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Desigualdades en la distribución de la renta en los países desarrollados (III) (página 3)

Enviado por Ricardo Lomoro


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El filósofo esloveno, marxista (o, más precisamente, como le ha gustado definirse, leninista-lacaniano), Slavoj Zizek, en un artículo en The London Review of Books, aborda este tipo de protestas. "No son protestas proletarias", señala, "sino protestas contra la amenaza de convertirse en proletarios". Y añade: "La posibilidad de ser explotado en un empleo estable se vive ahora como un privilegio. ¿Y quién se atreve a ir a la huelga hoy día, cuando tener un empleo permanente es en sí un privilegio?".

Zizek habla del surgimiento de una "nueva burguesía", que ya no es propietaria de los medios de producción, sino que se ha "refuncionalizado" como gestión asalariada. "La burguesía en su sentido clásico tiende a desaparecer", indica. Resurge como un "subconjunto de los trabajadores asalariados, como gestores cualificados para ganar más en virtud de su competencia", lo que para el filósofo se aplica a todo tipo de expertos, desde administradores a doctores, abogados, periodistas, intelectuales y artistas. Cita como alternativa el modelo chino de un capitalismo gerencial sin una burguesía.

Como señala el economista Michael Spence en Foreign Affairs, los efectos de la globalización en las sociedades occidentales han sido benignos hasta hace una década. Las clases medias y las trabajadoras de las sociedades desarrolladas se beneficiaron de ella al disponer de productos más baratos, aunque sus sueldos no subieran. Pero a medida que las economías emergentes crecieron, desplazaron actividades de las sociedades industrializadas a las emergentes, afectando al empleo y a los salarios ya no solo de las clases trabajadoras, sino de una parte importante de las clases medias, que se sienten ahora perdedoras de la globalización y de las nuevas tecnologías. Ya se ha hecho famosa la pregunta de Obama a Steve Jobs, el fundador de Apple, cuando en febrero de 2011 le planteó por qué el iPhone no se podía fabricar en EEUU. "Esos empleos no volverán", replicó Jobs. La respuesta no trató solo de los salarios, sino de la capacidad y flexibilidad de producción.

El crecimiento de la desigualdad de los últimos años no es algo únicamente propio de EE UU, sino de casi todas las sociedades europeas, incluida España, a lo que contribuye el crecimiento del paro y se suma la creciente sensación de inseguridad que ha aportado la globalización. Hoy se sienten perdedores de la última fase de la globalización, de la crisis y de las nuevas tecnologías no solo las comúnmente llamadas clases trabajadoras, sino también las clases medias en EEUU y Europa.

Las sociedades posindustriales se han vuelto menos igualitarias. De hecho, EEUU vive su mayor desigualdad en muchas décadas. El sociólogo conservador estadounidense Charles Murray, en su último libro, Drifting apart (Separándose), ha llamado la atención sobre cómo en su país hace 50 años había una brecha entre ricos y pobres, pero no era tan grande ni llevaba a comportamientos tan diferentes como ahora. Los no pobres, de los que hablaba Richard Nixon, se han convertido en pobres. Aunque para Murray la palabra "clase" no sirve realmente para entender esta profunda división. Murray ve su sociedad divida en tribus; una arriba, con educación superior (20%), y una abajo (30%). Y entre ellas hay grandes diferencias de ingresos y de comportamiento social (matrimonios, hijos fuera del matrimonio, etcétera).

Otros añaden la crisis que en ambos lados del Atlántico están atravesando las clases medias. Refiriéndose a Francia, aunque con un marco conceptual que se aplica perfectamente a otras sociedades como la española, el sociólogo francés Camille Peugny, en un libro de 2009, alertó sobre el fenómeno de "desclasamiento", un temor a un descenso social que se ha agravado con la crisis que agita no solo a las clases populares "que se sienten irresistiblemente atraídas hacia abajo", sino también a las clases medias "desestabilizadas y a la deriva". El desclasamiento, generador de frustración, se da también como un factor entre generaciones.

Y tiene efectos políticos. Según Peugny, los desclasados tienden a apoyar el autoritarismo y la restauración de los valores tradicionales y nacionales. Producen una derechización de la sociedad, frente a una izquierda que sigue insistiendo en un proceso de redistribución de la riqueza y las oportunidades que ya no funciona. Está claro que, en Francia, una gran parte del voto al Frente Nacional de Marine Le Pen, que le come terreno a Sarkozy, proviene de lo que tradicionalmente se llamaba clase obrera. O, ahora, de esa nueva clase en ciernes que algunos sociólogos llaman el precariado, pues las categorías anteriores ya no sirven.

En otras sociedades pueden darse otras reacciones. Así, en la Grecia castigada, las encuestas muestran que tres partidos de extrema izquierda (Izquierda Democrática, el Partido Comunista y Syriza) suman entre ellos 42% de la intención de voto, mientras los socialistas del Pasok (8%) se han derrumbado y Nueva Democracia domina el centro-derecha con un 31%.

Por primera vez en estos últimos años, la globalización, con el auge de las economías emergentes, especialmente China, está afectando no ya a los salarios de la clase baja, sino también a los empleos y remuneraciones de las clases medias de las economías desarrolladas. También con consecuencias políticas. Francis Fukuyama, que se hizo famoso con su artículo sobre "el fin de la historia" y el triunfo de la democracia liberal, ahora, en una última entrega sobre "el futuro de la historia", también en Foreign Affairs, se pregunta si realmente la democracia liberal puede sobrevivir al declive de la clase media. "La forma actual del capitalismo globalizado", escribe quien fuera uno de sus grandes defensores, "está erosionando la base social de la clase media sobre la que reposa la democracia liberal". Tampoco hay realmente una alternativa ideológica, señala, pues el único modelo rival es el chino, "que combina Gobierno autoritario y una economía en parte de mercado", pero que no es exportable fuera de Asia, afirmación que resulta cuestionable. Pero coincide con algo de lo que vienen alertando también otros intelectuales, como Dani Rodrik, que plantean ya abiertamente dudas sobre las virtudes de la globalización en su actual conformación.

El peligro del "precariado"

Hace ya algún tiempo, la Fundación Friedrich Ebert (socialdemócrata) había desarrollado el concepto de precariado, referido a un estrato social, dentro del proceso de transformación posindustrial, cada vez más desconectado del resto de la sociedad alemana y que elaboraron también politólogos como Frans Becker y René Cuperus. A menudo, son gente que vive en familias monoparentales y sufren enfermedades crónicas. No votan ni emiten votos protesta y desconfían de las instituciones políticas.

Recientemente, Guy Standing, catedrático de Seguridad Económica de la Universidad de Bath (Reino Unido), publicó un libro en el que desarrolla su análisis sobre lo que califica como una "nueva clase peligrosa".

Para Standing, esta nueva clase había estado creciendo como una realidad escondida de la globalización -que ha supuesto una nueva Gran Transformación- que ha llegado a la superficie con la crisis que se inició en 2008. El sociólogo británico lo ve como un "precariado global" de varios millones de personas en el mundo que carecen de todo anclaje de estabilidad. No es parte de la "clase obrera" ni del "proletariado clásico", términos menos útiles cuando la globalización ha fragmentado las estructuras nacionales de clase. Es una clase en creación, formada por un número creciente de personas -Standing calcula que una cuarta parte de los adultos de las sociedades europeas se pueden considerar precariado- que caen en situaciones de precariedad, que supone una exclusión económica y cultural. La caída en el desempleo y la economía sumergida es parte de la vida del precariado. También sus diferencias en formación con la élite privilegiada y la pequeña clase trabajadora técnicamente instruida.

Son "nómadas urbanos" que no comparten una identidad por el tipo de ocupación, pues esta cambia, pero sí por cuatro características: "La ira, la anomía, la ansiedad y la alienación". No son solo jóvenes, sino que también mayores engrosan sus filas ante la crisis del sistema de pensiones. Y son personas que a menudo han tenido que romper con sus lugares de origen, adaptarse constantemente a nuevos entornos, a un coste psicológico elevado. Según Standing, es una "clase peligrosa" pues es pasto de todo tipo de populismos y extremismos, incluido el nacionalismo exacerbado, el proteccionismo y el antieuropeísmo. Por lo que se requieren medidas para evitar que siga creciendo.

