poética, generada a partir del discurso político inmediato y el compromiso de barricada, creando por ello zonas excluyentes en su momento.

De este grupo surgido a partir de 1966 alrededor de los presupuestos defendidos en el "Caimán Barbudo" los más sobresalientes fueron Jesús Díaz, Guillermo Rodríguez Rivera (1943), Waldo Leyva (1943), Luis Rogelio Nogueras (1944), Víctor Casaus (1944), Raúl Rivero (1945), Jesús Cos Causse (1945), Rafael Hernández (1948) y Sigifredo Álvarez Conesa (1938), entre otros.

Guillermo Rodríguez Rivera busca el acercamiento a los tiempos a través de lo íntimo, sintiendo la realidad que lo rodea, incluyendo su clara posición ideológica, pero eludiendo el panfleto. Su primer poemario, "Cambio de impresiones" (1966), reafirma una obra militante y activa que lo hace una de las principales figura del grupo.

Luis Rogelio Nogueras, "con mucho más habilidad y simpatía que intensidad poética, entregó poemas que recreaban historias de artistas y ficciones y fue el mejor arquitecto de todos"[28]. Es la leyenda del grupo, con sus poemas coloquiales en diálogo permanente con el lirismo, fabulador de su realidad extraída de su vida, y la literatura. "Cabeza de Zanahoria" (1967) su primer poemario, es un acontecimiento de madurez que marca pauta para los que apuestan por el compromiso político.

Víctor Casaus orienta su poesía hacia una búsqueda del hombre en su circunstancia que ya anuncia su apego al género testimonial. Su primer poemario, "Todos los días del mundo" (1967)

Dentro de este grupo Raúl Rivero busca comunicación directa para dar el mensaje político, eludiendo rodeos. Decir mucho con poco, llegar a la esencia. "Papel de hombre" es su obra más significativa.

La poesía coloquial que se hizo en Cuba por la década del sesenta fue diversa, junto a los versos de barricada de Raúl Rivero, convive el compromiso de contemplación intimista de Guillermo Rodríguez Rivera, la mirada trivial y hermosa, no exenta de humor, de Rafael Alcides y el acercamiento de César López a lo mitológico de una ciudad y una época.[29]

"Aquel momento de la poesía cubana fue mucho menos monocorde de lo que se piensa, y voces como las de Nancy Morejón (1944), Lina de Feria (1944), Delfín Prats y el propio Luis Rogelio Nogueras eran un punto de ruptura del predominio coloquialista"[30]

La narrativa cubana se reanima con la victoria revolucionaria, ante las nuevas circunstancias políticas, las crecientes posibilidades de publicar, el estímulo del amplio y novedoso público y las nuevas temáticas.

La novela y el cuento tenían ya sus grandes figuras: Alejo Carpentier y Onelio Jorge Cardoso, ambos con una obra consagrada, sin que por ello los nuevos acontecimientos revolucionarios dejaran de marcarlos.

La novelística de Alejo Carpentier (1904-1980) inaugura en la década del sesenta lo que ha dado en llamar el neo-barroco, estilo ampuloso y recargado donde la erudición y las palabras dan sentido de lo cubano en cuanto a pertenencia al Caribe y América Latina.

"El siglo de las luces" (1962) es la novela que inaugura el neo-barroco latinoamericano. La palabra no solo como recurso de comunicación, sino de estructuración de significados. La novela es una indagación de la influencia de la revolución Francesa en el cálido Caribe, en su juventud deseosa de entrar en las nuevas corrientes de pensamiento, pero también es un mensaje universal y extemporáneo sobre las actitudes del hombre ante situaciones revolucionarias, actual en el mundo americano; maravillosa en su realismo, barroca en su conformación y mestizaje, que solo Carpentier sabrá resumir con esta ya clásica novela.

José Lezama Lima, el poeta esencial cubano, termina en esta década lo que sería su obra principal dentro de su "sistema poético", la novela "Paradiso" (1966), polémica, poco entendida en el momento de su aparición y tratada por la crítica nacional como obra fuera de lugar, perteneciente a un tiempo ya superado por el nuevo proceso social.

"Paradiso" es la expresión del nuevo barroco en la que las elaboradas metáforas son la síntesis de la voluntad de un estilo rebuscado en una obra que es en esencia parábola toda. Su lenguaje es denso, lleno de símbolos y metáforas oníricas en diálogo constante del protagonista con su mundo real, contrapuesto al mundo idealizado que supone más allá del tiempo.

Cemí, el protagonista, se busca a sí mismo en un laberinto de recuerdos y sensaciones en los que se vislumbran momentos de la historia nacional, parajes habaneros, costumbres cubanas y la atmósfera de la isla, todo imbricado en la poética de su vida, en la búsqueda de sí mismo y de Dios.

"José Lezama Lima alcanza en este período su plena madurez intelectual, viene de crear una sólida obra literaria basada en la poesía, que lo ha llevado a explorar en la herencia barroca, indagando en las raíces y cerrado en su hermetismo que culmina en sus obras de esta etapa, resumen de su aprendizaje que lo lleva a un arte universal americano y antillano. Arte ecuménico reflejo de su gran cultura pero profundamente cubano"[31]

Polémico, resentido y enemigo de la Revolución, Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), lega a la literatura cubana y universal su novela, "Tres tristes tigres" (1967). La novela fragmentada, los recuerdos de un mundo ido que sobrevive en su nostalgia. La obra no posee una trama central, ni un desarrollo causal, sino a través de cuadros o relatos que conforman un entramado de intertextualidad que define el barroquismo de la novela, en medio de una parodia permanente.

"Tres tristes tigres" está encaminada a reproducir el ambiente habanero en los años finales de la década del cincuenta. Un gran fresco de La Habana que fue, condenada a desaparecer con la Revolución y evocada con nostalgia por Cabrera Infante.

Lo novedoso de su estructura lingüística, el manejo de las palabras y la organización de la obra hacen de la novela una pieza importante de la literatura cubana.

