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Los componentes ético-políticos en la ideología de la Revolución Cubana (Sexta parte) (página 6)


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"Vísperas de su muerte, en carta inconclusa porque una bala española le atravesó el corazón, el 18 de mayo de 1895 José Martí, Apóstol de nuestra independencia, escribió a su amigo Manuel Mercado: >. Ya Martí, en 1895, señaló el peligro que se cernía sobre América y llamó al imperialismo por su nombre: imperialismo. A los pueblos de América advirtió que ellos estaban más que nadie interesados en que Cuba no sucumbiera a la codicia yanki, despreciadora de los pueblos latinoamericanos. Y con su propia sangre, vertida por Cuba y por América, rubricó las póstumas palabras que, en homenaje a su recuerdo, el pueblo de Cuba suscribe hoy a la cabeza de esta Declaración. Han transcurrido 67 años. Puerto Rico fue convertido en colonia y es todavía colonia saturada de bases militares. Cuba cayó también en las garras del imperialismo. Sus tropas ocuparon nuestro territorio. La Enmienda Platt fue impuesta a nuestra primera Constitución, como cláusula humillante que consagraba el odioso derecho de intervención extranjera. Nuestras riquezas pasaron a sus manos, nuestra historia falseada, nuestra administración y nuestra política moldeada por entero a los intereses de los interventores; la nación sometida a 60 años de asfixia política, económica y cultural. Pero Cuba se levantó, Cuba pudo redimirse a sí misma del bastardo tutelaje. Cuba rompió las cadenas que ataban su suerte al imperio opresor, rescató sus riquezas, reivindicó su cultura, y desplegó su bandera soberana de territorio y pueblo libre de América. Ya Estados Unidos no podrá caer jamás sobre América con la fuerza de Cuba, pero en cambio, dominando a la mayoría de los Estados de América Latina, Estados Unidos pretende caer sobre Cuba con la fuerza de América. ¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?… Siempre, en cada época histórica, las clases dominantes han asesinado invocando la defensa de la sociedad, del orden, de la patria: su sociedad de minorías privilegiadas sobre mayorías explotadas, su orden clasista que mantienen a sangre y fuego sobre los desposeídos, la patria que disfrutan ellos solos, privando de ese disfrute al resto del pueblo, para reprimir a los revolucionarios que aspiran a una sociedad nueva, un orden justo, una patria verdadera para todos. Pero el desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse. Las fuerzas que impulsan a los pueblos —que son los verdaderos constructores de la historia—, determinadas por las condiciones materiales de su existencia y la aspiración a metas superiores de bienestar y libertad, que surgen cuando el progreso del hombre en el campo de la ciencia, de la técnica y de la cultura lo hacen posible, son superiores a la voluntad y al terror que desatan las oligarquías dominantes. Las condiciones subjetivas de cada país —es decir, el factor conciencia, organización, dirección— pueden acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano, en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce. Que esta tenga lugar por cauces pacíficos o nazca al mundo después de un parto doloroso, no depende de los revolucionarios; depende de las fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a dejar nacer la sociedad nueva que es engendrada por las contradicciones que lleva en su seno la vieja sociedad. La revolución es en la historia como el médico que asiste el nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad los aparatos de fuerza, pero la usa sin vacilaciones cada vez que sea necesario para ayudar al parto; parto que trae a las masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida mejor. En muchos países de América Latina la revolución es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie; está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados. La inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de rebelión. Se agitan las entrañas de un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación esclava, semiesclava y feudal del hombre, desde sus moradores aborígenes y los esclavos traídos de África, hasta los núcleos nacionales que surgieron después; blancos, negros, mulatos, mestizos e indios a los que hoy hermanan el desprecio, la humillación y el yugo yanki, como hermana la esperanza de un mañana mejor. Los pueblos de América se liberaron del coloniaje español a principios del siglo pasado, pero no se liberaron de la explotación. Los terratenientes feudales asumieron la autoridad de los gobernantes españoles, los indios continuaron en penosa servidumbre, el hombre latinoamericano en una u otra forma siguió esclavo y las mínimas esperanzas de los pueblos sucumbieron bajo el poder de las oligarquías y la coyunda del capital extranjero. Esta ha sido la verdad de