"La que fuera analista de cabecera de Wall Street durante la crisis financiera de 2008, Meredith Whitney, ha asegurado hoy durante una entrevista con la CNBC que la excesiva regulación de las instituciones financieras acabará por "presionar" a los consumidores de clase media que pronto se verán excluidos del sistema bancario… Meredith Whitney: "La clase media está siendo expulsada del sistema bancario" (El Economista – 23/2/12)

En este sentido, Whitney aseguró que esta tendencia ya se manifiesta en términos de quién lidera la mayor parte del gasto de los consumidores. Según su punto de vista, las últimas cifras de consumo "pueden ser engañosas" ya que el gasto está siendo impulsado principalmente por los compradores en los extremos opuestos del espectro. A los que están en el centro, es decir, la clase media, les resulta más difícil ser consumidores activos.

"Es una lectura falsa el analizar el gasto del consumidor y pensar que todos los consumidores de EEUU gastan más", dijo. "La clase media no ha experimentado un crecimiento de sus salarios y la contracción del crédito sigue vigente para la mayoría de los americanos", añadió, al mismo tiempo que dijo que esta situación "tendrá sus consecuencias".

Según explicó la fundadora y presidenta de la consultora Meredith Whitney Advisory Group, la dificultad de acceso al crédito es en estos momentos uno de los principales obstáculos para la clase media de EEUU. Esta situación ha sido provocada por las normas crediticias mucho más estrictas impuestas tras la crisis financiera y la vorágine subprime, que fue desencadenada en cierta forma por las condiciones de crédito fácil.

Sin embargo, no se ha encontrado un punto de equilibrio desde entonces y se ha convertido muy difícil para los consumidores tener acceso al crédito que realmente ayuda a la expansión de dinamismo económico. Es por ello que muchos ciudadanos se están "desbanquizando", es decir, deciden no acudir a los bancos sino a otros  prestamistas fuera del sistema financiero para obtener acceso a fondos.

– La trampa de la desigualdad (Project Syndicate – 8/3/12)

(Por Kemal Dervis) Lectura recomendada

Washington DC.- A medida que crece la evidencia de que en todas partes del mundo está aumentando la desigualdad de los ingresos, el problema recibe una mayor atención de los académicos y responsables del diseño de políticas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, la participación en los ingresos del 1% de la población que más gana se ha más que duplicado desde los años setenta, pasando de un 8% del PIB anual a más del 20% en fechas recientes, un nivel que no se había alcanzado desde los años veinte.

Si bien hay razones éticas y sociales para inquietarse por la desigualdad, éstas no tienen una fuerte relación con la política macroeconómica per se. Esa relación se observó en los primeros años del siglo XX: algunos señalaban que el capitalismo tendía a generar una debilidad crónica de la demanda efectiva debido a la concentración creciente del ingreso que conducía a una superabundancia de ahorros porque los excesivamente ricos ahorraban mucho. Esto alimentaría "guerras comerciales" porque los países tratarían de buscar más demanda en el extranjero.

Sin embargo, a partir de los años treinta este argumento desapareció porque las economías de mercado de Occidente crecieron rápidamente en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial y la distribución del ingreso se volvió más uniforme. Mientras existiera un ciclo de negocios no aparecía una tendencia perceptible hacia la debilidad crónica de la demanda. Las tasas de interés de corto plazo, diría la mayoría de los macroeconomistas, podrían establecerse en un nivel suficientemente bajo como para generar tasas razonables de empleo y demanda.

Sin embargo, ahora, cuando la desigualdad está aumentando nuevamente, los argumentos que relacionan la concentración del ingreso con los problemas macroeconómicos se escuchan otra vez. Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, y ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, ofrece una explicación razonable sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y la crisis financiera de 2008 en su más reciente libro, Fault Lines, que ha sido premiado.

Rajan argumenta que en los Estados Unidos la enorme concentración del ingreso en los que más tienen condujo a diseñar políticas destinadas a promover el crédito insostenible en los grupos de ingresos medios y bajos, mediante subsidios y garantías de crédito en el sector de la vivienda y una política monetaria laxa. También hubo una explosión de deuda de tarjetas de crédito. Estos grupos protegieron el aumento del consumo al que se habían acostumbrado mediante un mayor endeudamiento. Indirectamente, los más ricos, algunos de ellos fuera de los Estados Unidos, ofrecieron créditos a los otros grupos de ingreso en donde el sector financiero actuó, con métodos agresivos, como intermediario. Este proceso insostenible se vio interrumpido abruptamente en 2008.

Joseph Stiglitz y Robert Reich han hecho argumentos similares en sus libros, Freefall y Aftershock, respectivamente, mientras que los economistas Michael Kumhof y Romain Ranciere han diseñado una versión matemática formal de la posible relación entre la concentración del ingreso y la crisis financiera. Mientras que los modelos de base difieren, las versiones keynesianas hacen hincapié en que si los muy ricos ahorran demasiado se puede prever que el aumento constante de la concentración del ingreso conducirá a un exceso crónico de ahorros programados con respecto a la inversión.

La política macroeconómica puede servir para compensar mediante un gasto deficitario y tasas de interés muy bajas. O, un tipo de cambio subvaluado puede ayudar a exportar la falta de demanda interna. No obstante, si la participación de los grupos de ingreso más altos sigue aumentando, el problema seguirá siendo crónico. Y en algún momento, cuando la deuda pública haya crecido mucho como para permitir un gasto deficitario continuo, o que las tasas de interés estén muy cercanas a su límite inferior de cero, el sistema se quedará sin soluciones.

Este argumento tiene una parte contradictoria. ¿Acaso en los Estados Unidos el problema era más bien que se ahorraba muy poco y no lo contrario? ¿No es cierto que el déficit sistemático en la cuenta corriente del país refleja un consumo excesivo, en lugar de una demanda efectiva débil?

El trabajo reciente de Rajan, Stiglitz, Kumhof y Ranciere, y otros, explica la aparente paradoja: los de los niveles muy altos de ingresos financiaron la demanda de todos, que permitió altas tasas de empleo y déficits elevados de la cuenta corriente. Cuando estalló el problema en 2008, la expansión monetaria y fiscal masiva impidió que el consumo de los Estados Unidos se derrumbara. Sin embargo, ¿resolvió el problema de fondo?

Aunque la dinámica que condujo a una mayor concentración del ingreso no ha cambiado, ahora ya no es fácil obtener créditos, y en ese sentido es improbable otro ciclo de auge y crisis. Sin embargo, ello genera otra dificultad. Cuando se les pregunta por qué ya no están invirtiendo, gran parte de las empresas dicen que se debe a una demanda insuficiente. ¿Pero cómo puede haber una fuerte demanda interna si el ingreso se sigue concentrando en los niveles superiores?

Es improbable que con la demanda de consumo de bienes de lujo se resuelva el problema. Además, las tasas de interés no pueden ser negativas en valores nominales, y la deuda pública creciente puede inhibir cada vez más la política fiscal.

Entonces, si la dinámica que estimula la concentración del ingreso no se puede revertir, los más ricos ahorran una gran proporción de sus ingresos, los bienes de lujo no pueden estimular una demanda suficiente, los grupos de más bajos ingresos ya no pueden obtener créditos, las políticas monetaria y fiscal han llegado a su límite, y el desempleo no se puede exportar; la economía se puede estancar.

El temprano repunte de 2012 de la actividad económica de los Estados Unidos se debe en mucho a la política monetaria extraordinariamente expansiva y los insostenibles déficits fiscales. Si se pudiera reducir la concentración del ingreso como se hizo con el déficit presupuestal, la demanda podría financiarse con una amplia base de ingresos privados. Se podría reducir la deuda pública sin temor a una recesión porque la demanda privada sería más fuerte. La inversión aumentaría a medida que las perspectivas de demanda mejoran.

