La búsqueda demencial de ganancias corporativas nos está amenazando a todos. Sin duda, deberíamos respaldar el crecimiento económico y el desarrollo, pero sólo en un contexto más amplio que promueva la sustentabilidad ambiental y los valores de la compasión y la honestidad que se necesitan para generar confianza social. La búsqueda de la felicidad no debería estar confinada al bello reino montañoso de Bután.
(Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Copyright: Project Syndicate, 2011)
¿Políticas económicas globales? (Poco piú animato)
– Cinco pasos adelante en 2011 (Project Syndicate – 14/1/11)
(Por Michael Spence) Lectura recomendada
Milán.- Lo peor de la crisis financiera y económica parece haber terminado. Los mercados de activos tuvieron un desempeño razonablemente bueno en 2010. En los Estados Unidos y algunas partes de Europa el crecimiento reinició. El desapalancamiento del sector privado continuó, pero tuvo como contrapeso niveles crecientes de deuda y déficits en el sector público. Además, el crecimiento de los mercados emergentes regresó a los niveles previos a la crisis y parece ser sostenible, apoyado por políticas heterodoxas diseñadas para "esterilizar" las entradas masivas de capital.
Sin embargo, el crecimiento alto sostenido en los mercados emergentes depende de evitar una segunda gran desaceleración en las economías avanzadas, que siguen absorbiendo una parte significativa (aunque en declive) de sus exportaciones. El crecimiento lento es manejable, pero el crecimiento negativo no lo es.
Por consiguiente, para las economías emergentes el riesgo de que empeore la situación de las economías avanzadas y los efectos de cascada de sus políticas de recuperación son temas principales de inquietud. En varios países desarrollados, incluidos los Estados Unidos, las perspectivas de crecimiento y empleo empiezan a divergir ampliamente poniendo en riesgo la cohesión social y la apertura económica.
La situación es en gran parte el resultado de la predecible dinámica posterior a la crisis económica debido a que las empresas y los hogares en los países avanzados reparar sus hojas de balance. Sin embargo, también reflejan decisiones de política no cooperativa. En efecto, los intentos para coordinar la política económica en todo el G-20, que representa el 85% del PIB global, se quedó muy por debajo de lo que se esperaba en 2010.
Entonces, ¿cómo sería un conjunto coordinado de políticas económicas globales?
Primero, incluiría planes convincentes en Europa y en los Estados Unidos para restablecer el equilibrio fiscal. En Europa, ello significa ponerse de acuerdo para el reparto de cargas con el fin de recapitalizar los países cuyos déficits y deuda han interrumpido el acceso a los mercados o han conducido a que los costos de crédito sean prohibitivamente elevados. La reestructuración daña al euro, y la consolidación fiscal en los países en dificultades si bien es necesaria, probablemente no es suficiente. Como resultado, los países más fuertes de Europa, en particular Alemania, cargan con el pasivo restante. Parece inevitable una mayor centralización fiscal y unificación política, pero puede llevar tiempo llegar a esa meta.
En los Estados Unidos el desafío principal es restablecer el equilibrio fiscal sin dañar la recuperación y crecimiento futuros. Corregir el desequilibrio es complicado debido a que la derecha teme que la izquierda utilice el estímulo fiscal para hacer un gobierno permanentemente más grande, un camino que la derecha (y aparentemente el público en general) no está dispuesta a seguir.
El segundo tema de la agenda es abandonar la facilitación cuantitativa en los Estados Unidos, que está sometiendo a las economías emergentes a una avalancha de capitales, precios crecientes de los productos básicos, inflación y burbujas de activos. La intervención puede ser necesaria en sectores frágiles de la economía estadounidense, como la vivienda, donde el desempeño inconstante podría producir otra crisis. Sin embargo, dicha intervención puede y debe ser mucho más precisa que la segunda ronda de facilitación cuantitativa (QE2 por sus siglas en inglés). La renuencia de los Estados Unidos para abordar áreas de bajo desempeño o frágiles crea externamente la impresión de que el verdadero objetivo de la QE2 es debilitar el dólar.
Más allá de eso, no es claro cómo la QE2 producirá un elevado crecimiento. Sus partidarios sostienen que es el principal mecanismo de política que queda, y que funcionará aumentando el crédito o disminuyendo la tasa de descuento, lo que incrementará los precios de los activos y por ende el consumo mediante los efectos sobre las hojas de balance. Sin embargo, ¿realmente queremos ver a los Estados Unidos totalmente endeudados otra vez? Probablemente no.
En lo que se refiere a las hojas de balance, aunque una disminución temporal de las tasas de interés de largo plazo empujara a la alza el valor de los activos, es improbable que las familias con una carga de deuda y con perspectivas inciertas de empleo se apresuren a consumir. Después de todo, el efecto riqueza funciona solamente cuando las personas piensan que ésta es permanente.
Tercero, las economías avanzadas y emergentes que tienen superávits crónicos deben deshacerse de ellos. Las políticas que eran necesarias para tal fin varían de país en país y requieren de cambios estructurales.
En lo que se refiere a China, una parte esencial de su doceavo plan quinquenal para orientar el ingreso a los hogares, donde la tasa de ahorros es alta, pero todavía inferior a la tasa corporativa. La economía entonces puede utilizar los ahorros de los hogares (con una intermediación financiera adecuada) para financiar la inversión gubernamental y corporativa, en lugar del gobierno de los Estados Unidos. Ese cambio estructural, en combinación con el fortalecimiento efectivo del tipo de cambio real del renminbi respecto del dólar, debido a la inflación y a salarios que aumentan rápidamente en los sectores de la exportación, ofrece la esperanza de que el superávit de China caerá.
El cuarto tema tiene que ver con el hecho de que la economía global estará en desequilibrio mientras que los Estados Unidos tengan déficits amplios en la cuenta corriente. Dado el reajuste posterior a la crisis del consumo y el ahorro internos, la demanda agregada de los Estados Unidos seguirá deprimida. A largo plazo, una mayor demanda externa y un aumento del potencial de exportación tendrán que cubrir el faltante.
El sector comercializable de los Estados Unidos está creciendo. Sus principales subsectores -los servicios con un alto valor agregado (por persona empleada)- son altamente competitivos y están en crecimiento. Sin embargo, no son suficientes para cubrir el faltante. Las importaciones podrían caer, como lo hicieron durante la crisis, pero eso fue debido a que la demanda disminuyó, no por un cambio de la demanda a favor de los productores nacionales.
El sector comercializable representa solamente el 30% de la economía estadounidense (por valor agregado), y el crecimiento del empleo en ese sector es insignificante. Si el crecimiento del empleo en el sector no comercializable -dominado por el gobierno y el servicio de salud– se tambalea, el sector comercializable tendrá que compensar. El problema es que no puede, incluso con una moneda que se deprecia. Para que las exportaciones aumenten sustancialmente, el alcance del sector comercializable debe ampliarse.
Quinto y último, la mayor parte de los tenedores de reservas deben ponerse de acuerdo para movilizarlas con el objetivo de mantener la estabilidad financiera y prevenir movimientos excesivamente volátiles del tipo de cambio y de los capitales. Ante los brotes periódicos de contagio en la eurozona y la incertidumbre residual sobre el compromiso de los Estados Unidos con un dólar fuerte y la disciplina fiscal, los principales tenedores de reservas en Asia y en el Golfo necesitan convertirse en un contrapeso estabilizador.
No es fácil ninguna de estas medidas. Llevarán tiempo. Sin embargo, en conjunto, ayudarían a reducir la incertidumbre y restablecer el patrón de estabilidad y de crecimiento incluyente de la economía global, impulsando así su apertura continua. Al evitar un segundo o tercer mejor resultado y errores de política, la coordinación internacional de la política económica, aunque difícil, tiene un papel esencial que desempeñar.
(Michael Spence es profesor de Economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York e investigador de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Copyright: Project Syndicate, 2011)
– La globalización sigue su marcha (Project Syndicate – 25/1/11)
(Por Jagdish Bhagwati) Lectura recomendada
Londres.- En un reciente simposio en el Financial Times sobre las perspectivas de la globalización en 2011, el columnista Gideon Rachman observó que "cuando Barack Obama visitó recientemente la India, el presidente estadounidense advirtió a sus anfitriones que el debate sobre la globalización se reabrió en Occidente" y "se está formando… y creciendo en las economías avanzadas… una reacción negativa".
Pero el alarmismo de Rachman es infundado. El miedo a la globalización en Occidente no es nada nuevo. Intelectuales articulados y grupos como sindicatos y organizaciones ambientales en las economías avanzadas han manifestado temores y sentimientos anti-globalización durante por lo menos un cuarto de siglo.