América, con uno u otro matiz, con alguna que otra vertiente. Hoy América Latina yace bajo un imperialismo mucho más feroz, más poderoso y más despiadado que el imperio colonial español. Y ante la realidad objetiva e históricamente inexorable de la revolución latinoamericana, ¿cuál es la actitud del imperialismo yanki? Disponerse a librar una guerra colonial con los pueblos de América Latina; crear el aparato de fuerza, los pretextos políticos y los instrumentos seudolegales suscritos con los representantes de las oligarquías reaccionarias para reprimir a sangre y fuego la lucha de los pueblos latinoamericanos. …En Punta del Este el imperialismo yanki reunió a los cancilleres, para arrancarles mediante presión política y chantaje económico sin precedentes, con la complicidad de un grupo de los más desprestigiados gobernantes de este continente, la renuncia a la soberanía nacional de nuestros pueblos y la consagración del odiado derecho de intervención yanki en los asuntos internos de América; el sometimiento de los pueblos a la voluntad omnímoda de Estados Unidos de Norteamérica, contra la cual lucharon todos los próceres, desde Bolívar hasta Sandino. Y no se ocultaron ni el gobierno de Estados Unidos, ni los representantes de las oligarquías explotadoras, ni la gran prensa reaccionaria vendida a los monopolios y a los señores feudales, para demandar abiertamente acuerdos que equivalen a la supresión formal del derecho de autodeterminación de nuestros pueblos, borrarlo de un plumazo, en la conjura más infame que recuerda la historia de este continente. A puertas cerradas, entre conciliábulos repugnantes donde el ministro yanki de colonias dedicó días enteros a vencer la resistencia y los escrúpulos de algunos cancilleres, poniendo en juego los millones de la tesorería yanki en una indisimulada compraventa de votos, un puñado de representantes de las oligarquías de países que en conjunto apenas suman un tercio de la población del continente, impuso acuerdos que sirven en bandeja de plata al amo yanki la cabeza de un principio que costó toda la sangre de nuestros pueblos desde las guerras de independencia. El carácter pírrico de tan tristes y fraudulentos logros del imperialismo, de su fracaso moral, la unanimidad rota y el escándalo universal, no disminuyen la gravedad que entraña para los pueblos de América Latina los acuerdos que impusieron a ese precio. En aquel cónclave inmoral, la voz titánica de Cuba se elevó sin debilidad ni miedo para acusar ante todos los pueblos de América y del mundo el monstruoso atentado, y defender virilmente, y con dignidad que constará en los anales de la historia, no solo el derecho de Cuba, sino el derecho desamparado de todas las naciones hermanas del continente americano. La palabra de Cuba no podía tener eco en aquella mayoría amaestrada, pero tampoco podía tener respuesta; solo cabía el silencio impotente ante sus demoledores argumentos, ante la diafanidad y valentía de sus palabras. Pero Cuba no habló para los cancilleres, Cuba habló para los pueblos y para la historia, donde sus palabras tendrán eco y respuestas. En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana y el imperialismo yanki. ¿Qué representaba allí, por quién habló cada uno de ellos? Cuba representó los pueblos; Estados Unidos representó los monopolios. Cuba habló por las masas explotadas de América; Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas. Cuba por la soberanía; Estados Unidos por la intervención. Cuba por la nacionalización de las empresas extranjeras; Estados Unidos por nuevas inversiones de capital foráneo. Cuba por la cultura; Estados Unidos por la ignorancia. Cuba por la reforma agraria; Estados Unidos por el latifundio. Cuba por la industrialización de América; Estados Unidos por el subdesarrollo. Cuba por el trabajo creador; Estados Unidos por el sabotaje y el terror contrarrevolucionario que practican sus agentes, la destrucción de cañaverales y fábricas, los bombardeos de sus aviones piratas contra el trabajo de un pueblo pacífico. Cuba por los alfabetizadores asesinados; Estados Unidos por los asesinos. Cuba por el pan; Estados Unidos por el hambre. Cuba por la igualdad; Estados Unidos por el privilegio la discriminación. Cuba por la verdad; Estados Unidos por la mentira. Cuba por la liberación; Estados Unidos por la opresión. Cuba por el porvenir luminoso de la humanidad; Estados Unidos por el pasado sin esperanza. Cuba por los héroes que cayeron en Girón para salvar la patria del dominio extranjero; Estados Unidos por los mercenarios y traidores que sirven al extranjero contra su patria. Cuba por la paz entre los pueblos; Estados Unidos por la agresión y la guerra. Cuba por el socialismo; Estados Unidos por el capitalismo. Los acuerdos obtenidos por Estados Unidos con métodos tan bochornosos que el mundo entero critica, no restan sino que acrecientan la moral y la razón de