Este tipo de razonamiento es particularmente relevante en el caso de los Estados Unidos, dada la magnitud de la concentración del ingreso y los desafíos fiscales por venir. Sin embargo, la gran tendencia hacia mayores proporciones del ingreso en los que más tienen es global, y las dificultades que puede representar para la política macroeconómica no deberían seguir sin atenderse.

(Kemal Dervis, ex ministro de Asuntos Económicos de Turquía y director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, es vicepresidente y director del Programa de Desarrollo y Economía Global de la Brookings Institution. Copyright: Project Syndicate, 2012)

Estados Unidos en "vías" de subdesarrollo

"El número de bebés nacidos en Estados Unidos con síntomas de adicción a los opiáceos se triplicó en la década 1999-2009, según un estudio publicado por la revista American Medical Association"… EEUU: se triplica el número de bebés con síntomas de adicción (BBCMundo – 1/5/12)

El informe, que es el primero de su tipo en Estados Unidos y está basado en los registros de más de 4.000 hospitales del país, resalta que uno de cada 1.000 bebés recién nacidos resultó afectado en 2009. Además, el número de mujeres embarazadas que dieron positivo por consumo de opiáceos legales o ilegales se quintuplicó en el mismo periodo.

Para los autores del informe, parte de la culpa está en el abuso de analgésicos vendidos bajo receta médica. Hallaron que en 2009, unos 13.500 bebés nacieron con síndromes de abstinencia, casi uno cada hora.

Síntomas y problemas

"El síndrome de abstinencia neonatal está caracterizado por un amplio rango de señales y síntomas", dice el informe. Entre esos síntomas están la creciente irritabilidad, temblores, intolerancia a la alimentación, ataques y dificultades respiratorias. Muchos, incluso, necesitaron un tratamiento con la droga metadona, que sirve de reemplazo a los opiáceos, para ayudarles a recuperarse de la dependencia.

Los síntomas, según los autores, fueron descritos entre el 60% y el 80% de los bebés recién nacidos que fueron expuestos a la heroína o a la metadona en el útero. Eso quiere decir que no todos los bebés nacidos de mujeres que consumieron opiáceos durante el embarazo mostraron los síntomas. Los bebés "parecen estar incómodos, a veces respiran algo más rápido. Se rascan las caras", dice Stephen Patrick, de la Universidad de Michigan y quien trabajó en el informe.

Carga médica

El informe explica que los "recién nacidos con síndrome de abstinencia neonatal sufren hospitalizaciones iniciales más largas y frecuentemente complejas y costosas". Los bebés permanecieron en el hospital durante 16 días en promedio, comparado con los tres días que permanecen los bebés saludables. Como muchos nacieron de madres que tienen derecho a recibir ayuda financiera por sus costos médicos, el estudio dice que esto es una seria carga para los presupuestos de salud.

Los investigadores añaden que muchas mujeres embarazadas estaban tomando legítimamente analgésicos opiáceos bajo receta médica, pero advirtieron que debe hacerse más para encontrar maneras de proteger de drogas muy poderosas a los bebés que todavía no han nacido. Patrick dijo que los hallazgos revelan "que los opiáceos están convirtiéndose en un problema grande en este país".

Un editorial en la revista que acompaña el estudio dice que mientras esos medicamentos opiáceos ofrecen un "control del dolor superior", también han sido "recetados con exageración, desviados y vendidos ilegalmente, lo que crea un nuevo camino para la adicción a los opiáceos y un problema de salud pública para la salud materna e infantil".

En 2011, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) advirtieron que el abuso de analgésicos en Estados Unidos había alcanzado "proporciones epidémicas". Dijo que las sobredosis de analgésicos causan más muertes que la heroína y la cocaína juntas.

– El precio de la desigualdad (Project Syndicate – 5/6/12)

(Por Joseph E. Stiglitz) Lectura recomendada

Nueva York.- A los estadounidenses les gusta pensar en su país como una tierra de oportunidades, opinión que otros en buena medida comparten. Pero aunque es fácil pensar ejemplos de estadounidenses que subieron a la cima por sus propios medios, lo que en verdad cuenta son las estadísticas: ¿hasta qué punto las oportunidades que tendrá una persona a lo largo de su vida dependen de los ingresos y la educación de sus padres?

En la actualidad, estas cifras muestran que el sueño americano es un mito. Hoy hay menos igualdad de oportunidades en Estados Unidos que en Europa (y de hecho, menos que en cualquier país industrial avanzado del que tengamos datos).

Esta es una de las razones por las que Estados Unidos tiene el nivel de desigualdad más alto de cualquiera de los países avanzados. Y la distancia que lo separa de los demás no deja de crecer. Durante la "recuperación" de 2009 y 2010, el 1% de los estadounidenses con mayores ingresos se quedó con el 93% del aumento de la renta. Otros indicadores de desigualdad (como la riqueza, la salud y la expectativa de vida) son tan malos o incluso peores. Hay una clara tendencia a la concentración de ingresos y riqueza en la cima, al vaciamiento de las capas medias y a un aumento de la pobreza en el fondo.

Sería distinto si los altos ingresos de los que están arriba se debieran a que contribuyeron más a la sociedad. Pero la Gran Recesión demostró que no es así: hasta los banqueros que dejaron a la economía mundial y a sus propias empresas al borde de la ruina recibieron jugosas bonificaciones.

Si examinamos más de cerca la cima de la pirámide encontraremos allí sobreabundancia de buscadores de rentas: hay quienes obtuvieron su riqueza ejerciendo el monopolio del poder; otros son directores ejecutivos que aprovecharon deficiencias de las estructuras de gobierno corporativas para quedarse con una cuota excesiva de la ganancia de las empresas; y hay todavía otros que usaron sus conexiones políticas para sacar partido de la generosidad del Estado, ya sea cobrándole demasiado por lo que compra (medicamentos) o pagándole demasiado poco por lo que vende (permisos para explotación de minerales).

Asimismo, parte de la riqueza de los financistas proviene de la explotación de los pobres, por medio de préstamos predatorios y prácticas abusivas con el uso de tarjetas de crédito. En estos casos, los que están arriba se enriquecen directamente de los bolsillos de los que están abajo.

Tal vez no sería tan malo si hubiera aunque sea un grano de verdad en la teoría del derrame: la peculiar idea de que enriquecer a los de arriba redunda en beneficio de todos. Pero hoy la mayoría de los estadounidenses se encuentran peor (con menos ingresos reales ajustados por la inflación) que una década y media atrás en 1997. Todos los beneficios del crecimiento fluyeron hacia la cima.

Los defensores de la desigualdad estadounidense argumentan que los pobres y los que están en el medio no tienen por qué quejarse: puede ser que la porción de torta con la que se están quedando sea menor que antes, pero gracias a los aportes de los ricos y superricos, la torta está creciendo tanto que en realidad el tamaño de la tajada es mayor. Pero una vez más, los datos contradicen de plano este supuesto. De hecho, Estados Unidos creció mucho más rápido durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando el crecimiento era conjunto, que después de 1980, cuando comenzó a ser divergente.

Esto no debería sorprender a quien comprenda cuál es el origen de la desigualdad. La búsqueda de rentas distorsiona la economía. Por supuesto que las fuerzas del mercado también influyen, pero los mercados dependen de la política; y en Estados Unidos, con su sistema cuasicorrupto de financiación de campañas y el ir y venir de personas que un día ocupan un cargo público y al otro están en una empresa privada, y viceversa, la política depende del dinero.

Por ejemplo, cuando la legislación de quiebra privilegia los derivados financieros por encima de todo, pero no permite la extinción de las deudas estudiantiles (por más deficiente que haya sido la educación recibida por los deudores), es una legislación que enriquece a los banqueros y empobrece a muchos de los que están abajo. Y en un país donde el dinero puede más que la democracia, no es de extrañar la frecuencia con que se aprueban esas leyes.

Pero el aumento de la desigualdad no es inevitable. Hay economías de mercado a las que les está yendo mejor, tanto en términos de crecimiento del PIB como de elevación de los niveles de vida de la mayoría de sus ciudadanos. Algunas incluso están reduciendo las desigualdades.