Severo Sarduy (1937-1993) se va a Europa en 1960, en París fija residencia pero en Cuba deja su resonancia y su identidad. Barroco por vocación, deja escapar en su obra todo el sentir acumulado en los tiempos vividos en Cuba, mezclados con las nuevas sensaciones adquiridas en sus innumerables viajes.

Desde París inicia su indagación en las raíces de los mitos americanos y la recreación de costumbres y tradiciones de su país. La novela "Gestos" (1963), fue su primer acercamiento a la temática cubana, en la que la Revolución es un referente indirecto, centrada como está en su experiencia con la música, el lenguaje y el paisaje habanero.

Su recurrencia a los temas cubanos continúa en su segunda novela, "De dónde son los cantantes" (1967), obra de experimentación barroca, juego de intertextualidad que indaga en la trilogía racial cubana y en la que lo real histórico se diluye en la imaginado unificador, producto de la distancia de su país ausente y que el idealiza y diluye en símbolos.

Estos cuatro narradores conforman el grupo más importante de la novelística cubana post-revolucionaria. En ellos la preocupación por lo formal es importantísima, pero no dejan de reflejan lo esencial de la cultura, la reafirmación de la identidad y la otredad.

"Se ha hablado mucho del así llamado "barroco cubano, ese esfuerzo por crear un estilo manierista en el contexto de la prosa contemporánea que está presente en los mayores escritores de la Isla. Aunque así mismo un Lezama Lima, o un Carpentier, o un Cabrera Infante participaron en esa fiesta de la palabra, cada uno lo hace de un modo distinto. Si en Lezama Lima lo "barroco" está en la construcción de la metáfora; y en Carpentier se traduce en una creación conciente de un estilo tal como lo entendía Flaubert, en Cabrera Infante lo manierista se sitúa del lado de la parodia (…)"[32]

La novelística cubana de este período reflejó también los sucesos mismos de la Revolución desde los primero momentos: "El sol a plomo" (1959) de Humberto Arenal inaugura el tema sobre la lucha insurreccional.

Con "Bertillón 166" (1960) de José Soler Puig (1916-1996), premio en la primera convocatoria del Concurso Literario Casa de las Américas, se alcanza el mejor momento de esta temática insurreccional. En la novela se narran los hechos ocurridos en Santiago de Cuba durante la lucha contra la dictadura, captando la atmósfera insurreccional que existía en todo el país y que llevó al triunfo de la Revolución.

José Soler Puig maneja una prosa realista que ira cobrando matices sicológicos y expresionistas en la medida que madura su oficio narrativo. Su segunda novela, "En el año de enero (1963) tiene una mejor construcción de los personajes, para alcanzar la madurez con "El derrumbe" (1964), obra de un oficio más hecho en función de describir la desintegración del mundo burgués ante el empuje de los cambios sociales que se produjeron en Cuba.

Dentro del tema insurreccional Noel Navarro (1931) aborda la lucha clandestina en "Los días de nuestra angustia" (1961). Él es uno de los mejores narradores del período, con una sólida manera de escribir, apegado a una prosa realista de buena factura formal y técnica. Otras novelas suyas de este momento fueron: "Los caminos de la noche" (1967) y "Zona de silencio" (1968)

Caracterizando este primer momento de la novela de tema revolucionario aparecen obras como, "El descanso" (1962) de Abelardo Piñeiro (1945); "La búsqueda" (1961) de Jaime Sarusky y "Concentración pública" (1962) de Raúl González del Cascorro.

Dora Alonso culmina "Tierra inerme" (1961), una novela basada en el tema de las luchas campesinas por la tierra, una zaga enraizada en la literatura cubana y latinoamericana. Construida en base a un realismo romántico, la obra tiene personajes de sólida y creíble construcción.

Edmundo Denoes (1930) aborda la temática del intelectual pequeño burgués frente a los cambios que no entiende del todo y crean en él un desarraigo, evidente en los personales de sus novelas, la primera de ellas "No hay problemas" (1961), tiene como protagonista a un periodista en busca de su identidad y su lugar frente al hecho revolucionario, que finalmente asume. En 1964 da a conocer "El cataclismo", su novela menos lograda, por lo endeble de sus personajes y el esquematismo de la trama.

"Memoria del subdesarrollo" (1965), es su novela más conocida y madura, al tiempo que es la obra más renombrada de la "nueva literatura cubana", principalmente por la excelente adaptación que el propio Denoes hizo para la película dirigida por Tomás Gutiérrez Alea. En ella refleja de forma directa la problemática ideológica de buena parte de la intelectualidad cubana ante los cambios sociales que estaban en desarrollo en Cuba.

Lisandro Otero (1932- 2008) debuta como novelista con "La situación" (1963), obra que refleja la épica social cubana desde la visión de un intelectual burgués. Con óptica periodística la novela trata de hacer un juicio de las contradicciones éticas y clasistas de un intelectual que participa en el momento revolucionario. En 1970 dará a conocer la segunda parte de esta obra de épica narrativa, "En ciudad semejante", en la que mantiene los mismos presupuestos críticos para seguir a este hombre en su compromiso.

Un intelectual ya reconocido, Samuel Feijoo (1914- 1992) renueva su vigencia con una narrativa costumbrista que parte de sus indagaciones en el folklor campesino cubano. Son obras no exenta de crítica social, hechas con ironía y buen humor que alcanzan una gran popularidad en este período: "Juan Quinquín en pueblo Mocho" (1964) y "Tumbaga" (1965)

"Juan Quinquín en pueblo Mocho", novela de aventuras desarrollada en los campos de Cuba, refleja los avatares del campesino cubano antes del triunfo de la Revolución, con una sólida caracterización de personajes vernáculos del interior del país. Adaptada al cine, la televisión y la radio, alcanzó una gran popularidad en el país.

La segunda mitad de este período enfatiza la diversidad narrativa partiendo de la experimentación formal, manteniendo los principales temas sociales, recogidos desde otra perspectiva.