Cuba; demuestran el entreguismo y la traición de las oligarquías a los intereses nacionales y enseñan a los pueblos el camino de la liberación; revelan la podredumbre de las clases explotadoras, en cuyo nombre hablaron sus representantes en Punta del Este. La OEA quedó desenmascarada como lo que es; un ministerio de colonias yankis, una alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de liberación de los pueblos latinoamericanos. Cuba ha vivido tres años de Revolución bajo incesante hostigamiento de intervención yanki en nuestros asuntos internos. Aviones piratas, procedentes de Estados Unidos, lanzando materias inflamables, han quemado millones de arrobas de caña; actos de sabotaje internacional perpetrados por agentes yankis, como la explosión del vapor La Coubre, han costado decenas de vidas cubanas; miles de armas norteamericanas de todo tipo han sido lanzadas en paracaídas por los servicios militares de Estados Unidos sobre nuestro territorio para promover la subversión; cientos de toneladas de materiales explosivos y máquinas infernales han sido desembarcados subrepticiamente en nuestras costas por lanchas norteamericanas para promover el sabotaje y el terrorismo; un obrero cubano fue torturado en la base naval de Guantánamo y privado de la vida sin proceso previo ni explicación posterior alguna; nuestra cuota azucarera fue suprimida abruptamente, y proclamado el embargo de piezas y materias primas para fábricas y maquinarias de construcción norteamericana para arruinar nuestra economía; barcos artillados y aviones de bombardeo, procedentes de bases preparadas por el gobierno de Estados Unidos, han atacado sorpresivamente puertos e instalaciones cubanas; tropas mercenarias, organizadas y entrenadas en países de América Central por el propio gobierno, han invadido en son de guerra nuestro territorio, escoltadas por barcos de la flota yanki y con apoyo aéreo desde bases exteriores, provocando la pérdida de numerosas vidas y la destrucción de bienes materiales; contrarrevolucionarios cubanos son instruidos en el ejército de Estados Unidos y nuevos planes de agresión se realizan contra Cuba. Todo eso ha estado ocurriendo durante tres años incesantemente, a la vista de todo el continente, y la OEA no se entera. Los cancilleres se reúnen en Punta del Este, y no amonestan siquiera al gobierno de Estados Unidos ni a los gobiernos que son cómplices materiales de esas agresiones. Expulsan a Cuba, el país latinoamericano víctima, el país agredido. Estados Unidos tiene pactos militares con países de todos los continentes; bloques militares con cuanto gobierno fascista, militarista y reaccionario hay en el mundo: la OTAN, la SEATO y la CENTO, a los cuales hay que agregar ahora la OEA; interviene en Laos, en Vietnam, en Corea, en Formosa, en Berlín; envía abiertamente barcos a Santo Domingo para imponer su ley, su voluntad, y anuncia su propósito de usar sus aliados de la OTAN para bloquear el comercio con Cuba, y la OEA no se entera. Se reúnen los cancilleres y expulsan a Cuba, que no tiene pactos militares con ningún país. Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el mundo y forja alianzas militares en cuatro continentes, hace expulsar a Cuba, acusándola nada menos que de subversión de vinculaciones extracontinentales. Cuba, el país latinoamericano que ha convertido en dueños de las tierras a más de 100 000 pequeños agricultores, asegurado empleo todo el año en granjas y cooperativas a todos los obreros agrícolas, transformado los cuarteles en escuelas, concedido 60 000 becas a estudiantes universitarios, secundarios y tecnológicos, creado aulas para la totalidad de la población infantil, liquidado totalmente el analfabetismo , cuadruplicado los servicios médicos, nacionalizado las empresas monopolistas, suprimido el abusivo sistema que convertía la vivienda en un medio de explotación para el pueblo, eliminado virtualmente el desempleo, suprimido la discriminación por motivo de raza o sexo, barrido el juego, el vicio y la corrupción administrativa, armado al pueblo, hecho realidad viva el disfrute de los derechos humanos al librar al hombre y a la mujer de la explotación, la incultura y la desigualdad social; que se ha liberado de todo tutelaje extranjero, adquirido plena soberanía y establecido las bases para el desarrollo de su economía a fin de no ser más país monoproductor y exportador de materias primas, es expulsada de la Organización de Estados Americanos por gobiernos que no han logrado para sus pueblos ni una sola de estas reivindicaciones. ¿Cómo podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del mundo? ¿Cómo podrán negar que en su concepto la política de tierra, de pan, de trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de cultura, de desarrollo acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena autodeterminación y soberanía, sea incompatible con el hemisferio?".