Estados Unidos paga un alto precio por seguir yendo en la otra dirección. La desigualdad reduce el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica que el activo más valioso con que cuenta la economía (su gente) no se emplea a pleno. Muchos de los que están en el fondo, o incluso en el medio, no pueden concretar todo su potencial, porque los ricos, que necesitan pocos servicios públicos y temen que un gobierno fuerte redistribuya los ingresos, usan su influencia política para reducir impuestos y recortar el gasto público. Esto lleva a una subinversión en infraestructura, educación y tecnología, que frena los motores del crecimiento.

La Gran Recesión agravó la desigualdad, provocando recortes en gastos sociales básicos y un alto nivel de desempleo que presiona sobre los salarios a la baja. Por añadidura, tanto la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y financiero internacional, que investiga las causas de la Gran Recesión, como el Fondo Monetario han advertido que la desigualdad conduce a inestabilidad económica.

Pero, lo que es más importante, la desigualdad en Estados Unidos está corroyendo sus valores y su identidad. Cuando llega a semejantes extremos, no es sorprendente que sus efectos se manifiesten en todas las decisiones públicas, desde la política monetaria a la asignación del presupuesto. Estados Unidos se ha convertido en un país que en vez de "justicia para todos" ofrece favoritismo para los ricos y justicia para los que puedan pagársela: esto quedó demostrado durante la crisis de las ejecuciones hipotecarias, cuando los grandes bancos creyeron que además de demasiado grandes para quebrar, eran demasiado grandes para hacerse responsables.

Estados Unidos ya no puede considerarse la tierra de oportunidades que alguna vez fue. Pero no tenemos por qué resignarnos a esto: todavía no es demasiado tarde para restaurar el sueño americano.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics, has pioneered pathbreaking theories in the fields of economic information, taxation, development, trade, and technical change. As a policymaker, he served on and later chaired President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers, and was Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank. He is currently a professor at Columbia University, and has taught at Stanford, Yale, Princeton, and Oxford. He is the author of The Price of Inequality: How Today"s Divided Society Endangers our Future)

¿Será este el "Fin de la Historia" que proclamó Fukuyama?

– "¿El sueño americano? Los ricos son más ricos y ahí se acaba la historia" (El Confidencial – 14/6/12)

(Por Miguel Ayuso) Lectura recomendada

El "sueño americano" está basado en una premisa errónea que no funciona ni en el país que la vio nacer. El escritor e historiador Morris Berman (Nueva York, 1944) no se anda con rodeos. Esta semana está de visita en España para presentar su último libro, Las raíces del fracaso americano (Sexto Piso), dónde traza una evolución del pensamiento político y económico de su país y llega a una conclusión: Estados Unidos fracasará por no haber prestado nunca atención a soluciones alternativas. En su opinión, "las bases del capitalismo no están funcionando. Se está derrumbando y va a desintegrarse".

"La meta principal de la civilización americana", explica Morris en el libro, "es y siempre ha sido una economía en expansión perpetua e innovación tecnológica sin límites". Morris define esta tradición como "oportunismo", pues se basa en la premisa del 'sueño americano' de que todo individuo tiene la oportunidad de triunfar, de crecer, como el conjunto de la sociedad. El problema es que, tal como ha explicado Morris a El Confidencial, esta ideología es errónea: "El crecimiento no redistribuye la riqueza y además está basado en la idea del infinito, de que los recursos van a durar siempre, y esto no es verdad".

En opinión de Morris, "todo el sistema se basa en la noción, popularizada mayormente por Ronald Reagan, de que la riqueza se acaba filtrando a toda la población. Pero eso nunca pasa. Los ricos son más ricos y ahí se acaba la historia". El problema, según el historiador, es que la población estadounidense no se da cuenta de que vive en un engaño: "Las cifras reales de paro rondan el 18% (Morris insiste en que las cifras oficiales, de un 8,2%, no son reales). 200 millones de personas viven de cheque en cheque. Tienen un trabajo, pero si tienen un accidente están en un verdadero aprieto. La asistencia sanitaria cuesta dinero en los EEUU y no lo tienen. Dos tercios de la población viven en la cuerda floja. No me parece un gran éxito como país".

La tradición alternativa

Morris ha rastreado la historia ideológica de su país y explica en el libro que siempre existió una alternativa al oportunismo; una tradición de corte espiritual que insistió, "desde el siglo XVII", en la idea de que el dinero y el crecimiento sin fin no debían ser la meta de la sociedad. Esta "tradición alternativa", tal como la define el historiador, era la dominante en el Sur hasta la guerra civil. "La lucha entre el Norte y el Sur", explica Morris, "fue un choque de civilizaciones. La esclavitud no era el tema central, lo que quería el Norte era imponer en el Sur el régimen oportunista, el capitalismo, aunque ellos no lo querían. Desafortunadamente, la tradición del sur estaba muy atada a la economía esclavista. Esa es la parte triste. Teóricamente se pueden separar las dos cosas, pero no por aquel entonces: el esclavismo soportaba esa forma de vida".

Tras la guerra, la tradición alternativa fue completamente ignorada y marginalizada. En 1979 Jimmy Carter -al que Morris considera el último ideólogo alternativo de peso- pronunció su famoso discurso, El malestar espiritual, en el que decía: "Americanos, ¿creéis que comprar puede llenar vuestras vidas? Volved a pensar". Tal como cuenta el historiador, "Carter tuvo la mayor derrota electoral de la historia de los Estados Unidos. Ronald Reagan ganó por una barbaridad, porque decía que comprar era la base de la vida. Después del 11-S George W. Bush dijo lo mismo, que era necesario seguir comprando en las grandes superficies".

La alternativa al "sueño americano", al oportunismo, siempre ha existido, pero "se ha considerado algo estúpido". Morris cree que la ideología americana es tremendamente simplista: "Es como una guitarra con una sola cuerda. Los americanos creen que realmente sus vidas consisten en comprar. Es lo único que quieren hacer y es lo que hacen. Ven la televisión, trabajan y compran. No somos un país inteligente. En EE.UU. los ricos duermen confortablemente todas las noches y no están preocupados porque saben que el 99% del país quiere ser como ellos. No quieren encarcelarles, colgarles, ni hacer una revolución: quieren ser ellos. Ese es el gran problema. Si un americano no tiene trabajo no se para a pensar que el capitalismo ha hecho que casi el 20% de la población tampoco lo tenga. Lo que piensa es que es culpa suya. La población americana está de acuerdo con la cábala capitalista y quiere entrar en ella. La democracia está funcionando bien. Se está dando a la gente lo que quiere".

Indignación pesimista

Morris no es en absoluto optimista. En su opinión las alternativas a la ideología oportunista han fracasado y su resurgir sólo vendrá de un colapso total del sistema: "Podría haber una alternativa al colapso total si Carter hubiera ganado y Reagan hubiera perdido. La habría si Rajoy dijera: "¿Rescate? Eso no es lo que necesitamos. Es lo de siempre". En vez de eso sale en televisión contento y diciendo que está bien lo que ha hecho. El rescate es sólo un patético intento de sostener un sistema que no funciona. Rajoy ha ganado algo de tiempo pero, ¿qué va a hacer con él? No tiene ni idea. Puedes estar seguro que dentro de seis meses España volverá a la misma situación y estarán hablando de otro rescate. Alguien tiene que levantarse y decir que no podemos estar haciendo esto todo el tiempo. Hay que hacer algo diferente".

¿Pero qué podemos hacer? Morris cree que la base de todo es no pensar sólo en términos de blanco y negro -que es cómo dice que piensan los americanos-. En su opinión, algo que "funciona bastante bien" es una economía mixta: "La crisis de 2008 tuvo un impacto mucho menor en Noruega, Suecia, Finlandia o Dinamarca. Protegieron sus economías porque no están totalmente basadas en el capitalismo. Esto es un sistema inteligente, no el capitalismo de cowboys y casinos de EEUU o el comunismo de la extinta Unión Soviética. Es una alternativa y es real".