El miedo a la globalización, sin embargo, comenzó históricamente en el Este, no en Occidente. Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente desmanteló las barreras comerciales y de flujos de inversión, y trabajó para eliminar los controles de cambio y avanzar hacia la convertibilidad monetaria. Lo que a veces se llamó el orden económico internacional liberal era el orden del día, y también fue abrazado por la opinión pública.
Por el contrario, el Este normalmente abrazó la visión temerosa de que, como señaló el sociólogo chileno Oswaldo Sunkel, la integración a la economía internacional llevaría a la desintegración de la economía nacional. Muchos intelectuales compartían esta oscura visión anti-globalización, y los encargados de las políticas en gran parte del Este no estaban muy lejos.
De hecho, Occidente aceptó la visión de que la globalización (al igual que el comercio) resultaría en un beneficio mutuo, abrazando lo que yo llamé en 1997 la noción de "negligencia benigna". En el caso de la inversión extranjera y los flujos de ayuda, Occidente fue más allá y consideró que estaban motivados por el altruismo, o la "intención benigna", mientras que el Este consideraba que, en un mundo de naciones pobres y ricas, la globalización implicaba un "impacto maligno". En algunos análisis, el impacto maligno se convirtió en una "intención maligna" más siniestra. En consecuencia, la ayuda externa era considerada como un plan para atrapar a las naciones pobres en un abrazo neocolonial.
Lo que sucedió después fue lo que yo llamé una "reversión irónica". A medida que los beneficios de la globalización se volvieron evidentes, y también se hizo evidente el daño causado por las políticas autárquicas, los responsables de las políticas en el Este empezaron a apreciar que su postura anti-globalización había sido un error.
Sin embargo, luego el miedo a la globalización se trasladó a Occidente. El Este había temido no poder ganar con el comercio con Occidente, que tenía infraestructura y capital humano superiores; ahora, Occidente temía salir perdiendo con el comercio con el Este, que tenía mano de obra abundante y barata. El estancamiento de larga data en los salarios de los trabajadores no calificados se atribuía a importaciones de bajos costos que requieren mucha mano de obra, ignorando el corolario de que el consumo por parte de los trabajadores occidentales de productos asiáticos que requieren mucha mano de obra compensaba el efecto en los salarios reales.
Para tomar otro ejemplo, al Este le preocupaba una "fuga de cerebros" de profesionales hacia Occidente, donde las oportunidades parecían más abundantes. Hoy, Occidente es testigo de una oposición anti-globalización de parte de miembros de grupos profesionales, que temen la pérdida de sus empleos a manos de pares extranjeros.
Rudyard Kipling escribió, de manera estupenda, en "La balada del este y del oeste": "Oh, el Este es el Este, y el Oeste es el Oeste, y nunca los dos se encontrarán". Dada la irónica reversión de los miedos a la globalización, Kipling sigue teniendo razón: la convergencia siguió eludiendo al Este y al Oeste.
La crisis actual no creó el debate sobre la globalización que hoy se oye en Occidente; sólo hizo que se volviera ligeramente más evidente. Sin embargo, la crisis puede estar inclinando los resultados de las políticas occidentales a favor de la globalización. Por ejemplo, en materia de comercio, hubo un notable compromiso con los esfuerzos –en gran medida exitosos- para evitar una reincidencia significativa en el proteccionismo. Es más, los líderes del G-20 siguieron manifestando la necesidad de concluir la Ronda de Doha de negociaciones multilaterales sobre liberalización comercial.
También existen iniciativas como la designación por parte de los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Indonesia y Turquía de un Grupo de Expertos de Alto Nivel, presidido por Peter Sutherland, ex director general del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, por su sigla en inglés) y de la OMC, y por mí. Los cuatro gobiernos presentarán un informe en el Foro Económico Mundial de Davos de este año sobre cómo concluir Doha en 2011.
En otras palabras, todavía se podría demostrar que Kipling estaba equivocado. Una reversión en Occidente es posible, quizás hasta probable. De modo que la crisis actual puede, accidentalmente, establecer un consenso pro-globalización que abarque al Este y al Oeste.
(Jagdish Bhagwati, profesor de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia y miembro sénior en Economía Internacional en el Consejo sobre Relaciones Exteriores, es autor de In Defense of Globalization (En defensa de la globalización). Copyright: Project Syndicate, 2011)
– Alimentos para todos (Project Syndicate – 28/1/11)
(Por Olivier De Schutter) Lectura recomendada
Bruselas ¿Qué debe hacer el G-20 para prepararnos con miras a afrontar crisis alimentarias, ahora y en el futuro? El Presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, enumeró recientemente nueve medidas que el G-20 debería adoptar durante su actual presidencia francesa. Comprenden desde la mejora de la información sobre las existencias de cereales y la preparación de nuevos métodos de pronóstico meteorológico hasta el fortalecimiento de las redes de seguridad social para los pobres, pasando por la ayuda a los pequeños agricultores a fin de que aprovechen las licitaciones de compradores humanitarios, como, por ejemplo, el Programa Mundial de Alimentos.
Si bien son dignas de beneplácito, dichas medidas abordan sólo los síntomas de las deficiencias del sistema alimentario mundial, sin tocar las causas profundas. Podrían mitigar las consecuencias de las subidas máximas de los precios, pero son insuficientes para evitar la reaparición de las crisis, cosa que se puede lograr, si el G-20 actúa en relación con ocho prioridades.
En primer lugar, el G-20 debe apoyar la capacidad de los países para alimentarse. Desde comienzo del decenio de 1990, el gasto alimentario de muchos países pobres ha aumentado cinco o seis veces, no sólo por el crecimiento demográfico, sino también por haberse centrado en la agricultura destinada a la exportación. Una falta de inversión en la agricultura que alimenta a las comunidades locales vuelve a dichos países vulnerables ante las crisis internacionales de precios, además de a la inestabilidad de los tipos de cambio.
Mozambique, por ejemplo, importa el 60 por ciento de su consumo de trigo y Egipto importa el 50 por ciento de sus suministros alimentarios. Los aumentos de precios afectan directamente a la capacidad de esos países para alimentarse con un costo aceptable. Se debe detener esa tendencia permitiendo a los países en desarrollo apoyar a sus agricultores y, en los casos en que la oferta nacional sea suficiente, protegerlos de la competencia desleal de productores extranjeros.
En segundo lugar, se deben crear reservas de alimentos, no sólo para suministros humanitarios en zonas propensas a los desastres y con deficientes infraestructuras, como propone Zoellick, sino también como medio de apoyar unos ingresos estables para los productores agrarios y garantizar alimentos asequibles para los pobres. Si se gestionan las reservas de alimentos de forma transparente y participativa y si los países combinan a escala regional sus medidas al respecto, pueden ser una forma eficaz de aumentar la capacidad de los mercados de vendedores y contrarrestar la especulación por parte de los comerciantes, con lo que se limitará la inestabilidad de los precios.
En tercer lugar, se debe limitar también la especulación financiera. Si bien la especulación con derivados de productos alimentarios esenciales no es una causa de inestabilidad de los precios, la empeora en gran medida. Dicha especulación fue posible gracias a la desreglamentación en gran escala de los mercados de derivados de productos básicos que comenzó en 2000 y que ahora se debe detener. Las economías mayores deben velar por que dichos derivados queden limitados en la medida de lo posible a inversores competentes y expertos, que basen sus actividades comerciales en las perspectivas relativas a los fundamentos de los mercados y no principal o exclusivamente en la obtención de beneficios especulativos a corto plazo.
En cuarto lugar, muchos países en desarrollo con ingresos escasos temen que, una vez creadas, las redes de seguridad social lleguen a ser fiscalmente insostenibles por culpa de una pérdida repentina de ingresos por exportación, malas cosechas o pronunciados aumentos de los precios de los alimentos importados. La comunidad internacional puede contribuir a superar esa renuencia creando un mecanismo mundial de reaseguros. Si el pago de las primas corriera a cargo a partes iguales del país que desee asegurarse y de las contribuciones de los donantes, los países tendrían un incentivo poderoso para aplicar programas sólidos de protección social.
En quinto lugar, las organizaciones de agricultores necesitan apoyo. Una razón principal por la que la mayoría de los hambrientos figuran entre quienes dependen de la agricultura en pequeña escala es la de que no están suficientemente organizados. Constituyendo cooperativas, pueden ascender por la cadena del valor y pasar a la elaboración, el envasado y la comercialización de sus productos. Pueden mejorar su capacidad negociadora, tanto para la compra de insumos como para la venta de sus cosechas, y llegar a ser un sector importante del electorado político a fin de tener voz y voto en la adopción de las decisiones que los afecten.