ANEXO 6.- La Crisis de Octubre

"De la larga lista de agresiones del gobierno de Estados Unidos contra Cuba, reviste singular importancia lo ocurrido en la semana comprendida entre el 22 y el 28 de octubre de 1962. La Crisis de Octubre, también llamada Crisis de los Misiles, devino uno de los más dramáticos hechos de la Guerra Fría y en opinión de algunos especialistas, de todas las relaciones internacionales contemporáneas. La paz mundial estuvo seriamente en peligro. El Imperialismo tuvo la oportunidad de comprender que un pueblo pequeño e indoblegable lo podía conducir a una catástrofe si osaba llevar adelante su aventurera agresión. La derrota sufrida en Playa Girón no llamó al presidente John F. Kennedy a la cordura sino a la revancha. La Comisión Taylor, designada por el mandatario para analizar el citado fracaso, recomendó "emprender nuevas medidas político-militares, económicas y propagandísticas contra Castro", lo que sirvió de base para la preparación y puesta en marcha de un nuevo plan de operaciones encubiertas, la llamada Operación Mangosta, que a partir de Noviembre de 1961 desencadenaría miles de actos terroristas, sabotajes, planes de asesinatos de dirigentes y agresiones armadas. Unos meses más tarde, el general Maxwell D. Taylor, en aquel momento presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, aseguraba al Presidente que no creía posible el derrocamiento del gobierno cubano sin la intervención directa de Estados Unidos, por lo cual recomendaba "un curso más agresivo de la Operación Mangosta, cuya ejecución, autorizada por Kennedy, debía escalar sus medidas hasta crear el escenario propicio para asestar un golpe aéreo masivo sorpresivo y/o realizar la invasión. El 7 de marzo de 1962, la Junta de Jefes de Estado Mayor propuso, "fabricar una provocación que justificara una acción militar norteamericana" y solo dos días después, la oficina del Secretario de Defensa sometió a la consideración de la Junta de Jefes de Estado Mayor un paquete de medidas que podían servir de pretexto para justificar la intervención militar en Cuba. En medio de la creciente escalada norteamericana, el 29 de mayo de 1962 llegó a Cuba una delegación soviética presidida por un miembro del Presidium del Comité Central del Partido Comunista de la URSS, que traía la encomienda de proponer a Cuba la instalación en la Isla de cohetes con carga nuclear a fin de garantizar que los norteamericanos no invadieran la Isla y fortalecer las posiciones del Socialismo en el mundo. La Dirección de la Revolución y el gobierno de la URSS firmaron el "Acuerdo entre ambos sobre la colaboración militar en la defensa del territorio nacional de Cuba". A pesar de que el acuerdo era totalmente legal y su concertación estaba dentro de las prerrogativas de los dos gobiernos soberanos, la administración yanqui se negaría a aceptar los hechos y éstos le sirvieron de pretexto a Kennedy para desencadenar la crisis. El 20 de junio de 1962, el Estado Mayor General de la URSS aprobó la jefatura y composición de la Agrupación de Tropas Soviéticas que participaría en la Operación Anadir. El comandante Raúl Castro viajó a Moscú del 3 al 16 de Julio y, entre otras cosas, reiteró el criterio del Comandante en Jefe Fidel Castro, de hacer público el acuerdo militar cubano-soviético como acto soberano entre dos Estados. No obstante, la parte soviética insistió en mantener la operación en secreto, algo imposible de lograr debido a su envergadura y al sobrevuelo sistemático de la aviación de exploración norteamericana sobre Cuba. Las unidades de la Agrupación de Tropas Soviéticas comenzaron a llegar a Cuba a principios de agosto. Por esos días ya la inteligencia de EE.UU. había determinado la presencia en Cuba de cohetes antiaéreos y aviones Mig—21, construcciones no identificadas y la existencia de especialistas militares soviéticos. Para el 16 de octubre los U-2 confirmaron la presencia de emplazamientos coheteriles nucleares en San Cristóbal,Pinar del Río y ese mismo día, sobre las 11:00 h. Kennedy citó a un grupo de funcionarios que posteriormente conformarían el Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional y éstos, después de estudiar durante cinco días las variantes propuestas, decidieron, el 20 de octubre, aplicar el Bloqueo Naval a Cuba, para lo que fueron creadas cinco Fuerzas de Tarea. Desde el 21 de octubre, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos pasaron de las condiciones de tiempo de paz (DEFCON-5) a la de alta alerta (DEFCON-3) y fue ordenado reubicar los medios de Defensa Antiaérea para estar en mejores condiciones de combate; reforzar la base naval de Guantánamo, así como evacuar a los familiares y civiles de aquel enclave, aumentar la vigilancia y desplegar las fuerzas que impondrían el bloqueo. El 22 de octubre, al decretarse el bloqueo naval contra Cuba y crearse todas las condiciones para bombardear e invadir la Isla se desencadenaba la llamada Crisis de Octubre. Kennedy demandó la retirada de las armas estratégicas soviéticas basificadas en Cuba, y declaró el bloqueo naval, ante lo cual, las FAR respondieron con la Alarma de Combate para todas sus unidades. La aviación de exploración táctica norteamericana incrementó sus vuelos rasantes, al punto que el Comandante en Jefe ordenó el 26 que a partir del día siguiente se abriera fuego contra los aviones enemigos en vuelo a baja altura. Dada la insolencia del gobierno norteamericano, el 27 fue derribado un avión U-2 sobre el norte de Oriente, hecho que marcó uno de los momentos más dramáticos de la crisis. Entre el 26 y el 31 hubo un intercambio de mensajes entre Nikita S. Jruschov y Fidel. En los firmados por el dirigente soviético se evidencia la unilateralidad de su actuación y la subestimación con que trataba al pequeño país; mientras que los del líder cubano alertaban sobre los peligros y se apegaban con firmeza a los principios revolucionarios. El domingo 28 de octubre, El Kremlin comunicó a Washington que se habían impartido órdenes para interrumpir la construcción de las instalaciones, desmantelar las existentes y retornar las armas nucleares desplegadas a la URSS. En la tarde de ese día, Cuba rechazó la inspección de su territorio que habían acordado las dos potencias y dio a conocer su posición con "Los Cinco Puntos". Los Estados Unidos y la URSS se pusieron de acuerdo sobre la base de la propuesta de Jruschov del día 26 de octubre, lo que para ambas superpotencias marcó el fin de la Crisis. El 30 y el 31 de octubre fue suspendido el bloqueo por la visita de U. Thant a Cuba; reanudado el 1 de noviembre. El 20 de noviembre a las 18.45 h Kennedy ordenó levantar el bloqueo y el 22 el Gobierno Revolucionario declaraba la vuelta a la normalidad en la Isla, luego de permanecer en pie de guerra desde el 22 de octubre. Cuba mantuvo sus posiciones de principios en todo momento y con la mayor firmeza, su prestigio y su moral. Aunque la crisis fue conjurada y los Estados Unidos se comprometieron a no invadir Cuba, la sostenida agresividad contra la Revolución evidenció que la seguridad del país no podía confiarse a la buena fe del Imperialismo y obligó al Estado cubano a mantener unas fuerzas armadas de gran envergadura y moderno equipamiento, aseguradas por una sólida infraestructura en un volumen capaz de asegurar la vida y la actividad de las tropas en tiempo de paz, su despliegue estratégico y una lucha prolongada en tiempo de guerra". (Tomado de ECURED.cu)

ANEXO 7.- "Y Che deseaba que todos aprendieran a leer y a escribir para poder servir mejor a la Revolución".