El historiador insiste en que siempre "ha habido gente que ofrecía una alternativa, pero nunca tuvieron acogida". En su opinión, los americanos están entrenados en el capitalismo desde que nacen: "Tienen pensamientos inconscientes como que hay crecimiento infinito y el individuo es lo que cuenta. Todo esto lo maman desde que tienen dos o tres años. Quién va a ganar, ¿la sociedad que te ha educado durante toda tu vida o yo que te voy a dar una charla de 45 minutos? Se creen que soy un mal chiste. Hay algo que nos ha enseñado la historia, la exhortación no funciona, funciona el poder y mi lado nunca lo ha tenido. La conclusión es que sólo nos daremos cuenta de esto cuando el capitalismo fracase por completo y nos quedemos sin recursos. Tendremos que recapacitar a la fuerza".

"No hay país en el mundo que sea tan estúpido"

Aunque Morris ha seguido de cerca el movimiento de los "indignados", y le resulta "esperanzador", no cree que logre nada: "No creo que Occupy Wall Street sea un movimiento serio. Es una cosa descentralizada que no se ha planteado ninguna meta. Si fallan no va a ser una sorpresa. Hay que tener las cosas más planeadas. No puedes ganar una guerra basándote en una emoción".

El historiador asegura que no es optimista porque conoce a la gente de América. "Casi dos tercios de los americanos creen en alguna versión del creacionismo", explica. "No hay país en el mundo que sea tan estúpido. Me quita la respiración". Por eso mismo hace unos años se mudó a México: "Estaba cansado de los EEUU. No podía hablar con nadie, no podía tener conversaciones como esta. Todo gira en torno al oportunismo. Era demasiado opresivo. Quería ir a un sitio donde aún hubiera aspectos de la cultura tradicional". O quizás prefería estar un poco apartado: "No me cabe duda de que, con el tiempo, acabaré torturado en Guantánamo. Suena extremo, pero tarde o temprano los EE.UU. acabarán siendo como la Inglaterra que imaginaba Orwell en 1984. ¿Cuánto tardarán en cogerme? Para mi América no iba de esto cuando empezó".

– La sociedad mala (Project Syndicate – 19/7/12) Lectura recomendada

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- ¿Cuánta desigualdad es aceptable? A juzgar por los niveles anteriores a la recesión, mucha, particularmente en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Peter Mandelson, del Nuevo Laborismo, expresó el estado de ánimo de los últimos treinta años cuando comentó que se sentía "tranquilo" por el hecho de que la gente se enriqueciera de forma "desmedida". El enriquecimiento era el objetivo de la "nueva economía". Y los nuevos ricos se quedaron con una parte creciente de sus ganancias, a medida que se redujeron los impuestos para alentarlos a enriquecerse aún más y se abandonaron los esfuerzos para repartir el pastel de forma más justa.

Los resultados fueron predecibles. En 1970, los ingresos brutos de un alto ejecutivo estadounidense eran aproximadamente treinta veces más elevados que los del trabajador medio; actualmente son 263 veces más elevados. En Gran Bretaña, el salario básico (sin bonificaciones) de un alto ejecutivo era 47 veces superior a la del trabajador medio en 1970. En 2010 fue 81 veces superior. Desde finales de los años setenta, los ingresos netos del 20 por ciento más rico de la población han aumentado cinco veces más rápido que el del 20 por ciento más pobre en los Estados Unidos y cuatro veces más rápido en el Reino Unido. Aún más importante es la creciente brecha entre el promedio de los ingresos y la mediana de los ingresos, es decir que la proporción de la población que vive con la mitad o menos de la mitad del ingreso medio en los Estados Unidos y Gran Bretaña ha estado aumentando.

Aunque en algunos países esta tendencia no se ha impuesto del todo, la desigualdad ha estado aumentando durante los últimos 30-40 años en todo el mundo. Ha crecido la desigualdad dentro de los países, y las diferencias entre ellos aumentaron considerablemente después de 1980, hasta equilibrarse a finales de los noventa y comenzar a disminuir después de 2000, cuando el crecimiento en los países en desarrollo comenzó a acelerarse.

El crecimiento de la desigualdad no incomoda a los defensores ideológicos del capitalismo. En un sistema de mercado competitivo, se dice que se paga a las personas lo que valen, es decir, los altos ejecutivos agregan a la economía estadounidense 263 veces más valor que sus empleados. Pero se aduce que los pobres siguen estando mejor que si los sindicatos o el gobierno hubieran reducido la brecha artificialmente. La única forma de lograr que la riqueza se reparta más rápido es mediante una reducción adicional de los impuestos marginales o, alternativamente, mejorando el "capital humano" de los pobres, de modo que valgan más a ojos de sus empleadores.

Esta es una forma de razonamiento económico diseñada para que resulte atractiva a quienes están en la cúspide de la pirámide de los ingresos. Después de todo, no hay ninguna forma de calcular los productos marginales de diferentes individuos en actividades productivas cooperativas. Los salarios más altos sencillamente se fijan comparándolos con otros que se pagan para puestos similares.

Anteriormente, las diferencias de los salarios se establecían según lo que era justo y razonable. Mientras mayores conocimientos, habilidades y responsabilidades exigiera un puesto, mayor era el salario aceptable y aceptado para ocuparlo.

No obstante, todo lo anterior sucedía dentro de límites en los que se conservaba cierta relación entre los más altos y los más bajos. Los salarios en el sector privado rara vez eran superiores a 20 o 30 veces el salario medio y en el caso de la mayoría de las personas las diferencias eran mucho menores. Así pues, el ingreso de los médicos y abogados solía ser aproximadamente cinco veces superior al de los trabajadores manuales, no diez veces o más, como sucede actualmente,

Lo que ha conducido a los métodos espurios que se utilizan hay en día para calcular los salarios ha sido el fin del sentido común y de un modo de evaluar las actividades humanas que no se basa en criterios económicos y que toma en cuenta el contexto social más amplio.

Hay una consecuencia extraña, que no se aprecia mucho, de no distinguir entre el valor y el precio: la única forma que se ofrece a la mayoría de las personas para aumentar sus ingresos es mediante el crecimiento económico. En los países pobres eso es razonable, puesto que no hay suficiente riqueza. Sin embargo, en los países desarrollados la concentración en el crecimiento económico es una forma extraordinariamente ineficiente de aumentar la prosperidad general, porque significa que una economía debe crecer en, digamos, 3% para aumentar los ingresos de la mayoría un 1%, por decir algo.

Tampoco es seguro que el capital humano de la mayoría pueda aumentarse más rápido que el de la mayoría, que obtiene todas las ventajas educativas que se derivan de una mayor riqueza, mejores condiciones familiares y más contactos. En estas circunstancias, la redistribución es una forma más segura de lograr una amplia base de consumo, que es en sí misma una garantía de estabilidad económica.

La actitud de indiferencia ante la distribución del ingreso es de hecho una receta para un crecimiento económico sin fin en el que los ricos, los muy ricos y los súper ricos se alejan cada vez más del resto. Esto está mal por motivos morales e incluso prácticos. En términos morales, hace que las perspectivas de una vida mejor queden para siempre fuera del alcance de la mayoría de las personas. En términos prácticos, está destinado a destruir la cohesión social en la que se basa en última instancia la democracia – o, en efecto, cualquier tipo de sociedad pacífica y satisfecha.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in both history and economics, is a working member of the British House of Lords. The author of a seminal three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, before helping to found the short-lived Social Democratic Party and eventually becoming the Conservative Party"s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords. He was forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO"s intervention in Kosovo in 1999)

Al borde del abismo fiscal… y al borde del abismo "social" (además)

"En EEUU, la dependencia de los ciudadanos respecto al Gobierno va en aumento, y actualmente más de la mitad de la población depende de las ayudas federales para sobrevivir. Mientras la administración Obama rebaja los requisitos para poder acceder a estos subsidios, cada vez más estadounidenses afirman preferirlo así"… Insostenible: Más de la mitad de los estadounidenses dependen de los subsidios (Negocios.com – 23/8/12)

Desde 2009 se han reducido los requisitos para acceder a MedicAid- el programa de seguro médico estatal-, cartillas de alimentos, subsidios de desempleo, exención del pago del IRPF… Según relata RT en su web, 165 del total de 308 millones de estadounidenses dependen del estado de algún modo. De ellos, 107 se benefician de la asistencia social federal, 46 millones están afiliados a MedicAid y 22 millones son funcionarios.