En 1966 se publica "Vivir en Candonga" de Ezequiel Vieta (1922-1994), novela de experimentación en la que el tema insurreccional es visto bajo otra factura que la lleva de lo real a lo absurdo incorporando otros géneros que la enriquecen y la hacen creíble.

Dentro de esta línea de la experimentación, con una influencia reconocible de la narrativa latinoamericana contemporánea se edita "Adire y el tiempo roto" (1967) de Manuel Granado (1931); "Siempre la muerte su paso breve" (1968) de Reynaldo González (1940) y Los niños se despiden (1968) de Pablo Armando Fernández.

Francisco Chofre (1924) logra "La Odilea" (1968), una obra poco común en la literatura cubana, novela que parodia de forma irreverente La Odisea de Homero, con un tono de humor negro e irónico.

Otras propuestas de interés fueron: "Los animales sagrados" (1967) de Humberto Arenal, continuador de la novela realista; "Rebelión en la octava casa" (1967) de Jaime Sarusky; "Viento de enero" (1967) de Jorge Lorenzo Fuente; "Los desnudos" (1967) y "La religión de los elefantes" (1969) de David Buzzy y "Celestino antes del Alba" (1967) de Reinaldo Arenas (1940)

Miguel Barnet (1940) inaugura una nueva forma en la narrativa, la novela-testimonio con su obra, "Biografía de un cimarrón" (1968) en la recrea la historia de un esclavo que se hace cimarrón[33]partiendo de los testimonios directos del protagonista novelados por el autor. La obra se ha constituido en un éxito internacional, editada en más de 27 ocasiones en diversos países del mundo.

A finales del período aparecen tres jóvenes narradores que renuevan la manera de abordar la temática de la Revolución y sus cambios sociales. Miguel Cossío con "Sachario" (1970), Julio Travieso, con "Para matar al lobo" (1971) y Manuel Cofiño (1936- 1987) y su novela, "La última mujer y el próximo combate" (1971)

Virgilio Piñeras (1912- 1979) incursiona en la novelística del período con "Pequeña maniobra" (1963) y "Presiones y diamantes" (1967), obras que junto a sus "Cuentos fríos" dan la tónica de una prosa sin comunicación inmediata, de gran calidad y que provocaron incomprensiones que conllevaron junto a otros factores, a su extrañamiento cultural.

La obra narrativa de Virgilio responde a su estética creativa en la que el escepticismo, su aguda ironía y ese tono surrealista en el que no falta el pesimismo, marcan su notable obra literaria. Para él continua la hostilidad del mundo y se parapeta en su obra, como profeta del desencanto.

Se cierra un capítulo fructífero de la novela cubana, la caracterizan, la madurez formal, la actualización, el compromiso político, el amplio repertorio temático y los nombres fundamentales que han publicado en esta década. También la identifica la amplia producción y la calidad de los autores de varias generaciones coincidiendo y estimulados por las nuevas posibilidades creativas y de publicación que ha surgido al calor del nuevo proceso social cubano.

La cuentística cubana mantiene un desarrollo sostenido iniciado en la década del 50, en la que los autores intentan superar el criollismo de otras décadas, dado principalmente por los temas y la influencia de la narrativa norteamericana, esas son las premisas en algunos escritores de cuentos en los primeros años de la Revolución.

La temática social es muy tratada en estos primeros años después del triunfo revolucionario. El más importante cuentista cubano, Onelio Jorge Cardoso (1914-1987), es la principal figura en esta vertiente. Su narrativa sufre un cambio con los nuevos tiempos, acercando sus temáticas a otras realidades de la sociedad cubana, ya no son solo el campesino y el pescador pobre, los protagonistas de sus cuentos, ahora aparecen los desposeídos en las zonas urbanas. En cuanto a su lenguaje narrativo evoluciona hacia un tono entre lo fantástico y lo real, al modo del realismo mágico. Así se refleja en sus recopilaciones, "La otra muerte del gato" (1964), Iba caminando (1965) y sobre todo en "Abrir y cerrar los ojos" (1969). Otras obras suyas del período fueron, "El caballo de coral" (1960), "La lechuza ambiciosa" (1960), "Cuentos completos" (1962) y "Gente de pueblo" (1963).

Trabaja la temática social en este período otros veteranos narradores, como Félix Pita Rodríguez, Raúl Aparicio (1913-1970), Dora Alonso, José Carballido Rey (1913), Ernesto Arbola (1914) y José Lorenzo Fuente (1928), entre otros.

El tema de la Revolución en la cuentística la inaugura Raúl González del Cascorro (1922) en su libro, "Gente de Playa Girón" (1962), obra muy desigual, con relatos mejor contados que otros, pero con una unidad temática a partir de las historias que cuentan los personajes.

"Miel sobre hojuelas" (1964) de Reynaldo González (1940), continua la temática revolucionaria que tendrá su mayor auge a partir de 1966, con el despuntar de un nuevo grupo de narradores que algunos críticos han bautizados como los creadores de la "narrativa de la violencia", porque toman la lucha contra bandidos y los cambios que estos acontecimientos provocan en la sociedad, como tema principal.

"Los años duros" (1966) de Jesús Díaz (1941-2002), Premio del Concurso Casa de Las Américas, inaugura esta nueva cuentística. La obra narra en primera persona los hechos cotidianos de los tiempos de la violencia revolucionaria, en la lucha contra las bandas contrarrevolucionarios en el Escambray. Presenta al hombre de acción, héroe de carne y hueso con sus miedos y carencias, pero también con sus razones. Joven, mal hablado, indisciplinado, intuitivo más que conciente de lo que defiende; contraponiéndose a los representantes de la reacción y el pasado, que por lo general son adultos.

Con un lenguaje coloquial, los personajes reflexionan desde su conciencia a veces atormentados por la violencia. Las Influencias principales de esta obra hay que buscarla en la narrativa latinoamericana contemporánea y de cierta forma en la literatura épica del realismo socialista.