En sexto lugar, debemos proteger el acceso a la tierra. Todos los años, se cede a inversores o gobiernos extranjeros una superficie mayor que las tierras cultivadas de Francia. Esa acaparación de tierras que se da sobre todo en el África subsahariana, constituye una importante amenaza para la futura seguridad alimentaria de las poblaciones afectadas. Sean cuales fueren los aumentos de producción agrícola que resulten de dichas inversiones, beneficiarán a los mercados extranjeros y no a las comunidades locales. El G-20 podría pedir una moratoria de esas inversiones en gran escala hasta que se llegue a un acuerdo relativo a una normativa apropiada sobre el suelo.
En séptimo lugar, se debe completar la transición a la agricultura sostenible. Los episodios meteorológicos son una causa importante de inestabilidad de los precios en los mercados agrarios. En el futuro, es de prever que el cambio climático cause más crisis de abastecimiento y la agricultura es también un factor importante que contribuye al cambio climático, pues a ella se debe el 33 por ciento de todas las emisiones de los gases que causan el efecto de invernadero, si se incluye en el cálculo la desforestación para cultivos y pastos. Necesitamos sistemas agrarios que sean más resistentes al cambio climático y que contribuyan a mitigarlo. La agroecología brinda soluciones, pero se necesita un gran apoyo de los gobiernos para aplicar en gran escala los procedimientos óptimos existentes.
Por último, tenemos que defender el derecho humano a los alimentos. La razón de que exista hambre no es la de que no se produzcan alimentos suficientes, sino la de que se violan con impunidad los derechos de quienes la padecen. Se debe permitir a las víctimas del hambre tener acceso a los remedios, cuando sus autoridades no adopten medidas eficaces contra la inseguridad alimentaria. Los gobiernos deben garantizar un salario que permita vivir decentemente, una atención de salud adecuada y condiciones de seguridad para los 450 millones de trabajadores agrícolas del mundo imponiendo el cumplimiento de los convenios sobre los derechos laborales en las zonas rurales, sujeto a una supervisión independiente.
La del hambre es una cuestión política, no un problema puramente técnico. Naturalmente, necesitamos mercados, pero también una visión para el futuro que no se limite a remedios a corto plazo. El sistema alimentario mundial siempre necesitará bomberos, pero lo que necesitamos más urgentemente son arquitectos que conciban un sistema más resistente al fuego.
(Olivier De Schutter es el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación. Copyright: Project Syndicate, 2011)
– El mundo del G-Cero (Project Syndicate – 11/2/11)
(Por Nouriel Roubini) Lectura recomendada
Nueva York.- Vivimos en un mundo en el que, en teoría, la gobernanza económica y política global está en manos del G-20. No obstante, en la práctica no hay un liderazgo global y existe una desorganización y desacuerdos graves entre los miembros del G-20 sobre la política monetaria y fiscal, los tipos de cambio y los desequilibrios globales, el cambio climático, el comercio, la estabilidad financiera, el sistema monetario internacional y la seguridad energética, alimentaria y global. En efecto, las potencias principales ahora consideran estos temas como juegos de suma cero y no como juegos de suma positiva. Así pues, el nuestro es el mundo del G-Cero.
En el siglo XIX, la potencia hegemónica estable era el Reino Unido, y el imperio británico imponía los bienes públicos globales del libre comercio, la libre circulación de capitales, el patrón oro y la libra británica como la principal moneda de reserva global. En el siglo XX, los Estados Unidos asumieron ese papel e impusieron su Pax Americana para dar seguridad a la mayor parte de Europa occidental, Asia, el Medio Oriente y América Latina. Los Estados Unidos también dominaron las instituciones de Bretton Woods -el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y, más tarde, la Organización Mundial del Comercio- para determinar las normas comerciales y financieras globales, con el dólar como principal moneda de reserva.
Sin embargo, hoy el "imperio" estadounidense está en relativa decadencia y tiene muchas presiones a nivel fiscal. Además, la potencia en expansión, China, que no es una democracia liberal, está aplicando un modelo de capitalismo de Estado y se está aprovechando del sistema global actual – en términos de comercio, tipos de cambio, cambio climático– en vez de participar en la provisión de bienes públicos comunes. Y, si bien hay un descontento general con el dólar estadounidense, el renminbi chino aún dista de convertirse en una de las principales monedas de reserva, ya no se diga en la dominante.
Este vacío de poder ha reforzado la ausencia de liderazgo de la gobernanza política y económica global en el G-20 desde que se convirtió en el sucesor del G-7 al principio de la reciente crisis económica y financiera. En efecto, con la excepción de la cumbre de Londres de abril de 2009, en la que se llegó a un consenso sobre los estímulos monetarios y fiscales conjuntos, el G-20 ha sido sólo un foro burocrático más en el que mucho se discute y muy poco se acuerda.
Como resultado, las potencias económicas globales se han quedado discutiendo si necesitamos más estímulos monetarios y fiscales o menos. También hay desacuerdos importantes sobre si se deben reducir los actuales desequilibrios de cuenta corriente -y sobre el papel que los movimientos de las divisas deben desempeñar en este ajuste. Las tensiones sobre los tipos de cambio están conduciendo a guerras de divisas, que a su vez pueden provocar con el tiempo guerras comerciales y proteccionismo.
En efecto, no sólo está muerta de hecho la ronda de Doha de negociaciones multilaterales sobre el libre comercio, sino que ahora también hay un riesgo creciente de proteccionismo financiero a medida que los países vuelven a imponer controles de capital sobre los volátiles flujos financieros globales y la inversión extranjera directa. Del mismo modo, hay muy poco consenso sobre cómo reformar la regulación y supervisión de las instituciones financieras -y menos aun sobre cómo reformar un sistema monetario internacional basado en tipos de cambio flexibles y en el papel central del dólar como la principal moneda de reserva.
Las negociaciones sobre el cambio climático también han terminado en fracasos similares, Y predominan los desacuerdos sobre cómo abordar la seguridad alimentaria y energética en medio de una nueva lucha por los recursos globales. Además, en cuestiones de geopolítica mundial -las tensiones en la península de Corea, las ambiciones nucleares de Irán, el conflicto árabe-israelí, los desórdenes en Afganistán y Pakistán y la transición política en los regímenes autocráticos del Medio Oriente -las grandes potencias no se ponen de acuerdo y son incapaces de imponer soluciones estables.
Existen varias razones por las que el mundo del G-20 se ha convertido en uno del G-Cero. Primero, cuando las conversaciones dejan de girar en torno a la cuestión de los principios generales y pasan a la discusión detallada de las propuestas políticas, es mucho más difícil lograr acuerdos claros entre 20 negociadores que entre 7.
Segundo, los dirigentes del G-7 comparten la idea de que el libre mercado tiene el poder de generar prosperidad de largo plazo y de la importancia de la democracia para la estabilidad política y justicia social. El G-20, por otro lado, incluye gobiernos autocráticos con diferentes puntos de vista sobre el papel del Estado en la economía, sobre el Estado de derecho, los derechos de propiedad, la transparencia y la libertad de expresión.
Tercero, las potencias occidentales ahora no tienen el consenso político nacional y los recursos financieros para avanzar en los temas de la agenda internacional. Los Estados Unidos están polarizados políticamente, y en algún momento deben empezar a reducir su déficit presupuestal. Europa está concentrada intentando tratando de rescatar la eurozona y no tiene una política exterior o de defensa común. Además, la parálisis política de Japón frente a las reformas estructurales lo ha dejado sin la capacidad de frenar el declive económico de largo plazo.
Por último, las potencias en ascenso como China, la India y Brasil están demasiado centradas en dirigir la siguiente etapa de su desarrollo nacional como para soportar los costos financieros y políticos que conllevan las nuevas responsabilidades internacionales.
En resumen, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, ningún país o alianza fuerte de países tiene la voluntad política y la influencia económica para lograr sus metas en la escena mundial. Este vacío puede alentar, como ha sucedido en períodos históricos anteriores, a los ambiciosos y agresivos a buscar sus propios objetivos.
En un mundo así, la ausencia de un acuerdo de alto nivel sobre la creación de un nuevo sistema de seguridad colectiva -centrado en la economía y no en el poder militar- no es sólo irresponsable, sino peligroso. Un mundo del G-Cero sin liderazgo y cooperación multilateral representa un equilibrio inestable para la prosperidad económica y la seguridad global.
(Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics, profesor de Economía de la Escuela de Negocios Stern (Stern School of Business) de la Universidad de Nueva York, y coautor de Crisis Economics: A Crash Course in the Future of Finance. Este artículo se basó en uno elaborado en coautoría con Ian Bremmer, que se publicará en el número de marzo-abril de la revista Foreign Affairs)
– Dominique Strauss-Kahn: Una arquitectura financiera más sólida (El Economista – 15/2/11) Lectura recomendada
El sistema monetario internacional (SMI) es un asunto que engloba una amplia gama de cuestiones: divisas de reserva, tipos de cambio, flujos de capital y la red mundial de seguridad financiera, por nombrar sólo algunas.