Desde la llegada de Obama a la Casa Blanca, el número de ciudadanos que recibe prestaciones ha aumentado en 10 millones, hasta alcanzar los 107 dependientes, según un informe realizado por el Comité Presupuestario del Senado. El aumento de norteamericanos que, durante ese periodo, comenzaron a beneficiarse de las cartillas de alimentos ha ascendido en más de 14 millones.

"Con el plan Obama, no tendrás que trabajar y no tendrás que entrenarte para un trabajo: simplemente te enviarán un cheque de subsidio", comenzaba un anuncio televisivo anti-Obama lanzado recientemente.

Y parece que cada vez más estadounidenses lo prefieren así. En 2011, un informe de Globescan mostró que el número de ciudadanos que defienden una economía de libre mercado descendió a 59% desde el 74% del año anterior, cayendo por debajo de China y Brasil. Cuando Globescan realizó por primera vez esta encuesta, hace 10 años, el 80% de los estadounidenses estaban a favor de una economía de libre mercado. Una constante es que las personas con menores rentas anuales son más propensas a estar en contra de una economía de libre mercado.

El Índice Anual de Dependencia del Gobierno, publicado en Febrero (2012), descubrió que desde 2008, la dependencia de los estadounidenses respecto a su gobierno ha crecido un 23%. El Gobierno estadounidense batió su propio record el año pasado, gastando el máximo en asistencia estatal en la historia de la nación.

En la actualidad, The Heritage Foundation calcula que los estadounidenses que dependen de la asistencia federal perciben de media 32.784 dólares anualmente, mientras que el salario anual promedio de un trabajador se tasa en 26.364 dólares.

"Esperamos que el Gobierno cuide de nosotros desde la cuna a la tumba", decía un análisis en el blog Economic Collapse.

En 2010, más del 70% del presupuesto del Gobierno de EEUU se invirtió en programas de dependencia. En 1962, solo se empleaba el 28,3% para ese fin.

Sin embargo, el coste de esos programas recae en quienes no se benefician de ellos. La mitad de los hogares de EEUU no paga el IRPF, y a la vez, esas familias son las que tienen mayores probabilidades de acceder a los subsidios y las cartillas de alimento.

Así, la dependencia crece y el número de trabajadores que pagan impuestos para financiarla disminuye, dando lugar a una situación insostenible.

Del Paper: Las pensiones con depresión Publicado en Mayo de 2013

– "Te levantas un buen día y descubres que eres pobre" (El Confidencial – 28/6/12)

(Por Héctor G. Barnés) Lectura recomendada

"La nueva pobreza es invisible y puede cohabitar en un mismo espacio con situaciones estables. No se trata tanto del caso del señor que rebusca en los cubos de basura después de haberse quedado sin trabajo, esa pobreza espectacular y extrema que explota la televisión, sino un proceso poco visible que está afectando a muchas familias o al vecino de al lado aunque no nos demos cuenta". De esta forma recuerda la profesora de sociología e investigadora de la Universidad Complutense de Madrid Araceli Serrano Pascual cómo está evolucionando la percepción de la pobreza en el presente y desfavorable contexto económico, y que se caracteriza por su escasa visibilidad.

José Félix Tezanos, director de la Fundación Sistema y catedrático de Sociología en la UNED señala que "en nuestros estudios nos hemos dado cuenta cómo entre el 60 y el 70% de las familias no están mentalizadas para pedir ayuda. "Yo no soy un necesitado", es la percepción habitual. Hemos visto a gente llorando mientras rellena la encuesta". Por su parte, Luis Enrique Alonso Benito, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, recuerda que "antes la pobreza se encontraba localizada en bolsas físicas, como podía ser un barrio determinado. Ahora ya no, sino que se está desplazando hacia las clases medias y se está diluyendo".

Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2011 el 21,8% de la población española se encontraba por debajo del nivel de pobreza. Un aumento del 1,1% respecto al año anterior y un dato que, recuerda Tezanos, "es uno de los más altos de toda la Unión Europea". Para Alonso Benito, la novedad de este tipo de pobreza es "su velocidad e intensidad. Puede ocurrir de la noche a la mañana, no es un proceso a largo plazo. Por ejemplo, tenemos casos como el de una contratada de la Administración que tenía dos empleos precarios y que al perder uno, cayó en la pobreza. Algo que ni podía imaginarse medio año atrás".

Una situación nueva para la clase media

"Se trata de un sector de población que anteriormente tenía cierta estabilidad. Es decir, aunque su trabajo era precario, podía acceder al consumo, y disponía de un techo bajo el que vivir. Vivían en una especie de "precariedad estable", a veces incluso con un consumo alto", señala Araceli Serrano Pascual, explicando que la mayor parte de este grupo está formado por la franja más baja de la clase media. Luis Enrique Alonso señala que el hecho de que esté afectando a un sector que en el pasado reciente habían gozado de cierta estabilidad es un problema a la hora de proporcionar ayuda: "Al no ser colectivos minoritarios, la vergüenza que provoca hace que se intente ocultar. Por ello, la intervención y la asistencia son más complicadas. Es lo que ocurre con tantos profesionales al perder sus trabajo, que pasan de la normalidad a la dependencia".

Serrano señala que esto también ocurre dentro de la familia, "a la que no se le dice nada para no preocuparla, o por pura vergüenza". Tezanos añade que el sentimiento más común es el de ""qué he hecho yo para merecer esto", la sensación de haber recibido un castigo y de no ser capaces de obtener los frutos deseados a pesar de haber trabajado y haberse esforzado. Parece que no llevamos las riendas de nuestra vida".

Un problema terminológico

Una de las grandes dificultades que señala la mayor parte de expertos es la que atañe al concepto de "pobre" en sí, una imagen muy fijada en el imaginario colectivo y conferido de ciertas características negativas que impide que muchos de los que estadísticamente lo son se consideren como tales. "La pobreza no es un homeless radical, con todos los estigmas que tiene asociado, sino que se trata de algo más relacional", señala Luis Enrique Alonso. "No todos los pobres son excluidos. Parece que se traza una barrera entre el "dentro" y "fuera" que no nos afecta. Lo que la nueva pobreza sugiere es que dicha frontera es mucho más borrosa de lo que parece y que un amplio porcentaje de la población corre el riesgo de atravesarla".

Serrano Pascual coincide en que "a sí mismos no se consideran pobres, no digamos ya excluidos. Los pobres son los que rebuscan en la basura, los que recurren a los beneficios sociales". Por ello, gran parte de esta pobreza permanece fuera de la vista: "El concepto de pobreza se solía vincular a minorías étnicas, inmigrantes, problemas de salud, mentales y de adicción. Ahora ha cambiado mucho. La ropa es normal y no hay detalles externos que la señalen. En los barrios de las grandes ciudades o en sus periferias se produce esta mezcla heterogénea de gente de muy distintos niveles económicos que conviven juntos". Alonso añade que "hay que olvidar esa idea del pobre relacionada con la maldición divina, la indolencia o la falta de esfuerzo, desdramatizarla para que se tome con mayor normalidad y sea más fácil pedir ayuda".

Tezanos añade que frente al de pobreza, "el concepto emergente es el de "precario"". Aunque matiza que la percepción "ha cambiado en los dos últimos años: la tendencia es que cada vez una mayor proporción de nuestros encuestados se considera clase baja". La profesora Serrano Pascual recuerda que "a un nivel mundial, la gente sí se considera pobre. Entre ricos y pobres, la mayor parte de la población se considera del segundo grupo".

Repercusión en la familia

Entre algunos de los perfiles afectados por esta situación se encuentran los profesionales que no disponían de una situación laboral fija pero que podían mantenerse gracias a una retribución más o menos importante, y que ahora tienen más difícil encontrar una regularidad en su trabajo. Araceli Pascual Serrano señala que la coyuntura también afecta a "las familias monoparentales. Por ejemplo, las mujeres que se quedan solas después de la ruptura de su matrimonio, que no se pueden incorporar al mercado laboral tras la separación, y que dependen completamente de la pensión de su marido, si es que llega, puesto que estos también están teniendo dificultades".