"La Mesa, gracias al esfuerzo de campesinos y rebeldes se convirtió gradualmente, bajo la dirección personal del Che, en una valiosa zona industrial para la guerrilla, en plena Sierra Maestra. Al frente del hospital estaba el médico Sergio del Valle; en la armería, Oris Zaldívar; en la panadería, Ibrahim Mendoza; en la imprenta Lionel y Ricardo Martínez, éste último se convertiría más tarde en uno de los primeros locutores de Radio Rebelde, junto con Orestes Valera. También se crearon una talabartería, hojalatería, una pequeña tienda, una cárcel y una carpintería. Y para completar, una escuela, que no podía faltar en una obra del Che. El campamento se creó con el mejor aprovechamiento de sus condiciones naturales. La escuela constituía el centro y alrededor de ella surgieron las demás instalaciones. La hojalatería estaba a unos 300 metros; la armería a mi; la emisora Radio Rebelde, en el Alto de Conrado, a unos 500 metros en la parte más elevada; la talabartería a 200 metros aproximadamente; la imprenta a 7; la cárcel a 150 y la tienda y panadería a unos 300 metros. El hospital, muy bien resguardado, se construyó a unos 600 metros. Pese a no contar este ni siquiera con los más elementales recursos materiales, allí se salvaron muchas vidas valiosas de combatientes, algunos operados personalmente por el Comandante Guevara. Indudablemente que las instalaciones estaban muy bien distribuidas, lo que permitía en caso de un ataque de los casquitos, organizar la defensa desde cada una de las posiciones y disponer el repliegue en caso necesario a nuevas posiciones que resultaban inexpugnables. Todos coincidían en afirmar que la disciplina era muy severa en el campamento y el primero que daba el ejemplo era el Che. Cierto día del mes de marzo de 1958, quizás cuando llevaba un par de semanas en el campamento, bajo el mando interino del capitán Ramiro Valdés, se anunciaba que el Che llegaba al frente de una larga arria de mulos bien cargados. Recuerdo que una ola de júbilo recorrió el campamento., no sólo por el arribo del insustituible jefe, sino porque nació en todos la esperanza-incluido yo- de que al fin comeríamos algo más que la solitaria malanga, sin sal ni manteca, que desde hacía tiempo el menú obligado. Todos corrimos hacia el trillo por donde ascendía el Che seguido de un grupo de soldados rebeldes. Y con el cansancio reflejado en los rostros castigados por el inclemente sol. El grato sonido de las "gangarrias" que colgaban de los arreos de los mulos llegaba a nuestros oídos como un mensaje alegre y esperanzador. Saludos, abrazos a los recién llegados, risas y júbilo. E inmediatamente se dio la orden de bajar la carga. Esa constituyó la primera vez que vi. al Che. Era una figura que imponía respeto, no miedo; que atraía sin ser demasiado expresivo; que no reía, pero sabía sonreír, mientras acercaba por momentos a sus fosas nasales, el atomizador, su inevitable compañero, para atenuar el asma que no lo abandonaba. A su lado, Ramirito como muchos respetuosamente le llamaban. Y todos atentos con la mirada fija en las maniobras de descarga del arria. Con una alegre agitación se abrieron los primeros bultos y surgió una oleada de libros y libretas de diversos tamaños y colores. Pasaron al segundo mulo; más libros. Al tercero: más libros y más volúmenes y volúmenes. Los rostros de los compañeros cambiaban gradualmente de expresión. Serios, muy serios, proseguían la tarea sin pronunciar palabra. Así hasta el último bulto. Todos comprendimos- los combatientes en primer término, pues conocían las condiciones humanas del Che, mejor que nosotros-que él hubiera deseado otra cosa… Pero en la guerra se obtiene lo que se puede y no lo que se quiere. Y allí había una escuela donde el alimento fundamental eran los libros y libretas. Y Che deseaba que todos aprendieran a leer y a escribir para poder servir mejor a la Revolución. En esos días de marzo de 1958, el combatiente Joel Iglesias convalecía en el campamento de La Mesa. Apenas rebasaba entonces los 15 años y ya se le reconocía como un valiente y audaz guerrillero. Herido gravemente en combate, iniciaba su recuperación, dando sus primeros pasos ayudado por dos muletas. Había sido admitido en el Ejército Rebelde luego de cumplir heroicas misiones.

Che le había dicho:

– Te ascenderé a teniente cuando sepas leer y escribir. Un oficial rebelde no puede ser analfabeto.

Y Joel Iglesias, desde el amanecer, junto a sus muletas, dedicaba horas y horas al estudio, con una voluntad que admiraba. Tuve el privilegio de ser eventualmente uno de los que cooperaron a su aprendizaje, ganado por el empeño de aquel casi niño que acababa de recibir en su cuerpo, su primera condecoración de guerra. En aquellos días inolvidables en La Mesa, pasajes que jamás podrán borrarse de mi memoria, recuerdo como Ramirito era para todos un hermano más que jefe, organizando juegos de béisbol en los tiempos libres, orientándonos sobre pasajes de la insurrección; aconsejándonos cómo protegernos en las rocas en caso de un ataque aéreo súbito; cómo vigilar y seguir en su ruta a los aviones de la tiranía, que con frecuencia realizaban vuelos a ras de las lomas, tratando de localizar el campamento. El ronroneo de sus motores nos ponía siempre en estado de alerta. El comandante Guevara permaneció varios días en La Mesa, compartiendo las escaseces y preocupaciones con todos, pero actuando más que hablando. En la casa central del campamento radicaba el puesto de mando y a un lado la cocina, en una amplia nave de construcción rústica campesina, con uno o dos compartimentos que hacían las veces de habitaciones. En una de ellas había una colombina, bastante deteriorada y cubierta por un colchón maltratado por el uso. En esa modesta cama dormían el Che y Ramirito. Uno con la cabecera a un lado y el otro al otro extremo. Sobre ellos, a una altura de poco más de un metro, una hamaca con cabezales atados a dos horcones. Ahí dormía yo. Coincidía mi posición con la del Che. Pero él no se acostaba a dormir de inmediato. Había fijado un trozo de vela en una tablilla adosada a uno de los travesaños, exactamente detrás y sobre é comenzaba a arder. Yo me inclinaba en la hamaca y lo observaba ensimismado en la lectura de un grueso libro que sostenía firmemente en las manos. No sé cuánto tiempo dedicaba a la lectura, pues el sueño me dominaba pensando cómo era posible combinar su actitud abnegada de jefe guerrillero y su incontenible deseo de enriquecer sus ya amplios y variados conocimientos. Días después, conversando con él, me pidió que tan pronto regresara a La Habana – ya perece que él lo había decidido – solo deseaba que le enviara por los canales clandestinos cuanto libro sobre economía podía conseguir. Entonces comprendí lo que leía en las madrugadas silenciosas y por qué, con el ejemplo, era el primer alumno de la escuela. Cumplí su misión gustosamente y como un deber insoslayable. No supe nunca si los libros llegaron o no a sus manos". Raúl Quintana Pérez. Recuerdos no olvidados. Memorias periodístcas. (Soporte digital)