Dentro de esta tendencia fueron escritos los libros de cuentos, "Condenados de Condado" (1968) de Norberto Fuentes (1943), cuyo realismo se acerca más a Hemingway que al socialista; "La guerra tuvo seis nombres" (1968) de Eduardos Heras León (1940), con una marcada preocupación hacia la individualidad del héroe, alejado de los paradigmas, cosa que le valió mucha crítica a su autor por parte de los buscadores del "héroe modelo". Otro libro suyo fue, "Los pasos sobre la hierba" (1970), el más acabado libro de relatos de este período, obra en la que se reafirman los valores humanos y estéticos que sostiene este autor.

Otros creadores en esta línea temática fueron: Sergio Chaple (1938), "Usted si puede tener un Biuk" (1969); Arturo Chinea (1940), "Escambray en sombras" (1969); Julio Travieso (1940), "Días de Guerra" (1967) y "Los corderos beben vino"; Hugo Chinea (1939), "Escambray 60" (1969) y "Contra bandidos" (1972) y Manuel Cofiño, "Tiempo de cambios" (1969).

La publicación de libros de relatos y cuentos sobre el tema de la violencia revolucionaria continúa con, "Tute de Reyes" (1967) y "Escudo de hojas secas" (1969) de Antonio Benítez Rojo (1931-2005) ); "Tigre en el Vedado" (1967) de Juan Luis Herrera; "Final del terraplén al sol" (1971), de Serafín Quiñones (1942); "Para aprender a manejar una pistola" (1971) y "¿Qué vas a cantar ahora?" (1971) de Bernardo Callejas (1941); "Los perseguidos" (1971) de Enrique Cirules (1938) y "Los testigos" de Joel James (1942-2006).

El primer libro de cuentos de Guillermo Cabrera Infante, "Así en la paz como en la guerra" (1960), hay una doble visión de la realidad de Cuba, la represión de la dictadura y la vida evasiva e idílica de un sector de la población más acomodado. Coexiste de forma transicional personajes del pasado prerrevolucionario tanto los positivo como los negativos, con similar protagonismo en sus relatos, escritos con el lenguaje de la gente del pueblo, un toque de humor irónico y una sórdida manera de presentar las resacas de la sociedad burguesa en vísperas de los cambios, un modo de denunciar ese mundo sin caer en el panfleto social, ni el compromiso de izquierda. "Así en la paz como en la guerra", es el modo de Cabrera Infante de justificar el triunfo de la Revolución a través del muestrario de degradaciones del régimen burgués.

Es de resaltar en los primeros tiempos de la Revolución, la publicación de una serie de cuentos de pura ficción fantasiosa, que no tiene que ver con la realidad que se vive en Cuba, pero escritos con calidad. Dentro de este grupo están los relatos de esta época de de Calver Casey, Virgilio Peñeras y César López.

Carver Casey (1924-1969), narrador cubano de origen norteamericano, cultiva un cuento de ambiente surrealista con los antihéroes en el protagónico y puestos en situaciones extremas o en ridículo. Se destaca en sus narraciones la influencia de Kafka y de la literatura del absurdo con un tono pesimista que se agudiza durante su exilio europeo. En 1962 da a conocer su libro "El regreso", recopilación de cuentos publicados en la prensa. En 1969 publica en España, "Nota de un simulador" que contiene la noveleta de igual nombre y otros relatos suyos.

Virgilio Piñeras publica un volumen de "Cuentos" (1964) que junto a sus novelas, poesías y obras de teatro, conforman un todo alrededor del absurdo, situaciones surrealistas, descreimiento y cuestionamiento del hombre en cuanto a ser humano, sin tener en cuento los cambios sociales que se producen en Cuba.

En esta línea de los absurdo-grotesco está César López (1933) con sus cuentos, "Circulando el cuadrado" (1963), libro de influencia virgiliana y kafkiana, uniendo la alienación con el humor, la sátira y la ironía.

En base al absurdo escribe Évora Tamayo (1940) sus "Cuentos para abuelas enfermas" (1961) y "La vieja y el mar" (1965); Jesús Abascal (1934) incursiona en el humor negro con "Soroche y otros cuentos" (1967) y "Staccato" (1967)

Ezequiel Vieta publica "Libro de los epílogos" (1963) emparentado con los relatos de "Aquelarre", fundamentalmente por la experimentación sintáctica y la puntuación puntillista.

La narrativa de ciencia-ficción tiene un cultivador importante en Ángel Arango (1926) con sus libros "¿A dónde van los cefalomos?" (1964), "El planeta negro" (1966), "Robotomaquia" (1967) y "El fin del caos llega quietamente" (1971)

La literatura testimonial se presenta desde los primeros años de la Revolución, estimulada por la necesidad de la población de conocer detalles de la gesta insurreccional en las montañas orientales y en el clandestinaje de las ciudades. Las revistas y periódicos de la época sirven de vehículo para estos testimonios que irán conformando la historia de la Revolución.

Junto a esto se impulsa el conocimiento y estudio de folklor y la cultura popular, aplicando los modernos métodos de investigación etnográficos, utilizando la tradición oral como fuente importante, hurgando en las evidencias y buscando los testigos de los tiempos idos.

Estos elementos y otros factores ideológicos y políticos fueron dándole al testimonio una relevancia literaria e histórica que estimulan su auge a partir de la segunda mitad de los años sesenta, convocándosele incluso como género independiente en los concursos literarios del país.

Uno de los primeros impulsores del género en el período revolucionario fue el Comandante Ernesto Guevara, quien comenzó a publicar sus relatos de la insurrección en la revista Verde Olivo y luego aparecieron de modo independiente en el volumen, "Pasajes de la guerra revolucionaria" (1963). Son narraciones realistas de corte documental, con economía de recursos lingüísticos, el dato exacto, la fecha precisa, eludiendo el abuso de estos y conformando por ello un relato interesante, fácil de seguir, en tanto brinda elementos para conocer el desarrollo del movimiento revolucionario cubano.