"Por otro lado, se han roto las redes de solidaridad familiar por la hipersaturación. Por ejemplo, hay muchos pensionistas que pagan la hipoteca de sus hijos y los mantienen. Algo relativamente fácil si el hijo es único, pero más complicado si hay dos", prosigue la profesora señalando una de las grandes dificultades de dicha situación: que los ahorros que muchas familias habían almacenado generación tras generación, ese colchón familiar, está desapareciendo, lo que empeorará la situación en el medio plazo. "Los mecanismos de compensación están fallando (la familia, el Estado de Bienestar)", recuerda Tezanos.

El caso de las nuevas generaciones

Uno de los grandes afectados por la nueva pobreza son los más jóvenes que, como apunta Serrano Pascual, "por primera vez ya no tienen fe en el progreso y en que el futuro sea cada vez mejor. Ese mito de las últimas décadas ha desaparecido". Tezanos recuerda que "la edad media de la pobreza se ha reducido año tras año, hemos visto bastante gente menor de cuarenta años sin techo".

Una de las razones se debe a que hace relativamente poco tiempo "las clases estabilizadas podrían permitirse las largas esperas de los jóvenes para entrar en el mercado laboral. Si ahora se requiere que estos contribuyan, la situación se dramatiza", señala Luis Enrique Alonso. "Lo raro fue lo que ocurrió durante los últimos veinte años. Se podía subvencionar a los hijos, por así decirlo. Ahora, los niños de estas familias pueden ver truncado su futuro". Tezanos recuerda la última gran diferencia con esa pobreza tradicional es que la antigua "estaba relacionada con sectores más pasivos, como eran los drogadictos. Ahora, en cambio, los afectados son más activos, como ocurre con estos jóvenes. La perplejidad es el sentimiento común, y por ello están apareciendo movimientos de protesta".

– En Grecia, la crisis revierte una generación de progreso (The Wall Street Journal – 21/11/12)

(Por Gordon Fairclough y Nektaria Stamouli) Lectura recomendada

Aristomenis, Grecia.- Durante décadas, Panagiotis Triantafyllopoulos trabajó en Atenas como diseñador gráfico. En sus últimos encargos, producía sofisticados envases para farmacéuticas transnacionales.

Ahora Triantafyllopoulos se pasa el día recogiendo leña, atendiendo a sus pollos y preparándose para la cosecha de aceitunas en este pueblo en las colinas del Peloponeso griego.

Incapaz de encontrar trabajo dos años después de haber sido despedido, el diseñador sintió que no le quedaba otra alternativa que volver al pueblo donde nació y tratar de salir adelante con lo que pueda sacar del pequeño terreno de su familia.

"Soy un nuevo pobre", dijo Triantafyllopoulos, quien se mudó a la capital siendo adolescente en 1975, parte de un éxodo de jóvenes que dejó el corazón agrícola de Grecia para trasladarse a las ciudades. "Volver fue una decisión difícil. Teníamos sueños de algo más grande".

Después de casi cinco años de recesión implacable, que ha empujado el desempleo nacional por encima de 25%, el motor de desarrollo de Grecia está en reversa. Las familias que habían logrado incorporarse a la clase media en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial están en retroceso.

Profesionales desempleados y empresarios quebrados están mudándose a casa de sus padres ancianos o regresando a pueblos ancestrales. Otros vuelven a trabajos menos atractivos o peligrosos, como pastores o marineros en buques de carga, que los griegos abandonaron conforme el país se enriquecía. Muchos incluso están emigrando.

Al tiempo que los líderes europeos sopesan cómo aligerar la pesada deuda fiscal que carga Grecia y evalúan si concederle nuevos fondos de rescate, la constante contracción de la economía del país amenaza con evaporar el progreso de una generación.

El poder adquisitivo de las personas que ganan el salario mínimo se ha precipitado a niveles que no se veían desde los años 70 -durante una era de rápido desarrollo que creó la clase media urbana-, según un estudio del Instituto del Trabajo, un centro de estudios con afiliaciones sindicales. El ingreso promedio ha descendido a donde estaba hace más de 10 años.

La crisis ha arrastrado a Triantafyllopoulos literalmente a donde comenzó. Ahora duerme en la cama donde nació en 1958. Algunas veces, cuando no puede dormir, se queda mirando la misma mancha en el techo de madera que miraba de niño, cuando se preguntaba qué le depararía el futuro.

Antes de que él y su esposa, Eleni, se quedaran sin trabajo en 2010, la familia tenía un ingreso anual de más de 30.000 euros, o casi US$ 40.000. Vivían en una casa espaciosa con jardín en Atenas. Salían a cenar fuera con frecuencia e iban de vacaciones.

Sin embargo, ahora, cuando es invierno en Grecia, ni siquiera pueden permitirse tener calefacción. Su madre de 81 años, Sofia, está aceptando encargos como costurera para intentar contribuir. Su mayor temor es que la hija de Triantafyllopoulos no pueda terminar la universidad.

"No me importa tener que ser pobre. Nací pobre", confiesa el padre de 54 años. "Lo que no puedo soportar es ser incapaz de ayudar a mis hijos a prepararse para algo mejor".

Tras décadas tratando de reducir la brecha que la separaba de otros miembros más acaudalados de la Unión Europea, Grecia vuelve a alejarse. La producción per cápita, que alcanzó 94% del promedio de la UE en 2009, retrocedió a 82% el año pasado, un nivel que se vio por última vez a principios de los 90. La situación es parecida en España y Portugal, conforme los países de la franja sur de la zona euro se hunden más en la crisis.

La clase media asalariada de Grecia no sólo está perdiendo empleos y agotando ahorros sino que también está sufriendo impuestos cada vez más altos sobre la renta, las compras y la propiedad, según el gobierno trata de cumplir con las metas de déficit impuestas por los acreedores internacionales.

La pérdida de ingresos y riqueza acumulada de estas familias está drenando el combustible necesario para impulsar el nuevo crecimiento. Los expertos afirman que la crisis financiera también está elevando la tasas de delincuencia y suicidios, y reduciendo el número de matrimonios y nacimientos.

La clase media, que en su día formaba una sólida base para la estabilidad democrática se está volviendo cada vez más radical, tal como sugiere la creciente popularidad de los extremos del espectro político. El partido radical de izquierda Syriza ocupa el primer lugar en las encuestas de opinión pública recientes, mientras que el ultranacionalista Amanecer Dorado está tercero.

Para Dimitris Stathis y Aggeliki Katsimardou, la velocidad del declive ha sido asombrosa. Katsimardou fue despedida como agente de seguros a principios de 2010. Este año, su marido perdió su empleo en una petrolera internacional y el auto que ésta le dejaba usar.

Ahora Stathis trabaja en una gasolinera. Gana 800 euros al mes, en torno a la mitad de su sueldo previo. Sin embargo, tienen que pagar una hipoteca de 900 euros al mes.

"No podemos comprar carne", dijo Katsimardou. "Incluso la leche es difícil. O el yogurt. Y estamos en Grecia, por el amor de Dios".

Un día reciente en Zerbisia, un pueblo cerca de la casa de Triantafyllopoulos en Aristomenis, Giorgos Leventis, de 22 años, amarraba una cabra negra a una valla para ordeñarla.

Nunca se imaginó que acabaría ganándose la vida en una granja. Pero después de perder su trabajo en Atenas como plomero -y dada la tasa de desempleo de 58% entre los trabajadores griegos entre 15 y 24 años- el joven se fue a vivir con su abuela en el pueblo de la familia. Ahora cría pollos, gansos y corderos además de sus cabras.

"Mucha gente de mi edad, que se crió en Atenas, no podría imaginarse nunca hacer algo como esto", dijo Leventis. Sin embargo, a él le gusta el trabajo y no tener jefes. Gana entre 300 y 400 euros al mes vendiendo pollos, huevos y aceite de oliva y echando una mano en las granjas de vecinos. De momento, no tiene ninguna esperanza de volver a Atenas.