ANEXO 8.- "Nuestro sacrificio es consciente cuota para pagar la libertad que construimos".

El socialismo y el hombre en Cuba (1965)

Estimado compañero: Acabo estas notas en viaje por África, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.

Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.

Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminaron el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.

Durante este proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.

Llego la etapa de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber. En base a estos lograba sus grados.

Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.

En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico. En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza.

Se produjeron enseguida contradicciones seria, resueltas, en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.

Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.

Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.

La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.

Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de supeditación del individuo al Estado, la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.

Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar. Así sucedió en marzo de 1962 ante una política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.

Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con las masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero, en el caso de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados.

Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y victoria.

Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.

En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista. En esta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.

Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate. Solo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ese es un tema que sale de la intención de estas notas.)

De todos modos, se muestra el camino con escollos que aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. El premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.

Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad.

Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.

El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.

La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.

En el esquema de Marx se concebía el período de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.

En estos países no se ha producido todavía una educación completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro, hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.

Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.

De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.

Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.

Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.

A continuación viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.

Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los buenos son los premiados, con lo que se sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación; la separación en clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquella a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la demostración interesada de que una mentira es verdad.

En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparto de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.

Pero el proceso es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.

En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.

Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero esta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas: la sociedad del hombre comunista.

El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.

A pesar de la importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.

Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.

Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.

No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.

Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.

Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.

Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.

Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.

Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.

El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.

Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él; primer período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.

Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance.

La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.

En el campo de las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil ver la división entre la necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual. Pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad.: es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.

Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aún cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados vergonzantes o son triturados.

Se inventa la investigación artística a la que se da como definitoria de la libertad, pero esta «investigación» tiene sus límites imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.

Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.

Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.

En países que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó el summum de la aspiración cultural, una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear.

El socialismo es joven y tiene errores.

Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.

Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.

Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas la formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.

Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.

En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad. La reacción contra el hombre del siglo XIX nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.

Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha, el futuro es nuestro.

Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.

En nuestra sociedad, juegan un papel la juventud y el Partido. Particularmente importante es la primera, por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores.

Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace.

El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educados para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo…

Quisiera explicar ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo de las masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia no una receta.

Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros años, la dirección, la tónica siempre, pero hay un buen grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe, porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.

No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.

Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.

Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas son que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.

Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de Revolución. No hay vida fuera de ella.

En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.

El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala loca y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.

Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.

En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario.

Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va Fidel, después, los mejores cuadros del Partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades que caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.

Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.

Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América. Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.

Permítame intentar unas conclusiones:

Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres. El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos. Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio. Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos. El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos. Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica. La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta. Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido. La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera. Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando. Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un «Ave María Purísima»: 

Patria o muerte.

(En carta dirigida por el Che a Carlos Quijano, editor del semanario uruguayo, Marcha, quien publica la carta en la edición del 12 de marzo de 1965).

ANEXO 9.- " La victoria es una gran fuente de experiencias positivas pero también lo es la derrota…"