En 1961 se recopilaron en un tomo las evidencias que permiten seguir el desarrollo de la insurrección contra la dictadura, "La sierra y el llano", recoge testimonios de protagonistas, reportajes de la época, documentos y otras formas de la literatura de servicio, para conformar una idea del proceso.

Carlos Franqui (1921-2010) agrupa los testimonios de varios protagonistas de la Revolución en "El libro de los doce" ( ); Haydee Santamaría (1922-1980) escribe su versión del inicio de la lucha en su libro, "Haydee habla del Moncada" (1967); "El asalto al Palacio Presidencial" (1969), recoge relatos de Faure Chomón, Julio García Oliveras y Enrique Rodríguez, sobre esos acontecimientos.

La periodista Marta Roja (1928) escribe sus impresiones de primera mano y el testimonio de otros protagonistas en "La generación del centenario en el juicio del Moncada" (1964). A fines de la década publicará varios libros de testimonios sobre su visita a Vietnam y la resistencia de su pueblo ante la agresión norteamericana.

La invasión mercenaria por Playa Girón continúa esta línea épica del testimonio con los monumentales libros, "Playa Girón, derrota del imperialismo" (1961) en cuatro tomos editados por el Gobierno Revolucionario y las "Historia de una agresión" (1961), que recopila testimonios de los mercenarios derrotados. César Leante (1928) retoma las vivencias de los milicianos en, "Con las milicias" (1962), en tanto Rafael del Pino relata sus experiencias en "Amanecer en Girón" (1969)

En 1962 el Premio Casa de las Américas de novelas recae en una obra testimonial de Daura Olema (1937), "maestra voluntaria". Ella no reinterpreta la realidad sino que da fe de ella tratando de ser lo más fiel posible y convirtiéndose en la precursora de la novela testimonio.

Partiendo de los estudios etnográficos y de su gran talento poético e investigativo, Miguel Barnet crea la novela testimonio, "Biografía de un cimarrón" (1967), en la que ficción y realidad se dan la mano sin traicionarse, no para decir lo que no fue, sino lo que pudo ser, innovación que lo sitúa entre los mejores novelistas contemporáneos. Con ese mismo corte escribe, "Canción de Rachel" (1969), la historia, no solo de esta corista del teatro Alhambra, sino del teatro vernáculo cubano.

En 1970 los concursos, "26 de Julio" del MINFAR y "Casa de las Américas", convocan al Testimonio como género independiente, decisión que consolida el género en la literatura posrevolucionaria. Ese año se publican los libros de testimonio: "Julián Sánchez cuenta su vida" de Eramo Dumpierre ( ); "Hablar de Camilo" de Guillermo Cabrera ( ) y "Girón en la memoria" de Víctor Casaus.

En 1971 se publican, "La batalla de Jigüe" de José Quevedo Pérez ( ) y "Lengua de pájaro" de Nancy Morejón y Carmen Gonce, este último un amplio estudio del pueblo minero de Nicaro.

El testimonio es el género de los cambios sociales que la Revolución propicia y es su género por excelencia, por su auge y el apoyo oficial que recibió, incluso en detrimento de otros creadores y géneros, de otras formas de ver la creación literaria, que fueron silenciadas o simplemente desalentadas.

La prosa reflexiva cubana llega al triunfo de la Revolución con un buen número de intelectuales en pleno dominio del oficio y otros que se desempeñan en diversos géneros, interesados en teorizar y ejercer el criterio.

Serán ellos los intelectuales de madurez y oficio los que lleven las riendas en estos primeros años dándole brillantes a la prosa ensayística y a la crítica de estos primeros años de la Revolución.

En primer término está el grupo de ensayistas marxistas o de orientación progresista impulsores del grupo nucleado alrededor de la revista y la sociedad "Nuestro Tiempo". Ellos estaban empeñados en la defensa de los valores culturales nacionales, recelosos de las innovaciones escapistas que no conducen el arte por los caminos de ser una herramienta para la emancipación social. Sobresalen en este grupo, Mirta Aguirre, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez y José Antonio Portuondo.

Mirta Aguirre (1912-1980) en plena madurez creativa, es una ensayista de formación marxista que no recurre a la polización constante de su obra para dar a conocer su posición, es marxista al abordar los temas de la literatura clásica castellana, hispanoamericana y universal, como lo es para defender el realismo socialista, sin dogmas, reflejo de la realidad que es y no de la que quiere ser. Audaz y culta manejará en su prosa como sus palabras en la cátedra y en las aleccionadoras conferencias que impartía. Su ensayo, "Apuntes sobre la literatura y el arte" (1963) es el más significativo aporte cubano al desarrollo teórico-literario desde el punto de vista marxista.

Juan Marinello (1898-1977) intelectual comprometido y dirigente comunista de larga militancia, llega a la Revolución con una obra consolidada que continúa incrementando al calor de la misma. Su obra se caracterizada por su compromiso social y militante en un proceso que lo tuvo entre sus gestores. Su ensayística de temática martiana es de las primeras con el enfoque metodológico marxista, en tanto que referido al tema de la creación artística también produjo obras de valor significativo.

Con lenguaje mesurado se adentra en el tema sin apuros con énfasis en lo nominal, salpicado de ese criollismo que manejaba con acierto y sin exageración. En su obra hay más emoción que análisis científico, sin empeño en la erudición o en la teorización.

En este período aparecen dos volúmenes con los ensayos de Marinello, "Meditación americana" (1959) editado en Buenos Aires, en el que aparecen estudios literarios y "Conversación con nuestros pintores abstractos" (1964)

José Antonio Portuondo (1911-1996) es un prolífero intelectual que se puso incondicionalmente al servicio de la Revolución cumpliendo una variada agenda dentro de la cultura nacional. Como creador se mantuvo en una activa producción de obras ensayísticas de crítica y teorización, al servicio de la enseñanza, la investigación y la política cultural.