Cuando Triantafyllopoulos era niño, Grecia estaba sumida en un auge de más de 20 años de crecimiento e industrialización, conforme repuntaba tras la catastrófica ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial y consiguiente guerra civil entre el gobierno griego de derecha y las fuerzas comunistas.

El pueblo de Aristomenis seguía en la pobreza en los años 60. Los niños iban descalzos en verano y la electricidad tardaría otra década en llegar. Pero Atenas y otras ciudades se expandían y atraían a la gente de las zonas rurales ofreciendo salarios más altos y una mejor calidad de vida.

A los 17 años, con el apoyo de sus padres, Triantafyllopoulos empacó una mochila e hizo dedo hasta llegar a la capital.

"Queríamos que se marchara para que tuviera más oportunidades", dijo su madre. "No salió como nos imaginamos".

Sin embargo, durante muchos años la vida en Atenas lo trató bien. Trabajó para periódicos, revistas y compañías de empacado. Se casó y tuvo dos hijos. "No teníamos una vida lujosa, pero no nos faltaba nada", señala su hija de 18 años, Eleftheria.

Hace unos días, Triantafyllopoulos estaba en una pequeña cafetería en el pueblo cuando sonó su teléfono. Era Eleftheria. Su solicitud para residencia estudiantil gratuita había sido rechazada. Sus ojos se llenaron de lágrimas. "¿Qué podemos hacer? Tendrás que arreglártelas con 400 euros al mes", le dijo en voz baja. "No hay más dinero".

Por ahora, está saliendo adelante pese a tener que pagar unos 300 euros al mes por su pequeño apartamento y servicios básicos; para comer y todo lo demás le quedan apenas 3 euros al día.

Triantafyllopoulos dedica mucho tiempo a pensar en qué hacer ahora. Sin un capital para invertir en la granja, sus posibilidades de ganancias son mínimas. Una posibilidad, dijo, es buscar trabajo en Australia, donde vive su hermano. Pero la pregunta es cómo conseguir el dinero para llegar hasta ahí.

Sueños estancados (la sociedad destrozada por la avaricia desenfrenada de una dirigencia sin "neuronas espejo": actualización de la Hemeroteca (enero 2012 – enero 2013)

A continuación se presenta un recorrido (específico) de cabotaje, para destacar algunos dramas personales, más allá de las cifras. Las historias de los "daños colaterales", con nombres y apellidos. Las personas que están "al otro lado del espejo" de la socialización de las pérdidas del sector financiero. "Distorsiones urbanas", de la Ciudad Desnuda.

1961. En mi juventud, la noche de los jueves en televisión, era la noche de "La Ciudad Desnuda" ("Naked City", 1958/63), un clásico policial de extraordinaria popularidad que presentaba el inusual ingrediente de su filmación en escenarios reales de New York, lo que le imprimía un "feeling" de cruda realidad infrecuente en las series de la época.

Pero la estrella era la propia New York donde, como el narrador indicaba al comienzo y al final de cada episodio, "Hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda…".

Estaba basada en una historia de Mark Hellinger que se convirtió en una película de 1948 también llamada "La Ciudad Desnuda", protagonizada por Barry Fitzgerald y Howard Duff y dirigida por Jules Dassin.

"Hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda y ésta ha sido una de ellas", dice el narrador al final de La ciudad desnuda, una película de 1948 que transcurre en Nueva York. Con esta última frase del filme, los ciudadanos se convierten en metáforas, "ocho millones de historias", una transubstanciación inversa: pasan de ser de carne y hueso a convertirse en historias, y de muchas historias singulares se transforman en una enorme ciudad desnuda, una gran idea. Se trata de una idea que se remonta a la República de Platón ­en la que Sócrates establece un paralelismo entre los diferentes componentes psicológicos del individuo y cómo estos se van sumando, y los diferentes tipos de ciudadanos y cómo ellos constituyen su ciudad ideal­, y que llega hasta Milton Glaser, que mostró Nueva York a través de la tipografía y de los símbolos.

Como dice Cesar Vidal, sin la intención de agotar el tema, los hechos son los siguientes:

"Desesperadas por la crisis, muchas familias han optado por dejar atrás lo más preciado que tienen: sus hijos"… Los griegos que abandonan a sus hijos por la crisis (BBCMundo – 14/1/12)

Una mañana, pocos días antes de Navidad, una maestra en Atenas encontró una nota junto a una de sus alumnas de cuatro años.

"Hoy no vendré a buscar a Ana porque ya no puedo mantenerla", decía el mensaje. "Por favor, hazte cargo de ella. Lo siento. Su madre".

En los últimos dos meses, el Padre Antonios, un cura joven ortodoxo que dirige un centro para jóvenes sin recursos, encontró cuatro niños abandonados a las puertas de su institución. Uno de ellos era un bebé de apenas pocos días.

Otra organización de caridad recibió la visita de una pareja, cuyos gemelos fueron internados en un hospital por malnutrición. La madre sufría desnutrición y por ende no estaba en condiciones de amamantarlos.

Casos como estos han causado conmoción en un país donde los lazos familiares son importantes y donde no poder cuidar de los hijos es socialmente inaceptable.

Muchos griegos no pueden creer que estas historias "del tercer mundo" estén ocurriendo en su propio país.

Uno de los menores a cargo del Padre Antonios es Natasha, una niña de dos años que su madre trajo al centro hace dos semanas.

La mujer estaba desempleada, no tenía donde vivir y necesitaba ayuda. Pero antes de que el personal la pudiese ayudar desapareció, abandonando a su hija.

"Durante el último año hemos visto cientos de casos de padres que quieren dejarnos a sus hijos, ellos saben que pueden confiar en nosotros", dice el Padre Antonios.

"Dicen que no tienen dinero, hogar o comida para sus hijos, por eso esperan que nosotros podamos brindarles lo que necesitan".

Antes de la crisis también se registraban pedidos similares, pero el Padre Antonios nunca fue testigo de lo que está sucediendo ahora: padres que sencillamente abandonan a sus hijos.

Los padres que no pueden mantener a sus hijos sienten ira y desesperación. Sienten vergüenza y son estigmatizados por la sociedad.

Los niños absorben las emociones de sus padres, por eso el niño hará suyos estos sentimientos de sus padres, especialmente la culpa.

Por lo general se sienten culpables.

Los niños que ingresan a un centro pueden tener dificultad en crear lazos con quienes los cuidan porque temen que esto sea una forma de traicionar a sus padres, y esto puede implicar que ya no los vengan a buscar.

Cuando crezcan, es probable que tengan problemas de confianza y esto se manifieste en dificultades en sus relaciones.

Una mujer a la que la pobreza obligó a separarse de su niña es María, una madre soltera que perdió su trabajo y estuvo desempleada durante más de un año.

"Lloraba todas las noches, ¿pero qué podía hacer? Me partió el corazón, pero no tenía otra opción", dice.

María se pasaba el día buscando empleo. Muchas veces regresaba ya entrada la noche y eso significaba que su hija de ocho años, Anastasia, pasaba todo el día sola.

Las dos se alimentaban de la comida que les daba la iglesia. María perdió 25 kilos.

Al final, decidió entregar a Anastasia a una organización de caridad.

"Yo puedo aguantar, pero ella no tiene por qué hacerlo", dice.

María ahora trabaja en un café, gana sólo US$ 25 al día. A Anastasia la ve una vez al mes, pero espera llevársela consigo cuando mejore su situación económica.

Stergios Sifnyos, uno de los directores de SOS Children's Villages, la organización de ayuda que recibió a Anastasia, comenta que no está acostumbrado a recibir niños que las familias entregan por motivos económicos.

"La relación entre María y Anastasia es muy fuerte. Uno podría decir que no hay una razón por la que Anastasia deba estar lejos de su madre. Pero es muy difícil para la madre llevársela, cuando no sabe si va a tener trabajo en los próximos días", dice Sifnyos.

En el pasado SOS Children's Villages recibía niños porque sus familias no podían cuidarlos por problemas de drogas y alcoholismo. Hoy, el motivo es la pobreza.

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