Es uno de los asuntos clave de la agenda del G-20 para 2011, y algo que ha sido objeto de acaloradas discusiones como, por ejemplo, el reciente e incisivo informe del grupo presidido por Michel Camdessus, conocido también con el nombre de Iniciativa Palais-Royal.
Algunos opinan que el sistema actual funciona bastante bien. Aunque sin llegar a la perfección, destacan su flexibilidad durante la crisis y mencionan el papel del dólar estadounidense como un activo de protección seguro. Y ahora que nos encontramos en plena recuperación mundial, no ven motivos para preocuparse por el SMI. En otras palabras, si no se ha roto, no lo arregles.
Yo soy menos optimista. Es evidente que el mundo no se acabó en 2008, pero no lo hizo sobre todo porque la extraordinaria cooperación política internacional evitó un resultado mucho peor. Además, la recuperación que vivimos hoy no es la que queríamos.
Por supuesto que se trata de una recuperación, pero desigual. Es una recuperación en la que el desempleo no está realmente descendiendo y en la que existen grandes desigualdades entre los países.
Y de nuevo reaparecen los desequilibrios mundiales con cuestiones que ya nos inquietaron antes de la crisis -grandes y volátiles flujos de capital, presiones sobre los tipos de cambio, un crecimiento excesivo y rápido de las reservas- y que están nuevamente en plena ebullición. Debido a su falta de solución, estos problemas podrían incluso sembrar las semillas de la próxima crisis.
Tres cuestiones importantes
Por consiguiente, existen razones para creer que las reformas del SMI que nos permitieron ir a la raíz de estos desequilibrios podrían apuntalar la recuperación y a la vez consolidar la capacidad del sistema para prevenir futuras crisis.
Permítanme destacar las tres preguntas clave que guían el trabajo del FMI en esta área.
1. ¿Cómo podemos consolidar la cooperación política y reducir la volatilidad?
La crisis marcó un momento decisivo para la cooperación política internacional, los líderes acometieron las acciones necesarias para superar los retos económicos nacionales y mundiales.
Ahora que ha pasado lo peor de la crisis, ¿cómo podemos mantener esta cooperación? Es decir, ¿cómo podemos conseguir que los países adopten políticas coherentes para un crecimiento global menos volátil?
El Proceso de Evaluación Mutua (PEM) del G-20 ha sido un primer paso importante para la creación de un marco para la cooperación política mundial. La vigilancia del FMI es un complemento fundamental para el PEM, y también forma parte del eje de nuestro mandato. A través de esta actividad, el Fondo intenta identificar las políticas a nivel nacional que pueden ofrecer un crecimiento global más estable.
También hemos reforzado la vigilancia del Fondo, por ejemplo, los ejercicios de alerta temprana y de vulnerabilidad. Ahora nos centramos más en el impacto de las políticas nacionales en sus fronteras, especialmente en el caso de las cinco economías más sistémicas, y para las cuales estamos preparando unos nuevos y especiales "informes sobre las consecuencias indeseadas".
Al mismo tiempo, estamos explorando a fondo los vínculos macrofinancieros. Los 25 sistemas financieros más sistémicos del mundo están obligados a aplicar los Programas de Evaluación del Sector Financiero (PESF). Esta herramienta facilitará nuestros esfuerzos para identificar el peligroso aumento del riesgo sistémico en el sector financiero, que es precisamente lo que señaló el comienzo de la reciente crisis.
2. ¿Cómo hacer frente a la volatilidad del flujo de capital y de los tipos de cambio?
A lo largo de la última década hemos visto un espectacular aumento del tamaño y de la volatilidad de los flujos de capital. A grandes rasgos, son beneficiosos para las economías que los reciben. Pero también pueden suponer una complicación para la gestión macroeconómica y una amenaza para la estabilidad financiera.
Por tanto, ¿cuáles son las herramientas necesarias? Hay muchas, entre ellas el ajuste macroeconómico, la acumulación de reservas, las medidas prudenciales, y si una vez aplicado todo esto un país sigue experimentando flujos perjudiciales, los controles de capital. Naturalmente, las respuestas de los países se basan principalmente en las consideraciones internas. Pero sus acciones pueden tener consecuencias para el resto del mundo.
Teniendo en cuenta estos impactos, ¿deberíamos acordar a escala mundial unas normas de circulación para la gestión de los flujos de capital? Nuestros miembros nos han pedido que consideremos esta cuestión y esperamos poder presentar algunas ideas concretas muy pronto.
Una de las cuestiones es la volatilidad de los tipos de cambio. Las principales monedas han fluctuado cuantiosamente entre sí y no han seguido una orientación coherente para el fomento de un ajuste ordenado de los desequilibrios.
Las enormes y persistentes desviaciones de los tipos de cambio respecto a los fundamentales pueden desembocar en unas distorsiones sistémicas importantes que, a su vez, pueden resultar especialmente problemáticas para las economías abiertas de pequeño tamaño.
La resolución de esto exige establecer unas políticas económicas y financieras que fomenten el equilibrio mundial y reduzcan la volatilidad de los flujos de capital.
3. ¿Cómo podemos elevar la provisión de liquidez en momentos de extrema volatilidad?
Desde el inicio de la crisis, hemos recorrido un largo camino en busca de la consolidación de la red mundial de seguridad financiera.
Se ha aumentado considerablemente la base de recursos del Fondo, y nuestras herramientas de financiación son ahora más flexibles, sobre todo por el hecho de añadir la Línea de Crédito Flexible y la Línea de Crédito Preventivo.
Pero todavía existen muchos países convencidos de que la red mundial de seguridad financiera es lo suficientemente fuerte como para afrontar la próxima crisis y, por tanto, la costosa acumulación de reservas continúa estando sobrada para las necesidades preventivas. ¿Qué otra cosa podemos hacer?
Una opción destacada es la consolidación de las colaboraciones con acuerdos de financiación regionales. Otra es cómo mejorar, en términos generales, la posibilidad de predecir la provisión sistémica de liquidez, en clara contraposición a dejar esta tarea a los bancos centrales nacionales. Una pregunta complementaria es cómo calibrar mejor la idoneidad de las reservas preventivas y qué referencias utilizar.
Con el tiempo, puede que exista también un papel para los derechos especiales de giro (DEG) que contribuya a aumentar la estabilidad del SMI. El documento que publica el Fondo presenta una amplia variedad de ideas sobre este asunto.
Pero el aumento del papel de los DEG exigiría obviamente un mayor salto en la coordinación de la política internacional. Por este motivo, el sistema mundial de activos de reserva tendrá una evolución gradual, paralelamente a los cambios en la economía mundial y a un ritmo en absoluto perjudicial.
Para concluir, la reforma del SMI es muy amplia y compleja. La discusión a nivel mundial no ha hecho más que empezar. Pero debemos reconocer que no se trata de nada académico o abstracto.
Necesitamos ideas concretas relacionadas con el logro de la recuperación perfectamente equilibrada y sostenible que el mundo necesita y con la prevención de una próxima crisis.
– La estructura en evolución del crecimiento global (Project Syndicate – 14/2/11)
(Por Michael Spence and Sandile Hlatshwayo) Lectura recomendada
Nueva York.- Desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha aumentado la apertura comercial y financiera de la economía global, gracias a instituciones como el Fondo Monetario Internacional y a rondas sucesivas de liberalización que empezaron en 1947 con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Al mismo tiempo, el colonialismo se derrumbó y ahora estamos a poco más de la mitad de un proceso de modernización que durará un siglo para muchos de los países en desarrollo que surgieron. Pero, ¿adónde ha conducido ese proceso, adónde nos lleva ahora y, tal vez lo más importante, cómo podemos influir en su curso?
Cuando disminuyeron las barreras formales a los flujos comerciales y de capital, varias tendencias se combinaron para acelerar el crecimiento y el cambio estructural en las economías postcoloniales y otras economías en desarrollo. Entre ellas estuvieron los avances tecnológicos (particularmente en el transporte y las comunicaciones), las innovaciones en la gestión de las empresas multinacionales y la integración de las cadenas productivas de estas empresas.
Así pues, en los primeros años de la posguerra, los países en desarrollo, cuyas exportaciones habían consistido principalmente en recursos naturales y productos agrícolas, ampliaron sus operaciones a las manufacturas intensivas en mano de obra. Primero llegaron los textiles y el vestido, y después, las maletas, las vajillas, los juguetes, etc. Las cadenas de suministro también se dispersaron geográficamente, y los componentes y procesos de menor valor agregado se asignaron a los países de bajos ingresos.
Por ejemplo, en el caso de los productos electrónicos de consumo, los países de bajos ingresos se convirtieron en el lugar natural para los procesos de ensamblado intensivos en mano de obra. Sin embargo, los semiconductores, las tarjetas de circuitos y otros componentes se diseñaban y fabricaban en países de ingreso medio, como Corea.