Su prosa se caracteriza por la fluidez y el colorido de la conversación, elegante y mesurada, sin afectaciones. En 1962 publica su "Bosquejo histórico de las letras cubanas", estudio imprescindible para la valoración de la literatura y la cultura cubana.

Otro destacado aporte al tema de la creación en la Revolución lo hizo la profesora Camila Henríquez Ureña (1894-1973) en su ensayo, "Invitación a la lectura" (1964) al abordar de forma resumida algunos de los problemas principales de la literatura en Cuba. También de ella es la conferencia, "La literatura cubana en la Revolución" (1970) e la que caracteriza la creación literaria cubana de la década del sesenta, destacando los aportes del proceso revolucionario a la cultura nacional, así como las rupturas y continuidades de este proceso con respecto al pasado.

Alejo Carpentier desarrolla durante el período su ensayística a partir de la acumulación de conocimientos que su labor periodística e investigativa le han permitido. Su prosa es fuerte, cargada del saber y la cultura de su poseedor, mantiene un ritmo que exige superación del lector, saber enfrentar aquella sucesión de palabras y criterios bien dichos y que los especialistas han calificado de barroca.

Sus principales ensayos se recogen en el libro, "Tientos y diferencias" (1964), seis trabajos que resumen sus principales inquietudes culturales, tanto en la arquitectura ("La ciudad de las columnas"), de música ("Del folklorismo musical") y de literatura ("De lo real maravilloso americano"), este último en el que desarrolla su teoría del barroco latinoamericano y la teoría de los contextos.

Nacidos de una proyección idealista de la cultura cubana, pero enraizados en la tradición y herencia cultural de la cubanidad, la ensayística origenista post-revolucionaria apuesta a lo nacional. José Lezama Lima, Cintio Vitier y Fina García Marruz, son sus continuadores.

Lezama completa con sus ensayos su sistema poético y es de los que comprendió que la Revolución era "una metáfora del hombre con su destino"[34]. Él poetiza la situación que vive Cuba, en la que lo imposible se hace cierto, con la revalorización histórica del país pequeño cuya imagen se recompone en la medida que vive su imposible. Esto fue el sentido de su estética histórico. Poética, muy presente en su ensayística.[35]

Su prosa barroca y culterana adquiere por momento claridad, se hace más directa y se entrega con pasión a la tarea de revaluar y entregar la obra fundacional de los poetas decimonónicos.

Quedan como ejemplo su prólogo a su "Antología de la poesía cubana" (1965), el que dedica a la obra de Juan Clemente Zenea, compilada por él y sus dos volúmenes de ensayos, "La cantidad hechizada" (1970) e "Imagen y posibilidades" (1981)

Cintio Vitier (1921-2009) basa su ensayística en el estudio de la poesía cubana y la eticidad nacional. Católico militante, cubano y ante todo intelectual honesto y de su tiempo, continúa su obra centrando sus preocupaciones en la figura de José Martí al cual dedica ensayos y prólogos en las recopilaciones y ordenamientos de su obra.

Fina García Marruz (1923), también de dedicaba su ensayística al Héroe Nacional Cubano, junto a Cintio es autora de, "Estudios críticos" (1964) y de "Temas martianos" (1966). Ha dedicado ensayos y críticas a la literatura cubana, sobresaliendo sus estudios sobre José Lezama Lima y Juana Borrero.

Fuera de Cuba el profesor José Juan Arrom (1910-2007), continúa una notable carrera en la investigación literaria, la ensayística y la crítica. Intelectual formado en los Estados Unidos, profesor de la Universidad de Yale y colaborador de publicaciones culturales cubanas y otras partes del mundo. En esta primera década post-revolucionaria publica, "Certidumbre de América" (1959), "Esquema generacional de Cuba" (1964) y "Primera manifestaciones dramáticas de Cuba" (1968), entre otras. Destaca su obra "Esquema generacional de Cuba" por su novedad para clasificar autores de América latina de acuerdo a un automatismo matemático que agrupa a las generaciones de acuerdo a su relación con momentos relevantes de la historia regional.

Severo Sarduy desde París continúa su línea de búsqueda y elaboración de una realidad que supla la que ha dejado en Cuba. Deudor manifiesto de la cultura cubana se sumerge en las influencias de los nuevos movimientos literarios. Su volumen de ensayos, "Escrito sobre un cuerpo" (1969), de cierta forma completa su novelística y explica su sistema literario influido por los estructuralistas franceses.

Sarduy propone la entrega del escritor al lenguaje, el cual debe concebir a la escritura como "arte tatuaje" en el que el significado va impregnado en la palabra, la que se hace imposible sin heridas y sin pérdidas.

En plena madurez creativa, Raúl Roa (1907-1982) se entrega de forma pasional y directa a sus análisis críticos sobre temas sociales de la vida nacional. Brillante orador y polemista, uno de los diplomáticos y políticos más sobresalientes del período revolucionario, tuvo tiempo para preparar memorables libros de ensayos: "Retorno a la alborada" (1964), "Escaramuza en las vísperas y otros engendros" (1966), "La Revolución del 30 se fue a bolina" (1969) y "Venturas, aventuras y desventuras de un mambí" (1970)

Samuel Feijóo, dedica su obra reflexiva del período a diversos aspectos de la poesía cubana, muy relacionada con sus indagaciones etno-campesinas: "Sobre los movimiento por una poesía cubana hasta 1856" (1961), "La décima culta en Cuba" (1963), "Sonetos en Cuba" (1964), "El movimiento de los romances cubanos del siglo XIX" (1964), entre otros.

Ángel Augier (1910-2010), investigador y crítico de riguroso juicio y prosa ágil, incursiona en el análisis de la obra literaria de Nicolás Guillén y en otros temas de la literatura cubana, incluyendo a José Martí.

Salvador Bueno (1917) desarrolla un amplio trabajo crítico recogido en artículos, prólogos, biografías y antologías, que lo hacen figurar como uno de los mejores conocedores de la literatura cubana.