Esta es la historia de un fracaso. Desciende al detalle anecdótico, como corresponde a episodios de la guerra, pero está matizada de observaciones y de espíritu crítico ya que estimo que, si alguna importancia pudiera tener el relato, es la de permitir extraer experiencias que sirvan para otros movimientos revolucionarios. La victoria es una gran fuente de experiencias positivas pero también lo es la derrota, máxime considerando las circunstancias extraordinarias que rodean el episodio: los actuantes e informantes son extranjeros que fueron a arriesgar sus vidas en un territorio desconocido, de otra lengua y al cual los unían solamente los lazos del internacionalismo proletario, inaugurando un método no practicado en las guerras de liberación modernas. Cierra la narración un epílogo que plantea las interrogantes de la lucha en África y, en general, de la lucha de Liberación nacional contra la forma neocolonial que constituye su modalidad de presentación más temible, dado los enmascaramientos y sutilezas que conlleva y la larga experiencia que en este tipo de explotación tienen las potencias que la practican. Estas notas serán publicadas transcurrido bastante tiempo desde su dictado y, tal vez, el autor no pueda ya hacerse responsable de lo que aquí está dicho. El tiempo habrá limado muchas aristas y, si tiene alguna importancia su aparición, los editores podrán hacer las correcciones que crean necesarias, mediante las pertinentes llamadas, a fin de aclarar los acontecimientos o las opiniones a la luz del tiempo decantado. Más correctamente, esta es la historia de una descomposición. Cuando arribamos a territorio congolés, la Revolución estaba en un período de receso; sucedieron luego episodios que entrañarían su regresión definitiva, por lo menos en este momento y en aquel escenario del inmenso campo de lucha que es el Congo. Lo más interesante aquí no es la historia de la descomposición de la Revolución congolesa, cuyas causas y características son demasiado profundas para abarcarlas todas desde mi punto de observación, sino el proceso de descomposición de nuestra moral combativa, ya que la experiencia inaugurada por nosotros no debe desperdiciarse, y la iniciativa del Ejército Proletario Internacional no debe morir frente al primer fracaso. Es preciso analizar a fondo los problemas que plantean y resolverlos. Un buen instructor en el campo de batalla hace más por la revolución que instruir una cantidad considerable de novatos en ambiente de paz, pero las características de ese instructor, catalizador en la formación de los futuros cuadros técnicos revolucionarios, debe ser bien estudiada. La idea que nos guiaba era la de hacer luchar juntos hombres experimentados en batallas por la liberación, y luego contra la reacción en Cuba, con hombres sin experiencia y provocar, con esto, lo que nosotros llamábamos la «cubanización» de los congoleses. Se verá que el efecto fue diametralmente opuesto y cómo se produjo con el tiempo la «congolización» de los cubanos. Llamamos congolización a la serie de hábitos y actitudes frente a la Revolución que caracterizaron al soldado congolés en aquellos momentos de la lucha; esto no entraña una opinión despectiva hacia el pueblo congolés; lo entraña, sí, hacia el soldado de aquel entonces. Las causas de que esos combatientes tuvieran características tan negativas también tratarán de explicarse en el curso de la historia. Como una norma general, norma que siempre he seguido, aquí solo se dice la verdad, al menos mi interpretación de los hechos, aunque esta pueda ser enfrentada por otras apreciaciones subjetivas o corregidas, si se deslizan errores en el relato de acontecimientos. En algunos momentos en que la verdad resultare indiscreta o inconveniente se omite la referencia, ya que cosas hay que el enemigo debe ignorar y aquí se plantean los problemas que puedan servir a los amigos para un eventual reordenamiento de la lucha en el Congo (o su inicio en cualquier país del África o de otros continentes cuyos problemas sean semejantes). Entre las referencias omitidas están las vías y métodos para llegar al territorio de Tanzania, trampolín de nuestra entrada al escenario de esta historia. Los nombres de los congoleses que figuran aquí son reales pero casi todos los de los integrantes de nuestra tropa están dados en swahili, según los bautizáramos al penetrar en territorio congolés; los verdaderos nombres de los compañeros participantes figurarán en una lista anexa, si los editores lo consideraran útil. Es necesario destacar, por último, que si, ateniéndonos a la verdad estricta y a la importancia que pueda tener para futuros movimientos de liberación a iniciarse, hemos puntualizado aquí distintos casos de debilidad, de hombres aislados o por grupos, y hacemos énfasis en la desmoralización general que nos había ganado, eso no quita nada a lo heroico de la gesta, la heroicidad de la participación está dada por la actitud general de nuestro Gobierno y del pueblo de Cuba. Nuestro país, solitario bastión socialista a las puertas del imperialismo yanqui, manda sus soldados a pelear y morir en tierra extranjera, en un continente lejano, y asume la plena y pública responsabilidad de sus actos; en este desafío, en esta clara toma de posición frente al gran problema de nuestra época, que es la lucha sin cuartel contra el imperialismo yanqui, está la significación heroica de nuestra participación en la lucha del Congo. Es allí donde hay que ver la disposición de un pueblo y de sus dirigentes no solo para defenderse, sino para atacar. Porque, en cuanto al imperialismo yanqui, no vale solamente el estar decidido a la defensa; es necesario atacarlo en sus bases de sustentación en los territorios coloniales y neocoloniales que sirven de basamento a su dominio del mundo". (Tomado de Pasajes de la guerra revolucionaria: el Congo. Editorial MONDADORI. Soporte digital)

ANEXO 10.- Fragmento de carta de Fidel Castro al Che fechada en junio de 1966

"Querido Ramón:

Los acontecimientos han ido delante de mis proyectos de carta. Me había leído íntegro el proyecto de libro sobre tu experiencia en el C. [Congo] y también, de nuevo, el manual sobre guerrillas, al objeto de poder hacer un análisis lo mejor posible sobre estos temas, sobre todo, teniendo en cuenta el interés práctico con relación a los planes en la tierra de Carlitos [Carlos Gardel]. Aunque de inmediato no tiene objeto que te hable de esos temas, me limito por el momento a decirte que encontré sumamente interesante el trabajo sobre el C. y creo que vale realmente la pena el esfuerzo que hiciste para dejar constancia escrita de todo. (…) Sobre tu situación. Acabo de leer tu carta a Bracero [Osmany Cienfuegos] y de hablar extensamente con la Doctora [Aleida March]. En los días en que aquí parecía inminente una agresión yo sugerí a varios compañeros la idea de proponerte que vinieras; idea que realmente resultó estar en la mente de todos. El Gallego [Manuel Piñeiro] se encargó de sondear tu opinión. Por la carta a Bracero veo que tú estabas pensando exactamente igual. Pero en estos precisos instantes ya no podemos hacer planes en ese supuesto, porque, como te explicaba, nuestra impresión ahora es que de momento no va a ocurrir nada. Sin embargo, me parece que, dada la delicada e inquietante situación en que te encuentras ahí, debes, de todas formas, considerar la conveniencia de darte un salto hasta aquí. Tengo muy en cuenta que tú eres particularmente renuente a considerar cualquier alternativa que incluso poner por ahora un pie en Cuba, como no sea en el muy excepcional caso mencionado arriba. Eso, sin embargo, analizado fría y objetivamente, obstaculiza tus propósitos; algo peor, los pone en riesgo. A mí me cuesta trabajo resignarme a la idea de que eso sea correcto e incluso de que pueda justificarse desde un punto de vista revolucionario. Tu estancia en el llamado punto intermedio aumenta los riesgos; dificulta extraordinariamente las tareas prácticas a realizar; lejos de acelerar, retrasa la realización de los planes y te somete, además, a una espera innecesariamente angustiosa, incierta, impaciente. Y todo eso, ¿por qué y para qué? No media ninguna cuestión de principios, de honor o de moral revolucionaria que te impida hacer un uso eficaz y cabal de las facilidades con que realmente puedes contar para cumplir tus objetivos. Hacer uso de las ventajas que objetivamente significan poder entrar y salir de aquí, coordinar, planear, seleccionar y entrenar cuadros y hacer desde aquí todo lo que con tanto trabajo solo deficientemente puedes realizar desde ahí u otro punto similar, no significa ningún fraude, ninguna mentira, ningún engaño al pueblo cubano o al mundo. Ni hoy, ni mañana, ni nunca nadie podría considerarlo una falta, y menos que nadie tú ante tu propia conciencia. Lo que sí sería una falta grave, imperdonable, es hacer las cosas mal pudiéndolas hacer bien. Tener un fracaso cuando existen todas las posibilidades del éxito. No insinúo ni remotamente un abandono o posposición de los planes ni me dejo llevar de consideraciones pesimistas ante las dificultades surgidas. Muy al contrario, porque creo que las dificultades pueden ser superadas y que contamos más que nunca con la experiencia, la convicción y los medios para llevar a cabo los planes con éxito, es por lo que sostengo que debemos hacer el uso más racional y óptimo de los conocimientos; los recursos y las facilidades que se cuenta. ¿Es que realmente desde que se engendró la ya vieja idea tuya de proseguir la acción en el otro escenario, has podido alguna vez disponer de tiempo para dedicarte por entero a la cuestión para concebir, organizar y ejecutar los planes hasta donde ello sea posible? (…) Es una enorme ventaja en este caso que tú puedes utilizar esto, disponer de casas, fincas aisladas, montañas, cayos solitarios y todo cuanto sea absolutamente necesario para organizar y dirigir personalmente los planes, dedicando a ello ciento por ciento tu tiempo, auxiliándote de cuantas personas sean necesarias, sin que tu ubicación la conozcan más que un reducidísimo número de personas. Tú sabes absolutamente bien que puedes contar con estas facilidades, que no existe la más remota posibilidad de que por razones de estado o de política vayas a encontrar dificultades o interferencias. Lo más difícil de todo, que fue la desconexión oficial, ha sido logrado, y no sin tener que pagar un determinado precio de calumnias, intrigas, etc. ¿Es justo que no saquemos todo el provecho posible de ello? ¿Pudo contar ningún revolucionario con tan ideales condiciones para cumplir su misión histórica en una hora en que esa misión cobra singular relevancia para la humanidad, cuando se entabla la más decisiva y crucial lucha por el triunfo de los pueblos? (…) … ¿Por qué no hacer las cosas bien hechas si tenemos todas las posibilidades para ello? ¿Por qué no nos tomamos el mínimo de tiempo necesario aunque se trabaje con la mayor rapidez? ¿Es que acaso Marx, Engels, Lenin, Bolívar, Martí no tuvieron que someterse a esperas que en ocasiones duraron décadas? Y en aquellas épocas no existían ni el avión ni el radio ni los demás medios que hoy acortan las distancias y aumentan el rendimiento de cada hora de la vida de un hombre. Nosotros en Méjico, tuvimos que invertir 18 meses antes de regresar aquí. Yo no te planteo una espera de décadas ni de años siquiera, solo de meses, puesto que yo creo que en cuestión de meses, trabajando en la forma que te sugiero, puedes ponerte en marcha en condiciones extraordinariamente más favorables de las que estamos tratando de lograr ahora. Sé que cumples los treinta y ocho el día 14. ¿Piensas acaso que a esa edad un hombre empieza a ser viejo? Espero no te produzcan fastidio y preocupación estas líneas. Sé que si las analizas serenamente me darás la razón con la honestidad que te caracteriza. Pero aunque tomes otra decisión absolutamente distinta, no me sentiré por eso defraudado. Te las escribo con entrañable afecto y la más profunda y sincera admiración a tu lúcida y noble inteligencia, tu intachable conducta y tu inquebrantable carácter de revolucionario íntegro, y el hecho de que puedas ver las cosas de otra forma no variará un ápice esos sentimientos ni entibiará lo más mínimo nuestra cooperación..". Tomado de: Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo. Editorial MONDADORI. Digitalizado por el Partido de los Comunistas Mexicanos Socializado por Redvoluciones.org 2005.

ANEXO 11.-

edu.red

Revista Punto Final y el Diario del Che

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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