Si bien la mejor descripción de la estructura cambiante de la economía global es como un viaje que se emprende una sola vez, el crecimiento en los países en desarrollo muestra ciertos patrones que se repiten. Hay fuerzas económicas poderosas que impulsan la evolución estructural y la diversificación económica que sustentan el crecimiento y producen transiciones que tienen elementos comunes.
Por ejemplo, después de más de 30 años de crecimiento acelerado, China está entrando a una "transición a los ingresos medios". Con el tiempo, los componentes intensivos en mano de obra de las cadenas de valor agregado se alejarán de las zonas de ingresos más altos de China. Con la ayuda de enormes inversiones públicas en infraestructura y capacidades logísticas, parte de esa labor se desplazará al interior, donde los ingresos son menores. No obstante, a la larga, las actividades intensivas en mano de obra se irán a países que estén en etapas menos avanzadas de desarrollo, mientras que China asciende en la cadena de valor en el sector de las exportaciones y, con ingresos crecientes, también en la producción para el consumo interno.
No obstante, a veces se considera que esta transición a los ingresos medios es una trampa. En efecto, el crecimiento de la mayoría de los países que entran a esta etapa se desacelera o incluso se detiene. De los 13 casos de crecimiento acelerado sostenido de la posguerra (que pronto serán 15 con la India y Vietnam), sólo cinco economías – Japón, Corea, Taiwán, Hong Kong, y Singapur- han mantenido tasas elevadas de crecimiento durante la transición a los ingresos medios y han avanzado hasta llegar a los niveles de ingresos de los países avanzados de 20,000 dólares per cápita o más.
Todos estos cambios estructurales son parte de un paisaje económico global que cambia constantemente y cuyo patrón agregado no es perfectamente previsible, en parte porque los países se integran a la economía global y empiezan a participar en ella en momentos distintos y crecen a tasas diferentes. Las primeras economías con crecimiento acelerado -Japón, Corea del Sur y Taiwán- exportaron inicialmente productos intensivos en mano de obra, y luego pasaron a productos más intensivos en capital, como los automóviles, y posteriormente a actividades intensivas en capital humano, como el diseño y desarrollo de tecnología. A medida que crecieron los salarios, las viejas actividades intensivas en mano de obra se desplazaron hacia países que se integraron más tarde a la economía global.
China aceleró hasta llegar a un patrón de crecimiento elevado a finales de los años setenta y principios de los ochenta debido a los beneficios que le daba su mano de obra barata y a un cambio fundamental de la política económica. Sin embargo, nadie previó el cambio abrupto de ese país de una economía cerrada, centralmente planificada, a una más abierta, orientada al mercado, con una mayor libertad económica para las personas y las empresas por igual.
A medida que las economías de mercado emergentes pasan a los componentes de mayor valor agregado en las cadenas de suministro mundial, su capital físico, humano e institucional se fortalece. Ello hace que sus estructuras se acerquen a las de los países avanzados e introduce una mayor competencia en la que alguna vez fuera el área exclusiva de las economías avanzadas -los bienes y servicios de valor agregado más sofisticados.
En este punto, los países llegan a una encrucijada. El tamaño agregado de los países en desarrollo (en especial de las principales economías emergentes), sus ingresos crecientes y su continuo movimiento ascendente en la cadena de valor están teniendo un impacto cada vez mayor en las economías avanzadas, en particular en sus sectores comercializables.
¿Cuál es el impacto en un país avanzado de gran tamaño como los Estados Unidos? Aproximadamente el 98% de los 27.3 millones de nuevos empleos netos creados en ese país desde los años noventa han sido en el sector no comercializable –principalmente en el gobierno, los servicios de salud, el comercio minorista, las atenciones sociales y los bienes raíces. Dadas las limitaciones de largo plazo en el gasto fiscal y el de los hogares a raíz de la crisis financiera y las presiones que empujan a la baja los precios de los activos, la sostenibilidad de un patrón de empleo como ese es cuestionable.
En efecto, la insuficiente demanda interna posterior a la crisis está causando un desempleo persistentemente alto, incluso cuando la economía recupera algo de su impulso de crecimiento. En principio, la demanda externa, en especial la de los mercados emergentes de alto crecimiento, podría compensar parte de la diferencia. Sin embargo, eso no ha sucedido -al menos, no por el momento. Aunque el déficit comercial de los Estados Unidos disminuyó de 702,000 millones de dólares en 2007 a 375,000 millones de dólares en 2009, el ajuste se debió completamente a la caída drástica de las importaciones, de 2.35 billones de dólares a 1.95 billones de dólares, mientras que las exportaciones en realidad disminuyeron ligeramente, de 1.65 billones de dólares a 1.57 billones de dólares.
El crecimiento de las exportaciones podría proceder de una mayor expansión en partes de las cadenas de valor agregado en las que los Estados Unidos ya son competitivos (las finanzas, los seguros y el diseño de sistemas de computación, por ejemplo). Pero el alcance mismo del sector de las exportaciones tendrá que ampliarse a fin de generar empleo suficiente y reducir el déficit externo.
Para ello será necesario restablecer y crear competitividad en un conjunto ampliado de componentes de valor agregado del sector comercializable. Sería agradable que hubiera una forma fácil y razonablemente segura de lograrlo, pero no la hay, y el proteccionismo ciertamente no es la respuesta. Es un desafío complejo para cualquier país, que requiere un enfoque múltiple para aumentar la inversión en capital humano, la base tecnológica de la economía y la infraestructura.
(Michael Spence, Premio Nobel de Economía, es profesor de Economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York. Sandile Hlatshwayo es investigadora de la Stern School. Copyright: Project Syndicate, 2011)
El G-20 en busca de los indicadores del desequilibrio global (G-¡Je!-20: parole, parole)
"El Grupo de los 20, conformado por países industrializados y en desarrollo, está cerca de lograr un acuerdo sobre la adopción de cuatro indicadores como directrices para medir los desequilibrios globales, dijeron el viernes altos funcionarios del grupo"… El G-20 ultima cuatro indicadores de desequilibrio global (The Wall Street Journal – 18/2/11)
Los cuatro indicadores serían la balanza de cuenta corriente, la deuda del sector público, la deuda del sector privado y un indicador del tipo de cambio real efectivo y del tamaño de las reservas de divisas.
Anteriormente, se esperaba que se adoptaran cinco indicadores, con el tipo de cambio y las reservas como dos indicadores independientes.
Sin embargo, la incorporación del tipo de cambio real podría resultar un importante compromiso por parte de países como China, que se han opuesto históricamente a la presión internacional para hacer más flexible su régimen cambiario.
"Se están acercando a un acuerdo", dijo uno de los funcionarios del G-20. "A menos que haya alguna sorpresa, los cuatro indicadores se incluirán en el comunicado final".
Tras años de resistencia, China dio su aprobación al escrutinio internacional de su muy criticada política de tipos de cambio, permitiendo a las principales economías mundiales mantener viva su ambición de crear un sistema de alerta temprana para futuras crisis.
"Al final, China notó que no tenía ningún apoyo más allá del de sus aliados tradicionales, que estaría sola en este grupo, cuyo papel es evitar la crisis de la economía mundial", dijo uno de los ministros de Finanzas del G-20 a Dow Jones Newswires. "Se les hizo una concesión en la [medida de la] cuenta corriente y creo que sintieron que no podían presionar más".
Sin embargo, China logró algunas otras concesiones. Otros miembros del G-20 querían que se incluyeran las reservas como señal de aviso, pero no entraron en la lista definitiva.
China también se oponía al uso de los déficits por cuenta corriente. En su lugar, el G-20 acordó vigilar la balanza comercial y los ingresos netos de inversiones extranjeras.
Pero, aun con el gran paso adelante respecto al yuan, la batalla política más complicada en el seno del G-20 aún no se ha librado: el debate de los rangos numéricos que el G-20 considera distorsiones potencialmente peligrosas, si es que el grupo puede de hecho llegar a un acuerdo sobre el tema.
Además, el proceso se prolongará años. Incluso si el G-20 acuerda en la cumbre de líderes de noviembre la puesta en marcha de un sistema de alarma, el grupo tendría que estudiar cuáles serían las causas profundas de una crisis.
"Creo que se tardarán al menos otros dos años, si es que no se produce otra crisis mundial, en llegar a un acuerdo completo sobre los indicadores", dijo el segundo ministro de Finanzas del G-20.
Uno de los funcionarios dijo que no ha habido un debate significativo sobre la política monetaria de Estados Unidos y agregó que no ha habido "mucha" presión sobre la zona del euro en relación a su crisis de deuda.
Agregó que el debate se centra actualmente en si el G-20 debería solicitar al Fondo Monetario Internacional establecer directrices sobre cuándo deberían usarse los controles de capital.