De la generación del 50 descuella el trabajo crítico y ensayístico de Roberto Fernández Retamar (1930). Ya en la década del 50 presenta credenciales de agudeza y estilo para el ensayo, su obra marcha acorde con su tiempo y se une al proceso de transformaciones sociales que la Revolución lidera, enfatizando en los elementos culturales nacionales, hispanoamericanos y tercermundistas.

Las problemáticas latinoamericana de enfrentamiento entre civilización y barbarie; tradición y modernidad, vistas a través de los fenómenos sociales y culturales, acapararon su atención, junto a su interés por la poesía y los temas martianos.

Estas reflexiones quedan recogidas en innumerables artículos, ensayos, conferencias y en las recopilaciones de ensayos: "Ensayo de otro mundo" (1967) y "Calibán" (1971), esta última obra, fundamental para entender la identidad tercermundista de nuestra época.

Graciella Pogolotti (1932) es otra representante de esta generación, con una breve pero sustanciosa obra prerrevolucionaria. Ensayista y crítica de las artes, la literatura y la cultura en general, tanto cubana, como internacional. De este período está su libro de ensayos, "Examen de conciencia" (1965), recopilación de colaboraciones suyas para la prensa cubana.

De esta generación incursionan en el ensayo y la crítica, creadores como: Leonardo Acosta (1933), Calver Casey, Ambrosio Fornet (1932), Lisandro Otero, Roberto Friol (1928), Alberto Rocasolano (1932), Luis Suardiaz (1936), Edmundo Denoes y Rine Leal, entre otros.

El intenso y profundo intercambio de ideas predominante en la década del 60 permitió el conocimiento y aplicación de la teoría literaria y social, de las diversas corrientes de pensamiento, desde el existencialismo al estructuralismo, pasando por las diversas corrientes marxistas del momento. Es un período enriquecedor que fue cerrándose a finales de la década en la medida que se oficializa el marxismo-leninismo como ideología del estado y la revolución cubana.

En literatura todo estos fenómenos tiene su respuesta en la creación del Instituto de Literatura y Lingüística (1965), primero bajo la dirección de José Antonio Portuondo y más tarde de Mirta Aguirre. Como tarea principal de esta institución está el estudio científico de las letras cubanas, cumpliendo un importante papel en la recopilación y divulgación de autores relevantes del siglo XIX cubano y la preparación de un grupo de jóvenes investigadores literarios formados en los países socialistas europeos.

De este grupo es Sergio Chaple quien inaugura una nueva forma de enfocar los estudios de literatura cubana, aplicando la metodología estructuralista de la Escuela de Praga y que influirá mucho en las nuevas generaciones de críticos y ensayistas, entre los que podemos citar a, Salvador Árias (1935), Eduardo López Morales (1939), Mercedes Santos Moray, Nancy Morejón, Emilio de Armas (1946) y Luisa Campuzano.

En cuanto a la literatura teatral, había en 1959 un conjunto de buenos creadores teatrales que sobrellevaban una vida oscura escribiendo sin esperanzas de ser representados, en un país con su teatro en crisis, que apoyaba poco al teatro hecho en el país.

Encabezan este grupo de creadores, Virgilio Piñeras, Carlos Felipe (1914-1975) y Rolando Ferrer (1925-1976), tríada que ya tiene una obra reconocida al producirse el triunfo de la Revolución.

Virgilio Piñeras, el dramaturgo más prolífero e importante del teatro cubano, deja al morir ceca de treinta obras, muchas de ellas sin estrenar antes de su muerte. Se anticipó al teatro del "absurdo" y al de la "crueldad" sobrepasando en ocasiones a los muy conocido Ionesco y O'Neill con quienes suele ser comparado.

En 1959 da a conocer su obra "Aire Frío", piezas que marca un giro en su dramaturgia al acercarse al realismo de la situación cubana. Su mundo grotesco y absurdo se hace más sutil en esta obra, al reflejar la situación de una familia de clase media aplastada por las apariencias y las deudas. Son situaciones cotidianas donde no parece ocurrir nada, mientras los personajes resisten esperando algo, aunque no saben qué.

De este mismo año es, "El gordo y el flaco", obra dentro de los cánones de la sátira surrealista. Situación de absurdo, cargada de símbolos en los que el flaco termina comiéndose al gordo para luego convertirse en el gordo, que era lo que más deseaba. La justicia vence a la injusticia, pero ya en el poder se convierte en la injusticia.

De 1960 serán su pieza, "El filántropo" y "Dos viejos pánicos" (1967) ganará el Premio Casa de Las Américas de ese año.

Toda la obra de Piñeras está marcada por su escepticismo, su mirada ácida y crítica que va más allá del momento social por el que pasa el país. Su crítica se universaliza y toca situaciones humanas extemporáneas, todo lo cual le confiere vigencia permanente, pese a las suspicacias de los que siempre reclamaron de él compromiso y militancia.

Carlos Felipe alcanza sus mejores creaciones después de 1959, su obra clásica es "Requien por Yarini" (1960), tragedia cubana que toma por protagonista al famoso proxeneta cubano de principios del siglo XX. Estructurada a la manera de las tragedias griegas, con su coro, oráculo y epifanías. En ella el autor eleva a Yarini a la condición de héroe enfrentado a su trágico destino. Otras obras suyas fueron, "El alfabeto" o "La bata de encaje" (1962), "De película" (1963), "Los compadres" (1968) e "Ibrahin".

En este período Rolando Ferrer escribe, "La taza de café" (1959), "Función homenaje" (1960), "El corte" (1961), "Fiquita" (1961), "El que mató al responsable"(1962), "Los próceres" (1963) y "Los de enfrente" (1964).