– Desequilibrios globales sin lágrimas (Project Syndicate – 1/3/11)
(Por Kenneth Rogoff) Lectura recomendada
Cambridge.- Los médicos han sabido por mucho tiempo que lo que fortalece o afecta la salud no es sólo cuánto, sino qué comemos. Del mismo modo, los economistas han observado que para los países que reciben grandes flujos de capital, hay una gran diferencia entre los instrumentos de deuda y las inversiones de capital, tanto en acciones como inversión extranjera directa.
Así, mientras los políticos y expertos claman contra la enormidad de los desequilibrios comerciales, tenemos que reconocer que los problemas reales se originan en la excesiva concentración de deuda. Si los gobiernos del G-20 dieran un paso atrás y se preguntaran cómo canalizar una proporción mucho mayor de los desequilibrios en instrumentos de capital, el sistema financiero mundial que surgiría sería mucho más robusto que el que tenemos ahora, propenso a caer en una crisis tras otra.
Por desgracia, estamos muy lejos de un mundo idealizado en que los mercados financieros comparten el riesgo de forma eficaz. De los aproximadamente 200 billones en activos financieros mundiales que existen hoy en día, casi tres cuartas partes se expresan en alguna especie de instrumento de deuda, como préstamos bancarios, bonos corporativos y valores públicos. Sin duda, el mercado de derivados ayuda a distribuir el riesgo más ampliamente que lo que implica este cálculo superficial, pero el punto básico sigue siendo válido.
Ciertamente, hay algunas buenas razones económicas que explican el insaciable apetito de las entidades crediticias por la deuda. La información imperfecta y las dificultades para monitorear las firmas representan obstáculos importantes para los instrumentos idealizados de riesgo compartido.
Pero las distorsiones inducidas por las políticas desempeñan un papel enorme. En muchos países los sistemas fiscales favorecen enormemente la deuda por sobre el capital. El auge de la vivienda en los Estados Unidos no podría nunca haber llegado a las proporciones que alcanzó si los propietarios no hubiesen podido tratar los pagos de intereses sobre los préstamos hipotecarios como deducciones de impuestos. Las corporaciones pueden deducir los pagos de intereses sobre los bonos, pero tanto las empresas como las personas deben pagar impuestos sobre los beneficios de las acciones.
Los bancos centrales y ministerios de finanzas también son cómplices, ya que es posible rescatar deuda de manera mucho más expedita que el capital. Pero, contrariamente a la retórica populista, no son solo los tenedores de bonos ricos y bien conectados quienes son rescatados. Muchos pequeños ahorradores colocan sus ahorros en los llamados fondos de mercado monetario, que pagan más que los depósitos ordinarios asegurados por el gobierno federal.
¿No deberían esperar hacer frente a riesgos? Sin embargo, un momento crítico de la crisis se produjo cuando, poco después del colapso de Lehman Brothers a mediados de septiembre de 2008, un fondo del mercado monetario colapsó y fue incapaz de pagar 100 centavos por dólar. Por supuesto, fue rescatado junto con todos los demás fondos del mercado monetario.
No estoy abogando por un retorno a los principios de la Edad Media, cuando las leyes antiusura de la Iglesia prohibían los intereses de los préstamos. En aquel entonces, los participantes de los mercados financieros tenían que elaborar planes fantásticos y contorsiones inauditas para disfrazar los pagos de intereses.
Sin embargo, hoy podría decirse que el péndulo ha oscilado demasiado lejos en la dirección opuesta. Tal vez los estudiosos que sostienen que la prohibición islámica a los intereses en los sistemas financieros genera grandes ineficiencias debieran buscar en ellos ideas positivas que puedan resultar útiles para los políticos occidentales.
Por desgracia, no será fácil superar la tendencia a endeudarse de los sistemas financieros de los países ricos del mundo, que está profundamente arraigada. En EEUU, por ejemplo, ningún político está ansioso por decir que se debe eliminar las deducciones de los pagos hipotecarios o que el pago de beneficios de las acciones no se debe gravar. Del mismo modo, los países en desarrollo deberían acelerar el ritmo de las reformas económicas y los mercados de capitales en las economías emergentes se asemejan demasiado al Lejano Oeste, con reglas poco claras y una laxa implementación de las leyes.
Peor aún, incluso cuando el G-20 habla de encontrar una "solución" para los desequilibrios mundiales, posiblemente algunos de los cambios de política que sus miembros han adoptado no hagan más que empeorarlos. Por ejemplo, ahora tenemos un Fondo Monetario Internacional sobredimensionado, cuya capacidad de préstamo se ha triplicado a aproximadamente 750 mil millones de dólares. Europa también ha ampliado su capacidad de rescate regional. Estos fondos pueden llegar a ser un bálsamo eficaz a corto plazo, pero en el largo plazo es probable que agraven problemas de riesgo moral y, potencialmente, planten las semillas de crisis futuras más profundas.
Un mejor enfoque sería crear un mecanismo para orquestar de manera ordenada la cesación de pagos de deuda soberana, tanto para reducir los daños cuando se producen las crisis como para evitar que las entidades crediticias supongan que el dinero de los contribuyentes va a resolver todos los problemas importantes. El FMI propuso exactamente un mecanismo de este tipo en 2001 y recientemente una idea similar se ha discutido para la zona del euro. Sin embargo, por desgracia las ideas de mecanismos de reestructuración de la deuda siguen siendo sólo eso: constructos puramente teóricos.
Mientras tanto, el FMI y el G-20 pueden ayudar a encontrar mejores formas de evaluar la vulnerabilidad de la estructura financiera de cada país, lo cual no es tarea fácil, habida cuenta de la inmensa creatividad de los gobiernos cuando se trata de maquillar sus libros. Las autoridades también pueden ayudar a encontrar maneras de reducir los obstáculos al desarrollo de los mercados bursátiles y proponer ideas para nuevos tipos de bonos estatales contingentes, como los bonos vinculados al PBI que ha propuesto Robert Shiller, de la Universidad de Yale. (En teoría, los bonos Shiller pagarían más cuando crece la economía de un país y menos cuando esté en recesión.)
Por supuesto, incluso si se puede cambiar la composición de los flujos internacionales de capitales, todavía hay muchas buenas razones para intentar reducir los desequilibrios mundiales. Una dieta de activos con abundancia de capitales e inversión directa y bajos niveles de deuda no puede sustituir otros elementos de una buena salud fiscal y financiera. Sin embargo, nuestra actual e insalubre dieta es un componente importante del riesgo y ha recibido demasiado poca atención en el debate de políticas.
(Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas públicas en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del FMI. Copyright: Project Syndicate, 2011)
– ¿Una cura para el fracaso fiscal? (Project Syndicate – 1/4/11)
(Por Kenneth Rogoff) Lecturas recomendadas
Cambridge.- ¿Deberían más países crear consejos consultivos fiscales independientes para dar una mayor objetividad a los debates sobre el presupuesto nacional? El estafador encarcelado Bernie Madoff resumió recientemente muchas impresiones de los ciudadanos sobre la política fiscal, al declarar que "el gobierno en sí es un plan Ponzi".
Tal vez se tratara simplemente de una confusión de los deseos con la realidad por parte de un hombre que morirá en la cárcel después de que en 2008 se desplomara su plan piramidal sin precedentes de 50.000 millones de dólares. Personalmente, sospecho que el nada envidiable puesto de Madoff en los libros que recogen las plusmarcas estará asegurado durante una buena temporada. Aun así, en vista de que muchos de los gobiernos del mundo afrontan una combinación letal de deuda tradicional insostenible, obligaciones en materia de pensiones de jubilación sin precedentes y una reducción del crecimiento, no podemos por menos de peguntarnos qué es el plan fiscal.
En un nuevo artículo, "A Decade of Debt" ("Un decenio de deuda"), Carmen M. Reinhart y yo mostramos que la deuda general del Gobierno de los Estados Unidos, incluidas la federal, la estatal y la local, ya ha superado la plusmarca del 120 por ciento del PIB alcanzada al final de la segunda guerra mundial.
Naturalmente, el Japón está en una situación aún peor, pues su deuda estatal suma más del 200 por ciento del PIB. Aunque resulta compensada parcialmente por las reservas de divisas extranjeras, el Japón afronta ahora unos gastos enormes destinados a la labor de socorro por el desastre… además de sus deprimentes tendencias demográficas. Los niveles de deuda de muchos otros países ricos están también alarmantemente cercanos a los máximos en 150 años, pese a la relativa paz reinante en gran parte del mundo.
No hay una salida fácil. De momento, los bajos tipos de interés están limitando los costos del servicio de la deuda, pero los niveles de ésta sólo se pueden reducir muy gradualmente a lo largo de períodos largos, mientras que los tipos de interés (ajustados en función de la inflación) pueden aumentar mucho más rápidamente, incluso en el caso de los países ricos. Las crisis de deuda suelen surgir inesperadamente y afectar a países cuyas trayectorias en materia de deuda carecen de margen para el error o la adversidad imprevista.
La consecuencia más inmediata y directa de disponer de una política fiscal independiente sería la de frenar el gasto produciendo un contrapunto a un crecimiento del Estado y unos pronósticos de ingresos panglosianos. En principio, un consejo consultivo independiente y respetado podría también obligar a los gobiernos a reconocer los costos ocultos de las garantías estatales y las deudas no incluidas en los balances.
Ya es hora de examinar nuevos posibles planteamientos. Naturalmente, ningún cambio por sí solo eliminará la enorme propensión al gasto deficitario en la mayoría de los sistemas políticos modernos ni tampoco excluirá el riesgo de crisis de deuda e inflación futuras. Muchos países necesitan reformas drásticas para volver sus sistemas tributarios más eficientes y sus programas de subsidios –incluidos sus planes de pensiones– más realistas.
El reciente advenimiento de consejos consultivos fiscales es un comienzo institucional prometedor. Varios países, incluidos Dinamarca, los Países Bajos, los Estados Unidos y Bélgica, tienen organismos de vigilancia ya antiguos, como, por ejemplo, la Oficina Presupuestaria del Congreso de los EEUU (OPC), pero, si bien esas antiguas instituciones han resultado ser enormemente útiles, suelen estar muy limitadas. La OPC, por ejemplo, tiene libertad para publicar proyecciones fiscales a largo plazo basadas en sus propios y mejores cálculos de crecimiento, pero se ve obligada en gran medida a aceptar "remedios" futuros inverosímiles con su valor nominal, lo que neutraliza en cierto modo la posible eficacia de cualquier crítica de las políticas con déficit.
Para reforzar la credibilidad, varios gobiernos están avanzando cautelosamente hacia la creación de consejos fiscales con mayor independencia, muchos de ellos con una función inspirada en la de los bancos centrales. Suecia, el Reino Unido, Eslovenia y el Canadá forman parte de esa nueva vanguardia.
Las atribuciones del consejo fiscal de Suecia son particularmente amplias, pues cuenta con el mandato no sólo de pronosticar, sino también de examinar más profundamente las motivaciones y las consecuencias de la política gubernamental. En principio, un consejo fiscal independiente podría haber prestado una ayuda inestimable durante la crisis financiera. En los EEUU, semejante organismo podría haber sopesado los costos y los beneficios de los planes de rescate, tal vez contribuyendo a poner fin a la parálisis del Congreso y a avezar a los contribuyentes para que afrontaran un aumento del riesgo.
Sería excesivo abrigar la esperanza de que esas nuevas instituciones fiscales lleguen a ser tan importantes o poderosas como los bancos centrales, al menos en un futuro más o menos inmediato. Hay mucho más consenso sobre la política monetaria que sobre la política fiscal y ésta es mucho más compleja y multidimensional. Aun así, el principio general parece un paso importante hacia la sensatez fiscal.
Naturalmente, los consejos fiscales por sí solos no son suficientes, por bien concebidos que estén. Seguirá siendo muy tentador para cada generación decir: "Mis nietos serán dos o tres veces más ricos que yo, conque, ¿a quién le importa que hayan de pagar alguna deuda?" Además, el ciclo político crea una propensión muy fuerte al déficit, pues los dirigentes procuran adornar las impresiones de salud económica y prosperidad aumentando los gastos visibles a costa de deudas ocultas y una menor inversión a largo plazo.
Para resistir esas poderosas presiones, los consejos fiscales requerirán auditorías periódicas de su labor por organismos internacionales, como, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional, tanto para proteger su independencia como para fomentar la rendición de cuentas.
Desde luego, Bernie Madoff puede aún acabar teniendo razón y el suyo no resultar ser el mayor plan Ponzi de la Historia, pero una mayor transparencia y una evaluación independiente y más sistemática de las políticas gubernamentales podrían ser un paso muy útil hacia la resolución del perpetuo enigma de los déficits desmesurados. No cabe duda de que se trata de una de las ideas más innovadoras y prometedoras surgidas en un panorama normativo bastante baldío.
(Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard. Copyright: Project Syndicate, 2011)
¡El casino aún sigue abierto! (Marcha fúnebre)
"There is no sign of the necessary change" in bankers' mentality since the financial crisis, Stark said. "One has the unmistakeable impression that the casino is still open".
Juergen Stark – ex economista jefe del BCE
Para hablar de deuda futura nada mejor que el último informe del World Economic Forum hecho en colaboración con Mckinsey (20/1/11). En él se muestra la visión oficial que existe sobre la deuda, y no de cualquier forma, lo hacen tratando de demostrar cómo se apalancará el mundo en la próxima década a la vez que discuten sus efectos y recomendaciones.
Empecemos por saber en dónde estamos. En 2009 el montante total de deuda contabilizada en el análisis -familias, gobiernos y empresas- asciende a la "modesta cifra" de 109 billones de dólares, siendo 1.82 veces el PIB mundial. Hemos llegado hasta aquí luego de un crecimiento anual compuesto del 7.5%, que como podemos intuir al ver que el apalancamiento del mundo aumentó en los últimos diez años, fue superior al crecimiento del PIB de nuestro planeta. ¿Cuánto tiempo puede crecer la deuda por encima del PIB hasta resultar insostenible? Eso no lo dicen.
De hecho, al contrario de lo que pudiese parecer, los creadores del informe estiman que no hay nada de malo en que la deuda crezca por encima del aumento nominal del PIB:
"On the face of it, the growth of credit between 2000 and 2009 might appear to havebeen unsustainable. But the rise in credit must be seen against the backdrop of economic growth. Between 2000 and 2009, the world economy was growing at a healthy rate – at 5.3% annually in nominal terms, or 2.2% in real terms (…) This means that the world"s stock of credit outpaced GDP growth by less than 2 percentage points a year – not a wide margin. In theory, there is nothing unsustainable about this picture: as long as credit grows broadly in line with economic growth, the credit is put to good use and borrowers can meet interest obligations and repay principal"…
El mundo crece al 5,3% y la deuda al 7,5%. Tranquilidad, no ocurre nada, todo está correcto. Mientras se vayan pagando los intereses y el principal no hay problema "en teoría". Eso dicen. Claro que si quisiésemos liquidar la deuda ¿cómo podríamos hacer? Imposible, y cada día que pase lo será aún más. Quizá dentro de un tiempo "la teoría" sea distinta.
No obstante las cosas no cambiarán a corto plazo, así que veamos qué pasará en la próxima década, en concreto hasta el año 2020. Si observan el gráfico siguiente verán como WEO – Mckinsey creen que veremos un crecimiento anual compuesto del 6.3% en la deuda, lo que casi supone doblar el montante total, un +97% hasta 213 billones de dólares. Esta cifra supondrá 1.83 veces el PIB mundial, siendo el mismo ratio que tuvimos en 2009, lo que quiere decir que estiman el crecimiento nominal del PIB mundial igualará al de la deuda: ambos 6,3%. ¿Será así? Existen también otros dos escenarios, uno con más apalancamiento y otro con menos, pero ésta es la hipótesis central según el estudio y el que analizaremos.
¿Cómo se distribuirá dicho crecimiento? ¿Se seguirá endeudando España animada por los políticos y el "nunca bajan"? ¿Qué ocurrirá con China? ¿Y EEUU?
El crecimiento en Europa occidental será de un 3.9% anual, bajo en comparación con Norteamérica -5.5%- pero por encima de Japón -2.6%-. Mención aparte merecen los emergentes con un 11.8% de media: China 13.2%, Asía (sin Japón) 9.4% y el resto del mundo 12.8%. Con estas cifras su PIB está obligado a crecer, aunque quizá haya que ser prudentes con su futuro…
En los últimos años hemos tenido un aumento desenfrenado como podemos ver en el gráfico anterior, éste es el verdadero milagro emergente igual que antes lo fue el español. Un 13.3% anual para los países que más de moda están ahora mismo, y un 7% para Occidente (con las consecuencias que conocemos). Sorprende poderosamente el 16% de China, ¿qué pasará cuando no pueda mantener estas magnitudes? Cierto es que actualmente sus niveles de endeudamiento son bajos en general a nivel público, pero a nivel privado ya preocupan y la deuda es algo que, si le dejas, crece exponencialmente.
Veamos ahora como fluirá "la sangre" del actual capitalismo. WEO – Mckinsey divide este apartado en dos, por una parte bonos y por la otra préstamos bancarios.