Matía Monte Huidobro, dramaturgo de inclinación expresionista, muestra en sus obras posrevolucionaria un acercamiento a las temáticas sociales. Su obra, "Los acosados" es una denuncia a partir de la tragedia que para una familia humilde representó la compra a plazo de un necesario juego de cuarto y sus angustias y sufrimientos al depender de un pequeño y único salario que debe estirarse para todo. También de su autoría fueron, "La botija" y "Las vacas", también de temática social, en las que la Revolución es el detonante de situaciones ridícula y casi grotesca. El teatro de Huidobro basa su fuerza en el diálogo y el simbolismo de sus personajes, con poca acción física de sus personajes.

El período de 1960 a 1966 es un momento de auge del teatro cubano periodo en las que se escriben y estrenan las mejores piezas que reflejan una visión real de lo cubano. La influencia de los dramaturgos viene de la vanguardia pero manteniendo una mirada hacia adentro, en busca de la revitalización de lo vernáculo, los problemas de actualidad, la música, el baile. El centro de la problemática social reflejada por el teatro se desarrolla en la familia pequeño burguesa, mostrada en su desintegración, sus falsos valores y su resquebrajamiento ante el empuje de la Revolución.[36]

La posibilidad de ver representadas sus obras, el estímulo del triunfo revolucionario que apoya el surgimiento de nuevos grupos teatrales que necesitan repertorio, es un acicate para los nuevos creadores teatrales. Eran en principio obras esquemáticas, simples, de poca elaboración formal, que no resistían un riguroso análisis dramático, pero servían para plasmar la realidad social de un país en proceso de cambios.

De esta etapa son los intentos de Enrique Núñez Rodríguez y Eduardo Robreño por revivir la tradición alhambresca con obra como "Recuerdos del Alhambra", "Dios te salve comisario", "Del 95 al 59", "El bravo" "Voy abajo" y otras que alcanzan una gran aceptación popular.[37]

En 1960 se crea el Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional del que surgirían los primeros autores que enriquecerían el repertorio teatral después de la Revolución. n Entre los matriculados en aquel seminario figuraban: Abelardo Estoriono (1925), José R. Brene (1927-1990), José Triana (1933), Héctor Quintero (1942), Nicolás Dorr (1946), Antón Arrufat (1935), Eugenio Hernández Espinosa (1936), Manuel Reguera Saumell (1928), Ignacio Gutiérrez (1929), Maité Vera (1930), José E. Montori Agüero(1930), Rómulo Loredo (1925), José Milián (1946), Tomás González y Gloria Parrado (1927). En este grupo están los autores que dejarán su impronta para el teatro de los sesenta, un teatro que marcará pauta en el período revolucionario.

Abelardo Estorino encabeza este grupo de nuevos creadores para el teatro, su obra "El rabo del cochino" (1961) inaugura el teatro con temas de la nueva época. Su acción ocurre en los últimos días de 1958 en Matanzas teniendo como protagonista una familia de vida monótona y provinciana, mientras la insurrección se da como el trasfondo que marcará a los personajes. Caracterizada por su eficaz manejo de los diálogos y la creditibilidad de sus protagonistas, la obras de Estorino renueva el teatro cubano al acercarlo al compromiso con su tiempo y a la soluciones de los problemas sociales que lastran a la sociedad que refleja.

En 1964 da a conocer su obra, "La casa vieja" en el que la familia tradicional de la sociedad burguesa de la isla se desintegra ante los cambios que se producen en su entorno. Con su trama situada en plena radicalización de la Revolución, Estorino muestra a la familia en la conmoción de sus contradicciones, lejos del panfleto y de las concesiones, removiendo prejuicios y destruyendo dogmas.

En este período Estorino realiza también la adaptación teatral de la novela, "Las Impuras"(1962), basada en ele original de Miguel del Carrión; escribe la comedia musical, "Las vacas gordas"(1962) y numerosas piezas para niños.

José Ramón Brene (1927-1990) escribe la obra más popular de este período, "Santa Camila de La Habana Vieja" (1962), influido por el teatro vernáculo cubano, sitúa la trama en 1959, en un solar habanero al que llegan las transformaciones de la Revolución, bajo cuyo impulso comienzan los cambios, aunque Camila se niegue a admitirlos. Salpicada de humor criollo, hace una adecuada caracterización de personajes, gente típica que no se convierte en caricatura sino en humanizada creación.

Autor prolífero, aunque no siempre con la misma calidad, Brene escribió en esta etapa, "Pasas a la criolla" (1962), "El gallo de San Isidro" (1964), "Chisme de carnaval" (1966) y "Un gallo para ikú" (1966), entre otras.

Héctor Quintero (1942) es el comediante, apoyado en los recursos del vernáculo cubano, reelabora situaciones de gran aceptación popular, valiéndose de sus habilidades para reflejar la cursilería, sensiblería y mal gusto de determinados grupos en la sociedad cubana.

Su primer éxito será, "Contigo pan y cebolla" (1964), "El premio flaco" (1966), "Los muñecones" (1967), "Los siete pecados capitales (1968), su versión de "Los cuentos del Decamerón" (1969), "Mambrú se fue a la guerra" (1970) y "Si llueve se moja como los demás" (1971)

Quintero es el más importante comediante cubano contemporáneo, con un alto sentido de la teatralidad, capaz de sacarle partido al más insignificante detalle doméstico y con unos personajes siempre optimistas pese a las dificultades.

Con apenas quince años Nicolás Dorr (1946) escribe "Las pericas" (1961) pieza en la que se funde el humor negro, la farsa burlesca y el absurdo, imbricados con gran imaginación por su autor. Completa su repertorio del período con: "La esquina de los consejales" (1962), "Escenas de la vida doméstica" (1963) y "La clave de sol" (1966)

Antón Arrufat (1935) estrena sus mejores piezas teatrales después de 1959. Con una concepción intelectualista, simbólica y de influencia piñeriana: "El vivo al pollo (1961), "Los días llenos" (1962), "La repetición" (1963), "El último tren" (1963), "Todos los domingos" (1966) y por último so controversial obra, "Los siete contra Tebas" (1968), su obra más conocida, dentro y fuera de Cuba, más por las prohibiciones y las suspicacias políticas, que por sus valores.[38]

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