Vemos que el problema de China podría ser el sistema bancario y no sus "bonos", importante también son los números del resto de Asia, en todos los sentidos la zona más pujante del mundo. USA sigue manteniendo, eso sí, su posición vencedora en la emisión de bonos, especialmente públicos. Es el mercado de referencia y parece que lo seguirá siendo. Esperar un desapalancamiento en la economía norteamericana por sus desequilibrios supongo que es fruto de la ingenuidad.
¿Habrá problemas? El estudio cree que hay cuatro factores que son determinantes para saberlo. Hotspots (Economías excesivamente endeudadas), coldspots (poco endeudadas por falta de bancarización), riesgos de contagio y no perseguir fines sociales. Las dos primeras "deben ser combatidas" tratando de desapalancar en donde hace falta (mencionan a España, Grecia e Irlanda) y ayudar a bancarizarse en donde se demanda dinero (economías en desarrollo). Voy a darles la razón en esto último, el crédito es algo fundamental para ciertas empresas, por lo que su escasez no favorece el progreso. El artículo menciona tanto empresas familiares como pequeñas y medianas, añado a todo tipo de emprendedores. Que el crédito cumpla un "fin social" como éste debe ser un objetivo para evitar los desastres, de hecho ese es el cuarto factor. Lo dicen ellos y no puedo más que dar la razón.
Me dejo el "contagio" para tratarlo aparte. Existen numerosos países que podrían tener problemas en donde debe endurecerse la normativa y control de riesgos. Todo muy bonito, pero veamos quienes son los protagonistas.
¿Tomará EEUU medidas para desapalancarse o para reducir riesgos? No lo parece según las previsiones. ¿Significa la buena posición de España que conseguiremos salir airosos de la actual crisis? Aparentemente tenemos factores a nuestro favor para una crisis de contagio, esperemos que algo ayude.
Para terminar quería tratar dos gráficos más, uno de competitividad y otro de desarrollo.
Al parecer existe una correlación positiva entre la deuda y la competitividad, si un país es competitivo tenderá a tener un montante mayor de obligaciones. Aquellas naciones que se escapan de la línea, como por ejemplo Portugal, Italia, Grecia y España y en otro bloque Japón, se verán obligados o bien a reducir su apalancamiento o a tratar de ser competitivos en el futuro bien con aumentos de productividad o reducciones de costes.
Y si bueno es el gráfico anterior por su capacidad "predictiva", no menos interesante es éste. Muestra la deuda y el PIB per cápita con un resultado similar al ciclo de un producto. Al principio la economía es pobre y no tiene deuda, luego ambas magnitudes empiezan a crecer. Aumentan de forma importante hasta adquirir una renta per cápita similar a la de países desarrollados (al empezar esta fase es cuando habría que invertir). Finalmente tras la madurez, si el endeudamiento prosigue se produce el declive ¿Quién está aquí? España, Grecia, Portugal y Japón. Mismos nombres en todas las papeletas que dan para tener problemas, no es raro que nos haya tocado.
Diez gráficas sobre la deuda de EEUU y una conclusión: insostenible
La deuda de EEUU se ha disparado de forma exponencial en los últimos años. Diez gráficos resumen la situación (información disponible a febrero de 2011).
Siendo el cuerpo entero un país y la sangre que circula por sus venas el sistema monetario, el hígado vendría a ser la banca. Esa institución que tiene por misión limpiar la sangre para que vuelva a circular libre de inmundicia. Es decir, permitir el endeudamiento de forma solvente para que las quiebras no arruinen y enfermen al cuerpo.
Por eso cuando el sistema financiero de un país es atacado por el virus de la codicia o simplemente se abusa de un crédito sin freno, entonces pasa a ser una institución fibrada por la corrupción e inútil para la sociedad. Si, además, se consigue una forma de impedir al organismo que dé las señales adecuadas manteniéndolo sereno e impasible en medio de grandes borracheras, entonces la muerte por coma etílico está garantizada.
El sistema monetario internacional está dirigido por una tupida red de bancos centrales capitaneados por la Reserva Federal de EEUU (FED). Y siguiendo con el símil, habrían pasado a ser los propietarios de un bar donde el alcohol emborracha, pero el cliente queda sereno. Y así es como hemos llegado a la situación actual, en la que una sangre envenenada por millones de toxinas está poniendo en riesgo el actual sistema monetario, cuyo eje es el dólar.
Las 10 gráficas que vienen a continuación muestran cómo la expansión de la deuda puede convertir un país próspero en otro arruinado con 40 años de diferencia. La creciente insolvencia se gesta en dos momentos (1933 y 1971) tras abandonar el freno que suponía el oro para el endeudamiento público y la expansión del crédito por parte del sistema bancario. Por supuesto, los gastos militares más los desequilibrios comerciales con Europa y Asia también tienen mucho que ver con todo esto.
No obstante, la costumbre de atender tan sólo a la efímera noticia inmediata que muere en 24 horas hace perder la perspectiva del análisis. A continuación, se expone el mayor crecimiento de la deuda que se ha producido en la historia de la humanidad en tan poco periodo de tiempo.
1. El gasto del Gobierno crece de forma exponencial: el gasto del Gobierno federal es 18 veces el de 1970. Y Obama aún quiere aumentarlo hasta los 5,6 billones de dólares para 2021.
2. La deuda nacional ha explotado fuera de toda medida: sobrepasando ya los 14 billones de dólares, unas 14 veces por encima de la que había en 1980. Y continuará creciendo porque ya se ha previsto que el déficit federal sea de 1,6 billones de dólares el presente ejercicio
3. Los intereses de la deuda se comerán cualquier crecimiento del PIB: esta gráfica sale de un informe que se presentó al Congreso americano, donde se observa claramente que los intereses de la deuda pública son el próximo Apocalipsis para la economía americana.
4. Las deudas de las unidades familiares en niveles históricos: lo más triste de todo es que la deuda de las familias ha crecido con un ritmo semejante al de las finanzas públicas, alcanzando también los 14 billones de dólares.
5. La deuda total del país supera los 50 billones de dólares: para hacernos una idea de lo absurdo de esta cantidad, el PIB mundial en 2009 fue de 58 billones de dólares. Además, es una cantidad equivalente a 3,6 veces el PIB americano.
6. En paralelo a este endeudamiento, el desempleo en números absolutos alcanza cotas inauditas para una primera potencia mundial: como puede observarse en la gráfica, el paro tiene una tendencia cíclica, pero creciente. Multiplica por 3,5 veces el que se padeció con la crisis de 1971.
7. La duración media del desempleo ya está por encima de las 20 semanas: no hace muchos años, si el tiempo promedio de desempleo era superior a las 10 semanas se entraba enseguida en una situación de emergencia nacional. Ahora esa marca sería signo de recuperación económica en el país americano.
8. Desde que se creó la Reserva Federal en 1913 el dólar ha perdido el 95% de su valor (inflación): es mentira que los bancos centrales sirven para controlar la inflación. Dicen eso, precisamente, porque son sus principales creadores. De hecho, si ahora está fuera de control es porque fueron ellos los que más defendieron (en su momento) la eliminación del patrón oro para tener libres las alas.
9. Y pese a todo, los bancos centrales dicen que la solución es añadir más billetes de papel: en este gráfico se observa claramente cómo ha sido la expansión monetaria estos tres últimos años. Los precios de las materias primas sólo están indicando el comienzo de los dolores, a no ser que durante este año rectifiquen si vence de nuevo un proceso deflacionario por la quiebra de alguna otra parte del tinglado económico mundial.
10. Pero, de momento, todo este dinero crea una inflación creciente: uno de los principales indicadores de este hecho es el precio del petróleo. En la gráfica está cotizado el WTI, pero el Brent ya ha pasado de los 100 $ por barril.
Cada vez son más las voces que apuntan a que la situación económica americana es completamente insostenible se mire por donde se mire. Si no se pagan las deudas, el país suspende pagos. Y si se quieren pagar, vía inflación, se destroza la moneda para poder liquidar los pasivos en un contexto de insolvencia manifiesta. El problema es que al tratarse del dólar supondría, además, algún tipo de quiebra del sistema internacional de pagos.
Los déficits no son el problema de la zona euro, hay otros desequilibrios que traerán nuevas crisis
La crisis de deuda que traviesa la zona euro no es su principal problema. Europa tiene grandes desequilibrios que han alimentado el excesivo endeudamiento y la pérdida de competitividad, que han afectado a países como España, y si no se atajan provocarán nuevas crisis.
Ésta es la conclusión a la que llega el banco de inversión UBS en su último informe de febrero (2011) titulado La zona euro en tensión. "Las propuestas de reforma dirigidas únicamente a un mejor cumplimiento del Pacto de Estabilidad se quedan cortas. No pueden resolver el problema subyacente de la zona euro. Y sin solucionar dicho problema se seguirán produciendo nuevas crisis en la zona euro", explica el análisis.
¿Cuáles son los verdaderos problemas de la zona euro?
1- No existe una zona monetaria común plena
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